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Resumen

El castillo de Villalonso se localiza al noreste del caserío de la localidad epónima, cercana


a la ciudad de Toro (Zamora). Se trata de una fortaleza construida a partir de mediados
del siglo XV en la que se constatan al menos dos importantes reformas encuadradas muy
posiblemente en el primer tercio del siglo XVI. En el interior de esta fortaleza se ha
documentado, durante la intervención arqueológica efectuada en el año 2010, un hoyo
utilizado, al menos en su fase final, como vertedero y cuya amortización muy
posiblemente pueda vincularse con una de estas fases de reforma. Dicha subestructura
contenía un abundante conjunto cerámico en buen estado de conservación, que resulta sin
duda un excelente ejemplo de los ajuares de mesa y cocina de esta zona castellana en
momentos de transición entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Se compone de
algo más de dos docenas de piezas entre las que destacan algunos platos y escudillas de
loza blanca, una serie de escudillas no esmaltadas en algún caso decoradas con finas líneas
bruñidas al interior, una jarrita muy fina, de pasta sedimentaria y superficie engobada,
con decoración estriada y varias ollas y cazuelas de pastas graníticas.

Palabras clave: Zamora, castillo de Villalonso, transición Baja Edad Media-Edad


Moderna, ajuar cerámico, loza blanca, cerámica engobada, cerámica común

Summary

The castle of Villalonso is sited in the north-east of that eponymous locality, close to the
town of Toro (Zamora). It is a new fortress built in the middle of the 15 th Century in which
was able to establish two constructive alterations, probably made in the first third of the
16th Century. Inside the courtyard of the castle, during the archaeological intervention in
2010, was found a hole used, at least in its last phase, as a dumping site until it was finally
amortized in an alteration phase. That substructure has provided with an abundant set of
pottery in good conditions of conservation, which makes up an excellent example of the
characteristic dinner service and cooking set of this Castilian area in the period of
transition from the Late Middle Ages to the Modern Era. It is a pottery collection made up
of more than two dozens pieces, from which stand out some white china plates and bowls;
a set of not-glazed bowls, some of them with thin burnished lines decoration; a very fine
jug with sedimentary paste and striated decoration in the slipped surface and granite-
pasted pots and casseroles.

Keywords: Zamora, Villalonso Castle, Late Middle Ages to Modern Era transition,
pottery lots, white china, slipped surfaced pottery, common pottery

1
Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: aratikos@terra.es

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El castillo de Villalonso se localiza al noreste del caserío de la localidad epónima,
situada, en la provincia de Zamora, a escasos kilómetros al Este de la ciudad de
Toro (fig. 1). Se trata de una fortaleza construida de nueva planta hacia mediados
del siglo XV y finalizada por don Juan de Ulloa y María de Sarmiento, cuyos
escudos heráldicos lucen aún hoy en día sobre la puerta de acceso al interior del
recinto. La primera referencia documental que constata su existencia se remonta
al año al año 1474. Representa la culminación de un dilatado y complejo proceso
histórico como es la articulación del señorío de Villalonso y la consolidación del
mayorazgo de la familia Ulloa en torno a esta localidad zamorana. El edificio fue
declarado Bien de Interés Cultural el 22 de abril de 1949, con categoría de Castillo.

Entre los meses de mayo y julio de 2006 y febrero y abril de 2010 se realizaron
desde nuestro gabinete –Aratikos Arqueólogos, S.L.- y a propuesta de la
Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, como una actuación previa
a la redacción del proyecto de rehabilitación del edificio, dos intervenciones
arqueológicas –la primera ya publicada en sus resultados (Palomino et alii, 2008)-
que han puesto al descubierto una serie de restos vinculados no sólo con la
construcción conservada actualmente –algunas estructuras en el interior del patio,
parte de una torre barbacana, etc.- sino también con una ocupación anterior –una
serie de hoyos al exterior, en el sector Este, cuyos rellenos albergaban conjuntos
cerámicos propios de los siglos XII/XIII- aún no bien definida.

El castillo se define como una estructura de planta cuadrada reforzada con cuatro
cubos almenados en cada uno de sus ángulos y garitones en la zona media de los
lienzos. En la zona Norte se alza la Torre del Homenaje coronada por volados
canes triples sobre los que se disponen las almenas (fig. 2). Tanto la fábrica de la
torre como el resto de la fortaleza son de buena sillería de caliza. La puerta de
acceso, de arco apuntado, se abre en el lienzo noreste. Al interior, en el patio, no se
conservan en la actualidad restos de sus habitaciones, aunque hay constancia de
que en el siglo XVIII aún permanecían algunos de sus lienzos en pie.

Según E. Cooper, que recoge lo apuntado ya en 1987 por Fernando Cobos y Javier
de Castro, esta fortaleza se incluye en un grupo convencionalmente denominado
“escuela de Valladolid”, adscripción que se fundamenta en las similitudes
constructivas y estilísticas que presenta con la fortaleza vallisoletana de Portillo y

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la palentina de Ampudia (1991: 223), y dentro de la cual se incluyen también los
castillos vallisoletanos de Torrelobatón, Fuensaldaña, Villavellid, Fuente el Sol,
Foncastín, Villafuerte, la Mota de Medina del Campo –recinto interior- y el
palentino de Fuentes de Valdepero (Cobos y de Castro, 1987: 147). Cooper destaca
igualmente que su construcción se vio favorecida por el hecho de contar con
canteras propias, circunstancia que se manifiesta en la uniformidad del programa
constructivo (Ibídem: 224-225).

Los diversos análisis realizados -documental, histórico-estilístico y arqueológico,


incluyendo este último un estudio de sus paramentos- permiten reconstruir las
líneas maestras en lo que respecta a la evolución del edificio. Se ha constatado así
la existencia de varias fases de reformas –coincidentes en el tiempo con varios
momentos históricos bien definidos en la vida del castillo- que modifican
determinados aspectos funcionales y/o estéticos de la obra de fábrica original. No
es sin duda el objetivo de este trabajo introducirnos en estas cuestiones –que están
siendo objeto por otra parte de un estudio específico que, esperamos, no tardará
en ver la luz-, aunque sí es necesario esbozar en sus líneas maestras este esquema
evolutivo, por la implicaciones que puede tener a la hora de encuadrar el depósito
que alberga el conjunto cerámico que aquí analizamos.

En este sentido, y reconstruyendo pues grosso modo los hitos históricos


principales que han determinado la evolución de la estructura, hay que señalar que
la fortaleza tomará parte activa en dos conflictos bélicos de primer orden acaecidos
en estos momentos: las guerras sucesorias entre la futura Isabel la Católica y
Juana la Beltraneja, en la segunda mitad del siglo XV, a la muerte de Enrique IV
de Trastámara, y la guerra de las Comunidades de Castilla a finales del primer
cuarto del siglo XVI. Tras la primera –en la que el señorío de Villalonso se decanta
por Juana y el bando portugués, que resulta finalmente perdedor en la contienda-
la fortaleza pasa temporalmente a manos de la corona para serle finalmente
devuelto a la ya viuda de Juan de Ulloa, María de Sarmiento, y a sus herederos,
que no parecen acometer reformas de entidad en la fortaleza –quizás por
imposición de la corona-. Sin embargo, una vez recuperado el favor real, el
segundogénito del fundador, Diego de Ulloa, nuevo señor del castillo, realiza en
fechas anteriores a 1521 importantes obras de acondicionamiento defensivo,
destinadas fundamentalmente a la adecuación de murallas, barrera y foso frente a
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las nuevas armas de fuego artillero. Tras la Guerra de las Comunidades, en la que
Diego de Ulloa participa activamente en el bando Comunero, la fortaleza pasa
temporalmente otra vez a manos de la Corona. Finalmente previo pago de una
importante suma de dinero y tras recibir el perdón real, el sitio vuelve a manos de
Diego de Ulloa, quién acomete en estos momentos una importante reforma
destinada a la conversión del castillo en palacio-residencia, transformación que
afecta fundamentalmente al aspecto interior de la fortaleza, que sufre importantes
remodelaciones, aunque parece posible vincular también con este momento, y
quizás nuevamente por imposición de la Corona, la desaparición del antemural y
la colmatación del foso.

El hoyo basurero y sus cacharros. Su posición estratigráfica

Uno de los hallazgos más singulares, correspondiente a la campaña del año 2010,
ha sido la documentación en el patio de armas, en un sondeo efectuado en el
interior de la crujía oeste, de un hoyo utilizado al menos en su último momento
como basurero (fig. 3.1-3). Su interior albergaba, en un sedimento con abundante
materia orgánica, restos de fauna y, sobre todo, una interesante colección de
recipientes cerámicos -en torno a las dos docenas-, conservados muchos de ellos
en la totalidad de su perfil. Se trata de un ajuar cerámico compuesto
mayoritariamente por piezas de cocina y, en menor medida, por otras destinadas
al servicio de mesa que, a juzgar por sus características tecnológicas y
morfológicas, podría encuadrarse, como veremos, en momentos muy finales del
siglo XV sino ya en las primeras décadas del siglo XVI.

La posición estratigráfica de dicha subestructura resulta, por sí misma, bastante


reveladora. Se trata así de un hoyo localizado en la base de la secuencia
estratigráfica, excavado en el nivel geológico y situado en la esquina conformada
por la confluencia en el muro de cierre Oeste de la fortaleza de otro lienzo pétreo,
de compartimentación interna del patio, dispuesto en sentido Este-Oeste.

Este espacio así organizado experimentará importantes transformaciones que han


dejado su huella en la estratigrafía. Así, sobre el relleno del hoyo se dispone una
gruesa capa de adobe y tapial, capa que posiblemente haya que interpretar como
parte del derrumbe del alzado del muro de compartimentación de la crujía. Sobre

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este muro y su derrumbe se dispone un homogéneo echadizo de nivelación que,
lamentablemente, no ha proporcionado material arqueológico alguno, echadizo
sellado a su vez por una fina capa de ceniza, destinada muy posiblemente a aislar e
higienizar la superficie sobre la que se va a construir. Efectivamente, sobre esta
ceniza se dispone otra finísima capa terrera que sirve de asiento y ligazón a un
pavimento de losetas de barro. Estas dos últimas capas constructivas, cenizas y
base de asiento, sí han proporcionado algunos materiales, no muy abundantes
pero significativos, que aportan una fecha post quem para la construcción del
pavimento que ha de ser posterior a momentos muy finales del siglo XV o más
bien ya, a los comienzos del siglo XVI. Así, en estos depósitos, y junto a una
mayoría de pequeños fragmentos asimilables a las producciones de loza, en su
variedad de medio baño –platos y escudillas-, se localizan aún dos fragmentos
correspondientes a lozas mudéjares, dos de ellas con decoración verde manganeso
y, la última, con esquema –no identificable- en azul cobalto, pieza ésta originaria
muy posiblemente de los alfares levantinos. La perduración de este tipo de piezas
en los comienzos del siglo XVI –en lo que respecta sobre todo a las piezas azul
cobalto y sus adláteres de reflejo dorado- está atestiguada no sólo por la
información que proporcionan las zonas alfareras –sabemos por ejemplo que en
Paterna los hornos permanecen en activo sin cambios aparentes hasta ser
arrasados durante el conflicto de las Germanías (López Elum, 2006: 39)- sino
también por datos que aporta la documentación de la época –en los inventarios de
bienes post mortem de la cercana ciudad de Valladolid, por ejemplo, se menciona
frecuentemente aún la presencia de piezas doradas en las primeras décadas del
siglo XVI (Moratinos y Villanueva, e. p)-.

En definitiva, contamos con un hoyo utilizado al menos en su último momento


como basurero y colmatado en momentos previos a la realización de una serie de
reformas que transforman la distribución interna de la crujía. Así, el murete
transversal asociado al hoyo se amortiza igualmente para disponer, previa
adecuación del terreno, una amplia habitación pavimentada por baldosas (fig. 3.1),
calentada y dividida por una chimenea, y cuya construcción, a juzgar por los
materiales documentados en los echadizos previos, no pudo ser en ningún caso
anterior a los momentos finales del siglo XV o a los comienzos del XVI. Así las
cosas, lógicamente, resulta muy tentador asociar esta fase constructiva con las

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reformas que, como ya hemos apuntado, acomete Diego de Ulloa en fechas
posteriores a la guerra de las Comunidades y que determinan la conversión de la
fortaleza primigenia en un castillo con función eminentemente residencial.

Continuando con la lectura estratigráfica de este sector del patio hay que señalar
que sobre este pavimento de baldosas se localizó un nivel de derrumbe y
escombros que contenía un abundante conjunto de materiales correspondientes al
último momento de vida del castillo, a los que hay que unir sin duda aportes
posteriores que encuentran su explicación en la cercana presencia del casco
urbano de la localidad. Estos derrumbes contenían así fundamentalmente, junto a
abundantes molduras de yeso correspondientes a los revestimientos parietales de
las diferentes estancias localizadas en la crujía, un abundante conjunto cerámico
que encuentra su acomodo cronológico en los siglos XVI-XVII –no creemos que
muy avanzado este último-. Contamos así con producciones de loza, esmaltadas en
una o ambas superficies: escudillas y platos fundamentalmente, decorados en
algún caso con trazos esmaltados en verde. Junto a estos se documentan
fragmentos correspondientes a recipientes de cocina de pastas micáceas,
procedentes de los cercanos alfares zamoranos –entre ellas las inconfundibles
piezas de Muelas del Pan, con las superficies bien pulimentadas (Moratinos y
Villanueva, 2006)-, y algunos tipos de cerámica común y engobada, de pastas
marrones o rojizas bien depuradas, entre las que destacan sin duda un tipo de
piezas cerradas, jarras y jarritas fundamentalmente, de pastas rojizas muy finas,
engobe rojizo sobre todo al exterior y decoradas con motivos incisos y con finas
líneas bruñidas verticales, que encuentran un claro paralelo arqueológico en las
denominadas jarras del Patio de los Siete del Palacio de los Condes de Requena en
la vecina localidad de Toro (Larren, 1992) o en algunas de las piezas vinculadas
con el posible alfar de la Cuesta del Negrillo de la misma localidad (Idem, 1991),
piezas éstas que nos resultarán de gran utilidad, como veremos, a la hora de
interpretar algunos de los vasos recuperados en el hoyo.

El ajuar cerámico recuperado en el interior del hoyo

Como venimos señalando, el interior de esta subestructura ha deparado el hallazgo


de algo más de dos docenas de vasos cuyo valor arqueológico y ceramológico
fundamental reside, al margen de en su buen estado de conservación, en el hecho

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de formar parte de un contexto cerrado que avala su sincronía. Efectivamente, y a
pesar de que en el interior del hoyo se diferenciaran hasta cuatro depósitos en
función de cambios muy sutiles en la coloración o textura del sedimento, la propia
presencia de fragmentos correspondientes a los mismos recipientes a lo largo y
ancho de la potencia exhumada pone de manifiesto su carácter de vertido
coetáneo. Es evidente, por tanto, que nos encontramos ante los restos de un ajuar
cerámico desechado por los propietarios del castillo en momentos anteriores a la
realización de importantes reformas en la crujía, reformas que, como hemos
sugerido, y a juzgar por los datos con que contamos, podrían vincularse con esa
fase general de transformación que acomete Diego de Ulloa en la fortaleza tras la
Guerra de las Comunidades.

Entrando ya de lleno en el análisis de este ajuar cerámico hay que destacar, en


primer lugar, la presencia mayoritaria de piezas destinadas a los servicios de
cocina y almacén, elaboradas con pastas sedimentarias o, más habitualmente,
micáceas. Estas últimas se encuentran fundamentalmente asociadas a su uso en el
fuego, a juzgar por el aspecto ennegrecido que suelen presentar sus superficies.
Menos abundantes resultan los vasos destinados al servicio de mesa, elaborados
de modo mayoritario en loza o en cerámica engobada.

Una parte importante de los recipientes de cocina y almacén han sido elaborados,
pues, con pastas sedimentarias. Presentan tonalidades marrones, en algún caso
con el alma gris e incluyen finas partículas de mica, caliza y/o cuarzo. Las
superficies se presentan ligeramente alisadas.

En estas pastas se elaboran piezas cerradas. Se han identificado en este sentido


parte de al menos seis recipientes de fondo plano y cuerpo globular, decorado en
algún caso con suave estriado. Contamos en concreto con parte de tres recipientes
de forma no identificable, ya que no se conserva la zona del cuello y borde, y con
otros tres, reconstruidos en la totalidad de su perfil, correspondientes en este caso
a orzas de idéntica morfología (fig. 4.1). Se trata de piezas de fondo plano, cuerpo
globular y cuello marcado que da paso a un corto borde de trayectoria recta
abierta. Un asa de cinta, ancha y aplanada, arranca del mismo labio y alcanza la
zona media-alta de la pared. Dos de ellas presentan unas dimensiones casi
idénticas -21,5 cm de altura, 14 cm de diámetro en el borde y unos 10-11 cm en la

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base- mientras que la tercera es más pequeña -18,5 cm de altura, 13,5 cm de
diámetro en el borde y 10 cm en la base-. Esta última presenta además su
superficie muy ennegrecida al exterior, como consecuencia de su exposición al
fuego en la cocina.

En este mismo tipo de pastas sedimentarias, aunque ligeramente mejor depuradas


y compactadas, se elaboran también algunas piezas abiertas destinadas en este
caso al servicio de mesa. Se trata en concreto de cuatro escudillas (fig. 4.2). La
primera, de 15,5 cm de diámetro en la boca, 59 mm en la base y 55 mm de altura,
presenta fondo plano y talonado –con umbo o botón central al interior-, pared
recta abierta, ligeramente cóncava en la parte superior, y corto borde recto de labio
ligeramente engrosado y redondeado. Al interior presenta, en un recurso un poco
a caballo entre lo técnico y lo decorativo, un abigarrado esquema de finas líneas
bruñidas, dispuestas de modo radial (fig. 4.2).

Junto a ésta se documentan otras tres escudillas que presentan un perfil y unas
dimensiones muy similares -8,5/9 cm de altura y 18,5/20 cm de diámetro en el
borde y 8,5-9 cm en el fondo- (fig. 4.2). Se trata de piezas de perfil troncocónico,
de borde recto, pared carenada y fondo plano, ligeramente talonado. Dos de ellas
presentan el borde decorado al exterior con acanaladuras horizontales y paralelas
mientras que la última, de borde ligeramente exvasado –lo que confiere a la pieza
un perfil ligeramente acampanado- se presenta lisa al exterior. Al interior, dos de
ellas presentan líneas bruñidas dispuestas de modo radial, esquema ya
identificado en la primera de las piezas de este tipo descritas. Un último detalle a
apuntar es que uno de estos recipientes presenta una pequeña perforación circular
en centro del fondo, realizada en un momento posterior a la cocción. Da la
impresión por tanto de que el recipiente fue destinado, al menos en el último
momento, a una función para la que no fue concebido en su origen.

El elenco de formas abiertas elaboradas en estas pastas sedimentarias se completa


con parte de un recipiente de amplias dimensiones, que podría identificarse como
un barreño o lebrillo. Se trata en concreto de una pieza de 29 cm de diámetro en la
boca y 14,5 cm de altura, de borde recto, ligeramente invasado en el extremo, labio
engrosado y aplanado y pared recta abierta, ligeramente cóncava al interior en la
parte superior.

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La mayor parte de los recipientes de cocina están elaborados, como ya hemos
apuntado, en pastas graníticas, lo que les confiere una gran resistencia al choque
térmico (fig. 5.1). Estas pastas, generalmente ligeras y de tonalidades marrones o
grises, se presentan mal compactadas e incluyen finas y abundantes partículas de
mica plateada. Gran parte de ellas presentan sus superficies perfectamente
alisadas, al interior en las formas abiertas y al exterior en las cerradas, en un
recurso técnico que resulta muy característico, como ya se ha apuntado, de los
alfares zamoranos de Muelas del Pan (Moratinos y Villanueva, 2006, Villanueva, e.
p.).

Contamos en concreto con cinco recipientes tipo olla conservados en gran parte de
su perfil -dos de ellas de medianas dimensiones y las otras tres de menor tamaño-,
a los que hay que añadir algunos otros fragmentos mucho más parciales. Desde el
punto de vista morfológico obedecen a dos modelos básicos. Por un lado contamos
con una pieza conservada en su totalidad –de 17,2 cm de altura y 13 cm de
diámetro- que presenta fondo plano, cuerpo globular y corto borde exvasado de
labio moldurado, con ligera concavidad interior para asentar una tapadera. Un
pequeño fragmento de borde muy parcial parece corresponder a otro recipiente de
idéntica morfología. El otro tipo formal está representado por un recipiente en casi
perfecto estado de conservación –únicamente le falta un asa- y por otras tres
piezas, más parciales, de dimensiones más reducidas. Presentan fondo plano –
únicamente conservado en la pieza de perfil completo- cuerpo globular y borde
recto, de no amplio desarrollo y ligeramente cóncavo al interior. La pieza de
mayores dimensiones -17,5 cm de altura y 12 cm de diámetro- presenta dos asas de
cinta enfrentadas en la parte alta de la pared. Las otras tres piezas sin embargo- de
unos 10 cm de diámetro- parecen haber tenido únicamente un asa.

Tres recipientes bien pueden ser adscritos al tipo cazuela, presentando unas
características formales muy similares, por no decir idénticas. Se trata de piezas
bajas, de fondo plano, pared globular y corto borde recto o ligeramente exvasado,
con el labio decorado con digitaciones o trazos impresos oblicuos. Dos finas asas
enfrentadas arrancan del mismo labio para alcanzar la zona media-baja de la
pared. Dos de ellas conservan la totalidad de su perfil -la primera, completa, está
en un estado de conservación realmente excepcional, presentando unas
dimensiones de 7 cm de altura, 17,5 cm de diámetro en la boca y 13,6 cm en el
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fondo. La otra, fragmentada, tiene de 8 cm de altura, 21 cm de diámetro en el
borde y 19 en el fondo-. La última pieza se conserva de modo muy parcial. Sus
dimensiones son 6,5 cm de altura y 19-20 cm de diámetro en la boca.

De modo mucho más esporádico se documentan algunos otros tipos formales


vinculados con los servicios de almacén o, más raramente, de mesa. Contamos así
con la mitad superior de una botella de cuerpo piriforme que remata en un
estrecho gollete cilíndrico y vertical de apenas 2 cm de diámetro, del que arrancan
dos asitas de sección rectangular que alcanzan la zona media-alta de la pared.

Dos son los recipientes tipo jarra conservados. De uno de ellos, de pasta gris,
únicamente se conserva parte de la zona del borde-cuello, de trayectoria recta y
con arranque de pico vertedor, decorada con finas molduras, separadas,
horizontales y paralelas.

El otro ejemplar se conserva prácticamente completo -únicamente le falta un


pequeño sector del asa-. Se trata de un recipiente de 20,3 cm de altura, 8 cm de
diámetro en el fondo y 11 cm de diámetro máximo en el borde. Presenta fondo
plano, cuerpo globular y amplio cuello recto que remata en un borde recto con pico
vertedor trilobulado. Una asita ovalada arranca de la zona media-alta del cuello y
alcanza la zona media de la pared. En esta asa presenta asimismo, a modo de
decoración, dos pequeños botones aplicados de forma alargada.

Por último, y entre los recipientes de mesa, hay que mencionar la presencia de una
escudilla conservada también de modo completo. Se define en este caso como una
pieza de fondo plano, pared hemisférica, ligeramente flexionada o carenada en la
zona alta, y borde recto abierto o ligeramente exvasado, con el labio delimitado al
exterior con acanaladura horizontal. Presenta 6,5 cm de altura y 15 cm de
diámetro en la boca.

El elenco formal recuperado se completa con una serie de fragmentos


correspondientes a un hornillo portátil o anafre, cuya morfología resulta idéntica a
la de las piezas documentadas en la ciudad de Zamora (Turina, 1994: 95, 100) (fig.
5.2). Se trata de una pieza de borde y pared recta, con gruesa parrilla horizontal
perforada, de un diámetro en la base ligeramente superior a los 32 cm. La unión
de la parrilla a la pared se refuerza mediante un grueso cordón aplicado horizontal

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decorado con digitaciones. Como consecuencia de su uso, la pieza se presenta
claramente ennegrecida, sobre todo en su mitad inferior al interior. La pasta
presenta características algo más groseras que el resto. Así, junto a las abundantes
partículas de mica plateada, incluye otras de cuarzo o cuarcita de mayor calibre.

Esta pasta ligeramente más tosca se documenta también en un fragmento de pared


de notable espesor, que parece corresponder a un recipiente de almacenamiento
de grandes dimensiones, que se encuentra decorado (o reforzado) con gruesos
cordones aplicados, con digitaciones impresas.

Junto a estas piezas destinadas de modo mayoritario, como hemos visto, a su uso
en cocinas y almacenes, se documentan otras dedicadas al servicio de mesa. Se
trata mayoritariamente de producciones de loza, de pastas sedimentarias o
calcáreas y superficies cubiertas, generalmente sólo al interior aunque en
ocasiones también al exterior, por densos vidriados plúmbeo-estanníferos. Se han
recuperado en concreto cuatro piezas que conservan gran parte de su perfil, a las
que hay que añadir algunos otros fragmentos de reducidas dimensiones.
Corresponden en todos los casos a formas abiertas, tipo plato o escudilla (fig. 6.1).
Se trata básicamente de un conjunto liso, sin decoración.

Las piezas mejor conservadas son los platos. Son recipientes de 22-23 cm de
diámetro, dimensiones moderadas que permiten sospechar un uso vinculado con
el consumo individual de alimentos. Uno de ellos, de 3,5 cm de altura, presenta un
perfil profundo. Se define éste como un plato de pared recta abierta, con ala
marcada únicamente al interior, fondo reforzado con grueso anillo de solero y
borde recto abierto con el labio delimitado al interior por una acanaladura sobre la
que se dispone una banda concéntrica pintada y esmaltada en verde cobre. Otros
dos ejemplares presentan un perfil más plano y abierto, rondando su altura los 3
cm. Se trata de piezas ligeramente más gráciles, de fondo retorneado –rehundido-,
pared recta abierta al exterior, nuevamente con el ala marcada sólo al interior con
arista, y borde en este caso ligeramente exvasado. Uno de estos dos platos presenta
la superficie externa cubierta también con vidriado plúmbeo-estannífero. Esmalte
en ambas superficies presenta también otra de estas piezas de la que se conserva
únicamente parte del fondo –nuevamente retorneado- y el arranque de pared, con
ala marcada al interior.

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Algo peor representadas están las escudillas. Se han recuperado fragmentos
correspondientes al menos a tres de estos recipientes, asimilables en todos los
casos a la variedad de medio baño. Se trata de piezas de 14-15 cm de diámetro, de
borde recto, pared hemisférica al interior y ligeramente carenada al exterior y
fondo, cuando se conserva, retorneado. Una de ellas, la mejor conservada,
presenta además un asa de orejeta triangular -con pequeña perforación circular en
el extremo- adosada al borde.

El servicio de mesa se completa con algunas piezas engobadas de fina factura. Se


han recuperado algunos fragmentos amorfos correspondientes al menos a dos
vasos diferentes, a los que hay que otros que forman parte de una jarrita
conservada en la práctica totalidad de su perfil. Son piezas de finas paredes, pastas
rojizas y superficies cubiertas, sobre todo al exterior, por un engobe rojizo sin
brillo. Se presentan en general decoradas con anchas acanaladuras horizontales y
paralelas.

La jarrita conservada en su práctica totalidad presenta 17,5 cm de altura, 5,5 cm de


diámetro en el fondo y 7 cm en la boca (fig. 6.2). Presenta fondo plano, muy
rugoso al exterior, cuerpo piriforme y amplio cuello recto abierto que remata en un
borde también recto y lamentablemente fragmentado que, a todas luces, habría de
presentar un pico vertedor de forma trilobulada. Una pequeña asita de sección
rectangular arranca de la zona media del cuello para alcanzar la parte alta de la
pared. En la zona baja de esta pared, en la transición al fondo, conserva unas leves
abolladuras, impresiones digitales involuntarias marcadas muy posiblemente por
el alfarero durante el proceso de sumergir el recipiente en el baño de arcilla
licuada o engobe con el que está revestido el recipiente. Al exterior, la pieza se
encuentra profundamente decorada con anchas acanaladuras horizontales y
paralelas en la pared y, de modo menos marcado, en el cuello.

En resumen, del interior del hoyo se ha recuperado un completo ajuar cerámico


compuesto básicamente por piezas de cocina y almacén. Se han recuperado así
ollas, orzas, cazuelas, jarras, parte de un anafre y parte también de un lebrillo o
barreño, piezas éstas elaboradas con pastas graníticas y, en menor medida
sedimentarias. El servicio de mesa está representado por platos y escudillas de
loza, más abundante en su variedad de medio baño, jarritas de cerámica engobada

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y, en menor medida, por algunas escudillas de cerámica común elaboradas con
pastas graníticas y sedimentarias.

Importante resulta destacar también la presencia en el interior del hoyo, sobre


todo por sus implicaciones cronológicas, de un conjunto de fragmentos de
brazaletes de pasta vítrea de tipo funicular, de tonalidades negra, verde, azul u
ocre, generalmente monócromos, aunque en algún caso se combinan hilos de
diferente tono. Este tipo de piezas, de influencia andalusí, en concreto procedentes
en origen del reino nazarí, no parecen documentarse en esta zona meseteña en
momentos anteriores a la segunda mitad del siglo XV perdurando durante el siglo
XVI e incluso durante el siglo XVII (Balado y Escudero, 2000: 927).

Algunas conclusiones. Hacia la definición de los contextos cerámicos


en la transición a la edad moderna

Como venimos señalando, la importancia del ajuar cerámico descrito radica


fundamentalmente en la sincronía de las piezas que lo componen. Esta
circunstancia adquiere un particular interés si tenemos en cuenta que el periodo al
que remite -últimas décadas del siglo XV o, más bien, primeras del siglo XVI, la
transición pues entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna- resulta aún poco y
mal conocido en la literatura arqueológica, al menos en lo que respecta a los
conjuntos cerámicos que lo definen. Así, en la actualidad, y valorando el estado en
el que se encuentran las investigaciones en este sector castellano y leonés, puede
afirmarse que se ha llegado a un nivel de conocimiento bastante aceptable acerca
de la composición y caracterización de los ajuares tanto de época bajomedieval
como renacentista, sobre todo, en lo que a este último periodo respecta, en lo
relativo a las diferentes series decoradas de tipo talaverano. Sin embargo, entre
ambos momentos, se sitúa un periodo aún mal definido, en el que,
ceramológicamente hablando, parecen solaparse varios fenómenos de compleja
disección: por una parte un claro proceso de cambio y evolución interna -sobre
todo en lo relativo a la loza-, en el que es posible rastrear la influencia de las
producciones polícromas levantinas de los siglos XIV y XV y, por otra parte, una
serie de cambios, difíciles de calibrar en sus inicios en muchos casos, derivados o
propiciados por la llegada de las primeras influencias, exógenas, de las
producciones renacentistas italianas vía Flandes. En la calibración de estos

1613
procesos resulta de vital importancia el análisis de las producciones de loza blanca,
abundante ya, por lo que se conoce, en los últimos contextos de la época
bajomedieval, y receptoras de las primeras influencias renacentistas. Precisamente
uno de los grandes problemas de indefinición del momento, sino el que más,
radica en gran medida en la imposibilidad de diferenciar los distintos hitos de lo
que parece un proceso continuo: ese que, partiendo de las producciones
tradicionales de loza blanca de raigambre mudéjar desembocará en las primeras
series blancas renacentistas.

Ante estas lagunas en la investigación el único camino para el avance en el


conocimiento, entendemos, pasa por el análisis y la publicación, para su
valoración por la comunidad científica, de contextos cerámicos bien datados y
secuenciados que permitan esbozar la composición de estos ajuares así como
definir en la medida de lo posible, los diferentes pasos en el proceso evolutivo que
parece desarrollarse.

Un primer vistazo a las diferentes producciones cerámicas documentadas en el


interior del hoyo del castillo de Villalonso, pone de manifiesto la existencia de una
curiosa mezcla de elementos heredados del mundo medieval y de otros que
parecen consecuencia de una incipiente plasmación de las nuevas ideas
renacentistas. Estas innovaciones afectan fundamentalmente al mundo de la
cerámica de mesa y no tanto a las piezas de cocina y almacén, cuyo carácter,
eminentemente funcional, propicia el mantenimiento de tipos tradicionales. Así
entre las piezas destinadas a estos servicios culinarios, constatamos un importante
conjunto de vasos facturados en pastas graníticas: ollas y cazuelas
fundamentalmente, procedentes de los alfares zamoranos –fundamentalmente de
Muelas del Pan, a juzgar por el característico pulimento de muchas de sus
superficies-, que han estado elaborando piezas de características similares, por no
decir idénticas, al menos desde la Baja Edad Media y hasta tiempos muy recientes
(Turina, 1994, Moratinos y Villanueva, 2006; Villanueva, e.p.). Del mismo modo,
las ollas y orzas elaboradas con pastas sedimentarias presentan tipologías simples,
para las que es posible encontrar paralelos en tiempos bajomedievales,
nuevamente en contextos vallisoletanos o zamoranos. Estos mismos paralelos
pueden aportarse para el lebrillo recuperado, de indudable semejanza con los

1614
incluidos en el Tipo A de los analizados en la vallisoletana calle de Duque de la
Victoria (Villanueva, 1998: 204-205).

Los cambios observados afectan pues fundamentalmente a la vajilla de mesa,


cambios que adquieren un singular interés más que por sí mismos por el hecho de
estar reflejando el desarrollo de nuevas tendencias que afectan al ámbito de las
mentalidades y las costumbres. En este sentido es claro que ya en época
bajomedieval, sobre todo a partir del siglo XV, se estaba produciendo en la
sociedad castellana un proceso de refinamiento en el arte de “vestir” las mesas,
sobre todo en el caso de las más pudientes, proceso reflejado fundamentalmente
en la diversificación y progresivo embellecimiento de unos ajuares en los que la
loza va ganando progresivamente importancia (Moratinos y Villanueva, 2004:
231). Con la llegada del renacimiento estas tendencias se desarrollan
considerablemente, experimentado también importantes modificaciones, de
manera que no sólo se ve acentuado el carácter “social”, o si se quiere de
“representación social”, que conlleva del hecho de reunirse en torno a la mesa sino
que, además, se modifican las costumbres que rigen en ella, con la imposición
progresiva de vajillas y cubiertos de carácter individual, una vajilla en la que se
impone definitivamente además, tanto por su mayor higiene como por las
posibilidades decorativas que su superficie lisa y blanquecina introducían, la loza
estannífera.

Volviendo a nuestro depósito, y al hilo de este discurso, hay que destacar la


convivencia de piezas esmaltadas y no esmaltadas en lo relativo al servicio de
mesa, cuestión muy posiblemente detrás de la que pueden ocultarse importantes
conclusiones cronológicas. Recordemos a este respecto la presencia de esas cinco
escudillas de cerámica común, de pasta sedimentaria o granítica, de perfiles
troncocónicos, que encuentran sus paralelos más directos nuevamente en piezas
de cronología bajomedieval exhumadas en contextos de Valladolid (Villanueva,
1998) o de Zamora (Turina, 1994).

Junto a estos vasos, se documenta ya un importante conjunto de escudillas y


platos de loza, más abundantes en su variedad de medio baño. Se trata
básicamente, como hemos visto, de piezas mayoritariamente lisas, ajenas por
tanto a los esquemas pintados en azul característicos de las lozas talaveranas

1615
plenamente renacentistas, propias de momentos inmediatamente posteriores. El
único esquema decorativo en definitiva es esa línea en verde cobre que delimita el
labio de uno de los platos, tonalidad ésta de clara herencia y raigambre mudéjar.
La morfología de las piezas recuerda en gran manera también a algunas
producciones bajomedievales. Es el caso por ejemplo de esa escudilla de orejetas,
que encuentra sus paralelos más directos entre las escudillas de reflejo dorado o
azul cobalto elaboradas en el área valenciana en el siglo XV, o de los platos, que
presentan el ala marcada únicamente al interior, de manera que la trayectoria de
la pared se mantiene recta al exterior, y para los que pueden mencionarse
idénticos paralelos formales (González Martí, 1945). Asimismo uno de estos platos
presenta el fondo rematado con un grueso anillo de solero, detalle éste también
característico de los tipos mudéjares. Sin embargo sí hay que señalar también la
presencia de algunos pequeños detalles que parecen avanzar ya ideas nuevas. Es el
caso de los fondos retorneados de acusada concavidad, presentes en dos de los
platos analizados, que aportan a las piezas un aspecto mucho más ligero,
circunstancia ésta que se ve acentuada en uno de ellos por el carácter exvasado del
borde. Un dato importante, a nuestro juicio, de cara a valorar la implantación de
los nuevos modelos renacentistas, con la consiguiente transformación de la
sociedad que los produce, se deriva del tamaño de estos platos. Y es que, como ya
hemos apuntado, se trata de ejemplares de dimensiones no muy amplias -21/22
cm- bien alejados ya por tanto de los módulos de las piezas medievales –mucho
mayores-, lo que parece hablar ya de un uso individual acorde con las nuevas
costumbres en la mesa.

Un último tipo cerámico adquiere un valor fundamental a la hora de entender el


contexto cronocultural del conjunto. Nos referimos en concreto a esas piezas de
factura cuidada, de finas paredes rojizas de pastas depuradas entre las que destaca
esa jarrita decorada con acanalados. Los paralelos para este tipo cerámico no
resultan muy directos, aunque sin duda hay que señalar que, tanto por el ligero
espesor de sus paredes como por la finura de su acabado, ha de vincularse con una
serie de recipientes de superficies mayoritariamente engobadas que comienzan a
proliferar en los contextos arqueológicos de época moderna2. En concreto, y

2
La presencia de piezas de similares características está bien atestiguada por ejemplo en varios contextos exhumados en
la ciudad de Valladolid (Moreda, Nanclares y Martín, 1991: 245, 247, 275-282) o de la cercana villa de Toro (Larrén,
1991, 1992)

1616
limitando más el campo de estas semejanzas, hay que destacar la similitud que en
cuanto a concepto, tecnología y rasgos formales generales, presenta con las jarras
exhumadas en el cercano Patio del Siete del Palacio de los condes de Requena, en
la ciudad de Toro, por más que éstas últimas presenten perfiles más estilizados y
complejos, acordes a la posterior cronología que se las supone3. Piezas de estas
características, idénticas pues a las exhumadas en el Patio del Siete, se han
documentado también, recordemos, en el patio de este castillo de Villalonso, en el
nivel de derrumbe que se dispone sobre el pavimento de baldosas de barro
vinculado, si nuestras suposiciones son ciertas, con la reforma efectuada por Diego
de Ulloa tras la Guerra de las Comunidades. Esas jarras del Patio del Siete, de
pastas y engobes rojizos y decoración en forma de líneas bruñidas e incisas, han
sido relacionadas en recientes investigaciones con los denominados “barros de
Toro” (Moratinos y Villanueva, e. p.), mencionados en la documentación al menos
a partir de momentos avanzados del siglo XVI, y a esa tradición tan extendida y
documentada en la España de finales del XVI o ya del XVII, de los ”barros para
beber”, barros en los que se consumía agua, frecuentemente aromatizada y que, en
ocasiones, podían incluso llegar a ser ingeridos en los ambientes más refinados de
la época.

Lógicamente con esta disertación no pretendemos sugerir una cronología tan


avanzada para nuestra jarrita, pero sí creemos que éste ha de ser en marco
interpretativo para su análisis, habiendo de entenderla pues casi como una
primera fase, o más bien como el prólogo, de este nuevo concepto de vaso. En este
sentido parece evidente que, tanto por sus características morfológicas como,
sobre todo, formales, resulta una pieza ya bastante ajena a las tradiciones del
mundo medieval, a pesar de que, curiosamente, presenta el fondo irregular,
claramente “pegado” en un momento posterior al levantamiento del resto de vaso,
en un recurso técnico idéntico al constatado en los vasos bajomedievales
vallisoletanos (Villanueva, 1998: 166). Excluyendo este aspecto, el vaso anuncia
características que estarán perfectamente asentadas ya en contextos de época
moderna, entre los que destaca ese cuidado técnico en su elaboración, que conlleva
no sólo la finura de sus paredes sino también el perfecto regularizado conferido

3
Fueron datadas en su día, de modo un tanto provisional ante la falta de un contexto arqueológico claro, en el siglo XVII
(Larrén, 1992: 72-73). Actualmente, por los datos que van conociéndose en la localidad toresana parece que podrían
abarcar también parte de la centuria anterior.

1617
por el torneado. En este sentido la pieza podría resultar un digno antecesor de las
jarras del Patio del Siete, facturadas pues décadas después siguiendo unas
premisas muy similares.

En definitiva, el ajuar analizado presenta, en su conjunto, unas características muy


precisas que en parte resultan deudoras de los tiempos medievales y en parte
anuncian los nuevos tiempos modernos. A pesar de su escasez sí contamos con
algunos contextos excavados en otros puntos del interior peninsular que resultan
similares al nuestro y que parecen reflejar por lo tanto un ambiente semejante. Se
trata en concreto de los materiales documentados en el silo nº 6 de la vallisoletana
casa de Galdo (Moreda et alii, 1991), de algunos otros procedentes de los también
vallisoletanos alfares del barrio de Santa María (Moreda et alii, 1998; Moratinos y
Villanueva, 2003), de un conjunto de materiales documentados en el relleno del
foso del castillo de Valencia de Don Juan, en la provincia de León (Gutiérrez y
Benéitez, 1997), de los documentados en una serie de vertidos dispuestos de modo
secuencial en un área de vertedero en la ciudad de León, en el centro cultural
Pallarés (Miguel y García, 1993), de los recuperados, en sectores peninsulares más
meridionales, en una reciente intervención efectuada en Buitrago de Lozoya
(Madrid) y en el ex convento de Santa Fe, en Toledo (Presas et alii, 2009) o de las
secuencias publicadas por Portela, obtenidas básicamente de la excavación de un
área de vertedero en Talavera de la Reina (1996: 10-11; 1997: 111-112, 1999: 329-
330). En estos enclaves se ha detectado fundamentalmente la presencia de lozas
blancas, encuadradas de igual manera en momentos algo imprecisos entre finales
del siglo XV y comienzos del XVI, piezas que conviven con producciones de uso
común e incluso en algún caso, como en la vallisoletana Casa de Galdo y en el foso
del castillo de Valencia de Don Juan, con fragmentos correspondientes a
producciones engobadas de fina factura, muy similares a las nuestras.

Resulta claro, a partir de estos hallazgos, a los que viene a contribuir muy
significativamente el ajuar recuperado en el castillo de Villalonso y que aquí hemos
analizado, que los contextos correspondientes a los últimos momentos de la Edad
Media y al comienzo del siglo XVI adquieren, al menos en estos sectores del
interior peninsular, unos rasgos muy precisos, que vienen definidos
fundamentalmente por el gran desarrollo que experimentan las producciones de
cerámica vidriada, sobre todo lozas blancas, que, en lo relativo a las formas
1618
abiertas del servicio de mesa –platos y escudillas fundamentalmente- comienzan a
suplantar a las producciones cerámicas no esmaltadas. Estas piezas, realizadas en
talleres de la zona, como se pone de manifiesto en el caso de Valladolid (Moreda et
alii, 1998; Moratinos y Villanueva, 2003), de Talavera (Moraleda et alii, 1992) o, a
todas luces, a juzgar también por su tradición alfarera, de Toledo, reciben su
influencia de las últimas producciones de lozas polícromas procedentes del área
valenciana y, en un momento algo indeterminado también, de las primeras lozas
renacentistas. Definir claramente en cada caso el carácter de estas perduraciones y
el modo, cauce y tiempos en que se plasman estas influencias renacentistas en el
mundo de los vasos cerámicos se antoja sin duda uno de los retos fundamentales
que la ceramología en particular y la arqueología medieval y moderna en general
tiene planteados en estos momentos.

Por último se hace necesario sin duda intentar concretar algunos datos acerca de
la contextualización de este hallazgo dentro de la historia evolutiva del castillo,
historia esbozada en sus líneas maestras en la introducción de este estudio.

Resulta evidente, a nuestro juicio, que uno de los mayores atractivos de la


investigación arqueológica de épocas históricas avanzadas estriba precisamente en
la posibilidad de contrastar, aunar y articular los datos procedentes de ambos
discursos –histórico y arqueológico- en aras a la redacción de una única narración
que nos acerque del modo más veraz posible a la realidad que intentamos
reconstruir. En el caso del castillo de Villalonso ha sido posible contrastar así
datos documentales, artístico-estilísticos con otros aportados por la lectura de
paramentos y por la propia excavación estratigráfica del subsuelo. En el caso de la
subestructura que nos ocupa –y de su relleno-, la articulación de toda esta
información ha permitido determinar su correspondencia con un momento
antiguo dentro de la evolución de la vida del castillo, momento que ha de resultar
anterior a todas luces, como ya hemos expuesto líneas arriba, a la gran reforma
acometida por Diego de Ulloa en momentos posteriores a la Guerra de las
Comunidades. Lógicamente la pregunta que se plantea -y que, de modo
consciente, no hemos resuelto a lo largo de este artículo- es cuánto más antigua
resulta la estructura del hoyo, o al menos del relleno que la colmata, con respecto a
la reforma que determina su amortización y sellado. ¿Estamos así ante un ajuar
cerámico desestimado en momentos inmediatamente previos a la gran reforma de
1619
Diego de Ulloa tras la Guerra de las Comunidades?, ¿podríamos precisamente
justificar este vertido por el desarrollo de esta importante reforma? ¿O podríamos
sospechar quizás su correspondencia con un momento anterior?, ¿hablaríamos
entonces de los momentos inmediatamente anteriores al impás marcado por la
Guerra de las Comunidades o podríamos sospechar incluso que se remonte a los
tiempos de María de Sarmiento? Muchas preguntas sin duda para las que hoy por
hoy no encontramos respuestas certeras, más aún teniendo en cuenta las
imprecisiones cronológicas en las que, como hemos visto, nos movemos aún con
este tipo de materiales cerámicos. Baste en este sentido, al menos de momento,
con confirmar el dato de que al menos este vertido, y con él lógicamente las piezas
que contiene, ha de encuadrarse en una horquilla cronológica que oscila entre la
última década del siglo XV –no creemos que pueda remontarse mucho más atrás-
y el primer tercio de la siguiente centuria.

1620
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1623
Fig. 1. Localización de Villalonso en Castilla y León y en la zona Oeste de la provincia de
Zamora en su límite con Valladolid.

1624
Fig. 2. Castillo de Villalonso. Ortofoto y planta.

1625
Fig. 3.1. Patio de armas. Crujía Oeste. Suelo de baldosas. Remodelación que cubre la
estructura del hoyo.

Fig. 3.2. Hoyo vertedero.

1626
Fig. 3.3. Estructura del hoyo durante el momento de su excavación. Recipientes
cerámicos.

Fig. 4.1. Ollas de pasta sedimentaria.

1627
Fig. 4.2. Escudillas de pasta sedimentaria.

1628
Fig. 5.1. Piezas de pastas graníticas. Ollas, botella, cazuela, escudilla y jarra.

Fig. 5.2. Anafre u hornillo portátil de pasta granítica.

1629
Fig. 6.1. Platos y escudilla de loza.

1630
Fig. 6.2. Jarrita engobada con decoración estriada.

1631

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