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RITOS FUNEBRES Y JUEGOS DE VELORIOS EN LAS ORILLAS DEL RIO

MAGDALENA.

Los ritos fúnebres, según Albert De Surgy (Citado por Maya, 2003), tienen como fin
introducir al difunto en el país de los ancestros. Este tipo de ceremonias a lo largo de la
historia de la humanidad han sido consideradas “ritos de pasos de umbrales”, es decir, los
que todo individuo atraviesa cada vez que hay un cambio en su estatus de vida. Otra
función de los ritos, según De Surgy (1987), es la de mantener a los vivos en comunicación
con los ancestros, lo que se da a través del duelo.

Existen otras interpretaciones sobre la existencia de los ritos y juegos de velorio,


investigadores como Delci Torres (2006) dicen que son integradores sociales o familiar en
torno a la muerte, para de esa manera mitigar el dolor de los deudos. Otro investigador,
Samuel Minski (2017), indica que los ritos como el velorio, la novena, el cabo de mes y de
año, el canto, el tambor, las palmas, las plañideras, los juegos y la forma de las tumbas,
existen para darle una connotación social y religiosa a un hecho biológico.

La literatura existente en la costa Caribe sobre ceremonias y juegos de velorio no es extensa


y parte importante de ella está dirigida al estudio de su práctica en San Basilio de Palenque.
Sin embargo, este tipo de lúdica y ceremonias han estado presente en la vida cultural de
los pueblos ubicados en el río Magdalena desde tiempos precolombinos y se han mantenido
a través del tiempo, aunque con distintas maneras ceremoniales o de jugar.

Entre Malebues y Caribes, antiguos habitantes del río Magdalena, fue tradicional sepultar a
sus miembros con ceremonias o ritos. En un documento que data de 1588, que fue
elaborado para el entonces gobernador de Santa Marta, Lope de Orozco, sobre la villa de
Tenerife, se hace mención de la tradición funeraria de estos dos pueblos indígenas.

De los primeros dice el informe que sus muertos eran depositados en un trozo de madera
que tenía forma de ataúd, el que después del desarrollo de ceremonias eran sepultados en
tumbas. Cuando el muerto era un cacique cavaban un hoyo grande, de más de un estado
(una braza) donde lo sepultaban. Excavación donde le introducían sus alhajas que en el
caso de los caciques eran: cuentas, narigueras, orejeras, canutillos de oro.

Indica, además, el informe que los Malebues sepultaban junto al cadáver un hacha, un
machete, su arco y su flecha. La sepultura de objetos del muerto, con el muerto, se
constituía en una ofrenda para el fallecido y para los ancestros de los cuales él debía hacer
parte una vez levantaran el duelo (Maya, 2003). Del objeto de este tipo de ofrendas dice De
Surgy, que se hacen para facilitar la inserción del alma del muerto en el más allá, y,
además, tiene como función tranquilizar a los vivos, a su buena conciencia, contribuyendo
así a calmar su pena.
De los Caribes hace una descripción que en algunos de sus apartes resulta fantasiosa. Dice,
entre otras cosas, que parte de los rituales era que el cuerpo del fallecido permaneciera sin
sepultar hasta que se descompusiera por completo. Señala, además, que cuando el muerto
era el cacique las más hermosas mujeres del pueblo y las mozas del muerto lo lloraban ojalá
el lugar estuviera rebosante de sangre. Para sepultarlo lo cargaban en una tabla y lo
paseaban por todo el pueblo y lo llevaban de casa en casa, tiempo en que mencionaban las
ejecutorias del fallecido, y si caía algunas gotas de sangre en el suelo una india se
encargaba de ir recogiéndola en una totuma. Después de pasearlo lo sepultaban en dos
hoyos hechos en una casa.

La costumbre de sepultar a los muertos en su bujío o casa fue tradicional entre los Ette
Enaka, llamados comúnmente Chimilas, ritual que tiene como significado dotar de casa al
espíritu del muerto. Este tipo de prácticas no solo fue común entre estos aborígenes,
también lo fue entre negros traídos a América, del antiguo reino del Congo y Angola, e
ingresados a través de Cartagena, entre 1580 y 1640. El sentido de hacerlo estaba en que la
casa se convertía en un punto de anclaje para los espíritus errantes.

La cosmovisión de los nuevos habitantes de las orillas del río Magdalena, en tiempos de la
Colonia y después, en la era republicana, fue el depósito de las practicas ceremoniales y de
los juegos que pusieron en práctica en las poblaciones que fueron apareciendo en las orillas
de la arteria fundamental de Colombia. El Canal del Dique fue cauce por el que esclavos,
libertos, españoles y criollos, partiendo de Cartagena, se conectaron con el río cuando
mudaban las practicas ceremoniales y juegos de velorio hacia los lugares que iban a poblar
en el Bajo Magdalena.

Juegos de velorio en sepelios de menores de edad.

La existencia de los juegos de velorio está relacionada con la condición moral de los niños
que fallecen, seres puros y sin pecados que no necesitan ser llorados pues al morir se
convierten en ángeles. Los juegos tienen un propósito inicial, hacer feliz al menor muerto, y
tras lograrlo, que los intervinientes logren que este los mire con buenos ojos y los proteja.

Uno de los juegos de velorio de menores de siete años usual en algunos pueblos ubicados a
orillas del río Magdalena es el de la “La Culebrita”, “María Macho o María Vivaracha” y
“María Garabito tamboré”. En San Martín de Loba, Bolívar es conocido como “María
Vivaracha”; mientras que en Bahìahonda, Magdalena recibe el nombre de “La Culebrita” o
“María Macho”. En Barranca Vieja, Bolívar, se le conoce con el nombre de “María
Garabito tamboré”.

Una de las características del juego, en todos los lugares en los que se pone en práctica, es
la participación de adultos de ambos sexos que tomados de las manos formaban una hilera
encabezada por una persona que denominaban “La Culebra.” Los partícipes en el juego
cantaban mientras “La Culebra”, que llevaba en sus manos un trozo de madera encendido,
buscaba quemar a quienes lo antecedían en la hilera o a los que estaban en el velorio.

De la lúdica de “María Macho, Tambore” en Barranca Vieja, dice Juliana Torres:


-Corríamos con un tizón en la mano, cantando: “María Garabito tamboré” (bis)- - Nos
metíamos en los cuartos y hasta debajo de la mesa donde estaba el angelito velándose- - Al
que conseguíamos debajo de la mesa, lo quemábamos-

En las coplas cantadas en las tres poblaciones los personajes principales son: María Macho
o Garavito, y el tambor, al que se menciona como: Tamboré y Tamborelí. En San Martín
de Loba, dice una estrofa: Y muchachos tamborelí contigo, Le brazo (…)” (Rojano, 2013).
En Bahìahonda: Ña María Macho/ Tamboré … (Rojano, 2002). Mientras que en Barranca
Vieja cantaban: María Garavito, tamboré (bis).

Ña María Macho es el nombre de una mujer que al mencionarla le anteponen la palabra


“Ña”, que es una manera de determinar a quien carece de prestigio social. Su otra
denominación – Macho- debe ser la forma de describir sus facciones físicas. Es usual que
a la mujer cuyo cuerpo no cumpla con las medidas impuestas por los estereotipos de belleza
se le llame amachada, marimacho.

Otro juego de velorio practicado en los sepelios de angelitos es el de “La Pava Echá”, en el
que los actores principales son el pavo y la pava. Los participantes en el juego cantaban
girando en torno al cadáver: Yo tenía mi pava echá/ Zumba que Zumba/ Zumba la pava….
Este canto de velorio fue tradicional en casi todas las poblaciones ubicadas en la Zona de
Loba. Estrofas de esta lúdica fueron reelaboradas y hechas populares después de haber sido
interpretadas por agrupaciones folclóricas en ritmos de Tambora y Son de Negro.

Otro ritual relacionado con la velación de angelitos es el de vestir el cadáver para su


encuentro con Dios. Lo visten con ropa de color blanco, que es el tono de la vestimenta de
los ángeles, y tras cruzarle las manos sobre el vientre le introducen un ramo de flores de
Coral o de otra especie entre los dedos o en la boca. Las flores simbolizan la pureza del
fallecido, y el organizarla de manera especial da posibilidades a quien lo hace de hacer
peticiones al angelito que está en el cielo y las divinidades que la acompañan.

El blanco es el color de la urna funeraria en el que sepultan al angelito. La utilización de


este color resulta ser una tradición asentada en Roma y traída a América por los españoles.
Plutarco, historiador, filósofo romano, en sus Cuestiones Romanas dice de la mortaja
blanca que es un color claramente asociado a la idea de pureza y requisito imprescindible
para aproximarse a la divinidad que es total y esencialmente pura.

Otro ritual ceremonial es el sepultar al menor con los ojos abiertos, de ahí que acostumbren
a poner pequeños trozos de madera entre los parpados, debido a que al encuentro con Dios
debe ir con los ojos de esta forma.
Rituales para sepultar adultos.

Si los juegos de velorio tienen como objetivo hacer feliz al menor muerto y granjearse su
voluntad cuando esté en el cielo, las ceremonias utilizadas para sepultar a los adultos
buscan asegurar el descanso eterno del fallecido. En el Brazo de Loba, en poblaciones
como Altos del Rosario, San Antonio, Barranco de Loba, San Martín de Loba y Hatillo de
Loba, fue costumbre sepultar a los adultos con cantos y lúdica.

El nombre otorgado a uno de los rituales de velorio es el de “Mecha o Garavito”, que


iniciaba después de la introducción del féretro en la sepultura hecha en el suelo. Una vez
lanzaban la primera capa de tierra sobre el ataúd, dos personas se introducían en la
excavación para expandirla danzando suave hacia adelante y hacía atrás. Después que los
sepultureros lanzaban la cuarta capa de tierra sobre el ataúd quienes estaban dentro de la
tumba se ponían de frente y danzaban para esparcir la tierra con los pies sobre el catafalco.
A esta manera de danzar la llamaban “Ñeque” y mientras lo hacían cantaban “Mecha o
Garavito”.

Los presentes en el sepelio, que acompañaban a los danzantes golpeando el suelo con los
pies de forma acompasada, cantaban el estribillo Garavito, en respuesta al verso:

Te cayó el candado/Garavito/ De aquí no te salí/ Garavito/ Ya te vamos a enterrar/


Garavito… (Rojano 2013)

En la subregión río, que incluye el delta del río que inicia un poco más allá de Calamar,
Bolívar, encontramos que en Barranca Vieja sus habitantes, descendientes de negros
libertos, enterraban a sus muertos adultos con juegos de velorios. Los participantes en la
lúdica danzaban en torno al féretro cantando versos donde destacaban los logros del
fallecido, además de echarle comida y ron dentro del ataúd.

En el velorio sonaban las palmas, un golpe al tambor llamador y el canto: Y como el


camino es largo (bis)/ llévate esta botellita/ que las cangeras (ángeles) del cielo/ te lleven
en tus alitas.

El poeta Ricardo Arias Ortiz, oriundo de esa localidad, recuerda que, tras la muerte de
Marquesa, habitante de esa población y quien era oriunda de San Basilio de Palenque, un
grupo de personas, familiares y amigos de esta llegaron participar en el velorio. Recuerda,
además, que la más anciana, entre los visitantes, tomó una lámpara de gas –querosene-
conocida como “Mechón” y comenzó a buscarla en las esquinas de la casa y cada vez que
los hacia decía: ¡Marquesa no está aquí! Después de buscarla, sin encontrarla, se acercó
hasta el ataúd y alumbrándolo con la lámpara señaló: ¡Marquesa no está aquí¡¡Marquesa
se fue para el cielo en el lomo de Elegua!
Bibliografía:

De Surgy, A. (1987) “Examen critique de la notionde fetiche ‘a partir du Evhé” in systéme


de Pensé en Afrique Noire. Cahier No. 8; Paris.

Maya, L. (2003). Brujería y reconstrucción de identidades entre los africanos y sus


descendientes en la Nueva Granada, Siglo XVII. Bogotá.

Minski, S. (2017). Se acabó el baile. La muerte en la cultura del Caribe colombiano.


Barranquilla.

Rojano, Á. (2013) La tambora viva, Música de la depresión momposina. Barranquilla

Rojano, Á. (2002). Municipio de Pedraza, Aproximaciones históricas. Barranquilla

Torres, D. (2006) Los rituales funerarios como estrategias simbólicas que regulan las
relaciones entre las personas y las culturas. Revista Universitaria de Investigación (En
Línea).

Tovar, H. (1994). Relación y Visita a los Andes (Siglo XVI). Tomo: II Región Caribe.
Bogotá.

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