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EL JARDINERO

Para vivir los seres humanos modificamos el medio ambiente en función de nuestras
necesidades. Una de las más propias es disfrutar de un entorno agradable para vivir, que
proporcione calidad de vida y facilite el retorno a la naturaleza. Pero no a una naturaleza agresiva
y hostil, sino a una naturaleza que invite a la tranquilidad y la relajación, además de a la estética.

Una de las maneras que ha empleado el hombre para conseguir esta circunstancia es la
jardinería. Hay quien encuentra la felicidad en el cuidado de su jardín. En la unión perfecta con
una soledad bien entendida, pasando las horas y los días rodeado de plantas, contemplando
como salen las flores del cerezo, crecen las rosas o las enredaderas carmesíes… observando las
luces y colores de las distintas estaciones… Pero este disfrute no es suficiente sin el cuidado del
jardín, arrancando las malas hierbas que perturban el entorno.

La vida de las personas se asemeja en gran medida al arte de la jardinería. Para mantener la
belleza se han de erradicar de raíz las malas hierbas para que estas no vuelvan a resurgir. De lo
contrario, el entorno se estropea y se hace imprescindible segar una y otra vez. Vivir
correctamente exige una lucha constante contra las malas hierbas de nuestra vida para lograr un
crecimiento en el desarrollo de nuestra vida sobrenatural. La gracia de Dios es un don puramente
gratuito pero corresponde al hombre fomentar y defender la participación de esa vida divina
recibida contra las inclinaciones que le son contrarias; exige amor y esfuerzo para desarrollar el
germen de la vida sobrenatural que lleva en su alma y luchar contra los obstáculos que se
opongan a su desarrollo personal.

Cada día uno tiene el propósito de hacer bien las cosas, de amar, de ser generoso, caritativo,
amable, honesto, servicial, humilde… evitando ofender a Dios. Pero cada mañana la raíz del
pecado emerge de nuevo en el corazón. Es en el corazón donde está la raíz del pecado. Mientras
uno no pode esa soberbia que domina, esa sensualidad que todo lo pervierte, ese rencor y ese
odio que tanto daño provoca, esa envidia que todo lo corroe, ese egoísmo que desmorona toda
libertad… el trabajo seguirá siendo inútil y poco fructífero.

Hay que pedir al Espíritu Santo con insistencia que purifique nuestro corazón porque desde la
nitidez y sin abandonar la lucha constante de cada día no se pueden asumir ni interiorizar los
sentimientos de Cristo en el interior del corazón. Analizo ahora mi propio corazón y ¡no me queda
más que postrarme de rodillas y pedir perdón al Señor porque queriendo ser un jardinero fiel soy
incapaz de podar aquello que pervierte mi corazón!

ORACIÓN

¡Señor, te pido que hagas de mi corazón un jardín florido y no un desierto seco y agreste! ¡Te
pido, Señor, que riegues con tu Santo Espíritu mi corazón pequeño y rudo! ¡Que lo llenes con el
abono de la gracia para que elimine los rencores, las amarguras y las tristezas y haga mi vida
más fuerte que el amor y una fuente de esperanza y alegría! ¡Señor, riega mi corazón para que
florezca la alegría y no me ahoguen ni las caídas y los fracasos! ¡Señor, cuando las flores de mi
corazón se marchiten te pido que con tu sangre preciosa me ayudes a revivir y morar en Ti para
crecer en santidad! ¡Señor, que no me den miedo las espinas ni me agobie por los abrojos porque
sé que Tú estás conmigo! ¡Y cuando todo me vaya bien, y mi jardín esté bien florido, ayúdame a
no relajarme y no cantar victoria para que no se marchite mi corazón con la soberbia y la
autosuficiencia! ¡Señor, quiero mirarte siempre a Ti que eres el mejor jardinero y quiero que me
conduzcas al mejor jardín que Dios ha pensado para los hombres: el jardín celestial! ¡Espíritu
Santo, purifica mi corazón para llegar a ser santo cada día!

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