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EL AÑO DEL MARTILLO

José Carlos Carmona


[Contraportada]

Un antiguo alumno de un colegio religioso vuelve como profesor de


Filosofía 25 años después de haber salido. Ya no es el mismo. Una historia
de amor en el aula y un secreto que arrastra desde entonces guiarán todo su
curso. El conocimiento de los 13 filósofos puntales de la Historia
articularán el desarrollo de esta novela.

Contada en un tono casi poético, José Carlos Carmona, autor de la


premiada novela “Sabor a chocolate”, crea pequeñas escenas cargadas de
fuerza e intensidad que enganchan al lector en dos historias paralelas en el
tiempo que se unen con la Historia del Pensamiento, haciendo de esta
lectura, además de un placer sensorial y emocional, una auténtica lección
de Filosofía.

2
Para Juan Gavilán y Enrique Conesa,
mis profesores “rojos”.

3
¿No hay que encender las linternas desde por la mañana?
Friedrich Nietzsche
La gaya ciencia, III, 125.

4
EL AÑO DEL MARTILLO

5
Capítulo 1

Yo estudié en un Colegio religioso.


25 años después he vuelto como profesor.
Ahora soy ateo y de izquierdas.
Me he enamorado de una alumna. María.
Esta es la historia.

6
Capítulo 2

Yo estudié en un colegio religioso, cuando un colegio religioso era un lugar


donde señores vestidos con sotanas negras daban clases.
Y golpes.
Para el niño que fui eran curas que daban clases.
Y golpes.
Para el niño que fui, aquellos hombres eran muy mayores.
Quizás sólo tuvieran veintitantos años. Para mí eran curas mayores.
Olían a sudor y orín.
Eso era para mí un cura: un hombre mayor con olor a sudor y orín.
“¿Quieres un caramelo?”, me decían. Y yo tenía que forcejear con su mano
donde lo ocultaban.
Buscaban cariño.
Y contacto.
Sólo ahora lo sé.
Eran víctimas.
Sólo ahora lo sé.

7
Capítulo 3

Me pegaron los curas y los seglares. Pegar era la moda.


Ahora lo sé. Los perdono.
“Pon la mano, Cabrera”.
No recuerdo el dolor, la verdad. No olvido la indignidad.
“Sube al estrado, Cabrera”. Y Don Adolfo me agarraba por las
patillas y me decían “salta” y yo saltaba desde el estrado y él se quedaba
con mis patillas en sus dedos y se dirigía a la papelera y tiraba mis pelos (y
algunas gotas de sangre).
Ese dolor sí lo recuerdo.
Y la indignidad.
Recuerdo mi lucidez: “Ese hombre está loco”, pensaba. Yo tenía seis
años.
Y hoy lo sé:
Ese hombre estaba loco.
25 años después soy profesor de ese mismo colegio; es otra ciudad,
pero es el mismo colegio. Camino por un estrado igual a aquel desde donde
me castigaban con “el salto del paracaídas”. 25 años después miro desde
arriba la papelera. Está el mismo crucifijo, el mismo santo en la pared, la
misma mierda.

8
Capítulo 4

Don Manuel pegaba con la regla. Luego creo que lo quise. Pero entonces
pegaba con la regla.
Tiraba la goma a la cabeza. Él era un niño. Yo no lo sabía. Luego se
fue a la mili. Don Manuel era un niño que me parecía un hombre que tiraba
la goma a la cabeza.
25 años después yo no tiro nada. Nadie me hace caso pero no tiro
nada. No grito, no golpeo. No tiro nada.
No soy Don Manuel. Soy Enrique. Enrique Cabrera.

9
Capítulo 5

Soy profesor de Filosofía en la universidad pero tuve un plan: volver al


colegio como profesor y decir lo que nunca me dijeron: que Dios no existe
y que la Izquierda es el camino.
Este año he vuelto al colegio. Un profesor se puso enfermo y yo lo
sustituí por una semana. Creo que lo maté.
Llegué un jueves. Hablé con él por teléfono. Le dijeron: “Es el nuevo
profesor. Tiene 43 años, es profesor de la Universidad y es Doctor en
Filosofía”.
Lo maté yo por mi existencia o el Hermano Benito cuando le dijo
quién era.
“Ya me han sustituido”, pensé que pensó. “Y ni siquiera es un joven
aprendiz a quien aconsejar”. “Ya me han sustituido. ¿Para qué luchar?”. Se
murió al día siguiente. Nadie me lo dijo.
El lunes me dicen: “Pero, ¿no te has enterado?”.
No me había enterado.
“¿Puedes quedarte todo el año?”, me pregunta el director.
Y me he quedado. Me ha encantado poder quedarme.
Una niña llora ese día.
Así comienzo el XXV aniversario de mi promoción.

10
Capítulo 6

Ser profesor es una mierda.


Esto es una cárcel.
Cárcel: lugar donde uno no quiere estar.
Ellos no quieren estar aquí.
Hay rejas por todos lados.
Es una cárcel.
Y yo soy un carcelero.
Ser profesor es una mierda.

11
Capítulo 7

Platón.
—Platón se inventó el alma. Platón –para Occidente– se inventó el
cielo, y la otra vida y la necesidad de ser mejor en esta. ¡Platón se lo
inventó! ¿Os suena a algo familiar, niños idiotas?
En la primera clase tengo que rezar.
Rezamos a la entrada.
Yo, ateo confeso, tengo que rezar a la entrada. “Padre nuestro que
estás...” ¿en los cielos, en el cielo?
Me impongo una misión: construir un espíritu crítico por el que
lleguen a la nada. Quedan seis meses para llegar a Nietzsche.
¿Seré descubierto? ¿Se organizará un Tribunal Inquisidor y seré
expulsado con deshonor?
Platón se inventó el miedo de Occidente.

12
Capítulo 8

La sala de profesores. Los maestros hablan de fútbol. “Pues ahora dice que
van a fichar a...”
Maestros, jóvenes, no saben que no saben. Creen que son la cultura.
No saben. No leen. Miran Internet. Fútbol. “Pues ahora dice que van
a fichar a...”
Hay un crucifijo en la pared.
Desprecio el fútbol y a sus seguidores.
Pero debo sonreír.
Y hablar de fútbol.
Se me nota.
Hay tres mujeres. Hay más mujeres pero para mí hay tres mujeres.
Uno: Loira: como un río: belleza, saltos de agua, vida.
Dos: María Luisa: como un arroyo: risas, sonidos, pájaros.
Tres: Magdalena: como un lago: agua, mucha agua, agua embalsada.
Un lago.
Hay hombres. Licenciados: matemáticos, biólogos, historiadores,
filólogos. Es difícil saber por qué siguen ahí.
La sala de profesores. Como la redacción de un periódico. Entran,
salen, cogen libros, sueltan libros.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
Como peces en una pecera. Yo sólo estaré un año. Me siento
aliviado. Pero digo: “Buenos días”.
Me responden: “Buenos días”, “buenos días”, “buenos días”.

13
Capítulo 9

Hay un retrato colgado en una pared. Sala de profesores. Retrato. El


Hermano Antonio.
Murió.
Yo jugaba con él en mi ciudad.
Patinábamos juntos.
Me seleccionó para el coro.
Nos regalaban un bocadillo por cantar en las comuniones.
Eran los tiempos en los que en el Colegio había futbolines.
Cantábamos y nos regalaban un bocadillo.
Recuerdo aquel momento. Está presente en mí, me constituyó para
siempre, me dio seguridad. Éramos un montón de niños allí de pie, en un
salón de actos. “Canta”. Había que cantar sólo una frase, quizás era
“Cumpleaños feliz”, era demasiado fácil, aquello debía de tener truco. Era
imposible –pensaba– que con una sola frase supieran... Lo sabían. Hoy lo
sé. Un niño probó por lo grave: lo echaron. Yo tenía miedo, quería entrar.
Echaron a aquel niño. Luego fuimos Castillo y yo: pasamos.
Empezaron a regalarnos bocadillos.
El Hermano Antonio me seleccionó.
Y 25 años después lo veo colgado en esta pared. Lo trasladaron.
Miles de horas de felicidad cantando desde aquel momento
generador.

14
Capítulo 10

El Hermano Santos (qué nombre para un religioso estúpido), me hizo


repetir curso en Séptimo de Básica porque hacía muchas preguntas.
—Su hijo hace muchas preguntas —le dijo a mis padres.
Repetí curso.
El niño que hacía muchas preguntas es hoy Doctor en Filosofía,
estúpido Hermano Santos.
¡Qué clara visión pedagógica tenía usted, Hermano Santos!

15
Capítulo 11

Tipos de narrador. “Escribid un relato”.


Me toca, también, dar Lengua y Literatura.
El lenguaje. La comunicación. La narración. Tipos de narrador.
Ahí está María. Fila central, penúltima banca. El chico de atrás le
toca el pelo. Ya lo odio.
María llegó el año anterior. De mi ciudad, de aquella ciudad donde
yo estudié en un colegio religioso. Es la delegada. Ayuda a sus
compañeros. Parece lista.
Hago chistes. Me las doy de listo. Uso ese nerviosismo creador de
los enamorados momentáneos. Quiero caer bien. Quiero ser querido.
(Todos queremos que nos quieran).
María estudia piano. Yo estudié piano (después del Hermano
Antonio).
Pienso en María. Me descubro en casa pensando en María. Hoy
pienso en María.
“Escribid un relato en primera persona”. Lo hacen. Leemos algunos
en clase. Prendo la hoguera de las vanidades: crear más actuar. Son
historias de ellos.
“Haremos un libro”, les digo. “Haremos un libro con los relatos
escritos en este curso”. Echando leña. ¿De qué se alimenta la educación?
Quizás de la vanidad. Escribe, recita, publica.
“Y escribid sobre anécdotas de vuestro pasado y sobre cómo os
imagináis ahora que será vuestro futuro”. Pensad quiénes sois, por favor; y
quiénes queréis ser.

16
Capítulo 12

Mi amigo Pedro. Pedro es uno de la primera banca. Me dice que soy su


mejor amigo.
Me regala discos.
Me regala películas. (Todo pirata).
Hablo con él de las opciones futuras de carrera (me encanta hablar de
eso). Me dice que soy su mejor amigo.
Pedro me pide el teléfono.
Pedro me llama. Quiere que “tomemos café”.
Digo no (“No sé si a tus padres les parecería bien...”).
Insiste.
Digo sí. Sólo es tomar café.
Tomo café con él y su novia.
Pedro me llama la siguiente semana. Quiere que salga con él y sus
amigos. Doy largas. Pero salgo.
Doy una vuelta con él y sus amigos. Hablo mucho. Estoy nervioso.
¡¿Qué hago con ellos?!
Me hace más regalos. Ya ni oigo los discos. (Todavía tengo una peli
por ver).
Me pide consejos de libros. (Me encanta aconsejar libros: El
guardián entre el centeno, El joven audaz en el trapecio volante, Si me
necesitas llámame, Seda, La mancha humana...). Se lo lee todo.
Lee mis libros en la biblioteca. No me dice que le gusten, pero los
lee.

17
Capítulo 13

Aristóteles. ¿Quién ha entendido alguna vez a ese pelma?


Ya no entra en Selectividad.
Aristóteles vapulea a Platón. Eso me gusta: Más mundo, más mente,
menos mito.
“¿Cómo conoce el conocimiento?”
Llego tarde.
Todos los días llego tarde. Un minuto, dos. Llego tarde.
Allí está el Hermano Benito, el guardián de la puerta, el guardián de
la disciplina.
Pienso en él.
Debe ser creyente: creyente en la disciplina. “La disciplina hará
grandes hombres”, pensará.
No me gustaría ser él. No me gustaría ser él en el futuro el día que se
dé cuenta: “He creado esclavos”. Disciplinados esclavos del sistema que
tienen que ser puntuales en la oficina, en el centro comercial, en el taller, en
la notaría. Amaestrados prisioneros que cumplirán su horario hasta el final
de la jornada. Y un poco más.
En la oficina, en el centro comercial, en el taller, en la notaría.
No creo en este sistema de prisiones que reprime para enseñar la
sumisión.

18
Capítulo 14

Doy una conferencia. Es 14 de diciembre y doy una conferencia sobre


Nietzsche y Ortega. “La pasión por la vida en Nietzsche y Ortega”.
María dice que vendrá.
Hablo para ella.
Sólo para ella.
Pasión, energía, intensidad, emoción.
Hablo sólo para ti, está mi mujer en el público pero hablo para ti.
Imagino que sólo tú estás sentada en esa gran sala. Dijiste que vendrías y
hablo para ti. Hablo de Nietzsche como si mis palabras fueran música de
Richard Strauss.
Después de Nietzsche. Tomo un vaso y bebo agua. Te busco, ahora
lentamente, con la mirada, pero no te veo. Veo a tus compañeros, te busco
junto a ellos pero no te veo. No has venido.
Ya no hablo para ti.
Ortega se convierte en un triste Haydn.
Iba a ser Stravinsky, pero se ha convertido en un triste Haydn. “La
pasión por la vida en Strauss y en el triste de Haydn”.

19
Capítulo 15

En clase me dices que estuviste en la conferencia, con tu padre. Me


felicitas.
¡Oh, Dios, que me castigaste haciéndome perder la segunda parte
íntegra de esta conferencia! ¡Necesito recuperar el Stravinsky que convertí
en Haydn! (Haydn vistió siempre con la librea de criado. Nunca quiso
perder esa condición. Yo me condené a perder aquella segunda parte de la
conferencia que sólo mi cuerpo, sin mi alma, escupió).
El alma no existe. Platón se la inventó.
Somos nuestros propios castigadores.

20
Capítulo 16

En el Colegio hice amigos. Los mejores. Eran tiempos de cortes de mangas


por la espalda, de los pedos de Oballe para alejar al profesor en los
exámenes, de ser El Delegado, de copiarme.
Recibo una llamada: uno de ellos tiene un tumor.
¿Es nuestro 25 aniversario y ya uno de ellos tiene un tumor?
Avi murió. Era mi compañera de banca en COU y murió. Diez o
doce años después de COU murió. Nosotros nos reíamos, ella me trataba
como si fuera un niñato (era un niñito) pero nos reíamos. La queríamos
tanto.
Un alumno ríe con una alumna. Se lo digo: “Mi compañera de clase
murió”. “Carpe diem, niñato, carpe diem”.
No entienden el concepto muerte. Como yo no entiendo el de agujero
negro.

21
Capítulo 17

Tomás de Aquino. Nunca digo Santo Tomás de Aquino.


Se inventa las “Cinco vías para conocer la existencia de Dios”.
Todavía hoy hay gente que cree que estas cinco vías lo explican todo.
Me vuelvo aquiniano: es la mejor manera de que los alumnos se
opongan. El primer motor es Dios. (“¿Y quién es el motor de dios?”,
preguntan). Aprieto el acelerador y giro hacia el panteísmo. Ese es un buen
camino hacia la nada.
Quinta vía: “La estructura de cada ser es la más conveniente para su
adaptación a la vida que ha de llevar”. Traigo a Voltaire y leemos el
Candido. “Es evidentísimo que las cosas no pueden ser de otro modo que
son; porque habiendo sido todo formado para un fin, todo es y existe
necesariamente para el fin mejor”. Luego nos reímos cuando el maestro,
después de ser desollado, va a ser ahorcado. Cándido le dice: “Es
evidentísimo que las cosas no pueden ser de otro modo que son; porque...”
Pero creo que no se enteran de nada.
Los años de adoctrinamiento y el consumismo los hacen
impermeables.

22
Capítulo 18

Día de la foto. Lujuria de lo visual. Es el día de la foto de la orla.


Ellos: en traje de chaqueta.
Ellas: vestidos y pintura.
La foto se hace en diez minutos pero ellos se pasan seis horas
haciéndose fotos con sus cámaras: creen que han crecido. Imitan a los
adultos (los chicos imitan a los adultos de los Grandes Almacenes: “¿Qué
desea?”; las chicas imitan a las lolitas años 50 americanas: “Tu turutú tu
tú”).
Todo es sexo.
Grito en medio de la clase: ¡SEXOOO!
Ellos gritan: ¡Sexo!
Se relajan, la libido descansa.
Soy el profesor que grita “sexo” en clase. Es un colegio religioso y
hay un profesor que grita “¡SEXOOO!” en clase.
Se hacen fotos conmigo.
Yo también salgo en la orla.
María se hace una foto conmigo, y con 20 más. Yo creo que los
demás no existen.
Sexooo.

23
Capítulo 19

Mi mujer se va. No me deja, pero me abandona. Consigue el trabajo ideal a


mil kilómetros al norte.
Es bióloga y consigue un trabajo de bióloga.
Se va.
Yo soy lo segundo (o lo tercero, no sé: no soy lo primero).
La comprendo.
Se va.
Me quedo solo.
Solo con mis proyectos, con mi imaginación, con mis dudas, con mis
miedos, con mis deseos.
Solo.
No es una tragedia.
Pero es una realidad diaria, horaria, minutaria, secundaria.
Se va.

Se fue.

24
Capítulo 20

Pedro me desea. Estoy seguro de que me desea, que querría besarme. Se


planta ante mí y me habla. Yo veo su boca carnosa, sus espinillas de
impúber, y me imagino besándolo y abrazado a él desnudo en mi cama.
Me asusto.
Pero es listo y podría rebelarse. Besarme y arriesgarse.
No lo hace.
Yo huyo.
Siempre le huyo.
Siempre me huyo.
No quiero hacerle daño, confundirlo.
Más.

Yo fui confundido.
En este Colegio fui confundido.
Tenía 10 años y un profesor nos confundió. A mí y a otros niños.
Yo me sentí culpable (mundo cristiano).
Tenía 10 años.
No me perdoné.
Necesité 15 años para contarlo por primera vez.
Otros se perdieron.
A uno lo echaron, luego las drogas. Se perdió.
Contreras.
Contreras era su apellido.
Nadie te pidió perdón, Contreras.

25
Nos hicieron daño. Y ellos, los señores vestidos con sotanas negras,
no hicieron nada.

26
Capítulo 21

María no me hace caso. Hace bien. Yo creo que hace bien. Y por eso la
quiero más, y la deseo más. Pero las nínfulas florecen a mi alrededor.
No sé a dónde mirar. Hay tanta belleza que conmociona. Salgo de
clase aturdido. Marta: perfecta; Luisa: graciosa; Rocío: misteriosa; Irene:
inteligente (la inteligencia me pone, me pone más que nada); Carmen:
enigmática.
Hay chicos, pero ni los veo. Uno le toca el pelo a María (le sigue
tocando el pelo a María, se la trabaja todo el curso: a María le cuesta
resistirse, él es estupendo: más le odio).
Niñas: falditas, calcetines altos, blusa. Sólo veo rodillas y rostros
perfectos. Sé que hay más, y niños (pero esos sólo molestan: edad infame).

27
Capítulo 22

Pedro me dice que salgamos a tomar un café con su prima y con dos más
de clase. ¡¿Cómo voy a salir con una pandillita de niños de 15 años?!
Quedamos en el centro comercial.
Vemos una peli.
Luego quieren ir "a tomar algo".
Yo rezo para que no me vea nadie del Colegio.
Caminamos.
Contamos tonterías.
Yo siempre estoy nervioso y me comporto artificialmente gracioso (o
sea, patético). Tomamos un coca-cola (eso es lo que yo bebo) y alguna
tapa.
Invito, ¡por supuesto! (¡soy el padre!). No tienen dignidad y se dejan
invitar (esto me toca los cojones, la verdad).
Menos mal que en el grupo va Cristina, su prima. Sonríe y se ilumina
el mundo. No me enamora pero sonríe y se ilumina el mundo.
Hablamos de futuros profesionales. Oigo alguna tontería (¡¿pero qué
quiero oír si tienen 15?!), pero el tema me gusta.
Me encanta hablar del futuro.
Me encanta hacer planes.
Un día yo fui ellos.
Y me equivoqué.
Y luego convertí las equivocaciones en aciertos o la resignación en
bálsamo.
Hablamos del futuro. Y Cristina sonríe (debería tener un buen
futuro).

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Y luego les acompaño a casa ("Llamad a casa y avisad. Creo que es
un poco tarde". "No, nosotros podemos llegar...". Llaman. Les regañan.
Aceleran el paso).
Queda poco para librarme.
No volveré a salir con ellos.
Conozco los límites (de la sociedad, de la hipocresía social, de lo
políticamente correcto).

29
Capítulo 23

Descartes. "Daros cuenta", les digo, "todo es mentira. Excepto, si acaso,


que existimos. Todo es mentira. ¿Os dais cuenta?, todo es mentira".
Tengo dos entradas para un concierto el siguiente viernes. Es
Rachmaninov y sé que le gustará a cualquiera. Mi mujer no está y tengo
dos entradas.
Pienso en María.
Tengo que decírselo.
La semana, desde ese momento se configura en la organización de
"¿cómo-decirle-a-María-que-tengo-dos-entradas?".
Digo en clase: "Los modelos sociales están cambiando a gran
velocidad. Lo que hoy nos parece extraño, en el futuro nos parecerá
normal".
Lo explico.
Pongo ejemplos.
Y de pronto digo: "Yo, por ejemplo, me casé hace sólo dos años y mi
mujer ya se ha ido a vivir a mil kilómetros al norte". Este es el plan. No
debo parecer un hombre desesperado sino empujado por las circunstancias.
Ya he dicho que mi mujer no está.
Queda pedirle a María que venga al concierto.
Pero no me atrevo el martes. Ni el miércoles. El viernes sería
demasiado precipitado. Debe ser hoy, jueves.
Estoy en clase. Y siento la flojera en las piernas de los 15 años. La
cabeza llena de preguntas idiotas que me suenan con un tono cantarín
imberbe: "¿Se lo digo ahora o se lo digo luego?, ¿dirá que sí o dirá que no?,
¿quedaré como un idiota?"

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Capítulo 24

Pienso en lo duro que fue la adolescencia.


Miedo.
Miedo por todas partes.
Miedo por acción o por omisión.
Miedo a todas horas.
Miedo al rechazo.
Termina la clase.
Espero en la mesa.
Ella avanza por el pasillo entre las bancas, con su mochila, con su
cansancio.
Nunca está sola.
¿Cómo hablarle a solas? (igual que en nuestra puta adolescencia: me
dan arcadas volver a aquella época, ¿o es un cansancio de animal
prehistórico cansado?).
"María, ven un momento".
Tengo suerte: la dejan sola.
"Me sobra una entrada para el concierto de la Sinfónica mañana.
Tocan el Concierto número 2 para piano y orquesta de Rachmaninov” (¡qué
largo es el puto nombre, casi me quedo sin saliva!). “¿Te gustaría venir?
Dile a tu padre que me ha sobrado una entrada porque mi mujer está
trabajando fuera. Si quiere venir, puede buscarse una entrada más". (Sólo
digo tonterías, metiendo a su padre por medio y diciéndole que se venga
también. Igual, con sus quince años se siente autónoma y molesta por mi
comentario que la trata infantilmente.
Me pongo colorado.
Intento que no se me note.

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Soy, para ella, un hombre muy mayor, calvete, con tripa, que la
invita a un concierto).
Dice que lo pensará.
Todo es mentira. Lo decía Descartes.
O puede serlo.

32
Capítulo 25

El viernes me dice que no.


Lo que percibo es lo siguiente: Dice que no.
Que no.
Un "no" como de "no y no lo intentes más", pero cortés.
Con toda lo cortesía que ella sabe desplegar.
Pero "no".
Y luego una excusa: "Nos vamos a la ciudad de mi padre" (a mi
ciudad. Y por tanto debo sonreír amigablemente como queriendo decir: "Sí,
hablemos de otra cosa, de esta otra materia sobre la que sé hablar y que nos
despistará de la principal: "Profesor de 43 años invita a alumna de 15 a un
concierto").
Y se va.
Es "no" (cortés, pero no) y se va.
A la desesperada veo que detrás va Cristina. Y que seguro que no ha
escuchado la conversación, pero María me podría oír ahora si comienzo
con el mismo rollo.
"Me sobra una entrada..."

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Capítulo 26

Le mando un mensaje al Pedro ("mi Pedro"). "Mándame el móvil de tu


prima".
Lo hace sin preguntar.
Le envío un mensaje a Cristina.
Patético.
"Tengo una entrada... Es un concierto muy bonito... Contéstame
mañana".
En clase me dice que sí.
Está a un escaso metro de María.
Quizás lo ha oído.
Quizás Cristina se lo cuente a toda la clase.
Pero María es pura corrección.
No haría una sola mueca de reproche.

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Capítulo 27

Un año después de que muriera Franco convencí a mi padre para que me


dejara ir al Colegio en bicicleta.
Yo tenía 13 años.
Vivíamos desde el año anterior en un barrio nuevo alejado del centro.
Había que coger el autobús del Colegio.
Yo me mareaba.
Me compró una bici.
¡Qué libertad la de un niño en bicicleta a los 13 años!
Cada día cinco kilómetros, cuatro veces.
Primero solo.
Bajo la lluvia.
Luego con “El Largo” y con Benítez.
Bajo la lluvia, con el frío.
Teníamos fotos de “tías en pelota”.
Las llevaba al colegio.
Las guardaba en el mango de la bicicleta verde.
Los niños iban en el recreo al pequeño patio donde guardábamos las
bicis para ver las “tías en pelota”.
Sentí que había empezado la libertad.
Fue un año después de que muriera Franco.

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Capítulo 28

Voy al concierto con Cristina.


Está realmente guapa. Reluce.
Lleva la espalda al aire.
Es una reina.
La Reina niña.
No me enamora pero sé que me gusta estar con ella.
Allí.
Le hablo de la música, de las obras.
Se entusiasma (yo debería tener hijos, esto es un suplicio: el suplicio
de querer darte a los niños y no tener a quién).
Podría ser mi hija.
Me gusta que se emocione. La orquesta, la gran música, el piano,
Rachmaninov.
En el intermedio me encuentro a mis suegros. “Os presento a
Cristina, una alumna”.
Viene a saludarme un antiguo alumno. Se lo presento a mis suegros
(¡como si estuviera rodeado de alumnos que "casualmente" se han
encontrado conmigo por allí).
Mis suegros no se preocupan por con quién voy.
O disimulan bien.
Me hubiera gustado que fuera María. No pretendía nada más: ir a un
concierto.
A la salida llevo a Cristina a la estación de autobuses en mi moto.
Está contenta (imagino que está contenta de crecer y de ver que,
aunque no sea ahora, el mundo comenzará a abrírsele y todo él le
sorprenderá).

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Yo también me alegro de que esté alegre.
Le irá bien.
Es bella, alegre y atrevida (ha ido sola con su profesor de 43 años a
un concierto...).

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Capítulo 29

Primera evaluación.

Me siento ahí como se sentaban los que fueron mis profesores.

Sé que se hablará de mí (no de mí, pero sí del niño que fui: "Cabrera no
para". "A mí me tiene harto". “Este niño no va a llegar a ninguna parte").

Calculo los temas y las conversaciones: sólo espero rencor y frustración.

El resultado es otro, inesperado –pero lógico–: pura estadística:

"Abad, María Luisa: 2” (suspensos).

“Álvarez, Felipe, 1.

Benítez, Antonio: fatal, 5". "Me ha sacado un 1 en matemáticas".

"Bonilla, Luis, 4".

"Pero" —intervengo yo—, "y por Antonio, ¿podríamos hacer algo?".


"Bueno" —contesta el jefe de Estudios—, "es que sólo tenemos media
hora para revisar a cada clase. De eso se encarga la Comisión de
Docencia".

"Ah", digo.

Nunca se encargó de nada la comisión de docencia.

El plan era: a los buenos les va bien; y a los malos...

se les subirá la nota para que lo parezca (pero yo entonces no lo sabía).

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Capítulo 30

Los profesores salen a tomar café en el recreo.

Yo voy al café más cercano pero allí sólo hay oficinistas.

Con los meses me entero de que van a otro, más lejos, más tranquilo.

Voy.

Pero no con ellos, pero voy.

Cuando llego están allí sentados, hablando.

Muchos llevan treinta años hablando con los mismos (y quizás de lo


mismo).

Me pregunto de qué hablarán sin sentirse cansados, agotados de la


rutina, expectantes aburridos ante la jubilación.

Yo leo el periódico en la barra.

Ellos charlan en torno a una mesa baja.

A veces me invitan a sentarme.

Sé que por encima de todo son buenas personas e intentan seguir


siéndolas.

Yo quiero leer el periódico y remoloneo en la barra.

Cuando me siento, a veces, sólo faltan dos minutos para que se levanten.

No quiero estar ahí, sentado con ellos, como si ese fuera mi destino.

Soy profesor de Universidad. Leo el periódico. Soy un profesor de


Universidad que lee el periódico.

Ellos se quedaron donde empezaron.

Yo no me resigné.

39
Lo aprendí en mi colegio, en mi colegio competitivo.

40
Capítulo 31

Proudhon. Les leo a Proudhon.

No entra en selectividad pero les leo a Proudhon.

¡¿Cómo no leerles el primer párrafo de su mayor obra?!:

“Si tuviera que contestar a la siguiente pregunta” –les recito con voz
impostada para intentar atraer su atención–: “¿qué es la esclavitud?, y
respondiese en pocas palabras es el asesinato, mi pensamiento sería
comprendido de inmediato. No necesitaría, ciertamente, grandes
razonamientos para demostrar que la facultad de quitar al hombre el
pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y muerte,
y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo. ¿Por qué razón, sin
embargo, no puedo contestar a la pregunta ¿Qué es la propiedad?, diciendo
concretamente es el robo, sin tener la certeza de no ser comprendido, aun
cuando esta segunda respuesta no sea más que una simple transformación
de la primera?”

No les produce el mismo efecto que me produjo a mí cuando lo leí


por primera vez, algunos están dormidos.

No tienen el texto, no lo han leído, sólo lo han escuchado de su


profesor de Filosofía que siempre dice cosas precedidas por la expresión
“esto es muy interesante”.

Alguno, incluso, oliéndose de qué va el percal, exalta el valor de la


propiedad (sus padres deben tener un chalet y una tienda).

“Yo creo”, le leo, “que ni el trabajo, ni la ocupación, ni la ley,


pueden engendrar la propiedad, que ésta es un efecto sin causa”.

Son anzuelos que se echan al mar o flechas disparadas al aire.

41
Alguno de ellos, quizás, será enzarzado.

42
Capítulo 32

El poder. El poder endereza todo mi ser, me mantiene firme, existente,


vigoroso.

Algunos lo llaman autoestima, pero es poder.

Puro y duro.

No querer ser mandado. Decidir. Ser reconocido.

El poder me hizo estudiar Derecho y Filosofía y ser Doctor.

El poder es el dueño de mi felicidad o de mi infelicidad.

43
Capítulo 33

Necesitaba a Proudhon para explicar el Discurso sobre el Origen de la


Desigualdad de Rousseau, que tampoco entraba en Selectividad:

“El primero a quien” –leí de nuevo con voz impostada– “después de


cercar un terreno, se le ocurrió decir: «Esto es mío», y halló personas
bastantes sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad
civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, muertes, miserias y horrores habría
ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o arrasando el
foso, hubiera gritado a sus semejantes: «¡Guardaos de escuchar a ese
impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son para todos y que la
tierra no es de nadie»”.

“¿Os imagináis ese momento seminal?”, recalqué.

«Como si alguien fuera hoy a la playa y dijera: “Este trozo de playa


es mío” y los demás dijeran: “Ah, bueno”».

Intento sembrar la simiente del comunismo (no lo saben, pero yo lo


intento).

Es tan razonable, es tan universalmente justo, que ya no produce


ningún efecto. Es como decir: “todos los partidos políticos en nuestro país
no son más que máquinas de poder y no estructuras básicas para construir
la representación popular”. Ya todo el mundo lo sabe. Podríamos preguntar
a uno por uno y todos lo reconocerían. Pero ya nadie hace nada por
cambiarlo.

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Capítulo 34

En 5º de Básica hicimos grupos. Nos llevaban a la capilla, leíamos una


revista pequeñita sobre las misiones, que se llamaba "Aguilucho" y
hablábamos de nuestras pequeñas cosas.
Siempre he creído que ahí empecé a prepararme para ser escritor.
Nos abríamos, contábamos cosas que estaban dentro de nosotros
mismos y que a veces no sabíamos ni que estaban.
Estuve en grupos como ése 16 años más.
Ese entrenamiento —hablar de "nuestros pecados"— me hizo
diferente al mundo, nadie es capaz de abrirse en mi entorno actual como
yo. La gente siente escrúpulos, retraimiento, vergüenza.
Yo fui preparado durante años para "abrir mi corazón".
Empecé a los 10.
También rezábamos.

Sólo unos pocos aprendimos a rezar el rosario, y eso nos hacía


diferentes.

Sentíamos el orgullo de ser diferentes: los elegidos dentro de los


elegidos.

¡Cuántos recreos me pasé con 12 años rezando el rosario en aquella


capilla oscura!

Cuántos recreos sin correr, sin jugar al fútbol, allí, rezando 5 series
de diez ave marías.

Cuánto tiempo perdido para un niño que no podría sentirse culpable


de nada y, sin embargo, sentía que todo era pecado.

45
Capítulo 35

Les leo a Voltaire (que tampoco entra...), pero en el libro viene poco y sin
gracia.

Les recuerdo a Cándido y al Doctor Pangloss, pero ya ni se acuerdan,


y algunos en su día hasta sonrieron.

Pienso en los alumnos que tuve en Latinoamérica una vez: siempre


deseando saber más, ansiosos porque llegara la siguiente lección, y no estos
burgueses acomodados que lo tienen todo y lo seguirán teniendo a pesar de
su indolencia.

Pienso en Voltaire. Su verdad, su razón.

Y pienso que le sigue pasando lo mismo. Está solo en su castillo


(página 112) gritando las grandes verdades, imaginando un día en el que
todos la reconozcan.

Y los alumnos sólo se fijan en la foto contigua. “Don Enrique, ¿ha


estado usted en París?”

Pobre Voltaire.

46
Capítulo 36

Es febrero. Se celebra en el Colegio una Confirmación.


Me invitan y voy.
Yo había sido monitor de Confirmación: conocer el verdadero
sentido del Espíritu Santo me ayudó a comprender la religión desde un
punto de vista materialista: el Espíritu no es más que el mensaje, el
recuerdo: la Historia de un tal Cristo se mantiene mientras que alguien
mantenga el espíritu de su mensaje vivo.
Me encuentro con María. Viene a la Confirmación de su hermana.
Me parece más bella que nunca.
Sin uniforme, desvestida de colegiala.
María lleva un jersey celeste de pelito sedoso, falda y zapatitos.
Me ve y me da dos besos.
Le digo lo guapa que está y la veo nerviosa.
Ella me mira de forma especial: intuyo que en ese momento empieza
todo.

47
Capítulo 37

Me invita a un partido de baloncesto. “Mañana jugamos contra Las


Esclavas”.
Voy.
Todos los mayores siempre prometen que van a venir pero luego no
van.
Y yo voy y ella se alegra iluminando el mundo con una sonrisa que
es la más alegre, pura y limpia del mundo.
Y corre, se cae, se desespera por no poder dar de sí más de lo que
tiene.
Y hace algunas jugadas con esa chispa magistral que tienen algunos
ladinos bases internacionales que dan un pase en lugares impensables e
imposibles y que dejan descolocados hasta a sus propios compañeros.

48
Capítulo 38

Mi Colegio usaba sirena.


La sirena sonaba a las 9.
Y a las 11. Y a las 11 y media. Y a la una y veinticinco. Y a las 4. Y
a las 6.
Era como en una fábrica. Pero yo no sabía que las fábricas tenían
sirenas.
Yo creía que todos los colegios del mundo tenían sirena.
Cuando sonaba la sirena a las 11 era el recreo.
Salíamos corriendo.
Corríamos.
Niños de todas las edades, de varios edificios y desde varios puntos
del Colegio corríamos hacia un solo punto: el bar del colegio.
Era una barra larga con un señor viejo, una señora vieja y una
muchacha, que vendían bocadillos.
Éramos como ratas encima de una misma presa luchando por un
bocado.
Cuanto más tardabas en conseguir tu bocadillo menos tiempo tenías
para jugar al fútbol.
A veces había hasta tres o cuatro filas horizontales de niños
queriendo llegar a la barra.
Pero yo tenía un truco:
Sólo necesitaba meter un brazo. Me colocaba de lado e iba metiendo
el brazo entre los cuerpos aprisionados de mis compañeros. Necesitaba
llegar a la barra. Cuando mi mano se enganchaba a la barra ya sabía que
conseguiría el bocadillo antes que la mayoría de los que estaban en la
segunda y tercera línea. Luego mi mano tiraba de mi cuerpo y yo entraba a

49
presión entre los otros. Cuando estaba allí sólo me quedaba gritar mi
objetivo:
—¡Bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!,
¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!
Era una rata gritando “¡bocadillo de queso!”.
Siempre lo conseguía rápido.
Muy rápido.

50
Capítulo 39

Hay otro concierto.


Sinfonía del Nuevo Mundo.
Organizo un grupo de clase y esta vez María sí viene.
Nos sentamos arriba. Primera fila de “gallinero”.
Asomamos las cabezas a la vieja herradura del Teatro. Nos miramos
y nos reímos.
Todos están contentos, entusiasmados (les dije que debían ir
especialmente elegantes: los niños van en chaqueta, las niñas con suntuosos
vestidos —como el día de la foto—, pero vamos a “gallinero”).
Les queda año y medio para llegar a la universidad pero ya se creen
mayores: fingen ser mayores, pero en su contento se delatan.
Quiero sentarme junto a María pero es María quien viene a sentarse a
mi lado.
El contento nos contagia a los dos y yo creo que sentimos amor.
Planifico: segundo movimiento, Largo, con el suave corno inglés le
digo algo al oído.
Le digo que la quiero o que pienso en ella o que me gusta (¿cuál será
el término que ellos utilicen? Quizás directamente se besan).

51
Capítulo 40

Termina el primer movimiento y nos miramos.


Soy un hombre casado (¡por lo civil!).
¿Habrá decidido saltarse las reglas del mundo civilizado y dejarse
llevar por su corazón?
Apoyados hacia delante en la balconada, como en los toros, nuestros
codos se tocan.
Ella sonríe.
En el segundo movimiento, en el que pensé que sonaría la que habría
de ser nuestra melodía para siempre, ella se echa para atrás en su asiento.
Pero sí, en el allegro con fuoco las circunstancias se ponen de nuevo
propicias, ella vuelve a asomarse al balconcillo poniéndose codo con codo
conmigo y en un momento de enorme energía (pienso que esa energía la
identifica a ella y también a mí) paso mi mano bajo su brazo y le cojo la
mano.
Ella se tensa toda de contento, me aprieta y me mira rápida y
sonriente.
Tenemos las manos unidas hasta el final de la obra.
Ella procura que ningún compañero intuya nada.
Estamos unidos, con la felicidad brotándonos a chorros por todo
nuestro cuerpo hasta el final de la obra donde los aplausos nos dan la
excusa necesaria para separarnos.
Aplaudimos y nos miramos radiantes.

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Capítulo 41

—¿Te ha gustado? —Me mira—. Pensé darte la mano en el segundo


movimiento.
Sonríe sorprendida y gratificada.
—¿Lo tenías planeado?
En la segunda parte del concierto nos damos la mano.
Como novios.
A escondidas.
Pero como novios.

53
Capítulo 42

Kant. Me gusta Kant: sé que los va a descolocar: La razón, dice, no


funciona. Y esto ha de ser juzgado (y si es posible arreglado) por... la
razón.

Kant pregunta:

¿Qué puedo saber?,

¿qué debo hacer?,

¿qué puedo esperar? y

¿qué es el hombre?

Y yo me emociono en clase y pienso: “esto les va a enganchar, son


preguntas que seguro que se hacen todos los días”.

Pero nadie se motiva, a nadie le veo ojos con chispa, nadie se queda
al final para hablar conmigo.

Al final del curso me entero: sólo quieren estudiar carreras en las que
ganen dinero.

Esa es su única pregunta:

¿Cómo puedo ganar mucho dinero?

Y se hacen Ingenieros o estudian Empresariales.

Explico los Juicios y las Categorías. No son más que sistemas de


análisis.

Nadie entiende nada.

Les digo: “Estudiadlo, por favor”.

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La razón se enreda en contradicciones, dice Kant, y por ello no da
con la verdad, por tanto: la metafísica (saber qué es la realidad, juzgar si la
razón es un instrumento suficiente para comprender el mundo, saber qué es
el mal o cuál sea el sentido de la vida) es imposible como ciencia; y la
ciencia de la naturaleza, por lo mismo, no va a poder responder a las
cuestiones metafísicas.

Y luego llega el Kant blando –casi esotérico– que dice que oímos en
nosotros la voz de la conciencia moral (el imperativo categórico) y ellos
piensan en Pepito Grillo (yo pienso en María) y en que lo de Pepito Grillo
también lo dice su religión.

Y de todo lo que Kant ha dicho durante una semana en esa clase se


quedan con lo de “escuchar a nuestra propia conciencia” y con un mejunje
que debe sonarles a algo así como: el gran Kant confirma nuestras teorías
morales religiosas.

Y yo, allí, alucino.

55
Capítulo 43

En Séptimo de Básica me presenté a Delegado de clase. Aquello fue una


revolución para mí y, creo, para aquella gente.

Ese momento configuró parte de mi ser.

Subíamos las escaleras para clase, sabíamos que elegiríamos


Delegado.

Le dije a Cambló: “Yo me voy a presentar a Delegado” (¿se lo dije


en broma o en serio?, ¿se lo dije sonriendo inseguro o como un hecho
cierto?, ¿lo dije porque lo iba a hacer o porque quería tantear?).

Adoré siempre (años después, incluso; hoy, todavía) que dijera: “Sí,
sí, preséntate. ¡Oye, el Cabrera se va a presentar a Delegado!”.

Era la revolución: por primera vez un “no empollón” se presentaba.

Votamos en papelitos secretos y mi nombre sonó una y otra vez.

Cabrera.

Cabrera.

Cabrera.

Yo era repetidor (para mí un “marcado”) y mi nombre sonaba una y


otra vez.

Cabrera.

Cabrera.

Cabrera.

Sentía miedo: quería salir elegido, no hacer el ridículo.

Y gané.

56
Desde entonces gané siempre, hasta el último curso de la
Universidad.

Siempre.

57
Capítulo 44

María viene a mi casa.


Le enseño mi colección de discos, mi gran biblioteca.
Le leo el capítulo 68 de Rayuela.
Se sienta sobre mis piernas.
Me pasa el brazo por el cuello.
—Léemelo otra vez —me dice.
—“Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca
se entreabriera, y me basta cerrar los ojos…”
Y María me besa.
Comienzo en el siguiente párrafo:
—“Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se
agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran,
respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes,
jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume
viejo y un silencio”.
Y María me besa.

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Capítulo 45

Reunión de la segunda evaluación.

"Abad, María Luisa: 2” (suspensos).

“Álvarez, Felipe, 1.

Benítez, Antonio: fatal: 5". "Me ha sacado un 1 en matemáticas".

"Bonilla, Luis, 4".

"Pero" –intervengo yo como en la primera evaluación–: "y por


Antonio, ¿podríamos hacer algo, se está haciendo algo?".

"Bueno" –contesta el jefe de Estudios–, "es que sólo tenemos media


hora por cada clase".

Hay silencio.

Digo: "Al fundador no le gustaría tanta estadística".

Guardan silencio.

Además, nadie se mueve, como si esperaran al que va a hacer el


chiste que rompa la tensión.

Pero nadie lo hace.

Aquí estoy yo: el espía rojo, siendo más papista que el Papa, más
santurrón que el Santo.

Y no se hace nada por nadie.


"3 suspensos".
"2 suspensos".
"2 suspensos".
"Ninguno". "Qué linda es Marta, ¿verdad?"
"3 suspensos".

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"1 suspensos".
Estadística.

60
Capítulo 46

Los jueves comienzan a ser días especiales.


Yo no tengo clase hasta las 12, después del recreo. Ella se viene del
colegio a las ocho, se quita los zapatos y se mete en mi cama.
Nos acurrucamos, nos apretamos.
Y seguimos durmiendo.
Es delicioso.
Llega siempre con su uniforme, su falda azul tableteada, una camisa
blanca y un jersey de pico también azul.
Y calcetines, azules y gorditos, para zapatos de colegio.
Ella siempre los lleva caídos, arrugados abajo del todo, hechos un
lío, dejando ver sus piernas delgadas. De niña.
Viene y se mete entre mis sábanas.
Yo la miro y me parece la cara más bonita del mundo y le digo: "Qué
suerte he tenido de conocerte".
Cuando nos abrazamos y la miro, exploto de alegría.
Mirarla es mirar la perfección de la belleza y eso me colma, me
inunda, me hace rebosar y sentir la felicidad plena de la contemplación
estética de lo bello.
Es felicidad en estado puro.

61
Capítulo 47

Pedro nos descubre. Creo que algún día nos ha seguido.

Es un hombre celoso.

De ella, no de mí.

—A ver si un día quedamos para tomar un café —me dice.

Sólo está en primero y ya dice “tomar café”.

—Cuando quieras, Pedro.

Sé que está confuso.

Sé que me quiere.

Pero no sé para qué.

Quiere ser yo, o quiere ser como yo, o me quiere para él.

Me regala otro disco.

Es Chopin pirateado.

Tengo mil como ese, pero auténticos.

Quedamos para “tomar café”.

62
Capítulo 48

Pedro.

Me habla de su cansancio del Colegio.

Quiere ser actor pero no se atreve.

Le gustan los niños.

Me regala una nariz de payaso.

Él tiene otra (la suya es mejor).

Quiere dirigir una obra, con niños.

Yo sonrío como un profesor.

Los dos sabemos que él sabe.

Pienso en María.

Sus calcetines caídos.

Y el daño que él le puede hacer.

—Yo te ayudo en lo que haga falta —le digo.

—Me alegra ver tu nueva disposición.

(Dice “disposición” y “tomar café” ).

Luego se toma un refresco. Y pago yo, claro.

63
Capítulo 49

Cuando éramos niños nos enseñábamos el pene.


Nos lo sacábamos en clase y nos lo enseñábamos unos a otros.
Ramos era mi compañero: se sacaba su picha tiesa y me la enseñaba.
—Mira mi picha tiesa —me decía.
Tendríamos once o doce años.
Uno piensa en las cosas que podíamos hacer en clase impunemente y
es consciente de que jamás nuestros padres podrían pensar que aquello
estaba pasando allí.
A no ser que también les hubiera ocurrido a ellos antes.
Un día quedamos en el cauce seco de un río. Cinco o seis niños.
Todos nos sacamos la picha y nos la enseñamos.
Yo me sentía perdido.
Inseguro.
¿Dónde estarían nuestros padres?
Hoy veo la película “Los cuatrocientos golpes” de Truffaut y me
siento uno de ellos.
Qué perdidos estábamos.
Y qué roto estaba nuestro mundo por entonces.

64
Capítulo 50

No le digo a María que hemos sido descubiertos.

Pienso en el amor a los 15.

¡Qué poderosa fuerza unidireccional!

Yo a los 15 estaba rezando y sufriendo porque amaba.

Sé que podría decirle: “Caminemos sobre las brasas de la mano”.

Y lo haría.

Lentamente

Mirándome.

Contenta.

Así falta a clase o no va por la tarde al conservatorio.

¿Quién volviera a amar con tanta fuerza?

—María, qué suerte he tenido de conocerte.

Soy un hombre que balbucea su felicidad pobremente.

Tendría que decir: “Qué suerte estar vivo”, “qué suerte vivir”, “que
suerte seguir viviendo”.

María se acurruca contra mí.

Está caliente y viva.

65
Capítulo 51

Pedro me escribe un mensaje: «Este fin de semana me he leído “Martes con


mi viejo profesor”. Me he acordado de ti».
¿Ya piensa que soy viejo?
Le contesto: “Me lo compraré”.
“No lo hagas, por favor”, me dice.
Me lo regala el martes.
Trata de un viejo maestro que se está muriendo.
Es pura bazofia religiosa y sentimentaloide.
Yo no me estoy muriendo.
¡Estoy más vivo que nunca, hijo de puta!

66
Capítulo 52

Feuerbach.
—Mirad, Feuerbach no entra, pero es necesario para comprender a
Marx (que sí entra).
»En su libro “La esencia del Cristianismo” (¡quién hubiera escrito
ese libro en ese momento!) nos dice que Dios no es más que un invento del
hombre que ha proyectado en un supuesto Ser las cualidades que a él
mismo y según cada época le han parecido más positivas para la
supervivencia. ¿Os enteráis, niños, (¡niñatos pijos!)?

—¿Tú no crees que exista Dios? —me dice María en la cama.


—Mientras seas mi alumna, prefiero mantenerme neutral.
—Serás farsante. —Me pega con su puño en el brazo.
—Quizás. Ahí tienes algo sobre lo que pensar. —María se gira hacia
el otro lado—. Sí, creo en dios. Pero defínelo primero y te diré si creemos
en el mismo dios.

67
Capítulo 53

Les leo en clase a Pessoa. Me aseguro de que María me mire a los ojos. La
miro y leo:

“Pero si Dios es las flores y los árboles


y los montes y el sol y la luz de la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas,
y toda mi vida es una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos.

“Pero si Dios es los árboles y las flores


y los montes y la luz de la luna y el sol,
¿para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y luz de la luna;
porque si él se hizo, para que yo lo vea
sol y luz de la luna y flores y árboles y montes,
si se me aparece en figura de árboles y montes
y luz de luna y sol y flores,
es que quiere que le conozca
como árboles y montes y flores y luz de luna y sol.
Y yo le obedezco por eso
(¿qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luz de luna y sol y flores y árboles y montes.
Y le amo sin pensar en él,

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y le pienso viendo y oyendo
y ando con él a todas horas”.

Y miro a María.
A los ojos.
Y está llorando.

69
Capítulo 54

María me dice que quiere que hagamos el amor.


Yo le digo que también quiero, que me siento halagado, pero no.
No aún, no todavía, que la quiero.
Pero no.

70
Capítulo 55

Pedro me escribe un correo: “Por fin me he sentido cómodo en un


escenario actuando, improvisando, y, sobre todo, disfrutando. Por fin he
sentido que todo el esfuerzo por desinhibirme ha tenido recompensa”.
El homosexual comienza a descubrirse.
Espero que cumpla los 18 para tener la conversación reveladora.
Aunque puede que entonces también lo niegue, es de clase alta.
“También”, me dice, “hemos creado un pequeño grupo para los
peques, que es el público que nos gusta porque es el que hace que te sientas
querido”.

71
Capítulo 56

El jefe de pastoral viene y me dice:


—Hay un chico preocupado por las clases de Filosofía, dice que son
un poco…
Guardo silencio y espero. No se lo voy a facilitar.
»No hay por qué dar todo el programa… —me dice.
Yo ya sé qué hacer en estos casos.
—¿Qué me sugieres? —le digo.
—Podrían estudiarse sólo la primera parte, hasta Santo Tomás…
—Vamos más avanzados.
—Por eso. Vuelve y empieza el repaso.
Le digo:
—De acuerdo. Eso haré. —Yo ya sé cómo tratar estos casos. Digo
que sí y luego no lo hago. Si me preguntan pongo excusas, como hacen los
alumnos. Y luego nunca llega la sangre al río. Y si llega, me da igual.
—Así van más preparados a Selectividad. ¿Me ayudas con la misa?
—Claro.

72
Capítulo 57

Una vez, siendo yo alumno, el Hermano Virgilio reventó a hostias a Pardo.


Fue injusto.
Pardo estaba quemado con todo (problemas en casa) y le contestó en
algo.
El Hermano le pegó:
Un guantazo con su mano grande de hombre del norte.
Un guantazo fuerte y sonoro, como se le pegaría al trasero de un
burro.
Pardo echó la mano, como para defenderse o como para pegarle.
Y se enzarzaron: el Hermano Virgilio, 90 kilos, cuerpo de forzudo,
garra de entrenador de balonmano; contra José Pardo, 37 kilos, 13 años,
canijo, nervioso, ...gitano.
El único gitano de clase; el único gitano del colegio.
Fue una pelea.
Allí, en clase, ante nosotros, delante de la pizarra, como un
espectáculo.
Triste.
Pardo y el Hermano Virgilio a golpes, dándose puñetazos y golpes
(Pardo también daba patadas desesperadas).
Maraña de movimientos ante nuestros ojos de niños (nadie pegaba a
un profesor y aún menos a un Hermano).
Casi lo revienta. Aquel hombre recio, fibroso, fuerte, muy fuerte,
sacando a hostias a un niño a la calle.
El Hermano Virgilio no vino a clase en varios días.

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Todavía hoy me sorprendo de mí, de nosotros: aquello no nos supuso
más que una anécdota: "Pardo le pegó al Hermano Virgilio" (que el
Hermano Virgilio le pagara a Pardo no era ninguna anécdota).
Salimos al patio y jugamos, volvimos a casa.
Todo aquello era "normal", cotidiano.
Pero hoy pienso que fue una mierda.
Un hombre pegó violentamente a un niño.
Hizo mal, muy mal.
Aquel hombre religioso.
Pero la mayor mierda era lo que habían hecho con nuestras cabezas:
salimos al patio y nos pusimos a jugar.
Como si nada.
Como si nada.

74
Capítulo 58

“Hay un chico preocupado por las clases de Filosofía…” Pienso que es


Pedro. Pedro está intentando joderme.

—El otro día me preguntó el jefe de pastoral —empieza a decirme


Pedro—, que qué tal dabas las clases. Yo te puse por las nubes… Y él
empezó…
—¿Me quieres, Pedro? —le espeto. Guardo silencio. Calculo el
tiempo. Si mueve su labio sólo una milésima le interrumpo—. Porque si me
quieres, si me aprecias —continúo— prefiero que no me digas nada de lo
que opinan otros profesores que no me ven en clase. Yo sé lo que hago e
intento hacerlo lo mejor posible. Y, además, soy humano y me puedo
equivocar. Pero también soy sensible y me afectan las críticas. Si me
quieres, no me hagas daño.

He sacado la artillería pesada.


La próxima vez le beso.
Me voy para él y le beso, de tornillo si es necesario.
Pero necesito que se calme, que me deje.
Que nos deje.

Se lo cuento a María.
Nos reímos.
Comemos pipas junto al río y nos reímos.

75
Capítulo 59

Recojo los relatos escritos por los alumnos en su casa para formar parte del
libro. Todos son ñoños.
Menos uno.
Es una historia basada en un hecho real.
Es buena.
Tiene morbo.
Y sexo.
El alumno la lee en clase.
La historia de J. P.
Todos ríen.
Me miran.
Saben que es anatema: hablar de sexo con el profesor delante.
Pero el alumno lo lee: “Jota Pe –LA HISTORIA–“.
Un chico está esperando en su casa a que venga una chica. Cuando ella
está a punto de llegar, él se mira en el espejo, se quita la camiseta, ve su
cuerpo enclenque, “de boxeador de segunda”, intenta marcar bíceps y se
dice: “¡Qué bueno estoy”. “Después”, continúa el relato, “se dirigió
rápidamente a la cocina, abrió el frigorífico y cogió el bote de nata montada
Asturiana que había comprado un rato antes. Se fue a la puerta del piso, la
dejó entreabierta, y se fue al salón. Se desabrochó el pantalón, y se echó
nata montada por TODO el cuerpo. Se echó en el sofá y tras unos instantes
escuchó la puerta abrirse y cerrarse.
–Guapa, estoy en el salón.
Ella entró en la casa, fue al salón, y observó la situación desde el umbral
de la puerta. Entonces le dijo:
–Jota–pé, ¿qué es eso?

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–Es nata…
–¿Y qué haces con nata montada por todo el cuerpo?
–Esperar a que tú la chupes…”
“J. P. buscó la botella de anís del Barça que su padre tenía escondida.
Sirvió dos chupitos, y le acercó uno a ella. Ella lo cogió y se lo bebió de un
trago. Tras esto, cogió la botella y empezó a beber a morro, sin parar.
Después se recostó en el sofá. J. P. aprovechó la oportunidad y la besó. Ella
estaba tan mareada del anís que no le quitó la cara, y se besaron durante un
rato. Después, él la condujo a su cuarto, y la tumbó en su cama. Estaban los
dos tumbados cuando a ella le empezaron a dar arcadas, y vomitó. Lo dejó
todo perdido de vómito con olor a anís. Como se encontraba mal, J: P.
llamó a una amiga de ella”. La amiga vino y se la llevó. Un amigo de J. P.
estaba en la casa y lo había visto todo. Se rió de J. P. J. P. le dijo: “Tú dile a
la gente que “he chingao”. Luego llega la madre y ve que J. P. todavía tiene
nata por el cuerpo. “Pero ¿qué has hecho?”.
–Una fiesta, mamá… tú sabes.

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Capítulo 60

María también ha escrito.


Un relato sobre la incomunicación de los mayores y otro, muy
inquietante, sobre una melodía obsesiva.
También ha escrito sobre su pasado y sobre su futuro.
Su texto es el más sereno, profundo y bello de todos.

78
Capítulo 61

Marx.
Aquí tengo que entregarme.
Es mi última gran oportunidad.
Hay cierta expectación.
Todos sienten que esta parte del programa pone a prueba las
convicciones de sus profesores.
El bicho atrae la rebeldía de los jóvenes (el bicho es Marx, claro).
“Marx sólo es un analista de la realidad”, les digo.
Creo que es un comienzo decepcionante para ellos, todavía no he
hablado de la hoz y el martillo, pero es la verdad y ese es mi plan.
“Un analista de la realidad sin otras herramientas que el análisis y la
razón”.
“Marx estudia el concepto de alienación, que es más o menos de lo
que se queja la Iglesia Católica: nos tratamos los unos a los otros como
cosas para nuestro provecho”.
Ahora se sienten más molestos aún porque no quieren que el
marxismo rebelde se parezca a nada de lo que le han estado hablando
durante toda su vida (ellos no lo saben pero sus catequistas “progres”, son
todos cercanos a la Teología de la Liberación, cercanos, pues, a los análisis
marxistas de la realidad: primero preocupémonos por los hombres que lo
demás ya llegará. Si llega).
Les pongo ejemplos de alienación. “Ser cajera de supermercado, ser
echador de gasolina, ser taxista, ser guardia de seguridad, ser conductor de
autobús, ser...”
“Las fuerzas que de verdad dirigen la marcha de la historia son
esencialmente de carácter material, fundamentalmente económicas. Lo que

79
dirige la historia no es la religión ni el pensamiento ni el sexo, lo que dirige
la historia es las condiciones materiales de la vida. Lo demás, la religión, el
pensamiento, el sexo, se inventa para justificar las condiciones materiales
de la vida”. “No es la conciencia la que determina la vida”, dice Marx,
“sino la vida la que determina la conciencia”.
No te casas por amor: te casas para poder pagar el piso entre dos.
No tienes hijos por amor: tienes hijos para que te ayuden en el campo
o para que te cuiden en la vejez. Son tu seguro.
Pero Marx está en contra de que sea la vida quien determine la
conciencia. Ahora, dice, se trata de transformar el mundo con las ideas.

80
Capítulo 62

Pedro viene a mi casa. Trae una película.


Me dijo que vendría con su novia pero viene solo.
En la cocina me pone la mano en el hombro cuando estoy de
espaldas y me dice que me quiere.
Se ofrece a masturbarme.
Sólo quiere masturbarme, dice.
Le digo que no.
Me pongo serio.
Él sonríe como un enfermo, como un loco.
Me separo de él y le digo que se vaya.
“A lo mejor quieres masturbarme tú a mí”.
Le digo que no. Le digo que se vaya.
“Podría decirle a tu mujer lo de María”.
Ahí, justo ahí, pienso por primera vez en mi vida en matar a alguien.
Pienso que puedo tirarlo por el balcón. No, sería difícil justificar por
qué estaba en casa.
Pienso en clavarle un cuchillo de la cocina y sacarlo por la noche.
Eso nunca sale bien: la sangre, el cuerpo.
Pienso en que estoy pensando por primera vez en mi vida en matar a
alguien.
Pienso en que la situación se me está yendo de las manos.
Me calmo.
Él tiene el poder.
Él tiene la información.
Él puede producir dolor a mi mujer.
Y ella no tiene la culpa.

81
“Veamos la película, Pedro”.

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Capítulo 63

María y yo vamos a cenar a un pueblo. Es sábado por la tarde. Es un pueblo


cercano a la ciudad.
Pedimos una pizza con dos mitades. Mitad boloñesa, mitad tropical.
Nos damos la mano sobre la mesa.
Nos sentimos libres.
Es curioso no poder hablar del futuro, no poder hablar del pasado.
Sólo tenemos el presente.
Y ahí estamos: comiendo pizza, dándonos la mano.
Le cuento lo de Pedro.
Sentimos que incluso el presente nos acosa.

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Capítulo 64

Viene a visitarme un padre al Colegio. Me dice que ayude a su hijo, es


tímido, solitario y retraído.
—Perdone, su hijo es el líder de la clase.
—¿Sabe de quién estoy hablando?
“¿Sabe usted de quién está hablando? ¿Lo conoce?”, pienso.
—Sí, cómo no.
El hijo tímido, solitario y retraído es el escritor de la historia de J. P.
y la nata montada.

84
Capítulo 65

Cuando yo era un niño había uno en mi colegio al que le llamaban “el


Dumbo”.
Tenía las orejas grandes, cómo no, pero no era para tanto.
Las tenía un poco despegadas, pero no era para tanto.
Lo que tenía pequeña era la autoestima. Y eso lo olían las rapaces a
distancia.
Los Carrasco siempre se metían con él. Le pegaban. Y “el Dumbo”
tenía cuerpo, no era precisamente pequeño. Pero los Carrasco le pegaban.
Los hermanos Carrasco. Menudas bestias. Se les notaba enfadados
con el mundo, permanentemente enfadados con el mundo. Siempre que
pasaban junto a “el Dumbo” le insultaban, le pegaban.
La madre de “el Dumbo”, que era viuda, venía al Colegio a protestar.
Pero “el Dumbo” siempre se tenía que encontrar con los Carrasco porque
íbamos en el mismo autobús.
Yo los veía.
Siempre.
Yo tendría siete años. “El Dumbo” unos once. Pero los Carrasco
debían de tener trece, y esa distancia era insalvable. Yo veía sufrir a “el
Dumbo”, pero no podía hacer nada. Estaba en otra dimensión: no existía
para ellos.
Un día “el Dumbo” se cagó en el autobús. Lo que sufría ese niño.
Los niños se apartaron de él y gritaban: “¡Se ha cagado, se ha
cagado!”
Él se mantenía quieto, inmóvil, con la mirada perdida al frente. Lo
recuerdo nítidamente.
—Francis, ¿qué vas a hacer? —le dije.

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Él siguió mirando al frente. Inmóvil.
Uno de los Carrasco pasó a su lado de camino a la puerta de salida.
Le pegó en la cabeza. Seco, fuerte. Con la palma de la mano
—¡Cagón. —Le dijo.
“El Dumbo” siguió inmóvil.
Mirando al frente.

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Capítulo 66

“El Dumbo” faltó algunas semanas a clase. El rumor decía que se había
operado las orejas. Mi madre, que conocía a la suya, me lo explicó:
—Le han hecho una operación para que las orejas se le queden más
pegaditas.
El Dumbo vino por fin una mañana en el autobús.
Se le veían los puntos negros detrás de las orejas.
Cuando llegamos al colegio le estaba esperando Carrasco.
Hubo un enfrentamiento.
Breve.
“El Dumbo se sentía fuerte” (ya tenía sus orejas operadas) y pudo
responderle con unas palabras valientes.
Carrasco fue hacia él para pegarle.
Tiró con su mano derecha de la oreja izquierda y se la arrancó.
Allí quedó tirada la oreja en el suelo.
Yo lo vi.
Fui el único que lo vi.

Carrasco salió corriendo.


Francis lloraba taponándose la herida con las dos manos. Don Julio
salió y vio lo ocurrido.
Me dijo que me fuera.
—¡Vete a clase! ¡Vete!
Cogió la oreja y se llevó a Francis.
“El Dumbo” nunca más volvió al colegio.
Y a Carrasco no lo echaron: su padre tenía demasiado dinero.

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Capítulo 67

Escribo una obra de teatro para los alumnos del último curso. Doy caña.
Aprovecho y doy caña. Son escenas cortas. El portero del Colegio recibe a
una serie de personajes:
-Una madre rica que quiere matricular a su hijo y para eso es capaz
de falsificar la declaración de la renta, inscribir a su hijo en el piso de su
limpiadora ucraniana que vive más cerca y fingir que es cristiana. Y todo
eso: para educar en valores a su hijo.
-Un padre que le dice al portero:
—Mire, mi hijo es uno de estos locos que termina hoy el
Colegio. Ha estado aquí ¡doce! años, está acostumbrado. El año que
viene quiere estudiar... Filología Árabe, y usted sabe... Con lo bien
que se está aquí, su uniforme, su horario, su bocadillito que le hace
su madre todos los días y se lo envuelve en papel albal... Y allí en la
Facultad... ¡va a poder vestirse como quiera!, ¿dónde se ha visto
eso?; puede faltar a clase y no me van a mandar sus profesores un
parte en su libretita... Me pedirá dinero para... “tomar Café”... ¿No
habría alguna posibilidad de que le suspendieran algo para que
siguiera aquí un añito más o dos?
-Un viejo que protesta porque las niñas vayan con falditas cortas:
—Esas niñas... enseñando las rodillas, cuando en los institutos
van con vaqueros raídos y son, por tanto, (moviendo el dedo
amenazador en el aire) menos apetecibles. ¡¡¿Sabe?!!
Hay más escenas.
Los alumnos ríen.
Se dan cuenta de las incongruencias del Colegio.
Ríen.

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Pero ya es tarde.
No se anulan doce años con una obrita de teatro.

89
Capítulo 68

Nietzsche. “La vida es éxtasis que se da a sí misma nuevas y nuevas


formas para poder saborearse con plenitud”.
—¡Se trata —les grito, como haría Nietzsche— de un absoluto decir
sí —como yo lo he hecho con María— a lo que hay, a lo real en su
desgarro y su finitud!
Soy profesor este curso en este mi antiguo Colegio para llegar aquí,
para decirles que la vida es éxtasis (ellos lo sienten pero tienen miedo de
esa plenitud que sienten, y la reprimen, la esconden, les da miedo. ¡¿Y a
quién no?!); para decirles que no hay otra cosa que lo que hay. Pero para
poder pronunciar con todo el corazón, con todo el cuerpo, este sí...
—Pero para poder pronunciar con todo el corazón, con todo el
cuerpo, este sí... ¡hay que hacer mucho no! —no entienden nada (¿o sí?)—,
hay que ¡filosofar con el martillo! ¡Hay que destruir todos los conceptos
aprendidos que hacen referencia, entre otras cosas, a lo suprasensible, a lo
espiritual. Por eso —les grito—: ¡DIOS HA MUERTO!
Ahí estoy yo, en un colegio religioso, en mi Colegio, gritando que
Dios ha muerto.
Ellos sólo pensarán: es un ateo de mierda.
Y no entenderán nada.
Nada.

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Capítulo 69

—María: voy a tener un hijo.

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Capítulo 70

—Nietzsche comprende que toda la cultura europea ha estado construida


sobre un mito: el mito del mundo de las ideas de Platón. O sea, la
existencia del alma y la existencia de un mundo adonde van las almas. Mito
que luego toma el cristianismo (ya entonces todo el mundo creía en el alma
y en otra vida a donde iba el alma), pero simplificado: ya no son varias
veces las que viaja el alma (como decía Platón y como siguen diciendo los
budistas), sino sólo una, en este absurdo de venir de allí para volver allí; el
absurdo de pasar una prueba cósmica. ¿Para qué? ¿Es un juego de Dios?
¿Un juego sádico de Dios?
»Esto es filosofar con el martillo. Comprender que toda nuestra
metafísica está construida sobre una mentira, que todo lo que la gente cree
está basado en un mito. No existe nada más allá del hombre. Pero
¡regocijémonos!, ¡la vida es éxtasis!, ¡la vida es suficiente!, no necesitamos
más mentiras para saborearla con plenitud.
»Ahora bien —les digo—, ¿está la gente preparada para asumir que
no hay nada más?
Les leo “La gaya ciencia”:
—“¿Hacia dónde rueda la Tierra ahora? ¿Hacia qué nos llevará su
movimiento? ¿Lejos de todo sol?” El sol representa la verdad: si la gente
asumiera que Dios no existe, ¿reinaría el caos? Nietzsche se sigue
preguntando: “¿No nos precipitaremos en una constante caída hacia atrás,
de costado, hacia adelante, en todas direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba
y un abajo? ¿No erraremos como a través de una nada infinita?” Porque sin
Dios, sin una vida después de esta, podría parecer que nada tiene sentido.
“¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece

92
continuamente y se hace cada vez más oscuro? ¿No hay que encender las
linternas desde por la mañana?”
Nietzsche termina diciendo: “Llego demasiado pronto”.
Pero eso fue en el siglo XIX. Yo estoy en un Colegio religioso en el
siglo XXI y sigo pensando que para esta gente es demasiado pronto. O este
Colegio y su ideología están demasiados atrasados.

93
Capítulo 71

En sexto de Básica el Hermano Luis se cabreó.


Hablábamos. Los niños en clase hablábamos. Ese fue el delito.
Nos puso a todos alrededor de la clase.
De pie.
Nos fue dando un guantazo en la cara uno a uno a todos.
A todos.
Un guantazo.
Otro.
Otro.
Otro.
Otro.
Otro.
6.
Yo estaba colocado en el puesto 25. Los contaba.
Pensaba que se arrepentiría. Pero, claro, no podía, ya había
empezado.
Su mano contra la cara de niños.
Las mejillas rojas.
Otra mejilla.
Otra mejilla.
Otra mejilla.
Y aquel hombre no paraba.
El infierno para ti, Hermano Luis que querrías parar y no podías.
Otra.
Y otra.
Y otra.
12.

94
Y para nosotros, que sólo éramos niños.
Y otra.
Y otra.
Y otra.
15.
¡Os maldigo enfermos religiosos, intolerantes, soberbios, inhumanos!
Mis amigos allí, sufriendo, echándose las manos a la cara después
del guantazo.
Retorciéndose.
Llorando.
Y él pegaba.
Y pegaba.
Y pegaba.
18.
El brazo hacia atrás. La palma abierta. El movimiento rápido.
Uno y otro y otro.
21.
Y acercándose.
Y mi madre en casa, tranquila, confiada.
Y ese hombre pegando.
Pegando.
Pegando.
24.
Y mi padre trabajando.
Buscando dinero para dárselo a ellos, para que me educaran.
Y llegó a mí.
Y me miró a los ojos.
Sólo teníamos 11 años.
Y me golpeó con su mano vieja.

95
Y la indignidad me recorrió el cuerpo.
Y el alma.
Y entonces supe que todo era mentira.
Que él era una mentira.
Que ellos eran una mentira.
Que toda su historia era una mentira.
Y me senté dolorido.
Y perdido.
Perdido como nunca.
Angustiado ante la injusticia.
Con mi mano cubriendo mi cara.

Él siguió hasta el 45.


Y nuestras madres en casa y nuestros padres en el trabajo.
Tranquilos.
Y mis amigos allí,
…llorando.

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Capítulo 72

—En el régimen del súper-hombre, o sea, del hombre que ya sabe que lo de
dios, el alma y la otra vida es un cuento, dice Nietzsche, una vez que
sabemos que no hay valores revelados por una conciencia superior, sólo
habrá pluralidad: pluralidad de interpretaciones o de perspectivas.
¿Entendéis por qué estamos obligados en la actualidad a la tolerancia? No
sólo Dios ha muerto, también la verdad ha muerto.

97
Capítulo 73

María y yo lloramos.
Yo voy a ser padre pero María y yo lloramos.
—Sé que no entiendes nada. —Le dije—. Todo se sale de los
esquemas que has vivido como “normales”. Ahora pensarás que nunca
debiste enamorarte de un profesor, que nunca tu profesor casado debió
enamorarse de ti y entregarse a ese sentimiento. Pero quiero que intentes
comprender en toda la profundidad de su sentido que los mayores estamos
tan perdidos como los adolescentes, que nunca se deja de estar perdido, que
tenemos miedo a la muerte y que el amor nos sigue recordando que
estamos vivos. Estar perdido es el signo de los tiempos.

98
Capítulo 74

El Jefe de Estudios me llama. Pienso que me van a echar. Todos los días
pienso que me van a echar: Pedro ha contado algo o de María o de mi
ideología.
—Enrique, ¿podrías dar una conferencia en nuestro ciclo de
primavera?
—Cómo no.
—De qué tema te gustaría hablar.
—De la Teología de la Liberación.
—Ah. Lo consultaré.
Quizás con esto me echen de una vez.

99
Capítulo 75

Cuando yo estudiaba en este colegio llegó un cura que decían que era
comunista. "Yo soy del P C", decía el Padre Carlos, "Soy del P C..., del
Partido de Cristo" y todos reían aliviados (yo hubiera preferido que
mantuviera la incógnita).
Hicimos grupos.
Jugábamos.
El proselitismo comienza con el juego.
Jugábamos y reíamos.
Luego venía el compromiso.
Tampoco estaba mal.
Soy más de izquierdas por aquel cura solidario que por el PSOE que
nos metió en la OTAN.
Íbamos a barrios de pobres.
Aquello era una aventura. Misioneros de barrio.
El barrio estaba una calle más allá de mi casa, y del Colegio.
Pasábamos miedo por aquellas calles.
Pero en eso consistía ser misioneros.
Luego llegábamos a una iglesia montada en un local bajo de un
edificio y hacíamos la misa en círculos y nos abrazábamos y cantábamos
(me gustaba cantar, cantar mejor que los demás, aunque no era mejor que
los demás).
El Padre Carlos nos contaba historias humanas de gentes normales
que se ayudaban.
Dios no estaba por ninguna parte.
O en todas.
Dios eran ellos, éramos todos.

100
Pero no era “Nadie”.

Nunca había chicas guapas metidas en religión.

101
Capítulo 76

Emilio, un profesor a punto de jubilarse, empieza a preparar la fiesta de


despedida de final de curso. Los alumnos deberán preparar un vals en
grupo.
Se contrata a una coreógrafa.
—Emilio, ¿no crees que lo del vals está un poco anticuado?
—No. Esto le da estilo al Colegio. Y luego los alumnos lo recuerdan
siempre.
—Claro. Pero el vals no es propio de nuestro país... Y bailarlo en un
patio colegial...
—Tienes que ver el vídeo del año pasado.
En el vídeo se ve a un grupo de colegiales bailando un vals en grupo
en un patio colegial con música grabada.
Todas las culturas han mantenido como signo de distinción los ritos
de las anteriores culturas dominantes.
Y hacen el ridículo.
En Antropología estudié que en los altos del Perú las indígenas se
visten de aragonesas, y ellas creen que ese vestido es su traje típico y
autóctono.
Los alumnos hacen el ridículo.
Pero sólo ante los ojos de un español.

102
Capítulo 77

La conferencia. Vienen muchos padres curiosos (“¿Habrán llegado los


curas comunistas a nuestra Institución?”), jóvenes de la Pastoral, alumnos
despistados que no se van a enterar de nada pero que les gusta ver que su
profesor “da una conferencia”, curillas jóvenes, curillas viejos y el
Director.
—Detrás de la Teología de la Liberación no hay nada —espeto. El
Director sonríe: eso es lo que él quería escuchar—. No hay nada
metafísico. Los teólogos de la liberación y el pueblo base que lo sustenta
intentan pensar en cómo fueron las primeras comunidades: grupos de
hombres y mujeres que se reunían para recordar las historia de un buen
hombre llamado Jesús...
“Un tal Jesús”. Un hombre bueno, pionero de una filosofía que
cambió el mundo y construyó el pensamiento de Occidente: el amor.
—Actuar con buena intención —sigo diciendo— es actuar sin
esperar nada a cambio, sin esperar recompensa celestial. El que la espera, el
que actúa por deseo de conseguirla o por miedo a perderla, mercantiliza
con Dios.

103
Capítulo 78

Ortega. “Pensar es un repertorio de creencias que la gente nos inculca en el


proceso de nuestra socialización”.

104
Capítulo 79

Al día siguiente de la conferencia me llama el Director a su despacho.


—Usted es un hombre bien preparado. Pero me parece que está algo
confundido...
Claro, él tiene la verdad.
Los que pensamos sobre la verdad, los que dedicamos nuestra vida a
buscar la verdad, a pensar en los métodos, los que tenemos la linterna
encendida desde por la mañana estamos confundidos...
—Sí. Eso es parte de nuestra profesión. Buscar salidas a la
confusión.
—Ah, los filósofos... Siempre tienen respuesta para todo...
Ah, los profesores de Educación Física que llegan a Directores de
Colegio, siempre lo saben todo.
—No sé si esa confusión —continúa diciéndome— es buena para
nuestros alumnos. Le estoy hablando de la renovación para el próximo
curso. ¿Lo entiende? Además, un alumno nos ha comentado que frecuenta
usted a una alumna. ¿Sabe las consecuencias jurídicas que eso podría
traerle a usted y a nosotros?
—Soy consciente.
—Queda poco tiempo de curso y no queremos armar un escándalo...

Yo fui confundido. En este Colegio fui confundido. Tenía 10 años y el


profesor comenzó a llevarse niños a casa.
Los masturbaba.
Al principio me lo contaba Contreras.
Yo fui el último en ir.

105
Quedé en su casa, cerca del Colegio, media hora antes de las clases
de la tarde.
Subí a un primer piso.
La casa casi no tenía muebles.
Me sentó en sus rodillas.
Me sacó mi pequeño pene y lo agitó.
Yo lo besé (Contreras me dijo que él lo besaba).
Le agarré su polla por encima del pantalón.
Me preguntó que si quería verlo.
Le dije que todavía no (Contreras me dijo que le dijera que todavía
no).
Yo quería aprobar. Sacar buenas notas. Que mis padres se sintieran
orgullosos.
Pero allí, en ese momento, no entendía nada.
Pensé que tenía ganas de orinar y se lo dije.
Se enfadó.
Me llevó al baño.
No pude orinar.
Me dijo que se hacía tarde.
Nos fuimos.

Lo echaron del Colegio.


Dos días más tarde lo echaron del Colegio, pero no lo denunciaron.
Y a nosotros, luego, nos dieron fuerte.
Para “recuperarnos”.

Yo me sentí culpable (mundo cristiano).


Tenía 10 años.
No me perdoné.

106
Necesité 15 años para contarlo por primera vez.
Contreras se perdió.
Lo echaron, luego las drogas.
Se perdió.
Nos hicieron daño.
Y ellos, los señores vestidos con sotanas negras, no hicieron nada.
“No queremos armar un escándalo”.

25 años después la historia se ha repetido.


Yo soy yo y mis circunstancias.

107
Capítulo 80

María Zambrano. Todo filosofar es un poetizar. Cada civilización ha


construido sus cuentos, sus historias, para intentar dar sentido a lo que no lo
tiene. Filosofar no es más que crear otro cuento pero sin personajes, un
cuento abstracto que por medio de las palabras nos haga creer que
comprendemos la realidad y la vida. Todo filosofar es un poetizar.

—Está acabando el curso y creeréis que ya no hay nada interesante


que saber sobre Filosofía. Y menos de una mujer. Y española. Pues esto
que os voy a contar es muy interesante —Todos sonríen burlonamente. Ya
saben que todos los autores me han parecido “muy interesantes”. Es
imposible mantenerlos concentrados: hace calor y tras de mí no hay ocho
guionistas de Harvard y cincuenta planos por minuto y un compositor con
tres Óscars: los profesores estamos abocados a la incomprensión: un tipo
que habla, ¡¿a quién le puede interesar?!—. Todo filosofar es un poetizar
—y se lo explico.

108
Capítulo 81

Evaluación final de los alumnos que van a Selectividad.


El jefe de estudios dice directamente que al que le quede una se le
aprueba.
Se pasa lista y se aprueba a todos los que le queda una.
Se repasa a los que les queda más de una.
—Abad, María Luisa: 4.
Magdalena se dirige al profesor de Latín y Lengua:
—Esa muchacha necesita ayuda, lo ha pasado muy mal este año.
—No sabe nada, Magda.
—Pero su familia es amiga nuestra.
—No lo intentes por ahí, porque si le apruebo a ella, apruebo a todos.
El jefe de estudios interviene:
—Ah, bueno, entonces empecemos desde el principio.
Y aprueban a todos los de Latín y Lengua. El profesor de Latín y
Lengua guarda silencio. Magdalena dice que aprueba a María Luisa el
Inglés. El jefe de estudios me mira y me pregunta:
—¿Y tú, le apruebas la Filosofía?
—No —le digo. Esa niña no sabe ni escribir. Pero si vosotros queréis
aprobarla, que sea el claustro…
Magdalena corta:
—Bueno, pero como ya sólo le queda una y a los que le queda una…
El jefe de estudios dice:
—Ay, es verdad.

109
Capítulo 82

Así debí de aprobar yo en mi época. Así salen luego las estadísticas.


Mi amigo Julio, que estudiaba en un instituto, se quedó sin entrar en
Medicina por una décima.
María Luisa no aprobó la Selectividad.
No sabía ni escribir…

110
Capítulo 83

Fiesta fin de curso. Las chicas llevan vestidos largos.


Belleza, exultante belleza: juventud.
Pero María es elegancia: lo que nunca pasa: elegancia.
La más elegante.
Luego van a bailar.
No hay taxis.
Cojo mi coche y llevo a un grupo de chicas y luego a otro y luego a
otro.
Se montan en mi coche, alegres, y se apretujan. Pero en este último
viaje hay más silencio, como un agujero negro en el coche. Miro hacia atrás
y la veo. María va en mi coche.
Al bajar dice “gracias”.
Cuando termina la fiesta caminan cuatro chicas muy juntas.
Yo hablo con otros profesores y la miro.
La sigo con la mirada.
Ella me ve.
Mueve su mano.
Me dice adiós.
—Adiós, María.
Adiós.

111
Capítulo 84

Vienen cuatro alumnos a las clases extras preparatorias de la Selectividad.


Me preguntan por Nietszche, por Tomás.
Creo que por primera vez me escuchan.
Estamos sentados sobre las bancas, como Jesús con algunos
apóstoles sobre unas rocas.
Aprovecho: Jesús resucitó porque seguimos recordándolo cada
semana. El día que nadie recuerde a Jesús, habrá muerto. Esa es la
“resurrección”, no hay nada más allá.
Lo comprenden.
Creo que lo comprenden.
Entienden, de pronto, que se puede ser Cristiano —por seguidor de
un tal Cristo— y ateo —por rechazar toda trascendencia.
Estos cuatro no volverán a ser los mismos.
Es una religión de hombres, de mortales.
No hay nada más.

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Capítulo 85

¿Cómo piensas que va a ser tu futuro?


El libro.
Al final del curso se publicó el libro con los textos de los alumnos.
“Visión del mundo a los 16”.
María había contestado a la pregunta.
Sinceramente, no sé como va a ser mi futuro, lo que si sé es cómo
quiero que sea y lo que voy a hacer para intentar que sea así. Espero
estudiar aquello que en ese momento de mi vida me guste y desee
realmente como para pasar toda una vida dedicándome a ello. Una vez
acabada la carrera, quiero tener una profesión en relación con ella, que
me satisfaga y me haga crecer como persona. Quiero vivir en una gran
ciudad, donde poder elegir entre muchas alternativas de ocio. Me
encantaría viajar, por todo el mundo, durante bastante tiempo. Deseo
formar una familia con alguien que comparta mis mismas inquietudes, que
tenga gustos similares a los míos y que me haga feliz. Quiero tener hijos y
educarlos, como mis padres me educaron a mí. Quiero pasármelo bien,
conocer muchas cosas y a muchas personas, disfrutar de cada situación,
aprender todo lo que pueda, compartir mi felicidad con los demás y
hacerles partícipes de ella. Quiero que cuando me vaya a morir piense en
mi vida y dé gracias a Dios porque haya merecido la pena vivirla.

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