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21/11/2020 La Jornada: La educación de la mirada

La educación
de la mirada
A B

El artista Vicente Rojo durante la charla con La Jornada, con motivo de su exposición Salón de la fama,
mediante la cual reconoce a quienes han enriquecido su vida y quehacer estético, como Italo Calvino,
Agatha Christie, Joseph Cornell, Germán Cueto, Jean Dubuffet, Georges Méliès, Piet Mondrian, Louise
Nevelson, Carlos Pellicer y Julio Verne Foto Jesús Villaseca

S
obre la alfombra junta las figuras
de su rompecabezas infinito.
Y siempre falta una, sólo una,
y nadie sabe dónde está, secreta.

Octavio Paz

En los antiguos textos taoístas –Tao Te Ching, Chuang Tzu– se insiste una y
otra vez que educar los sentidos es echarlos a perder. Así, por ejemplo, el gran
poeta y monje trapense Thomas Merton, en su lectura, traducción, interpretación
y reescritura de los capítulos centrales de Chuang Tzu, nos dice en su libro, Por
el camino de Chuang Tzu (bien traducido al español por Antonio Resines que,
entre otros, ha traducido también al español a Leonard Cohen): “Entrenas tus
ojos y tu visión anhela colores. Educas tus oídos y deseas sonidos deliciosos.”
Estas sentencias son un corolario del Canto XII del Tao Te Ching: “Los siete

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21/11/2020 La Jornada: La educación de la mirada

colores nublan los ojos. Las siete notas confunden al oído. Los mil sabores
embotan el paladar.”

Siguiendo esta línea de pensamiento o, mejor aún, esta manera fresca de ver
el mundo, no queda más remedio que reconocer que un pintor tan bien educado
visualmente como Vicente Rojo debe tener, a estas alturas de su vida, los ojos
saturados por los siete colores. La educación de su mirada reconoce formas en
todo lo que mira y anhela colores que no son sino el eco de una tradición. ¿De
qué tradición estoy hablando? De la tradición de la pintura, no nada más de
Occidente, pero, sobre todo, de Occidente. Para ser más preciso: la tradición de
la pintura europea desde el Renacimiento hasta nuestros días, y particularmente
aquella que se reconoce en los grandes nombres de los artistas visuales del siglo
XX.

Vicente Rojo ha rendido homenaje a muchos de estos artistas en su anterior


gran exposición, Correspondencias, que se presentó en 2009 en la Estación
Indianilla. Un diálogo con –y un gesto de agradecimiento a– sus mentores. Y
digo mentores porque no solamente las obras provenientes de las distintas artes
visuales hacen salivar las pupilas de Vicente Rojo, lo inspiran a rendirles
homenaje y lo mueven a poner manos a la obra, sino que aún las obras de
escritores, músicos, directores de cine y hasta de filósofos e inventores, se ven
traducidas en su trabajo en formas visuales de toda clase –pinturas, esculturas,
cajas, objetos, obras mixtas, collages– que dan fe de su intensa y extensa
educación visual.

Y tal vez ninguna obra da mejor testimonio de lo dicho que aquel cuadro que
le dedicó a Paul Westheim. La carta que le pintó Vicente Rojo, constituye una
verdadera autobiografía: un ensamble de tarjetas postales seleccionadas y
reunidas a lo largo de toda una vida. Estas reproducciones de obras maestras que
resuenan de manera especial con su sensibilidad y su manera de entender el
oficio –verdaderas piedras de toque de las artes visuales de toda latitud y todo
tiempo– han sido convocadas en esta obra hasta configurar un homenaje a la
pintura y, a la vez, un autorretrato. Una meta-pintura que es, por sí misma y de
propio derecho, una obra maestra.

Y es que, claro, podemos ver la obra de un artista –de cualquier artista– como
autorretrato y una autobiografía. Siempre es posible hacer esta lectura de una
obra. Pero también la podemos ver como un homenaje a sus espíritus tutelares. Y
Vicente Rojo dejó muy claro en su anterior exposición que sus homenajes no se
detendrían en unos cuantos nombres. A la correspondencia dirigida, en principio,
a una docena de creadores, añadió luego una serie de “mensajes” en forma de
esculturas de pequeño formato dirigidos a muchos otros artistas. Se trata, pues,
de lo que sin exagerar podríamos llamar su correspondencia electiva.

Dos años después, y con motivo de los

primeros cincuenta años de existencia de la Galería Juan Martín –¡se dice


fácil!– Vicente Rojo presenta la continuación de la saga que comenzara con
aquellas Correspondencias, se prolongara en los Mensajes, y que ahora comienza
a redondearse en un verdadero Salón de la fama de la mirada. Las obras que se
exponen dan cuenta del entrenamiento visual de Rojo. O, si se quiere ver desde
el punto de vista taoísta, de su mala educación.

Cómplice de esta misma mala educación, yo mismo, desde el momento en


que entré al estudio de Vicente Rojo, comencé a ver las obras que como
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homenaje a tantos grandes artistas visuales se iban gestando, casi sin quererlo, en
todas partes. Cada rincón comenzó a hablarme con el lenguaje visual de alguno
de los titanes…

Para comenzar, quiero decir que la primera impresión que me produjo la obra
en desarrollo –work in progress– fue la de un inmenso rompecabezas. O, si se
quiere ver así, la de un inmenso collage. Mejor aún: la de uno de esos
sorprendentes collages que Jess (un formidable artista prácticamente
desconocido en México, que fue compañero de toda la vida del poeta de San
Francisco, Robert Duncan) hizo a partir de piezas de rompecabezas. Juego de
niños. Juego emprendido y desarrollado con la libertad, la gratuidad y la seriedad
con que juegan los niños.

Así, en el aparente desorden del taller del artista es posible ver surgir
constelaciones de objetos y manchas, trizas y trazos, que acaso apuntan hacia un
homenaje o buscan ya, claramente, establecer una correspondencia con la obra de
un artista en particular. Todos estos seres –veras constelaciones domésticas–
reunidos, apilados, dispersos, azarosa o deliberadamente dispuestos, se presentan
a la mirada como en proceso de formación. Como si por la mirilla de un
telescopio viéramos surgir en cámara ultra rápida un nuevo sistema solar. Como
si con los lentes de Vicente Rojo pudiéramos ver el surgimiento de una nueva
galaxia.

Aunque también se podría plantear un símil en las antípodas de la visión, y en


vez de hablar de espacios estelares y telescopios, hablar de los íntimos espacios
atómicos y subatómicos, y remitirnos más bien al microscopio. Desde este punto
de vista, no es imposible contemplar los diez mil objetos y criaturas que viven en
el taller de Vicente Rojo como si formaran parte de esa variopinta fauna
subatómica que se presenta ante nuestros ojos, más que como un objeto (o una
serie de objetos) como un proceso en continuo estado de transformación.

Partículas elementales y partículas compuestas: quarks, leptones, electrones,


neutrinos, fotones, gluones, protones, hadrones, barones, mesones y cuantas
criaturas se animen a habitar en los extravagantes sueños de los físicos de
partículas y los físicos nucleares. ¿Por qué no? Todo puede ser. A final de
cuentas todo es cuestión de fe. Porque, como admirablemente dice Emily
Dickinson:

La “Fe” es toda una invención

Para el Hombre con conciencia -

Los Microscopios son buenos

En un caso de Emergencia.

La imagen de ese estado de continua emergencia de las partículas atómicas y


subatómicas, conviene de manera precisa al proceso en el que se halla inmersa
desde hace mucho tiempo la obra de Vicente Rojo; pero muy señaladamente en
los últimos años. Así que, más pertinente que hablar aquí de los nombres de los
artistas a los cuales pueden o podrían estar dirigidas las misivas visuales de
Vicente Rojo, habría que hablar más bien de un juego que le encanta a la niña de
su pupila: un rompecabezas multidimensional. Un juego donde una cosa es otra
cosa; un objeto se convierte en otro objeto; un trabajo se transforma en otro…
dando lugar a un proceso de emergencia de obras y su continua metamorfosis.
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Los elementos que aparecen configurados en una obra migran sin


impedimento alguno a otra y a otra y a otra… estableciendo un diálogo y un
comercio entre visiones y artistas, entre formatos y técnicas. Átomos, partículas,
moléculas orgánicas e inorgánicas, monómeros y polímeros que tanto le deben al
milagro del accidente como al del ojo atento que es capaz de captar un orden allí
donde no parecía haber sino caos.

No otra cosa sucede al otro lado del telescopio: los planetas, los satélites, las
estrellas, los sistemas solares, las galaxias, y hasta los hoyos negros, nacen,
crecen se reproducen, envejecen y mueren como lo hacen las partículas
subatómicas. Y no es de extrañar, pues todo está vivo. Tal vez, en última
instancia, no son sino la misma cosa. Las dos alas de un mismo pájaro de
paradojas: haz y envés de una misma lente. Así lo vio Leonora Carrington y lo
dejó escrito en su impresionante relato autobiográfico Memorias de abajo:

El huevo es el macrocosmos y el microcosmos, la línea divisoria entre lo


Grande y lo Pequeño que hace imposible ver el todo. Poseer un telescopio sin su
otra mitad esencial, el microscopio, me parece símbolo de la más oscura
comprensión. La misión del ojo derecho es atisbar por el telescopio mientras el
izquierdo atisba por el microscopio.

Y no por casualidad hablo aquí de mirillas, cámaras y lentes, ya que en mis


visitas al taller de Vicente Rojo, como testigo y hasta cómplice del proceso de
formación de su Museo de la fama, hice, por primera vez, uso de una cámara
fotográfica para tomar notas. Así, fui recorriendo el taller encontrándome a cada
paso con las huellas inconfundibles de algún artista conocido; con el eco de
alguna obra; con el recuerdo de mi aprendizaje visual. La mala educación taoísta
de la mirada de Vicente Rojo se alió a la mala educación de mi propia mirada, y
las fotos que acompañan este texto dan testimonio de ello.

Sólo quiero agregar que ninguna de las fotos que acompañan este texto ha
sido compuesta ex profeso. No he puesto a “posar” los objetos. Son instantáneas
que dan fe de la presencia de los maestros en el trabajo de uno de sus pares.
Deudas de gratitud con los guardianes de la visión. Dentro de un orden muy bien
disfrazado de desorden el taller de Vicente Rojo ofrece la posibilidad de
encontrar aquí y allá la inconfundible huella de su progenie.

En el espíritu lúdico que anima este Museo de la fama, invitamos a los


espectadores a dar nombres a los “artistas” que se manifiestan en estas fotos, sin
haber sospechado siquiera que serían invitados de lujo a este banquete que nos
ofrece Vicente Rojo. Un artista que, viendo con los dos ojos, hacia adentro y
hacia afuera, se ha entregado con pasión al Ars combinatoria de objetos y obras,
de nombres y recuerdos, de técnicas y artistas, en éste, su personal Salón de la
fama visual. Ars combinatoria cuya clave sólo él conoce, sabedor de que en cada
obra, y en cada nueva serie de obras, siempre falta una figura y sólo una. Y nadie
sabe dónde está… es secreta.

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