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III durante el año (B)

Jon 3,1-5.10; 1 Co 7,29-31; Mc 1,14-20


1. Hacía poco tiempo que nuestro Señor Jesucristo había comenzado a predicar en Galilea. En
esa región del norte de Israel se encuentra el lago de Genesaret. En las orillas de este lago había dos
barcas. Una era de Simón y de su hermano Andrés, y la otra de Juan y de su hermano Santiago. Los
dos grupos se dedicaban a la pesca, como modo de ganarse el sustento diario.
Después de una noche entera de trabajo infructuoso, cansados y desilusionados, estaban
arreglando las redes. Entonces escucharon a alguien que les decía: Seguidme y yo os haré pescadores
de hombres. Un ímpetu de voluntad y entusiasmo asaltó a aquellos cuatro humildes pescadores.
Ellos dejaron enseguida las barcas, sus redes, y fueron tras Él 1.

El Evangelio de hoy nos presenta a nuestro Salvador, que en los primeros días de su vida
pública, busca a estos hombres para ser sus Apóstoles, para enviarlos a predicar el Reino de Cristo.

Y los busca habituados al trabajo, acostumbrados al esfuerzo y lucha constantes. Elige unos
pobres pescadores para colaborar en su obra divina. La desproporción humana es patente, pero ello
no fue obstáculo para una entrega generosa y libre. La luz encendida en sus corazones fue suficiente
para abandonarlo todo. La simple invitación al seguimiento bastó para que se pusieran
incondicionalmente a disposición del Maestro. Es Jesucristo quien elige, es Él quién se metió en la
vida de los Apóstoles... y también en la nuestra sin pedir permiso 2.

2. Este Evangelio nos lleva a reflexionar acerca del llamado que Nuestro Señor hace a todos
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los cristianos a entregarse al apostolado.

Nos decía el Papa Juan Pablo I al comienzo de su breve pontificado: Queremos recordar a toda
la Iglesia que la evangelización sigue siendo su principal deber… evangelización animada por la fe,
alimentada por la caridad y sostenida por el alimento celestial de la Eucaristía… si todos los fieles
de la Iglesia fueran misioneros incansables del Evangelio, brotaría una nueva floración de santidad
y de renovación en este mundo sediento de amor y de verdad 3.

La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado… La Iglesia ha


nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre 4.

3. Se cuenta en la vida de Alejandro Magno, que una vez supo que entre sus soldados había
uno, llamado Alejandro, que no quería permanecer en el ejército porque tenía miedo a la guerra. El
emperador lo hizo llamar y le dijo "Tú deshonras mi nombre. Si quieres llevar el nombre de tu rey,
debes ser como él, valiente; como él, lanzarte a la batalla y seguirlo donde quiera que vaya. De lo
contrario deberás cambiar ese nombre glorioso, que no te cuadra, y tomar otro".

Una reprensión, quizá más dura, podría hacernos Jesucristo. Cristianos nos llamamos y ¿por
qué no seguimos a Cristo que es nuestro rey? ¿por qué tenemos miedo de sufrir lo que Él primero ha
sufrido? ¿por qué despreciamos lo que Él ama y amamos lo que Él desprecia? Si somos verdaderos
cristianos hagamos las obras de Cristo, sigámoslo a donde Él vaya. Siendo tantas las almas que viven
alejadas de Dios, tantos los que corren peligro de condenación, nosotros, que llevamos el nombre de
Cristianos, no podemos permanecer indiferentes 5.
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4. Todo bautizado debe ser Apóstol de Jesucristo, todo cristiano debe predicar con o sin
ocasión. El Señor nos lo ha dicho: Vosotros sois sal de la tierra… levadura que hace fermentar la
masa… Vosotros sois luz del mundo,…Estas imágenes con que el Señor instruía a sus discípulos nos
enseñan qué significa ser Apóstol de Cristo.

El Apóstol debe ser sal de la tierra. El mensaje que Jesucristo nos comunica va destinado, no
sólo a nosotros, sino a todos los hombres. Él no pone límites a nuestro apostolado. Él no nos envía a
dos ciudades, o a diez, sino a todo el mundo, y a un mundo por cierto muy mal dispuesto. Para este
mundo insípido, para este mundo corrompido por el pecado nosotros debemos ser sal 6. Y, como la
sal que cae en la herida la hacer arder, nosotros tenemos que estar dispuestos a la contradicción, a la
oposición y persecución que desatará el mundo cuando prediquemos a Cristo tratando de curar su
herida abierta por el pecado. Para ser verdaderos apóstoles debemos armarnos de fortaleza, y estar
dispuestos incluso a entregar nuestras vidas por Cristo en el martirio. No menos nos pide el Señor.

El Apóstol debe ser levadura en la masa. La levadura hace fermentar la masa cuando está
mezclada con la harina. Del mismo modo nosotros debemos buscar a los hombres que viven alejados
de Dios, mezclándonos, identificándonos con ellos, como la levadura que, escondida, no desaparece,
sino que, poco a poco, va transformando toda la masa en su propia calidad 7. O sea que sólo
reafirmando nuestra identidad católica podremos transformar este mundo renegado en un mundo
cristiano. Y, para ser levadura para este mundo, si queremos transformarlo debemos primero
formarnos y profundizar nuestra fe con el estudio de la doctrina cristiana.

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El Apóstol también debe ser luz del mundo. Y la virtud de la luz no está sólo en brillar, sino
también en conducir a quienes la sigan 8. Debemos llevar a todos los hombres la luz de Cristo,
debemos procurar que todos alcancen la vida eterna del Cielo. Y para ello primero debemos
encender esa luz en nuestras almas con una fe sólida sostenida por la oración diaria, por la recepción
frecuente de los sacramentos, especialmente por la confesión y la santa Eucaristía.
Todo ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad. El apostolado es “amor
de Dios, que se desborda, dándose a los demás”. Cuando se ama de verdad a nuestro Señor, se ama
lo que Él ha creado; entonces se desea y se procura el bien de nuestros semejantes, que, por ser hijos
de Dios, son nuestros hermanos. La caridad impulsa al apostolado. Y la caridad se alimenta y se
acrecienta a través de los sacramentos y sobre todo de la Eucaristía 9.

5. Debemos ser luz, sal, levadura, debemos atraer las almas a Dios por dos caminos. En primer
lugar con las buenas obras, dando al prójimo ejemplo de vida cristiana. Porque, como bien sabemos,
en vano enseña la doctrina cristiana quien la contradice con sus obras 10.
Lo que más nos atrae de nuestro Señor es que Él vivió -y hasta las últimas consecuencias- todo lo
que predicó. ¡Qué gran responsabilidad la de nuestra conducta! No hacemos las obras para que las
contemplen los demás, pero sabemos que, de hecho, muchas veces las verán. 11 Y, si están bien
hechas, serán un eficaz medio de apostolado.

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6. Pero no bastan las buenas obras, ya que el apostolado no consiste sólo en el testimonio de
vida. El verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra a los no
creyentes, para llevarlos a la fe; y a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor
fervor de vida 12. Id y predicad, dijo el Señor. Eso es lo que hicieron los Apóstoles en cuanto
recibieron al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Y lo que observamos en el resto de los fieles de
aquellos primeros años de la Iglesia: andaban de un lugar a otro predicando la palabra del Señor.
¿Quién se atreverá a decir que el apostolado cristiano debe consistir en un mero testimonio de
conducta? 13.

7. ¡A cuántos hombres es preciso llevar todavía a la fe! -nos dice Juan Pablo II-, cuántos
hombres es preciso reconquistar para la fe que han perdido, siendo a veces esto más difícil que la
primera conversión a la fe. Sin embargo la Iglesia, consciente de aquel gran don, del don de la
Encarnación de Dios, no puede detenerse, no puede pararse jamás 14.

Todo cristiano es responsable de su propia salvación, y, en cierto modo, también es responsable


de la salvación del prójimo. Formemos, entonces, nuestra inteligencia con la doctrina cristiana;
fortalezcamos nuestra alma con la gracia de los sacramentos; crezcamos en nuestra vida de oración;
y preparémonos para responder al llamado del Señor, que a cada uno de nosotros también nos dice:
No temas, también tú debes ser pescador de hombres, también tú serás un conquistador de almas
para el Cielo.

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Citas y referencias:

1
Pbro Dr. Juan Colombo, Nuevas homilías dominicales; pgs. 175 y 182; Ed. Olivieri y Dominguez; La Plata; 1947.
2
Santos Evangelios; EUNSA; 3º ed, 1995. Nota a Mc 1, 16-20.
3 Juan Pablo I; Homilía 27-8-78 citado en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra, 1990
4 Concilio Vaticano II; Decreto Apsotolicam Actuositatem nº 6.
5 Pbro Dr. Juan Colombo; Nuevas homilías dominicales; pgs 184; VI Domingo después de Pentecostés; Ed. Olivieri y
Dominguez; La Plata; 1947.
6 San Juan Crisóstomo Homilía sobre san Mateo nº 15,6 citado en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra, 1990
7 San Juan Crisóstomo Homilía sobre san Mateo nº 46 citado en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra, 1990
8 San Juan Crisóstomo Homilía sobre san Mateo nº 15 citado en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra, 1990
9 Plática Apóstoles II; Retiro Mensual de Miles Christi.
10 San San Atonio de Padua; Catena Aurea 6 pg 101 citado en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra,
1990.

11 Plática Apóstoles II; Retiro Mensual de Miles Christi.


12 Concilio Vaticano II; Decreto Apostolicam Actuositatem nº 6
13 Plática Apóstoles II; Retiro Mensual de Miles Christi.
14 Juan Pablo II, Homilía del 6-1-79 en Antología de Textos, voz: Apostolado, Ed. Palabra, 1990.

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