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Antología de Don francisco de quien era mi paz,

Quevedo y Luis de Góngora Dejadme llorar,


Luis de Góngora, “La más bella niña orillas del mar…
/ de nuestro lugar”
No me pongáis freno
La más bella niña
Ni queráis culpar;
de nuestro lugar,
que lo uno es justo,
hoy viuda y sola
lo otro por demás .
y ayer por casar ,
Si me queréis bien
viendo que sus ojos
no me hagáis mal;
a la guerra van,
harto peor fue
a su madre dice
morir y callar.
que escucha su mal:
Dejadme llorar,
Dejadme llorar,
orillas del mar…
orillas del mar…
Dulce madre mía,
Pues me distes , madre,
¿quién no llorará,
en tan tierna edad
aunque tenga el pecho
tan corto el placer
como un pedernal,
tan largo el penar,
y no dará voces
y me cautivastes
viendo marchitar
de quien hoy se va
los más verdes años
y lleva las llaves
de mi mocedad?
de mi libertad,
Dejadme llorar,
Dejadme llorar,
orillas del mar..
orillas del mar…
Váyanse las noches,
En llorar conviertan
pues ido se han
mis ojos de hoy más
los ojos que hacían
el sabroso oficio
los míos velar;
del dulce mirar,
váyanse, y no vean
pues que no se pueden
tanta soledad
mejor ocupar
después que en mi lecho
yéndose a la guerra
sobra la mitad. Entre la menuda arena,
Dejadme llorar, Escuchando a Filomena
orillas del mar… Sobre el chopo de la fuente,
I. Luis de Góngora, “Ándeme Y ríase la gente.
yo caliente y ríase la gente”
Pase a media noche el mar,
Ándeme yo caliente
Y arda en amorosa llama
Y ríase la gente.
Leandro por ver a su Dama;
Traten otros del gobierno
Que yo más quiero pasar
Del mundo y sus monarquías,
Del golfo de mi lagar
Mientras gobiernan mis días
La blanca o roja corriente,
Mantequillas y pan tierno,
Y ríase la gente.
Y las mañanas de invierno
Pues Amor es tan cruel,
Naranjada y aguardiente,
Que de Píramo y su amada
Y ríase la gente.
Hace tálamo una espada,
Coma en dorada vajilla
Do se junten ella y él,
El príncipe mil cuidados,
Sea mi Tisbe un pastel,
Cómo píldoras dorados;
Y la espada sea mi diente,
Que yo en mi pobre mesilla
Y ríase la gente
Quiero más una morcilla
II. Luis de Góngora, “Amarrado
Que en el asador reviente, al duro banco de una galera
turquesca”
Y ríase la gente.
Amarrado al duro banco
Cuando cubra las montañas
de una galera turquesca,
De blanca nieve el enero,
ambas manos en el remo
Tenga yo lleno el brasero
y ambos ojos en la tierra,
De bellotas y castañas,
un forzado de Dragut
Y quien las dulces patrañas
en la playa de Marbella
Del Rey que rabió me cuente,
se quejaba al ronco son
Y ríase la gente.
del remo y de la cadena:
Busque muy en hora buena
«¡Oh sagrado mar de España,
El mercader nuevos soles;
famosa playa serena,
Yo conchas y caracoles
teatro donde se han hecho III. Luis de Góngora, “Soledad
primera”, 1-61
cien mil navales tragedias!,
Era del año la estación florida
pues eres tú el mismo mar
En que el mentido robador de
que con tus crecientes besas
Europa
las murallas de mi patria,
—Media luna las armas de su
coronadas y soberbias, frente,

tráeme nuevas de mi esposa, Y el Sol todo los rayos de su pelo—,

y dime si han sido ciertas Luciente honor del cielo,

las lágrimas y suspiros En campos de zafiro pace estrellas,

que me dice por sus letras; Cuando el que ministrar podía la


copa
porque si es verdad que llora
A Júpiter mejor que el garzón de
mi cautiverio en tu arena, Ida,
bien puedes al mar del Sur —Náufrago y desdeñado, sobre
vencer en lucientes perlas. ausente—,

Dame ya, sagrado mar, Lagrimosas de amor dulces


querellas
a mis demandas respuesta,
Da al mar; que condolido,
que bien puedes, si es verdad
Fue a las ondas, fue al viento
que las aguas tienen lengua,
El mísero gemido,
pero, pues no me respondes,
Segundo de Arïón dulce
sin duda alguna que es muerta, instrumento.
aunque no lo debe ser, Del siempre en la montaña opuesto
pues que vivo yo en su ausencia. pino

¡Pues he vivido diez años Al enemigo Noto

sin libertad y sin ella Piadoso miembro roto

siempre al remo condenado, —Breve tabla— delfín no fue


pequeño
a nadie matarán penas!»
Al inconsiderado peregrino
En esto se descubrieron
Que a una Libia de ondas su
de la Religión seis velas, camino
y el cómitre mandó usar Fió, y su vida a un leño.
al forzado de su fuerza. Del Océano, pues, antes sorbido,
Y luego vomitado Riscos que aun igualara mal,
volando,
No lejos de un escollo coronado
Veloz, intrépida ala,
De secos juncos, de calientes
plumas —Menos cansado que confuso—
escala.
—Alga todo y espumas—
Vencida al fin la cumbre
Halló hospitalidad donde halló nido
—Del mar siempre sonante,
De Júpiter el ave.
De la muda campaña
Besa la arena, y de la rota nave
Árbitro igual e inexpugnable muro—,
Aquella parte poca
Con pie ya más seguro
Que le expuso en la playa dio a la
roca; Declina al vacilante
Que aun se dejan las peñas Breve esplendor de mal distinta
lumbre:
Lisonjear de agradecidas señas.
Farol de una cabaña
Desnudo el joven, cuanto ya el
vestido Que sobre el ferro está, en aquel
incierto
Océano ha bebido
Golfo de sombras anunciando el
Restituir le hace a las arenas;
puerto.
Y al Sol le extiende luego,
«Rayos —les dice— ya que no de
Que, lamiéndole apenas Leda

Su dulce lengua de templado fuego, Trémulos hijos, sed de mi fortuna

Lento lo embiste, y con suave estilo Término luminoso.» Y —recelando

La menor onda chupa al menor hilo. De invidïosa bárbara arboleda

No bien, pues, de su luz los Interposición, cuando


horizontes
De vientos no conjuración alguna—
—Que hacían desigual,
Cual, haciendo el villano
confusamente,
La fragosa montaña fácil llano,
Montes de agua y piélagos de
montes— Atento sigue aquella
Desdorados los siente, —Aun a pesar de las tinieblas bella,
Cuando —entregado el mísero Aun a pesar de las estrellas clara—
extranjero
Piedra, indigna tïara
En lo que ya del mar redimió fiero—
—Si tradición apócrifa no miente—
Entre espinas crepúsculos pisando,
De animal tenebroso cuya frente
Carro es brillante de nocturno día: Más que el silbo al ganado.
Tal, diligente, el paso ¡Oh bienaventurado
El joven apresura, Albergue a cualquier hora!
Midiendo la espesura »No en ti la ambición mora
Con igual pie que el raso, Hidrópica de viento,
Fijo —a despecho de la niebla fría— Ni la que su alimento
En el carbunclo, Norte de su aguja, El áspid es gitano;
O el Austro brame o la arboleda No la que, en bulto comenzando
cruja. humano,
El can ya, vigilante, Acaba en mortal fiera,
Convoca, despidiendo al caminante; Esfinge bachillera,
Y la que desviada Que hace hoy a Narciso
Luz poca pareció, tanta es vecina, Ecos solicitar, desdeñar fuentes;
Que yace en ella la robusta encina, Ni la que en salvas gasta
impertinentes
Mariposa en cenizas desatada.
La pólvora del tiempo más preciso:
Llegó, pues, el mancebo, y
saludado, Ceremonia profana
Sin ambición, sin pompa de Que la sinceridad burla villana
palabras,
Sobre el corvo cayado.
De los conducidores fue de cabras,
¡Oh bienaventurado
Que a Vulcano tenían coronado.
Albergue a cualquier hora!
«¡Oh bienaventurado
»Tus umbrales ignora
Albergue a cualquier hora,
La adulación, Sirena
Templo de Pales, alquería de Flora!
De reales palacios, cuya arena
No moderno artificio
Besó ya tanto leño:
Borró designios, bosquejó modelos,
Trofeos dulces de un canoro sueño,
Al cóncavo ajustando de los cielos
No a la soberbia está aquí la
El sublime edificio; mentira
Retamas sobre robre Dorándole los pies, en cuanto gira
Tu fábrica son pobre, La esfera de sus plumas,
Do guarda, en vez de acero, Ni de los rayos baja a las espumas
La inocencia al cabrero Favor de cera alado.
¡Oh bienaventurado Breve de barba y duro no de
cuerno,
Albergue a cualquier hora!»
Redimió con su muerte tantas vides
No, pues, de aquella sierra —
—;
engendradora
Servido ya en cecina,
Más de fierezas que de cortesía—
Purpúreos hilos es de grana fina.
La gente parecía
Sobre corchos después, más
Que hospedó al forastero
regalado
Con pecho igual de aquel candor
Sueño le solicitan pieles blandas
primero,
Que al Príncipe entre Holandas
Que, en las selvas contento,
Púrpura Tiria o Milanés brocado.
Tienda el fresno le dio, el robre
alimento. No de humosos vinos agravado
Limpio sayal en vez de blanco lino Es Sísifo en la cuesta, si en la
cumbre
Cubrió el cuadrado pino;
De ponderosa vana pesadumbre
Y en boj, aunque rebelde, a quien el
torno Es, cuanto más despierto, más
burlado.
Forma elegante dio sin culto adorno,
De trompa militar no, o destemplado
Leche que exprimir vio la Alba aquel
día Son de cajas, fue el sueño
interrumpido;
—Mientras perdían con ella
De can sí, embravecido
Los blancos lilios de su frente bella
—, Contra la seca hoja
Gruesa le dan y fría, Que el viento repeló a alguna
coscoja.
Impenetrable casi a la cuchara,
Durmió, y recuerda al fin cuando las
Del viejo Alcimedón invención rara.
aves
El que de cabras fue dos veces
—Esquilas dulces de sonora pluma
ciento
Señas dieron suaves
Esposo casi un lustro —cuyo diente
Del Alba al Sol, que el pabellón de
No perdonó a racimo aun en la
espuma
frente
Dejó, y en su carroza
De Baco, cuanto más en su
sarmiento, Rayó el verde obelisco de la choza.
Triunfador siempre de celosas lides, Agradecido, pues, el peregrino,
Le coronó el Amor; mas rival tierno, Deja el albergue y sale acompañado
De quien lo lleva donde, levantado, Marfil; invidïosa sobre nieve,
Distante pocos pasos del camino, Claveles deshojó la Aurora en vano
Imperïoso mira la campaña
Un escollo, apacible galería,
Que festivo teatro fue algún día
De cuantos pisan, Faunos, la
montaña.
Llegó, y a vista tanta
Obedeciendo la dudosa planta,
V. Francisco de Quevedo, “¡Fue
Inmóvil se quedó sobre un lentisco, sueño ayer; mañana será
tierra!” (Signifícase la propia
Verde balcón del agradable risco.
brevedad de la vida, sin pensar, y
Si mucho poco mapa le despliega,
con padecer, salteada de la muerte)
Mucho es más lo que, nieblas
Fue sueño ayer, mañana será tierra.
desatando,
¡Poco antes nada, y poco después
Confunde el Sol y la distancia niega.
humo!
IV. Luis de Góngora, “Prisión del
¡Y destino ambiciones, y presumo
nácar era articulado” (Una
dama que, quitándose una apenas punto al cerco que me
cierra!
sortija, se picó con un alfiler)
Breve combate de importuna
Prisión del nácar era articulado
guerra,
De mi firmeza un émulo luciente,
en mi defensa, soy peligro sumo,
Un dïamante, ingenïosamente
y mientras con mis armas me
En oro también él aprisionado. consumo,

Clori, pues, que a su dedo menos me hospeda el cuerpo que


apremïado me entierra.

De metal aun precioso no consiente, Ya no es ayer, mañana no ha


llegado;
Gallarda un día, sobre impacïente,
hoy pasa y es y fue, con movimiento
Lo redimió del vínculo dorado.
que a la muerte me lleva
Mas ay, que insidïoso latón breve despeñado.
En los cristales de su bella mano Azadas son la hora y el momento
Sacrílego divina sangre bebe: que a jornal de mi pena y mi
Púrpura ilustró menos indïano cuidado
cavan en mi vivir mi monumento. Ver en su gloria, sin tasa,

VI. Francisco de Quevedo, Que es lo más ruin de su casa


“Madre, yo al oro me Doña Blanca de Castilla?
humillo” (Poderoso
Mas pues que su fuerza humilla
caballero es don
Al cobarde y al guerrero,
dinero)
Poderoso caballero
Madre, yo al oro me humillo,
Es don Dinero.
Él es mi amante y mi amado,
Es tanta su majestad,
Pues de puro enamorado
Aunque son sus duelos hartos,
Anda continuo amarillo.
Que aun con estar hecho cuartos
Que pues doblón o sencillo
No pierde su calidad.
Hace todo cuanto quiero,
Pero pues da autoridad
Poderoso caballero
Al gañán y al jornalero,
Es don Dinero.
Poderoso caballero
Nace en las Indias honrado,
Es don Dinero.
Donde el mundo le acompaña;
Más valen en cualquier tierra
Viene a morir en España,
(Mirad si es harto sagaz)
Y es en Génova enterrado.
Sus escudos en la paz
Y pues quien le trae al lado
Que rodelas en la guerra.
Es hermoso, aunque sea fiero,
Pues al natural destierra
Poderoso caballero
Y hacPoderoso caballero
Es don Dinero.
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
VII. Francisco de Quevedo, “Si
Y es de nobles descendiente,
eres campana, ¿dónde está
Porque en las venas de Oriente el badajo?” (Mujer

Todas las sangres son Reales. puntiaguda con enaguas)

Y pues es quien hace iguales Si eres campana ¿dónde está el


badajo?
Al rico y al pordiosero,
Si Pirámide andante vete a Egito,
Poderoso caballero
Si Peonza al revés trae sobrescrito,
Es don Dinero.
Si Pan de azúcar en Motril te
¿A quién no le maravilla encajo.
Si Capitel ¿qué haces acá abajo? Y no hallé cosa en que poner los
ojos
Si de disciplinante mal contrito
Que no fuese recuerdo de la
Eres el cucurucho y el delito,
muerte.e propio al forastero
Llámente los Cipreses arrendajo.
Si eres punzón, ¿por qué el estuche
dejas?
Si cubilete saca el testimonio,
Si eres coroza encájate en las
viejas.
Si büida visión de San Antonio,
Llámate Doña Embudo con
guedejas,
Si mujer da esas faldas al demonio.
Francisco de Quevedo, “Miré los
muros de la patria mía” (Enseña
cómo todas las
cosas avisan de la muerte)
Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya
desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.
Salíme al Campo, vi que el Sol
bebía
Los arroyos del hielo desatados,
Y del Monte quejosos los ganados,
Que con sombras hurtó su luz al
día.
Entré en mi Casa; vi que,
amancillada,
De anciana habitación era despojos;
Mi báculo más corvo y menos
fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,

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