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Para conocer el significado exacto de los conceptos que se utilizan, hay que conocer
sus definiciones correctas, hay que ser capaz de volver a los pasos específicos
(ló gicos, no cronoló gicos) por los que se formaron, y hay que ser capaz de demostrar
su conexió n con su base en la realidad perceptiva.
Por ejemplo: ¿qué hecho de la realidad dio origen al concepto de "justicia"? El hecho
de que el hombre debe sacar conclusiones sobre las cosas, las personas y los
acontecimientos que le rodean, es decir, debe juzgarlos y evaluarlos. ¿Es su juicio
automá ticamente correcto? No. ¿Qué hace que su juicio sea erró neo? La falta de
pruebas suficientes, o su evasió n de las pruebas, o su inclusió n de consideraciones
distintas de los hechos del caso. ¿Có mo, entonces, va a llegar a un juicio correcto?
Basá ndolo exclusivamente en las pruebas de hecho y considerando todas las pruebas
relevantes disponibles. ¿Pero no es esto una descripció n de la "objetividad"? Sí,
"juicio objetivo" es una de las categorías má s amplias a las que pertenece el concepto
de "justicia". ¿Qué distingue a la "justicia" de otras instancias de juicio objetivo?
Cuando se evalú a la naturaleza o las acciones de los objetos inanimados, el criterio de
juicio está determinado por el propó sito particular para el que se evalú an. Pero,
¿có mo se determina un criterio para evaluar el cará cter y las acciones de los
hombres, teniendo en cuenta que los hombres poseen la facultad de la voluntad?
¿Qué ciencia puede proporcionar un criterio objetivo de evaluació n con respecto a
las materias volitivas? La ética. Ahora bien, ¿necesito un concepto para designar el
acto de juzgar el cará cter y/o las acciones de un hombre exclusivamente sobre la
base de todas las pruebas fá cticas disponibles, y de evaluarlo mediante un criterio
moral objetivo? Sí. Ese concepto es "justicia".
Obsérvese la larga cadena de consideraciones y observaciones que se condensan en
un solo concepto. Y la cadena es mucho má s larga que el patró n abreviado que se
presenta aquí, porque cada concepto utilizado en este ejemplo representa cadenas
similares.
Por favor, tenga en cuenta este ejemplo. Discutiremos este tema má s adelante
cuando discutamos el papel cognitivo de los conceptos.
Observemos, en este punto, la diferencia radical entre la visió n de Aristó teles sobre
los conceptos y la visió n objetivista, particularmente en lo que respecta a la cuestió n
de las características esenciales.
Fue Aristó teles quien formuló por primera vez los principios de la definició n
correcta. Es Aristó teles quien identificó el hecho de que só lo existen los concretos.
Pero Aristó teles sostuvo que las definiciones se refieren a las esencias metafísicas,
que existen en lo concreto como un elemento especial o poder formativo, y sostuvo
que el proceso de formació n de conceptos depende de una especie de intuició n
directa por la cual la mente del hombre capta estas esencias y forma los conceptos en
consecuencia.
Ahora refiérase a las cuatro escuelas histó ricas de pensamiento sobre el tema de los
conceptos, que enumeré en el pró logo de esta obra, y observe que la dicotomía de
"intrínseco o subjetivo" ha hecho estragos en este tema, como lo ha hecho en todos
los temas que involucran la relació n de la conciencia con la existencia.
Para agravar el caos: hay que señ alar que la escuela platonista comienza aceptando la
primacía de la conciencia, invirtiendo la relació n de la conciencia con la existencia,
asumiendo que la realidad debe conformarse al contenido de la conciencia, y no al
revés, bajo la premisa de que la presencia de cualquier noció n en la mente del
hombre prueba la existencia de un referente correspondiente en la realidad. Pero la
escuela platonista conserva todavía algú n vestigio de respeto por la realidad, aunque
só lo sea en una motivació n no declarada: distorsiona la realidad en una construcció n
mística para extorsionar su sanció n y validar el subjetivismo. La escuela nominalista
comienza, con humildad empírica, negando el poder de la conciencia para formar
cualquier generalizació n vá lida sobre la existencia y termina con un subjetivismo que
no requiere sanció n, una conciencia liberada de la "tiranía" de la realidad.
Ninguna de estas escuelas considera que los conceptos sean objetivos, es decir, que no
sean revelados ni inventados, sino que sean producidos por la conciencia del hombre
de acuerdo con los hechos de la realidad, como integraciones mentales de datos
fá cticos computados por el hombre, como productos de un método cognitivo de
clasificació n cuyos procesos deben ser realizados por el hombre, pero cuyo
contenido es dictado por la realidad.
Conceptos axiomáticos
Los axiomas suelen considerarse como proposiciones que identifican una verdad
fundamental y evidente. Pero las proposiciones explícitas como tales no son
primarias: está n hechas de conceptos. La base del conocimiento del hombre - de
todos los demá s conceptos, todos los axiomas, proposiciones y pensamientos -
consiste en conceptos axiomá ticos.
Los primeros y principales conceptos axiomá ticos son "existencia", "identidad" (que
es un corolario de "existencia") y "conciencia". Uno puede estudiar lo que existe y
có mo funciona la conciencia; pero no se puede analizar (o "probar") la existencia
como tal, o la conciencia como tal. Estas son primarias irreductibles. (El intento de
"probar" que existen es contradictorio: es un intento de "probar" la existencia por
medio de la no existencia, y la conciencia por medio de la inconsciencia).
Las unidades de los conceptos "existencia" e "identidad" son todas las entidades,
atributos, acciones, eventos o fenó menos (incluida la conciencia) que existen, han
existido o existirá n alguna vez. Las unidades del concepto "conciencia" son todo
estado o proceso de conciencia que uno experimenta, ha experimentado o
experimentará alguna vez (así como unidades similares, una facultad similar, que
uno infiere en otras entidades vivientes). Las mediciones omitidas de los conceptos
axiomá ticos son todas las mediciones de todos los existentes que subsumen; lo que
se retiene, metafísicamente, es só lo un hecho fundamental; lo que se retiene,
epistemoló gicamente, es só lo una categoría de medició n, omitiendo sus
particularidades: el tiempo, es decir, el hecho fundamental se retiene
independientemente de cualquier momento particular de conciencia.
Los conceptos axiomá ticos son las constantes de la conciencia del hombre, los
integradores cognitivos que identifican y así protegen su continuidad. Identifican
explícitamente la omisió n de las medidas de tiempo psicoló gico, que está implícita en
todos los demá s conceptos.
Hay que recordar que la conciencia conceptual es el ú nico tipo de conciencia capaz
de integrar el pasado, el presente y el futuro. Las sensaciones no son má s que una
conciencia del presente y no pueden ser retenidas má s allá del momento inmediato;
las percepciones se retienen y, a través de la memoria automá tica, proporcionan un
cierto vínculo rudimentario con el pasado, pero no pueden proyectar el futuro. Só lo
la conciencia conceptual puede captar y retener el total de su experiencia
-extrospectivamente, la continuidad de la existencia; introspectivamente, la
continuidad de la conciencia- y permitir así a su poseedor proyectar su curso a largo
plazo. Es por medio de los conceptos axiomá ticos que el hombre capta y mantiene
esta continuidad, llevá ndola a su conciencia y conocimiento. Son los conceptos
axiomá ticos los que identifican la condició n previa del conocimiento: la distinció n
entre la existencia y la conciencia, entre la realidad y la conciencia de la realidad,
entre el objeto y el sujeto de la cognició n. Los conceptos axiomá ticos son el
fundamento de la objetividad.
Esto nos lleva a otro aspecto especial de los conceptos axiomá ticos: aunque designan
un hecho metafísico fundamental, los conceptos axiomá ticos son el producto de una
necesidad epistemoló gica: la necesidad de una conciencia conceptual volitiva, capaz
de error y duda. La conciencia perceptiva de un animal no necesita ni puede captar
un equivalente de los conceptos "existencia", "identidad" y "conciencia": se ocupa de
ellos constantemente, es consciente de los existentes, reconoce varias identidades,
pero los toma (y se toma a sí mismo) como lo dado y no puede concebir ninguna
alternativa. Só lo la conciencia del hombre, una conciencia capaz de errores
conceptuales, necesita una identificació n especial de lo directamente dado, para
abarcar y delimitar todo el campo de su conciencia, para delimitarla del vacío de
irrealidad al que pueden conducir los errores conceptuales. Los conceptos
axiomá ticos son directrices epistemoló gicas. Resumen la esencia de toda la cognició n
humana: existe algo de lo que soy consciente; debo descubrir su identidad.
Este subrayado de los hechos primarios es una de las funciones epistemoló gicas
cruciales de los conceptos axiomá ticos. Es también la razó n por la que pueden ser
traducidos en una declaració n só lo en forma de repetició n (como base y
recordatorio): La existencia existe - la conciencia es consciente - es A. (Esto convierte
los conceptos axiomá ticos en axiomas formales).
Dado que los conceptos axiomá ticos se refieren a hechos de la realidad y no son una
cuestió n de "fe" o de elecció n arbitraria del hombre, hay una manera de determinar
si un concepto dado es axiomá tico o no: se comprueba observando el hecho de que
un concepto axiomá tico no puede escaparse, que está implícito en todo
conocimiento, que tiene que ser aceptado y utilizado incluso en el proceso de
cualquier intento de negarlo.
Por ejemplo, cuando los filó sofos modernos declaran que los axiomas son una
cuestió n de elecció n arbitraria, y proceden a elegir conceptos complejos y derivados
como los supuestos axiomas de su supuesto razonamiento, se puede observar que
sus declaraciones implican y dependen de la "existencia", la "conciencia", la
"identidad", que profesan negar, pero que se introducen de contrabando en sus
argumentos en forma de conceptos no reconocidos y "robados".
Cabe señ alar, en este punto, que lo que los enemigos de la razó n parecen saber, pero
que sus supuestos defensores no han descubierto, es el hecho de que los conceptos
axiomáticos son los guardianes de la mente del hombre y el fundamento de la razón -la
piedra clave, la piedra de toque y el sello de la razó n- y si la razó n ha de ser
destruida, son los conceptos axiomá ticos los que han de ser destruidos.
Una de las consecuencias (una variante vulgar del robo de conceptos, frecuente entre
los místicos e irracionalistas declarados) es una falacia que llamo la Reificación del
Cero. Consiste en considerar la "nada" como una cosa, como un tipo especial y
diferente de existencia. (Por ejemplo, véase Existencialismo.) Esta falacia engendra
síntomas tales como la noció n de que la presencia y la ausencia, o el ser y el no ser,
son fuerzas metafísicas de igual poder, y que el ser es la ausencia del no ser. Por
ejemplo, "La nada es anterior al ser". (Sartre)- "La finitud humana es la presencia del
no en el ser del hombre". William Barrett: "Nada es má s real que la nada". "Das
Nichts nichtet" o "Nada". (Heidegger). "La conciencia, entonces, no es una cosa, sino
una negació n. El sujeto no es una cosa, sino una no-cosa. El sujeto esculpe su propio
mundo fuera del Ser por medio de determinaciones negativas. Sartre describe la
conciencia como un "néant néantisant". Es una forma de ser distinta de la suya
propia: un modo "que todavía no es lo que es, es decir, que es lo que es, es decir, que
es lo que no es y que no es lo que es". " (Hector Hawton, The Feast of Unreason,
Londres: Watts & Co., 1952, p. 162.)
(¿El motivo? "Las declaraciones genuinas sobre la nada siempre deben ser inusuales.
No pueden hacerse comunes. Se disuelve cuando se coloca en el á cido barato de la
mera perspicacia ló gica". Heidegger.)
Las protestas de un hombre por su lealtad a la razó n no tienen sentido como tales: la
"razó n" no es un concepto axiomá tico, sino complejo y derivado, y, en particular,
desde Kant, la técnica filosó fica de robo de conceptos, de intentar negar la razó n por
medio de la razó n, se ha convertido en un bromuro general, un truco usado
transparentemente. ¿Quiere evaluar la racionalidad de una persona, una teoría o un
sistema filosó fico? No pregunte sobre su posició n sobre la validez de la razó n.
Busque la posició n sobre los conceptos axiomá ticos. Le contará toda la historia.
7.
Tanto si este experimento en particular es exacto como si no, la verdad del principio
que ilustra se puede determinar introspectivamente: si omitimos todo el
conocimiento conceptual, incluida la capacidad de contar en términos de nú meros, y
tratamos de ver cuá ntas unidades (o existentes de un tipo determinado) podemos
discriminar, recordar y tratar por medios puramente perceptivos (por ejemplo,
visual o auditivamente, pero sin contar), descubriremos que la gama de la capacidad
perceptiva del hombre puede ser mayor, pero no mucho mayor, que la del cuervo:
podemos captar y sostener cinco o seis unidades como má ximo.
Dado que la conciencia es una facultad específica, tiene una naturaleza o identidad
específica y, por lo tanto, su alcance es limitado: no puede percibir todo a la vez; dado
que la conciencia, en todos sus niveles, requiere un proceso activo, no puede hacer
todo a la vez. Tanto si las unidades con las que se trata son percepciones como si son
conceptos, el alcance de lo que el hombre puede mantener en el foco de su conciencia
en un momento dado es limitado. La esencia, por lo tanto, del incomparable poder
cognoscitivo del hombre es la capacidad de reducir una gran cantidad de informació n
a un nú mero mínimo de unidades, que es la tarea que realiza su facultad conceptual.
Y el principio de la unidad-economía es uno de los principios rectores esenciales de
esa facultad.
Un "nú mero" es un símbolo mental que integra unidades en una sola unidad mayor
(o subdivide una unidad en fracciones) con referencia al nú mero bá sico de "uno", que
es el símbolo mental bá sico de "unidad". Así pues, "5" significa (metafísicamente,
los referentes de "5" son cinco cualesquiera de un tipo especificado;
epistemoló gicamente, se representan por un solo símbolo).
Esto nos lleva a un aspecto crucial del papel cognitivo de los conceptos: los conceptos
representan condensaciones de conocimiento, que hacen posible un estudio má s
profundo y la divisió n del trabajo cognitivo.
Recuerde que el nivel de percepció n de la conciencia es la base del desarrollo
conceptual del hombre. El hombre forma conceptos, como un sistema de
clasificació n, cuando el alcance de los datos perceptivos se vuelve demasiado grande
para que su mente lo maneje. Los conceptos representan tipos específicos de
existencias, incluyendo todas las características de estas existencias, observadas y
aú n no observadas, conocidas y desconocidas.
Este punto de vista implica la suposició n no admitida de que los conceptos no son un
dispositivo cognitivo del tipo de conciencia del hombre, sino un depó sito de
omnisciencia cerrado y fuera de contexto - y que los conceptos se refieren, no a los
existentes en el mundo exterior, sino al estado congelado y detenido de conocimiento
dentro de cualquier conciencia dada en cualquier momento dado. Con esta premisa,
todo avance del conocimiento es un retroceso, una demostració n de la ignorancia del
hombre. Por ejemplo, los salvajes sabían que el hombre posee una cabeza, un torso,
dos piernas y dos brazos; cuando los científicos del Renacimiento comenzaron a
diseccionar cadá veres y descubrieron la naturaleza de los ó rganos internos del
hombre, invalidaron el concepto de "hombre" de los salvajes; cuando los científicos
modernos descubrieron que el hombre posee glá ndulas internas, invalidaron el
concepto de "hombre" del Renacimiento, etc.
Es el cará cter "abierto" de los conceptos lo que permite la divisió n del trabajo
cognitivo entre los hombres. Un científico no podría especializarse en una rama
particular de estudio sin un contexto má s amplio, sin la correlació n e integració n de
su trabajo con los otros aspectos del mismo tema. Consideremos, por ejemplo, la
ciencia de la medicina. Si el concepto de "hombre" no fuera el concepto unificador de
esa ciencia (si algunos científicos estudiaran só lo los pulmones del hombre; otros,
só lo el estó mago; otros, só lo la circulació n sanguínea; y otros, só lo la retina del ojo),
si todos los nuevos descubrimientos no se atribuyeran a la misma entidad y, por lo
tanto, no se integraran en estricto cumplimiento de la ley de la no contradicció n, el
colapso de la ciencia médica no tardaría en producirse.
Ninguna mente puede tener todo el conocimiento disponible para la humanidad hoy
en día, y mucho menos tenerlo en detalle. Sin embargo, ese conocimiento debe ser
integrado y debe mantenerse abierto a la comprensió n y verificació n individual, si la
ciencia no va a colapsar bajo el peso de minucias no correlacionadas, no probadas y
contradictorias. Só lo la má s rigurosa precisió n epistemoló gica puede implementar y
proteger el avance de la ciencia. Só lo las definiciones má s estrictas, contextualmente
absolutas de los conceptos, pueden permitir al hombre integrar sus conocimientos,
seguir ampliando su estructura conceptual en un orden gravemente jerá rquico
formando nuevos conceptos, cuando y como sea necesario, y condensar así la
informació n y reducir el nú mero de unidades mentales con las que tiene que tratar.
En cambio, los guardianes de la epistemología científica, los filó sofos, enseñ an a los
hombres que la precisió n conceptual es imposible, que la integració n es indeseable,
que los conceptos no tienen referentes fá cticos, que un concepto no denota má s que
su característica definitoria, que no representa má s que una convenció n social
arbitraria, y que un científico debe realizar encuestas pú blicas para descubrir el
significado de los conceptos que utiliza. ("No busques el significado, busca el uso.")
Las consecuencias de tales doctrinas se está n haciendo evidentes en todas las ramas
de la ciencia hoy en día, má s obviamente en las humanidades.
Existe una gran latitud, en la periferia del vocabulario conceptual del hombre, una
amplia á rea donde la elecció n es opcional, pero en lo que respecta a ciertas
categorías centrales de existentes la formació n de conceptos es obligatoria. Esto
incluye categorías tales como: a) los concretos perceptivos con los que el hombre se
enfrenta diariamente, representados por el primer nivel de abstracciones; b) los
nuevos descubrimientos de la ciencia; c) los nuevos objetos fabricados por el hombre
que difieren en sus características esenciales de los objetos anteriormente conocidos
(por ejemplo, "televisió n"); d) las complejas relaciones humanas que implican
combinaciones de comportamiento físico y psicoló gico (por ejemplo, "matrimonio",
"ley", "justicia").
Estas cuatro categorías representan las existencias con las que el hombre tiene que
lidiar constantemente, en muchos contextos diferentes, desde muchos aspectos
diferentes, ya sea en la acció n física diaria o, lo que es má s importante, en la acció n
mental y el estudio ulterior. El peso mental de llevar estos existentes en la cabeza por
medio de imá genes perceptivas o largas descripciones verbales es tal que ninguna
mente humana podría manejarlo. La necesidad de condensació n, de reducció n de
unidades, es obvia en tales casos.
A modo de ejemplo, les remito a mi breve aná lisis de la necesidad de formar el
concepto de "justicia" (en el capítulo sobre "Definiciones"). Si ese concepto no
existiera, ¿qué número de consideraciones tendría que tener en cuenta un hombre
simultá neamente, en cada paso del proceso de juzgar a otro hombre? O si el concepto
de "matrimonio" no existiera, ¿qué nú mero de consideraciones tendría que tener en
cuenta y expresar un hombre al proponerle matrimonio a una mujer? (Pregú ntese a
sí mismo qué es lo que ese concepto subsume y condensa en su propia mente).
Por "Caso límite" se entiende los existentes que comparten algunas características
con los referentes de un concepto dado, pero carecen de otras; o que comparten
algunas características con los referentes de dos conceptos diferentes y que son, en
efecto, epistemoló gicamente intermedios, es decir, ciertos organismos primitivos que
los bió logos no pueden clasificar plenamente como animales o plantas.
Los ejemplos favoritos de los filó sofos modernos de este "problema" se expresan en
preguntas como: "¿Qué tono preciso de color representa la frontera conceptual entre
el "rojo" y el "naranja"?" O: "Si nunca hubieras visto ningú n cisne que no fuera
blanco, y luego descubrieras uno negro, ¿con qué criterio decidirías si lo clasificarías
como un 'cisne' o le darías un nombre diferente y acuñ arías un nuevo concepto?" O:
"Si descubrieras la existencia de un marciano que tuviera una mente racional, pero
un cuerpo de arañ a, ¿lo clasificarías como un animal racional, es decir, como
'hombre'?"
Todo esto va acompañ ado de la queja de que "la naturaleza no nos dice qué opció n
tomar", y pretende demostrar que los conceptos representan agrupaciones
arbitrarias formadas por el capricho humano (social), que no está n determinados
por criterios objetivos y que no tienen validez cognitiva.
Lo que sí demuestran estas doctrinas es la incapacidad de comprender el papel
cognitivo de los conceptos, es decir, el hecho de que los requisitos de la cognició n
determinan los criterios objetivos de la formació n de conceptos. La clasificació n
conceptual de los existentes recién descubiertos depende de la naturaleza y el
alcance de sus diferencias y similitudes con los existentes previamente conocidos.
Conciencia e identidad
Sin embargo, una proposició n só lo puede cumplir esta funció n si los conceptos que la
componen tienen significados definidos con precisió n. Si en el campo de las
matemá ticas los nú meros no tuvieran valores fijos y firmes, si fueran meras
aproximaciones determinadas por el estado de á nimo de sus usuarios -de modo que
"5", por ejemplo, podría significar cinco en algunos cá lculos, pero seis y medio o
cuatro y tres cuartos en otros, segú n la "conveniencia" de los usuarios- no existiría la
ciencia de las matemá ticas.
Sin embargo, esta es la manera en que la mayoría de la gente usa los conceptos, y se
les enseñ a a hacerlo.
El resultado es una mentalidad que trata las abstracciones de primer nivel, los
conceptos de las existencias físicas, como si fueran percepciones, y es incapaz de
elevarse mucho má s, incapaz de integrar nuevos conocimientos o de identificar su
propia experiencia, una mentalidad que no ha descubierto el proceso de
conceptualizació n en términos conscientes, no ha aprendido a adoptarla como una
política activa, continua y autoiniciada, y se queda detenido en un nivel concreto,
ocupá ndose só lo de lo dado, de las preocupaciones del momento inmediato, del día o
del añ o, sintiendo ansiosamente un abismo de lo desconocido por todas partes.
Para tales mentalidades, los conceptos superiores son astillas indeterminadas que
parpadean en el abismo, que se agarran y utilizan al azar, con un sentido de culpa sin
nombre, con el terror cró nico de un terrible vengador que aparece en la forma de la
pregunta: "¿Qué quiere decir?"
Las palabras, tal y como las usa la gente, denotan sentimientos no identificados,
motivos no admitidos, impulsos subconscientes, asociaciones de azar, sonidos
memorizados, fó rmulas rituales, pistas de segunda mano, todo ello colgado, como
percebes, en alguna sugerencia de natació n de algú n referente existencial. En
consecuencia (ya que no se pueden formar conceptos de conciencia sin referencia a
su contenido existencial), el campo de introspecció n, para tales personas, es una
selva virgen en la que aú n no se han cortado los caminos conceptuales. Son incapaces
de distinguir entre pensamiento y emoció n, entre cognició n y evaluació n, entre
observació n e imaginació n, entre existencia y conciencia, entre objeto y sujeto, entre
el significado de cualquier estado interior, y pasan sus vidas como prisioneros
acobardados dentro de sus propios crá neos, temerosos de mirar la realidad,
paralizados por el misterio de su propia conciencia.
Estas son las mentalidades que la filosofía moderna nos pide ahora que aceptemos
como el criterio del significado de los conceptos.
Hay un elemento de ironía sombría en el surgimiento del Aná lisis Lingü ístico en la
escena filosó fica. El asalto a la facultad conceptual del hombre se ha acelerado desde
Kant, ampliando la brecha entre la mente del hombre y la realidad. La funció n
cognitiva de los conceptos fue socavada por una serie de dispositivos grotescos,
como, por ejemplo, la dicotomía "analítico-sintética" que, por una ruta de tortuosos
circunloquios y equívocos, conduce al dogma de que una proposició n
"necesariamente" verdadera no puede ser factual, y una proposició n factual no puede
ser "necesariamente" verdadera. El craso escepticismo y el cinismo epistemoló gico
de la influencia de Kant se han ido filtrando desde las universidades a las artes, las
ciencias, las industrias, las legislaturas, saturando nuestra cultura, descomponiendo
el lenguaje y el pensamiento. Si alguna vez fue necesario un esfuerzo filosó fico
hercú leo para limpiar los establos kantianos -en particular, para redimir el lenguaje
estableciendo criterios objetivos de significado y definició n, lo que el hombre medio
no podía intentar-, ahora es el momento. Como si percibiera esa necesidad, el Aná lisis
Lingü ístico entró en escena con el propó sito declarado de "aclarar" el lenguaje y
procedió a declarar que el significado de los conceptos se determina en la mente de
los hombres comunes, y que el trabajo de los filó sofos consiste en observar e
informar sobre la forma en que la gente usa las palabras.
Partiendo de la premisa de que las palabras (conceptos) son creadas por capricho, el
Aná lisis Lingü ístico nos ofrece una elecció n de caprichos: individuales o colectivos.
Declara que hay dos tipos de definiciones: "estipulativa", que puede ser cualquier
cosa que cualquiera elija, y "informativa", que se comprueban mediante encuestas de
uso popular.
Como reporteros, los analistas lingü ísticos eran precisos: La teoría de Wittgenstein
de que un concepto se refiere a un conglomerado de cosas vagamente unidas por un
"parecido familiar" es una descripció n perfecta del estado de una mente desenfocada.
Para captar y reclamar el poder de la filosofía, hay que empezar por captar por qué
los conceptos y definiciones no pueden y no pueden ser arbitrarios. Para
comprenderlo plenamente, uno debe empezar por comprender la razó n por la que el
hombre necesita una ciencia como la epistemología.
Todo el aparato del sistema de Kant, como un hipopó tamo dedicado a la danza del
vientre, atraviesa sus giros apoyá ndose en un ú nico punto: el conocimiento del
hombre no es vá lido porque su conciencia posee identidad. "Su argumento, en
esencia, era el siguiente: el hombre está limitado a una conciencia de una naturaleza
específica, que percibe por medios específicos y no otros, por lo tanto, su conciencia
no es vá lida; el hombre es ciego, porque tiene ojos -sordos, porque tiene oídos
-engañ ados, porque tiene una mente- y las cosas que percibe no existen, porque las
percibe". (Para el nuevo intelectual).
Nadie discutiría (por lo menos, no todavía) que, puesto que el cuerpo del hombre
tiene que procesar los alimentos que come, no se pueden descubrir nunca reglas
objetivas de nutrició n adecuada - esa "verdadera nutrició n" tiene que consistir en la
absorció n de alguna sustancia inefable sin la participació n del sistema digestivo, pero
puesto que el hombre es incapaz de "alimentarse de verdad", la nutrició n es una
cuestió n subjetiva abierta a su capricho, y es meramente una convenció n social que
le prohíbe comer setas venenosas.
Nadie discutiría que, puesto que la naturaleza no le dice al hombre automá ticamente
qué comer -como no le dice automá ticamente có mo formar conceptos-, debería
abandonar la ilusió n de que existe una forma correcta o incorrecta de comer (o
debería volver a la seguridad de la época en que no tenía que "confiar" en las pruebas
objetivas, sino que podía confiar en las leyes dietéticas prescritas por un poder
sobrenatural).
Nadie discutiría que el hombre come pan en vez de piedras por pura "conveniencia".
(Este trabajo fue publicado por primera vez en The Objectivist Mayo-Septiembre
1967.)
Introducción
Hace algunos añ os, estaba defendiendo el capitalismo en una discusió n con un
prominente profesor de filosofía. En respuesta a su acusació n de que el capitalismo
conduce a monopolios coercitivos, le expliqué que tales monopolios son causados
por la intervenció n del gobierno en la economía y son ló gicamente imposibles bajo el
capitalismo. (Para una discusió n de este tema, ver Capitalismo: El Ideal Desconocido.)
El profesor se mostró singularmente impasible ante mi argumento, respondiendo,
con una muestra de sorpresa y desdén:
Para los no iniciados filosó ficamente, esta respuesta será desconcertante. Sin
embargo, hoy en día se encuentran con sus equivalentes en todas partes. Los
principios que la sustentan impregnan nuestra atmó sfera intelectual como los
gérmenes de una peste negra epistemoló gica que espera infectar y acabar con
cualquier idea que pretenda apoyarse en una argumentació n ló gica concluyente, una
plaga que propaga el subjetivismo y la devastació n conceptual a su paso.
Esta plaga es una teoría formal en la filosofía técnica; se llama: la dicotomía analítica-
sintética. Es aceptada, de alguna forma, por prá cticamente todos los filó sofos,
pragmá ticos, positivistas ló gicos, analistas y existencialistas contemporá neos
influyentes.
Sin embargo, la comparació n con una plaga no es totalmente exacta. Una plaga ataca
el cuerpo del hombre, no su facultad conceptual. Y no es lanzada por la profesió n
pagada para proteger a los hombres de ella.
Hoy en día, cada hombre debe ser su propio protector intelectual. Sea cual sea la
forma en que la teoría de la dicotomía analítica-sintética lo confronta, debe ser capaz
de detectarla, entenderla y responder a ella. Só lo así puede soportar el ataque y
permanecer epistemoló gicamente intacto.
La teoría en cuestió n no es una primaria filosó fica; la posició n de cada uno sobre ella,
ya sea de acuerdo o en contra, se deriva, en parte sustancial, de la visió n que se tiene
de la naturaleza de los conceptos. La teoría objetivista de los conceptos se presenta
má s arriba, en la Introducción a la Epistemología Objetivista de Ayn Rand. En la
presente discusió n, construiré sobre esta base. Resumiré la teoría de la dicotomía
analítica-sintética tal y como la expondrían sus defensores contemporá neos, y luego
la contestaré punto por punto.
i) El hielo es un só lido.
i) 2 má s 2 es igual a 4.
ii) 2 cuartos de galó n de agua mezclados con 2 cuartos de galó n de alcohol etílico
dan 3,86 cuartos de galó n de líquido, a 15,56°C.
Se dice que la primera proposició n de cada uno de estos pares puede ser validada
simplemente por un análisis del significado de sus conceptos constitutivos (por lo
tanto, se llaman verdades "analíticas"). Si uno se limita a especificar las
definiciones de los conceptos pertinentes en cualquiera de estas proposiciones, y
luego aplica las leyes de la ló gica, se puede ver que la verdad de la proposició n
sigue directamente, y que negarla sería aprobar una contradicció n ló gica. De ahí
que se les llame también "verdades ló gicas", lo que significa que pueden ser
validadas por el mero hecho de aplicar correctamente las leyes de la ló gica.
Por lo tanto, si se declarara que "Un hombre no es un animal racional", o que "2
má s 2 no es igual a 4", se estaría sosteniendo por implicació n que "Un animal
racional no es un animal racional", o que "1 má s 1 má s 1 má s 1, no es igual a 1
má s 1 má s 1", ambos son contradictorios. (La ilustració n presupone que "animal
racional" es la definició n de "hombre".) Un tipo similar de auto-contradicció n
ocurriría si uno negara que "El hielo es un só lido".
Las verdades analíticas representan instancias concretas de la Ley de la
Identidad; como tales, también se denominan frecuentemente "tautologías" (lo
que, etimoló gicamente, significa que la proposició n repite "lo mismo"; por
ejemplo, "Un animal racional es un animal racional", "La forma só lida del agua es
un só lido"). Dado que todas las proposiciones de la ló gica y las matemá ticas
pueden finalmente ser analizadas y validadas de esta manera, estos dos temas, se
afirma, caen enteramente dentro de la mitad "analítica" o "tautoló gica" del
conocimiento humano.
Por otra parte, las proposiciones sintéticas, ilustradas por la segunda proposició n
en cada uno de los pares anteriores, y por la mayoría de las declaraciones de la
vida cotidiana y de las ciencias, se dice que son completamente diferentes en
todos estos aspectos. Una proposició n "sintética" se define como aquella que no
puede ser validada simplemente por un aná lisis de los significados o definiciones
de los conceptos que la componen. Por ejemplo, se afirma que el aná lisis
conceptual o de definició n por sí solo no puede decir si el hielo flota en el agua, o
qué volumen de líquido resulta cuando se mezclan varias cantidades de agua y
alcohol etílico.
En este tipo de caso, dijo Kant, el predicado de la proposició n (por ejemplo, "flota
en el agua") afirma algo sobre el sujeto ("hielo") que no está ya contenido en el
significado del sujeto-concepto. (La proposició n representa una síntesis del sujeto
con un nuevo predicado, de ahí el nombre). Tales verdades no pueden ser
validadas simplemente aplicando correctamente las leyes de la ló gica; no
representan instancias concretas de la Ley de la Identidad. Negar tales verdades
es mantener una falsedad, pero no una auto-contradicción. Por lo tanto, es falso
afirmar que "un hombre tiene tres ojos" o que "el hielo se hunde en el agua", pero
se dice que estas afirmaciones no son contradictorias. Son los hechos del caso, no
las leyes de la ló gica, las que condenan tales afirmaciones. Por consiguiente, las
verdades sintéticas se consideran "factuales", en contraposició n a las de cará cter
"ló gico" o "tautoló gico".
b. Las verdades analíticas son necesarias; no importa qué regió n del espacio o qué
período de tiempo se considere, tales proposiciones deben ser válidas. De hecho,
se dice que son verdaderas no só lo en todo el universo que realmente existe, sino
en "todos los mundos posibles", para usar la famosa frase de Leibniz. Dado que su
negació n es contradictoria, lo opuesto a cualquier verdad analítica es
inimaginable e inconcebible. Un visitante de un planeta alienígena podría relatar
muchas maravillas inesperadas, pero sus afirmaciones serían rechazadas de
plano si anunciara que, en su mundo, el hielo era un gas, el hombre un sello
postal y que 2 má s 2 equivalían a 7,3.
¿Se puede probar de manera concluyente una propuesta sintética? ¿Puede uno
estar ló gicamente seguro de su verdad? La respuesta es: "No. Por ló gica, ninguna
proposició n sintética "tiene que ser" verdadera; lo opuesto a cualquiera es
concebible". (Los defensores má s intransigentes de la dicotomía analítica-
sintética continú an: "Ni siquiera puedes estar seguro de la evidencia directa de
tus sentidos, por ejemplo, que ahora ves una mancha roja ante ti. Al clasificar lo
que ves como 'rojo', está s declarando implícitamente que es similar en color a
ciertas de tus experiencias pasadas, y ¿có mo sabes que las has recordado
correctamente? La memoria de ese hombre es fiable, no es una tautología; lo
contrario es concebible"). Por lo tanto, lo má ximo que uno puede reclamar para
las verdades sintéticas y contingentes es alguna medida de probabilidad; son
hipó tesis má s o menos probables.
c. Dado que las proposiciones analíticas son "ló gicamente" verdaderas, se afirma
que pueden ser validadas independientemente de la experiencia; son "no
empíricas" o "a priori" (hoy en día, estos términos significan: "independiente de
la experiencia"). Los filó sofos modernos sostienen que se requiere cierta
experiencia para que el hombre pueda formar conceptos; su argumento es que,
una vez que se han formado los conceptos apropiados (por ejemplo, "hielo",
"só lido", "agua", etc.), no se requiere ninguna otra experiencia para validar su
combinació n en una proposició n analíticamente verdadera (por ejemplo, "El
hielo es agua só lida"). La proposició n se deriva simplemente de un aná lisis de
definiciones.
Por otra parte, se dice que las verdades sintéticas dependen de la experiencia
para su validació n; son "empíricas" o "a posteriori". Como son "factuales", uno
puede descubrir su verdad inicialmente só lo observando los hechos apropiados
directa o indirectamente; y como son "contingentes", uno puede averiguar si las
verdades sintéticas de ayer se mantienen hoy en día, só lo escudriñ ando los
ú ltimos datos empíricos.
Las proposiciones sintéticas, por otro lado, son reales y por esto, el hombre paga un
precio. El precio es que son contingentes, inciertas y no comprobables.
Una proposició n analítica se define como aquella que puede ser validada
simplemente por un aná lisis del significado de los conceptos que la componen. La
pregunta crítica es: ¿Qué se incluye en "el significado de un concepto"? ¿Significa un
concepto las existencias que subsume, incluyendo todas sus características? ¿O
significa só lo ciertos aspectos de estos existentes, designando algunas de sus
características pero excluyendo otras?
Por ejemplo: se suele sostener que, de la gran cantidad de características del hombre
(anató micas, fisioló gicas, psicoló gicas, etc.), dos - "racionalidad" y "animalidad" -
constituyen todo el significado del concepto "hombre". Todo lo demá s, se sostiene,
está fuera del significado del concepto. Desde este punto de vista, es "analítico"
afirmar que "un hombre es un animal racional" (el predicado está "incluido" en el
sujeto-concepto), pero "sintético" afirmar que "un hombre tiene só lo dos ojos" (el
predicado está "excluido").
La principal fuente histó rica de la teoría de que un concepto incluye algunas de las
características de una entidad pero excluye otras, es la teoría realista plató nica de los
universales. El platonismo sostiene que los conceptos designan esencias no
materiales (universales) que subsisten en una dimensió n sobrenatural. Nuestro
mundo, afirmaba Plató n, es só lo el reflejo de estas esencias, en una forma material.
Desde este punto de vista, una entidad física posee dos tipos muy diferentes de
características: las que reflejan su esencia sobrenatural, y las que surgen del hecho
de que, en este mundo, la esencia se manifiesta en forma material. Las primeras son
"esenciales" para la entidad, y constituyen su verdadera naturaleza; las segundas son
"accidentes" generados por la materia. Como se dice que los conceptos designan a las
esencias, el concepto de entidad incluye sus características "esenciales", pero excluye
sus "accidentes".
En la era moderna, el realismo plató nico perdió el favor de los filó sofos; el
nominalismo se convirtió progresivamente en la teoría dominante de los conceptos.
Los nominalistas rechazan el sobrenaturalismo como algo no científico, y el recurso a
la "intuició n" como un subjetivismo apenas velado. Sin embargo, no rechazan la
consecuencia crucial de la teoría de Plató n: la división de las características de un ente
en dos grupos, uno de los cuales se excluye del concepto que designa al ente.
Negando que los conceptos tengan una base objetiva en los hechos de la realidad, los
nominalistas declaran que la fuente de los conceptos es una decisió n humana
subjetiva: los hombres seleccionan arbitrariamente ciertas características para que
sirvan de base (los "esenciales") para una clasificació n; después, acuerdan aplicar el
mismo término a todos los concretos que resulten exhibir estos "esenciales", sin
importar cuá n diversos sean estos concretos en otros aspectos. Desde este punto de
vista, el concepto (el término) significa só lo aquellas características que inicialmente
se decretaron como "esenciales". Las demá s características de los concretos
subsumidos no guardan ninguna relació n necesaria con las características
"esenciales" y quedan excluidas del significado del concepto.
Su forma, sin embargo, cambia. Los nominalistas no dicen que un concepto designa
só lo la "esencia" de una entidad, excluyendo sus "accidentes". Su versió n
secularizada es: Un concepto es só lo una abreviatura de las características
establecidas en su definició n; un concepto y su definició n son intercambiables; un
concepto significa sólo su definición.
Dado que los conceptos son productos complejos de la conciencia del hombre,
cualquier teoría o enfoque que implique que son primarios irreductibles es
invalidado por ese solo hecho. Sin una teoría de los conceptos como fundamento, no
se puede, en la razó n, adoptar ninguna teoría sobre la naturaleza o los tipos de
proposiciones; las proposiciones son só lo combinaciones de conceptos.
La teoría objetivista de los conceptos socava la teoría de la dicotomía analítica-
sintética en su raíz.
Metafísicamente, una entidad es: todas las cosas que es. Cada una de sus
características tiene el mismo estatus metafísico: cada una constituye una parte de la
identidad de la entidad.
De ello se deduce que no hay motivos para distinguir las proposiciones "analíticas"
de las "sintéticas". Ya sea que se afirme que "Un hombre es un animal racional" o que
"Un hombre tiene só lo dos ojos", en ambos casos, las características predicadas son
verdaderas del hombre y por lo tanto está n incluidas en el concepto de "hombre". El
significado de la primera afirmació n es: "Un cierto tipo de entidad, incluyendo todas
sus características (entre las cuales está n la racionalidad y la animalidad) es: un
animal racional". El significado de la segunda es: "Un cierto tipo de entidad,
incluyendo todas sus características (entre las cuales está la posesió n de só lo dos
ojos) tiene: só lo dos ojos". Cada una de estas afirmaciones es una instancia de la Ley
de Identidad; cada una es una "tautología"; negar cualquiera de ellas es contradecir el
significado del concepto "hombre", y por lo tanto respaldar una auto-contradicció n.
Un tipo de aná lisis similar es aplicable a todas las declaraciones verdaderas. Cada
verdad sobre un determinado existente(s) se reduce, en el patró n bá sico, a: "X es:
una o má s de las cosas que es". El predicado en tal caso establece alguna(s)
característica(s) del sujeto; pero como es una característica del sujeto, el(los)
concepto(s) que designa(n) al sujeto incluye(n) de hecho el predicado desde el
principio. Si se desea utilizar el término "tautología" en este contexto, entonces todas
las verdades son "tautoló gicas". (Y, por el mismo razonamiento, todas las falsedades
son auto-contradicciones).
Cuando se hace una declaració n sobre un existente, uno tiene, en ú ltima instancia,
só lo dos alternativas: "X (que significa X, el existente, incluyendo todas sus
características) es lo que es"-o: "X no es lo que es". La elecció n entre la verdad y la
falsedad es la elecció n entre la "tautología" (en el sentido explicado) y la auto-
contradicció n.
Para justificar su opinió n de que algunas de las características de una entidad está n
excluidas del concepto que la designa, tanto los platonistas como los nominalistas
apelan a la distinció n entre las características "esenciales" y "no esenciales" de una
entidad. Para los platonistas, esta distinció n representa una divisió n metafísica,
intrínseca a la entidad, independiente del hombre y del conocimiento del hombre.
Para los nominalistas, representa un decreto humano subjetivo, independiente de los
hechos de la realidad. Para ambas escuelas, cualesquiera que sean sus diferencias
terminoló gicas o de otro tipo, un concepto significa só lo las características esenciales
(o definitorias) de sus unidades.
Ninguna de las dos escuelas proporciona una base objetiva para la distinció n entre
las características "esenciales" y "no esenciales" de una entidad. (El
sobrenaturalismo -en su forma declarada o secularizada- no es una base objetiva
para nada). Ninguna de las dos escuelas explica por qué se requiere objetivamente
esa distinció n en el proceso de conceptualizació n.
This explanation is provided by Objectivism, and exposes the basic error in the
Platonic-nominalist position.
On the objective, contextual view of essences, a concept does not mean only the
essential or defining characteristics of its units. To designate a certain characteristic
as “essential” or “defining” is to select, from the total content of the concept, the
characteristic that best condenses and differentiates that content in a specific
cognitive context. Such a selection presupposes the relationship between the concept
and its units: it presupposes that the concept is an integration of units, and that its
content consists of its units, including all their characteristics. It is only because of
this fact that the same concept can receive varying definitions in varying cognitive
contexts.
When “rational animal” is selected as the definition of “man,” this does not mean that
the concept “man” becomes a shorthand tag for “anything whatever that has
rationality and animality.” It does not mean that the concept “man” is
interchangeable with the phrase “rational animal,” and that all of man’s other
characteristics are excluded from the concept. It means: A certain type of entity,
including all its characteristics, is, in the present context of knowledge, most
fundamentally distinguished from all other entities by the fact that it is a rational
animal. All the presently available knowledge of man’s other characteristics is
required to validate this definition, and is implied by it. All these other characteristics
remain part of the content of the concept “man.”
The nominalist view that a concept is merely a shorthand tag for its definition,
represents a profound failure to grasp the function of a definition in the process of
concept-formation. The penalty for this failure is that the process of definition, in the
hands of the nominalists, achieves the exact opposite of its actual purpose. The
purpose of a definition is to keep a concept distinct from all others, to keep it
connected to a specific group of existents. On the nominalist view, it is precisely this
connection that is severed: as soon as a concept is defined, it ceases to designate
existents, and designates instead only the defining characteristic.
On the nominalist view, the process of defining a concept is a process of cutting the
concept off from its referents, and of systematically evading what one knows about
their characteristics. Definition, the very tool which is designed to promote
conceptual integration, becomes an agent of its destruction, a means of
disintegration.
The advocates of the view that a concept means its definition, cannot escape the
knowledge that people actually use concepts to designate existents. (When a woman
says: “I married a wonderful man,” it is clear to most philosophers that she does not
mean: “I married a wonderful combination of rationality and animality.”) Having
severed the connection between a concept and its referents, such philosophers sense
that somehow this connection nevertheless exists and is important. To account for it,
they appeal to a theory which goes back many centuries and is now commonly
regarded as uncontroversial: the theory that a concept has two kinds or dimensions of
meaning. Traditionally, these are referred to as a concept’s “extension” (or
“denotation”) and its “intension” (or “connotation”).
By the “extension” of a concept, the theory’s advocates mean the concretes subsumed
under that concept. By the “intension” of a concept, they mean those characteristics
of the concretes which are stated in the concept’s definition. (Today, this is
commonly called the “conventional” intension; the distinction among various types
of intension, however, merely compounds the errors of the theory, and is irrelevant
in this context.) Thus, in the extensional sense, “man” means Socrates, Plato,
Aristotle, Tom, Dick, Harry, etc. In the intensional sense, “man” means “rational
animal.”
A standard logic text summarizes the theory as follows: “The intension of a term, as
we have noted, is what is usually called its definition. The extension, on the other
hand, simply refers us to the set of objects to which the definition applies.... Extension
and intension are thus intimately related, but they refer to objects in diferent ways—
extension to a listing of the individuals who fall within its quantitative scope,
intension to the qualities or characteristics of the individuals.” (Lionel Ruby, Logic:
An Introduction.)
This theory introduces another artificial split: between an existent and its
characteristics. In the sense in which a concept means its referents (its extensional
meaning), it does not mean or refer to their characteristics (its intensional meaning),
and vice versa. One’s choice, in effect, is: either to mean existents, apart from their
characteristics—or (certain) characteristics, apart from the existents which possess
them.
A concept cannot mean existents, apart from their characteristics. A thing is—what it
is; its characteristics constitute its identity. An existent apart from its characteristics
would be an existent apart from its identity, which means: a nothing, a non-existent.
To be conscious of an existent is to be conscious of (some of) its characteristics. This
is true on all levels of consciousness, but it is particularly obvious on the conceptual
level. When one conceptualizes a group of existents, one isolates them mentally from
others, on the basis of certain of their characteristics. A concept cannot integrate—or
mean—a miscellaneous grab bag of objects; it can only integrate, designate, refer to
and mean: existents of a certain kind, existents possessing certain characteristics.
Nor can the concept of an existent mean its characteristics (some or all), apart from
the existent which possesses them. A characteristic is an aspect of an existent. It is
not a disembodied, Platonic universal. Just as a concept cannot mean existents apart
from their identity, so it cannot mean identities apart from that which exists.
Existence is Identity (Atlas Shrugged).
The theory that a concept means its definition, is not improved when it is combined
with the view that, in another sense, a concept means its “extension.” Two errors do
not make a truth. They merely produce greater chaos and confusion. The truth is that
a concept means the existents it integrates, including all their characteristics. It is
this view of a concept’s meaning that keeps man’s concepts anchored to reality. On
this view, the dichotomy between “analytic” and “synthetic” propositions cannot
arise.
The theory of the analytic-synthetic dichotomy has its roots in two types of error:
one epistemological, the other metaphysical. The epistemological error, as I have
discussed, is an incorrect view of the nature of concepts. The metaphysical error is:
the dichotomy between necessary and contingent facts.
This theory goes back to Greek philosophy, and was endorsed in some form by
virtually all philosophical traditions prior to Kant. In the form in which it is here
relevant, the theory holds that some facts are inherent in the nature of reality; they
must exist; they are “necessary.” Other facts, however, happen to exist in the world
that men now observe, but they did not have to exist; they could have been
otherwise; they are “contingent.” For instance, that water is wet would be a
“necessary” fact; that water turns to ice at a certain temperature, would be
“contingent.”
Given this dichotomy, the question arises: How does one know, in a particular case,
that a certain fact is necessary? Observation, it was commonly said, is insufficient for
this purpose. “Experience,” wrote Kant in the Critique of Pure Reason, “tells us,
indeed, what is, but not that it must necessarily be so, and not otherwise.” To
establish that something is a fact, one employs observation and the appropriate
inductive procedures; but, it was claimed, to establish that something is a fact is not
yet to show that the fact in question is necessary. Some warrant or guarantee, over
and above the fact’s existence, is required if the fact is to be necessary; and some
insight, over and above that yielded by observation and induction, is required to
grasp this guarantee.
In the present issue, the basic error of both schools is the view that facts, some or all,
are contingent. As far as metaphysical reality is concerned (omitting human actions
from consideration, for the moment), there are no “facts which happen to be but
could have been otherwise” as against “facts which must be.” There are only: facts
which are.
The view that facts are contingent—that the way things actually are is only one
among a number of alternative possibilities, that things could have been different
metaphysically—represents a failure to grasp the Law of Identity. Since things are
what they are, since everything that exists possesses a specific identity, nothing in
reality can occur causelessly or by chance. The nature of an entity determines what it
can do and, in any given set of circumstances, dictates what it will do. The Law of
Causality is entailed by the Law of Identity. Entities follow certain laws of action in
consequence of their identity, and have no alternative to doing so.
Metaphysically, all facts are inherent in the identities of the entities that exist; i.e., all
facts are “necessary.” In this sense, to be is to be “necessary.” The concept of
“necessity,” in a metaphysical context, is superfluous.
(The problem of epistemology is: how to discover facts, how to discover what is. Its
task is to formulate the proper methods of induction, the methods of acquiring and
validating scientific knowledge. There is no problem of grasping that a fact is
necessary, after one has grasped that it is a fact.)
For many centuries, the theory of “contingent facts” was associated with a
supernaturalistic metaphysics; such facts, it was said, are the products of a divine
creator who could have created them differently—and who can change them at will.
This view represents the metaphysics of miracles—the notion that an entity’s actions
are unrelated to its nature, that anything is possible to an entity regardless of its
identity. On this view, an entity acts as it does, not because of its nature, but because
of an omnipotent God’s decree.
The fundamental error in all such doctrines is the failure to grasp that existence is a
self-sufficient primary. It is not a product of a supernatural dimension, or of anything
else. There is nothing antecedent to existence, nothing apart from it—and no
alternative to it. Existence exists—and only existence exists. Its existence and its
nature are irreducible and unalterable.
While the existentialists clamor to know why there is something and not nothing, the
non-existentialists answer them (by implication): “This is a ridiculous question. Of
course, there is something. The real question is: Why is the something what it is, and
not something else?”
Choice, however, is not chance. Volition is not an exception to the Law of Causality; it
is a type of causation. Further, metaphysical facts are unalterable by man, and limit
the alternatives open to his choice. Man can rearrange the materials that exist in
reality, but he cannot violate their identity; he cannot escape the laws of nature.
“Nature, to be commanded, must be obeyed.”
Only in regard to the manmade is it valid to claim: “It happens to be, but it could have
been otherwise.” Even here, the term “contingent” is highly misleading. Historically,
that term has been used to designate a metaphysical category of much wider scope
than the realm of human action; and it has always been associated with a
metaphysics which, in one form or another, denies the facts of Identity and Causality.
The “necessary-contingent” terminology serves only to introduce confusion, and
should be abandoned. What is required in this context is the distinction between the
“metaphysical” and the “manmade.”
The existence of human volition cannot be used to justify the theory that there is a
dichotomy of propositions or of truths. Propositions about metaphysical facts and
propositions about manmade facts do not have different characteristics qua
propositions. They differ merely in their subject matter, but then so do the
propositions of astronomy and of immunology. Truths about metaphysical and about
manmade facts are learned and validated by the same process: by observation; and,
qua truths, both are equally necessary. Some facts are not necessary, but all truths
are.
Throughout its history, philosophy has been torn by the conflict between the
rationalists and the empiricists. The former stress the role of logic in man’s
acquisition of knowledge, while minimizing the role of experience; the latter claim
that experience is the source of man’s knowledge, while minimizing the role of logic.
This split between logic and experience is institutionalized in the theory of the
analytic-synthetic dichotomy.
Man is born tabula rasa; all his knowledge is based on and derived from the evidence
of his senses. To reach the distinctively human level of cognition, man must
conceptualize his perceptual data—and conceptualization is a process which is
neither automatic nor infallible. Man needs to discover a method to guide this
process, if it is to yield conclusions which correspond to the facts of reality—i.e.,
which represent knowledge. The principle at the base of the proper method is the
fundamental principle of metaphysics: the Law of Identity. In reality, contradictions
cannot exist; in a cognitive process, a contradiction is the proof of an error. Hence the
method man must follow: to identify the facts he observes, in a noncontradictory
manner. This method is logic—“the art of noncontradictory identification.” (Atlas
Shrugged.) Logic must be employed at every step of a man’s conceptual development,
from the formation of his first concepts to the discovery of the most complex
scientific laws and theories. Only when a conclusion is based on a noncontradictory
identification and integration of all the evidence available at a given time, can it
qualify as knowledge.
The failure to recognize that logic is man’s method of cognition, has produced a
brood of artificial splits and dichotomies which represent restatements of the
analytic-synthetic dichotomy from various aspects. Three in particular are prevalent
today: logical truth vs. factual truth; the logically possible vs. the empirically
possible; and the a priori vs. the a posteriori.
The logical-factual dichotomy opposes truths which are validated “merely” by the use
of logic (the analytic ones), to truths which describe the facts of experience (the
synthetic ones). Implicit in this dichotomy is the view that logic is a subjective game,
a method of manipulating arbitrary symbols, not a method of acquiring knowledge.
It is the use of logic that enables man to determine what is and what is not a fact. To
introduce an opposition between the “logical” and the “factual” is to create a split
between consciousness and existence, between truths in accordance with man’s
method of cognition and truths in accordance with the facts of reality. The result of
such a dichotomy is that logic is divorced from reality (“Logical truths are empty and
conventional”)—and reality becomes unknowable (“Factual truths are contingent
and uncertain”). This amounts to the claim that man has no method of cognition, i.e.,
no way of acquiring knowledge.
The acquisition of knowledge, as Ayn Rand has observed, involves two fundamental
questions: “What do I know?” and “How do I know it?” The advocates of the logical-
factual dichotomy tell man, in effect: “You can’t know the ‘what’—because there is no
‘how.’ ” (These same philosophers claim to know the truth of their position by means
of unanswerable logical argument.)
If the proposition that a given phenomenon exists is not self-contradictory, then that
phenomenon, it is claimed, is “logically” possible; if the proposition is self-
contradictory, then the phenomenon is “logically” impossible. Certain phenomena,
however, although logically possible, are contrary to the “contingent” laws of nature
that men discover by experience; these phenomena are “empirically” —but not
“logically”—impossible. Thus, a married bachelor is “logically” impossible; but a
bachelor who can fly to the moon by means of flapping his arms is merely
“empirically” impossible (i.e., the proposition that such a bachelor exists is not self-
contradictory, but such a bachelor is not in accordance with the laws that happen to
govern the universe).
The metaphysical basis of this dichotomy is the premise that a violation of the laws of
nature would not involve a contradiction. But as we have seen, the laws of nature are
inherent in the identities of the entities that exist. A violation of the laws of nature
would require that an entity act in contradiction to its identity; i.e., it would require
the existence of a contradiction. To project such a violation is to endorse the
“miraculous” view of the universe, as already discussed.
The epistemological basis of this dichotomy is the view that a concept consists only
of its definition. According to the dichotomy, it is logically impermissible to
contradict the definition of a concept; what one asserts by this means is “logically”
impossible. But to contradict any of the non-defining characteristics of a concept’s
referents, is regarded as logically permissible; what one asserts in such a case is
merely “empirically” impossible.
Those who attempt to distinguish the “logically” possible and the “empirically”
possible commonly maintain that the “logically” impossible is ummaginable or
inconceivable, whereas the merely “empirically” impossible is at least imaginable or
conceivable, and that this difference supports the distinction. For instance, “ice which
is not solid” (a “logical” impossibility) is inconceivable; but “ice which sinks in water”
(a merely “empirical” impossibility) is at least conceivable, they claim, even though it
does not exist; one need merely visualize a block of ice floating on water, and
suddenly plummeting straight to the bottom.
This argument confuses Walt Disney with metaphysics. That a man can project an
image or draw an animated cartoon at variance with the facts of reality, does not
alter the facts; it does not alter the nature or the potentialities of the entities which
exist. An image of ice sinking in water does not alter the nature of ice; it does not
constitute evidence that it is possible for ice to sink in water. It is evidence only of
man’s capacity to engage in fantasy. Fantasy is not a form of cognition.
Further: the fact that man possesses the capacity to fantasize does not mean that the
opposite of demonstrated truths is “imaginable” or “conceivable.” In a serious,
epistemological sense of the word, a man cannot conceive the opposite of a
proposition he knows to be true (as apart from propositions dealing with manmade
facts). If a proposition asserting a metaphysical fact has been demonstrated to be
true, this means that that fact has been demonstrated to be inherent in the identities
of the entities in question, and that any alternative to it would require the existence
of a contradiction. Only ignorance or evasion can enable a man to attempt to project
such an alternative. If a man does not know that a certain fact has been
demonstrated, he will not know that its denial involves a contradiction. If a man does
know it, but evades his knowledge and drops his full cognitive context, there is no
limit to what he can pretend to conceive. But what one can project by means of
ignorance or evasion, is philosophically irrelevant. It does not constitute a basis for
instituting two separate categories of possibility.
There is no distinction between the “logically” and the “empirically” possible (or
impossible). All truths, as I have said, are the product of a logical identification of the
facts of experience. This applies as much to the identification of possibilities as of
actualities.
The same considerations invalidate the dichotomy between the a priori and the a
posteriori. According to this variant, certain propositions (the analytic ones) are
validated independently of experience, simply by an analysis of the definitions of their
constituent concepts; these propositions are “a priori.” Others (the synthetic ones)
are dependent upon experience for their validation; they are “a posteriori.”
Such is the unavoidable consequence of the attempt to divorce logic and experience.
As I have said, knowledge cannot be acquired by experience apart from logic, nor by
logic apart from experience. Without the use of logic, man has no method of drawing
conclusions from his perceptual data; he is confined to range-of-the-moment
observations, but any perceptual fantasy that occurs to him qualifies as a future
possibility which can invalidate his “empirical” propositions. And without reference
to the facts of experience, man has no basis for his “logical” propositions, which
become mere arbitrary products of his own invention. Divorced from logic, the
arbitrary exercise of the human imagination systematically undercuts the
“empirical”; and divorced from the facts of experience, the same imagination
arbitrarily creates the “logical.”
Conclusion