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Lectura Tlactocatzine.

Por: Laura Galindo Muñoz.

Carlos fuentes nos hace espectadores, nos da una entrada sin salida a un palacio sostenido por
cariátides. El tiempo que recae sobre un antiguo palacio habitado por la monarquía, la vida, la
forma humana, el calor que tanto necesita el espacio espectral que compone su atmósfera se
ve alterado bajo una especie de frontera; la ventana con vista hacia el jardín, el tiempo y la
muerte rondando bajo los claros y los oscuros de los espectros de luz que se escapan de un
presente que ya no los contiene.

Hay una ruptura espacio temporal que incide en la realidad circundante, la vejez que sostiene
bajo sus hombros una carga pesada y perenne. La anciana padece la codena de una pérdida
del pasado, no únicamente la de su esposo, la pérdida de un territorio en el que habían
decidido germinar. Como una descendiente del mar, su relación con el agua, la llovizna
continua, el jardín húmedo que recoge el silencio, la condena, una representación de las
Grayas griegas, ancianas descendientes del mar, personificaciones del horror, el terror y la
destrucción; un enfrentamiento con sigo misma, una mujer horrorizada que se destruye y que
muere en el terror para habitar perpetuamente el espacio holográfico, como lo ocurrido en La
Invención de Morel, días que transcurren observando y habitando espacios en compañías
espectrales, cuerpos pasados con presentes inmateriales. La presencia de la anciana mujer que
camina sin poder ver, repitiéndose. La realidad se fragmenta en un espacio en el que
convergen espacios de otros espacios y tiempos que son de otros tiempos .

Los jardines internos, los padecimientos que la acompañan aún en su estado mortuorio, un
interior que es observado desde el exterior por un hombre que gravita sobre el miedo y la
incertidumbre. Dentro de un espacio íntimo y cerrado (La mansión) hay un punto divergente
de otros tiempos, de espacios abiertos; a través de la pintura, de cuadros descolgados que
permanecen como fantasmas, los pasillos de madera y el clima estacional en un país no
estacional. El cuento contiene un aire espeso, una niebla que se despeja y se reagrupa
permitiendo la oscuridad que luego es filtrada por rayos de luz que vivifican lugares
enterrados. Como un cuadro de Guardi todo es brillantemente nublado, como un Caravaggio
contiene la oscuridad y la luz, un ataúd al que ha entrado un rayo de sol.

Al acercarnos a la muerte, al encontrarnos en el féretro mismo, rozamos el desfallecimiento y


el terror, un rostro con una mirada infinita que enmudecida logra comunicar e instaurar el
miedo otorgando una especial sensibilidad, una alerta continua de las posibilidades de lo
ocurrible. La demencia de la emperatriz Carlota condujo un relato psicológico y espectral,
flores que nunca mueren y una condena inquebrantable habitan en la mansión. La educación y
las aficiones de Maximiliano l con el arte me permiten pensar en un narrador que reencarna al
emperador, un hombre culto, sensible y afectuoso de las artes, que vive entre letras y
silencios; una correspondencia permanente y más íntima, en la narración formato diario/carta
los hechos se hacen vividos, la correspondencia que la emperatriz mantenía con su esposo
trasciende en el tiempo y el espacio para ser atendida en la posteridad.

El uso del náhuatl como una manera de mantener vivida la historia de México, una relación
histórico literaria que roza entre el horror y lo fantástico, una vitalización de la realidad.

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