Luis de Góngora, “La más bella niña orillas del mar… / de nuestro lugar” No me pongáis freno La más bella niña Ni queráis culpar; de nuestro lugar, que lo uno es justo, hoy viuda y sola lo otro por demás . y ayer por casar , Si me queréis bien viendo que sus ojos no me hagáis mal; a la guerra van, harto peor fue a su madre dice morir y callar. que escucha su mal: Dejadme llorar, Dejadme llorar, orillas del mar… orillas del mar… Dulce madre mía, Pues me distes , madre, ¿quién no llorará, en tan tierna edad aunque tenga el pecho tan corto el placer como un pedernal, tan largo el penar, y no dará voces y me cautivastes viendo marchitar de quien hoy se va los más verdes años y lleva las llaves de mi mocedad? de mi libertad, Dejadme llorar, Dejadme llorar, orillas del mar.. orillas del mar… Váyanse las noches, En llorar conviertan pues ido se han mis ojos de hoy más los ojos que hacían el sabroso oficio los míos velar; del dulce mirar, váyanse, y no vean pues que no se pueden tanta soledad mejor ocupar después que en mi lecho yéndose a la guerra sobra la mitad. Entre la menuda arena, Dejadme llorar, Escuchando a Filomena orillas del mar… Sobre el chopo de la fuente, I. Luis de Góngora, “Ándeme Y ríase la gente. yo caliente y ríase la gente” Pase a media noche el mar, Ándeme yo caliente Y arda en amorosa llama Y ríase la gente. Leandro por ver a su Dama; Traten otros del gobierno Que yo más quiero pasar Del mundo y sus monarquías, Del golfo de mi lagar Mientras gobiernan mis días La blanca o roja corriente, Mantequillas y pan tierno, Y ríase la gente. Y las mañanas de invierno Pues Amor es tan cruel, Naranjada y aguardiente, Que de Píramo y su amada Y ríase la gente. Hace tálamo una espada, Coma en dorada vajilla Do se junten ella y él, El príncipe mil cuidados, Sea mi Tisbe un pastel, Cómo píldoras dorados; Y la espada sea mi diente, Que yo en mi pobre mesilla Y ríase la gente Quiero más una morcilla II. Luis de Góngora, “Amarrado Que en el asador reviente, al duro banco de una galera turquesca” Y ríase la gente. Amarrado al duro banco Cuando cubra las montañas de una galera turquesca, De blanca nieve el enero, ambas manos en el remo Tenga yo lleno el brasero y ambos ojos en la tierra, De bellotas y castañas, un forzado de Dragut Y quien las dulces patrañas en la playa de Marbella Del Rey que rabió me cuente, se quejaba al ronco son Y ríase la gente. del remo y de la cadena: Busque muy en hora buena «¡Oh sagrado mar de España, El mercader nuevos soles; famosa playa serena, Yo conchas y caracoles teatro donde se han hecho III. Luis de Góngora, “Soledad primera”, 1-61 cien mil navales tragedias!, Era del año la estación florida pues eres tú el mismo mar En que el mentido robador de que con tus crecientes besas Europa las murallas de mi patria, —Media luna las armas de su coronadas y soberbias, frente,
tráeme nuevas de mi esposa, Y el Sol todo los rayos de su pelo—,
y dime si han sido ciertas Luciente honor del cielo,
las lágrimas y suspiros En campos de zafiro pace estrellas,
que me dice por sus letras; Cuando el que ministrar podía la
copa porque si es verdad que llora A Júpiter mejor que el garzón de mi cautiverio en tu arena, Ida, bien puedes al mar del Sur —Náufrago y desdeñado, sobre vencer en lucientes perlas. ausente—,
Dame ya, sagrado mar, Lagrimosas de amor dulces
querellas a mis demandas respuesta, Da al mar; que condolido, que bien puedes, si es verdad Fue a las ondas, fue al viento que las aguas tienen lengua, El mísero gemido, pero, pues no me respondes, Segundo de Arïón dulce sin duda alguna que es muerta, instrumento. aunque no lo debe ser, Del siempre en la montaña opuesto pues que vivo yo en su ausencia. pino
¡Pues he vivido diez años Al enemigo Noto
sin libertad y sin ella Piadoso miembro roto
siempre al remo condenado, —Breve tabla— delfín no fue
pequeño a nadie matarán penas!» Al inconsiderado peregrino En esto se descubrieron Que a una Libia de ondas su de la Religión seis velas, camino y el cómitre mandó usar Fió, y su vida a un leño. al forzado de su fuerza. Del Océano, pues, antes sorbido, Y luego vomitado Riscos que aun igualara mal, volando, No lejos de un escollo coronado Veloz, intrépida ala, De secos juncos, de calientes plumas —Menos cansado que confuso— escala. —Alga todo y espumas— Vencida al fin la cumbre Halló hospitalidad donde halló nido —Del mar siempre sonante, De Júpiter el ave. De la muda campaña Besa la arena, y de la rota nave Árbitro igual e inexpugnable muro—, Aquella parte poca Con pie ya más seguro Que le expuso en la playa dio a la roca; Declina al vacilante Que aun se dejan las peñas Breve esplendor de mal distinta lumbre: Lisonjear de agradecidas señas. Farol de una cabaña Desnudo el joven, cuanto ya el vestido Que sobre el ferro está, en aquel incierto Océano ha bebido Golfo de sombras anunciando el Restituir le hace a las arenas; puerto. Y al Sol le extiende luego, «Rayos —les dice— ya que no de Que, lamiéndole apenas Leda
Su dulce lengua de templado fuego, Trémulos hijos, sed de mi fortuna
Lento lo embiste, y con suave estilo Término luminoso.» Y —recelando
La menor onda chupa al menor hilo. De invidïosa bárbara arboleda
No bien, pues, de su luz los Interposición, cuando
horizontes De vientos no conjuración alguna— —Que hacían desigual, Cual, haciendo el villano confusamente, La fragosa montaña fácil llano, Montes de agua y piélagos de montes— Atento sigue aquella Desdorados los siente, —Aun a pesar de las tinieblas bella, Cuando —entregado el mísero Aun a pesar de las estrellas clara— extranjero Piedra, indigna tïara En lo que ya del mar redimió fiero— —Si tradición apócrifa no miente— Entre espinas crepúsculos pisando, De animal tenebroso cuya frente Carro es brillante de nocturno día: Más que el silbo al ganado. Tal, diligente, el paso ¡Oh bienaventurado El joven apresura, Albergue a cualquier hora! Midiendo la espesura »No en ti la ambición mora Con igual pie que el raso, Hidrópica de viento, Fijo —a despecho de la niebla fría— Ni la que su alimento En el carbunclo, Norte de su aguja, El áspid es gitano; O el Austro brame o la arboleda No la que, en bulto comenzando cruja. humano, El can ya, vigilante, Acaba en mortal fiera, Convoca, despidiendo al caminante; Esfinge bachillera, Y la que desviada Que hace hoy a Narciso Luz poca pareció, tanta es vecina, Ecos solicitar, desdeñar fuentes; Que yace en ella la robusta encina, Ni la que en salvas gasta impertinentes Mariposa en cenizas desatada. La pólvora del tiempo más preciso: Llegó, pues, el mancebo, y saludado, Ceremonia profana Sin ambición, sin pompa de Que la sinceridad burla villana palabras, Sobre el corvo cayado. De los conducidores fue de cabras, ¡Oh bienaventurado Que a Vulcano tenían coronado. Albergue a cualquier hora! «¡Oh bienaventurado »Tus umbrales ignora Albergue a cualquier hora, La adulación, Sirena Templo de Pales, alquería de Flora! De reales palacios, cuya arena No moderno artificio Besó ya tanto leño: Borró designios, bosquejó modelos, Trofeos dulces de un canoro sueño, Al cóncavo ajustando de los cielos No a la soberbia está aquí la El sublime edificio; mentira Retamas sobre robre Dorándole los pies, en cuanto gira Tu fábrica son pobre, La esfera de sus plumas, Do guarda, en vez de acero, Ni de los rayos baja a las espumas La inocencia al cabrero Favor de cera alado. ¡Oh bienaventurado Breve de barba y duro no de cuerno, Albergue a cualquier hora!» Redimió con su muerte tantas vides No, pues, de aquella sierra — —; engendradora Servido ya en cecina, Más de fierezas que de cortesía— Purpúreos hilos es de grana fina. La gente parecía Sobre corchos después, más Que hospedó al forastero regalado Con pecho igual de aquel candor Sueño le solicitan pieles blandas primero, Que al Príncipe entre Holandas Que, en las selvas contento, Púrpura Tiria o Milanés brocado. Tienda el fresno le dio, el robre alimento. No de humosos vinos agravado Limpio sayal en vez de blanco lino Es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre Cubrió el cuadrado pino; De ponderosa vana pesadumbre Y en boj, aunque rebelde, a quien el torno Es, cuanto más despierto, más burlado. Forma elegante dio sin culto adorno, De trompa militar no, o destemplado Leche que exprimir vio la Alba aquel día Son de cajas, fue el sueño interrumpido; —Mientras perdían con ella De can sí, embravecido Los blancos lilios de su frente bella —, Contra la seca hoja Gruesa le dan y fría, Que el viento repeló a alguna coscoja. Impenetrable casi a la cuchara, Durmió, y recuerda al fin cuando las Del viejo Alcimedón invención rara. aves El que de cabras fue dos veces —Esquilas dulces de sonora pluma ciento Señas dieron suaves Esposo casi un lustro —cuyo diente Del Alba al Sol, que el pabellón de No perdonó a racimo aun en la espuma frente Dejó, y en su carroza De Baco, cuanto más en su sarmiento, Rayó el verde obelisco de la choza. Triunfador siempre de celosas lides, Agradecido, pues, el peregrino, Le coronó el Amor; mas rival tierno, Deja el albergue y sale acompañado De quien lo lleva donde, levantado, Marfil; invidïosa sobre nieve, Distante pocos pasos del camino, Claveles deshojó la Aurora en vano Imperïoso mira la campaña Un escollo, apacible galería, Que festivo teatro fue algún día De cuantos pisan, Faunos, la montaña. Llegó, y a vista tanta Obedeciendo la dudosa planta, V. Francisco de Quevedo, “¡Fue Inmóvil se quedó sobre un lentisco, sueño ayer; mañana será tierra!” (Signifícase la propia Verde balcón del agradable risco. brevedad de la vida, sin pensar, y Si mucho poco mapa le despliega, con padecer, salteada de la muerte) Mucho es más lo que, nieblas Fue sueño ayer, mañana será tierra. desatando, ¡Poco antes nada, y poco después Confunde el Sol y la distancia niega. humo! IV. Luis de Góngora, “Prisión del ¡Y destino ambiciones, y presumo nácar era articulado” (Una dama que, quitándose una apenas punto al cerco que me cierra! sortija, se picó con un alfiler) Breve combate de importuna Prisión del nácar era articulado guerra, De mi firmeza un émulo luciente, en mi defensa, soy peligro sumo, Un dïamante, ingenïosamente y mientras con mis armas me En oro también él aprisionado. consumo,
Clori, pues, que a su dedo menos me hospeda el cuerpo que
apremïado me entierra.
De metal aun precioso no consiente, Ya no es ayer, mañana no ha
llegado; Gallarda un día, sobre impacïente, hoy pasa y es y fue, con movimiento Lo redimió del vínculo dorado. que a la muerte me lleva Mas ay, que insidïoso latón breve despeñado. En los cristales de su bella mano Azadas son la hora y el momento Sacrílego divina sangre bebe: que a jornal de mi pena y mi Púrpura ilustró menos indïano cuidado cavan en mi vivir mi monumento. Ver en su gloria, sin tasa,
VI. Francisco de Quevedo, Que es lo más ruin de su casa
“Madre, yo al oro me Doña Blanca de Castilla? humillo” (Poderoso Mas pues que su fuerza humilla caballero es don Al cobarde y al guerrero, dinero) Poderoso caballero Madre, yo al oro me humillo, Es don Dinero. Él es mi amante y mi amado, Es tanta su majestad, Pues de puro enamorado Aunque son sus duelos hartos, Anda continuo amarillo. Que aun con estar hecho cuartos Que pues doblón o sencillo No pierde su calidad. Hace todo cuanto quiero, Pero pues da autoridad Poderoso caballero Al gañán y al jornalero, Es don Dinero. Poderoso caballero Nace en las Indias honrado, Es don Dinero. Donde el mundo le acompaña; Más valen en cualquier tierra Viene a morir en España, (Mirad si es harto sagaz) Y es en Génova enterrado. Sus escudos en la paz Y pues quien le trae al lado Que rodelas en la guerra. Es hermoso, aunque sea fiero, Pues al natural destierra Poderoso caballero Y hacPoderoso caballero Es don Dinero. Es don Dinero. Son sus padres principales, VII. Francisco de Quevedo, “Si Y es de nobles descendiente, eres campana, ¿dónde está Porque en las venas de Oriente el badajo?” (Mujer
Todas las sangres son Reales. puntiaguda con enaguas)
Y pues es quien hace iguales Si eres campana ¿dónde está el
badajo? Al rico y al pordiosero, Si Pirámide andante vete a Egito, Poderoso caballero Si Peonza al revés trae sobrescrito, Es don Dinero. Si Pan de azúcar en Motril te ¿A quién no le maravilla encajo. Si Capitel ¿qué haces acá abajo? Y no hallé cosa en que poner los ojos Si de disciplinante mal contrito Que no fuese recuerdo de la Eres el cucurucho y el delito, muerte.e propio al forastero Llámente los Cipreses arrendajo. Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas? Si cubilete saca el testimonio, Si eres coroza encájate en las viejas. Si büida visión de San Antonio, Llámate Doña Embudo con guedejas, Si mujer da esas faldas al demonio. Francisco de Quevedo, “Miré los muros de la patria mía” (Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte) Miré los muros de la Patria mía, Si un tiempo fuertes, ya desmoronados, De la carrera de la edad cansados, Por quien caduca ya su valentía. Salíme al Campo, vi que el Sol bebía Los arroyos del hielo desatados, Y del Monte quejosos los ganados, Que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi Casa; vi que, amancillada, De anciana habitación era despojos; Mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada,