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University of California, Los Angeles

Chapter Title: UN TÉRMINO DE COMPARACIÓN: LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL


RÍO DE LA PLATA
Chapter Author(s): Tulio Halperin Donghi

Book Title: Los intelectuales y el poder en México


Book Subtitle: memorias de la VI Conferencia de Historiadores Mexicanos y
Estadounidenses = Intellectuals and power in Mexico
Book Editor(s): Roderic A. Camp, Charles A. Hale and Josefina Zoraida Vázquez
Published by: Colegio de Mexico; University of California, Los Angeles

Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv513805.10

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7. UN TÉRMINO DE COMPARACIÓN: LIBERALISMO
Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA

TULIO HALPERIN DONGHI


University of California, Berkeley

Cuando se buscan términos de comparación para la experiencia mexicana


que se abre con la Reforma, la de la Argentina postrosista parece ofrecerse
como el más obvio. Ya en 1925 Pedro Henríquez Ureña había evocado (en
"Patria de la Justicia") esos "dos estupendos ensayos para orden en el
caos (... ) el de la Argentina, después de Caseros, bajo la inspiración de
dos adversarios dentro de una sola fe, Sarmiento y Alberdi, como jefes vir-
tuales de aquella falange singular de activos hombres de pensamiento; el de
México con la Reforma, con el grupo de estadistas, legisladores y maestros,
a ratos convertidos en guerreros, que se reunieron bajo la terca fe patriótica
y humana de Juárez" . 1 En efecto, en el resto de Hispanoamérica el resur-
gimiento liberal de mediados de siglo fue menos capaz de volcar en moldes
nuevos a las nuevas naciones que parecían haber nacido viejas.
Sin embargo, desde la perspectiva de 1981, lo primero que la compara-
ción revela es un fuerte contraste: en México la Reforma sigue siendo vista
como uno de los momentos fundacionales del actual orden mexicano, y si
la veneración hacia su recuerdo comienza a ser debilitada quizá más rápida-
mente que el consenso que rodea a ese orden, ello se expresa por el momen- ·
to en una reticencia nueva, más bien que en una condena maciza, y aun ella
parte de figuras individuales y grupos más marginales de lo que gustan de
imaginar en el México de hoy. A través de cambios y cataclismos que no
tuvieron paralelo en la Argentina, el liberalismo, que es el legado de la Re-
forma, fue todavía constituyente esencial de la fe política del general Díaz
y del general Calles, y aun ayer Daniel Cosío Villegas y Jesús Reyes Heroles
buscaron apoyo en esa tradición liberal para salvar, para el proceso mexica-
no, una salida hacia el futuro. Y aun los críticos de esta tradición (que le
reprochan esconder bajo un consenso ideológico de signo innovador un
consenso efectivo cuya orientación es -tanto bajo la tiranía honrada como

1 "Patria de la justicia", en Pedro Henríquez Ureña, Plenitud de América, Buenos Ai-


res, 1957.. pp. 21-22.

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104 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

bajo la revolución institucional- inquebrantablemente conservadora) no


pueden dejar de reconocer, con admiración a ratos horrorizada, su capaci-
dad de marcar con su sello poderoso el curso histórico de una nación cuyo
pasado parecía prepararla tan mal para definir su proyecto de futuro bajo
el signo del liberalismo.
El contraste con la Argentina de hoy no podría ser más extremo. Aquí
el liberalismo sólo conserva la lealtad de una fracción (quizá no la más in-
fluyente) de las que se agolpan en el rincón más conservador del espectro
político. La creación de un consenso de raíz liberal, análogo al mexicano
(ideológicamente innovador pero arraigado en el orden establecido), fue en
este siglo la propuesta perdedora de las izquierdas marxistas, que buscaban
a través de ella ganar un lugar legítimo en el sistema político. Cuando, a
comienzo de la década pasada, pareció vislumbrarse, por un momento, la
posibilidad de un consenso semejante, capaz de integrar bajo su signo los
fragmentos de una sociedad gravemente escindida, la tradición en que bus-
có cobijarse fue cabalmente la opuesta; en 1973, el Buenos Aires que cele-
braba lo que había dado en llamar el fin de la opresión adornaba sus calles
con la efigie infinitamente repetida de Juan Manuel de Rosas.
Esa divergencia diametral en la trayectoria histórica del liberalismo ar-
gentino y el mexicano invita a buscar sus causas en el origen mismo de am-
bas tradiciones, explorando las divergencias de ideas y orientaciones que ya
entonces se dieron entre ambas. Y puesto que el repudio cada vez más abru-
mador de la tradición liberal argentina censura sobre todo la ausencia de
una dimensión nacionalista en su ideología, y la que en México se reconoce
con orgullo como heredera de la Reforma se define como fieramente nacio-
nalista, parece sólo razonable abordar la exploración de este contraste a tra-
vés de ese punto preciso en el legado ideológico de ambas experiencias.
El contraste es aquí muy claro: en México la ola liberal avanza en un
país que bajo la dirección conservadora parece haber perdido la capacidad
y aun -como sugiere la enajenación de La Mesilla en 1853- la voluntad
de defender su patrimonio territorial, y obtiene su victoria final contra una
intervención extranjera convocada como recurso desesperado por un con-
servadurismo en bancarrota política. La posición de los argentinos que van
a ofrecer sustento ideológico a la reconstrucción política que sigue a la caída
de Rosas es, desde el comienzo, muy distinta. Cuando en el curso de la
Guerra de los Pasteles los franceses toman San Juan de Ulúa, Juan María
Gutiérrez escribe a su amigo Juan Bautista Alberdi, destinado a ser quizá
el definidor más riguroso de la ideología de su generación, para expresar su
total acuerdo con la negativa de Alberdi a cualquier solidaridad con la causa
mexicana y americana frente a la agresión europea. 2 Esa fría reacción anti-
cipa ya la actitud que Alberdi y su grupo asumirán frente al conflicto de
Francia con el gobierno de Rosas. No sólo celebran que ese conflicto deten-
ga la consolidación del régimen rosista; se precipitan a entablar a cara des-
2 J .M. Gutiérrez a J.B. Alberdi, Buenos Aires, 14 de febrero de 1839, en Escritos póstu-
mos de J.B. Alberdi, tomo XV, Buenos Aires, 1900, pp. 367.

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 105

cubierta una alianza con el enemigo en tiempo de guerra, que -como seña-
la, no sin razón, uno de los más talentosos reivindicadores póstumos de
Rosas, don Julio Irazusta-3 constituye la definición literal de la traición.
En esto, entonces, los conmilitones australes de Juárez parecen hallarse más
cómodos en la compañía de Gutiérrez de Estrada.
Sin duda, Alberdi va a conservar durante toda su trayectoria el despego
por los motivos ideológicos nacionalistas, pero en este punto ha de separar-
se cada vez más de sus compañeros de generación y sobre todo de los conti-
nuadores inmediatos de éstos -Sarmiento, Mitre- que influyen mucho
más decisivamente en la definición de la fe ideológico-política bajo cuyo sig-
no ha de desenvolverse el proceso argentino luego de la caída de Rosas (Al-
berdi, se recordará, luego de proponer en sus Bases de 1852 un descarnado
programa de gobierno cuyo autoritarismo progresista anticipa en un cuarto
de siglo largo las primeras definiciones en ese sentido, en el México de Díaz
y en la Colombia de la Regeneración, queda marginado de este proceso,
frente al cual se ubica en cada vez más irreconciliable -y aislada- disiden-
cia). En la década de 1860, cuando la amenaza monárquica y europea se
hace sentir en México a través de Francia y en el Pacífico austral por acción
de España, mientras Sarmiento proclama su solidaridad con los agredidos,
en tonos que reiteran los de desafío a la vez americano y republicano que
ha hecho suyos el liberalismo, el entonces presidente Mitre se rehúsa, en
cambio, a cualquier solidaridad, proclamando que la Argentina la mantiene
tan estrecha con Europa como con las repúblicas hermanas.
¿He aquí reiterada la actitud de 1838? No exactamente; ahora la negati-
va a la solidaridad con los agredidos no se apoya en una desvaloración de
los motivos nacionalistas (al cabo, Mitre es fundador y jefe de un partido
al que ha dado ese nombre) sino en la peculiar imagen de la nación a la que
ese nacionalismo proclama su lealtad.
Convendría, en efecto, no exagerar el significado permanente del episo-
dio que colocó a los integrantes de la que se llamaba a sí misma Nueva Ge-
neración, al lado de la intervención francesa. A partir de 1852, esos jóvenes
ya menos jóvenes y sus continuadores, herederos ingratos del combate de
Rosas por imponer internacionalmente el respeto por la frágil soberanía del
estado argentino, van a atesorar celosamente un legado que no reconocen
como tal. Pero al hacerlo separan esa custodia de la personalidad interna-
cional del nuevo estado de cualquier otro aspecto del problema de la nacio-
nalidad y su afirmación, tal como se da para un país desgajado del orden
colonial y español en disolución, cuando se prepara a integrarse en un siste-
ma dominado por las nuevas naciones industriales. También, al establecer
esa separación se muestran fieles al mismo legado; Rosas, desde que al co-
menzar el bloqueo francés de 1838 tomó en sus manos el manejo de las rela-
ciones exteriores, supo combinar la defensa más puntillosa de la soberanía
política con el respeto más escrupuloso de los vínculos económicos con las
mismas metrópolis cuya agresión debía afrontar.
3 Julio Irazusta, Ensayos históricos, Buenos Aires, 1952, pp. 135 y 155.

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106 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

Para esa práctica rosista, heredada por el estado de Buenos Aires surgi-
do en secesión de la Confederación organizada por el vencedor de Rosas,
Urquiza, Sarmiento ofrece en 1857, en un artículo sobre "Los desertores de
marinas de guerra" una sucinta justificación teórica. Sin responsabilidades
de gobierno, puede usar una brusca franqueza que Rosas, por cierto, hubie-
se juzgado imprudente adoptar en declaraciones públicas que tocasen a
Gran Bretaña. El representante británico ha solicitado del gobierno del Es-
tado que le entregue los desertores de los barcos de guerra de su país de esta-
ción en el Plata. Sarmiento aconseja que eso no se haga. "¿Qué es un buque
de guerra", pregunta, "sino un enemigo que viene de amigo?" Por lo tanto
''la deserción nos da cuatrocientos ingleses prisioneros, sin tomarnos la mo-
lestia de cazarlos". En las dos últimas frases, sin embargo, el tono cambia;
"El extranjero", agrega, "."!S un inmigrante, y nosotros protegemos la inmi-
gración". Y, para concluir, "¡Viva John Bull, sin la chaqueta colorada! " 4
Si el desafío destemplado y xenófobo que tanto se había reprochado a Ro-
sas tiene inspirados cultivadores entre sus herederos y adversarios, él se
complementa también en éstos con la aceptación de los datos básicos del or-
den que asegura a los británicos una preeminencia cuya dimensión política
es enérgicamente repudiada, pero a la vez desgajada de los otros aspectos
de una relación compleja y problemática.
Esa aceptación no supone pasivo acatamiento: el proyecto que Sar-
miento propone para la Argentina incluye una doble adaptación creadora:
de la Argentina que debe cambiar su forma para integrarse de modo desven-
tajoso en ese orden, pero también de ese orden mismo, cuyo influjo no
podría tolerarse que se ejerciese de modo irrestricto. Sin duda, en este se-
gundo aspecto Sarmiento no refleja las posiciones de los más de su grupo;
esa disidencia parcial no hace de él un integrante menos legítimo de éste.
Y esto nos lleva al núcleo mismo de la problemática del renacido libera-
lismo de mediados de siglo. Quienes lo definen como una confiada apertura
al centro industrial y capitalista, en el que busca a la vez el interlocutor be-
névolo y el modelo privilegiado para la América antes española, atienden
a sólo una de las vertientes del consenso liberal. El punto de partida de éste
ha de encontrarse, antes que en la apreciación positiva de este interlocutor
y modelo, en la comprobación de la imposibilidad de evitar su avasallador
influjo mediante el aislamiento. Si no todos los liberales coinciden en que
ese influjo sólo aporta beneficios, todos lo consideran inevitable: a su juicio
la historia de la España moderna y la Hispanoamérica colonial prueba
que la tentativa de sustraerse a él sólo condujo a posponer una confronta-
ción inevitable al precio de debilitar al mundo hispánico en la hora de esa
prueba decisiva, que se ha hecho ya impostergable.
Esta imagen más matizada domina las perspectivas del liberalismo me-
xicano: luego de la experiencia de 1848, la noción de que para México las
alternativas son renovarse o m~rir, parece la evidencia misma: para sobrevi-
4 D.F. Sarmiento, "Los desertores de marinas de guerra", El Nacional, 17-lV-1857, en
Obras completas de D.F. Sarmiento, tomo 36, Buenos Aires, 1953.

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 107

vir, México debe nacer de nuevo, como una nación nueva, construida con-
tra su entero pasado, desde luego el español, pero también el prehispánico,
por el cual ese nuevo liberalismo conserva muy poco del afecto nostálgico
que había sido nota distintiva del sentimiento nacional mexicano, tal como
vino elaborándose desde la Ilustración cristiana.
He aquí sin duda por qué la actitud esencial de ese liberalismo es tan
difícil de entender desde las perspectivas de hoy: cualquiera que sea el uso
político del nacionalismo (y ninguna ideología, ningún régimen ha renun-
ciado por Íargo tiempo a contar con su auxilio poderoso) la noción de que
él supone identificación con por lo menos algunos de los rasgos plasmados
en el pasado nacional parece evidente. Un nacionalismo militantemente
hostil a cuanto la nación ha sido y es, transido de admiración por el modelo
que proporciona ese nuevo orden que está poniendo en peligro la existencia
nacional misma, parece -desde la perspectiva del tardío siglo xx- una
tentativa de justificar la rendición incondicional como la más eficaz de las
resistencias.
Pero basta leer a Sarmiento (como a Mariano Otero) para advertir has-
ta qué punto esa interpretación es errada. En 1855, a punto de retornar a
Buenos Aires, Sarmiento echa una última mirada a un Chile cuyos proble-
mas son a su juicio los de Hispanoamérica, y sobre todo los de sus tierras
templadas; lo que ve, lo sume en la mayor alarma: "Los países tropica-
les ... tienen o pueden tener producciones singulares ... Chile tiene, por su
clima templado, que entrar para los excedentes de sus productos, en liza con
la Europa y los Estados Unidos, ya en las producciones agrícolas, ya en las
fabriles". Esa batalla Chile ya no la puede eludir, porque finalmente, tras
de tres siglos de aislamiento colonial, la crisis del orden espafiol lo ha dejado
expuesto a una durísima intemperie. Ahora "el resumen de la civilización
de todos los tiempos y de todos los países, que todos los medios inteligen-
tes de producción, que todas las artes de locomoción, que todas las máqui-
nas de ahorrar trabajo, tiempo y brazos, y todas las energías combinadas
del hombre llegado al mayor grado de desenvolvimiento, han venido a sen-
tarse a nuestro lado, y a establecer sus talleres para producir no sólo lo que
no haría gran mal, sino todo aquello que confeccionábamos mal. Sus se-
menteras de trigo están al lado de las nuestras, para aprovisionar los merca-
dos que nosotros frecuentábamos, lanzando sus clippers en todas direccio-
nes para competir en fletes baratos, en rapidez de travesía con nuestras
naves de alquiler; sus máquinas poderosas vienen a competir con nuestros
brazos prodigados en hacer con ciento, lo mismo que haría uno inteligen-
te ... " 5
Chile, en suma, está perdiendo la batalla. Tiene sin embargo en sus ma-
nos la posibilidad de eludir esa derrota, tomando el camino de la única na-

5 "Influencia de la instrucción primaria en la industria y en el desarrollo general de la


prosperidad nacional. Memoria presentada al Consejo Universitario de Chile sobre esas cues-
tiones'', en Obras completas de D.F. Sarmiento, tomo 22, Buenos Aires, 1950.

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108 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

ción antes colonial que ha aprendido a escapar a su original marginalidad:


los Estados Unidos. Allí los instrumentos de salvación han sido el acceso
a la tierra y la escuela popular. En cuanto al primero, Sarmiento no tiene
ilusiones: en un Chile dominado por sus terratenientes, donde son "tan po-
cos los poseedores de la tierra", ese recurso es ya inasequible. Ello obliga
a insistir en la segunda: gracias a ella, el único capital potencial con que
cuenta Chile, sus hombres, podrá ser arrojado en la puja, porque esos hom-
bres serán templados por el proceso educativo "como el acero de Sheffield,
para convertirlo en instrumentos contundentes, cortantes, punzantes, per-
forantes". La escuela debe en suma ser como en los Estados Unidos, una
"fábrica de productores".
He aquí, en suma, un programa de movilización general para emular
a los Estados Unidos, inspirado en el temor tanto como en la admiración
que despierta el despliegue de energías de un capitalismo en desenfrenada
expansión. Pero esta versión que elocuentemente propone Sarmiento del
credo liberal -muy cercana a algunas de las que se formulan en México-
no es la que ha-de predominar en la Argentina.
Lo impide, en primer-lúgar, la conciencia creciente de una excepcionali-
dad argentina en el cuadro de general flaqueza frente al desafío del capita-
lismo industrial en avance, una conciencia de la que Sarmiento participa
apenas cuando escribe sus consejos de despedida para Chile. Sus compañe-
ros de lucha creen saber por qué: hasta entonces Sarmiento conoce de su
país poco más que su rincón andino, en que la colonia había arraigado po-
derosamente y la transición al nuevo orden se había revelado tan difícil y
decepcionante. Vista desde el litoral, desde Buenos Aires, la Argentina se
revelaba muy distinta. Así la iba a ver también Sarmiento, enseguida de su
radicación definitiva en Buenos Aires, en ese mismo año de 1855. Lo que
descubre lo desconcierta: hace sólo tres años que Buenos Aires dejó de ser
la capital de la tiranía, la ciudad a la que no se había cansado de describir
no sólo paralizada por el terror político, sino condenada al estancamiento
económico y social por un gobernante cerril, y Sarmiento no descubre en
ella huella alguna de ese sombrío y tan reciente pasado. En la plaza central,
durante los festejos del día patrio, no ve a nadie que pueda identificar,
como es demasiado fácil hacerlo en Santiago, como parte de la "chusma,
plebe, rotos"; es imposible reconocer a primera vista la posición social por
la vestimenta. En medio de una vorágine de prosperidad, los inmigrantes
acuden por millares y aun así los salarios no bajan; las clases distinguidas
no han sido deprimidas por la opulencia plebeya, y son ellas mismas muche-
dumbres: las damas porteñas llenan teatros enteros en las ceremonias de la
aristocrática Sociedad de Beneficencia. Sarmier¡to está a punto de alcanzar
conclusiones que lo espantan, por ejemplo, que la tiranía y su afición a las
guerras civiles y externas han hecho más por el progreso de Buenos Aires
que la paz portaliana por el de Chile, cuyos frutos se miden por la presencia
de "cuarenta mil rotos en Santiago". Pero más que esta dudosa conclusión,
que ni a Sarmiento convence, subrayamos otra más general, que para él es
resumen directo de la experiencia que vive Buenos Aires, a saber, "con la

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 109

guerra, la paz, la dislocación, la unión, este país marcha, marchará" .6 Si


para Chile, cuyos problemas reflejan los de la entera América española, la
hora parecía ser una de riesgo mortal, para la feliz Buenos Aires ese riesgo
sencillamente no existe.
Cuando Sarmiento formula esta conclusión está acaso influido, a la vez
que por su experiencia directa de recién llegado a una ciudad y una provin-
cia que viven en efecto una hora de afiebrada prosperidad, por toda una
manera de ver la problemática local elaborada por quienes dirigen la expe-
riencia política del Estado de Buenos Aires, y en primer lugar por Mitre.
También para Mitre la experiencia del reencuentro con Buenos Aires había
sido decisiva, pero de modo distinto que para Sarmiento. En febrero de
1852, Rosas había sido derrocado por Urquiza, gobernador primero adicto
y luego disidente de Entre Ríos; junto con Rosas, ha caído la hegemonía
de Buenos Aires sobre las provincias argentinas, que han de intentar de nue-
vo la restauración del estado central bajo la égida de su vencedor entrerria-
no. En junio, la legislatura elegida en Buenos Aires bajo esa misma égida
rechaza el pacto interprovincial que consagra esa solución: Mitre es el pro-
tagonista de la jornada, en que la ciudad entera se detiene para escuchar la
elocuencia del "joven héroe porteño" que, junto con otros heroicos jóve-
nes, se presenta como el auténtico libertador de una provincia que no debe
en verdad nada a Urquiza. Éste disuelve la díscola legislatura, pero en sep-
tiembre es la entera provincia la que se levanta: en noviembre, tras de la es-
cisión en las filas porteñas, emerge vencedor el grupo que ha identificado
la causa liberal con la provincial: mientras las trece provincias interiores se
dan la constitución de 1853, e intentan hacer funcionar un estado central
irremediablemente frágil, Buenos Aires se constituye exitosamente en esta-
do separado. Esa experiencia exaltante contribuye a dar un tono peculiar
al liberalismo que se impone en Buenos Aires; si en el resto de Hispanoamé-
rica es una convocatoria a abrir el camino hacia el futuro, negando todo
el pasado y luchando sobre todo contrá el poderoso influjo de éste sobre
la sociedad, en Buenos Aires el liberalismo quiere ser la expresión política
de esa sociedad misma, y edificarse no contra su pasado, sino a partir de
éste. Un pasado desde luego fuertemente estilizado, sobre todo en sus eta-
pas más recientes: Buenos Aires, que bajo la jefatura de Rosas ha dominado
(cuando fue necesario, mediante la conquista militar) a las provincias inte-
riores, es presentada ahora como la más perseguida víctima y la más tenaz
enemiga de la tiranía resista. En ella, Rosas sólo contó con apoyos pasivos
inspirados por el terror, hasta que una suprema convulsión de las reservas
morales y políticas de la provincia condujo a su liberación. Así devuelta por
su propio esfuerzo al curso normal de su avance histórico, Buenos Aires
debe retomar su papel de escuela política para la nación entera, tal como
lo desempeñó bajo la inspiración de Rivadavia: su superioridad política,

6 D.F. Sarmiento a M. de Sarratea, Buenos Aires, 29-V-1855, en Obras completas de


D.F. Sarmiento, tomo 24, Buenos Aires, 1951.

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culturál y económica le devolverá una hegemonía que no necesitará ya de


la violencia para imponerse.
Si la trivialización de la experiencia rosista es poco convincente (acaso
no lo era del todo para quienes la proponían y se negaban a toda discusión
razonable sobre el punto), la identificación apasionada con la experiencia
histórica de Buenos Aires, considerada globalmente, y con la sociedad que
esa experiencia había conformado, no podía en cambio se.r más sincera.
¿Cómo podría en efecto no serlo? He aquí a Mitre, todavía en 1851 expulsa-
do de Chile a Lima por su liberalismo extremo, para Alberdi un "pobre ni-
ño" que cree aún en utopismos socializantes. Al año siguiente es no sólo
el ídolo de la juventud porteña, destinataria de su rebosante oratoria giron-
dina, sino el jefe en cuyas manos colocan las clases propietarias de Buenos
Aires la defensa de sus intereses políticos en esa hora decisiva. ¿Cómo po-
dría no encontrar admirablemente certeros los instintos políticos de una so-
ciedad que tan rendidamente se le entrega? Y esa sociedad no cuenta con
ninguna experienci'a política inmediata que la haya preparado para elegir
con tanto discernimiento, y unir irrevocablemente su causa a la causa libe-
ral; a cambio de ella un saber instintivo, elaborado secretamente a lo largo
de su entera historia, es el que la ha preparado a lo largo de siglos para hacer
esa elección.
Nace aquí una imagen del pasado de Buenos Aires -con el que tenderá
a identificarse cada vez más el de la entera Argentina- que la escuela preco-
nizada por Sarmiento va a grabar de modo indeleble en la conciencia popu-
lar. Él se abre con una etapa semimítica dominada por unas cuantas figuras
fundacionales caracterizadas por una tosca y huera monumentalidad; a ella
sigue un largo trecho vacío hasta que los dos primeros virreyes del Río de
la Plata inauguran de modo algo incongruente la serie -a partir de enton-
ces continua- de los padres de la patria. Esta imagen simplifica brutalmen-
te, pero no traiciona, una visión histórica mucho más compleja y sutil, que
encuentra su expresión más madura precisamente en las grandes obras his-
toriográficas de Mitre. En el pasado de la Argentina, visto desde una pers-
pectiva en Buenos Aires y el Litoral, la larga etapa de conquista y coloniza-
ción, en que sólo algunos centros en el desierto aseguraron la ruta fluvial
y terrestre que comunicaba el Atlántico español y el macizo peruano, ha de-
jado un casi imperceptible legado, que apenas pesa en comparación con la
herencia de la etapa borbónica de reformismo ilustrado, bajo cuyo signo
Buenos Aires pasó de aldea miserable a capital virreinal, y el Litoral de la
cacería de ganado salvaje a la estancia de rodeo. La condena de la tradición
colonial hispánica podía ser tan enérgica como en otras versiones del libera-
lismo hispanoamericano: ella no imponía revulsión alguna contra la expe-
riencia porteña y litoral durante la colonia, que por el contrario, lograba
-con un mínimo· esfuerzo de estilización- ser presentada como una tradi-
ción anticolonial: su primera pianifestación fue el contrabando, guerrilla
avanzada del futuro orden económico liberal, cuyos héroes ignorados resca-
tan las primeras etapas de la historia rioplatense; su segunda se desplegó a
través del esfuerzo honrado por colaborar con la monarquía reformadora

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 111

en la definición de un nuevo orden colonial que no fuese expoliador, que


llevó al descubrimiento de que todo orden colonial es, por su naturaleza
misma, expoliador.
De ese descubrimiento, a través del cual es una entera sociedad la que,
a través de sus hijos más esclarecidos, alcanza plena conciencia de sí y de
su acrecido vigor, surge la revolución emancipadora. Gracias a ella la socie-
dad rioplatense puede definir con precisión mayor una vocación histórica
que desde su origen mismo había sido la suya, y lo hace precisamente que-
brando ese orden colonial, coraza cada vez más asfixiante para un organis-
mo en constante crecimiento.
Así pasado y presente vienen a justificarse recíprocamente, y frente a
uno y otro la conciencia liberal, en la versión que de ella está madurando
en Buenos Aires, no se impone ninguna toma de distancia: su asentamiento
no podría ser más efusivo, y expresarse en tono más desenfrenadamente ce-
lebratorio. Es esa identificación, apasionada con una nación que nació libe-
ral y cuyo futuro es también liberal (aunque su presente todavía no lo es del
todo), lo que da sentido al nacionalismo de Mitre, un nacionalismo que
-precisamente porque está definido en estos términos- puede hallar
expresión en la solidaridad con las naciones hispanoamericanas víctimas de
la agresión europea.
Ese nacionalismo se reconcilia sin dificultades, en efecto, a la vez que
con el pasado de la nación, con el lugar de ésta en el mundo, del cual propo-
ne una imagen menos alarmada que la que había dibujado Sarmiento desde
Chile. Hija de la conquista y la reforma borbónica, la Argentina moldeada
sobre Buenos Aires sólo reconoce vínculos históricos con esa Europa que
la ha creado. Ante la rebelión de los cipayos en la India británica, M~tre se
indigna de que haya "quienes hagan votos por la destrucción del imperio
británico en la India. Éste es un voto bárbaro y antisocial, como si en nues-
tra guerra con los pampas hubiese alguno que deseara el triunfo de Calfucu-
rá sobre los defensores de la civilización y el cristianismo". Nótese que, sin
embargo, Mitre no encuentra nada que admirar en el dominio inglés sobre
la India: "no se puede sojuzgar a los pueblos por la fuerza", y si Inglaterra
no enmienda, sufrirá el destino de "las naciones que se engrandecen por
conquista que están condenadas a una decadencia fatal" y además justicie-
ra, ya que "las injusticias y las crueldades tarde o temprano encuentran sus
vengadores". Pero, pese a cualquier condena política y moral, la solidari-
dad con aquellos cuya acción predatoria y opresiva ha sido denunciada se
mantiene; al cabo, la expansión inglesa sobre la India es otro aspecto del
mismo proceso que ha creado a orillas del Plata mediante otros actos de
conquista, una nación cristiana en su origen y liberal en su vocación históri-
ca. Mitre espera escapar de ese odioso dilema cuando a la colonización suce-
da la descolonización y la India resurja, independiente y a la vez "más civili-
zada, heredera de las tradiciones del pueblo inglés ... nuevo astro en el
horizonte de la civilización". 7 Para lectores de hoy, que pueden hallar aun
7 Bartolomé Mitre, "Los ingleses en la India", en Los Debates, 22-X-1857.

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112 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

más insoportable que esta prosa infatigablemente elocuente, el mensaje que


ella transmite, éste es el resultado de una falsa conci~ncia, que vela a los
ojos de Mitre los datos básicos de la realidad argentina de 1850. Pero la
imagen que Mitre propone no habría alcanzado la fuerza persuasiva que
ejerció aun sobre sus adversarios políticos, si no partiera de una de las lectu-
ras posibles de esa realidad en torno: cuando Mitre invoca la analogía de
la guerra contra el indio sabe muy bien que no sólo evoca un dato de esa
realidad, sino convoca en apoyo de su argumento el consenso que siglos de
esa experiencia guerrera han creado en Buenos Aires, en torno a la irrecon-
ciliabilidad entre la presencia indígena y todo lo que a juicio de la Argentina
litoral hace valioso el esfuerzo de arraigo de una sociedad hija de Europa
a orillas del Plata.
La dimensión económica del vínculo con la Europa madre y guía, es
también menos problemática de lo que había parecido a Sarmiento. Si para
éste la hora había parecido de extremo peligro, y la salvación dependía de
la aplicación de audaces y radicales reformas, para Mitre la experiencia his-
tórica argentina (que sigue identificando, implícita pero inequívocamente,
con la de Buenos Aires y el Litoral) ha mostrado -también desde su origen
mismo- una prodigiosa capacidad de adoptar a cada instante la alternativa
más adecuada. Esta imagen del desarrollo económico argentino es ofrecida
por Mitre en polémica no declarada con Sarmiento en el discurso que como
presidente saliente pronuncia en 1868 en Chivilcoy, donde unas semanas an-
tes Sarmiento, presidente electo, ha ofrecido un programa de rápida distri-
bución de la tierra para crear una nueva sociedad rural dominada por gran-
jeros independientes.
Hablando para los agricultores de uno de los pocos centros cerealeros
de la provincia, que en la década anterior ganaron la propiedad de las
tierras que habían antes cultivado como arrendatarios, gracias a una cam-
paña en que habían contado con el apoyo de ambos futuros presidentes, Mi-
tre se eleva contra la noción de que para entrar de lleno en el camino de la
civilización, Buenos Aires y la Argentina deben dejar atrás la etapa ganade-
ra; de que el predominio pastoril es una suerte de mácula originaria de la
experiencia histórica rioplatense que un esfuerzo supremo debe cancelar. Lo
que "los sabios", para quienes "todos somos bárbaros en esta tierra", no
son capaces de descubrir es lo que sabe demasiado bien "la sabiduría colec-
tiva del pueblo, la ciencia práctica de los humildes", que en el pasado "la
ocupación del territorio y la apropiación de la tierra", esas dos "grandes
conquistas de la civilización", fueron posibles, no gracias a "planes
metódicos e ideas preconcebidas", sino a "la necesidad de expansión y el
instinto salvador de las necesidades sociales( ... ) con el auxilio de las vacas
y los caballos que ocuparon el desierto y lo poblaron como Dios los ayuda-
ba". Para decirlo en términos que no pertenecen ya al lenguaje de los hu-
mildes, "esta vasta extensión de territorio poblada por un escaso número
de habitantes, teniendo a su servicio medios de producción tan abundantes
y tan baratos, es lo que constituye nuestra superioridad". Y la lección del
pasado es todavía válida para el presente: los "plagiarios" de la "ciencia

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 113

europea" que declaran que el ganado es enemigo de la civilización son inca-


paces de ver que es a los ganados, "a esa ocupación que con ellos hemos
hecho de nuestro suelo, a lo que debemos que la provincia de Buenos Aires
con cuatrocientos mil habitantes produzca casi tanto y consuma más que la
república de Chile con un millón seiscientos mil habitantes, no obstante que
Chile es un país esencialmente agricultor y tenga riquísimas minas de pla-
ta". 8 He aquí un nacionalismo que no rehúsa expresarse en términos anti-
intelectualistas e implícitamente xenófobos; lo que con ellos defiende es ese
aspecto esencial de la realidad argentina, constitutivo de ella desde su ori~
gen, que es su dependencia de la economía atlántica, cuyo ritmo de expan-
sión hace posible la de la nacionalidad constituida a orillas del Plata. Por-
que en efecto ¿qué ha descubierto el instinto seguro de los humildes frente
a la arrogante ceguera de los sabios? El modo de utilizar las ventajas com-
parativas de la Argentina litoral en el marco de una creciente división inter-
nacional del trabajo.
De nuevo, para defender su tesis, Mitre acude antes que a convicciones
ideológicas que supone compartidas por su público, a la experiencia inme-
diata de éste. Y de nuevo esas tesis reúnen un consenso muy vasto. Oigamos
a José Hernández, el más tenaz, si no el más afortunado, de los enemigos
políticos de Mitre, en sus Instrucciones del estanciero, de 188L Para él la
noción de que en la marcha ascendente de la civilización las sociedades de-
ben pasar de la etapa pastoril a la agrícola ha sido superada precisamente
por los avances de la civilización, que han hecho del pastoreo una industria
potencialmente tan adelantada como la agricultura, y al unificar al entero
planeta en una tupida red de vínculos comerciales, han hecho posible a cada
región alcanzar la más extrema especialización, dictada por sus ventajas
comparativas. El resultado es que "América es para Europa la colonia ru-
ral". Un resultado que -nos asegura el poeta de Martín Fierro- no tiene
nada de alarmante, ya que, a la vez, "Europa es para América la colonia
fabril" y la relación se le aparece como estrictamente simétrica.
Y de nuevo sería erróneo ver en esta imagen de la Argentina una suerte
de delirio colectivo que obstruye la visión de una realidad a la que minucio-
samente contradice; Hay en esa realidad elementos que esa visión recoge y
le confieren para muchos la fuerza de la evidencia. ¿Es decir que en la Ar-
gentina el liberalismo de mediados del ochocientos, esa relación ante la fra-
gilidad, la marginalidad, la indefensión hispanoamericanas, sufre una mu-
tación profunda porque en efecto esa feliz Argentina ocupa el lugar más
envidiable en el mejor de los mundos posibles? Suponerlo sería simplificar
en exceso las raíces, una actitud que respondía a motivacione§ más comple-
jas. Al cabo, esa lectura de la experiencia directa era sin duda posible, por-
que recogía algunos de los datos de esa experiencia: estaba lejos de ser la
única posible: sólo cinco añ.os después de que Mitre ofrece esa imagen positi-

8 Bartolomé Mitre, "Discurso de Chivilcoy, pronunciado el 25 de octubre de 1868 en el


banquete popular que le ofreció el pueblo de Chivilcoy con motivo de la feliz terminación de
su presidencia constitucional", en Arengas, Buenos Aires, 1889.

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114 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

va de la campai\a de Buenos Aires, José Manuel Estrada, invocando también


él la experiencia directa de sus lectores, propone en cambio una sistemática-
mente tétrica. Y aun quienes aceptan globalmente esa imagen positiva cono-
cen demasiado bien elementos de realidad difícilmente asimilables a ella: es
sigriificativo que Hernández, el 'convencido defensor de las ventajas de la
ganadería tecnológicamente modernizada, viva en la memoria colectiva
como el cantor de las desdichas sufridas por Martín Fierro a lo largo de ese
proceso (aunque no -por lo menos en la perspectiva del poeta- como con-
secuencia de él).
La disposición a reconciliarse con la historia pasada y la realidad social
presente, se relaciona quizá con otra diferencia entre los primeros definido-
res del orden postrosista y los ideólogos del liberalismo que renace desde
México hasta Chile: los argentinos son ya en 1848 un grupo joven en años,
pero veterano en experiencias. El despertar de su conciencia política no se
dio bajo el estímulo de las vastas esperanzas cuarentayochescas, sino de las
tanto más modestas que siguieron a la revolución de 1830; desde el comien-
zo mismo su disposición a proyectar sus propuestas políticas sobre un hori-
zonte de cambios revolucionarios, se equilibró con la apertura a soluciones
menos radicales. A ese punto de partida bajo un más ambiguo signo ideoló-
gico siguió una rica experiencia política que les ofreció duras lecciones sobre
su capacidad para transformar la realidad argentina contando sobre todo
con su superioridad intelectual e ideológica; en los ai\os inmediatamente an-
teriores a 1848 se han reconciliado ya con la idea de que la superación de
la etapa rosista deberá ser impuesta por nuevas fuerzas socioeconómicas
que han madurado en la paz de Rosas; en 1847, Juan Bautista Alberdi, des-
de su destierro chileno, invitaba al mismo Rosas (con inmen.so escándalo de
los demás desterrados) a dirigir esa nueva transformación; dos años antes,
sin escándalo de nadie, Sarmiento concluía su Facundo con una tercera par-
te que cprregía las brutales dicotomías de las dos primeras: una nueva Ar-
gentina estaba ya naciendo, lista a reconciliarse consigo misma en la bús-
queda de la prosperidad y el progreso, y en ella han de integrarse aun los
agentes. del terror oficioso de Rosas, en los cuales se ocultan -Sarmiento
cree saberlo- "virtudes, que deberán un día recompensarse".
En 1848 la revolución que para el resto de Hispanoamérica aparece
como un relámpago en cielo sereno~ y crea de inmediato expectativas fabri-
les, sólo logra distraerlos por un instante de su costosamente adquirido rea-
lismo político: sin duda Echeverría -iniciador ya marginado del grupo-
saluda en ella la apertura de la era palingenésica que traerá la redención del
proletariado, sin duda Mitre se exhibe por unos días con escarapela roja,
y Alberdi, los de éste por la réplica de Sarmiento, que le niega autoridad
para dudar de la irreprochable moderación política de aquél.
Esta adaptación que juzga necesaria el clima europeo de reflujo con-
trarrevolucionario puede conducir a la renuncia lisa y llana a cualquier aspi-
ración políticamente liberal. Es la conclusión que alcanza Alberdi, cuyas
Bases planean una monarquía con máscara institucional, republicana, desti-
nada a disciplinar -más que a las clases populares, a las que considera edu-

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 115

cadas para siempre por Rosas en la necesaria obediencia- a las élites, cuya
vocación por la discordia ha hecho tanto dañ.o en el pasado. Este proyecto
supone, si no el ocaso final de la política como actividad separada (pues
para Alberdi el esquema institucional que preconiza debe encuadrar una
etapa transicional, en que la Argentina creará las bases socioeconómicas de
una nación moderna; una vez cerrada ésta, la república posible, que es una
falsa república, podrá finalmente ser reemplazada por la república verdade-
ra), sí por lo menos un largo eclipse de la política, y junto con ella de la clase
política, de esos "abogados que sólo saben escribir libros", que deben ceder
el paso a quienes controlan los recursos materiales y militares del país, re-
presentados admirablemente por Urquiza, primer hacendado y primera lan"
za de Entre Ríos.
Quienes dirigirán la experiencia de Buenos Aires, y a partir de 1861 to-
marán a su cargo la organización de la Argentina finalmente unificada, no
aceptan ni el diagnóstico ni el programa de Alberdi. Su vocación política,
menos combatida que en Alberdi por otras, los prepara desde luego mal
para la automarginación que sería la consecuencia lógica del planteo alber-
diano. Pero sobre todo, dudan de que ese planteo parta de una lectura justa
de la realidad argentina, tal como emerge a la caída de Rosas, y luego de
su fulgurante éxito en Buenos Aires, en los diez meses que siguen a esa
caída, ya ni siquiera dudan: saben que ella es equivocada. De nuevo la que
prefieren está inesperadamente cercana a la que había guiado la acción polí-
tica de Rosas.
Para éste, el problema argentino surge del hecho de que la sociedad ar-
gentina nació democrática y nunca podrá dejar de serlo. Por ello el imitaris-
mo, solución política sin duda preferible a la federal, no tiene aquí futuro,
ya que un gobierno centralizado requiere una aristocracia, como la que Chi-
le tiene la fortuna de poseer, pero que falta en la Argentina. Aceptar el fede-
ralismo no es el único sacrificio que Rosas hace a una realidad que no le
agrada, pero que juzga inmodificable: ese contexto democrático encierra un
peligro mortal para el orden social, en cuanto abre, en la eterna guerra entre
los que tienen y los que no tienen, la posibilidad de una victoria para los
segundos. El esfuerzo del político debe ser captar esa fuerza popular que
la democracia desencadena y volcarla hacia objetivos menos peligrosos: el
propio Rosas ha tomado a su cargo esa tarea, mediante la creación de una
fe política colectiva -la federal- que satisface las aspiraciones igualitarias
de las masas tutelando a la vez los intereses de las clases propietarias. 9
Para Rosas, entonces, la democracia es el problema, y su control en el
marco de un régimen a la vez popular y autoritario, en manos de un jefe
que gana la lealtad de las clases populares pero a la vez la conserva in-
quebrantable a las propietarias, es la única solución que le parece viable ..

9 Confidencias de Rosas a Santiago Vázquez, agente del gobierno uruguayo en Buenos


Aires, en Julio lrazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su corresponden-
cia, l, Buenos Aires, 1953, p. 197.

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116 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

Ella no será desde luego la que propondrán sus sucesores en el gobierno de


Buenos Aires, que comparten con Rosas el diagnóstico pero no el remedio.
Si para ellos también la democracia es el problema, el liberalismo es en cam-
bio la solución. También en su definición estrictamente política, entonces,
el liberalismo que se impone en Buenos Aires a la espera de expandir su in-
flujo sobre la entera Argentina se diferencía profundamente del que emerge
en el resto de Hispanoamérica. Fuera de la Argentina ese liberalismo afron-
ta una interna tensión entre el motivo reformador, que postula un poder po-
lítico capaz de imponer transformaciones que se sabe afrontarán fuertes re-
sistencias, y la lealtad al esquema institucional del constitucionalismo
liberal, que busca limitar el poder del estado para quitar ocasión a su ejerci-
cio arbitrario: en México triunfa el primer motivo, en Colombia (por ejem-
plo, en la reacción contra la dictadura de Melo), o en Chile durante etapas
más prolongadas, el liberalismo más ortodoxo halla posible reconciliarse
con fuerzas conservadoras bajo el signo de ese institucionalismo decidido
a encerrar la acción del estado dentro de límites estrechos.
En Buenos Aires la integración de ambos motivos parece menos ardua:
el estado no debe vencer la inercia de una sociedad apegada al pasado, sino
hacerse instrumento de una que ha nacido abierta hacia el futuro. El institu-
cionalismo liberal tiene aquí por función principal abrir cauces, pero tam-
bién poner diques, a la vocación democrática que marca toda la experiencia
histórica argentina. Se crea así, entre democracia y liberalismo, una relación
a la vez íntima y ambigua. El clima posrevolucionario e implícita o explíci-
tamente contrarrevolucionario que se consolida a partir de 1849 en Europa,
sin duda influye en esa versión del liberalismo que va a afirmarse en el Pla-
ta. Influido por ese clima, ya en 1849 -antes entonces de su retorno de Chi-
le- Sarmiento proclama en Educación popular que la revolución apenas
dejada atrás ha dejado un resultado irreversible: ha hecho de la soberanía
popular la base efectiva del poder, y que ese resultado está lejos de ser una
bendición sin mezcla, ya que introduce una amenaza permanente contra el
orden social. En ese contexto nuevo, Sarmiento puede ofrecer como argu-
mento decisivo en favor de la educación popular la eficacia que le asigna
como instrumento de control social.
Ese mismo clima de ideas ofrece el trasfondo a las definiciones que Mi-
tre propone para el Partido de la Libertad, que ha surgido para guiar prime-
ro a Buenos Aires y luego al país por el camino del progreso ordenado y
la institucionalización de la democracia. El Partido de la Libertad acoge las
aspiraciones legítimas de todos los sectores sociales, entre ellos las clases
propietarias: su proyecto incorpora entonces todas las "ideas conservado-
ras de buena ley": 10 el liberalismo es desde luego el único conservadurismo
posible en una sociedad que nació liberal, aunque hasta casi la víspera no
sabía que lo era. Ese liberalismo, que no tiene enemigos a la derecha, quiere
en cambio tenerlos a su izquierda: son -asegura Mitre a lectores dispuestos
de antemano a creer lo peor acerca de la confederación urquicista- esos
IO Bartolomé Mitre, "Ideas conservadoras de buena ley", en Los Debates, 24-Vll-1857.

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LIBERALISMO Y NACIONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 117

"radicales" tan escuchados en Paraná, la improvisada capital de las provin-


cias interiores.
Pero sería erróneo ver en esa definición escrupulosamente moderada
del liberalismo sólo el resultado de consideraciones oportunistas. La com-
pleja relación entre el liberalismo y una democracia, a la que a la vez hace
posible y lima de sus aristas más peligrosas, viene a resolver la ambigüedad
de actitudes que desde las primeras etapas de su trayectoria, en 1838, la Jo-
ven Generación mantuvo hacia la democracia. Ésta era una de las "palabras
simbólicas" proclamadas por Echeverría en el Dogma socialista, pero allí
mismo la doctrina de la soberanía popular era rechazada en favor de la so-
beranía de la razón (la fórmula, tomada de Víctor Cousin, en su origen mis-
mo se propone limitar el sentido democrático de las innovaciones liberales
propugnadas), y de nuevo en 1847 -unos meses antes de sus efusiones so-
bre el fin de la sociedad de clases -el mismo Echeverría señ.alaba entre los
errores más graves del partido unitario haber dado "el sufragio y la lanza
al proletario"; en 1845, en Facundo, Sarmiento había por su parte señ.ala-
do, entre las causas que habían encerrado a la Argentina en el sangriento
laberinto de las guerras civiles, los avances de la idea de igualdad, que des-
cendió durante la movilización política y militar revolucionaria hasta las ca-
pas inferiores de la sociedad.
Ahora el liberalismo de Mitre legitima y a la vez mediatiza ese motivo
democrático; esa solución que domina su proyecto político domina también
la visión de la historia nacional que encontrara expresión en su más alta
obra historiográfica, la Historia de Be/grano. El derrumbe del estado cen-
tral en 1820, cuando ha cumplido ya lo esencial de su tarea apoyando la li-
beración de Chile y alejando todo peligro real de contraofensiva realista, ese
derrumbe que lo ve caer bajo los golpes de los caudillos litorales todavía lea-
les a Artigas, no es -como quiere la tradición localista que inspira al gran
rival de Mitre en historia, Vicente Fidel López- una catástrofe irreparable:
es la culminación del proceso revolucionario, es el coronamiento de la revo-
lución política por la revolución social, que hace irreversible el triunfo de
la democracia, marco infranqueable para todas las experiencias políticas
posteriores.
Pero esa democracia es "inorgánica", encuentra expresión en la anar-
quía o en un despotismo en que la voluntad colectiva de las masas sólo actúa
a través del arbitrio del caudillo en el cual se reconoce. Organizar la demo-
cracia, en un marco institucional a la altura de los tiempos, es la tarea de
la Argentina posrosista, bajo la guía del Partido de la Libertad.
Es sabido que las cosas no se desenvolvieron de ese modo, que el Parti-
do de la Libertad sólo sobrevivió pocos años a la desafortunada victoria que
en 1861 puso en sus manos la entera Argentina; dividido contra sí mismo,
sus fragmentos se abrieron hospitalariamente a quienes guardaban aún leal-
tad retrospectiva al pasado federal. Pero la honda impopularidad que en la
Argentina actual afronta la tradición ideológica vigorosamente definida en
el Buenos Aires posrosista se debe, sin duda, menos a su incapacidad de pre-
sidir la constitución de un partido político perdurable que al éxito que en

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118 INTELECTUALES, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XIX

otros aspectos iba a coronar a su proyecto político. Menos dispuesto a una


apertura efusiva a motivos democráticos que el mexicano, el colombiano,
1 venezolano o aun el chileno, el liberalismo argentino cumplió acaso de-
el
masiado bien su tan poco entusiasta promesa democrática: no fue en Méxi-
co, ni en Colombia, ni en Venezuela, ni aun en Chile, sino en la Argentina
donde el orden liberal minuciosamente institucionalizado para evitar des-
bordes de las fuerzas populares abrió en sólo cuatro años (1912-1916) el ca-
mino a la victoria política de una oposición que denunciaba el carácter oli-
gárquico del alineamiento político dominante, y pudo conquistar desde
fuera el estado, usando como arma el sufragio universal.
Detrás de esa trayectoria divergente está de nuevo la de una sociedad
más móvil y dinámica que aquellas para las cuales el liberalismo fue pro-
puesto en el resto de Hispanoamérica. Esa sociedad, a la que el éxito mismo
del programa liberal transformaba hasta hacerla irreconocible, mientras era
mantenida bajo la tutela de los grupos políticos que desde el comienzo ha-
bían presidido esa experiencia, no era el marco adecuado para la ampliación
armoniosa de las bases populares del estado, que Alberdi, Sarmiento y Mi-
tre habían proyectado como horizonte final de la etapa política inaugurada
con la caída de Rosas.
La distancia entre esa sociedad y sus dirigentes hizo imposible esa solu-
ción de armonía; se dio en cambio un remplazo inesperadamente rápido
y completo del personal dirigente, que agravaba el impacto del cambio de
estilo político impuesto por esa ampliación de la base. Y como consecuencia
de él, la experiencia democrática inaugurada en 1916 estuvo marcada, hasta
su derrocamiento en 1930, por la terca negativa de los grupos políticos que
habían dominado hasta entonces a reconocer como legítimos a gobiernos
cuyo origen se adecuaba sin embargo ahora mejor al ordenamiento institu-
cional creado luego de la caída de.Rosas, y por la reticencia y provisionali-
dad del reconocimiento que a esa nueva legitimidad de veras democrática
otorgaban las clases propietarias, pese a que en sus relaciones con éstas esos
gobiernos más populares apenas habían innovado sobre sus predecesores.
El desenlace catastrófico de esa experiencia, y la imposición a partir de 1930
de una re~tauración'conservadora por voluntad del ejército, parecía mostrar
que -si las fuerzas populares tenían en el sufragio su arma política más efi-
caz- para poder usarla y más aún }>ara legitimar los resultados de la victo-
ria obtenida, les era preciso contar con apoyos y alianzas de otras- fuerzas
sociales y de grupos cuya fuerza derivaba de la del Estado.
Para justificar esas nuevas alianzas el lenguaje del institucionalismo li-
beral ya no era utilizable: la siguiente experiencia política de base .popular
-la peronista- aunque siguió empleando como arma decisiva en la lucha
política la heredada del arsenal liberal-institucional (la victoria en elecciones
de sufragio universal, secreto y obligatorio, con votos honradamente conta-
dos) no podía identificarse ya con esa tradición, y prefirió en parte retomar
del pasado caudillesco, y en parte quizá mayor volver a inventar un estilo
de democracia a la vez plebiscitario y autoritario que aseguraba la constante
preeminencia de un líder que llegó a serlo entre otras cosas porque ofrecía

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LIBERALISMO Y NAC,IONALISMO EN EL RÍO DE LA PLATA 119

el nexo entre el antiguo estado y las bases populares del nuevo movimiento.
Para entonces el institucionalismo liberal había decepcionado tanto a
los grupos que había esperado conservar su predominio político en un mar-
co democratizado como a las fuerzas populares, que nunca habían dejado
de percibir la íntima frialdad con que ese institucionalismo liberal les conce-
día un lugar legítimo, pero cuidadosamente medido, en la vida política, y
habían podido descubrir por[~ñadidura que el orden liberal-institucional no
les daba modo de legitimar sólidamente la posición hegemónica que habían
venido a ganar demasiado rlipidamente en esa vida política.
Se comprende entonces qiejor por qué en 1973 la figura de Juan Manuel
de Rosas constituía la referepcia histórica preferida de quienes festejaban
el fin de la opresión (debido luna vez más a la victoria que acababan de al-
canzar en una ocasión electQral preparada para ellos por sus opresores).
Pero el fracaso de la segunda experiencia peronista iba a confirmar lo que
el de la primera hubiese debido quizá sugerir a quienes incautamente feste-
jaban esa victoria: que tampoco la adopción del tono, el estilo, los supues-
tos ideológicos de la democracia autoritaria y plebiscitaria era capaz de
crear dentro de la sociedad argentina un consenso suficientemente amplio
para hacer viable el gobierno de las mayorías electorales.
¿Por qué? Acaso es aquí otra dimensión del éxito del programa renova-
dor de la Argentina posrosista el que hace sentir su peso negativo. En 1855
Sarmiento se había regocijado de que le fuese imposible reconocer por la
vestimenta la posición social de quienes en Buenos Aires festejaban el día
patrio; veía en ello el anticipo de una sociedad en que las barreras de clase
contarían menos que en el resto de Hispanoamérica. Lo que antici15aba más
bien, en una sociedad en que el peso de más antiguas divisiones de casta y
estamento era en efecto más ligero, era la definición precozmente madura
de una sociedad de clases. Ella iba a dar una acuidad -y también una com-
plejidad- nueva a esa lucha eterna entre los que tienen y los .que no tienen,
contra cuyas discordias las barreras inventada.s por Juan Manuel de Rosas,
que nunca había leído a Tocqueville, no se re\elaban ya más eficaces que
las tanto más refinadas propuestas por sus corilpatriotas que sí lo habían
leído.

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