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Un diálogo con Elías José Palti

Rafael Polo Bonilla


Profesor de Filosofía y Epistemología, Universidad Central del Ecuador.
Doctor (c) por FLACSO-Ecuador.

Correo electrónico: rafapolbon@yahoo.com

Fecha de recepción: julio 2009


Fecha de aceptación y versión final: octubre 2009

Elías José Palti es Doctor en Historia por la Universidad de California en Berkeley. Ha realiza-
do estudios posdoctorales en El Colegio de México y en la Universidad de Harvard. Actual-
mente es docente de la Universidad de Quilmes e investigador de CONICET, en Argentina.
Los trabajos históricos de Palti han contribuido a una renovación de la historia intelectual en
América Latina con su propuesta de la historia de los lenguajes políticos. La lectura que nos pro-
pone Palti es una crítica a los supuestos historicistas de la historia tradicional de las ideas lati-
noamericanas, representada en el ámbito latinoamericano por los trabajos de Leopoldo Zea o
François-Xavier Guerra.

Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 36, Quito, enero 2010, pp. 119-129
© Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.
ISSN: 1390-1249
diálogo
Rafael Polo Bonilla

Háblanos de tu trayectoria intelectual. Todo eso es, en verdad, prehistoria. La ver-


¿Cómo llegas a la historia intelectual? ¿Cuál dadera historia comienza cuando inicié la ela-
era la situación del campo intelectual cuando boración de mi tesis de licenciatura sobre el
llevaste a cabo tu formación? pensamiento de Alberdi, y, luego, de maestría,
acerca de la obra de Sarmiento. Recuerdo que
Mi llegada a la historia intelectual tuvo algo me aburrí terriblemente leyendo la literatura
de azaroso. Algunos encuentros felices e im- sobre la historia de ideas argentina y latinoa-
previstos (como la invitación, cuando era aún mericana. Como pronto descubrí, toda ella
estudiante de pregrado, a formar parte de la (salvo muy escasas excepciones, y la mayor
cátedra de Pensamiento Argentino y Lati- parte de ellas proveniente de otras disciplinas,
noamericano que dirigía Oscar Terán) ayuda- como la crítica literaria) estaba abocada sim-
ron a encaminarme en esa dirección. El acci- plemente a descubrir cuán historicista o cuán
dente más remoto en esta cadena de acciden- iluminista era el pensamiento de dichos auto-
tes fue mi ingreso a la militancia política de res (lo que normalmente se traducía en térmi-
izquierda. Entonces fue que se produjo la nos de cuán nacionalista o cuán cosmopolita,
mezcla de preocupaciones teóricas, políticas e cuán organicista o cuán individualista, en fin,
historiográficas que luego teñirá mi carrera cuán autoritario o cuán democrático era cada
académica. En esos años, Argentina se había uno de ellos). Las respuestas al respecto eran
convertido en un particularmente activo cen- siempre previsibles y no podían ser de otro
tro de debate sobre las corrientes estructura- modo, dada la estrechez del propio marco de
listas, su relación con el marxismo, etc., (los referencia. Las variantes solo podían aparecer
textos fundamentales en este sentido se tradu- como diferencias de grado (algún autor creía
jeron y publicaron allí muy tempranamente; incluso posible medir las dosis respectivas de
incluso alguna obra, como Lección de Althu- historicismo e iluminismo presentes en el pen-
sser, de Jacques Rancière, que inicia la disgre- samiento de cada autor; Alberdi, por ejemplo,
gación del grupo althusseriano, se publicó en sería 60% historicista y 40% iluminista, y así,
Argentina antes que en Francia). En realidad, sucesivamente). Por cierto, no era éste el tenor
yo formaba parte de un grupo marxista bas- de las preocupaciones que me habían llevado a
tante ortodoxo, y estos debates los veía de ma- inclinarme primero por la epistemología y lue-
nera algo lateral y crítica, pero, por ello mis- go por la historia intelectual. Por otro lado, mi
mo, no me eran indiferentes. El resultado de roce con el estructuralismo (aun cuando, co-
todo ello fue mi decisión de abocarme al estu- mo dije antes, era crítico del mismo) me daba
dio de la epistemología de las ciencias sociales ciertas pistas sobre dónde radicaba el proble-
(me interesaba, en particular, la teoría episte- ma en tales enfoques; estos me confirmaban
mológica de Jean Piaget). Con ese objetivo hasta qué punto los análisis centrados exclusi-
entré a la Facultad, aunque para ello tuve que vamente en los contenidos ideológicos de los
esperar al regreso de la democracia (durante la discursos, sin atención a las estructuras forma-
dictadura me era imposible, por razones ob- les de pensamiento, eran inconducentes.
vias, encontrando entonces refugio en el Con- Sea como fuere, lo cierto es que no encon-
servatorio Nacional de Música, mi otra gran traba el menor atractivo en la empresa de ana-
pasión, junto con la política). Finalmente, me lizar qué habían dicho los autores menciona-
decidí a entrar en la carrera de Historia, ya dos (lo que es, como decía, más o menos obvio
que, aunque no abandonaba mis preocupa- para cualquiera que leyera sus obras) y luego
ciones epistemológicas, creía que así podría categorizar sus ideas (es decir, determinar si
darle cierto sustento empírico a las reflexiones eran más historicistas que iluministas, o vice-
teóricas. versa). Ya por entonces percibí que si había

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algo de interés en ellas que amerite estudiarlas mezcla, en el grado que fuere, son inventos
seriamente, no sería posible hallarlo en dicho latinoamericanos). De manera más inmediata,
plano, el de los contenidos ideológicos de los este vuelco hacia los textos volvería manifiesto
textos en cuestión, esto es, en qué decían los lo que llamo el “síndrome del fichero”, instru-
mismos (lo que, en verdad, era más bien pre- mento éste muy útil pero que lleva indefecti-
visible), sino en cómo habían eventualmente blemente a pulverizar los mismos y a reducir-
llegado a tales ideas, cualesquiera que ellas fue- los a meros colgajos de citas inconexas entre
ran, el recorrido que cada uno transitó para sí. Éste está asociado estrechamente, a su vez,
arribar a conclusiones que, en sí mismas, resul- a la disposición temática propia de los estu-
taban escasamente novedosas u originales. En dios sobre historia de las ideas. De acuerdo
suma, si tales obras ofrecían alguna clave para con la misma, cada capítulo habría de dedicar-
la comprensión histórica, ésta residía no en sus se a analizar un determinado tópico (por
ideas, sino en el aparato argumentativo formal ejemplo, “Alberdi y el constitucionalismo”,
que las subyacía y que es lo que me propuse “Alberdi y la cuestión social”, “Alberdi y el
desmontar en las tesis mencionadas. Su con- proteccionismo económico”, etc.). Esto per-
fección me persuadió de que esta premisa, la mitiría armar modelos coherentes de pensa-
cual ya era moneda corriente en el campo de miento que, supuestamente, recogen y recons-
la historia intelectual europea, era particular- truyen el núcleo de ideas del autor en cues-
mente válida para el estudio de las obras pro- tión. Pero como ya entonces descubrí, por esta
ducidas en el contexto de culturas “derivati- vía solo terminan armándose entidades ficti-
vas” como las nuestras, como las llamara Zea cias que no corresponden nunca plenamente a
(es decir que, en lo que hace a su contenido de lo que el autor en cuestión afirmó; construc-
ideas, eran meras adecuaciones o llanas répli- ciones hechas con retazos tomados de escritos
cas de modelos europeos) y cuya entidad inte- muy disímiles entre sí, producidos normal-
lectual es, en consecuencia, dudosa. mente en contextos o circunstancias muy di-
Esta reorientación del foco de análisis de versas, y, en consecuencia, obedeciendo a pre-
los contenidos hacia las formas de los discur- ocupaciones heterogéneas.
sos políticos, aunque puede parecer menor, Algo que también descubrí es que esta esca-
supuso un vuelco metodológico drástico por sa preocupación por la cronología no es un
el cual se redefiniría el objeto mismo de análi- mero error metodológico circunstancial de un
sis. Éste ya no serían las ideas de un autor –las historiador particular, algo que pudiera even-
cuales, consideradas en sí mismas, son entida- tualmente corregirse, sino que era inherente a
des transhistóricas, pueden aparecer en los la historia de las ideas. En todo caso, como di-
contextos más diversos (la tarea del historia- je, la referencia eventual a la misma (la crono-
dor consistiría, justamente, en constatar su logía) sirve en ella solo a los efectos de deter-
aparición o no en un momento o autor parti- minar cuándo aparece una cierta idea en la
cular)–, sino “textos”, siempre particulares y obra de un autor, pero ello es una mera preci-
específicos a un contexto de enunciación da- sión histórica, señala una circunstancia externa
do. Lo cierto es que si tomamos las ideas co- a ella: desde la perspectiva de los estudios enfo-
mo unidad de análisis, no hallaremos nunca cados en los contenidos ideológicos de los dis-
en ellas nada que las particularice. De allí que cursos –cuándo, cómo, en qué circunstancias
la historia de ideas latinoamericanas fracase un autor dijo lo que dijo– no altera su signifi-
indefectiblemente en su empresa de buscar los cado, el que puede perfectamente establecerse
rasgos que identificarían el pensamiento local con independencia de las circunstancias de su
y justificara su estudio (está claro que ni el his- enunciación. Esto me lleva al último estadio
toricismo ni el iluminismo, ni tampoco su en mi recorrido hacia la historia intelectual.

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El otro hito importante fue mi estadía en desprenden mecánicamente de su situación


Estados Unidos, con motivo de la realización objetiva o su posición en la sociedad, sino que
de mis estudios doctorales. Allí pude familiari-el universo simbólico se rige por una lógica
zarme con una tradición prácticamente desco- que le es propia. Y que el modo en que los su-
nocida para mí (mis referencias teóricas eran, jetos representan su situación afecta, además,
como para la mayoría de los latinoamericanos, su comportamiento. De allí que no pueda
casi exclusivamente francesas, o, cuanto mu- comprenderse el accionar de los actores sin
cho, europeo-continentales). En esos años (los tomar en cuenta este factor. La incorporación
noventa) conocí los estudios sobre filosofía delde la consideración de la dimensión pragmáti-
lenguaje y, en especial, los intentos de aplicarca de los discursos hecha por la escuela anglo-
los mismos al estudio de la historia intelectual.
sajona llevaba, sin embargo, a cuestionar esta
Esto me ofrecería herramientas conceptuales premisa. Más que enfatizar la autonomía rela-
fundamentales para integrar al estudio de los tiva de las esferas, lo que ésta viene a poner
textos el análisis de su dimensión pragmática sobre el tapete es su indisociabilidad. Desde el
(quién habla, a quién lo hace, cuándo, en qué momento en que traslada el análisis de las
circunstancias, etc.), comprender esta dimen- ideas a los actos de habla, de qué se dice a qué
sión como un factor constitutivo suyo, deter- se hace al decir lo que se dice, la distinción en-
minante de su sentido y sin la cual, su inter- tre “hechos” y “representaciones” pierde su an-
pretación resulta deficiente (cuando no llana- terior transparencia. En última instancia, lo
mente errónea). Y en conexión directa con que se pone en cuestión es la antinomia entre
ello, aprendí la importancia crucial del estudio“ideas” y “realidades”, la cual lleva implícito el
de lo que podemos llamar el plano retórico de supuesto, por un lado, de que las primeras
los textos. Llegado a este punto, mi aparta- preexisten a las segundas, que se trata de enti-
miento de la vieja tradición de historia de las dades autónomamente generadas y que solo
ideas ya no tendría marcha atrás. Lo que era subsecuentemente vienen a inscribirse en rea-
una insatisfacción vaga se había convertido en lidades concretas y, por otro lado, de que exis-
un rechazo teóricamente fundado. ten realidades empíricas crudas, prácticas polí-
ticas, sociales y económicas que no se encuen-
¿Cuáles son las implicaciones de hacer tran siempre ya encastradas en redes simbóli-
historia intelectual? cas. Esto es algo que los estudiosos de perío-
dos premodernos ya conocían bien. Nadie
Como se sabe, el desarrollo de la llamada pensaba que pudiera comprenderse la práctica
“nueva historia intelectual” marcó un aconte- política del Antiguo Régimen sin tomar en
cimiento decisivo, cuyos efectos se harán sen- cuenta la serie de supuestos en que la misma
tir incluso más allá de los confines de nuestra se fundaba (como que la autoridad provenía
disciplina, y llevarán a autores como John directamente de Dios, que la sociedad respon-
Pocock a hablar de una verdadera “revolución día a un orden natural fijado en el plan mismo
historiográfica”. En los años en que era estu- de la Creación, etc.). Sin embargo, cuando
diante había comenzado ya la reivindicación pasamos al estudio de la política moderna,
de la importancia de la dimensión simbólica ello no es así; parecería que ésta obedeciera a
en los procesos históricos, luego de su oscure- una lógica natural, que se funda en una serie
cimiento por el auge de la historia social y el de supuestos e idealizaciones contingente-
marxismo. Tal reivindicación se sostenía en la mente articuladas, las cuales es necesario ana-
autonomía relativa de las esferas económica, lizar a fin de comprender su desenvolvimien-
política, social e ideológica. Es decir que las to efectivo.
representaciones mentales de los sujetos no se

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La quiebra de la distinción entre “ideas” y sino las condiciones de su articulación públi-


“realidades” tiene así consecuencias funda- ca. Y estos cambios en el nivel de los lenguajes
mentales. No se trata ya de considerar una es- son objetivos, se les imponen a los sujetos in-
fera particular que viene a superponerse a dependientemente de su voluntad o su con-
otras, como si la comprensión histórica se lo- ciencia (yo no puedo producir un “reencanta-
grase aditivamente, incorporando de manera miento del mundo”, como sí puedo cambiar
progresiva el análisis de nuevas instancias de mis ideas políticas o religiosas). En definitiva,
realidad. Conlleva, más bien, una reformula- lo que busca la historia intelectual no es deter-
ción fundamental de los modos de interrogar minar cómo cambiaron las ideas de los sujetos,
la propia historia política y social, reconstruir- sino cómo se transformaron, objetivamente,
la a partir de aquel sustrato más primitivo en las condiciones de su enunciación, cómo se
el que las tramas conceptuales y las prácticas desplazaron aquellas coordenadas en función
políticas y sociales resultan aún indisociables de las cuales se desplegaría el accionar político
entre sí. y social.
Hay otra consecuencia, sin embargo, me-
nos advertida, que hace a la propia disciplina Dentro de tu trabajo propones “desmantelar
particular. Para muchos historiadores intelec- las perspectivas dominantes de la historia po-
tuales, estos enfoques vinieron simplemente a lítico-intelectual latinoamericana de carácter
dar nueva legitimidad a una práctica historio- fuertemente teleológico”, tal como mencio-
gráfica que se mantendrá, en lo esencial, inal- nas en El tiempo de la política. Esto supone
terada, perdiendo así de vista el núcleo de esta una nueva comprensión sobre el modo de ha-
“revolución historiográfica” de la que habla cer historia intelectual. Bajo esta perspectiva,
Pocock. En realidad, de lo que se ocupará la ¿cómo defines las líneas de tu trabajo?
nueva historia intelectual no es de las represen-
taciones subjetivas de los agentes, sino de Si bien esto está relacionado con lo que dije
aquellos supuestos implícitos en las propias anteriormente, llegado a este punto, sin em-
prácticas. Para dar un ejemplo, cuando habla- bargo, es necesario agregar otro aspecto. Aun
mos de la secularización del mundo no nos re- cuando la “nueva historia intelectual” tiene
ferimos a que los sujetos hayan dejado de creer como un objetivo fundamental suyo desmon-
en Dios. La mayoría de la población hoy lo tar los enfoques de carácter teleológico, en-
sigue haciendo. Que el mundo se ha seculari- tiendo que resulta deficiente al respecto. Esto
zado no es una cuestión numérica o estadísti- porque que no alcanza aún a penetrar las pre-
ca (cuántos creen o dejaron de creer), ni si- misas de orden epistemológico en que tales en-
quiera una de creencia subjetiva: aun cuando foques se sostienen, recayendo así en esos mis-
la totalidad de la población hoy creyera en la mos marcos teleológicos que se propone dislo-
existencia de Dios, esto no alteraría el hecho car. Esto nos lleva a la cuestión de la tempora-
de que “Dios ha muerto”. Que vivimos en un lidad de los conceptos políticos.
mundo secularizado es un hecho objetivo; sig- ¿Cuál es la premisa sobre la que se asientan
nifica que, más allá de lo que cada uno crea, dichos enfoques? Una historia de carácter te-
nuestras sociedades y nuestros sistemas políti- leológico tiende a suponer que existe una defi-
cos ya no funcionan bajo el supuesto de su nición “verdadera” o, al menos, más apropiada
existencia que, como decía Ferdinand Laplace o legítima de conceptos tales como “democra-
a Napoleón respecto de su sistema astronómi- cia”, “representación”, etc. (definición que, se
co, “Dios se ha vuelto ya una hipótesis de la sobreentiende, es la que el propio historiador
que bien se puede prescindir”. En suma, las en cuestión posee). Siguiendo esta premisa, el
que cambiaron no son las ideas de los actores, estudio de las ideas del pasado se abordará con

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el objeto de tratar de descubrir en qué medida confieren una cierta identidad a través del
los autores analizados se acercaron o alejaron tiempo.
de aquella definición y, eventualmente, tratar La escuela alemana de historia de los con-
de explicar históricamente sus malentendidos. ceptos o Begriffsgeschichte, impulsada por
La historia pasada no sería, pues, más que una Reinhart Koselleck, va a desmontar este su-
sucesión de errores, una serie de avances y re- puesto, y hará de ello la base para la distinción
trocesos en la marcha hacia el alumbramiento que él establece entre “ideas” y “conceptos”.
de una Verdad, anticipos más o menos defi- Los conceptos, a diferencia de las ideas, son
cientes suyos. entidades plenamente históricas, no tienen
Aquí hay implícita una concepción fuerte- por debajo ningún núcleo definicional, nin-
mente ahistórica. Desde esta perspectiva, los gún conjunto de atributos eternos que los
conceptos políticos tendrían una definición identifiquen; no tienen una identidad, sino
unívoca, que puede perfectamente establecer- una historia. Lo que los articula es un cierto
se a priori. Llegado a este punto es necesaria entramado vivencial, no lógico o definicional.
una precisión. En realidad, cuando los cultores Esto revela que si bien los conceptos experi-
de la “nueva historia intelectual” culpan a la mentan históricamente cambios significativos
“vieja historia de las ideas” por su radical ahis- fundamentales, a través de ellos, sin embargo,
toricismo, en su afán polémico están forzando se va tejiendo una cierta malla semántica por
demasiado el punto. Lo cierto es que de este la cual las distintas definiciones suyas se entre-
modo no solo resultan injustos con aquella, si- lazan entre sí. De allí su carácter inevitable-
no que ocultan así la existencia de lazos más mente plurívoco. Cada uno de los usos con-
profundos que todavía la atan a ella. La histo- cretos de un concepto reactiva siempre esta
ria de las ideas (tanto en su línea anglosajona malla plural de significados que se encuentran
–la History of Ideas, cuyo representante funda- sedimentados en él. Pero es ello también lo
mental fuera Arthur Lovejoy– como germana que le da su significación histórica, ya que to-
–la Ideensgeschichte, de matriz neokantiana, do concepto verdadero (es decir, aquel que no
representada por autores como Friedrich es una mera “idea”) portaría dentro de sí una
Meinecke y Ernst Cassirer–) de ningún modo cierta experiencia histórica, que es la que hay
ignoró que el significado de las ideas cambió que reconstruir. No se trata pues, para Ko-
históricamente. Es cierto que esto le traería selleck, de encontrar el “verdadero significado”
algunos problemas puesto que, de ser así, no de un concepto, sino de remontar ese entra-
podría escribirse nunca una historia de la idea mado semántico por el cual se constituyen co-
de democracia desde los griegos hasta el pre- mo tales con el objeto de recobrar, más allá de
sente. En tal caso, si entre lo que los griegos ellos, las conexiones vivenciales que le dieron
llamaban democracia y lo que nosotros enten- origen, pero que encuentran en ellos su crista-
demos por tal no hubiera nada en común, un lización simbólica.
estudio de este tipo conllevaría la construcción Koselleck retoma aquí la máxima de
de una entidad ficticia fundada solamente en Nietzsche de que “solo lo que no tiene historia
una pura recurrencia nominal, que no corres- puede definirse”. Si partimos de la base de que
ponde a ningún objeto que pueda identificar- es siempre viable hallar históricamente plurali-
se. A fin de poder hacerlo, la “historia de las dad de definiciones posibles de un concepto (y
ideas” debe presuponer la presencia por deba- de que sus variaciones no son solo manifesta-
jo de cada concepto de un núcleo uniforme, ciones superficiales de un núcleo esencial que
ciertos elementos esenciales que permanecen les subyace y que permanece inalterado), pre-
por debajo de los cambios semánticos que el tender determinar cuál de todas ellas es la “de-
mismo experimenta históricamente y que le finición correcta” (relegando a todas las demás

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a expresiones deficientes o desacertadas) con- siendo aquí como una dimensión externa a la
lleva necesariamente una operación arbitraria; historia intelectual, algo que le llega a la mis-
supone la introducción ilegítima de la subjeti- ma desde fuera (la “historia social”), no una
vidad del historiador. La nueva historia con- dimensión constitutiva suya.
ceptual introduce así un sentido de la tempo- Una visión más fuerte de la temporalidad
ralidad de los conceptos ausentes en la historia de los conceptos supone la inversión de la pre-
de las ideas. Sin embargo, ello todavía no ter- misa anterior. No se trata de que los conceptos
mina de romper completamente con los mar- no puedan definirse porque sus significados
cos teleológicos en que la misma se inscribe, cambian históricamente, sino a la inversa: és-
compartiendo una premisa en común funda- tos cambian históricamente de significado
mental: más allá del desglose histórico que rea- porque no pueden definirse, nunca pueden es-
liza en cuanto a la existencia de pluralidad de tabilizar su contenido semántico. Y ello es así
lenguajes políticos en el interior de los cuales porque, como muestra Pierre Rosanvallon, los
las categorías políticas toman su significado conceptos nucleares del discurso político mo-
concreto, sigue concibiendo a éstos como enti- derno no designan ningún conjunto de prin-
dades perfectamente coherentes y lógicamente cipios o realidades, no remiten a ningún obje-
integradas. to que pueda determinarse, sino que indican
La pregunta que se plantea aquí ya no es si básicamente problemas (en el caso de la demo-
cambia o no el significado de los conceptos, cracia, para continuar con el ejemplo dado,
sino por qué lo hace. Dicho de otro modo, por aquello a lo que sirve de índice no es sino la
qué, como señala Nietzsche, los mismos no paradoja de cómo es posible que aquel que es
aceptan nunca una definición unívoca. La res- soberano pueda ser, al mismo tiempo, su súb-
puesta implícita en Koselleck es que si los con- dito y viceversa). Esto supone una visión com-
ceptos no pueden definirse es porque su signi- pletamente diferente en cuanto a la raíz de la
ficado cambia históricamente. De allí que pre- historicidad de los conceptos; significa que
tender fijar su sentido resulte una operación aun cuando nadie cuestione las definiciones
arbitraria. Esto, sin embargo, supone una vi- existentes de los mismos, éstos serán siempre
sión “débil” de la temporalidad de los concep- precarios, contienen nudos problemáticos irre-
tos. Si bien nunca un concepto se mantiene solutos. En última instancia, ningún lenguaje
inalterado, siempre aparece alguien que cues- político entra en crisis simplemente porque a
tiona los usos establecidos de los términos e alguien se le ocurre proponer nuevas definicio-
impone nuevos significados para los mismos. nes para los términos establecidos, sino solo en
Esta visión tiene implícita aún, como contra- la medida en que circunstancias históricas pre-
fáctico (es decir, aun cuando esto nunca se ve- cisas hacen manifiestas inconsistencias o pro-
rifique históricamente), el supuesto de que, si blemáticas que le son inherentes. Y es ello lo
en el significado un determinado concepto no que da sentido a los debates producidos en
se alterase, si nadie viniera a cuestionar los sen- torno de los mismos; nos permite entender
tidos establecidos del mismo, éstos bien podrí- por qué, llegado el caso, a alguien se le ocurri-
an mantenerse indefinidamente. El cambio ría cuestionarse los significados establecidos en
histórico de los conceptos, aquello que los his- un vocabulario político dado.
toriza, es por sí mismo algo contingente, algo La quiebra efectiva de los modelos teleoló-
que si bien siempre ocurre, podría perfecta- gicos de pensamiento histórico nos obliga,
mente no hacerlo. No hay nada en los propios pues, a incorporar el supuesto de la incomple-
conceptos que permita descubrir por qué los titud constitutiva de los sistemas conceptua-
sentidos establecidos de los mismos se desesta- les. Es éste el que distingue ya radicalmente
bilizan y sucumben. La temporalidad sigue los “lenguajes políticos” de los “sistemas de

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pensamiento” o de “ideas”, lo que identifica a sabiendo que tampoco podemos ya creer en


los mismos como entidades plenamente histó- ellos. Esto nos lleva a otro problema aún más
ricas; en fin, lo que permite integrar la tempo- serio.
ralidad como una dimensión intrínseca a la Aquello a lo que nos enfrentamos aquí,
propia historia intelectual, y no meramente más que a un problema para los historiadores,
como un subproducto de una realidad que ya- es a una cuestión medular que atraviesa en
ce más allá de sus confines. Éste es el punto conjunto y define a nuestra época como tal.
también en que los desarrollos producidos en Nuevamente, no se trata de una cuestión de
el campo de la historia intelectual encuentran creencias subjetivas, sino de una mutación
su límite. Para llegar a él habrá que incorporar ocurrida en el nivel de las condiciones de arti-
herramientas conceptuales provenientes de culación de los discursos públicos. Así como
otros campos disciplinares, como la teoría po- en el siglo XVIII Dios pasó a ser una hipótesis
lítica y la epistemología. de la que se podía ya prescindir, la “Historia”
hoy perdió su efectividad como centro articu-
¿Cuál es la contribución de la historia intelec- lador de sentidos colectivos. Esto no quiere
tual en la desmitificación de las historias decir que la gente no siga creyendo la Historia,
nacionales, si consideramos que la historia con mayúscula (un sustantivo colectivo singu-
como saber ha jugado un papel importante lar surgido, según muestra Koselleck, a me-
en la construcción de los imaginarios nacio- diados de siglo XVII); muchos, de hecho, lo
nales en América Latina? siguen haciendo. El punto es que, así como
hoy ningún creyente aceptaría que un presi-
Lo que planteas es un problema serio para el dente afirme que él mismo ha sido investido
que no creo tener respuesta. La historia inte- para dicho cargo por Dios, sino que esperará
lectual, como bien dices, tiene una naturaleza alguna otra justificación más profana de su
“desmitificadora” de los relatos nacionales, en derecho a ejercer esa función, tampoco alguien
la medida en que tiende a revelar el carácter aceptaría ya la invocación a la historia como
contingente y relativamente arbitrario de los justificación suficiente de su accionar. De he-
nuevos estados surgidos de la revolución de in- cho, nadie podría hoy afirmar, como hiciera
dependencia. Es decir, hace manifiesto aquello Fidel Castro luego del ataque al cuartel de
que ninguna comunidad política que funciona Moncada, “la historia me juzgará”, sin provo-
efectivamente puede aceptar. Como decía car risa (ese es, precisamente, el título de un
Nietzsche en Uso y abuso de la historia, las so- libro reciente, cuyo subtítulo es ya elocuente:
ciedades únicamente pueden asimilar cierta Frases absurdas de políticos argentinos). Desde el
dosis de historia, más allá de la cual su admi- punto de vista de la historia intelectual, el in-
nistración tiene efectos perversos. En última terrogante que esta comprobación abre se re-
instancia, las sociedades necesitan mitos, los fiere a cuál es la estructura de pensamiento de
cuales, para funcionar, no pueden revelarse la sociedad y la política que puede surgir a par-
como tales. La creación de mitos es como esos tir del momento en que la Historia, al igual
juegos en los que no se puede decir su nom- que la Razón, la Nación, y los demás dioses
bre: en el momento en que se los nombra, se seculares que la modernidad puso en el lugar
termina el juego. La pregunta que se nos plan- del Dios cristiano caído, han perdido su efec-
tea a los historiadores es cómo podemos crear tividad como tales; cuál es el horizonte de sen-
mitos y creer en ellos, una vez que sabemos tido que se despliega una vez que se ha quebra-
que son tales, que éstos se han revelado iluso- do el Sentido, y que, sin embargo, aun así,
rios. Y, aun así, descubrimos que son necesa- descubrimos, no podemos prescindir de él, sin
rios, que no podemos prescindir de ellos, poder ya tampoco seguir creyendo en él. Éste

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es el tema de otro de mis libros, Verdades y normativa de nuestras perspectivas históricas


saberes del marxismo. En él no busco ofrecer no significa, acaso, desconocer la naturaleza po-
respuestas a esta situación, sino, más sencilla- lítica de nuestra propia actividad? Creo que
mente, tratar de precisar cuáles son las pregun- aquí cabe una serie de aclaraciones, ya que lo
tas a las que nos enfrentamos; penetrar el ca- que se encuentra en juego allí son nociones
rácter dilemático de las cuestiones a las que el muy distintas tanto de la política como de la
pensamiento de la política hoy se enfrenta. Y historia, cuya confusión da origen a una serie
también mostrar por qué una aproximación a de problemas conceptuales. La duplicidad sig-
dicha condición epocal, desde una perspectiva nificativa del término “historia”, que, como
histórico-intelectual, aporta claves fundamen- sabemos, refiere simultáneamente a los aconte-
tales para ello. cimientos históricos y a los modos de su repre-
sentación, es su primera fuente. Creo que éste
Una de tus preocupaciones permanentes es es un punto fundamental, y que hoy se ha vuel-
desmontar la pretensión “normativa” que to particularmente problemático de abordar.
subyace en la tradicional historia de las ideas, La afirmación hoy corriente de que no exis-
en la implícita relación existente entre lo nor- ten “hechos históricos”, independientemente
mativo y lo ahistórico, generadora de anacro- de los modos de su representación narrativa,
nismos, cuando se ocupa preferentemente de suele dar lugar a algunos absurdos, como por
la dimensión de los contenidos de las “ideas” ejemplo el pretender negar que ocurran he-
por fuera de las estructuras formales del pen- chos antes de que los historiadores vengan a
samiento y de las condiciones de su enuncia- narrar los mismos, que haya acontecimientos
ción. Esto, parece, te lleva a enfatizar la di- por fuera de las formas en que vienen a repre-
mensión público-social de la producción de sentarse en el discurso historiográfico. Es decir,
los problemas del pensamiento, ya sea políti- la distinción entre los dos sentidos del término
co, ya sea filosófico. Heredas los aportes del “historia” sigue siendo, para mí, perfectamen-
posestructuralismo en su crítica a la categoría te legítima. El punto es que esta distinción da
moderna de sujeto como un ser autoconcien- lugar a dos órdenes de cuestiones distintas. La
te de sus actos y de sus palabras, y afirmas el primera tiene que ver con la naturaleza de esos
carácter polémico, de enfrentamiento y dis- mismos “hechos”, los cuales existen con inde-
puta por el monopolio de “hacer ver y hacer pendencia de su expresión narrativa. Esto no
creer, hacer conocer y hacer reconocer” quiere decir que se trate tampoco de hechos
(Bourdieu) en la producción de las categorías crudos, que no se encuentren siempre ya atra-
y de los conceptos –como ciudadanía, sobera- vesados por tramas simbólicas. Es decir, la dis-
nía, Estado, etc.–. De modo que la historia tinción entre “hechos históricos” y sus formas
intelectual no está separada de la historia po- de representación historiográfica no lleva, a su
lítica y lo que se buscaría conocer son los mo- vez, a distinguir entre distintos planos de reali-
dos de articulación y diferenciación entre es- dad simbólica. Las tramas simbólicas que se
tas distintas esferas. encuentran ya inscritas en las propias prácticas
políticas, sociales, económicas, etc., no deberían
Estás en lo cierto en cuanto a que una de mis confundirse con aquellas otras propias al dis-
preocupaciones centrales es desmontar las pre- curso historiográfico, que vendría a ser una es-
tensiones normativas de la historia de ideas. pecie de ámbito de representación de segundo
Pero, al mismo tiempo, hay una insistencia en orden. El historiador se encargaría de simboli-
mi obra de la naturaleza eminentemente políti- zar hechos que se encuentran ya simbolizados,
ca de los discursos. ¿No estaríamos aquí ante pero unas y otras formas de simbolización de-
una contradicción? ¿Despreciar la dimensión berían poder desglosarse.

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diálogo
Rafael Polo Bonilla

Por otro lado, cabe también distinguir di- puede evitar partir de ciertos presupuestos de
chas tramas simbólicas de primer orden de la orden epistemológico sobre cómo abordar los
conciencia de los actores. Como señalé ante- hechos del pasado, pero no necesariamente
riormente, no se trata aquí de las ideas de los tiene por qué tener ya de antemano hipótesis
sujetos, sino de un conjunto de supuestos que respecto de qué va a encontrar (o quisiera en-
se encuentran ya implícitos en los propios sis- contrar) en ellos. Una perspectiva normativis-
temas de acciones, con independencia de la ta conlleva, por el contrario, a la desaparición
conciencia que los actores tengan de ellos o los de esta distinción, y supone una confusión de
modos en que éstos se los representan. En defi- planos. Para hacerlo, ésta debe presuponer la
nitiva, estas realidades simbólicas son absoluta- existencia de una secreta complicidad entre los
mente “objetivas”, no menos que las prácticas a planos histórico y valorativo, de una suerte de
las cuales se encuentran siempre ya asociadas. armonía preestablecida entre los hallazgos his-
La pregunta que ahora se plantea es: ¿pue- toriográficos y las creencias propias. En defini-
de el historiador comprender estas últimas sin tiva, tiene implícita la confianza de que la in-
proyectar sobre ellas sus propias categorías? vestigación histórica terminará por comprobar
Aquí se impone otro desglose. Así planteada la (aunque sea, quizás, por la negativa) la validez
pregunta, remite a una cuestión de orden es- de los propios valores o ideales políticos.
trictamente epistemológico. Y, a mi entender, Lo cierto, sin embargo, es que esta visión
una en absoluto sencilla de abordar. Se trata de pragmática de la historia resulta autocontra-
esos problemas que dos mil años de historia dictoria. Si tal intervención política pretende
del pensamiento no han resuelto, y que tam- ser efectiva, debe poder postular la presencia
poco habremos de hacerlo nosotros aquí, lo de un fundamento de saber cierto que la sos-
cual no tiene por qué servir de justificativo a tenga. Para ello, a su vez, no debería negarse a
perspectivas estrechamente normativas de la priori que la investigación histórica pueda
historia. Esto nos lleva a la relación entre his- conducir exactamente al punto opuesto al que
toria y política. uno pretende conducirla, ya que, de lo contra-
Lo señalado respecto de la existencia de dos rio, la empresa histórica se volvería una empre-
órdenes de representaciones simbólicas no ex- sa tautológica. La distinción entre la proble-
cluye la posibilidad de que el discurso históri- mática política y la epistemológica resulta así
co se convierta, eventualmente, en un modo igualmente consustancial a la práctica histo-
de simbolización primaria, y pase a imbricarse riográfica, dado que es precisamente ella la que
con las propias prácticas políticas y sociales, abre el campo al trabajo histórico, y evita, en
funcionando así como dador de sentidos al ac- todo caso, que se confunda con otros órdenes
cionar de los sujetos. Podríamos incluso decir de prácticas políticas. Si historia y política no
que esta función primaria no es un “daño cola- pueden nunca disociarse de manera nítida,
teral” de la escritura histórica, sino que es con- tampoco podrían nunca identificarse sin más.
sustancial a ella (como vimos, la historia y la Toda la cuestión consiste, precisamente, en
política moderna nacen juntas y, de alguna pensar esta brecha.
forma, mueren juntas). Aun así, podemos dis-
tinguir la problemática estrictamente política Posiblemente eres uno de los pocos en afir-
de la problemática epistemológica más general mar que podemos hablar de un “marxismo
en ella involucrada. posestructuralista” en autores que otros reco-
En tanto que segundo orden de discurso, la nocen como “posmarxistas” (Laclau, Ran-
reflexión histórica no se interroga acerca de los cière, Badieu o Zizek –quien, por cierto, se
contenidos históricos, sino de los propios mo- demarca críticamente de éstos–). Dichos au-
dos de interrogarse acerca de ellos. Uno no tores convergen en la urgencia política y filo-

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Un diálogo con Elías José Palti

sófica actual de preguntarse acerca de la posi- no fue esperando encontrar en ellos respuestas
bilidad de la política a partir de reconocer el a los problemas políticos presentes, sino por-
carácter contingente de la fundación de los que entendí que ofrecían una base para inten-
supuestos históricos de la acción, del sujeto y tar desentrañar cuál es la naturaleza particular
del pensamiento. Haces la “lectura” desde la de los interrogantes políticos que una situa-
preocupación central en tu trabajo, la proble- ción como la presente hace surgir. En suma,
mática del cambio conceptual, como un diag- me propuse abordarlos desde una perspectiva
nóstico de la “crisis contemporánea”. Con- estrictamente histórico-intelectual, que es des-
verges en el abandono de la problemática de de la cual tales textos, entiendo, se vuelven re-
la ideología –como falsa conciencia–, y te levantes en tanto que objetos culturales.
acercas a la historia de las problematizacio-
nes, donde buscas explicitar las aporías en las
que se sostiene este “marxismo posestructu- Bibliografía de Elías José Palti
ralista”. ¿Podemos hablar, efectivamente, de
la existencia de un “marxismo posestructura- 2009, El momento romántico. Historia, nación
lista” en la filosofía y en el campo de la polí- y lenguajes políticos en la Argentina del siglo
tica a partir de los autores que tú discutes? XIX, Eudeba, Buenos Aires.
2007, El tiempo de la política. El siglo XIX re-
En verdad, mi definición como “marxistas considerado, Siglo XXI, Buenos Aires.
posestructuralistas” no pretende tener un ca- 2005, Verdades y saberes del marxismo. Reac-
rácter normativo. Simplemente sirve de apela- ciones de una tradición política ante su “cri-
tivo genérico a partir del cual se trata de enten- sis”, Fondo de Cultura Económica, Buenos
der cómo es que este conjunto particular de Aires.
autores se apropia del legado marxista y, de 2005, La invención de una legitimidad. Razón
algún modo, lo reformula a partir de sus pro- y retórica en el pensamiento mexicano del si-
pias categorías. Es decir, me interesa ver en glo XIX (Un estudio sobre las formas del dis-
ellos cómo funciona su invocación a Marx y su curso político), Fondo de Cultura Econó-
inscripción (problemática) dentro de una tra- mica, México.
dición que encuentra en él un referente. De 2003, La nación como problema. Los historiado-
alguna forma, según trato allí de mostrar, el res y la “cuestión nacional”, Fondo de Cul-
nombre de Marx en ellos funciona como dis- tura Económica, Buenos Aires.
positivo para remitir a la política sin más. 2001, Aporías. Tiempo, Modernidad, Historia,
Dicho apelativo (el nombre de Marx) conden- Sujeto, Nación, Ley, Alianza, Buenos Aires.
sará todo aquello que impediría a la misma 1998, La política del disenso. La “polémica en
verse reducida a una mera práctica, aquello torno al monarquismo” (México 1848-
que la excede en tanto que tal. Desde esta 1850)... y las aporías del liberalismo, Fondo
perspectiva, este “marxismo posestructuralista” de Cultura Económica, México.
me resultaba especialmente interesante y perti- 1998, Giro lingüístico e historia intelectual,
nente para abordar problemáticas más vastas, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos
epocales, puesto que permiten vislumbrar cuál Aires.
es el horizonte de pensamiento de la política 1991, Sarmiento. Una aventura intelectual,
que se abre luego de la quiebra del sentido. Instituto “Dr. E. Ravignani”, Universidad
Más precisamente, si me aboqué a su estudio de Buenos Aires, Buenos Aires.

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