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La ciudad vivida. Ensayos sobre urbanismo y cultura.

Book · November 2006

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David Senabre López

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LA CIUDAD VIVIDA
(ENSAYOS SOBRE URBANISMO Y CULTURA)

DAVID SENABRE LÓPEZ

PUBLICACIONES UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA


© Servicio de Publicaciones
Universidad Pontificia de Salamanca
Compañía, 5 · Teléf. 923 277 128
Fax 923 277 129
37002 Salamanca

Diseño fotografía de la cubierta:


DAVID SENABRE LÓPEZ

Los textos de esta selección de artículos fueron publicados en su momento en el periódico


de LA GACETA REGIONAL DE SALAMANCA, en cuyas páginas el autor escribió
como colaborador, entre octubre de 1997 y noviembre de 2005
PROEMIO DEL AUTOR
El conjunto de los 220 ensayos que tiene el lector ante sus ojos es una
selección temática, entresacada de un total de 329 artículos publicados, en el diario
LA GACETA REGIONAL DE SALAMANCA, de forma, primero esporádica,
desde el 12 de octubre de 1997 hasta diciembre de 1998 y, desde entonces, de
manera periódica como colaborador -semanal y quincenal-, hasta el 24 de
noviembre de 2005.
Son, por tanto, ocho años los raíles temporales sobre los que han cabalgado de
forma libre el análisis y la opinión de quien suscribe, abordando distintas
secuencias desde las cuales la ciudad -cualquier ciudad, además de Salamanca, pero
también ella- puede escudriñarse, tratando de encontrar y definir claves de
interpretación.
Precisamente la complejidad, que es el rasgo que mejor caracteriza al
fenómeno urbano, se ha querido representar aquí agrupando la antología en los
siguientes bloques temáticos: Urbanismo, planificación urbana y ordenación territorial;
Historia urbana salmantina; Planeamiento urbano en salamanca; El río Tormes: territorio
natural y paisaje urbanizado; Demografía; Tráfico y movilidad urbana; Vivienda; Los espacios
públicos; Centros históricos; El patrimonio artístico y cultural; Salamanca, Ciudad Patrimonio
de la Humanidad; Turismo; Miscelánea cultural.
Todos pueden leerse de forma separada o intuir relaciones evidentes de unos
con otros, en un juego donde la trabazón de causas y consecuencias debería ir
perfilando esa idea previa que en estas líneas acabo de afirmar: lo urbano, el habitar
ciudades, representa hoy el mejor paradigma de hasta dónde llega o no la sociedad
que mora en ellas, superponiendo sus acciones al patrimonio social ya pretérito y
dejando como consecuencia, ritmos y huellas que pueden leerse.
El último de los capítulos, la Miscelánea cultural, complementa y refleja, con
espíritu evasivo, estímulos y preocupaciones sobre aspectos formativos de nuestra
sociedad. Otros nacieron confesadamente literarios, por pura necesidad espiritual.
El análisis crítico sobre la ciudad debe fundamentarse siempre en la profusa
casuística que la ciencia urbana ha venido produciendo. Los últimos 25 años de la
historia de España han asentado sobre el paisaje geográfico regional nuevos
paradigmas de transformación que es necesario conocer para entender las razones
que los promocionaron y sus consecuencias actuales, sin olvidar nunca ese terrible
y novísimo patrón de la ultramodernidad como es la velocidad indigesta de los
procesos, que produce una mutación desequilibrada del territorio urbano, de difícil
y efectivo control.
Esta es una propuesta de cómo podría definirse la ciudad: un puzzle de
bloques temáticos donde usted, lector, tendrá la posibilidad de construir o barajar
sus contenidos como guste. Feliz lectura.
PRÓLOGO

Por expresa invitación del profesor David Senabre López, al que agradezco su
confianza y amistad impagables, traducidas en intercambios fecundos de
información, trabajos conjuntos de investigación, planeamiento urbanístico e
informes patrimoniales compartidos, dispongo de estas páginas de presentación,
justas y necesarias, que aprovecharé, obviando la laudatio impertinente, para
mostrar nuestra sintonía docente, investigadora y profesional de geógrafos-
urbanistas aplicados a la ordenación de ciudades medias españolas del patrimonio
mundial.
La comprensión integrada de la ciudad mediterránea, paradigma de la
complejidad urbana, sólo la alcanzan contados geógrafos de formación humanista
y cultura exquisita con investigación científica, doctoral, madura, reflexiva, crítica,
lenta, sacrificada y productora de resultados aplicables a su gestión. El profesor
David Senabre López, atestiguó formación humanista, sólida cultura y madurez
científica impropia de su juventud con su tesis doctoral sobre el Desarrollo urbanístico
de Salamanca en el siglo XX. Planes y proyectos en la ordenación de la ciudad, defendida en la
Universidad de Salamanca y calificada Sobresaliente cum laude por la unanimidad de
los miembros que constituimos el tribunal. Esmeradamente publicada por la
Consejería de Fomento de la Junta de Castilla y León en Salamanca, 2002 -obra
que también tuve el placer de prologar- es una aportación fundamental a la
bibliografía urbana española, referencia obligada para los investigadores de la
ciudad y para los profesionales del planeamiento urbanístico y de la gestión
territorial salmantina en el tercer milenio.
Su compromiso con la ciudad no se agota en la reflexión científica profesoral
para instancias académicas universitarias, profesionales y políticas, porque como
ciudadano del espacio vivido, a diario y a pie, conocedor de los procesos de
planificación y gestión, de los agentes privados que construyen la ciudad de todos,
de los públicos conniventes con el dejar hacer y de las lógicas “filantrópicas” que
animan el proceder de unos y otros, ha venido ejerciendo su derecho a la ciudad desde
su columna periódica en LA GACETA REGIONAL DE SALAMANCA,
generando crítica ponderada, opinión y teoría urbanística-territorial con su afilado
estilete de la palabra escrita, precisa y preciosa, sobre la Salamanca dual que
enamora y que duele al unísono.
Con su fino criterio mediterráneo decide ahora seleccionar, recopilar,
estructurar y sistematizar la friolera de 220 artículos de prensa, de entre 329,
escritos entre 1997 y 2005, en un corpus con 13 bloques temáticos, perfectamente
ensamblados por meditada causalidad geográfica, bajo el enunciado marco de La
Ciudad Vivida. (Ensayos sobre Urbanismo y Cultura). Un lógico proceso de ordenación
temporal, inclina al profesor a construir cada capítulo con las aportaciones
temáticas relativas al enunciado, breves por imperativo del espacio compositivo en
prensa, pero doblemente buenas por contundentes. Lejos de constituir en sí
mismas compartimentos estancos de introito, razonamiento y epílogo, sus ideas
tienen la virtud de hilvanarse y entretejer un tapete de sólidos argumentos
urbanísticos con un lenguaje técnico, preciso y elocuente, y que, indefectiblemente,
levantará ampollas en las pieles delicadas. Recomendamos tener a mano el
Diccionario de la Real Academia para ampliar vocabulario.
Con su actitud crítica y siempre comprometido, el autor desvela entuertos,
corrige desafueros, genera opinión y, sobre todo, promueve el debate y la
participación ciudadana, esos bienes tan preciosos -por inexistentes- para invertir la
tendencia secular de la construcción de la ciudad de todos por los mismos de
siempre. En consecuencia, la lectura pausada y la relectura aconsejada de cada
artículo no sólo permitirán al ciudadano salmantino y al foráneo, indistintamente,
pulsar la realidad urbana-territorial de Salamanca y valorar las políticas, planes y
proyectos de su ciudad, en relación a otras ciudades medias de su escala y
contenido patrimonial, con problemas comunes, pero soluciones específicas, sino
ensamblar las luces y sombras del diario tejer y destejer ciudad en los postulados
teóricos y aplicados de la planificación urbanística y de la ordenación territorial,
sometidas a la tensión del cambio intersecular.
Nos preocupa el Territorio. Como expertos territoriales, nos duele que el
territorio haya sido y continúe siendo el sujeto paciente-dependiente del
planeamiento físico, la trastienda rural impresentable de reserva urbana donde
termina enquistado, en perfecto desorden y anarquía, todo lo residual, segregado y
desahuciado que no cabe en la ciudad, por carencia de planeamiento general
ordenador en principio y, desde su existencia, por obra y gracia del mismo.
Los padres liberales de la primera División del Territorio Español (1820-1822),
plagiada por Javier de Burgos en 1833, lo estructuraron en regiones históricas,
provincias, diputaciones, partidos judiciales, capitales y municipios, adjudicando a
cada núcleo su término jurisdiccional de influencia. Poco podían imaginar que 173
años después, con casi otras tantas Constituciones a la espalda, aquella prístina
compartimentación territorial se mantuviera casi intocable en el democrático e
“igualitario” Estado de las Autonomías, cuyos legisladores santificaron aquella
herencia caduca, reafirmando la personalidad del municipio y, sobre todo,
admitiendo la existencia de regiones “más históricas y más capaces que otras”. Por
ello, obsolescencia y contradicciones florecen en el territorio español, tan
desordenado como siempre o más, pese a la proliferación de ordenaciones y
ordenadores territoriales, de competencias e incompetencias a todas las escalas.
Fuimos siempre “rara avis” los geógrafos que mantuvimos una consideración
positiva del territorio, bajo argumentos incontestables de que en él y no en las
ciudades se mantenían incólumes las señas patrimoniales de identidad, porque el
primero explicaba la ciudad y no viceversa, como la prepotencia urbana había
determinado por decreto. Por fin, en la última década está fraguando la
comprensión del paisaje territorial como patrimonio y las legislaciones urbanísticas
de última generación, todas clónicas, entienden necesaria la supeditación del
planeamiento urbanístico a las determinaciones de las Directrices de Ordenación
Territorial, inversión territorial-urbanística de tan hondo calado que resulta más
sencilla de formular que de llevar a la práctica.
Nos preocupa el Urbanismo. Como urbanistas constatamos la caducidad,
inconsistencia y mimetismo de los modelos urbanos del último siglo y medio.
Nuestras ciudades históricas de Francisco de Coello y Quesada, acantonadas en sus
cercas medievales, produjeron sus sventramentos ordenados (planes de ensanches y
extensión) y espontáneos (casas baratas y arrabales de extrarradios) en la centuria
de 1860 a 1960. La ciudad total dejó de serlo, para convertirse en centro histórico -
en contadas ocasiones remozado por Planes de Reforma Interior-, de una ciudad
multipolar.
Desde los años sesenta hasta el presente, los distintos frentes deslavazados del
“urbanismo de los polígonos” oponen al monocentrismo de la ciudad compacta el
policentrismo de la ciudad dispersa, construida por fascículos imposibles de
encuadernar. Aquella ciudad mediterránea, amable, de escala humana abarcable,
concentrada en torno a sus espacios públicos vitales, extrovertida hacia la calle,
solidaria, patrimonial, cotidiana, próxima y vivida a pie por el paseo convivencial
ha sucumbido ante el modelo anglosajón funcionalista, fragmentado, disperso,
anónimo, individualista, inseguro, insolidario, cerrado, blindado, atrincherado y
hostil, en la que el culto a las morfologías unifamiliares, al campo de golf, a la
glorieta, a la autovía y al automóvil, selecciona y jerarquiza el status pseudo-burgués
de sus residentes.
Parafraseando a Luigi Pirandello, la ciudad actual está compuesta de siete o más
ciudades en busca de un modelo futuro de ciudad que las integre, porque en los
nuevos paraísos de las periferias “cualificadas”, donde los polígonos desarrollistas se
disfrazan ahora de “unidades de ejecución”, conviven los asentamientos
unifamiliares cargados de “simbolismo y de señas de identidad” (de vecinos del
barrio de Santiago, a parcelistas del “R-66”) con el megacentro comercial, el
auditorio, el polideportivo multiusos, el centro intermodal de transporte y, cómo
no, el obligado palacio de congresos –inaugurado e infrautilizado-, las nuevas
“catedrales culturales” del tercer milenio.
La mayoría de los nuevos tejidos urbanos periféricos planeados -incluidos los
campus universitarios a la americana-, al no generar estructuras sociales, ni
morfologías patrimoniales de futuro, jamás serán modelo de ciudad, de calidad
urbana, ni de bien cultural para los habitantes. Frente a la acomodación del
urbanismo tradicional al medio físico, que generó relaciones incuestionables de
causalidad ambiental y patrimonial, los nuevos polígonos de actuación repueblan un
territorio rústico desnaturalizado, arrasado por la maquinaria especulativa,
colonizado por las infraestructuras básicas, prostituido por el tráfico insostenible,
cementado por los artefactos residenciales, como conviene al urbanismo entendido
como una acumulación de maceteros y arbolitos por doquier.
Nos preocupa el Planeamiento. Como redactores de figuras de planeamiento,
constatamos que normativas e instrumentos de planeamiento siempre concibieron
la ordenación del territorio desde el lado del urbanismo y las arquitecturas, por
ignorancia y desprecio absoluto del territorio. En las cinco últimas décadas, la
profusión de planes generales (desarrollistas, remediales, proyectuales, intuitivos,
estratégicos…), mantiene una dinámica controvertida, de resultados urbano-
territoriales insatisfactorios. Pese a ello, seguiremos oponiéndonos al axioma
montaraz de que “el mejor plan es el que no se aprueba”.
Planes generales realizados por sesudos equipos foráneos que se limitan a
clasificar suelo urbanizable ad infinitum, sin justificación demográfica, para regocijo
de propietarios, promotores, constructores, entidades financieras y corporaciones
municipales que sueñan con el maná celestial de la licencia de obra. Nada importan
los análisis sectoriales cualitativos, porque el plan se resume a índices cuantitativos,
coeficientes de edificabilidad, volumetrías, aprovechamientos, digestión de
hectáreas, metros cúbicos por metro cuadrado y repoblación del territorio
municipal, propio y ajeno, con paquetes de viviendas verticales o apaisadas, según
moda, como si hacer viviendas fuera sinónimo de hacer ciudad, conforme al
siguiente axioma empresarial: “cuanto más hormigón, más comisión”.
Con desparpajo rayano en la ilegalidad, algunos redactores se desentienden de
la ordenación del propio término y de los municipios-dormitorio ubicados en la
orla de influencia inmediata, sin entender -ni querer entender- la estructura
funcional del territorio, los sistemas y redes urbanas jerarquizadas, los flujos y las
relaciones socio-económicas interdependientes. De ahí que constatemos la
incongruencia entre determinaciones de ordenación urbanística adscritas por
decreto a cada término municipal cerrado, grande o chico -que las demandas de
suelo fagocitarán sin contemplaciones-, y relaciones abiertas e interdependientes de
flujos humanos, bienes y servicios en un territorio globalizado que no entiende de
límites de gestión individualizada.
Rebatimos la obsolescencia de un planeamiento de límites presuntamente
cerrados, pero con una dinámica urbanística de invasión del territorio ajeno, pasivo
y dependiente, productora de aureolas urbanizables de usos contradictorios y flujos
recurrentes residenciales-laborales, de transportes, mercancías, bienes y servicios
que mallan a diario el territorio y obligan a su ordenación integral (territorial,
urbanística, arquitectónica, patrimonial, turística y ambiental). La ordenación
integral sólo es posible mediante figuras de planeamiento de ámbito comarcal que
rompan con la encorsetada compartimentación municipal, inconcebible en un
escenario de relaciones abiertas. Lástima que las Cortes del Trienio Liberal no
santificaran la comarca, con la necesidad que teníamos de ella los geógrafos.
Nos preocupa el Patrimonio. Como redactores de planeamiento especial de
protección y miembros de ICOMOS-España, patrimonio natural y cultural se
ensamblan en el quehacer profesional. Los años cincuenta del siglo XX marcan en
España el umbral de desmantelamiento de los centros históricos que tocará fondo
a finales de los setenta, para iniciar desde mediados de los ochenta el lento proceso
de regeneración, aún por alcanzar, tras el fracaso de los programas de
rehabilitación integrada. Normativa estatal -actualmente en revisión- y autonómica,
confirieron soporte legal a la protección del patrimonio y a la rehabilitación
presuntamente integrada, tratando de conjugar ordenación urbanística y
patrimonial a través de la figura de los Planes Especiales de Protección, con límites
de intervención harto discutibles, y resultados operativos muy desiguales.
La regeneración urbana de las dos últimas décadas se ha quedado colgada en el
plano morfológico-arquitectónico, sin entrar en el meollo social, funcional y
ambiental, por las prácticas globalizantes de intervención carentes de respeto alguno
por la singularidad urbana: fachadismo de cartón-piedra, pastiches coloristas,
mobiliario mimético de catálogo, uniformidad granítica de pavimentos… Pese a
tanta falsificación, todavía conservan los elementos simbólico-patrimoniales de las
señas urbanas de identidad, en oposición al mimetismo de las nuevas periferias.
Viejo y nuevo patrimonio compiten en la ciudad.
Patrimonio y turismo constituyen un matrimonio de conveniencia con
problemas metodológicos de gestión cultural. La regeneración de nuestras ciudades
patrimoniales precisa del turismo “cultural”, pero en modo alguno como
monocultivo, sino como incentivador de la rehabilitación integrada y de la
multifuncionalidad perdida. No todos los recursos patrimoniales son explotables y
menos con técnicas de sol y playa, porque nuestras ciudades históricas son
ecosistemas culturales únicos, privilegiados, frágiles e irrepetibles.
En fin, nos preocupa Salamanca. Como doctores en Geografía por esta
Universidad, que, incuestionablemente imprime carácter, podemos colegir que su
patrimonio cultural vivido mediatizó nuestra vocación docente, investigadora y
aplicada al urbanismo.
Ciudad de la Cultura y del Conocimiento, patrimonio de sus ciudadanos, antes
que del patrimonio mundial, debería ser laboratorio experimental de buenas
prácticas de planificación y gestión. Su pasado, siempre presente, exige un
renacimiento permanente de políticas, planes, proyectos, participación ciudadana y
compromiso urbano que otorguen a cada parte de la ciudad, desde el teso de las
catedrales a los barrios periféricos, la calidad urbanística de ciudad universitaria
mediterránea, de escala humana, vivida y compartida.
En las dos últimas décadas, su dinámica de luces y sombras evidencia un
discurrir urbano meandriforme, desde la ordenación patrimonial de mediados de
los ochenta, con su Plan Especial de primera generación, ejemplo de buen
planeamiento técnico y mejor gestión política-administrativa concertada, que
permitió asignar a la rehabilitación el calificativo de “modelo Salamanca”, al fracaso
de la planificación general municipal de la última década, sazonada entre marcos
legales neoliberales y técnicas especulativas sin anestesia.
La ordenación integrada de Salamanca, ciudad del Patrimonio Mundial y
Capital Europea de la Cultura, exige la consolidación de un modelo urbano basado
en el patrimonio urbanístico y arquitectónico, en la actividad universitaria-cultural,
en la proyección turística internacional y en la conexión estratégica entre cultura,
economía y turismo, la integración de los instrumentos de planificación y de las
herramientas de gestión urbanística, patrimonial, cultural, turística y ambiental.
Como epílogo, me atrevo a insinuar que sus fieles lectores de antaño y hogaño
disponemos de un presunto Tratado de Geografía Urbana, construido página a
página, artículo por artículo, a partir del sólido cimiento cultural de su autor -
genéticamente heredado y personalmente ejercido-, en el que la reflexión teórica
urbanística-cultural sirve de anclaje y contrapunto al análisis de los grandes
epígrafes territoriales, paisajísticos, históricos, urbanísticos, patrimoniales,
culturales, sociales, funcionales, turísticos y ambientales que conforman las
aventuras y desventuras de la política urbana salmantina de la última década. Que
ustedes lo disfruten.

Antonio-J. Campesino Fernández


Catedrático de Análisis Urbano y Regional
Cáceres, 20 de enero de 2006
ÍNDICE TEMÁTICO

URBANISMO, PLANIFICACIÓN URBANA Y ORDENACIÓN


TERRITORIAL

«Tics de gran ciudad» (18 de febrero de 1999).


«El límite urbano» (1 de abril de 1999).
«Urbanismo en Castilla y León (I, II y III)» (9, 16 y 23 de septiembre de 1999).
«¿Planificación o desorden?» (14 de octubre de 1999).
«Coordinación» (18 de noviembre de 1999).
«Planificación comparada» (9 de diciembre de 1999).
«Periferias» (6 de enero de 2000).
«Cambios de escala» (19 de octubre de 2000).
«Las DOT» (22 de febrero de 2001).
«Paradojas urbanas» (8 de marzo de 2001).
«Renovarse o morir» (12 de julio de 2001).
«Neoliberalismo urbano» (4 de octubre de 2001).
«Ciudades en transición» (7 de marzo de 2002).
«¿Qué modelo de ciudad?» (25 de julio de 2002).
«Nuevas formas de especulación» (26 de septiembre de 2002).
«Espacio y tiempo en la ciudad» (24 de octubre de 2002).
«Ciudades clonadas» (31 de octubre de 2002).
«Movilidad urbana» (28 de noviembre de 2002).
«Teoría de sistemas» (5 de diciembre de 2002).
«Modelos de ciudad» (13 de febrero de 2003).
«La extensión de los municipios» (3 de abril de 2003).
«El tren del desarrollo» (3 de julio de 2003).
«El futuro de las ciudades europeas» (6 de noviembre de 2003).
«Otra ordenación territorial» (20 de noviembre de 2003).
«Dos estilos de progreso » (27 de noviembre de 2003).
«¿Son necesarios los modelos urbanos?» (15 de enero de 2004).
«Nos importa la ciudad?» (29 de enero de 2004).
«El urbanismo en la democracia» (15 de abril de 2004).
«Articulación de territorios » (29 de abril de 2004).
«¿Urbanismo o contraurbanismo?» (9 de junio de 2004).
«El terruño urbano como refugio» (24 de junio de 2004).
«El progreso de una ciudad » (16 de septiembre de 2004).
«La historia se repite» (28 de octubre de 2004).
«¿Nuevos barrios o sólo viviendas?» (4 de agosto de 2005).
«Ciudades en continuo crecimiento» (15 de septiembre de 2005).
«Defensa de la ciudad compacta» (10 de noviembre de 2005).

HISTORIA URBANA SALMANTINA

«Almacenes «La Fábrica» y otros descubrimientos» (12 de octubre de 1997).


«La muralla y el Colegio Mayor del arzobispo Fonseca» (19 de octubre de 1997).
«La Plaza Mayor, teatro de la ciudad» (13 de marzo de 1998).
«La Plaza Mayor y el ideario del urbanismo falangista» (16 de marzo de 1998).
«Peculiaridades salmantinas» (1 de junio de 1998).
«La rebeldía de un arquitecto humanista» (5 de julio de 1998).
«Casas adosadas, iglesias y vestigios del pasado» (16 de julio de 1998).
«Regionalismo en Arquitectura» (6 de mayo de 1999).
«Orígenes de la Gran Vía» (26 de agosto de 1999).
«El depósito de agua» (2 de diciembre de 1999).
«Fotografías históricas» (16 de diciembre de 1999).
«El barrio de Garrido» (20 de enero de 2000).
«La Gran Vía Salmantina» (3 de febrero de 2000).
«La imagen de la ciudad» (24 de febrero de 2000).
«Osarios» (4 de mayo de 2000).
«Citar fuentes» (18 de mayo de 2000).
«El viaje del agua» (31 de agosto de 2000).
«¿Qué es emblemático?» (23 de noviembre de 2000).
«Saber investigar arquitectura» (1 de febrero de 2001).
«La ciudad en el siglo XIX» (10 de mayo de 2001).
«Un comerciante emprendedor» (27 de diciembre de 2001).
«Documentación urbanística histórica» (18 de julio de 2002).
«Mirat» (1 de agosto de 2002).
«Treinta y dos años» (19 de septiembre de 2002).
«Notas de historia urbana» (21 de noviembre de 2002).
«Fotografía urbana histórica» (8 de mayo de 2003).
«Arquitectura arqueológica» (15 de mayo de 2003).

PLANEAMIENTO URBANO EN SALAMANCA

«A propósito del urbanismo salmantino» (15 de noviembre de 1997).


«La revisión del Plan General de Salamanca» (22 de noviembre de 1997).
«Planeamiento maduro» (4 de marzo de 1999).
«Territorio y municipio» (7 de octubre de 1999).
«Funciones descentralizadas» (13 de enero de 2000).
«Interpretar la ciudad» (10 de agosto de 2000).
«Catálogos y despistes» (15 de marzo de 2001).
«Catalogaciones nuevas» (22 de marzo de 2001).
«Geometrías periféricas» (2 de agosto de 2001).
«Área metropolitana» (4 de abril de 2002).
«Pies forzados» (16 de mayo de 2002).
«Los intersticios urbanos» (10 de julio de 2003).
«La celeridad del proceso urbano» (19 de febrero de 2004).
«La periferia es el Plan General» (1 de abril de 2004).
«¿Existe un proyecto de ciudad y territorio?» (22 de julio de 2004).
«La ciudad que se construye fuera» (17 de febrero de 2005).
«El último Plan General» (14 de abril de 2005).
«Planeamiento municipal en crisis» (26 de mayo de 2005).

EL RÍO TORMES: TERRITORIO NATURAL Y PAISAJE


URBANIZADO

«La vega del Tormes y las nuevas urbanizaciones» (27 de noviembre de 1998).
«Ecologismo urbano» (14 de enero de 1999).
«Vertidos residuales» (19 de agosto de 1999).
«Corredor verde» (29 de junio de 2000).
«Rompiendo barreras» (14 de septiembre de 2000).
«Ocupar el territorio» (28 de septiembre de 2000).
«Vegas neutralizadas» (29 de marzo de 2001).
«El río olvidado» (20 de junio de 2002).
«El paisaje como pretexto» (27 de junio de 2002).
«El paisaje perdido» (6 de febrero de 2003).
«Ecología urbana» (1 de mayo de 2003).
«Los Escarpes del Tormes» (26 de junio de 2003).
«La ordenación medioambiental del Tormes» (31 de julio de 2003).
«El paisaje agoniza» (2 de septiembre de 2003).
«Territorio desorganizado» (6 de enero de 2005).
«Paseos por el Tormes urbano» (21 de julio de 2005).

DEMOGRAFÍA

«La ciudad de los mayores» (10 de junio de 1999).


«Analfabetismo capitalino» (10 de febrero de 2000).
«Crecer o no crecer...» (24 de mayo de 2001).
«Atraer población» (30 de agosto de 2001).
«Ancianidad» (10 de enero de 2002).
«Envejecimiento» (11 de abril de 2002).
«Negocios con los mayores» (18 de abril de 2002).
«¿Razones de edad?» (2 de mayo de 2002).
«Imaginando un mundo de mayores» (9 de mayo de 2002).
«Obviedades demográficas» (11 de julio de 2002).
«Recuentos» (23 de enero de 2003).
«La emigración castellana» (14 de agosto de 2003).
«Demografía en Castilla y León» (21 de agosto de 2003).
«Los mayores en Castilla y León» (28 de agosto de 2003).
«Despoblación» (18 de diciembre de 2003).

TRÁFICO Y MOVILIDAD URBANA

«El Puente de La Serna (10 de febrero de 1999).


«Habitantes, automóviles y ciudad» (11 de febrero de 1999).
«Tráfico adversus ciudad» (25 de febrero de 1999).
«Regular aparcamientos» (18 de marzo de 1999).
«Planes integrales de accesibilidad» (3 de junio de 1999).
«Igualdad de derechos» (25 de mayo de 2000). MOVILIDAD.
«La ciudad accesible» (26 de julio de 2001).
«Aparcamientos» (13 de noviembre de 2003).
«Un tren urbano para la ciudad» (20 de enero de 2005).
«Transporte con trenes de cercanías, YA!» (27 de octubre de 2005).

VIVIENDA

«Euros, dinero negro y construcción» (1 de octubre de 1998).


«Orígenes de la publicidad inmobiliaria» (20 de octubre de 1998).
«Urbanizaciones» (15 de julio de 1999).
«Morfología residencial» (18 de enero de 2001).
«Mercadeo inmobiliario» (1 de marzo de 2001).
«¿25.000 viviendas, para quiénes?» (6 de junio de 2002).
«¿Hoteles convertidos en viviendas?» (31 de marzo de 2005).

LOS ESPACIOS PÚBLICOS

«Espacios públicos urbanos» (17 de febrero de 1998).


«Espacios de relación en la ciudad» (25 de marzo de 1999).
«Los niños también perciben la ciudad» (17 de junio de 1999).
«Construir la calle» (26 de octubre de 2000).
«La calle como lugar» (9 de noviembre de 2000).
«Estatuas y espacio» (4 de enero de 2001).
«Espacios libres» (29 de mayo de 2003).

CENTROS HISTÓRICOS

«La controversia de los centros históricos» (5 de diciembre de 1997).


«La ciudad interior» (18 de enero de 1999).
«Criterios estéticos en el entorno monumental» (17 de mayo de 1999).
«La centralidad cultural» (2 de noviembre de 2000).
«Centros arraigados» (24 de enero de 2001).
«Bueno y malo» (19 de abril de 2001).
«Lo comercial» (26 de abril de 2001).
«Cambios de uso» (6 de febrero de 2003).
«Conservar las ciudades históricas» (23 de octubre de 2003).
«Salamanca sin centro histórico» (6 de febrero de 2004).

EL PATRIMONIO ARTISTICO Y CULTURAL

«El patrimonio como escenario» (27 de mayo de 1999).


«Patrimonio y accesibilidad» (8 de julio de 1999).
«Bienes de Interés Cultural» (29 de julio de 1999).
«Nuevos usos» (12 de agosto de 1999).
«Perspectivas históricas» (2 de septiembre de 1999).
«Historia, desarrollo y realidad» (30 de septiembre de 1999).
«Historicismos, pastiches, innovaciones» (25 de noviembre de 1999).
«Cumplir la Ley» (6 de julio de 2000).
«Sensaciones» (14 de diciembre de 2000).
«El Parque Arqueológico» (16 de agosto de 2001).
«Usos degradantes del Patrimonio» (7 de febrero de 2002).
«La Plaza Mayor se despide» (13 de junio de 2002).
«El ágora en el siglo XXI» (12 de junio de 2003).
«Cavilaciones sobre patrimonio histórico» (9 de octubre de 2003).
«El porvenir de las Ciudades Patrimonio» (22 de enero de 2004).
«¿El patrimonio es de todos?» (13 de mayo de 2004).
«Las ciudades y su vanidad» (8 de julio de 2004).
«El patrimonio arqueológico y documental» (9 de diciembre de 2004).
«La iglesia del Arrabal, archivo de la ciudad» (3 de febrero de 2005).
«Patrimonio cultural y turismo» (3 de marzo de 2005)
«El patrimonio cultural como singularidad» (23 de junio de 2005).
«Nuevos conceptos de Patrimonio Cultural» (1 de septiembre de 2005).
SALAMANCA, CIUDAD PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

«Salamanca, Patrimonio de la Humanidad» (10 de diciembre de 1998).


«Informe ICOMOS» (27 de julio de 2000).
«Patrimonio de la Humanidad» (4 de abril de 2001).
«El informe de ICOMOS» (25 de enero de 2002).
«ICOMOS: segundo informe» (31 de enero de 2002).
«Ser una ciudad patrimonio» (21 de marzo de 2002).
«La recomendación de UNESCO» (12 de septiembre de 2002).
«Ciudad Patrimonio: límites físicos» (17 de octubre de 2002).

TURISMO

«Turismo y Patrimonio» (28 de octubre de 1999).


«Turismo interior» (4 de noviembre de 1999).
«El maná turístico» (14 de marzo de 2002).
«El nuevo turismo cultural» (7 de noviembre de 2002).
«Reflexiones sobre turismo urbano» (24 de abril de 2003).
«El turismo no es una industria » (14 de octubre de 2004).
«Falacias del turismo cultural» (9 de junio de 2005).
«Turismo de playa-turismo de interior» (18 de agosto de 2005).

MISCELÁNEA CULTURAL

«Enseñar la ciudad» (12 de enero de 1998).


«Saberes compartidos» (30 de diciembre de 1999).
«La opacidad» (13 de abril de 2000).
«Fervor y escenarios» (20 de abril de 2000).
«Contrastes» (27 de abril de 2000).
«Vulnerabilidad» (1 de junio de 2000).
«Categorizar» (22 de junio de 2000).
«Fusilar» (20 de julio de 2000).
«El arte de opinar» (30 de noviembre de 2000).
«¿Ciencia o qué?» (15 de febrero de 2001).
«Informes» (3 de mayo de 2001).
«Globalización» (7 de junio de 2001).
«La ciudad opinable» (21 de junio de 2001). TV
«Vocabulario geográfico» (28 de junio de 2001).
«La ciudad tranquila» (23 de agosto de 2001).
«Consejos geográficos» (20 de septiembre de 2001).
«La formación del geógrafo» (8 de noviembre de 2001).
«La ciudad pobre» (22 de noviembre de 2001). MAGISTRAL
«Proporciones» (6 de diciembre de 2001).
«Reyes geográficos» (17 de enero de 2002).
«El sueño» (21 de febrero de 2002).
«La defensa de la ciudad» (28 de febrero de 2002).
«Crisis de la palabra» (23 de mayo de 2002).
«Añoranza del silencio» (28 de marzo de 2002).
«Dicen que huele a opio ahí fuera...» (30 de enero de 2003).
«Nieblas en la ciudad» (13 de febrero de 2003).
«La ciudad del alma» (17 de abril de 2003).
«Superficialidades» (22 de mayo de 2003).
«Apotegmas de oído» (16 de octubre de 2003).
«Información o conocimiento» (30 de octubre de 2003).
«Tempus fugit» (11 de diciembre de 2003).
«Entretenimientos culturales» (8 de enero de 2004).
«De prisas y urgencias» (4 de marzo de 2004).
«La televisión maleduca» (27 de mayo de 2004).
«Puestas de sol atlánticas» (19 de agosto de 2004).
«La ignorancia es arrogante» (29 de septiembre de 2005).
URBANISMO, PLANIFICACIÓN URBANA Y
ORDENACIÓN TERRITORIAL
TICS DE GRAN CIUDAD

Las ciudades que a comienzos del siglo XX tenían poco fuste demográfico y
funcional en España pero aún mantenían los rescoldos de lo que fue un pasado
mejor, más especializado, menos decadente, irían manifestando en las décadas
sucesivas y de forma reiterada, un marcado complejo de inferioridad respecto de la
capital del reino, que terminaba por convertirse en el patrón de modernidad estatal,
ejemplo de virtudes estéticas y de propuestas originales.
La miopía provinciana creía necesario guiarse por el testigo luminoso capitalino,
donde, según el parecer de todos, las ideas y las soluciones que se aplicaban a
distintos problemas, además de ser buenas y necesarias, podrían exportarse sin
pudor al resto de las capitales de provincia y mitigar así las necesidades acuciantes
con ideas implantadas. Este impulso incontrolado por acaparar, aunque sólo fueran
trocitos de proyectos, se reforzó gracias a que la administración estatal sesteaba
más de lo debido a la hora de resolver cuestiones determinadas que las capitales de
provincia solían demandar. Era una costumbre habitual entonces que se prolongó
hasta bien mediados los años sesenta -hoy otros sistemas de comunicación
permiten seguir haciendo lo mismo pero acortando las esperas-.
Se formaban comitivas compuestas por representantes de las Corporaciones
interesadas, que, en digna procesión de mendicantes y con cierta periodicidad,
recorrían pacientemente las direcciones generales, hablaban con los subsecretarios
afectos, se reunían en los ministerios y recorrían, en fin, toda la cohorte de
prohombres de Madrid. Por lo general se reclamaba dinero para financiar tal o cual
obra y, si todo marchaba bien, en los viajes sucesivos sólo tenían que achuchar un
poco más. La constancia y la fe terminaban por cansar a unos y recompensar a
otros, aunque no siempre recibieran todo lo que reclamaban.
Con prácticas semejantes, se fue creando una imagen falsa en dos sentidos:
primero, que el Gobierno fuera paternalista, bondadoso y caritativo con sus
súbditos y, segundo, que Madrid, como capital del reino, pudiera ser el espejo de
virtudes en el que se mirase el resto de España. De construir esta imagen se
encargaron gobernantes y políticos a quienes los juegos florales y los símbolos de
poder sobre la osamenta de la ciudad subyugaban más que a nadie. De Madrid,
políticos, comerciantes e industriales de las capitales provinciales fueron
acarreando promesas, proyectos y, sobre todo imágenes capitalinas que habían
contemplado con los ojos desorbitados de quien no es capaz de acomodar la vista
a la escala de lo que ve. Las tertulias de las ciudades y las sesiones de Plenos
municipales se llenaron de sugerencias, Mociones y algún que otro proyecto.
También ellos tenían derecho a soñar como gran ciudad.

18 de febrero de 1999.
EL LÍMITE URBANO

Superadas las teorías clásicas del urbanismo orgánico que asimilaba la ciudad al
mecanismo funcional de un ser vivo, autosuficiente, cerrado y perfecto, hoy resulta
sumamente complicado fijar los límites de la ciudad. Con el paso de las décadas y
la mejora para la sociedad de los sistemas de comunicación, la relación espacio-
tiempo, que tanto supeditó la ordenación del territorio y los movimientos sociales
más elementales, se ha diluido por completo. En términos generales, la
accesibilidad y los intercambios entre la ciudad y el medio rural son absolutos.
Llegados a este punto se forma lo que el geógrafo urbanista James H. Johnson
definió como la aureola rururbana que quizá es la característica que mejor define a las
ciudades de finales del siglo XX. No existe una delimitación clara entre lo que es
campo y lo que es ciudad La sociedad de los medios de comunicación y las nuevas
orientaciones del trabajo han terminado por desdibujar los rasgos sociales que
servían para distinguir a unos de los otros.
Con esta nueva situación es necesario ampliar las miras de los instrumentos que
sirven para ordenar el crecimiento y distribución de este continuo urbanizado -casi
siempre mucho más evidente en el caso de la capital provincial-, que tendrá un
alcance variable, según la ciudad de la que se trate, las actividades que la definan o
la estructura del poblamiento de su provincia.
En los alrededores de las capitales provinciales se concentran hoy carreteras,
vías férreas y usos del suelo, imprescindibles para el buen funcionamiento de la
ciudad, pero todos de variopinta actividad (depuradoras, polígonos industriales,
almacenes, depósitos, escombreras, basureros, etc.), y todos compartiendo el
espacio común con las nuevas urbanizaciones de primera residencia y áreas
agrícolas relictas que acabarán por sucumbir a la tentación más lucrativa de la
construcción. Si se deja crecer al libre albedrío este complejo conglomerado, el
espacio geográfico perderá cualquier posibilidad de ordenación racional.
Cuando la madurez espontánea del crecimiento de una ciudad termina
estableciendo vínculos permanentes con los municipios próximos y demuestra más
dinamismo que los planteamientos de ordenación municipal que fija cualquier Plan
General de Ordenación, ha llegado la hora de revisar el planeamiento. Esta vez,
desde otra dimensión. Con una panorámica distinta que sea capaz de aceptar la
superación de los modelos municipales, próximos al agotamiento, y entienda e
integre aquellos otros, mucho más complejos y costosos, de una comarca urbana
funcional. El problema es mucho más serio de lo que a simple vista pueda parecer,
porque una orla periférica que no está ordenada de forma integral, actúa como si
fuera una plaga de voraces termitas, y éste es el momento de atajar sus aviesas
intenciones.

1 de abril de 1999
URBANISMO EN CASTILLA Y LEÓN

(I)

El quince de abril se publicaba en el Boletín Oficial de Castilla y León el texto


con la Ley 5/1999, de 8 de abril, de Urbanismo de Castilla y León, muy esperada por
todos, profesionales, técnicos y el resto de los interesados por conocer la primera
Norma autonómica de obligado cumplimiento que está dedicada exclusivamente al
Urbanismo, y que desciende más en la especificidad, después de que fuera
aprobada la Ley 10/1998, de 5 de diciembre, de Ordenación del Territorio de la
Comunidad de Castilla y León.
La gestación de la Ley -hija directa de los contenidos redactados para la Ley
valenciana-, ha sido prolija en participaciones y discusión -lo cual está muy bien-,
llamando y aceptando los criterios y puntos de vista de cualificados técnicos del
urbanismo real, de todo el territorio de la Comunidad, con una especial participación
de algunos afincados en nuestra ciudad, de reconocida solvencia técnica, algo que
nos llena de orgullo a los salmantinos y en cierta forma también a ellos, aunque su
discreción se lo impida.
Antes de comentar algunas cuestiones de indudable interés para el futuro de
todos nosotros, como habitantes arropados por sus determinaciones, sí me gustaría
manifestar en esta primera aproximación una cierta sorpresa porque no se haya
cuidado la redacción con el suficiente esmero en un texto legal semejante, porque
de haber sido así, no encontraríamos giros del tipo «habida cuenta de»,
«indisponibles», «por de pronto», «regularizar», por regular, «exigibilidad», en lugar
de exigencia, el uso muy discutible (porque tenemos palabras en español para ello)
del término anglosajón mal traducido de «sostenibilidad», «ejecutividad»,
«compleción», por completar o el despiste de poner con mayúsculas el mes y con
punto el año -1.999-, en la Disposición final, encima de la rúbrica.
Los objetivos que la Ley sintetiza a través del preámbulo de la Exposición de
Motivos son los siguientes: simplificar la compleja normativa que ha regulado la
gestión del urbanismo desde la Ley del Suelo de 1956, en el nuevo ámbito
autonómico; adaptarla a las particularidades y problemas de la Comunidad;
fomentar la transparencia administrativa, la cohesión social, la protección del
medio ambiente y el patrimonio, y mediar en la práctica del urbanismo con los
instrumentos precisos para que cada Administración pueda desarrollar su modelo
urbanístico, según las propias necesidades, atendiendo con prioridad al principio
irrefutable del interés general.
Merecerá la pena subrayar en su momento algunos contenidos enmarcados en
las determinaciones anteriores, por la novedad y la regulación necesarias que se
venían reclamando en el ámbito del planeamiento urbanístico. Sólo el grado en que
sean aplicados éstos servirá como indicador del nivel de acierto alcanzado.

2 de septiembre de 1999.

(II)

Una de las novedades destacadas de esta nueva Ley es la atención que dedica el
título segundo, que trata sobre el Planeamiento urbanístico, al desarrollo
equilibrado y coherente y la protección del medio ambiente, el patrimonio cultural,
la calidad urbana y otros criterios como la cohesión social o la distribución
equilibrada de cargas y beneficios de la actividad urbanística. Se pretende que
muchos de estos criterios sean nuevos hábitos sociales y terminen asimilándose por
la sociedad para conseguir que, en un plazo corto de tiempo, se transformen más
bien en hábitos culturales. El desarrollo de sus contenidos lo establecen en la Ley sus
artículos 36, 37, 38 y 39.
Con estas premisas, la primera de las medidas para favorecer la mejora de la
calidad de vida será el control de la densidad tanto de edificación como de
habitantes, fijando un límite de 70 viviendas por hectárea como techo
recomendable en municipios de más de 20.000 habitantes. Al establecerse en el
planeamiento la protección del medio ambiente como un objetivo básico se toman
una serie de medidas con esta orientación: la red de vías publicas se diseñará de
acuerdo con las necesidades del transporte público y de los recorridos peatonales;
se depurarán las aguas residuales y los residuos generados por la ciudad; los
elementos de paisaje y vegetación situados sobre el suelo urbanizable, sujeto a
futura transformación en urbano, deberán añadirse a los nuevos espacios; en suelo
rústico -el protegido de los procesos de urbanización-, tendrán que fijarse las
medidas necesarias para conservar y recuperar espacios naturales y ecosistemas.
También el planeamiento urbanístico mantendrá como finalidad intrínseca a su
actividad la de proteger, conservar y recuperar el patrimonio arqueológico, los
espacios urbanos y arquitectónicos singulares y las formas de ocupación humana
que tradicionalmente se han aplicado por las comunidades rurales, según fueran las
necesidades y peculiaridades de éstas. En los cascos urbanos consolidados, la
trama, las alineaciones y las rasantes deben preservarse, salvo aquellas
circunstancias en las que la mejora de las condiciones sociales del conjunto
afectado recomienden su alteración. En el caso de los conjuntos históricos
declarados como Bienes de Interés Cultural, las obras de reforma o ampliación
deberán ser respetuosas como los parámetros de altura, volumen, color
composición y fábrica.
Tratando de abandonar malas y añejas prácticas desgajadas como hábitos desde
la Ley de 1956 y, en menor medida, en las siguientes, la Ley fija la obligación de
crear reservas de suelo destinado a dotaciones urbanísticas como vías públicas,
servicios urbanos, espacios libres y equipamientos comunitarios de todo tipo
(culturales, sanitarios, deportivos, comerciales, etc.), procurando favorecer la
mezcla de grupos sociales, usos y actividades.

16 de septiembre de 1999.

(y III)

La Ley de Urbanismo de Castilla y León aborda con un interés especial -así lo


indica en su Preámbulo- el régimen del suelo rústico, «buscando aproximar la
regulación legal a la realidad regional». Con el fin de zanjar la discrecionalidad
municipal acostumbrada de muchos ayuntamientos para calificar suelos
urbanizables, la Ley prevé un grado previo de protección que impone la
transformación de los terrenos en rústicos, en cuanto las características no
favorezcan su uso para fines de urbanización.
En el Capítulo II del Título Primero se trata su definición y categorías. Tienen
condición de suelo rústico los terrenos que deben ser preservados de urbanización,
por tener un régimen de protección, valores culturales, productivos, paisajísticos,
históricos, arqueológicos, científicos, educativos, recreativos o de otro tipo, y
también aquellos amenazados de riesgos naturales o tecnológicos, tales como
inundaciones, erosión, hundimientos, incendios o contaminación de diverso grado.
El planeamiento general podrá distinguir hasta ocho categorías distintas del
mismo: suelo rústico común (terrenos que no pertenecen a otra categoría); suelo
rústico de entorno urbano; suelo rústico con asentamiento tradicional (formas
históricas de ocupación y explotación); suelo rústico con protección agropecuaria;
suelo rústico con protección de infraestructuras; suelo rústico con protección
cultural (aquel ocupado por Bienes de Interés Cultural); suelo rústico con
protección natural (Espacios Naturales Protegidos, cauces, riberas, fondos,
márgenes, humedales) y suelo rústico con protección especial (terrenos con
amenaza de riesgos naturales y tecnológicos).
El Capítulo IV del Título Primero aborda los deberes y derechos del suelo
rústico y las autorizaciones y limitaciones sobre él. En general, sobre el suelo
rústico estarán prohibidas las parcelaciones urbanísticas que no fueran producto de
un planeamiento urbanístico determinado. En los suelos rústicos de entorno
urbano y rústico con protección, por ejemplo, estarán prohibidas las actividades
extractivas (minería, canteras, áridos), los usos industriales, comerciales o de
almacenaje y la vivienda unifamiliar aislada.
En el Capítulo V se aborda, entre otros, el régimen del suelo rústico común.
En este caso se determina que la altura máxima deberá ser de dos plantas,
exigiendo la adaptación a las características del entorno y paisaje, en cuanto a
situación, uso, altura, volumen, color, composición, materiales, etc.; con respeto
incluido a la vegetación. Esperemos que muchas de estas determinaciones y otras
más contribuyan a corregir algunas tendencias muy asentadas en nuestros ámbitos
rurales de Castilla y León y sirvan con su aplicación y cumplimiento para mejorar la
calidad del medio rural, tan olvidado por todos, salvo cuando se trata de
esporádicas salidas con afán de turismo rural.

23 de septiembre de 1999
¿PLANIFICACIÓN O DESORDEN?

Hasta que se tomó la decisión de revisar la planificación urbana del municipio


de Salamanca, allá por 1975, rompiendo definitivamente con formas poco efectivas
de interpretar la ciudad, el desarrollo de Salamanca manifestó en cada época un
empecinamiento contumaz en seguir las decisiones más comunes derivadas de las
directrices marcadas por la Administración central, con más pena que gloria, en
consonancia con el ritmo cansino que exigían sus escasos recursos de desarrollo.
No daba para más. Los modelos de análisis territorial y urbano propuestos por
los urbanistas encargados de redactar el nuevo planeamiento, sirvieron para
determinar rápidamente cuáles eran los puntos débiles del territorio sobre el que
crecía Salamanca: el río Tormes y los municipios que se encontraban alrededor de
la capital. Todo quedó perfectamente demostrado en el verano de 1980, momento
en el que comienza a disponerse de documentación redactada.
En los sucesivos y completos documentos que se fueron elaborando y
revisando, gracias a la frenética actividad productiva del equipo responsable,
siempre estuvo muy claro que las características territoriales sobre las que se
perfilaba el municipio salmantino debían encaminar, de forma incontrovertible, la
decisión final de interpretar su planificación urbana, con una escala integral, capaz
de superar la rigidez de la demarcación municipal.
No era un modelo de ordenación desconocido entonces, puesto que se había
aplicado en otros municipios, eso sí, con mayor población. De todos aquellos
trabajos, idas y venidas, ideas y discusiones, la esperanza se tornó en desilusión y
Salamanca se vio necesariamente replegada a ordenarse municipalmente, yendo en
contra del modelo más razonable y aventajado que debería haberse tomado
entonces.
Han transcurrido dieciocho años de todo ello. La capital y sus agentes aceptaron
las nuevas reglas del juego que la legislación urbana y las determinaciones del Plan
General fijaron en su momento, creando una ciudad nueva correcta, desde los
puntos de vista más importantes (densidad, equipamientos, urbanizaciones,
accesos). En cambio, los municipios colindantes han seguido otros derroteros,
dejándose seducir para terminar consintiendo una auténtica colonización
residencial de baja densidad pero de muy considerable superficie, sobre los
terrenos más sensibles, entremezclándose con usos y actividades inapropiados que
no cita la publicidad inmobiliaria.
La periferia salmantina, aunque modesta de extensión, es un caos difícilmente
corregible hoy y su desorden afecta al medio natural que forma el curso del río
Tormes, a la estructura territorial de las comunicaciones y las pocas actividades
productivas, al funcionamiento diario de la ciudad, a la eficacia de los servicios
públicos. Mientras esto no se evite coordinadamente de poco servirá revisar el Plan
General y aplicar sus determinaciones municipales.

14 de octubre de 1999.
COORDINACIÓN

La historia de la planificación urbana en los últimos cien años ha


experimentado una constante evolución que se ha movido desde la aplicación de
los primeros planes al detalle, puntillosos, singulares, con precisión «al estilo
Cerdá», hacia nuevas interpretaciones en el panorama del ordenamiento urbano
que indicaban la obligación de analizar los fenómenos desde escalas muy
superiores.
Evolución y cambios han ido siempre sostenidos por una legislación que
también evolucionaba -aunque menos al unísono de lo esperado-. El hecho
urbano, el uso que de la ciudad realizan sus pobladores, el desarrollo social
continuo y cambiante a la vez, no son elementos que ayuden al legislador para
anticipar con su doctrina futuras terapias que corrijan las tendencias de quienes
usan la ciudad. Más bien al contrario: el legislador suele ir a la zaga de lo que ya ha
sucedido y sólo recurre al uso y estudio de la legislación comparada cuando es
demasiado tarde.
Estamos sobrados de referencias de mal y buen hacer en la gestión y
crecimiento de las ciudades, por todo el mundo urbano europeizado. Si somos
capaces de analizar los procesos de desarrollo en modelos tan alejados del europeo
como son las ciudades americanas, aprendemos -es un decir-, y copiamos
referencias de ellos -esto es lo más grave-, no veo por qué no podríamos anticipar
con solvencia qué ocurrirá en muchas de nuestras ciudades españolas, echando una
ojeada a los resultados manifiestos en el resto de urbes europeas. Sobre todo
porque disponemos de un elemento común a casi todas ellas: la destrucción y
posterior reconstrucción tras la segunda guerra mundial. No hay nada más
incontrovertible que esto, ni nada que conceda más experiencia.
Todas las regiones con ciudades de distinto rango que han sabido organizar
sus modelos de planificación urbana lo han hecho porque disponían de una
legislación donde se consideraban estas posibilidades -nosotros, bajo el modelo
autonómico, también la tenemos-, pero el éxito de sus proyectos ha radicado
siempre en la coordinación de todos los efectivos implicados y afectados en este
proyecto -en este caso nosotros no podemos dar muchas lecciones-. Esta es la
clave que asegura un resultado óptimo a cualquier propósito que pretenda integrar
los esfuerzos de muchos organismos e instituciones en pro de una planificación
territorial supramunicipal.
Sin embargo, hay que creer en ello y en otras razones que podríamos definir
como de «fuerza mayor», donde el interés del conjunto social debe estar por
encima de las trabas, garlitos y ardides de los equipos responsables de tomar las
decisiones. La coordinación supone, además, tener las ideas claras y el horizonte
expedito, y no andar con el pensamiento distraído en otras flores. A veces es
incluso bueno innovar con propuestas de hondo calado, que rompan inercias,
acerquen posturas y coordinen iniciativas que ordenen el territorio urbano.

18 de noviembre de 1999.
PLANIFICACIÓN COMPARADA

Los términos usuales en los que se emplea el recurso de la comparación, ya sea


en la ciencia o en la vida común de cada uno, pretenden ser, casi siempre, fórmulas
magistrales que nos sirven para determinar rápidamente cuál de los aspectos de la
disquisición a la que nos enfrentamos resulta mejor, y la más reciente acostumbra a
valorarse como tal -por moderna y efectiva-.
En la evolución del pensamiento contemporáneo respecto del urbanismo y la
planificación, estas arbitrariedades de recurrir a la comparación con afán de
minusvalorar lo de antaño resultan simplificaciones sólo explicables por una
incapacidad manifiesta de incardinar los criterios y el análisis, al contexto donde
aquella se circunscribe, empobreciendo la perspectiva y el rigor.
En este sentido, y con tales argumentos, no pocos han desmenuzado con saña
los postulados urbanísticos de la reconstrucción emprendida por los sucesivos
gobiernos falangistas, una vez terminada la guerra civil. Para quienes, por razón de
edad, no hemos vivido enclavados en la sociedad franquista y su modelo de vida y
cultura, la lectura en su momento de los textos del ideario político y social de
antaño nos dejó, como mínimo, estupefactos, aunque a esta incredulidad sobrevino
una fase de interés por tratar de entender las razones de tales argumentos.
Por su parte, las perlas con las que se adornaban todas las Memorias que servían
para justificar la planificación del urbanismo de posguerra, siguiendo un modelo de
barrios celulares autosuficientes, con una zonificación estricta que repetía en sus
interiores la distribución nada casual de la iglesia, el jardín infantil los Grupos
escolares de niñas y niños, el edificio para el Frente de Juventudes, la Casa
municipal, el Mercado, el Campo de Deportes, incluso, el consabido Monumento a
los Caídos, encontraban su Justificación recurriendo, también ellos, a comparar
con lo anterior, donde el desorden era la norma y el caos parecía reinar por
doquier.
Este paupérrimo argumento simplificaba, con desdén, inquina e injusticia,
mucha de la teoría sobre los ensanches, que fue pasando por la Monarquía, la
Dictadura y la República, con la única mácula de su incapacidad para aplicar con
eficacia aquello que rezaba en los papeles y que tenía, leído hoy, una gran riqueza
de matices en el difícil campo de la planificación urbana, cuando se trataba de
aplicarla sobre ciudades que en sí mismas mantenían las trazas de poblachos
ajados.
La crítica feroz de «intelectuales-profanos» (no siempre es una paradoja este
maridaje), ha sido en cada época, y es incluso hoy, un error en el que casi todos
incurren, por sistema o por pura molicie intelectual, sin tratar de comprender los
contextos en los que los hechos suceden. La comparación adquiere entonces su
peor faceta porque discrimina sin argumentos, simplifica sin conocimientos y lo
arrincona todo en el desván más obscuro.

9 de diciembre de 1999.
PERIFERIAS

La futura revisión del PGOU-1984 dirigirá parte de los esfuerzos, al parecer, a


fomentar unas relaciones más fluidas con los municipios vecinos, afectados por la
proximidad geográfica de la capital y su desarrollo urbano e igualmente en
continuo proceso de transformación, desde mediados de la década de 1970. Se
adivina la preocupación por buscar una solución intermedia en la ordenación que
palie el más que justificado y teórico tratamiento comarcal, hoy descartado.
Con estos supuestos es necesario reunir en la negociación a Organismos como
la Junta de Castilla y León, la Excma. Diputación, el Excmo. Ayuntamiento de
Salamanca y Ayuntamientos afines al territorio interesado (teóricamente comarcal),
la Universidad, la sede en Salamanca del Colegio de Arquitectos de Castilla y León
e inmobiliarias y empresas implicadas, con un propósito prioritario: analizar el
proceso reciente de ocupación residencial unifamiliar en la periferia de Salamanca y
escudriñar los mecanismos que lo provocan, el estado de la cuestión hoy -
cambiante a velocidades de vértigo-, su proyección futura y la repercusión espacial
sobre el territorio.
Con estos propósitos cabría analizar los siguientes aspectos: la planificación
sectorial en los municipios colindantes, desglosados en función de las orlas
sucesivas de ocupación; localización y descripción sistemática y completa del
número de urbanizaciones hechas, y previstas y de la estructura del parcelario de
rústica y urbana. Mediante un análisis sociológico de campo, profundo -evitando
generalidades estadísticas-, averiguar el número de habitantes en cada una; la
estructura demográfica; composición familiar; situación y relación laboral de los
residentes con la capital; frecuencias de desplazamiento; número de vehículos por
familia y urbanización; accesos; sistemas de transporte alternativos al automóvil;
análisis completo de aforos en la salida de cada urbanización y otros en las
avenidas de contacto con la ciudad, según horas del día y días de la semana.
Convendría un análisis de la repercusión que el uso de las nuevas áreas comerciales
periféricas impondrá en la margen izquierda, calculando el incremento de los flujos
rodados.
Mediante encuestas a quienes vienen de fuera y trabajan en la ciudad, podrían
trazarse los recorridos rutinarios de aparcamiento y trabajo que tengan, según sus
horarios laborales, y evaluar, así, el potencial espacial de aparcamiento, por zonas.
Debería estudiarse al mismo tiempo, la capacidad real de aparcamiento en la ciudad
hoy, por sectores, tanto en el perímetro urbano de influencia del Casco Histórico -
aparcamientos disuasorios- como en los barrios de nueva incorporación, porque lo
más razonable para un tratamiento respetuoso con el Centro Histórico y
tradicional de Salamanca es reforzar el carácter peatonal actual y perder con ello
plazas de estacionamiento que deberán compensarse en otros espacios.

6 de enero de 2000.
CAMBIOS DE ESCALA

El mejor sistema para analizar si los problemas que atribuimos a Salamanca lo


son de verdad, y calibrar su proporción verdadera es pasar una temporada viviendo
en una gran ciudad. Así de cierto.
La tendencia a exagerar en los análisis territoriales es bastante frecuente, de
siempre. Tiene un origen cierto y hasta comprensible en lo mucho que nos afecta
lo propio, lo próximo y cotidiano, a veces hasta extremos de exageración
desmesurada. Todo se debe a un inadecuado uso de escalas y proporciones. La
percepción de aquello próximo exacerba cualquier análisis y añade, de forma
automática, el distintivo de la fatalidad a lo que nos rodea. Ya no hay remedio.
Estamos en el peor momento. No hay marcha atrás. La realidad nos desborda.
En el estudio de una ordenación territorial de escala media, como es el caso
salmantino, las fronteras de la prevención, protección y ordenación del espacio
geográfico a veces se proyectan con la facilidad que existe para usar un plano
topográfico y unas cifras del Instituto Nacional de Estadística, trazar líneas
isocronas, puntos de interés, zonas con problemas, sistemas generales de
comunicación y cualquier otro elemento espacial que de un vistazo pudiera
ayudarnos a reforzar nuestra teoría apocalíptica. Las opiniones de unos alimentan
las de otros, pero multiplicándolas, y el efecto final sobre cualquier decisión
política tiene una resonancia que para sí quisieran áreas urbanas tan significadas
como la madrileña. Visto desde la propia ciudad, lo nuestro parece «lo más de lo
más» y las discusiones semánticas para definir las modestas áreas de influencia de la
ciudad de Salamanca van desde el concepto de «área metropolitana» al de
«aglomeración urbana», «área de influencia» o «territorio supramunicipal».
Si algo tiene de importante la Geografía aplicada a la ordenación territorial, es su
capacidad para dominar, con rigor en el análisis, diversas escalas espaciales.
Teóricamente es esta habilidad para desenvolverse entre tanta diversidad de
espacios geográficos complejos la que debe otorgarle un mejor nivel de
observación y, en consecuencia, un acertado y útil diagnóstico territorial. Pero
faltan por añadir otros ingredientes a esta fórmula magistral teórica. Y siempre son
los mismos.
La Geografía hoy acostumbra caer en redundancias y exposiciones descriptivas,
muchas veces carentes de la base necesaria, porque, con el apremio por generar
documentos y estudios a la velocidad del rayo o de los presupuestos extra de
fondos diversos, públicos y privados, no se ha sopesado bien cuál es el factor
básico para hacer frente al nivel y variedad de resultados que hoy se exigen en una
sociedad competitiva, veloz y cambiante: el conocimiento, además de amplio,
necesita una adecuada madurez. No se descubre nada. Esto lo saben en los
gabinetes de Recursos Humanos de las empresas serias.

19 de octubre de 2000.
LAS DOT

El documento redactado y publicado para su discusión durante 3 meses


denominado «Directrices de Ordenación del Territorio de Castilla y León» (DOT),
sigue las indicaciones que en su momento fijó la Ley 10/1998, de 5 de diciembre,
de Ordenación del Territorio de la Comunidad de Castilla y León. Como tal informe
conciliábulo, no es definitivo. Menudo alivio. Quienes no posean el libro, pueden
acceder a la documentación requerida con suma facilidad en la dirección de
internet: http://www.jcyl.es/jcyl/cf/dgvuot/directrices-ot/ e incluso participar en
un foro de debate. El capítulo 17 (p. 110), «La escala intermedia», tiene un epígrafe
titulado: «Determinaciones de aplicación “orientativa” -sic- (con lo fácil que
hubiera sido escribir “orientadora”) para las Áreas Funcionales del Territorio», de
carácter general. Se trata de sugerencias por espacios geográficos, que facilitarán la
redacción posterior de las «Directrices Subregionales» de cada área funcional.
Salamanca capital y su ámbito de influencia están en las páginas 147-148 y se
despachan con 11 puntos memorables.
Estos 11 apartados actúan como pautas; guías espirituales para profundizar
después. Recordemos que Salamanca es uno de los cuatro nodos primarios que
sugiere el esquema territorial de la ordenación en Castilla y León. Las propuestas
ocupan 1.158 palabras, 12 párrafos, 91 líneas y 7.702 caracteres con espacios. En
poco más de media hora dedicada a la labor, los contenidos, desbastados de paja y
vacuidad, han quedado reducidos -sin merma de ideas- a 920 palabras, 9 párrafos,
71 líneas y 6.175 caracteres. Y no he querido hacer una segunda revisión. Me asaltó
la necesidad vital, después de leer ejemplos de este jaez (tomen aire): «La puesta en
marcha de un Programa de Dinamización para el Nodo de Salamanca aparece
como la opción de dinamización y ordenación más eficaz para desarrollar y
articular estas propuestas, impulsando un programa de actuaciones de potenciación
urbana de amplio alcance». Me encanta la perífrasis.
Advierto, para quien no conozca las DOT todavía, que en ellas se atribuye a
Salamanca la futura categoría de mater turística de la región, como forma de
desarrollo (de la industria no se dice nada. ¿Para qué? Como no tenemos, es mejor
quedarnos igual, ¿no?...), sugiriendo crear «paquetes turísticos» (¡esto se pone
verderol!). Ahora resulta que Salamanca es «Nodo de excelencia en los ámbitos de
la cultura, la educación, el patrimonio y las actividades turísticas y económicas
relacionadas con estos elementos». Y nosotros sin saberlo hasta hoy. Originales
tope guay. Recemos para que los salmantinos que se lean los párrafos del
documento (ármense de paciencia) remitan oleadas de preguntas y exigencias de
revisión a la Junta. Nos va mucho en ello.

22 de febrero de 2001.
PARADOJAS URBANAS

Hace poco releía los pasajes que en 1845 escribió Federico Engels en su ensayo
titulado La situación de la clase obrera en Inglaterra. Tenía entonces veinticinco
años. Llevaba viviendo tres en Manchester, donde se trasladó para trabajar en una
fábrica. Dotado de un indudable talento para censurar la sordidez y miserias de los
aduares fabriles en que se habían convertido los barrios obreros, completó su
descripción con conocimientos muy amplios de la legislación inglesa, en ese campo
de la vivienda y las condiciones sociales de los trabajadores industriales.
Es un texto sobrecogedor que sirve para comprender de qué forma y con qué
costes sociales se fueron construyendo, dentro del vértigo general, aquellas
ciudades industriales, al son que interpretaran las oleadas de máquinas e ingenios,
inventados a una velocidad nunca vista. Cuando se repasan las enciclopedias que
sintetizan la historia de los inventos, se coteja con cierta facilidad la equidistancia
entre hombres, máquinas y nuevos artificios. Es el proceso creativo de la segunda
revolución industrial. Pero esta relación se acentúa al incluir la base urbana sobre la
cual se dieron. ¡Cuántos esfuerzos, cuántas miasmas, cuánta ingente población
sufriendo sus vidas miserables!
Exactamente 155 años después de narrar aquellas fatalidades, las ciudades han
renunciado a crecer así -salvo en la inquietante e ignota China-. Amparadas en la
protección de las Comunidades de países y en las llamadas «políticas sociales del
bienestar», discurren en su ralo proceso demográfico, con la mentalidad e
intenciones más propias de un refinado balneario. Ahora nuestras ciudades y
pueblos no crecen a golpe de tecnología fabril. Casi no crecen a golpe de nada, si
no es por imagen. Todo muy sutil. Al terminar la centuria precedente surgió un
fenómeno que hoy perfecciona su futuro entre nosotros. Se observa fácilmente.
Veamos.
Las poblaciones que, según su umbral de actividades, se encuentran deprimidas,
presentan disfunciones demográficas profundas -tanto de envejecimiento como de
despoblación-, adolecen de escasa capacidad para innovar, no tienen actividades
que generan empleo o, aun siendo recoletas en su postración, poseen un
patrimonio monumental de cierta importancia, están de suerte. Ahora se vende lo
cultural como un producto de consumo que contribuye al crecimiento urbano y a
la prosperidad rural. No importa cómo esté una comarca ni dónde se encuentre. Si
posee monumentos y, además, el paraje mantiene su interés ambiental, todo
resuelto. El maná de los fondos para el desarrollo local hasta el año 2006 hace
milagros. Luego, todos dignos, cultos y patrimoniales. Todos en ruta. El
patrimonio de lustre súbito, buscado con apremio para enseñar, es el cáncer de la
mercadotecnia que transformará los espacios históricos rurales y urbanos en algo
artificial. Pero nadie dice nada. Silencio, silencio.

8 de marzo de 2001.
RENOVARSE O MORIR

No existe falacia más contumaz en cierto urbanismo actual que fomentar la idea
manida pero obsoleta en tiempos de economías oportunistas tan dinámicas, de que
la ciudad es, sobre todo, lo que su tradición simbólica indica y, por tanto, la
ordenación de propuestas que organizan el espacio tiene que plegarse al modelo
tradicional -sea cual fuere- surgido en la segunda década del siglo XIX, y maduro
en el transcurso del siglo XX.
Dicha aseveración, que se explica en muchas formas de hacer la ciudad ahora,
contrasta y se topa con dos constantes, una tradicional y otra novedosa. La primera
defiende la idea amable y antropocéntrica del hecho urbano como un
conglomerado difuso de factores económicos, culturales y políticos, auspiciado por
generaciones que se yuxtaponen y suceden. La segunda, de insana actualidad,
muestra cómo la ciudad presente se afecta por el mal de la globalización. El
marchamo de urbanismo de calidad reduce entonces la comprensión de lo urbano
a elementos simbólicos que funcionan como totems y se multiplican por doquier,
al albur, creando ciudades nuevas dentro de cada ciudad, despersonalizadas, unidas
al resto consolidado meramente por el hilván del viario. Los equipamientos
comerciales y los culturales imponen el urbanismo y la estructura. De esas dos
sendas, la segunda, la de la globalización -así conocida hoy en la jerga también
extendida de un lenguaje cada vez más banal-, causa efectos dañinos en el
planeamiento y en sus previsiones.
La fórmula tradicional del estudio y redacción de los Planes Generales debería
revisarse con urgencia. El estatismo y la fijeza de los conceptos que en ellos se
aplican están comenzando a demostrar su ineficacia frente al estandarte atrevido,
vulgar y soez de la globalización, cuya capacidad vertiginosa para crear necesidades
donde antes ni existían, cuya habilidad para trastocar las previsiones equilibradas,
atiende sólo al interés económico y mimético de la multinacional del ocio, que ora
se trasplanta aquí, ora se impone allá. Vivimos en el reino del oportunista, fruto de
la segunda generación democrática, tratando de hacer negocios en la ciudad de
todos, a golpe de las modas y del interés individual, sin una visión de conjunto.
Pero también en la legislación urbanística española existe una peculiaridad que
debe cambiar: la figura clave del planeamiento urbanístico vigente es la
«urbanización».
El urbanismo ha quedado reducido al proceso tripartito de «planificación-
urbanización-edificación», que proporciona la seguridad de una aprovechamiento
previo (ex ante), un hecho insólito en la legislación urbanística mundial, salvo Corea
y algo Japón (sociedades con fuerte arraigo histórico feudal). Según el prestigioso
jurista Luciano Parejo Alonso, en España la legislación urbanística mima al
propietario, quien patrimonializa la ciudad con figuras como la reparcelación, en las
Juntas de Compensación. Cuánta razón tiene.

12 de julio de 2001.
NEOLIBERALISMO URBANO

Los primeros experimentos de neoliberalismo urbano en España comienzan al


desarrollar los preparativos del gran carnaval de imagen y triunfo que se anticipaba
fuera el año 1992. Las ciudades de Barcelona, Madrid y Sevilla se convirtieron en
laboratorios, experimentales y aplicados, de una forma distinta de crear ciudad,
usando los tejidos desbaratados de antiguas zonas portuarias o recuperando y
transformando espacios de erial o con ordenaciones distintas en otros de nuevo
uso. En el fondo, el esfuerzo tenía una matriz clara, aunque no tan explícita para
todos: mostrar al mundo, mediante la imagen y la función urbana sectorial, qué es
lo que podía ofrecer una ciudad grande (para la escala en que nos movemos en
España) al mundo que la observaba y visitaba, tras un periodo acelerado de obras,
reformas y nuevos proyectos.
El resultado de esa combinación de alambique no parece llevar el marchamo de
permanencia propio de una evolución urbana compleja -aunque después allí quede-
sino de un urbanismo que improvisa con muchos fondos e inversiones y que
maquilla más que transforma. Las excepciones son, naturalmente, obvias para
todos en los casos de Barcelona y Sevilla. Pero esas exitosas singularidades -
también los exitosos fracasos, valga la paradoja-, como siempre ocurre en
circunstancias semejantes, son el producto de aciertos planificadores o de alguna
genialidad, pero siempre combinada con otros azares sociales difíciles a veces de
predecir, para lo bueno y malo. Han transcurrido escasamente nueve años, tiempo
insuficiente para continuar con los triunfalismos de este nuevo modelo que
transforma las ciudades por secciones a golpe de talonario quinquenal, gracias a los
magnánimos fondos de la madre Unión Europea y sin los cuales sería difícil ni tan
siquiera imaginar que esto pudiera ocurrir, dadas las depauperadas arcas del
municipio medio español. Y no digamos de las capitales de provincia.
La historia enseña cómo la ciudad se construye con y por símbolos e incluso las
imágenes mentales de la misma -sea aldea, pueblo o capital- adquieren su sentido
pleno. ¿Pero cuál es el propósito del urbanismo neoliberal? ¿Crear nuevas alegorías
del progreso sobre solares antiguos? ¿Invertir en continentes culturales «macro-
mega grandiosos»? ¿Es un urbanismo en función y beneficio del ciudadano y sus
necesidades o es, por el contrario, una neoliberalidad que funciona como reclamo
del visitante inquieto y su ocio ávido de instantáneas? ¿Es un modelo de ciudad
para explotar la rentabilidad interior o para proyectar holografías con lo mejor de
cada casa, y que el euro fije después el éxito? Para los urbanistas actuales de la
periferia y el interior, la ciudad de Valencia, con su transformación-espectáculo, es
el modelo por excelencia hoy de este neoliberalismo urbano. El espejo adonde
todos miran y apuntan con disimulo, aunque no lo quieran reconocer. Pasen y
vean.

4 de octubre de 2001.
CIUDADES EN TRANSICIÓN

Las ciudades históricas rehabilitadas empiezan a sufrir problemas de desviación


funcional. Una vez que se rehabilitan algunas funciones olvidadas en los centros
históricos, y se promueven actividades, parece alejarse así el fantasma de los
«vacíos urbanos» que tanto aterraba a la teoría urbanística del restauro dei monumenti.
Su ciclo de rehabilitación concluye, y hay cierta inclinación a pensar que lo
necesario a partir de entonces sería orientar los esfuerzos hacia otros espacios que
ni son centros, ni rondas, ni áreas determinadas o definidas por un cliché
planimétrico de ordenación urbana. Sin embargo, esto nunca es así de lineal.
Hace dos años me comentaba el catedrático de Urbanística de la Universidad de
Valladolid, Alfonso Álvarez Mora, su preocupación sobre la costumbre extendida
de definir espacialmente las áreas históricas dentro de un Plan, con precisión de
parcelario convencional pero estableciendo artificialmente los límites. Esto
produce indeterminación y desamparo, al excluir el resto de las zonas de borde,
que en apariencia no son históricas, en pleno contacto con lo declarado como
histórico. Son sectores que habitualmente pertenecen a una morfología de
urbanismo de posguerra, de los años 40 y 50.
En Salamanca sólo existe una barriada de esta índole, inmediata al límite del
Plan Especial, el barrio de San Bernardo -y únicamente la primera de sus fases, sin
transformación estructural-, hoy sometido a un dinámico proceso de rehabilitación
funcional y residencial por la proximidad al Campus «Miguel de Unamuno».
La transición de las ciudades históricas por el siglo XX obliga a enriquecer sus
patrones de singularidad arquitectónica y urbanística con el ejemplo de nuevos
espacios y construcciones que la cautela de los arquitectos al abordar la
arquitectura inmediata de posguerra impide valorar en su justa medida, o incluir en
los nuevos catálogos de la herencia urbana.
Tal es el caso de la selección efectuada para la Guía de Arquitectura del COAL en
Salamanca (donde echo de menos muchos edificios singulares espléndidos, nacidos
de la fábrica arquitectónica de los años 40 y 50, por no citar un análisis más digno
de barrios de extraordinaria factura conceptual desde el punto de vista urbanístico,
como el barrio de la Vega).
La idea de qué es histórico evoluciona como lo hace nuestra propia vida. Es
necesaria una revisión profunda, rigurosa y distinta.

7 de marzo de 2002
¿QUÉ MODELO DE CIUDAD?

Explicaba la semana pasada D. Enrique Rivero, catedrático de Derecho


Administrativo, en el contexto de los cursos de verano de Zamora, que la fórmula
más adecuada para comprender el significado real del Estado de las Autonomías
actual es comparar la legislación autonómica con la nacional en materias como el
urbanismo, la ordenación territorial u otras afines, por el grado de implicación
social que supone su aplicación, y así establecer las diferencias (lo que, por
extensión, se denominan «hechos diferenciales»).
Tras este peliagudo ejercicio, la opinión que se forma un lego en asuntos
legislativos es que aquello está más cerca del disparate que del sentido común. La
estructura autonómica es pura esquizofrenia hoy. Nadie debería dudarlo. Cada
autonomía se está volviendo autonomista (es decir, busca lo propio para
significarse frente al resto).
Si descendemos al plano de los modelos territoriales, o al más específico del
tipo de ciudad o ámbito urbano -caso de Salamanca-, también se adivinan ciertas
inclinaciones a predefinir, desde ámbitos políticos supramunicipales, la imagen
futura que se quiere de la ciudad. Los técnicos estarán más o menos de acuerdo. Y
las diferencias se pactarán acordando (que es la fórmula suavona de aproximar
posturas).
Sí parece evidente que, desde los ámbitos autonómicos de decisión política, se
ha asignado a la capital salmantina (léanse algunos pasajes del texto de las
polémicas Directrices de Ordenación Territorial, en su documento de debate
publicado hace algo más de un año, hoy en fase de retoque) un carácter de ciudad
universitaria, cultural, turística; ya saben: una ciudad de encuentros. Pero no existe
referencia alguna a que aquello sea compatible con una ciudad industrial, por ser la
última capital en el eje europeo, antes de entrar en Portugal.
Sería imprescindible que los políticos -o sus asesores- leyeran con detenimiento
estudios recientes sobre la industria elaborados por profesores de Geografía de
Salamanca, porque son un ejemplo perfecto para comprender que el modelo
económico monoespecífico de ciudad de servicios tiene un futuro muy limitado.
Que lo que crea realmente riqueza diversificada y empleos es la industria.
Si Salamanca tuviera industria, además, se colocaría, por su posición geográfica,
a la cabeza de la vanguardia territorial. Quizá eso no interese.

25 de julio de 2002
NUEVAS FORMAS DE ESPECULACIÓN

La especulación en los ámbitos urbanos es consustancial a la historia de las


ciudades. Lo que varían son los modos y fines con que ésta incide sobre el espacio
construido o por construir. Pero el interés siempre es el mismo: enriquecimiento
personal para seguir alimentando los oficios y profesiones de unos pocos, y tal vez
así, envilecerse más.
Cabría preguntarse, tras tantas décadas de práctica del urbanismo, quién
construye la ciudad, al final. ¿Son los arquitectos y urbanistas? ¿Son los políticos y
oligarcas? ¿Son los empresarios locales? ¿Son los ciudadanos del común? ¿Son los
fondos europeos? O también preguntarse cuáles son los métodos para velar por
los derechos y deberes de sus habitantes: ¿Es la legislación nacional y autonómica?
¿Son las Normas de un Plan? ¿Es el sistema político de mayorías? ¿Son las
organizaciones sociales diversas? ¿Son las Academias competentes? ¿Son los Autos
judiciales?
Los profesionales de la res urbana podrán argüir que, con la legislación y la
norma, todo está bien pertrechado. Pues no. Sólo hay que tener memoria a corto
plazo para comprobar que, a pesar de esas supuestas protecciones que impiden
abusos y arbitrariedades, cualquier Plan se puede modificar en aspectos concretos.
Cualquier Norma puede matizarse. Cualquier expediente puede marearse y caer
desde una mesa, cajón o archivo, al rincón del olvido.
Las nuevas formas de especulación urbana ahondan precisamente en la Norma,
buscando resquicios y puntos de debilidad en la redacción del articulado, para colar
sus intereses. La particularidad actual es que todo ello se hace con la legalidad en la
mano; con acuerdos y lisonjas, a veces institucionales. Es legal modificar un Plan,
una Norma o cualquier otro mecanismo de control, mientras un Auto no diga lo
contrario. Y si no es así, pues se pleitea, que está de moda por unos y otros. Y lo
está porque las nuevas fórmulas de especulación no se detienen a practicar sólo la
presión indirecta; van más allá. Es una máquina imparable que sabe bien cómo
maquillar sus conspicuos intereses. Y ante aquello, en un sistema democrático no
cabe otra opción que denunciar para defender y defenderse.
La democracia ha permitido que los medios para conseguir fines tipo «Chicago
años treinta», hoy se revistan de educación, cortesía y reparto de intereses. Sin
violencias. Por eso es difícil advertir cuándo está sucediendo. Es terrible.

26 de septiembre de 2002
ESPACIO Y TIEMPO EN LA CIUDAD

Las ciudades se construyen por la suma y la combinación del espacio y el


tiempo. No tendría que existir una única historia de la ciudad; ni una ciudad
llamada histórica; ni una ciudad designada como moderna; ni una nueva ciudad.
Eso son convencionalismos necesarios para definir. Pero nada más.
La ciudad es una sucesión de momentos, y en cada instante es nueva y vieja,
moderna e histórica, patrimonial, especializada o multifuncional. La ciudad es una
entelequia de la construcción humana que no conoce fronteras y que remonta sus
primeros estadios de definición a los lejanos 8.000 años antes de Cristo. La
agrupación social organizada -que pudiera ser la definición más simple de ciudad-
es un hito cultural en continua transformación, sea cual sea el ritmo y grado de
evolución.
La ciudad se somete a los avatares que designan las modas y formas con que las
personas habitamos en sociedad. Y se modela con ellas. Es una fábrica colosal de
la aspiración humana. Ora es centro de poder, ora espacio lúdico, más tarde, quizá,
nada. Es, por tanto, un escaparate del espacio sólo definido por la impronta
arquitectónica de la memoria. Espacio y tiempo juegan con la ciudad y perfilan sus
funciones, en un proceso que no se detiene nunca. Que a veces avanza y otras se
ralentiza, pero siempre en entretenida mutación.
El espacio de la ciudad tiende a la extensión. Los territorios urbanos se
expanden fagocitando a su paso espacios que nunca tuvieron atribución humana,
ni supieron del hombre más que cuando éste los explotaba para asegurar la
subsistencia. Pero también hay ocasiones en que retroceden. Las ciudades
históricas y los recintos monumentales son formas palmarias de este curioso
fenómeno: se vuelve la vista sobre el lugar que antaño fue el centro, influidos ahora
por conceptos como el de patrimonio monumental.
Y se fijan límites: esto es histórico, esto no. Se reinventan futuros urbanos
sobre una base de tradición formal, con flujos y reflujos, del centro a la periferia. Y
entonces el centro tradicional adquiere prestigio. Como siempre. ¿Y por qué no
varios centros? El presente casi no vale como forma de análisis porque fluye con
nosotros, y con él se pierde el criterio de la distancia, siempre necesario cuando se
enjuicia.
El crono en la ciudad, el inexorable paso del tiempo, es el segundo gran factor
que singulariza cualquier proceso urbano. Muda la ciudad y la renueva. Y en el
tiempo que se invierte en ello, apenas somos algo.

24 de octubre de 2002
CIUDADES CLONADAS

La aplicación continuada de la normativa urbanística desde 1976 ha producido


en todas las ciudades españolas un tipo de urbanismo que se organiza bajo la
fórmula de conceder y preparar los espacios ex ante a la construcción posterior.
A pesar de la agregación subsiguiente de normas urbanísticas de carácter
autonómico, se ha gestado una tipología de nuevos barrios que no dice nada.
Barrios que cumplen con todas las normas pero que carecen de un buen proyecto
de diseño e integración con el resto. Son islas sectorizadas de fuerte contraste, que
desarrollan el planeamiento general, en las que la tipología edificatoria lo mismo
recuerda a la morfología de costa turística que a una ciudad del interior. Eso sí, con
mayor control de las densidades.
Cuando transcurran dos o tres décadas, esta tendencia anodina y repetitiva, que
es uniforme en todas las ciudades, no dirá nada ni aportará nada al conocimiento
evolutivo de cualquier ciudad, porque, al estar reglado así el crecimiento, éste
pierde el carácter espontáneo que construyó la ciudad durante siglos. El análisis
tradicional de la morfología del plano perderá el interés que siempre tuvo. Los
desarrollos de las tramas urbanas serán iguales en León, en Mérida o Alicante. O
casi. ¡Y qué decir de los espacios históricos! Produce risa que hoy sea noticia la
declaración de un insigne arquitecto sobre el peligro que se cierne sobre los cascos
históricos, al plegarse en exceso al maná del turismo. ¿Y ahora le llama la atención?
¡Pero si esto se viene diciendo por otros profesionales desde hace diez años! Y no
sólo eso.
Los espacios históricos de las ciudades históricas -patrimoniales o no- se están
clonando. Todas parecen haber comprado el mobiliario urbano en el mismo
hipermercado de la construcción. Todas interpretan la rehabilitación destruyendo
interiores y multiplicando la práctica del fachadismo (como un anodino decorado
de cine para exteriores). Y, a excepción de unas pocas -Cáceres y Lugo a la cabeza-,
casi todas son otra cosa. Las ciudades históricas rehabilitadas no transmiten hoy el
valor del ambiente intangible. Son prestigiosos barrios de interior, con islas
estéticas de monumentos.
Salamanca es un paradigma de eso. Un estudio del precio de la vivienda allí,
entre 1984 y 2002, aclarará dudas a los escépticos. Modelos que se copian, ciudades
que se parecen, periferias extra-municipales que actúan como barrios
tradicionales... La ciudad singular va dejando de serlo ya.

31 de octubre de 2002
MOVILIDAD URBANA

El Instituto Nacional de Estadística está facilitando en este último tercio de


2002, como un aperitivo, datos que pertenecen al futuro Censo de Población y
Viviendas de 2001 (aunque la presentación del trabajo no encajará con la
pretensión inicial y el desfase será de dos años). De las últimas tablas
proporcionadas, una se refiere a la lista con los cincuenta municipios de España
que más han crecido desde 1981, y otra con aquellos que más se han despoblado,
también desde 1981.
El fenómeno singular de Madrid y su aglomeración urbana adquiere trazas de
paradigma. De esos cincuenta municipios con mayor crecimiento en veinte años,
dieciséis pertenecen a la Comunidad de Madrid: Fuenlabrada, Las Rozas, Móstoles,
Pozuelo, Rivas-Vaciamadrid, Alcobendas, Collado Villalba, Majadahonda, Coslada,
Getafe, Parla, Torrejón de Ardoz, San Sebastián de los Reyes, Boadilla del Monte,
Valdemoro y Galapagar. Dieciséis municipios cuyo crecimiento en dos décadas ha
sido de 534.057 habitantes. En el mismo periodo, Madrid ha perdido 249.574. De
manera que se puede suponer cómo la inmigración llegada al área metropolitana de
Madrid ha sido de más de 284.000 personas, procedentes de ámbitos geográficos
muy diversos (no sólo extranjeros).
También hay capitales de provincia que han ganado una población sustancial.
Son los casos de Murcia, Albacete, Sevilla, Palma de Mallorca, Almería, Córdoba,
Vigo, Málaga o Badajoz. En el extremo opuesto, aquel donde se encuadran los
cincuenta municipios que más población han perdido de España en el mismo
periodo, se encuentran, entre otros, los que han sido donantes de población hacia
sus propias periferias. Como ejemplo valdrían los municipios de Barcelona,
Madrid, Cádiz, Badalona, Granada, Valladolid, Las Palmas, Valencia, Salamanca,
Alcoy, Santiago de Compostela, y otros -muchos- de las áreas vascas y asturianas,
en este caso, agentes pasivos y sufridos de los fenómenos de envejecimiento y
despoblación por las medidas de reconversión industrial.
La movilidad urbana adquiere, por tanto, signos de actualidad, condicionando
en muchas ocasiones los desarrollos espaciales más allá de lo previsto. El diseño de
planificaciones territoriales que superen los corsés del espacio municipal es la única
solución para corregir mejor la apetencia voraz de espacios intonsos que
manifiestan estas nuevas formas de vivir las ciudades.

28 de noviembre de 2002
TEORÍA DE SISTEMAS

En el siglo XIX Alexander von Humbolt (1769-1859) y Karl Ritter (1779-1859)


establecieron unas bases nuevas para concebir, analizar y explicar lo que nos rodea,
basándose, desde postulados distintos, en la idea común del espacio geográfico
como orgánico, organizado por un conjunto de elementos relacionados, cada uno
con su función específica. Desde los postulados del posibilismo y el determinismo
geográfico trataban de explicar la relación entre hombre y naturaleza.
Con el transcurrir de las décadas la teoría económica se apropió también de
esas nuevas ideas sobre espacios, hombres y productos, madurando sus
contenidos. En 1968 Ludwig von Bertalanffy (1901-1972) publica su libro sobre la
“Teoría General de Sistemas” (en 1962 presentó el primer artículo sobre esta
cuestión). Para este científico del campo de la Biología el concepto de sistema (sea
cual fuera su contexto de aplicación) funcionaba y tenía sentido porque la relación
de elementos estaba jerarquizada, de manera que el sistema se mantenía estable y
coherente, por esta misma característica.
Era un intento de extender la comprensión del comportamiento físico y
matemático de la cinemática y la dinámica de partículas y cuerpos a los sistemas
biológicos, ecológicos y sociales. Se trataba de buscar una visión unitaria del
universo, también en el plano de las ciencias humanas.
A partir de 1962, Richard John Chorley (1927-2002) introduce el concepto por
primera vez en la Geografía Física, gracias a un artículo titulado “Geomorfología y
la teoría general de sistemas” en la prestigiosa revista “United States Geological
Survey Professional Paper”. A partir de entonces será común hablar de la
existencia de ecosistemas formados por elementos que se relacionan. Desde aquí,
la evolución del concepto en que se basa esta teoría general pasaría al ámbito de la
Geografía Urbana, a partir de los estudios sobre redes urbanas jerarquizadas.
Hoy puede decirse que esta teoría de sistemas está en boga en el ámbito de la
ordenación territorial a escala europea. La consulta y estudio de los documentos
sobre tal cuestión indica una preocupación general por evitar los desequilibrios
territoriales heredados (en el caso de España el post-franquismo de los Polos de
Desarrollo produjo muchos), mediante un sistema de talante económico que prima
las redes de transporte y los flujos de capital como articulaciones del territorio.

5 de diciembre de 2002
MODELOS DE CIUDAD

En diciembre de 2002, Antonio Fernández Alba sentenciaba en una


intervención pública lo siguiente: «La arquitectura ha sido invadida por el concepto
de mercado. El espacio es un trozo de recinto que se vende como mercancía. Lo
invade, lo tergiversa y lo destruye. La arquitectura está invadida. La ley del mercado
invade no sólo el precio del suelo, sino lo que se construye encima de él. Estamos
en un mercado de formas. La arquitectura aparece con una necesidad de recubrir
de símbolo todos los espacios. Y, como consecuencia, aparecen las marcas
registradas, que serían los arquitectos estrella».
Bajo este paraguas de comportamientos sociales, que se pliegan ante las reglas
de un mercado, donde cada ciudad pugna por presumir de si tiene un Moneo, Siza,
Foster, Calatrava, Navarro Baldeweg o cualquier otro edificio de arquitecto con
pedigrí, es difícil encontrar debates de interés, no sobre las formas arquitectónicas
de piezas singulares, sino sobre urbanismo y planeamiento urbano.
¿Cuáles son los modelos que se quieren para el futuro de una ciudad, cuando
esos espacios urbanos someten a revisión el planeamiento general? ¿En qué
paradigmas se basan? ¿En otros próximos? ¿En estudios? ¿En la experiencia
acumulada por gabinetes de planificación conocidos? ¿En ciudades parejas, en
dimensión y actividades, que se toman como modelo? ¿En ciudades más
desarrolladas, con complejos sistemas urbanos de áreas metropolitanas? ¿Se copian
fórmulas de gestión y normas ajenas para aplicarlas como propias? ¿Son planes
continuistas, tradicionales, previsibles? ¿Acaso son innovadores, y se articulan con
el territorio de influencia supramunicipal? ¿Tienen un cariz político o ideológico? Y
de ser así, ¿cuáles son sus rasgos evidentes? ¿Se pliegan a las leyes de mercado y a
los intereses y presiones locales, o resisten como Numancia? ¿Tienen en cuenta las
indicaciones de rango europeo o los paradigmas de Agendas internacionales? ¿Está
bien calibrado el horizonte futuro que proponen? ¿Aciertan en sus proyecciones de
población y demanda de viviendas? ¿Se equivocan? ¿Cuál es su nivel de
conocimiento de la estructura social urbana afectada?
Entiendo que cuestiones como éstas deberían convertirse en una preocupación
para los ciudadanos que viven el espacio urbano como algo propio. Podría ser un
índice del grado de desarrollo social. De no ser así, algunas capitales estarían hoy
bajo mínimos.

13 de marzo de 2003.
LA EXTENSIÓN DE LOS MUNICIPIOS

En la historia de las capitales de provincia, la extensión del municipio apenas


tuvo importancia. Pocas eran las que crecían ocupando el espacio de poblaciones
aledañas. Pocas necesitaban romper las fronteras administrativas que las
circunscribían secularmente al anillo medieval. Pocas dejaban impronta en el
territorio próximo. La ciudad era una isla de actividades en un océano rural, a veces
recorrido por travesías de automóviles.
El modelo de planificación urbana de aquellas otras ciudades que empezaron a
recibir fuertes oleadas de inmigración laboral se vio sometido, casi por obligación,
a plantear fórmulas dinámicas de construcción residencial. A medida que las
ciudades crecían, los sectores destinados a la habitación densificaron espacios y
sometieron el territorio intonso a una tiranía de relaciones imprevista. El espacio
rural se transformó en otro distinto.
Rotos los corsés que oprimían este espectacular crecimiento, los
ayuntamientos próximos a las grandes ciudades empezaron a repetir el sistema de
ocupación urbana con áreas residenciales de morfologías mixtas (eran el «pasen y
vean; bonito y barato» dedicado a los futuros compradores de hogares). Algunos
de los municipios más desarrollados buscaron fórmulas de entendimiento con
aquellos otros que ahora se habían convertido en receptores- dormitorio, para
facilitar la gestión común del transporte, la energía, las comunicaciones, el agua, los
saneamientos o la depuración y tratamiento de los residuos. Cuando un municipio
capitalino practicaba estas coyundas, poco importaba ya la extensión de su término
municipal. Era mera anécdota.
Sin embargo, a pesar de que esta tendencia a la ocupación territorial
multiforme y dispersa se refuerza día a día en el territorio urbano, el dato de cuánto
ocupa un municipio tiene su curiosidad en España por motivos económicos y de
planeamiento urbano. Se ha atribuido a la extensión el precio del suelo: si es escasa,
el suelo es caro.
En las capitales españolas, las diferencias entre unas y otras pueden ser
abismales. Tomando como referencia Salamanca -39 Km2, como aproximadamente
Bilbao, La Coruña, Gerona, León o Santander-, el municipio más grande es
Cáceres -1.750 Km2, seguido de Badajoz -1.470 Km2-, Córdoba -1.255 Km2-, Jerez
-1.188 Km2-, Albacete -1.141 Km2- y Zaragoza -1.063 Km2-. En el extremo
opuesto -sin contar Ceuta y Melilla-, Cádiz -12 Km2- y Pamplona -25 Km2-.

3 de abril de 2003
EL TREN DEL DESARROLLO

Hace apenas cuatro décadas se adoptaron decisiones políticas concluyentes que


terminaron por configurar España como un Estado de regiones con economías
diversas, desiguales y a veces antagónicas. Las medidas estructurales que definieron
los tres Planes de Desarrollo Económico y Social (aprobados por Ley el 28 de
diciembre de 1963, de 11 de febrero de 1969 y de 10 de mayo de 1972), concedían
prioridad a la industria, mediante la adopción del sistema de «Polos de Desarrollo»,
cuyos criterios de selección fueron ajenos al planeamiento urbano o a las
indicaciones que sobre esta cuestión pudiera auspiciar la legislación del Suelo.
La planificación territorial estaba en aquel momento muy desordenada, a pesar
de que se intentaba redactar un Plan Nacional de Urbanismo, aspiración
largamente perseguida por Pedro Bidagor Lasarte, máximo responsable del
urbanismo español, entre 1939 y 1969. En 1964 se aprobaron las Normas para
aplicar dichos Polos en las ciudades de La Coruña, Sevilla, Valladolid, Vigo y
Zaragoza.
Desde entonces se las conoció con la nomenclatura descriptiva de «Polos de
Desarrollo Industrial». Burgos y Huelva, por su parte, fueron propuestas como
«Polos de Promoción Industrial». El propósito era claro: atraer el mayor número
de industrias a cada Polo sin pensar en cómo hacerlo compatible con el
planeamiento urbanístico de cada ciudad afectada.
Éstas y otras medidas y realidades socioeconómicas -por ejemplo, el proceso de
emigración masiva entre 1955 y 1978- fueron estructurando un país ya amenazado
por las desigualdades territoriales, con regiones más desarrolladas, como el País
Vasco y Cataluña, desde principios del siglo veinte. Cuarenta años después, en el
Estado de las Autonomías hay regiones que hacen patentes las consecuencias de
haber perdido entonces aquel tren del desarrollo. Pero eso no puede ser excusa ni
argumento para la inercia y la parálisis; para no cambiar, con voluntad política y
empresarial, la situación, y establecer nuevos vínculos industriales. Porque sólo la
industria, con su capacidad intrínseca para construir economías de escala, puede
crear riqueza y consolidar el futuro de los territorios. El resto, las «nuevas
industrias del ocio y el turismo», son actividades importantes, pero
complementarias.
La prosperidad del territorio europeo se articulará en el futuro transfiriendo
productos, capital y trabajo de manera permeable.

3 de julio de 2003
EL FUTURO DE LAS CIUDADES EUROPEAS

En junio de 2003, el Consejo Europeo de Urbanistas (ECTP) aprobó la «Nueva


Carta de Atenas». Este Documento sustituía a la Carta homónima de 1933, con su
ideario, que antaño contuvo una visión preceptiva y ulterior de cómo deberían
desarrollarse las ciudades del futuro, llenas de trabajo y conectadas por sistemas de
transporte de alta capacidad.
El Documento ahora ratificado tuvo su precedente en una conferencia
internacional, desarrollada en Atenas durante 1998. A lo largo de veintiséis páginas,
se expone «la visión de las ciudades en el siglo XXI» -así reza el epígrafe-, desde el
punto de vista del Consejo de Urbanistas, antes aludido.
Esa teoría sobre la ciudad del futuro arranca con la idea de que todas las
ciudades estarán vinculadas en redes territoriales superiores. La ciudad del siglo
XXI -aseguran- es cada vez más difícil de distinguir por su forma, dado que las
actividades humanas, que tradicionalmente se ceñían al cíngulo de los centros
urbanos, se extienden ahora por los territorios circundantes, consumiendo áreas
rurales y espacios naturales.
La teoría de las «ciudades conectadas», anticipada ya hace décadas, se enriquece
en este Documento -he aquí su originalidad- con otros conceptos sociales
dispersos, cuya presencia y relación explícitas aquí pretenden demostrar que en el
futuro su influencia será esencial en la construcción urbana de Europa: nociones
como «equilibrio»; «compromiso»; «riqueza multicultural»; «identidad social»;
«flujos y movilidad»; el dualismo: «globalización y regionalización»; «las redes
económicas»; la «conexión medioambiental»; las «ciudades saludables; «naturaleza y
paisaje»; «conexiones espaciales»; «continuidad territorial y calidad de vida», y otros.
Un segundo aspecto del Documento insiste en que se producirá con el tiempo
una diversidad de modelos o perspectivas de ciudad en Europa, nunca antes
conocida. Y que todas las ciudades deberán asimilar y aplicar diez conceptos
básicos: la idea de ciudad-comunidad para todos los habitantes; la participación
social; la seguridad pública; la mejora de la salud; la competencia económica; los
procesos de innovación tecnológica e intercambio cultural; el avance racional de las
conexiones, flujos y desplazamientos; los principios del desarrollo sostenible y el
medio ambiente urbano; el compromiso de todos para impulsar el fomento y
difusión de las actividades culturales y, por último, la búsqueda de la identidad y la
memoria propias.

6 de noviembre de 2003
OTRA ORDENACIÓN TERRITORIAL

El modelo de ordenación territorial de Castilla y León reproduce el esquema


centrípeto español, de sobra conocido, en la España del siglo XX. La estructura
geográfica de la Cuenca del Duero y la posición central de Valladolid, convertida,
además, en capital autonómica, recuerdan las características elementales del ámbito
de relaciones español, modelo autonómico aparte: Madrid en el centro y una
periferia pobre, con algunos espacios desarrollados de forma diferencial, porque
desempeñaron la función de receptores de la emigración española desde los años
cincuenta del siglo pasado.
El Documento de Avance de las «Directrices de Ordenación Territorial» de
nuestra Comunidad (Orden de 24 de noviembre de 2000, y Orden de 22 de marzo
de 2001 por la que se ampliaba el plazo de información pública y Audiencia a las
Administraciones Públicas), se encuentra tres años después en una situación de
extraño barbecho. En él se determinaban las previsiones de organización
geográfica de la Comunidad, aceptando de forma velada este centralismo antes
aludido.
Las abismales diferencias territoriales de los espacios humanos y naturales en la
Cuenca del Duero son heridas profundas, casi irresolubles hoy. Sobre una región
que es la más extensa de Europa, el peso de la población total es insuficiente;
existen numerosos vacíos demográficos; la red viaria está poco desarrollada o es
desigual; avanza una situación de envejecimiento casi terminal que exige atención
sanitaria costosa en los ámbitos rural y urbano; los modelos de concentración
poblacional son netamente urbitas; la polarización industrial no se arraiga en las
periferias; el patrimonio monumental y natural, de enorme importancia y
proyección, representa de hecho un gravoso coste, si se pretende afrontar su
conservación y mantenimiento; la diáspora de los jóvenes recién formados en sus
universidades no parece remitir, etc.
Sin embargo, la indeterminación funcional que en aquellas Directrices se
consagra al área de Salamanca (meramente cultural) cambiará en el futuro. Con el
reciente acuerdo internacional España-Portugal para conectarse con trenes de
velocidad alta a través de nuestra provincia, se introduce una matriz nueva y
esperanzadora, que supera los cálculos de la Comunidad.
El eje directo con Aveiro-Oporto abrirá un camino sin parangón en las
relaciones económicas transnacionales de Salamanca y la región norte lusa (donde
habitan 3.595.000 habitantes).

20 de noviembre de 2003
DOS ESTILOS DE PROGRESO

Existen dos métodos, al menos, para que un territorio progrese en las


sociedades occidentales: por la vía rápida y de éxito fácil, cuando hay medios
propios y recursos diversificados, inversiones con horizonte e interés por innovar
en los sistemas productivos, arriesgando para ser mejores y dando siempre un paso
más; o por la vía lenta, una forma demasiado ligada a la subvención, la ayuda de
segundos y terceros, el auspicio paternalista con el dinero público, el
entrampamiento en cómodos plazos o la adormidera de las promesas.
La primera forma de progresar es atrevida, pero posee horizontes perfilados de
actuación. Va en ello la mentalidad empresarial. Se conoce el riesgo inicial y se
acepta. Si se emplea esta fórmula, los fracasos, cuando se presentan, tienen
sonoridad, claro; pero también son profundos los pasos hacia delante.
La segunda fórmula de avance, que no tiene iniciativa propia ni la fomenta,
porque no sabe cómo o importa menos; que espera la mano complaciente sobre el
hombro, siempre aduladora; que sustituye las ideas de futuro por aliños
apresurados -con más aceite que vinagre, para engrasar las fricciones inmediatas-;
que apenas intuye el futuro cuando éste sobrepasa un lustro, tiene, en cambio,
sonoridades reverberantes.
Cada paso que se da, cada pequeño detalle sin sustancia, irrelevante, deja un eco
de tono insospechado que resuena con estridencia. No hay solidez en esta segunda
forma tutelada de progreso y, sin embargo, parece siempre lo contrario, tal es la
escenografía efímera que se construye en su entorno para apuntalarla.
En apariencia, ambos estilos antagónicos buscan la prosperidad de un territorio,
y la integración de los habitantes con su trabajo en la construcción del futuro
común. Ambas formas de entender la gestión de los espacios, sean pueblos,
comarcas, ciudades o territorios regionales, se dan en España. Dadas las diferencias
de éxito de una y otra, es fácil adivinar dónde se aplican. Precisamente, la
constancia y permanencia, como valores que forman parte de cualquier idea de
proyecto, no se fomentan ahora.
Esa fatídica consigna de la prisa para todo -falsa idea de progreso- está
obligando a construir una Historia de espacios y sociedades demasiado
fragmentada, porque la línea de separación entre las medidas de progreso exitosas y
la propaganda dengue es cada vez más difusa. Estamos perdiendo memoria,
perspectiva y prospectiva.

27 de noviembre de 2003
¿SON NECESARIOS LOS MODELOS URBANOS?

Si las ciudades siguen funcionando por inercia, incumpliendo con los plazos
obligatorios para revisar su planeamiento -general o especial-, y no da la sensación
de ocurrir por tal motivo nada, parecería, a los ojos de un profano, que la respuesta
al epígrafe del encabezado debiera ser un displicente «no».
La tendencia general en las últimas dos décadas es precisamente aquella de no
revisar -ni a tiempo ni a fondo- cuáles eran los modelos del planeamiento primario
con los que se redactaron muchos planes urbanísticos de ciudades diversas en la
década de los años ochenta. Ni plantear grandes giros o, por lo menos, un ejercicio
mínimo y sano de autocrítica, aunque se hiciera fuera de plazo.
Las ciudades se construyen hoy -según la imagen percibida por los ciudadanos-
como una sucesión continua de proyectos de los que se enteran por los medios de
comunicación; proyectos que unos ponen y los siguientes quitan y sustituyen por
otros, cada una, dos o tres legislaturas. Aquellos años en que la participación
ciudadana abría foros de discusión, solidarios y con fundamento, hablando de
«modelos de ciudad», han pasado, a pesar de que esa colaboración está amparada
por la legislación general y específica.
El grado de interés por las cuestiones urbanas es cada vez menor -el de tomar
parte activa, no el de recibir una mera información-. Cualquier postura crítica o
distinta de aquello establecido suele tener mala prensa en una sociedad
contaminada por la política de colorines, y los juicios, sobre todo en urbanismo y
planificación urbana -asuntos que afectan a todos-, están politizados y no se
entiende que puedan suscitarse fuera del ámbito de la gestión de los partidos. Y es
un error mayúsculo que lleva inevitablemente aparejada una pérdida de calidad
final.
Si no hay pluralidad de ideas para construir aquello que pertenece a todos, es
innecesario discutir sobre modelos urbanos. Ni sobre nada. Así, la sociedad se
vuelve acomodaticia y languidece en su apatía. Se deja hacer y querer por quienes
salen elegidos sin buscar problemas. Alguna vez despierta del letargo, pero no en
cuestiones de calado.
A pesar de ello los modelos de planeamiento urbano son necesarios siempre.
Es imprescindible redactar o revisar el proyecto de ciudad en cada década; pero,
eso sí, a tiempo y con los estudios e investigaciones previos que son necesarios
para sostener las propuestas sin miedo. Lo demás es improvisar.

15 de enero de 2004
¿NOS IMPORTA LA CIUDAD?

Cuando intercambio información académica y profesional sobre cuestiones del


hábitat urbano, el territorio, las ciudades o el patrimonio, en otros ámbitos, con
colegas de formación heterogénea, me doy cuenta de la gran distancia que nos
separa con esos espacios. No tanto porque establezca comparaciones básicas del
número de habitantes o los kilómetros de autovía de unos y otros. Eso sería
demasiado fácil o descriptivo, y contar datos no es científico si no se articulan en
un contexto mínimo de análisis crítico.
La separación a que me refiero es más profunda y tiene su reflejo en el
conocimiento, la defensa y el control que de sus ciudades realizan los vecinos. Sé
que aquel lejano y generoso valor de la participación social que tanto se fomentó
durante la transición política, casi ha desaparecido. Estos veinticinco años de
evolución han ido marcando una tendencia clara en el espacio urbano y territorial
de las ciudades del interior español, aquellas que están alejadas de los circuitos del
desarrollo, movidos éstos por meras determinaciones de corte política (véanse los
casos de Barcelona, Sevilla o Valencia, ahora). Esa inclinación a que me refiero
distancia la ciudad del oriundo, y la coloca, por una cómoda cesión de funciones y
obligaciones, en manos de los gestores nacidos del voto.
Es decir, que el sistema democrático de participación parece haber ido
fomentando la incuria como norma entre los ciudadanos, de manera inconsciente.
Semejante actitud termina, casi siempre, dirigiendo cualquier cavilación urbana
hasta las fatídicas preguntas, casi de catafalco terminal: ¿quiénes hacen en el fondo
las ciudades? ¿Quiénes deciden cómo y por qué deben ser de una u otra forma?
Incluso los técnicos urbanistas claman más participación, discusiones o debates. Si
no hay intercambio de ideas (sapiencias), difícilmente el que está errado -pero no lo
sabe- se dará cuenta.
No es delicado contestar la pregunta formulada en el epígrafe, si nos atenemos
a los resultados. Sólo parece que el ciudadano se despereza y participa cuando se
ha llegado a un límite extremo donde la intolerancia, el capricho o la arbitrariedad
chirrían demasiado. Y entonces, sí. Se alzan voces disonantes y a veces se
consiguen cambios. Mientras no se alcancen esas cotas extremas y vergonzantes de
la degradación política, es evidente que, en estos lares geográficos, el desaliño
participativo en cuestiones ciudadanas de peso es palmario.

29 de enero de 2004
EL URBANISMO EN LA DEMOCRACIA

He dedicado parte de estas vacaciones a leer con detenimiento una Tesis


doctoral que en breve se defenderá en la Universidad de Extremadura. Trata del
desarrollo urbano de la ciudad de Zafra, ganadera y también monumental, entre
1940 y 1995.
Quienes viven en Extremadura saben que Zafra es una población de corte
medio, para los patrones de España (15.477 habitantes, a 1 de enero de 2003).
Semejante en dimensiones a Béjar (15.228), y algo más poblada que Ciudad
Rodrigo (14.250). Si se analiza la herencia cultural urbana de estas pequeñas
ciudades a lo largo de su historia, todas han adquirido rasgos propios que las
singularizaron entonces. Gracias a esas características particulares hoy podemos
disfrutarlas y admirarnos.
La influencia geográfica de los espacios naturales; las relaciones comerciales y
de intercambio; el paso de familias de honda raigambre; las riquezas de unos y la
pobreza de otros... Todos estos factores, y muchos más, calaron en los pasados de
las ciudades. Transformaron su morfología, sustituyendo el parcelario -en algunos
casos-, imbricándose la trama nueva con la antigua -en otros-, o extendiendo sus
ámbitos de influencia al campo inmediato. Las mutaciones urbanas seculares
perfilaron así espacios diferentes, tipismos y localismos de rica variedad; ciudades y
pueblos distintos.
Sin embargo, la llegada de la democracia al ámbito de la creación de la ciudad
ha traído una consecuencia nefasta de falta de identidad propia, hoy nada advertida
por el ciudadano medio. Cuando se redactan y aprueban las Leyes y Reglamentos
con competencia en el urbanismo y la planificación urbana en estos veinticinco
años, nadie parece reparar en que, a partir de entonces, los particularismos locales,
las casuísticas urbanas, la espontaneidad, los hitos de trama, arquitectura y
urbanismo que ennoblecieron y resaltaron unas ciudades sobre las restantes,
tienden a desaparecer en España.
La explicación encuentra su razón inmediata en la uniformidad que termina por
introducirse en el plano de las «nuevas ciudades» construidas, al aplicar los
estándares formales, sujetos a norma, con los que deben crecer las ciudades. Sin
más alternativa. En el futuro, quienes traten de explicar cómo fueron nuestras
«nuevas ciudades» lo tendrá fácil: los fríos guarismos del desarrollo por sectores de
cada Plan General. Sólo podrán advertir que los estándares urbanísticos se
aplicaron. Pero no habrá otros valores destacables.

15 de abril de 2004
ARTICULACIÓN DE TERRITORIOS

En la escala territorial de España, el tamaño de los núcleos de población


intermedios es decisivo a la hora de articular espacios geográficos con dinamismo y
futuro.
Este factor clave, poco subrayado en ámbitos ajenos a la Geografía Regional,
contribuye a reforzar las expectativas de desarrollo en los espacios
intraprovinciales, y reequilibra las tensiones y competencias naturales entre las
provincias y sus localidades, sean éstas cabeceras comarcales o sean núcleos de
población que, por su proximidad a las capitales, adquieren rasgos de núcleos-
dormitorio, algo frecuente en la historia urbana universal.
Hasta hace una década se pensaba que los efectos de las migraciones españolas
interiores del campo a la ciudad y a los ámbitos industriales de España, desde 1955
y durante veinte años, marcó vacíos poblacionales definitivos para los territorios
afectados. Algunos especialistas lo denominaron “sangría demográfica”. Sin
embargo, el desarrollo autonómico en algunas Comunidades con proyección ha
venido introduciendo, con desigual distribución, pequeñas o grandes correcciones
en esta idea general tan extendida como aceptada.
Si tomamos como referencia la revisión del Padrón Municipal a enero de 2003 y
analizamos cuántos y cuáles son los núcleos urbanos de más de 10.000 habitantes
(indicador adecuado de capacidad de influencia) que hoy existen en las provincias,
por ejemplo, de Salamanca, Cáceres, Badajoz y Sevilla, observamos esta gradación -
de menos a más, en número y tamaño-, y de Norte a Sur. Fíjense dónde está el
futuro y qué diferencias abismales se advierten.
En nuestra provincia hay tres poblaciones: Béjar (15.228), Ciudad Rodrigo
(14.250), Santa Marta de Tormes (12.496). En Cáceres son seis: Plasencia (38.576),
Navalmoral de la Mata (16.382), Coria (12.610), Talayuela (10.126), Miajadas
(9.580) y Trujillo (9.564). En Badajoz, nueve: Mérida (52.110), Don Benito
(32.168), Almendralejo (28.595), Villanueva de la Serena (24.512), Zafra (15.477),
Montijo (15.422), Villafranca de los Barros (12.614), Olivenza (11.018) y Jerez de
los Caballeros (9.600). En Sevilla hay -atención-, treinta. De las cuales, nueve están
entre 10.000 y 15.000 habitantes (con Puebla de Cazalla y La Algaba en los
extremos); trece, entre 15.000 y 25.000 (Camas, Lebrija y Coria del Río entre las
mayores); siete, entre 25.000 y 60.000 (Alcalá de Guadaira es la más grande) y una,
Dos Hermanas, con 107.000.

29 de abril de 2004
¿URBANISMO O CONTRAURBANISMO?

Alguien, en algún eslabón de la historia urbana, pero en un futuro de medio


recorrido, deberá investigar y resolver el siguiente dilema: ¿las ciudades
contemporáneas se están construyendo gracias al urbanismo aplicado y normativo,
nacido a las puertas del siglo XX, de las teorías higienistas, primero, y del genio
creador de Ildefonso Cerdá y su desarrollo, después, o más bien lo hacen gracias al
“contraurbanismo”?
Llegados a este último neologismo, sería pertinente, tratar de definir qué puede
entenderse como tal. Cualquiera puede comprender su sentido si con él me refiero
-ya lo anticipo- al conjunto de medidas que surgen, por generación espontánea, y
hacen ciudad. Determinaciones, propuestas y proyectos que nadie lucubró en
sesudos gabinetes técnicos, pero que las demandas sociales, las modas, el cambio
de hábitos, la prosperidad y agonía demográficas, o bien una alternancia política
cualquiera, llevaron a cabo.
El “contraurbanismo” debería entenderse como el concepto más alejado de una
postura anárquica o contestataria ante el Estado y cualquier norma establecida, en
contra de lo que pudiera parecer. Al contrario, el estilo que auspicia esta nueva
fórmula de construir la ciudad contemporánea está apegado al flirteo y al devaneo
políticos; al codeo institucional y empresarial; se encuentra solapado bajo el mundo
de las influencias sociales, al chalaneo, al funambulismo de corto plazo, con una
visión agudísima del negocio inmediato.
El “contraurbanismo”, hacedor de ciudades y periferias, es rápido interpretando
normas y leyes, formulando dogmas y decretos, cambiando lo que estorba. Tiene la
habilidad de la adaptación darwinista al medio natural -en este caso, la ciudad-, y
muchos novios dispuestos a casarse con él, incluso en segundas nupcias (¿y por
qué no la poligamia?). El “contraurbanismo” es ya el agente modificador más
eficaz para construir los espacios que serán urbanos (ciudades, pueblos y territorios
naturales); a nueva ciudad del siglo XXI. Lo trágico es que, sin el peso y
conocimiento de la memoria del pasado -al que se ignora por principio-, no hay
obligación moral de resistir sus tentaciones ni necesidad de un recto proceder.
El Urbanismo científico quedará como una construcción intelectual teórica,
retardataria, ñoña; inadaptada; del pasado; ajena a la “modernidad”, aunque
aceptada como una mera formalidad. Nadie lo hubiera imaginado. Y nadie pensará
en ello, que es lo peor. Suma y sigue.

9 de junio de 2004
EL TERRUÑO URBANO COMO REFUGIO

La sociedad defiende la globalización informativa de las vivencias universales


como el signo más distinguido de la modernidad en el nuevo siglo. Los sucesos de
todos, en cualquier lugar del mundo, aunque sean ajenos, parecen propios. Gustan.
Interesan. Cautivan. Entretienen el tiempo libre. Incluso activan ciertos grados de
empatía. Pero existe también la reacción alérgica de otros que propugnan un
repliegue; una inmersión en las trincheras íntimas de la memoria; un refugio en las
vivencias y valores personales.
Hay quienes defienden que ampararse en el terruño urbano próximo, conocido
y abarcable, allí donde transcurren sus vidas, y sólo interesarse por él, es la mejor
solución. Vivir en el espacio urbano (en el microcosmos abarcable), hacerlo, en
cierta forma, aislados, y manifestar que aquello es una propuesta moderna, un
contrapunto frente a la uniformidad general, podría parecer una aporía. La
sociedad que nos están construyendo manifiesta continuamente una extraña
capacidad para practicar los extremos de cualquier fenómeno. Las ciudades y los
territorios tampoco son ajenos a ello, en buena parte porque la nueva sociedad
habita espacios urbanizados.
La reivindicación del terruño urbano como símbolo de identidad ciudadana
existe. Al mismo tiempo, la extensión de la ciudad se ha fragmentado en una
mixtura de mosaico territorial con funciones difusas. Ni el campo ni sus relaciones
con los ámbitos de influencia son lo que fueron. Los límites municipales no sirven
ya para separar, como sucedía antes. Defender lo propio y profesar lo global son
actitudes que se manifiestan al mismo tiempo, incluso en el planeamiento urbano
que nos rodea.
Mientras se reivindica el valor de los centros históricos por acervo, se destruyen
las periferias relictas, áreas geográficas medioambientales de tradición, más
persistentes hasta la fecha, por cronología geológica, que los monumentos, y que
son arrasadas para ofrecer -se afirma- mayor calidad de vida a los nuevos
moradores. Sin embargo, las encuestas demuestran la fijación consuetudinaria de la
población por los aconteceres de vecindario. Eso es lo que les atrae. Allí se cobijan.
Apenas participan del resto.
De ser así, habría que poner en entredicho los beneficios aparentes de la
globalización, o entender la esplendorosa rentabilidad empresarial que para algunos
representa servirse, con ánimo de lucro, del inmovilismo de quienes se aferran al
terruño urbano como refugio.

24 de junio de 2004
EL PROGRESO DE UNA CIUDAD

No hace tanto tiempo que las ciudades en España empezaron a servirse de la


celebración de efemérides significativas en su historia, como piruetas para intentar
recaudar, y quizá prosperar. Si aquello fue un recurso eficaz -en apariencia- para
municipios como Barcelona o Sevilla, ¿por qué no también para el resto? -se
preguntaron algunas lumbreras-.
Desde entonces -apenas doce años-, la carrera por fabricar hitos celebrativos no
ha parado entre nosotros. Da lo mismo cuál sea la escala de la ciudad o su historia,
qué características geográficas tenga, cuántos habitantes. Y no importa su tejido
económico, industrial o cultural; ni tampoco cómo es su territorio de influencia,
dónde está enclavada, qué grado de población activa y de mayores y jóvenes posee,
hacia dónde camina su proyección demográfica cuál su grado de relación con
provincias colindantes… Da lo mismo. Y ahí radica el primer error.
Una de las razones que existen para justificar esta vorágine de inventar ferias y
acontecimientos es de índole económica. Casi todos los municipios urbanos
medios en España tienen las arcas municipales famélicas, hipotecadas o en
números rojos, en mayo de cualquier año fiscal. No son corporaciones que puedan
pagar sueldos de funcionarios y además financiar dotaciones básicas,
infraestructuras, equipamientos culturales, rehabilitaciones parciales o integrales de
su patrimonio histórico, viviendas sociales, con una programación anual y
sostenida. En cambio, creen que las celebraciones culturales permitirán compensar,
con dinero público o privado mediante incentivos, sus carencias. En apariencia así
puede ser.
Pero si no existe un substrato industrial diversificado, el consumo de cultura
superficial y efímera de acontecimientos singulares no hace crecer a las ciudades
por sí mismas. Sólo coloca su listón demasiado alto. Considerar la cultura como
una industria suficiente para que la ciudad progrese, renunciando al sector
secundario con displicencia, es un peligro imperdonable, de manual.
La cultura, tal y como se entiende ahora -una mixtura heterogénea de
museística, actuaciones y congresos-, no hace más importantes a las ciudades, ni
con ello progresan socialmente, ni se convierten en un incentivo para atraer
población.
El progreso de una ciudad lo asegura una variedad multiforme de actividades
económicas, y población joven, claro.

16 de septiembre de 2004
LA HISTORIA SE REPITE

Es ésta una afirmación muy al uso de los historiadores para subrayar entre los
alumnos díscolos o descreídos uno de los valores atractivos que tiene enfrentarse al
estudio de la Historia.
Formulado así el epígrafe de la cabecera parece tener cierto valor axiomático.
Cualquiera que se haya enfrentado con detenimiento y distancia temporal
suficientes -por ejemplo, cien años atrás- al análisis de alguna fuente histórica
contemporánea en apariencia ligera -como los periódicos- observará, en reiteradas
ocasiones, cómo tiene cierta sensación de que la historia, efectivamente, se repite.
Al menos sí se pueden encontrar concomitancias que induzcan a tal aseveración.
El modelo territorial de principios del siglo XX en España poseía ya algunos
rasgos singulares que cien años después se han mantenido, naturalmente con la
variación lógica de población, recursos y modernidad. Pero las funciones asignadas
a unos y otros espacios permanecieron con continuidad, incluso a pesar de la
guerra (a veces, gracias a ella). Como era de prever, la capital del Estado hace cien
años, como Villa y Corte donde se dirimían las cuestiones políticas de la gestión,
actuó, en cierta forma, como un espejo para las aspiraciones al desarrollo de las
áreas capitalinas provinciales, adquiriendo para siempre una función
preponderante.
Se miraban en ella; viajaban a ella; iban sus políticos -con las llamadas «fuerzas
vivas»- en peregrinación para pedir, exigir o rogar -según el proyecto o la urgencia-
el cumplimiento de promesas o la exigencia de cierta justicia redistributiva, etc. La
capital del Estado adquiría semejanzas con un relajante bebedizo: allí las iras
provinciales o ciudadanas de la periferia se acallaban con promesas y dineros.
Nadie volvía defraudado. En la gestión de los hitos urbanos notables de las
ciudades se conseguía más fuera del Concejo que dentro de él.
Hoy, revisando de nuevo la prensa local de Salamanca en las primeras décadas
del siglo pasado, me encuentro con la misma sensación de proximidad temporal
que me transmitieron sus textos hace catorce años. Seguimos mirando,
reclamando, negociando o recriminando hacia fuera. Incluso los partidos que nos
gobiernan -unos y otros- tienen representantes dislocados que viven en la propia
Corte, ya sea regional o nacional, pero van y vienen con promesas. El rasgo
autonomista ha obligado a duplicar los esfuerzos de atención. No parecen haberse
superado los provincianismos atávicos.

28 de octubre de 2004
¿NUEVOS BARRIOS O SÓLO VIVIENDAS?

Desde que los crecimientos de las ciudades se regulan por leyes y estándares de
densidad, distribución, urbanización y morfologías, igualando los paisajes urbanos,
sea en Albacete o en Logroño, me ha surgido la duda sobre si los nuevos barrios
así construidos, sin idiosincrasia alguna (lo que no ocurría en la tradición),
funcionan como tales, o se comportan meramente como lugares donde se duerme
pero no se vive con sentimientos de pertenencia e identificación.
Algo similar, en sus efectos finales de estructuras y formas, no en los motivos, a
los suburbios de aglomeración de Manchester o Liverpool, en el desarrollo
industrial del siglo XIX. Es decir, lugares donde la prioridad radicaba en dar
habitación a los nuevos inquilinos obreros pero que, al construirse ex novo, no
formaban parte de la tradición urbana europea, que había formado las ciudades por
la sucesión amalgamada de generaciones, actividades y modelos, que iban
configurando una mixtura de sorprendente equilibrio formal.
La ordenación normativa de casi todas las características de los espacios que
vamos agregando a la ciudad mediante un planeamiento sectorial, ha venido
asegurando unos mínimos de calidad urbana insoslayables, es cierto, pero apenas
permite un margen adecuado para crear barrios distintos, singulares, de perfecta
transición con la inmediata ciudad, más antigua. Es un urbanismo donde imperan
el número y la medida, no la originalidad o el rasgo de distinción. Todo ello va a
dificultar enormemente el análisis de estas «nuevas ciudades» dentro de 50 años,
porque no se deja lugar alguno a la improvisación o espontaneidad, por entender
que ésta produce un caos y rompe los equilibrios formales a que sujetan los
estándares aludidos al principio.
La nueva ciudad surgida a finales del siglo XX y principios del XXI apenas dice
nada a nadie; casi tiene una connotación peyorativa de extrarradio, obliga al uso del
automóvil privado o del transporte público. Se asemeja más, en definitiva, a islas
residenciales en pleno municipio donde los habitantes se atrincheran más que
conviven. Incluso los propios paseos están limitados al sector, puesto que éste se
ha dotado, en su momento, de sus correspondientes espacios de zonas verdes.
Funcionan -unos más que otros- como células autosuficientes. La relación con el
resto de la ciudad, creada por el uso de los paseos, no parece estimularse.
Es un urbanismo anglosajón, aislacionista, insolidario y contraeuropeo.

4 de agosto de 2005
CIUDADES EN CONTINUO CRECIMIENTO

Una de las alusiones más reiteradas del profesor Conrad Kent sobre el valor de
Salamanca frente a otras ciudades del mundo -y son muchas las que conoce muy
bien-, se refiere a la sociabilidad urbana de sus habitantes, transmitida por cierta
idiosincrasia que su peculiar estructura parcelaria tradicional presta a las funciones
diarias.
Siempre afirma que en nuestra ciudad no se ha perdido el valor de lo cotidiano,
porque podemos disfrutar de un espacio central que favorece los encuentros y las
convergencias de vidas que se solapan y recrean un escenario urbano digno y
humano. Su comentario lo hace en detrimento de aquellas otras donde la
dimensión de su urbanismo o la extensión del territorio de la ciudad han fracturado
ese vínculo intangible que favorece cualquier centralidad funcional.
Pero si las ciudades se comportan como seres vivos, siguiendo la analogía ya
clásica de la urbe como un cuerpo orgánico, deben estar casi todas en continuo
crecimiento -como así sucede- y es aquí donde se producen las rupturas, o donde
los modelos de la planificación profesional, al no llegar a tiempo, no resuelven los
problemas que surgen. Y también es allí donde la sociabilidad aludida se va
perdiendo de forma irremisible.
A medida que las ciudades estiran sus influencias, amplían los espacios de
comunicación o construyen nuevos sectores residenciales, es mayor la tentación de
sustituir la calidad urbana que presta la «proximidad» por otras ideas distintas,
donde lo que prevalece no es la relación de vecindad sino la actitud de vivir
atrincherados en el microuniverso de la propiedad. Lo aconsejable entonces sería
que esa lejanía del centro favoreciera la creación de otras centralidades que
permitieran extender en ellas la idea defendida por Conrad Kent.
Si se pierde la justa escala humana que permite el paseo y la convivencia, la
ciudad se convierte en una mera expresión de tránsitos o circulación. Cuando esto
sucede, el sentimiento natural de «pertenencia ciudadana» y el concepto de «ser
ciudad» pueden correr peligro.
Hay muchas fórmulas urbanísticas intermedias para evitarlo, pero casi todas
adquieren la forma de experimentos, porque carecen de la convicción necesaria, o
son modelos trasplantados que no cuajan. Lo indudable es que la extensión urbana
como se plantea hoy no es sinónimo de calidad de vida, aunque sea el modelo de
planificación habitual escogido.

15 de septiembre de 2005
DEFENSA DE LA CIUDAD COMPACTA

El sur de Europa puede presumir de poseer una realidad urbana única en el


mundo: el modelo de la ciudad compacta mediterránea. En el proceso de
construcción de aquella urbe macizada fue la eclosión de civilizaciones y su
mestizaje cultural y arquitectónico lo que permitió trabar unas estructuras
complejas, donde los cambios de escala, las morfologías de sus parcelarios, los
perfiles y alzados, así como el paisaje de formas y usos resultante, trazaron un
panorama cultural único.
Esa ciudad mediterránea que representa los valores más genuinos de quienes
somos hoy sus habitantes, no redujo el área de influencia a la propia litoralidad de
este mar interior. En absoluto. Las transferencias culturales de esos pueblos que las
construyeron se extendieron más allá de los límites estrictos de una relación
mercantil y portuaria, entablando así un diálogo permanente con otras fórmulas en
el interior que trataban de habitar las ciudades, pero con formatos distintos.
A pesar de la distancia conceptual de unos con otros, lo cierto es que la
convivencia, la imposición o el maridaje hicieron posible la realidad que hoy
describimos. Una fórmula magistral ésta, que aquí defendemos, y que se encuentra
en los antípodas de las ideas y conceptos imperantes ahora sobre qué es ciudad y
territorio. Hemos ido sustituyendo la teoría y la práctica de la ciudad compacta por
otra sobre la ciudad difusa, desordenada, yuxtapuesta y egoísta, sin coherencia
territorial ni modelo genuino que defender.
Da la impresión de estar ante un estadio crítico de pura tensión, producto de
un encuentro apresurado entre la formalidad de corte americano, sin historia y
extensiva, frente a 2.500 años de ciudades europeas y sus huellas territoriales. Ese
choque de trenes resulta anacrónico porque de semejante amalgama el resultado no
puede ser menos insostenible. Estamos aprendiendo lo peor de los mundos
alóctonos sin comprender cuáles eran las bondades de una ciudad contenida,
racional y equilibrada.
Las propuestas de quienes construyen los espacios periféricos de las nuevas
ciudades son ramplonas, insulsas, fuera de escala humana, y muy artificiales en su
concepto planimétrico. Los estándares urbanos reglados predominan sobre
cualquier pretensión integradora. El consumo del espacio y los viarios están
exagerados. Las áreas verdes son imposiciones. El resultado es un conjunto alejado
de la herencia que recibimos. Sustancialmente peor.

10 de noviembre de 2005
HISTORIA URBANA SALMANTINA
«ALMACENES LA FÁBRICA», Y OTROS DESCUBRIMIENTOS

Muy de cuando en cuando, los periódicos locales reflejan la noticia suelta del
descubrimiento de unas ruinas del pasado, de restos arqueológicos o de cualquier
otro vestigio monumental, acontecimientos interesantes siempre -y de indudable
utilidad- para la reconstrucción de la historia local. Estos hallazgos sorprenden
gratamente a los lectores habituales, dispuestos a recibir la noticia como algo que
les atañe directamente, aunque, por lo general, sean ajenos a la importancia real del
descubrimiento que se narra o al dato que allí se aporta.
Hay otras ocasiones, en cambio, en que las meras anécdotas, noticiables a veces,
adquieren, al amparo de la ignorancia general, categoría de Descubrimiento. Viene
esto a colación porque el sábado 11 de octubre, toda la prensa salmantina, sin
excepción, se hacía eco con todo lujo de detalles, de la aparición del plano original
de un edificio modernista, encontrado por funcionarios del Ayuntamiento y
presentado a los medios de comunicación por el concejal de Urbanismo don Jesús
Encabo.
Datado en 1909, se explicaba que dicho edificio correspondía al lugar que
antaño ocupara «Almacenes La Fábrica», en la esquina de Pozo Amarillo con la
Plaza del Mercado. Creo que es necesario hacer unas correcciones muy concretas a
esta noticia, para evitar confusiones posteriores en descubrimientos semejantes.
En primer lugar, resulta lamentable e imperdonable que el origen y la
documentación existente acerca del patrimonio municipal contemporáneo de
edificios salmantinos singulares sean tan desconocidos por los gestores del
Ayuntamiento, sobre todo cuando están en boga los proyectos de rehabilitación de
edificios notables que comenzaron a instruirse con el desarrollo del Plan Especial
de Rehabilitación y Reforma Interior del Recinto Universitario y zona Histórico-
Artística.
El edificio tuvo dos proyectos; el primero de ellos, diseñado por Cecilio
Domingo, obtuvo la licencia el 17 de marzo de 1909. Del segundo se hizo cargo
Joaquín de Vargas Aguirre (y no "Vargas Saavedra" como se apunta en un
periódico que ha tenido, al menos, y a falta de otras precisiones, la originalidad de
inventar un arquitecto que nunca existió), quien lo adapta sobre el original anterior
y lo firma el 13 de diciembre de 1911.
El plano encontrado y exhibido triunfalmente ante los medios de comunicación no
puede considerarse ni mucho menos como el original, puesto que en estos años -y
apena tener que recordar algo tan elemental- los proyectos primigenios se
depositaban como expedientes en las carpetas de obras dentro del negociado
homónimo del Ayuntamiento. Eran habituales hasta dos copias de un mismo
proyecto y, en algunos casos, tres.
El expediente completo donde figura el proyecto original se puede consultar
por cualquier interesado en el Archivo Histórico Municipal, dentro de la carpeta de
expedientes de obras del año 1911, donde tiene el número 143.Y no es en absoluto
un caso aislado. A lo largo de todo el presente siglo, el Archivo Histórico
Municipal y el Archivo Administrativo, este último sito hoy en La Salle, han
custodiado expedientes como estos, además del resto de la documentación
habitual, gracias a la abnegada labor de sus responsables, nunca suficientemente
reconocida. Allí, en aquellas dependencias tan acogedoras como poco
frecuentadas, es donde se pueden estudiar los asuntos antes de lanzarse a dar
noticias.
Para casos semejantes debería tenerse en cuenta el rigor que aportan los
resultados de la investigación, labor siempre difícil pero satisfactoria por los frutos
que de ella se obtienen, y los hallazgos venturosos y las noticias con mayúsculas dejarían
de ser consideradas como tales sólo con estudiar atentamente nuestro legado
documental.

12 de octubre de 1997
LA MURALLA MEDIEVAL Y EL COLEGIO
MAYOR DEL ARZOBISPO FONSECA

El 23 de septiembre se deshizo el convenio suscrito el día 1 de febrero por el


Rector de la Universidad de Salamanca, Ignacio Berdugo, con los responsables de
«Paradores de Turismo», encargados de acondicionar el monumental Colegio
Mayor del Arzobispo Fonseca y la Hospedería aneja como Parador Nacional de
Salamanca.
Con muy buen criterio y conocimientos sobrados, el actual equipo rectoral se
desmarcó a tiempo del borrador elaborado recientemente por la Secretaría de
Estado de Turismo y remitido a la institución académica. No recogía en ningún
apartado la entrega en propiedad a la Universidad del actual edificio del Parador,
una de las cláusulas claves del convenio anterior.
Sin duda hay que apenarse por haber perdido la oportunidad de dar un uso muy
adecuado a este conjunto monumental tan singular. El Colegio pide a gritos una
rehabilitación adecuada en algunas secciones, deterioradas y envejecidas por el paso
del tiempo y por lavados de cara mal hechos.
Pero también se desperdiciado la ocasión -al menos por ahora- de descubrir
para los ciudadanos salmantinos y el patrimonio monumental los setenta y cinco
metros del lienzo de la muralla medieval, que forma un paredón revocado y
cubierto de hiedra, desde la calle del Espejo hasta casi la intersección con la
Avenida de Filiberto Villalobos.
Y es que el viejo dicho de que las cosas de Palacio van despacio parece que se
cumple al pie de la letra. Hace ahora dos años y un mes que el Colegio Oficial de
Arquitectos de León publicó un artículo mío en el suplemento «Arquitecturas»
(hoy lamentablemente desaparecido), editado con periodicidad por La Gaceta
Regional, donde se ponía en conocimiento de los interesados y de quienes podían
hacer algo por remediarlo -es decir, los políticos- este caso tan singular de despiste
contemporáneo. Todavía hoy seguimos esperando la reparación.
No sólo despiste; también ha sido un continuado error el hecho de copiar la
cartografía urbana desde el siglo XIX que se ha venido reproduciendo hasta ahora,
puesto que este lienzo de muralla nunca perteneció al Colegio Arzobispo Fonseca;
era el rondín interior de la muralla medieval. Razones de seguridad e higiene
aconsejaron cerrarlo en el primer cuarto del siglo XIX, al mismo tiempo que se
abría la actual calle Espejo.
El Colegio Mayor Fonseca se apropió del rondín, agrandando su parcela con un
cerramiento lateral hasta la pared de la muralla. En la acera de enfrente, el mismo
hueco dejado por el callejón intramuros sería aprovechado para la construcción de
pequeñas casitas en hilera con patio al fondo y fachada al Paseo de San Vicente. En
1934 quedaban muchas menos, pero se añadieron locales para unas escuelas
graduadas de niños y niñas. Las necesidades posteriores de ampliación del recinto
acabaron eliminando estas construcciones.
La alineación al Paseo de San Vicente de la parcela del Hospital Provincial y el
muro exterior apropiado por el Colegio Mayor Fonseca, coinciden exactamente.
Las dimensiones de la pared de la muralla, la testa sesgada y visible en la calle
Espejo y la anchura de la construcción son también coincidentes con los datos que
se conocen de la misma.
La muralla entre el sector de San Vicente hasta la Puerta de San Bernardo, se
reconstruyó varias veces, puesto que fue una de las partes más afectadas por la
guerra con el ejército francés. El resto del lienzo hacia la cuesta de Ramón y Cajal
desapareció al diseñar en 1934 el nuevo pabellón de tres plantas para Anatomía,
obra de Jenaro de No.
La costosa atención prestada a la rehabilitación de fragmentos de la muralla del
Paseo del Rector Esperabé y del Paseo de San Vicente, parece exigir que este
lienzo, de dimensiones considerables y enclavado en una de las avenidas con mayor
índice de tráfico diario, adquiriera un tratamiento en consonancia con lo que es.
Eso, si de verdad nos importa mantener el patrimonio de Salamanca.
La Revisión-Adaptación del Plan General, interrumpida por el cambio de signo
de la Alcaldía, ha comenzado de nuevo. Es un momento muy adecuado para tomar
las medidas oportunas que faciliten la restauración de la dignidad dormida y revocada
de este importante vestigio del pasado salmantino.

19 de octubre de 1997
LA PLAZA MAYOR, TEATRO DE LA CIUDAD

El martes día once asistí a la presentación del libro La Plaza Mayor de Salamanca,
histórica fotográfica de un espacio público que el profesor Conrad Kent nos ha regalado a
todos los salmantinos En este fino investigador norteamericano, novio de la Plaza
Mayor -como a él le gusta recordar-, hay que alabar en su trabajo el rigor y la
meticulosidad con que ha sido elaborado a lo largo de más de tres años de
investigación sorda pero sistemática, buceando por las profundidades de la
información que atesoran los archivos de Salamanca, de España y de algún otro
país europeo.
Satisface mucho más comprobar que, en el fondo, parece no estar del todo
perdida esa sana costumbre de beber de las fuentes directas, consultar los fondos
disponibles y compartir e intercambiar saberes e informaciones con otros muchos
colegas, y con personas a veces ajenas al mundo universitario. Esto que quizá en
otro momento de nuestra historia resultaría de lo más normal, hoy no lo es tanto.
Y esta manera de ser y producir se nota siempre en los resultados.
Nunca un trabajo de esta índole cuyo criterio de análisis y desarrollo se guía por
los principios antes mencionados resulta malo, fútil o impresentable; podrá ser más
o menos extenso, se podrá discutir sobre si sería necesario añadir más contenidos
para completar la estructura, pero siempre será una obra de consulta obligada y
modélica.
La posibilidad que ofrece el libro de contemplar la Plaza Mayor de Salamanca,
domeñada en los últimos ciento cincuenta años, y testigo mudo del pequeño y gran
teatro cotidiano salmantino, resulta algo muy sugerente. Al margen de la variación
de los hábitos, la modas o la política, la monumental Plaza Mayor de Salamanca ha
soportado estoicamente -quizá porque era condescendiente y se sentía mimada a
las maneras de cada momento-, las estulticias de quienes no podían evitar la
tentación de emplear semejante escenario arquitectónico para sus fines de
escenografía, aunque también es justo reconocer que se ha beneficiado de aciertos
-que de todo hay-.
Pocas plazas mayores de España son tan abiertas como la salmantina, pero
también muy pocas consiguen agrupar en su escenario a la población paisana y
foránea, con la simpleza y rotundidad que ofrece la cadencia medida de la
salmantina.
Muy lejos quedan en el recuerdo las ideas confusas y megalómanas de los
teóricos falangistas de la arquitectura, muchas de las cuales, por fortuna, no
pasaron de meros proyectos.
Según ellos, las plazas mayores debían ser plazas de presentación de espectáculos, y
no monumentos, y en el caso salmantino, el destino inmediato de la Plaza era
desprenderse de todas sus viviendas familiares y de los comercios existentes,
ocupar las dependencias con los servicios provinciales de la Diputación, utilizar
todo el frente del Poniente para las Delegaciones y Oficinas del Estado y destinar
el ala de levante para alojar las dependencias de Falange, con su correspondiente
arengario.
Transcurridos cincuenta y siete años desde el susto ideológico anterior, la Plaza
Mayor salmantina ha resistido todas las batallas del siglo XX y se deja mimar de
nuevo mediante un plan riguroso de conservación. Continúa ofreciendo a cualquier
persona que lo requiera el cobijo de la solana en las gélidas mañanas salmantinas y
el espacio grandioso de su escenario. Sólo pide a cambio la compañía generosa del
resto de los ciudadanos, verdaderos protagonistas del teatro diario y sin los cuales
perdería todo el sentido dinámico que posee y con el que resurge de sus cenizas
cada siglo que ve pasar ante sí.

13 de marzo de 1998
LA PLAZA MAYOR Y EL IDEARIO DEL URBANISMO FALANGISTA

Cuando se conocen ideas y proyectos de la Historia que no llegaron a realizarse


nunca, uno se da cuenta de qué distintas pudieran haber sido las cosas. De la
sorpresa se pasa a la incredulidad. Resistirse frente a lo desconocido es humano y
comprensible pero no sirve cuando tratamos de entender algún episodio histórico.
Por encima de la sociedad que teje cada día la vida de un país, otros se encargan
de formular hipótesis y devanarse los sesos para elaborar proyectos, sin más
criterio que el de servir a un ideario determinado.
El régimen franquista de la primera etapa llevó hasta el paroxismo un dogma de
cartón piedra que hoy haría sonrojar a cualquier joven de quince años, y la Plaza
Mayor fue cordero de aquel implacable lobo. Por fortuna para la Plaza nada de lo
que pensaron se realizó, pero conviene que se sepan algunas de sus peregrinas
ideas.
El 7 de mayo de 1938, el Jefe del Servicio de Arquitectura de la Falange, Pedro
Muguruza, en carta dirigida desde Bilbao, ofrece sus servicios para elaborar el Plan
de Reforma Interior de Salamanca. En 1939, el día 1 de junio, la Falange entrega a
la ciudad dicho Plan, todavía en estado de Anteproyecto, y de cuya redacción se
había encargado Víctor D’Ors Pérez-Peix, colaborando José María Castell, Ignacio
Fiter, Eduardo Lozano y el Arquitecto municipal, Ricardo Pérez. El 25 de agosto
se inauguró una gran exposición que dio para editar un catálogo.
En 1941, Víctor D’Ors publica un ensayo titulado «Sobre el Plan de
Urbanización de Salamanca», en el número 1 de la Revista Nacional de Arquitectura
(páginas 51-65; la revista puede ser consultada en la Hemeroteca Municipal de
Madrid). Todos los expertos en la historia de la Arquitectura española consideran
este ensayo básico y modélico para conocer mejor la teoría de la ciudad falangista
del Régimen. Vemos que proyectos guardaba para la Plaza Mayor (p. 64):
(...) «Nuestra plaza de Salamanca, tratada así como gran plaza-salón de la
ciudad, centro de la vida social y pública, se prepara primero a sus altos cometidos
destinando sus edificios a fines idóneos. Teniendo en cuenta el mal estado
higiénico de las viviendas que guardan sus bellísimas fachadas, se piensa poco a
poco, en ir haciendo desaparecer de allí las viviendas, que además, según el
concepto nuestro de plaza, son allí inadecuadas.
(...) El proyecto comprende el destinar todo el frente Norte de la plaza a la
ampliación del Ayuntamiento, alojando allí todos los servicios municipales, al
destinar el frente Sur a los servicios provinciales (llevando al Palacio que ahora
ocupa la Diputación, la Dirección General del Turismo) y comarcales, el utilizar
todo el frente del Poniente para las Delegaciones y Oficinas del Estado, dedicando
el ala Levante de la plaza a alojar a la Falange. Ante ella, construcción que, aunque
sin volumen, debía de ser sumamente delicada por deber entonar perfectamente
dentro del marco de la plaza, se ha emplazado el arengario desde donde el partido
realiza la propaganda (no es el Estado el que debe hacer la propaganda a sí mismo).
La mejor alabanza que de este proyecto de arengario pueda hacerse, es el
comentario oído de labios de un fino gustador y conocedor de Salamanca, asegurar
que viéndolo así dibujado y pintado en una perspectiva del proyecto de la plaza, le
parecía que toda la vida hubiese estado en la realidad. Tampoco le extrañaba que
pareciera completamente natural. También entraba en nuestra intención el ir
eliminando de nuestra plaza el comercio que allí, con tanta intensidad como
ahínco, se ha afianzado pero esto es labor más lenta y de muchos años, dedicando
la parte baja de la plaza al mundo de cafés, casinos, etc., etc., que también lo han
elegido como lugar de su preferencia.
(...) Con este destino y con el uso así destinado a sus edificios quedaba
indiscutiblemente preparada la plaza, ya que de ella, por el plan viario, se podía y se
pensaba eliminar todo el tráfico rodado para el cumplimiento de cometido como
foro y gran salón de la ciudad» (...)
Esta fue la idea formal que uno de los máximos exponentes del modelo de
ciudad falangista reservaba para la Plaza Mayor de Salamanca. Desde luego algo sí
hubiera cambiado.

16 de marzo de 1998
PECULIARIDADES SALMANTINAS

Salamanca posee un centro histórico, perfectamente delimitado y de indudable


interés, que comparte su espacio con la presencia activa y extensiva de la
Universidad -este último aspecto cada vez menos-, y disfruta de un río hacia el que
siempre ha manifestado no poca enemistad. Otras ciudades parecidas, poseen
centros históricos con empaque, ríos de atrayentes riberas o centros universitarios
solicitados, complejos y funcionales. Sin embargo, en Salamanca, la combinación
de estos tres factores, con el añadido de otros que se imbrican indirectamente, da a
la ciudad una vida bastante singular, que siempre se ha de considerar para entender
muchas pautas de comportamiento ciudadano.
El centro histórico salmantino es al mismo tiempo, el centro monumental -por
lo tanto, turístico-, con unos perfiles fáciles de identificar, el eje de la actividad
administrativa, económica, comercial y de negocios más atrayente, y el corazón de
la institución universitaria. La Universidad -y en el caso del centro Universidades,
para que nadie se sienta ofendido-, comparte muchas de sus funciones en este
entramado complejo, consumiendo el espacio mayoritario. Las necesidades
generales, y la incomodidad de encontrar acomodo en un espacio circundante
limitado, hicieron que la Universidad de Salamanca, desahogara su avidez de
espacio segregando centros en el Campus «Miguel de Unamuno», con apariencia,
similar a un complejo universitario americano de tercera, bastante menos
periférico, sin hermandades -o casi-.
Los estudiantes que llegan a Salamanca la pueblan, atraídos por el reclamo que
la Universidad mantiene con su tradición y posibilidades. Todos se reparten la tarea
de invertir en ella; es un factor económico que otras ciudades envidiarían. El
contrapeso de más de veinte mil estudiantes se hace notar en las pautas de
consumo, en los desplazamientos y en el modo de inyectar actividades inéditas a
los barrios afectados.
El traslado de viejas y nuevas titulaciones a los modernos edificios del Campus
«Miguel de Unamuno», ha comenzado indirectamente a influir sobre la estructura
comercial, de servicios y residencial del barrio de San Bernardo -en su primera fase,
un modélico exponente de mixtura entre la arquitectura alemana rural y la
falangista pobretona pero voluntariosa de la posguerra, que tuvo después sucesivas
ampliaciones-. Los emplazamientos universitarios nuevos influirán en el barrio
porque se generan actualmente grandes recorridos diarios de aquellos estudiantes
afectados en dirección a sus centros académicos respectivos.
Otros factores como el tipo de viviendas, el envejecimiento de la población
residente, la proximidad de la Estación de Autobuses o su conexión rápida con el
centro, serán determinantes para asegurar que San Bernardo se convertirá en un
barrio apropiado donde se asentarán los estudiantes como nuevos residentes.
Salamanca no se comporta bien con su río Tormes, por más que proyecten
puentes. Ni le apetece, ni lo quiere, ni se relaciona con él. En este caso sí que se
singulariza del resto de las ciudades medias que lo tienen. No hay manera. Se
seguirá construyendo allí, al Sur, y siempre será la zona transtormesina -menudo
palabro-, con esa intención aviesa de quien categoriza con ligereza como de segunda
los barrios asentados en la otra orilla, utilizando un argumento manido que se basa
en la seguridad que transmite la percepción del objeto próximo y la incomodidad
de aquel otro, más lejano, que nos obliga a desplazarnos.
Da la sensación de que el privilegio de disfrutar de un río como el Tormes sólo
interesa a los fotógrafos profesionales de bodas y a los contrayentes. Muchos
justifican esta falta de atractivo por el clima salmantino, la suciedad de las aguas o
en el penoso tratamiento portuario de aquellas zonas de ribera donde algo se ha
hecho -algún tramo me recuerda a los espigones colosales de los puertos
mediterráneos que contemplaba en mi niñez-.
Por lo menos ahora, con ese barco de recreo varado, similar, por cierto, a uno
de siempre del puerto de Alicante -pero este de verdad-, el río parece navegable, y en
nuestra conexión quimérica con la ruta del Duero hasta el Océano Atlántico, sólo
no quedará ya, como única dificultad hispana, salvar a saltitos los desniveles de la
Presa de la Almendra, Villarino, Aldeadávila y Saucelle.

1 de junio de 1998
LA REBELDÍA DE UN ARQUITECTO HUMANISTA

Si estudiamos la etapa concreta del urbanismo español de posguerra, es harto


difícil encontrar escritos de arquitectos que se mostraran abiertamente contrarios al
régimen nacido desde la guerra civil. Algo, por otra parte, absolutamente previsible:
al serles encomendada la tarea de reconstruir España, se sentían imbuidos de un
halo de Cruzada trascendental que enorgullecía al más pintado.
Transcurridos diez años, la retórica dejó paso a cuestiones mucho más telúricas,
como por ejemplo que la destrucción y pobreza generales movían a la población en
desplazamientos sistemáticos, primero provinciales y luego regionales, en busca de
mejores expectativas. Y con las migraciones se acentuaron aún más los
desequilibrios, velados a los ojos de todos por la ideología febril de los
responsables que creían en la autosuficiencia de un país que no lo era.
A las ciudades llegaban buscando arropo familias de jornaleros y no tenían con
qué cobijarse. En las ciudades se proyectaban Planes de urbanización y no había
con qué financiarlos. Y fue acercándose poco a poco la hora de volver la vista
atrás, y más allá, para tratar de enmendar el roto que casi era un desgarro. Y sólo
habían transcurrido diez años de Reconstrucción.
La Gaceta Regional publicó en 1951, con una tirada de ejemplares muy reducida,
un volumen, titulado Ensayos sobre urbanismo salmantino, donde se recopilaban los
artículos con los que el arquitecto Lorenzo González Iglesias había ido salpicando
en las páginas del diario. El corpus, contenía, en poco menos de ochenta páginas,
setenta y dos crónicas de temas muy variopintos sobre la ciudad de Salamanca, y
dos dedicados a Ciudad Rodrigo y La Alberca. La categoría profesional de este
arquitecto afincado en Salamanca y Académico correspondiente de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, está fuera de toda duda, a poco que
nos acerquemos al conjunto de su obra construida y al resto de los proyectos en
los que participó y las responsabilidades que desempeñó.
Tampoco le va a la zaga su curiosidad y su agudo sentido para percibir la obra
en armonía con la dimensión humana y la sabiduría popular. Su talento indudable
como narrador de este tipo de aspectos ha quedado para siempre demostrado y
recogido en su libro La casa albercana (Salamanca, 1945), esencial para comprender
la tipología rural singular de este rincón salmantino. Formaba parte de la Junta de
Conservación de La Alberca, y el trabajo era parte de un proyecto más ambicioso
que, con la estructura de una Memoria, serviría para organizar el sistema de
poblados y alquerías.
En palabras del propio arquitecto: «El trabajo ha quedado estancado en este
punto, en espera de tiempo, más libre de las ocupaciones ineludibles de cada día».
Entre sus múltiples tareas estuvo la de analizar con fina ironía y arriesgadas
opiniones liberales todo aquello que le preocupaba de Salamanca, que era mucho.
Los artículos son una lección de Urbanismo, y de urbanidad, porque de todo hay.
El testimonio escrito de sus reflexiones valientes sobre la Salamanca del momento
demuestra tanta calidad que ha resistido perfectamente el paso de casi cincuenta
años -y eso tiene ya mucho mérito en Salamanca-. Es un placer leer las críticas
demoledoras -siempre adornadas de gracejo y sorna en su justa medida-, de los
problemas de las viviendas ínfimas periféricas, la segregación espacial de los
trabajadores, los proyectos suntuarios de quita y pon o la avidez de espacio de las
congregaciones religiosas recién llegadas a la ciudad. Todas ellas sirven para
compensar una oquedad de opiniones arriesgadas e inconformistas, laguna de la
que adolece Salamanca en esas décadas. Los artículos desprenden modernidad y
respeto; en ellos el autor nunca se muestra indiferente, siendo, como es, un
observador magnánimo pero implacable, que todo lo escudriña. Mientras indaga
algún adarme de las costumbres ciudadanas, sabe anticipar las inercias del
urbanismo futuro y siempre propone soluciones.
Al final de este siglo XX que se nos va, y en la ciudad que es ejemplo de
universalidad y consideración, merecería la pena reeditar para todos los ciudadanos
los setenta y cuatro nuevos episodios salmantinos, escritos por el apasionamiento
rebelde de un arquitecto humanista.

5 de julio de 1998
CASAS ADOSADAS, IGLESIAS Y VESTIGIOS DEL PASADO

Mientras llega el año 2002 tenemos la ocasión pintiparada de asistir


pacientemente a las lecciones magistrales que se aprestan a ofrecernos nuestros
munícipes y responsables. Ahora que todo se promueve, proyecta y construye a
golpe de efeméride y de cuatrienio electoral, podremos comprender, por fin, con
claridad, qué se entiende hoy por mejoras necesarias en Salamanca. Todo va como la
seda, si se tiene la suerte de disfrutar de cierta estabilidad política en lo que atañe a
lo más próximo -es decir, que coincidan los signos del Gobierno central, la Junta
Autonómica correspondiente y el Ayuntamiento-. Un ejemplo diáfano lo tenemos
en nuestros convecinos extremeños, hasta ahora. Desgraciadamente éste no ha
sido nuestro caso, pero no tenemos de qué lamentarnos; somos afortunados
porque disponemos de cuatro nuevos años, que es el horizonte temporal donde se
mueven con más soltura nuestros políticos. ¿O no?
Supongo que forma parte de este nuevo lavado de cara la actuación inmediata
del derribo de las casas adosadas al lienzo Sur de la muralla, en la confluencia de
Rector Esperabé con San Pablo. Y es un apremio que no entiendo en absoluto.
Sólo espero que no se les ocurra llamar al máximo responsable de Patrimonio de la
Junta de Castilla y León para que nos describa con impunidad e ignorancia, supinas
otra metedura de pata que a uno le haga sonrojar, semejante al descubrimiento del
Alcázar y la torre neo-mudéjar. Puestos a animarnos con los derribos que despejan y
muestran a la vista de cualquiera lo que permanece oculto, voy a sugerir uno
múltiple, complejo, bárbaro, con el que estoy seguro de que ninguna autoridad se
atreverá y, con el mismo criterio, tanto o más necesario que el anterior. Lo
tenemos en el centro de la ciudad. Junto al foro de la Plaza Mayor. Aunque no lo
parezca, forma parte esencial del primitivo solar, de la historia de la Plaza. Tiene
nombre de Santo. Es la iglesia de San Martín (S. XII).
En el transcurrir del siglo XIX le fueron haciendo edificaciones que actuaban
como rémoras, ávidas de los muros maestros rotundos de la parroquia, cumquibus
se sostendrían mucho más cómodamente. De estas adherencias se han sabido ir
desprendiendo poco a poco otros templos que sufrieron los mismos hábitos como
la Catedral, la iglesia de Santo Tomás, la de San Julián, o la de San Marcos -aquí se
llevaron por delante algo más de lo deseado-. Y ejemplos de este tenor los
encontramos en numerosas ciudades de patrimonio monumental abigarrado, y
pobres de solemnidad hasta fechas relativamente recientes. Pero el caso de la
iglesia de San Martín clama al cielo. Es grave. Me parece absolutamente aberrante.
Es señero. Y esto es lo peor.
¿Qué mecanismos de expropiación habría que desarrollar para hacer que
desaparecieran todos los comercios y casas de vecindad que sofocan el templo?
¿Qué sistemas de compensación deberían diseñarse? ¿Cuál sería la respuesta de los
salmantinos afectados? Por estas y otras muchas razones de gran complejidad
nunca se ha tomado en serio una intervención semejante, aunque sin duda -y esta
es una opinión personal-, merecería la pena hacerlo.
No es políticamente correcto, utilizando una de esas muletillas vacuas que tanto se
emplean hoy. No podemos mirar de soslayo, como si no existiera el problema.
Resulta algo paradójico a los ojos de los turistas, y no digamos si el prisma es bajo
la mirada más aguda de los expertos en arte y rehabilitación del patrimonio. ¡Una
iglesia del siglo XII embutida de casas y comercios, reducida a pórticos y en todas
las guías turísticas! Pero nadie dice nada y las intervenciones se retiran hacia el Sur.
Y se rehabilitan las murallas del Paseo de San Vicente, junto al Colegio Mayor
«Hernán Cortés», pasando por alto el Portillo cegado de San Vicente. Antaño se
sobreexcavó la pendiente de arenisca que conducía a él para construir una humilde
casa, al igual que sucede en el Paseo del Rector Esperabé. Hoy ha sido derribada
después de la intervención para embellecer la reconstrucción de la muralla. Los
zócalos se han reforzado pero no ha habido ningún tratamiento con respecto a esta
Puerta. Ahora se adivina mucho más claramente sin la impedimenta y con la
limpieza. Pero nada más.
Hacen falta criterios de intervención mucho más elaborados, para que éstos
sean eficaces, sin los apremios de la Comisión de turno, las reuniones de grupo o el
flirteo con los medios. Es hora de ponerse a trabajar desde la más absoluta
humildad, con mesura, pero sin pausa.

16 de julio de 1998
REGIONALISMO EN ARQUITECTURA

El movimiento regionalista en la arquitectura española surgió como una


reacción frente al estado de ánimo gestado desde 1898 y las modas de orígenes
extranjeros -en este caso el francés, con el modernismo y eclecticismo-, y se
extendió a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX. Este movimiento
historicista se acompañó de trabajos que hundían sus raíces en los rasgos
autóctonos originales. El afán por ahondar en la afirmación de lo cercano, lo
provincial, produjo muchos ejemplos de amaneramiento y reinterpretación de
soluciones arquitectónicas y estéticas que acababan por vestir al edificio con un
collage de formas muy abigarrado.
Los edificios de cariz regionalista han sido ampliamente vilipendiados (se ha
usado el término despectivo de pastiche para describirlos), hasta fechas
relativamente recientes en que la sensibilidad hacia el legado arquitectónico español
anterior a la guerra civil ha demostrado que a pesar de que no aportaron ni
anticiparon ningún nuevo estilo, sirvieron como síntesis de conceptos estéticos y
artísticos pretéritos de la arquitectura. Y eso es algo de suficiente valor.
En la ciudad de Salamanca hay ejemplos rehabilitados de edificios que pueden
encuadrar dentro de este estilo, pero son escasos. Como solía reseñarse en la
prensa local de los años setenta, la piqueta derribó sin conmiseración algunos
edificios, aunque no tantos como en ocasiones se ha comentado. Si sumamos los
que se construyeron y derribaron con los que todavía hoy resisten (esperemos que
con la catalogación sea definitivamente), se erigieron muy pocos edificios
semejantes, y así lo atestigua un análisis pormenorizado de los expedientes de obra.
Además de ser pocos y construirse casi exclusivamente por Santiago Madrigal y
Joaquín de Vargas Aguirre, no han tenido una especial calidad. Fueron más bien
ramplones de traza, con excepciones.
En cambio, el caso de la vecina capital de Zamora es excepcional y, sin duda,
podrá ser conocido por todos los interesados cuando D. Álvaro Ávila de la Torre
presente su tesis Arquitectura y urbanismo en Zamora (1890-1950), dirigida por la
profesora Dª Mª Teresa Paliza. Sorprende que una ciudad que no ha sido muy
respetada por la planificación contemporánea en tantos sentidos, mantenga una
enorme variedad de ejemplos -muchos de ellos muy notables- de la arquitectura
española regional. Y todavía sorprende más que fueran construidos en ese número
y proporción -cuatro y cinco plantas a veces, y profusa ornamentación- en el
transcurso de dos décadas extremadamente duras en la historia de España. No
admite comparación alguna con Salamanca. Nuestra ciudad se mostró anodina
tanto en ejemplos de este estilo como en número y calidad. Empezaba el siglo con
el lastre de la pobreza y nuestros prohombres ostentaban con mayor modestia su
condición de tales.

6 de mayo de 1999
ORÍGENES DE LA GRAN VÍA

En el periclitado urbanismo de finales del siglo XIX español se encuentra una


forma de intervención transformadora del interior de las poblaciones sesgando el
parcelario tradicional con la traza de una Gran Vía, con carácter higienista primero
y después de ostentación, inspirada en las medidas renovadoras que llevara a cabo
Haussman sobre la malla urbana de París. Los cascos urbanos franceses e italianos
fueron invadidos, troceados y arrasados en alguno de sus ejes por este tipo de
avenidas, jalonadas de edificios majestuosos, monumentos, jardines y plazas
colosales. En España se adoptó un modelo diseñado en el último tercio de siglo y
aplicado en las primeros decenios del siglo XX, e incluso más tarde; se trataba de
avenidas de gran longitud con anchura regular que podría oscilar entre los 15 y 20
metros, con lo cual las reformas suponían un fuerte contraste hacia el modelo
común de la trama medieval, irregular y de pequeña escala.
En el caso salmantino la historia de la Gran Vía tiene sus orígenes en el 19 de
septiembre de 1903, momento en que Pedro Vidal, arquitecto municipal, entrega
los planos del Anteproyecto de Gran Vía que ha de unir en línea recta la carretera de la
Estación con el nuevo Puente en construcción sobre el río Tormes. El 14 de octubre de ese
año se expuso a todos los salmantinos interesados (es decir, muy pocos), y el 2 de
diciembre el consistorio acordaba la parte del proyecto que correspondía al tramo
entre la Alamedilla y Caldereros. En una nueva sesión, esta vez el 17 de abril de
1906, se aprobaba el proyecto de alineación desde la carretera de Villacastín a Vigo,
al Puente Romano, presentado ahora por el nuevo arquitecto municipal, Santiago
Madrigal. La autorización oficial de este renovado plano parcial de la futura Gran
Vía se tomó el 10 de julio de 1907, tras comprobar que no había reclamación
alguna. El 3 de julio de 1912 era ratificado un nuevo acuerdo, pero esta vez el
correspondiente a su proyecto de rasantes.
Después, en el transcurso de este primer tercio de siglo, el trazado general
sufriría otras variaciones, como las derivadas de aprobar el 20 de julio de 1932 la
nueva dirección que debería seguir el Colector General del Este, la ratificación de
otro cambio el 26 de septiembre de ese mismo año para el tramo comprendido
entre la calle de Asadería y el Paseo del Rector Esperabé, y de otro distinto, el 26
de diciembre de 1934. A medida que transcurre el siglo vamos disponiendo de
abundante cartografía y planimetría sobre el complejo proceso de construcción de
la Gran Vía desde sus orígenes (planos de 1903, 1907, 1910, 1913, etc.), lo que
permite seguir el discurrir con cierta exactitud documental, a pesar del desorden en
el que se encuentran muchos de los expedientes, dispersos en distintos archivos.
Hoy el concepto urbanístico perseguido en el primero de los tramos lo hace el
mejor de los tres, con diferencia.

26 de agosto de 1999
EL DEPÓSITO DE AGUA

Conversaba hace escasos días con mi buen amigo Antonio González Bellón,
asturiano-salmantino, de vasta formación, cabal y lleno de buenas ideas, sobre las
excelencias que parecían tener los nuevos proyectos de los arquitectos Mariano
Bayón, José Manuel Casabella y Fernández del Castillo, en la calle Vergara, Garrido
y la Cárcel Vieja, destinados a completar las ofertas de edificios culturales para el
2002, y nos producía satisfacción comprobar cómo por fin, se abandonaba la
fuerza centrípeta con que la Plaza Mayor de Salamanca y, en general, el Casco
Histórico, parecen tratar de imprimir a cada nueva proposición de este jaez. Y el
hilo de la conversación derivó, inevitablemente, hacia el caso sonrojante en que se
ha convertido hoy la figura enorme, aislada y fantasmagórica del Depósito
regulador del Paseo de San Antonio.
La historia de esta sobria obra de ingeniería (consideraciones estéticas aparte)
comienza en el año 1908, cuando el prolífico arquitecto municipal Santiago
Madrigal presentaba el Estudio de Traída de Aguas y Alcantarillado General de la ciudad,
que fue aceptado por el Ayuntamiento en diciembre. En la Memoria se describía
un sistema de conducción, mediante depósitos elevados, que permitiría
impulsiones de 5.000 litros de agua al día. Se acompañaba el documento con un
extraordinario dibujo del alzado y sección del Depósito, con una cubeta de 20
metros de diámetro y capacidad, para 40.000 litros. Pasan los años y los acuerdos
con la Sociedad Franco-Española de Aguas y Saneamientos para la mejora integral
de la ciudad reactivan dicho proyecto. Transcurrieron 5 años más de obras y
demoras hasta que los nuevos informes anunciaban que el remate del depósito
estaba próximo, a falta tan sólo de unas piezas. En 1918 se empezó a usar.
Es éste unos de esos hitos urbanos que han acompañado a la ciudad a lo largo
del siglo XX, y no debe ser derribado por varias razones: primero, por su valor
histórico en la ciudad -recuérdese que estamos hablando de un proyecto redactado
y dibujado en 1908- y segundo, porque es una pieza ejemplar de la ingeniería civil
urbana de entonces, de cuya presencia no pueden presumir muchas ciudades en
España; tan sólo es necesario encontrar una funcionalidad acorde con la ciudad
presente y futura, sin miedo a las soluciones, pero con sentido común.
Seguíamos lucubrando mi amigo Antonio y yo que, con las reformas y técnicas
propuestas por la ingeniería y arquitectura actuales (véase la obra de Santiago
Calatrava), no sería descabellado sugerir el aprovechamiento de la estructura y
superficie del Vaso y la capacidad de resistencia calculada para el mismo por el
bosque de pilares que lo soportan, y convertirlo en mirador-restaurante, sala de
exposiciones, centro cultural y cualquier otro destino digno que rescatara del
olvido y enalteciera, como se merece, este Depósito.

2 de diciembre de 1999
FOTOGRAFÍAS HISTÓRICAS

Hace pocos días ojeaba una magnífica publicación del diario “Ideal” de
Granada, preparada para este año, bajo el título de Cien años. Ganivet y la Generación
del 98. Cien años después de Federico García Lorca. En ella ha participado una
comunidad de especialistas muy heterogénea, con ensayos que abarcan casi todos
los campos del saber y que sirven para fijar mejor el contexto histórico, social y
cultural en que se desenvuelve el ensayista granadino Ganivet (1865-1898) como
precursor de la generación del 98, hasta su trágica muerte en Riga, Finlandia. Cada
uno de los ensayos se adorna y delimita con diversos grabados, apuntes, bocetos,
pinturas y, sobre todo, fotografías de la Granada decimonónica, que fascinan por el
nivel de descripción que poseen.
Y uno, inevitablemente, traslada el significado y calidad de la riqueza
documental de las fotografías granadinas del último cuarto del siglo XIX y
principios del XX, que han servido para vestir esta edición inmejorable, al contexto
propio de nuestra ciudad de Salamanca. Aquí son escasas las instantáneas del XIX
y suelen reducirse a panorámicas, por lo general, o a estampas que suceden en la
Plaza Mayor. Se percibe cómo hasta bien entrado el siglo XX -momento en el que
los motivos de reproducción se amplían-, los artistas gráficos de mediados del XIX
trataban de experimentar con las posibilidades de tan moderno invento, repitiendo
perspectivas, bocetos, encuadres, motivos y modelos trasladados del universo
artístico de la pintura, con lo cual se veían mermadas otras posibilidades
documentales -por ejemplo, la reproducción de las formas de vida de la población,
perspectivas de calles alejadas del centro tradicional, obras, construcciones, etc.-.
En este sentido, aquí no llegó, como en otras partes de Europa y América, esa
preocupación de algunos fotógrafos por documentar las duras condiciones sociales
de sus entornos (John Thomson en el Londres de 1870; el danés Jacob August
Riis, en Nueva York, entre 1887-1892) y prefirieron recurrir a escenas de conjunto
con un regusto costumbrista bastante simple. Ignoro cuáles serán las verdaderas
razones por las que existen lagunas documentales de fotografías históricas de
carácter social en Salamanca. Tal vez en casos como éste, la fuerza monumental de
su conjunto actúa como cortapisa a la imaginación selectiva de la retina del
fotógrafo, coincidiendo en parte esta inclinación con algunas descripciones
coetáneas de extranjeros de paso.
Resulta muy extraño que no hubiera curiosidad a finales del ochocientos por
retratar el aduar de miseria y ruinas de la Vaguada de los Caídos, las afueras de la
ciudad, los hitos geográficos..., y más aún el hecho de que tampoco los dibujantes y
pintores sintieran esa necesidad. Convendría investigar otros ámbitos, colecciones
y países, a la manera en que lo hace Conrad Kent, lleno siempre de fuertes
convicciones, para refutar este vacío aparente.

16 de diciembre de 1999
EL BARRIO DE GARRIDO

Desde los primeros estadios de su formación, allá por 1912, este barrio se
convirtió en un espacio de atención preferente para los primeros teóricos del
urbanismo salmantino, simplemente porque estaba situado en el sector de la ciudad
más aconsejable para extender las ideas foráneas que sonaban por entonces sobre
los Ensanches, apenas vislumbradas en la redacción de las primeras Bases para el
concurso de Proyecto de Ensanche, en marzo de 1919 y siguientes, y después
recogidas por las lucubraciones de Víctor D’Ors, en 1939, y de Paz Maroto, como
ingeniero adaptador, en 1943. Sobre Garrido la ciudad creció desde Federico
Anaya hacia el Este, siguiendo los condicionantes de la estructura viaria tradicional
y coetánea, y los impulsos irregulares de trabajo para los peones y jornaleros allí
afincados, con la construcción de los dos Cuarteles, el de Caballería (1928) y el de
Infantería (1926) y otras obras de la ciudad.
La Ley 19-IV-1939 se redactó para el fomento de la construcción estatal de
viviendas sociales mediante Planes Nacionales. Desde entonces, el barrio de
Garrido se convierte en el primer espacio apetecible para poner en práctica tales
actividades constructivas, alternándose con el tiempo la iniciativa de carácter
público del Ministerio de la Vivienda con otras actuaciones de Organismos más
sociales, como la Caja de Ahorros, el sistema de construcción residencial mediante
Cooperativas y, finalmente, la pura y dura iniciativa privada, a partir, sobre todo, de
la última reforma de las Ordenanzas de la construcción en junio de 1962.
Esta simultaneidad de rápidas acciones de construcción sobre un espacio
suficiente, y el hecho de que el mediocre PGOU-1966 no desarrollara ningún Plan
Parcial exclusivo, consolidó para el futuro un barrio muy desequilibrado, de
altísimas densidades y carente de los correspondientes espacios destinados a
equipamientos colectivos, como había determinado la Ley del Suelo. El resultado
no resiste la comparación con las nuevas formas de hacer ciudad en el desarrollo
de la planificación parcial posterior del PGOU-1984. Garrido es ahora un barrio
maduro con achaques.
Según los datos facilitados por el área de Bienestar Social del Ayuntamiento,
Garrido (Norte y Sur) tiene actualmente 25.145 residentes, con una población
infantil hasta los 9 años de 1.648 habitantes, un conjunto de 2.087 vecinos entre 70
y 80 años, y 935 mayores de 80 (171 con más de 90). El 51,2 % de los residentes
(12.881) tienen una titulación inferior al graduado escolar o carecen de estudios. El
Barrio de Garrido, por la estructura socio-demográfica y el amplio espacio que
ocupa, merece la atención prioritaria que ha empezado a tener ahora con nuevos
proyectos funcionales que atraerán la atención del resto de la ciudad evitando la
segregación injusta que ha sufrido. Medidas excepcionales, pero no suficientes.
Que prosigan.

20 de enero de 2000
LA GRAN VÍA SALMANTINA

El 26 de agosto de 1999 publiqué en “La Gaceta Regional” un artículo titulado


«Orígenes de la Gran Vía», de contenido explícito, como puede adivinarse por el
epígrafe. Cinco meses después -el lunes 24 de enero-, leo, estupefacto, los
contenidos de otro artículo, escrito por don Ubaldo de Casanova Todolí, en “El
Adelanto”; Gran Vía o modernidad urbanística, lo titula. Sin reiterar los contenidos del
artículo de agosto, no se pueden o no se deben escribir unas líneas con tal cantidad
de errores, sin antes asegurarse de no estar nadando en la ignorancia más supina.
No es ya que un dato sea incorrecto -que también-; es mucho más grave la etérea
formación que se adivina, con una argumentación ramplona, una sintaxis deficitaria
y una estructura desordenada, con retazos de aquí y allá. Si Enrique de Sena leyera
esos contenidos sentiría bochorno, sin duda.
Para empezar, el primer documento sobre la Gran Vía es del 19 de septiembre
de 1903, obra de Pedro Vidal, arquitecto municipal ignorado por muchos, con el
explícito título de Anteproyecto de Gran Vía que ha de unir en línea recta la carretera de la
Estación con el nuevo Puente en construcción sobre el río Tormes. A partir de ahí, las
aseveraciones del artículo no hay por dónde cogerlas. De esta guisa es el siguiente y
memorable párrafo: «El origen de una obra de tal envergadura tuvo su origen en el
incremento poblacional que se produjo tras la guerra civil, que exigió la elaboración
de un Plan de ordenación urbanística, del cual surgió un trazado para la
reconstrucción monumentalista de la ciudad, cuyo objetivo era establecer una
relación de continuidad entre el espacio rural y el espacio urbano». Son tantas las
cuestiones que desconoce del urbanismo salmantino que da hasta pereza
desglosarlas en tan limitado espacio.
Además de demostrar una ignorancia completa del complejo proceso
constructivo de la Gran Vía en cada uno de sus tramos, ya que para eso hay que
estudiar las fuentes de la hemeroteca, el COAL, los Archivos Histórico y
Administrativo, los documentos de la planificación o las sucesivas Ordenanzas de
Edificación, específicas para la Gran Vía (1948, 1958, 1960), no pueden hacerse
afirmaciones del siguiente calado: «A pesar de que no hubo unidad estilística, al
menos se obtuvo una gran economía y funcionalidad, edificándose grandes
conjuntos que beneficiaron la vida colectiva de la ciudad sin perjudicar a los
particulares». Esto es una barbaridad. La herida traumática infligida sobre el
parcelario histórico tradicional, con niveles de expropiación, reparcelación, y
también enriquecimiento, absolutos, ha caracterizado el desarrollo de la Gran Vía
en el transcurso del siglo. Es obvio. Sobre los estilos arquitectónicos reseñados,
mejor ni entrar.
Quizá dentro de algunos meses tenga ocasión de mostrar al autor, con un libro
específico, el intrincado proceso de construcción de esta arteria monumental.

3 de febrero de 2000
LA IMAGEN DE LA CIUDAD

El estudio sistemático de la cartografía salmantina en el transcurso de dos siglos


indica, con cierta exactitud, la correspondencia espacial que existe entre ciudad y
ciudadanos; otra cosa bien distinta es la afinidad entre el espacio geográfico y la
ciudad, generalmente despreciada en las representaciones planimétricas de uso
habitual. Siempre se ha considerado como ciudad sensu stricto el núcleo urbano
consolidado, maduro, entretejido de calles, abarcable desde la escala del ciudadano,
representativo, perfilado, visible. Un continente dominable. Una imagen con
volumen.
Los callejeros, fieles a su limitada función representativa, desprecian el entorno
inmediato, la continuidad en las relaciones de la ciudad con su campo, con ese
espacio transformado que es un insulto, por su desorden, hacia los modelos
muchos más equilibrados de explotación del espacio rural y tradicional. Si la escala
se redujera, esto es, si se adoptara como límite visual el meramente administrativo
del término municipal, no todas las capitales de provincia podrían admitir este
nivel de representación, dadas las dimensiones colosales de algunos enclaves (por
ejemplo, el correspondiente a la capital cacereña). Pero la estructura del Término
Municipal de Salamanca sí lo permite. Tengo curiosidad por conocer cuáles son los
criterios seguidos para escoger las escalas de representación de los callejeros
salmantinos. Ya sé que una escala de 1:8.000 permite identificar la toponimia, la
morfología y la estructura mejor que un 1:10.000 y no digamos que un 1:20.000.
Lo que no entiendo es el motivo por el que la representación del espacio
municipal completo sólo parece entrar en la lógica de los arquitectos urbanistas,
para quienes la delimitación municipal en casos como el salmantino es la primera y
obvia razón del ordenamiento urbanístico respetuoso con la Ley y, en cambio, los
editores de callejeros se resisten a superar los límites de un pliego por las dos caras,
minusvalorando en ventanas marginales -porque no caben- a barrios tan dignos
como los de Buenos Aires o Tejares u otras áreas, estén o no dentro de sectores
planificados.
Hace ya unos cuantos años que el espacio de Salamanca es otra figura más
compleja que aquella representación simplificada que resulta cuando continuamos
aplicando, con versiones modernizadas, los corsés históricos de modelos de
callejero periclitados. Salamanca, como cualquier ciudad de espacio municipal
abarcable que se encuentre en el trance de superar la barrera de los 200.000
habitantes de hecho -periurbano al margen-, necesita ser representada con rigor y
en su totalidad, porque es la ciudad futura. El resto del espacio hoy habitable podrá
ser mejorado y retocado con más precisión, porque cada vez quedarán menos
intersticios que admitan estas reformas, pero la estructura de su término municipal,
basculada hacia el Oeste, es mucho más vasta e importante y la ciudad crecerá
hacia allí. Es ineluctable.

24 de febrero de 2000
OSARIOS

El macabro y singular descubrimiento del calavernario en la casa derribada de la


calle de Los Mártires, ha llegado a adquirir en su momento categoría superior de
noticia nacional en algunos medios tan remotos de nuestro recoleto territorio
como los propios de la Comunidad de Valencia. Y como bien corresponde a un
país saturado de jismas, trápalas y camanduleros, se han desatado todo tipo de
teorías sobre cuál será el origen de esta sucesión de cráneos y otros restos
humanos, colocados en una ordenada anaquelería mortuoria. Las pruebas forenses
datarán con exactitud científica el sexo, la edad y otros datos que determinarán
mejor la procedencia, hoy dudosa.
Desde luego este hallazgo no resulta frecuente, y es comprensible que unos y
otros se interroguen sobre su origen. Pero también cabe decir que no es tan
sorprendente. Hay incluso casos más extremos donde huesos y viviendas
comparten algo más, aunque pueda parecer un disparate tal aseveración. Veamos.
Todavía tengo fresco en la memoria el recuerdo de la mañana del 18 de abril de
1993, cuando en uno de mis múltiples callejeos por el Barrio Antiguo, 8 de la
mañana, cámara fotográfica en ristre, descubrí en una casa en ruinas de la calle de
San Vicente Ferrer, ahora rehabilitada, que del muro casi desplomado sobresalían
sin rubor tibias sueltas y otros fragmentos de hueso, de cepa nada sospechosa,
dado el tamaño de alguno de los elementos allí encajados. De este episodio guardo,
en algún rincón de mi archivo de diapositivas y en otro distinto, pruebas para la
posteridad de tan desagradable como pintoresco encuentro albañileril.
Una vez impuestas las medidas propias del higienismo urbano, en muchas
construcciones domésticas, situadas por lo general en el exterior inmediato de
Catedrales e iglesias, los avezados y autodidactos futuros dueños tomaban del
terreno los materiales más adecuados para formar el mortero, ¡y vaya sí le daban
solidez al muro con objetos semejantes procedentes de los modestos camposantos
perimétricos! Reconociendo la singularidad de tan curioso destape, cuya estructura
necrótica poco tiene que ver en este caso con las prácticas de alarife descritas
después, hay que recordar que, con esta casa ya derribada, pocas de esa época
quedan dentro del casco histórico.
De esto sabe mucho, lo sabe todo, don Luis Enrique Rodríguez-San Pedro
Bezares, profesor de Historia Moderna de nuestra Universidad, que me consta
tiene un exhaustivo y admirable registro del parcelario y la estructura urbana
salmantina de los siglos XVI y XVII y su evolución, fruto de los años de
investigación dedicados a su monumental tesis sobre la Universidad salmantina del
Barroco (1986), y de una especial sensibilidad, por su preparación, hacia la historia
del Urbanismo y la estética de la forma urbana. Las ciudades se transforman, las
casas se derriban, los morteros se mejoran o no, pero que los huesos reposen en
paz.

4 de mayo de 2000
CITAR FUENTES

Desde hace dos semanas, diversos medios de información de la ciudad recogen


la noticia de los proyectos de recuperación y restauración de distintos tramos de la
muralla salmantina, en concreto, los que corresponden al tramo inicial del Cerro de
san Vicente, el sector desde allí hasta el Colegio Mayor «Hernán Cortés» y por
último, los 82 metros del lienzo de muralla, hoy tapia del Colegio de los Irlandeses,
que es en el que ahora me voy a detener, permítaseme la licencia.
Sin entrar en alusiones a nadie, agradecería por parte de todos una discreta pero
justa cita, no por cortesía, no, sino simplemente por delicadeza, que suele ser el
distingo certero entre quienes afrontan lo que desconocen con gallardía e interés
por preguntar y aprender y quienes aprehenden por doquier cualquier cosa que les
sirva para arrogarse méritos ajenos.
En el mes de septiembre de 1995, el Colegio Oficial de Arquitectos de León
publicó un artículo mío en el suplemento «Arquitecturas», editado con periodicidad
por La Gaceta Regional y hoy desaparecido, titulado «Un lienzo de muralla
medieval en Salamanca», donde se analizaba precisamente este despiste mayúsculo,
esta miopía abracadabrante en la que habían incurrido Organismos, historiadores,
profesores universitarios, arquitectos, investigadores y eruditos durante 200 años,
trasladando a planimetría y difundiendo casi para siempre un error fundamental:
interpretar y agregar como tapial del Fonseca semejante paño revocado, en pleno
Paseo de san Vicente. Los detalles allí quedaron explicados para la posterioridad.
Aquí debo decir -porque así entiendo yo que se debe investigar, citando con
gratitud- que medio año antes de la publicación, cuando estaba enfrascado en la
redacción de la tesis, les presenté esta inquietud «existencial» a don Fernando
Lombardía Morcillo, don Alberto López Asenjo y don Manuel García Conde
Angoso, arquitectos municipales por aquellas fechas enfrascados en la presentación
al público del nonato Avance del PGOU 1995, quienes, superado el estupor e
incredulidad iniciales -les duró la sensación pocos minutos, todo hay que decirlo-,
me animaron a explicar en un artículo tal circunstancia, con un interés que hoy
resulta insólito encontrar en algunos ambientes universitarios, aunque sí es propio
de quienes están acostumbrados a trabajar en equipo y saben aprender unos de
otros sin envidias.
Después de este episodio, el 19 de octubre de 1997 se publicó en el mismo
medio otro artículo bajo el epígrafe: «La muralla medieval y el Colegio Mayor del
Arzobispo Fonseca», donde de nuevo -y contraviniendo mis principios contrarios a
la reiteración- hacía un recordatorio de este galimatías. Hubo entonces un silencio,
asfixiante y significativo de casi todos. Si hoy es noticia, alguien tomaría nota
entonces, y eso es suficiente y me alegro, pero las formas y la ética no deben
separarse nunca de la justicia y el reconocimiento. No cuesta tanto.

18 de mayo de 2000.
EL VIAJE DEL AGUA

Muy lejanos en la memoria quedan los momentos en que la Corporación


salmantina confiara un proyecto de abastecimiento de aguas al arquitecto
provincial y municipal, José Secall (el encargo de las obras se hizo en 1872 y
terminaron en 1874). Una tubería de 20 cms de diámetro llevaba el agua desde la
sala de máquinas del Camino de la Aldehuela hasta 700 metros de distancia, lugar
donde se encontraban los dos depósitos subterráneos de 1.800 m3 de capacidad
cada uno. Tras otros proyectos que sufrieron distintas y prolongadas vicisitudes, las
obras de saneamiento general de la población correspondientes a 1917 aseguraban,
a finales del año, la conclusión del nuevo depósito de agua del Paseo de san
Antonio con capacidad para 40.000 litros.
En 128 años Salamanca tal, y como la conocemos hoy, ha cambiado su relación
con el agua completamente. La regulación del cauce del Tormes en su cabecera,
con la construcción de la presa de Santa Teresa en Montejo de Salvatierra, y su
entrada en servicio en 1963, con producción hidroeléctrica anual media de 72,4
Gwh y una superficie regable para cultivos media de 24.700 hectáreas, ha
transformado una parte sustancial del paisaje provincial de esta área, que se
corresponde casi por completo con el discurrir del Tormes. Ello posibilita desde
entonces que podamos disfrutar de una situación privilegiada del uso general y
actual del agua, como un bien de primera necesidad abundante en nuestro sector.
Este disponibilidad habitual y generosa, nos hace apreciar menos la nueva y triste
realidad general de que, además de un bien imprescindible para la vida, es un
elemento natural, limitado y sensible al progreso, que comienza a ser escaso.
La exposición que se abrió en su momento para explicar las infraestructuras de
mejora de la gestión del agua en Salamanca, se puede visitar todavía hoy en las
dependencias municipales del Espacio Joven. Espartana de contenidos y sencilla de
planteamientos, ofrece mediante paneles una visión simplificada de este viaje del
agua, pero en términos generales es acertada y se comprende por todos. Cumple,
por tanto, su función. El uso del agua se hace más imprescindible ahora, en
consonancia con los cambios culturales que afectan a las sociedades
occidentalizadas, que siguen el estilo de vida norteamericano, en lo estético y en lo
ético. Existen nuevas formas de interpretar la calidad de vida en los entornos
urbanos, en los espacios de ocio y recreo públicos, también en los ámbitos
privados de las áreas residenciales nuevas de carácter unifamiliar. Y en todos ellos
se refuerza la importancia del agua abundante como un elemento estético y
funcional que sirve para cuidar el propio sector, pero también para crear mundos
artificiales cada vez más unipersonales y familiares. Lo verde vende. Estos hábitos
llegarán a transformarse en lujos, cuando lo preferente sea usar el agua para el
consumo humano, y gracias. Todo llegará.

31 de agosto de 2000
¡QUÉ ES EMBLEMÁTICO?

«Lo más de lo más» en los últimos tiempos es usar este adjetivo, en sentido
figurado, para referirse al valor relativo de algún edificio de nuevo cuño, por su
representación simbólica. Una memez que añadir a la lista interminable de bobadas
que parecen multiplicarse a ritmos inusitados. De nuevo se recurre al eufemismo
simplón y fácil, como garantía de que un hecho y su alegoría lleguen con facilidad y
sin mucha elaboración al ciudadano medio. De edificios emblemáticos están las
ciudades llenas hoy, todas bien clasificadas, todas pugnando entre sí. Y si no lo
están de facto, lo serán en poco tiempo, cuando se culminen proyectos que afloran
por todas partes. Sólo hace falta un mínimo «evento» (otro sustantivo, cursi donde
los haya, y extendido como el aire que respiramos). Las ciudades parecen ser o no
ser, según cuántos edificios diseñados por Moneo o Siza -entre otros muchos-
tengan. Y todos embarcados en esta quimera.
Pero mientras esto sucede sin pausa, elementos que verdaderamente son
«emblemáticos», es decir, cargados de simbolismo e historia para la ciudad, parecen
condenados a desaparecer. El 2 de diciembre de 1999 -hace casi un año-, y bajo el
título explícito y descriptivo de «El depósito de agua», aludía al ejemplo macilento
del mismo (proyecto original de 1908, terminado en 1918). Es un error tomar la
determinación de derribarlo. La controversia se ha centrado en la dicotomía entre
estética y función. La razón de mayor calado para su conservación es aquella que lo
defiende como parte de la historia urbana de Salamanca. El símbolo más notable
de su construcción fue representar en su momento los esfuerzos ímprobos del
consistorio por dotar a la ciudad de un suministro básico de agua, y conseguirlo.
Ahí es nada. A pesar de eso, algún concejal alude explícitamente a que «este
amasijo de hierro y cemento no supone ninguna pérdida en el patrimonio de
Salamanca. Este depósito carece de valor histórico». Y tan a gusto.
Con un adecuado concurso de imaginación en ingeniería y arquitectura de
rehabilitación, esta enseña funcional del higienismo salmantino, injustamente
minusvalorada, pasaría a desempeñar una función social distinta, porque es un
elemento urbano de principios del siglo XX, de primera magnitud. Y la ciudad no
puede ni debe arrasar con referencias que la unen a un pasado, hecho a base de
retazos y contribuciones singulares. Negar esta circunstancia es olvidar también lo
que fuimos. No es un palacio, ni tampoco un teatro, ni mucho menos el rescoldo
de unas ruinas romanas o medievales (algunas de éstas fueron arrasadas ya). Pero
forma parte de nuestra historia. Es innegable. Tener que explicar estas razones
parece algo de perogrullo. Las barrabasadas suelen cometerse así, a base de vedar
por capricho la historia.

23 de noviembre de 2000
SABER INVESTIGAR ARQUITECTURA

El pasado martes día 30 tuve la oportunidad de asistir a la defensa de la tesis


doctoral «Arquitectura y urbanismo en Salamanca (1890-1939)» del ya doctor don
José Ignacio Díez Elcuaz, dirigida por la doctora doña Mª Teresa Paliza Monduate.
Es gozoso para el oído (y espero que satisfactorio por su lectura cuando se
publique), comprobar cómo en el marasmo aburguesado de una Universidad
encorsetada por la gestión y la imagen, todavía pueden reconocerse trabajos de
investigación, con mayúsculas, capaces, por su calidad, de ensombrecer -y tal vez
acallar para siempre- obras y obritas menores que suelen florecer con el apremio de
una meta inmediata y no por el fin mismo de la estricta investigación -quizá una
utopía para algunos hoy-. Eso es hacer ciencia. Lo demás es producir pliegos de
tono menor y contenido ralo. Una de las virtudes de la obra buena es su capacidad
para poner en evidencia lo mediocre y fugaz.
Y a la ciencia se llega con el tesón aplicado año tras año. Con la formación
multidisciplinar continuada. Con la discreción y humildad que tiñen el carácter de
quienes bucean en el pasado del hombre para tratar de conocerse a sí mismos e
iluminar campos del saber, opacos o ignotos. Una labor del conocimiento que
apenas tiene satisfacción pública, salvo cuando se defiende ante un tribunal y se
publica -porque esa debe ser su meta ahora-. El trabajo, riguroso, científico y
contundente, analiza las manifestaciones arquitectónicas y urbanísticas de
Salamanca a lo largo de cincuenta años. Profundiza, tras una recopilación prolija,
documental y gráfica, en los valores de las creaciones arquitectónicas locales,
encontrando las singularidades existentes. Los objetivos amplían su horizonte más
allá -era necesario-, y se estudian caracterizaciones sociales, infraestructuras
generales, la evolución de la estructura del caserío. En definitiva: la historia del
Arte como historia de la ciudad, el vínculo espacial más perfecto de la relación
humana.
Eclecticismo, Regionalismo, Racionalismo, todos, movimientos y modas, se
manifiestan arquitectónica y formalmente en Salamanca, con mayor o menor
profusión. Todos mantienen la imbricación de la ciudad con las corrientes que se
producen en el resto de España. La labor profesional completa de arquitectos
como Joaquín de Vargas, Pedro Vidal, Santiago Madrigal, Genaro de No, Ricardo
Pérez, alcanza así hoy -cuando con tanta alegría se modifican edificios de valor-, el
reconocimiento sustraído por el tiempo, quizá de manera injusta. La tipología de la
vivienda también se analiza con rigor y variedad, del mismo modo que la
arquitectura hospitalaria, la militar o la propia de los centros de enseñanza.
Una investigación de esta naturaleza se convierte en un preciado bien, regalado
a todos los salmantinos, con inusual generosidad.

1 de febrero de 2001
LA CIUDAD EN EL SIGLO XIX

Observo, al leer con detenimiento el tercer volumen de la Historia de


Salamanca, «El siglo XIX» (me niego a usar la forma del ordinal para designar los
siglos), que el capítulo dedicado a la población de Salamanca (a cargo de don
Joaquín Maldonado Aparicio) está realizado con un correcto tratamiento y rigor.
También demuestra algún exceso del que puede prescindirse en este contexto
histórico. Es el caso concreto del Anexo III.1, titulado «Población de hecho, 1787-
1996» (pp. 306-309), donde se agrupan los municipios por antiguos partidos
judiciales. Yo eliminaría todos los datos del siglo XX, desde el Censo de 1920
(dejemos el de 1910, por indicar la prolongación de una tendencia...), hasta el
Padrón de 1996, porque no aclaran nada, ya que estamos tratando el siglo XIX.
Echo en falta, además, un capítulo específico sobre los procesos urbanos, porque,
a pesar de que el epígrafe 4º se titula expresamente «El proceso de urbanización» y
se refiere a la provincia, se resuelve en 49 líneas, y en sí no explica tal proceso de
urbanización, sino el propio crecimiento poblacional urbano -se basa en datos
censales y no en proyectos de transformación urbana-, que en absoluto es lo
mismo, aunque tiene cierta relación. No se aborda la estructura, la colmatación de
intersticios u obras de reforma y mejora, aspectos que quedan pespunteados en
otros capítulos al analizar la desamortización, el ferrocarril, la industria y otros
episodios, que sí reflejan indirectamente los sistemas propios de la ciudad.
Y es que el siglo XIX, centuria de tantas luces urbanas en otras ámbitos
territoriales -por ejemplo en las provincias mediterráneas de Valencia, Alicante,
Granada, Málaga, o Huelva, por no citar las clásicas-, está muy abandonado en
estos aspectos del análisis de la morfología, estructura y proyección de la ciudad,
tarea que necesita abordarse de inmediato. Cuando se tratan diversos aspectos de la
ciudad en el siglo XIX es fácil comprobar e intuir una veta de fuentes interesante
para reconstruir los procesos de organización interna, mejoras y deterioro, cuasi
ignotos, a parte de los datos de los compiladores locales del XIX. Quiero abordar
este estudio de la ciudad de Salamanca en ese periodo. Desde aquí propongo,
invito y animo a la profesora Mª Nieves Rupérez Almajano, y a otros especialistas
avezados en estos campos, cuya inquietud y formación conozco, a formar un
equipo de trabajo y emprender con interés la tarea.
Hoy se abre más el conocimiento gracias a este nuevo volumen, y se rompe
también la plúmbea inclinación de elevar a los altares algunas obras que, sin
merecer el denuesto, son flojitas de verdad. Pero para investigar en fuentes locales
del siglo XIX aquí, el Ayuntamiento deberá afrontar antes, con urgencia, la tarea de
ampliar la plantilla del Archivo Histórico Municipal porque el trabajo de relación y
catalogación de los fondos está casi por hacer.

10 de mayo de 2001.
UN COMERCIANTE EMPRENDEDOR

El profesor Conrad Kent ha trabajado de nuevo sobre la historia de nuestra


ciudad. Y lo ha hecho esta vez investigando sobre “Luis González de la Huebra y
los orígenes de la Modernidad en Salamanca”. Así reza el título de su documentado
libro.
El caso de Conrad Kent es rara avis en el panorama del estudio sobre temas
salmantinos, porque ha sido capaz de romper muchos moldes. Su especial
formación le permite analizar la microhistoria trazada por símbolos arquitectónicos
como la Plaza Mayor o personajes singulares, como en el caso presente de Luis
González de la Huebra, convencido como está de que la historia de las ideas y los
grandes hitos se ha construido siempre gracias al tesón y a las iniciativas de muchos
anónimos ciudadanos, cargados de voluntad emprendedora y de indomable tesón.
Conrad defiende la relación directa que existió entre el desarrollo del ferrocarril y la
capacidad para transmitir las corrientes de la modernidad europea en España.
La modernidad en el tránsito formal entre el siglo XIX y el XX, se desviste así
de la entelequia filosófica en que la habían transformado algunos estudiosos
reduciéndola al ámbito espacial finisecular de Barcelona o Madrid. Conrad quiere
demostrar que con frecuencia los tópicos en la historia contemporánea son eso:
tópicos. Su asombrosa facilidad para reconstruir facies históricas queda plenamente
demostrada con esta ajustada actualización del personaje atípico y ahora histórico
de Luis González de la Huebra. En este caso ha contado con la insólita fortuna de
haber podido investigar sobre una compleja documentación, cuidadosamente
guardada por su familia. ¡Cuántas otras vidas de emprendedores no podremos
reconstruir jamás por la desidia de herederos nada comprometidos con su heredad!
Cada aproximación de Conrad Kent a la historia resulta una fascinante
secuencia de regreso al pasado, con todas sus consecuencias. En ocasiones su
entusiasmo en la reconstrucción de los hechos le delata cuando describe algunas de
las fotografías y uno intuye que investigador y personaje investigado se confunden.
Pero esto simplemente refleja la motivación personal con que se ha volcado en su
sistemático trabajo por aprender, organizar y explotar la prolija documentación
consultada.
La historia de Luis es la historia de un comerciante emprendedor, con afán
viajero y juvenil entusiasmo por promover en Salamanca todas aquellas novedades
de la técnica y la modernidad descubiertas por él en las Exposiciones
Internacionales europeas. Sin duda, hizo historia, sin pretenderlo.

27 de diciembre de 2001
DOCUMENTACIÓN URBANÍSTICA HISTÓRICA

La noticia del descubrimiento del proyecto original para la construcción del


puente de Enrique Estevan en el archivo de la Consejería de Fomento, me ha
llenado de sorpresa, porque yo no tuve la fortuna de consultar dicho ejemplar
cuando elaboraba mi tesis sobre el desarrollo urbano de Salamanca en el siglo XX.
Sencillamente no existía en el Archivo municipal.
Ahora me entero de dónde estaba. Hace unos años, el propietario de una
copistería me comentó, en cierto momento, que por su negocio habían pasado,
para fotocopiarse, ciertos planos grandes, antiguos y encerados, de un puente que
parecía tal cual el mismo. Y yo, ojoplático, permítanme ustedes la expresión.
Por fortuna, las duplicidades y copias de algunos documentos como éste o parte
de ellos (que tienen el pecado de ser como correcaminos: no paran; tienen vida
propia, los encuentra uno donde menos lo espera) se pudieron investigar entonces,
y así se salvó ese inconveniente de no disponer del original. Podría escribir un libro
de anécdotas sobre cómo estaban -si estaban- muchos documentos; dónde los
encontraba; en qué estado de conservación, y en qué espacios ajenos a los
depósitos convencionales o conocidos.
El inventario del archivo urbanístico histórico de la capital está por hacer.
Porque, además, hoy los fondos se encuentran dispersos, y al no hallarse
catalogados muchos de ellos, por norma, si no están recogidos como mínimo en
una relación, el investigador no puede consultarlos, aunque sepamos en qué
anaquel se encontraban. Esto deben conocerlo los ciudadanos. La voluntad y
profesionalidad de la archivera y su ayudante no es suficiente para acometerlo.
Las autoridades municipales deberían incrementar con suma generosidad la
plantilla archivística municipal y ponerse a la tarea ya. En mi caso, he tenido que
salvar de las humedades y otras bestezuelas, cajas, planimetría extraordinaria o
memorias, sitos también en lugares alejados de lo que hoy es el Archivo municipal
o el antiguo Administrativo, situado en Lasalle.
Si Salamanca quiere presumir de verdad de su patrimonio, debe elaborar,
mediante la voluntad política, un plan de recuperación documental en esta materia,
porque ahí está gran parte de la historia urbana, sucedida en apenas doscientos
años. Yo me presto a ayudarles, tras un bagaje de diez años, incluso en esa magna
exposición para 2003.

18 de julio de 2002
MIRAT

En la historia urbana de Salamanca desde mediados del siglo XIX, el espacio


industrial de Mirat ha sido siempre una referencia inexcusable, tanto para entender
la sociedad salmantina de aquellas décadas como para vislumbrar algo de su
crecimiento urbanístico.
La empresa de Mirat tuvo la influencia suficiente como para afectar la
localización de la nueva línea Sur del ferrocarril salmantino, ese hilo invisible hacia
la modernidad europea que contribuyó a abrir el aislamiento español, tan bien
explicado en el caso de Salamanca por otros investigadores (Conrad Kent fue el
primero, con su prodigiosa capacidad para el hilván de hechos, gentes y
pensamientos). Precisamente por encontrarse enclavado como un espacio urbano
industrial tradicional de borde, junto al barrio de la Prosperidad, que se
consolidaba desde la segunda década del siglo XX, y otros, esta empresa,
consumidora de grandes espacios y necesitada de una línea de ferrocarril, fue una
actividad poco congruente con el futuro urbanistico de la ciudad, cuando se
redactan los primeros avances del Plan General.
Las negociaciones de antaño para su traslado no surtieron efecto. Además, con
dicho Plan se consolidó, buscando atenuar el pie forzado de Mirat, lo que hoy se
denomina «Polígono del Tormes» (que de industrial tiene poco, ya lo expresan así
los listados de actividades facilitados hace un año por la Cámara de Comercio,
cuando redactaba la información urbanística comarcal previa a la revisión del Plan
General).
La confluencia azarosa de dos factores parece anunciar hoy su traslado
definitivo. Por una parte, la futura e impresionante fábrica de Bioetanol de
Babilafuente y sus infraestructuras vinculadas (La industria arrastra a otra industria,
y eso crea riqueza. Presten atención al municipio de Babilafuente de aquí a una
década). Por otra, los comentarios que se recogen en las Memorias de los
arquitectos autores de la rehabilitada cárcel y del nuevo Centro de Artes Escénicas
respecto al entorno desafortunado en que se enclavan sus edificios.
Por enésima vez se cumple aquello de que el urbanismo se construye muchas
veces así: no por la reflexión o el estudio de especialistas y técnicos autóctonos,
sino por el oportunismo y las sugerencias veladas de los foráneos, al parecer, los
únicos capaces de sacar los colores o decir qué esta mal. Es sintomático.

1 de agosto de 2002
TREINTA Y DOS AÑOS

Hace unos días revisaba una colección de fotografías de Salamanca hechas en


1970. El sector que merecía tal atención era amplio: la Vaguada de la Palma, las
antiguas pistas de atletismo, la calle Balmes, la nueva Facultad de Ciencias, en
construcción, el Barrio de San Vicente, y todo el sector que algunos bautizaron
antaño como «Barrio chino», y con ese estigma casi se quedó hasta hoy. No han
transcurrido tantos años. 32, ni más ni menos.
El valor de esa colección fotográfica está precisamente ahí; en su edad. Y nada
diré de su estado físico (lamentable). A pesar de la ancianidad que arrastran todavía
son capaces de dibujar con nitidez los perfiles de una Salamanca, en el cogollo de
su sector universitario, que se presenta a los ojos actuales un tanto..., cómo decirlo
sin zaherir al salmantino lígrimo... ¿pedestre? Algo así. Asaz mísera. Desde
pequeño me entusiasma escudriñar fotografías antiguas de toda índole,
especialmente de carácter urbano.
Con el tiempo y los años me dejé influir también, ya en Salamanca, por la
maestría con que Enrique de Sena relacionaba espacios, gentes e historias en el
devenir noticiero y gráfico del siglo XX. Él disfrutaba demostrándonos los
cambios. Y es que la memoria nunca debe abandonarnos (ahora que todo muda de
repente el recuerdo es, sobre todo, un patrimonio de incalculable valor). Don
Enrique era un maestro en ese arte, sin duda. Por cierto, echo en falta mayor
reconocimiento hoy de su persona, cuando apenas han transcurrido cuatro años
desde que falleciera, el 27 de agosto de 1998, en su casa de Santa Marta.
Pues bien, recuperando la indiscreción de las fotografías a las que aludía al
principio, unas panorámicas casi históricas ya (les faltan veinte años para serlo), los
cambios que se muestran son radicales y evidentes, si los comparamos con el grado
y tipo de ocupación actual del espacio. Aquí no sería necesario entretenerse con la
lupa porque todos lo podrían comprobar. La transformación de la ciudad en sus
espacios históricos asociados a la Universidad ha sido rotunda. Fernando
Población y Antonio García Lozano empezaron a pergeñar, a mediados de los
años sesenta, un nuevo tipo de Barrio Universitario, formando equipo después con
Felipe Lucena Conde en la Universidad, y Pablo Beltrán de Heredia en el
ayuntamiento. Fue parte de una renovación progresiva cuyo desenlace sería la
regulación propuesta por el Plan Especial, desde 1984.

19 de septiembre de 2002
NOTAS DE HISTORIA URBANA

Me congratula comprobar que se suscita un interés nuevo por el entorno de


Fonseca y la Hospedería, hoy en fase de rehabilitación por la Universidad de
Salamanca para transformarla en Centro de Postgrado. Me gusta certificar cómo se
ha puesto de moda porque recuerdo las caras de estupor e incredulidad cuando en
septiembre de 1995 publiqué, en el número 10 del suplemento «Arquitecturas» del
Colegio Oficial de Arquitectos de León, un artículo titulado «Un lienzo de muralla
medieval en Salamanca».
El cotejo documental de la cartografía histórica para la Tesis me permitió
observar la apropiación indebida por el Colegio Fonseca del espacio intramuros,
cuando se trazó la nueva calle Espejo. Estas áreas de la muralla resultaban
peligrosas para los viandantes. Lo habitual era cerrarlas al tránsito y así evitar robos
o asesinatos. Hoy, ese sector se corresponde en parte con un lienzo medieval de
unos 75 metros de longitud, con el testero explícito y revocado, que termina
exactamente donde comienza la nueva fachada del proyecto aludido. Con la
construcción de un edificio para el departamento de Anatomía en la cuesta de
Ramón y Cajal por Genaro de No (proyecto de 1934), se demolió la muralla en esa
vertiente y se construyó un muro de ladrillo, hoy derribado en la intervención.
El nuevo proyecto respeta perfectamente el espacio donde se sitúa y su relación
con el lienzo histórico y el edificio, segregándose de él y manteniendo un diálogo
formal, para adquirir carácter propio, tal como exigen las disposiciones
internacionales sobre rehabilitación, evitando así los falsos históricos, esas
tendencias tan extendidas a erigir las obras nuevas como si fueran de factura
clásica. En este sentido, la «Carta Internacional sobre la Conservación y la
Restauración de Monumentos y de Conjuntos Histórico-Artísticos» (Carta de
Venecia, 1964, aprobada por ICOMOS en 1965) dice en sus artículos 12º y 13º,
dentro del apartado de Restauración: «Los elementos destinados a reemplazar las
partes inexistentes deben integrarse armoniosamente en el conjunto,
distinguiéndose claramente de las originales, a fin de que la restauración no
falsifique el documento artístico o histórico. Los añadidos no deben ser tolerados
en tanto que no respeten todas las partes interesantes del edificio, su trazado
tradicional, el equilibrio de su composición y sus relaciones con el medio
ambiente».

14 de noviembre de 2002
FOTOGRAFÍA URBANA HISTÓRICA

Si tuviera la oportunidad de pedir un favor a mis paisanos salmantinos, sería


más bien con pretensiones de colaboración. Les rogaría que tuvieran el pequeño
detalle -inmenso, en realidad- de hacerme llegar copias de fotografías antiguas de la
ciudad, tomadas por ellos o familiares a lo largo de sus vidas estrenando las
cámaras fotográficas o, simplemente, comportándose como simples aficionados
esporádicos.
Estas legiones voluntarias tendrían que estar formadas por fotógrafos
aficionados que en algún momento sintieron la necesidad de retratar paisajes
urbanos afines con sus vivencias (el barrio desde la ventana; una tarde de paseos
fluviales; panorámicas caprichosas de los horizontes catedralicios y monumentales;
rincones y plazuelas salmantinas; la casa que fue de sus abuelos o padres y ya no se
conserva; la vieja y modesta tienda familiar; obras y construcciones que reclamaron
su atención y decidieron hacer perdurables...).
La fotografía urbana histórica, como testimonio del siglo XX, posee mayor
valor si procede de objetivos entusiastas y espontáneos. Sin colaboraciones como
éstas, de cientos de ojos anónimos fijando instantáneas ciudadanas para el recuerdo
personal (que podrían recuperarse y ser así archivadas y expuestas como un
patrimonio de la memoria de todos), las ciudades continuarán transformándose y la
cadencia rutinaria de este proceso impedirá recordar aquello que fue y hoy no está
o es algo distinto. La velocidad con que se producen las transformaciones urbanas
no permitirá, dentro de cincuenta años, una reconstrucción visual fidedigna de la
historia del siglo pasado -incluso de éste-, si no contamos con colaboradores como
los aludidos, al margen del trabajo profesional de los fotógrafos de la prensa o de
las firmas consagradas.
Las ciudades, que tradicionalmente se formaron mediante las sumas
heterogéneas de vidas y trasiegos, tienen en el soporte de la fotografía de
aficionados el último reducto latente de esa mirada personal con que algunos
decidieron inmortalizar espacios, arquitecturas y atmósferas. Los museos de
ciudades con alma, como Salamanca, deberían «plagiar» el espíritu y la función de
la Filmoteca Regional de Castilla y León -perdona mi insolente atrevimiento, amigo
Juan Antonio- y hacerse con colecciones como la sugerida. Tendrían sabor y
sentido propios. Una mirada intrahistórica de la memoria urbana hecha de
fotografías caseras.

8 de mayo de 2003
ARQUITECTURA ARQUEOLÓGICA

El dieciséis de agosto de 2001 tuve oportunidad de referirme aquí al entonces


llamado «Anteproyecto para la protección de los restos de la planta del antiguo
convento de San Vicente y urbanización de su entorno», encargado dos años atrás
al equipo de los arquitectos Pablo Núñez Paz, Pablo Redero Gómez y Juan
Vicente García; el ingeniero de caminos Jesús Rodríguez Martínez y el arqueólogo
Carlos Macarro Alcalde.
Sobre el plano, observando los alzados y analizando el proyecto -que, según me
advirtieron, sufriría una pequeña modificación-, me pareció una propuesta insólita
en estos lares (que nadie se sienta ofendido), por la calidad arquitectónica y
ambiental de su integración con el teso, así como por el cuidado en plantear la
recuperación de los restos arqueológicos -impresionantes- del Convento de San
Vicente (fundado en el 660, propiedad de la Orden Benedictina desde el siglo XV y
con presencia hasta el siglo XVIII), sobre los vestigios de castros y cabañas de los
siglos VII-V a C., origen primigenio de la ciudad. Naturalmente que aquella
observación referida a la calidad del plan era personal. Sin embargo, el paso del
tiempo y el despertar fatigoso de esta arquitectura -siempre luchando por la llegada
oportuna y salvadora de las inversiones-, me permiten ratificar la impresión de
sorpresa y admiración que sentí dos años antes.
Hace apenas un mes tuve la fortuna personal de ser guiado, cual lazarillo lego
en la materia, de la mano del arqueólogo Carlos Macarro por sus interiores, ya en
plena imbricación de paramentos, estructuras y niveles arqueológicos de esta
primera fase. Su relato pormenorizado de los descubrimientos, de los conceptos y
debates técnicos entre unos y otros componentes del equipo, las disquisiciones
sobre el uso de distintas maderas y soportes, las formas de iluminación, las
distribuciones interiores, los pavimentos y demás cuestiones, así como la
ampliación del mismo hacia el espacio del Colegio Hispanoamericano a punto de
desaparecer, o la propuesta de actividades futuras, demuestran cómo estamos ante
un proyecto, afirmo, infrecuente en Salamanca, donde la urgencia por su
construcción ha encontrado un difícil equilibrio junto a la mesura en el tratamiento
de atmósferas y contenidos.
El futuro espacio museístico y arqueológico de San Vicente será un elemento
cultural excepcional para la ciudad de Salamanca. Y así empieza a ser reconocido
con galardones.

15 de mayo de 2003
PLANEAMIENTO URBANO EN SALAMANCA
A PROPÓSITO DEL URBANISMO SALMANTINO

A raíz de un consenso plenario de 2 de mayo de 1975, el Ministerio de la


Vivienda acordó mediante una Resolución de 24 de julio, la urgente revisión del
entonces vigente Plan General de Ordenación Urbana de Salamanca de 1966. El
artículo 37 de la Ley sobre el Régimen del Suelo de 12 de mayo de 1956, determinaba
que los Planes Generales de ordenación habrían de ser revisados cada quince años
y, excepcionalmente, el Consejo Nacional de Urbanismo (después el Ministerio de
la Vivienda) podría anticipar la revisión de oficio, o bien a instancia de las
corporaciones interesadas. El 30 de diciembre de 1972 la Comisión Provincial de
Urbanismo consideró conveniente pedir que se acelerasen los trámites de revisión,
la vigencia del Plan de 1966 había ido poniendo de manifiesto su absoluta
inadecuación para hacer frente a los problemas y necesidades de la ciudad con un
escaso desarrollo del planeamiento parcial. La Resolución del Ministerio de la
Vivienda añadía una dimensión distinta al ámbito del planeamiento, deslizando la
posibilidad de que la revisión se llevara a cabo con una ordenación comarcal.
La exposición de motivos de la Ley de 2 de mayo de 1975, de Reforma de la
Ley sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana y el Texto Refundido,
aprobados por Decreto de 9 de abril de 1976, denotaban una clara intención de
revisar y actualizar la legislación de 1956 cuyo desarrollo se había mostrado
claramente insuficiente. El Plan General de 1966, contaba ya con la autorización de
revisarse anticipadamente. A partir de aquí el proceso de desarrollo se torna lento y
confuso: por una parte la contratación de los trabajos de revisión del Plan con un
pretendido carácter comarcal, casi impuesto por la Dirección General de
Urbanismo; por otra la promulgación de la nueva Ley del Suelo de 1976 que
obligaba a adaptar los Planes Generales a ella.

El equipo de arquitectos urbanistas formado por Mangada y Ferrán, contratados


para redactar el Plan Comarcal de Ordenación Urbana de Salamanca, trata de
solventar esta adaptación incorporando una revisión como Plan, acompañada de
Normas Complementarias para Salamanca, que armonizadas con las Normas
Subsidiarias que se establecían para el Plan Comarcal, solventaran de manera
transitoria la interpretación de los instrumentos urbanísticos, hasta la elaboración
definitiva de dicho Plan General Comarcal. Todo ello fue acordado en septiembre
de 1977 por los Alcaldes de los municipios del área perimetral a la Capital. En
febrero de 1978 se presenta el Avance del Plan Comarcal y se expone. Durante la
sesión plenaria del 27 de julio de 1978 dan a conocer las Normas Complementarias
y Subsidiarias de Planeamiento para la Comarca de Salamanca, reuniendo bajo esta
categoría a los términos municipales de Aldeatejada, Cabrerizos, Carbajosa de la
Sagrada, Doñinos, Las Torres, Pelabravo, Santa Marta de Tormes, Villamayor, y
Villares de la Reina. En febrero de 1979 se aprueban provisionalmente.
Las elecciones democráticas de 1979 renuevan la Corporación Municipal y el
equipo Mangada-Ferrán queda reducido a Ferrán y Navazo, -un estrecho
colaborador-. El Avance de Revisión no prospera y por razones de diversa índole
adoptan el acuerdo en junio de no seguir adelante con el sistema de Normas
Subsidiarias y Complementarias, ni con la corrección de las deficiencias al detalle,
para encargar -esta vez sí- una revisión completa.
El 27 de mayo de 1980 se discute un documento redactado por los servicios
técnicos municipales, de carácter también transitorio, con los criterios de
reinterpretación del Régimen Urbanístico y la aplicación del Plan General de 1966,
así como las nuevas indicaciones de la Ley del Suelo de 1975, requiriendo del
equipo redactor del Plan, mayor celeridad para concluir la Revisión-Adaptación del
Plan General.

15 de noviembre de 1997
LA REVISIÓN DEL PLAN GENERAL DE SALAMANCA

Hace dieciséis años, en enero de 1981, los arquitectos Ferrán y Mangada


presentaban el Avance del Plan General de Ordenación Urbana de Salamanca. El
interés por parte del Ayuntamiento por disponer de un Catálogo de Edificios del
Municipio y la repetición de Avances y modificaciones, fuerza a una contratación
nueva por doce meses más, revisando y refundiendo todo lo anterior. Es entonces
cuando se sugiere abandonar la fórmula de la comarcalización.
Si todavía no estaba suficientemente espeso el caldo de las figuras, demoras
sucesivas y actuaciones urbanísticas solapadas e inconclusas, el 13 de febrero de
1982 se presenta en sesión plenaria el Avance de Planeamiento del Plan Especial
de Protección y Reforma Interior del Recinto Universitario y Zona Histórico-
Artística, redactado por Fernando Contreras Gayoso, siguiendo los preceptos del
art. 125 del Reglamento de Planeamiento. En abril termina el periodo de
exposición del Avance de Revisión del Plan General. La discusión entre Plan
Comarcal o Municipal se aclarara, porque alguno de los Municipios integrados en
esa Comarca, habían solicitado de la Comisión Provincial de Urbanismo la
autorización para elaborar su propio planeamiento, y las peticiones se resolvieron
favorablemente.
El día 10 de septiembre de 1983 se aprueba inicialmente como Plan General de
Ordenación Urbana del Municipio de Salamanca, Revisión-Adaptación, ratificado por la
Junta de Castilla y León mediante Resolución, el 22 de febrero. Siete días después
de la aprobación inicial del Plan General, recibe la anuencia definitiva el Plan
Especial de Reforma Interior. En las Actas Municipales se asegura que el Plan
Especial era desarrollo del Plan General, con lo que se resolvía la entelequia de una
figura de planificación con rango distinto, proyectada al mismo tiempo que el Plan
General.
La aplicación del Plan abarca desde 1985 a 1993, y se ha ido cumpliendo
pautadamente la colmatación y ordenación de los intersticios libres, mejorando la
red viaria interior y exterior con proyectos de circunvalación y el diseño de nuevos
puentes. El Plan Especial cumplió diez años de vigencia y algo ha pulido el aspecto
del casco antiguo: el Palacio de Congresos reorganiza y estimula el espacio interior
que estaba degradado. Pero en algunos otros casos se ha perdido para siempre su
sabor añejo, por los dudosos modos de los manuales de Rehabilitación. El cambio
de usos sólo parece encontrar rentabilidad en los bares. El peor enemigo del Plan
General en todos estos años han sido los efectos de las rivalidades absurdas que
introdujo la alternancia política en la gestión de la ciudad. La aplicación del Plan
General se ha tomado por unos y otros como el mejor aliado para abanderar
protagonismos infantiles, ocurrencias políticas triviales o para cercenar muchas
buenas ideas de los técnicos y profesionales, como si el hecho ser político llevara
ya implícito la capacidad, el atino o el buen hacer.
La Ley 8/1990 de 25 de julio sobre Reforma del Régimen Urbanístico y
Valoraciones del suelo, plantea la necesidad de adaptar el Plan General a la nueva
Ley. Mediante R. D. 1/1992 de 26 de junio de 1992 entra en vigor el texto
refundido de la Ley sobre el Régimen del Suelo y Ordenación Urbana. El 18 de
septiembre se aprueba el pliego de condiciones técnicas para que sea revisado el
Plan General por la Oficina Técnica Municipal y el equipo que redactó el anterior
en 1983.
La comarcalización adquiere protagonismo; la realidad social y económica de los
últimos años han cambiado las pautas de localización residencial. Lo común ahora
es la vivienda unifamiliar, gran consumidora de espacio, que dispersa las áreas
residenciales hacia los municipios colindantes. El 30 de diciembre de 1994 está
listo el Avance de la Revisión-Adaptación del Plan General redactado por el equipo
Ferrán-Navazo, pero las elecciones municipales de 1995 ralentizarán de nuevo el
proceso.

22 de noviembre de 1997
PLANEAMIENTO MADURO

En la Memoria del Avance para la revisión-adaptación del PGOU -que fue


expuesta a la opinión de los salmantinos en el verano de 1994-, el equipo redactor
planteaba, fruto de una reflexión sincera, proyectar la ordenación de la capital
salmantina en consonancia con el territorio circundante. Esta actitud no debería
sorprender en absoluto porque se trata de la evolución lógica de numerosos planes
municipales en otras capitales de provincia con características afines a la
salmantina. Desde que el equipo de Mangada y Ferrán entregaran el primer
borrador del Plan Comarcal en julio de 1977, el futuro de la ciudad quedaba
definido con bastante exactitud.
Los derroteros de la política municipal recién nacida en la democracia, plegaron
las aspiraciones territoriales de la Comarca a la acción individual de cada municipio:
los circundantes se apoyaron en las Normas Subsidiarias y la Capital modificó sus
miras hacia un Plan General. Fueron coetáneos al PGOU de Salamanca, los de
Tarragona y Málaga (1983); Madrid, Gijón y Valladolid (1984); Sevilla (1987).
Todos corrigieron los defectos de la planificación municipalista del desarrollismo,
pero desde una óptica territorial nula, porque no era apremiante en realidad.
El mero enunciado de los problemas urbanos del territorio afín a la capital
salmantina nos debería servir para conocer cuáles son los motivos de su aparición
y, en cierto modo, las claves para corregirlos. Los contenidos de las Jornadas sobre
Movilidad Urbana que esta semana se vienen venido desarrollando sirven para
corroborar esta última afirmación.
El modelo municipal de planificación se está agotando. Desde hace un
quinquenio, la conjunción de muy diversos y complejos factores y el cariz que
están adquiriendo éstos así lo indican: nuevas áreas residenciales de primera
vivienda en municipios próximos; dotaciones insuficientes de infraestructuras;
consolidación de los polígonos residenciales programados; concentración de las
funciones universitarias en un Campus que se ha transformado ya en un nuevo
barrio de la ciudad; imprecisión a la hora proponer soluciones a los flujos de
tráfico pendular centrípetos; concentración disparatada de flamantes Polígonos
industriales; adecuación de viejos y nuevos puentes con propuestas singulares que
carecen de unidad y sentido del territorio; asfixia progresiva del ecosistema de
riberas del río Tormes; fagocitación de las frágiles vegas de inundación, que son un
recurso paisajístico relicto único en Salamanca, etc.
Es el momento justo para arriesgarse a diseñar un Plan Director Territorial, que
supere la inercia del ámbito municipal, apoyado en un análisis exhaustivo del
espacio socio-geográfico rural y urbano sobre el que se sostiene la ciudad en un
peligroso equilibrio.

4 de marzo de 1999
TERRITORIO Y MUNICIPIO

En los últimos años, se ha hecho relativamente frecuente confundir ambos


sustantivos, arrastrados quienes los usan, sin duda, por la variopinta
discrecionalidad con la que hoy en día suelen emplearse por todos, en la expresión
coloquial y de información, términos que provienen de áreas más técnicas del
conocimiento. Por ejemplo, todo el mundo habla cuando se refiere al tiempo de
“cómo está hoy la climatología”, lo cual denota ya una ignorancia que espanta al más
pintado porque lo del uso y significado de -logos ya nos lo enseñaban en la escuela.
Debe de ser tan difícil hablar de “condiciones climáticas”, “el tiempo”, “el clima”,
“condiciones atmosféricas”, que, rebuscando con denuedo, terminan por hacer el
ridículo más espantoso. Dejemos tranquila a la ciencia del clima -tal es el
significado de climatología- por una vez, y volvamos al territorio.
Cuando se habla de territorio normalmente se incluye como analogía al espacio;
es decir, territorio y espacio mantienen una relación, aunque no son equivalentes.
Para los geógrafos, el concepto de territorio nace a partir del espacio; es el
resultado de la acción y las relaciones del hombre con el medio natural. Se apropia
de él; lo humaniza; lo hace territorio desde el momento en que sus afinidades de
carácter social fijan su sentido sobre el área donde el grupo se asienta. Pero este
carácter formal se suele perder cuando se emplea una acepción distinta del
término, más discutida, que entiende el territorio como noción de límite, como
acotación social de un espacio físico. En este último sentido se suele asemejar por
extensión al concepto de la circunscripción administrativa más elemental que es el
municipio.
La organización administrativa del Estado en Comunidades Autónomas ha
reforzado de forma involuntaria la figura del municipio como entidad
independiente, al contrario de lo que cabría suponer. Sobre el municipio los
gestores se reafirman en asegurar que es esta célula de administración la más
adecuada para garantizar una pertinente organización de las necesidades inmediatas
de la comunidad, la que mejor entiende al ciudadano y sus apetencias. En cambio,
del territorio, sentido como espacio organizado por el hombre siguiendo el curso
del acontecer histórico, se acuerdan menos, cuando éste tiende siempre a
demostrar la expresión más genuina de la sociedad de cada momento. Pero el
territorio no entiende de límites de gestión estrictos.
Es este un problema peliagudo que hoy la ordenación territorial ha tratado de
corregir, recurriendo a fórmulas donde el espacio geográfico atiende más a
conceptos de índole cultural; al roce entre la tradición y los recursos naturales,
siguiendo una pauta llamémosle “culturalista”, que al parecer suele ser la menos
agresiva. Frente a estos horizontes más amplios, la demarcación del municipio
sirve de poco para comprender la realidad geográfica.

7 de octubre de 1999
FUNCIONES DESCENTRALIZADAS

Uno de los mayores problemas con los que se toparon los urbanistas en el
momento de redactar el PGOU-1984 tenía que ver con la estructura funcional de
la ciudad. Sobre el dibujo del plano salmantino, las funciones urbanas y los
equipamientos en la segunda y tercera orla de crecimiento no mantenían
ordenaciones coherentes y sí más bien una disposición zonal de carácter aleatorio,
fruto de las continuadas y desordenadas apetencias por colmatar los intersticios
libres que todavía quedaban sin ordenar, mediante la construcción de nuevos
edificios, olvidándose de los equipamientos. En dos décadas sucesivas desde 1962,
la ciudad más que crecer se congestionó.
Este hecho fue común al urbanismo acelerado y caprichoso de otras muchas
ciudades, aunque la propia modestia de la capital salmantina forjó como una virtud
sus expectativas anodinas de modernidad y crecimiento, y amortiguó los efectos
perniciosos que esas dos décadas fijaron en los cascos de otras poblaciones como
Valladolid, por citar un ejemplo cercano y más conocido. Todo ello fue producto
de una desviación muy típica en la teoría de los Planes Nacionales de la Vivienda,
porque aun contando con una legislación competente sobre la obligada dotación
de equipamientos colectivos a los nuevos barrios, se hizo caso omiso, y terminaron
por dar preferencia a la construcción masiva de promociones de viviendas.
El desarrollo del PGOU tenía que crear ciudad a partir de un diseño racional
del espacio municipal en sectores de futura programación, además de atender a
estas carencias graves. Quince años después resulta casi inexplicable cómo fue
posible la coordinación de frentes de intervención muy distintos: urbanismo de
nuevo suelo en grandes espacios sujetos a planeamiento parcial, y la ejecución de
59 acciones de urbanismo quirúrgico y sutil, tratando de amortiguar los contactos
disonantes entre algunos espacios urbanos, que actuaban como barreras en el uso
de la ciudad consolidada. Sin embargo, otras inercias históricas son todavía muy
fuertes y caprichosas hoy.
La descentralización de funciones y equipamientos de diversa índole es muy
necesaria en Salamanca. Primero, porque nunca se ha planteado así, hasta el
momento de la revisión fallida de 1995. Pero, también, porque la estructura urbana
de la ciudad agrupa las actividades más importantes buscando siempre la
centralidad espacial histórica, con una fuerza e intensidad dañinas. La morfología
del término municipal permite diversas posibilidades de localizar nuevos hitos
funcionales, y la descongestión del centro urbano es necesaria y urgente porque
hoy está en los límites de su equilibrio. Las tensiones futuras vendrán de los
espacios periféricos, debido a la nueva distribución residencial que dimana de las
promociones inmobiliarias externas, todavía sin estudiar bien. Cambiemos las
perspectivas y atinaremos.

13 de enero de 2000
INTERPRETAR LA CIUDAD

La ciudad siempre ha sido objeto de un interesante juego de opiniones. Solo la


perspectiva que otorga el paso de las décadas y el resultado visto de lo que mejora
o se construye en ella nos permite discernir cuáles de aquellos juicios eran
acertados y cuáles erraron. Si hoy tuviéramos el tiempo y las ganas de analizar esto
mismo durante el último lustro, la cosa sería más divertida, porque descubriríamos
la fluctuación de las opiniones de unos hacia otros, con alegría y desparpajo.
Como se tiene por hábito afirmar que cualquier opinión suele ser válida -se
acostumbra decir esto porque se confunde el derecho universal a opinar con el
grado de interés que pudiera tener tal juicio-, la interpretación de la ciudad es casi
tan compleja y heterogénea como habitantes residen en ella. En la variedad se
mezclan razones de todo tipo: culturales; de localización y residencia; por edad;
profesiones y oficios; niveles de renta, etc. Admitiendo el buen servicio a la
comunidad que prestan las asociaciones de vecinos -por el contrapunto detallista y
continuo que siempre ayuda al político de la alcaldía-, las decisiones de hacer
ciudad y enjuiciar sus resultados se reducen meramente a los círculos restringidos
de la estructura política de sus gestores y oposición, y al cuerpo de técnicos que
trabajan en las dependencias municipales de forma continuada. Desde fuera, y en
otros ámbitos de periodistas, grupos ecologistas, colegios profesionales y
universidades, la percepción gira hacia los ángulos de interés de cada grupo. De
todos, la Universidad debería ir por delante -como el faro que dicen que es- y
aportar análisis y contenido científico, que sirviera de contrapunto, que permitiera
reflexionar con agilidad y rigor sobre la ciudad. Que suscitara controversias y
nuevas razones.
Interpretar la ciudad no es algo fácil. Nada que se tome con responsabilidad lo
es. La ciudad y la persona han vivido siempre en una simbiosis perfecta. Una y otra
son causa y consecuencia. Ahí radica su extraordinario interés. Siempre en
contradicción perpetua. Interpretar una ciudad hoy exige responsabilidad y
compromiso por parte de todos. Pero también requiere un estudio profundo y una
formación multidisciplinar. Si no se ha adquirido ya lo primero, mal empezamos y
poco tiempo habrá para buscar un remendón. De lo segundo, no hay demasiada
costumbre por estas latitudes, haciendo la guerra por cuenta propia. Cada una de
las disciplinas científicas que centran su estudio en este medio de convivencia
artificial que es la ciudad, aportan interpretaciones por separado y, mientras
ninguna decida ceder su exclusividad en beneficio del resto, sólo se utilizarán para
escribir en revistas, actas de congresos, reuniones y foros. No servirán para nada
más si no se aplican. La producción verdaderamente científica debe tratar de
comprender e interpretar la ciudad para ayudar, no para publicar.

10 de agosto de 2000
CATÁLOGOS Y DESPISTES

El hecho de que el equipo redactor del PGOU de 1984 no incluyera en su


catálogo de edificios de interés el Depósito de aguas no es relevante. Esa
catalogación, a pesar de ser la primera, de su sentido protector y del exhaustivo
listado del volumen, es incompleta y tiene fallos de datación notables en los
ejemplos de la arquitectura del siglo XX. Algunos edificios protegidos por el Plan
se están dejando arruinar por sus propietarios, adrede, desde hace 15 años. Así, el
expediente de ruina anula el propio de protección, truco miserable donde los haya.
El Plan se dejó por catalogar diversas piezas de sumo interés. Y eso arrastra hasta
hoy un efecto negativo.
Ese es el peligro de las catalogaciones que, por exclusión, ignoran piezas de
valor histórico incontrovertible. No debe emplearse como argumento el mero
hecho de que los «expertos» no hallaran interesante entonces la estructura del
Depósito de aguas. Eran unos profesionales contratados; sin embargo, leyendo las
fichas y los errores de muchas, es evidente que no eran especialistas. No
confundamos. A veces ambas circunstancias coinciden, pero no es lo habitual.
El Plan General acertó desarrollando una idea del urbanismo comprometido y
telúrico, fruto del análisis estático y social de la ciudad. Encontró la forma idónea
para arreglar la desestructuración urbana de Salamanca por falta de planificación.
Que no es poco. Es una pena que la investigación -que antaño iba por otros
derroteros- no se percatara de la importancia histórica del Depósito.
Recuerdo cómo hasta que no se publicó -en septiembre de 1995, en el extinto
suplemento Arquitecturas, del Colegio Oficial de Arquitectos de León- mi artículo
sobre el ignorado lienzo de la muralla medieval de la ciudad, anexionado como
paredón al Fonseca e históricamente mal atribuido a la parcela del Colegio, nadie
dijo nunca nada. Nadie lo sabía. Y todo por un error contumaz de interpretación y
transcripción de la cartografía y planimetría históricas.
Es sumamente fácil incluir con protección integral el Depósito en la revisión del
Plan General Y es compatible con el resto de los proyectos para la zona. Hoy en
día existen dos tesis doctorales, actualmente en prensa («Desarrollo urbanístico de
Salamanca en el siglo XX», de 1999, y «Arquitectura y urbanismo en Salamanca
(1890-1939)», de 2001), desde los campos de la Geografía y Urbanística, y la
Historia del Arte. Ambas son complementarias. Avalan con sus contenidos la
extraordinaria importancia que tuvo para Salamanca este depósito en la historia de
la modernidad urbana del siglo XX, y en la propia historia de los materiales y
técnicas constructivas, en nuestra Comunidad.
¿Se necesita algo más? Confío en que el juicio sensible de los representantes
municipales, y su capacidad para la reflexión, puedan, tal vez, regalar a su ciudad y
al futuro la ventura de conservar el Depósito de Aguas.

15 de marzo de 2001
CATALOGACIONES NUEVAS

A partir de la segunda mitad del siglo XX la catalogación de edificios empezó a


ser una costumbre típica de las sociedades occidentalizadas con afán de preservar
la singularidad de piezas arquitectónicas de cierto valor representativo. Una
práctica loable que nació, como respuesta de amparo solidario, tras contemplar
Europa arrasada por la segunda guerra mundial. La capacidad del ser humano para
destruir con la misma facilidad que crea no tiene límites. El movimiento
contemporáneo de la arquitectura -el siglo XX fue, sobre todo, una centuria de
urbanismo y arquitectura, en continua y desmedida mutación- consiguió extender
la protección arquitectónica, desde los monumentos considerados como tales -con
la óptica que todos entendemos: murallas, torres, catedrales, iglesias, palacios,
casonas y conventos-, hasta las estructuras construidas apenas hace cien años.
Incluso la denominada arqueología industrial y la ingeniería civil.
En España, a pesar de haber sufrido también una guerra, la respuesta fue menos
animosa. Se ha ido con cierto retraso a la hora de valorar el patrimonio edificado
del siglo XX. Es posible que los responsables y especialistas en tal cometido se
sintieran encorsetados y con la atención dispersa, tratando de establecer los límites,
antes o durante el periodo franquista, asunto delicado éste. El río de la vida suele
colocar a cada movimiento cultural -como al resto de lo hecho por el hombre-
donde le corresponde, y hoy existe distancia suficiente como para no errar en los
juicios con tan ridículas trabas. A medida que las ciudades han desarrollado su
planeamiento urbano, los catálogos de la edificación sujeta a protección se han
extendido como la pólvora -en el urbanismo y la planificación urbana, también se
copian mucho unos a otros...-, lo que ha dado lugar a que los sistemas de
salvaguarda se hayan perfeccionado más, y las valoraciones de las piezas
arquitectónicas afinen distintos grados de protección, según etapa, técnica,
condiciones estructurales, ambientales, de uso, de diseño o estéticas.
En Salamanca, casi todos los ejemplos destacables del Eclecticismo,
Regionalismo y Racionalismo, movimientos arquitectónicos por los que se empezó
a preservar, se incluyeron en el Catálogo general del PGOU de 1984. La primera
lista de 97 edificios se enriqueció hasta los 129. Sin embargo, existen lagunas
inexplicables de los significativos modelos construidos por la arquitectura
salmantina entre 1943 y 1960, sorprendentemente nada representada y valorada
por dicho inventario. Seguramente porque no coincidió, por poco tiempo, con la
tesina realizada por Fátima Miranda Regojo, titulada «Desarrollo urbanístico de
posguerra en Salamanca», y publicada en 1985. Es un buen momento para corregir
esas pequeñas lagunas, y así completar un extraordinario y modélico catálogo,
acorde con el nuevo Plan.

22 de marzo de 2001
GEOMETRÍAS PERIFÉRICAS

El espacio en derredor de la capital salmantina está mutando a otra forma.


Terminará transformándose en un entorno profundamente vulgar, ramplón,
cargado de la monotonía absurda que entremezcla geometrías residenciales,
carentes de armonía espacial, y un interés nulo por integrarse en el medio con
gracia y talento. No podemos exigir sesudos estudios de situación y contexto en
sintonía con el medio natural; juegos profundos de arquitectura y paisajismo,
porque quien da lo que tiene no está obligado a más; y Fernández Alba sólo hay
uno. Y esto es Salamanca siglo XXI; no nos esforcemos.
El paisaje residencial de la periferia salmantina, donde alocadamente se
desarrolla el planeamiento parcial de los municipios anejos (y también algo del
propio) es de una trivialidad que raya en la perfección de la informalidad extrema.
Una cosa es plantear cierta variedad y libertad de las morfologías y trazas, y otra
romper los horizontes visuales de primer orden que existían -en una comarca de
tan escasos contrastes a escala humana-, mediante alineaciones imposibles de áreas
residenciales que acaparan, con cierto orgullo hortera, por ejemplo, sectores tan
singulares como las terrazas de contacto con el talweg del río Tormes, en
Cabrerizos.
Pero no son las únicas muestras. Aunque éstas sí fueron las primeras en esa
escala de descaro. La protección que ya en el lejano año de 1978 y siguientes se
sugería para ellas, parece hoy una broma. Si quieres destruir el sentido de algo:
protégelo; verás qué pronto dura nada, y a qué velocidad se transforma en un foco
de atención indeseable. Ni adrede se pueden sofocar mejor las islas de riqueza
paisajística pretérita que aún quedaban. Tal vez aposta. Cuando hoy consultamos
fotografías aéreas actuales de todo el territorio que circunda el municipio de
Salamanca, un espacio en conjunto de apenas 20 Km. extremos, comprendemos de
inmediato lo alejada que está la arquitectura de su función para mejorar el lugar
como forma, en ámbitos territoriales ayunos de creación y talento, como éste de
Salamanca.
Cuanto más perezosamente se comporta una sociedad, más cenutria demuestra
ser. Las miras se empequeñecen. Los estigmas del «complejo de petimetre» sangran
y se transmiten. La tradición, esa fábula enigmática a la que se recurre cuando no
hay argumentos ni sentido común, adormece los sentidos y alisa las pocas
rugosidades que alguno pudiera tener en forma de idea lampiña. La economía del
mercado de la construcción hace el resto. Salamanca es tierra de industria del
ladrillo. Veremos cómo se comporta cuando hiberne su euforia por falta -entre
otras menudencias- de población que dé sentido y ocupe las nuevas invasiones
residenciales.
El futuro, lleno de incertidumbres, se basa en modas que se aplican a ciegas; sin
probar; según la corriente. Pero el paisaje ya está transformado para siempre. No
ha tenido oportunidad de luchar contra la codicia.

2 de agosto de 2001
ÁREA METROPOLITANA

Desde hace quince años, como producto de una desviación imprevista en el


desarrollo del PGOU de Salamanca, la periferia cercana y modesta del ámbito
geográfico suburbano se ha ido poblando de promociones de viviendas, en un
número y extensión física suficientes como para que, a pesar de la discreta
población capitalina de Salamanca, su crecimiento haya afectado a casi todas las
previsiones iniciales.
Tras el lamentable intento fallido en 1979-1981 de coordinar, desde un punto
de vista del ámbito normativo comarcal, el desarrollo urbano de todo el sector, la
industria de la construcción ha marcado, con el paso de los años, sus propias
pautas de crecimiento pensando en su negocio, a fin de solventar los corsés
impuestos por la restricción de densidades dentro del municipio de Salamanca. El
ofrecimiento al comprador potencial de promociones más baratas en otros suelos
municipales anejos a la capital, ha funcionado de tal forma que el paisaje
tradicional, situado en la transición entre el espacio urbano y el rural, casi ha
desaparecido en el entorno de nuestra ciudad.
Por esta razón, supongo, se puede leer ahora, en medios de todo tipo, -
académicos e informativos-, el uso del término «Área metropolitana de Salamanca»
con cierta ligereza. Es un exceso que debería corregirse, porque el empleo correcto
de tal denominación administrativa está perfectamente tipificado en el articulado
de la Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen Local y, por
lo tanto, debemos ser cuidadosos a la hora de atribuir tales designaciones
territoriales cuando éstas no existen.
En este sentido, el artículo 3 de dicha Ley establece que las áreas
metropolitanas son entidades locales territoriales. Pero para ello deben cumplirse
los preceptos recogidos en el punto 2 del artículo 43: «Las áreas metropolitanas
son Entidades locales integradas por los Municipios de grandes aglomeraciones
urbanas entre cuyos núcleos de población existan vinculaciones económicas y
sociales que hagan necesaria la planificación conjunta y la coordinación de
determinados servicios y obras».
Ya nos gustaría que tal Área estuviera definida y acordada realmente en
Salamanca. Si tras lo sucedido muchos se inclinan a denominar este territorio
resultante como «Área metropolitana», deberían revisar sus conocimientos sobre
escalas, urbanismo, ordenación territorial o legislación específica.

4 de abril de 2002
PIES FORZADOS

Uno de los preceptos que casi siempre cumple cualquier ciudad en su


crecimiento diacrónico es la inclinación natural a ajustar los nuevos espacios
buscando los entornos de las vías y áreas de comunicación.
El Plan General de Ordenación Urbana de Salamanca nació en 1984 con un
criterio de corrección de desmanes pasados -tras simplificarse desde el
planeamiento comarcal inicial al meramente municipal-. Su preocupación por
dominar los límites de lo urbano fue casi de geometría euclidiana («Un círculo
puede tener cualquier centro y cualquier radio»).
Además de esta cuestión por aquilatar espacios y funciones, trataba de
completar una malla que ya desde 1925 (en el primer y cuasi ignorado Plan de
Ensanche), era radiocéntrica y norteada, inducida por la trama de un centro
almendrado, y por el río, que en la tradición urbana separó más de lo necesario. La
colmatación de espacios intersticiales se hizo en oleadas de abanico.
Y así transcurrió el siglo XX. Este afán por la definición concreta del espacio
(que bebía en fuentes del primitivo urbanismo higienista anglosajón del siglo XIX),
con el propósito de solventar cuestiones concretas, continúa. Algunos apuntes
cartográficos del Plan General presentados por la Concejalía de Urbanismo
refuerzan esa intención, apuntada en el nonato Avance de 1994, por concluir la
ciudad por el Norte.
La morfología del término municipal y la proximidad de Santa Marta y la
nacional a Madrid bascularon las relaciones de capitalinas hacia el Este. Por el
contrario, el espacio municipal al Oeste es considerablemente mayor. Pero de
nuevo aquí topamos con un pie forzado. La circunvalación Oeste se diseñó
demasiado próxima al ámbito de la ciudad, y hoy está inserta en el tejido urbano de
desarrollo. Los trazados de la Autovía de Castilla, o incluso el enlace Sur de la
circunvalación antedicha, subrayan también ese carácter de proximidad.
Estas trazas viarias son ahora unas barreras de relación urbana de primera
categoría. En su momento no supieron proponerse con una adecuada proyección.
Sólo un polígono industrial grande, necesitado de vías rápidas, aprovechará su
ventaja. El emplazamiento del trazado viario al Oeste-Suroeste del término
municipal es un error de previsión, monumental, que obligará a reducir las
expectativas de suelo por el efecto barrera.

16 de mayo de 2002
LOS INTERSTICIOS URBANOS

Existe otro tipo de transformación urbana en las ciudades, que se produce


mientras está en ejecución un Plan General, que es más lenta, y se aprecia a simple
vista menos. Se trata de un proceso urbanístico interesante de conocer y calibrar en
ciudades donde el espacio urbano consolidado es alto y prestigia -Salamanca-,
donde la demanda del suelo en la ciudad consolidada alcanza cotas insospechadas -
Salamanca-, y su reflejo en la carestía del mercado de segunda mano es mucho
mayor -Salamanca-.
Los procesos de sustitución intersticial y concreta sobre el parcelario (donde
antes había una casa añeja de arquitectura de los años cuarenta con una sola planta,
se levanta un edificio nuevo mayor, según el coeficiente permitido, incluso
transplantando la densidad restante de otros lugares, gracias a las antiguas
transferencias de edificabilidad) han sido cuantiosos en Salamanca hasta la fecha.
Barrios como Salesas, San Bernardo, Centro, Pizarrales, Blanco, Delicias,
Prosperidad, Tejares o Garrido, por ejemplo, entonces con abundantes
morfologías residuales como las descritas antes, se han sometido a estas cirugías
que alimentan la voracidad del gremio de la construcción, con el premio de
construir en zonas urbanas consolidadas. Conozco algún caso relevante de
«ojeador» profesional de este tipo de chollos urbanos que trabaja para
constructores y arquitectos, en la sombra, con cierta habilidad social para
convencer a los ancianos remolones que todavía habitan allí (y si no a estos, a su
familia cercana), de que abandonen esos «inmundos cuchitriles» a cambio de una
casa mejor, en el nuevo solar remozado que se ofrecen a construir allí (argumento
éste sencillo y muchas veces vil, pero eficaz).
Se escribe poco en los medios y mucho menos en los foros científicos -donde
los análisis suelen esquivar detalles tan nimios, en apariencia, como los descritos-,
sobre cuáles son las consecuencias de este tipo de promociones de sustitución en
los tejidos consolidados de las ciudades. Para el lego en la materia es suficiente la
comparación fotográfica del antes y el después. Salamanca posee una buena
colección para mostrar en cualquier Congreso de Arquitectura y Urbanismo.
El apetito imparable de la construcción ha borrado del parcelario, con este
sistema, muchas casas. Algunas debieron mantenerse para que la ciudad poseyera
un catálogo arquitectónico completo del urbanismo del siglo XX.

10 de julio de 2003
LA CELERIDAD DEL PROCESO URBANO

La celeridad caprichosa del proceso urbano desorganiza en ocasiones el


territorio antes de que el planeamiento prevea por dónde sucederá. El caso de
Salamanca lo certifica.
La ocupación del espacio periurbano ha desordenado los crecimientos, al
saltarse los promotores inmobiliarios el corsé normativo, municipal y capitalino,
controlado por el Plan General de 1984 -algo imprevisto por los planificadores-,
para irse a construir otras formas de ciudad en la colindancia, donde la huella
histórica era anodina y rural. La presión sobre esos municipios y sus Normas
Subsidiarias de Planeamiento facilitó que pocos inversionistas compraran grandes
lotes de terreno que sería transformado en urbanizable. La bicoca.
Veinte años más tarde, olvidado aquel proyecto comarcal de 1980 para ordenar
la capital, el Plan General ha producido un efecto involuntario pero perverso:
extender la promoción de viviendas hacia otros municipios vecinos. El crecimiento
vertiginoso del precio del suelo en la capital es incontrovertible y explica el
alejamiento hacia la periferia, más barata. Las razones no se justifican sólo por la
escasez del suelo en dicho municipio. Esto es un planteamiento habitual,
demasiado manido y falaz (se han construido 27.211 viviendas entre 1984 y 2003).
Traten de encontrar otros motivos. Interróguense. ¿Cómo crecen durante
veinte años las cuotas de beneficios en la construcción? ¿Quiénes compran?
¿Quiénes venden? ¿Cuánto cuestan los terrenos al promotor? ¿Quiénes fueron o
son los propietarios de esos lotes de suelo urbanizable desde 1984? ¿Cómo
estuvieron o están organizadas las Juntas de Compensación de los Sectores en
desarrollo, y con qué mayorías de representación? ¿Cómo se grava con impuestos y
licencias municipales la actividad constructiva?
Son muchos los factores, casi todos económicos, y son pocas las personas
influyentes, responsables de todo ello (sea en forma de sociedades o empresas
diversificadas), que han mediatizado el futuro urbano del territorio propio,
empobreciendo, de paso, las vidas y economías personales, mediante la obligada
sangría hipotecaria. Y casi nada oigo comentar en este sentido. Un silencio cauto se
extiende sobre esta cuestión.
La celeridad del proceso urbano parece explicarse sólo así: porque existen
intereses espurios. Hace seis años, una extraordinaria y valiente tesis doctoral lo
demostraba: «La promoción privada de viviendas en Madrid. De los caseros a las
inmobiliarias».

19 de febrero de 2004
LA PERIFERIA ES EL PLAN GENERAL

La periferia actúa como un Plan General de Ordenación Urbana de Salamanca,


fraccionado y en desorden, que no está reconocido por ley. O al menos, así se
manifiesta.
Es el urbanismo real. Aquel que causa nuevos problemas; que genera inercias
espaciales desconocidas hasta ahora; que repercute en ámbitos superiores; que
desarrolla movimientos diarios en varias direcciones y con distinta intensidad; que
alimenta el refuerzo positivo de los municipios colindantes frente a la capital -se
creen mejores y más importantes, hoy-; que crece, autosuficiente, con nuevos
microplanes Planes Generales insolidarios con el conjunto; que exige soluciones de
gran ciudad por quienes han ido a vivir allí, sin darse cuenta de que sus nuevos
municipios tienen modestos recursos; un nuevo espacio urbano que recrea
paulatinamente el microcosmos de pequeños reinos de Taifas, donde los
problemas comunes no se tratan de forma global y la autonomía municipal prima,
aunque no sea autosuficiente.
Este urbanismo joven, de apenas quince primaveras -contestatario por la fuerza
que le otorgan sus nuevos vecinos- en el fondo es el agente urbanizador de facto que
modela la ciudad de todos; es el urbanista enmascarado que ha impuesto sin
consenso una imagen del territorio desordenada y onerosa de mantener. Un
urbanismo insolente y cateto que ha consumido -o amenaza con ello- los espacios
relictos y los paisajes agrarios de la vega, incrustando morfologías de una ínfima
calidad ambiental, si ningún estudio del contexto donde se insertan (ni idea,
además, de que eso fuera importante considerarlo, ¿verdad?).
Un urbanismo que ha sido quien ha impulsado los nuevos ritmos urbanos.
Aquel que, en definitiva, más ha contribuido a cambiar la tradicional inercia de la
capital salmantina a seguir mirándose en el ombligo autocomplaciente de la Plaza
Mayor. Y lo afirmo con preocupación. Sin ápice alguno de regodeo o atisbo de
lisonja. De nuevo, la norma camina varios pasos por detrás de la realidad, no
porque no sea capaz de imaginarla -nada hay nuevo bajo el sol-, sino porque ésta se
sucede con el vértigo actual y no es posible contraponer a tiempo ningún
mecanismo de planificación urbana. Cuando éste se apruebe, no será efectivo ya.
Salamanca es un excelente laboratorio de prácticas para estudiar cómo el
urbanismo improvisado, y sin planificación común, modifica los espacios de forma
irrecuperable.

1 de abril de 2004
¿EXISTE UN PROYECTO DE CIUDAD Y TERRITORIO?

Si analizamos la historia del Plan General de Salamanca, desde 1984,


deberíamos responder con un «no» rotundo a esa pregunta retórica. Han
transcurrido veinticinco años de este documento urbanístico. Es fácil comprobar,
mirando a nuestro alrededor inmediato, que el Plan sólo ha cumplido con el
desarrollo residencial. Pero eso es una ínfima parte de lo que debería ser una idea
de ciudad hoy.
El PGOU ignoraba el territorio circundante, por estar encorsetado en el ámbito
municipal propio. Los ayuntamientos colindantes fueron insolidarios y se negaron
a ser incluidos en un área comarcal de planeamiento. Hoy esa aparente anécdota es
la responsable de la mayor transformación territorial, e impone numerosas cargas
directas y diarias a la ciudad, imprevistas, costosas y caprichosas (modelos
residenciales exógenos, comunicaciones, tráfico, aparcamientos, improvisación en
las redes básicas y de gestión del tratamiento de residuos).
El rigor en el control dentro del Plan y una manga ancha en las Normas
Subsidiarias de Planeamiento de los municipios anejos, provocaron el resto de la
diáspora pendular. El disparate territorial de la periferia ya no puede arreglarse. Las
invasiones residenciales sobre el paisaje tradicional han sido indiscriminadas. Al
Plan General le sucedió un Avance en 1995 (a los diez años tocaba revisión, por
Ley), que murió de infarto electoral. A éste le sobrevino otro, encargado,
redactado, pagado, pero guardado en un cajón, ante la legislación autonómica
específica en estas cuestiones de la Ordenación del Territorio y el Urbanismo (1998
y 1999), que sometía el planeamiento vigente a las nuevas determinaciones
legislativas.
El PGOU de 1984, que nació para corregir los desmanes del pasado, ordenar
áreas con mala calidad urbana y desarrollar los sectores residenciales, fue
quedándose aislado, ajeno a lo que pasaba fuera. Las modificaciones sucesivas del
Plan y otros recursos urbanísticos dudosos han demostrado que la idea de
“flexibilidad”, manejada por tantas memorias urbanísticas de los años ochenta
como dogma del planeamiento, encubre el recurso a la improvisación para ir
resolviendo problemas sobre la marcha. Pero sólo los de dentro del municipio. Lo
de fuera va a su aire, a la espera de que otro documento de ámbito comarcal, en
redacción, venga a contar algo nuevo. Tal vez entonces conozcamos si relaciona
con imaginación y futuro a la ciudad de Salamanca y su territorio circundante.
Hasta entonces parece no haber prisa.

22 de julio de 2004
LA CIUDAD QUE SE CONSTRUYE FUERA

El crecimiento de los municipios periurbanos está introduciendo en la ciudad


de Salamanca (en sus funciones, en las demandas, en los servicios, en el uso que de
ella se hace a diario) un conjunto de problemas que se manifiesta con periodicidad
diaria y de manera tan evidente, que es imposible que nadie pueda sentirse ajeno.
Además, estos procesos, que están construyendo el núcleo tradicional del
municipio salmantino ya al revés (de fuera adentro), responden a una lógica que se
ha venido reproduciendo en todas las capitales provinciales de España de rango
superior.
La diferencia es que aquí la desagregación de la ciudad hacia la periferia y la
asunción de los problemas exógenos como propios, incluso con un fuerte coste
económico -un solo municipio ayuda a programar infraestructuras exteriores o
paga lo que más de diez consumen-, se está produciendo con muchos menos
habitantes y activos económicos de los que cualquier manual o publicación sobre
Urbanismo tipificaba hace años como «mínimos».
No es una ciudad de 300.000 habitantes; no es un núcleo industrial al uso (los
servicios no pueden tipificarse como industria); no tiene municipios-satélite del
rango de los sevillanos (por encima de 30.000 ciudadanos); no está todavía en un
eje reconocido de transporte de alta capacidad y, sin embargo, en quince años ha
consumido casi su propio espacio y se extiende de forma disparatada, onerosa y
desordenada. Y por una sola razón: huir al resto de municipios vecinos, como
vacuna reactiva frente al virus del precio de la vivienda en la ciudad, creciendo sin
parar desde que empezó a funcionar el anterior Plan General de 1984.
Es increíble y escandaloso el precio de la vivienda en esta pequeña Salamanca,
llena, sin embargo, de millonarios anónimos enriquecidos por la actividad
inmobiliaria en todos sus niveles (propietarios-vendedores de suelo, promotores,
particulares que aspiran a realizar el negocio de su vida, inversionistas propios y
ajenos -cada vez más-, especialistas en el negocio del alquiler para estudiantes…).
Esa ciudad que se construye fuera está castigando injustamente la débil
estructura de la capital, con demandas continuadas e insolidarias imprevistas: más
aparcamientos, más puentes, viejas propuestas que reclaman no perder los hábitos
de consumo comercial del centro... El sistema es un disparate ilógico y, además, se
está improvisando cada día.

17 de febrero de 2005
EL ÚLTIMO PLAN GENERAL

Cuando el nuevo Plan General de Salamanca se apruebe, terminados los plazos


pertinentes, será el último Plan municipal de la ciudad, tal y como todos hemos
venido interpretando hasta la fecha el planeamiento local. Al ritmo al que se
suceden las transformaciones en el conjunto de los municipios de la periferia, dudo
mucho de que dentro de veinte años -tiempo en el que algunos cifran la vigencia
de este Plan-, la ciudad deba abordarse utilizando de nuevo la misma fórmula, sin
haber pasado definitivamente a redactar, aprobar y ejecutar unas directrices de
ámbito comarcal que sean aceptadas por todos los municipios al unísono.
Dentro de veinte años -si hacemos caso a ese vaticinio de perduración que los
más optimistas atribuyen al Plan-, la estructura de la corona comarcal habrá sido
tan influyente sobre el núcleo de la capital, que Salamanca habrá terminado plegada
y transformada por las exigencias y designios de ellos -me refiero a esos
ayuntamientos y a las distintas funciones pendulares que sus habitantes
mantendrán con la ciudad matriz-.
Dentro de veinte años -si los adivinos no han errado en sus augurios-,
Salamanca habrá tenido que emprender una colección de Planes Especiales que
permita integrar todos los barrios nuevos, entre sí y con el resto de la ciudad,
porque la sensación de estanqueidad que transmiten, de impermeabilidad y quizá
de un exceso de ponderación en los equipamientos y viales, no los hacen de escala
peatonal, ni siquiera humanos. Permanecen ajenos a todo. Producen la sensación
de estar descolgados; inconexos. No es tanto un problema de alejamiento del
centro, cuanto de sentido urbano para diseñar continuidades. No es sólo un
trazado técnico de viarios que va completando cualquier trama o retícula. Es
entender qué es una ciudad, para qué y a quiénes debe servir.
Para entonces -dentro de veinte años, dicen- será difícil que, con estas
perspectivas, la ciudad haya sido capaz de crear espontáneamente nuevas
centralidades que no sean las previsibles de los centros comerciales. La ciudad del
siglo XXI se está manifestando cada vez más como una ciudad de etiquetas; de
marcas; de propagandas; de envoltorios de celofán arquitectónico. Apenas parece
haber espacios donde se fomente la sensación de echar raíces o fijar recuerdos.
Casi todas las propuestas se encaminan a satisfacer demandas de una felicidad
ajena a lo humano y más próxima al placer superficial y efímero.

14 de abril de 2005
PLANEAMIENTO MUNICIPAL EN CRISIS

El rasgo principal de la modernidad, en este naciente siglo XXI, es la velocidad


que adquieren los procesos sociales. Este factor no es un adorno, sino más bien el
fenómeno con mayor capacidad de transformación de cuantos elementos de lo
cotidiano nos invaden e influyen, puesto que, antes de aprender o asimilar
cualquier circunstancia novedosa, ya existe otra distinta, solapada bajo la anterior,
que nos obliga, por pura economía de esfuerzo y digestión, a olvidar la pretérita
inmediata, cuando ni siquiera habíamos tenido tiempo de comprenderla.
También en procesos como el momento urbano por que atraviesan el territorio
y la ciudad de Salamanca, la velocidad a la que se suceden los cambios, influidos
por nuevos hábitos sociales, supera con creces la idea compleja, pero tradicional,
de ciudad e incluso de planeamiento urbano. Son las microciudades crecientes de la
periferia capitalina quienes están modificando la nueva ciudad de Salamanca.
Las funciones de la capital se están viendo alteradas por ello, sometidas a una
presión donde los usos y los espacios periféricos reordenan hábitos residenciales
de la propia ciudad; introducen comunicaciones para hacer más permeables las
nuevas áreas de viviendas o propugnan localizaciones distintas para las nuevas
empresas industriales-que en realidad no son tales-. Es un territorio que se baraja
con desorden porque los pequeños municipios, que sí crecen, aprenden con
rapidez, a pesar de su exiguo tamaño, cuáles son las ventajas de disponer de
familias jóvenes o áreas específicas dedicadas a polígonos industriales, en
comparación con los espacios casi colmatados de la capital.
Frente a esta realidad que nadie puede soslayar, un planeamiento de corte
municipalista, que siempre se argumenta que «hay que hacer», entra en crisis,
inevitablemente. Al menos pierde actualidad con mucha rapidez, que es casi tanto
como decir que fracasa. En el instante en que los espacios ajenos al núcleo
tradicional de cualquier ciudad crecen de modo autónomo, sin más preocupación
que la propia de satisfacer con su oferta de suelo más barato una demanda
potencial elevada (esto es algo todavía incomprensible en el caso de Salamanca y su
perfil demográfico, pero sucede), hablar de «ciudad» como una isla abstracta que se
contrapone al espacio rural es una pérdida de tiempo.
Los problemas de la capital salmantina se multiplicarán desde ahora. Al menos,
estamos con el sino del nuevo siglo: la velocidad.

26 de mayo de 2005
EL RÍO TORMES: TERRITORIO NATURAL Y
PAISAJE URBANIZADO
LA VEGA DEL TORMES Y LAS NUEVAS URBANIZACIONES

No es del todo exacto emplear el término «crecida» para hablar del aumento
periódico del caudal del río Tormes, una vez regulado con la presa del embalse de
Santa Teresa. Pero, a pesar de todo, lo cierto es que, a veces, el aforo del cauce,
aguas abajo, crece indudablemente y de ello saben mucho los salmantinos.
Sin necesidad de remontarnos a fechas de San Policarpo, en los últimos
cuarenta años se han registrado crecidas muy significativas: el 19 de febrero de 1960;
el 31de diciembre de 1961; el 16 de noviembre de 1963; el 23 de febrero de 1966;
el 10 de febrero de 1979; el 18 de diciembre de 1989 y, sin ir más lejos, la semana
del 20 de diciembre de 1997. De modo que la frecuencia no es nada desdeñable.
Las características geomorfológicas y geográficas de la cuenca del río Tormes,
dibujan una red de arterias que drenan con facilidad el flujo de agua de lluvia y
deshielo al embalse y, en determinados niveles de arroyada, a la Confederación
Hidrográfica no le cabe otra solución que abrir las compuertas de la presa para
evitar riesgos innecesarios. En estas circunstancias, y debido a la morfología del
terreno, la capacidad de carga del río aumenta notablemente y ocupa, con apremio,
el lecho de inundación inmediato al cauce, que en el caso del Tormes y desde el
sector más próximo de Matacán, se extiende, en algunos momentos, varios
centenares de metros tierras adentro, por la margen izquierda.
En la estacionalidad de lluvias habitual de Salamanca -no ya en estas
inundaciones excepcionales que comentamos- es algo que puede comprobarse
inmediatamente haciendo una cata del terreno para medir la profundidad a la que
se encuentra el nivel freático del río, o lo que es lo mismo, hasta dónde llega su
capacidad de inundación subterránea que, por cierto, es muy importante porque se
encuentra bastante próxima a la superficie. Conociendo estas premisas las crecidas
no parecen algo de tono menor y sí, en cambio, hechos irrefutables que deberían
servir de advertencia a la población.
A pesar de que los sucesos enumerados hasta aquí son evidentes, no parece que
lo sean tanto para otros, a juzgar por los proyectos que se nos vienen encima.
Desde que hace pocos años la urbanización «Las Dunas», situada en la margen
derecha del río, próxima a Cabrerizos, se convirtiera trágicamente para los
residentes en «Las Lagunas», por la voluntad del río, daba la impresión de que los
responsables de idear estas Ciudades-Jardín periféricas quedarían escarmentados
para siempre sobre el riesgo latente de inundación que soportan las vegas de
colmatación formadas por los cauces. Pero ni mucho menos ha sido así.
Cambiando de Término municipal y de margen del río, en Santa Marta se
prepara un gigantesco proyecto de urbanización del que, al parecer, se ha vendido
hasta la fecha la primera fase. Para quienes no lo sepan conviene recordar cómo ya
en 1957 la extinta Comisaría Superior de Urbanismo -basada en el Decreto 26 de
octubre de 1956- concibió algo similar que denominó Polígono I por ser un primer
esbozo, destinado a recrear sobre el mismo paraje y con iguales intenciones,
aunque de dimensión menor, un paraíso de Ciudad-Jardín. Pero volviendo a lo que
ocurre hoy, cuarenta años después, si se observa con detenimiento la maqueta del
proyecto, a la vista de cualquier vecino en una céntrica calle de la ciudad,
sorprenden las proporciones, la distribución y, en general, el diseño de este nuevo
idílico refugio ensoñador. Y qué decir de su situación. Es para preocupar.
En la Memoria del Avance 1994 para la Revisión del Plan General de
Salamanca, que por distintas vicisitudes quedó sin efecto, se decía con un juicio
preclaro: «Durante los últimos veinte años se ha mantenido en litigio la
construcción de un desarrollo residencial en esta zona, como consecuencia del
potencial de desarrollo del corredor de la carretera de Madrid y el núcleo urbano de
Santa Marta, el más dinámico de la comarca; pero ¿se trata de un suelo adecuado?
Tradicionalmente la vivienda en ciudades como Salamanca o Zamora rehuye las
localizaciones en cotas bajas próximas al río por el microclima adverso (humedad,
nieblas), así como por las condiciones de cimentación desfavorables, y tiende a
situarse en laderas o plataformas más elevadas. Los meandros del río y las vegas
que éstos han formado, son por otra parte terrenos de alto valor agrícola, ecológico
y paisajista, a proteger y preservar del desarrollo urbano en general y tanto más
cuanto ocupan posiciones interiores al perímetro metropolitano».

27 de noviembre de 1998
ECOLOGISMO URBANO

Si la mayoría de los dirigentes políticos se aplicaran con seriedad a la honrosa


tarea de servir a los ciudadanos y no a servirse de los ciudadanos; si abandonaran los
apremios con que se elaboran los programas electorales; si fueran capaces de evitar
la congoja que les suscita la proximidad de las siguientes elecciones; si consiguieran
domeñar la comezón que sufren cuando no saben en qué lugar del futuro cartel
electoral van, no cometerían errores de bulto que después se transforman en losas
inamovidas, aunque afortunadamente no inamovibles. Y los pareceres de los
grupos ecologistas no tendrían motivos para transformar sus opiniones en
denuncias.
Todavía no me explico cómo nadie dentro, de un equipo municipal tan
numeroso como variopinto de técnicos, trabajadores y políticos, dijo nada cuando
se empezaba a gestionar mal la tramitación administrativa del nuevo puente sobre
el río Tormes. Parece mentira que los ecologistas -ustedes me entienden- tengan
que dedicarse a pleitear con Ayuntamientos, como único recurso social de
denuncia ante las acciones deficientes de los equipos municipales. Más bien eso se
correspondería con la oposición política.
La ciudad es cosa de todos y sólo unos pocos parecen darse cuenta de ello, lo
que no deja de ser algo bien triste. Los abanderados de la defensa por una ciudad
mejor debemos ser todos los que la habitamos y vivimos. Cuando para corregir
errores debemos recurrir a la denuncia y a los pulsos ante tribunales de Justicia,
algo no marcha todo lo bien que debiera en nuestro sistema.
Naturalmente que es discutible la elección del emplazamiento para el nuevo
puente. Cualquiera que viva Salamanca sabe que los problemas de congestión de
tráfico que se originan en la Plaza de España, verdadero nudo de Escher a la hora
de resolver la fluidez de la circulación, se incrementarían con su apertura. Pero sólo
he oído a una persona proponer pasos viarios subterráneos para la circulación
rodada, como sistema alternativo, en lugar -o además- de las rotondas, en un país
donde no sabemos conducir por ellas.
Si aguas arriba del Tormes y en el Término municipal de Santa Marta
disfrutáramos ya de dos puentes, la cuestión sería muy distinta, los resultados más
equilibradores, y todos hablaríamos mucho menos del futuro Puente Príncipe de
Asturias.
Lo que se echa en falta en Salamanca es un sistema urbano equilibrado que
diversifique las entradas y salidas, los desplazamientos entre los municipios de la
orla periférica y la capital -cuánto nos acordaremos todos dentro de pocos años del
nonato Plan Comarcal-, y mientras no se proyecten accesos por encima del puente
del ferrocarril, los problemas no harán sino concentrarse. Nadie habla del buen
servicio del Puente de la Universidad que conecta el Campus «Miguel de
Unamuno», que lo presta, sin duda, y a ochocientos metros del Puente de Sánchez
Fabrés. La confluencia de unos y otros ayuda a distribuir mejor los flujos y
equilibra los desplazamientos.

14 de enero de 1999
VERTIDOS RESIDUALES

En el contenido de la Memoria del Avance para la revisión del PGOU 1984,


presentada en 1995, y hoy un documento que será utilizado como punto de partida
de la futura nueva revisión, se advertía que se habían detectado unos cuarenta
puntos de vertido en el cauce del río Tormes a su paso por la ciudad, «algunos de
aguas sin depurar, otros con aguas escasamente contaminadas, varios con aguas
depuradas y otros que son simples aliviaderos».
Contado así no parece ser grave pero si usamos la memoria a corto plazo
habría que recordar, como simples ejemplos, los vertidos de aceites e
hidrocarburos en octubre de 1985, en septiembre de 1998, en septiembre de 1991
(10.000 litros de ácido sulfúrico vertidos al río, con descensos del PH del agua
hasta 4, a las pocas horas) y en octubre del mismo año. La EDAR hace un
tratamiento primario del 60 % de lo que recibe. Aguas abajo, los efluentes
procedentes del Matadero, la fábrica de papel, la fábrica de fundición de grasas y
granjas con estabulación, alteran la composición química del agua, con valores de
O2 peligrosamente bajos. A pesar de la capacidad del río para recuperarse a medida
que nos acercamos a la presa de la Almendra, es indudable que el Tormes se ve
sometido a un trato poco respetuoso por todos, desde hace ya tres décadas y el
aspecto del agua retenida en el embalse, junto a la pared, es buena prueba de ello.
Utilizando esa cursilería de muletilla tan en boga hoy, el tratamiento del agua a
su paso por la ciudad de Salamanca es «una asignatura pendiente» que corresponde
a todos los Organismos afectados: los que tienen exclusividad sobre su gestión; los
que controlan el río Tormes como recurso primordial para la explotación de los
regadíos; la comunidad de regantes; los municipios por los que discurren sus vegas
y muchos otros más, porque hoy en día un río y su entorno es un tesoro ecológico
sometido de forma implacable a los caprichos de todos y a los abusos de anónimos
que encuentran fácil lo de verter sin preguntar, porque, a fin de cuentas, «siempre
se ha hecho así, ¿no es verdad?». Esto de respetar las leyes parece que resulta muy
molesto.
De poco servirán los esfuerzos por aclimatar con proyectos urbanísticos
diversos las márgenes del río Tormes a su paso por la ciudad, si las aguas
continúan viniendo cargaditas de regalos de todo tipo, razones éstas de suficiente
peso, hay que entenderlo, como para huir vehementemente hacia parajes donde no
suframos hedores gratuitos, matutinos o vespertinos, que se refuerzan con la
llegada de la canícula, justo cuando apetece pasear por sus orillas. La ciudad pierde
así la función sustancial de un elemento natural privilegiado, que hoy en día podría
considerarse como un lujo para cualquier espacio urbano de cierta entidad, y que es
la de estimular el paseo y la relajación; en definitiva, la relación peatonal, tan
reclamada hoy.

19 de agosto de 1999
CORREDOR VERDE

El sábado 24 de junio la prensa recogía la idea del corredor verde junto al río
Tormes, propugnado por el grupo político del PSOE. Hasta aquí diré -no cabe
otra afirmación desde el punto de vista científico de la ordenación del territorio-
que semejante necesidad para Salamanca ya comenzó a advertirse en los
documentos previos de reflexión que en torno a junio de 1979 comenzaron a
plantearse los arquitectos del gabinete madrileño encargado de la redacción del
Plan de Ordenación para Salamanca, en principio con carácter comarcal,
precisamente por la realidad ambiental incontrovertible de primera magnitud que
notaron y a la que me referiré después.
Antes se debe introducir alguna corrección espacial que en el titular resultaba
escandalosamente chocante. El corredor verde aludido no tiene 80 Km. de
longitud, lo que es una barbaridad geográfica; y mucho menos si el proyecto tan
solo llega hasta el término municipal de Calvarrasa de Abajo. Tomando como
herramienta de medición la magnífica del Mapa Digital de España en su última
versión (vector-raster), editada por el Ministerio de Defensa para el Ejército de
Tierra, adelantamos que lo correcto sería analizar este espacio de regadío en la vega
relicta de inundación del río Tormes, hasta Villagonzalo de Tormes. Esta amplia
área de 92,185 km2, ocupada por el corredor tendría 18,350 Km., tomando como
eje longitudinal el formado por Salamanca-Babilafuente-Villagonzalo, y 30,730
Km., siguiendo como referencia el centro del cauce del río Tormes. De modo que,
como se puede comprobar -y son mediciones hechas con un 3% de exceso-, los 80
Km. se nos han quedado en bastantes menos, la verdad. Seamos precisos.
Pues bien, hecha la salvedad, es indudable que Salamanca puede considerarse
afortunada de conservar -uno no sabe si tal afirmación beneficiará ahora o
perjudicará más tarde a los afectados- tal espacio natural que antaño sorprendió a
aquellos técnicos urbanistas por la calidad de las riberas, el porte de sus manchas
arbóreas y la armónica conjugación entre la exigente explotación de regadío y el
discurrir vermiforme y caprichoso del caudaloso río Tormes. Antes, los estadios de
la conservación ambiental estaban perfectamente organizados en la tradición de los
aprovechamientos rurales, porque convivían con los ritmos ancestrales de la
agricultura específica. Hoy, sin embargo, la custodia medioambiental es algo
artificial y artificioso, un coto variado y disperso de reivindicaciones de toda índole
que tratan de poner freno a los desvaríos espaciales de la comunidad humana y su
afán colonial de ocupar y extenderse. Se debería proponer ante la Junta de Castilla
y León que la vega del Río Tormes fuera declarada Espacio Natural Protegido,
siguiendo algunos de los principios recogidos en la Ley de Espacios Naturales de
Castilla y León (Ley 8/91, de 10 de mayo), o terminaremos perdiéndola pronto.

29 de junio de 2000
ROMPIENDO BARRERAS

En esta década que termina, Salamanca comienza a perfilar una relación nueva
con el territorio que la circunda. Corresponde este hecho -hoy una realidad
irrefutable- con la madurez de un proceso urbano diseñado originariamente hace
21 años, al que se han agregado otros condicionantes.
La expansión de la ciudad no fue difícil de suponer, pero sí otros factores
asociados cuya intensidad y características son siempre caballo de batalla de
cualquier gabinete de planificación. Por ejemplo, el descenso acusado hasta el
presente de la natalidad ha obligado desde hace diez años a diseñar las previsiones
de crecimiento y dotación de viviendas y equipamientos, con hipótesis bien
distintas, en ocasiones con planteamientos extremos, por exceso y por defecto. Sin
embargo, el propósito de la mejor planificación no radica en acertar con plantillas,
números, personas y áreas de distribución; la planificación más adecuada es aquella
que perfila una base de acción para el desarrollo posterior, con la suficiente calidad,
precisión científica y racionalidad como para compensar, con acierto, sin defectos
groseros, cualquiera de las desviaciones del modelo sociológico y económico
imperantes. Los cambios sociales se producen con suma rapidez; no se pueden
predecir, aunque sí se sabe que existen por pura comprobación de acuerdo con la
teoría urbanística contemporánea. El cambio básico de Salamanca fue anticipado
hace dos años, y consiste en la redistribución territorial de población y servicios
(nunca en su pérdida), no solo desde la ciudad a su entorno sino también desde los
municipios satélite expectantes hacia la capital, que en parte les otorga hoy lo que
son.
La ciudad ha dejado de ser un ente administrativo simple para transformarse en
una realidad socioeconómica de intercambios, más amplia, a pesar de su escala
general de tono menor. No es una comarca ni tampoco un área metropolitana (ya
nos gustaría). Es un espacio de perfiles difusos pero muy real cuando se estudian
determinados parámetros básicos. Lo que dificulta su comprensión es la
indeterminación general del territorio generado por la capital, propia de ciudades
que sufren la transición de un modelo compacto a otro heterogéneo. El proceso de
maduración hacia una entidad de conjuntos mal avenidos que supera los 200.000
habitantes se ha topado en sus límites con el fruto del modelo de planificación y
estructura escogidos por los núcleos rurales que circundan las ciudades medias.
El desliz más apreciable de las previsiones surgió cuando no se estudiaron
adecuadamente los efectos de aplicar sobre un territorio poco invadido las
tipologías al uso que hoy imperan en las nuevas áreas residenciales, con un
consumo del espacio insólito, innecesario, que afecta a la funcionalidad del
territorio. Un buen ejemplo del poder omnímodo de la televisión americana y su
facultad para difundir modas.

14 de septiembre de 2000
OCUPAR EL TERRITORIO

La moda televisiva de tinte americano «made in USA» es el fenómeno social que


más desarrollos clónicos promueve en el resto del mundo que no lo es, pero que se
occidentaliza a pasos de gigante porque encuentra necesario -o le enseñan eso-
todo aquello que se vende, aunque la principal característica sea su caducidad
temprana, lo efímero del producto. A pesar de esta venta de infinidad de objetos
que nos arreglan la vida -o eso nos parece- todo se renueva por etapas anuales y lo
de ayer ya no sirve mañana. No importa. Venden y compramos.
En algunas tendencias de la urbanística actual, los modelos estéticos y
estructurales que se aplican para ir ocupando los espacios periféricos de la ciudad
tienen mucho de moda, y demasiado de repetición sistemática de diversos patrones
que se capturan de allende y se extienden después con rapidez, promoviendo un
consumo desmedido y absurdo del territorio natural, que transforma el paisaje en
una muestra de atonía residencial transplantada, repetitiva, artificial y desprovista
de alguna relación con el entorno y la tradición. Estas nuevas formas de residencia,
que buscan el prestigio de lo ambiental como reclamo de venta, se han desviado de
la tipología británica de ciudad jardín, para acercarse más a la descarnada secuela
norteamericana de extra-residencias.
Nuestro territorios periféricos de nueva creación cada vez se parecen más entre
ellos; cada vez se asemejan más a la nada. Adolecen de una estructura carente de
ideas propias y su engarce con el espacio tradicional es nulo. Lo más preocupante
es que hay poca capacidad de maniobra para evitarlo, porque son muchos los
entresijos por los que la madeja del proyecto inicial consigue finalmente la
aprobación necesaria, y, si no cumple los requisitos pertinentes, tiempo y
mecanismos soterrados o sibilinos habrá para ello. El espacio geográfico que hoy
estamos creando con la imposición de estos modelos se encarece artificialmente y
se desarticula más, porque falta una idea primaria de coordinación, porque todo se
sucede muy rápidamente, porque no hay un interés conjunto, propio de áreas
complejas que pretenden solucionar problemas comunes.
El crecimiento exterior al municipio salmantino siguiendo estos modelos
disonantes ha producido, en apenas una década, más problemas de los esperados y,
sin embargo, estos pueden mitigarse. La dificultad de acuerdos no debe ser una
cortapisa, sino más bien un estímulo. Un territorio humanizado y urbano carente
de orden resulta muy caro de mantener. Tiene la terrible capacidad de crear
problemas donde antes no los había. Su característica principal consiste en
bloquear las relaciones espaciales, asfixiar el perímetro de los ecosistemas
conservables e imponer obstáculos al desarrollo más adecuado y económico de los
sistemas generales de comunicación y servicios esenciales a la población. No es
algo baladí.

28 de septiembre de 2000
VEGAS NEUTRALIZADAS

Un análisis detenido de la vega del río Tormes a su paso por las áreas próximas
a la capital causa cierto desasosiego. La cartografía digital actualizada, a escala
1:10.000, es un instrumento muy útil porque compone con suma precisión el
modelo territorial que está transformando la llanura de inundación relicta. En
apenas 25 años el espacio ambiental del río está sufriendo una transformación que
fue intuida y denunciada por aquel entonces, cuando la programación del
urbanismo trataba de integrar paisaje y ciudad. Pero sirvió de poco.
Al español de los años sesenta del pretérito siglo XX parecía acompañarle una
atávica tendencia a construir segundas residencias en los perímetros próximos de
las poblaciones maduras, como si se tratara de cualquier otra afición. Y sobre suelo
rústico, que tenía más enjundia. Lo que empezaron siendo cuatro casos aislados,
terminaron convirtiéndose, por simpatía musical o mimetismo biológico, en una
interminable ocupación, ora en agrupación ora en diseminado. Las residencias de
fin de semana ahora son de primera ocupación. Y los bohemios han dejado paso a
los propios ayuntamientos recalificando suelo. Unos y otros -y como sea- ciñen y
reducen progresivamente el perímetro de protección natural del explotado Tormes,
hoy hasta casi el límite del cauce.
Todo esto no es bueno para el futuro. El río, desde el Azud de Villagonzalo -
27,5 Km. aguas arriba siguiendo el cauce-, posee un ecosistema de riberas muy
homogéneo que se enriquece incluso más hacia el oeste, cuando discurre por los
términos municipales de Doñinos, Villamayor, Carrascal de Barregas, Florida de
Liébana, Valverdón, Pino de Tormes y Almenara de Tormes -en total 19 Km.
desde Santibáñez del Río hasta Almenara-. Algo que debería servir como valor
intrínseco y no sólo para presumir con la lista de los recursos naturales que
poseemos en este espacio tan humanizado.
El Tormes es una unidad de paisaje de primer orden en su circulación
provincial por este sector, con trazas de asfixiarse, aunque es cierto que, dada la
atonía general de Salamanca en el último quinquenio, el riesgo tiene la previsión de
ralentizarse. A pesar de que la provincia, como otras en la Comunidad, está
abocada a un «no sabemos muy bien qué», con vacíos en la estructura de la
población difíciles de recuperar en una generación, los apetitos por acercarse a los
espacios naturales, para transformarlos en áreas residenciales, son inevitables
mientras no operen las Directrices de Ordenación del Territorio.
Vender la calidad ambiental por los promotores tiene su gracia, porque la
provincia no ha perdido un ápice de esa privilegiada cualidad que pretenden
enseñarnos. Vivir en los núcleos urbanos de Salamanca no es agobiante o insano,
aunque quieran convencernos de lo contrario. ¡Qué absurdo! La extraordinaria y
ancestral vega pende de un hilo cada vez más fino.

29 de marzo de 2001
EL RÍO OLVIDADO

Pasear por las orillas del río Tormes es un suplicio en estos días de intenso
calor. La mezcla de las altas temperaturas con los efluvios procedentes de la
evaporación de unas aguas saturadas de materia orgánica en descomposición,
hacen de esta sana distracción algo bien distinto. El hedor es insoportable. Parece
sorprendente que no se hubiera abordado antes la necesidad de una intervención
integral sobre el río Tormes.
Después de sufrir durante décadas los vertidos y transformaciones varias que
siempre afectan a los espacios naturales que se someten a la explotación de regadío;
después del abuso indiscriminado de empresas, ayuntamientos y particulares
vertiendo en allí todo tipo de sustancias, el paso del río por la capital da pena (con
el glorioso barco incluido). Las intervenciones llevadas a cabo hasta la fecha
insisten en un modelo de arreglo de carácter urbano-ambiental, y por ello son
incompletas.
Un río, aunque sea considerado urbano en este tramo capitalino, es un
ecosistema dinámico y complejo, con especies adaptadas a este particular biotopo.
Es el soporte natural de una rica biocenosis. De nada sirve esmerarse en el diseño
de algún sector arribeño para facilitar el paseo, si no se ejecuta lo que
verdaderamente importa, que es una operación de mayor envergadura
medioambiental, capaz de sobrepasar la competencia municipal.
Un proyecto de conservación que incluyera el saneamiento integral, con la
reposición y cuidado de la vegetación ripícola, tan importante por lo que suponen
estas manchas de bosques-galería en las márgenes de cualquier río; el tratamiento
de los sectores más delicados con escolleras naturales («menos cemento y más
talento», como se suele decir entre los ingenieros de caminos); el drenaje de los
bancales de arenas móviles que estrangulan el curso (aunque ya sé que mi buen
amigo D. Ambrosio de Prada me recordaría la capacidad anual que tiene el caudal
del Tormes para modificar el cauce, a pesar de la regulación aguas arriba, o
precisamente por ello); y la limpieza de las orillas, llenas de basuras de diversa
procedencia.
Una propuesta así es costosa, pero no imposible. Es indudable que la imagen de
la ciudad ganaría mucho más así. Sería un proyecto de calado europeo e interés
medioambiental prioritario, con proyección de futuro, y responsabilidad
compartida en la gestión. Mientras tanto, que no se bañe nadie en el río, por
favor...

20 de junio de 2002
EL PAISAJE COMO PRETEXTO

Las últimas dos décadas de urbanismo residencial en las ciudades medias de


España han servido para comprobar cómo el valor del paisaje natural se ha tomado
como pretexto con el que justificar un modelo discutible de ocupación urbana del
espacio geográfico. Un modelo para el que dicho paisaje periférico es una pieza
complementaria que asegura al promotor el éxito inmediato de ventas.
Esta interpretación artificial del medio natural, que simplifica la mancha de
territorio rural, todavía incólume, a una pieza de mecano de poner aquí o allá,
según intereses, se difunde casi inexorablemente por las periferias de estos ámbitos
urbanos.
El “urbanismo de extensión” actual está preñado de una pretensión social clara:
fomentar el hedonismo entre los futuros propietarios. No sólo la casa es más
grande y más barata, sino que, además, es un ejemplo notable de singularidad:
captura de la naturaleza hierbas y árboles; la casa huele a campo acotado.
Estas nuevas promociones que, en definitiva -y aunque no se diga-, aíslan al
individuo, son piezas intercaladas artificialmente. Rompen el tradicional continuo
urbano entre la ciudad y el campo colindante, y lo sustituyen por otras morfologías
que no encajan nada con el espacio rural; ni siquiera lo intentan, porque ésa no es
su pretensión. El paisaje sufre así una colonización artificial que recuerda aquellas
islas de urbanidad autárquica de los primeros utopistas del urbanismo entre 1815 y
1848, aunque por otros motivos bien distintos.
Una de los motivos que explican este resultado de emancipación simplona,
vulgar y carente de calidad, que invade sin pudor, consiste en que ahora se lleva a
acabo un urbanismo de mera gestión, en lugar de otro que sea producto de la
reflexión intelectual, el debate o los concursos de ideas. Un tipo de creación de
ciudad fomentado por la legislación de urbanismo postrera a la ley de 1956, cuya
expresión más exacerbada, tras una evolución legislativa, ha sido la Ley 6/1994, de
15 de noviembre, Reguladora de la Actividad Urbanística de la Comunidad
Valenciana (con sus posteriores reformas), que todos copian ahora.
Hoy no se proyecta con conciencia del espacio; más bien se ejecuta con la
preocupación por cuadrar cifras y presupuestos. Lo que importa es que la gestión
sea eficiente. La ley valenciana plantea un binomio para crear suelo, terrible desde
el punto de vista territorial: promotor contra propietario.

27 de junio de 2002
EL PAISAJE PERDIDO

Si hubiera que exponer una característica de la capital salmantina y sus


municipios periféricos, que fuera negativa e irreversible, ésta sería, sin duda, la
destrucción, casi absoluta, del valor ambiental del paisaje que antaño hubo; y en
sólo dos décadas.
A comienzos de los años ochenta, el espacio urbano y rural de Salamanca y
algunos municipios periféricos más, se mantenía articulado por un río no urbano
(es decir, un cauce con discurrir meandriforme, sin espigones artificiales de
contención en sus orillas), que permitía conservar intacta la sutileza de panorámicas
y paisajes naturales (ripícolas o agrarios, más alejados, de diverso grado y
vocación), salpicados de construcciones que no desentonaban del conjunto y que,
en cierta forma, introducían en él una variedad de morfologías y actividades,
necesaria y armónica.
Hoy, el desarrollo disforme y atolondrado, a veces, del planeamiento municipal
de las periferias, como respuesta a una capital que encarecía los precios de suelo,
está terminando de destrozar las cualidades intrínsecas del espacio natural aludido,
al saturar las áreas más sensibles, desde el punto de vista paisajístico, con nuevos
espacios residenciales, anodinos, de hilarante alineación artificial, que demuestra
una despreocupación absoluta en el proyecto por integrarse con el medio natural
(si es que a algún proyectista se le ocurrió hacerlo). Estos ensayos, con morfologías
que huelen a modelos de viviendas tomados de revistas de arquitectura al ojeo,
crean moléculas artificiales de urbanismo en el medio rural, sin conexión entre ellas
o con una disposición arbitraria que depende, casi siempre, de los accesos a la red
de carreteras existente o a la forma del sector.
Si recorren los paisajes que antaño poseían interés visual por los alrededores de
Salamanca, podrán comprobar cómo se han perdido para siempre, arrasados por
un salpicón burdo y reiterativo de estas formas urbanoides residenciales. Quien sea
salmantino foráneo, y vuelva, tras una ausencia prolongada, esperando rescatar de
su memoria estas perspectivas, no podrá. No existen. El argumento expiatorio y
simplón de que esto ocurre en todas las ciudades, no me sirve. Bajar el Valle del
Jerte y contemplar Plasencia desde allí es igualmente una calamidad estética y
ambiental.
Esta repetición continuada de patrones sólo indica una crisis evidente de
talentos.

6 de marzo de 2003
ECOLOGÍA URBANA

Chicago creció de forma extraordinaria en el primer cuarto del siglo XX.


Durante esas décadas, miles de inmigrantes en busca de mejor fortuna, fueron
creando una mixtura riquísima de etnias y culturas, obligados a convivir sobre un
mismo espacio que crecía cada año a una velocidad vertiginosa. El fenómeno
atrajo a los científicos sociales de la Escuela de Chicago, quienes convirtieron la
ciudad en un laboratorio social. El conocimiento de ese fenómeno antes descrito
se abordó con una perspectiva de análisis basada en el paradigma de ciencias como
la Biología y la Ecología.
Nació así la llamada «Ecología Urbana», una rama de la Sociología que aborda
el estudio de la relación existente entre la comunidad de ciudadanos y un medio
urbano. Deliberadamente desestimaron el componente social del comportamiento
humano dentro de una ciudad y, en cambio, consideraron prioritario el carácter
biológico del mismo. De esta manera, se adaptó el sentido de los procesos
naturales tradicionalmente más conocidos e importantes del reino vegetal y animal
para estudiar al hombre en la ciudad. Emplearon tres conceptos para ello.
(Perciban cuánto de verdad contiene la tríada, conocido hoy el crecimiento de las
ciudades).
El principio de la «Competencia» fue el primero: en la ciudad, las actividades
comerciales y económicas y los grupos sociales se comportan de forma semejante a
las especies animales y vegetales: luchan por ocupar un territorio más ventajoso. La
competencia lleva a la segregación espacial de actividades y personas, por tipos y
grupos.
El segundo, fue el principio de «Dominación»: existen especies de plantas que
influyen sobre otras y controlan las condiciones ambientales del entorno. Del
mismo modo, el centro histórico y económico desempeña en la ciudad dicha
función dominante sobre el resto. Todas las actividades pugnan para tratar de
situarse allí.
El tercer principio fue el de «Invasión-Sucesión». Muy propio del mundo
vegetal. Según aquél, las plantas transforman el medio en el que viven, y crean
condiciones para que otras se desarrollen. Una especie invasora puede convertirse
en dominante, desplazando a las demás. En las ciudades europeas, las áreas
residenciales históricas se invaden por el comercio, los negocios o un tejido
residencial de más prestancia y se sustituyen funciones.
Como se puede apreciar, la Ecología urbana es una construcción teórica de
preclara actualidad.

1 de mayo de 2003
LOS ESCARPES DEL TORMES

El avance social existe cuando una comunidad conoce, valora y defiende los
parajes y espacios naturales que han venido siendo testimonios culturales de la
historia construida por todos. Por fortuna, las leyes amparan y casi alientan a que
todos, como comunidad, podamos hacer uso de nuestros derechos y nos sintamos
defendidos por ellas en la defensa de dichos objetivos.
Es el caso de la Asociación de Vecinos del municipio de Cabrerizos, que, con
ahínco, ha solicitado la declaración de Bien de Interés Cultural, con la categoría de
«Sitio Histórico», para el hito geográfico de los «Escarpes del Tormes» (entre los
que está el conocido paraje de «La Flecha»), denominado así en el expediente de
solicitud de declaración incoado, que he podido leer (la Memoria, los Informes
técnicos y la Documentación gráfica adjunta).
El objetivo es claro: que la Ley 12/2002 de 11 de julio, de Patrimonio Cultural
de Castilla y León, sirva para reconocer, amparar y preservar un espacio singular en
el que concurren valores geográficos, medioambientales, históricos y culturales,
hoy amenazado por un estiramiento territorial de la actividad urbana, mal
entendida y sin planificación de conjunto, que afecta a la periferia capitalina y cuya
huella constructiva de carácter residencial, anodina, artificial e invasiva, está
destrozando sin remisión la memoria del paisaje cultural asociado a la ribera
tormesina y su rica vega de aluvión.
Este hecho, ejemplo preclaro de transformación territorial, es consecuencia del
retraso incomprensible en la gestión y aplicación de unas Directrices de
Ordenación sobre los espacios naturales bajo la influencia de Salamanca. Cuando
lleguen estas normas, todo será ya un conjunto de hechos consumados.
Mientras tanto, parece una idea extraordinaria defender el enclave de Los
Escarpes. Su interés queda claro en los informes técnicos, desde puntos de vista en
apariencia dispares como los de la Geología, la Paleontología, la Geografía, la
Botánica y la Biología, la Arqueología, la Historia medieval y renacentista, la
Literatura -y su impronta allí, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta 1953-, o
la Etnografía. Se echa en falta una mención explícita del circuito motero de «Las
Caenes», como actividad que debe prohibirse, en la relación de usos propuestos. Es
un espléndido informe y una mejor idea. Enhorabuena y suerte.

26 de junio de 2003
LA ORDENACIÓN MEDIOAMBIENTAL DEL TORMES

La cuenca del río Tormes, en el tramo entre el Azud de Villagonzalo y


Villamayor, necesita una ordenación territorial coherente, adecuada al uso que de él
hacen las comunidades de regantes, los pueblos de los municipios aledaños y la
capital de Salamanca. La ordenación debería tener carácter medioambiental.
Pero no sólo en nuestro río, que discurre con un hermoso zigzagueo por la
provincia; también en otros muchos afluentes del Duero, que en derrame por la
gran cuenca sedimentaria de esta Comunidad sufren, como nunca, un grado de
explotación abusiva, es decir, de contaminación y gestión inapropiadas como
recursos esenciales de la vida. Hay que tener en cuenta que, salvo ríos muy
contados de la vertiente meridional o pequeños afluentes del interior de la cuenca,
todos los cursos han sido objeto de intervención para regular la dinámica natural
de sus caudales, en función de la demanda.
De tal manera que, en el desarrollo de la economía regional, son básicas las
actividades directamente relacionadas con el rendimiento económico directo o
potencial de estos (expansión del regadío, producción hidroeléctrica, garantía de
abastecimiento urbano-industrial). Y tanto es así que, a falta quizá de actualizar el
dato, existen en la Comunidad noventa y dos embalses, con una capacidad de
almacenamiento en torno a los 8.492 Hm3 (en España es de 52.935 Hm3).
Las dos terceras partes de la masa de agua retenida corresponden a las cuatro
presas (Almendra, Ricobayo-Esla, Riaño y Santa Teresa), todas ellas en nuestra
cuenca del Duero. Pero veamos cómo se distribuye la demanda de agua: para usos
agrarios y regadíos, el 93 %; para el abastecimiento a la población, el 6 %; y para
usos industriales, el 1 %.
Ante esta evidencia no es necesario comentario alguno. Sí cabría afirmar, quizá,
que la ordenación territorial de las cuencas hidrográficas es hoy imprescindible,
pero en varias escalas, ya que no sabemos cuál es la capacidad de respuesta
biológica frente a un uso intensivo de este recurso escaso.
En el caso de la cuenca drenada por el río Tormes, existe una relación directa
entre la explotación del regadío, el consumo de las poblaciones ribereñas -cada vez
más extendidas hacia el río-, y el grado escandaloso de afluentes sin control,
contaminados. Lo que sí debería saberse es que ordenar con criterios científicos y
ambientales el espacio de un río no consiste en urbanizar sus orillas. Sería una
burla creerlo.

31 de julio de 2003
EL PAISAJE AGONIZA

Hoy, cuando se sucumbe a la tentación de alardear del paisaje de monumentos


y espacios que colocan a Salamanca en un pedestal histórico del patrimonio
cultural, también es necesario hablar de otro paisaje, que no es urbano.
Hace pocos días, un profesor de la Universidad de Salamanca me transmitió su
estupor al observar el curso acelerado con que se está destruyendo el paisaje relicto
de la periferia salmantina. Le recordé las siete ocasiones en las que abordé la
cuestión en esta columna durante los últimos seis años. Debería haberlo hecho más
veces. Porque es cierta la percepción que él posee sobre el paisaje como una huella
natural armónica. Su procedencia geográfica -que no desvelaré- le permite presumir
de haber crecido entre paisajes naturales que se imbrican con el espacio
humanizado por las ciudades, y que permanecen apenas alterados desde su
infancia. Por esa razón le cuesta aceptar que el paisaje de un ámbito rural y urbano
tan chiquito como Salamanca, sesgado por el río Tormes con sus meandros mejor
marcados tras la regulación del cauce, pueda haberse transformado tanto en tan
poco tiempo.
Esta modificación del horizonte, producto de raíces urbanas-residenciales
desbocadas, no pudo preverse. Fue un efecto artificial insospechado y exógeno,
inducido por la planificación urbana del Plan General de Salamanca de 1984 -que
era cerrada por ser municipalista-. La extensión de un modelo residencial abierto -
en apariencia más barato- que hoy invade algunos municipios de la periferia,
consume grandes espacios sin auténtica necesidad, y se articula mediante células
residenciales cuyo diseño entiende los paisajes como espacios que el proyectista y
la máquina niveladora pueden cincelar a su antojo, pensando en los gustos del
mercado de clientes.
Con estas premisas se alteran las trazas de tesos, altozanos, cerros, mesetas,
escarpes, rañas, cuestas, vados, llanuras o vegas. La superficie destruida y
modificada es extraordinaria, si la comparamos con el número de habitantes de los
municipios afectados. Compruébenlo. Según el Censo de 2001, los nueve
ayuntamientos colindantes, sin la capital, suman casi 26.000 habitantes. Salamanca
tiene en ese Censo 156.368. Si añadimos la segunda corona -exagerando el área de
influencia anterior con otros quince municipios-, habría que agregar sólo 10.200.
Aun con eso, la cifra final es de 192.5068. Nada que pueda justificar tanta
destrucción absurda. Maldita moda mimética. Maldito papanatismo.

2 de octubre de 2003
TERRITORIO DESORGANIZADO

Al mismo tiempo que comienzan los trámites de aprobación del nuevo Plan
General de Ordenación Urbana del municipio de Salamanca, se refuerza la
sensación territorial de desorden absoluto en las periferias, fuera de él.
Los ayuntamientos colindantes a la capital iniciaron, desde 1995 como media -
aunque algunos los hicieron en 1988-, una desaforada carrera contra el tiempo para
tratar de ser más y mejores, a base de promover una ingente cantidad de hectáreas
como suelo residencial. Incluso existen municipios que se encuentran en trámites
de redacción de Planes Generales, abandonando las antiguas Normas Subsidiarias
de Planeamiento. Se tiende a explotar al máximo la ocupación residencial
permitida. La situación formada es un auténtico disparate desde el punto de vista
de la planificación urbana supramunicipal -idea que es una mera abstracción, por
ser inexistente en la práctica-.
Es anacrónico interpretar el planeamiento urbano con carácter municipalista,
puesto que las relaciones urbanas dentro de los territorios de influencia inmediata
(y este parámetro se mide hoy no por la distancia, sino por el tiempo de
desplazamiento) marcan constantes flujos e influencias, algunas imprevisibles. Las
programaciones de suelo para equipamiento residencial, industrial, comercial o de
servicios, por ejemplo, desordenadas del contexto extramunicipal, plantean, a corto
y medio plazo, graves inconvenientes de integración-segregación, saturaciones de
tráfico, y una gestión cada vez más onerosa de los ayuntamientos capitalinos que
sufren algo semejante. Estos fenómenos territoriales son harto conocidos desde las
investigaciones mundiales del profesor Kingsley Davis (Berkeley, California), para
determinar los criterios y definición de las Zonas y Áreas Metropolitanas del
mundo.
En el ámbito territorial que nos ocupa, existe, además, un accidente natural
único por sus dimensiones en la provincia: la cuenca del Río Tormes. Este espacio,
que vertebra la comarca urbana de Salamanca, se ve sometido a presiones
implacables que van reduciendo su valor.
Como hace décadas que se carece de una idea global y científica del territorio en
torno a la capital de Salamanca -quizá no se quiere-, el planeamiento urbano peor
es aquel que se ejecuta de forma caprichosa e improvisando, sin un mínimo
esfuerzo de análisis territorial multidisciplinar; sin medir las consecuencias que
podemos ya observar y lamentar.

6 de enero de 2005
PASEOS POR EL TORMES URBANO

Con el tiempo estival de julio, he dedicado algunas tardes sueltas a darme varios
paseos por ambas orillas del Tormes, en itinerarios aproximados de 10 Km. Han
sido sesiones urbano-pedestres de 3-4 horas, tiempo y ritmo más que suficientes
como para ir comprobando las particularidades, aciertos, defectos y deterioros de
los nuevos espacios públicos que la ciudad ha ganado.
Esta cuestión del urbanismo de los itinerarios y lugares para el ocio y
esparcimiento, por ejemplo a lo largo de las márgenes de un río urbano (todavía
natural), es de sumo interés. ¿El nivel de un municipio se mide por disponer de
estas propuestas? Es posible. Pero también por cómo se mantienen con el tiempo.
Porque los proyectos de espacios públicos de todo tipo (parques, jardines, paseos
peatonales y de carril-bici, áreas recreativas), tienen diferente longevidad o
supervivencia según en qué ciudades los implantemos.
Hace años aludí a un curioso libro con un soporte fotográfico impresionante,
donde se hacía un análisis exhaustivo de los defectos de diseño y cuidado de los
espacios semejantes en ciudades españolas. Hoy, esa caducidad súbita se constata
en Salamanca. Este envejecimiento puede deberse bien al vandalismo, bien a un
diseño inadecuado con las condiciones climáticas de este ámbito, o acaso a una
falta absoluta de mantenimiento. La combinación de los tres factores acelera el
proceso de deterioro de forma vertiginosa.
El índice de vandalismo urbano en Salamanca es de los más altos de España,
con presupuestos dedicados al arreglo del patrimonio destruido que triplican el
consignado por San Sebastián, La Coruña o Valladolid, ciudades sustancialmente
más grandes. Pero también la falta de mantenimiento se advierte con suma
facilidad en estos espacios cuya impronta de «naturalismo» debería obligar a un
cuidado especial y continuo.
Los paseos por la nueva margen derecha, que se acercan hasta la antigua toma
de agua para la ciudad, muestran, para los siempre escasos usuarios con quienes me
crucé, papeleras quemadas, fuentes casi desmontadas y sin agua, setos secos,
árboles muertos o tronchados, aguas estancadas, tapices vegetales desaparecidos,
lucernarios arrancados, tapas de registro robadas, pavimentos invadidos o
levantados por la vegetación, zahorras que saturan los aliviaderos para la
evacuación de pluviales, etc. El Parque de la Aldehuela, que conozco desde su
inauguración, es el no va más del deterioro, por dejadez y destrucción.

21 de julio de 2005
DEMOGRAFÍA
LA CIUDAD DE LOS MAYORES

La mejora de las condiciones sociales en aspectos básicos como la alimentación,


la atención médica y el desarrollo espectacular de la farmacopea están
contribuyendo a alargar en mucho la esperanza de vida de la población de los
estadios de edad más avanzada, y el ciclo vital prolonga la actividad funcional cada
vez con mayores garantías de calidad de vida.
Esta circunstancia ya no puede considerarse como una tendencia sino como un
hecho irrefutable sobre el que todos debemos reflexionar con más asiduidad y
menos ligereza -tal vez no vendría mal añadir algo de preocupación-. El
envejecimiento de la población es una condición sine que non de los países
desarrollados, que en nuestro caso se refuerza con la preocupación añadida de que
la renovación generacional no se está produciendo con la suficiente garantía. Es
pues una situación paradójica, grave, la que se suscita desde hace aproximadamente
una década en el caso concreto de España.
El envejecimiento se ha venido concentrando mayoritariamente en el mundo
rural, pero también merece la pena considerar cuál es la calidad de vida que la
ciudad les ofrece, sobre todo a aquellos para los que la movilidad pudiera empezar
a representar una cortapisa a su capacidad de desplazamiento y disfrute diario de
los espacios de relación, diseñados muchos en unas circunstancias bien distintas a
las que hoy se dan.
En Salamanca capital había, en 1991, 895 personas entre 90 y 94 años, mientras
que en 1998 la cifra se había incrementado hasta los 1.053. Los ancianos con más
de 94 años pasaron de 259 a 296. Tomando por sus condiciones, como edades de
partida y límite, desde los 75 años hasta los más de 94, la revisión del último
Padrón arrojaba para el municipio salmantino la cantidad de 12.765 personas
mayores, cifra ligeramente inferior a los 14.079, de 1997 o a los 13.941, de 1996,
con un porcentaje de participación respecto del total de la Población de Derecho
del 7,9 % (igual a los años 1994 y 1995 e inferior a 1996 y 1997, que fue de 8,76
%). Si introdujéramos en estas referencias el dato de los grupos de edad entre 70-
74 años, estaríamos hablando de 20.312 personas mayores en Salamanca capital, lo
que representa una elevada cifra -12,62 %-.
Las circunstancias de atención y necesidad vital diaria que necesitan desarrollar,
y así se les recomienda por parte de los especialistas, requieren de salidas frecuentes
para pasear, solearse y tertuliar, convivencias en los hogares de cada barrio para tal
fin y otras actividades complementarias. Me pregunto si en los nuevos espacios
públicos (amplios y ajustados a la Ley respecto de la dotación de equipamientos), y
en la disposición del mobiliario urbano en el resto de la ciudad, se está teniendo en
cuenta esta ingente dimensión de la ancianidad prolongada, su nueva capacidad
autónoma de relación y la movilidad limitada.

10 de junio de 1999
ANALFABETISMO CAPITALINO

Según los datos facilitados por la UNICEF en su informe «El estado de los
niños del mundo en 1999», casi mil millones de personas -para ser exactos, 855-
entrarán en el siglo XXI siendo analfabetos. La tasa de analfabetismo reconocida
por la UNESCO para todo el mundo fue del 30,5 % en 1980 y de 22,6 % en 1995,
considerablemente más bajas que las tasas medidas para la población adulta nacida
antes de 1926, de cerca del 75 %. Para los grupos engendrados alrededor de 1948
supuso una apreciable disminución -hasta un 52 %-, y ésta continuó menguando en
la generación de los años 70, hasta el 20 %. Las cifras muestran un notable
progreso en los índices de escolarización, pero no parece ser suficiente a la vista del
informe.
En la capital salmantina, símbolo de la cultura y las relaciones internacionales
que han fomentado el saber por doquier, hay analfabetos; 724, para ser más
exactos, según el Padrón de 15 de junio de 1998. No parecen muchos -un 0,44 %
del total de la ciudad-, pero lo son con todo lo que esta limitación social significa.
De ellos, hay 74 entre 10-19 años, 345 entre 20-64, y 305 entre 65-90. Su
distribución por barrios tiende a ser homogénea, con medias de 8-10, aunque hay
excepciones. La mayor cantidad -84- se concentra en el barrio de San José, seguido
de Garrido Norte -69-, Pizarrales -68-, el barrio de San Bernardo -37-, el barrio
Blanco -35-, el barrio Vidal -34-, el Rollo -31-, el Carmen -29-, Garrido Sur -27- o
La Prosperidad -23-, por citar los más numerosos. Todos quedarían encuadrados
en la casilla estadística «No sabe leer ni escribir».
Un segundo escalón de los grados que acotan el nivel cultural de los ciudadanos
capitalinos se refiere a aquellos con «Titulación inferior a Graduado Escolar o sin
estudios», y aquí la cuestión es peliaguda porque muchos de los inscritos dentro de
este grupo (no todos, es obvia la ambigüedad de la casilla) podrían encuadrarse en
lo que los expertos califican como analfabetismo funcional, con una limitación menos
severa que el analfabeto integral, pero con notables dificultades de asimilación y
formación de criterios personales, y de comprensión de los modelos sociales
complejos, propios de hoy, con saturaciones continuadas y cambiantes de
información, en iconografías y textos que obligan a una lectura e interpretación
reposadas.
Bajo ese encuadre de Titulación inferior a Graduado Escolar o sin estudios hay en
Salamanca 71.094 habitantes (el 44,18 % de la ciudad). Dejando al margen las
primeras cohortes de edad hasta los 14 años, 33.475 corresponden al amplio grupo
entre 15-64 años (un 47 % del total), 16.679 entre 65-79 (un 23,4 %) y 5.656, de 80
años en adelante. Son todas cifras que deben obligar a una reflexión profunda y a
ser posible también inmediata. El tiempo que se puede perder en lamentaciones es
mejor invertirlo en escolarizar y formar.

10 de febrero de 2000
CRECER O NO CRECER...

He advertido en las últimas semanas cierta inclinación a incurrir, con demasiada


frecuencia cuando se trata de asuntos de índole demográfica provincial y local, en
bailes de cifras que, al ser, además, poco exactas en su análisis, llegan a
conclusiones pintorescas que me dejan ojoplático.
En general, existe un ciclo redundante para muchos temas de información que
tiene carácter anual, que se repite en un continuo vital. Pasa con todo. También
con los informes de coyuntura que redactan los equipos de los grandes bancos.
Cuando se publican cada año, son noticia nacional, y se convierten en referencia
(lo de «referente» es moda de zonzos). Todos se lanzan para ver cómo marcha
nuestra provincia en la clasificación hispana; si perdemos o ganamos; si tenemos
rentas o nos las quitan; si seguimos pobres o superamos a las rivales de colindancia
territorial. Los informes de coyuntura se transforman así en acicates para presumir.
Como en las elecciones, nadie pierde nunca. Siempre hay alguna cifra que nos
cuadra, más que menos. Es el refuerzo positivo, que denominan los psicólogos. En
el fondo sabemos bien dónde estamos.
Conocernos debería servir para situar la realidad sociodemográfica de la
provincia salmantina, bien expuesta por trabajos recientes de Geografía, con
distintos enfoques y fines. Al tocar rangos de análisis de contexto comarcal se
topan con los vacíos demográficos y los procesos multiformes que desestructuran
los territorios. Rasgo común con otras provincias y lacra social para cualquier
político comprometido. El dilema es sencillo de advertir y complejo de resolver:
¿cómo estimular la recuperación demográfica? Parece que generando empleo
mediante nuevas expectativas laborales. Pero se dice muy a la ligera, sobre todo
viendo las tasas de activos y parados, el crecimiento natural y los datos de
inmigración. ¿Qué propuestas y nuevas funciones plantea la ordenación territorial
en espacios que se despueblan y envejecen? ¿La especialización endógena, con
cierto criterio determinista y estático, o la creación política y localizada de ámbitos
de concentración tecnológica? ¿De qué medios económicos foráneos se dispondrá
para atender nuestra provincia cuando dejemos de percibir las ayudas de la UE?
Mientras pensamos cómo, las cifras de población de la provincia de Salamanca
demuestran su agonía. En 1981, tenía 368.236 habitantes. En cambio, los
resultados del Padrón de 1998 arrojaban un total de 334.449. Es decir, que en 17
años hemos perdido 33.787 habitantes (un 9,17%). En 1981 había 182.453
hombres y 185.783 mujeres (una proporción de 49,54% y 50,45%,
respectivamente). En 1998, los hombres eran 162.462 y las mujeres, 171.987 (el
48,57 y el 51,42%). Entre 1981 y 1998 se han perdido 13.793 mujeres (7,42%) y
19.991 hombres (10,95%). Necesitamos mucho análisis, decisiones políticas
razonables y largas décadas para recuperarnos.

24 de mayo de 2001
ATRAER POBLACIÓN

Me alegra comprobar cómo los gestores de la ars politica parecen empezar a


reaccionar ante las claves incontrovertibles de la depauperada realidad poblacional
salmantina. Primero, creyéndose, con brumas y cierto miedo político, los estudios e
informes sobre la cuestión, de carácter científico -rigurosos, no divulgativos-, que
tras interesados silencios ahora es posible leer con relativa asiduidad. Y segundo,
una vez en ello y aceptado, planteando medidas inmediatas que palien el panorama
sobrecogedor que se nos viene encima.
La razón de no ver en su auténtica dimensión este aspecto como prioridad
esencial es que, en esta situación -sin retorno por ahora-, las cohortes de edad que
se corresponden con la población activa están convenientemente ensanchadas por
la generación nacida en las décadas del 45 al 75. Y hoy la pirámide de población de
Salamanca capital disfruta de un amplio conjunto de habitantes potencialmente
activos, que además son consumidores de todo, y sirven para alimentar la
microeconomía local, sobre todo un sector de servicios enriquecido por la
actividad administrativa funcionarial, pública y universitaria, la construcción y los
nuevos servicios inducidos por su condición de capital turística, de moda como
destino turístico.
Esto significa que mientras esté asegurado dicho consumo, las sensaciones de
atonía, envejecimiento, crecimiento vegetativo nulo y otros parámetros
demográficos, no parecerán existir en realidad. Lo lamento pero no es así. No sólo
existen sino que se agravan, porque grave es que no haya ni la más remota
posibilidad de cambiarlas con efectos perceptibles, como mínimo en los próximos
15 años. No todo es ponerse a tener hijos, claro. Se debe acompañar de otros
factores; los industriales, por ejemplo, que son los que crean empleo porque actúan
como reclamo de la inmigración, fijan población en zonas donde se emigra, y a su
alrededor permiten la creación de nuevas empresas subsidiarias, en una cadena que
enriquece al resto de sectores.
Con este panorama abierto desde hace tiempo y hoy enquistado, hay que pedir
que se creen en Salamanca polos de incentivo industrial especializados (por
ejemplo, en la industria agroalimentaria) que nos conecten con Portugal de una
vez. Con este mismo problema de desequilibrios territoriales y despoblación se
toparon hace años en la España postfranquista y las propuestas se convirtieron, en
términos generales, en felices estímulos del crecimiento y la recuperación social.
Todo esto debería haberse previsto hace tiempo porque en problemas
demográficos el tiempo es siempre un factor negativo, dada la lentitud con que se
producen los cambios inducidos por las medidas políticas. En esta tesitura, atraer
población debe ser una prioridad de la política. Es el mejor sistema para asegurar
un futuro de reemplazo que ahora no existe. Ofrezcan atractivos. Piensen y sean
originales.

30 de agosto de 2001
ANCIANIDAD

Si se cambia la perspectiva con que habitualmente observa cada uno la ciudad


como espacio social de convivencia, y tratamos de verla entonces bajo el prisma
estricto de los grupos humanos que la forman, es casi imposible no pensar en
nuestros mayores.
Salamanca envejece sin remedio y su población mayor de setenta años será cada
vez más numerosa de aquí en adelante. Hoy el peso de esta representación de los
grupos de edad más avanzada es notable. Dentro de una década lo será más. Hace
veinte años pensar en residencias de ancianos era casi un disparate. Hoy es un
negocio de pingües beneficios en Castilla y León para inversores ávidos (en
Salamanca también los hay). Por aquel entonces las empresas dedicadas a la
atención y asistencia diaria de mayores necesitados no existían fuera del ámbito de
la caridad ejercida por las comunidades religiosas o por instituciones tan necesarias
y modélicas como Cáritas. Hoy se advierte ya entre nosotros la presencia de alguna
empresa privada dedicada a estos menesteres.
En un horizonte de tres décadas -no tan lejano en términos demográficos-
Salamanca será una ciudad de mayores. La tendencia es muy clara. En 1991, los
grupos de más de 65 años suponían un 17,88 %, y en sólo nueve años se habían
incrementado hasta el 18,96 %. Por su parte, los mayores de 80 años han sufrido el
mismo engrosamiento, por desplazamiento natural de los segmentos anteriores
desde 1981, para suponer el 4,70 % en 2000. Por contraste, las cohortes de edad
entre 0-9 años representan el 7,67 % en 2000. Según los datos ofrecidos por ése
Padrón, en Salamanca había 23.142 vecinos entre 65 y 79 años, y 7.648 de más de
80 años, de los cuales 1.647 superaban los 90.
En este panorama incontestable de creciente envejecimiento demográfico es
previsible que se desencadenen con más virulencia episodios tristes que hurgan en
la capacidad de muchos para mancillar la dignidad humana de los mayores más
desamparados, en ese lento camino de retorno a su infancia anciana. La soledad
que aflige a tantos de nuestros ancianos; su mundo vital cada vez menos adaptado
a una ciudad donde sobreviven sin afán; los abandonos familiares que los dejan
postrados en un desarraigo involuntario; la pobreza de solemnidad que sufren
muchos, que apenas se arrastran con sus pensiones en un malvivir indigno, y tantos
otros infortunios contra los que ellos son vulnerables, obligan a enfocar los
desvelos y presupuestos de las Administraciones hacia ellos y hacia sus
necesidades. Es una deuda eterna de agradecimiento a su trabajo.

20 de enero de 2002
ENVEJECIMIENTO

El último estudio preliminar de la ONU sobre la evolución de la población en el


mundo, elaborado por la División de Población del Departamento de Asuntos
Económicos y Sociales para algunos países, se ha realizado con una proyección
hasta el año 2050. Los datos proporcionados por esta hipótesis resultan
sintomáticos de lo que se nos viene encima a escala planetaria. La estimación media
habla de 9.322 millones de habitantes para entonces. Se prevé un crecimiento
general, salvo en el caso de Europa, que perderá unos 124 millones de habitantes.
El envejecimiento se hará sentir especialmente en los países más desarrollados,
cuya población mayor de 60 años pasará del 20 % actual al 33 % de media. Al final
del periodo habrá dos personas adultas por cada niño. La proporción de mayores
de 60 años también aumentará en los países subdesarrollados, pasando del 8 %
actual al 20 %, para el mismo periodo. El incremento anual de la población
mundial ha caído desde el 1,33 % en 1998 al 1,2 % actual.
En los países del llamado «primer mundo» el número de niños nacidos no será
suficiente para mantener la población en el nivel actual, de tal manera que -siempre
según estas proyecciones- países como Hungría o Italia perderán un 25 % de su
población actual, y Alemania y Japón, un 14 %. Teniendo en cuenta que el
reemplazo generacional se asegura con una tasa mínima de 2,1 hijos por mujer, la
tasa de fecundidad bajará desde el 2,68 actual hasta el 2,15 en 2050. Del mismo
modo, la edad media de la población mundial aumentará desde los 26,5 años a los
36,2 años.
Para mantener los niveles equilibrio entre clases activas y pasivas, y los rangos
de productividad actuales, los países desarrollados necesitarán recibir unos 100
millones de inmigrantes hasta 2050 (2 millones/año). Para entonces, España será el
país más envejecido del mundo. Perderá el 11,25 % de la población total, cayendo
desde los actuales 40 millones a sólo 35,5. Su media de edad será la más alta del
planeta, con 55 años.
Las extrapolaciones estiman que España acogerá en los próximos 50 años 12
millones de inmigrantes (en realidad serán más, unos 25, porque habrá que calcular
la agrupación y un crecimiento vegetativo anual para estos del 3 %). Si se van
cumpliendo estas revisiones la cuestión planteará problemas políticos y sociales
nuevos de todo tipo, sobre todo para los espacios que ya están deprimidos.

11 de abril de 2002
NEGOCIOS CON LOS MAYORES

En la jerga ramplona y actual de eufemismos que nos invade por doquier, las
nuevas expectativas de trabajo reciben el nombre de “nichos de empleo”. Nadie
podrá negarme la desafortunada necrofilia de tal circunloquio. Es tétrica.
Sin embargo, si la aplicamos a las nuevas salidas laborales que podrían surgir
alrededor del numeroso mundo de las personas provectas, el eufemismo hasta
tiene su parte de humor negro: nichos de empleo para atender las demandas de los
mayores. Perdón por el chiste. Debemos aceptar la inevitable estructura
demográfica de una sociedad que camina por un proceso continuado de
envejecimiento.
Tomando como referencia las estimaciones oficiales del INE para julio de 2002,
España tendrá entonces 40.546.600 habitantes. De ellos, el 27,29 % (11.067.000)
son de edades comprendidas entre los 55 y los +85 años, y el 19,70 % (7.988.600)
entre los 55 y 75 años. Los espacios urbanos, que se supone que son aquellos
donde se alcanzan las mejores condiciones de vida y bienestar, deberán atender las
nuevas demandas que aparecen ligadas a este grupo tan importante de población.
Porque, al prolongar la edad de la vejez con unas condiciones físicas y mentales
cada vez mejores, se tiende a demandar todo tipo de actividades que sirvan de
formación y entretenimiento, de distracción y ocupación del tiempo libre.
Los sectores más envejecidos de la sociedad exigen al resto nuevas atenciones,
muchas impensables hace cuarenta años, y casi todas parejas a otras de países con
una contrastada experiencia en la atención social de los jubilados. Con un
panorama como el que se cierne sobre nuestra sociedad, el mundo de las personas
mayores y sus necesidades puede transformarse en un pingüe negocio. Lo
empiezan a ser las residencias de ancianos -sólo las que ofrecen todas las garantías,
por supuesto-, pero también los servicios sociales y asistenciales que prolongan la
madurez de estas personas, con eficacia y muchas garantías de calidad.
No hace tanto que requieren servicios y atenciones antes impensables:
formación universitaria; organización de viajes culturales; paseos guiados por las
ciudades; gimnasia de mantenimiento; intercambio con asociaciones de otros
ámbitos; organización de foros, encuentros y conferencias; actividades de creación
artística; atención doméstica para diversas labores diarias...

18 de abril de 2002
¿RAZONES DE EDAD?

La población de Castilla y León, según la revisión del Padrón municipal de 1-I-


2001 (cifras del INE declaradas oficiales por RD/1420, de 17 de diciembre), es de
2.479.425 habitantes, es decir, 307 habitantes más que en 2000, y una cifra muy
cercana a la que tendrían en 1930 el conjunto de las provincias que hoy conforman
la Comunidad Autónoma: 2.477.324 habitantes. No cabe añadir más en este
sentido. El dato es bien explícito.
La información más segura respecto a la composición por grupos de edad es un
poco anterior; concretamente de la revisión del Padrón de 1996. Dicha indagación
permite conocer que entonces -y sobre una población total de 2.508.505
habitantes-, 511.332 representaban al grupo de más de 65 años (220.338 varones y
290.994 mujeres). A esta cantidad podríamos añadir el dato del grupo entre 55 y 64
años -281.483 habitantes-, porque, aunque no de forma generalizada, sí es
importante el porcentaje de aquellos que se jubilan con esa edad. Tras agregar una
a otra, la proporción de mayores de 55 años y más, en Castilla y León, es de un
31,60 %. En cualquier caso, no sería inferior al 20 % si empleáramos
discrecionalmente este último grupo de 55-64 años. Los mejores argumentos de
estos grupos de edad son aquí -como también en otros ámbitos españoles- razones
demográficas de peso pesado.
Porque el dilema que debe plantearse ante una población que empieza a formar
parte de las clases pasivas es si estamos o no capacitados para atenderlos. Y no sólo
desde el punto de vista económico. Desde luego que la duda cabe en toda su
extensión, ya que este panorama demográfico es una novedad entre nosotros, pero
también en toda España. La tradicional asociación de ideas entre edad provecta y
atención sanitaria de siempre, directa y continuada para procurarles «unos últimos
años de existencia dignos, tras toda una vida de trabajo y dedicación», no parece
ser necesariamente así en estos momentos.
Los mayores de ahora llegan en mejores condiciones de salud e información al
club selecto de la longevidad. Y se mueven. Sí. Y de qué manera. Un sobresaliente
ejemplo de este nuevo horizonte de la vejez es el fenómeno social y revolucionario
de la «Universidad de la Experiencia», en crecimiento exponencial y extensión
implacable por todo el ámbito universitario español. Y no ha hecho más que
empezar.

2 de mayo de 2002
IMAGINANDO UN MUNDO DE MAYORES

¿Se imaginan un mundo con personas mayores en España, auspiciado


por un partido político propio? ¿Sabían que estaría formado, como mínimo,
por casi ocho millones de votantes, que es la población actual comprendida entre
55 y 75 años? ¿Se imaginan cuánto podría cambiar el panorama social de la política
de «alto nivel»? ¿Cómo es posible que todavía nadie haya apreciado esta
posibilidad?
Reconozco mi malicia cuando trato con ellos, y les enseño y recibo, también,
sus conocimientos (me siento un privilegiado, para qué callarlo), porque a la menor
oportunidad, aprovecho y los animo a tal aventura. Y sonríen con ojillos de
picaruelo. Creo que toman nota... Pero no se atreven. Ahora no ven clara esta
ocasión, aunque el devenir es imparable y, al final, todos los partidos políticos
tendrán una media de postulantes (perdón, quise decir «militantes», «adeptos»...)
más bien veterana.
Alimentando esta conjetura, que trata de suponer a muchos millones de
personas mayores sintiéndose representados por un partido político, el suyo, es
fácil aventurar que las áreas del bienestar y la atención socio-sanitaria o la cultura
serían mucho más... ¿cómo decirlo..?, ¿ajustadas a lo que realmente pasa? Algo así.
Nadie mejor que ellos para conocer sus necesidades. Son los únicos capacitados
para sugerir mejoras o demandas, hasta hoy poco explotadas. Y eso también son
empleos, no lo olvidemos.
El firmamento casi natural de las inquietudes humanas a lo largo de una vida,
que tradicionalmente se limitaba al tiempo de actividad laboral, por primera vez
explora y desplaza sus anhelos hacia el extremo Norte de la misma, allí donde
ninguno queremos proyectar nuestra mirada o, si lo hacemos, es con reservas y
miedos. Allí desde donde observan, con infinita paciencia y poca capacidad de
reacción, los errores que cometemos. Y si nos requieren para enriquecer sus vidas,
tendremos que satisfacer su demanda, pero no por piedad o por seguir esa
tradición de que «a los mayores, respeto», sino por justicia distributiva. Los
números lo corroboran. Con el tiempo serán más y quizá mejores.
Todos nos convertiremos en mayores, así que vayamos preparando ya un
mundo distinto, formado por personas activas y con las ideas claras. Junto a las
generaciones venideras tendremos la oportunidad de imaginar y exigir un futuro de
niños, roto en esta época por el envejecimiento.

9 de mayo de 2002
OBVIEDADES DEMOGRÁFICAS

El pasado domingo este diario se hacía eco del alto índice de vejez provincial,
según los datos procedentes del estudio Envejecimiento y mundo rural en Castilla y León,
publicado por la «Fundación Encuentro», quien ha cumplido diecisiete años de
fructífera existencia en el campo de la investigación social española. Sus nueve
«Informes España», realizados anualmente desde 1993, también son instrumentos
de información y reflexión notables.
El estudio aludido, ha estado coordinado por Agustín Blanco (editor), con la
colaboración de Pedro Caballero, Fernando Franco, Alfredo Hernández, Fernando
Manero y César Vega. Aborda el envejecimiento de nuestra Comunidad; las
estructuras demográficas y sociales del envejecimiento; los servicios de ocio y
cultura en el medio rural, y un capítulo final de valoración y propuestas.
Lo que más llama la atención es que por fin se han decidido los informadores y,
sobre todo, los gestores políticos, a presentar, cada vez con menos miedos, la
cruda realidad de Castilla y León: un panorama social y económico desolador desde
el punto de vista demográfico, para el que la ordenación territorial poco puede
aportar si no es, sugiriendo nuevos fondos económicos que palien lo que va a
costar mantener servicios y prestaciones en según qué espacios de la Comunidad.
Pero este no es un problema nuevo.
Desde hace una década, en los ámbitos de la investigación social (Economía,
Geografía, Sociología, etc.), ya se conocían dichas tendencias. Me sorprende que se
considere todavía noticia. La proyección demográfica es tan veraz que o implantan
ya medidas eficaces (es decir, dinero, que no hay), o no tendremos ningún derecho
a escandalizarnos porque esos más de trescientos mil puestos de trabajo que se
precisan para conseguir un mínimo equilibrio entre cotizaciones a la Seguridad
Social y Pensiones, se cubran por inmigrantes de distinta cualificación, para evitar
así la quiebra del sistema. Y gracias.
En el informe, es divertido comprobar cómo se sigue incurriendo en errores
cuando se consultan fuentes pero no realidades. El caso del municipio salmantino
de Miranda de Azán es clarísimo, en este sentido. Sus índices de vejez y
sobreenvejecimiento -los primeros provinciales-, en esa desproporción que se
indicaba en las gráficas, son debidos a la presencia allí de la residencia para mayores
«Arapiles». En ocasiones, el dato por sí mismo puede exagerar o disfrazar la
realidad.

11 de julio de 2002
RECUENTOS

El uso de la estadística es un recurso científico y social necesario. Se fue


perfeccionando a medida que transcurría el siglo XX y se hacían más complejas las
relaciones internacionales. Se hizo casi imprescindible para justificar, ante la
opinión pública, toda la política internacional nacida con los Órganos
supranacionales auspiciados por la ONU. El marco de recelos y miedos entre los
bloques formado tras la segunda guerra mundial transformó los datos, recuentos y
estadísticas en elementos de estrategia militar.
En tiempos de semi-paz -no cabría calificar de otra forma la historia
contemporánea desde 1960- los datos, números, guarismos y listas, a las bravas o
con intención de comparar, se han extendido a campos menos trascendentes de la
historia social, en el ámbito de lo que se define como «estado del bienestar». Así,
nuestra condición novísima de demócratas ha demostrado que la estadística,
volcada en elecciones de todo pelaje, sirve para informar o despistar. Con
semejante experiencia de efectividad (y sin necesidad de ser maliciosos), hoy los
recuentos están de actualidad para todo y se multiplican como camarones.
Todo se recuenta. Todo se compara. De todo se saca un balance. Se usan o
manipulan los números para argumentar cierta tesis o rebatirla. Se busca el término
de la comparación para reforzar una crítica o simplemente para mostrar una
tendencia social. En el sistema autonómico, la obsesión por la estadística estatal se
ha trasladado desde el modelo central al periférico, pero con las mismas obsesiones
e intereses: demostrar que todo va bien o mejor.
El uso del recuento y la estadística como métodos de propaganda está
estudiado en un buen número de trabajos científicos. Bajo el apotegma de
«números cantan» los guarismos se usan como balances que se revisten de
trascendencia: -«¡lo dicen las estadísticas, oh!». Lo peor de esta adoración al número
-ahora por un interés nada científico- es el despiste general en que incurre la
población. Una de las dudas típicas de alumnos de todo tipo cuando pretenden
realizar un trabajo la provoca el uso de las fuentes. Cuáles y cómo. Sobre todo
porque el mismo dato, según venga de unas tendencias políticas u otras, de centros
oficiales o autonómicos, de institutos independientes o de universidades, es
distinto.
¡Y qué decir cuando los recuentos pretenden refrendar lo bien que se hace
todo! Entonces es pura ingeniería de autosugestión. ¿A quiénes pretenden engañar
unos y otros?

23 de enero de 2003
LA EMIGRACIÓN CASTELLANA

La última etapa de la transición demográfica de Castilla y León en el siglo XX


estuvo marcada por la emigración. Con el transcurrir de las décadas, este fenómeno
repercutió de manera negativa en las tasas de natalidad y en la estructura
demográfica general de la región, para terminar por definir tres características
preocupantes: despoblación generalizada, crecimiento vegetativo de signo negativo
y envejecimiento global.
Con la segunda emigración, también los trabajadores de Castilla dejaron sus
huellas por toda Europa, entre 1961 y 1975 (unos 136.000, sumando las salidas de
las provincias de Salamanca, León y Zamora). Estos mecanismos de emigración
castellana y leonesa han seguido produciéndose entre 1981 y 1995, hacia otras
Comunidades Autónomas. Todo el fenómeno de personas nacidas en un espacio
que se trasladan a trabajar y vivir a otro, proyecta una singular repercusión
económica sobre la estructura territorial del interior español. Podrá estudiarse con
precisión a partir de los datos que ofrecerá la tabulación correspondiente en el
«Censo de Población y Viviendas 2001».
Hasta la fecha podemos apuntar algunas cifras significativas del pasado reciente,
siguiendo el Censo de 1991. De los 3.490.366 habitantes que nacieron en la
Comunidad, 1.215.666, es decir, un 34,8 %, salieron para trabajar y residir a otros
espacios del Estado (la segunda mayor pérdida de población para el conjunto de las
Comunidades, en términos absolutos, después de Andalucía). El Censo de aquel
año anotó una diáspora de 944.440 personas (el 27,1 %) que, de no haber emigrado
entonces, enriquecerían el panorama económico y territorial de Castilla y León hoy.
Obsérvese la elevada cantidad.
Los hijos y nietos de este germen emigratorio vuelven de vacaciones durante
estos meses a visitar lo que fueron sus ciudades, pueblos y campos de la lejana
niñez. Ellos han sido los responsables de la recuperación económica de muchas
regiones nacionales y europeas, a cambio de herir sus lugares de origen, con el
arma de la mano de obra emigrante, con una repercusión apenas perceptible
entonces, cuando todos creyeron ver en la emigración una salida, la mejor, para
prosperar en la vida. Hoy regresan, como cada año, con el péndulo vacacional. Los
pueblos recuperarán el ambiente de fiestas. Pero se volverán a ir, y Castilla seguirá
agonizando por el efecto maldito de la emigración castellana.

14 de agosto de 2003
DEMOGRAFÍA EN CASTILLA Y LEÓN

Algunos aspectos demográficos actuales de la Comunidad suscitan gran


inquietud sobre el futuro. Expondré unos pocos ejemplos incontrovertibles.
Casi el 22 % de los castellanos y leoneses tienen 65 y más años, cinco puntos
por encima de España. La tasa de «sobreenvejecimiento» (porcentaje de personas
de más de 80 años sobre los de más de 65) es del 25 %, frente al 22 % nacional.
Castilla y León es la Comunidad que más población ha perdido en los últimos 10
años: 66.808 personas (tras ella, Asturias, con 17.370). Sólo Asturias y Galicia
tienen tasas de natalidad más bajas. La evolución de dicha tasa en nuestra
Comunidad ha pasado de 15,82 nacidos vivos por cada 1.000 habitantes de 1970, a
7,20 en 2000. El número medio de hijos por mujer desde 1970 de 2,53 a 0,94, una
de las tasas de fecundidad más bajas de la Unión Europea. Recuerdo aquí que la
«tasa de reposición generacional» -es decir, el número de hijos por mujer que son
necesarios para asegurar el reemplazo o reposición generacional- está en 2,1, lo que
significa que ni hoy ni en el futuro está garantizado éste (algo común a toda la
Unión Europea).
No es difícil comprender lo que esto significa. La esperanza de vida de los
castellanos y leoneses es la más alta de España. En 1994 era de 79,31 años. En
apenas 25 años este dato ha aumentado en 7,6 años. Como era de esperar, dado el
porcentaje de personas mayores que existe, la tasa bruta de mortalidad es de 10,1
por mil, y la media española, de 8,9. Entre 1988 y 1999 Castilla y León continuó
produciendo emigrantes: 58.000 personas (sólo superada por el País Vasco con
73.628). Salamanca, por ejemplo, perdió 5.439 vecinos, por detrás de Burgos y
León -con 8.816 y 16.684, respectivamente-.
Desde el punto de vista económico se sabe que, para mantener una Seguridad
Social saneada, la ratio cotizantes/pensionistas debe estar entre 2,2 y 2. Para
alcanzar este porcentaje la Comunidad necesitaría unos 320.000 empleos. En el año
2000 sólo había 1,42 trabajadores por cada pensionista, la tercera más baja tras
Asturias y Galicia (Salamanca tiene 1,43). La relación entre ingresos por
cotizaciones y pagos por pensiones es muy negativa en Castilla y León. Los pagos
por pensiones superan en un 29,3 % a los ingresos. Para compensarlo debería
crecer la afiliación a la Seguridad Social. Otros muchos datos siguen inclinando la
balanza hacia la preocupación y la incertidumbre del futuro.

21 de agosto de 2003
LOS MAYORES EN CASTILLA Y LEÓN

En 2002 la fundación científica «Encuentro» publicaba una amplia encuesta


sociológica, con 1.034 entrevistas personales a mayores de 65 años de 163
municipios con menos de 2.000 habitantes. Un estudio infrecuente, pero esencial,
por estar dirigido a conocer las circunstancias de los mayores en el medio rural en
aspectos como la movilidad, el estado de salud, el ocio, los hábitos culturales, la
solidaridad, la soledad, la relación familiar o la oferta de servicios sociales).
La muestra se distribuyó proporcionalmente, según el peso de esta población en
cada provincia, el sexo y el tamaño del municipio. Los resultados obtenidos
poseían una amplia representatividad. El panorama social que se desprende de ellos
es de sumo interés, y debería ser mejor conocido por todos los habitantes y sus
gestores. Una de cada cuatro personas mayores -casi el 24 % de la población- vive
sola en el ámbito rural. En pueblos entre 1.000-2.000 habitantes, un 82 % tienen
hijos. De ellos, en la mitad de los casos, ninguno vive con los padres (en pueblos
entre 100-199 habitantes la proporción es del 63 %). Un 13 % de todos los
mayores recibe ayuda para realizar las tareas cotidianas. El 50 % se la proporcionan
personas que no pertenecen a su familia. De quienes quisieron declarar sobre sus
emolumentos, el 64 % afirmaban tener ingresos mensuales entre 300 y 600 euros;
un 6 % no llegaba a esta cantidad, y el 10,2 superaba el umbral máximo.
Con respecto a su salud, el 36 % la calificaron de «regular» y el 17 % declararon
tenerla «mala o muy mala». La mayoría de los ancianos del mundo rural castellano y
leonés (el 87 %) vive permanentemente en el pueblo. La presencia de Centros de
Salud es escasa, incluso en los municipios de 1.000-2.000 habitantes. Sólo el 44 %
de quienes viven en ellos manifiestan que existe dicho equipamiento. Lo más
demandado siguen siendo las residencias de ancianos (por el 49,4 %). El 43,4 %
declara no tener ninguna afición, mientras el 44,4 % pasa más de tres horas diarias
viendo la televisión. El 10,7 % afirma que por su pueblo no pasaba ningún
transporte público.
A los datos anteriores deberíamos añadir también otros. Por ejemplo, que esta
Comunidad tiene una de las tasas de discapacidad más altas de España (el 37,3 %
de nuestros mayores, 191.000). O que se calcula en 120.000 el número de personas
mayores que precisan ayuda para desarrollar su vida cotidiana. Deberíamos
reflexionar pensando en el futuro.

28 de agosto de 2003
DESPOBLACIÓN

La provincia de Salamanca alcanzó su población máxima en el Censo de 1950


con 411.963 habitantes. Hoy tiene algo más de 347.000 y, según los últimos datos
del «Censo de Población y Viviendas 2001», 345.609. En cincuenta y dos años el
peso de la población provincial ha disminuido en 65.000 habitantes (cifra
equivalente a ciudades como Zamora, Ciudad Real o Guadalajara, y superior a
otras capitales como Ávila, Cuenca, Huesca, Segovia, Soria o Teruel).
Detrás de cualquier guarismo frío, de cualquier listado que indica una tendencia
a perder población, existen el territorio descarnado y la memoria de los que fueron;
testimonios desvaídos que hoy apenas nadie recuerda.
Detrás de un vacío demográfico de las personas que habitaron espacios y
cultivaron tierras; detrás de aldeas y pueblos, alquerías, iglesias o conventos,
arrasados de la memoria e incluso destruidos como arquitecturas agónicas, sólo
quedan rincones de sombras; se borraron de la piel de la tierra. Los efectos de una
despoblación sin retorno son dramáticos. Miles de vidas transformando los
espacios que vivían, dejando improntas sobre el paisaje. Si supieran lo baldío de sus
esfuerzos. Si hubieran sido capaces de imaginar que el tiempo que les correspondió
vivir ni siquiera tenía reservado en el futuro la pervivencia del lugar geográfico que
les correspondió, se habrían sublevado.
Cada espacio rural que se vacía, destruyendo los vestigios de quienes
compartieron sus vidas con los semejantes, traiciona el pasado de esas existencias,
siempre esforzadas por proyectar sin pretenderlo el sentido trascendente de
habitar. Los despoblados rurales son páginas de la memoria que se desgajan y se
pudren; lugares que sucumben ante el sentido distinto que del tiempo demuestra el
paisaje natural: lento en su evolución y testigo casi perenne de la trascendencia
mortal de la persona.
El abandono para siempre del territorio que antaño fuera comunidad simbiótica
con la naturaleza, coloca la memoria de lo humano en el vértice exacto que le
corresponde: somos lo que de nosotros se recuerde cuando no estemos. La
construcción de la historia es injusta cuando reparte sobre el territorio la
constancia material de aquellos que allí habitaron.
Las ciudades son las únicas que absorben con codicia esta virtud de heredar
tejidos superpuestos del pasado, e incluso vivir de ellos como si el mérito fuera
propio y no una mera contingencia. Los despoblados duelen. Allí sí que muere la
memoria.

18 de diciembre de 2003
TRÁFICO Y MOVILIDAD URBANA
EL PUENTE DE LA SERNA

En 1964, la Dirección General de Carreteras, que dependía del Ministerio de


Obras Públicas, ofreció a Salamanca la Memoria del Planeamiento del Proyecto de
la Red Arterial. Se trataba de uno de los primeros ensayos de planificación arterial
que se realizaban en España de acuerdo con el Plan General de Carreteras, antaño
vigente, y pieza clave de la Dirección General en el procedimiento técnico de
intervención sobre los espacios urbanos españoles con necesidades de ordenación
periférica.
Su presentación coincidía con los trámites de redacción del nuevo Plan General
de Ordenación Urbana, lo que suponía, al menos en principio, una clara ventaja a
la hora de conjugar las recomendaciones de uno con las determinaciones de otro.
De acuerdo con los cuatrienios de financiación que estaban previstos en el Plan
General de Carreteras para toda España, la programación general de intervención
sobre la ciudad -véase la fotografía de detalle extraída del documento- se
estructuraba en las siguientes cuatro etapas: 1962-1965, dedicada a elaborar los
estudios previos; 1966-1969, con el proyecto de construir el Puente de Salas Bajas y
los tramos Norte y Este de la Ronda Interna; 1970-1973, con las obras del acceso
Norte de la ciudad, los tramos Sur y Oeste de la Ronda Interna, los accesos al
Polígono del Tormes y la variante de Tejares; 1974-1977, destinada a los accesos de
las carreteras de Zamora y Ledesma, el tramo Oeste de la Ronda Externa, la
reforma del Puente de Enrique Estevan y la Avenida de Portugal.
Transcurridos estos cuatrienios, se dejaba al albur de las posibilidades
municipales un último bloque de obras posteriores a 1977. Entre ellas, la
construcción del Puente de Tejares, la prolongación Este de la Avenida de
Portugal, la Ronda externa en su mitad Este y el Puente, entonces denominado «de
La Serna», hoy de actualidad bajo el sobrenombre de «Puente de Santa Marta». Al
estimar el crecimiento previsible que se adivinaba en las lindes de la Salamanca
consolidada hasta entonces se decía en un pasaje de la Memoria: «Todas estas
circunstancias que en los momentos actuales están a punto de realizarse,
supondrán, en un futuro próximo, una explosión urbanística de dimensiones
difíciles de imaginar aún, pero que, sin duda, exigen, no ya la eliminación del río
como obstáculo, sino su propia integración como elemento urbano».
Después, las vicisitudes del desarrollo del Plan, las dificultades de financiación y
otros problemas que no viene al caso relatar paralizaron la opción de construir el
Puente por el paraje de La Serna -perfectamente definido en el plano adjunto-,
aunque sí desarrollaron muchas de las obras previstas en las etapas cuatrienales,
mucho menos costosas.
Hoy la noticia de que la Excma. Diputación quiere construir un Puente de Santa
Marta me deja sumido en la preocupación más absoluta. Una vez demostrado que
la novedad de tal proyecto no lo es tanto -no lo es nada, para ser más exactos-,
convendría aclarar algunos conceptos que últimamente comienzan a aceptarse por
todos, enturbiados por el batiburrillo de declaraciones recientes. Cuando hablemos
del Área Metropolitana de Salamanca lo correcto es que añadamos el epíteto de
funcional, puesto que la figura de planeamiento vigente hoy en nuestro municipio es
un Plan General de Ordenación Urbana y no tiene el rango superior de Plan
Comarcal, por ejemplo, para disponer un planeamiento de escala supramunicipal, y
mientras esta segunda figura no esté definida y aprobada en un documento sujeto a
lo dispuesto en la Ley del Suelo, hay que reconocer que es completamente baldío
dar por sentado y reivindicar tal o cual obra de ingeniería, aguas abajo o aguas
arriba, basándose en la zona de influencia de la capital. La comarca funcional de
Salamanca -o el área metropolitana de Salamanca, como se prefiera-, existe sólo
desde el punto de vista de uso y actividad, pero no desde la ordenación del
territorio. Mientras no exista un instrumento que disponga y administre el
intrincado conglomerado de municipios de la orla, junto con las funciones propias
de la industria, la residencia y el bien natural de la ribera del río Tormes, es muy
peligroso que unos u otros, por separado, al margen de cualquier ordenación
territorial lógica, se embarquen en proyectos aislados.
Aquí no se discute sobre si dicho puente en Santa Marta tendrá o no utilidad,
porque esta cuestión estaba prevista desde 1964; de lo que se trata es de reivindicar
muy seriamente un instrumento de planificación de escala supramunicipal, y de
manera urgente, antes de que las actuaciones dispares de Organismos estatales,
autonómicos o municipales continúen deteriorando la situación. El equilibrio
funcional de un territorio con características parejas al nuestro sólo puede
conseguirse hoy mediante rangos de escala e intervención que no se limiten al
ámbito municipal. Todo lo que sea insistir en prolongar las determinaciones del
modélico Plan General de 1984 es un error, y así fueron capaces de verlo los
propios técnicos en el Avance de 1994, desinflado por las elecciones municipales.
Tanto las áreas de protección como las infraestructuras viarias, los accesos y los
puentes deben planificarse en conjunto, para evitar lo que precisamente
empezamos a sufrir ya: ideas loables, pero remiendos, en medio de un océano
embravecido por los oportunistas. Salamanca no dispone de más puentes aguas
arriba del ferrocarril, y es bien simple de entender, porque el límite municipal se
interrumpe precisamente allí, aunque por la margen derecha se proyecte hasta casi
el final de la Aldehuela de los Guzmanes. No ocurre así, en cambio, en dirección
Oeste, donde la anexión de Tejares permitió ganar mucho margen. El Plan General
se topaba con esta impedimenta de los límites municipales para proyectar nuevos
accesos; en cambio, si la jerarquía de ordenación urbana hubiera tenido un carácter
comarcal, el problema no se habría suscitado.

10 de febrero de 1999
HABITANTES, AUTOMÓVILES Y CIUDAD

¿Se encuentran rasgos en la ciudad moderna que demuestren un grado aceptable


de tolerancia entre el ciudadano y el automóvil? Al contrario; las ciudades
contemporáneas están plagadas de elementos arquitectónicos y estructurales que
no indican precisamente un maridaje bien avenido entre ambos.
La conquista -permítaseme el término batallador- de convertir en peatonales
calles centrales, que antaño estaban infestadas de automóviles, indica, más bien,
una actitud de defensa del peatón frente al coche enemigo. Lo que hoy se conoce
como accesibilidad peatonal y accesibilidad rodada, en definitiva, la posibilidad de
hacer compatibles los usos del peatón y del automóvil en el entorno de la ciudad,
es una batalla a la que se ha renunciado desde el momento en que se adopta la
decisión de regular y segregar ambos tránsitos en el espacio y en el tiempo.
Si el ciudadano pasea por una novísima zona peatonal lo hace con más
seguridad a unas horas en las que no coincide con los camiones de distribución;
cuando tiene que compartir su espacio conquistado con las horas del reparto
comercial, las sensaciones cambian. Se han separado temporalmente las funciones
de unos y otros para evitar los roces, porque existen. Otros elementos espaciales
que sirven para regular esta difícil relación son las aceras y calzadas, y las
dimensiones que se otorgan a unas frente a otras, mientras que el semáforo se
emplea para ordenarlas en el tiempo.
Se trata, pues, de suavizar las fricciones continuadas entre dos sistemas distintos
de desplazamiento, con una sostenida desventaja para el peatón. El espacio público
de la ciudad, en aquellas áreas donde la accesibilidad rodada impera, ha ido
reduciéndose sistemáticamente, hasta fechas muy recientes: las aceras se
estrecharon y los bulevares se convirtieron en cintas de terreno o simplemente
desaparecieron. Hoy, el ejemplo más degradado y que mejor explica quién tiene la
fuerza en este pulso invisible son las pasarelas peatonales, aéreas o subterráneas,
con las que se salvan avenidas rápidas, accesos o vías de ferrocarril, que obligan a
modificar los recorridos naturales del ciudadano, haciéndolos tortuosos y poco
apetecibles.
Hubo un momento en el que al automóvil se le permitió algo que estaba
totalmente prohibido a los medios de transporte y carga privados de siglos
precedentes: aparcar. Hoy, las áreas urbanas modernas han conseguido domesticar
al vehículo en sus espacios perfectamente organizados desde el punto de vista del
urbanismo para que no provoquen molestias. Lo difícil es disuadir a los vecinos de
las nuevas áreas residenciales en ciudades medias de que no usen su coche para
acercarse al centro de la ciudad y sí, en cambio, se beneficien del transporte
público; no digamos aquellos que viven en urbanizaciones fuera del municipio.

11 de febrero de 1999
TRÁFICO ADVERSUS CIUDAD

«Existen cuatro aspectos del desarrollo urbano que condicionan fuertemente la


demanda de transporte, en cuanto a su importancia global y en cuanto a su
distribución por medios. La densidad, el desarrollo y dimensiones de la ciudad, la
situación y características del centro y el nivel económico del área urbana». Esta
frase está extraída de un artículo publicado en un monográfico de la revista Ciencia
Urbana en 1969.
Los problemas del parque automovilístico salmantino entonces no eran
equiparables a los que sufrimos ahora, dadas las modestas proporciones de la
capital; en cambio sí que lo eran para otras ciudades más grandes que la nuestra.
De no comenzar a ser un problema real, la preocupación del mundo científico
especializado en resolver esta clase de dilemas no habría gestado tantos estudios
desde entonces en las revistas extranjeras y españolas, y en los medios de
divulgación general.
La ciudad de Salamanca nunca ha tenido especiales problemas de tráfico urbano
hasta ahora; ni siquiera cuando la Plaza Mayor y el centro histórico sufrían las
incomodidades de recibir transportes, vehículos de mercancías, paradas de viajeros
o coches particulares. La densidad, el desarrollo y las dimensiones de la ciudad
tampoco daban para tanto. Con el transcurso de los años, la popularización del uso
del automóvil privado y los hábitos americanizados han venido convenciendo a la
población de que buscar acomodo residencial, solaz o reposo, en el marco pseudo
rural, a cinco, diez o, a lo sumo, quince kilómetros del municipio resulta lo más
apropiado. Lo que primero fue una aspiración por tener una segunda residencia,
reservada sólo para los más pudientes, hoy se ha extendido a las clases medias -esta
vez como primera vivienda-, ayudados por las ofertas de inmobiliarias y
constructoras y la financiación de los pagos.
Y todo esto para huir de un término municipal que tiene una extensión de
nueve kilómetros, en dirección Norte-Sur y de medio kilómetro más, en dirección
Este-Oeste, a pesar de que las funciones habituales de desplazamiento reducen ese
espacio hasta los cinco y seis kilómetros y medio (en este segundo caso, tomando
una dirección del eje Suroste-Noreste)
Esta diáspora pendular diaria de los residentes foráneos accediendo a la ciudad
ha producido los nuevos problemas de tráfico. Primero -y simplificando un tanto
la cuestión-, porque se concentran los accesos sólo por cuatro puentes
desigualmente repartidos, dada la peculiar fisonomía del término municipal y,
segundo, porque los aforos se topan con los recorridos urbanos desde los nuevos
barrios, y el uso de las grandes superficies comerciales, los polígonos industriales,
las instalaciones deportivas y los asentamientos Universitarios de la periferia.

25 de febrero de 1999
REGULAR APARCAMIENTOS

La necesidad de promover operaciones que regulen el tráfico en las ciudades de


tipo medio surge porque, a partir de un determinado momento, coexisten diversos
agentes sobre la trama urbana que resultan demasiado agresivos para la frágil
capacidad de absorción del núcleo urbano. La centralización progresiva de los
servicios y el aumento de la actividad comercial y administrativa son factores que
requieren una atención diaria. La facilidad para comprar hoy un automóvil
financiado favorece el aumento de los niveles de motorización, sobre todo para
aquella población que vive en los municipios colindantes pero que trabaja en la
ciudad, se desplaza a diario y lo necesita. Las segundas residencias son ahora
primeras viviendas, ante los precios asfixiantes del mercado inmobiliario en el
municipio principal.
Ante circunstancias parecidas es lógico que se incremente la demanda de
estacionamientos de corta y media duración en los centros urbanos o en sus
proximidades. La experiencia de delimitar zonas azules que regulen el
aparcamiento mediante el sistema de una tasa que penaliza el tiempo de
estacionamiento, funciona cuando no puede aumentarse el espacio destinado a ese
fin. Se incrementa la movilidad de los vehículos estacionados y es un sistema
barato que sólo necesita de una ordenanza reguladora. Las empresas privadas que
se encargan de gestionar aparcamientos mediante una concesión conocen bien
cuáles son las actitudes de los ciudadanos cuando se regula un espacio urbano
mediante este sistema: los trabajadores de la zona siempre son los más reacios,
mientras que los residentes sólo piden facilidades y los foráneos se muestran
menos críticos.
Además de adoptar este sistema de tasa por aparcar los técnicos ofrecen otras
soluciones: el emplazamiento de aparcamientos llamados «disuasorios», en los
accesos a las ciudades y bien conectados con los transportes públicos;
aparcamientos subterráneos, que son una versión más agresiva -o por lo menos
más costosa- de los anteriores, y la mejora del servicio de transporte público. Pero
ninguno ofrece una política de transportes urbanos integral donde exista la
combinación equilibrada de unos y otros. Los expertos más radicales defienden
precisamente eso: una política extremada del transporte urbano, favoreciendo
itinerarios peatonales, transporte en bicicleta y transporte colectivo, pero por
alguna razón la tradición española es bastante reacia.
En el umbral del siglo XXI las ciudades medias van a experimentar el
crecimiento más importante del conjunto urbano, debido a su mayor capacidad
para recibir y asimilar nuevas actividades, sobre todo las terciarias Todos los
factores que definen la sociología urbana de cualquier ciudad media hoy están
anticipando que seguirá intensificándose el uso del automóvil, y ahí radica el
problema principal

18 de marzo de 1999
PLANES INTEGRALES DE ACCESIBILIDAD

A finales de abril se ha celebrado en Cáceres el Congreso Internacional sobre el


Patrimonio Histórico Europeo como fuente de generación de empleo. En uno de
los epígrafes de la Declaración final se recoge la imperiosa necesidad de que las
ciudades Patrimonio dieran ejemplo al resto, poniendo en marcha Planes Integrales
de Accesibilidad en sus recintos urbanos. Conseguir este propósito en Ciudades
Patrimonio es un reto doblemente dificultoso, primero por el propio concepto de
accesibilidad y segundo porque es mucho más difícil armonizar estos propósitos
sociales con el carácter histórico y monumental, estandarte de este tipo de
ciudades.
Dado el crecimiento continuado del parque automovilístico, el coche ha
terminado convirtiéndose en un problema para todos. Los criterios en Europa de
dirigentes y sufridos ciudadanos han cambiando sustancialmente en apenas dos
décadas. El automóvil en la ciudad es un problema. El alejamiento sistemático del
centro de las ciudades desde mediados de 1950 se vio reforzado quince años
después con la accesibilidad rodada del utilitario. Hoy el diapasón del centro
comercial y funcional de la ciudad, se ha parado, y lo accesible se mide desde la
escala peatonal, en lugar de verlo todo desde la condición de conductores. Más que
nada porque éstos siguen siendo minoría, a pesar de que su necesidad de espacio
sea muy superior a la del peatón.
Suprimir las barreras arquitectónicas y funcionales mejora las limitaciones o
dificultades en los desplazamientos de nuestros convecinos que tienen dificultades
de movilidad física de diversa índole, pero también del grupo de mayores, cada vez
más numeroso y activo por la ciudad, del que poco se habla y al que mucho menos
se atiende en sus prerrogativas. Los lugares más propicios para intervenir de
manera más urgente serían: el viario general con la mejora de la pavimentación (el
suelo liso está tipificado como el más peligroso para estos grupos de riesgo, en
todos los manuales al uso), las rasantes y los pasos de peatones; el mobiliario
urbano, sobre el que habría que plantear un colocación más adecuada; las zonas
públicas de esparcimiento (parques, jardines, áreas de recreo); los edificios y locales
que prestan servicios oficiales de la Administración, las oficinas, los Bancos y los
museos; los transportes generales y los sistemas de comunicación, información y
ocio.
En este sentido, el Proyecto Piloto Urbano de la ciudad de La Laguna, en la isla
de Tenerife, es un modelo pionero en España en la aplicación de un Plan Integral
de Accesibilidad. En nuestra Comunidad, disponemos de la Ley 3/1998, de 24 de
junio, de Accesibilidad y Supresión de Barreras, como garante de programas serios
que favorezcan una ciudad al alcance de todos. Que así sea.

3 de junio de 1999
IGUALDAD DE DERECHOS

Si disponemos del tiempo suficiente para recorrer algunos de los organismos


públicos salmantinos nos daremos cuenta inmediatamente de que una vez
aprobada el 24 de junio de 1998 la Ley de Accesibilidad y Supresión de Barreras, de
aplicación para nuestra Comunidad de Castilla y León, y cuyo objetivo primordial
era defender el principio universal de accesibilidad -medida propia de países
democráticos y socialmente avanzados-, poco se ha hecho en este sentido en
Salamanca. Sí alcanzamos a ver el esfuerzo en obras de nueva planta y en alguna
reforma de oficinas reciente, y eso está muy bien, aunque se puede decir que sea
suficiente. En absoluto.
No puede entenderse que varios Organismos de primer orden y distinta
significación administrativa y funcional no hayan emprendido inmediatamente las
reformas oportunas en sus zaguanes y entradas. Hace hoy un año, en un curso
organizado fuera de nuestra Comunidad, se nos demostraba a los asistentes, por
parte de ingenieros y arquitectos embarcados en la cruzada reivindicativa de tales
obras, que la cuestión no se lleva a efecto por molicie, más que por razones
económicas, ya que el extra presupuestario no suele ser nada oneroso.
Es chocante que los «Cines Salamanca» y la futura sede de «Salamanca 2002»
dispongan de tal facilidad para los discapacitados y no ocurra lo mismo, por citar
algún caso, con la Subdelegación del Gobierno, el edificio de Correos (eche usted
tramos de escaleras...), numerosas Facultades o la Biblioteca Pública del Estado,
sita en la Casa de las Conchas. Si bien en este último caso, y por afectar a un
edificio del Patrimonio Histórico, cabría la duda de su posible colisión con la Ley
16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. Pero la Ley de Accesibilidad
recoge en su Disposición Adicional primera la reserva de que «los organismos
competentes podrán, mediante una resolución motivada, autorizar o no las
modificaciones, de acuerdo con sus propios criterios, con informe previo de la
Comisión Asesora».
En el caso de monumentos catalogados como Bienes de Interés Cultural (BIC)
«su aplicación se atemperará en lo necesario a fin de no alterar el carácter de dichos
elementos», pero es evidente que da por supuesto el interés por llevar a cabo esta
adaptación, no lo contrario. Finalmente, la Disposición tercera indica cómo «los
instrumentos de planeamiento ya redactados deberán incluir las determinaciones
necesarias para el cumplimiento de esta Ley en su siguiente revisión». Algo que es
muy conveniente recordar.
Es una lástima que leyes con un contenido claro, interesante e indudablemente
avanzado como esta, se queden en los boletines durmiendo el sueño de los justos,
pero mucho peor es que se ignore su existencia por aquellos que tienen la
obligación de velar porque las sociedades occidentales que presumimos de
igualitarias lo seamos de veras.

25 de mayo de 2000
LA CIUDAD ACCESIBLE

Se cumplen esta semana tres años de vigencia en la Comunidad de Castilla y


León de los preceptos de igualdad subrayados y defendidos en todo el articulado
de la Ley 3/1998, de 24 de junio de Accesibilidad y Supresión de Barreras. En el
ámbito salmantino, desde su aprobación entonces, nadie había escrito línea alguna
en los medios reflexionando sobre la importancia de tal medida, hasta que
aparecieron, el 3 de junio y el 8 de julio de 1999, y el 25 de mayo de 2000, tres
artículos («Planes integrales de accesibilidad»-, «Patrimonio y, Accesibilidad» e
«Igualdad de derechos», respectivamente), en La Gaceta Regional de Salamanca.
Siendo optimistas ante la pereza elefantina de la Administración, tres años no
parecen demasiados para reaccionar en serio y tratar de mejorar nuestra ciudad.
Pero conviene matizar varias cuestiones, porque no todo es lo que parece.
A pesar de lo que se ha leído en algún medio de comunicación, Salamanca no
será, la primera ciudad española en implantar un Plan Integral de Accesibilidad. En
absoluto. El Proyecto piloto urbano de la Laguna, en Tenerife, sí fue, en cambio, un
modelo precursor español en el campo de la accesibilidad urbana integral. Y a él le
siguieron otros tantos. Pero Salamanca continuaba fuera del circuito. Lo que se
presenta como mérito, no es más que un retraso de tres años para cumplir las
obligaciones que determina dicha Ley. Porque para eso se redactan las leyes, creo.
Sin embargo, da la impresión de que se pone en marcha semejante proyecto
ahora porque coincide con una de las recomendaciones que recoge en sus «Líneas
de Actuación» la empresa ICN-Artea, S.L., adjudicataria de la redacción del Plan de
Excelencia Turística de Salamanca, quien acentúa esta carencia (capítulo
«Actuaciones referidas al producto»; punto 3: Dotaciones e infraestructuras, p. 208),
como una mejora que se debe corregir, dentro del calendario previsto en la
implantación del resto de sugerencias allí contenidas, y con las que se espera
convertir a Salamanca en el Toletum del Oeste peninsular. Por lo tanto, la propuesta
parece surgir porque lo dice una Consultora con propósitos exclusivamente
turísticos, que para eso le pagan. Y a esto sí se reacciona con prontitud. Ya lo dice
el polémico Documento de Debate de las Directrices de Ordenación Territorial;
Salamanca debe reforzar su reconocida e histórica función de ciudad de la
Universidad y el turismo... ¿Para qué devanarse más las pequeñas células grises -
que diría el inefable detective Hércules Poirot-?
El Plan no debería circunscribir su acción, en pro de la igualdad e integración,
fijando su prioridad para comenzar por la parte monumental, es decir, por todo
aquello que afectaría a los futuribles turistas discapacitados. Parece razonable que
prevalecieran las necesidades de nuestros convecinos, y que con esta premisa se
dirigiera la atención a mejorar primero todos los accesos a los Organismos
públicos que no disponen de ellos y tienen la obligación de reformarlos. Es
sencillo. Lo dice la Ley.

26 de julio de 2001
APARCAMIENTOS

A partir de 1987 Salamanca extendió su influencia por los municipios anexos.


Los promotores huyeron de la férrea normativa del Plan General, hacia el maná
que proporcionaban otros suelos municipales, más baratos y menos restrictivos.
Con ellos se desplazaron ciudadanos en edad de merecer piso o chalet. Ahora, la
segunda generación abandona la ciudad, y vende su vivienda para financiar la
nueva residencia fuera.
Estas circunstancias, imprevistas en el Plan General, introdujeron una forma
nueva de consumir el espacio periférico. Algunos municipios crecieron de forma
rápida y artificial, transformando extensas áreas del paisaje tradicional, y la ciudad
acabó por verse afectada con esos desplazamientos, que los especialistas llaman
«pendulares» (de las áreas residenciales exteriores al trabajo en la ciudad y
viceversa).
Además, el proceso de peatonalización selectiva del centro tradicional, para
recuperar calidad de vida y activar el consumo y el comercio, redujo o eliminó
plazas de aparcamiento de manera drástica. Por otra parte, las demandas de
estacionamiento que proceden de los visitantes y turistas han complicado más el
panorama descrito. La tardía construcción de aparcamientos disuasorios ha
ofrecido respuestas para mitigar esta conjunción tripartita de afluencias
motorizadas que, con ritmo y motivaciones desiguales (unas diarias, otras
finsemaneras) invaden los espacios urbanos.
Pero los nuevos aparcamientos no se llenan durante la hebdómada y sí las
calles, aceras y solares de los barrios sitos en las entradas de la ciudad. La
explicación es sencilla. No se trata de un fracaso en el cálculo de la demanda
potencial de aparcamientos. Lo que ocurre es que muy pocos de quienes viven
fuera, pero trabajan en la ciudad, están dispuestos a usarlos y pagar el coste de
ocho o diez horas de estacionamiento diario (tiempo equivalente a una jornada y
estancia laboral medias). Son gastos mensuales que no quieren asumirse, por
onerosos.
Ahora las soluciones mejores para el desplazamiento diario a la capital son: el
transporte público, renunciando al vehículo particular, o los aparcamientos
perimétricos al área central. Cualquier demanda de estacionamientos nuevos
incrustados en el centro histórico es un disparate innecesario. Por construirlos allí
no se reactiva el comercio, ni se es más competitivo. Esta teoría, un tanto
simplona, sólo demuestra desconocimiento y pobreza de ideas alternativas.

13 de noviembre de 2003
UN TREN URBANO PARA LA CIUDAD

Estas líneas que hoy dedico al ferrocarril en la ciudad tienen un claro sentido
provocador: auspiciar el debate e intercambio de opiniones ciudadanas en el
horizonte de aprobación del nuevo «Plan General de Ordenación Urbana del
Municipio de Salamanca, Revisión-Adaptación 2004». La ciudad parece dormida
ante la trascendencia de dicho documento. Debería involucrarse a fondo para
conocerlo. Cuando se abra el periodo de información pública, veremos cuántos y
con qué fundados o improvisados argumentos opinarán sobre el nuevo Plan o sus
posibles mejoras, mediante las pertinentes alegaciones. Es el momento de
proponer esto segundo. Después no valdrán lamentaciones.
Mi sugerencia ahora trata del concepto de «tren urbano». Durante los últimos
años he leído mucho y oído algo menos respecto de la huella urbana del ferrocarril
en Salamanca. Entre otras cosas, que éste actuó siempre como una barrera al
desarrollo de la ciudad. No estoy en absoluto de acuerdo. Cuando existió el tramo
de la actual Avenida de Portugal, la extensión de los barrios superó sin problemas
la línea, formando una mixtura de funciones. A pesar de ello, con el tiempo
terminó por desmontarse y se aprovechó su trazado para plantear una avenida que
oxigenaba la conexión transversal de la ciudad por el Norte. En el resto de la
capital, el ferrocarril nunca supuso el efecto de muro que existe hoy en otras
ciudades que heredaron ese sistema vital de transporte.
Ahora, con un horizonte de planeamiento donde se desplaza al Este la nueva
estación para un Tren de Velocidad Alta, se intuye que se producirá la conversión
de la playa de vías, andenes, dársenas y talleres del emplazamiento actual en otro
tipo de espacio. Es el momento de pedir un estudio complementario de «tren
urbano» que, reduciendo el impacto actual de la infraestructura al mínimo, y
concediendo también la recuperación de espacios para otras dotaciones apropiadas,
sirva para prestar a la ciudad y los municipios colindantes del Sur -pienso en Santa
Marta y Carbajosa- un nuevo servicio de conexión regular con el centro -el
apeadero de la Alamedilla lo es-. Que acerque, por otro medio de transporte, el
transtormes a la ciudad central.
El «nudo-problema comercial» del acceso Sur, ya en Santa Marta, es producto
de una inapropiada zonificación de funciones urbanas, y no va a resolverse con el
nuevo puente de La Serna. A más accesos al consumo, más flujos. La alternativa
del tren debería debatirse.

20 de enero de 2005
¡TRANSPORTE CON TRENES DE CERCANÍAS, YA!

El 20 de enero de 2005 tuve ocasión de escribir sobre el extraordinario


momento que suponía para la ciudad salmantina que se estuviera tramitando el
Plan General de Ordenación Urbana del Municipio de Salamanca -a pesar del
desinterés general del ciudadano medio-.
Y lo hacía con una convicción real, como era referirme entonces -como ahora-
a la extraordinaria oportunidad que se nos brindaba de incorporar también en sus
contenidos, como una alegación de mejora sustancial, el uso de una modalidad de
tren de cercanías o de tranvía que permitiera conectar, merced a las infraestructuras
ya existentes, el centro con algunos de los municipios que hoy constriñen
funcionalmente con su crecimiento insospechado a la capital.
Dos meses después tenía conocimiento por la prensa local del proyecto que en
este sentido presentaban el arquitecto Tomás Martín y el ingeniero Rodrigo
García-Zaragoza a distintos responsables institucionales proponiendo, incluso, un
nuevo trazado complementario del arco suroeste-noreste, entre el barrio de
Buenos aires y Las Bizarricas.
Desde entonces se me han presentado algunas oportunidades profesionales de
comentar esta iniciativa magnífica -deseo aclarar que no conozco personalmente a
los autores técnicos de esta propuesta-, incluso con responsables técnicos del
urbanismo autonómico, con quienes me unen amistad y afinidad de criterios, y se
mostraron siempre encantados.
Teniendo en cuenta las características del crecimiento en los municipios
colindantes, la adaptación de las vías férreas para el transporte público de cercanías
debería ser una prioridad en la planificación urbana de Salamanca. Quien no lo vea
así y sólo piense que el trazado de nuevos puentes solucionará las conexiones entre
el Sur y el Norte, ignora cuánto apetito de saturación rodada demuestran estas
infraestructuras cuyo dibujo final, indefectiblemente, siempre es urbano y
transversal, algo que supone un impacto en los barrios afectados.
El nudo gordiano entre Santa Marta y Salamanca será, en menos de cinco años,
mucho mayor cuando al sector se incorpore Carbajosa de la Sagrada con nuevas
funciones en los terrenos reconvertidos de la Azucarera, ya cerrada. Pero podría
verse suavizado con un proyecto complementario de transporte de cercanías
amplio, limpio, rápido, directo y de alta capacidad. No desperdiciemos
oportunidades así. Ésta tiene proyección supramunicipal.

27 de octubre de 2005
VIVIENDA
EUROS, DINERO NEGRO Y CONSTRUCCIÓN

Desde hace poco más de diez años visito Cáceres con cierta asiduidad. Es una
ciudad con un patrimonio monumental de excepción. La influencia de la joven
Universidad la va dotando de ese perfil tan peculiar que distingue a las poblaciones
con estudiantes universitarios de aquellas otras que no tienen esa pequeña fortuna
económica y social. Cáceres ha cambiado ciento ochenta grados, como también lo
han hecho el resto de los pueblos de su provincia y la limítrofe de Badajoz; se nota
claramente que allí no han tenido que soportar los vaivenes de la política de
nuestra Comunidad y hay coherencia en las líneas generales de actuación, dentro de
ese batiburrillo técnico de las infraestructuras. Con poco más de ochenta y un mil
habitantes, sólo le falta el río para ser una capital perfecta donde vivir.
Cuando se trata de construir, el municipio de Cáceres, con sus mil setecientos
sesenta y ocho kilómetros cuadrados, da para mucho -un océano si lo comparamos
con la isla del salmantino, de casi treinta y nueve kilómetros cuadrados-. En dos
años el incremento de la construcción se ha hecho notar de forma abrumadora y la
ciudad presenta un aspecto similar al que tendría otra con el triple de población.
Naturalmente que ahora, con la Ley del Suelo, todo el proceso se cuida mucho
más, y el efecto visual de los nuevos polígonos extendidos, según las necesidades
de equipamiento y densidad, es mucho mayor que hace cuarenta años. Sin
embargo, el número de viviendas construidas no es proporcional a las necesidades
generadas por el incremento de la población desde la década anterior.
Este fenómeno, que vamos a poder corroborar desde aquí hasta el momento de
cambiar de pesetas a euros, ocurre exactamente igual en Salamanca, donde la oferta
de viviendas se ha disparado hasta cotas inimaginables hace diez años. Y digo bien
la oferta, que no la demanda. Y es que el problema que se plantea para las bolsas
de dinero negro es peliagudo. Si no afloran y se invierten a tiempo, no valdrán
nada dentro de dos años.
El mercado inmobiliario es uno de los primeros recursos para convertir el
dinero guardado en el calcetín, en poco tiempo y con resultados satisfactorios, en
una propiedad aparente y real. Podrían dedicarse a comprar diamantes, pero no,
aquí se construye. Se sospecha que, en cada obra, una parte de la inversión, aquella
que paga a los distintos especialistas, tiene orígenes más que dudosos. El tiempo se
echa encima y no queda mucho margen. En cualquier caso, alguna de las fortunas
atesoradas en quince años de actividad desenfrenada no tendrá tiempo de
convertirlo todo y se perderá.
El ciudadano de la calle gana poco con todo ello. Es posible que, después de
construir este bosque de viviendas, sea más fácil comprar porque sobrarán, sin
duda. Pero también -y esto es una certeza- influirá negativamente en la estructura
de los municipios de alrededor de la capital salmantina -lo está haciendo ya-, a los
que el futuro Plan General de Salamanca está abocado a comprender,
transformándose él mismo, para ello, en un Plan con rango Comarcal. El
periurbano de Salamanca -tan bien conocido por algún especialista formado en
esta Universidad- está pidiendo a gritos una ordenación racional acorde con la
influencia del municipio salmantino del que se alimenta a diario. Las
construcciones masivas de chalets, y complejos residenciales sólo tienen como
freno regulador las Normas Subsidiarias de Planeamiento, presa fácil para ávidos
fagocitadores de suelo urbanizable, y nada más. Todavía hay disponen de un
tiempo muy estimable por delante para seguir construyendo.
De nuevo los intereses personales modifican las necesidades de la comunidad,
convenciendo con indudable maestría, eso sí, de la sensación reparadora que al
parecer tiene vivir en un chalet adosado, a tres kilómetros de la ciudad. A fin de
cuentas se trata de decidirse cuanto antes a desembolsar la inversión, que el tiempo
apremia.

1 de octubre de 1998
ORÍGENES DE LA PUBLICIDAD INMOBILIARIA

Cuando se desarrolló la actividad desaforada de construir viviendas en la capital


salmantina en la década de los años sesenta, la prensa local reflejó en sus páginas
mucha de esa agitación general por levantar edificios aquí y allá, aprovechando la
ingenua permisividad otorgada por la reforma de las Ordenanzas de Construcción
para incrementar la altura de las viviendas.
La publicidad de las agencias inmobiliarias surgidas desde entonces es una
fuente muy interesante, desde uno de los puntos de vista implicados en el mercado
de la construcción de viviendas, que sirve para conocer cómo se organizaban los
anuncios, cuáles eran las excelencias de los productos que destacaban los
anunciantes, o simplemente la evolución de los reclamos publicitarios en las
décadas posteriores.
Recién embarcada en este negocio la iniciativa privada, durante los años
sesenta, la publicidad contaba las excelencias de los materiales -«Construcción a base
de hormigón armado, carpintería metálica, pintura pétrea». «Edificación de primera a precio de
costo»-; la situación privilegiada de los edificios -«Venta de pisos “Torre de Salamanca”,
el edificio más alto de Salamanca». «¿Busca usted piso? A 200 metros de la Avenida de
Portugal tiene usted el piso que necesita»-; la exclusividad de algunas edificaciones -«Por
primera vez en Salamanca, edificios de lujo en régimen de comunidad. Edificación ejemplar para
profesionales»; las facilidades de pago -«Ver para comprar y quince años para pagar».
A principios de la década de los setenta se insistía con tenacidad en los
beneficios de la propiedad -«Sea propietario de un piso nuevo por lo que satisface
mensualmente». «No pague más renta; hágase propietario». «¿La falta de vivienda le impide a
usted casarse?»-, sin abandonar en algún caso la tentación de hacerse con pisos de
lujo -«Algo distinto a cuanto usted conoce. Un reto a la vulgaridad y a la construcción comercial.
Si nos visita, usted querrá vivir en el edificio más señorial de Salamanca». «Un inmueble
netamente salmantino con personalidad. Distinto. Admirado y comentado».
En 1977, y por primera vez, el lujo y los tintes de distinción abandonaban el
municipio salmantino para proyectarse en distintas urbanizaciones: una llamada
«Valdelagua», a tres kilómetros y medio de la ciudad, -«Valdelagua es una nueva
dimensión urbanística para vivir nuestra época. Consiste en un módulo residencial permanente,
compuesto por un núcleo de convivencia, dotado de instalaciones deportivas, servicios y zonas
verdes, con un entorno de casas jardín (...) para que usted viva en plena naturaleza». Otra,
mucho más modesta, bautizada «Los Cisnes», en el kilómetro diez de la carretera
de Alba de Tormes, «Se trata de urbanizar suelo a precio reducido, para construir pisos-
chalets de gran calidad a un bajo coste, en un paraje privilegiado, con 3.800 pinos de 35 años y
un aforo de 1.800.000 litros por día de agua subterránea».
A la misma distancia, pero esta vez en la carretera de Portugal, se construía
«“La Rad”. Una forma de vida con sentido común. (...) 400 hectáreas, agua, encinas
centenarias, silencio apenas roto por el juego de unos niños. (...) Otra forma de vivir al borde de
las afueras. (...) Sólo 10 kilómetros nos separan. Los mismos que usted hará muy a gusto, para
escaparse de la ciudad. (...) ¿Si usted prefiere vivir mejor ¿por qué no vive mejor? (...) “La Rad”,
el rincón del porvenir. El permanente contacto con la naturaleza con el mejor mirador del campo
de encinares. A menos de 12 kilómetros de la Plaza Mayor».
En la década de los ochenta -también por vez primera-, se producen cambios
en el tipo de producto que se ofrece y, así, anunciaron y promovieron pisos
sociales extramunicipales, en una nueva urbanización llamada «El Encinar», en el
kilómetro 9,700 de la carretera a Alba de Tormes, -«Siete viajes actualmente de autobuses
desde las siete de la mañana, Pasado un año, cada hora. (...) Tienen derecho a estas viviendas los
emigrantes, parejas que vayan a contraer matrimonio y, en general, todas aquellas familias que no
disponen de vivienda propia y sus ingresos anuales sean inferiores a 735.150 pesetas».

20 de octubre de 1998
URBANIZACIONES

Cuando fue aprobada en 1985 la Ley de Activos Financieros afloraron a la


superficie miles de millones de pesetas que habían permanecido situados en
productos financieros, ocultos a los ojos del fisco y desde allí se dirigieron sin
remisión para invertirse en el mercado inmobiliario; la oferta se infló y con ella la
tendencia alcista de la inflación, mientras que la demanda fue más bien escasa.
Hoy, quince años después, la necesidad de nuevas viviendas en la ciudad viene
siendo de unas 1.500 al año, calculando al alza, que sorprendentemente se satisface,
a pesar de que el comportamiento demográfico en los últimos años no parecería
ser el más propicio para ello.
Se producen, además, otros dos mecanismos paralelos a éste comentado de la
creación de suelo y su incorporación final al conjunto de suelo urbano
consolidado, como son el de la venta de pisos de segunda mano y la compra de
residencias unifamiliares, en este caso, en los espacios periféricos del término
municipal donde sólo se permiten morfologías unifamiliares semejantes; en los
municipios colindantes de Villamayor, Doñinos, Aldeatejada, Carbajosa, Santa
Marta, Cabrerizos o los Villares, o en otros más distantes, como San Cristóbal de la
Cuesta, Monterrubio, Aldeaseca, Galindo y Perahuy, Buenavista, Terradillos,
Calvarrasa de Arriba, Encinas de Abajo y Calvarrasa de Abajo. En total, 56
urbanizaciones con diferentes dimensiones y ofertas que cubren con su presencia
un espacio que circunda la ciudad de Salamanca y se extiende hoy hasta los quince
kilómetros, algo más propio de una ciudad de 400.000 habitantes.
El mercado de segunda mano también ha visto aumentar sus expectativas, un
fenómeno que hace dos décadas hubiera sido imposible imaginar; primero porque
nadie abandonaba su residencia en la ciudad para habitar fuera de ella por placer;
además, porque, en todo caso, se trataría de un chalet de fin de semana
(circunstancia bastante minoritaria), en lugar de convertirse éste en la primera
vivienda, dentro de una urbanización; en tercer lugar, porque no existía demanda
suficiente para generar estas necesidades. Pero los medios de comunicación
difunden modos y modas que sirven para estimular la imaginación menos reflexiva,
provocan la fascinación por formas de residencia poco conocidas por el habitante
urbano común, que las quiere hacer suyas.
Creada esa irrefrenable necesidad de libertad y relax todos parecen estar
dispuestos a comenzar el doloroso trance de vender sus pisos (muchos céntricos y
amplios, otros más alejados pero urbanos) y emprender la aventura vital de rivalizar
con la familia media americana de la cocina-salón más grande o el jardín de césped
más denso (cortacésped incluido). La sensación satisfecha de libertad del ser
humano tiene trazas insondables que obnubilan al más pintado. No requiere de
muchas premisas. Se complace traspasando el segundo kilómetro.

15 de julio de 1999
MORFOLOGÍA RESIDENCIAL

Coincidiendo con el final del siglo XX, la nueva arquitectura de la periferia,


único espacio donde hoy se experimentan los más variados conceptos
residenciales, ha empezado a adaptar, en cierto sentido, la tipología, estructura y
distribución de los barrios centroeuropeos alemanes y también italianos, que
surgieron en el periodo de entreguerras y después desaparecieron. Trazas
ruralizantes; distribución uniforme con estructuras de parcelario agrupadas en
torno a ejes fijos; espacios libres comunes en el interior de manzanas cerradas, etc.
La primera Asamblea Nacional de Arquitectura de España, promovida en 1939
por quienes, afines al régimen vencedor, se libraron del exilio seguro, estimuló a
sus participantes con el impulso propagandístico de la reconstrucción nacional.
Aceptado por todos el dogma de fe de construir y reconstruir lo devastado, había
pocos modelos externos que se admitieran como aceptables por el difícil corsé del
simbolismo impuesto desde el nuevo gobierno.
Método y símbolo, al unísono, deberían servir para reforzar una idea básica:
España era capaz ella sola de arreglar la destrucción. Una falacia que pronto hubo
que corregir dirigiendo la mirada al exterior, y también copiando soluciones
teóricas del periodo de la república, sin explotar aún. En esa mezcolanza formal,
adaptada con sutileza y presentada como genuina marca hispana de la nueva era, la
caracterización de los barrios, construidos con una pobreza de medios evidente,
produjo infinidad de modelos travestidos, tomando referencias de las pocas
revistas internacionales de arquitectura que se podían consultar, y de los viajes que
necesariamente hubo que organizar para aprender en países generalmente afines al
sistema. En un sentido meramente teórico se trataba de recuperar para la nueva
ciudad, sobre todo, un espacio común de convivencia, con distribuciones
agrupadas de elementos residenciales autosuficientes, simulando la histórica
ocupación celular de las parroquias medievales.
Hoy esta forma compleja de convivencia se traslada a las periferias residenciales,
dotando a las nuevas áreas de un grado de independencia que aparenta ser elevado.
Puro alarde de mercadotecnia. La morfología de los nuevos espacios dormitorio,
hiperextendida, en contraposición a las piezas-torre construidas en los años 60 y
70, se adorna con las comodidades que hoy difunden los medios, asociadas a un
nivel de vida alto. La morfología tradicional de tinte rural, enquistada en la ciudad
desde la posguerra, parece volver a sus orígenes camperos, con novedades
refinadas de diversión y ocio como los campos de golf haciendo de manchas
verdes ecológicas y sostenibles de las nuevas áreas residenciales. También así se
modifica el paisaje.

18 de enero de 2001
MERCADEO INMOBILIARIO

En algún otro momento ya lejano -20 de octubre de 1998- he tenido


oportunidad de referirme, en este mismo medio, al arte gráfico explotado en los
anuncios que se diseñan por la actividad profesional dedicada a la compraventa de
pisos. Y no lo hice para subrayar las cualidades cromáticas, artísticas o de
organización formal de los carteles y publicidad, sino más bien por algo distinto,
pero también importante: el mensaje explícito. En lugar de animar al sujeto
comprador con informaciones veraces y descripciones asépticas de qué se ofrece y
dónde, se ha venido organizando un submundillo de publicidades, nada
subliminales ni encubiertas, en las cuales la información de partida es falsa o se
redondea con volutas que explotan el filón medioambiental del entorno y otras
naderías, muy de moda y, por lo tanto, efectivas cuando se trata de convencer para
aflojar la mosca, a tocateja o en cómodos y perennes plazos.
La publicidad se preña de eufemismos y frases rimbombantes, llenas de artificio,
que calan y luego permanecen. El método empieza por los nombres de las
urbanizaciones. Así, tenemos: «Los Rosales», «Los Almendros», «La Cañada», «El
Señorío de los Villares», «Villarreina», «El Mirador del Tormes», «Vega del
Tormes», «Alameda del Tormes» «Parque de la Plata», «El Jardín de Tejares»,
«Ciudad Jardín de Doñinos», «Vega del Tormes», «Miragredos», «El Balcón del
Zurguén», etc. Incluso hay un apartado «culto», y seguro que más caro: «Cerrosol»,
Navahonda», «Albahonda», «Atyka», «Aldebarán», «Anantapur», por citar algunos
ejemplos.
El esfuerzo mayor por convencer de que lo suyo es lo mejor corre a cargo de las
promociones que han ido rellenando los distintos planes parciales en desarrollo.
Ahí hay que hilar fino porque no es lo mismo que te tocara antaño el sector de la
Chinchibarra -62a- o que el plan parcial se sitúe junto a la tapia del cementerio -
sector 29b- (tengo curiosidad por observar qué se dirá en este caso...). Como
tampoco lo es si comparamos el área en construcción sobre el lugar de las
históricas escombreras de la ciudad, con el espacio residencial del Zurguén.
Ahora todo aquello que se construye cerca del campus «Miguel de Unamuno» se
ofrece con esta supuesta ventaja elitista: «Aquí está la solución. Vivir en el
Campus», reza un anuncio, lo que nos sirve ya para sobrepasar el nivel aceptable de
paroxismo mental y entrar, con todos los honores, por la puerta grande de la
horterada sin límites. Siempre cabe la posibilidad de que la Universidad otorgue a
los nuevos residentes ciertas prebendas por tal localización privilegiada. No quiero
ni pensar en lo que puede convertirse esto a partir de 2002. Es extraño que no haya
surgido todavía un área residencial de nombre: «Salamanca, ciudad europea de la
cultura».

1 de marzo de 2001
¿25.000 VIVIENDAS, PARA QUIÉNES?

Las previsiones de suelo residencial para diez años, que fueron adelantadas el
día 1 por la Concejalía de Urbanismo, son similares a las planteadas hace un año,
por el equipo encargado de revisar el Plan General de Salamanca. Entonces se
trataba de 30.000 las viviendas estimadas, según los cálculos obtenidos de las
promociones en curso de tramitación y construcción, sobre el suelo urbanizable de
Salamanca y algunos de los municipios colindantes.
Estimando una media familiar de tres miembros, y también presuponiendo que
hablamos de compradores potenciales de primera vivienda (que no es tan simple)
para residir en la capital y entornos, estaríamos aventurando un crecimiento y
llegada de población entre las 50.000 y 75.000 personas, en diez años. Si prefieren
un máximo de 7.500 habitantes al año. Eso sin contar unas 6.000 viviendas vacías
que existirían hoy. Miren cuál es el panorama demográfico. Explíquenmelo, por
favor. Si alguien es capaz, estoy dispuesto a estudiar otra carrera más.
Detrás de esta sorprendente dedicación al sector de la construcción en un
espacio demográfico como éste (empobrecido, vacío, carente de ideas fuera del
turismo, obsoleto de tecnologías y a la cola europea de la competitividad
empresarial), gracias a cuyo Plan General se ha lucrado un grupo importante de la
sociedad salmantina actual de pro, en apenas 18 años; detrás de una increíble
modificación de la Ley de Urbanismo, sin parangón en España, no en razón de una
mejora propuesta por el legislador, tras sesuda reflexión desde 1999, sino como
respuesta correctiva, específicamente charra, a un Auto del Tribunal Superior de
Justicia (modificación, eso sí, genialmente disimulada con otros preceptos de
índole social, aliñados con ella, y que sirven para acallar posibles respuestas
altaneras de la oposición); detrás de esta realidad monolítica de la construcción,
que presiona con el paro, y que sólo corrobora el triste sino de la paupérrima
realidad provincial de los activos económicos; detrás de todo ello, urge estudiar el
perfil sociológico del inversor inmobiliario.
¿Cuáles son los compradores de viviendas en Salamanca? ¿Cuántos son
propietarios de más de dos, tres o cuatro? ¿Cuántos compran y no ocupan?
¿Cuántos las tienen alquiladas a estudiantes y no residen en ellas? ¿Cuántos
compradores hay de la provincia (Alba, Béjar, Ciudad Rodrigo, Guijuelo,
Peñaranda...)? ¿Cuántos de la capital? ¿Quiénes invierten desde fuera? ¿Cuántos
constructores son también compradores?

6 de junio de 2002
¿HOTELES CONVERTIDOS EN VIVIENDAS?

Que Salamanca sigue siendo una ciudad única es algo indudable. Pero no lo
afirmo por lo que ustedes suponen (ya saben: las Universidades, su patrimonio
histórico, el turismo…). No. Por ejemplo, Salamanca es única en España, en el
precio de su vivienda (una injusta sangría que hipoteca el futuro de los ciudadanos,
cuando en otras poblaciones no es así). Salamanca era única, igualmente, durante
los años en que se estuvo redactando este nuevo Plan General de Ordenación
Urbana, al introducir una novedad de sumo interés, como era velar por el
mantenimiento de algunos usos urbanos. Los hoteles, algunos construidos con
ventajas fiscales por el «evento» de Salamanca 2002, tendrían que seguir siéndolo
en el futuro.
Cuando esta cuestión se planteó en el seno del equipo redactor, albergué dudas
reales de que se consiguiera, dadas las miras culturales tan altas impuestas a la
ciudad (los hoteles como negocio), y conociendo bien esta sociedad salmantina,
que parece seguir anclada en una atmósfera decimonónica de intereses creados.
Ahora, durante este periodo ampliado de alegaciones y objeciones al Plan General,
parecen destaparse algunas pretensiones empresariales que suenan a broma de mal
gusto. Pero no se sorprendan. En esto no somos una ciudad única; todas sufren
ataques a la inteligencia humana cuando se trata de hablar del futuro urbano y
actúan los intereses económicos. Las comidas de trabajo, los pasillos y los codos se
ponen a funcionar.
Plantear una alegación que permita, si el asunto hotelero va mal, cambiar el uso
de hotel a apartamentos y pisos de lujo y, así, recuperar la inversión realizada, me
parece de una desvergüenza increíble y espero que nunca se consiga. Y aludir a
«derechos adquiridos», como justificación, algo más propio de una fábula. El Plan
General no está para favorecer a nadie -sea quien sea; aquí no hay color político,
entérense los conspicuos empresarios-, sino para regir el futuro de ciento sesenta
mil ciudadanos. El Plan de 1984 ya favoreció demasiado a muy pocos y eso debe
acabar.
Cuando un empresario o grupo empresarial asume cualquier proyecto, lo hace
conociendo el mercado, su potencial y el futuro. Y arriesga lo suyo. Por esta regla
de tres, cualquier otra actividad particular que vaya mal, puede aspirar a que un
instrumento público de planeamiento le ayude. Eso tiene un nombre en la
casuística del Derecho Urbanístico, pero me reservo usarlo. Todos ustedes saben
ponerle el epíteto.

31 de marzo de 2005
LOS ESPACIOS PÚBLICOS
ESPACIOS PÚBLICOS URBANOS

Hace siete años el Centro de Publicaciones del antiguo Ministerio de Obras


Públicas y Urbanismo editó un libro titulado Espacios públicos urbanos. Trazado,
urbanización y mantenimiento. Fue una obra redonda en su contenido y ejemplar por
su información.
Analizaba con exhaustividad los problemas de los elementos que componen el
espacio público: vegetación, alumbrado, mobiliario urbano, elementos de
información, arquitectura exenta, pasos. El primer bloque de análisis concluía
deteniéndose en las causas que provocan el deterioro de dichos espacios. Llamaba
la atención que uno de los epígrafes rezara: «El ideario urbanístico dominante
ignora la cultura urbana tradicional». Todos y cada uno de los apartados iban
acompañados de una gran cantidad de fotografías que reforzaban el contenido del
texto y servían para comprobar que aquello no era una pura teoría, deslizada con
habilidad por paisajistas teóricos.
El trabajo concluía con recomendaciones sobre el trazado, urbanización, uso y
mantenimiento. Después de leerlo con avidez, confieso que no pude evitar
entonces trasladar muchos de aquellos ejemplos de decadencia, desmanes y diseños
inapropiados al caso de Salamanca.
Viajar un poquito sirve para determinar que nuestra ciudad, modelo de otras
tantas virtudes, no es un ejemplo de acierto, cuidado y decoro de los espacios
públicos libres. Y aquí dejaré al margen las manifestaciones continuas de
destrucción del mobiliario, producto del afamado vandalismo español, donde
hordas de aburridos ciudadanos la toman siempre con lo que es propiedad de
todos, demostrando su necedad y vacuidad de miras.
Llevemos nuestra mirada al centro. Las plazas en los centros históricos suelen
concentrar actividades placenteras como la tertulia solariega, el paseo, el correteo
de los niños o la lectura. Las que han sido transformadas recientemente adolecen
de un mal pavimento para caminar -la Plaza de San Cristóbal, sin mencionar el
caso tradicional de la Plaza de la Fuente-, o de seleccionar especies arbóreas
inadecuadas, por disposición o tipo, para dar sombra -la Plaza de San Cristóbal, la
Plaza del Concilio de Trento, la Plaza de la Libertad, o la Plaza del Campillo-.
Algunas, sencillamente no tienen ningún sentido, como la minimalista Plaza de la
Palma o la novísima Plaza del Botánico, producto de la intersección de calles y
vaguada. Los espacios públicos tradicionales concedían al árbol de sombra toda la
prioridad; hoy suele asignársele una función meramente ornamental.
Todos podemos enumerar infinidad de deficiencias de los espacios públicos
salmantinos: fachadas inarmónicas con el entorno; monumentos con manojos de
cables; toldos comerciales que interrumpen a los viandantes, cerramientos de
parcelas inadecuados; pavimento monótono y uniforme de granito, que no se
ajusta al entorno y resulta, además, peligrosamente resbaladizo; pavimento de
adoquín con cara convexa; aceras ocupadas por terrazas, aperos de obra, o
concesiones de expositores y quioscos; empleo de terriza para urbanizar parques y
plazas; taludes descarnados que se usan como paso; sistemas de alumbrado a ras de
suelo, originales pero inútiles; arquetas deformadas, rotas o inexistentes; asientos
de frío granito sin respaldo; papeleras que obstaculizan al peatón; contenedores
para el control de los semáforos y el alumbrado que interrumpen el paso; distintas
señales de información mal colocadas; plantaciones de farolas en calles peatonales
que parecen sustituir al arbolado, y un sinfín de errores que convendría ir
rectificando.
La nueva forma urbana ignora los condicionamientos ambientales acumulados por
la experiencia vital de muchas generaciones. Se siguen ciertos criterios abstractos
de composición volumétrica y estándares urbanísticos; otras veces parece que se
trata de cumplir a rajatabla proyectos generales concedidos casi siempre a las
propuestas más económicas, que no suelen ser las más adecuadas ni respetuosas
con el espacio urbano.

17 de febrero de 1998
ESPACIOS DE RELACIÓN EN LA CIUDAD

Desde hace relativamente poco tiempo -escasamente una década-, cuando hay
ocasión de mejorar los espacios públicos bien por necesidad imperiosa, bien
porque se dispone de fondos del tipo que sea o porque las demandas de las
asociaciones vecinales así lo exigen (este suele ser el caso menos frecuente de
atención), se recurre a soluciones estéticas y funcionales un tanto nihilistas o, si se
prefiere, minimalistas, que suelen entrar en contradicción con el entorno -sea o no
de tipo monumental-, y las funciones que se le atribuyen en la soledad del estudio
no terminan por recoger los usos y apetencias de disfrute que los ciudadanos
reclaman.
Esta inclinación hacia los espacios colectivos disociales, aunque pueda parecer
una contradicción, es algo que se viene repitiendo con cierta regularidad, tanto que
por el momento no podemos asegurar que sea una moda pasajera porque persiste e
insiste. Qué distinta es la sensación percibida en aquellos otros más historicistas
donde se recrea el eclecticismo decimonónico que invitaba al reposo y la quietud
de antaño. Los espacios públicos de contacto son ahora fiel reflejo de lo que
representa hoy el tránsito por las calles de una ciudad, donde los elementos de
relación social van siendo sustituidos por otros que fomentan el carril, la dirección,
el tránsito apresurado.
Al espacio público se lo desnuda de sosiego y se lo viste de una simplicidad que
aburre o intranquiliza, que las dos reacciones puede provocar en nuestro ánimo.
Por simplificar aún más el acabado del conjunto, hasta las plantaciones que se
escogen no suelen caracterizarse por su porte o frondosidad.
En el diseño actual de los espacios comunales suele prevalecer la vanguardia y
originalidad de las formas que marcan los elementos del mobiliario urbano, en
lugar de la sana preocupación por crear las condiciones ambientales más adecuadas
para que aquellos vecinos que disponen de menos movilidad, o los que disfrutan
de más tiempo libre, como los niños y los ancianos, puedan desarrollar con plena
satisfacción su vida.
Los innumerables defectos a la hora de usar el mobiliario que los componen
demuestran la poca valía del diseño escogido: orientación inadecuada de bancos,
asientos sin respaldo ni brazos, hechos de material con mucha inercia térmica que
los hace fríos en invierno y calientes en verano y sin un plinto que atenúe la
inclinación del terreno; nula protección ante el soleamiento; fuentes públicas con
grifos difíciles de abrir para los niños, sin receptáculos para el agua. Añádase la
eliminación de árboles para ensanchar así los carriles destinados al vehículo o las
terrizas para los juegos de los niños sin una cacera perimetral que evite la
migración de las tierras.

25 de marzo de 1999
LOS NIÑOS TAMBIÉN PERCIBEN LA CIUDAD

Según se facilita en los datos oficiales que corresponden a la revisión del Padrón
municipal, a quince de junio de 1998, había en el municipio salmantino 6.635 niños
y 6.157 niñas de edades comprendidas entre menos de un año y nueve años. 12.792
retoños suponen un 7,9 % de la población residente en la capital y es una cifra que
debemos tener muy en cuenta. He escogido este rango de edades sólo hasta los
nueve años porque coinciden los límites con el grado que la Psicología Ambiental y
Evolutiva considera estadios determinantes en el proceso evolutivo infantil, desde
el punto de vista que aquí me interesa subrayar de su percepción de la ciudad.
Las teorías y experiencias sobre lo que se denominan «mapas cognitivos o
mapas mentales», comienzan con un experimento sobre el comportamiento de las
ratas dentro de un laberinto conocido (Tolman, 1948) y terminan por dedicar el
mismo interés a conjeturar cómo interpretan la ciudad sus habitantes, qué imagen
tienen de ella, cómo se desplazan, qué rutas escogen y cuáles son las preferencias,
cuál es su nivel de orientación, qué idea tienen del plano, qué conocen mejor y
peor, dónde están los límites espaciales que no están dispuestos a traspasar, etc.
Pues bien, el proceso de aprendizaje de estos mecanismos -vamos a llamar
subconscientes- empieza a cimentarse en estos estadios infantiles, donde todo se
hace nuevo y todo se aprende.
Desde los años sesenta los psicólogos -también los había de otras disciplinas-
giraron su atención hacia los niños de la ciudad para saber cómo era su grado de
aprendizaje, cuál el conocimiento y cómo evolucionaban transformando su
entorno en algo más accesible. En Salamanca la distribución de estos grupos de
edad no es uniforme. En el espacio que todos conocemos como «Centro», viven
1.224, y en el primer ensanche, (con el límite de la Avenida de Portugal y el Río, al
Norte y Sur), la cifra se eleva a 2.151. Si seguimos progresando espacialmente, nos
encontramos que en el segundo ensanche, al Norte, hasta los límites del municipio,
son 4.165, mientras que en la orla exterior (Rollo, Prosperidad, Delicias, San Isidro,
Puente Ladrillo) ascienden a 3.638. En los barrios de la margen izquierda habitan
1.429.
Los estudios realizados demuestran cómo los niños asocian un alto grado de
atracción a los espacios que frecuentan para jugar (si disponen de ellos, claro), con
grandes diferencias de movilidad entre aquellos que viven en una estructura urbana
de manzanas abiertas, con más movilidad (salen antes a jugar solos) que los que
residen otras cerradas. A medida que aumenta la edad, lo hace el grado de
conocimiento y el área de movimiento. La capacidad de desplazamiento suele
depender de dos factores: el tráfico y las áreas de juegos y, por lo tanto, el
conocimiento del niño se restringe si éstos no son adecuados.

17 de junio de 1999
CONSTRUIR LA CALLE

En alguna otra ocasión me he referido a un libro publicado por el antiguo


MOPU, en 1990, titulado Espacios Públicos urbanos. Trazado, urbanización y
mantenimiento, ensalzando sus contenidos y la idea que llevó a elaborarlo. Ésta
consistía en mostrar, con la fuerza de las imágenes, los desatinos en que se incurre
cuando construimos el nuevo espacio público de calles, intersecciones, parques,
rondas, paseos y cualquier otro intersticio entre parcelas.
El espacio público en nuestras exclusivas ciudades modernas se ha despreciado
generalmente por todos, y sólo cuando ha irrumpido el sentido paisajista del
urbanismo con raíces italianizantes y tintes ecologistas e integradores, parece
cobrar el protagonismo que, por cierto, siempre tuvo y en algún momento perdió,
ante el empuje intolerante del movimiento que en la posguerra se lanzó a construir
viviendas porque había necesidad. Como por arte de magia, afloró la preocupación
por ese concepto nuevo, por el tratamiento de la parte pública y compartida del
espacio urbano, por la adecuación de los recorridos y veredas tan exactamente
diseccionadas del subconsciente individual por Kevin Lynch en su obra City sense
and city design.
La segunda contribución fue posible gracias al apoyo que otorgó la legislación
dedicada a esta materia del urbanismo, concediendo las proporciones pertinentes
de equipamientos, espacios y viarios a las nuevas áreas de expansión e incluso en
aquellas otras sujetas a planificación especial de rehabilitación y renovación. El
culmen de esta sofisticada y refinada manera de disfrutar el espacio público de la
ciudad occidental se alcanza cuando surge un nuevo ideario, bien asentado ahora,
que entiende y defiende la calidad de vida urbana, oponiéndose a todo aquello que
tuviera que ver con el automóvil, tratando de recuperar para el peatón la calle
antaño sustraída.
En esta construcción continuada de la ciudad, el espacio público, proceda de
obras de nuevo cuño o de reformas, raras veces se integra bien, porque los criterios
de buen gusto y funcionalidad no suelen ir en consonancia con la tarea estricta de
proyectar. En general, los estudios del espacio público se abordan en las obras de
remodelación como si se tratara de una forma aislada, de una caja modular, y
apenas estudian cómo resolver las zonas de borde, los contactos inmediatos con el
resto de los espacios colindantes con quienes deben convivir a partir de entonces.
En eso consiste la esencia del paisajismo urbano. Sin embargo, el nuevo espacio
que resulta queda aislado y con una delimitación estética artificial.
La ciudad interior se renueva a base de este mosaico discontinuo de piezas de
espacio público que no logran engarzarse porque tienen formas y tratamientos
desiguales. Con buscar la mera homogeneidad del mobiliario urbano no siempre se
consigue acercar la calle al ciudadano.

26 de octubre de 2000
LA CALLE COMO LUGAR

Cuando las ciudades y pueblos que desarrollan un planeamiento especial de


rehabilitación van alcanzando el final de sus propósitos iniciales, los espacios
públicos recuperan el protagonismo, perdido y anulado de forma injusta durante
décadas, y esta mejora se interpreta por sus ciudadanos como un signo inequívoco
de modernidad. Sobre ese colchón de comodidades, cuidados y atenciones varias,
en lugares como Salamanca y otros, la memoria del tiempo recupera todo aquello
que hemos ido rechazando o despreciando en la ciudad, y que no lo forman sólo
las referencias singulares de una edificación monumental, sino, además, un
conjunto complejo y rico de pequeños rincones y otros espacios que antaño
invitaban a la relación.
En la evocación individual de cada ciudadano se recogen, por mera sociabilidad
vital, fragmentos de espacios de la ciudad o del barrio, siempre de escala menor y
con frecuencia próximos a las áreas de residencia, que permanecen indelebles
durante el transcurso de nuestra vida. El hombre de la ciudad no difiere tanto de
quien habita una aldea de fondo de valle o un pueblo aferrado a un escarpe. Todos
necesitamos sentir el espacio que nos rodea, hacerlo comprensible y cercano, y
servirnos de él. Esta necesidad humana de recordar, de establecer relaciones entre
el pasado y nuestras propias vidas presentes, nos impulsa a utilizar el recurso que
ofrecen los espacios de la ciudad, sus calles, callejas, plazas, plazuelas, parques y
avenidas.
Si no somos capaces de comprender esta necesidad, en apariencia trivial, de
adoptar el espacio como parte de nuestra realidad, difícilmente se podrán esperar
grandes aciertos si el urbanismo paisajista de la recreación no se aleja por completo
de fórmulas abstractas que buscan un afán de protagonismo gratuito, y encamina
sus esfuerzos a preparar aquellos rincones que así lo fueron históricamente.
Plantear la recuperación de los lugares y rinconadas tradicionales, según la
memoria, parece algo fuera de lugar, un despropósito de tintes románticos y
ensoñadores, en ciudades donde lo patrimonial y el turismo se confunden cada vez
más con fórmulas harto discutibles que venden un producto económico pseudo-
cultural ligero.
Pero también sus ciudadanos, que no son turistas accidentales sino moradores
impenitentes, tienen todo el derecho adquirido para reclamar, y tal vez exigir con
argumentos de peso, una atención específica al microcosmos de la calle y el espacio
que sirve de nexo entre áreas de residencia, porque hoy ocupan un lugar destacado
en la memoria, y mañana tal vez pasen a convertirse en viales de tránsito o no ser
nada. En algunos casos estas intervenciones de cirugía menor están pensadas y
redactadas. Convendría dirigir los esfuerzos colectivos para que no se perdieran, y
evitar con ello que la calle dejara de ser lugar.

9 de noviembre de 2000
ESTATUAS Y ESPACIO

El adorno del espacio público con recreaciones de naturaleza, parterres, fuentes


y bancos es una exigencia vecinal muy común ahora. Las apetencias burguesas
decimonónicas del paseo y relajo en las afueras capitalinas, la práctica de la
conversación distendida y el placer de hacer que no se hace nada, se han extendido
al resto de los ciudadanos, doscientos años después.
El culmen del refinamiento cuando se trata de completar esos espacios abiertos,
intersticios milagrosos de una nada artificial entre parcelas, se alcanza al elegir para
el lugar concreto efigies y grupos escultóricos, simbólicos o realistas. Parece como
si ése fuera el último detalle, sin el cual la decoración del lugar quedaría incompleta.
Lo habitual es que se busquen áreas específicas para enclavar las estatuas. En otras
ocasiones, el proyecto trae incluida una propuesta.
Desde hace poco en España -la idea es centroeuropea- se opta por introducir en
el escenario urbano figuras realistas que escenifican acciones cotidianas, algunas
perdidas para siempre y otras infrecuentes de ver en el centro moderno de la
ciudad actual. Son el complemento de las esculturas y bustos que distinguen
individualmente a personas que fueron consideradas relevantes en vida. En Oviedo
hay ejemplos interesantes. En Cáceres se decidió encargar una que rememoraba la
enjuta figura de la vendedora de periódicos, enclavada junto a la plaza de san Juan.
La costumbre, casi perdida en la memoria ciudadana, se perpetúa así: usando un
mensaje artístico sencillo. En Salamanca no hace tanto se probó un grupo
escultórico de adolescentes que adornaría la fuente tradicional del entorno de la
cuesta del Carmen. La novel plaza del Campillo se ha completado con otro
conjunto realista de niños divirtiéndose. Esperemos que este detalle no sea una
remembranza de costumbres juveniles que se estiman olvidadas, como el
tradicional juego infantil en la calle, y más bien sólo una moda pasajera. Nada más
reconfortante que contemplar a niños «de verdad» jugando en el espacio público,
sin trabas, en lugar de teatralidades estéticas.
Resulta significativo este cambio hacia un concepto de «escultura fabulada que
recrea», como ornamento de lugares donde lo infrecuente son los juegos y lo
habitual es el paso apremiante sin paradas intermedias. Los espacios públicos
ganan en calidad visual y en estética con el complemento de estos conjuntos
escultóricos. Tratan de reclamar, con detalles como los descritos, la atención
distraída del ciudadano, desganado y hastiado, sin el cual no son nada. Pero el
ciudadano es caprichoso según sus apetencias y se deja dirigir más bien poco -por
fortuna-. En las áreas residenciales exteriores se vende como un lujo disponer de
espacio común para juegos y distracción. Hagamos lo mismo dentro de la ciudad.

4 de enero de 2001
ESPACIOS LIBRES

Al contrario de lo que muchos pensarían, el acondicionamiento de nuevos


espacios públicos en las ciudades es muy difícil de planificar y ejecutar si se quiere
hacer bien; es decir, sin incurrir en errores graves, que son fácilmente advertidos
desde el comienzo o con el paso inmediato del tiempo.
España es un país muy dado a las inauguraciones, y menos al mantenimiento
consecutivo de los espacios libres. Este segundo problema es capital. Es cierto que
el vandalismo de nuestros congéneres, entre los que hay primates profesionales del
destrozo, no tiene parangón con el resto de Europa, y es una lacra para la
convivencia. Pero esta circunstancia no puede esgrimirse para justificar los
deterioros de elementos que adornan los espacios libres -es decir, el famoso
«mobiliario urbano»-. El despropósito tiene otras dimensiones mayores, y hay
ejemplos entre nosotros.
Muchas veces no se comprende la elección de los materiales singulares que
definen la intervención; la disposición y dimensiones de los parterres, tampoco; las
proporciones y trazas de los senderos para el paseo, menos; la elección y
aislamiento de la terriza y su granulometría son una incógnita; la colocación de los
asientos y bancos parece el resultado de jugar a los barcos con antifaz; la
orientación y contenidos de los juegos infantiles recuerda una página de catálogo
ferial; la colocación de los lucernarios, farolas, globos o cualquier apósito lumínico
-altos, bajos o demasiado aislados-, un ajedrez mal jugado; la elección, porte,
disposición y plantones, a veces defectuosos, de las especies arbóreas, que nunca
darán sombra al paseante sentado, una pena ecológica.
Hay otros detalles de conjunto, quizá de tono menor, pero importantes, como
los armarios de las instalaciones eléctricas en medio del espacio, o la elección de los
alcorques. Saber proyectar bien estos entornos urbanos, tan necesarios en los
barrios de las ciudades o en los espacios de riqueza paisajística singular como las
riberas de los ríos urbanos, es esencial, y tan mal se hace en todas partes, que en
1990 el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo editó un libro titulado Espacios
públicos urbanos. Trazado, urbanización y mantenimiento, delicioso para la reflexión. Una
enciclopedia fotográfica de despropósitos urbanos que deberían conocer los
responsables de estos proyectos y así aprender. Lo más importante es mantener en
perfecto estado el conjunto, cuando el brillo de las inauguraciones ha desaparecido.
Se echa en falta.

29 de mayo de 2003
CENTROS HISTÓRICOS
LA CONTROVERSIA DE LOS CENTROS HISTÓRICOS

El pensamiento estructuralista de los cincuenta integraba los edificios históricos


como parte del todo de la ciudad. La idea de fachada contemplativa se abandona por la
de adaptabilidad funcional.
A partir de la declaración de 1975 como Año Europeo de la Conservación del
Patrimonio Arquitectónico, la comunidad científica analiza con más interés los
centros históricos, atrayendo a especialistas de campos muy diversos que hasta
entonces no se habían atrevido a opinar en un campo exclusivo de ingenieros y
arquitectos. La Arqueología, la Sociología, la Psicología, la Geografía o la Historia,
por citar algunas ciencias, aportaron su forma exclusiva de analizar los problemas
reales y venideros, para adecuar la moderna ciudad con la antigua, designada ahora
como centro histórico y considerada un bien cultural y económico.
En España, las medidas encaminadas a recuperar esos centros se basaban en las
Operaciones Piloto de Actuación Conjunta en Áreas Urbanas y Asentamientos
rurales, a raíz de un convenio interministerial de marzo de 1979. Poco después, un
Decreto de 1983, recogía los conceptos de áreas de rehabilitación integrada y patrimonio
residencial urbano. Ahora la tarea básica de los Municipios con un peso monumental
importante es redactar planes que integren los centros históricos.
En los últimos años es frecuente la confusión al aplicar como análogos
términos que no lo son para hablar de la intervención sobre los cascos históricos.
El concepto de Restauración se refiere a la limpieza y adecuación de edificios con
porte, destinados habitualmente a contemplarse. La Renovación sustituye la traza
obsoleta por otra de mayor rentabilidad -se basa en el valor del suelo-, aunque
siempre se disculpa en las Memorias por ser el medio más eficaz para atajar la
degradación. Finalmente, la Rehabilitación (proceso acuñado por los urbanistas
boloñeses) es una conservación integral que mantiene la edificación, moradores y
funciones. Pero esto es sólo parte de la teoría. Estas tres modalidades y el efecto de
la degradación se dan habitualmente a la vez, y muchas veces al margen de la
planificación establecida.
Los Planes Especiales de Reforma Interior son las figuras que se aplican en
estos casos. El Plan Especial de Protección y Reforma Interior del Recinto Universitario y
zona Histórico-Artística de Salamanca se aprueba el 17 de septiembre de 1984. La
dimensión más idónea de un Plan de este tipo no debe exceder las 20-25 hectáreas
(el de Salamanca ostenta el récord de España en 86 hectáreas). Es aconsejable que se
redacten sobre la sólida base previa de un Plan General. En el caso salmantino
ambos se elaboraron de forma simultánea: hubo escasos días de diferencia entre la
aprobación de uno y otro, y el Plan Especial sirvió tácitamente para desarrollar el
General.
El Plan pretendía recuperar la arquitectura tradicional salmantina más singular y
conservar la estructura urbana, renovando la población mediante dos islas de
viviendas sociales, para equilibrar las actividades terciarias con las académicas de la
propia Universidad, consumidora mayoritaria del espacio interesado. De paso, se
trataba de mejorar los equipamientos aún a costa de colocar un Instituto en un
lugar donde no estaba previsto, o de permitirse el lujo -insólito en ciudades con
semejante porte monumental e histórico- de mantener en el recinto unas
instalaciones deportivas.
El encarecimiento de las viviendas, lujos históricos, el tratamiento discutible de
colores y conservación de rincones señeros o la obsesión por subir más puestos en
el escalafón de ciudad-bar, no desdibujan aciertos más que notables como la
recuperación del Colegio de los Verdes para Facultad de Geografía e Historia
(Sánchez Gil, 1986), la Facultad de Físicas, el proyecto de José Luis Picardo para el
Archivo Provincial, el nuevo Conservatorio de Música en el Colegio Menor de
Cañizares, la peatonalización selectiva, o la ordenación indirecta de la Vaguada de
la Palma por la presencia del Palacio de Congresos.

5 de diciembre de 1997
LA CIUDAD INTERIOR

En el año 1967 Robert Dahl escribía un artículo cuya traducción aproximada


sería La ciudad en el futuro de la Democracia, en el que defendía la tesis de que el poder
político y los recursos potenciales de la ciudad son decisivos para el futuro de los
gobiernos democráticos. Según esta teoría, la ciudad interior, aquella que sin un
sentido peyorativo podríamos definir como la reliquia del pasado, podría volver a ser
el corazón de la urbe y el centro representativo de las actividades culturales,
sociales, políticas y económicas del territorio bajo su influencia.
No hay duda de que las ciudades interiores demuestran unas exigencias propias
de su complejidad que es necesario abordar desde muy diversos enfoques, algunos
de los cuales bien podrían ser tildados de revolucionarios o incómodos a los ojos
de los gobernantes. El concepto del urbanismo americano según el cual los centros
de las ciudades se definen como Distritos Comerciales Centrales (en inglés CBD)
es algo bastante más complejo de definir en el caso de los cascos históricos que
forman el patrimonio de la vieja Europa. Nuestra actitud cultural es muy distinta a
la del norteamericano; para nosotros las ciudades son el asiento de la civilización; el
fruto de nuestra historia de siglos se refleja en parte sobre ellas.
La discusión sobre los problemas diversos que aquejaban a la ciudad interior se
hizo habitual en los foros científicos desde finales de los años cincuenta. Con cada
fracaso se hacía mucho más evidente que los cascos históricos necesitarían de una
intervención compleja una vez que se estuviera en condiciones para entender de
forma distinta los procesos que intervenían en la maduración de la ciudad
contemporánea.
En 1972 se celebraba en París la «Convención para la Protección del Patrimonio
Mundial, Cultural y Natural». Por vez primera el patrimonio no sólo era objeto de
la historia o el arte sino que adquiría la consideración de «entidad cultural». El
concepto y los métodos y criterios de Conservación y Protección se extendían a la
ciudad y al territorio inmediato influido por ella y se definían los términos de
«Patrimonio Natural» y «Patrimonio Cultural». Tres años más tarde el Consejo de
Europa proclamaba el «Año Europeo de la Conservación del Patrimonio
Arquitectónico».
El mismo año, el Comité de Ministros suscribía la «Carta sobre la Conservación
integrada», donde por primera vez se abandonaba la visión de los monumentos o
los vestigios históricos como meros elementos significados ausentes de contexto, y
se proponía una formula integradora, más acorde con el valor social y urbano del
pretérito y del presente para tratar de comprender mejor el futuro. En el año 1980
el Consejo de Europa pretendió acallar la falta de acuerdo entre profesionales y
administraciones responsables de la conservación, declarando el «Año Europeo del
Renacimiento de la Ciudad», aunque con poco éxito.
En el ámbito estrictamente nacional, la Ley 16/1985, de 25 de junio, del
Patrimonio Histórico Español, desarrollada un año más tarde por R.D. 111/1986
de 10 de enero, concebía la rehabilitación del Patrimonio histórico como un
objetivo necesario de la planificación.
Los habitantes de una ciudad con un Patrimonio histórico de consideración -y
en el caso español desgraciadamente son muchos los núcleos olvidados, porque
cualquier catalogación implica necesariamente una exclusión injusta-, recibimos el
patrimonio cultural del pasado como un bien que nos ha sido legado y que
debemos transmitir a las generaciones futuras, sin miedo a nuestras aportaciones,
pero manteniendo intacta la función de habitar porque este es el uso primordial
para el que los centros urbanos fueron creados y con el que se hicieron
paulatinamente más complejos y funcionales.
El usufructo de los bienes patrimoniales debe estar al servicio de la comunidad,
y nada hay más significativo de ello que el valor intrínseco del patrimonio. La
gestión de los cascos históricos en las ciudades que tienen la fortuna de poseerlo
debe servir como ejemplo de que puede conseguirse la simbiosis más adecuada
entre el pasado y la adaptación respetuosa a las necesidades de la comunidad en el
presente, mediante las oportunas innovaciones. Así ha venido siendo hasta nuestro
siglo, pero en menos de cincuenta años los estimulantes procesos de
reconstrucción nacidos al cobijo de la bonanza económica y de un desarrollo social
con tintes de dudoso valor, arrasaron sin piedad una sustanciosa parte del
patrimonio heredado.
Hoy para desagraviar aquella imperfección que duró dos décadas y evitar que el
cuidado de la ciudad histórica se convierta en algo quimérico o baladí, es necesaria
una protección adecuada mediante el diseño de proyectos técnicos buenos, aunque
antes debe tenerse muy clara la idea de ciudad que se quiere conseguir, y perfilarla
con sumo cuidado, con la ayuda de una norma que sintetice las aportaciones
interdisciplinares, para dotarla de la máxima calidad. Porque, en caso contrario,
cualquier factor mal considerado puede hacer que los proyectos de rehabilitación
adolezcan de una rigidez excesiva y sean incapaces de adaptar nuevas necesidades,
surgidas en el entorno del Plan cuando éste no las tenía en cuenta, y todo ello
multiplicará los fracasos sobre un espacio urbano que se torna sensible al sufrir los
errores de bulto que se le infligen, y es capaz de mostrarlos de forma descarnada.

18 de enero de 1999
CRITERIOS ESTÉTICOS EN EL ENTORNO MONUMENTAL

«Es de alta conveniencia, por su historia y por su arte, el mantener en su aspecto


actual de líneas y edificios al Barrio Catedralicio de Salamanca, tutelando la
conservación de sus casas antiguas, muy típicas. Las perspectivas monumentales de
colegios, catedrales y conventos que señorean sobre dicho caserío exigen que no
sean desvirtuadas con edificaciones en desacuerdo proporcional respecto de ellas».
Con estas líneas arrancaba el Decreto de 6 de abril de 1951 por el que el Estado
declaraba Conjunto Histórico-Artístico al llamado «Barrio Catedralicio» o «Barrio
Viejo de la ciudad de Salamanca». La sensibilidad hacia los entornos monumentales
no siempre ha contado con modelos de intervención semejantes. La historia
reciente del ejemplo salmantino hasta los últimos trece años está salpicada de
diversas variantes que indican dos o tres modos distintos de entender el
tratamiento estético del patrimonio, según las influencias y el aprendizaje en los
que han venido apoyándose los urbanistas responsables, bebiendo generalmente de
la experiencia italiana en el cuidado de los cascos monumentales que inundan su
país.
El primer signo de modernidad hacia el monumento se dirigió a desvestir a
muchas de las iglesias de la ciudad de los faldones de casas adosadas, con los que
sufrían el grado más extremo del modelo de asentamiento medieval en células
parroquiales. Hoy este tipo de intervención se debate entre dos ideas estéticas
dispares. Por un lado, aquella que pugna por mantener las casas averrugadas,
símbolo del tipismo decadente no exento de sabor, con fuerte raigambre local
desde el último cuarto del siglo XIX, pero de dudoso beneficio para el entorno del
monumento, al transformar sustancialmente su primigenia razón de ser. Un
segundo criterio gusta más de los espacios abiertos, las líneas monumentales lisas y
llanas, desprovistas de adherencias, a lo sumo, acentuadas por manchas de
vegetación. Aunque también aquí debemos manifestar nuestras dudas sobre si son
preocupaciones estéticas o ganas de ampliar el catálogo de monumentos lavados de
cara, según y dónde estén enclavados y según y cómo se vea el resultado final.
Los planes de rehabilitación integral abandonaron la idea minimalista de
intervenir exclusivamente sobre el monumento y acertaron con la fórmula de
interpretar el conjunto histórico y monumental de la ciudad como el todo que
siempre fue, donde paisaje natural, espacio, trama y funciones se integraban en una
superposición diacrónica de sociedades y situaciones, perfectamente equilibradas.
Cuando la planificación interviene en los cascos históricos sabe que lo hace
sufriendo unas cargas negativas previas de gran consideración. Se trata de
rehabilitar un entorno que aúna todos los elementos de atracción de la historia
urbana, pero también todos los males que indirectamente genera el sistema de
crecimiento contemporáneo de la ciudad sobre él.
Es, pues, un sector muy sensible sobre el que se pretenden armonizar criterios
estéticos y funcionales, y la conjugación de ambos, en ocasiones, se parece más a
una titiritaina. Si lo que se pretende es que el barrio antiguo de la ciudad sea de
nuevo un barrio lleno de vida y sentido, debemos dar por hecho que alguno de los
factores históricos que lo configuraron claudicará, inexorablemente porque no es
posible hacer compatible por completo su idiosincrasia con las nuevas actividades
que se agregan. El sistema de rehabilitación funcional que mejores resultados
ofrece es la repoblación residencial, porque habitar siempre ha sido la constante del
género humano, mientras que lo demás responde más bien a modas y
circunstancias sociales y políticas, cuya síntesis, varios siglos después, nos llega a
los contemporáneos en forma de legado monumental. En el caso salmantino esta
posibilidad es más bien limitada porque si tenemos en cuenta la superficie del
casco histórico que pertenece sólo a dos instituciones, quedan pocas hectáreas
donde quepa la iniciativa privada de nuevo cuño.
La estética de las ciudades con un caudal de patrimonio monumental se
encuentra en peligro si no se cuidan los criterios de intervención. Y esto, que
expresado así parece una obviedad, muchas veces no se logra porque no se piensa
lo suficiente o porque el proyecto de rehabilitación carecía de calidad. En algunas
de estas ciudades privilegiadas se ha logrado ya una armonía muy beneficiosa para
el entorno de la nueva ciudad vieja. Tal es el caso de Cáceres, Cuenca, Santiago de
Compostela o Segovia.
Salamanca tiene otras heridas -en algunos casos de reciente consolidación- que
han actuado como lastre. El conjunto unifuncional del patrimonio de las
Universidades y la Iglesia se ha hermanado mal con el espacio viviente; transmite
una sensación de desarropo, decae la función de habitabilidad, ha seguido con la
tradición de Campus monumental con un desmedido incremento, sin aportar nada
nuevo. Se llegó demasiado tarde para dotarlo de viviendas de protección oficial y
las ayudas a la rehabilitación fueron retiradas sin más explicaciones. Las inercias
han sido demasiado fuertes y el espacio por colmatar más importante, aquel que
resultaba de despejar del entorno de la Vaguada de la Palma todas las casitas
humildes, hoy afectado por la construcción de viviendas, está recibiendo un
tratamiento muy discutible por la excesiva densidad de ocupación y los efectos
estéticos perniciosos.
Son las construcciones que corresponden a nuestra época; las propuestas de los
arquitectos salmantinos destinadas al entorno histórico de la ciudad que quedarán
para el futuro y, por lo tanto, siempre estarán sujetas al juicio y la opinión. Por mi
parte hubiera preferido un criterio más moderado, dadas las características
topográficas del entorno.

17 de mayo de 1999
LA CENTRALIDAD CULTURAL

Un error reincidente en la última década ha consistido en considerar que el


centro de las ciudades históricas debía ser, para siempre, el único lugar destinado a
los nuevos espacios culturales. Ese concepto desatinado se da solo entre aquellos
que son legos en el estudio y comprensión del hecho urbano, de la ciudad y del
turismo. Aficionados, con buena voluntad, eso sí. Pero no basta.
En las recientes reuniones profesionales de especialistas e investigadores, se ha
subrayado -parece una costumbre ya- esa inclinación tozuda y visceral a densificar
hasta el paroxismo los centros históricos con nuevos equipamientos culturales,
siguiendo las etiquetas y modas aplicadas en otros ámbitos. Una vez construidos,
todos parecen tener que estar satisfechos, siguiendo no se sabe bien qué precepto,
sin que los voluntariosos mecenas de la cultura adviertan que la ciudad del futuro
camina con miras más amplias y espacios urbanos menos encorsetados.
Ya es hora de explicar, si esto fuera posible, que la imagen de marca, el reclamo
de excelencia de un equipamiento cultural nuevo, no se refuerza o no es mejor
porque recurra la añagaza de su inserción en el entorno monumental o histórico.
Esto es una falacia inmovilista, atrasada y, en ocasiones, un problema y un reto
innecesario desde el punto de vista técnico, producto de la competitividad cultural
tal como hoy se entiende y practica, que aboca a la rivalidad entre ciudades más
por su solera arquitectónica que por la propia oferta de actos.
Salamanca necesitaba con urgencia una nueva adecuación de equipamientos
culturales, en parte solventada con los proyectos periféricos previstos, que
rompiera definitivamente la atracción atávica de su centro histórico, porque éste se
sostiene solo, no necesita más aportes y, además, son contraproducentes. El casco
tradicional salmantino se encuentra próximo a su colmatación física, pero también
está cercano a un nivel de saturación de actividades. Y mucho más cuando en el
quinquenio siguiente se refuerce la identificación de la ciudad cultural con aquellas
formas y usos actuales de lo que hoy empieza a entenderse por «ciudad turística»
per se.
Al redactar un Plan Especial de Reforma se determina por el diagnóstico previo
cuáles son los equipamientos deficientes y se actúa en consecuencia. El caso
salmantino comienza a singularizarse por las modificaciones continuas que ha
sufrido, a pesar de que su nivel de análisis tuvo en su momento una extraordinaria
calidad, reconocida en los foros pertinentes y ejemplo práctico para otros
planificadores. Hoy es un modelo desviado de la homogeneidad original,
abrumado por inversiones fragmentadas, aleatorias y cada vez menos coordinadas.
Después de 15 años necesitamos reflexionar sobre el paradigma resultante. Qué
pretende hacerse ahora y qué se hará: ¿ciudad escaparate de turismo o ciudad para
todos?

2 de noviembre de 2000
CENTROS ARRAIGADOS

La Carta Internacional para la Conservación de las Poblaciones y Áreas Urbanas Históricas


fue adoptada por ICOMOS en octubre de 1987, como un texto complementario a
la Carta Internacional para la Conservación y Restauración de los Monumentos y los Sitios
Históricos (Venecia, 1964). En el capítulo correspondiente a los principios y
objetivos, los artículos 2º, 3º y 4º aclaraban lo siguiente: «Los valores para
conservar son el carácter histórico de la población o del área urbana y todos
aquellos elementos materiales y espirituales que determinan su imagen,
especialmente: la forma urbana definida por la trama y el parcelario; la relación
entre los diversos espacios urbanos, edificios, espacios verdes y libres; la forma y el
aspecto de los edificios (interior y exterior), definidos a través de su estructura,
volumen, estilo, escala, materiales, color y decoración; las relaciones entre
población o área urbana y su entorno, bien sea natural o creado por el hombre; las
diversas funciones adquiridas por la población o el área urbana en el curso de la
historia. Cualquier amenaza a estos valores comprometería la autenticidad de la
población o área urbana histórica». «La participación y el compromiso de los
habitantes son imprescindibles para conseguir la conservación de la población o
área urbana histórica y deben ser estimulados. No se debe olvidar que dicha
conservación concierne en primer lugar a sus habitantes». «Las intervenciones en
las poblaciones y áreas urbanas históricas deben realizarse con prudencia, método y
rigor, evitando todo dogmatismo y teniendo siempre en cuenta los problemas
específicos de cada caso particular».
Cuando está maduro el planeamiento de los centros históricos de aquellas
ciudades que, con cierto privilegio, ostentan frente a otras la calificación honorífica
de Patrimonio de la Humanidad, la participación ciudadana se hace todavía más
necesaria. Debería convertirse en salvaguarda vigilante del legado pretérito y
contemporáneo. Una forma social que moderase los apetitos de grandilocuencia
urbanística, que aplacara las apetencias de construir dogmas arquitectónicos
encajados artificiosamente, que enseñara a los emprendedores e inversionistas algo
irrefutable: las ciudades con una componente histórica centrípeta necesitan nuevos
centros periféricos, único sistema eficaz hoy para preservar los cascos históricos.
A pesar de estar sujetos a un control institucional, acabarán claudicando ante
eso que el profesor Antonio José Campesino define como «la conversión del
patrimonio, como recurso, en un producto comercializable del turismo urbano-
cultural, una alternativa nada inofensiva, consecuencia de los vertiginosos cambios
postindustriales». Debemos pensar en ello.

24 de enero de 2001
BUENO Y MALO

Cuando se alude a espacios patrimoniales distintos de los nuestros, las


comparaciones, siempre desmedidas, siempre injustas, sobre cuál es mejor y por
qué, alcanzan el exceso propio de quien se deja llevar por la subjetividad y no por
los conocimientos.
La designación de «Ciudad Patrimonio de la Humanidad» es un certificado
exclusivista y minoritario en sí mismo. Es obvio, pero no suele reconocerse. Uno
se olvida de ello cuando la ciudad propia recibe esta distinción. Eso es lo bueno. Y
a rodar presumiendo. Eso es lo malo. Lo hacen todas sin miramientos. A pesar de
la ironía, no crean que es tan descabellada la reacción descrita. En ocasiones,
quienes se lanzan a opinar después -tengan cargos políticos, sociales o de otro tipo,
alguno incluso pintoresco-, incurren en simplicidades -eso sí, ex cátedra-, que
pueden tornarse con el tiempo en peligrosas e irresponsables. Cuando leo esos
juicios (ahora también se escuchan y ven por las televisiones locales) poco o nada
encuentro del comedimiento, humildad y sentido común que esperaría.
Me causa cierta vergüenza tener que recordar el valor extraordinario del Plan
Especial de nuestro recinto histórico. Salamanca, junto a Vitoria, poseen, casi
maduros, los dos mejores sistemas de protección integral de ámbitos históricos de
España, teniendo en cuenta el momento en que se redactan ambos. El tiempo
pasa, el Plan se modifica, se hace mayor de edad, y algunos proponen de todo, aquí
o allá; con alegría y desparpajo; con tertulia o sin ella. Colocan, quitan, añaden usos
o mueven piezas (sí, sí..., digo bien, mover, y no se asombren, que de trasladar
monumentos de su sitio también hay intentonas anecdóticas en el pasado muy
reciente de Salamanca), elementos y entornos. Según ellos no es disparatado, lo
han visto en otras ciudades históricas. Deberían leerse los 27 volúmenes de que
consta el proyecto original de nuestro Plan. Y de paso la planificación del resto de
ciudades patrimonio.
Tendrían información de primera mano sobre cómo se debe analizar un casco
histórico. No les vendría mal también, ya puestos, algo de legislación para
distinguir entre «legal» e «ilegal». Si no se conoce mínimamente un asunto, ¿cómo
es posible opinar de esa manera tan rotunda? Pues se hace; y sin arrobo alguno. Y
toda esa información llena de barbaridades y disparates, fruto de la ignorancia
supina, que me relaja como entretenimiento, pero que en el fondo me preocupa,
llega a la opinión pública. Se asienta. Se hace ontología y todos asienten
satisfechos. Algo no funciona, es evidente, pero ¿qué? En este estado acomodaticio
de la razón, donde las huestes intermedias campan a sus anchas y reciben
tratamiento de especialistas en los medios, la opinión pública navega despistada,
perdiendo el don del criterio propio. En esta condición desvaída del conocimiento,
lo bueno y lo malo no se distinguen, y quienes podrían hacerlo y enseñar, callan.

19 de abril de 2001
LO COMERCIAL

El interés de la Geografía por analizar los centros históricos ha coincidido con


la atención mostrada desde otros campos sobre este aspecto clave en la teoría de la
ciudad contemporánea y occidental. Las geografías Urbana, Económica, de la
Percepción, la Psicología Ambiental, la Sociología, la Economía, la Urbanística, en
sus vertientes de estudio y planificación urbana, y ciencias afines que explican -o al
menos tratan- los fenómenos del comportamiento social, se esfuerzan por
comprender en esta área el pulso social entre ricos y pobres, empresarios y
empleados; productos y clientes; gobierno y gobernados.
Los centros históricos, en aquellas ciudades que los han recuperado, sostienen
hoy un conglomerado de actividades, de equilibrio inestable. Son espacios que
recuperan el tradicional paseo ocioso, la tertulia espontánea, el salpicón de cultura.
Pero este ámbito singular vive auspiciado por relaciones heterogéneas, de carácter
económico, en pugna con la imagen cortés, de porte estético, no exenta de cierto
fachadismo falseante. Es difícil conseguir el equilibrio entre lo que se debe
planificar y el resto, aquello que crece como espontáneas margaritas de cualquier
iniciativa.
Existen, al menos, 35 publicaciones de primera fila desde 1980 que explican que
la pervivencia del comercio en los centros históricos actuales, adaptados en su
forma a la contemporaneidad, se basa en la justa combinación de dos elementos,
uno que implica concentración y otro que recomienda dispersión. El valor
incuestionable de cualquier actividad comercial que se ejerce en el centro es
precisamente ese: que está en el centro, algo que no ocurre en el terreno de los
equipamientos culturales, cuyos ámbitos de localización y tipo de demanda actual
poseen miras más amplias y exógenas; menos restrictivas. Las demás iniciativas
comerciales que hoy surgen en las periferias urbanas no pueden competir contra la
eficacia insustituible del lugar central desde ese punto de vista empresarial. No
tienen el privilegio de la posición histórica. Sólo pueden tratar de ocupar otras
demandas. Para que el centro comercial no pierda su interés, se recomienda la
segunda acción, en apariencia contradictoria, que es la dispersora. Consiste en
desplazar el automóvil a las franjas de borde.
En Salamanca éstas son más que evidentes; casi podría decir que sobran
espacios apropiados para ello. Cuando se habla de distancias de 100-300 m., lo
lógico es dejar el vehículo en los aparcamientos disuasorios -que para eso se
denominan así- y acercarse andando. No conozco ningún estudio económico -no
digo que no existan, estudios hay de todo- que demuestre y asegure mayor
rentabilidad para el comercio por el hecho de incrustar nichos para el automóvil en
el cogollo comercial. En Salamanca nos movemos en una escala espacial de
relación muy reducida y accesible. No perdamos eso de vista.

26 de abril de 2001
CAMBIOS DE USO

Apenas hace unos meses, un significado político extremeño, de visita por la


ciudad, y con la mira puesta en las elecciones municipales, me preguntaba,
preocupado, cuál era mi opinión sobre las transformaciones vertiginosas en las
Ciudades Patrimonio de la Humanidad, volcadas en el turismo y enfrascadas en
planes de rehabilitación integral -las más afortunadas-, o buscando financiación
para ello -las menos-.
Quería conocer qué se estaba haciendo bien y qué mal. Y si existía algo,
inadvertido en su momento, que pudiera deteriorar el futuro o producir una
desviación de los modelos teóricos conocidos sobre la evolución de ciudades
semejantes. Como verán, no me pedía opinión sino fórmulas magistrales, sacadas
de la chistera.
En este modelo exultante de felicidad y sueños de futuro en que se han
convertido las ciudades que tienen algo que enseñar al forastero -cada vez me
acuerdo más de Berlanga-, casi nada original puede proponerse ya. La única
novedad estriba en que hoy el factor económico capitaliza y hace homogéneo el
fenómeno urbano.
Todas las ciudades copian a discreción las fórmulas de atracción turística
aplicadas en otras, buscando oxigenar las arcas depauperadas. El sistema ha
funcionado adaptando y extendiendo, además, las negligencias y desvaríos de unas
a las otras. Todas las ciudades, como aquellas que preocupaban a este político,
están sometiendo los centros históricos a una transformación apenas perceptible: el
cambio de usos y actividades. A pesar de lo que se lea por ahí, un centro histórico
no es «un barrio más de la ciudad» (definición de manual de Urbanismo, Geografía
Urbana, Economía, incluso de «Barrio Sésamo»).
Ese espacio es el barrio preferido por todos para prestigiarse. Negocios,
profesiones liberales, actividades mercantiles, bancarias, administrativas,
educativas..., todas tienen, si pueden, una representación allí. Este concepto es
elemental. Lo habitual es que, donde antes había parcelas residenciales, se levanten
nuevos espacios destinados al sector terciario, de corte turístico, con alguna pintita
residencial, para no perder las formas. Los primeros pisos se dedican a despachos
profesionales.
Esto, a la larga, desnaturaliza los usos tradicionales del centro histórico, que se
ve colmatado de actividades invasoras. Con tales resultados irreversibles, claro que
puede considerarse «un barrio más» de la ciudad. Normal.

6 de febrero de 2003
CONSERVAR LAS CIUDADES HISTÓRICAS

Debe adoptarse el método de la conservación, para mantener intacta la esencia


de las ciudades históricas. La mejor explicación sobre el concepto «conservación»,
aceptada de pleno por todos los foros internacionales, es la que propuso Sir
Bernard Fielden a lo largo de su obra más representativa (Conservation of Historic
Buildings, 1982, tercera edición en Butterworth Heinemann, 1994). Para este
arquitecto británico, «el objeto de la conservación es prolongar la duración útil de
un bien cultural y, de ser posible, definir los mensajes históricos y artísticos [que
posee], sin alterar su autenticidad».
Por lo tanto, el concepto de «conservación» está ligado a otro más subjetivo, el
de «valor», pero la adopción del punto de vista implícito en la definición anterior
obliga a desarrollar métodos precisos y específicos para cada caso, apoyados
siempre en estudios profundos. El éxito final dependerá de en qué medida los que
emprendan esta tarea serán capaces de definir los valores que perfilan un espacio
histórico como tal, inserto o no en una trama urbana.
La auténtica conservación exige un método riguroso basado en una mínima
intervención, tratando de reducir los efectos adversos y perversos sobre aquellos
espacios arquitectónicos o urbanos afectados de tal consideración excepcional. La
conservación en las ciudades y villas históricas puede encaminar sus acciones hacia
el pasado -protección de vestigios- o hacia el futuro -mejora, desarrollo y uso de
los elementos que perviven-, pero siempre tratando de respetar, en lo posible, la
máxima de que «es mejor mantener que reparar; reparar que restaurar; y restaurar
que reemplazar (destruir)».
Los principios de la conservación urbana fueron evolucionando desde el lejano
1964, fecha en que se redacta la Carta de Venecia, hasta el año 1976, cuando en la
Conferencia General de la UNESCO de Nairobi se adoptó la conocida
Recomendación relativa a la protección de los Conjuntos Históricos y su función en la vida
cotidiana, donde por primera vez se defendía el sistema de la planificación, con
medidas jurídicas, económicas y sociales, para garantizar la salvaguarda de los
espacios históricos declarados.
Todos los mecanismos en defensa de la conservación desarrollados desde
entonces mantuvieron una base teórica y reglamentaria de profundas y
consensuadas raíces internacionales que hoy no podemos permitirnos soslayar o
desconocer, como suele ocurrir con harta frecuencia.

23 de octubre de 2003
SALAMANCA SIN CENTRO HISTÓRICO

Les propongo un sencillo divertimiento imaginativo de percepción. Supongan


por un momento que desaparece de Salamanca su centro histórico. Traten de
imaginar que la ciudad tradicional, con la arquitectura tan conocida por ser
monumental, y su entramado de calles y parcelas que articulan la estructura que
hoy recorren, no está.
Miren ahora desde ese solar yermo a su alrededor. Es posible que el horizonte
que atisben se parezca a tantos barrios de decenas de ciudades. Disforme; carente
de hitos singulares; con arquitecturas anodinas de repetición; sin capacidad alguna
para tomar de él una referencia específica que nos permita recordarlo en nuestra
memoria.
¿Entonces, cuál es la verdadera ciudad que soporta y da brillantez a Salamanca?
¿Cómo podríamos definir la ciudad que resulta al retirar del espacio y el tiempo
todos los vestigios del pasado? ¿Es en realidad bueno depender tanto de la
herencia? ¿Qué significa eso? ¿Es un signo de modernidad, de estancamiento, de
parasitismo o de crisis de ideas? ¿A qué otra ciudad podría asimilarse Salamanca sin
los restos de un pasado glorioso? A cualquiera de nuevo cuño, quizá.
En proporción, no existe nada en la urbe moderna de Salamanca que pueda
compararse con aquel despliegue de poder, arte, representación y empuje cultural
que dejó su impronta indeleble. ¿Qué estudiarán dentro de cien años cuando se
recuerde la historia de Salamanca desde 1970? ¿Que la ciudad se reconstruía sobre
los cimientos de lo que fue, por enésima vez? Es posible que sin el centro histórico
cegando nuestro sentido de la percepción, pudiéramos apreciar mejor que, en las
últimas tres décadas, casi nada con categoría arquitectónica y urbanística se ha
legado al futuro. Noten cómo las nuevas áreas de las ciudades se parecen, por
aplicar en el desarrollo sectorial, y sin perdón, tantos módulos y estándares
urbanísticos iguales en equipamientos, volúmenes, tratamientos y densidades. Son
espacios que tratan de articularse con el resto de la ciudad por el mero dibujo de un
viario, pero no transmiten sensaciones de vida integrada.
Eso será lo que recordarán de nosotros dentro de una centuria: que dejamos
huellas de ciudad nueva y extensiva, sin mayor interés. Y nos derribarán barrio a
barrio, como se hace hoy con los espacios arquitectónicos de los años cuarenta.
Llegarán al centro histórico. Tal vez se paren allí, reconociendo el valor intemporal
del arte. Dejen de imaginar y abran ahora sus ojos.

6 de febrero de 2004
EL PATRIMONIO ARTISTICO Y CULTURAL
EL PATRIMONIO COMO ESCENARIO

La Revista Internacional «Restauración y Rehabilitación», de marzo, incluye una


escueta pero jugosa referencia a Salamanca, dentro del apartado dedicado a la crítica
a la restauración. El autor del reportaje, Miguel Sobrino González, centra su atención
y su análisis en la fachada que de la ciudad tienen los turistas cuando llegan a la
misma por el Puente de Enrique Estevan, y específicamente del conjunto de casas
sujetas a rehabilitación, en parte de lo que antaño fuera el Barrio de Santiago y los
espacios públicos recreados allí.
En este sentido afirma: «Si, por el contrario, el viajero tiene por costumbre
deleitarse en los detalles, no tardará en descubrir falsos canes y aleros, molduras de
piedra falsa, falsos enfoscados de cemento pintado. Todo ello preparado para una
despiadada degradación de los materiales que no tardará en evidenciar -incluso
para el turista veloz- la naturaleza mentirosa de estas casas que, nada menos,
constituyen la fachada, la primera línea visible de la panorámica más bella y
conocida de Salamanca».
Según y cómo fueran las previsiones, recomendaciones y niveles de protección
sugeridos para los edificios afectados por el catálogo de rehabilitación del Plan
Especial, es cierto que algunos resultados han sido muy deficientes. Es la eterna
disyuntiva, muy debatida dentro del ámbito de las ciudades con patrimonio
interesante -no solamente el monumental estricto-, de actuar con criterios
restauradores historicistas (y entonces debemos hablar más de recreación que de
rehabilitación) o integrar nuevas fórmulas junto a estructuras clásicas (veáse, por
ejemplo, la polémica solución adoptada en la ampliación de la Casa Lis para
Museo). Sin embargo, es en el diseño de los espacios públicos donde no termina de
acertarse o definitivamente se fracasa. Y normalmente por una simple cuestión que
tiene que ver con la propia formación del proyectista y el buen gusto, facetas que
rara vez coinciden, la verdad. Las nuevas corrientes minimalistas del diseño urbano
suscitan sensaciones de monotonía y rigidez con los entornos donde se enclavan, y
en lugar de resultar áreas que inviten al encuentro, remueven de los asientos a
quien allí decide reposar o simplemente pasar el rato. En ellas hay toda una
parafernalia de mobiliario urbano, coqueto, muy “in”, dispuesto en la calle o la
plaza como si de una feria de muestras cualquiera se tratase esperando al mejor
comprador.
La falta de acierto para conjugar con armonía aquel espacio público se da por
ignorancia. En el diseño urbano el ciudadano rechaza inconscientemente lo que es
sofisticado, geométrico, homogéneo y granítico, porque no le transmite sensación
de utilidad. Y las sensaciones y necesidades de los futuros usuarios deberían
tenerse en cuenta siempre. Se aprende mucho más con ello que repasando los
catálogos de elementos de mobiliario.

27 de mayo de 1999
PATRIMONIO Y ACCESIBILIDAD

La Ley 3/1998, de 24 de junio, de Accesibilidad y Supresión de Barreras, de


aplicación para nuestra Comunidad de Castilla y León, fijaba como objetivo
fundamental establecer «el principio de accesibilidad para todos como un derecho
de progresiva ampliación que debe primar en cuantos conflictos de intereses se
susciten», puesto que tal valor servía para subrayar características consustanciales a
un estado democrático, tales como la pluralidad social y cultural, pero también el
respeto por los diferentes grados de aptitud que unos y otros tenemos y podemos
desarrollar en la relación mantenida con el entorno en el que vivimos, trabajamos o
disfrutamos.
El artículo 27 sostiene que la Administración autonómica tiene la obligación de
asegurar el acceso a la cultura a los discapacitados y a que éstos tengan todas las
facilidades para poder disfrutar de los servicios prestados por las Administraciones.
Curiosamente los cuatro puntos se refieren a bibliotecas, publicaciones o
programas culturales, pero nada dice sobre el conocimiento y la cultura que
aportan Museos, Archivos o monumentos. Para comprender que este pequeño
despiste parece basarse en el problema que supone la adaptación de edificios
catalogados a sus necesidades, basta con leer las Disposiciones Adicionales 1ª y ª,
sobre todo, donde se trata muy brevemente estos casos en los que la aplicación de
la Ley afecta a bienes que formaran parte del patrimonio histórico español.
Aquí es entonces donde el derecho antes defendido se topa con una cierta
paradoja; la propia que se deriva de la protección establecida en la Ley 16/1985, de
25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. En este caso la aplicación de la Ley de
Accesibilidad «se atemperará en lo necesario a fin de no alterar el carácter de dichos
elementos, debiendo constar siempre el oportuno informe favorable del órgano
competente en materia de Patrimonio». Las determinaciones no aparecen muy
claras porque necesitan sostenerse en informes periciales y porque no es difícil de
imaginar las enormes dificultades para fijar unos criterios que nunca podrán ser
uniformes sobre en qué Monumento, Palacio, Museo o conjunto singular puede
facilitarse el acceso, alterando parte de su entorno o adaptando la estructura propia
del edificio a ese fin.
De lo que no hay duda, porque existen, es que en otros países comunitarios se
han realizado exitosos experimentos sobre este tipo de adaptaciones en los
entornos monumentales porque es incontrovertible que la cultura no puede
reducirse a facilitar el acceso a bibliotecas, palacios de congresos o teatros (algunos
salmantinos no cumplen este requisito de la Ley, supongo que relajados por el
plazo que se ha otorgado en la misma de una década para adaptarlos), ignorando el
resto del patrimonio y lo que ofrece en beneficio de la cultura.

8 de julio de 1999
BIENES DE INTERÉS CULTURAL

Se ha notado en los últimos dos meses una preocupación general, en unos y


otros, por tratar de buscar acomodo como sea a futuros aparcamientos en la ciudad.
Hasta ahí no me parece algo extraño; es más, anticipo que será cada vez más
frecuente y necesario, a medida que continúe la tendencia de hacer peatonal todo el
centro histórico, porque las plazas de aparcamiento que se quitan de allí, habrá que
compensarlas en algún otro espacio.
Es justamente lo que ha ocurrido hasta la fecha con las primeras calles
peatonales. No se puede decir taxativamente que los futuros aparcamientos
previstos incrementan en tanto el número de nuevas plazas de estacionamiento,
sino más bien que la ciudad central recupera con ellas las que tenía y perdió, a costa
de hacer peatonales algunas de las arterias principales del Casco Histórico; así que,
en un balance provisional de sumas y restas estamos, casi como al principio.
Sin embargo, en este afán de proponer alternativas de aparcamiento es
sorprendente el desparpajo con que se formulan diversas posibilidades de
localización, según el día, sin tener en cuenta para algunas sugerencias concretas lo
que determina la magnífica Ley 16/1985, del Patrimonio Histórico Español, de 25 de
junio, en su Título II, respecto de los Bienes inmuebles de Interés Cultural (BIC),
de los que Salamanca capital, por cierto, tiene 37 censados. Quiero pensar que esa
actitud sólo es producto de la ignorancia o del arrebato apasionado de salmantinos
lígrimos, y no de otras dudosas intenciones. No es obligatorio que todos tengan
que conocer toda la legislación específica (aunque tampoco pasa nada por ello si
existe verdadero interés), pero sí debieran leerla y comprenderla bien, al menos,
aquellos que opinan, haciendo participar de sus ocurrencias a otros más legos y
generando a veces con ello un estado de opinión mal dirigido.
En lugar de buscar emplazamientos donde el punto de referencia sea el hecho
anecdótico o sibarita de que uno esté en el interior del recinto histórico cuando
sale del coche (craso error de diversas ciudades históricas en Europa), más valdría
localizar otros, como son los aparcamientos «disuasorios», que sí funcionan mejor
y, como el mismo adjetivo indica, sacan el problema de estacionar fuera del sensible
espacio, sin emplear como criterio primordial que a tantos minutos -a lo sumo,
cinco-, se encuentra este o aquel monumento. Callejear es bueno siempre.
En el caso del turismo vienen a eso, y la ciudad monumental no es un Safari-
Park en el que el patrimonio y su ambiente deban verse a golpe de coche.
Posibilidades hay muchas, pero tenemos siempre la querencia de escoger las más
desafortunadas, preguntando retóricamente por qué no se les habrá ocurrido tal o
cual idea a los técnicos, y me consta que ellos, en ocasiones, observan el desarrollo
de la polémica con chacota y paciencia infinitas.

29 de julio de 1999
NUEVOS USOS

Uno de los aciertos mayores que ha tenido la política de rehabilitación urbana


en España, desde que se iniciara ésta allá por los comienzos de la década de los
años ochenta, ha sido la revitalización de edificios de grandes dimensiones,
palaciegos en unos casos, señoriales en otros, siempre singulares por su traza, su
función histórica o la situación privilegiada que antaño y hoy ocupan todos en el
núcleo consolidado de cualquier ciudad. Es, desde luego, una feliz realidad.
Con esta medida de preservación del continente inmueble, mediante la
atribución de nuevas funciones, generalmente de carácter institucional o cultural,
las ciudades recuperan para sus actividades diarias la presencia de estos baluartes
históricos, porque cada vez más se exige estar al día en servicios, equipamientos y
comodidades. Y si estos núcleos urbanos ostentan una representación patrimonial
de excepción, los consistorios se devanan las entendederas para encontrar
desesperadamente cualquier cubículo, de entre todos los que existen en su espacio
urbano, para conseguir los fines que la sociedad reclama o incluso ellos mismos y
sus propias circunstancias, que de todo hay. Con los apremios propios de estas
obligaciones que se imponen todos los estamentos implicados, la idea de
preservación y reutilización primigenia se diluye un tanto, para dejar paso a otra
más pragmática del tipo: «¿de qué disponemos para esta función?».
A las capitales de provincia más modestas comienza a llegar una segunda fase
del proyecto de adaptación de edificios históricos a nuevas funciones. Se trata de
ampliar los horizontes de la búsqueda -más que nada porque ya van quedando
pocos palacios o mansiones en pie o con los requisitos que se espera que tengan- y
los afectados (según se mire) son ahora antiguos cuarteles en desuso por la
reestructuración de las unidades, naves fabriles de principios de siglo, con su típica
arquitectura de hierro o, como en el caso reciente de Salamanca, el notable ejemplo
de arquitectura de prisiones, representado por el establecimiento de la antigua
Cárcel Provincial (J. L. Aranguren, 1930), en terrenos que ya están plenamente
incorporados a la ciudad.
La única objeción que cabe poner a esta apremiante necesidad de reconvertir
edificios para alojar nuevas actividades, según lo exijan circunstancias,
subvenciones y plazos, está en saber si podrá conseguirse un equilibrio de la
función con el entorno, algo que suele desdeñarse con frecuencia, pero que es una
razón de peso, si se quiere dotar a la ciudad de un equipamiento armónico en lugar
de disonante. Por fortuna no se perciben en Salamanca futuras barrabasadas en
nuestro periplo hacia el 2002, lo que es un consuelo, pero conviene no bajar la
guardia porque, en esta ciudad, el salto entre la sensatez y el disparate de
temporada no es tan insólito como pudiéramos pensar, que de ejemplos está
preñada la historia.

12 de agosto de 1999
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS

La Ley del Patrimonio Histórico Español define como Monumentos «aquellos bienes
inmuebles que constituyen realizaciones arquitectónicas o de ingeniería, u obras de
escultura colosal, siempre que tengan interés histórico, artístico, científico o social».
La atribución a un monumento de la consideración de Bien de Interés Cultural le
permite gozar de una protección singular con respecto a otros inmuebles que no lo
tienen. El art. 9.4 de la Ley especifica el hecho de no podrá ser declarado como tal
la obra de un autor vivo, salvo que existiera una autorización expresa del
propietario o la Administración decidiera adquirirlo.
En los catálogos de edificación que algunos de los Planes Generales más
sensatos se han decidido a elaborar sobre diversos ejemplos de la tipología
arquitectónica de cada ciudad, y también en los trabajos más frecuentes debidos a
las delegaciones del Colegio de Arquitectos, se ha establecido en su proceso de
selección el límite temporal de los años cuarenta con el final de un estilo
racionalista muy transformado.
Es frecuente observar hoy en Salamanca diversos procesos de construcción
por sustitución edificatoria que suelen afectar con mayor frecuencia a la edificación
construida en esa época, juzgada generalmente de escaso interés en cuanto a sus
aportaciones formales, dentro de un contexto histórico difícil y pobre donde
imperaba un revisionismo de tipologías de fuerte tipismo rural. De modo que el
panorama de los edificios con cierto valor, levantados entre la década de 1940 y
1960, ofrece una amplia laguna de obras reconocidas como modelos, impuesta
quizá por una errónea justificación de que falta para ello una perspectiva histórica
suficiente, a pesar de los esfuerzos recientes por mostrar mediante exposiciones
diversas los valores más inmediatos de la aportación arquitectónica profesional
sobre el tejido de las ciudades. Hay también una cierta renuencia formal a buscar
en determinados estadios de la historia contemporánea del franquismo para
encontrar modelos, en este caso de arquitectura residencial que debemos desterrar
por completo, porque la historia, para ser efectiva, debe ser siempre memoria viva.
Es una lástima que estén desapareciendo con un ritmo acelerado,
enmascarados en el complicado proceso de la construcción residencial donde «lo
nuevo siempre es mejor», algunos modelos que deberían persistir como huellas en
perfecto uso de lo que antaño fueron los ejemplos residenciales de la ciudad
española de aquel difícil periodo, en lugar de permanecer sólo en nuestras
colecciones de fotografías, donde tratamos de perpetuarlos.

2 de septiembre de 1999
HISTORIA, DESARROLLO Y REALIDAD

Vivir en exclusiva del pasado no siempre resulta lo más conveniente. Aferrarse


con desesperación a los símbolos de antaño, precisamente porque estos fueran
relevantes entonces o cumplieran su cometido inicial, termina por atrofiar
cualquier atisbo de ideas nuevas -o simplemente ocurrencias- y la funcionalidad
que tratamos de trasladar a hoy desde el ayer no acaba de resultar. En el análisis de
la historia general del Estado y de la intrahistoria particular de poblaciones con
escaso vínculo espacial de preeminencia -tal es el caso de Salamanca- siempre se
encuentran ejemplos significativos de ocurrencias y proyectos que se trasladan de
unos lustros a otros. Al prolongarse más en el tiempo puede incluso que
terminemos por hablar de siglos.
En Salamanca, el conjunto monumental y la Universidad han sido dos
elementos históricos a los que se ha recurrido como referencias irrefutables,
tratados, eso sí, con distinta intensidad, según épocas, modas, intereses o
necesidades. Los cronistas locales del siglo XIX, en su afán por demostrar que su
buen hacer estaba a la par de los enciclopedistas franceses, nos dejaron buenas
muestras de recopilación histórico-monumental de las riquezas atesoradas o
perdidas en la ciudad. Claro está que este matiz monumentalista indujo con el tiempo
a despreciar la trama viaria y la morfología urbana del parcelario que acompañaba
al resto de las piezas arquitectónicas. En Europa, también afectados en parte por
esta forma parcial de valorar lo monumental e histórico, se produjo un cambio de
criterio a partir de 1972, y en el caso de Salamanca, desde 1984. Pero hoy la
referencia de la ciudad de Salamanca y su provincia debe completarse con otros
elementos que indiquen desarrollo y capacidad de relación espacial, y que son los
que precisamente nos faltan y con los que no podemos ofrecer a quienes nos
visiten en los próximos dos años una garantía de modernidad real. Este concepto
se mide en la actualidad por el potencial de conexión que se mantiene con el resto
de provincias colindantes, por la calidad y desarrollo de las relaciones con el vecino
Portugal, por los servicios de transportes de pasajeros y mercancías que se generan.
En definitiva, por la solvencia en la conexión espacial del territorio salmantino.
Dice un axioma atribuido de forma maledicente a un especialista teórico de la
conservación del patrimonio que cuando funcionan las políticas de rehabilitación
es porque los gobernantes no necesitan ocupar su tiempo en tratar de solucionar
otros problemas más urgentes, en diversos ámbitos espaciales de la ordenación
territorial. Pues bien, en el caso salmantino el desarrollo del Plan Especial ha
funcionado con mucha corrección pero seguimos necesitando una urgente
atención de mayor calado y distinta escala que consiga convencer a los
responsables de que en esta provincia necesitamos mejorar nuestra relación
espacial ya.

30 de septiembre de 1999
HISTORICISMOS, PASTICHES, INNOVACIONES

En procesos avanzados de restauración y rehabilitación del patrimonio


histórico, cuando existe la oportunidad de intervenir sobre edificios cuyo nivel de
protección permite reformas y añadidos evidentes, suele suscitarse cierta polémica
en la que participan ciudadanos, aficionados, profesionales y expertos. Son
opiniones sobre gustos y estética; expresiones de rivalidad técnica, sana y no tanto;
juicios de valor y prejuicios. En la práctica se trata de anticipar soluciones que
finalmente no sirven de nada, una vez consolidada la obra de reforma. El
profesional interesado resuelve su interpretación de las proporciones y el entorno,
y según marca su criterio, construye.
Esta libertad de intervenir, interpretando la historia y añadiendo propuestas
actuales, ceñida siempre por las ordenanzas y rigores de control que se establecen
al amparo de un Plan Especial, ha sido una constante preocupación en los foros
internacionales que a lo largo del siglo han velado y analizado el patrimonio y su
adaptación contemporánea a nuestra sociedad. En este sentido, en 1964, la Carta
Internacional de Venecia sobre la Conservación y Restauración de Monumentos y Conjuntos
Histórico-Artísticos fijaba en los artículos 11, 12 y 13 algunas indicaciones de
estimable interés: «Las valiosas aportaciones de todas las épocas en la edificación
de un monumento deben ser respetadas, puesto que la unidad de estilo no es un
fin a conseguir en una obra de restauración» (...). «Los elementos destinados a
reemplazar las partes inexistentes deben integrarse armoniosamente en el conjunto,
distinguiéndose claramente de las originales, a fin de que la restauración no
falsifique el documento artístico o histórico». «Los añadidos no deben ser tolerados
en tanto que no respeten todas las partes interesantes del edificio, su trazado
tradicional, el equilibrio de su composición y sus relaciones con el medio
ambiente».
Se trataba de controlar la inevitable tentación de recurrir al historicismo para
recuperar el edificio, empleando la estética y apariencia tradicionales, técnica que,
curiosamente, es la más aceptada por el público lego en tales asuntos (véase lo que
hoy sucede en La Alberca). Pero también querían evitar añadidos pastiche de
evidente mal gusto, donde las fachadas se resolvían con un eclecticismo de
filigranas, arcos, proporciones de huecos y materiales vistos, disonantes.
La innovaciones acertadas con estas premisas e indicaciones son rara avis, porque
técnica y sentido común -es decir, estudio, información y mucha reflexión- no
suelen manifestarse con la misma correspondencia -si es que se presentan, claro-.
De las tres posibilidades hay ejemplos en Salamanca para fotografiar y analizar, y
seguirá habiendo, de eso no cabe duda. El paso del tiempo servirá para demostrar
si resisten la vejez o quedan estigmatizados con motes populares, como hitos de
referencia. ¿Cabe algo peor, además de la ruina?

25 de noviembre de 1999
CUMPLIR LA LEY

España está a la cabeza de Europa en el número de inventores y de inventos


patentados, pero, en cambio, manifiesta una inclinación nada frecuente a quedarse
en la cola de esta fila comunitaria en el respeto por la norma, las leyes o los
acuerdos, aunque provengan éstos de una simple comunidad de vecinos.
Con chulería e ignorancia (no pasa nunca nada), nos saltamos a la torera casi
todo; buscamos atajos al menor síntoma de agobio ante una orden, un decreto, una
indicación. Interpretamos lo propio y lo del resto, nos afecte o no, porque sí,
porque nos peta. Participamos airadamente en cualquier discusión sin preguntar,
primero, si nos afecta y segundo, si tenemos razón. Naturalmente, todo está sujeto
al debate y la controversia, pero siempre y cuando se suponga un conocimiento
elemental de lo que hablamos, por qué surge la disquisición y adónde queremos
llegar con nuestra opinión. Lo demás son juegos de ilusionismo. La opinión sin
fundamento alguno puede llevar al más espantoso ridículo y no aportar nada.
Desde que se anunció la retirada de los toldos, agarrados como rémoras a los
arcos de la Plaza Mayor, no dejamos de leer todo tipo de juicios, algunos
interesantes, otros divertidos y la mayor parte, desorientados en sus dictámenes.
Observado este cómico proceso desde fuera (me recuerda a tantas otras polémicas,
propias de los periódicos costumbristas locales desde el siglo XIX como «El
Adelanto», «El Lábaro» o «El Noticiero Salmantino»), la controversia se desliza por
varios frentes mezclados: toldos no o toldos sí; no a la canícula y al achicharre
general y sí a la sombrita para sestear; sombrillas o paraguas; toldos escamoteables
o toldos-tienda. Hay otro pequeño grupo de voluntarios opinantes que se vuelcan
contra personas con nombres y apellidos, con una fuerte carga de acíbar,
lanzándose a una cruzada histriónica de difamaciones personales. Parece claro que
casi nadie de estos polemistas de tertulias de café y periódicos se ha leído la Ley
16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. Adelanto para aquellos
afectados por el despiste que es entretenida, interesante y muy precisa, lo cual es
toda una novedad viniendo de un texto semejante. Allí leerían y aprenderían, entre
otras muchas cosas, que su artículo 19 dice en el apartado 3º: «Queda prohibida la
colocación de publicidad comercial y de cualquier clase de cables, antenas y
conducciones aparentes en los jardines históricos y en las fachadas y cubiertas de
los monumentos declarados de interés cultural. Se prohíbe también toda
construcción que altere el carácter de los inmuebles a que hace referencia este
artículo o perturbe su contemplación». ¿Cabe continuar con polémicas y
acusaciones de patio de colegio sin seguir haciendo el ridículo? ¿No está la Ley
para cumplirla? ¿Se conoce en esta ciudad qué significa «Salamanca, Patrimonio de
la Humanidad»? Creo que no.

6 de julio de 2000
SENSACIONES

La ciudad rehabilitada se percibe de otra manera. El atributo principal de la


reforma urbana en cascos tradicionales empieza en el saneamiento y termina por la
rehabilitación de viviendas. Pero la condición de ciudad sólo se adquiere con la
pátina del tiempo, el transcurso de las décadas y el intercambio tradicional de la
relación humana y personal. Este aspecto no se ha conseguido en los mejores
planes de intervención ejecutados hasta la fecha. En realidad ésta no es una
aspiración posible hoy. Tan sólo la mirada cargada de nostalgia, que busca la
complicidad con los ambientes y atmósferas llenos de humanidad tradicional -no
meramente la funcional y arquitectónica-, puede echar en falta el ambiente de
ciudad histórica. Ya sólo queda añorar.
Las formas nuevas que sustituyen no añaden matices; más bien desnudan los
que ya existían. La ciudad rehabilitada camina hacia otros tipos más indefinidos. La
ciudad tradicional de fin de siglo, tras el cuidado minucioso de sus restauradores, se
muestra vencida y vendida al sector que hoy inyecta dinero y mañana quién sabe
qué más. El turismo al uso no existía a principios de siglo; eran viajeros de
alpargata y plumilla a medida de la ciudad tradicional. Un turismo de proporción
adecuada, nada agresivo, esporádico y agradecido. El trasiego de visitantes excelsos
nos dejó, como agradecimiento impagable, sus sensaciones personales en papel.
Hoy nadie escribe de lo que ve en Salamanca cuando nos visita, y menos lo
proclama a los cuatro vientos. Eso queda para las revistas de viajes que guían, con
una terquedad propia de los tiempos aborregados que vivimos, el «consumo
cultural del ocio» (¿qué demonios querrá decir este eufemismo?)
Las sensaciones en la ciudad rehabilitada de Salamanca son confusas. La idea
de «espacio vivido», usada como argumento teórico por los urbanistas, no se
corresponde con la de «espacio compartido». Si al centro tradicional de Salamanca
le quitamos la plaza mayor, apreciamos de inmediato cómo carece de otro lugar de
vivencias. El resto es una terciarización universitaria, institucional y turística, brutal,
que tiene de todo menos de relación e intercambio. Es una condición específica de
Salamanca y Santiago de Compostela. Incluso la Universidad ha terminado
huyendo en parte del espacio histórico que la vio nacer. Un casco tradicional
auténtico, como conjunto homogéneo a modo de ciudadela, sí lo posee la vecina
ciudad patrimonial de Cáceres.
En Salamanca hoy se refuerzan los contrasentidos a los que ha guiado la
rehabilitación urbana de forma inconsciente. La ciudad monumental ha renacido,
pero también se ha puesto en manos de un mercado que no vive de sensaciones y
sí más bien de rentabilidades. Y cuando algo se presume rentable, pierde lo que fue
hasta entonces y se convierte en otra cosa.

14 de diciembre de 2000
EL PARQUE ARQUEOLÓGICO

El Anteproyecto para la protección de los restos de la planta del antiguo convento de San
Vicente y urbanización de su entorno, encargado en diciembre de 1999 al equipo
multidisciplinar formado por los arquitectos Pablo Núñez Paz, Pablo Redero
Gómez y Juan Vicente García; el ingeniero de caminos Jesús Rodríguez Martínez y
el arqueólogo Carlos Macarro Alcalde, mediante concurso público será, tras su
construcción, un acontecimiento de extraordinaria importancia para Salamanca; el
hito más trascendental y simbólico en la ordenación cultural de un espacio interior
del Plan Especial, desde la edificación del Palacio de Congresos y Exposiciones de
Castilla y León, por varios motivos.
El primero tiene que ver con el enclave actual del futuro proyecto y su relación
con la protohistoria de Salamanca. Los orígenes primigenios del asentamiento se
encuentran allí y han sido profusamente estudiados en sucesivas campañas desde
1989, con las que se han descubierto y datado los vestigios más remotos del lugar,
a finales de la Primera Edad del Bronce (año 1000 a. C.). Esto permite situar a
Salamanca como una de las ciudades españolas con el enclave primitivo de
fundación, más antiguo. Las prospecciones posteriores permitieron rescatar
cabañas de planta circular con fábrica de adobe, de los siglos VII-V a. C., y castros
celtíberos, entre los siglos IV-I a. C. Sólo por semejantes vestigios, la campaña
arqueológica resulta sobresaliente; magna. Pero, además, el espacio originario del
primitivo solar salmantino se enriqueció posteriormente con la construcción allí de
un convento, el de San Vicente, fundado en el 660 y en propiedad de la Orden
Benedictina, por mandato de los Reyes Católicos, desde el siglo XV.
Un convento que creció, engrandeciéndose de proporciones y arte, entre los
siglos XVI-XVIII, hasta convertirse en uno de los edificios más importantes de la
ciudad, con el porte de sus tres plantas sobre el resalte del Teso de San Vicente. El
portentoso dibujo panorámico de la ciudad, detenido para la historia por la mano
genial de Anton Van den Wyngaerde en 1570, así lo atestigua. Después, las tropas
francesas lo convirtieron en bastión a principios del siglo XIX, desmontando la
estructura para aprovisionar de materiales los puntos más débiles en la defensa Sur
de la ciudad. Y terminó arrasado.
El Proyecto demuestra una integración exquisita de paramentos, contrafuertes y
pavimentos del convento, con los hallazgos excavados, y la construcción del
Parque Arqueológico. Un convenio con la Universidad Pontificia permitirá
eliminar la postilla actual -fragmento construido en 1949- del colosal proyecto
original del Colegio Hispanoamericano. La articulación del conjunto resultante,
respetuosa con el Teso y el resto de la urbanización, debieran merecer, con toda
justicia, en su momento, un premio arquitectónico. Este proyecto museístico es un
lujo para Salamanca y la cultura.

16 de agosto de 2001
USOS DEGRADANTES DEL PATRIMONIO

Un paseo por las Ciudades Patrimonio de la Humanidad en España, tras diez


años de pruebas estéticas, permite constatar in situ que todas se van pareciendo más
en el ornato de sus recintos.
Diversos acuerdos conjuntos han querido dar una pátina homogénea al
mobiliario y a otros aspectos visuales de representación (los publicistas lo llaman
«señalética»; qué neologismo más pedante). Alguna mente preoscura determinó que
presentar los productos patrimoniales de todas por igual al turista-tipo, ávido de
empaparse de cultura por simpatía (contacto entre tríptico informativo y pateo del
sector monumental), es más eficaz y mejora, además, la calidad de los entornos.
Eso es mucho presuponer.
La práctica abusiva de mobiliarios urbanos que lo invaden todo demuestra un
manifiesto horror vacui ante el espacio público histórico. Allí la decoración
tradicional solía ser sencilla. Los ambientes y las atmósferas (que también forman
parte del patrimonio cultural heredado), se están perdiendo para siempre en casi
todas estas ciudades monumentales. Lamento siempre tener que poner como
contraste el extraordinario ejemplo de ciudad que es Cáceres para comprender a
qué me refiero cuando empleo los términos «ambiente y atmósfera». Aquél sí es un
«recinto histórico» tal como los expertos los definieron en la lejana década de los
años sesenta.
El absoluto desconocimiento de personas que deberían entender sobre la
relación espacial entre patrimonio, ambientes, espacios, proporciones, equilibrios
formales, jardines históricos y huertas tradicionales, provoca que muchos
intersticios tradicionales se acaparen para asignarles un uso inadecuado. Algunos
han argumentado, con simpleza impropia de su teórica formación, que nada hay
más interesante que practicar la arquitectura posmoderna de incrustación, para
dejar hitos propios a las generaciones postreras. Este argumento es falaz.
Si algo caracteriza a nuestra cultura post-industrial es su capacidad para crear
nuevos espacios de relación, allí donde un arquitecto es capaz de mostrarnos su
idea con plenitud. La mirada ávida que gira hacia el centro histórico para tratar de
dejar allí su huella, responde a una pretensión de egolatría formal; de querer
perpetuarse con el símbolo o la obra, y que todos lo recuerden. Pero eso no hace
ciudad, sólo satisface caprichos.

7 de febrero de 2002
LA PLAZA MAYOR SE DESPIDE

Si la Plaza Mayor no hubiera cumplido la función histórica de ser multiforme,


un ágora pública dotada de la virtud de la mixtura; un espacio testigo de la
constante mutación de gentes, espectáculos y formas; si nada de aquello hubiera
sucedido, ningún escritor viajero, ningún fotógrafo histórico, habrían encontrado
otro sentido al fotografiar sus encantos que el meramente monumental.
Ni siquiera habría sido posible el repaso visual y casi antropológico de Conrad
Kent. Sencillamente, no existiría. De modo que debemos agradecer a la capacidad
humana para las relaciones públicas, al afán por convertir rasgos de la vida común
en espectáculos callejeros, el sentido de integración social que ha tenido lugar en
dicho espacio desde su construcción. Esto no es algo nuevo; sólo una mera
redundancia. Los espacios urbanos abiertos, monumentales o no, de villa o ciudad,
son puntos de encuentro. Y la Plaza Mayor adquirió empaque por esto.
La celebración y las reuniones sociales en ella otorgaron, con el paso del tiempo
y las sociedades, un sentido humano trascendente a este glorioso monumento,
construido de retazos arquitectónicos imperfectos, hilvanados con precisión de
joyero. Pero el criterio de ágora o espacio abierto a espectáculos de todo tipo que
se ha venido usando, debe cambiar, porque el ámbito del patrimonio español
definió su arquitectura como Monumento. Además esa apreciación está arropada
por una reciente educación legislativa, política y social, de raíces internacionales,
que aboga por la conservación.
La Plaza es un monumento y debe tratarse como tal. A pesar de haberse
construido la ciudad en torno a ella, con una querencia por el centripetismo, su
función de espacio cultural receptor, tal y como se ha explotado hasta ahora, debe
terminar. Salamanca tiene ahora su primera oportunidad para demostrar cómo una
ciudad es capaz de renovar el sentido espacial para disfrutar de los espacios
urbanos y la cultura. Nunca antes se concentraron en el tiempo tantos edificios
distintos con funciones culturales. Y lo que es más importante, algunos de gran
capacidad están en lugares alejados del centro (con toda seguridad el acierto
urbanístico más trascendente desde 1992).
De este modo, podremos sustituir la función tradicional de la Plaza Mayor
como acogedora de encuentros culturales diversos. Deberíamos ser justos,
conceder a la Plaza un retiro respetuoso y agradecer así su esfuerzo.

13 de junio de 2002
EL ÁGORA EN EL SIGLO XXI

Ninguna otra ciudad mantiene con su Plaza Mayor una relación de tanta
intensidad como Salamanca. El último de los espacios históricos de extensión de la
ciudad, huyendo siempre del río, por insano entonces, terminó convertido en el
centro solemne -y no tanto- de los paseos, reuniones y actividades diversas, que
fueron mutando en el mismo sentido en que lo hacía su sociedad. La Plaza Mayor
es el espacio arquitectónico cerrado más abierto y permeable de cuantos pudieran
imaginarse.
Sólo un arquitecto del siglo XX, Lorenzo González Iglesias, supo entender,
en 1954, la pretensión arquitectónica de sus proyectistas, al diseñar él la
pavimentación general con un tratamiento sencillo, heredado hasta hoy. Porque la
Plaza fue y es una construcción cuyo diálogo arquitectónico mantenía una doble
dirección necesaria: de conjunto, como plaza; e interior, como espacio que necesita
del vacío estructural en su centro para alcanzar el sentido último de sus
proporciones.
Es decir, la Plaza Mayor lo es tanto por su extraordinaria fábrica de conjunto
como por el refuerzo estilístico de convivir con los espacios vacíos. Antes de
González Iglesias, los trabajos fotográficos de Gombau, y después, la
reconstrucción histórica de Conrad Kent, pusieron de manifiesto lo mucho que
quedaba empequeñecida su grandiosidad con el centro ocupado por instalaciones,
al uso en la tradición urbana de los espacios públicos a finales del siglo XIX y
principios del XX. Sin embargo, este éxito, que se consiguió al despejar el espacio
de la Plaza de otras arquitecturas de adorno, se refuerza hoy para buscar el purismo
en el cuidado de la misma, legislación en mano. Tan loable preocupación no está
reñida con la instalación de estructuras sencillas y efímeras que concitan la reunión
espontánea de los salmantinos, en una ciudad donde las relaciones sociales en la
calle se limitan a seis meses, debido a las condiciones climáticas. Las terrazas
invasoras no son el único recurso.
La recuperación de espacios peatonales permite enriquecer la oferta de
instalaciones exógenas, pero la Plaza Mayor no debería quedar excluida para
desarrollar exposiciones o ferias como la del libro. De ninguna forma deben volver
los conciertos o los espectáculos de masas, a pesar de que se tuvieran en cuenta
cuando redactamos el Plan de Protección Civil. Un reglamento adecuado, que sepa
discriminar las actividades permitidas en ella, resolvería para siempre tanta
discusión (la historia se repite) sobre su uso.

12 de junio de 2003
CAVILACIONES SOBRE PATRIMONIO HISTÓRICO

En octubre de 1979 se desarrolló en Madrid el primer Congreso del Patrimonio


Histórico, organizado por la extinta ADELPHA (Asociación de Defensa Ecológica
y del Patrimonio Histórico-Artístico, nacida como tal en 1977).
Desde entonces, la producción científica y divulgativa sobre el valor del
patrimonio y su uso, las formas turísticas de mostrarlo obteniendo rendimientos, y
las modas y técnicas para rehabilitarlo, ha sido ingente, diversa y dispersa. Tantos
profesionales distintos opinando o postulando sobre esta cuestión han ido
emborronando sin remisión muchas de las ideas, sugerencias y principios originales
que antaño se deslizaron en aquel Congreso.
La planificación especial sobre los centros históricos fue el mecanismo de
gestión urbanística más interesante de la década de los años ochenta y noventa del
pasado siglo. Pero después, poca de esa gestión singular en las ciudades y villas
patrimoniales mantuvo su revisión continuada. Y entonces empezaron las
desviaciones de los modelos originales. Se había intervenido oxigenando los
centros históricos que agonizaban y esa misma inyección de dinero público atrajo
la avidez.
El patrimonio empezó a derivar el sentido original de la preservación hacia otro
campo, el económico del turismo de visita apremiada, que permitía asegurar en
apariencia la supervivencia de poblaciones empobrecidas y desestructuradas por la
emigración. Hoy el despiste sobre el patrimonio es general en toda la sociedad. Si
formuláramos interrogantes sencillas como qué es el patrimonio histórico; cuáles
son las diferencias -algunas considerables- entre «rehabilitar», «vaciar»,
«reconstruir», «falsear» y «restaurar»; qué es una «Ciudad Patrimonio de la
Humanidad» y en qué consisten sus obligaciones internacionales; qué son los
entornos de protección de un monumento; qué es un «Bien de Interés Cultural»;
cuántos ciudadanos -que no sean técnicos afectados-, se han leído por interés y
comprenden, por ejemplo, la legislación nacional de Patrimonio de 1985 o la
específica de nuestra Comunidad, que tiene apenas un año de vigencia; si
preguntáramos cuestiones así, la desazón ante las respuestas sería inmediata.
Tras veinticinco años de pensar, diseñar, ejecutar y marear la planificación en
los ámbitos históricos, tal vez convendría simplificar todo más. Recuperar los
planteamientos primigenios que apenas parecen importar, cuando el factor
económico de la rentabilidad perfila el horizonte.

9 de octubre de 2003
EL PORVENIR DE LAS CIUDADES PATRIMONIO

A finales de la semana pasada, en el contexto de un Congreso Internacional que


se titulaba «El espíritu de las ciudades europeas: Cáceres», desarrollado en aquella
ciudad, me interrogaba una periodista de televisión sobre cuáles debían ser los
modelos -ella preguntaba por nombres y filiaciones de ciudades, directamente,
claro- en los que debía fijarse Cáceres, como punto de partida para conseguir un
futuro mejor. Confieso que tal cuestión me dejó ojoplático y sumido en cierta
preocupación.
No revelaré mi respuesta aquí, pero sí puedo afirmar que esta idea de tomar
referencias de unas ciudades para aplicarlas en otras es un recurso tan viejo como
lo son las urbes en el mundo. Eso también demuestra que en la Historia, los ciclos
sin ideas brillantes se repiten. Y estamos inmersos en uno más. Las ciudades que
destacaron en el pasado lo hicieron porque supieron huir de la simbiosis formal
con otras coetáneas. Y por esa razón se convirtieron en paradigmas.
Con la velocidad que se producen los procesos urbanos hoy, apoyados
precisamente en la inmediatez y efectividad con la que se propaga cualquier noticia
de espacios lejanos, se está incurriendo en el lado más negativo de la globalización:
el mimetismo urbano que, por asimilación cómoda de ideas y proyectos ajenos,
despersonaliza los espacios y arrasa con la tradición singular de las ciudades
históricas. La trivialidad, mala pécora de nuestro tiempo, es atractiva, en el fondo y
en la forma, por la sociedad actual huidiza del esfuerzo de pensar. Por eso resulta
imposible erradicar su influencia, también sobre las ciudades con personalidad
histórica singular.
Nadie parece darse cuenta de que aquellas raíces que afianzaron la construcción
social de las ciudades, fueron sanas y fuertes precisamente porque el signo de la
distinción existía en todas. No por lo contrario. Los modelos de gestión que
parecen adoptarse para las Ciudades Patrimonio refuerzan sus bases ahondando en
la idea y la imagen de conjunto (peligroso recurso ese de la imagen), puesto que tal
representación, de hermanamiento o congregación de todas, traduce a la sociedad
una idea psicológica de fortaleza y coherencia, que no comparto cuando se realiza
desde el punto de vista de la ciudad monumental como producto turístico, como
recurso económico.
El mercado puede transformar y envilecer, porque casi todo es susceptible de
venderse. Incluso el futuro del patrimonio.

22 de enero de 2004
¿EL PATRIMONIO ES DE TODOS?

Es posible que no existan otras oportunidades más excelsas para el espíritu, en


el contexto del patrimonio monumental español, que pasear por el casco antiguo
de Cáceres. Traten de hacerlo a última hora de la noche o al amanecer, cuando la
primavera despierta los crotoreos, graznidos, chirleos, gorjeos y zureos de la
comunidad de aves que habita entre sus torres. Sin apenas nadie que robe
protagonismo al silencio con sus pisadas, se suben y bajan los vericuetos y
fracturas de un callejero de otro tiempo, con parsimonia casi ceremonial,
percibiendo el pasado monumental sobre nuestros hombros, con insólita facilidad
y una gran emoción.
Ninguna ciudad aglutina en sí tal catarsis, ante la cual nadie puede mostrarse
ajeno. Esta transposición de emociones, patrimonio y cultura, sobreviviendo,
incluso, a nuestra destructiva generación, significa un triunfo. Y en Cáceres lo están
alcanzando. Debería ser el fin de todos aquellos que trabajan con denuedo para
que nuestro discurrir por las décadas que nos han tocado vivir, no borre de la
memoria ni de la faz del tejido urbano la expresión histórica de la civilización
humana.
Pero conseguir que ese esfuerzo por recordarnos a cada paso lo que fuimos sea
un éxito, no sólo depende de una legislación específica; de planes de rehabilitación
y excelencia; fuertes inversiones económicas; posturas grupales en defensa del
patrimonio, o asociaciones de ciudades más o menos patrimoniales. Depende, en
esencia, del grado de cultura y aprecio por el patrimonio que se demuestre tener. Si
la educación no sirve para enseñar valores y hacer mejor a la persona, es un
fracaso.
Los múltiples actos de vandalismo que soporta el patrimonio monumental
salmantino hacen dudar acerca de la pregunta que encabeza esta reflexión.
Ninguno de los paneles informativos, en metacrilato polícromo, que enseñan las
casas señoriales cacereñas al visitante (siguiendo el estilo con que la Comunidad de
Madrid muestra el patrimonio arquitectónico no monumental), resistirían el asalto
de las hordas «kontrakulturales» salmantinas. No se encuentra ni una sola firma-
mancha de pintureros urbanos descerebrados en los paseos por el paisaje
monumental cacereño. Pero tampoco en otras ciudades históricas de reciente
visita.
Algo está pasando entre nosotros desde hace años, pero nadie sabe cómo
atajarlo. ¿Cuál es el origen? ¿Quiénes los responsables? No podemos esperar más.

13 de mayo de 2004
LAS CIUDADES Y SU VANIDAD

Hace ya mucho tiempo que las ciudades en el mundo se convirtieron, por


derecho propio, en centros de atracción de sociedades y viajeros. Pero, a diferencia
de lo que antaño sucedía, que el protagonismo de algunas era circunstancial (cada
siglo de la humanidad ha tenido una o dos ciudades primus inter pares, y nunca las
mismas), ahora ese afán por significar algo les sucede a todas a la vez, como si una
epidemia de vanidad se hubiera inoculado en ellas con igual saña y efectividad.
En el ámbito hispano es indudable que los fastos universales de 1992
expusieron ante el resto de ciudades que no se vieron afectadas una forma nueva -y
en apariencia efectiva- de “vender” ciudad. Porque hoy, para triunfar, no importan
tantos los contenidos que se ofrecen cuanto el colorín del celofán que los envuelve.
Y ése es un principio de indudable garantía en el mercado de expectativas que
inventa la mercadotecnia: consumo rápido, banalidad extrema y nuevos productos,
con apenas una armazón de sentido común.
Desde entonces, cada ámbito urbano ha buscado sus razones de excelencia,
acervos, idiosincrasias y cualquier otro sistema que lo reforzara e hiciera singular y
competitivo frente al resto. Adquirir un sello de identidad, una imagen de marca, es
la obsesión de todos los Planes de Excelencia Turística, documentos malos donde
los haya -y por los que las consultoras cobran un potosí-, con una impertinente
obsesión por rentabilizar las ciudades e implantados hoy en casi todas las ciudades
patrimoniales, sin remisión.
La vorágine de eventos, sucesos, galas, acontecimientos, encuentros, ferias,
aniversarios, escaparates, foros, mercados, conmemoraciones, centenarios y
milenarios, homenajes por cuartos y mitades, onomásticas, todo acumulado por
todas partes al mismo tiempo, sólo se explica si, al analizar estos proyectos
efímeros que funcionan como un grandioso escaparate, fundamentamos las
razones sólo en la rentabilidad económica.
Con unas haciendas locales escuálidas, los fondos europeos en retirada y esa
ridícula necesidad de mantener a las ciudades -puedan o no- en un listón muy alto
de solvencia cultural, por encima de su capacidad, no queda -parece- mejor
solución que vender productos para recibir aportaciones en forma de visitantes
turísticos urbanos. Sin embargo, no hay ingreso más insolidario y desigual en el
reparto postrero que aquel que procede de esta fuente de financiación.

8 de julio de 2004
EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO Y DOCUMENTAL

La capacidad y desarrollo cultural de una ciudad debería medirse por cómo


trata el patrimonio arqueológico propio y cómo mantiene su legado documental. Si
así se hiciera, pocos ayuntamientos de los tildados como doctos, y otra serie de
lisonjas ceremoniales, pasarían esta prueba de calidad.
Se suele aducir que los bienes arqueológicos y el patrimonio documental son
espacios de la memoria, esenciales para comprender lo que fuimos, pero a los que
no acuden más que los especialistas. Cuando se facilita la consulta, una vez están
agrupados y bien catalogados los fondos documentales, o se muestran los vestigios
arqueológicos al común de los vecinos, tras una campaña de prospecciones e
integración de los mismos -en el mejor de los casos-, la respuesta ciudadana
acostumbra ser, en cambio, muy satisfactoria.
Pero no nos engañemos: la intrahistoria que representa este conjunto,
guardado en las entrañas de nuestras ciudades o en las salas y anaqueles de
depósitos silenciosos, parece no tener suficiente peso para merecer atención
preferente. Y cuando sí lo consigue, casi nunca es por su valía, sino por el uso
avieso que de todo ello se pretende conseguir.
Durante décadas, el patrimonio arqueológico y documental ha sufrido
innumerables episodios de expolio, fragmentación, ventas y destrucción. Hoy
cualquier ciudad con un peso histórico suficiente, asienta su tejido urbano sobre
estratos de diferente cronología que sirven para corroborar las investigaciones de
historiadores, pero también para mostrar hallazgos sorprendentes. En el caso de
los descubrimientos arqueológicos, el drama comienza con la gestión y su posible
renacimiento (un propósito de difícil consecución, siempre). Con respecto a los
archivos, lo dramático es atestiguar durante años cómo se encuentran, en según
qué ciudades: sin medios humanos suficientes; sin espacios adecuados; con nulas
iniciativas de convenios con universidades o empresas para facilitar su
catalogación...
Arqueología y documentación histórica deberían recibir un fomento de dinero
público para su mantenimiento continuado, y no esporádico o selectivo, porque en
un año o una legislatura se pueda. En ocasiones, la situación sólo es producto de
decisiones personales; incluso de falta de conocimiento. Lo que resulta axiomático
es que se destruye, tapa o almacena sin concierto; bastante más de lo que suele
mostrarse como propaganda.

9 de diciembre de 2004
LA IGLESIA DEL ARRABAL, ARCHIVO DE LA CIUDAD

Hace un año, en el seno de una reunión informal de la Comisión Municipal del


Callejero, enfrascados en conversaciones sobre ejemplos notables en la
reutilización del patrimonio histórico de algunas capitales como Cáceres o
Valladolid, nos planteamos un proyecto nuevo para la ciudad: sugerir a las
autoridades religiosas y municipales (y quizá también a las provinciales y regionales
para hacer menos onerosa la inversión) que la Iglesia nueva del Arrabal (1960, obra
de Genaro de No; ficha nº 17 del «Catálogo de Edificios de Interés» del nuevo
Plan General de Ordenación Urbana), fuera adaptada como Archivo Histórico
Municipal de Salamanca, una vez que se acordara la cesión por el Obispado.
La condición previa debería ser la rehabilitación de la Iglesia vieja de El
Arrabal por parte del Ayuntamiento y su entrega para el culto. Valoramos que esta
construcción, de apenas 44 años, representaba dignamente la arquitectura del
historicismo religioso de mediados del siglo XX, y podría albergar los fondos
municipales.
El Obispado, el Ayuntamiento salmantino y sus conciudadanos se
convertirían, así, en un nuevo exponente vanguardista de la rehabilitación del
patrimonio, esta vez con fines archivísticos. Además, su localización en la margen
derecha del Tormes, es privilegiada por las vistas sobre la vega y el conjunto
catedralicio, y también por su accesibilidad peatonal -el puente romano- y rodada -
desde cuatro ejes y con un aparcamiento in situ-.
La localización transtormesina de un espacio cultural asociado a la historia
administrativa del Ayuntamiento, permitiría integrar mejor un sector de la ciudad
que sólo asociamos a la mera circulación de vehículos, donde la iglesia aludida
permanece como una isla arquitectónica resaltada. El barrio de El Arrabal es tan
histórico como el propio tejido monumental -aún más-, a pesar de su
transformación radical por la carretera que lo atraviesa y por los procesos de
sustitución de arquitecturas tradicionales, ya que está relacionado con el milenario
vadeo del río y la comunicación a través del puente.
Todas las propuestas que acerquen este entorno a la ciudad mediante espacios
de usos heterogéneos compatibles (aquí sólo podrían ser los estrictamente
culturales) y no sólo trazando áreas de paseo fluvial, corregirían ese déficit que se
advierte en Salamanca.

3 de febrero de 2005
PATRIMONIO CULTURAL Y TURISMO

Es muy divertido comprobar desde hace poco la aparente facilidad con que se
emplean conceptos como los de «patrimonio cultural» o «turismo», en la vida
pública, con una soltura tal, que uno pensaría, inevitablemente, en la sapiencia de
quienes así actúan, postulan, adoctrinan o aseveran. Pues resulta que no.
Si planteáramos un sencillo ejercicio de términos y definiciones -sólo eso-, nos
llevaríamos más de una sorpresa al comprobar cuán vacías de contenido resultan
tantas palabras o frases de unos y otros. Lo habitual es que todo se confunda; que
no empleen un solo criterio o que -la mayor parte de las veces- éste cambie con los
años. Las modas de relacionar turismo y patrimonio cultural o monumental son
recientes, como ya he tenido ocasión de exponer años atrás. Y la moda arrastra
consigo el peligro de la simplificación. De caer en la trivialización. O en el
oportunismo, que no se sabe qué es peor.
Quienes defienden desde el ámbito público la gestión del patrimonio no
parecen entender en qué consiste la rehabilitación funcional del mismo –misión
primordial, ésta, pero primero para el disfrute de quienes habitan esas ciudades, no
para el uso exclusivo de los visitantes ocasionales-. Las medidas que se adoptan
tienen un único fin: el máximo rendimiento económico del turismo como actividad
de ingresos.
Porque, no andemos con requilorios: la interpretación actual del patrimonio
cultural como un bien turístico es exclusivamente economicista; de corto recorrido
y beneficio inmediato. Tal orientación está auspiciada en su origen por el hacer de
unas pocas empresas consultoras que en España se han dedicado a realizar los
famosos “Planes de Excelencia Turística” con los que, después, los propios
ayuntamientos ejecutan el cronograma de «mejoras» sugeridas. Planes, muchos de
ellos, absolutamente inaceptables en conceptos a priori, estructura, contenidos y
propuestas -he tenido la oportunidad de estudiar los más significativos y son de
una superficialidad pasmosa-.
En cambio, para la mentalidad del gestor político (hacer lo que sea a toda
costa), resultan maravillosos. Los reciben con los brazos abiertos, leyendo lo que
quieren leer (las consultoras ofrecen lo que saben que aspiran a tener sus
patronos), y pagan unas cantidades astronómicas por estudio realizado. La
incapacidad y apatía políticas de generar riqueza urbana por otros medios en
algunas ciudades explica este dislate que desvirtúa la realidad.

3 de marzo de 2005
EL PATRIMONIO CULTURAL COMO SINGULARIDAD

En un reciente encuentro sobre Patrimonio y Turismo celebrado en Trujillo, y


aprovechando la presencia de un vicepresidente y un vocal de la junta directiva de
ICOMOS-España en aquél foro, los medios de comunicación pidieron nuestro
parecer, a propósito de la intención manifestada por la ciudad de Trujillo para ser
declarada Patrimonio de la Humanidad. Una de las cuestiones más reiteradas -
también por sus autoridades directas- era saber «qué debían hacer para
conseguirlo»; «qué requisitos correspondería cumplir»; «qué fines tendrían que
buscar». Nuestras respuestas por separado fueron coincidentes.
En primer lugar: aspirar a que su ciudad fuera mejor; más eficiente, más
sostenible, más respetuosa con el patrimonio, imbricada, a su justa escala, en las
actividades culturales emanadas desde allí. Es decir, que nuestras réplicas fueron
siempre en la línea de mejorar para sus vecinos, como prioridad, en lugar de
hacerlo de manera artificial para sus visitantes. ¿Qué es una ciudad sino sus propios
ciudadanos?
Y en vez de tomar prestados modelos de las distintas formas de explotación
del patrimonio a fin de transformarlo en valor de mercado turístico cultural (si en
otros lugares funciona, por qué no también aquí), asesorarse adecuadamente de los
ámbitos científicos de la Universidad de Extremadura, con casi 35 años de
investigación continuada sobre la región, para descubrir y analizar sus propios
recursos (cuáles, desde cuándo, dónde, cuántos, cómo). Porque la clave está en
entender que el patrimonio cultural es singularidad; no un recurso clónico y
repetitivo que termina hastiando.
En la historia inmediata de ciudades que pugnan por subirse al tren de la
modernidad del patrimonio monumental, hemos podido apreciar cómo se insiste, a
veces en demasía, sobre su centro histórico, prestando poca atención a otros
rasgos que otorgan una singularidad medioambiental y arqueológica extraordinaria
(también eso es patrimonio).
En el caso de Trujillo es, sin duda, su relicto batolito granítico sobre el que se
asienta en la penillanura cacereña, cantera eterna de la ciudad. En Salamanca la
pieza clave ha sido el río Tormes, un patrimonio cultural que jamás se ha
comprendido como tal en la historia de la ciudad. Hoy está en fase de destrucción
ambiental, al urbanizarse con nuevos puentes y viarios. Dicen que eso es el
progreso. Supina insolvencia cultural.

23 de junio de 2005
NUEVOS CONCEPTOS DE PATRIMONIO CULTURAL

Cuando en el seno de un congreso sobre Patrimonio en Trujillo, ya aludido, se


nos preguntó sobre los criterios para que esta ciudad pudiera solicitar su inclusión
en la lista del Patrimonio de la Humanidad, la respuesta se encaminó siempre a
tratar de estimular en dicha pretensión nuevos argumentos que no quedaran
solamente reducidos al patrimonio arquitectónico de la población, ya de por sí con
una entidad excepcional en el caso de esa ciudad.
Es decir, que cuarenta años después de redactarse la Carta Internacional sobre la
Conservación y la Restauración de Monumentos y Conjuntos Histórico-Artísticos, conocida
internacionalmente como «La Carta de Venecia», la excepcionalidad del patrimonio
cultural debe ampliar sus horizontes aún más, para aquellos espacios
monumentales que quieran presentar su candidatura al patrimonio mundial. Los
argumentos que hasta la fecha actual se han venido empleando, por otra parte muy
apegados a la tradición urbana y descriptiva de la Historia del Arte, entendida
como un catálogo de monumentos, perfectamente descritos y localizados en un
tejido de preferencia casi siempre urbana, no parecen suficientes.
El nuevo aire que se respira en el patrimonio mundial -tras intensos debates
internos- defiende un concepto de profunda tradición geográfica como es el de
«territorio». Ciudades y territorios son dos elementos geográficos indisolubles en la
historia del patrimonio sin cuya conjugación difícilmente podemos comprender su
propia huella. Ésta novedad transforma radicalmente los conceptos y en ella deben
ahondar las ciudades interesadas en conseguir dicho reconocimiento mundial.
En Salamanca hay pocos especialistas capacitados para reconocer e integrar
ambos elementos, sin caer en el recurso fácil, rápido y vacuo del folleto turístico-
descriptivo. Alguno de estos expertos comprende con sutileza la relación histórica
entre los bienes naturales y el patrimonio histórico. Francisco Morales Izquierdo -
sin duda un magnífico geógrafo vocacional-, es un ejemplo preclaro de ello, como
ha demostrado en su reciente publicación sobre El Tormes, donde ofrece unas
descripciones geográficas excepcionales, insólitas, por su calidad, entre colegas
geógrafos.
Ciudad Rodrigo debería animarse a madurar una candidatura, pero con estos
sólidos argumentos de territorio natural y patrimonio cultural, y siempre pensando
primero en sus ciudadanos.

1 de septiembre de 2005
SALAMANCA, CIUDAD PATRIMONIO DE LA
HUMANIDAD
SALAMANCA, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Se cumplen diez años desde que le fuera otorgado a Salamanca tan ostentoso
galardón. Con semejante consideración internacional quedaban reconocidos los
méritos de singularidad y universalidad que siempre han caracterizado a esta ciudad
pero también se confiaba a ciudadanos y responsables institucionales la tarea ardua
de demostrar desde entonces su capacidad para cuidar, vivir y enseñar a moradores
y foráneos las bondades del patrimonio histórico y cultural que atesora.
La modernidad constitucional que casi todos acabamos de celebrar en su
vigésimo aniversario facilita más, sin duda, que aquellos que habitamos villas y
ciudades de riqueza artística y monumental semejante las sintamos como propias y
disfrutemos compartiéndolas con nuestros convecinos. La ciudad que se vive es la
ciudad que se siente y se respeta; es la ciudad que permanece.
La tarea de conservar el patrimonio cultural de la ciudad está compartida entre
Organismos estatales, autonómicos y locales, pero la voz de la ciudadanía se deja
sentir más bien poco cuando se trata de juzgar los resultados o proponer opciones
distintas. Se ha ido atenuando con el tiempo a medida que aquellos que hace dos
décadas pugnaban reivindicando causas más justas hoy tienen veinte años más y la
fatiga o la prudencia les hacen permanecer callados.
La opinión ciudadana se ha encauzado a través de los partidos políticos y
asociaciones ecologistas, acostumbrándose a asentir con espíritu acomodaticio tal o
cual aserción de unos y otros, según el signo o gusto de sus opiniones. La
Universidad ha perdido en parte la universalidad de sus miembros, y el talante
conciliador, fruto de un conocimiento reposado y reflexivo, rara vez sale de las
aulas y participa de la vida pública real; incluso, ni siquiera está en las aulas. Y
todos necesitamos conocer otras opiniones, distintas de las que sirven a los
partidos políticos para organizar el universo ejecutivo del cuatrienio
correspondiente.
Si Salamanca hace diez años mereció una distinción semejante fue con un
propósito claro: recoger el testimonio histórico y patrimonial que hemos heredado
del pasado y tratar de conjugarlo con nuestra modernidad para que ambos, pasado
y presente, puedan mantener un sentido homogéneo y funcional. El patrimonio
arqueológico y monumental no nos pertenece como tal; tenemos la obligación
exclusiva de transmitirlo a las generaciones futuras y cada una de las decisiones que
se tomen por los representantes de la ciudadanía y las instituciones deben ser
juzgadas con rigor e interés porque es algo que nos atañe a todos.
Las decisiones políticas caprichosas retirando las ayudas a la rehabilitación de
viviendas en el Casco Antiguo han multiplicado por cinco el valor del suelo en el
centro histórico, perdiéndose una oportunidad extraordinaria de mantener la
vivienda y los moradores tradicionales: Y ya se sabe: una casa en ruina en los
centros históricos desata los mecanismos feroces de la sustitución encareciendo la
parcela y la vivienda; una casa rehabilitada, no.
Idéntica responsabilidad tenemos sobre el patrimonio arqueológico, se
encuentre éste bajo parcelas de propiedad privada, municipal, del Obispado o de la
Universidad. Los ciudadanos salmantinos deberán rezar un Réquiem por haber
perdido en el lapso de un año estratos documentados que comienzan con
secuencias históricas prerromanas y terminan con las trazas del viario preexistente
y las ruinas de los Colegios de San Cayetano y San Agustín, todo ello en dos
parcelas propiedad de la Universidad y en una tercera municipal, que se
corresponde con la calle Balmes.
En alguna de estas intervenciones, primero se redactó el proyecto de la
edificación que allí iría y luego se hizo la excavación arqueológica ¿De qué sirve
publicar hace seis años una magnífica tesis sobre el Urbanismo en Salamanca en el
siglo XVIII si la propia Universidad considera irrelevantes los restos allí
encontrados? Lo siento por su autora, María Nieves Rupérez Almajano, y por
Salamanca, Patrimonio de la Humanidad.

10 de diciembre de 1998
INFORME ICOMOS

El informe realizado por Eduardo Arenillas, secretario general del Comité


Nacional Español del CIMS/ICOMOS, firmado en Madrid el 20 de febrero de
2000, contiene las siguientes aseveraciones textuales con las que se exponen las
«intervenciones irrespetuosas» ejecutadas en Salamanca: «Modificaciones
constructivas; cambio de pendientes en las cubiertas para hacer habitable el bajo-
cubierta, que están haciendo que los perfiles tradicionales de tejados de teja árabe
aparezcan con inclinaciones imposibles o que aparezcan buhardillas en lugares que
no existían»; «ocupación por nuevas construcciones en espacios reservados a patios
interiores de las casas»; «ocupación de plazas por sustitución de viviendas»;
«intervención en zonas arqueológicas con posible destrucción de restos (un patio
de la Universidad Pontificia) o destrucción y posterior reinvención (sobre la
cubierta del nuevo aparcamiento que se acaba de hacer en una de las zonas
universitarias)»; «elevación de alturas en ciertas casas que hace que desaparezcan
algunas de las perspectivas históricas interiores más importantes de la ciudad»;
«cambios de materiales, colores, texturas, pavimentos, etc.»; «el cerro de san
Vicente, ya muy maltratado por un desafortunado edificio, en el que se encuentra
posiblemente la zona de habitación más antigua de Salamanca, en donde se
comenzó una excavación que en la actualidad es basurero o lugar de reunión de
marginados, y hacia donde va avanzando peligrosamente otra zona de viviendas
que, si no se para rápidamente, destruirá una parte importante de la historia antigua
de Salamanca y de España».
Según las fuentes epistolares y la documentación, consultadas y expuestas por él
en la misiva -«Ecologistas en Acción», «Ciudadanos por la Defensa del Patrimonio»
y otras-, además de la propia visita a la ciudad de don Eduardo, el 29 de septiembre
de 1999, se observa cómo el peso de la argumentación crítica inclina demasiado la
balanza hacia la izquierda política.
Se echan de menos en la carta-informe otras consultas a técnicos y responsables
municipales de distinto color o de ninguno -tal es la mínima labor de un
representante ecuánime de semejante Organismo internacional-, y una perspectiva
global del análisis de los problemas que supiera proyectar los mismos desde 1984,
momento en el que comienza a aplicarse dentro del Casco Histórico el Plan
Especial de Protección. No es esta una cuestión para blandir colores políticos, ni
estandartes, ni oportunismos, ni rencores, ni protagonismos.
El patrimonio es universal y todos tienen responsabilidad. Antes y después.
Siempre. El principio elemental de reconocer errores, evitaría estas guerras
intestinas y aproximaría posturas. Así es como hoy lo quieren los ciudadanos que,
como siempre, suelen mostrarse más independientes y menos dirigidos. Los juicios
pierden valor si siempre proceden del mismo lado. Debe subsanarse este error.

27 de julio de 2000.
PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

Leo, desde hace un tiempo, diversas argumentaciones sobre el patrimonio de la


ciudad que me sorprenden. En ellas, para justificar la oportunidad de este o aquel
derribo o promover tal o cual proyecto de construcción en el interior del espacio
preservado por el Plan Especial, se recurre a ejemplos que muestran la capacidad
destructora de un pasado reciente en la ciudad.
Se recuerdan tropelías y abusos -pocas para las que fueron en realidad-, propios
de los tiempos en los que la actuación manu militari era lo habitual. Las confusas y
benevolentes leyes se ignoraban. Se imponían arbitrariamente decisiones de
modernidad, con impunidad total, sin previo aviso y a cambio de costes sociales
tremendos. Los vecinos afectados por las reformas y expropiaciones se
desplazaban fuera de los espacios en transformación. Incluso la práctica se ha
prolongado hasta hoy. Siempre existen resquicios para conseguir las
modificaciones oportunas de un Plan. La historia urbana del siglo XX está plagada
de ejemplos. Las grandes arterias higienistas y otras técnicas para abrir el parcelario
tradicional son modelos urbanísticos repetidos sin desmayo.
Pero esto, que es parte de la historia vergonzante de algunas ciudades, que se da
por conocido hoy, no puede utilizarse como argumento definitivo para
estigmatizar unas ideas y, por exclusión, elevar a los altares al resto. Ni unas ni
otras. Los acuerdos nacen precisamente del contraste de pareceres. Sin embargo, a
Salamanca le ha nacido para siempre -esperemos- una cualidad nueva, aunque
bastante molesta, en la práctica de la ciencia urbana. Su designación como Ciudad
Patrimonio de la Humanidad tiene unos costes urbanísticos, de planificación,
políticos y sociales, de primera categoría. Es la cara amarga de toda ciudad con esta
distinción, y acarrea una responsabilidad suprema. Nada de lo se pretenda
desarrollar dentro de los límites del casco histórico debe hacerse a la ligera o con
urgencia. Poder, sí, pero esa es otra cuestión.
A Salamanca la miran con ojos equivocados cuando se formulan algunas
propuestas y proyectos urbanísticos de índole cultural. La perpetua querencia por
el centro como signo de distinción es patológica. Los estudios sobre ello son
abundantísimos desde ciencias tan interesantes y complementarias como la
Sociología, la Psicología Social o la Geografía Urbana. Deberíamos ser capaces de
superar los estereotipos culturales urbicéntricos, tan típicos del siglo XX, donde lo
culto y prestigioso era lo próximo al monumento y el resto apenas suscitaba
consideración. La ciudad necesita aquellos proyectos de equipamientos culturales
que se consideren pertinentes. Pero no es un desdoro para ninguna institución que
éstos se enclaven en las nuevas áreas de desarrollo. Al contrario, puesto que, así,
serían la vanguardia de la ciudad del siglo XXI. ¿Cabe mayor estímulo para el
recuerdo y la gratitud?

5 de abril de 2001
EL INFORME DE ICOMOS

Existen sucedidos recientes que me dejan atónito. Con el culebrón del auditorio de
las Adoratrices, he tocado techo.
A petición de la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla y
León, ICOMOS España realiza un informe definitivo en abril de 2001. Dicho
documento se remite a ICOMOS Internacional; de aquí deriva a la UNESCO, y de
ésta llega al Comité del Patrimonio Mundial (CPM), quien en diciembre redacta un
pronunciamiento escueto y extraño (basado, en teoría, en el informe de abril). Se
remite, sin pasar por la Asamblea de la UNESCO, al Embajador de la UNESCO en
España, y desde éste se difunde a los medios de comunicación. Del mencionado
pronunciamiento se explicó entonces que tenía dos líneas de contenido. En él se daba
a entender (decían algunos) cómo no existía impedimento alguno para construir el
auditorio. Dicha conclusión exacerba el optimismo de la Dirección General de
Patrimonio hoy. No entiendo nada.
Tengo ante mí el informe oficial y definitivo de ICOMOS (el previo, sobre el que
supuestamente se basaba la cartita de dos líneas). En ninguna palabra de sus tres
apretadas páginas se dice algo interpretable como Visto Bueno. Leamos: *Un
recorrido entre el entorno monumental de la huerta de las Adoratrices y el actual
centro de convenciones permite analizar que junto a monumentos valiosos, se han
producido sustituciones de todo tipo, así como una falta generalizada de armonía e
integración de grandes conjuntos y espacios abiertos con el entorno circundante. La
calidad paisajística y ambiental se reemplaza por un vacío monumentalismo+. *Dadas
estas circunstancias, en vez de discutir sobre el proyecto del nuevo auditorio, cuyo
problema radica realmente en la improcedencia de su ubicación, Salamanca debería
revisar su plan de gestión y definir con cuidado su futuro+. *El desafío de ser capital
cultural de Europa puede constituir una oportunidad o un fugaz éxito, preámbulo de
una posterior decadencia en su estimación como ciudad histórica. Salamanca debería
detener la sustitución indiscriminada de edificios y espacios tradicionales y asumir un
compromiso con el nuevo siglo a partir de los valores que la hicieron única+.
No comprendo cómo la prensa no publicó el contenido íntegro de dicho informe -
muy crítico y negativo-, y sí en cambio esa memez tan sonora de dos líneas del CPM.
Pongo el documento a disposición de quien tenga interés. )Es lícito formar opinión
pública enmascarando la realidad?

24 de enero de 2002
ICOMOS: SEGUNDO INFORME

La presidenta de ICOMOS España, Dª María Rosa Suárez-Inclán Ducassi, ha


tenido la gentileza amistosa de permitirme reproducir algunas frases del segundo
informe oficial (tres páginas y 1.367 palabras) sobre el Auditorio de las Adoratrices.
Dicho informe está fechado el 18 de enero de 2002.
Juzguen los lectores -les ofrecí el antecedente del primero el jueves pasado- si
lo que aquí se dice es suficiente como para que la Junta de Castilla y León apruebe
su construcción o si, por el contrario, continúan siendo incomprensibles las
razones de tal determinación: «El Ayuntamiento de Salamanca viene realizando,
cada vez con mayor frecuencia, modificaciones puntuales al Plan Especial de
Protección del centro histórico, con la consiguiente descatalogación de elementos
patrimoniales protegidos y su reclasificación urbanística como solares aptos para la
nueva construcción. Este ha sido el caso reciente, entre otros, del jardín de las
Adoratrices, donde se propone construir el nuevo auditorio». «Todo ello supone,
en unos casos la pérdida y, en otros, la alteración drástica de los valores materiales
e inmateriales que dieron lugar a su inclusión en la referida Lista, más allá de los
límites tolerables y en clara contradicción con los criterios de la Convención del
Patrimonio Mundial de 1972 y la Guía Operativa para su aplicación. En estos
momentos, Salamanca constituye un ejemplo paradigmático de destrucción del
patrimonio entre las ciudades españolas incluidas en la citada Lista de la
UNESCO». «Dentro de ese proceso generalizado, la construcción del proyectado
auditorio en el solar de las Adoratrices resulta desaconsejable, tanto por el lugar
elegido para su ubicación, como por el impacto altamente negativo que generaría
en los valores patrimoniales físicos e intangibles del espacio histórico en el que se
inscribe y su entorno inmediato». «La construcción [...] provocaría una grave
contaminación visual sobre siete monumentos de singular importancia, cinco de
los cuales se hallan ya declarados Bien de Interés Cultural». «En definitiva,
analizado el proyecto y el grave impacto negativo que causaría en el patrimonio
histórico protegido por la Convención del Patrimonio Mundial, no se considera
idónea su realización, no sólo por su ubicación, sino tampoco por su volumen, su
diseño y sus materiales».
Y se recuerda que en la Memoria del Proyecto se especificaba: «Es necesario
que el centro disponga de aparcamiento, bien en su propio solar, o en
aparcamientos públicos próximos al nuevo edificio, con capacidad para 200 a 400
plazas».

31 de enero de 2002
SER UNA CIUDAD PATRIMONIO

En 1972 la UNESCO aprobaba la Convención para la Protección del Patrimonio


Mundial, Cultural y Natural”. Poco después, en 1976, se establecía la creación de un
“Comité del Patrimonio Mundial”, con varias misiones específicas; entre otras:
determinar las inscripciones de bienes culturales y naturales propuestos por los
Estados parte, en una “Lista del Patrimonio Mundial”; supervisar su grado de
conservación y el cumplimiento de las obligaciones, y determinar, llegado el caso,
cuáles de los bienes inscritos en la Lista podrían, por su situación, incluirse en la
“Lista del Patrimonio Mundial en Peligro”.
El Comité aludido redactó unas Directrices prácticas sobre la Convención del Patrimonio
Mundial, aprobadas en 1999 y compuestas por 139 directivas y 3 anexos, para
transmitir a los Estados el contenido de sus procedimientos. Desde entonces la
Secretaría del Comité dispone de tres órganos consultivos competentes para la
redacción de informes y dictámenes periciales: ICOMOS -Consejo Internacional
de Monumentos y Sitios-; UICN -Unión Mundial para la Naturaleza-, e ICCROM
-nacido en 1956, es el Centro Internacional para el Estudio de la Conservación y
Restauración de los Valores Culturales-.
En el caso del primero de los Organismos consultores, ICOMOS, se puede
añadir que su informe final es determinante para otorgar, en expedientes de
centros históricos, la designación como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Sin su
aquiescencia no es posible dicho título. En el caso de Salamanca, también fue así.
Tras concederse, los Estados que representan a sus ciudades y espacios
declarados tienen, entre otras obligaciones y cumpliendo la organización
administrativa pertinente en cada país, las de presentar informes sobre cualquier
proyecto de obras que se produzca en esos ámbitos (Directiva 56), así como enviar
cada seis años al Centro de Patrimonio Mundial un estado de las condiciones de
esos espacios.
Con salvedades como éstas, y dado el carácter supranacional de tal designación,
parece evidente que todo ello entraña una fuerte carga de responsabilidad, que
supera las barreras de los ámbitos municipales. La universalidad de este título
obliga a un estricto cumplimiento, tanto de las normas urbanísticas específicas
como del articulado contenido en la Convención redactada en 1972.

21 de marzo de 2002
LA RECOMENDACIÓN DE UNESCO

El 31 de agosto, algunos medios de comunicación exponían la decisión


adoptada por el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO, en su reunión del
24-29 de junio pasado, sobre la improcedencia de construir el auditorio en el solar
de las Adoratrices. El texto del resumen puede consultarse en internet.
Por motivos deontológicos profesionales no expondré con más detalle diversos
aspectos de los informes emitidos por miembros de ICOMOS, tanto de España
como de otros países europeos, sobre tal cuestión. Lo sustancial aquí es reflexionar
sobre un apartado que apenas se asume en el seno de las ciudades designadas como
«Patrimonio de la Humanidad». Me refiero a los costes sociales y económicos que
impone tal determinación, derivados del respeto obligatorio de todos a las
convenciones internacionales sobre la protección del patrimonio, y que ni gestores
municipales, ni cargos de la administración autonómica parecían conocer desde
hace dos años, a juzgar por las declaraciones hilarantes con las que se despacharon.
Sí, señores, sí; que Salamanca sea «Ciudad Patrimonio de la Humanidad» supone
el más alto grado de responsabilidad. Se acabó construir con libertinaje o porque sí
en el Casco Histórico. Tal y como reza la Guía para aplicar la Convención para la
Protección del Patrimonio Mundial, deben remitirse a la Secretaría de la UNESCO
informes de cada nuevo proyecto que vaya a construirse en el ámbito de la
delimitación, y un informe global (cada seis años, y por parte del Estado), sobre la
evolución reciente del espacio declarado. Ahí es nada.
Hago memoria, y desde 1988 la actividad urbanística allí ha sido impresionante.
Y de remitir informes de cada obra, que yo conozca, tururú. Todo ello ha
provocado en el espacio histórico un intenso proceso de despersonalización del
tejido histórico, alterado por procesos de sustitución, en algunos casos vulgares, sin
estilo ni comprensión (si uno es profano tal vez ni lo advierta). Esto sucede con
mayor impunidad en ciudades con ralos presupuestos. Como la nuestra.
Cuanto más pobre es el municipio más vulnerable resulta a los influjos de
aprovechados. Porque, en definitiva, de lo que se trata es de explotar una ubre, la
cultural-monumental, como sea. Para conseguirlo, los españoles tenemos una
experiencia inagotable en demostrar que nos importa un bledo la legislación, las
convenciones o los Organismos, sobre todo si son alóctonos. Esto ya se terminó.

12 de septiembre de 2002
CIUDAD PATRIMONIO: LÍMITES FÍSICOS

El ámbito de la delimitación de Salamanca como Ciudad Patrimonio de la


Humanidad es sorprendente por lo que excluye. Tras mi ingreso en ICOMOS,
pedí a los colegas de nuestro Centro de Documentación en París una copia del
expediente de la declaración para estudiarlo con calma. Cuando se redactó
(diciembre de 1986), los informes semejantes dejaban mucho que desear. Por lo
general estaban poco elaborados. Éste también.
Su estructura recuerda mucho a un resumen de guía turística, preparado con
apresuramiento, copiando de aquí y pegando allá. Además, en la bibliografía que se
añade escriben “Canon Aznar” por Camón Aznar, o no se cita el documento de 27
volúmenes del Plan Especial. La reseña histórica del siglo XX está llena de
inexactitudes y errores muy repetidos en diversos libros.
Los criterios para delimitar el ámbito de la llamada “Ciudad Vieja de
Salamanca” estuvieron claramente influidos por la descripción urbana que se
aprobó en el lejano Decreto de 6 de abril de 1951, por el que se declaraba
“Conjunto Histórico Artístico” al denominado barrio viejo. El expediente aludido
lo reitera y glosa una breve historia arquitectónica de la Plaza Mayor, la iglesia de
San Martín, el Convento de las Agustinas, (la Clerecía no aparece), el Convento de
las Úrsulas, el Palacio de Monterrey, la Casa de las Conchas, la Torre del Clavero,
el Convento de Santa María de las Dueñas, San Esteban, la Catedral Nueva, la
Catedral Vieja, la Universidad, las Escuelas Menores, el Puente Romano y -no es
una broma- la reconstruida iglesia de Santiago (tiene bemoles).
En julio de 1988 ICOMOS auspició la Declaración de Salamanca como
Patrimonio de la Humanidad, bajo los criterios I, II y IV, por los cuales se
ensalzaba la Plaza Mayor, la tarea arquitectónica de los Churriguera y su proyección
iberoamericana, y el espacio urbano e histórico de la Universidad. Lo disparatado
es que la delimitación no se ajustara -como mínimo- a la propia del Plan Especial
de Reforma Interior, desde 1984.
Y así, hoy quedan fuera de la Declaración y protección internacional el barrio
de San Vicente, la vaguada de la Palma, los importantísimos restos arqueológicos
del Botánico, Fonseca, el Parque de San Francisco, San Juan de Barbalos, Las
Isabeles, San Marcos, Sancti Spíritus, San Cristóbal, el Convento de las Claras o
Santo Tomás Cantuariense. Justo las áreas más transformadas en apenas diez años.
Curioso, ¿no?

17 de octubre de 2002
TURISMO
TURISMO Y PATRIMONIO

El día 22 de octubre se reseñaba en La Gaceta Regional una noticia de la Agencia


Efe sobre el turismo y las ciudades Patrimonio de la Humanidad, a propósito de las
indicaciones hechas por Miguel Ángel Troitiño Vinuesa, Catedrático de Geografía
Humana. En la última reunión de estas ciudades del Patrimonio Mundial, celebrada
en Santiago, a la que asistían representantes de todas ellas, este geógrafo puso el
acento, al parecer, en la necesidad de controlar la presión desmedida del turismo
sobre el resto de los ciudadanos autóctonos que asisten, a diario o con cierta
periodicidad, a las invasiones culturales. Esta cuestión puede que sea noticia para una
agencia de prensa, pero no lo es en absoluto en el ámbito de los especialistas que
estudian y trabajan sobre las ciudades Patrimonio y el turismo y, en general, sobre
cualquier aspecto que relacione monumento y sociedad, ciudad y patrimonio.
Tampoco es novedosa en las esferas internacionales.
En 1976, el Organismo internacional ICOMOS redactaba La Carta del Turismo
Cultural. En uno de sus apartados se decía: «Cualquiera que sea su motivación y los
beneficios que entraña, el turismo cultural no puede considerarse desligado de los
efectos negativos, nocivos y destructivos que acarrea el uso masivo e incontrolado
de los monumentos y los sitios. El respeto a éstos, aunque se trate del deseo
elemental de mantenerlos en un estado de apariencia que les permita desempeñar
su papel como elementos de atracción turística y de educación cultural, lleva
consigo la definición y el desarrollo de reglas que mantengan niveles aceptables.
En todo caso, con una perspectiva de futuro, el respeto al patrimonio mundial,
cultural y natural, es lo que debe prevalecer sobre cualquier otra consideración, por
muy justificada que ésta se halle desde el punto de vista social, político o
económico. Tal respeto sólo puede asegurarse mediante una política dirigida a la
dotación del necesario equipamiento y a la orientación del movimiento turístico,
que tenga en cuenta las limitaciones de uso y de densidad que no pueden ser
ignoradas impunemente».
En la desaforada carrera por conseguir los niveles más rentables de cultura
monumental programada -tal es la demanda social hoy-, se corre el peligro de
trivializar estas actividades y caer en una gestión de las Ciudades-Patrimonio en
función, exclusivamente, del turismo y de lo que se cree que éste demanda, en
lugar de atender las necesidades de los propios Conjuntos y la población que los
habita o usa a diario. Una adecuada y atenta revisión sistemática de los dogmas de
protección y rehabilitación parece algo de sentido común, que aleja de los centros
históricos el sombrío panorama de la vejez prematura. ¿Para cuándo se redactarán
Planes singulares de Protección frente a riesgos en los edificios monumentales, que
garanticen niveles de seguridad mínimos? Nos estamos quedando a la cola del
resto en estas áreas.

28 de octubre de 1999
TURISMO INTERIOR

Acomodada entre todos la premisa -convertida más bien en necesidad- de que


«viajar es conocer», la información que suministran las publicaciones periódicas de
los suplementos dominicales nos sirve de último estímulo para poder cumplir con
el requisito, y dar el gran salto -aunque éste sea de fin de semana o de puente
salvaje-. Atrás queda el afán de «conocer» y «explorar» tierras ignotas para
nosotros, con la impericia más supina y placentera de por dónde encaminarnos,
porque todo está absolutamente trillado y preparado. Sobra información, y el
placer de rutear con despreocupación se ha convertido más bien en apremio por
cumplir el programa del buen turista, que todos tendemos a organizar antes de
lanzarnos a devorar la senda.
Parece innecesario anticipar que esta forma de hacer turismo se ha venido
asentando en España, como contraste a la playera, donde las alternativas, y la
organización del tiempo libre es bastante más simple: sol y playa ¿Hay algo más?
Es este turismo «de interior» el que las agencias de viajes, los medios de
información y los hosteleros tildan ahora de «culto»; el turismo fetén, siempre en
comparación con el solaz costero. Hace veinte años los turistas de monumentos,
pueblos y villas eran más bien escasos; unos suicidas culturales, mirados de soslayo
por el resto. La mejora de las condiciones económicas, la distribución de las
vacaciones multifragmentadas en el purgatorio de los puentes y los fines de semana
que se suman y, sobre todo, la información de los medios, sistemática y de
temporada, han abierto y dirigido más las expectativas de cómo invertir nuestro
tiempo de asueto vacacional o «finsemanero». Y esta circunstancia que era
imprevisible por todos se ha venido acompasando a nuestras rutinas de vida con
franca eficacia.
Casi nada se puede contraponer a esta forma de turismo, simplemente porque
la inyección económica que han disfrutado en las zonas de costa parece hoy
trasladarse al mal llamado «interior», y acaba repercutiendo en las frágiles
economías de las provincias más aletargadas. Y esto se agradece siempre; esto nos
interesa a todos. Las últimas publicaciones sobre turismo rural contienen una
cantidad apabullante de posibilidades en forma de albergues, casas, caserones y
hotelitos, que demuestra una realidad innegable: albergar al turista deseoso de
aventuras es rentable. ¡Quién lo iba a decir en los años sesenta durante la intensa
emigración padecida! Hábitos como los descritos del turismo dirigido, de radio de
acción corto, perfilan un modelo cultural de sociedad en transición, que se adapta
con facilidad a comportamientos muy asentados en otras culturas de ámbitos
geográficos trasatlánticos y hacia las que caminamos sin apenas tener el tiempo
suficiente como para detenernos y pensar. ¡Cómo han envejecido las imágenes de
la sociedad que ofrecen las hemerotecas de hace sólo dos décadas!

4 de noviembre de 1999
EL MANÁ TURÍSTICO

Hace quince años casi ningún geógrafo, sociólogo, psicólogo social u otro tipo
de experto en análisis de la sociedad y el territorio, había mostrado interés por los
perfiles potenciales del fenómeno turístico del patrimonio histórico urbano en el
interior hispano. Ahora, en cambio, cuando este hábito cultural se asienta,
proliferan todos por doquier. Unos muy profesionales y otros simplemente al
asalto de la novedad.
Los geógrafos pecan corporativamente mucho de esta costumbre de acechar
cualquier moda social y se vuelcan en ella sin mucho orden ni concierto, para ver
qué tienen que decir sobre el asunto. Y como el turismo de interior llama y mueve
mucho dinero -sobre todo en áreas deprimidas y desestructuradas como la nuestra,
¡ancha es Castilla!-, la capacidad general para agrupar a expertos en estas lides del
turismo de interior se ha multiplicado como las esporas, ya digo.
En los años setenta casi nadie viajaba a conocer las ciudades y pueblos
españoles con este afán. Y cuando se hacía, los paisanos solían mirar con estupor.
No cabía imaginarse esta tremebunda entrada de la promoción económica, de la
imagen, la mercadotecnia y el desenfreno por sacar a la puerta lo mejor de cada
ciudad o pueblo, esperando, así, una compensación pecuniaria. En casos
provinciales como el nuestro, con apatía económica y una falta de preparación
empresarial para competir en Europa, la llamada del turismo cultural se asemeja a
la reacción de la fauna ante el grito de Tarzán, en medio de la selva profunda.
Todos a una. ¡Cómo cambia la vida! Qué importante es por eso el patrimonio
intangible de la memoria, que recuerda dónde estaban algunos hace unos años y
dónde ahora… Y sobre todo, a qué se dedican…
Cuando se da por hecho -y así actúa el político- que una ciudad tiene que
especializar su función en una actividad específica -por ejemplo el turismo-, me
preocupo. Cualquier especialización implica un empobrecimiento en otros
aspectos, que se soslayan, y se aviva el riesgo de caer en ello, sobre todo en
espacios con asfixia económica y social, porque se ve como un remedio; un fin; un
“ahora o nunca”. Pero no leo o escucho a nadie hablar ni reflexionar sobre esas
determinaciones políticas que asignan funciones estereotipadas a algunas ciudades.
¿Es que se ha perdido la imaginación? El turismo cultural de interior ha entrado
con fuerza, pero sin horizontes de reflexión. Y están todos encantados.

14 de marzo de 2002
EL NUEVO TURISMO CULTURAL

Mucho se ha venido hablando -sin discutirlo demasiado- sobre el turismo


cultural, ese nuevo turismo que se separa del hábito anual masivo del retiro playero
y busca en el interior nuevos espacios que descubrir. Tanto y tanto se habla que
incluso existen carreras específicas para cubrir este sector de demanda social
universitaria.
La España del interior, triste y apocada en los años setenta, adonde nadie
viajaba por placer, si no era al pueblo, a la cabecera comarcal o a la capital -por
necesidades perentorias- se transforma ahora en un vergel de valores tangibles, con
expositores de la cultura autóctona, para el disfrute de propios y, sobre todo, de
extraños. El turismo, que tanto ha contribuido a equilibrar la balanza económica en
las áreas costeras, que tanto ha transformado los paisajes y las ciudades allí (con mil
aberraciones urbanísticas), llega al interior peninsular con las alforjas llenas de
euros. Pero en este caso es «turismo cultural». Ha adquirido, por arte de
birlibirloque, un tono mayor. Más elevado. Distinto. Culto. Sutil.
El turista cultural -que no es necesariamente ilustrado- aborda nuestros tesoros
del patrimonio con avidez desmedida. Mira y remira. Consume guías. Se empapa
de cultura (no estoy seguro de que contemplar monumentos sea, «per se», un rasgo
de cultura) y regresa henchido hasta el próximo itinerario, ajustado a la medida de
festivos y puentes. En estas áreas de interior, la visita continuada de turistas con
nuevos hábitos ha sido un reclamo para las economías locales, inexistentes o
asfixiadas, depauperadas y sin ideas.
Ayuntamientos, diputaciones, consejerías, asociaciones de todo tipo, se han
volcado con fondos europeos y recursos propios -los menos- para transformar sus
entornos en función del turismo. Lo están haciendo a una velocidad desmedida y
oportunista para aprovechar el tirón de la demanda. Algo propio de nuestras
sociedades audiovisuales y vacuas: «si algo funciona, copia y explótalo rápido. Y no
preguntes».
El riesgo estriba en depender exclusivamente del factor arbitrario, caprichoso y
subjetivo del turista y de su hábito incierto -si vendrá o no y cuántos-. No sabemos
si se mantendrán constantes esas visitas. Luego es aventurado. No conocemos la
capacidad de carga turística que soportan algunas de nuestras ciudades (y no
digamos si el espacio visitado es rural). Faltan medidas que protejan a las ciudades
de la invasión artificial del turismo, que puede destruir la identidad local con
facilidad.

7 de noviembre de 2002
REFLEXIONES SOBRE TURISMO URBANO

Es peliagudo abordar la cuestión del turismo urbano sin caer en reflexiones


mostrencas, comunes, superficiales o al uso entre el abanico de opinantes que hoy
gravita y sobrevive por publicaciones. En general, el tono medio de los juicios de
valor sobre el turismo cultural urbano es positivo, optimista, exultante. Todas las
opiniones segregan un entusiasmo sin igual. Se ha demostrado que el turismo
funciona, explotado como recurso económico -y existen pruebas manifiestas y
anuales en España-, de modo que es comprensible el entusiasmo.
Pero el turismo interior, de carácter urbano, tiene una historia muy corta entre
nosotros. Es mucho más joven de lo que pudieran imaginar algunos. Una historia
que no llega a veinticinco años (de modo que, en la memoria viva de muchos
paisanos de pueblos y ciudades, estas afirmaciones se pueden constatar con suma
facilidad). Es un recurso que nos llega auspiciado por medidas políticas y por un
desarrollo del Estado del bienestar que permite la fragmentación de los tiempos de
ocio, en consonancia con un mercado automovilístico en alza y un sistema de
medios de comunicación -el último, internet- que divulga lugares, espacios,
ciudades, monumentos, rutas, fiestas y cualquier otro detalle interesante.
La entrada de la maquinaria de la Administración General en este nuevo
recurso -y, sobre todo, la financiación pública- permitió desarrollar los «Planes de
Excelencia Turística», que primero se aplicaron para reactivar zonas degradadas del
litoral, en 1993, y más tarde dieron un giro hacia el interior peninsular, en 1999. El
día tres de diciembre de ese año el Consejo de Ministros aprobó el «Plan Integral
de Calidad del Turismo Español», que definía y diseñaba la planificación de la
política turística con el horizonte de siete años, 2000-2006. En el Plan se
integraban diez programas diferentes, unidos por «la calidad», para las ciudades y
espacios de Cáceres, Cudillero, Gijón, Mérida, Palencia, Plasencia, Rosas,
Salamanca, Toledo y Torrevieja.
Bajo un calendario global de siete años, las ciudades con Planes de Excelencia
están siendo tratadas con excesiva uniformidad conceptual. Debería evitarse. El
error parte de ahí. La excelencia urbana lo es por la singularidad que pudiera
ofrecerse en cada ciudad, huyendo de tópicos y estándares. Las consultoras que
redactaron los Planes no se esmeraron mucho. Los fabricaron en moldes
uniformes. La revisión de éstos ajustaría mejor oferta a demanda.

24 de abril de 2003
EL TURISMO NO ES UNA INDUSTRIA

Oigo con demasiada frecuencia a los gestores políticos la afirmación de que «el
turismo es una industria».
Esta frase, apenas inocente, preñada de una ignorancia conceptual
peligrosísima, simple como lema de campaña electoral, sirve para que quienes la
esgrimen y muchos ciudadanos se la crean, y, sin encomendarse a nadie que les
explique realmente cuáles son y en qué consisten los tres sectores de la actividad
productiva y su evolución, emprendan una desenfrenada carrera para desarrollar tal
concepto, que es consecuencia de su propia y llana credulidad.
Hoy el conocimiento parece asentarse en ver qué hace el vecino y copiarlo. Y
tal afirmación se la han creído por extensión en todas partes. Disiento de esa
aseveración sobre el turismo porque, además de no ser cierta, para que el resultado
de su actividad fuera considerado como un factor productivo o generador de
riqueza debería aplicarse en territorios con una multiplicidad de actividades del
sector secundario o de transformación -la industria, naturalmente- capaces de dar
cuerpo al famoso y manido «sector Servicios o Terciario».
Nadie en su sano juicio puede esperar que una ciudad progrese -también
fijando la población y sin perderla- por el simple hecho de tener mucho turismo
gracias a su patrimonio monumental, y que no sea necesario nada más. Es posible
que sobreviva, pero no mejorará de forma equilibrada. Además, siempre estará
sometida a los vaivenes del caprichoso mercado y las economías domésticas, que
son quienes construyen este universo de papel que es la actividad turística. Decidir,
porque sí, que el futuro de cualquier ciudad histórica se sustenta sólo en el turismo
y que éste será «la industria» vital que proyecte prosperidad por doquier, es
irresponsable.
Hay una infinidad de parámetros económicos que nunca serán mejores en
Salamanca si continuamos por este camino simplificador al proyectar su futuro.
Creer que somos competitivos en uno o dos campos es mostrar gran debilidad. La
sujeción de todos los proyectos a este aspecto inseguro y fluctuante reduce otras
expectativas de progreso compatibles. Salamanca lleva trazas de convertirse en una
de las primeras mendicantes de «eventos» y «actos culturales» a los gobiernos de
turno.
Es decir, que en realidad lo único que parecemos pedir es que sigan
considerándonos un bonito telón de fondo para reuniones y actividades exógenas
que vienen a adornarse aquí, y aprovechar así la proyección publicitaria.

14 de octubre de 2004
FALACIAS DEL TURISMO CULTURAL

El llamado «turismo cultural» es, de los inventos sociales recientes con cariz
económico, el que más falacias reúne. Y subrayo «económico», porque es el único
fin que persigue, aunque, se adorne, por ejemplo, con el término «cultura», que ha
pasado de la polisemia a la infamia, ampliándose de significado y usándose por los
ámbitos de la política con una desfachatez que abochorna. No hay discurso que se
precie que no contenga este vocablo. Aunque en él se hable de tornillos o basura.
A todos aquellos que lo usan como un barniz o adorno de sus
representaciones sociales o en los proyectos de propaganda institucional, sólo les
preguntaría: ¿Qué es cultura para usted? La respuesta segura sería o bien el silencio
absoluto o el más enrevesado y vacuo circunloquio.
La primera falacia del turismo cultural es tratar de convencer al turista de esa
índole -se supone que «culto»- de que, por el hecho de viajar mucho y ver gran
cantidad de ciudades y monumentos será, indubitablemente, más culto. Lo cual es
una estupidez. Es obvio que la cultura no consiste en eso. ¿De qué sirve tratar de
digerir monumentos en procesión si ni siquiera tienen unas nociones generales de
historia o arte?
La segunda falacia estriba en conseguir que entiendan que todas las actividades
que se despliegan ante ellos en esas hospitalarias ciudades, encaminadas a que
visiten cada vez más espacios de ellas y se empapen de museos, áreas temáticas y
demás zarandajas, se hace por su bien y por el interés de todos. Se piensa en los
turistas y en sus inquietudes. No, mire usted. No. Se hace con la simple y llana
intención de entretener la atención y paciencia del turista, obligarlo a permanecer
más días en la ciudad para que pague, consuma, gaste el parné que lleva y se deje
hasta el alma en recuerdos. Muy cultural todo ello, sí señor.
Si hace 35 años nos reíamos de cómo se explotaba en la costa mediterránea al
ingenuo pero forrado turista centroeuropeo, ahora parece que nadie hace mueca
alguna cuando se cometen los mismos abusos de precios y servicios en las ciudades
del llamado patrimonio monumental, por parte de los autóctonos que viven de eso.
Porque, no lo olvidemos, aquí de lo que se trata es de vivir explotando este
recurso y la buena voluntad del visitante, quien ya asume como previsible el sufrido
dispendio. Cuando casi no hay más tejido económico suceden cosas así. Seguiré
contándoles más falacias en otra ocasión.

9 de junio de 2005
TURISMO DE PLAYA-TURISMO DE INTERIOR

La dicotomía entre ambas formas de descanso no es nueva en España. Sin


embargo, es ahora cuando se encuentra más equilibrada, porque la variedad de los
destinos interiores ha permitido ampliar la elección.
Hace 25 años, aquellos que viajábamos también por el interior peninsular
conociendo espacios, rutas y áreas monumentales, éramos vistos con estupor por
los lugareños. Quien entonces escogía los viajes hacia esa España, desconocida y
contrapunto de la costa, parecía estar mal visto por el resto, como si se atribuyera
su elección un síntoma de menesteroso o de economía rala. Sólo volvían a sus
orígenes rurales los emigrantes, pero ¿hacer turismo por allí, dónde se había
conocido…?
El destino turístico del litoral era, en cambio, signo de todo lo contrario: tener
parné abundante y estar a la última. Estas preferencias lineales, que merecerían un
estudio profundo de psicología social, han determinado cierto tipo de paradigma a
la hora de entender qué es estar de vacaciones o en qué consiste que alguien se
vaya de vacaciones. En realidad, nadie habla de que se trata, primero y en esencia,
de un estado mental que se adquiere, independientemente del lugar, y después de
algo relacionado con un destino geográfico. Da la sensación de que el mero hecho
de salir con una meta distante y distinta (que luego hay que contar a la vuelta)
coloca a quien lo hace en el estado vacacional. Viendo algunas imágenes televisivas
de la costa o conociendo los destinos «exóticos», da la sensación de que aquéllos
son lo más alejado de la idea de relajo o vacación.
El pulso económico entre los espacios de interior y la costa es desigual. Por
variedad geográfica y rasgos culturales, sin embargo, viajar conociendo la España
intracostera ofrece mayores posibilidades. Es sorprendente que en tan escaso
margen de territorio podamos disfrutar de una variedad generosa de paisajes y
patrimonio. Aquel viejo concepto de «crisol de culturas» se manifiesta en toda su
potencia.
Por este mismo motivo produce tristeza comprobar el desconocimiento que se
tiene de las áreas de España que no quedaron registradas por aquel invento del
turismo de playa de los años sesenta. Muchos de quienes deciden, año tras año,
salir a veranear en los típicos espacios costeros no han recorrido en vacaciones
nunca otras posibilidades, y sólo asocian viajar por el resto del país, durante el
invierno, como mucho, en alguno de tantos «puentes» vacacionales a lo largo del
año.

18 de agosto de 2005
MISCELÁNEA CULTURAL
ENSEÑAR LA CIUDAD

No es habitual que los jóvenes hoy identifiquen resueltamente los nombres de


las calles principales de su ciudad, ni sean capaces de pergeñar en un papel en
blanco el plano de la misma con cierto detalle, ni tan siquiera cuando se trata de las
referencias más próximas al barrio donde habitan. Como les ocurre a casi todos los
ciudadanos, sólo conocen aquello que usan con asiduidad o que supone un
elemento de interés circunstancial. Sus desplazamientos urbanos se hacen
recurrentes, pero un poco más limitados en su caso porque las necesidades son
bastante menores que aquellas que corresponden al mundo de los adultos.
La ignorancia y la despreocupación por las áreas monumentales siguen los
mismos derroteros. Es posible que sólo identifiquen con más soltura aquellos
monumentos que, por sobresalir del conjunto urbano, invitan precisamente a ello.
O que, llevados por el espíritu pedagógico fútil de reforzar el conocimiento del
indocto con detalles anecdóticos, sepan siempre dónde está la rana de la Fachada
de la Universidad, o que la Casa de las Conchas, efectivamente tiene conchas, aunque del
resto nadie les vuelva a explicar nunca nada. Pero estos son males que a veces
curan los años, la curiosidad o una enseñanza adecuada (ahí es nada). Otras veces
no -en el caso de la rana o las conchas-.
Tampoco debemos pretender que se sepan de memoria el callejero, o que
identifiquen y declamen como papagayos los monumentos y su historia como si se
tratara de ejemplares opositores circunstanciales, porque no lo hacen ni los adultos.
Con ello no demostrarían un conocimiento adecuado de la ciudad, sino una mera
relación descriptiva de datos y nombres.
Conocer la ciudad para las nuevas generaciones está mucho más al alcance hoy.
El funcionamiento de un conglomerado urbano tan complejo es algo que se
enseña muy mal en los centros, cuando se enseña. Vivimos un momento en el que,
al parecer, las instituciones públicas nunca han estado tan próximas al ciudadano, y
deberíamos aprovechar el maridaje para que en los centros correspondientes se les
mostrara a los alumnos en qué consiste su Ayuntamiento: qué ideas preparan para
el beneficio de los ciudadanos; para qué sirven algunas de sus secciones más
accesibles y qué servicios ofrecen; cuáles son las ventajas que se obtienen con las
Asociaciones de Vecinos de los Barrios; cómo son otros barrios más distantes en la
ciudad y de qué medios disponen los vecinos. En definitiva, perfiles sintéticos pero
reales de la manera en que una ciudad, la suya, la propia, es actualmente.
Ahora que tan en boga está el ecologismo -que poco tiene que ver con la
ciencia de la Ecología, por cierto- es sumamente interesante que, para un mejor
conocimiento del medio que sostiene el río Tormes, los jóvenes conozcan primero
cómo funciona el ciclo del agua en una ciudad de tamaño medio que se desarrolla
en simbiosis con un río: cómo se capta; cómo se trata; para qué sirven los
depósitos de agua; cómo llega a cada casa; cómo envejecen las conducciones.
Enseñar la enorme importancia que tiene en una ciudad el tratamiento adecuado de
los residuos sólidos urbanos de los que, como consumidores voraces, nunca nos
acordamos, pero que serán el gran mal del siglo que viene; qué peligros representan
para la ciudad y cuáles son los límites admisibles por las poblaciones anejas; en qué
consiste la Estación Depuradora de Aguas Residuales; por qué es tan necesaria;
qué protección aporta al río; qué beneficios asegura a las poblaciones de aguas
abajo.
Con una adecuada planificación se puede conseguir así que todos los centros
educativos -y no sólo alguno- enseñen a sus estudiantes ejemplos prácticos de
aquello que sirve para mejorar su calidad de vida, sin necesidad de recurrir a
elementos anecdóticos que fijen el conocimiento.

12 de enero de 1998
SABERES COMPARTIDOS

En un momento como el actual, donde la información y la técnica desbordan


por doquier a legos, especialistas o pensadores -dado el dinamismo con que todo
se produce-, es imprescindible ampliar los horizontes del conocimiento con otros
saberes; compartir distintas perspectivas y reflexiones enriquece los puntos de
vista, como mínimo.
La historia científica de los últimos 30 años se refuerza continuamente con
aportaciones multidisciplinares, y los logros y avances sólo se explican por una
colaboración renovada de muchos, construyendo esta playa irregular que es el
saber. Las reticencias a colaborar sujetan y retrasan otros tantos proyectos, y la
atribulación de las mentes de quienes se niegan a aceptar esta evidencia les hace
colocarse en una posición pseudo-científica numantina, que no beneficia ni presta
el servicio requerido por la comunidad. Ni les sirve a ellos para progresar como
profesionales, ni a la sociedad, que reclama resultados.
La ciudad es un hecho cultural de carácter dinámico, donde las sociedades
construyen y destruyen en un ciclo perpetuo. Resultará imposible comprender con
exactitud tal fenómeno, si no hay una predisposición científica para romper los
corsés a que sujeta cada especialización, y buscar con ahínco la colaboración, y
reducir y simplificar, así, las dudas y los vacíos de conocimiento. La ciudad de hoy
dibuja cada día la síntesis más actualizada del cuál es el grado de civilización y
desarrollo al que somos capaces de llegar, pero el vértigo con que muda a la par
que lo hacemos todos sus habitantes, obliga, con apremio y eficacia, a tratar de
anticipar cuáles serán los próximos avances singulares que acostumbran a marcarse
por el vaivén de la sociedad.
La anticipación de los procesos de crecimiento, de los giros bruscos y
caprichosos que en ocasiones sobrepasan las expectativas trazadas por el
planeamiento diez años atrás, no se consigue con más eficacia si en el análisis se
reducen los distintos puntos de vista a las meras rutinas de estudio en que suelen
incurrir los gabinetes de planeamiento. Los profesionales de la planificación urbana
han aceptado, mucho antes que otros especialistas universitarios, la colaboración
multidisciplinar, y sólo se quejan de que la condición del científico universitario
perteneciente a otros campos que estudian lo urbano, carece, por lo general, del
sentido de la eficacia y desconoce qué aplicación tiene su ciencia sobre la ciudad.
Resultará mejor para todos que no se pierda el tiempo en estas disquisiciones
vacías de eficacia -y también no exentas de razón-, de manera que todos aquellos
especialistas que analizan e investigan distintas facetas y momentos del hecho
cultural urbano, con un talante abierto y generoso, sepan colaborar con rigor.
Debemos recuperar el fin último que todo ello tiene: prestar un servicio común a la
sociedad en la que habitamos.

30 de diciembre de 1999
LA OPACIDAD

Leer artículos en revistas especializadas sobre distintos aspectos de la geografía


urbana, el urbanismo, la ordenación del territorio y no digamos de otras materias
afines al complejo entramado de ciencias que afectan a la ciudad, se convierte, cada
vez con más frecuencia y desde apenas dos lustros, en una tortura intelectual,
como mínimo severa -y siendo un poquito más objetivos, insoportable-. Anticipo
que no es esta una cuestión exclusiva de tales especialidades y de sus congresos y
reuniones varias, organizados para intercambiar información; el contaminante se ha
extendido también a otros tantos campos del saber. La pobreza en la explicación
de los contenidos; la simplicidad de muchos de ellos, donde se confunde
divulgación semanal con ciencia; el oficio extendidísimo e irresponsable del «cortar
y pegar» de un archivo en otro desde el procesador de textos; las débiles ideas que,
en lugar de fluir, se arrastran por el barrizal de una exposición retórica y pobre, y
muchas otras maneras grises le dejan a uno -si es que consigue terminar de leer-,
indiferente o despistado, que son dos estados del espíritu bien distintos aunque
complementarios en este caso. La ñoñería intelectual se extiende en oleadas.
En este momento que hoy vivimos, y en el caso concreto al que me refiero
aquí, no difieren tanto las maneras de los especialistas y asiduos a reuniones
científicas de lo que ocurre en otros ámbitos del saber, siempre supuestamente
reservados a la investigación en universidades y centros afines. La mediocridad es
un mal temible que se ha instalado en ellos. Temible porque quienes se
desenvuelven por esos vericuetos mentales y reales saben que lo son pero no
parece importarles, porque son capaces de convencerse de lo contrario. No se
desnudan así en sociedad y sólo podemos conocer su valía o nulidad leyendo sus
contribuciones científicas, fin que debe ser sagrado en su profesión. En los
ámbitos profesionales a los que me refiero tendría que ser este el único elemento
de juicio posible, el único sistema fiable capaz de desbrozar lo perdurable de lo
fútil. Es incontrovertible que para enseñar, investigar, producir y publicar artículos
y libros sólidos hay que trabajar de forma constante y todos los días, pero sin
olvidarse de que también es preciso formarse con otros medios esenciales propios
de nuestra cultura y sociedad.
Y continuando con la tarea iniciada al comienzo de leer artículos según nuestra
especialidad, es muy fácil discernir quiénes de entre todos fomentan la lectura por
placer o quienes la rehúyen. En el segundo caso no hay más que comprobar cómo
se expresan, cómo redactan, de qué forma ordenan las ideas, para notar que el
contenido de sus artículos, comunicaciones o libros se trivializa, decae, carece de
estructura, pierde interés, se repite, no aporta nada, no es producto de la reflexión
madura y sí más bien de la prisa. Eso sí, muy académica.

13 de abril de 2000
FERVOR Y ESCENARIOS

Pocos elementos culturales como las representaciones religiosas de las


procesiones y pasos de Semana Santa, llenos de fervor y teatralidad, demuestran
tanta capacidad para alterar la atmósfera de modernidad inevitable que destilan las
ciudades hoy, mediante una escenografía de luces y sombras en rincones
monumentales que sobrecoge e induce a saltos en el tiempo. La evolución natural
de las personas y de sus hábitos, de los credos y espiritualidades, de las
intrahistorias con más acervo, ha querido que las cofradías de Semana Santa se
transformen en estos días en el símbolo más elevado de la creencia. Pero no es
algo exclusivo de la religión católica; al ser humano siempre le ha fascinado la
representación teatral, amplificada y dramática de la simbología religiosa, y a casi
todas las religiones poder practicarla. Del culto pagano de idólatras griegos y
romanos a dioses y semidioses, se pasó en otros momentos a universos más
complejos y transidos de religiosidad dogmática. De la radical confesionalidad
católica de principios del siglo XVII, donde las maneras barrocas, afectadas y
ampulosas, sirven para reforzar la comunicación del mensaje tridentino mediante
todo tipo de recursos escénicos, se evolucionó a las fórmulas del pietismo de
Felipe Santiago Spener y al racionalismo de Descartes, a finales de la misma
centuria. Acción y reacción, la eterna disyuntiva del hombre, en perenne y dinámica
contradicción interior.
En pleno siglo XVII la hagiografía barroca lo llena todo; la Iglesia católica hace
un esfuerzo colosal por llegar a más fieles; la liturgia se transforma en espectáculo;
surgen los autos sacramentales y los autos de fe de la Inquisición; se refuerza la
simbología local de fiestas y rogativas y, naturalmente, la imaginería de los pasos y
procesiones. Trescientos años más tarde, la Semana Santa recoge muchas de
aquellas formas plurales de representación, contradictoria en sí misma, donde se
dan la mano la religiosidad profunda con la más festiva; el drama y la pasión con la
tenebrosidad; la creencia sincera con el inevitable y más prosaico efecto del
turismo. Pero todo ello puede ser mucho más impresionante si existe la fortuna de
disponer de un escenario monumental abigarrado que tenga como mejor virtud la
de su permanencia al paso de los siglos y las sociedades. Nadie en su sano juicio
podría imaginar que una composición de Semana Santa, en medio de la Quinta
Avenida, junto a la Catedral de San Patrick, pudiera tener los mismos resultados y
efectos que los conseguidos en aquellas instantáneas tomadas por fotógrafos de
primera línea en los cascos históricos de muchas de nuestras ciudades y pueblos.
Incluso en espacios monumentales con el porte del salmantino es notoria la
dificultad de capturar la esencia del paso y su entorno, libre de elementos urbanos
anacrónicos que distorsionen su efecto barroco, y así permitir una pureza
compositiva universal.

20 de abril de 2000
CONTRASTES

No es extraño sentir una comezón (que suele ser mezcla del estupor por la
comparación con lo cercano, y de la impresión por lo explícito de la imagen
fotográfica), cuando podemos leer determinadas publicaciones que acotan estadios
de evolución urbana, para tratar de comprender los diversos momentos de
desarrollo técnico e industrial aplicados en la evolución de las ciudades de los
últimos 150 años. La obra plural «New York 1960» (edición inglesa de 1995, con
1.476 páginas y más de 1.500 fotografías) es un apabullante ejemplo de este
conjunto de sensaciones contrapuestas. Los proyectos urbanísticos y el nivel
técnico que demuestran los profesionales de la planificación en esa monstruosa y
desproporcionada ciudad están en consonancia con ambos epítetos. Casi nada
resiste la comparación con este abigarramiento, salvo los inquietantes ejemplos de
las ciudades chinas neocapitalistas, emergentes donde hace 10 años había sólo
arrozales y que crecen a un ritmo anual de vértigo (superior a un 8 %). Es obvio
que ante este cuadro Salamanca queda fuera de cualquier comparación que pudiera
suscitarse; intentarlo sería un disparate.
En cambio, sí es mucho más interesante establecer comparaciones por su
contraste -con las salvedades y rigor obligados, pero también con una pizca de
espíritu anecdótico- ante los grados de evolución y calidad urbana que alcanzaron
algunas ciudades americanas a finales del siglo XIX, vanguardia técnica que con
posterioridad serviría para la vieja Europa. Tal es el caso de Chicago. Tras el
incendio que la arrasó, se convirtió desde 1871 en el centro comercial más
importante del Estado. Entre 1883 y 1893 se produce un «boom» inmobiliario sin
precedentes, racionalizado en su impulso por la Escuela de Arquitectura de
Chicago, que resolvía sobre la marcha las necesidades urgentes de construir en
altura y las comodidades asociadas a todo ello. Mientras llegaban al alarde mayor al
construir, con la técnica conocida hasta el momento, el edificio con el muro de
fábrica más alto (Monadnock Building, 1891, 16 plantas), habían estado mejorando
los primeros ascensores desde 1864 y la estructura constructiva de hierro para
desarrollar en altura, desde 1885 (creación de William Le Baron Jenney, padre de la
Escuela de Chicago)
Es indudable la desproporción técnica existente con la España coetánea del
XIX y no digamos ya si descendemos al nivel de detalle concreto. En el caso
americano, el grado de desarrollo se cimentó en la necesidad de atender una
demanda desbocada, de tal magnitud que obligó a madurar más rápidamente, para
encontrar la fórmula magistral que sofocaría tanta exigencia acumulada, mediante
un pragmatismo constructivo sin parangón. España, en cambio, terminaba de
asimilar tantos cambios de un siglo loco que acababa, y salvo el caso excepcional
del urbanista y teórico Ildefonso Cerdá (1816-1876), el país estaba para pocas.

27 de abril de 2000
VULNERABILIDAD

Cuanto mayor es el grado de desarrollo y comodidades que ofrece la ciudad,


más vulnerables nos hacemos todos al entorno y menos apreciamos las conquistas
sencillas, precisamente por considerarlas intrascendentes. Las actividades y el
trasiego diario por el espacio urbano pueden incomodar a cualquiera, y a pesar de
ello todos solemos adaptarnos con relativa docilidad a cada episodio eventual, sin
más quejas. Es este factor acomodaticio y ñoño, que en mayor o menor medida
todos desarrollamos, el que se vuelve contra nosotros si, por el hecho de
ahormarnos a cada circunstancia, callamos lo que nos incomoda o no reclamamos
lo que en nuestro discreta opinión creemos justo o apropiado. Con el silencio no
conseguiremos nunca favorecernos.
Pero tampoco sirve de mucho estar dale que dale, día tras día, sin pausa ni
descanso, esgrimiendo, exigiendo o reivindicando, porque esta actitud batalladora
agota la imagen del más pinturero Rodolfo Valentino y predispone a tener en
contra al resto de pasivos ciudadanos y observadores sin más. Es en esa línea
difusa, límite entre los dos extremos anteriores, donde se debe tratar de ajustar la
batalla. Es más efectivo concentrar las fuerzas en algo de verdadero interés, que
perderlas intentando mantener abiertos demasiados frentes a la vez, por una mera
economía de esfuerzo y también por una cuestión de estrategia, aunque, por
fortuna y a pesar de los términos, no se trate de verdaderas guerras descarnadas
sino sólo unos gritos de inconformistas y solidarios. A medida que las formas de la
democracia se han remansado en nuestra sociedad, son menos efectivas las
organizaciones vecinales que antaño revolucionaron con sus exigencias el
panorama desolado de unas ciudades frías, desestructuradas, ajenas a la tradicional
relación donde la escala era el hombre y el espacio un mero elemento de relación
entre comunidades. Entonces sí se consiguió concentrar la atención y sirvió de
mucho a los planificadores urbanos, algunos de los cuales asesoraban a estos
activos movimientos de vecinos.
Hoy todo está más desdibujado, y cuando un grupo o una asociación se
convierte por sus reclamaciones en adalid de causas -que ellos estiman mejorables,
justas o simplemente distintas-, solemos quejarnos con amargura de sus actitudes,
en lugar de activar los mecanismos propios de cualquier sistema de participación y
colaborar todos, mediante el contraste de opiniones, a pulir las diferencias y
quedarnos con lo mejor, por una pura razón de egoísmo ciudadano. Si queremos
mejorar tendremos que saber en qué y por qué. Sé que no es fácil razonar las
reclamaciones, demostrar las necesidades o recurrir a llamar la atención oportuna,
pero la ciudad hoy o se hace así o nos arriesgamos, con nuestro desinterés y escasa
participación, a que el puzzle no pueda terminarse porque faltan algunas piezas;
justo aquellas del centro.

1 de junio de 2000
CATEGORIZAR

El mundo en el que vivimos hoy tiene un afán de protagonismo individual que


se extiende como el café en un terrón de azúcar. Es una sociedad donde prevalece
mostrar y demostrar que se es algo, que de puertas afuera del hogar anhelamos un
reconocimiento genuflexo. Una forma de vivir tan absurda que ni siquiera permite
cada día tomarse el tiempo necesario en pensar qué hacemos y por qué. En esta
vorágine artificial, no es peliagudo comprobar de qué manera se ha extendido entre
la grey un sistema de protagonismo peculiar que consiste en aseverar y pontificar
sobre tal o cual asunto -normalmente con una heterogénea capacidad harto
discutible- y terminar convirtiendo afirmaciones dudosas en categorías, porque sí,
porque nos peta, que ahí quedan.
Lo peor de este deporte de baja estofa es comprobar cómo se extiende también
por los ámbitos universitarios, espacios estos donde el pensamiento y la reflexión
deben ser -esta vez sí- categorías incontrovertibles, y el intercambio de saberes y
opinión, la razón última de quienes están encargados de formar a la sociedad que
escoge la Universidad como opción. Si embargo, con el paso del tiempo se han
venido convirtiendo en meros refugios donde unos y otros se lanzan puyas, apuran
y revierten sus desazones personales o hibernan a la espera de que su invierno
intelectual pase pronto. En esta comezón se hallan tantos que la falta de contactos
con el mundo exterior les priva de otros elementos de información distintos, más
directos, menos envanecidos. Tampoco esto parece importarles mucho. Es propio
de quien no sospecha que el tren de la formación lo perdió hace tiempo y que la
reflexión, la originalidad, la valía y las verdaderas aportaciones científicas son fruto
del trabajo constante, la única flor que no se agosta. Los cursos acelerados de
sapiencia se desvanecen rápidamente, resbalan por la pátina de estulticia.
El peligro actual de este nuevo pasatiempo que es categorizar sobre temas
diversos a lo Leonardo da Vinci -faltaría más, pensaría alguno-, no está tanto en
quienes lo practican, poniendo a prueba sus dosis extremas de egolatría e
ignorancia, cuanto en aquellos otros que, sabiendo la memez de lo que leen, la
vacuidad de sus contenidos, no se atreven a llamar la atención sobre ello. Aquí es
donde radica el daño, y aquí también se asienta la novedad de esta lacra. Da la
sensación de haberse perdido por completo el hábito de la discusión científica y
técnica en la Universidad. ¿Cuántos, especialistas y profesionales universitarios
están capacitados, por su formación e independencia, para no dejarse convencer
por aseveraciones de ignorantes, y además querer demostrar ante el resto que estas
lo son? ¿Por qué con el silencio cómplice se otorga sabiduría a quienes no la
poseen? ¿A dónde va una sociedad que se cree a pie juntillas lo que lee y no piensa,
no duda, apenas se interroga?

22 de junio de 2000
FUSILAR

Un buen amigo mío, arquitecto él, utiliza el verbo «fusilar» con la acepción
radical de «copiar», «plagiar», «repetir». Se la he oído aplicar muchas veces en los
últimos años, con esa cáustica y punzante manera que tiene de analizar las
corrientes de producción editorial y periodística dentro de su campo, y también en
otros de interés o afinidad, como el Arte, la Historia o la Geografía. Afirma -y no
le faltan razones- que hoy existe una producción que pretende ser científica,
aunque está desvaída de contenidos, es de rápida elaboración, se llena con
afirmaciones sentenciosas por doquier y se reitera hasta la saciedad de obviedades,
que hoy lo son porque se constataron como hechos hace 40 años.
Estas afirmaciones propias, que él engarza siempre con suma fluidez de
pensamiento y verbo, adquieren cariz de categóricas porque son el producto del
análisis sistemático, concienzudo, penetrante y desde una proyección isométrica, la
mejor para contemplar la totalidad y lo concreto. Claro está que para poder
discurrir así se requiere no sólo formación sino reposo y digestión. Querer hilvanar
datos no sirve de nada si carecemos del hilo adecuado.
Hoy, sin embargo, esta cuestión del hilo apropiado es lo de menos.
Aprovechando bien este triste fenómeno contemporáneo, según el cual lo que se
dijo ayer es historia pasada y olvidada (aunque eso mismo mañana pueda llegar a
ser novedad), muchos se abrazan al oportunismo y entretejen como pueden las
ideas y retales, formando un mosaico heterogéneo de producción que inunda
congresos, reuniones, jornadas, cursos y cualesquiera otras fórmulas de agrupación,
que suele servir para que la prensa escriba titulares grandilocuentes.
Confieso que, en el campo de la Geografía, la lectura posterior de los resúmenes
y actas de estos sistemas de adocenamiento cultural universitario, donde uno va,
suelta lo suyo y hasta el turno siguiente, es descorazonadora. No solo cuesta
horrores sacar jugo a los contenidos, que se deslíen a base de repetir coletillas y
giros de expresión de una pobreza que lo dice todo sobre la valía del estudioso que
los escribe, sino que, además, en reiteradas ocasiones, uno lee como ideas
argumentales auténticas sandeces y perogrulladas que no tienen dónde sostenerse.
Eso sí, revestidas de novedad trascendente. Con un clima semejante la calidad en
los contenidos es rara avis. Pero qué importa.
La calidad no suele dar titulares de prensa y, en cambio, «fusilando» -parafraseo
a mi amigo- se ataja, porque el trabajo te lo dan todo hecho y eso es bonito, gusta,
refuerza al susodicho, le hace creer que sabe más. La trivialidad lo invade todo,
también en estos campos del saber, donde la manida picaresca se aprovecha ahora
de una memoria anulada, de un sentido crítico mediocre, de un vivir apresurados
para todo, porque, al parecer, alguien nos empuja a ello. No puede ser tan malo
«fusilar», si tantos lo hacen hoy y con tan buenos resultados, ¿no?

20 de julio de 2000
EL ARTE DE OPINAR

Los gacetilleros del siglo XIX y primeras décadas del XX, inundaban la prensa
diaria de encendidas defensas o diatribas de origen inconfesable sobre cuestiones
variopintas, generalmente cercanas a los sucesos diarios. Pocos podían acceder a su
lectura y mucho menos a opinar, ya que para eso necesitaban, primero, saber leer.
Al repasar tantos juicios de antaño la impresión que queda es que con ellos se
enriquecía indudablemente la pintoresca, insulsa y a veces ramplona vida cotidiana
de tanta ciudad recoleta. Sacadas del contexto histórico, las críticas airadas perdían
mucho de su sentido y oportunidad y hoy necesitaríamos del auxilio de notas
complementarias para poder acercarnos a comprenderlas en su verdadera
dimensión.
Es éste un mal que aqueja a cualquier lector cuando recurre a usar los
periódicos como fuentes de información exhaustiva de la realidad, incluso en
aquellos bloques temáticos destinados a la información local diaria. Hoy, además
de confirmarse la caducidad casi inmediata de los artículos de opinión, cuando no
son ensayos, se refuerza también su endeble condición de fuente accesoria de
conocimientos, porque se ha extendido la costumbre de opinar de casi todo o
incluso de la totalidad, sin tener en muchos casos un conocimiento fundado y
maduro de lo que se habla. Simplemente se oye y entonces se opina. Es algo así
como trasladar al papel una conversación de café o de tertulia anodina donde igual
escuchas algo brillante, como te bombardean con colosales naderías, sin apenas
rubor, revestidas, eso sí, de palabrería vacua.
Los juicios que suelen leerse sobre la ciudad y sus complejos procesos y
problemas, rara vez pasan del comentario de salón, eso sin entrar a cuestionar la
formación de quienes se lanzan con desparpajo, por estos vericuetos, con la soltura
del opinante todoterreno o con la voz arrogante y barítona del desaparecido
mercachifle. Si se aúnan con frialdad los grados de conocimiento, experiencia y
profesionalidad de aquellos, es mejor no seguir leyendo. Cuesta imaginar cuál será
la expresión de muchos prudentes especialistas cuando leen -si su voluntad
templada está para ello- algunas contumaces opiniones, basadas en nada o casi
nada, y planteadas y desarrolladas de oído, con esquemas de argumentación
ignorantes, primarios, pardos y lineales.
El colmo de la opinión -libre, por supuesto, ¡bendita libertad!- es que,
amparados en esa misma osadía, los juicios no son necesariamente objetivos,
porque la opinión de salones y tertulias suele adolecer precisamente de tener un
carácter subjetivo y relajado. Lo terrible es que lo escrito, escrito está, queda y
forma un parecer, que no procede del rigor y la independencia, ni lo pretende. Es
el arte de opinar con ligereza, a base de pastas de té, pinchos y poco más. Un sino
de nuestro tiempo, usado por algunos irresponsablemente.

30 de noviembre de 2000
¿CIENCIA O QUÉ?

Dentro de la Universidad ha surgido un modo nuevo de hacer y divulgar la


ciencia y el conocimiento: copiar o cortar y pegar, al estilo de los editores de texto,
pero con mejoras y asepsia, lo que permite no mancharse las manos
emborronando cuartillas. Confieso turbado que cada vez me cuesta más tiempo
leer páginas de la ciencia geográfica cuando está contaminada por estos lodos. Los
minutos me parecen eternos y se arrastra la mirada perdida -los ojos ante lo
impenetrable no leen, sólo distinguen líneas, ¡los pobres!-. A veces me suenan
párrafos por haberlos leído en otro lugares, y prefiero no corroborarlo para evitar
disgustos; otras, aquello tiene la sintaxis del peor plumilla. La velocidad de lectura
disminuye en proporción inversa a cómo emborrono a lápiz cada línea disparatada,
incoherente, desordenada o salpicada de expresiones incorrectas, propias del peor
periodismo de noticias o del hombre público más lenguaraz, pero no de un
científico. Las ideas vienen y van en aluvión, y cuando se detienen para aclarar, lo
empeoran todo. La mirada ya ni es; y me acuerdo de alguna novela pendiente...
Si se acepta pasar por este mal trago, lo demás parece cosa de infantes. Lo
mejor de todo es que la ciencia no queda tocada por estas maneras de producción
piramidal (porque se escribe por encargo para llegar a una meta y no por interés
reflexivo). Después del sacrificio, procede el rito de incluir el hallazgo tortuoso
dentro de la bibliografía específica, y se sigue como estaba, pero con una terrible
jaqueca. Se pasa rápido a base de literatura, menos mal. Casi siempre termino con
la misma reflexión: «por cómo escriben los conoceréis», y aunque suena a epitafio,
qué cierto es. El estilo de redacción en un investigador indica no sólo la madurez
sino también el tipo de lecturas -o su falta de ellas-. Es posible averiguar hasta el
periódico que lee.
A las carencias de argumentación o conocimiento, se agrega -ya digo- una forma
ridícula de exponer la cuestión principal; el texto se plaga de circunloquios
farragosos -habitualmente sin una coma-, para terminar explicando la obviedad
pero en párrafos interminables. Esta ramplonería con que hoy se muestra la ciencia
geográfica en sus variadas vertientes de especialidad no es única en el universo
mundo; no. Otros campos interdisciplinares tampoco están exentos. El
Documento para debate de las futuras Directrices de Ordenación Territorial de
Castilla y León es un ejemplo diáfano de la cuasi-ciencia llevada al paroxismo.
Dejando a un lado los contenidos -tiempo habrá en tres meses para la reflexión-, la
redacción y exposición de las ideas es pretenciosa, cursi, pedante, está cargada de
redundancias y deja los pulmones vacíos de aire, si se declama, porque aquello es
un solar repleto de subordinadas rimbombantes y frases llenas de nada. Ciencia y
salud para digerirlo.

15 de febrero de 2001
INFORMES

Hoy no funciona nada sin redactar el correspondiente informe. Pero, en


cambio, lo que se dice leerlo, consultarlo, emplearlo para el fin con que fue
elaborado, esto es, obrar en consecuencia respecto de algo, es cosa bien distinta.
Mentar la bicha. Asunto de trasgos. Produce repelús, tiritona incluida. Casi nadie
hace caso de los informes. Incluso, a veces, sólo sirven para informar de que el
informe informante de antaño es, desde hace un tiempo, informe convaleciente o
informe con-finado. Estos segundos y terceros informes, aunque se redactan ya
con retranca y reconcomio, llevan por eso mismo las trazas de no pasar a mejor
consideración que la propia de acompañar la pira de capas del Solutrense en que se
convierten las mesas donde se reciben o se tiran. Si llegan repetidos, se dejan con
más desidia. ¡Pobre sino el del informe recoge-polvo!
Ahora bien, ¡qué interesantes suelen ser los informes de primera generación! Lo
admito. ¡La cantidad de aspectos que se describen en ellos! Incluso orientan. A
veces, hasta se ríe uno. Y si encima mantienen una periodicidad, sometidos a
ciertas consignas administrativas de reuniones, comisiones y consejos, ascienden en
el escalafón de los propios. Se transforman en otra categoría de informes. Tienen
caché superior y cierta solera. Si hay suerte, se acompañan de sus hermanos,
precedentes y sucesivos, en amor y sintonía. Estos informes son los que más me
gustan. Los hay legendarios con sabor y suciedad; y los hay histéricos, de
inmediatez con aguijón. Pero todos mantienen intacto un valor excelso: explican la
diacronía de los hechos, nimios o trascendentes (que para todo, insisto, se redacta
uno). Además, los fetén de primera línea se pueden considerar documentos por su
contenido e intrincada peripecia. Éstos me privan. Aprendo con avidez.
Últimamente leo también mucho informe, vinculante o no; redactado de
aquellas maneras o bien argumentado. Informe, a pesar de todo. Y tomo notas, no
precisamente a vuelapluma; más bien con fruición. La reconstrucción histórica de
la Urbanística y el Urbanismo se topa con dificultades hoy, en un momento
administrativo donde la gestión a cualquier nivel es acelerada, difusa y
distorsionada en mil secciones y competencias. Siempre se emplearon las fuentes
administrativas, más fáciles de analizar antes de la multiplicación general de tareas.
Antes de que la burocracia se transformara en «burrocracia». ¡Cuánto se
sorprenderían algunos conciudadanos salmantinos (quedémonos en el apunte
casero; no se sientan peor por ello), si tuvieran ocasión de leer ciertas secuencias de
informes donde se dirimen aspectos de interés para la ciudad! Si no los consultan,
nada o poco entenderán. Son de lo más aclaratorio. Muchas opiniones cambiarían
discretamente al conocerlos. Da la sensación de que Administración y
administrados no caminan por los mismos senderos de colaboración y servicio.
¿Es casual?

3 de mayo de 2001
GLOBALIZACIÓN

Que en este mundo nuestro, tan loco, audiovisual y mutante, todos nos
parecemos más en hábitos y formas de vida, es algo que se escucha ahora.
Escuchar, poco, más bien se oye. Muchos sueñan con ello y a otros nos desvela.
Lo justo, sin exageraciones. En Estados Unidos, la televisión es el único fenómeno
de difusión que ha sido capaz de transformar la duda razonable del imberbe en una
idiotez sublime y profesional. Y todo en apenas cinco décadas. Milagroso. Y detrás
vamos el resto, algunos en procesiones divergentes y otros como parte de una
piara mayor que los engloba y aquieta entre sus turgencias. Esto es común en el
telemundo.
La globalización trae de fuera lo ajeno y en un suspiro deja de serlo aquí. Si
amamanta, si tiene cierto cariz pecuniario, y adelante. Y si a nadie se le ocurre algo
autóctono, se marcha fuera, medita-copia y regresa-vende. Se enseña a la población
a sentir lo nuevo como algo insustituible. Se urga en su velada aspiración de
aparentar ser más. Se les provoca la curiosidad y cuando están acostumbrados a
ello, tienen creada una necesidad mayor. La economía hoy se enriquece gracias a
una sociedad que vive por encima de sus posibilidades sintiéndose Sissi
Emperatriz. ¿Por qué no? Nunca se ha vivido, con más comodidades que las que
disfrutamos dentro de la ciudad en el mundo occidental. Nunca. Y, sin embargo,
cuanto más desahogo creemos tener, más insatisfechos y dependientes nos
volvemos. Más vulnerable es nuestro sentido de la apetencia. Mejor se nos
convence de que lo nuestro está periclitado y conviene cambiarlo. Lo que sea.
En apenas 40 años se ha invertido la tendencia de la diáspora urbana. Dejamos
de emigrar como antaño, por necesidad, en medio de la reconstrucción europea y
propia. Ahora emigramos a tres kilómetros. Pero volvemos a la ciudad a diario,
claro. Hoy la felicidad se mide en metros cuadrados de hogar y jardín. Si tienes
más, eres feliz. Luego, a partir de los sesenta te acuerdas de la filiación de la casa, el
jardín, las escaleras, las dimensiones palaciegas, las limpiezas, el mantenimiento, el
coche, la artrosis por el golf... Entonces sigue siendo feliz..., pero sin hijos que lo
disfruten, porque trabajan y no viven contigo. Es ley de vida.
Lo bueno de la globalización es que en cientos de lugares del planeta “a la
occidental” habrá alguien que se sienta como tú. Podrás incluso chatear con él y
exponer tu caso. Mientras tanto, la aldea global de las viviendas unifamiliares,
desviada por interés económico de su espacio y razón originales, y aplicada
disparatadamente en ámbitos de tanta calidad natural, como el que nos rodea, se
acomoda y repite. Y el disparate es todo lo que está previsto construir, con el
panorama demográfico que se cierne en los próximos quince años. ¿Alguien se ha
parado a pensarlo? Pues convendría. Lástima que no tengamos globalización que
nos socorra, a razón de 1.000 inmigrantes al año.

7 de junio de 2001
LA CIUDAD OPINABLE

La imagen, como producto vendible en la sociedad, convierte hoy a la televisión


en una gigantesca lupa de la estulticia y otras zarandajas humanas. Estas miserias
tampoco conocían límites antes pero, por lo menos, solían quedar relegadas a su
lugar pertinente (el inframundo de la nadería y la vacuidad, tal vez con cierta
esperanza velada por aprender algo...). Sin embargo, asistimos impasibles, en el
vértigo actual, a la combinación maquiavélica de imagen y opinión aplicadas al
universo chiquitín, menudito, de poco fuste, del ámbito local, de la ciudad.
El milagro del medio televisivo en la escala nacional, y su capacidad para recrear
mundos artificiales y sacar del cajón sorpresa a heroínas, héroes y sapientísimos de
nada, se multiplica entonces, para peor. En el espacio local todo parece más
grande; lo bueno y lo malo, ni les cuento. Las verdades a medias se transforman en
absolutas o en evangelios. Se maquilla al ignorante con pátinas de sabio
recalcitrante (polvos van, polvos vienen). Algunos programas se truecan en
microcosmos de la vida diaria (o eso suponen los creativos), y el día pasa ante los
ojos de quienes se prestan a invertir su tiempo observándolos.
La vanidad televisiva de hoy recuerda aquello que dijera el prolífico y sufrido
Honoré de Balzac (1799-1850), de que «el mal de nuestro tiempo es la
superioridad. Hay más santos que hornacinas». Evolucionamos más bien poco. La
televisión es el medio idóneo para comprobarlo. Y uno de los temas preferidos es
la ciudad, colocada en el catafalco para quienes se sienten obligados a mediar en
todo, como buenos gimnastas de la opinión: un dos, un dos....
En este cúmulo de tertulias televisivas diversas (¡qué contrasentido, hacer radio
en la televisión!), donde pocos renuncian al goloso pastel de ser protagonistas,
muchos se olvidan, al entrar en el plató, de dónde proceden, cómo llegaron a los
puestos que ocupan, a quiénes debieron el favor o la gracia de ello, qué formación
poseen, cuántas horas dedican a sus obligaciones profesionales -si las tienen- y, lo
que es más delicado: si están en condiciones de sentenciar y tomar decisiones, con
independencia; sin ataduras. Ellos olvidan; los demás tienen memoria de elefante.
Afortunadamente la ciudad en abstracto lo resiste todo. Al final, las opiniones
vacías son efímeras y como hay que aportar ayudas y conocimientos propios no es
por medio de estas escenografías, que montan y desmontan el escenario cada
semana.
El juicio sobre la ciudad se polariza en dos docenas de personas de diversa tez
(y esto haciendo trampas al sumar) aunque, gracias al milagro de la lupa y sus
aumentos, parecen ejércitos de superdotados (¡hay que ver las mentes pensantes
que produce la sapientísima Salamanca!). En el fondo, tampoco es para tanto.
Hacer sangre de comentarios tan volubles es contraproducente para la salud y el
tiempo libre. Me gusta el ocio del silencio. Descanso.

21 de junio de 2001
VOCABULARIO GEOGRÁFICO

Haciendo uso, una vez más, de la complicidad paterno-filial y de esa


omnisciencia abrumadora que todos los días reverbera con algún atinado apunte en
mis oídos (eso sí, dejado con sutileza, sin apenas esfuerzo, como si nada), me estoy
haciendo con una nostálgica y rica colección de manuales de Geografía del
Bachillerato de la primera mitad del siglo XX. Resultan sorprendentes.
Aúnan, en forma de síntesis muy estructurada, diversos contenidos de esta
ciencia, bajo títulos como: Nociones de Geografía General; Geografía General y Descriptiva;
Geografía General; Compendio de Geografía; Elementos de Geografía General; Geografía de las
Grandes Naciones, etc. Los tengo de 1906, 1920, 1933, 1935, 1938, 1950... Con ellos
se cubrían las necesidades del conocimiento general en esta materia para los
estudios de enseñanza secundaria desde 1º hasta 4º. Los estudiantes que se
aplicaban en ellos tenían entre 10 y 14 años.
Tomaré como ejemplo el libro Nociones de Geografía General de Rafael Ballester,
edición de 1935, 329 páginas, destinado a alumnos del primer año. Lo publicó
Ángel Rubio y Muñoz Bocanegra cuatro años después de que muriera dicho
catedrático, en plena reforma -una más- de los estudios de Bachillerato, de la que
surgirían los Cuestionarios Oficiales de 1934, y con ellos una nueva ordenación de
los estudios de la Geografía y la Historia en los Centros de 2ª enseñanza. Dicho
manual, escrito para jóvenes de 10 años, y que quizá alguno de ustedes guarde con
cariño, es sorprendente.
Si me permiten, resulta casi un insulto de suficiencia, si caemos en la pérfida
tentación de compararlo con lo que hoy se estudia bajo el epígrafe presuntuoso y
cursi de Conocimiento del medio. Por un límite evidente de espacio, les emplazo para
otra ocasión con un comentario sobre los «consejos al alumno» -página 7-, de
rabiosa actualidad y aplicación inmediata al panorama universitario (insisto en el
detalle, se trata de un libro para estudiantes de 10 años...). La redacción, el
vocabulario y las nociones geográficas empleadas son asombrosos por su riqueza.
Creo que no sólo las niñas y niños de hoy tendrían serias dificultades para
entenderlo; me da la sensación de que podríamos proyectar aún más la lucubración
hacia la propia edad universitaria y hacer un concurso a lo Trivial Pursuit.
Marchando una cata de conceptos de Geografía Física. Bachillerato de 1935.
Atentos: «espectroscopio», «perihelio y afelio», «latitud y longitud geográficas»,
«equinoccios y solsticios», «planos y escalas», «topográficos», «sistemas de
proyección», «curvas de nivel», «isotermas», «presión barométrica», «circulación
atmosférica», «oceanografía», «icebergs y banquise», «vientos variables», «el Gulf
Stream», «eras geológicas», «relieve plegamientos», «cuenca hidrográfica», «aguas de
infiltración», «fauna abisal», «tipos de clima», «el tapiz vegetal», ¿Cómo se nos
queda el cuerpo? 10 años.

28 de junio de 2001
LA CIUDAD TRANQUILA

La ciudad de Salamanca cambia en el estío. Parece dormitar. Muda la luz. En


verano se hace cegadora y caliente, al contrario que en los inviernos de atmósfera
diáfana. Abrasa el ánimo y lo sofoca. Se clava con fuerza y obliga a escudriñar
sombras con urgencia. Desaparece de las calles el bullicio de los estudiantes, por
una ausencia que sigue el rítmico ciclo del calendario académico. Ahora toca
descansar. El verano en Salamanca ofrece tranquilidad, aunque no se quiera. La
Administración dormita; las salas de cine casi parecen dispuestas en exclusiva para
nosotros que así nos sentimos magnates cinéfilos en sesiones privadas. Los
aparcamientos, vacíos, nos incitan a invadir la calle «a la americana»; sin más
cortapisa. La pereza tienta; parece invitarnos a no salir, pero salimos. Lo mejor,
porque sin duda sorprende al foráneo, es el ambiente trasnochador en la Plaza
Mayor. Es tal el gentío, que se asemeja a un mediodía con eclipse, y miras el reloj
asombrado por tanta actividad invasora. Son las 0:30 h. Y todo sereno. No. Si uno
consigue desembarazarse del imán de la Plaza o de la sugestiva caminata por la
calle de la Rúa, y se dirige hacia la ventilación natural del abrigo de Anaya, allí se
recupera parte del ansiado silencio.
En las noches del verano salmantino se puede salir a escuchar cómo el sosiego
se abraza a quienes se sientan y lo disfrutan. Pero deben caminarse los trechos
necesarios que alejen del centro. Justo lo contrario que se haría si fuera de día.
Callejear por los rincones evocadores permite percibir la tranquilidad que transmite
la noche veraniega. Y los recuerdos sólo afloran con la serenidad. El verano
salmantino es una buena disculpa para recordar y pensar. Todo se descarga de
prisas y nervios y parecemos recuperar, por unas semanas, la condición de
personas sociales que no salen necesariamente a la calle con misiones concretas,
abstraídos o enfrascados en preocupaciones que nos parecen las únicas, como casi
siempre ocurre. Estas modas flamantes que imponen ritmos alocados, horarios
interminables, idas y venidas por la ciudad, cada cual en su función, se detienen
milagrosamente en el verano.
Es una bendición recuperar el sonido del silencio. La tranquilidad de salir sin
rumbo ni reloj. Con el estío se recobran los momentos inalterables de las
evocaciones juveniles, sepultados entre papeles, teléfonos y compromisos varios,
acumulados por años de trabajo y de relaciones. Pasear por la oscuridad de
Salamanca en verano, libres, por fin, de la tenaza fría del invierno castellano, sin
rasgo alguno de ocio ruidoso y artificial, con el único sonido de las pisadas como
compañero rítmico, y la mirada perdida en lontananza, entre luces y estrellas,
anima y conmueve. La noche de Salamanca parece flotar cuando el influjo mágico
del río Tormes evapora mejor los calores acumulados durante el día. Sentados con
el silencio confiamos en que el tiempo se detenga.

23 de agosto de 2001
CONSEJOS GEOGRÁFICOS

Las Nociones de Geografía General de Rafael Ballester (1935), a las que aludí en
otro momento hablando de los manuales de Geografía para el Bachillerato de
principios de siglo, incluían un pequeño apartado de consejos para el alumno de 10
años que se enfrentaba por vez primera a este tema peliagudo y universal.
Disfruten de la transcripción que les traigo de aquel lejano 1935 porque quizá
muchos lo tengan vivo en su recuerdo de la niñez. Hay sabiduría sobre la
enseñanza geográfica en esos párrafos, y algo más. Las líneas en cursiva son del
propio autor:
«Para que sea más fructífero el esfuerzo que pongas al estudiar las primeras
nociones de Geografía en el Bachillerato, he creído oportuno y beneficioso para ti,
darte los siguientes consejos: 1º. No estudies de memoria, ni te esfuerces por aprender
párrafo a párrafo -como lo dice el libro- todos los de este manual; estudiar no es
saberse párrafos ni libros de memoria. 2º. Lee con detenimiento y seguido todo el capítulo o
lección que trates estudiar. Hazlo muy despacio, no te saltes nada y procura entender
las cuestiones que lees. Cuando hayas concluido de leer por entero un capítulo o
lección, vuelve a releerlo, también muy despacio, y entonces ve extractando o
resumiendo las ideas que hayas comprendido. Escribe estos resúmenes con tus propias
palabras y lo más corto que puedas. En la letra grande encontrarás las principales
ideas que debes retener. 3º. Fíjate bien en los dibujos y fotografías que, para su mejor
comprensión, ilustran este libro. 4º. Estudia siempre con un buen Atlas moderno; busca
constantemente en él los lugares o países que el libro cite. 5º. Pinta tú mismo los
mapitas que acompañan las explicaciones de este libro. La Geografía se aprende
pintando y dibujando mapas. 6º. No te esfuerces demasiado por retener muchos datos ni
cifras (altitud de montañas, longitud de ríos, extensión de países, cifras de
población, etc.., etc..); procura mejor comprender los hechos que te explican. Los
detalles no sobran, pero no son esenciales para la buena comprensión de los
hechos geográficos. 7º. Procura quedar muy bien informado de las siguientes
cuestiones: consecuencias geográficas de los movimientos principales de la Tierra;
cómo se sitúan los lugares sobre la superficie de la esfera terrestre (coordenadas
geográficas); cómo se lee un mapa moderno; cuáles son las principales formas de
relieve terrestre, y qué agentes las modifican constantemente; qué es el clima y
cuáles son los principales climas del planeta; qué es el medio geográfico y cómo
influyen la vida de las plantas; cómo influye el medio geográfico sobre la vida del
hombre y cómo el hombre utiliza y modifica al medio geográfico. Sin haber
comprendido estas ideas fundamentales no te enterarás bien de la Geografía que
estudies en cursos venideros. Ojalá éste libro te sea grato y te ayude a estudiar».
Delicioso introito pedagógico de 66 años, sin jubilación.

20 de septiembre de 2001
LA FORMACIÓN DEL GEÓGRAFO

Ahora más que nunca la Geografía está de moda, aunque dicha afirmación no
pueda encontrar su correspondiente constatación numérica, a juzgar por el discreto
volumen de alumnos matriculados en las promociones actuales.
En el último Congreso Nacional de Geografía, desarrollado la semana pasada
en Oviedo (gran transformación la de esta pintoresca ciudad norteña en los dos
lustros precedentes), algo se discutió sobre el futuro del geógrafo y las salidas
profesionales. Y, ¡cómo no!, también salió a colación la manida comparación
reivindicativa del pulso eterno con los arquitectos e ingenieros: dónde están ellos y
dónde nosotros; qué saben ellos y qué nosotros. Querer comparar términos
heterogéneos es una pérdida de tiempo y un disparate propio de acomplejados.
Poco tienen que ver unos y otros, aunque sí es cierto que el reconocimiento
tradicionalmente se inclinaba siempre del lado que no era el nuestro.
Hoy parecen ir cambiando las costumbres y ya se ve a geógrafos opositando a
plazas homónimas en diversas Autonomías y participando en gabinetes, pero no
por exotismo. Esto debería animar a las generaciones que se encuentran al final de
sus carreras, sobre las que se cierne el incierto horizonte profesional. Ya les habrán
comentado las salidas para ocupar plazas en estudios medioambientales; en la
enseñanza secundaria; trabajando con Sistemas de Información Geográfica... Tras
cotejar con perplejidad la infinitud de asignaturas distintas que esta carrera ofrece
en el panorama universitario general de España, podríamos establecer cuatro
salidas teóricas: docencia, Administración pública Central y Autonómica, empresa
privada por cuenta ajena o bien por cuenta propia.
Para demostrar que la mejor cualidad de la Geografía es, sin duda, el dominio
de distintas escalas de análisis, y la capacidad para relacionar procesos actuales y
anticipar futuras respuestas, no basta simplemente con estudiar Geografía. Es más,
resulta sumamente recomendable eliminar esa pretensión unívoca y ampliar los
horizontes, no sólo a otras ciencias, sino también hacia ámbitos culturales
diferentes, porque la ciencia geográfica, como el resto de ramas del saber con
vocación social que tratan de aprehender las múltiples desventuras del ser humano
en su habitar diario, necesita asentarse sobre bases de formación humanística muy
sólidas. Ahora sería demasiado tarde recomendar un regreso a los 10 años y
empezar de nuevo a estudiar y leer -sobre todo leer; mucho; de todo-.
La formación temprana de base sólida no se adquiere después; como mucho, se
enriquece. Si no se preocupan primero por educarse como personas, difícilmente
podrán proponer soluciones concretas (carencia de la que adolecen muchos
geógrafos), y divagarán por los lugares comunes del diagnóstico de Consultora. Es
una lástima, pero no hay ninguna asignatura en Geografía que ejercite la capacidad
de abstracción tan necesaria siempre.

8 de noviembre de 2001
LA CIUDAD POBRE

El dinero no da la felicidad, pero arregla ciudades. El dinero no difunde


tranquilidad, pero compra adoquines. El dinero no consuela al que tiene, pero paga
espectáculos. El dinero no mitiga rencillas, pero promueve rehabilitaciones. El
dinero no atiende llamadas implorantes, pero cubre subvenciones. El dinero no es
de nadie, pero es de todos. El dinero no hace ciudades mejores, sólo distintas. El
dinero quema en las manos, pero no a las ajenas. El dinero viene de fuera, pero
recrea paraísos dentro. El dinero permite soñar a la urbe, pero son pesadillas. El
dinero para una ciudad famélica es un mendrugo, pero de pan negro. El dinero se
presta con sonrisas, pero hipoteca ciudades eternas. El dinero que no se tiene se
usa, pero desvanece la libertad anhelada. El dinero se ofrece por muchos, pero no
construye castillos de cultura. El dinero reforma espacios, pero desdibuja la
memoria del tiempo. El dinero recibe reclamos de ciudades olvidadas, pero no
parece escuchar. El dinero entra y sale, viene y va, se enseñorea y oculta, pero no
acompaña a la otra ciudad, pobre y arrumbada. El dinero simboliza poder, pero la
ciudad humana no quiere ese estandarte. El dinero del pícaro medra, pero los
jardines no tienen más flores por ello. El dinero proviene de todos; sí, pero sólo
unos determinan el reparto. El dinero levanta edificios, pero el paisaje urbano
rechaza imposiciones. El dinero proviene de Europa y arregla estructuras, pero no
ciudadanos. El dinero es la Banca, pero el río vecino nunca consigue un aval para
el crédito. El dinero promociona banquetes, pero nadie recoge las hojas marchitas
de los parques. El dinero permite viajar a ciudades, pero pocos conocen la propia.
El dinero transforma a los mediocres en señores, pero su ciudad los vio crecer, y
observa muda y sonriente la metamorfosis. El dinero suscita la envidia, pero las
calles desnudas y sucias no entienden de eso. El dinero compra silencios, pero no
puede competir con el rincón mudo de la historia. El dinero proporciona deseos
efímeros, pero la ciudad observa complacida su caducidad. El dinero es el ansia
maldita del ambicioso, pero olvida la calle y la villa donde nació. El dinero trueca al
ayuno de mente en adalid, pero las piedras de su pueblo ignoto tiemblan de miedo
con ello. El dinero no es dinero, pero eso nadie lo sabe ya.
Sólo la ciudad humilde conoce el secreto, y por eso se resigna a implorar por
necesidad, a aceptar el papel de pedigüeña digna y casi altiva, a ser una cenicienta
olvidada en manos de muchas madrastras y ni una sola varita mágica que la
transforme por piedad. No se puede ser emperatriz con artificios perpetuos, más
allá de las horas que el conjuro permite. Después, claro, el encantamiento
desaparece, el ropaje vuelve a ser sencillo y las ilusiones se desvanecen.
El dinero ya no está. Y vuelta a empezar. La ciudad, pobre y silenciosa,
hermosea cuando los ciclos humanos de la vida mudan. Siempre gana la batalla al
tiempo. Prefiere su pobreza antes que la opulencia ajena al espíritu.

22 de noviembre de 2001
PROPORCIONES

Resulta cada vez más habitual conferir a los problemas urbanos de nuestro
espacio más allegado unas dimensiones y escalas desproporcionadas para lo que en
realidad son; sea cual fuere la cuestión que atribule a la ciudad.
Quizá se haya hecho habitual esta desmesura desde el momento en que, gracias
a la globalización, reforzada por un insólito desarrollo de la comunicación visual
inmediata, se ha terminado aceptando la importación de maneras, hábitos y formas
de consumir el territorio, procedentes de ámbitos espaciales más complejos y ricos
que el nuestro, con poblaciones que, como mínimo, duplican la propia, y
dinamismos empresariales reales, sin trampa ni cartón; incontrovertibles.
Cuando se toma por extensión lo que sucede, se usa, se construye o se compra
en otro lugar, cuando esto se acuna como un estándar asimilable al terruño de
nuestras necesidades creadas artificialmente, y lo trasplantamos, comienza el
estadio primario de la globalización. Es decir, que las fronteras mentales
desaparecen y la inmediatez de los medios de comunicación traslada hasta nuestros
ánimos consumistas costumbres, anhelos, objetos e incluso formas de construir el
territorio de la ciudad y su espacio inmediato, ajenas a la tradición, por la mera
aplicación unívoca del axioma cutre: “si funciona allí, también aquí”. Al unísono de
este copiar y pegar modas, el ciudadano, por su parte, se vuelve un demócrata
exigente. Impreca. Se manifiesta. Desarrolla un afán de notoriedad permanente -si
es que antes no lo tenía-.
En la chiquita Salamanca los problemas de la ciudad y su entorno adquieren
dimensiones ciclópeas (y también Polifémicas, dada la ciega exageración constante
con que algunos hablan). Cuando se satura la psique particular con estas agonías -
en las que Salamanca parece sufrir el peor de los atascos, soportar la letanía de un
equipo de ruidos varios o padecer la infinitud de obras, zanjas y barros-, lo mejor
es salir de esta angosta mirada que al final lo reduce todo, y aquietar los histerismos
urbitas con un buen caldo de otros horizontes. Se viene repuesto. No es una
fórmula mágica, pero funciona. Tampoco es necesario viajar físicamente.
Con bucear en algunos parajes de la condición humana que nos han regalado
para la eternidad tan buenos escritores, basta y sobra. Es un sistema eficaz para
recuperar el sentido de las proporciones, un tanto abandonado últimamente por
unos pocos al albur de muchos. Prueben en estos días festivos.

6 de diciembre de 2001
REYES GEOGRÁFICOS

Admito que tengo ciertas prebendas con sus Majestades los Reyes Magos. Cada
año que pasa me regalan algún detalle de esos que se valoran más con el tiempo. El
de este año 2002 es un de libro. Me lo dio en mano el paje paterno (sufridos
padres, siempre colaborando con los Reyes...).
La obra -un original de 1891-, enmarcada en los Programas de Primera Enseñanza
de Carlos Yeves, premiados por la Exposición Universal de Viena, está dedicada a
la Geografía y debería servir de texto en las escuelas (Real Orden de 1879).
Enjoyado por el tiempo transcurrido, y publicado por la Librería de la viuda de
Hernando (nº 11 de la calle Arenal, Madrid), estaba destinado al aprendizaje de
niños y niñas hasta los diez años.
A lo largo de 64 pp., hace un recorrido sintético por cuatro grandes capítulos
geográficos: Geografía Física; de España; Astronómica y Política. Contiene los
métodos y rasgos característicos que sobre esta ciencia se tenían a finales del siglo
XIX, así como los métodos de aprendizaje elemental. Con el paso del tiempo, se
han ido abandonando en beneficio de otros que se denominan «aplicados»,
buscando una función social. Cien años de evolución geográfica dan para mucho,
tanto en conceptos como en métodos de análisis y conocimientos. La sapiencia
geográfica que cada año demuestran sus Majestades para volver a visitarnos el seis
de enero desde lugares tan remotos, sin GPS, no se sabría cómo resolver ahora.
En la Geografía actual, tan diversificada en materias, no da tiempo para
acumular conocimientos específicos. El pragmatismo velocísimo de las necesidades
sociales empuja al conocimiento geográfico, tal y como se entiende hoy, en una
carrera contra todo, para conseguir un trozo jugoso de la tarta que ofrecen las
subvenciones y las Consejerías. Es el elixir que mantiene la vida útil de muchos
Departamentos; de otra manera nunca sobrevivirían.
Causa asombro leer el conjunto de conocimientos vertidos en este librito
infantil sobre Geografía. Así se entiende que con enciclopedismos semejantes,
enseñados desde la tierna infancia, fuera posible que surgieran tan buenos y
universales especialistas en la materia, nacidos en la proyección pedagógica que se
prolongó desde entonces hasta la República en España. Después ya no ha sido
posible repetirlo. Las asignaturas afines que se imparten actualmente resultan muy
simplonas de contenidos y vocabulario. Los niños de ahora no podrían llegar a ser
nunca pajes reales.

7 de enero de 2002
EL SUEÑO

Cuando se despertó encima de la piedra, seguía soñado recuerdos. Ni siquiera


notó la brisa que se levanta con el amanecer todos los meses. No había estaciones
en su mundo onírico, porque allí el calendario no se detiene nunca. Tampoco
personas.
Cuando abrió los ojos fue incapaz de acomodarse a la luz mortecina que lo
despertaba. Apenas tenía intensidad, pero cegaba la vista. Trataba de protegerse
con torpeza. La luz invadía su cuerpo. Lo traspasaba. No escuchaba sonidos, pero
se oía a sí mismo. En el duermevela nada parece nunca algo. Lo que sentía no era.
La voluntad dormitaba. Los colores de su ropa, antes intensos, apenas se
distinguían de la piedra sobre la que despertó. Su memoria desierta buscaba algo
alrededor. Sintió calor. Quiso decirlo. Tampoco encontró palabras. Intentó
recordar qué hizo ayer. ¿Con quién comió? ¿A quién besó? Fue inútil. Ni tan
siquiera podía concentrarse en sus obligaciones. Las había olvidado. Empezó a
preocuparse.
Entonces oyó lejana la voz de su madre llamándolo. Pero ella ya no estaba. O
no consiguió verla. Siguió escuchando otro sonido familiar: el agua cayendo por
aquella fuente que había en la plaza del pueblo donde nació. Junto a ella, la casa de
su abuela Marta, siempre en la puerta dispuesta para recibirle con los barquillos
recién hechos. Vio venir del río a su padre y su hermana.
Todos querían que se levantara de la piedra. ¡Cómo quemaba ahora! Estaba
pulida y brillaba con la luz, a pesar de la penumbra que notaba. Parecía tener vida.
De repente comenzó a entender. Se estuvo quieto. Un sudor frío atenazó su
cuerpo. Sintió el silencio de la muerte. Comprendió que en algún momento de su
sueño, alguien se lo había robado. Pero no vio nada ni habló con nadie. Las voces
de los recuerdos más lejanos fluían por sus oídos.
Los ojos se abrieron de repente, buscando dónde mirar. Saliendo de la
penumbra, ella le tendió la mano y sonrió con calidez, como solía hacer. Se vio
reflejado en el espejo de su propia vida. Tomó sus dedos prometiéndose no
soltarlos más. Nunca era ya algo sin sentido. Es posible que ambos recordaran.
Pero ella ya no estaba.
Se dejó apretar la mano, y despacio, con la templanza y firmeza que le faltaron
siempre en la vida, se deslizó a su lado en el reposo absoluto de la muerte. Nació
en su muerte para vivir con ella. Todo se hizo oscuridad. Lo había comprendido.
Pero el tiempo no quiso ser generoso. Soñó, por fin.

21 de febrero de 2002
LA DEFENSA DE LA CIUDAD

La defensa de los valores de la ciudad es un rasgo preclaro de madurez


ciudadana. Resulta ajeno a la comprensión de muchos aquí y, sin embargo, es algo
familiar en los ámbitos urbanos de otros países más cultos.
La cultura no se adquiere por generación espontánea. Lo que no se tuvo, no
llega después a plazos. Nada hay más rechinante que un dirigente político, de
cualquier ámbito, signo o responsabilidad, con síntomas de indigencia cultural,
desmemoriado o con unas entendederas de llavero, que sólo recuerdan con sorna
sus maestros, testigos aún vivos de su debilidad neuronal. Es éste un sino de
nuestro tiempo: cuanto más molondro es alguien, más rápidamente alcanza las
cotas del poder político.
Por eso no es extraño que casi nadie entienda el valor de la discrepancia y que
para rebatirla utilice el recurso manido, tendencioso y procaz de colocar a
defensores de lo que sea en la rama política extrema (siempre -dicen- son unos
pocos), y a ellos en un centro ideológico virtual (siempre -dicen- son la mayoría).
Los españoles de determinada generación y sus validos no han superado el estigma
simplón de “derechas-izquierdas” y lo emplean como estilete para según qué
batallitas.
Pero la defensa de la ciudad es algo más importante. Para lograr el éxito
requerido es necesario que quienes la emprendan se despojen de cualquier
planteamiento político. No hacen falta y ganarán en crédito. Nuestra legislación los
ampara como ciudadanos. El mecanismo diacrónico de las urnas no es el único
argumento lícito. Es necesario que sus ideas superen el ámbito espacial del terruño
local y se proyecten hacia la escala en la que hoy se dirimen todos los aspectos de
nuestras vidas de europeos. No hay estrategia más contundente que superar el coto
vedado municipal y difundir los esfuerzos en foros importantes. En la política,
jusmeterse al superior inmediato es una desventaja para el dirigente menor. El
ejemplo del nonato aparcamiento en la Plaza de los Bandos es paradigmático.
Me preocupa leer en la prensa la parcialidad con que se desprecia la defensa de
los valores intrínsecos de la ciudad. Lo hacen juzgando el número. Cuando
escuchan o leen a profesionales intachables, todos enmudecen. Me repugnan las
descalificaciones; las persecuciones; la mira estrecha que pretende humillar. La
ciudad es mucho más que todo eso. Mientras los vecinos no la consideren suya y la
sientan; mientras no les duela y la defiendan, no hay nada que hacer. Los políticos
pasan. La ciudad perdura.

28 de febrero de 2002
CRISIS DE LA PALABRA

El hecho de que triunfen los monólogos de «El Club de la Comedia» permite


profundizar en algunos aspectos nada coyunturales de la cultura y la sociedad
españolas actuales.
Por ejemplo: cada vez se corrobora mejor la dificultad extrema en el uso de la
palabra como recurso argumentativo o instrumento de explicación general.
Sencillamente: saber exponer algo no abunda. Los guiones con los que se
construyen los monólogos aludidos no son complejos ni excesivamente brillantes
(no son de Arniches ni de Ramón Gómez de la Serna, para entendernos), pero
gustan. Llaman la atención. Al concebirse como reflexiones chistosas sobre temas
específicos cotidianos, cuidan mejor la coherencia de los contenidos; tratan de
empatizar con el público que escucha.
La crisis actual de la palabra se refleja también en la incapacidad de muchos y
variados cargos, públicos y privados, sean de la política o la enseñanza universitaria
(ésta en cualquiera de sus grados), para hablar o leer discursos -porque ahora todos
leen y casi nadie improvisa, ni siquiera en pequeñas intervenciones-. Advierto
problemas específicos de dicción, de entonación, de comprensión, y otros muchos
que se supone que deberían ser insólitos en personas con representaciones
semejantes. Luego se entera uno de su procedencia y profiere un discreto: «¡Ah!».
Las frases suelen estar construidas por una sucesión de muletillas que se barajan
según la ocasión. En el mundo universitario esto abunda de tal forma que se
podrían plantear algunas tesinas sobre ello. ¡Ánimo, filólogos! Cuando surge
alguien que no peca de aquello; que se explica con coherencia, frescura y velocidad
de pensamiento (porque también esta otra cualidad, la de hablar con fluidez y
velocidad, va a menos); que construye discursos diáfanos o que simplemente
dispone de varios registros para argumentar sus conocimientos, la grey lo califica
de charlatán, rollete o directamente, plasta.
Se da un evidente deterioro del uso de la lengua, porque también existe un
empobrecimiento de los recursos mentales para organizar el conocimiento. Se oye
pero no se escucha, y, cuando se hace, el mensaje llega empobrecido y no lo
aprovechan. Es el momento justo para que hagan su agosto los encantadores de
serpientes, los demagogos y los mercachifles de cualquier cosa. En Salamanca
capital viven unos cuantos. Con su pátina primorosa, convencen. Casi.

23 de mayo de 2002
AÑORANZA DEL SILENCIO

En los espacios urbanos actuales la añoranza del silencio es una entelequia.


Necesitamos alguna vez disfrutar del silencio para darnos cuenta de que no lo
tenemos. Así apreciaríamos su verdadero valor. El silencio significa tanto como el
goce de una lectura, entretenida o profunda, en un discreto asiento de cualquier
placita alejada. El silencio, que tantas veces nos acompaña en nuestro interior, se
echa de menos fuera.
El paisaje visual más parecido al paraíso de un silencio urbano es la
madrugada. En el ocaso de cualquier día, los silencios invaden el espacio intangible
con el que también se construye una ciudad, y en el que apenas reparamos el resto
de la jornada. Pero estos silencios se difunden con demasiada cautela,
impresionados por su franca desventaja frente al caos del ruido. El ansia por
disfrutar del silencio todo el día no es posible; se debe reducir el afán sólo a la
incomodidad de la noche.
Los silencios de día son quiméricos en la ciudad. Pero la noche también va
siendo invadida por otros ruidos, y los anhelos de sosiego van perdiendo fuerza. El
tiempo se detiene cuando el silencio inunda los espacios en una ciudad que duerme
protegida por la arquitectura monumental. El poder del silencio estriba en su
capacidad para invitarnos a entrar en un estado de reflexión interior.
Con el silencio llega la razón, porque invade un sentimiento de pequeñez, de
modestia; una interrogante continua ante algo que nos sobrepasa. En el silencio se
tiende a pensar con introspección. Por eso hay ruido casi siempre en nuestras
vidas. La meditación del silencio asusta; incomoda; crea inseguridad. El
pensamiento encadenado discurre por el fluido del silencio de forma natural. En
cambio, el ruido es tan sólo un burdo sustituto; un entretenimiento que adormece
al pensamiento profundo y lo distrae.
Con los silencios la ciudad recupera, de repente, aromas de universalidad que
permanecen inalterados. Pasear en el silencio de una noche por requiebros de
monumentos y juegos de perspectivas, es una experiencia vital que se enriquece de
añoranzas de otros espacios; olores y momentos que pasaron asociados a detalles
personales. Todo fluye en el silencio. Irrumpe un sentimiento de fragilidad que
humaniza. Es necesaria la conmoción que aflora cuando nada se oye pero todo se
siente. Alimenta el espíritu.
Estos días deberían ser de reflexión y silencios, y así recorrer las calles de
nuestra memoria emborronada.

28 de marzo de 2002
DICEN QUE HUELE A OPIO AHÍ FUERA…

Si hiciéramos caso de la manida «teoría de la conspiración», deberíamos


creernos que ahí fuera, entre los entes que nos gobiernan a escala planetaria,
existen intereses bastardos para fomentar que la población de corte educativo
occidental sea cada vez más lerda, menos independiente, más previsible. Una
sociedad servil a causas banales.
Si nos dejáramos guiar sólo por nuestra memoria a medio y largo plazo, y con
cierta capacidad para el análisis social, las ideas tildadas de conspiradoras antes
serían más bien certezas casi inamovibles ahora. No se trataría ya de ideologías ni
de colores (anticipo esto para tranquilidad de quienes no son capaces de analizar
los hechos con otro prisma que aquel que les da de comer, como la política, por
ejemplo, profesión donde el juicio se sustituye por colores: negros, rojos, verdes,
azules...).
Un recorrido somero por las programaciones televisivas; cierta información
sobre máximos de audiencia, y un cuadernillo para anotar en qué consisten los
guiones, qué personajes intervienen, a qué se dedican y cómo hablan -sobre todo,
cómo hablan, Dios mío-, nos permitiría ahondar sin trabas en algo que hoy es un
hecho social incontrovertible: la extensión de la mediocridad.
Tocados convenientemente los niveles de la enseñanza, además; fomentados
otros estadios específicos del ocio y la diversión, de los espectáculos de masas -
orteguianas-, el aderezo de esta ensalada da sabor a un nuevo hombre del siglo
XXI, el primate que vegeta en la incomunicación personal de un mundo
comunicado. ¡Qué paradoja!
A medida que profundizamos en la sociedad de medios y en la educación de
ahora (que en pocos años será otra, disparatada), podemos apreciar cuán
disminuido se muestra el entendimiento humano. En general, la media calificada de
excelencia hoy en la enseñanza no pasaría de notable hace cuarenta años. Algo está
pasando. Pero sucede a pasos tan sibilinos y sinuosos que apenas se advierte en la
vida cotidiana.
Una densa humareda de opio en la educación está fomentando conciencias
gregarias. El enorme fumadero de opio de los conformistas, sin método ni
conciencia, se deja gobernar por centuriones cuellicortos. No tienen corazas ni
grebas que los protejan. La sociedad que basa su «ser» en la información
audiovisual está abocada a un destino cruento: la soledad de quien no «es» por sí
mismo. Y esto permite que los desaprensivos construyan ejércitos de sumisos.
Dicen que huele a opio ahí fuera...

30 de enero de 2003
NIEBLA EN LA CIUDAD

Cualquier ciudad que presuma de serlo necesita fotografiarse vestida de niebla.


La niebla despliega ropajes etéreos que impregnan de humedad las piedras del
suelo y hacen llorar a los monumentos cuando se roza con ellos. La niebla perfila
un horizonte de sombras chinescas de palacios, iglesias y conventos, cuando rompe
en la amanecida, tras una noche negra y blanca. La niebla densa amortigua con
silencios húmedos los estruendos de la ciudad que despierta y la ciudad parece otra,
quizá más aletargada. La niebla opaca invade la intimidad humana y aísla al
caminante solitario del mundo que lo rodea; lo envuelve en un pañuelo generoso
de gotitas minúsculas que no salpican, ni empapan, ni huelen, ni resbalan, ni saben
a nada, pero se notan. Y el caminante sigue, torpe, la guía de la humedad con los
sentidos adormecidos.
La niebla sola, que nace humilde en las orillas de los ríos urbanos, desprende
aromas que roba y eleva, desde el suelo y las raíces de los árboles vecinos, hasta las
copas desafiantes de las choperas ribereñas. Cuando la niebla despierta para
hacerse fuerte en los atardeceres invernales, se transforma en una manta sinuosa de
humedad y frío que recorre, lenta y silenciosa, la ciudad, abandonando sus orígenes
acuáticos, para hacerse urbana por una noche. Tal vez la última.
La niebla no permite las estridencias de las luces urbanas, y las difumina sin
compasión, transformando las lámparas y neones en difusos puntos de una luz que
parece artificial. Las luces de la ciudad tamizadas en la niebla forman relieves
acuosos.
La niebla, en cambio, se rinde ante el arte del hombre sobre la piedra. Y la
arquitectura lo sabe y se deja querer. Entonces, frente al arte excelso la niebla
decide ser sólo un espejo y parar el sentido del tiempo. Cuando la niebla acaricia
edificios señeros, les presta una delicada película de ocres que oscurece e intensifica
la armonía del conjunto. La niebla es la aliada gélida de la arquitectura silente.
Cuando la niebla se extiende por la madrugada de los sueños de la ciudad que
descansa, un silencio de siglos y memorias pesa sobre el ambiente. Pocos han
tenido la fortuna de apreciarlo. Es el instante en que la razón pide descanso y los
sueños apenas importan.
Cuando los sentidos se vencen ante la niebla de la ciudad que todo lo puede,
cuando el horizonte de nuestra mirada rebota frente la pared blanca de gotas, sólo
alcanzamos a ver lo pequeños que en realidad somos. Eso no tiene solución.

13 de febrero de 2003
LA CIUDAD DEL ALMA

Las ciudades son las huellas arquitectónicas y funcionales de la convivencia


humana, desde hace 5.000 años. Para algunos autores pesimistas la existencia de
ciudades acompañándonos en nuestras vidas finitas representa, en el fondo, el
fracaso del hombre para vivir en soledad; su agónica necesidad de sentirse
acompañado. Otros prefieren ver las ciudades como espacios armónicos y
heterogéneos donde la huella social del hombre construye su historia. Casi todos
los que han opinado sobre ellas fueron también habitantes de alguna o de muchas.
La ciudad interior, la del alma, la construcción moral propia de cada persona,
sin embargo, no siempre deja trazas arquitectónicas de su existencia ni de su paso
en la ciudad que nos acoge. Y si lo hace, son intangibles. La ciudad del alma puede
prescindir de los espacios artificiales, de los lugares construidos por el hombre.
La convivencia en las ciudades se está convirtiendo en un artificio, porque vivir
en ellas transforma la solidaridad esperable -por innata- de la persona en una
actitud egoísta de supervivencia. La forma en que hoy se vive la rutina diaria de
obligaciones y devociones; la manera pedestre con que ignoramos con despecho
problemas y urgencias de otros convecinos; los hábitos insolidarios, agresivos y, en
ocasiones, destructores, con que se manifiestan el dolor, el desacuerdo, la alegría o
la festividad dentro de las ciudades, nos recuerdan cuál es, de hecho, nuestra idea
de ciudad: un espacio donde reverbera más el eco de desahogos o soledades, y
menos, la convivencia. Un hormiguero de conciencias perdidas que deambulan
buscando sentidos.
La ciudad del alma, aquella que pertenece a quien habita los espacios urbanos,
la que soporta el peso de nuestras acciones, se está desnudando de trascendencia,
de hondura, de humanidad, apenas sin percibirlo. La construcción personal de la
conciencia, que nos edifica como seres racionales, se dispersa en demasía hoy.
Queda sepultada por costumbres y ritmos que anulan o alejan de nosotros
cualquier interés por los demás.
Es un momento adecuado para inquirirnos si tal vez no estemos equivocados al
abordar nuestra existencia ciudadana. Las respuestas a los dilemas morales que nos
atenazan se encuentran siempre en los ejemplos de vidas sencillas. Éstas fueron
capaces de segregar lo importante de tanto artificio superfluo. El vestigio de la
ciudad del alma se construye con sencillez y humildad.

17 de abril de 2003
SUPERFICIALIDADES

Si algo se percibe como irremediable y negativo en el futuro de la cultura es la


superficialidad con que se abordan aspectos diversos del conocimiento, para
después tratar de hacerlos comprensibles y divulgarlos.
Aquellos científicos y profesionales de la docencia que hace cuatro o cinco
décadas eran llamados, con respeto y por derecho propio, «maestros», se han visto
sustituidos por discípulos que despliegan actividades frenéticas de todo tipo,
ensombreciendo las agendas de sus mentores.
Sin embargo, esta demostración aparente de dinamismo, ciencia y
conocimientos holísticos de las generaciones que iban renovando el panorama
cultural universitario era sólo eso: puro ardid; crepitantes fuegos de artificio. Algo
prosaico. Efímero. Porque lo que sucede en realidad -y aquí se oculta el problema,
que también afecta al resto de las actividades humanas- es que aquello que
proyectan, trabajan, redactan, explican o difunden los nuevos magistrales suele ser
superficial y ramplón, casi infantil, ya que, a diferencia de sus maestros, ellos no
han tenido en su proceso de aprendizaje la misma formación, y mucho menos el
hábito y el tiempo de leer (y comprender, claro), lo cual no les permite analizar los
fenómenos con más rigor que el exhibido por las revistas semanales o por
cualquier contertulio todoterreno de la radio y la televisión.
En estas circunstancias, hoy resulta difícil apreciar en ciertas publicaciones
(artículos, revistas, libros, actas de congresos…) si lo que allí se recoge es ciencia o,
en cambio, se trata de un resumen del «Quo», el «Muy Interesante» o el «National
Geographic».
Naturalmente, cuando se aprecia esta ingenua y liviana manera con que muchos
escriben sobre cuestiones científicas, por ejemplo de ciudades, lo mejor es dejar de
leer, aunque también es divertido armarse de un lápiz blando, con la punta un poco
roma, y anotar las naderías (como recuerda George Steiner: «El intelectual es,
sencillamente, un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano»).
En este Mar de los Sargazos donde personajes semejantes se mueven como
anguilas, nadie rebulle ni critica la pérdida consecutiva de calidad que ello supone
para la enseñanza. Este deterioro formativo convierte a las personas que reciben
productos banales y residuos revestidos de ciencia, en seres dóciles que aceptan -
quizá sin saberlo siquiera- la morralla. Y la rumian sin más, confundidos y
adocenados.

22 de mayo de 2003
APOTEGMAS DE OÍDO

Es frecuente escuchar o leer -incluso publicadas en libros- máximas y


sentencias, más o menos desarrolladas, revestidas de sapiencia, sobre el universo
mundo, carentes por completo de interés y sustancia.
En lo que atañe a todas aquellas cuestiones que afectan a las ciudades, al
fenómeno urbano y sus problemas -usando de forma lata el concepto-, estas
tentaciones protagónicas de postular son aún mayores entre quienes se vanaglorian
de sus supuestos conocimientos frente a los demás. Como hoy apenas se lee nada,
porque no se quiere sacar tiempo para ello, quienes airean conocimientos
elementales, puro papel de seda y a menudo papel de calco, consiguen salir siempre
airosos, revestidos de sabiduría y reconocimiento, ante auditorios voluntariosos, sí,
pero poco instruidos y exigentes.
Si ese público hiciera el esfuerzo de profundizar algo en los apotegmas de
quienes pontifican sobre todo, saltaría a la vista la superficialidad o la inopia con
que abordan las cuestiones tantos príncipes de la sabiduría. Sólo deben leerlos. Se
estudia lo que escriben y se advierte, enseguida, si saben (incluso si saben escribir)
o simplemente refríen con aceite quemado, copian, pegan o tienen el tic de la cita
porque sí (esta manía debería prohibirse). Así, sus banalidades aturdirían a menos
personas.
Los que serían meros comentarios de café o tertulia -con todo el respeto-, se
revisten de ciencia y se inyectan sin sonrojo en publicaciones encadenadas. Meras
listas numéricas en un currículum. A veces, incluso, quienes así se comportan creen
que la razón de la edad -haber vivido, tener muchos años, o más que otros- los
recubre de virtudes como la sapiencia, la certeza o el buen criterio, cuando en
realidad, sólo los adorna de egocentrismo, complejos varios o afán desmedido de
hacerse notar.
Hoy, hasta los más legos sentencian sobre la ciudad -esta o cualquier otra- en
cuestiones de trascendencia, a veces, con una soltura y desparpajo que aturde y
confunde al más pintado. Esa necesidad de aleccionar en todas las salsas, de probar
en todos los guisos sin saber; de creer que son imprescindibles, ellos y sus
apotegmas, se topa, al final de las vidas profesionales, con una seca realidad: sí eran
por completo prescindibles.
El río de la vida, que conduce a vestirnos con un simple sudario, les tiene
reservado ese guiño. Quienes hacen de su profesión científica una pícara carrera de
méritos sociales deberían preguntarse para qué.

16 de octubre de 2003
INFORMACIÓN O CONOCIMIENTO

Hace años que la información se ha separado del conocimiento. Las agencias


multinacionales de comunicación buscan hoy la rentabilidad económica de una
noticia, y se dejan de lado el noble criterio de discernir si puede considerarse como
tal, y así formar parte de la Historia.
A medida que crece esta entelequia llamada «globalización», lo hace también, y
de manera superlativa, el interés rastrero por alimentar en nosotros una necesidad
falsa de estar informados en exceso, y pertenecer a eso que llaman «sociedad de la
información». El bombardeo de noticias, sutilmente seleccionadas, obliga a
malgastar el tiempo -o pretende hacerlo- en leer, escuchar o ver cúmulos de
naderías o construcciones pseudo-intelectuales efímeras, hechas por zonzos y
zorroclocos, que en nada enriquecen.
A medida que la información discurre por las autopistas abiertas, en esa misma
proporción y ritmo se empequeñece la capacidad para discernir, seleccionar o
disentir de algo, con sentido y profundidad. El hecho de acercar aspectos del
mundo, sea próximo o se encuentre en las islas Antípodas, y convertirlos en noticia
o Historia, no transforma al receptor en más moderno, mejor formado o con
mayor conciencia social. Con el tiempo, la suma incontinente de informaciones y
noticias produce amnesia, no sapiencia.
No todos están capacitados para digerir esta amenaza silenciosa que representa
un exceso de información continua. ¿Por qué se alimenta la teoría de que existe un
binomio entre información y conocimiento? ¿Puede haber alguien tan ingenuo que
crea que estar informado equivale a ser un ilustrado en Historia Contemporánea?
El tiempo y el estudio son los únicos métodos para conocer y saber de algo. Con
ellos se rompe ese presupuesto anterior, tan falaz. Información y conocimiento no
son objetos hoy de un mismo proceso, ni tienen igual valor, ni están concatenados.
No si recuperamos la definición exacta del verbo «conocer», en su primera
acepción. Información y conocimiento son realidades antagónicas en la sociedad
actual. Las separan los fines y los métodos.
El conocimiento profundo, aquel que es fruto de una asimilación equilibrada y
madura de estudio, tiempo y reflexión, puede llegar a ser el arma más temida por
quienes siguen defendiendo que debe usarse la información como un sistema
económico de voceo propagandístico e influencia social. Los totalitarismos
también lo siguen creyendo así. Sólo hay que releer la Historia.

30 de octubre de 2003
TEMPUS FUGIT

Albert Einstein (Ulm, 1879-Princeton, 1955), en un discurso sobre la cultura,


pronunciado en 1936, se expresaba así: «Las grandes personalidades no se forman
con lo que se oye o se dice, sino mediante el trabajo y la actividad».
Este binomio «trabajo y actividad» se encuentra en desuso si apoyamos tal
afirmación en el sentido honorable que poseen ambos términos. El trabajo
silencioso, constante, meditado y formativo necesita de una dedicación y un
tiempo generosos. La actividad, mencionada así por Einstein, es el reflejo social de
dicho trabajo. Hoy casi nadie desea invertir en formarse cada día. No se persigue
aceptar aquel principio de Plinio: Tempus studiis impendere (consagrar el tiempo al
estudio), quizá porque se busca la exculpación justificativa de tanta pasividad en
otro precepto de Horacio: Vitae summa brevis (el tiempo tan corto de la vida).
El despliegue de actividades sociales del momento -como parece, a juzgar por
los reportajes- no permite dedicar las horas necesarias a estudiar para mejorar
como personas y ayudar a los demás, si uno se dedica al apartado frívolo. La
actividad social de “figurar” se considera hoy una extensión merecida del trabajo o
los méritos personales.
Confieso que pienso en estas cuestiones desde hace siete días, al contemplar el
insólito y empachoso despliegue de reportajes y remembranzas sobre la
Constitución y el juego pseudo-histórico e infantil del cómo éramos o fueron tales
o cuales hace veinticinco años. Me daba entonces la sensación -también ahora,
transcurridos siete días-, de que el exceso ornamental de juegos florales es una de
las actividades preferidas por las sociedades de principios del siglo XXI. Figurar y
adornar.
¡Qué cantidad de personajes y personas repitiendo desfile y opinando, sentando
cátedra o mero recuerdo testimonial de cuán importantes fueron antaño, en el
ínterin constitucional! Algunos ni se lo creen, ni seguro que han leído el texto, pero
ahí queda la instantánea de su presencia. ¡Qué contraste entre ellos, menudos y
pavoneando sus méritos inconsistentes, con la prudente modestia de los redactores
del texto constitucional!
El tiempo pasa para todos con la misma constancia, pero me resisto a probar
los caldos precocinados con los que tantos nos pretenden convidar. El mejor
homenaje a la Constitución es dejar memoria honrada y profesional de nuestras
vidas. ¿Cuántos pueden? Menos evergesis y hedonismo fatuo, por favor. Existe
aún la memoria.

11 de diciembre de 2003
ENTRETENIMIENTOS CULTURALES

No es difícil percibir la gran confusión de ideas, datos, conceptos e


informaciones con que se alimenta la sociedad actual, a una velocidad de vértigo.
La celeridad con que se obliga a vivir cada instante, así como el apremio por
olvidar cualquier hecho inmediato, contribuyen a enturbiarlo todo.
El uso intencionadamente trivial y maniqueo de paradigmas de profundo
significado como la cultura, el arte, la historia, el progreso, e incluso la verdad y la
mentira, refuerza esta terrible peste en que se convierte la pretensión, bastante
explícita, de que sólo exista un pensamiento único. Es más cómodo. Una única
forma de entender qué es la cultura, cómo se interpretan los hechos en Historia o
cuáles deben ser los gustos y aficiones de la población. Pero esto es un error
encerrado en la pura paradoja.
La cultura que hoy se organiza como tal proviene de un modelo anglosajón
americanista que relaciona el mero entretenimiento con el saber, pretendiendo que
uno y otro sean análogos. El modelo de cultura actual es lo más parecido al Panem
et circenses -pan y circo; alimento y diversión- que glosó Décimo Junio Juvenal (60-
135 d.C., Sat. X, 81). La diversión se organiza mediante programaciones culturales
espasmódicas, y el pan lo pone la Visa, a pago largo y fiado -con o sin fondos-.
En esta ciénaga de la trivialidad, donde los grandes principios universales se
reducen a un esquema ramplón «para que todos lo entiendan» -se suele justificar
así-, la cultura tiene una dimensión larvaria. A lo largo de la historia se han escrito
cientos de ensayos y reflexiones geniales sobre qué es la cultura y su trascendencia
en el hombre. La mera exposición lúdica de tres citas sirve para colocar a nuestra
sociedad actual justo donde le corresponde (gestores incluidos, culturales o de otra
índole).
Decía Jean-Jacques Rousseau (1717-1778), que «sólo somos curiosos en
proporción con nuestra cultura», reflexión que explica con exactitud por qué esta
sociedad actual camina hacia el adocenamiento social y la pasividad ante las
injusticias y arbitrariedades. Confucio-Kung-tse (551-479 a.C.) punta más lejos, con
profunda actualidad: «Los hombres se distinguen menos por sus cualidades
naturales que por la cultura que ellos mismos se proporcionan. Los únicos que no
cambian son los sabios de primer orden y los completamente idiotas». Y para
terminar, la reflexión del escritor y ensayista americano Ralph W. Emerson (1803-
1882): «La cultura es una cosa y el barniz, otra».

8 de enero de 2004
DE PRISAS Y URGENCIAS

«La rapidez, que es una virtud, engendra un vicio, que es la prisa». Con esta
sentencia, plena de certeza premonitoria, el humanista, médico y escritor, Gregorio
Marañón (1887-1960) anticipaba de forma involuntaria cuál iba a ser uno de los
males más extendidos de los últimos veinte años.
En la construcción de los universos personales, en las relaciones de familia y el
proceso de maduración adolescente; en los triunfos deportivos, las aspiraciones en
la gestión política o la extensión de los espacios urbanos; en los viajes y las
estancias; en el enriquecimiento personal y el consumo de entretenimientos o la
satisfacción de expectativas diversas; en el cumplimiento de los sueños o las
simples aspiraciones; e incluso en los momentos de tranquilidad y descanso, la
presencia del apremio se va extendiendo sin remisión.
La prisa, que todo lo envuelve ahora, se ha convertido en un mecanismo de
defensa ante aquello que ignoramos -huir hacia delante da sentido a las vidas de
muchos- y, al mismo tiempo, representa una virtud cautivadora -la rapidez en
generar y resolver procesos, tareas, obligaciones o simples problemas es un
síntoma, dicen, de eficacia-. Sin esa aceleración artificial con que imprimimos
carácter a nuestras vidas nos parece, tal vez, que careceríamos de sentido vital, de
horizonte despejado.
Sin la urgencia funcionando como estímulo generador creemos fracasar en
nuestra cotidianeidad, cuando los demás caminan así. Pero no es cierto. Todo es
una inmensa farsa. Una ficción social en la que hemos terminado atrapados desde
siempre o en algún pasaje concreto de nuestras vidas, de forma involuntaria. Prisa,
¿para qué? Urgencia, ¿con qué propósito? Presura, ¿obligados por qué o quién?
Es sintomático observar cómo en los procesos creativos -artísticos, literarios,
científicos- que usan la reflexión, el análisis, la construcción de paradigmas, la
introspección cognitiva, la selección con criterio o la evaluación, y que nos
permiten mejorar en sociedad y hacer historia, se huye de la excesiva prontitud o
diligencia, su peor enemigo. Y, en cambio, se recurre a sistemas cuyos métodos
reclaman tiempo suficiente para cumplir los cometidos propuestos.
Sin la concesión de un lapso oportuno, todo aquello que se hace caduca ¿Qué
ocurriría si abandonáramos los ritmos que nos imponemos? Sugiero un «nada»
como respuesta. Preparen una buena terapia de tiempo para sí mismos. De
apresurados y urgentes están los cementerios llenos.

4 de marzo de 2004
LA TELEVISIÓN MALEDUCA

Les haré una confesión de carácter familiar: mi hermana y yo crecimos y nos


educamos sin que existiera una televisión en casa, hasta los veinte años. Y aquel
fragmento vital fue, en proporción al tiempo invertido, el más fructífero en juegos,
formación y lecturas de mi vida. La avidez por conocer se satisfacía con absoluta
libertad y prontitud.
No fui, por lo tanto, un niño televisivo en mi generación, a pesar de que aquella
programación era inocente, poco desarrollada y monocolor. Recuerdo infinidad de
tardes, acodado encima de mi cama transformada en un triclinium, devorando todo
tipo de lecturas y jugando. También yendo al cine. Recuerdo las innumerables
conversaciones familiares y el tiempo que nos dedicaban nuestros padres, con
gusto y vocación.
Me viene a la memoria el estupor de cuantos nos visitaban en casa y
comprobaban cómo, en el espacio destinado al televisor, había un hueco. Algunos
se aventuraban a suponer que teníamos averiado el aparato de marras, y nos
miraban compungidos.
Han transcurrido dieciséis años y la televisión hace perder el tiempo a casi
todos, dirigiendo el entretenimiento y la evasión. Nuestras vidas las organizan, así,
otros, y perdemos la libertad de iniciativa. La sociedad actual ha construido gran
parte de lo que representa con el débil castillo de la televisión. La política y la
economía estatales les deben mucho a este medio. No hay más que comprobar los
monopolios y oligopolios que hoy se están formando en torno a la comunicación.
La educación escolar tiene que luchar -causa perdida, ya lo anticipo- contra esa
forma de pedagogía perversa y simplona que destilan programas y series televisivas.
Estas últimas, compradas a cadenas americanas, tras comprobar los índices de
audiencia allí, se adaptan y transfieren al universo juvenil propio de cada Estado
creando, por simbiosis, vocabularios, tramas, decorados, comportamientos y
exigencias juveniles nuevas, que desestructuran cualquier planteamiento educativo
clásico.
Este universo artificial pero poderoso apoya su efectismo -fíjense qué
debilidad-, en un único requisito: que no se apaguen los televisores. Un sencillo
acuerdo amistoso de la sociedad, que consintiera en no encender la televisión un
mes, hundiría parte de la estructura económica, empresarial y de la comunicación
en el país, ávida del consumo diario de publicidad e influencia social por este
conducto. Curiosa arma la del silencio televisivo.

27 de mayo de 2004
PUESTAS DE SOL ATLÁNTICAS

Para quienes siguen acompasando sus ritmos vitales con los latidos de la
naturaleza, las puestas de sol poseen un significado complejo y completo.
A lo largo de la historia, el ocaso en el horizonte marítimo del disco solar
enrojecido, atrayendo la negritud, tapizada a veces de estrellas, ha inspirado a
filósofos, estrategas, navegantes, poetas, artistas, escritores o paisanos sensibles. En
la paleta impresionista del pintor al natural, los colores extremos -rojo luminiscente
y su negación, el negro opresivo- se intercambian el protagonismo, en una función
diaria que es así, desde tiempos geológicos, donde la escala de la memoria humana
no tiene cabida.
La simbología de ese momento excelso, que apenas dura un suspiro -eso al
menos nos parece al contemplarlo embelesados-, ha enriquecido las tradiciones
seculares humanas con relatos, leyendas de seres invencibles y gestas titánicas.
Apenas queda algo original que decir de ese instante aludido. Sólo que siempre
invade un sobrecogimiento especial.
La fachada atlántica de la Península Ibérica permite cautivar al visitante
ocasional o al habitante de fuertes raíces con ese grandioso espectáculo, desde
Camariñas hasta la Punta de Sagres, a lo largo de un itinerario de 900 Km. Nadie
que sea sensible y disponga del ánimo para disfrutar de una puesta de sol, se
sustrae de hacerlo. Existen escenarios vitales en la naturaleza que nos rodea ante
los que nos sentimos pequeños; o en la exacta proporción humana de lo que
somos.
Para quienes habitamos en ciudades y nos servimos de las comodidades
aparentes que éstas nos prestan, otras esencias vitales, como las puestas de sol,
apenas tienen importancia. Somos urbitas en la medida en que nos desprendemos
de aquellas reacciones epiteliales que nos vinculaban con la naturaleza. Y eso
parece un empobrecimiento. No está de más recuperar algo de lo que fuimos. Las
puestas de sol deberían hacernos sentir insignificantes. Quizá así advertiríamos más
fácilmente que tantos planes, propósitos, actividades, trabajos, agendas,
obligaciones o ineludibles tareas con las que nos creemos protagonistas e
imprescindibles en nuestros respectivos mundos profesionales, no lo son tanto.
La vida en la naturaleza continúa sin nosotros con una cadencia distinta; quizá
mejor. El sosiego es necesario y, sin embargo, lo relegamos a un segundo plano.
Contemplen muchos atardeceres y verán qué paz interior.

19 de agosto de 2004
LA IGNORANCIA ES ARROGANTE

En esta sociedad actual muchos quieren aparentar que son alguien en cada
momento. La ignorancia es arrogante.
Nunca como ahora el número de personas que aparentan saber de lo que no
saben, dicen ser lo que no son y viven de ello con desparpajo, había sido tan
numeroso en todas las actividades profesionales. Nunca antes habían llegado con
precocidad tantos imberbes mentales a puestos y cargos de aparente solvencia
intelectual. Nunca como ahora se habían dicho tantas majaderías como
escuchamos en los medios de comunicación, sea cual fuere el tema escogido.
Tantas superficialidades; tantas construcciones efímeras y vacuas de sustancia.
Pero ahora la ignorancia más absoluta se reviste de formas, de protocolo, de
imagen. Y parece así algo distinto. El ignorante se transforma en sabio y el docto,
en cambio, ni figura, ni sale. Y es mejor que no exista, piensan. Hoy la
independencia de criterios se interpreta como una ideología (siempre la contraria al
afectado, faltaría más). Es decir, que aquella actitud de quien tiene ideas propias no
se valora en clave creativa o se pondera como meritoria sino como amenaza para el
poder establecido.
Porque los detentadores del poder, cuya ignorancia se reviste de buena imagen
pública que les otorga ese aire altivo de perdonavidas sinfín, tienen, además, una
cohorte de tiralevitas y palmeros que les escriben sus discursos (literalmente), les
acicalan el aspecto, los cuidan como delicadas flores. El poder no es culto en
absoluto. No lo crean así. Es una falacia más del sistema.
El poder es un encefalograma plano, maquillado de prohombre. Son las
camarillas de lisonjeros, que pululan y liban de la flor de la política en la trastienda,
quienes saben y malician de verdad, interrogan, manipulan, preguntan sobre éste o
aquél, dirigen al líder y van librando batallas o despejando campos allí donde la
libertad de ideas estrecha los caminos del prohombre a quien protegen. Tal es la
perfección que se ha alcanzado en crear y elevar de la estulticia a un personaje
transformado ya en ilustre, que es casi imposible discernir, entre todos, lo genuino
de la mera recreación.
Sólo hay una cura posible para evitar esa venenosa maraña de red entretejida:
pensar libremente. Pero tal ejercicio, difícil de imaginar en los arrogantes
mediocres, no está bien visto, porque la voluntad de pensar libremente lleva, de
inmediato, a interrogarse sobre todo. Y el mediocre no se siente seguro cuando le
preguntan.

29 de septiembre de 2005

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