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con muchísima frecuencia no sabemos integrar bien lo aprendido.

Leer en tiempos del digitalismo (caracterizado por la velocidad, la


interconexión y el pragmatismo) empobrece nuestra habilidad para leer
entre líneas y de explorar e indagar en los textos pues se reduce la
capacidad para la lectura profunda y el análisis crítico. Con el añadido de
no propiciar la empatía.
Leer no es cómodo cuando se lee para hacernos preguntas, no para
responderlas. Las lecturas más provechosas son aquellas que nos
estremecen, inquietan y dan la vuelta a las ideas o creencias que
más arraigadas están en nuestro ser. Para Kafka “un libro debe ser el
hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
La gran mayoría de la gente no se ha preguntado nunca cómo lee. Sin
embargo, el modo de leer tiene gran importancia para la adquisición
de conocimiento. Por otro lado, la lectura atenta, la que trata de
desentrañar los entresijos de un texto nos permite olvidarnos de nuestras
vidas para sumergirnos en otras. No como forma de huida del mundo en
el que vives sino para comprenderlo mejor a partir de otros puntos de
vista diferentes al nuestro. También se lee para entender en profundidad
a los demás. 
Hay diferencia entre leer para informarse y leer para comprender.
Aprender algo de forma comprensiva requiere trabajo. Para ello es
mucho mejor leer textos que estén por encima del nivel de conocimiento
sobre el tema en el que te encuentras pues de este modo propicias que
se estreche la brecha existente entre el autor y tú.
Hoy en día, lo más difícil es ponerse  leer un libro. El día a día nos impide
abstraernos en el placer de la lectura y mucho más si esa lectura nos va
a resultar ardua o poco atractiva a priori.
Un primer paso para evitar postergar estos momentos es elegir bien el
libro
Por último, si lo más difícil es dedicar un tiempo todos los días o
semanas a leer se puede utilizar el “método Seinfeld”. El comediante se
dio cuenta de que para hacer buenos chistes no solo era necesario ser
ingenioso sino también escribir mucho (para que la inspiración le pillase a
uno trabajando). Como lo difícil era crear el hábito ponía un calendario
enorme en el que aparecían todos los días del año que ocupaba la pared
de una habitación. Cada día que escribía ponía una cruz roja en el día. A
los pocos días tenía una cadena de cruces y pasado un tiempo su única
preocupación era no romper esa cadena.

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