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LAS SOLUCIONES ELEGANTES

PROF. JOHN JAIMES

LA HISTORIA DEL DIAMANTE

Como podréis imaginar, queridos amigos, nada podría haber más lejos de mis intenciones
que mentiros, pues Alá (loado sea) lo prohíbe, y de acuerdo con los designios de Alá obramos
todos los que somos de la fe. Por lo tanto, cuando os pido que en vuestra imaginación os
remontéis a los tiempos de Harun al-Raschid, sabed que la historia que os voy a contar es tan
real como mi padre, que me la contó a mí, y que a su vez la oyó de un viejo comerciante de
Bagdad que presenció los hechos con sus propios ojos.
Había una vez un prestamista muy poderoso que vivía en una lujosa casa cerca del palacio
del sultán. Era temido por todos los tenderos, vendedores de alfombras, marineros,
cuidadores de camellos, campesinos y músicos callejeros. Todos sabían que no había
alcanzado su poder honradamente y muchos le debían dinero. Cierto día, paseando por la
ciudad de las maravillas, pasó junto a un pozo del que estaban extrayendo agua las mujeres.
Una de estas mujeres, una joven de delgada cintura y rostro suave, atrapó su mirada y
lo cautivó. El prestamista decidió hacerla suya, e hizo averiguaciones sobre ella. Resultó
que era hija de un vendedor de especias endeudado con él. Regocijado por su
descubrimiento, se retiró a su casa a urdir un malvado plan.
Sentado junto al pozo desde las horas frescas que preceden al amanecer, la esperó al día
siguiente. El lugar comenzó a poblarse durante la mañana. Ella se acercó poco antes del
mediodía acompañada por su padre. El prestamista se acercó a ellos y a grandes gritos se
dirigió al comerciante diciéndole:
¿Cuánto tendré que esperar para recuperar el dinero que te presté? ¿Crees que tengo
un jardín con dinero que crece en los árboles? A mí también me cuesta trabajo
ganarme la vida y no puedo esperar a que un holgazán reúna el dinero para pagarme.
Si no me devuelves lo que me debes en unos pocos días, tendré que llamar a la guardia
del sultán que, sin duda, te tratará como a un vulgar ladrón. El pobre comerciante se
asustó mucho.
Por favor, no lo haga. He sido un hombre honrado toda mi vida, pero no he tenido mucha
suerte este año y no tengo nada de valor con lo que pueda devolverle lo que le debo.
Deme un poco más de tiempo.
¿Que no tiene nada de valor? Respondió enojado el prestamista.
¿Cuántas mentiras tendré que soportar de este vendedor de especias? Hay muchos
testigos aquí que pueden observar la belleza de tu hija, que desde luego no es propia de la
casa de un hombre pobre. Como soy benévolo, te propondré un trato: aquí, en esta mano,
tengo un hermoso diamante y, en la otra, tengo una piedra del mismo peso tallada con
la misma forma. Meteré las dos piedras en una bolsa de tela. Si aceptas el trato, tu hija
sacará una de las dos piedras. Si es el diamante, entonces se casará conmigo y te
perdonaré la deuda, si no es el diamante te perdonaré la deuda. En cualquiera de los
dos casos, te perdonaré la deuda, ya ves lo benévolo que soy. Si te niegas a aceptar, o si
aceptas y tu hija se niega a sacar una piedra o pone excusas para invalidar el trato,
llamaré a la guardia del sultán.
El vendedor no estaba dispuesto a jugar a semejante juego, pero su hija, que no quería ver a
su adorado padre preso en las mazmorras del sultán, lo animó diciendo
— Acepta, querido padre. Si saco la piedra adecuada, te la regalaré y será una joya
muy valiosa, aun no siendo un diamante, ya que nos traerá una vida juntos sin el
constante disgusto que suponía la deuda. Si saco el diamante, me casaré con un
hombre de fortuna e iré a visitarte siempre que pueda. No quiero a ese hombre, pero a
ti sí, y no podría soportar perderte
Tras una corta discusión, aceptaron el trato. El prestamista tomó entonces una bolsa de tela
e introdujo dos piedras en su interior. Algunas personas que habían asistido al transcurso de la
conversación, vieron que las dos piedras eran dos diamantes exactamente iguales, pero no
dijeron nada por temor a atraerse la ira del prestamista. La joven había visto también la
artimaña, pero se guardó de protestar, porque sabía que eso tendría como consecuencia
la llegada de la guardia. ¿Qué habríais hecho vosotros, queridos amigos?

La solución de un problema intriga de la misma manera que intriga el final de las historias.
Resolver un problema produce cierta satisfacción, como pasa en general con la superación de
cualquier obstáculo. Pero no resolver un problema es la fuente de muchas frustraciones.
Estás atascado, no hay nada que hacer. Punto. Esta es una razón suficiente para que
muchas personas huyan de la lógica y las demás ciencias formales. Un ejercicio inocente
escrito en una hoja puede dejarte atascado durante horas y ¿vale la pena dedicar tanto
tiempo a resolver un problema del que se va a obtener una solución como "hay infinitos
números primos"? ¿Qué utilidad puede tener eso? Desde luego, estas expectativas desaniman y
hay veces en las que uno desearía tirar el libro de lógica por la ventana.
Dejaremos estas cuestiones de lado por el momento y volveremos al dilema de la historia.
En este caso, una buena solución sí sería útil. El problema es que parece que no hay ninguna
buena. Si la joven protesta para invalidar el trato, su padre acabará en las mazmorras. Si saca
una piedra, tendrá que sacar un diamante y casarse con el prestamista. En un problema
lógico, es muy común encontrarse en una de estas situaciones en las que se han explorado
todas las alternativas y uno sigue insatisfecho. Cuando ocurre esto, lo mejor es revisar el
contexto del problema ¿Cuáles son sus verdaderos límites? A lo mejor, podrían tirar al
prestamista al pozo, utilizar una técnica avanzada de artes marciales contra la guardia del
sultán y escapar de la ciudad. Sin embargo, estaremos de acuerdo en que esta solución es
poco viable y un poco tramposa. Hay cosas que asumimos sobre el contexto del
problema (como que el vendedor de especias y su hija no podrían enfrentarse con éxito
contra una guardia armada) de la misma manera que asumimos que lanzar el tablero de ajedrez
al suelo en mitad de una partida no es una buena manera de evitar un jaque. Pero es
importante que no asumamos más de lo necesario. Hay veces en las que imponemos
limitaciones artificialmente ¿Estamos realmente seguros de haber contemplado todas las
alternativas? Cuando escuché por primera vez esta historia, a mí se me ocurrió que la muchacha
podría haber sacado las dos piedras de la bolsa exponiendo el engaño del prestamista. A veces
hay respuestas escondidas esperando a que las
descubras:_____________________________________________________________________
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El final de esta historia nos muestra lo que lógicos y matemáticos llaman una solución
elegante. Este tipo de soluciones son sus favoritas y son por tanto las que se buscan con mayor
ahínco. Pero ¿en qué consiste esa "elegancia"? La verdad es que nunca he encontrado una
definición satisfactoria. Aunque podría parecer a primera vista que una solución es elegante
cuando es breve y sencilla, esta caracterización no es demasiado buena debido a que hay
soluciones breves especialmente abstrusas y hay soluciones elegantes que sólo se
entienden después de mucho estudio y paciencia. La mejor descripción de elegancia la
encontré en un libro de programación:
Una solución elegante es aquella que deseas que se te hubiera ocurrido a ti.
Creo que esto describe bastante bien la sensación que producen estas soluciones

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