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Clase 5: Etapa Salitrera y Cuestión Social

Evolución y desarrollo de la industria del salitre


La guerra del Pacífico o guerra del Salitre (1879-1883) tuvo importantes consecuencias
económicas para Chile a fines del siglo XIX. Como resultado de la incorporación de las
regiones salitreras en el norte, Chile aumentó sus exportaciones llegando a convertirse en
uno de los principales productores de este mineral.
El aumento de la demanda internacional por este producto se explica por sus usos en la
agricultura y en la guerra. El salitre era un fertilizante natural que permitía aumentar el
rendimiento de los predios agrícolas, una necesidad fundamental en un mundo cuya
población estaba en constante aumento. Por otra parte, la unificación de Alemania e Italia y
la posterior crisis de los imperios coloniales a fines del siglo XIX determinaron
enfrentamientos bélicos que necesitaban grandes cantidades de armamentos, y el salitre
era el elemento clave para la fabricación de pólvora.
En Chile, la afluencia de capitales dio un nuevo impulso al proceso industrializador iniciado
en la década de 1860, al mismo tiempo que se aceleraron las transformaciones sociales con
la emergencia de los sectores obreros y las clases medias. La prosperidad salitrera ayudó
también a la expansión del comercio, la industria, la agricultura y el aparato estatal. El auge
del ciclo del salitre puede localizarse entre los años 1880 y 1914, y su declive entre 1915 y
1930 (esto no quiere decir que se haya dejado de producir el mineral completamente),
período en el que el salitre sintético, elaborado por Alemania desde fines de la Primera
Guerra Mundial, comenzó a competir con el salitre nacional.
A partir de entonces el eje de la economía nacional cambió y el salitre que también fue
conocido como oro blanco y despertó “un nuevo sueño minero que opacaría todo lo
conocido hasta entonces en materia de expectativas, ganancias y frustraciones” (Pinto y
Salazar; 2002). Una vez pasada la guerra, y pese a todo el esfuerzo desplegado durante el
conflicto, el Estado no invirtió en las nuevas áreas incorporadas, limitándose a cobrar tasas
a la exportación del mineral. Aun así, se inició un nuevo período de prosperidad económica
que permitió la expansión del comercio, la industria, la agricultura y el aparato estatal.
Pese al renovado estímulo económico, las condiciones de vida de la mayor parte de la
población siguieron siendo miserables y los distintos gobiernos no implementaron medidas
efectivas para solucionar la grave crisis social que por entonces ya comenzaba a perfilarse.
El desempleo, los bajos sueldos, el alto costo de vida y la falta de mecanismos que
regularan los excesos patronales terminaron precipitando violentos estallidos sociales que
marcaron las primeras décadas del siglo XX.

La cuestión social en Chile 1880-1920.


Es indudable que la pobreza y las desigualdades sociales no surgieron en el país en la
década de 1880, como tampoco han desaparecido en la moderna realidad del Chile actual.
El tema social había sido instalado en la opinión pública chilena a mediados del siglo XIX,
en la voz de la “Sociedad de la Igualdad”, lugar en el cual Santiago Arcos y Francisco
Bilbao elaboraron una serie de críticas a la situación de la desigualdad en Chile.
A finales de siglo XIX muchos elementos se conjugaron para transformar los problemas
sociales en una cuestión social, como son, un contexto económico capitalista
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plenamente consolidado, marcado por una incipiente industrialización


y un proceso de urbanización descontrolado que agravaron las malas condiciones de
vida del trabajador urbano; una clase dirigente ciega e ineficiente ante los problemas y
quejas del mundo popular; y, finalmente, una clase trabajadora que ya no estuvo
dispuesta a quedarse de brazos cruzados esperando que el Estado oligárquico llegara a
ofrecer alguna solución a sus problemas.
Migración campo-ciudad.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se produjo un lento proceso de migración campo-
ciudad, que se acentuó a fines del siglo y se dirigió también hacia las salitreras. Esta
emigración tuvo como motivación fundamental la búsqueda de trabajo y de mejores
condiciones de vida que las del campo. Las ciudades de Santiago y, en menor
proporción, las de Valparaíso y Concepción, fueron los centros de atracción de los
inmigrantes. Según los datos estadísticos de la época, vemos que, en 1875, la población
urbana chilena alcanzaba a 725.545 habitantes, los que pasaron a 1.240.353 en 1895.
Las ciudades, que no contaban con condiciones de urbanización adecuadas, comenzaron a
recibir un flujo constante de población que se hacinó de cualquier manera y provocó una
serie de problemas que constituyeron la antes mencionada cuestión social. Este proceso
alcanzó mayor relieve a partir de mediados del siglo XX, ya que en 1960 la población urbana
llegaba al 66,9 por ciento del total del país, en tanto que en 1970 alcanzó al 75,2 por ciento,
y en 1979, al 80,8 por ciento.
En los inicios de este movimiento migratorio, la población que se trasladaba de las áreas
rurales a las urbanas constituyó una potencial fuerza de trabajo para la industria, la minería
y los servicios que apoyaban estas actividades. Además, fue un mercado consumidor de
productos manufacturados y comestibles que dinamizó el comercio interno. Sin embargo, la
gran cantidad de migrantes dificultó la situación para quienes no lograban encontrar trabajo
e ingreso.
Los síntomas del problema social surgido se manifestaron en varios planos
simultáneamente, y muchas veces unos fueron consecuencias inmediatas de otros. De este
modo, la realidad social de los primeros veinte años de este siglo se caracterizó porque en
la sociedad hubo problemas de vivienda, alcoholismo, quiebre de la familia,
prostitución, enfermedades sociales, epidemias infecto-contagiosas, delincuencia,
criminalidad, inflación y algunos otros dramas que pesaron en el cuadro social.
En el caso de la vivienda, destaca el hacinamiento y proliferación de habitaciones que
carecían de alcantarillado, agua potable y, en general, de condiciones mínimas de higiene y
salubridad como para albergar a sus ocupantes.
Las habitaciones más características de estos tiempos eran los conventillos , las cités, los
ranchos y los cuartos redondos. Los conventillos eran casas grandes de varias habitaciones,
cada una de las cuales era habitada por un grupo familiar. En 1906, según estimaciones de
la época, había 2.000 conventillos. Estos llegaban oficialmente a 1.574 en 1912. Su número
era de 2.022 en 1916, para una población de 84.175 individuos.
Las viviendas de las "cités" tenían dos o tres piezas, lugar para la cocina, baño interior en
alguna ocasión y patio interno. En cambio, los ranchos eran viviendas precarias de una o
dos piezas. A su vez, los cuartos redondos eran habitaciones populares de un solo espacio
interior, sin ventanas y sin ventilación.
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Estas condiciones materiales, junto con las sanitarias, a todas luces deficientes, provocaron
con el tiempo graves enfermedades y epidemias infecto-contagiosas, como el tifus
exantemático, la peste bubónica, el cólera, la viruela, la fiebre tifoidea, la gripe, la difteria, la
tuberculosis pulmonar y otras que caracterizaron el estado de salud de la población. El
estrago provocado por estas enfermedades repercutió en las tasas de mortalidad del país,
tanto a nivel general como infantil.
Además, los nuevos habitantes urbanos (y también los antiguos) debieron sufrir el pago de
elevados arriendos. Costo que era difícil de solventar por los deficientes salarios y
remuneraciones de los grupos proletarios.
En el caso de la ciudad de Santiago, las más indecentes “pocilgas”, dice Alberto Edwards,
"... se alquilaban mensualmente por la equivalencia de una libra esterlina y quince
chelines.... lo mismo que cancelaba un obrero londinense por una casa de dos pisos, cuatro
dormitorios, comedor, sala, hall de entrada, cocina, despensa y servicios higiénicos".
No cabe duda de que, antes de cancelar el alquiler de las habitaciones, las familias
proletarias debían satisfacer sus necesidades alimentarias. En este aspecto, también
considerado dentro de la cuestión social, repercutía fuertemente la inflación que afectaba a
la economía del país.
Al problema de vivienda se sumó el del alcoholismo. Éste afectó, principalmente, a los
habitantes de los barrios marginales de la ciudad y fue un factor decisivo para el
relajamiento social y moral de la familia, el recrudecimiento de la delincuencia, de la
criminalidad y de la prostitución. Esta última acarreó un sinnúmero de enfermedades
sociales, como la sífilis , que era contraída en los numerosos prostíbulos de la ciudad. Los
nuevos signos sociales demuestran los cambios experimentados por la sociedad nacional.
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También, el fenómeno de la inflación encarecía los productos


alimenticios básicos e imposibilitaba a los pobladores marginales de la ciudad y,
ciertamente, también a otros, para adquirir la totalidad de los productos que necesitaba su
familia. Tal situación incidía en las dietas alimentarias y provocaba desnutrición en la
población urbana infantil, ya que no podía consumir los alimentos que le permitían un
normal desarrollo. Lógicamente, el problema estaba en directa relación con el poder
adquisitivo del jefe de la familia, cuyo salario era insuficiente para cubrir los gastos. El alza
del costo de la vida, para una familia obrera típica, no guardó ninguna relación con los
reajustes de salarios, razón por la cual la calidad de vida de ese grupo social era,
prácticamente, de subsistencia.
De este modo, la cuestión social abarcó un amplio espectro de problemas. El obrero urbano
y los pobladores marginales fueron los más afectados con este látigo social , pero también,
debe reconocerse, que no estuvieron exentos de él los grupos medios emergentes.
Respuesta Ante la Cuestión Social.
Las respuestas ante esta gran problemática social tuvieron distintos ámbitos. Por parte de
los trabajadores se pasó a la organización de distintos movimientos de ayuda y
posteriormente de protesta. Desde el gobierno, la primera respuesta de la oligarquía
parlamentaria consistió en recurrir a la represión para acallar las protestas y los disturbios.
En el congreso, la misma clase dominante fue ineficiente para solucionar mediante la
creación de leyes la situación. A su vez, distintos grupos sociales se preocupan de generar
propuestas en el tema.

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