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Sembrar … y algo más

Texto bíblico: Mateo 13, 1-23

La parábola en su contexto

Cuando se lee la parábola del sembrador, la primera inquietud que surge se relaciona
con el destino de las semillas. El hecho de que una parte de las semillas cayó junto al
camino, otra parte cayó entre piedras, otra parte cayó entre espinos y otra parte cayó
en buena tierra nos da la impresión de un sistema de siembra poco cuidadoso. Por lo
general, el proceso de la siembra implica tanto la preparación del terreno como el
método propio de sembrar, velando porque la semilla sea enterrada en el lugar
indicado. Por tanto, esta parábola nos presenta un modo peculiar de siembra en la
Palestina del siglo primero conocido como la siembra “a voleo”, método utilizado sobre
todo con el trigo o cebada. Sabemos que Jesús elabora sus relatos y enseñanzas a
partir de sus experiencias, de la cotidianidad, de la observación atenta de lo que
sucede a su alrededor, sobre todo de la vida en los campos de Galilea.

Es importante leer esta parábola en comparación con las versiones de Marcos (4, 1-
20) y Lucas (8, 4-15). Aunque los otros evangelios coinciden en el mensaje principal
del relato contienen algunas particularidades que nos ayudan a comprender cómo
Mateo y Lucas recibieron esta historia y la ajustaron a sus destinatarios, teniendo en
cuenta que Marcos ofrece la versión más antigua. Por ejemplo, Marcos dice que
después de contar la parábola, se acercaron a Jesús los que estaban cerca junto a
sus discípulos para comprender el significado de la parábola. En Mateo este momento
de explicación de la parábola es reservado solo a los “doce”. Lucas, por su parte,
amplía algunos detalles: a quienes están junto al camino, el malo les quita la semilla
para que no crean y se salven. Más adelante aclara que quienes representan la buena
tierra reciben la palabra del Evangelio con un corazón bueno y recto.

También es necesario leer la parábola en el contexto general del Evangelio de Mateo.


Cuando se menciona la semilla que cayó entre las piedras se dice que estas personas
abandonan el camino del reino de Dios por causa de la aflicción y la persecución que
sobrevienen como consecuencia de ser seguidores de Jesús. Este es un tema
recurrente en Mateo: abrazar la causa del reinado de Dios proclamado por Jesús trae
consecuencias y riesgos, y no todos están dispuestos a enfrentar estos riesgos. En
este sentido, la parábola del sembrador aporta un dato importante a todo el evangelio
de Mateo al ofrecer una explicación de tal abandono del camino del reino: el
compromiso con el reino de Dios solo es posible cuando el mensaje del reino ha
echado raíces en nosotros. Una fe superficial, sustentada por la emoción del
momento, no llega muy lejos.

Como todas las parábolas que contó Jesús, la parábola del sembrador tiene como
tema principal el reino de Dios pero centrando su atención sobre los distintos modos
en que las personas se relacionan con la buena noticia del reino de Dios. Los diversos
tipos de terreno quieren mostrar estas experiencias que viven las personas en su
encuentro con el mensaje de Jesús. En las primeras tres experiencias aparecen otros
factores que prevalecen sobre el mensaje del evangelio y hacen que este no fructifique
en la vida de las personas: la falta de cuidado (las semillas que caen en el camino), la
falta de raíz o profundidad (entre las piedras) y la falta de una ética centrada en los
valores del reino que Jesús anuncia (entre espinos).

No debemos olvidar que también las parábolas –y los evangelios como tal- son un
reflejo de lo que sucedía en las primeras comunidades cristianas. En el caso de la
parábola que nos ocupa, el propósito no es hablar de la necesidad de sembrar aunque
esto siempre debe hacerse. El propósito es realizar una revisión crítica de la
experiencia de la evangelización y del impacto que tiene la proclamación del reino de
Dios en las personas. De ahí que para Jesús no es solo importante anunciar el reino
de Dios sino también prestar atención al modo en que las personas se posicionan ante
este mensaje, estar atentos a los peligros que rondan la experiencia de la siembra y
escudriñar mejor ese mundo, ese contexto de vida en el cual la semilla del evangelio
quiere abrirse espacio y dar frutos.

La parábola y nuestra misión

La iglesia está llamada a sembrar la semilla del reino de Dios. Pero la misión no es
solo sembrar sino también acompañar el proceso de crecimiento y maduración de esa
simiente. De este modo, la parábola del sembrador nos ofrece una meditación sobre la
acción pastoral de la iglesia la cual no se agota en la siembra sino que también se
expresa en el cuidado, la maduración de la fe y la promoción de una ética evangélica
centrada en los valores del reino que Jesús anuncia.

La semilla que cayó en el camino fue comida por las aves, por falta de cuidado. El
cuidado mutuo es una dimensión esencial a la vida de la iglesia. La iglesia es una
comunidad que predica y cuida. No basta con que el mensaje llegue a muchas
personas. Es necesario cuidar, acompañar, consolar, fortalecer, sanar. Lucas, en su
versión de esta parábola nos dice que la semilla que cayó en el camino fue pisoteada
antes de servir de comida a las aves. Lo que no cuidamos puede ser pisoteado.
Personas sin amparo y sin protección son vulnerables, fácilmente pisoteadas.
Anunciar el evangelio a alguien es mostrar interés por esa persona, por sus
necesidades, estar dispuestos a cuidar de ella. No se predica el evangelio para atraer
personas a la iglesia sino a Jesús, el buen pastor que cuida de sus ovejas. Si tenemos
disposición para sembrar la semilla también debemos tener disposición para cuidar de
su crecimiento.

La semilla que cayó entre piedras no echó raíces profundas y el sol la quemó. El
entusiasmo y el gozo, sin la profundidad y la madurez en la fe no garantizan por sí
solos el buen crecimiento de la vida cristiana. Momentos de confrontación y hostilidad
exigen una fe definida y probada. Por eso la iglesia debe preocuparse por enseñar el
evangelio de una manera sólida y bien fundamentada. La adecuada comprensión del
mensaje bíblico y su aplicación a la vida ha sido siempre una preocupación constante
de la iglesia. Vivimos tiempos en que abundan propuestas de formación bíblica y
teológica pero no todas conducen a un crecimiento y una madurez en la fe, no todas
enfatizan la responsabilidad ante los demás y ante los problemas que enfrenta la
sociedad y el mundo, no todas promueven la práctica de la solidaridad y la justicia, la
espiritualidad del diálogo y el respeto a las diferencias. Los cristianos y las cristianas
debemos alimentar y fortalecer nuestra fe y vocación de servicio y amor sobre el único
fundamento que es Jesucristo.

La semilla que cayó entre espinos es la fe que sucumbe ante otros intereses y valores.
Lucas menciona las preocupaciones (o afanes), las riquezas y los placeres de la vida
como factores que ahogan la semilla del evangelio. Todos tienen algo en común: la
preocupación por uno mismo. Hoy podríamos añadir a la lista de Lucas la carrera
desenfrenada por el éxito, el reconocimiento social, la búsqueda de un poder que solo
se sirve a sí mismo. Una vida centrada sobre sí misma no es compatible con las
demandas del reino de Dios. El evangelio propone una nueva ética donde la humildad,
la misericordia y el servicio a los demás pueden construir relaciones humanas más
justas.

La última semilla cayó en buena tierra y dio mucho fruto. Este último terreno rescata
aquellos elementos olvidados en los otros: el cuidado de los demás, la profundidad y
maduración de nuestra fe y, como consecuencia, la construcción de nuevas relaciones
humanas alimentadas por la ética del evangelio. De manera que ser buena tierra
donde la palabra de Jesús fructifique significa vivir profundamente estas dimensiones
de la acción pastoral de la iglesia: el cuidado, la enseñanza y la koinonia. Toda acción
de sembrar la semilla, de anunciar el evangelio de Jesús lleva implícito también tomar
responsabilidad por el otro y la otra, crecer juntos en el conocimiento de nuestra fe y
nuestra esperanza, y ser signo, manifestación del reino de Dios en la práctica de la
comunión fraternal en esa comunidad donde somos hermanos y hermanas, hijos e
hijas de Dios.

Mis hermanos y hermanas, la sociedad donde vivimos y servimos es como una tierra
donde sembramos. El rendimiento de un campo depende, entre otros factores, de su
situación y de la calidad del suelo, de las circunstancias climáticas, de las agresiones
que pueda sufrir. Es necesario que conozcamos bien la tierra que pisamos, las
condiciones en que la vida se desarrolla, las oportunidades y amenazas del contexto
en el cual trabajamos. Es importante que sepamos leer las señales de los tiempos y
que conozcamos a profundidad al ser humano que somos.

Nadie queda fuera del amor de Dios. Si los terrenos donde fue sembrada la semilla
representan a aquellas personas en las cuales no fructificó la palabra de Dios eso no
significa que las olvidemos. Quienes están abandonados en el camino, necesitan del
evangelio; quienes no pueden resistir ante las dificultades, necesitan del evangelio;
quienes colocan sus intereses por encima de todo y de todos, también necesitan del
evangelio. Ser buena tierra y dar fruto abundante no es algo de lo cual hay que
enorgullecerse, es más bien una tarea que alcanza a todas las personas mediante el
cuidado amoroso, la enseñanza y la práctica de la comunión fraternal.

Para vivir y celebrar la parábola

Como la tierra humilde, el limpio de vanidad,


el que viste sólo la ropa de la pobreza,
el descendido de la montaña de la soberbia,
que entra en el valle de los necesitados,
es aquel que escucha tu Palabra
y se deja invadir por el milagro de sus raíces,
para dar así frutos de santidad
y llenar de ramas de amor el árbol de la justicia.

Porque sólo el que está lleno de ti, mi Dios,


puede darte a ti; no así el que está hinchado de sí mismo,
que sólo ofrece y da sus obras de pecado,
sus contradicciones y angustias todas.

De este modo, Señor, deseo despojar mi corazón


de cualquier abundancia, para que, vacío de sí mismo,
haya lugar en su interior para ti, oh Dios,
para ti solo, que te das en Jesús, cordero sacrificado.

Me haré, pues, Señor, tierra de pobreza,


surco en espera del grano que llene mi vacío,
y me saciaré así de tu lluvia,
que regará y hará crecer en mí las obras de tu Espíritu.

(fragmento del poema “La pobreza, tabernáculo de Dios”, de Vicente García


Hernández)

Amós López Rubio / 19 de julio de 2020

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