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2.Gasolina en el corazon.
4. Querido viejo
5. La actitud del te
6.Crónica marxiana
11.Ocho
12.In utero
13.Jim no ha muerto
Era domingo. Transcurría una tarde de abril del 2012. Poco antes
había asistido a un evento propuesto por el sello Tropo Editores
durante la Feria Internacional del libro de Bogotá: la presentación de
la novela El Pájaro Speed y su banda corazones maleantes. Su
autor, Rafael Chaparro Madiedo, llevaba 17 años muerto. La novela
llevaba oculta unos años más y ningún sello colombiano mostró
interés por publicarlo. Ese día después de la presentación, nació
esta compilación. Me la propuso Mario de los Santos, de Tropo
Editores, mientras nos tomábamos un café.
1
Chaparro Madiedo, Rafael. Bie a e ad e c ! . En: Consigna. No. 351. Bogotá, septiembre 30
de 1988. p 34.
terminé en la presentación de la novela inédita que Chaparro
Madiedo dejo para que Mario de los Santos me dijera: Alejandro,
quiero publicar un libro de diez relatos de Rafael para lectores de
cualquier nacionalidad. Cada relato tendrá una ilustración. ¿Te
interesa hacer la compilación? .
2
Chaparro Madiedo, Rafael. Solo quiero . En: La Prensa. Bogotá, abril 27 de 1990. p 22.
Después se murió. Era abril de 1995 y tenía 31 años, al fin y al cabo
los escritores también son humanos. Por eso, Rafael Chaparro
Madiedo, quien afirmó que desde los 10 años se sintió enfermo,
vivió procesos biológicos terrestres, aunque pienso que su
imaginación provino de un universo diferente al nuestro; uno
mutante, hibrido entre la ficción y la realidad que le permitió pintar
cuadros y escribir textos periodísticos, libretos para televisión, dos
novelas y un libro de cuentos. Las novelas están publicadas pero el
libro de cuentos sigue inédito. Ahora llega esta compilación que nos
deja ver a un escritor que propone juego de palabras en sus títulos,
en la mayoría de sus párrafos; que se embarca en reflexiones que
carecen de esquemas mercantiles como la pirámide invertida y que
cambiaron la laxitud de la inmediatez por la contundencia del
headbanging (porque habrá que aclararlo, Chaparro siempre
escribía escuchando rock).
Un poco triste, pero más feliz que los demás habla de tedio, smog,
LSD, bombas de napalm, golpes militares, revoluciones, asesinatos,
besos… presentan radiografías sociales y reflexiones metafísicas
entre el final de la paranoia nuclear y el inicio de la guerra del
petróleo. Es el ejército de un filósofo que se volvió periodista y
después escritor, pero que nunca dejó de ser niño porque un día
llego del colegio, era un 9 de diciembre de 1980, había pasado toda
la mañana triste sin saber por qué, almorzó, tomó el periódico y se
quedó frio como Bogotá, habían asesinado a Jonh Lennon el día
anterior y eso lo inserto para siempre en la lógica de los
desencantados, nostálgicos, cáusticos, irónicos e irregulares.
Compilador
Era 1979. Eran los años cuando el sol si era sol. Años cuando el
mayor placer era ir a montar cicla por las calles, con el pelo recién
peinado y sentir una extraña sensación de viento dulce sobre la
frente. Era la época de los primeros cigarrillos, cuando después de
largas travesías en bicicleta por calles y parques, lo mejor era
tenderse bajo una tienda y dedicarse a experimentar los placeres de
los tabacos rubios de contrabando de Virginia. Y para que los
hermanitos sapos no fueran a hacer gala de sus capacidades ante
la páter familias, hacíamos un ritual de iniciación con los pequeños
anfibios: inexorablemente los sapitos tenían que fumar. En aquella
época nos atraía mas el Wi que el Ma b . Ya nos
parecía muy trillada la imagen de vaquero duro. En cambio el
obrero de casco rojo y cubiertos de cuerdas, mirando al horizonte y
con el cigarrillo en la comisura de sus labios, nos seducía más. Pero
hubo algo que definitivamente cambiaria nuestra relación con el
mundo en ese año de 1979. Antes de salir a tomar las bicicletas
generalmente leía el periódico. Poco a poco me fui interesando en
una revolución de muchachos que se estaba gestando en
Nicaragua. Las fotos de aquellas bellas guerrilleras con el pelo
ondeando en el viento y sus pañoletas igualmente bellas, rojo y
negro, negro y rojo, las miradas dulces de aquellos muchachos
morenos con sus fusiles duros comenzaros a conmovernos.
Cuando salíamos en nuestras ciclas siempre acostumbrábamos a
llevar una grabadora con otros muchachos que revolucionaron los
vientos, el mundo, el paraíso, el infierno y la realidad: Los Beatles,
aquellos magos carboneros de Liverpool. Pero entonces
comenzamos a mezclar paulatinamente Le i be o I he a
o He con la toma de Estelí o León o Masaya. De algún modo
especialmente extraño y misterioso sentíamos que la música de los
Beatles ayudaría a aquellos muchachos del FSLN a derribar a
Somoza.
Lo cierto es que una mañana todos salimos en nuestras ciclas y
empezamos a dar vueltas. He de rompió la tranquilidad del aire
de la mañana. Seguimos pedaleando y la canción siguió rondando.
De pronto paramos el casette y pusimos una cadena radial: los
muchachos ya estaban llegando a Managua. Nuestra emoción fue
grande. Repetimos una y otra vez He de . Por consenso
decidimos que no íbamos almorzar pues si lo hacíamos seria
traicionar a estos bravos que tal vez llevaban días sin comer y ya
estaban a punto de coronar Managua.
Era una bella mañana de julio de 1979. Julio 19 para ser exactos.
Una exacta nostalgia. Lo que tal vez nunca supieron los muchachos
era que aquí, a muchos kilómetros de su revolución, habíamos otros
muchachos haciéndole fuerza a su causa mientras escuchábamos a
los Beatles y fumábamos cigarrillos de contrabando.
Desde que tengo diez años me siento enfermo. Ahora puedo
recurrir a los servicios del doctor Rock y de la enfermera jefe, pero
en ese tiempo la enfermedad de vivir solamente la curaba Mick
Jagger. Creo que a los diez años me atacó un extraño virus llamado
gripa S e , cuyos principales síntomas eran severas
convulsiones, sudoración constante, tos persistente, pulso alterado
al escuchar Satisfaction. De esa gripa extraña nunca me he curado
y creo que no quiero curarme. De todos modos de vez en cuando
acudo a los venenos del doctor Rock y de la enfermera jefe para
soportar la insoportable levedad del ser, esa insoportable levedad
de levantarse todas las mañanas con las tripas pegadas al corazón,
esa insoportable levedad de tener pesadillas en el núcleo negro del
asfalto, esa insoportable levedad de explotar en la mitad de la ola
amarilla del calor, esa insoportable levedad de morir cada día en la
confusión azarosa de los días.
John Lennon tuvo que decir que era más popular que Jesucristo
para ganar más popularidad. Usted señor Mick Jagger no tuvo
necesidad de hacer eso. Usted llegó en helicóptero hasta donde el
obispo de la Iglesia anglicana y hablaba de la juventud, usted le dijo
al obispo que un cacho de marihuana servía para ampliar un poco
más las funciones cerebrales, usted señor Mick Jagger almorzó con
el obispo anglicano y de nuevo se montó a su helicóptero, se fue
para las nubes y siguió diciendo out of my cloud, fuera de mi nube,
vete para la mierda, vete para la mierda la hipocresía, vete para la
mierda las corbatas, vete para la mierda el pelo corto, vete para la
mierda la guerra, vete para la mierda la reina y el rey y el príncipe,
vete para la mierda las canciones dulzarronas de Lennon o
McCartney, vete para la mierda el arroz chino, Biafra, Vietnam,
Nixon, el frío de Londres, los turistas, los productores, las giras, los
hoteles, los periodistas, las lechugas, la crema dental, las naranjas,
los estilógrafos, la bolsa de Nueva York, la de Tokio, la de Berlín.
Señor Mick Jagger: usted tiene casi cincuenta años y se le notan.
Usted ha vivido como por veinte. Usted siempre fue un niño. A
usted señor Mick Jagger siempre le gustaron las mujeres frágiles.
Bueno en realidad le han gustado siempre de todos los gustos.
Cuando empezaron, cuando apenas eran unos cagones que tenían
que pagarle a la gente para que fueran a sus conciertos, tenían que
encerrarlos como cerdos en un apartamento para que se pusieran
de verdad a componer canciones.
Otra vez pom pom pom pom. Es el avión que llega de Miami. Es
una especie de chárter de ancianos cubanos que vienen a ver a sus
familiares. Llegan repletos de tenis Ni e , camisetas, bluyines
Le i' . Afuera es la locura. Compañero, muévase un poco más.
Por favor, caballero. Llegar de noche a un país extraño es como
entrar a dormir bajo sábanas extrañas. Por eso hay que esperar a
que despunte el sol para ver con quién se está durmiendo.
Un eterno Baragua
Finalmente las puertas son atacadas por fuego intenso del misil tipo
tierra-aire-mecca-seca-mecca-saca. En este momento ha estallado
el conflicto y toca esperar un tiempo para llegar al clímax del mismo.
Las fuerzas en confrontación inician una guerra verbalsin
precedentes: gritos, groserías y hasta gemidos. Una vez se
consuma la invasión, la historia se repite: el oasis de Al Cuccah
quiere que lo invadan para siempre...
Todo empieza con el inconfundible ronroneo de la buseta que
avanza por la autopista que conduce de La Habana a la Escuela
Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños.
Entonces solamente se toma conciencia de que uno se encuentra
en una carretera cubana y no en una carretera colombiana: de
cuando en cuando se ven a uno que otro miliciano, vestidos de
verde oliva. Al filo del asfalto esperan su ómnibus, más adelante la
buseta pasa una moto checa de tres puestos, por un momento uno
no sabe si está alucinando y nos encontramos en la Segunda
Guerra Mundial. De pronto para la buseta. Una caravana de
camiones con tanques en sus lomos avanzan lentamente
rompiendo el calor de la noche.
Se la chingó
Ahí viene Gabo ... El maestro... . Dice una argentina que hace Tai
Chi en el borde de la piscina mientras todo el mundo se dedica a las
artes etílicas y amatorias en el agua de la piscina. Nadie se imagina
que el maestro del realismo mágico llegue a dar su taller en un
flamante BMW azul profundo. Gabo camina hacia el salón número 6
vestido impecablemente blanco. Todo está listo. El salón huele a
fresco. A mango, a vaca recién ordeñada. Primera regla del
realismo mágico: el mando que han traído del comedor hay que
comerlo descalzo. Diez de la mañana. Entonces se entra al reino de
la dimensión desconocida. Gabo para arriba, Gabo para abajo, a los
lados, en los costados. Doce estudiantes latinoamericanos. Doce
rostros diferentes, doce lenguas diferentes, chévere, macanudo,
buenísimo, bellísimo, aloa, aloa, chulada. El mexicano ha resuelto
por fin su historia: entonces el hombre se encuentra con la chava y
se la tira... Y luego se chinga de paso a la hija... . Mientras tanto el
uruguayo se quita sus gafas y se ríe estrepitosamente. Los dos
cubanos tratan de acomodar la dialéctica al despelote de las
historias de los otros latinoamericanos y por eso cuando el brasilero
dice que las vacas estaban felices porque llovía, el cubano dice que
debe ser al contrario. O sea, que más bien la lluvia es producida por
la presencia de las vacas. Bueno. El chileno enciende su cigarrillo
sin filtro. Pregunta quién va a ir a La Habana a tomarse unos rones
con él. Sin embargo solamente unos cuantos aceptan acometer la
aventura. La razón es Fassbinder, que en ese taller se ha
convertido en una especie de adicción. Luego del taller cada quien
se va a su apartamento a ver películas del alemán y entonces de
nada vale decirles que el ron se paga en pesos y no en dólares, que
Fassbinder puede esperar. Pero todo llega a niveles insostenibles
cuando uno de los brasileros saca películas subtituladas en checo,
al otro día el Acorazado Potemkim, con el cual ha torturado a medio
taller, pues la ha visto tres veces seguidas. Cuando se termina el
taller, hacia la una de la tarde, viene la hora del almuerzo. Nada
raro que hoy el almuerzo sea pizza con pasta y jugo de mango
endulzado con medio ingenio azucarero. En la misma mesa el
mundo entero: un morocho de Guinea Bissau, otra vez el hindú, un
argentino mamertísimo, una chilena agresiva y una cubana
bellísima. Luego de la terapia de la grasa de cerdo viene el cigarrillo
sin filtro y una siesta donde se sueña con leones verdes con música
de aviones de combate Mig, pues cerca de la escuela se encuentra
la base aérea más importante de Cuba y sería el principal objetivo
de los gringos. Luego hay que aguantar los ladrillos que saca el
brasilero, otra vez el Acorazado, los alaridos de la argentina cada
vez que Fassbinder hace decir algo terrible a alguna puta
desgreñada, tetona, teutona, otro cigarrillo, hora de piscina.
Pero faltaba el olor del mundo, un olor natural, un olor del que
alguien dijera: así huele . Subió entonces a las nubes de smog y
roseó su jardín pestilente con napalm y dinamita. Millones de flores
del mal germinaron en cada montaña, los pulmones de los animales
se llenaron de ira divina, las aguas quietas se movieron y en ellas
se reflejaron los espectros de los bombarderos del más allá, lluvias
de odio cayeron sobre caminos sin nombre.
La piel, sí, la piel. Debía ser una piel del sur, curtida por el pito de
los Blue Birds, por las injurias y por el paso de oxidados made in
Taiwán. Una piel sangrante por cada poro, una piel lista para ser
reparchada por la Secretaría de Obras Públicas. Una piel formada
por células desgraciadas, por ácido muriático para baños públicos.
Una piel para tiempos de guerra.
Las manos, los pies. Las manos tenían que ser aptas para apalear
a las futuras degeneraciones. Los pies, listos para patear las flores
y los bebés, el presidente y sus ministros y el saque de honor en los
estadios del país. Para embarrarla, para caminar por los senderos
luminosos sembrados de noches incendiadas. Para correr hacia el
fin del mundo.
Era el quinto día. Dios seguía caminando hacia el sur. Los sueños
de las fieras ya se habían secado por completo. En sus ojos
solamente quedaban los coágulos de las miradas dirigidas hacia
mares con hidrofobia.
Sí, los Rolling Stones, unos señores que se conservan muy bien.
Los reyes de la aguja, aquellos Mick, aquellos Keith que se
quedaban dormidos sobre una balsa inflable en sus piscinas,
mientras alrededor ardían varios miles de billetes de cien dólares
mezclados con sahumerios orientales para hacer más místico el rito
donde se mezclaban las doctrinas de London School of Economics,
el zen, la lengua afuera -la jeta del rocanrol -y las sensaciones
blancas sobre las narices.
Ese día terminó. Cuando llegue a mi casa, a eso de las cuatro, cogí
el periódico para leerlo. Casi se me caen los ojos: En la primera
página había un titular que decía: asesinado el ex beatle John
Lennon . Todo era lógico. Unas noches antes había soñado con
unas gafas redondas que se rompían sobre la nieve.
Míster Kurt Cobain, cantante de Nirvana, era un pez. Un pez
triste, un pececito alucinado perdido en el vasto acuario lleno
de agua sucia de los días y las noches. Kurt Cobain
representaba todo el asco que se puede sentir con la sociedad
de consumo norteamericana. Cobain, un punk inspirado en
Hendrix, era tal vez el último de los anárquicos de una
generación totalmente dominada por la oleada neoliberal en la
conducta moral. Cobain, de 27 años, iba en contra de las
buenas maneras en la mesa y en la cama, en contra de no
sacarse los mocos. Míster Cobain era partidario de rascarse las
pelotas en público y de escupir en frente de los poderosos de
Norteamérica.
En estos últimos días se fueron dos de los grandes. Míster
Charles Bukowski, el escritor indecente de California, más
indecente que Miller, y Míster Cobain. Ambos unas moscas en
medio del desayuno con vitaminas norteamericanas. Ambos en
el útero de la anarquía. Ambos desgraciados. Uno, Charles,
creyente del sexo y del alcohol. El otro, creyente de la heroína
y de la música. Héroes malditos de una sociedad maldita.
Cobain, como ya lo había dicho, representaba la última
granada de fragmentación de una generación que muy pronto
dejó de ser joven y se dedicó a los negocios. Es mi misma
generación, una generación sin identidad que desde la
adolescencia fue educada en los valores de la producción y la
reproducción, una generación que para ir en contravía de la
generación de la gente que hoy tiene cuarenta y que se dedicó
en su juventud a la irresponsabilidad, apoyó las bandeas de los
padres, las banderas de la responsabilidad, la bandera de la
clean image , la clean image del no al cigarrillo, del sí a la
cultura del cuerpo y la mente sana, la clean image de los
pensamientos claros y distintos, de los pensamientos
razonables, de las buenas razones y la buena conducta.
Tal vez sin saberlo Míster Kurt Cobain tenía un poco de
Baudelaire, un poco de Rimbaud. Tal vez sin saberlo le quedó
el mundo pequeño. Lo que sí tenía claro Míster Cobain era que
este vértigo del mundo era mejor atravesarlo a través de un
grito, a través de una jeringa, a través de un útero, a través de
un cigarrillo amarillo, a través del cuerpo frágil de su novia punk
Courtney Love, a través de una guitarra eléctrica. Tal vez sin
saberlo Míster Cobain nos robó para siempre el Nirvana.
La noche que murió Jim Morrison alguna gente, vecinos,
aseguraron haber visto bajarse del metro, en las estación cercana
donde vivía el ex Doors, a un indio navajo anciano, que fumaba un
apestoso tabaco negro y que murmuraba palabras extrañas,
inaudibles, palabras tal vez mágicas. El anciano indio navajo tomó
la acera y salió a la superficie y merodeó el apartamento donde Jim
Morrison vivía exiliado con su novia, apartamento de donde casi no
salía porque estaba dedicado a la lectura indiscriminada de los
mejores poetas franceses y la sobredosis era pero de Rimbaud,
Nerval, Baudelaire, etc. El anciano indio navajo miró hacia la luz
donde vivían los Morrison y después se lo tragó tal vez la multitud.,
tal vez el calor del verano, tal vez las pequeñas luces alucinatorias
de París en un caluroso mes de julio.
Sin embargo uno sabe que está cerca de Jim Morrison por diversas
razones. Cuando se baja, por ejemplo, en la estación Trocadoreo
abundan los perfumes discretos, las cámaras de cuatro lentes, las
jaurías de japoneses y alemanes. En cambio, en la estación Pére
Lachaise lo primero que encuentras son perfumes indiscretos y si
delante de uno hay una chica que camina descalza y lleva el pelo
desordenado y una rosa en la mano con toda seguridad va a visitar
a James Douglas Morrison.
Por eso la gente que sabe dice que Jim Morrison no está muerto, lo
que pasa es que huele un poco raro.
Creo que unos días atrás había soñado con Amarilla. Sí.
Había soñado que Amarilla y sus gatos recorrían las calles
mientras la lluvia negra de la noche cubría la copa diminuta de
los árboles. Creo que después entonces me enamoré del
viento y de las cosas más insignificantes, de las hormigas, del
arroz, de la coca cola. El caso era que me había enamorado de
alguien que estaba detrás del vidrio de los días y que desde
ese vidrio me hacía señas con los ojos grandes, marinos,
mediterráneos. Entonces Amarilla desapareció de los sueños.
Amarilla se fue de nuevo a la Avenida Blanchot. Se fue con
Pink Tomate y por fin me dejó en paz. Se fue con sus gatos y a
lo mejor se metieron a un bar y pidieron vodka con flores, con
muchas flores. Una vez se fue Amarilla por dentro lo que había
era ese olor que se siente a las cinco de la tarde en el
Cementerio Père Lachaise. Ese olor previo al enamoramiento.
Tal vez alguna vez nos vimos en el metro, tal vez ella estaba
en el mismo vagón, tal vez tomamos café en la misma terraza a
las cinco de la tarde o a las diez de la mañana, tal vez nos
cruzamos en la misma librería y hojeamos los mismos libros, tal
vez compramos y comimos del mismo pan, tal vez nos miramos
bajo la ola amarilla del verano o tal vez nos soñamos
mutuamente desde el fondo de nuestras sonrisas
transparentes. Tal vez se llama Catherine, Julie, Christine,
Odile, Lucile, Chantal, Marie, Therese, Benedicte, Caroline,
Stephanie, Isabelle, Florence, Brigitte, Nathalie, Corinne,
Virginnie, Alexandra, Laure, Anne, Emanuelle, Christianne,
Anais, Marion y tal vez tiene todas las estrellas reunidas en la
palma de sus manos, tal vez tiene mil caballos transparentes
en su cabello dorado, tal vez tiene el sabor de de las flores
amarillas de las montañas en su cuerpo, tal vez tiene un millón
de rosas invisibles en sus labios dulces, tal vez tiene dos
corazones, tres corazones, cuatro corazones, cinco corazones,
mil corazones lindos que palpitan como relojes enamorados en
la mitad de su carne, tal vez es capaz de hacer de nuevo el
fuego, la rueda, los puentes, las ventanas, las puertas, los
vientos, las sombres, tal vez sea amiga de los árboles, de los
osos, de las águilas, tal vez las piedras, los caminos, los niños,
los gatos, las calles, tal vez todo, absolutamente todo esté
enamorado de esta mujer que tal vez se llama Catherine, Julie,
Christine, Odile, Lucile, Chantal, Marie, Therese, Benedicte,
Caroline, Stephanie, Isabelle, Florence, Brigitte, Nathalie,
Corinne, Virginnie, Alexandra, Laure, Anne, Emanuelle,
Christianne, Anais, Marion.
La primera impresión de Praga es que llueve todos los días. Las
mañanas praguenses tienen un tono gris que de algún modo hace
que cualquiera se sienta como un insecto al despertarse. Temprano
en la mañana solamente las hojas de los árboles se mueven
envueltas en la ola del viento frío mientras algunos perros solitarios
se mean en sus troncos. Kafka debió pasar muchas mañanas como
esas, muchas mañanas quietas, llenas de ruidos lejanos. Las
mañanas en Praga tienen una quietud extraña. Parece como si se
estuviera inventando todo de nuevo. Todas las mañanas el viento
frío de Praga inventa las hojas de los árboles, el rostro de las
mujeres, las manos de los niños, el olor de las calles, la cerveza.
Pareciera como dice Kundera (en realidad lo dijo otra persona) que
la vida estuviera en otra parte porque en los parques solamente se
ve a los ancianos sentados en las bancas mientras sus recuerdos y
miradas son ametrallados por la canción triste de los tranvías.
Las madres llevan a sus hijos amarrados con cadenas a sus manos.
Al parecer son cadenas de alta seguridad contra robo, pues La
Chupa anda suelta por Bogotá. Según reportes de la policía se
trata de una banda que roba niños con una gran aspiradora. Sin
embargo, la semana pasada varios niños y sus madres fueron
chupados por alguna de esas máquinas. Todos compran lo mismo:
árboles de Navidad con bolitas de basura nuclear que chisporrotean
y que dañan poco a poco el cerebro, cucarachas eléctricas, pistolas
de agua contaminada, dulces de ácido sunshine para alucinar,
pasteles de harina de hueso. Todos pagan con dinero plastificado.
Son unas tarjetas de diversos colores que poco a poco van
perdiendo su intensidad a medida de su uso. Las de más valor son
azules, las de menor valor verdes.
Yo quiero un sunshine