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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.

)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

Capítulo 1: Gramática de la movilización y vocabularios de motivos1

Danny Trom
Traducción: Vanina Papalini y Georgina Remondino

Introducción
La renovación que marcó las teorías de la acción colectiva desde hace una decena de
años bajo la etiqueta frame perspective contribuyó a poner en evidencia la importancia de los
2
procesos cognitivos y normativos en las dinámicas de la movilización . Las dimensiones
llamadas “ideales” son desde allí entendidas como producto de las interacciones y, a ese título,
asequibles mediante una observación empírica. Esta inflexión acontece al mismo tiempo que la
sociología francesa manifiesta su preocupación por desarrollar una aprehensión más procesual
o emergentista de las entidades colectivas que son los movimientos sociales así como una
3
captación más comprensiva de los acontecimientos públicos (Quéré, 1994; 1995; 1996) . Se
actualizó igualmente el interés por el sentido de la injusticia (Gamson, 1992) y, más en general,
por las competencias morales de los actores (Jasper, 1997) y la construcción de bienes
comunes en las interacciones (Williams, 1995; Çapek, 1993), paralelamente al agotamiento
sufrido por la sociología de la crítica en Francia. Esto último se liga a la exploración de las
competencias ordinarias de los actores (Boltanski y Thévenot, 1991). Sensible a las dinámicas
de pasaje a la política, ésta igualmente se propone dar cuenta de tanto de regímenes de acción
diferenciados como de su articulación (Boltanski, 1990; Thévenot 1990; 1998). La reflexión
sobre el estatuto del motivo en el dominio de la acción colectiva y los movimientos sociales
(ACMS) se basa en la convergencia de estas dos opciones: la “aproximación cultural” de la
sociología de la ACMS, y la sociología pragmática tal como se desarrolla desde hace más de
diez años en Francia.
Los límites y las debilidades de los trabajos que se proponen situar las nociones de
vocabulario o de gramática de los motivos en el centro de una teoría de la ACMS, heredados
de K. Burke (169a y 1969b) y de Wright Mills (1940a), han sido revisados en otro trabajo. Los

1
Publicado en CEFAÏ Daniel y TROM Danny (2001): Les formes de l’action collective. Mobilisations dans des arènes
publiques, (París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales). En el original Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs.
2
Este artículo resulta de un documento de trabajo que se benefició de los comentarios de Liora Israël, Daniel Cefaï y
Jean-Philippe Heurtin. Agradezco a Pascal Laborier, Claudette Lafaye, Daniel Cefaï y Louis Quéré por sus críticas y
sugerencias que han mejorado mucho la calidad de este artículo. El texto se ha nutrido en gran medida de las múltiples
discusiones mantenidas con Daniel Cefaï quien encontrará aquí, más allá de nuestras opciones respectivas,
elementos de nuestro proyecto común.
3
Para un tratamiento de la naturaleza de las entidades colectivas que son los movimientos sociales y una denuncia de
la ilusión nomológica, ver también Eder (1991) y Melucci (1989). Sobre el carácter procesual de los acontecimientos
públicos remitimos a Sewell (1996).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

“marcos motivacionales” generalmente se conciben como fabricados por las personas


comprometidas en la acción y, a veces simultáneamente, como situados en un contexto o en
un clima cultural que los pone a disposición para la acción (Show y Benford, 1992; Gamson,
1988). Sin embargo, la instancia de la situación, tan central para Goffman y para Mills, es
desatendida. El concepto de “resonancia” articula estos dos planos sin que se disponga de una
especificación de los mecanismos susceptibles de iluminar sus vínculos. La faz explicativa de la
frame perspective se enreda, entonces, en un razonamiento tautológico. La aproximación
aparece, in fine como una tentativa de dar cuenta de la acción colectiva en términos de
movilización de recursos cognitivos y normativos. La reevaluación de los motivos viene así a
trastocar la jerarquía de recursos movilizables sin jamás dar cuenta de la teoría de movilización
de recursos (TMR) desde sus fundamentos. Los promotores no pudieron escapar a estas
aporías (Benford, 1997; Silver, 1997; Williams y Benford, 2000) y la teoría tampoco fue
corregida de manera convincente. Estipulando, por ejemplo, que la exactitud de un frame
depende de una “fidelidad narrativa” (Benford y Snow, 2000), esta noción ancla el trabajo
cognitivo en un sentido común que permanece aún indeterminado. Al concebir el contexto
cultural como una estimulación de la actividad de encuadre, la teoría resulta tautológica. Una
verdadera ruptura en la circularidad del pensamiento supondría, en efecto, tomar una distancia
más neta con la concepción instrumental de la acción, especificar el estatuto acordado a la
“cultura” (Williams 1995; Polletta, 1997; Jasper, 1997; Kubal, 1998; Williams y Kubal, 1999),
tomar en cuenta la estructuración normativa del espacio público.
La vía alternativa que será esbozada aquí consiste en repensar el estatuto de los
motivos en el dominio llamado clásicamente ACMS, rompiendo con la connotación subjetiva y
causal del término que los promotores de la frame perspective mantuvieron a pesar de las
referencias firmes de Burke y Mills. Así, los motivos serán considerados como pretensiones de
validez normativa consustanciales con los compromisos en la acción. El gesto inaugurado por
el giro cultural en el que se inscribe la frame perspective merece así ser profundizado y
prolongado, incluso radicalizado a pesar de sus lagunas. El motivo, en un sentido que
permanece aquí todavía demasiado vago, aparece como la instancia donde se juega la
especificidad de los fenómenos que nos interesa abordar, designados pero no aclarados por la
expresión ACMS.
El recorrido propuesto en este artículo comporta dos etapas. La primera será
consagrada a explorar la especificidad de un cierto género de actuación que se desprende,
sobre el fondo de una distinción entre lo plural y lo colectivo, de la categoría demasiado global
4
de “acciones colectivas” . El motivo, entendido como razón de la acción, aparecerá articulado
sobre una gramática específica que confiere un estatuto particular a las actuaciones llamadas
“movilizaciones”. En este contexto, la pragmática de la acción de Mills ofrece un marco de

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N. de las T.: Traducimos el término performance como “actuación” y action como “acción”.

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

análisis particularmente fecundo dado que apunta a aprehender la acción en tanto ella está
siempre situacionalmente constreñida por un vocabulario de motivos disponibles. La segunda
parte del artículo explorará las vías de un ajuste de la pragmática millsiana a una aprehensión
de las actuaciones tal como fueron definidas en la primera parte. Tal ajuste supone tomar a
contrapelo las lecturas de Mills prevalecientes en la sociología contemporánea de la ACMS, en
particular se trata de entender los motivos como entidades más amplias, que no sean ni
intersubjetivamente negociadas, ni causales, pero sí impersonales y contextualmente forzadas
por el juego de reglas de los actores implicados en una arena pública.

Motivos, movilización y actuación

La acción colectiva y la cuestión de los motivos


Si se quiere establecer el estatuto central del motivo, conviene previamente romper con
los hábitos de pensamiento y las rutinas académicas que nos conducen demasiado a menudo
a aceptar, sin más examen, la coherencia del dominio ACMS. En efecto, ninguna acción
colectiva escapa a este dominio. Es necesario, entonces, interrogarse sobre las especificidad
de los fenómenos que forman parte de él. Si la acción colectiva, en un sentido amplio, es
susceptible de ser retomada desde enfoques diversos, las entradas por a) la coordinación, b) la
intención y c) la semántica, deberían permitirnos circunscribir el dominio que queremos abordar
haciendo surgir la propiedad normativa del género de la actividad aquí considerada:
a) Todas las “acciones entre muchos” (Livet, 1994), como las acciones individuales
coordinadas por el mercado o las acciones “distribuidas” pero “homogéneas” (Ware, 1988) -las
de un grupo de cazadores en tren de cazar, por ejemplo- no se encuentran incluidas. El
dominio de investigación parece sobre todo cubrir las acciones “estructuradas”, reenviando a
las situaciones en las cuales cada uno contribuye de manera diferente a un mismo fin,
sometiéndose a una misma regla en interacción, coordinándose y adoptando una perspectiva
de reciprocidad. Estas acciones estructuradas comprenden las “acciones de un colectivo” en
las que la acción se atribuye a un colectivo aunque, a menudo, sólo algunos participen. Para
que una acción pueda ser asignada a un colectivo -en tanto que acción de ese colectivo-, debe
haber una regla compartida por los agentes y un fin común. Expresado de otra manera, el
género de acción colectiva que concierne al dominio ACMS es el de la “acción común” (Livet y
Thévenot, 1994) que pasa por una forma específica de coordinación e implica una voluntad de
corrección intersubjetiva de los efectos interpretativos con otro. Esta voluntad supone que una
regla de acción sea manifestada por otro que garantiza su orientación en relación a un bien
común. De cualquier manera, no todas las acciones comunes atañen al dominio ACMS: las de
un equipo de fútbol responden perfectamente al criterio mencionado pero caen claramente
fuera de nuestras preocupaciones. En la especificación misma del bien común se juega la

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contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
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última delimitación de nuestro dominio de investigación. Esta especificación supone que la


acción puede estar motivada o justificada.
b) Que una entidad colectiva como una clase social pueda ser construida como un colectivo
actuante condujo en ocasiones a retraducir la acción de ese colectivo en términos de una
intención compartida por los miembros de esta clase (Elster, 1989). Los trabajos que abordan
la cuestión de la acción colectiva por el lado de la intención común tienen precisamente como
efecto hacer de la intención, la instancia de articulación de la acción. Se desarrollaron dos
versiones opuestas: una, individualista; la otra sobre todo holista. Para que una acción pueda
ser descripta como colectiva, se considera como condición necesaria la existencia previa de
una intención colectiva. Así, Tuomela (1985) introduce la idea de que la existencia de tal
intención requiere dos condiciones lógicas: que la intención compartida por el colectivo sea
efectiva y que las personas que lo componen crean que esta intención es compartida. La
estructura lógica de “group-intentions” (Tuomela, 1991) impone así que “la intención-en-
nosotros” (We-intention) se posea individualmente, después se adicione, luego se distribuya en
el grupo, de tal manera que la atribución de una intención al grupo mismo adquiera un carácter
metafórico. Congruente con una cierta lectura de Weber, esta postura descarta que se pueda
hablar de “personalidades colectivas actuantes” stricto sensu. Weber, de cualquier manera, no
niega la existencia de estas entidades, pero reserva la capacidad de actuar a las personas y
limita las personalidades morales actuantes al registro propio de la ficción jurídica (Weber,
1984). Si para Weber, como también para Mises (1985), los “ensambles colectivos” tienen una
efectividad tal que los actores se orientan en relación a ellos, una acción concreta, sin
embargo, no es imputable más que a los individuos.
Contra esta perspectiva individualista, Searle (1991) sostiene que el comportamiento
colectivo es irreductible a una suma de comportamientos individuales y que la intención
colectiva es irreductible a una simple conjunción de intenciones individuales. Siendo que las
acciones en común son precisamente formas de conductas en las que las “intenciones-en-yo”
derivan de una “intención-en-nosotros”, existen intenciones de la forma “nosotros tenemos la
intención de cumplir x”. Una intención de este tipo puede ser compartida por agentes
individuales actuando en tanto que partes de un colectivo que posee en limpio una “intención-
en-nosotros”. En el caso de personas que, actuando individualmente como parte de un
colectivo, comparten un propósito común. La intencionalidad colectiva es entonces un
fenómeno primero. Así, el colectivo, en tanto que entidad actuante, es un hecho institucional,
es decir un fenómeno ontológicamente subjetivo -depende de actividades intencionales-, pero
epistemológicamente objetivo: impone a todo, un cada uno (Searle, 1998). Esta postura se
inscribe igualmente en una filiación weberiana: los “colectivos sociales” tipificados, para retomar
la expresión de Shütz (1974: 281), son “metáforas antropomórficas” que nuestro lenguajes
corriente admite por comodidad; ellas pueblan así nuestro mundo social cotidiano, ese que

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Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
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Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
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certifica su efectividad y su eficacia. En ese sentido, las entidades colectivas actuantes están
imbricadas en nuestras prácticas.
Aunque la intencionalidad sea colectiva o común, derivada u original, la entrada por la
intención supone se esté en condiciones de definir el género y, en consecuencia, se indique el
tipo de individuo colectivo específico que es susceptible de recibir un predicado de acción, si se
pretende identificar el tipo de colectivos actuantes que surgen de nuestro dominio de
investigación.
c) En cuanto a la semántica de la acción, pone entre paréntesis las cuestiones de agregación,
coordinación y composición de la acción, ya que no considera otra cosa que las condiciones de
posibilidad para la identificación de un sujeto práctico. Si se sigue sobre este punto a Ricœur
(1977; 1990), esta identificación supone, en un primer movimiento, partir de la acción para
remontarse al agente, sea éste individual o colectivo. Esta es una operación de atribución que
consiste en asignar una acción a un agente, respondiendo a la pregunta “¿quién ha actuado?”
La búsqueda del autor, que se clausura generalmente al designar sin ambigüedades al agente
de la acción, deviene de compleja, desde el momento en que es imputada a un colectivo, a un
“cuasi-personaje”. A menudo, las operaciones de auto y hetero- adscripción son objeto de
controversia y conflictos.
La identificación de un sujeto práctico requiere, en una segunda instancia, partir del
agente susceptible de recibir un predicado de acción y de convertirse en el sujeto de una
acción intencional (Ricœur, 1990). Esta operación consiste en atribuir motivos al agente y a su
acción. Respondiendo a la pregunta “¿por qué?”, la búsqueda del motivo es verdaderamente
interminable; se enfoca en las razones probables, plausibles o suficientes en la práctica (Pharo,
1990). Esta perspectiva desemboca en una aproximación sociológica que se interesa por las
operaciones que tienen lugar en el discurso vernáculo, en particular aquellas que califican un
curso de acción categorizándolo o tipificándolo. La investigación se fija entonces en la manera
en la que estos cuasi-personajes que son los colectivos son consumados y reconducidos en las
actividades prácticas (Coulter, 1982; Quéré, 1994). La acción en tanto que atribuida a un
colectivo, y el colectivo, en tanto que objeto de predicación, adquieren el estatuto de “objetos
semióticos”, “constituidos en el orden de los signos”, distintos de los encadenamientos de
acciones tales como se producen in situ (Quéré, 1996). Se plantea, entonces, la cuestión de
saber qué género de objeto semiótico está implicado en el análisis cuando intentamos delimitar
el dominio específico de la ACMS. Aquí, igualmente, el motivo, en tanto que inevitablemente
imbricado en la acción, debe ser ubicado en el centro del análisis.
Estas tres entradas -por la coordinación, por la intención y por la semántica-
constituyen otras tantas formas de renovar la cuestión de la acción colectiva con nuevas
miradas. En cierta forma, la renovación contemporánea de las teorías de la ACMS interroga
igualmente a la coordinación, pero esta exploración se limita a la captación del acto conjunto,
un poco como H. Blumer (1969; 1971) en su teoría de la “colective behaviour”. Preconizando

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contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
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Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
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una lectura dramatúrgica de los fenómenos de acción colectiva, estas nuevas teorías
permanecen indiferentes a las categorías de la intención así como a la semántica de la acción y
se focalizan sobre el mantenimiento de la identidad y sobre la gestión pública de las
impresiones, eventualmente bajo una perspectiva retórica (Gusfield, 1981).
Al plantearse ontologías de los hechos sociales radicalmente diferentes, las entradas
por la coordinación, la intención o la semántica sugieren, cada una a partir de su particular
lógica, una vía propia para despejar un criterio que permita especificar las acciones comunes
comprendidas en el campo disciplinario denominado “sociología de la ACMS”. La entrada por la
coordinación diseña una aproximación pragmático-interaccionista de la acción común. Subraya
que, desde un plano morfológico, el colectivo se conforma en la acción y que su naturaleza
está estrechamente correlacionada a un tipo de bien común elaborado en el proceso mismo de
su producción. El criterio investigado, pues, será el género de bien común, orientando la
coordinación por la regla. La entrada por la intención, ya sea en la versión radicalmente
individualista o en la versión holista, muestra que, desde un plano lógico, la intención colectiva
es una condición de la constitución de un colectivo actuante. El criterio abordado será el género
de intención común que autoriza el surgimiento de un colectivo actuante. La entrada por la red
conceptual de la acción indica que, en un plano semántico, los cuasi-personajes o los sujetos
prácticos que son los colectivos están imbricados en nuestra forma de vida. El criterio indagado
será el género de motivo susceptible de ser atribuido a tales cuasi-personajes, así como el
juego del lenguaje propiamente político que delimita el dominio en cuestión.

La movilización como actuación


Estas tres entradas van a determinar cada una un género de investigación empírica. Si
la acción de un colectivo -o el colectivo en tanto que entidad actuante- es considerado como un
objeto semiótico, el sociólogo va a focalizar su atención sobre la inscripción de las entidades
colectivas en nuestras actividades prácticas. Así, éstas van a ser concebidas como fruto de una
actividad local de descripción o de narración, o como productos de operaciones de
categorización, puestas de manifiesto en una infinidad de prácticas discursivas locales. La
investigación va a referirse a secuencias breves de acción en ocasión de las cuales el colectivo
actuante adquiere una consistencia propia y aparece como parte de nuestra realidad
5
compartida . Este abordaje podrá llevar a considerar también, si se es especialmente sensible
a la identidad diacrónica de las entidades colectivas, aspectos tales como las manifestaciones
concomitantes, dispersas, recurrentes, continuas, de las actividades rutinarias de su
6
producción .

5
Sobre las diferentes maneras de aprehender las entidades colectivas bajo una perspectiva gramatical referimos a
Culter (1982, 1996); Kaufman y Quéré (2001).
6
Para una tentativa de esta naturaleza véase Collins (1981, 1988); Tilly (1986).

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Una sociología que aprehenda las entidades colectivas como objetos que emergen y
desaparecen, como órdenes de realidad que perduran y se transforman, clasificará esta
dinámica en una actividad que le será necesario especificar. La identidad diacrónica de
entidades complejas será entonces concebida como continuamente garantizada (o contrariada)
por la actividad de constitución de colectivos llamada “movilización”. Tal posición, que concibe
a los colectivos como emergentes de actividades públicamente descriptibles o susceptibles de
adquierir una forma adecuada, una “buena forma” (Boltanski, 1982), supone más o menos
retomar la tradición sociológica que, con Weber o Mises dispuso al análisis de la “vida” de los
colectivos como una tarea mayor de la sociología. Esto no conduce sin embargo a desagregar
las entidades colectivas en virtud de su carácter ficcional supuesto, sino sobre todo a tratarlas
empíricamente como realidades construidas en la acción (Dodier, 1993).
Considerar a los colectivos como procedentes de un trabajo de movilización y,
recíprocamente, el trabajo de movilización como demandante de la composición de un colectivo
nos conduce a buscar una unidad de observación intermediaria entre el individuo entendido
como una mónada y la entidad colectiva considerada como un cuasi-personaje constituido. La
actuación, el cumplimiento de una acción compleja en contexto, suponiendo un saber hacer y
un dominio de reglas, constituye esta “unidad práctica de segundo orden” (Ricœur 1990: 182)
particularmente bien ajustada al dominio aquí considerado. La elección de tal unidad de
observación bloquea toda tentación de regresión atomista hacia las acciones elementales,
puesto que esas últimas son ya recogidas, encadenadas en las unidades de rango superiores
7
que son las actuaciones . Ellas cobran sentido en un vasto medio de prácticas e instituciones
compartidas fuera del cual no serían ni siquiera identificables como acciones de un cierto tipo
(Wright, 1971; Quéré, 1994). En particular, su identificación supone la existencia previa de un
lenguaje institucional. De suerte, los enunciados que les conciernen son irreductibles a una
conjunción de enunciados psicológicos referidos a acciones de individuos (Mandelbaum, 1973).
Necesitamos explorar más en detalle, precisamente, este lenguaje específico, esta gramática
política ligada a ciertas actuaciones. De cualquier manera este lenguaje no se deja aprehender
fuera de contexto: la actuación aparece precisamente como el momento en el que cobra forma,
se compone. Cuando intentamos determinar aquello que comprende el dominio de la
“movilización”, aparecen inmediatamente cierto tipo de configuraciones que brindan buenos
ejemplos. Espontáneamente, subsumimos en esta categoría ciertos fenómenos sin que
sintamos la necesidad de definirla con rigor. La identificación de formas de la acción de
protesta contenidas en el repertorio moderno descrito clásicamente por Tilly (1986) constituye
una tentativa de cartografiar las maneras de hacer, normadas y regulares, de las formas de
exponer la protesta en el espacio público: manifestaciones, reuniones, sit-ins, desfiles, carteles,

7
La definición weberiana de la acción social como una actividad dotada de un sentido que trasciende siempre la
acción, fue construida contra esta tentación. Con el mismo espíritu, J. Habermas (1987) descarta las “acciones de
base” de Danto (1968) con el argumento de que los movimientos corporales co-efectúan una acción social que no se
manifiesta como tal más que en una red de significaciones socialmente disponibles.

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peticiones, son algunas de las formas susceptibles de ser actualizadas, reconocidas y


comprendidas. Tienen una significación propia que se incorpora en el proceso de su
producción y de su recepción. Se dejan aprehender empíricamente como formas culturalmente
sancionadas y, por lo tanto socialmente compartidas. Pero la actualización de estas formas
supone una serie de actuaciones adecuadas a las situaciones, así como la observación de
reglas de interacción determinadas, haciendo que un orden adecuado sea construido
colectivamente y mantenido durante un lapso determinado. Las configuraciones que de ello
resultan son entidades efímeras (Cardon y Heurtin, 1990).
En un plano morfológico, las configuraciones contenidas en el repertorio construido por
Tilly impresionan por su heterogeneidad. Muchas de ellas, tales como las manifestaciones y
otras formas de concentración, son susceptibles de ser objeto de una aproximación ecológica,
puesto que siempre suponen una acción en conjunto y una presencia corporal de un gran
número. La ecología de las situaciones permite entonces actualizar las competencias de orden
ecológico, en particular las vinculadas con el agrupamiento (Gamson, 1988) que las
actuaciones situadas suponen. Una entidad colectiva actuante -un “movimiento social” por
ejemplo-, es susceptible de ser abordado como un encadenamiento o una concatenación
espacio-temporal de actuaciones empíricamente observables (Tilly, 1993). Nuestro juegos de
lenguaje nos llevan a atribuir estas actuaciones a un ser colectivo. Esta manera de pensar a las
entidades colectivas actuantes en tanto emergentes de procesos de conexión espacio-temporal
de micro-situaciones recurrentes, abre una vía a la exploración de fenómenos de más amplia
8
envergadura . Estos procesos no pueden ser concebidos como exteriores a las actuaciones en
sí mismas puesto que exhiben, en el curso mismo de su desenvolvimiento, la identidad
diacrónica de un agente, la continuidad y permanencia de un colectivo (Somers, 1992, 1994).
Sin embargo, son también exteriores y posteriores a la acción: son productos de macro-
acontecimientos (como la Revolución) atribuidos a actores colectivos (el Pueblo, por ejemplo)
(Sewell, 1996).
Otras configuraciones responden a lógicas diferentes, en tanto ellas suponen e ilustran,
en grados diversos, la legitimidad de una disociación analítica entre lo plural y lo colectivo. Las
9
forma “affaire” (Claverie, 1994) que implica una denuncia sonora de una situación escandalosa
realizada por una persona de goza de notoriedad, constituye tal vez el ejemplo más
contundente de esta disociación. Pero hay otros. Así, la petición autoriza una reunión de
personas en una lista y la inscripción de su presencia por medio de la firma, jugando, en grados
variables en torno a una composición de efectos a partir del nombre y de la reputación. En
cuanto a la huelga de hambre, se apoya en un compromiso corporal singular de aquel cuyo
nombre no tiene notoriedad (Siméant, 1998).

8
Sobre el abordaje de entidades macrosociales como encadenado espacio-temporal de una multiplicidad de
interacciones rituales tangibles, ver Collins (1981) y Tilly (1986).
9
N. de las T.: Mantenemos el término francés original ya que la traducción (asunto o caso) es menos aplicada en el
lenguaje corriente. Tanto en inglés como en español es usual la denominación francesa.

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Si la actuación constituye la unidad de análisis pertinente -pues permite evitar el doble


escollo del nominalismo y de la reducción individualista de las entidades colectivas-, permite
igualmente trazar una frontera entre la acción común y esta subclase de acciones colectivas
10
que es la movilización, evitando la confusión clásica entre lo colectivo y lo plural .
Así, podemos adelantar que una actuación pertenece al género “movilización” cuando
comporta un trabajo de formación política de un colectivo y no solamente la coordinación de
muchas personas. En este preciso sentido, las formas de acción surgidas de la movilización se
distinguen de otras formas de acción común: producidas en el horizonte de una política,
suponen la construcción de colectivos con miras a acciones transformadoras (Pitkin, 1972). La
noción de actuación subraya también que las acciones pueden triunfar o fracasar. Se abre así
un espacio analítico al interior del cual el dominio considerado puede ser repensado como un
conjunto de actuaciones que se caracterizan por la actualización de una gramática política
compartida (Boltanski, 1990) que trasciende los rasgos propiamente ecológicos de las
configuraciones que ellas actualizan.

Actuación y bien común


Las actuaciones constitutivas de la “movilización” se estructuran en torno a una
dinámica específica, definida a minima como una tematización de la articulación de un “yo” y de
un “nosotros” -necesario para la composición de un colectivo- y del pasaje de lo “privado” a lo
“público” -que supone el establecimiento de un patrón de justicia (Ptikim, 1972)-. Esta dinámica
de colectivización y de publicitación comporta la actualización de formas de conexión con los
otros y la apelación a estándares públicos relativos a las cuestiones de justicia. Decir que las
actuaciones son “producidas en el horizonte de una política” significa, por lo tanto, que
requieren la constitución mutua del “nosotros” y de “lo justo” (Pitkin, 1981) en el momento
mismo de su realización. Ellas son regidas por una gramática que permite articular un interés
(inter-esse), entendido como eso que, en un mismo movimiento, separa y religa a las personas
y proporcionan un zócalo normativo al colectivo. En ese sentido, la pretensión (claim) misma de
hablar en nombre de un colectivo confiere al lenguaje un carácter intrínsecamente político
11
(Cavell, 1996) .
Esta definición nos invita a explorar el conjunto de actuaciones que se articulan con la
ayuda de un lenguaje específico: junto con un repertorio clásico de la acción colectiva se perfila
entonces toda una gama de actos de queja, reclamo, protesta o reivindicación, que configura
una gramática política con el fin de acceder a la visibilidad y a la legitimidad pública. Dinámicas,
sometidas a grados de publicidad diferenciados, estas actuaciones aseguran el pasaje a lo

10
Las grandes síntesis programáticas de la sociología de la ACMS reducen sistemáticamente la movilización a las
formas de actuar en conjunto. Cf., por ejemplo, McAdam, Tarrow y Tilly (1996).
11
Como lo nota S. Laugier (1998), el “yo” como el “nosotros” deben ser considerados como climes [N. de las T: en
inglés demanda].

9
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

público. En esta exploración, debe otorgársele una atención particular a la actividad de hacer
pública una voz (Quéré, 1990), así como a la reversibilidad entre situaciones públicas y no
públicas (Cardon, Heurtin y Lemieux, 1995; Gamson, 1992). Esta reversibilidad puede ser
captada en el pasaje de los “bastidores” a la “escena” (Eliasoph, 1990; Kubal, 1998), en el
viraje de una relación no problemática con el entorno a un compromiso que necesita una
argumentación reflexiva (Thévenot, 1990; 1998; 2000) o hasta en los momentos en que surge
una “perturbación” (Bréviglieri, Stavo-Debauge y Trom, 2000).
Esta perspectiva permite discernir mejor lo que se llama más allá del atlántico
“contentious politics” (Mc Adam, Tarrow, Tilly, 1996) que comprende desde actos individuales
de demanda o reclamo hasta fenómenos tales como la huelga general. Estas diferentes
actuaciones tienen como denominador común el trabajo siempre incierto, a tientas,
problemático, de conexión de la acción en un colectivo. La distinción propuesta entre lo plural y
12
lo colectivo sugiere, entre otras, un desdoblamiento interno del sujeto de la acción . Las
acepciones del concepto de representación distinguidas por Pitkin (1967) permiten precisar lo
que implica este desdoblamiento y retomar en un nuevo sentido la problemática de las
“acciones secundarias” (Ware, 1988): se trata de los casos en los que sólo algunos actúan
mientras que la acción se atribuye a un colectivo más extenso. Un primer caso es aquel en el
que un número restringido de personas que forman parte de un colectivo, lo representan en la
acción. La representación del colectivo puede igualmente corresponder, por delegación, tanto a
una sola persona como a un número restringido de personas. En ese caso, la persona
autorizada o el vocero representan al colectivo en el sentido de que actúan para él (acting for) o
en su nombre. La representación es aquí una verdadera actividad, según Ptikin, en tanto el
representante es en algún sentido un instrumento que actúa en lugar del colectivo, que es el
13
“verdadero” sujeto de la acción . En fin, una sola persona, o un número restringido de
personas, representa a un colectivo en tanto actúa “en lugar de” (standing for) un colectivo,
cuando su acción simboliza alguna cosa que no está presente en la situación. Esta figura está
estrechamente ligada a la encarnación, subraya Pitkin: la representación es aquí un modo de
existir, la acción consiste en “hacer visible”, encarnando un colectivo que no está a la vista.
El agenciamiento de estas diversas figuras de la representación, a menudo implicadas
unas en otras, permite circunscribir la gramática política de las actuaciones consideradas. En
efecto, éstas articulan a un colectivo a través de una acción, explicitando los estándares de lo
justo que reclaman, en un lenguaje que autoriza la expresión de un “tercero común” (Heurtin,
1999). La validez y la eficacia de las actuaciones son, por lo tanto, limitadas por las críticas
susceptibles de deshacer los lazos todavía provisorios entre “acción” y “colectivo”. La

12
N de las T: Aquí respetamos el término “plural” utilizado por el autor que sugiere un agrupamiento de individuos sin
que esto implique la conformación de un movimiento o grupo cohesionado.
13
Esta figura de la representación-delegación, que sostiene un actuar “según los intereses de” o “en beneficio de”,
supone cambio la acción de rendir cuentas (accountability): el delegado tiene que responder al colectivo delegatario
(Manin, 1996).

10
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

movilización sostiene al colectivo a través de un trabajo continuo de representación, que


supone formas de calificación y de equiparación de personas (Boltansky y Thevenot, 1991), al
mismo tiempo que lo expone al público. Las acusaciones de incompletud, de ilegitimidad, de
pérdida de representatividad o de ausencia de tipicidad fragilizan o escinden continuamente los
lazos más o menos sólidos y durables entre acción y colectivo, amenazando de anamorfosis,
en virtud de las pruebas sucesivas, a las entidades colectivas estabilizadas.
En la medida en que ellas “representan” o “encarnan” un colectivo, las actuaciones
consideradas se apartan decididamente de la modalidad que adquieren las acciones realizadas
“entre muchos”. La cuestión de la coordinación no se plantea en ese caso, puesto que las
acciones “presentifican” al colectivo ausente y exhiben su actividad de representación al juicio
del otro. Se conforman como una gramática comúnmente compartida, hacen aparecer su
zócalo propiamente político. Precisamente sobre el fondo de una gramática tal el motivo
aparece como un aspecto central en el análisis de las movilizaciones. La dimensión normativa
de las actuaciones viene a alojarse en los motivos.

Una aproximación gramatical de los motivos


El tratamiento que las teorías de la acción colectiva hacen en relación con los motivos
es escasamente satisfactorio. El propuesto por la frame perspective tampoco es superador: en
efecto, esta teoría reduce la actividad de “encuadre motivacional” a un simple parámetro de la
eficacia de la movilización. Sus promotores se refieren a la pragmática de la acción de Wright
Mills (1940a) expuesta en su texto pionero, pero proponiendo una lectura sesgada, bajo
influencia de Blumer, en la que retoman largamente la teoría de la acción. Considerar el motivo
como producido en las interacciones, como emergente de una negociación o de una
confrontación entre perspectivas subjetivas, o como confeccionado estratégicamente con vistas
a maximizar los efectos de la acción, parece contradecir frontalmente el texto programático de
Mills en el cual el motivo no es ni subjetivo ni causal sino consustancial a la acción situada.
La concepción de Mills ha penetrado poco el dominio de ACMS. Ha sido sobre todo
retomada por la sociología de la desviación (Berard, 1998). No obstante, el motivo es
demasiado a menudo confundido con el móvil. Así, las excusas y las justificaciones aparecen
como técnicas de calificación y de recalificación ex post de cursos de acción fracasados, en
situaciones en las que las personas son sometidas a una acusación de infracción a las leyes
penales o a las prescripciones reglamentarias (Sculy y Marolla, 1984; Ray y Simona, 1987;
Kalab, 1987). El vocabulario de los motivos es la instancia que ordena a grandes rasgos los
dispositivos de atenuación de la responsabilidad, mantiene una identidad normal y asegura así
la reorientación de un orden normativo.
Si uno desea volver fecunda la perspectiva de Wright Mills en el estudio del dominio de
la movilización, conviene romper con esta interpretación demasiado restrictiva. Las actuaciones

11
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

no son exclusivamente cursos de acción seguidos, sino compromisos en la acción


reivindicativa. El motivo no vuelve únicamente sobre las actuaciones ya cumplidas sino que
describe también las condiciones de posibilidad del compromiso en la acción de protesta. La
dimensión normativa de la acción se deja así aprehender bajo la forma de la acción motivada,
es decir, de la acción que se capta públicamente junto con sus razones. La acción motivada se
consuma tanto configurando el contexto apropiado para su aprehensión como tematizando, en
un mismo movimiento, el estatuto del agente. En tanto que tal, no es separable de su
efectuación, puesto que ella asegura su dimensión intencional y teleológica (Taylor, 1970). La
teoría millsiana, que sitúa la motivación en el centro de la articulación entre el presente de la
acción y la situación, merece entonces una reevaluación.

Motivación y situación en Wright Mills


En su artículo titulado “Situated actions and the vocabularies of motive”, Wright Mills se
propone despejar una pragmática de la acción ubicando la pregunta del motivo en el centro de
su análisis. El motivo asegura el pasaje de una teoría del lenguaje a una pragmática de la
acción puesto que, de un lado, la acción es situada, ocasionada o contextualizada; del otro,
acción y situación son concebidas como aquellas que existen en una relación de determinación
recíproca. Esta problemática se inspira en el pragmatismo, así como también en la obra de
Burke. Desde el punto de vista del pragmatismo, las personas se comprometen activamente en
situaciones sociales variadas y se ajustan a ellas realizando un tipo de averiguación. Los
motivos son observables en tanto que son invocados e imputados por las personas en
situación. A través de los motivos, las conductas de las personas son calificadas y se vuelven
inteligibles. La imputación de motivos o su evitación proporcionan una respuesta a la pregunta
“¿por qué?” que interrumpe el curso de una acción y que no surge más que en situaciones
confusas. La demanda de motivos está entonces estrechamente ligada a un género de
situación e imbricada en la gramática práctica de los agentes (Peters, 1960).
De Burke (1984: 243-244), Wright Mills retiene que la forma recurrente de una fórmula
lingüística toma su sentido en un espacio de interlocución. Para Burke, en efecto, las palabras
no son signos sino nombres atribuidos a los objetos, a los fenómenos, a las personas, a los
grupos. Estos nombres determinan no solamente la manera en la cual son comprendidos, sino
también la manera en la cual se actúa respecto de ellos y alguien se orienta en relación a
14
ellos . Wright Mills sociologiza la teoría de Burke, leyéndola sobre el fondo de los trabajos de
C.-H Cooley y de W. I. Thomas, para quienes el proceso de definición de la situación está en el

14
Wright Mills no puede conocer el modelo “dramático” de Burke, que será desarrollado plenamente recién con la
publicación respectivamente en 1945 y 1950 de A grammar of Motives (Burke, 1969a) y A Rhetoric of motives (Burke,
1969b). Probablemente Goffman (1973) y Gusfield (1981, 1989) hicieron el uso más fecundo de estas ideas, en
particular a través de la noción de staging. El modelo de las relaciones humanas que Burke llama “framatism” es
bosquejado a partir de la identificación de formas elementales de pensamiento que, de acuerdo con la naturaleza del
mundo, tal como todo hombre la experimenta, son ejemplificados en la atribución de motivos.

12
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

15
corazón mismo de la investigación sociológica . Así para Burke, como para Wright Mills, el
lenguaje posee una estructura simbólica (Duncan, 1969) y pone a disposición de las personas
un repertorio de respuestas posibles a los interrogantes que emergen en una situación. Los
motivos forman parte de este repertorio; ellos proporcionan esquemas para interpretar las
actividades en las cuales las personas se comprometen. Tienen entonces, de entrada, un
carácter público. Están disponibles con miras a la acción y ahí mismo con miras a la definición
de la situación en tanto que aquella implica un compromiso. El proyecto de Burke (1984),
apuntando a explorar de manera sistemática las “estructuras del actuar comunicacional”
(Duncan, 1969: 253-261) es retomado y sistematizado por Mills para construir una perspectiva
global sobre el orden social.
El motivo, pues, no tiene estatuto causal ni en Burke ni en Wright Mills: es una etiqueta
dada a una acción. La situación es conceptualizada como lugar de cumplimiento de la
actuación simbólica, Wright Mills propone aprehender el vocabulario estable de los motivos
como la instancia que liga acción y situación. A través de este vocabulario opera el control y es
reorientado el orden social. El vocabulario de los motivos y la situación están, pues, ligados de
manera institucional. Un tipo de motivo se asocia a un tipo de situación y el motivo funciona
como un dispositivo de enganche y de justificación para las actividades normativas en esa
situación. Wright Mills concibe la formulación de un motivo como un acto en sí, un acto nuevo,
distinto de la acción en la cual es producido, dirigido hacia los otros, sometido a su acuerdo.
Así, la atribución de motivos aparece a menudo en su artículo como un acto ex post facto y el
motivo se define como una razón dada que re-especifica la acción y la hace ver como
perteneciente a un cierto tipo. En este acto de calificación y justificación, la acción emerge
como acción individualizada. Al contar con el acuerdo de los otros, los motivos proporcionan
“los fundamentos comunes a las conductas mediatizadas” (common gounds for mediated
behaviours). Según Wright Mills, tienen una función “integradora”. Un motivo invocado en la
justificación o en la crítica de una acción liga esta última a la situación, ensamblando las
acciones unas con otras y “alineando la conducta sobre las normas” (lign up conduct with
normes).
Esta lectura intrínsecamente social del motivo como una instancia que autoriza la coordinación
de la acción en situación y asegura el mantenimiento y la reconducción del orden social
reconoce su deuda con Weber. Mills define, en efecto, el motivo, siguiendo a Weber (1984),
como un complejo de significaciones que aparece, tanto para el actor mismo como para sus
socios o para un observador eventual, como el fundamento adecuado de su conducta. Estas
significaciones no son personales: ellas están circunscritas por un vocabulario de motivos

15
La aproximación dramatúrgica a los movimientos sociales (Benford y Hunt, 1992) que merece un examen aparte,
utiliza la metáfora teatral para dar cuenta de la interacción humana. Los actores, en un contexto sociohistórico dado,
actúan para otorgar sentido y nombrar sus fines. A través de un proceso de comunicación a una audiencia, un universo
simbólico se objetiva (Gusfield, 1981). La influencia de Mead y de Burke, especialmente a través de los trabajos de
Gusfield, es aquí determinante. La pragmática de Wright Mills no es sin embargo simbólica/teatral sino gramatical.

13
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

aceptables respecto a la situación. Wright Mills llama “vocabulario típico de motivos” a una
configuración estables de razones de la acción. Los motivos son producidos y recibidos como
otras tantas razones satisfactorias y su aceptación, que implica un juicio sobre su validez, es
una condición de la comprensión de la acción en situación. Pero mientras que Weber
permanece atado a desprender el sentido de la acción a partir de lo enunciado por el agente
sobre su propio motivo, Wright Mills se libera totalmente de la problemática weberiana de la
captación objetiva del sentido subjetivo aludido. Ciertamente Weber, haciendo pesar sobre la
acción una fuerte presunción de racionalidad, abre la posibilidad para que otro capte el sentido
probable (Abel, 1979); pero se debe resignar a recomendar al observador “una suerte de
sagacidad empírica”, a fin de superar su escepticismo en cuanto a la posibilidad de identificar el
sentido intrínseco del actuar social (Pharo, 1993). Wright Mills propone al sociólogo explorar la
gramática de las actividades sociales llamando la atención sobre las coacciones cognitivas y
normativas que la situación hace pesar sobre la conducta de aquel que se involucra en ella, y
que le confiere a cambio sus determinaciones. La tarea del sociólogo consiste entonces en
explorar la formación de la acción en tanto ella es constreñida por un cuadro de motivos
16
pertenecientes a una situación social típica .
La acción surge entonces en el espacio delimitado por los motivos que especifican su
sentido. El carácter ordenado de la situación deriva de una forma de interiorización de
expectativas que Mills, siguiendo a Mead, concibe bajo la categoría del “otro generalizado”. En
el curso de nuestra socialización aprendemos las reglas y las normas de la acción apropiadas
para diversas situaciones de la vida social, al mismo tiempo que los vocabularios de motivos
que se ajustan a ellas. Sin embargo, contrariamente a Blumer (1969), Wright Mills insiste poco
sobre la fluidez del mundo común y no se interesa demasiado por la cuestión de la emergencia
procesual de las identidades sociales y de su perpetua renegociación. Lejos de una idea de
plasticidad infinita del orden social, Wright Mills intenta ligar sólidamente la situación y el
vocabulario de motivos de suerte tal que la acción aparece como un ajuste siempre
problemático, pero fuertemente impuesto a una configuración social que ella contribuye a hacer
emerger.

Estrategia y normatividad de las actuaciones


El estatuto de los motivos se encuentra así radicalmente especificado en la teoría
miliciana de la acción situada (Quéré, 1993: 67 y sgtes). Los motivos no son causantes de la
acción, son cumplimientos normativos que ligan acción y situación. Actualizados en una
situación, ellos co-cumplen la acción. La conexión entre motivo y acción se establece a través
de un estándar social de pertinencia, de inteligibilidad y de aceptabilidad que se aplica en la

16
“…the research task is the locating of particular types of action within typical frames of normative action and socially
situated clusters of motives” (Mills, 1940a: 913).

14
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

situación (Wright Mills, 1971). Apropiados por los individuos en tanto están públicamente
disponibles y son asibles por un sujeto práctico, los motivos no son, pues, subjetivos. La
producción de razones de la acción no es el señalamiento de algo que sería propio del
individuo sino la aplicación de un vocabulario típico de motivos a una acción situada.
Reducido al estado programático, largamente desconectado de los trabajos posteriores
del millsismo, el artículo de 1940 conoció una cierta posterioridad a través de la lectura que
propusieran de él las corrientes etnometodológicas. La epistemología post-wittgensteiniana
17
preparó el terreno para el desarrollo de esta lectura . La interpretación propuesta por Winch
(1958) de la teoría weberiana de la acción social es reveladora al respecto. Dar razones
satisfactorias de la acción depende de un lenguaje social e históricamente constituido, de
suerte que la libertad de proponer un sentido está siempre limitada por este lenguaje y supone
la matriz de sus reglas. Las razones invocadas no remiten, pues, a disposiciones particulares
del actor, sino a maneras habituales de actuar características de una forma de vida. Los
18
etnometodólogos han propuestos argumentos similares . Ellos son voluntarios reconocidos en
la problemática de los motivos de Wright Mills que se enrolaron al servicio de una teoría anti-
mentalista y anti-causalista de la acción. Pero sus interpretaciones, a las que adherimos
globalmente, suscitaron vivas reacciones (Bruce y Wallis, 1983, 1985; Wallis y Bruce, 1983;
Campbell, 1991; 1996). Implícitamente, el uso de Wright Mills propuesto por la frame
perspective en el dominio de la ACMS es congruente con estas reacciones: permanece en
efecto cargada de una aprehensión mentalista, intersubjetiva, y más o menos causal del motivo
19
(cf. supra) . La recepción etnometodológica de Wright Mills plantea sin embargo problemas,
sobre todo si se quiere aplicar la aproximación millisiana de los motivos al análisis de los
fenómenos de movilización. Se le pueden hacer dos reproches: por un lado, atribuir al motivo
un estatuto estrictamente instrumental y estratégico; por otro hacer de la producción de motivos
un procedimiento.
El artículo pionero de M. Scott y S. Lyman (1968), parcialmente atribuible a Wright
Mills, esboza una aproximación formal de los motivos entendidos como resúmenes aceptables
de la acción (accounts). El motive talk es definido como un dispositivo (device) puesto en
marcha cada vez que una acción es sometida a una evaluación. Los motivos son
estandarizados e incorporados en la cultura, de manera tal que, una vez consolidados, pueden
ser invocados y atendidos de manera rutinaria por los miembros de una sociedad. La
aceptabilidad de los motivos, ya se trate de excusas o de justificaciones, depende en última

17
Cf. en particular Peters (1960); Melden (1961); Austin (1970) y Winch (1958).
18
No obstante, la etnometodología, tal como es definida por Garfinkel, es indirectamente heredera de este movimiento.
La cuestión nodal para Garfinkel, discípulo de Parsons, es en efecto la del orden social, mientras que enfoque
epistemológico y metodológico es más atribuible a Shutz y, por lo tanto a Husserl, de tal manera que la referencia al
segundo Wittgentsein no está ausente (Heritage, 1984). La aproximación formal a los motivos parece más directamente
informada por Mills (1940 a) pero también por Burke, por el Goffman de La presentación de la persona en la vida
cotidiana y por el segundo Wittgenstein vía los trabajos de Austin (1970) o de Melden (1961).
19
La obra posterior de Mills (cf. Gerth & Mills, 1954) puede dar lugar a una interpretación de los motivos como
esencialmente ligados a un ethos en el sentido weberiano del término (ver, por ejemplo, Campbell, 1991).

15
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
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instancia de las expectativas en segundo plano que caracterizan a una “comunidad discursiva”
(Gumperz, 1989).
En 1971, Blum y McHugh prolongan la reflexión de Scott y Lyman (1968) proponiendo
una descripción analítica de la organización social de la imputación de motivos, en tanto curso
de acción observable. Según ellos, los motivos ligan las actividades concretas a las reglas
sociales disponibles en toda generalidad. La atribución de motivos es una práctica de sentido
común, que hace
aparecer la acción como cumplimiento de una regla subyacente conocida por los miembros
culturalmente competentes de la sociedad, que saben ligar correctamente un fenómeno del
mundo a un corpus disponible de designaciones posibles, lo que supone un “saber-hacer”
20
compartido . La investigación sociológica apunta, entonces, a evidenciar las reglas de
imputación que sostienen la organización de los cursos de acción de la vida cotidiana.
Esta aproximación formal recusa no solamente al motivo como causa de la acción, sino
también como fuente de propósitos o como justificación de la acción. El actor no es un
informante para el observador. El carácter sociológico del motivo no se sitúa en la razón
sustancial, concreta, del actor sino en las condiciones, organizadas y sancionadas socialmente,
que producen de manera regular y estable, las razones dadas por un “miembro” competente. El
motivo es, pues, un procedimiento; no es algo que el actor “posea”, ni algo que el sociólogo le
atribuya, sino un método del “miembro” para decidir lo que es para otro. La investigación
sociológica se encuentra radicalmente reespecificada: ella se obliga a restituir la disponibilidad
y la pertinencia de una regla de imputación de motivos más que a descubrir los motivos
efectivos.
Esta postura teórica induce un escepticismo sobre la realidad de las razones de la
acción, por una doble vía. En primer término, al quedar el motivo reducido a un simple método
para producir acciones coherentes e inteligibles, el análisis no deja lugar para considerar la
validez normativa de las razones de la acción. En segundo lugar, el motivo es generalmente
concebido como una técnica de especificación a posteriori de una acción consumada. Su
alcance permanece desde entonces estrechamente ligado a lo local, su pertinencia es
circunscrita al momento de su invocación fijada sobre una temporalidad que es la del presente
de su desarrollo. La invocación retrospectiva del motivo parece así superar a un simple cálculo.
Pero un motivo no es necesariamente retrospectivo.
Ciertamente, en la medida en la que el motivo invocado, seleccionado dentro de la
serie limitada de motivos disponibles, depende de las caracterizaciones (ellas mismas, de un
número limitado) susceptibles de ser hechas en relación a la acción consumada, la atribución
de motivos tiene lugar con frecuencia pero no principalmente ex post (Sharrock y Watson,
1984; 1986). Pero un motivo puede también ser prospectivo, a la vez en su realización y en sus

20
Wieder (1974) muestra cómo el esquema motivacional es un recurso que los miembros utilizan para hacer aparecer
el carácter regulado de las situaciones en las que están comprometidos.

16
“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
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efectos. Así, en el dominio de la movilización, los motivos producidos en apoyo de las


actuaciones toman en cuenta las consecuencias anticipadas de las conductas proyectadas
(Hewitt y Halls, 1973). Ellos revisten entonces la forma de justificaciones para programas de
acción o para actos presentes, pasados o futuros. En particular, los agentes anticipan las
interpretaciones posibles de su acción, sobre todo en cuanto presuponen que esta va a generar
21
una situación problemática. Esto es lo que muestra el dispositivo del “disclaimer” (Hewitt y
Stokes, 1975) que tiende a desarticular por adelantado las dudas posibles o los juicios
negativos probables que pesan sobre una conducta intencional. Los agentes desbaratan así,
en un espacio limitado por la anticipación de lo aceptable, las reacciones potenciales a su
conducta.
Esta actividad de alineación de una conducta problemática sobre las coacciones
normativas perpetúa un orden, produciendo por anticipado un distanciamiento entre la
22
conducta anticipada y las interpretaciones que serán probablemente hechas . Al mostrar que
la acción proyectada no coincidirá con las expectativas culturales de lo que es situacionalmente
apropiado, mantiene (sustain) la conexión entre acción y “cultura”. La cultura se ofrece
entonces como un esquema no problemático sobre el fondo del cual se recortan los objetos y
los acontecimientos problemáticos emergentes de la acción conjunta.
La consideración de la producción prospectiva de motivos, informada por una recepción
incierta y plural de la acción, conduce a aprehender la cuestión de los motivos bajo la forma de
una actividad reflexiva de alineación sobre un orden moral del que la sustancia es exhibida. El
orden normativo permanece entonces externo, localizado en la situación a la cual la persona se
va a ajustar (Goffman, 1973). La “cultura” se presenta así como exterior. Los dispositivos de la
justificación o los de disclaimer constituyen precisamente los medios por los cuales los actores
toman en cuanta la cultura. Las personas preservan así su identidad, vuelven manifiestas las
situaciones y tematizan explícitamente la relación entre una conducta susceptible de ser puesta
23
en cuestión y las normas compartidas o los usos convenidos .
La cuestión de saber si el motivo, sea retrospectivo o prospectivo, cubre las
“verdaderas” razones de la acción pierde entonces toda pertinencia. Wright Mills recusaba la
metafísica según la cual habría de un lado verdaderos motivos o motivos profundos, y del otro
simples racionalizaciones. Para él, el lenguaje no es un fenómeno de superficie. Por debajo de
un motivo invocado, no puede haber más que otro motivo, es decir, otro acto de lenguaje, en
una regresión que aparece en seguida como infinita. Decir de un motivo que es una

21
N de las t.: Descargo.
22
La expresión “alineación” (aligning action, Stokes y Hewitt, 1975), tomada en préstamo de Blumer (1971), designa
pues la manera en la que las acciones individuales confluyen en un acto social conjunto (un joint social act).
23
La perspectiva diseñada por Stokes y Hewitt se inscribe muy fielmente en el espíritu del artículo programático de
Wright Mills. Transformando el motive talk en aligning action enfatizan el carácter negociado del orden social. Atentos a
los constreñimientos normativos situacionales ellos estrechan de cualquier modo su programa en torno a una
aproximación más estructural considerando a la “cultura” como “a set of cognitive constraints (objects) to which people
must relate as they form lines of conducts” (Stokes y Hewitt, 1975: 847).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

justificación ex post no implica en modo alguno que se niegue su eficacia, puesto que
precisamente la anticipación de la justificación aceptable, limita la conducta (Winch, 1958). Tal
perspectiva no se ata a una evaluación exterior sobre la sinceridad de las personas ni a
considerar que el compartir que existe entre ellas pueda ser del orden, del cálculo de la
estrategia, o si corresponde auténticamente a la perspectiva de un sujeto. Este enfoque
pretende sobre todo sondear el espacio de los motivos invocados correlacionándolos a las
actividades prácticas (Pharo, 1985). Esto no implica en absoluto descartar aspectos tales como
la intención de comunicar algo, de transmitir un sentido, de exhibir un “querer-decir” sustancial.

Un vocabulario de motivos
Ahora bien, eso que hacen ciertos etnometodólogos cuando radicalizan la teoría
milsiana de la acción en el sentido de una procedimentalización del motivo es, pues ocultar el
24
carácter sustancial de la actividad de los “miembros” . Así, para Garfinkel (1972: 315) la
comprensión común consiste, en tanto que “producto”, en un acuerdo compartido a propósito
de asuntos sustanciales (subsative maters) y, en tanto que proceso, en métodos variados para
hacer de eso que una persona dice o hace algo reconocible en relación a una regla. El aspecto
25
que cuenta aquí, es el del proceso . Adhiriendo a una posición antimentalista la distinción
weberiana entre la verstehen y la begreifen conduce así a revatir la comprensión sobre el
segundo término. Mientras que la verstehen supone un estado mental preexistente o un saber
en segundo plano, siempre ya allí, la begreifen remite a la realización procesual, a la dinámica
de la comprensión en su efectuación. La tarea de la investigación será desde entonces la de
identificar las regularidades o las invariantes de los métodos o de los procedimientos de la
26
comprensión común . El contenido que está ligado al sentido, a la intención, a la biografía, a
eso que es entonces lo más eminentemente indexical, es eliminada o relegada en la pura
contingencia de una realización cualquiera. La actualización de las invariantes metodológicas
tiene entonces como precio el descarte de la indexicalidad de las accounts. El “a propósito de”
de eso que es dicho se encuentra irremediablemente relegado al estatuto de fenómeno
superficial. Este confinamiento aparece cada vez más contra-intuitivo a medida que se pasa de
la observación de situaciones más o menos rutinarias a situaciones muy complejas en las que

24
Este gesto es correlativo a una dificultad mayor que debe afrontar el análisis de los motivos como tecnología de
mantenimiento y reconducción de situaciones. Los partidarios de la aproximación post wittgensteniana deben en efecto
especificar el vínculo entre las reglas, que existen en toda generalización, y su aplicación, que es siempre local, situada
(Wolf, 1976). Si se considera que las corrientes etnometodológicas, por muchos de sus aspectos, son una variante de
esta postura teórica (Coulter, 1989) se les plantea una pregunta similar: ¿cómo pasar de las accounts a los métodos
que presiden su producción?
25
Esto por dos razones que han sido claramente analizadas Attewell (1974). En principio, el modelo procesual
constituye una muralla contra todas las formas de reificación de las categorías. Seguidamente, la teoría de la identidad
entre forma y contenido del account permite relegar el contenido a un rango subalterno ya que se manifiesta un
acuerdo momentáneo, efímero, presa del flujo d ela producción metódica de aquello que es dicho en el marco de un
curso de acción (Garfinkel, 1967: 25-30).
26
El análisis conversacional de Sacks manifiesta claramente esta orientación. Eso que la gente dice (“Wath people are
saing”) no interesa al sociólogo que se concentra en el cómo: cómo habla la gente (“How people are talking?”).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

las personas hacen gala de un sentido crítico, como sucede siempre en el caso de una
actividad de reclamo, de protesta o de reivindicación.
La remisión al orden del día de un interés para el carácter sustancial de las prácticas
interpretativas supone entonces romper con este procesualismo radical acumulando sus
experiencias. No es cuestión de abandonar la pregunta “¿cómo?” para regresar a la pregunta
“¿por qué?” sino sobre todo retomar la pregunta del cómo agregándole la pregunta “¿qué?”
(Wath? como lo llaman Garfinkel o Sacks mismos). Bajo esta perspectiva, los motivos no son
solamente un componente de una arsenal de métodos sutiles sino que comportan también un
contenido que no conviene rechazar en los limbos de la indexicalidad. No se trata solamente de
la identificación de procedimientos formales sino categorías que tienen una sustancia, un
contenido que se expresa, un sentido que se comunica. La noción de “cultura” resurge aquí, no
en el sentido formal de un conjunto de procedimientos que los miembros siguen sino en el
sentido sustancial de un segundo plano que determina lo que es aceptable y admisible. Esta
rehabilitación del contenido de los motivos requiere que sea plenamente tomada en cuenta no
solamente la reflexivilidad de las accounts sino también las de las acciones en tanto que
producidas por agentes poseedores de competencias reflexivas más amplias (Czyzewski,
1994).
El proyecto de Wright Mills no era excluir la dimensión sustancial de los motivos. El
buscaba sobre todo influir e la sociología alemana del conocimiento (Manngein, Speier) tal
como se estaba desarrollando en los años treinta, imprimiéndole una torsión pragmática (Mills,
1939, 1940b). Su lectura de la Lógica de Dewey (1993) le permitía considerar las categorías
jugadas en la acción y disponibles en las situaciones. Las categorías están imbricadas en el
saber práctico de los individuos de la sociedad. Y es en la textura del lenguaje que se anclan la
percepción, la lógica y el pensamiento así como también las instituciones. La significación que
encarna la acción motivada que la situación manifiesta está siempre ya planteada; ella
recupera una forma de creación colectiva que obliga y autoriza el actuar (Wright Mills, 1940a).
Aquello que la sociología del conocimiento concebía como universos normativos, incorporados
a las personas en función de sus coordenadas sociales, Wright Mills lo tematiza en términos de
motivos imbricados en los agenciamientos situacionales.
El alegato por una sustancialización de los motivos pretende subrayar que la acción es
intencional: además de poder ser explicada por razones, ella anticipa, en su realización misma,
como acción justificada, las descripciones posteriores que suscitará (Pharo, 1990). La
actuación es configurada de tal manera que en el momento de su realización actualiza
anticipadamente las pruebas a las que será sometida. El motivo es entonces proporcionado por
el lenguaje que permite a la vez consumar y describir la acción.
Esta aproximación vale también para las actuaciones llamadas movilizaciones. Estas
suponen, en efecto, que se actualice un cierto tipo de motivo: las razones producidas en apoyo
de la acción contestataria deben ser reconocibles y aceptables en el espacio público. En

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

general, hacen referencia al bien común y son articuladas en términos de justicia (Bolstanski y
Thévenot, 1991). El motivo apunta así hacia una obligación de justificación susceptible de
ejercerse en grados diversos sobre las personas. Incitando explícitamente a otro sobre el modo
plural de la representación, el tipo de acción correspondiente a la movilización fabrica el
colectivo y se configura en relación a un estándar de lo justo. Requiere, de parte de los
agentes, un sentido crítico así como una capacidad de actuar con miras a un bien común. De
todas formas, este sentido crítico se apoya sobre maneras establecidas de aprehender y de
interpretar las experiencias cotidianas que se presentan como problemáticas. Se ejerce
también en referencia a un repertorio de problemas públicos disponible que estructura el
lenguaje institucional a través del cual se articula toda queja o reivindicación y permite ligar un
fenómeno del mundo a un corpus de designaciones posibles (Wright Mills, 1940a; Blum y
McHugh, 1971).
Las actuaciones subsumidas bajo el vocablo “movilización” son así limitadas por una
panoplia de problemas sociales conocidos y reconocidos disponibles con miras a tematizar las
27
situaciones problemáticas . En contrapartida, estas situaciones se dejan aprehender en tanto
ilustran, ejemplifican un problema, lo revelan, lo evidencian. Aquí, el motivo relaciona una
situación problemática y un problema público, en una dinámica siempre provisoria e incierta, en
concordancia con el despliegue temporal de las controversias y de los conflictos (Cefaï, 1996;
Trom, 1999). Consideremos a título ilustrativo las movilizaciones locales contra los proyectos
de infraestructura que amenazan modificar la relación de los residentes con su entorno familiar.
Desocupación, desertificación de los campos, estética del territorio, salud pública, medios de
transporte, derecho de propiedad, democracia local constituyen algunos de los temas en torno
a los cuales las situaciones son problematizadas; las reivindicaciones, definidas; los programas
de acción, diseñados. Estos temas delinean oportunidades que la dinámica situacional del
conflicto o de la controversia vendrá a depurar por el juego reglado de juicios y evaluaciones en
el que las partes en conflicto quedan implicadas.
Los problemas públicos más o menos consolidados sirven así de apoyo al compromiso
en la acción proporcionando un marco de interpretación pertinente. Trazan también una línea
móvil, siempre provisoria (Weintraub, 1997), entre lo que corresponde a lo privado, que
pertenece a la esfera de la intimidad y de la proximidad, y aquello que es publicable, imputable
a un tercero. Esta tensión trabaja las actuaciones, así como a las situaciones que ellas
engendran, desde el interior. A este título, constituye un momento de observación de la
dinámica histórica de la producción de lo político.

27
Los problemas sociales son definidos, siguiendo a Blumer (1971), no sólo como el resultado de una disfunción social
endógena sino como el resultado de un trabajo definicional a través del cual algo emerge como un problema. Un
problema social es entonces concebido como el producto de una actividad colectiva llanada claims-making activities
(Spector y Kitsuse, 1987: 73-96).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

Una estructura de oportunidad cognitiva y normativa


Esta aproximación de la acción, que renuncia a buscar el acceso a los motivos “reales”
de las personas, no socava los fundamentos de la sociología, como algunos pretendieron
Bruce y Wallis, 1983). En adelante, la sociología focaliza su atención sobre la manera en la que
las personas manifiestan sus actividades y las fundan en razones. En principio, el motivo no
está indexado sobre el agente: pertenecen a la dinámica situacional que lo solicita y que él
contribuye a modelar. La investigación sociológica versa entonces sobre el juego reglado que
preside a la construcción de arreglos situacionales empíricamente observables. Focalizándose
sobre las actuaciones a fin de restituirles la consistencia y la eficacia, esta postura permite
superar la antinomia entre idealismo de valores y realismo de interese (Thévenot, 1996).
Este movimiento de externalización o de desubjetivización de los motivos hace de Mills, como
lo ha subrayado Quéré (1993: 69), el precursor de un análisis “gramatical” de la acción: con los
motivos “tiene menos que ver con los estados de las personas, los acontecimientos subjetivos
o los procesos de formación interna de la acción, que con una gramática para construir
intersubjetivamente la individualidad y la socialidad de las acciones y de sus agentes”. Los
motivos no están más en “la cabeza de las gentes”, sino depositadas en una gramática
públicamente disponible.
La lectura propuesta por Wright Mills de Weber contrasta así con la de Parsons y
Schütz de la misma época. En efecto, Parsons (1937) ubica el mecanismo de interiorización de
las normas en el centro de su teoría de la acción. Los motivos son objetivados en términos de
valores o de normas y localizados en el contexto general, tanto englobante como
indeterminado, del “sistema social” o de la “cultura”. En un segundo momento, ellos son
interiorizados por los individuos a través del proceso de socialización. Las normas
interiorizadas son entonces concebidas como las causas, entre otras causas de la acción,
28
mientras que la cuestión de la acción como cumplimiento desaparece del horizonte . Si él
concibe sobre todo el orden social como algo que emerge de la interacción entre las personas,
Schütz por su lado se queda atado al análisis del sentido subjetivo otorgado por los actores, a
la manera de Weber. Más allá de la perspectiva egológica heredad de Husserl, él concibe, sin
embargo, la racionalidad del actor, siguiendo a Weber, como correlativa a la posibilidad de
comprender las acciones del otro, con la ayuda de idealizaciones típicas. En este sentido, el
motivo hace pública la acción, mientras que la pertinencia motivacional viene en algún sentido
a encuadrar su expresión y a ligarla a la situación (Cefaï, 1998). Wright Mills radicaliza la
ruptura con la perspectiva subjetivista: Los motivos no son ya propiedades de la gente
individual sino propiedades del actuar. La acción es considerada como regida por usos públicos
e impersonales. Ésta “impersonalidad genérica” de las propiedades intencionales confiere a los
motivos un estatuto intrínsecamente social (Kaufmann, 1999). Esto no supone en modo alguno

28
Parsons resuelve así el problema del orden social ignorando el carácter procesual y configurativo de la acción.
Garfinkel le reprocha precisamente concebir las normas como fuerzas causales (Heritage, 1984).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
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que el agente sea desposeído de sus motivos: al contrario, los hace suyos, de los apropia, los
invoca, los acepta, los rechaza, pone en duda la sinceridad de los motivos invocados por otros.
De pronto, las preguntas del sociólogo que versan sobre los motivos verdaderos y falsos, sobre
las malas y las buenas razones, sobre los pretextos y las “simples” justificaciones, no son ya
pertinentes. La evaluación que ellas comportan es, a partir de allí, incorporada a la actividad
práctica de los agentes y a este título, integrada en el juego de la auto y de la etero-atribución
de motivos. La relación del agente con sus motivos no deviene sin embargo una relación
instrumental: de la misma manera que, para Goffman, los actores son “locatarios de sus
convicciones” (Joseph, 1998: 55), para Wright Mills son “locatarios” de sus motivos.
Pero esta exteriorización del motivo no es una negación de su carácter sustancial. El
motivo posee una sustancia. Su contenido no es secundario. Prueba de esto es que tiene un
carácter normativo y que está sometido a juicios de pertinencia y de aceptabilidad. Wright Mills
mismo ha estado atento a este aspecto. Los ejemplos, dispersos en su texto, proporcionan
algunos indicios: entorno al beneficio, que se arraiga en la economía clásica, se perfila el
vocabulario típico de los motivos ligados a situaciones de la actividad económica; el capitalismo
monopolístico con la aparición de los “burócratas- empresarios” modifica su vocabulario; el
Rotary club introduce, por su lado, un “vocabulario cívico” que viene a complejizar las formas
de la acción y los arreglos situacionales sobre los cuales éstas se adosan. Wright Mills entreve
igualmente cuánto la complejización de los marcos de motivos es consustancial a nuestras
sociedades críticas: él evoca así el caso del sindicalista que es acusado de hacer carrera,
mientras que éste afirma actuar a favor del interés colectivo de los obreros. Bajo el enfoque del
análisis de la acción colectiva, el texto de Wright Mills puede así ser leído como una invitación a
explorar sistemáticamente el orden normativo sustancial que, en un mismo movimiento,
autoriza y limita los conflictos políticos.
Esta exteriorización del motivo es también una historización. Mills subraya así que un
vocabulario típico de motivos sólo adquiere pertinencia en un marco sociohistórico
determinado: debe ser reinscrito en prácticas englobantes que remiten, no sólo a la historia
interna del agente, sino a la historia externa de los usos establecidos y de las significaciones
(Quéré, 1994; Kaufmann, 1999). El vocabulario de motivos no surge, pues de una producción
creadora de los actores. Disponibles, los motivos invocan formas de compromiso típicas en
situaciones típicas (y viceversa). Ellos constituyen marcos que, en un mismo movimiento,
autorizan y limitan la acción. Ellos estructuran las situaciones y se presentan, para la acción,
como un haz de obligaciones y oportunidades. Las lecturas interaccionistas de Wright Mills
pusieron el acento sobre la potencia creadora de los actores, en particular en materia de
configuración de situaciones y de negociación del orden social. También adoptaron una
concepción psicosociológica que social de los motivos. Estas lecturas sirven de referencia en la
literatura contemporánea sobre la ACMS, la aproximación dramatúrgica en particular que
concibe las arenas públicas como espacios articulados en los que los lugares y las posiciones

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

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son cada vez investidas de manera singular . La recuperación de la cuestión del motivo en
ciertos trabajos recientes de la sociología de la ACMS, que se apoyan sobre los trabajos de H.
Blumer, confirma esta torsión psicosociológica: concebidos como un objeto negociado en un
“movimiento social”, sometido a procesos de agregación y de distribución estrechamente
imbricados en la gestión identitaria de los militantes, el motivo provee una armadura simbólica
fabricada en atención a los públicos. Ciertamente, al focalizar la atención sobre el carácter
negociado de la reivindicación, poniendo el trabajo definicional de los actores en el corazón
mismo de las dinámicas conflictuales, estos trabajos rompen con las explicaciones
globalizantes de los fenómenos de movilización, pero regresan a una concepción del motivo
que el artículo de Wright Mills había buscado disolver.
La sociología de Wright Mills está más próxima de la de Goffman que de la de los
interaccionistas simbólicos. Tanto una como la otra no conciben las situaciones como únicas,
contingentes, inéditas, sino sobre todo como ordenadas, estructuradas, organizadas. Sus
sociologías son en este sentido formales, clasificadoras, sistemáticas. Priman las reglas, que
gobiernan los tipos de actividad. Los vocabularios de motivos forman parte de las estructuras
de estos últimos. Ellos son, pues, estables y su operatividad está pensada por analogía con las
estructuras sintácticas del lenguaje. Los arreglos -las situaciones-, estables y de número
limitado, son investidos por las personas y no creados en cada ocasión por los participantes de
la interacción. Los vocabularios de motivos autorizan el ajuste (fit) de los agentes a estas
situaciones.
La relación entre vocabulario de motivo y situación constituye, pues, el punto nodal de
un análisis de la acción (situada). Motivos, acción y situación son considerados como
emergentes de un proceso de co-determinación. La disponibilidad de los vocabularios de
motivos es una condición de orientación de la acción. De allí que la acción aparece en Wright
Mills como surgida de una relación de un vocabulario de motivos socialmente disponible y de
una situación que este vocabulario permite configurar: la acción implica la configuración
(motivacional) de una situación, mientras que la historicidad de la situación nombra una acción
típica (especificada por un vocabulario típico) que le confiere a cambio sus determinaciones.

Conclusión
El proyecto de Wright Mills se inscribe resueltamente en un movimiento de tipo
estructural que atraviesa a las ciencias sociales, como las corrientes de inspiración
etnometodológicas, que se interesa en los procedimientos originarios por los que un orden
instaura o aun los análisis de Tilly, que tienden a formaliza, en términos de repertorios de la

29
Los trabajos en el dominio de la ACMS que tomaron en serio a Goffman versaron generalmente sobre la gestión y el
mantenimiento de la identidad en una perspectiva de la “interacción estratégica”. Por ejemplo Hunt, Benford y Show
(1994); Hunt y Benford (1994).

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“Gramática de la movilización y vocabularios de motivos” de Danny Trom en Natalucci Ana (ed.)
Sujetos, movimientos y memorias. Sobre los relatos del pasado y los modos de confrontación
contemporáneos, La Plata: Al Margen, 2008, pp 21-47. [Original: “Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs” en Cefaï Daniel y Trom Danny (2001): Les formes de l’action collective.
Mobilisations dans des arènes publiques, París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales.
Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino].

protestas colectiva, nuestras maneras convencionales de actuar entre muchos. Distanciadas de


su inspiración y de sus intenciones, estas dos últimas aproximaciones tienen como punto en
común la reconstitución de las formas de coordinación, sea para situaciones más o menos
rutinarias, sea para situaciones inmediatamente públicas. Pero, contrariamente a las de Wright
Mills, ambas permanecen indiferentes al orden normativo sustancial, central en la aprehensión
del género de la actuación cuyos contornos hemos tratado de acotar.
El artículo pionero de Wright Mills nos invita a tomar como objeto de investigación no
sólo las condiciones que conducen a una persona o a un grupo a formular un reclamo sino
cómo este reclamo se organiza, cómo se actualiza en una actuación. Toda actuación debe
responder a estándares de corrección ya que es expuesta al juicio del público y a la crítica. Las
ideas de “desingularización” de causas (Boltanski, 1990), de “aumento en generalidad”
(Bolstanski y Thévenot, 1991), de encadenamiento actancial (Bostanski, 1993) constituyen
otros tantos útiles analíticos particularmente adecuados a la exploración de estos estándares.
Permiten poner en evidencia las vueltas habituales de nuestros compromisos políticos.
La sociología de los problemas sociales ha forzado una vía a similar en las
investigaciones que estudian el pasaje de una “enfermedad moral” a su articulación pública
(Schneider, 1984), las puestas a prueba en las situaciones de la vida cotidiana de un problema
público cristalizado (Loseke, 1987) o el tratamiento vernáculo de problemas situacionales
(Hewitt y may 1973; Emerson y Messenger, 1977; Linch, 1983) las desontologización de los
polos de lo público y de lo privado conduce igualmente a focalizar la atención sobre las
modalidades situacionales del pasaje a lo público, a arraigar las situaciones problemáticas en
las experiencias ordinarias, llevando la atención sobre la manera en la que las entidades
llamadas “problemas sociales” son articuladas, ajustadas, reformuladas, “trabajadas” (Holstein
y Millar, 1997) de manera tal que ellas aparecen como un haz de obligaciones y de
oportunidades para la tematización de la experiencia y el compromiso en las circunstancias de
la vida cotidiana.
En fin, la perspectiva traza por Wright Mills nos invita a explorar más allá las
controversias públicas y los conflictos tolerables. Abre la vía a una sistematización de las
competencias y de los compromisos políticos posibles, que hasta el momento permanecía en
estado programático. Su transposición al dominio de estudio de la ACMS permite considerar las
actuaciones (de las cuales hemos tratado de esbozar la gramática) en su relación con las
situaciones en las que se inserta y a las que contribuye a definir. A efectos de sondear de
manera sistemática la estructura cognitiva y normativa de oportunidades que autoriza y
circunscribe toda movilización.

Bibliografía

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