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PRESENTA:
Karen Paola Martínez Martínez.
Matricula: 201740208
SECCION: LPOS016
HORARIO: L,M,V 8:30-10:00
Como destaca Arlie Hochschild (1979), toda sociedad se caracteriza por una serie
de normas o reglas estructurales de disciplina social, jurídica y económica, pero
también por una serie de reglas del sentir necesarias para consolidar el mismo
sistema. Así, el sistema neoliberal nos ha educado, y nos ha impuesto su propia
cultura emocional que se caracteriza por reglas del sentir como, por ejemplo,
expresar respeto y admiración hacia las personas de éxito económico, depreciar
los estratos sociales más bajos, culpar a otros individuos por lo que no funciona,
tener miedo al expresar nuestro descontento o vergüenza al compartir nuestro
sentir. Estas reglas se manifiestan en nuestras prácticas cotidianas como la
intolerancia hacia el otro, la necesidad de autoridad y la negación de las
problemáticas como la pobreza, la desigualdad, la violencia de género, el racismo.
El mensaje que se repite incesantemente es que vivimos en el mejor sistema
posible.
Los tiempos de pandemia traen grandes desafíos para los activistas de los
movimientos sociales progresistas.
No sólo es cierto que "los Estados hacen guerras y las guerras hacen Estados",
sino que además tremendas contestaciones sociales han acompañado a los
conflictos militares, antes, después y a veces incluso durante estos conflictos.
Tales revoluciones dan testimonio de la fuerza del compromiso de la gente en
momentos de crisis profunda.
Los tiempos de crisis profunda pueden (aunque no automáticamente) generar la
invención de formas alternativas de protesta, los activistas se han adaptado muy
rápidamente a la nueva contingencia social que estamos viviendo, la amplia
difusión de las nuevas tecnologías permite que se produzcan protestas en línea,
entre las que se incluyen, entre otras, las peticiones electrónicas que se han
multiplicado en este período, conferencias, asambleas y otras iniciativas en línea,
así como de protestas digitales.
Frente a las insuficiencias del Estado y, más aún, del mercado, las organizaciones
de los movimientos sociales se constituyen (como a estado sucediendo en todos
los países afectados por la pandemia) en grupos de apoyo mutuo, promoviendo la
acción social directa ayudando a los más necesitados. Así pues, producen
resistencia al responder a la necesidad de solidaridad.
Los grupos que estaban involucrados en temáticas locales muy específicas como
el apoyo a los migrantes, la lucha a los desalojos, la defensa de los derechos
laborales, el antirracismo, el apoyo a las personas presas en las cárceles, entre
otros, están reorganizando sus agendas en función de esta contingencia social.
Algunos están produciendo material informativo sobre la pandemia, explicando
cómo organizarse colectivamente para hacer frente a los problemas que se están
generando y cómo crear grupos de afinidad.
El impacto emocional del activismo social en las personas más vulnerables, como
los mayores o los migrantes no documentados, se observa en que estos sujetos
se sienten menos solos y vulnerables, adquiriendo un sentimiento de seguridad
con respecto a la comunidad donde viven.
Las crisis demuestran que la gestión de los bienes comunes necesita una
regulación y una participación desde abajo.
Pero si las crisis aumentan la competencia por los escasos recursos, también
aumentan la percepción de un destino compartido. El aumento de las
desigualdades, en lugar de nivelarlas, también inculca un profundo sentido de
injusticia. Trae consigo el señalamiento de responsabilidades políticas y sociales
específicas.
CONCLUSIÓN
Es muy probable que no habrá una normalidad a la que volver, porque esta crisis
dejará heridas y fracturas sociales muy profundas, pero también sabemos que la
normalidad es la que nos ha llevado donde estamos, y estamos a tiempo para
crear otra realidad.
BIBLIOGRAFIA