“Prólogo” en Cincuenta sonetos de Shakespeare, Buenos Aires,
Ediciones culturales argentinas, 1963, 7-10.
MANUEL MUJICA LÁINEZ
PRÓLOGO A CINCUENTA SONETOS DE SHAKESPEARE1
(...) Un poema - me refiero, como es natural, a un poema verdaderamente
poético - es imposible de traducir. Los ingenios que piensen que se trata de algo así como trasladar un perfume de un frasco a otro, de forma distinta, empleando un sutil embudo, se equivocan. La operación recuerda más bien a la famosa historia de Procusto, el que estiraba o cortaba a sus víctimas, hasta que ocupaban las medidas puntuales de su lecho. Más que la prosa, la poesía refleja, misteriosamente, la respiración espiritual de su creador. Y eso, ese ritmo íntimo cuya elaboración resulta de la correspondencia insustituible entre la idea y la palabra, es algo que sólo el autor de un poema puede producir, puesto que se trata de algo inherente a su propia esencia, y que el traductor no reproducirá jamás en la multiplicidad infinita de sus matices. Además, fuera del problema fundamental que he esbozado apenas y que se vincula con las raíces de la personalidad de cada poeta y con su modo distinto de respirar a la poesía, hay que tener en cuenta el problema que deriva de la estructura de cada idioma, fruto de un proceso largo y arduo, en el que intervinieron elementos contradictorios, determinantes de su carácter. El traductor de un poema debe enfrentarse, pues, con la individualidad del poema y con la singularidad de su idioma. Está irremediablemente derrotado, antes de comenzar la tarea, si aspira a conservar, en el nuevo frasco, una a una, las calidades que el perfume evidenció en el antiguo. Debe elegir y desechar, interpretar y adaptar. En una palabra, debe recrear. El poema que quiere traducir debe ser considerado por él como un punto de partida inspirador, pero, puesto que ni podrá adecuar con exactitud su cadencia interior a la del poeta original, ni superponer su idioma sobre aquel que dio forma plástica al poema, lo que hará, guiado por el poeta maestro, será componer un poema suyo, cumpliendo un ejercicio lírico cuyos sucesivos elementos le son suministrados por el poema fundamental. Replanteadas así las cosas, las trabas intrínsecas desaparecen y la traducción poética se torna posible y justificada, al transformarse, como decimos, en una recreación. El traductor debe volver a crear. (...)
1963
1 Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1963