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EL AÑO DEL MARTILLO, de José Carlos Carmona
EL AÑO DEL MARTILLO, de José Carlos Carmona
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Para Juan Gavilán y Enrique Conesa,
mis profesores “rojos”.
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¿No hay que encender las linternas desde por la mañana?
Friedrich Nietzsche
La gaya ciencia, III, 125.
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EL AÑO DEL MARTILLO
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Capítulo 1
6
Capítulo 2
7
Capítulo 3
8
Capítulo 4
Don Manuel pegaba con la regla. Luego creo que lo quise. Pero entonces
pegaba con la regla.
Tiraba la goma a la cabeza. Él era un niño. Yo no lo sabía. Luego se
fue a la mili. Don Manuel era un niño que me parecía un hombre que tiraba
la goma a la cabeza.
25 años después yo no tiro nada. Nadie me hace caso pero no tiro
nada. No grito, no golpeo. No tiro nada.
No soy Don Manuel. Soy Enrique. Enrique Cabrera.
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Capítulo 5
10
Capítulo 6
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Capítulo 7
Platón.
—Platón se inventó el alma. Platón –para Occidente– se inventó el
cielo, y la otra vida y la necesidad de ser mejor en esta. ¡Platón se lo
inventó! ¿Os suena a algo familiar, niños idiotas?
En la primera clase tengo que rezar.
Rezamos a la entrada.
Yo, ateo confeso, tengo que rezar a la entrada. “Padre nuestro que
estás...” ¿en los cielos, en el cielo?
Me impongo una misión: construir un espíritu crítico por el que
lleguen a la nada. Quedan seis meses para llegar a Nietzsche.
¿Seré descubierto? ¿Se organizará un Tribunal Inquisidor y seré
expulsado con deshonor?
Platón se inventó el miedo de Occidente.
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Capítulo 8
La sala de profesores. Los maestros hablan de fútbol. “Pues ahora dice que
van a fichar a...”
Maestros, jóvenes, no saben que no saben. Creen que son la cultura.
No saben. No leen. Miran Internet. Fútbol. “Pues ahora dice que van
a fichar a...”
Hay un crucifijo en la pared.
Desprecio el fútbol y a sus seguidores.
Pero debo sonreír.
Y hablar de fútbol.
Se me nota.
Hay tres mujeres. Hay más mujeres pero para mí hay tres mujeres.
Uno: Loira: como un río: belleza, saltos de agua, vida.
Dos: María Luisa: como un arroyo: risas, sonidos, pájaros.
Tres: Magdalena: como un lago: agua, mucha agua, agua embalsada.
Un lago.
Hay hombres. Licenciados: matemáticos, biólogos, historiadores,
filólogos. Es difícil saber por qué siguen ahí.
La sala de profesores. Como la redacción de un periódico. Entran,
salen, cogen libros, sueltan libros.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
“Buenos días”.
Como peces en una pecera. Yo sólo estaré un año. Me siento
aliviado. Pero digo: “Buenos días”.
Me responden: “Buenos días”, “buenos días”, “buenos días”.
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Capítulo 9
14
Capítulo 10
15
Capítulo 11
16
Capítulo 12
17
Capítulo 13
18
Capítulo 14
19
Capítulo 15
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Capítulo 16
21
Capítulo 17
22
Capítulo 18
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Capítulo 19
Se fue.
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Capítulo 20
Yo fui confundido.
En este Colegio fui confundido.
Tenía 10 años y un profesor nos confundió. A mí y a otros niños.
Yo me sentí culpable (mundo cristiano).
Tenía 10 años.
No me perdoné.
Necesité 15 años para contarlo por primera vez.
Otros se perdieron.
A uno lo echaron, luego las drogas. Se perdió.
Contreras.
Contreras era su apellido.
Nadie te pidió perdón, Contreras.
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Nos hicieron daño. Y ellos, los señores vestidos con sotanas negras,
no hicieron nada.
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Capítulo 21
María no me hace caso. Hace bien. Yo creo que hace bien. Y por eso la
quiero más, y la deseo más. Pero las nínfulas florecen a mi alrededor.
No sé a dónde mirar. Hay tanta belleza que conmociona. Salgo de
clase aturdido. Marta: perfecta; Luisa: graciosa; Rocío: misteriosa; Irene:
inteligente (la inteligencia me pone, me pone más que nada); Carmen:
enigmática.
Hay chicos, pero ni los veo. Uno le toca el pelo a María (le sigue
tocando el pelo a María, se la trabaja todo el curso: a María le cuesta
resistirse, él es estupendo: más le odio).
Niñas: falditas, calcetines altos, blusa. Sólo veo rodillas y rostros
perfectos. Sé que hay más, y niños (pero esos sólo molestan: edad infame).
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Capítulo 22
Pedro me dice que salgamos a tomar un café con su prima y con dos más
de clase. ¡¿Cómo voy a salir con una pandillita de niños de 15 años?!
Quedamos en el centro comercial.
Vemos una peli.
Luego quieren ir "a tomar algo".
Yo rezo para que no me vea nadie del Colegio.
Caminamos.
Contamos tonterías.
Yo siempre estoy nervioso y me comporto artificialmente gracioso (o
sea, patético). Tomamos un coca-cola (eso es lo que yo bebo) y alguna
tapa.
Invito, ¡por supuesto! (¡soy el padre!). No tienen dignidad y se dejan
invitar (esto me toca los cojones, la verdad).
Menos mal que en el grupo va Cristina, su prima. Sonríe y se ilumina
el mundo. No me enamora pero sonríe y se ilumina el mundo.
Hablamos de futuros profesionales. Oigo alguna tontería (¡¿pero qué
quiero oír si tienen 15?!), pero el tema me gusta.
Me encanta hablar del futuro.
Me encanta hacer planes.
Un día yo fui ellos.
Y me equivoqué.
Y luego convertí las equivocaciones en aciertos o la resignación en
bálsamo.
Hablamos del futuro. Y Cristina sonríe (debería tener un buen
futuro).
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Y luego les acompaño a casa ("Llamad a casa y avisad. Creo que es
un poco tarde". "No, nosotros podemos llegar...". Llaman. Les regañan.
Aceleran el paso).
Queda poco para librarme.
No volveré a salir con ellos.
Conozco los límites (de la sociedad, de la hipocresía social, de lo
políticamente correcto).
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Capítulo 23
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Capítulo 24
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Soy, para ella, un hombre muy mayor, calvete, con tripa, que la
invita a un concierto).
Dice que lo pensará.
Todo es mentira. Lo decía Descartes.
O puede serlo.
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Capítulo 25
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Capítulo 26
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Capítulo 27
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Capítulo 28
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Yo también me alegro de que esté alegre.
Le irá bien.
Es bella, alegre y atrevida (ha ido sola con su profesor de 43 años a
un concierto...).
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Capítulo 29
Primera evaluación.
Sé que se hablará de mí (no de mí, pero sí del niño que fui: "Cabrera no
para". "A mí me tiene harto". “Este niño no va a llegar a ninguna parte").
“Álvarez, Felipe, 1.
"Ah", digo.
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Capítulo 30
Con los meses me entero de que van a otro, más lejos, más tranquilo.
Voy.
Cuando me siento, a veces, sólo faltan dos minutos para que se levanten.
No quiero estar ahí, sentado con ellos, como si ese fuera mi destino.
Yo no me resigné.
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Lo aprendí en mi colegio, en mi colegio competitivo.
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Capítulo 31
“Si tuviera que contestar a la siguiente pregunta” –les recito con voz
impostada para intentar atraer su atención–: “¿qué es la esclavitud?, y
respondiese en pocas palabras es el asesinato, mi pensamiento sería
comprendido de inmediato. No necesitaría, ciertamente, grandes
razonamientos para demostrar que la facultad de quitar al hombre el
pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y muerte,
y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo. ¿Por qué razón, sin
embargo, no puedo contestar a la pregunta ¿Qué es la propiedad?, diciendo
concretamente es el robo, sin tener la certeza de no ser comprendido, aun
cuando esta segunda respuesta no sea más que una simple transformación
de la primera?”
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Alguno de ellos, quizás, será enzarzado.
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Capítulo 32
Puro y duro.
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Capítulo 33
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Capítulo 34
Cuántos recreos sin correr, sin jugar al fútbol, allí, rezando 5 series
de diez ave marías.
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Capítulo 35
Les leo a Voltaire (que tampoco entra...), pero en el libro viene poco y sin
gracia.
Pobre Voltaire.
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Capítulo 36
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Capítulo 37
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Capítulo 38
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presión entre los otros. Cuando estaba allí sólo me quedaba gritar mi
objetivo:
—¡Bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!,
¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!, ¡bocadillo de queso!
Era una rata gritando “¡bocadillo de queso!”.
Siempre lo conseguía rápido.
Muy rápido.
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Capítulo 39
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Capítulo 40
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Capítulo 41
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Capítulo 42
Kant pregunta:
¿qué es el hombre?
Pero nadie se motiva, a nadie le veo ojos con chispa, nadie se queda
al final para hablar conmigo.
Al final del curso me entero: sólo quieren estudiar carreras en las que
ganen dinero.
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La razón se enreda en contradicciones, dice Kant, y por ello no da
con la verdad, por tanto: la metafísica (saber qué es la realidad, juzgar si la
razón es un instrumento suficiente para comprender el mundo, saber qué es
el mal o cuál sea el sentido de la vida) es imposible como ciencia; y la
ciencia de la naturaleza, por lo mismo, no va a poder responder a las
cuestiones metafísicas.
Y luego llega el Kant blando –casi esotérico– que dice que oímos en
nosotros la voz de la conciencia moral (el imperativo categórico) y ellos
piensan en Pepito Grillo (yo pienso en María) y en que lo de Pepito Grillo
también lo dice su religión.
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Capítulo 43
Adoré siempre (años después, incluso; hoy, todavía) que dijera: “Sí,
sí, preséntate. ¡Oye, el Cabrera se va a presentar a Delegado!”.
Cabrera.
Cabrera.
Cabrera.
Cabrera.
Cabrera.
Cabrera.
Y gané.
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Desde entonces gané siempre, hasta el último curso de la
Universidad.
Siempre.
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Capítulo 44
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Capítulo 45
“Álvarez, Felipe, 1.
Hay silencio.
Guardan silencio.
Aquí estoy yo: el espía rojo, siendo más papista que el Papa, más
santurrón que el Santo.
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"1 suspensos".
Estadística.
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Capítulo 46
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Capítulo 47
Es un hombre celoso.
De ella, no de mí.
Sé que me quiere.
Quiere ser yo, o quiere ser como yo, o me quiere para él.
Es Chopin pirateado.
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Capítulo 48
Pedro.
Pienso en María.
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Capítulo 49
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Capítulo 50
Y lo haría.
Lentamente
Mirándome.
Contenta.
Tendría que decir: “Qué suerte estar vivo”, “qué suerte vivir”, “que
suerte seguir viviendo”.
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Capítulo 51
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Capítulo 52
Feuerbach.
—Mirad, Feuerbach no entra, pero es necesario para comprender a
Marx (que sí entra).
»En su libro “La esencia del Cristianismo” (¡quién hubiera escrito
ese libro en ese momento!) nos dice que Dios no es más que un invento del
hombre que ha proyectado en un supuesto Ser las cualidades que a él
mismo y según cada época le han parecido más positivas para la
supervivencia. ¿Os enteráis, niños, (¡niñatos pijos!)?
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Capítulo 53
Les leo en clase a Pessoa. Me aseguro de que María me mire a los ojos. La
miro y leo:
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y le pienso viendo y oyendo
y ando con él a todas horas”.
Y miro a María.
A los ojos.
Y está llorando.
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Capítulo 54
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Capítulo 55
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Capítulo 56
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Capítulo 57
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Todavía hoy me sorprendo de mí, de nosotros: aquello no nos supuso
más que una anécdota: "Pardo le pegó al Hermano Virgilio" (que el
Hermano Virgilio le pagara a Pardo no era ninguna anécdota).
Salimos al patio y jugamos, volvimos a casa.
Todo aquello era "normal", cotidiano.
Pero hoy pienso que fue una mierda.
Un hombre pegó violentamente a un niño.
Hizo mal, muy mal.
Aquel hombre religioso.
Pero la mayor mierda era lo que habían hecho con nuestras cabezas:
salimos al patio y nos pusimos a jugar.
Como si nada.
Como si nada.
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Capítulo 58
Se lo cuento a María.
Nos reímos.
Comemos pipas junto al río y nos reímos.
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Capítulo 59
Recojo los relatos escritos por los alumnos en su casa para formar parte del
libro. Todos son ñoños.
Menos uno.
Es una historia basada en un hecho real.
Es buena.
Tiene morbo.
Y sexo.
El alumno la lee en clase.
La historia de J. P.
Todos ríen.
Me miran.
Saben que es anatema: hablar de sexo con el profesor delante.
Pero el alumno lo lee: “Jota Pe –LA HISTORIA–“.
Un chico está esperando en su casa a que venga una chica. Cuando ella
está a punto de llegar, él se mira en el espejo, se quita la camiseta, ve su
cuerpo enclenque, “de boxeador de segunda”, intenta marcar bíceps y se
dice: “¡Qué bueno estoy”. “Después”, continúa el relato, “se dirigió
rápidamente a la cocina, abrió el frigorífico y cogió el bote de nata montada
Asturiana que había comprado un rato antes. Se fue a la puerta del piso, la
dejó entreabierta, y se fue al salón. Se desabrochó el pantalón, y se echó
nata montada por TODO el cuerpo. Se echó en el sofá y tras unos instantes
escuchó la puerta abrirse y cerrarse.
–Guapa, estoy en el salón.
Ella entró en la casa, fue al salón, y observó la situación desde el umbral
de la puerta. Entonces le dijo:
–Jota–pé, ¿qué es eso?
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–Es nata…
–¿Y qué haces con nata montada por todo el cuerpo?
–Esperar a que tú la chupes…”
“J. P. buscó la botella de anís del Barça que su padre tenía escondida.
Sirvió dos chupitos, y le acercó uno a ella. Ella lo cogió y se lo bebió de un
trago. Tras esto, cogió la botella y empezó a beber a morro, sin parar.
Después se recostó en el sofá. J. P. aprovechó la oportunidad y la besó. Ella
estaba tan mareada del anís que no le quitó la cara, y se besaron durante un
rato. Después, él la condujo a su cuarto, y la tumbó en su cama. Estaban los
dos tumbados cuando a ella le empezaron a dar arcadas, y vomitó. Lo dejó
todo perdido de vómito con olor a anís. Como se encontraba mal, J: P.
llamó a una amiga de ella”. La amiga vino y se la llevó. Un amigo de J. P.
estaba en la casa y lo había visto todo. Se rió de J. P. J. P. le dijo: “Tú dile a
la gente que “he chingao”. Luego llega la madre y ve que J. P. todavía tiene
nata por el cuerpo. “Pero ¿qué has hecho?”.
–Una fiesta, mamá… tú sabes.
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Capítulo 60
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Capítulo 61
Marx.
Aquí tengo que entregarme.
Es mi última gran oportunidad.
Hay cierta expectación.
Todos sienten que esta parte del programa pone a prueba las
convicciones de sus profesores.
El bicho atrae la rebeldía de los jóvenes (el bicho es Marx, claro).
“Marx sólo es un analista de la realidad”, les digo.
Creo que es un comienzo decepcionante para ellos, todavía no he
hablado de la hoz y el martillo, pero es la verdad y ese es mi plan.
“Un analista de la realidad sin otras herramientas que el análisis y la
razón”.
“Marx estudia el concepto de alienación, que es más o menos de lo
que se queja la Iglesia Católica: nos tratamos los unos a los otros como
cosas para nuestro provecho”.
Ahora se sienten más molestos aún porque no quieren que el
marxismo rebelde se parezca a nada de lo que le han estado hablando
durante toda su vida (ellos no lo saben pero sus catequistas “progres”, son
todos cercanos a la Teología de la Liberación, cercanos, pues, a los análisis
marxistas de la realidad: primero preocupémonos por los hombres que lo
demás ya llegará. Si llega).
Les pongo ejemplos de alienación. “Ser cajera de supermercado, ser
echador de gasolina, ser taxista, ser guardia de seguridad, ser conductor de
autobús, ser...”
“Las fuerzas que de verdad dirigen la marcha de la historia son
esencialmente de carácter material, fundamentalmente económicas. Lo que
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dirige la historia no es la religión ni el pensamiento ni el sexo, lo que dirige
la historia es las condiciones materiales de la vida. Lo demás, la religión, el
pensamiento, el sexo, se inventa para justificar las condiciones materiales
de la vida”. “No es la conciencia la que determina la vida”, dice Marx,
“sino la vida la que determina la conciencia”.
No te casas por amor: te casas para poder pagar el piso entre dos.
No tienes hijos por amor: tienes hijos para que te ayuden en el campo
o para que te cuiden en la vejez. Son tu seguro.
Pero Marx está en contra de que sea la vida quien determine la
conciencia. Ahora, dice, se trata de transformar el mundo con las ideas.
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Capítulo 62
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“Veamos la película, Pedro”.
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Capítulo 63
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Capítulo 64
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Capítulo 65
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Él siguió mirando al frente. Inmóvil.
Uno de los Carrasco pasó a su lado de camino a la puerta de salida.
Le pegó en la cabeza. Seco, fuerte. Con la palma de la mano
—¡Cagón. —Le dijo.
“El Dumbo” siguió inmóvil.
Mirando al frente.
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Capítulo 66
“El Dumbo” faltó algunas semanas a clase. El rumor decía que se había
operado las orejas. Mi madre, que conocía a la suya, me lo explicó:
—Le han hecho una operación para que las orejas se le queden más
pegaditas.
El Dumbo vino por fin una mañana en el autobús.
Se le veían los puntos negros detrás de las orejas.
Cuando llegamos al colegio le estaba esperando Carrasco.
Hubo un enfrentamiento.
Breve.
“El Dumbo se sentía fuerte” (ya tenía sus orejas operadas) y pudo
responderle con unas palabras valientes.
Carrasco fue hacia él para pegarle.
Tiró con su mano derecha de la oreja izquierda y se la arrancó.
Allí quedó tirada la oreja en el suelo.
Yo lo vi.
Fui el único que lo vi.
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Capítulo 67
Escribo una obra de teatro para los alumnos del último curso. Doy caña.
Aprovecho y doy caña. Son escenas cortas. El portero del Colegio recibe a
una serie de personajes:
-Una madre rica que quiere matricular a su hijo y para eso es capaz
de falsificar la declaración de la renta, inscribir a su hijo en el piso de su
limpiadora ucraniana que vive más cerca y fingir que es cristiana. Y todo
eso: para educar en valores a su hijo.
-Un padre que le dice al portero:
—Mire, mi hijo es uno de estos locos que termina hoy el
Colegio. Ha estado aquí ¡doce! años, está acostumbrado. El año que
viene quiere estudiar... Filología Árabe, y usted sabe... Con lo bien
que se está aquí, su uniforme, su horario, su bocadillito que le hace
su madre todos los días y se lo envuelve en papel albal... Y allí en la
Facultad... ¡va a poder vestirse como quiera!, ¿dónde se ha visto
eso?; puede faltar a clase y no me van a mandar sus profesores un
parte en su libretita... Me pedirá dinero para... “tomar Café”... ¿No
habría alguna posibilidad de que le suspendieran algo para que
siguiera aquí un añito más o dos?
-Un viejo que protesta porque las niñas vayan con falditas cortas:
—Esas niñas... enseñando las rodillas, cuando en los institutos
van con vaqueros raídos y son, por tanto, (moviendo el dedo
amenazador en el aire) menos apetecibles. ¡¡¿Sabe?!!
Hay más escenas.
Los alumnos ríen.
Se dan cuenta de las incongruencias del Colegio.
Ríen.
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Pero ya es tarde.
No se anulan doce años con una obrita de teatro.
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Capítulo 68
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Capítulo 69
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Capítulo 70
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continuamente y se hace cada vez más oscuro? ¿No hay que encender las
linternas desde por la mañana?”
Nietzsche termina diciendo: “Llego demasiado pronto”.
Pero eso fue en el siglo XIX. Yo estoy en un Colegio religioso en el
siglo XXI y sigo pensando que para esta gente es demasiado pronto. O este
Colegio y su ideología están demasiados atrasados.
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Capítulo 71
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Y para nosotros, que sólo éramos niños.
Y otra.
Y otra.
Y otra.
15.
¡Os maldigo enfermos religiosos, intolerantes, soberbios, inhumanos!
Mis amigos allí, sufriendo, echándose las manos a la cara después
del guantazo.
Retorciéndose.
Llorando.
Y él pegaba.
Y pegaba.
Y pegaba.
18.
El brazo hacia atrás. La palma abierta. El movimiento rápido.
Uno y otro y otro.
21.
Y acercándose.
Y mi madre en casa, tranquila, confiada.
Y ese hombre pegando.
Pegando.
Pegando.
24.
Y mi padre trabajando.
Buscando dinero para dárselo a ellos, para que me educaran.
Y llegó a mí.
Y me miró a los ojos.
Sólo teníamos 11 años.
Y me golpeó con su mano vieja.
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Y la indignidad me recorrió el cuerpo.
Y el alma.
Y entonces supe que todo era mentira.
Que él era una mentira.
Que ellos eran una mentira.
Que toda su historia era una mentira.
Y me senté dolorido.
Y perdido.
Perdido como nunca.
Angustiado ante la injusticia.
Con mi mano cubriendo mi cara.
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Capítulo 72
—En el régimen del súper-hombre, o sea, del hombre que ya sabe que lo de
dios, el alma y la otra vida es un cuento, dice Nietzsche, una vez que
sabemos que no hay valores revelados por una conciencia superior, sólo
habrá pluralidad: pluralidad de interpretaciones o de perspectivas.
¿Entendéis por qué estamos obligados en la actualidad a la tolerancia? No
sólo Dios ha muerto, también la verdad ha muerto.
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Capítulo 73
María y yo lloramos.
Yo voy a ser padre pero María y yo lloramos.
—Sé que no entiendes nada. —Le dije—. Todo se sale de los
esquemas que has vivido como “normales”. Ahora pensarás que nunca
debiste enamorarte de un profesor, que nunca tu profesor casado debió
enamorarse de ti y entregarse a ese sentimiento. Pero quiero que intentes
comprender en toda la profundidad de su sentido que los mayores estamos
tan perdidos como los adolescentes, que nunca se deja de estar perdido, que
tenemos miedo a la muerte y que el amor nos sigue recordando que
estamos vivos. Estar perdido es el signo de los tiempos.
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Capítulo 74
El Jefe de Estudios me llama. Pienso que me van a echar. Todos los días
pienso que me van a echar: Pedro ha contado algo o de María o de mi
ideología.
—Enrique, ¿podrías dar una conferencia en nuestro ciclo de
primavera?
—Cómo no.
—De qué tema te gustaría hablar.
—De la Teología de la Liberación.
—Ah. Lo consultaré.
Quizás con esto me echen de una vez.
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Capítulo 75
Cuando yo estudiaba en este colegio llegó un cura que decían que era
comunista. "Yo soy del P C", decía el Padre Carlos, "Soy del P C..., del
Partido de Cristo" y todos reían aliviados (yo hubiera preferido que
mantuviera la incógnita).
Hicimos grupos.
Jugábamos.
El proselitismo comienza con el juego.
Jugábamos y reíamos.
Luego venía el compromiso.
Tampoco estaba mal.
Soy más de izquierdas por aquel cura solidario que por el PSOE que
nos metió en la OTAN.
Íbamos a barrios de pobres.
Aquello era una aventura. Misioneros de barrio.
El barrio estaba una calle más allá de mi casa, y del Colegio.
Pasábamos miedo por aquellas calles.
Pero en eso consistía ser misioneros.
Luego llegábamos a una iglesia montada en un local bajo de un
edificio y hacíamos la misa en círculos y nos abrazábamos y cantábamos
(me gustaba cantar, cantar mejor que los demás, aunque no era mejor que
los demás).
El Padre Carlos nos contaba historias humanas de gentes normales
que se ayudaban.
Dios no estaba por ninguna parte.
O en todas.
Dios eran ellos, éramos todos.
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Pero no era “Nadie”.
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Capítulo 78
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Capítulo 79
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Quedé en su casa, cerca del Colegio, media hora antes de las clases
de la tarde.
Subí a un primer piso.
La casa casi no tenía muebles.
Me sentó en sus rodillas.
Me sacó mi pequeño pene y lo agitó.
Yo lo besé (Contreras me dijo que él lo besaba).
Le agarré su polla por encima del pantalón.
Me preguntó que si quería verlo.
Le dije que todavía no (Contreras me dijo que le dijera que todavía
no).
Yo quería aprobar. Sacar buenas notas. Que mis padres se sintieran
orgullosos.
Pero allí, en ese momento, no entendía nada.
Pensé que tenía ganas de orinar y se lo dije.
Se enfadó.
Me llevó al baño.
No pude orinar.
Me dijo que se hacía tarde.
Nos fuimos.
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Necesité 15 años para contarlo por primera vez.
Contreras se perdió.
Lo echaron, luego las drogas.
Se perdió.
Nos hicieron daño.
Y ellos, los señores vestidos con sotanas negras, no hicieron nada.
“No queremos armar un escándalo”.
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Capítulo 80
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Capítulo 81
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Capítulo 82
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Capítulo 83
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Capítulo 84
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Capítulo 85
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