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Benemérita Universidad Autónoma De Puebla

Facultad De Derecho Y Ciencias Sociales


Licenciatura En Ciencias Políticas
Sistema Político Mexicano.

¿QUE PAPEL JUEGAN LOS MOVIMIENTOS SOCIALES


DURANTE LA PAMDEMIA?

PRESENTA:
Karen Paola Martínez Martínez.

Matricula: 201740208
SECCION: LPOS016
HORARIO: L,M,V 8:30-10:00

Puebla, Pue. A 23 de noviembre del 2020


INTRODUCCION

Si para la mayoría de investigadores, teóricos y medios de comunicación 2019 fue


el año de las protestas y los movimientos sociales que se extendieron a lo largo
del planeta, muy seguramente el 2020 y el coronavirus habrá ganado ese
reconocimiento, y más precisamente quienes desde el sector de la salud y la
investigación científica vienen luchando para controlarlo, a menudo, sobre todo en
los países en vías de desarrollo, con medios bastante limitados.

La pandemia de COVID-19 que está azotando el mundo, no es solamente un


problema de salud pública. Las respuestas de los estados frente a los centenares
de miles de contagiados, muertos, personas en aislamiento, están poniendo en
evidencia y amplificando de manera exponencial las consecuencias de un modelo
social, cultural y económico que ha guiado las políticas públicas en las últimas
décadas: el modelo neoliberal. El confinamiento ha sido la respuesta general a la
crisis causada por la pandemia del coronavirus o COVID-19.

Como todo sistema de dominación, el modelo neoliberal es un modelo cultural


además de económico que se caracteriza por adherir a los principios del
darwinismo social. Un modelo en el cual el dominio entre los seres vivientes y
sobre la naturaleza, la jerarquía, el individualismo extremo, el egoísmo y el
narcisismo, entre otras cosas, son el orden natural de las cosas. Son los valores
egoístas, no altruistas, los valores dominantes para subir la cuesta social.

Por primera vez en la historia, toda la humanidad está confrontada a la misma


crisis, en el mismo tiempo. En un mundo globalizado, todos los Estados, en
condiciones desiguales, se ven obligados a enfrentar la pandemia del coronavirus,
o COVID-19, con sistemas y servicios de salud en algunos casos colapsados o
debilitados.

Las dimensiones culturales de las reacciones de Estados y regiones no es la


misma, lo que confirma que la globalización establece distinciones a menudo
implacables.
LA CULTURA NEOLIBERAL Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD.

Como destaca Arlie Hochschild (1979), toda sociedad se caracteriza por una serie
de normas o reglas estructurales de disciplina social, jurídica y económica, pero
también por una serie de reglas del sentir necesarias para consolidar el mismo
sistema. Así, el sistema neoliberal nos ha educado, y nos ha impuesto su propia
cultura emocional que se caracteriza por reglas del sentir como, por ejemplo,
expresar respeto y admiración hacia las personas de éxito económico, depreciar
los estratos sociales más bajos, culpar a otros individuos por lo que no funciona,
tener miedo al expresar nuestro descontento o vergüenza al compartir nuestro
sentir. Estas reglas se manifiestan en nuestras prácticas cotidianas como la
intolerancia hacia el otro, la necesidad de autoridad y la negación de las
problemáticas como la pobreza, la desigualdad, la violencia de género, el racismo.
El mensaje que se repite incesantemente es que vivimos en el mejor sistema
posible.

El modelo cultural promovido por el sistema neoliberal, que se está mostrando


claramente en esta pandemia de COVID-19, nos permite comprender las
diferentes respuestas a esta crisis que se han observado en muchos países:
desde la negación y la voluntad de seguir como si no pasara nada, al llamado a la
responsabilidad y a la solidaridad.

En cuanto a la negación de la gravedad de la pandemia, es evidente que refleja


una ideología donde el crecimiento económico vale más de la vida humana, y
donde esta última se jerarquiza, convirtiendo en sacrificables las personas
mayores, porque no son productivas, y las clases sociales inferiores. El análisis de
la dimensión emocional hace evidente como el narcisismo, el egoísmo y el cinismo
están a la base de esta respuesta, como lo dice lipovetsky (2006) en la era del
vacío: el individualismo es el nuevo estado histórico propio de las sociedades
democráticas avanzadas.

Se observado otras estrategias emocionales que se han venido utilizando como la


satanización del miedo a la enfermedad y la descalificación del cuidado y de la
preocupación hacia los demás, por ejemplo, a través de las acusaciones de
cobardía del presidente brasileño hacia quienes se quedan en casa y piden
medidas para evitar el contagio. La cultura emocional neoliberal es tan profunda
que seguramente muchas personas han sentido más miedo y ansiedad por perder
privilegios que pensaban intocables o al menos seguros, que por perder su vida o
la de sus seres queridos. Aquí también influye lo que los psicólogos llaman “el mito
de la invulnerabilidad”, es decir, les toca a los demás, pero no a mí.

Una vez que la negación se convirtió en una narrativa políticamente incorrecta en


muchos países donde empezaba a aumentar el número de contagiados y muertos,
entonces se han puesto en evidencia reglas del sentir aún más perversas. Al no
poder admitir que el sistema neoliberal nos ha vuelto muy vulnerables, porque esto
puede generar mucho miedo en quienes se sienten amparados por él, y que
inevitablemente hubiera llevado a culpar a quienes alimentan y promueven ese
sistema, se canalizaron emociones como la rabia y la culpa hacia otros individuos.
Los ejemplos en este caso son muchos: desde culpar a quién trajo el virus por
haber viajado (que en el caso mexicano se alimenta por un resentimiento hacia las
clases media y altas generado por la desigualdad social), a culpar a quienes no
siguen las reglas de ‘distanciamiento social’ o de autoexclusión. A esto se añade
el odio a comunidades que consideramos inferiores y culpables de esta pandemia;
el desprecio a los más vulnerables que obligan a los que no lo son a parar sus
actividades productivas; la admiración para los más hábiles en sacar beneficio de
esta situación. Estas reglas están legitiman los ataques violentos a las
comunidades asiáticas; al control social y las delaciones de vecinos a quienes
rompen la cuarentena en Europa; los ataques de comunidades a autobuses que
trasladan residentes de casa de mayores para que no entren en su territorio; el
bloqueo de carreteras de vecinos que no quieren personas ‘ajenas’ a su
comunidad; la demanda y aceptación de medidas autoritarias promovidas por los
gobiernos, los cuáles es muy probable que aprovecharán la crisis para realizar un
giro de tuerca a las libertades individuales y colectivas.

¿QUÉ GRAN IMPORTANCIA HAN TOMADO LOS MOVIMIENTOS SOCIALES


DURANTE LA PANDEMIA?

En este escenario orwelliano de autoritarismo, individualismo y desesperanza, los


movimientos sociales siguen teniendo un papel fundamental en la construcción de
alternativas sociales, siendo allí “donde surge la esperanza de un cambio, de otro
mundo que todavía es posible y que hoy es aún más necesario que nunca.

Los tiempos de pandemia traen grandes desafíos para los activistas de los
movimientos sociales progresistas.

No son tiempos para el activismo callejero o la política en las plazas. Las


libertades están restringidas, el distanciamiento social hace que las formas típicas
de protesta sean imposibles de llevar a cabo. No sólo es difícil la movilización en
los lugares públicos, sino también en nuestros lugares de estudio o trabajo, dada
la muy estricta limitación del derecho de reunión y la reducida oportunidad de
encuentros cara a cara.

No obstante, los movimientos sociales suelen surgir en momentos de grandes


emergencias, de calamidades (más o menos naturales) y de fuerte represión
sobre las libertades individuales y colectivas. En el pasado, las guerras han
desencadenado olas de contestación social.

No sólo es cierto que "los Estados hacen guerras y las guerras hacen Estados",
sino que además tremendas contestaciones sociales han acompañado a los
conflictos militares, antes, después y a veces incluso durante estos conflictos.
Tales revoluciones dan testimonio de la fuerza del compromiso de la gente en
momentos de crisis profunda.
Los tiempos de crisis profunda pueden (aunque no automáticamente) generar la
invención de formas alternativas de protesta, los activistas se han adaptado muy
rápidamente a la nueva contingencia social que estamos viviendo, la amplia
difusión de las nuevas tecnologías permite que se produzcan protestas en línea,
entre las que se incluyen, entre otras, las peticiones electrónicas que se han
multiplicado en este período, conferencias, asambleas y otras iniciativas en línea,
así como de protestas digitales.

Los movimientos sociales pueden explotar los espacios de innovación que se


abren en momentos de incertidumbre frente a la evidente necesidad de una
transformación radical y compleja, Laclau (2015) Nos dice que todos los espacios
pueden ser espacios de lucha (sistema educativo, poblaciones marginales,
espacio laboral, ámbito político etc.…) pues ya no existe una categoría social
única en la que existan los privilegios.

Frente a las insuficiencias del Estado y, más aún, del mercado, las organizaciones
de los movimientos sociales se constituyen (como a estado sucediendo en todos
los países afectados por la pandemia) en grupos de apoyo mutuo, promoviendo la
acción social directa ayudando a los más necesitados. Así pues, producen
resistencia al responder a la necesidad de solidaridad.

Los movimientos también actúan como canales para la elaboración de propuestas.


Hacen uso de conocimientos especializados alternativos, pero también añaden a
esto los conocimientos prácticos que surgen de las experiencias directas de los
ciudadanos. Construyendo esferas públicas alternativas, las organizaciones de los
movimientos sociales nos ayudan a imaginar escenarios futuros. La multiplicación
del espacio público permite el intercambio, contrastando la sobre-especialización
del conocimiento académico y facilitando la conexión entre el conocimiento
abstracto y las prácticas concretas.

Los grupos que estaban involucrados en temáticas locales muy específicas como
el apoyo a los migrantes, la lucha a los desalojos, la defensa de los derechos
laborales, el antirracismo, el apoyo a las personas presas en las cárceles, entre
otros, están reorganizando sus agendas en función de esta contingencia social.
Algunos están produciendo material informativo sobre la pandemia, explicando
cómo organizarse colectivamente para hacer frente a los problemas que se están
generando y cómo crear grupos de afinidad.

Los grupos que gestionan medios de comunicación independientes están


intentando generar noticias fuera de la manipulación de los canales oficiales
dedicados a la actual crisis social y su deriva autoritaria, y organizando programas
de micrófonos abiertos para intercambiar experiencias de primera mano. Otros
grupos están generando y juntando videos y audios de acceso abierto para niñas y
niños.

A esto se añaden las experiencias de grupos de compra para sustentar los


proyectos de agricultura autónoma y autogestionada. En la Ciudad de México,
empiezan a desarrollarse redes de apoyo mutuo sobre todo dirigidas en la
creación de bancos de alimentas para las personas más vulnerables, como la red
Ayuda Mutua.

Las propuestas de estas experiencias frente a la crisis sanitaria, social y


económica se sintetizan en dos lemas que circulan y que se deja muy en claro con
las acciones realizadas: “El cuidado colectivo es nuestra mejor arma en contra del
COVID-19” y “Solidaridad, no caridad.” Estos lemas reflejan los valores que están
atrás de estos colectivos como el apoyo mutuo, la solidaridad autogestionada, el
antiautoritarismo, entre otros. El llamado de estos grupos es superar la impotencia
frente a la pandemia, participando en las diferentes actividades.

Al desarrollar y poner en práctica propuestas comunitarias, a diferencia de las


acciones individuales que todos podemos hacer (hacer las compras al vecino que
no puede salir, compartir información en redes) tienen un potencial disruptivo
porque pone en evidencia el fracaso de un sistema fundado en el individualismo y
la competencia, generando una respuesta basada en la compasión y la
solidaridad. Este proceso es extremamente importante para que se genere
movilización porque permite transformar el miedo y el dolor en rabia, alimenta el
descontento y favorece la identificación de los responsables. En la misma línea,
también se puede observar una nueva narrativa que se está difundiendo en
muchos países, incluido México, que señala al capitalismo como el “verdadero”
virus.

Estos movimientos, además de mitigar los problemas sociales generados por el


sistema, permiten vincular determinadas prácticas y valores con emociones
colectivas. El apoyo mutuo y la solidaridad autogestionada permiten alimentar la
esperanza de que los seres humanos seremos capaces de salir de esta crisis y de
otras similares como la que derivará del colapso climático. Esto es relevante sobre
todo en nosotros los jóvenes que sienten impotencia frente a lo que está pasando
(pandemias, colapso climático, precarización de la vida) y desesperanza hacia al
futuro.

El impacto emocional del activismo social en las personas más vulnerables, como
los mayores o los migrantes no documentados, se observa en que estos sujetos
se sienten menos solos y vulnerables, adquiriendo un sentimiento de seguridad
con respecto a la comunidad donde viven.

Además de esto, estas experiencias logran canalizar en las personas emociones


morales (Jasper, 2018) como la indignación y el ultraje por ser considerados
ciudadanos ‘desechables’ o ‘sacrificables’, la rabia y la desconfianza hacia las
autoridades que de manera cínica muestran el número de muertes (limitadas,
según ellos) como un logro de su administración, el respeto hacia los otros que
sufren, permitiendo así romper con el narcisismo.

Si bien la vida cotidiana cambia drásticamente, también se abren espacios de


reflexión sobre un futuro que no puede pensarse como en continuidad con el
pasado. De este modo, la reflexión en y de los movimientos sociales aumenta
nuestra capacidad de comprender las causas económicas, sociales y políticas de
la pandemia, que no es ni un fenómeno natural ni un castigo divino.

De la manera más dramática, la crisis demuestra que se necesita un cambio, un


cambio radical que rompa con el pasado, y un cambio complejo que vaya de la
política a la economía, de la sociedad a la cultura.
La crisis también abre oportunidades de cambio al hacer evidente la necesidad de
responsabilidad pública y sentido cívico, de reglas y solidaridad. Si las crisis tienen
el efecto inmediato de concentrar el poder, hasta su militarización, demuestran, sin
embargo, la incapacidad de los gobiernos para actuar simplemente por la fuerza.

La necesidad de compartir y de un apoyo generalizado para hacer frente a la


pandemia podría traer consigo el reconocimiento de la riqueza de la movilización
de la sociedad civil. La presencia de los movimientos sociales podría contrastar
así con los riesgos que entraña una respuesta autoritaria a la crisis. Además, las
crisis muestran el valor de los bienes públicos fundamentales y su compleja
gestión a través de las redes institucionales, pero también a través de la
participación de los ciudadanos, los trabajadores, los usuarios. Demuestran que la
gestión de los bienes comunes necesita una regulación y una participación desde
abajo.

En toda movilización durante una pandemia, el valor de un sistema universal de


salud pública emerge no sólo como justo, sino también como vital. Si las
reivindicaciones en materia de salud en los lugares de trabajo y la protección
universal de la salud como bien público son tradicionalmente las demandas de los
sindicatos y de la izquierda, la pandemia demuestra la necesidad de reafirmar
esos derechos y ampliarlos para incluir a los menos protegidos.

En su dimensión mundial, la pandemia desencadena una reflexión sobre la


necesidad de defender globalmente el derecho a la protección de la salud, como
explican a menudo organizaciones de la sociedad civil como Médicos sin
Fronteras o Emergency.

Las crisis demuestran que la gestión de los bienes comunes necesita una
regulación y una participación desde abajo.

Pero si las crisis aumentan la competencia por los escasos recursos, también
aumentan la percepción de un destino compartido. El aumento de las
desigualdades, en lugar de nivelarlas, también inculca un profundo sentido de
injusticia. Trae consigo el señalamiento de responsabilidades políticas y sociales
específicas.

CONCLUSIÓN

Sin duda, hay un antes y habrá un después de la pandemia. Después de esta


crisis sanitaria de escala planetaria, seguramente el mundo no será el mismo que
hemos conocido. El remezón planetario generado por el coronavirus ha puesto en
evidencia la fragilidad de la humanidad de todos y está sacudiendo los cimientos
mismos de la geopolítica y las estructuras políticas puestas en marcha hasta
ahora.

Para poder superar al sistema neoliberal que se ha construido y fortalecido gracias


a la difusión de una cultura individualista, basada en la sospecha, en el miedo
hacia lo diverso, en la culpa siempre direccionada hacia otros individuos, en el
deprecio a la vida humana y no humana, en la felicidad medida en bienes de
consumo y visibilidad social, es necesario construir un mundo donde la
compasión, la solidaridad, el respeto sean hacia todos los seres vivientes
humanos y no humanos, y donde la culpa, la rabia, la indignación sean hacia
quienes priorizan la riqueza y el crecimiento económico por encima de la vida.

Estamos en el inicio de una crisis más amplia y dolorosa de la que estamos


viviendo ahora. No sabemos aún sus consecuencias, aunque ya podemos
vislumbrarlas, porque este sistema que considera sacrificables a los más
vulnerables por el virus, pero también causará estragos para recuperar las
pérdidas económicas.

A pesar de esto, no todo está perdido, porque miles de personas se están


movilizando alrededor del mundo para generar las grietas que permitirán debilitar
un sistema cuyas intenciones son más claras que nunca. No sabemos todavía si
estas experiencias lograrán consolidar reglas del sentir contra-hegemónicas para
debilitar la dimensión cultural del sistema, y menos si podrán poner un freno a las
crisis económicas y políticas que vendrán.

A medida que crece la movilización colectiva, también surge la esperanza de un


cambio, de otro mundo que todavía es posible y que hoy es aún más necesario
que nunca.

Es muy probable que no habrá una normalidad a la que volver, porque esta crisis
dejará heridas y fracturas sociales muy profundas, pero también sabemos que la
normalidad es la que nos ha llevado donde estamos, y estamos a tiempo para
crear otra realidad.
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