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LECCIONES de Historia.

PRONUNCIADAS EN LA ESCUELA NORMAL


Por M. VOLNEY, Par de Francia, autor de las Ruinas, etc.
París. IMPRENTA DE DAVID, 1827. 141 págs.

Tomo Primero

ADVERTENCIA DEL AUTOR

Las lecciones que tengo el honor de ofrecer al público son las


mismas que obtuvieron su aprobación el año III en la escuela
normal; y aunque he tenido deseos de corregirlas y aun darlas
mayor extensión para que .fuesen mas dignas de su atención, he
tropezado en el escollo de que un nuevo retoque quitaba al original
primitivo el mérito de un primer trabajo improvisado en cierto
modo. Además en nuestras circunstancias debe preferirse la
utilidad de la sociedad a la gloria personal, y ciertamente en la
materia en cuestión, la utilidad es mucho mayor de lo que a
primera vista aparece. Así es, que desde que fijé en ella mis ideas a
medida que he ido analizando la influencia que ejerce diariamente
la historia sobre las acciones y opinión de los hombres, he hallado
nuevos motivos de convicción de que es una de sus causas
principales de sus preocupaciones y errores. En efecto, casi todas
las opiniones religiosas nacen de ella, y aunque por no ofender al
orgullo de una secta en particular las supongamos todas por un
momento libres de errores, es no obstante evidente que cuando la
religión es falsa, lo son igualmente la multitud de acciones y juicios
que dependen de ella, y se arruinan a un mismo tiempo. De la
historia derivan también la mayor parte de las máximas y
principios políticos que sirven de guía a los gobiernos, y que los
trastornan o consolidan, siendo bien fácil concebir la extensa esfera
de actos civiles y opiniones que abraza este segundo móvil.
Finalmente, los hechos que oímos referir diariamente, y que en
realidad son parte de la historia, llegan a ser la causa mas o menos
inmediata de una gran porción de nuestras ideas y acciones
erróneas, de modo que me atrevo a asegurar que si fuese posible
calcular los errores de los hombres, se hallaría que de cada mil los
novecientos y ochenta provienen de la historia, y así sentaré de
buena gana el principio de que todas nuestras preocupaciones e
ideas falsas son adquiridas de otros por la crédula confianza que
acordamos a las relaciones de los sucesos al paso que son obra
nuestra e hijas de nuestra propia experiencia cuantas ideas
exactas y verdades poseemos.
Creería por lo tanto haber hecho un gran servicio a la sociedad
siestas lecciones contribuyesen a disminuir el respeto con que
generalmente se mira la historia; respeto que llega ser un dogma en
el actual sistema de educación en Europa. Si sirviendo como de
prólogo o aviso universal a todas las historias, precaviesen a los
lectores contra el empirismo de los escritores, y contra sus propias
ilusiones: si estimulasen los hombres pensadores a someter a los
autores a un interrogatorio, severo sobre los medios que han tenido
que averiguar los hechos que refieren, y de donde han tomado los
oí decir, y en fin si los habituasen a darse razón a sí mismos sobre
los motivos que tienen para darles entero asenso preguntándose:
1º Si al ver nuestra negligencia habitual en verificar los hechos; y
las dificultades que hallamos cuando intentamos hacerlo es
razonable que exijamos de los otros mas actividad y mejor suceso?
2º Si podemos esperar que otros se hallen más instruidos de lo que
sucede y ha sucedido mucho tiempo hace, y en puntos muy
distantes, cuando sabernos tan imperfecta ó falsamente lo que
sucede a nuestra propia vista?
3º Si al ver mas de una vez los muchos hechos equivocados, y aun
falsos que legamos nuestra posteridad adornados con todo el
aparato de la verdad, podemos esperar que los antiguos hayan
tenido menos audacia, o mas conciencia que nosotros?
4º Si la edad actual o la posteridad tiene derecho para exigir de los
historiadores que en el tumulto de las facciones se hallan
amenazados a cada instante por el partido a quien no favorecen, un
desinterés e imparcialidad cuya recompensa sería la nota de
imprudentes, o el honor estéril de una pompa fúnebre?

5° Si siendo imprudente y casi imposible, que un general escriba


sus campañas, un diplomático sus negociaciones; o un hombre
público sus memorias, a la faz de los actores y testigos que pueden
desmentirlos ó perderlos, la posteridad podrá lisonjearse de que
muertos estos actores y testigos, el amor propio, la animosidad, la
vergüenza, el transcurso .del tiempo, y la falta de memoria la
transmitan más fielmente la verdad exacta?
6° Si la imparcialidad, y pretendido conocimiento de causa que se
atribuye a la posteridad, no son más bien el engañoso consuelo de
la inocencia, o la lisonja producida por la seducción o por el miedo?
7° Si no es cierto que la posteridad recibe y consagra
frecuentemente las disposiciones del mas fuerte que sobrevive, y
ahoga las reclamaciones del débil que sucumbió?
8° Y finalmente ¿si no es tan ridículo el pretender en lo moral que
los hechos, se aclaran con el tiempo, como sostener en lo físico que
se distinguen mejor los objetos cuando distan mas de nuestra
vista?
Me contentaría también con que las imperfecciones de mi trabajo
estimulasen a algún escritor filosófico a hacer otro mejor, y a tratar
a fondo todas las cuestiones que yo me he contentado con indicar
particularmente las que se refieren a la autoridad de los atestados
que se nos citan, y a las condiciones que se requieren para
establecer la certeza de los hechos: cuestiones sobre las que no
existe doctrina alguna fija, y que son sin embargo la raíz de los
conocimientos, o según Helvecio, de la ignorancia que hemos
adquirido.
Respecto a mí a quien la comparación de las preocupaciones y
hábitos de los hombres en general y de diferentes naciones ha
convencido y casi despojado de las de mi educación y de mi país
natal.
Yo que viajando de un país a otro he seguido cuidadoso las
alteraciones casi imperceptibles de los rumores y hechos
acontecidos a mi propia vista; que he encontrado por ejemplo en los
Estado Unidos nociones muy falsas sobre varios acontecimientos
de la revolución francesa sucedidos a mi presencia, y que del
mismo modo he conocido los errores de las que teníamos en
Francia sobre muchos de los detalles de la revolución americana,
desfigurados al llegar a nosotros o por el egoísmo nacional, o por el
espíritu de partido, no puedo menos de confesar que cada día tengo
nuevos motivos para mirar con desconfianza los historiadores y la
historia que, yo mismo ignoro, cual me admira más si la ligereza
con que los hombres, aun aquellos que reflexionan, dan crédito
bajo los mas frívolos fundamentos a los hechos referidos, o su
tenaz, vehemencia en obrar siempre según lo que les dicta este
primer móvil que han adoptado, y en fin que cada día me convenzo
más y más de que la dificultad en creer es la disposición de espíritu
mas favorable para instruirse, para descubrir la verdad, y para
asegurar la paz y felicidad de los individuos y de las naciones. Así
si prevaliéndome del título de maestro con que me honró el
gobierno; me atreviese a recomendar algún precepto a los de todas
clases, y a los padres qué son los maestros natos de sus hijos, sería
solamente el de encargarles que no subyuguen a su autoridad la
creencia de sus discípulos; que no les habitúen a creer sobre la
palabra del preceptor lo que no pueden concebir, y que antes bien
cuiden de precaverlos contra la doble inclinación hacia la
credulidad y la certeza, hijos de la ignorancia, la pereza y el orgullo;
tan naturales al hombre, y en fin que no funden su sistema de
educación sobre hechos de un mundo ideal susceptible siempre de
diferentes aspectos y de controversias, sino sobre los del mundo
físico cuyo conocimiento pudiendo reducirse siempre a la
demostración y a la evidencia, ofrece al juicio o a la opinión una
base fija, y es el solo que merece el nombre de filosofía y de ciencia.
Lecciones de Historia.
SESIÓN PRIMERA

PROGRAMA
OBJETO, PLAN Y DISTRIBUCIÓN DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA.

Considerada la historia como una ciencia, difiere absolutamente de


las físicas y matemáticas, por que en estas existen los hechos que
pueden al espectador y confrontarse con los testigos, y en aquella
han dejado de existir, y es imposible hacerlos renacer para este
doble objeto. Las ciencias físicas se dirigen inmediatamente los
sentidos, y la historia a la imaginación y a la memoria, de lo cual
resulta una diferencia importante en la creencia que debemos dar a
los hechos físicos, es decir existentes, y la que pueden exigir de
nosotros los históricos es decir referidos. Los primeros llevan
consigo la evidencia y la certeza, porque pueden percibirlos
nuestros sentidos, y se presentan por decirlo así personalmente en
la escena inmutable del universo; en vez de que los segundos sólo
aparecen como fantasmas en el espejo irregular del entendimiento
humano, sometiéndose en él a las mas bizarras proyecciones, y por
consiguiente solo pueden obtener el grado de la verosimilitud y de
la probabilidad. Para valuar pues el grado de creencia que les
corresponde deben examinarse cuidadosamente bajo dos respectos:
1° el de su propia esencia, es decir el de su analogía
incompatibilidad con los hechos físicos de la misma especie
subsistentes y conocidos, lo cual constituye la posibilidad y 2° el de
las facultades y medios que han tenido los que nos los refieren para
instruirse y adquirir el conocimiento de los hechos así como su
imparcialidad y la de los testigos, lo cual forma la probabilidad
moral: operación que es el juicio complicado de una doble
refracción en la que la movilidad de los objetos hace la decisión
mas delicada y susceptible de un mayor número de errores.
Aplicando estas observaciones a los principales historiadores
antiguos y modernos, me propongo examinar en estas lecciones el
carácter que presenta la historia de diferentes naciones, y en
particular el que ha tomado en Europa hace un siglo, y hacer ver la
notable diferencia que hay en el genio histórico de una misma
nación según los progresos de su civilización y los grados de sus
conocimientos exactos y físicos, de cuyo examen nacerán muchas e
importantes cuestiones por ejemplo:

1ª ¿Qué grado de certeza y de confianza merecen las relaciones


históricas en general, o en ciertos casos particulares?
2ª Qué importancia debe darse a los hechos históricos, y qué
ventajas o inconvenientes resultan de la opinión de esta
importancia?
3ª ¿Qué utilidad social y práctica debe proponerse el hombre ya en
la enseñanza, ya en el estudio de la historia
Para desenvolver los medios de llenar este objeto de utilidad trataré
de indagar en que grado de instrucción pública deberá colocarse la
historia, si este estudio es conveniente o no en las escuelas
primarias; y que parte de historia es la mas adecuada a cada edad
y a cada estado.
Considerase la clase de individuos deben, dedicarse, y buscar para
enseñar la historia; el método, que parece preferible en su
enseñanza; las fuentes en que deben recogerse los conocimientos
históricos, o buscarse los materiales; las precauciones con que esto
debe hacerse; los medios con que debe escribirse; los diferentes
mudos que requiere la diferencia de asuntos; la distribución de
estos; y en fin la influencia que tienen los historiadores sobre el
juicio de la posteridad, sobre las operaciones de los gobiernos y
sobre la suerte de los pueblos.
Después de haber considerado la historia como la narración de los
hechos; y estos como un curso de experiencias involuntarias a que
está sometido el género humano, procuraré trazar el cuadro
sumario de la historia general para deducir de él las verdades mas
interesantes, siguiendo entre las naciones mas célebres la marcha
y progresos: 1° de las artes, como son la agricultura, el comercio y
la navegación: de las diferentes ciencias, corro la astronomía, la
geografía y la física: 3° de la moral pública y particular;
examinando las diferentes ideas que se han formado de ellas a
distintas épocas:
4° En fin de la legislación, considerando el origen de los códigos
civiles y religiosos mas notables, y tratando de averiguar el orden
de transmisión que han seguido de pueblo a pueblo, y de
generación en generación; los efectos que han pro lucido en los
hábitos, costumbres y carácter de las naciones, la analogía que
estas costumbres y carácter tienen con el clima y el estado físico
del suelo que habitan; las alteraciones que producen en ellas las
mezclas de razas, y las transmigraciones, y finalmente dando una
ojeada general sobre el estado actual del globo, concluiré con
proponer el examen de las dos cuestiones siguientes:
1ª ¿A qué grado de civilización puede creerse que ha llegado el
género humano?
2ª Qué indicaciones generales resultan de la historia para
perfeccionar la civilización y mejorar la suerte de la especie
humana?
SESIÓN SEGUNDA.
El sentido literal de la palabra historia es indagación, pesquisa (de hechos). —
Modestia de los historiadores antiguos. — Temeridad de los modernos. —
Escribiendo el historiador sobre la fe de los testigos toma el papel de juez y
queda como testigo intermediario respecto a sus lectores. — Dificultad
extrema de comprobar el estado preciso de un hecho: 1º por parte del
espectador, en la de verlo bien; 2º por la del escritor en describirlo
adecuadamente.— Causas infinitas de errores que provienen de la ilusión, la
preocupación, la negligencia, olvido, parcialidad, etc.

La ojeada rápida que he dado sobre el camino que me propongo


seguir presenta un cuadro hermoso sin duda por su extensión y
objeto; pero que ofrece al mismo tiempo grandes dificultades
principalmente en estos tres puntos.

1º La novedad del asunto: porque el no concretarse a uno o más


pueblos solamente acumulando sobre ellos todo el interés de que se
despoja a los restantes sin mas razón que la de no haberlos
estudiado o conocido es, sin duda un modo nuevo de tratar la
historia.
2° La complicación que nace naturalmente de la extensión misma,
y de la grandeza de un asunto que abraza tantos hechos y
acontecimientos diversos, que considera a todo el género humano
como una sola sociedad, y a los pueblos como individuos, y que
trazando la vida de estos individuos, y de esta sociedad, busca en
ella numerosos y repetidos hechos, cuyos resultados constituyen lo
que se llama principios o reglas, porque en las cosas morales los
principios no son criterios fijos y abstractos que existan con
independencia de la humanidad, sino hechos sumarios, y
generales, que resultan de la suma de los hechos particulares,
siendo por lo tanto base de cálculos aproximativos de verosimilitud
y probabilidad*1 y no reglas tiránicas de nuestra conducta.
3° En fin la naturaleza misma del asunto, porque no pudiendo
presentarse los hechos los sentidos sino a la memoria, como dije en
el programa, no llevan consigo aquella convicción que no admite

1
* Analícese, por ejemplo, el principio fundamental de los movimientos actuales de la Europa
"Todos los hombres nacen con iguales derechos" y, se verá que esta máxima no es sino el hecho
colectivo y sumario deducido de una multitud de hechos particulares según los cuales comparados
uno a uno la totalidad de los individuos o al menos una inmensa multitud, y habiéndolos hallado
semejantes en sus órganos y facultades, se ha concluido como una adición, el hecho total de que
nacen todos con iguales derechos... Resta definir con exactitud cuales son estos derechos, y esta
definición es más espinosa de lo que generalmente se cree.
réplica, y dejan por consiguiente en alguna incertidumbre a la
opinión y al convencimiento intimo, cuerdas muy delicadas y
peligrosas de cuya y vibración se resiente fácilmente el amor
propio. Por lo tanto con respecto ellas observaré todas las reglas de
prudencia que prescribe la igualdad tomada en su verdadero
sentido que es el de la justicia, porque aun cuando no adopte, o tal
vez me vea precisado a desaprobar las opiniones de otros, al
acordarme que tienen igual derecho que yo para defenderlas, y que
si las han adoptado ha sido como yo por convencimiento propio, las
miraré con el respeto y tolerancia que tengo derecho a exigir para
las mías.
Los profesores de las ciencias que se explican en este anfiteatro
tienen ya trazado el camino que debe seguirse en su explicación, o
por el orden natural de los hechos, o por los métodos adoptados
por otros sabios autores, pero él de la historia bajo el punto de
vista que me propongo considerarla es enteramente nuevo, y sin
Modelo; porque aun cuando hay algunos libros con títulos de
Historias Universales, además de que se puede reprochar aun a los
mas ponderados de entre ellos, su estilo declamatorio de colegio,
tienen también el vicio de no ser sino historias parciales de pueblos
determinados y panegíricos de ciertas familias. Nuestros clásicos de
Europa nos han hablado solamente de Griegos, Romanos y Judíos
porque somos sino sus descendientes, al menos sus herederos en
las leyes civiles y religiosas, idiomas, ciencias y territorio. De modo
que d mi parecer no se ha tratado todavía la historia con la
universalidad que abraza en sí, sobre todo cuando una nación se
halla como la nuestra elevada a un grado bastante de
conocimientos y de filosofía para desprenderse del egoísmo feroz y
salvaje, que concentrando entre los antiguos todo el universo, a
una sola ciudad o pueblo, les consagró bajo el nombre de amor
patrio todo el odio que tenían a los otros, en vez de echar sobre
ellos una ojeada de fraternidad, que sin dañar a la justa defensa de
sí mismo deja subsistentes los sentimientos de familia y
parentesco.

Como las dificultades que acabo de presentar hacen infinitamente


necesarios el orden y método, serán un doble motivo que me
obligue a seguir cuidadosamente el hilo en un asunto de tal
magnitud; y para asegurar nuestros primeros pasos convendrá
examinar lo que debe entenderse por la palabra historia; historia
porque siendo las palabras los signos de las ideas, tienen más
importancia de la que se cree y son como los rótulos de ciertas
cajas que frecuentemente no contienen los mismos objetos para
todos, y que es prudente abrirlas para asegurarse de ellos.
La palabra historia fue al parecer empleada por los antiguos en una
acepción muy diferente de la que le dan los modernos, porque sus
autores los Griegos designaban con ella una pesquisa o indagación
hecha con cuidado, en cuyo sentido la emplea Herodoto: y entre los
modernos por el contrario se la da el sentido de narración o
relación con pretensiones de cierta. Los antiguos buscaban en ella
la verdad; los modernos pretenden, decirla; ¡pretensión temeraria si
se considera cuan difícil es hallarla en los hechos, y sobre todo en
los políticos! Sin duda conocieron esta dificultad los primeros,
adoptando por esta misma razón un término tan modesto; y
convencido yo igualmente, de ella, mirase siempre la palabra
historia como sinónima de pesquisa, examen, estudio de los hechos.

En efecto, la historia no es otra cosa que una pesquisa de los


hechos., que no llegando a nosotros sino por otras personas
intermediarias. Suponen un interrogatorio y un examen de testigos,
así el historiador que conoce sus deberes, debe contemplarse como
un juez que cita ante si a los que refieren y presenciaron los hechos;
los confronta, los interroga, y trata de llegar al fondo de la verdad,
es decir, a la existencia del hecho, tal cual aconteció. Como no
puede ver jamás por si mismo el hecho, ni convencer por
consiguiente con él sus sentidos, es incontestable que jamás puede
adquirir una certeza de primer grado; que solo puede juzgar por
analogía, y que por lo tanto es precise juzgar los hechos con
respecto a su propia esencia, y a los testigos que los presenciaron.
Con respecto la primera no hay en la naturaleza y sistema del
universo mas que un modo constante y homogéneo, así la regla del
juicio es fácil e invariable. Si los hechos referidos se asemejan al
orden conocido de la naturaleza; si están en el de los seres
existentes o posibles, adquieren ya para el historiador la
verosimilitud y la probabilidad; pero esta misma comparación
introduce una diferencia en los juicios de cada individuo, porque
cada cual juzga de la probabilidad y de la verosimilitud, según la
extensión y la clase de sus conocimiento. En efecto, para aplicar la
analogía de un hecho no conocido es preciso conocer antes aquel a
que ha de compararse y tener su medida; así la esfera de las
analogías tiene mayor o menor extensión en razón al mayor y
menor número de cono-cimientos exactos adquiridos, lo cual en
muchos casos estrecha el circulo del juicio, y por consiguiente de la
certidumbre, aunque este no es un gran inconveniente, porque un
proverbio oriental muy sabio dice, que «el que mucho cree se
engaña mucho. » Si hay algún derecho lo es sin duda el de dejar a
nuestra conciencia que no crea aquello que se le resiste creer, y el
de dudar lo que no puede concebirse. Herodoto nos da un ejemplo
digno de citarse cuando refiere que un buque Fenicio que despachó
Nechos, rey de Egipto, por el mar rojo, volvió al cabo de tres años
por el mediterráneo, y añade. «Los Fenicios contaron su regreso que
dando vuelta a la Libia, habían tenido a su derecha el sol levante,
hecho que de ningún modo me parece creíble, pero que tal vez lo será
para otros.*2» Esta circunstancia es la prueba mayor que tenemos
del hecha, y Herodoto, que se equivocó en el juicio que formó, es
digno del mayor elogio, lo 1º por haberlo referido sin alteración
alguna; y lo 2º por no haber excedido la medida de sus
conocimientos, creyendo sobre la palabra de otros lo que no podía
concebir.
Otros historiadores y geógrafos antiguos mas presumidos, como
Estrabón, niegan el hecho por sola esta circunstancia, y su error,
demostrado en la actualidad, es un aviso útil contra las pretensiones
de los semi-sabios, al mismo tiempo que nos prueba que el no dar
entero asenso a lo que no concebimos es una máxima sabia, un
derecho natural, y un deber de la razón; porque excediéndonos de
la medida de la convicción, regla única de nuestros juicios, nos
veremos conducidos de lo desconocido a lo inverosímil, y de lo
inverosímil a lo extravagante y absurdo.
El segundo respecto bajo que deben examinarse los hechos es el de
los testigos, y este es mucho mas complicado y difícil que el
anterior, porque no hallamos en él reglas fijas y constantes, como
las que nos presenta la naturaleza, sino variables como lo es el
entendimiento humano, que compárase a los espejos planos,
curvos í: irregulares, que en las lecciones de física divierten tanto
por las bizarras alteraciones que producen en los cuadros que se
les ponen delante: comparación que a mi parecer es tanto más
exacta cuanto puede aplicarse en un doble sentido, porque si por
una parte como por desgracia sucede con frecuencia) al pintarse en
nuestro entendimiento, se desfiguran los cuadros siempre regulares
que nos ofrece la naturaleza, por otra, estas mismas caricaturas,
sometidas de nuevo a su reflexión, pueden por la misma regla
mejorarse en sentido inverso, y recobrar las formas razonables de
su primer tipo.
Nuestro entendimiento es par su naturaleza una ola movediza, en
la que se desfiguran los objetos por ondulaciones de diversos
géneros, como son las pasiones, la negligencia, la imposibilidad de
ver mejor, y la ignorancia. Y estos son los artículos que debe
abrazar constantemente el interrogatorio del investigador de la
verdad, o historiador a los testigos de los hechos.
¿Pero está acaso este libre de aquellos defectos? ¿No es hombre;

2
* Herodoto, lib. 4, § XLII, traducción de Larcher.
como los otros? Y la negligencia, la falta de luces, y las
preocupaciones no son el lote constante de la humanidad?
Examínese pues lo que debe suceder a las relaciones trasmitidas
por una tercera o cuarta persona, y se verá que sucede lo que a un
objeto natural, que reflejado de un espejo a otro, y otros sucesiva-
mente, y recibiendo de espejo en espejo los tintes, las desviaciones
y las ondulaciones de todos ellos, al llegar al último no puede ser
exacto. La traducción de un idioma otro produce ya una grande
alteración en los pensamientos y en los coloridos, sin contar los
errores que puede haber en las palabras, y vemos además lo que
sucede todos los dios aun en un mismo idioma, en un mismo país,
y a nuestra propia vista. Si ocurre cerca de nosotros un
acontecimiento en el mismo pueblo, y aun en el mismo sitio en la
relación que hacen de él los que lo han presenciado apenas se
hallan dos acordes en todas sus circunstancias, y veces no en el
fondo. Viajando puede hacerse también una experiencia curiosa,
presencia el viajero un hecho en un pueblo, y a diez leguas de él lo
oye contar de un modo diferente, sigue el rumor de pueblo en
pueblo, de eco en eco, y a una gran distancia llega a parecerle tan
desconocido que al ver la confianza y seguridad con que otros se lo
refieren se ve tentado a dudar de si mismo.
Siendo pues tan difícil entre nosotros comprobar la existencia
precisa, es decir la verdad de los hechos, cuanto mas se aumenta
esta dificultad entre los antiguos, que no tenían todavía los mismos
medios de certidumbre que nosotros No entrare hoy en los detalles
interesantes que exige esta materia, la cual me propongo
profundizar en otra lección; pero después de haber hablado de las
dificultades naturales que se oponen al conocimiento de la verdad
insistirá en las que provienen de las pasiones del narrador, y de las
de los testigos de los hechos, a lo cual llamamos parcialidad. Divido
la en dos clases voluntaria, y forzada. Esta hija del temor, existe
necesariamente en todos los estados despóticos en donde la
exposición de los hechos sería una censura casi perpetua de los
actos del gobierno. En semejante estado el individuo que tuviera la
firmeza de carácter necesaria para escribir los hechos mas notorios,
y comprobados por la opinión pública, no podría imprimir su libro,
o impreso no podría divulgarlo, y por consiguiente nadie se atreve a
escribir, o el que lo hace es usando de rodeos, disimulo, o mentiras,
y tal es el carácter de la mayor parte de las historias.
La parcialidad voluntaria produce por otra parte efectos de mayor
extensión, porque teniendo los mismos motivos de hablar que los
que he dicho obligaban a callar en el caso precedente mira su
felicidad unida a la mentira y al error. Así los tiranos amenazan a
la primera pero lisonjean a esta segunda, pagando además sus
elogios, y excitando sus pasiones, por cuyos medios después de
haber engañado a su siglo con sus acciones, engañan a la
posteridad con sus relaciones asalariadas.
No hablo de otra parcialidad involuntaria pero no menos influyente
cual es la de las preocupaciones civiles, y religiosas con que
tropezamos al nacer, y en que somos educados. Si echamos una
ojeada sobre los historiadores no hallamos apenas uno que
aparezca desprendido de ellas, y entre los antiguos tuvieron aun
mayor influencia al considerar que desde nuestra mas tierna edad
todo cuanto nos rodea conspira a impregnárnoslas; y que se nos
infunden todas nuestras opiniones y pensamientos por nuestros
hábitos, e inclinaciones, por la fuerza, la persuasión, las amenazas,
y las promesas, rodeando a nuestra imaginación de barreras
sagradas que nos esta prohibido traspasar; se conoce cuan
imposible es que la organización misma de los seres humanos deje
de ser una fabrica de errores; y' cuando entrando en nosotros
mismos pensemos algún día que nuestra suerte hubiese sido igual
si nos hubiésemos hallado en iguales circunstancias y que si por
una casualidad poseemos la verdad la debemos quizás al error de
los que nos han precedido, lejos de ser un motivo de orgullo y
desprecio de los demás daremos gracias a los días de libertad que
nos han permitido ver según la naturaleza, y pensar según nuestra
propia conciencia, y recelosos por el ejemplo de los otros de que
esta no se equivoque lejos de usar de nuestra libertad
tiránicamente fundaremos la utilidad común de la paz sino en la
unidad de opiniones, al menos en su tolerancia.
En la prójima lección examinaré cuales fueron entre los antiguos
los materiales de que se valieron para escribir la historia, y los
medios que usaron para averiguar los hechos, y comparando su
estado civil y moral con el de los modernos haré palpable la especie
de revolución que ha introducido la imprenta en este ramo de
nuestros estudios y conocimientos.
SESIÓN TERCERA.

Continuación del mismo asunto. — Hay cuatro clases principales de


historiadores y cada una de ellas tiene diferentes grados de autoridad: 1ª los
historiadores que son los actores mismos; 2ª los que solo son testigos de los
hechos; 3ª los que los han oído de los testigos que los presenciaren; y 4ª los
que refieren hechos salidos por oídas o por tradición. -- Alteraciones
inevitables en los hechos contados de boca en boca.— Absurdo de las
tradiciones de tiempos remotos común a todos los pueblos. — Tiene su
origen en la naturaleza del entendimiento humano.— El carácter de la
historia es relativo siempre al grado de ignorancia o civilización de un
pueblo. —Carácter de la historia entre los antiguos, y entre los pueblos que
no conocen la imprenta. — Efecto de esta sobre la historia. — Cambio que
ha producido en los historiadores modernos. -- Qué disposición de espíritu es
la más conveniente para leer con utilidad la historia. — Ridículo de dudar de
todo, menos peligroso que el de no dudar de nada. -- Debe creer con
sobriedad.
Hemos visto que para apreciar la certeza de los hechos históricos
deben tenerse presentes tanto respecto a los que los refieren, como
los que los han presenciado las consideraciones siguientes:
1ª Sus medios de instrucción, y de adquirir los debidos informes;
2ª La extensión de sus facultades morales, como son su sagacidad,
y discernimiento;
3ª Sus intereses o afectos, de las cuales pueden resultar tres
especies de parcialidades a saber; la de temor, la de seducción, y la
de las preocupaciones de nacimiento o educación. Esta última
aunque más excusable no es sin embargo menos poderosa y
perjudicial; por que proviene las pasiones autorizándose con ellas y
con el interés de naciones enteras, que no menos tercas en sus
errores, y todavía mas orgullosas que los individuos en particular,
ejercen sobre todos sus miembros un despotismo el más arbitrario
y pesado, cual es el de las preocupaciones nacionales civiles o
religiosas.
Mas adelante tendré ocasión de volver a tratar sobre estas
diferentes condiciones que dan más o menos valor a los atestados
de los hechos. Pero hoy continuando en desenvolver la misma
cuestión voy a examinar los diferentes grados de autoridad que
resultan de la mayor menor distancia del punto donde suceden los
hechos, y acontecimientos.
Al examinar los diferentes testigos o narradores de la historia los
vemos colocarse en muchas clases graduales y sucesivas que
tienen mas o menos derecho a nuestro asenso: la primera, que es
la de los historiadores, autores o actores comprehende la mayor
parte, de escritores de memorias personales, actos civiles, viajes,
etc. y como los hechos pasan inmediatamente de ellos a nosotros
han sufrido la menor alteración posible, y por consiguiente su
relación tiene el mayor grado de autenticidad, aunque la creencia
queda sometida a todas las condiciones morales de interés, afectos,
y perspicacia de que he hablado anteriormente, y su peso sufre
deducciones siempre muy considerables, porque en este caso el
interés personal obra en primer grado.
Así pues los escritores autógrafos sólo tienen derecho a nuestra
creencia cuando sus escritos son:

1º Verosímiles: y es preciso confesar que en algunos casos llevan


consigo una concurrencia tan natural de acontecimientos y
circunstancias, y una serie de causas y efectos también ligada que
se ve atacada involuntariamente nuestra confianza reconociendo en
ellos como suele decirse el sello de la verdad, que sin embargo es
mas bien el de la conciencia.
2º Apoyados por otros testimonios sometidos igualmente a las leyes
de la verosimilitud. De donde se sigue que las relaciones históricas
aun en su primer grado de credibilidad, están sometidas a todas las
formalidades judiciales de examen y audiencia de testigos, que una
larga y multiplicada experiencia ha introducido en la
jurisprudencia de las naciones; que por consiguiente un solo
escritor, o un solo testimonio no deben ser bastante para
obligarnos a creerlos; siendo antes bien un error el mirar como
cierto un hecho de que solo se nos presenta un testigo, puesto que
si pudiesen llamarse otros muchos, podría haber, y habría
ciertamente, contradicción y modificaciones. Así es que
vulgarmente se miran los comentarios de Cesar como un trozo de
historia que por la calidad de de su autor, y por no haber sido
contradicho, lleva consigo un carácter eminente de certeza; y sin
embargo Suetonio nos informa de que Asinio Polion había
observado en sus anales que muchos de los hechos citados por
Cesar no eran exactamente como los presentaba, porque las
relaciones de sus oficiales le habían inducido a errores con
bastante frecuencia; y Polion, que como consular y amigo de
Horacio y Virgilio, es testigo de mucho peso, indicaba que Cesar
había tenido interés personal en disfrazar la verdad*3.

En la segunda clase de historiadores que es la de los que


presencian la acción como testigos inmediatos, no teniendo en la
apariencia un interés personal como los que son actores por Si
mismos, inspira su aserción en general mas confianza, y tiene mas

3
* * Suetonio, vida de Cesar, LIV.
grados de creencia, aunque siempre debe sujetarse a las
condiciones de verosimilitud; 1° según el número de testigos; 2.°
según el acuerdo que reina entre ellos; y 3° según las reglas
dominantes que he establecido de un juicio sano, una exacta
observación e imparcialidad. Por que probándonos la experiencia de
lo que pasa diariamente al rededor nuestro y la nuestra propia
lista, que el comprobar un hecho con evidencia y exactitud es una
operación delicada y sujeta a mil dificultades aun cuando aquel sea
notorio; es indudable que los que estudien la historia deben evitare!
admitir ligeramente como cierto todo lo que no haya pasado por la
rigurosa prueba de testigos suficientes en calidad y número.
La tercera clase es la de los que han oído a los testigos del hecho y
aun que están todavía cerca de el hay sin embargo una extrema
diferencia de la anterior por las dificultades que ofrece la exacta
relación y pintura de un acontecimiento. Los testigos han
presenciado y oído los hechos que han herido sus sentidos pero al
pintarlos en su entendimiento, les han Impreso a su pesar
modificaciones que han alterado las formas; y estas reciben todavía
mayores alteraciones cuando desde este primer espejo movedizo y
ondulante se reflejan los hechos en otro igualmente variable.
Convertidos en este último de seres fijos y positivos como lo eran
por su naturaleza en imágenes fantásticas sufren, de imaginación
en imaginación y de boca en boca, todas las alteraciones que
causan la omisión, la confusión y el aumento de circunstancias, y
son comentados, discutidos, interpretados y traducidos,
alterándose con estas operaciones su pureza primitiva; pero
conviene que hagamos una distinción importante entre los dos
medios de transmitirse los hechos, a saber, de palabra, y por
escrito.
Los hechos transmitidos por escrito, como se fijan desde el
momento que se escriben, conservan de un modo inalterable el
género de autoridad que derivan del carácter del escritor. Pueden sí
haber sido desfigurados antes, pero una vez escritos quedan
siempre los mismos, y aunque como ordinariamente sucede, se les
dan diferentes acepciones según el modo de ver de los lectores, es
sin embargo indudable que estos tienen que estar de acuerdo sobre
su tipo positivo sino original: siendo la ventaja de un escrito la de
transmitirnos inmediatamente la existencia de los hechos a pesar
de los intervalos de tiempo y de lugar. Presentándonos al narrador
de los hechos, lo resucita, por decirlo así y después de miles do
años nos proporciona conversar con Cicerón, Horacio, Confucio,
etc., etc.; sin que se necesite mas que comprobar que el escrito es
realmente suyo y no apócrifo; por-que cuando es un anónimo
pierde un grado de autenticidad; y su atestado como se halla en
mas carado debe someterse a todas las pesquisas de una crítica
severa, y a las sospechas que hace concebir toda cosa clandestina.
Cuando un escrito se halla traducirlo no pierde en verdad nada de
su autenticidad, pero al pasar por un nuevo espejo se alejan los
hechos un grado mas de su origen, y reciben mas o menos colorido
según la habilidad del traductor; aunque queda siempre el recurso
de examinados, y confrontarlos por el original.
No sucede así con los hechos que se nos transmiten de palabra, es
decir por tradición; pues en este caso se despliegan todos los
caprichos y las divagaciones voluntarias o involuntarias del
entendimiento; y júzguese cuales deben ser las alteraciones de los
hechos transmitidos de boca en boca, y de generación en
generación, cuando vemos con frecuencia como varia una misma
persona en la relación de los mismos hechos según las épocas, y
según la diferencia de sus intereses o afectos. Así generalmente se
da poco crédito a la exactitud de la tradición; y aun este se
disminuye a proporción de las mayores distancias de tiempo y de
lugar. Tenemos pruebas irrecusables de esta verdad nuestra propia
vista trátese de recoger las tradiciones de los antiguos sobre los
acontecimientos del siglo de Luis XIV, y aun de los primeros años
del siglo 18 (desentendiéndose de los medios de instrucción que
tenemos por los escritos) y se verá las alteraciones, y confusiones
que se han introducido, las diferencias tan notables que se
encuentran entre unos testigos y otros, entre unos y otros
narradores. ¿Qué mayor prueba que la historia de la batalla de
Fontenoy referida de tantos modos diferentes? Y si notamos este
estado de olvido, de confusión y de alteración y en los tiempos que
por otra parte llamamos ilustrados, y en el seno de una nación
adelantada que tiene otros medios para corregir estos defectos, y
garantirse de la verdad ¿qué sucederá entre los pueblos en que
están todavía las artes en su infancia, o degeneración; donde
reinaba a antes reina todavía el desorden en el estado social, la
ignorancia en el sistema moral, y la indiferencia en todo lo que no
abrazan las primeras necesidades? Los viajeros exactos nos
atestiguan, también en nuestros días la prueba de esta
inverosimilitud de relaciones, y de el absurdo de las tradiciones en
los pueblos salvajes, y aun entre los que llamamos civilizados;
siendo todavía mucho mas nulas por mil razones en el Asia donde
tuvieron su origen y nacimiento; y la prueba es la ignorancia en
que viven los naturales sobre los hechos y las fechas que mas les
interesan; puesto que los indios, los Árabes, los Turcos y los
Tártaros no saben dar razón del año en que nacieron, ni de la edad
de sus padres parientes.
No obstante el principio de la historia debieron ser las relaciones
transmitidas de boca en boca y do generación en generación, como
lo prueban la naturaleza de los hechos todavía subsistentes, la
organización misma del hombre, y el mecanismo de la formación de
las sociedades.
En electo probado que el hombre nace completamente ignorante;
que todas sus ideas son fruto de sus sensaciones, y todos sus
conocimientos adquiridos por la experiencia personal y por la
acumulada de las generaciones anteriores; probado que el arte de
escribir debió ser extremamente complicado en los principios de su
invención; que el de hablar es otro arte que debió precederle y que
por si solo ha necesitado para perfeccionarse una inmensa serie de
generaciones, se deduce con una certeza física que el imperio de la
tradición ha durado todo el transcurso de siglos que ha precedido a
la invención del arte de escribir, y aun añado de la escritura
alfabética; por-que esta sola es la que ha sabido pintar todos los
pormenores de los hechos, y las modificaciones de los
pensamientos en vez de que las otras como los jeroglíficos de los
Egipcios, los nudos de los Peruvianos y los cuadros de los
Mexicanos, pintando las figuras y no los sonidos solo han podido
transmitirnos el diseño y conjunto de los hechos, pero no sus
circunstancias, y conexiones. Y como los hechos y la razón
demuestran que el arte de escribir y el de hablar son resultados del
estado social, y que este ha sido producido por las circunstancias y
las necesidades, es evidente que todo este edificio de necesidades,
circunstancias, artes, y estado social ha precedido al imperio de la
historia escrita.

Ahora es preciso notar que la prueba inversa de estos hechos


físicos se halla en la naturaleza misma de las primeras relaciones
que nos ofrece la historia. En efecto, siendo, como dijo, inherente a
la constitución del entendimiento humano el no recibir siempre la
imagen de los hechos perfectamente igual a lo que ellos son en sí, y
el alterarlos mas cuando se ha ejercitado menos, cuando es mas
ignorante, o cuando comprende por las causas, los efectos, y el
todo de la acción, se sigue por una consecuencia directa que
cuanto mas atrasados han estado los pueblos, y cuanto mas
novicias y bárbaras han sido las generaciones, tanto menos
razonables y mas contrarias a la verdadera naturaleza y a la sana
razón deben ser sus tradiciones. Echemos pues una ojeada sobre
todas las historias, y consideremos si no es cierto que todas
principian por un estado de cosas tal cual acabo de designar, que
sus relaciones son tanto mas quiméricas y bizarras, cuanto mas
distan de los tiempos antiguos; que se resienten siempre del origen
de la nación de que provienen que por el contrario manera que se
acercan a los tiempos mas conocidos, los siglos en que han hecho
progresos las artes, la finura, y todo el sistema moral sus
relaciones toman mas carácter de verosimilitud, pintando un
estado de cosas físico y moral análogo al que vemos; de modo que
comparada la historia de todos los pueblos nos ofrece el resultado
siguiente: sus cuadros distan mas de la naturaleza y de la razón
cuando los pueblos se acercan roas al estado salvaje que es el
primitivo de todos ellos; y por el contrario al paso que han
adquirido luces, cultura y civilización sus cuadros son cada vez
mas análogos al orden de cosas que conocemos; de suerte que al
llegar al siglo en, que se han desenvuelto las artes se ven
desaparecer en todos presencia de la luz el tropel de
acontecimientos maravillosos, prodigios y monstruos de todas
clases a la manera que al romper el día desaparecen con los
primeros rayos de la aurora los fantasmas, larvas y espectros que
durante las tinieblas de la noche ocupan las imaginaciones
medrosas de los enfermos.

Fijemos pues la máxima siguiente tan fecunda en resultados al


estudiar la historia: "Que puede calcularse de una manera bastante
exacta el grado de luces y civilización de un pueblo por la naturaleza
misma de sus relaciones históricas» o bien en terminas mas
generales: “Que la historia toma el carácter de la época y tiempo en
que se compuso.»
Y aquí se presenta a nuestro examen la comparación de dos
grandes periodos en que se ha compuesto la historia con
circunstancias, medios, y recursos muy diferentes; hablo del
periodo de los manuscritos y del descubrimiento de la imprenta. Es
bien sabido que hasta fines del siglo quince solo existían libros y
monumentos escritos de mano, siendo hacia el año 1440 solamente
cuando aparecieron los primeros ensayos de Juan Guttemberg de
inmortal memoria, los que se siguieron los de sus asociados Fusth y
Scheller para escribir con caracteres al principio de madera y
después de metal, obteniendo en un momento, por medio de este
arte sencillo e ingenioso, un número infinito de copias del primer
modelo compuesto. Esta feliz innovación produjo cambios muy
importantes en la materia de que tratamos, y por lo tanto es
interesante notarios.
Cuando se escribían a mano los actos, libros escritos como eran
mucho mas caros los libros por la lentitud de este penoso trabajo,
el doble cuidado que exigía y la multiplicación de los gastos
llegaban a ser mucho mas raros, era mas difícil crearlos, y se
destruían con mas facilidad. Un copista producía con lentitud un
individuo libro, y tina imprenta produce una generación, y de aquí
resultaban para las compulsas y por consiguiente para todo género
de instrucción una multitud de dificultades que desanimaban
infinito. No pudiendo trabajar sino con presencia de los originales y
existiendo el pequeño número de estos o en los depósitos públicos,
o en manos de particulares celosos, o avaros; el número de
hombres que podía dedicarse escribir la historia era
necesariamente muy corto; tenían muchos menos que pudieran
contradecirlos, y así podían descuidarla, o alterarla impunemente;
como el número de lectores era mucho menor tenían también
menos jueces y menos censores, y no era la opinión pública la que
daba el fallo sino un espíritu de facción pequeño círculo en el que
se atendía menos al fondo de las cosas, que al carácter del escritor.
Por el contrario desde que se descubrió la imprenta comprobados
una vez los monumentos originales, como la multiplicación de sus
copias queda sometida al examen y discusión de un gran número
de lectores, no es posible, o al menos no es fácil atenuarlos, darles
diversos sentidos, ni aun alterar el manuscrito por la extrema
publicidad de las reclamaciones, y así ha ganado realmente en esta
parte la certeza histórica.
Es cierto que los muchos años que existía entre los antiguos la
composición de un libro, y los muchos mas que eran necesarios
para que se divulgase, hacían mas posible decir en él verdades más
atrevidas, porque el tiempo había destruido, o alejado los intereses,
favoreciendo así el secreto a la verdad de la historia; pero también
favorecía la parcialidad, siendo mas difícil la refutación de los
errores que establecía, y habiendo menos recursos para
reclamarlos y como los modernos tienen d su disposición este
mismo medio del secreto, y además el de combatir sus
inconvenientes, parece que la ventaja está enteramente de su parte.
La naturaleza y circunstancias de que acabo de hablar
concentraban entre los antiguos casi necesariamente el estudio y la
composición de la historia a un círculo estrecho o de hombres
ricos, pues que los libros eran muy costosos, o de hombres
públicos y magistrados pues que era necesario haber manejado los
negocios para conocer los hechos; y en efecto en lo sucesivo se nos
presentarán frecuentes ocasiones para observar que la mayor parte
de los historiadores griegos y romanos fueron generales,
magistrados, y hombres de una fortuna, o rango distinguido. Entre
los Orientales lo fueron casi exclusivamente los sacerdotes, es decir
la clase que se había apoderado del monopolio mas poderoso cual
es las luces y la instrucción: De donde proviene el carácter de
elevación y dignidad que se ha notado en todos tiempos entre los
historia-dores de la antigüedad, consecuencia natural, y aun
necesaria de la educación culta que habían recibido.
Entre los modernos como la imprenta ha multiplicado y facilitado
los medios de lectura y de composición, llegando esta a ser un
objeto de comercio, y una mercancía ha dado a los escritores una
arrogancia mercantil y una temeraria confianza que ha humillado
este género de obras y profanado la santidad de su objeto.

Es cierto que también la antigüedad ha tenido sus compiladores y


charlatanes, pero la fatiga y el fastidio de copiar sus obras han
librado de ellas a las edades siguientes habiendo hecho aquellas
dificultades este servicio a la ciencia.
Además la ventaja de los antiguos en esta parte se compensaba con
un grave inconveniente cual es la sospecha de una parcialidad casi
necesaria, 1° por el espíritu de personalidad, cuyas ramificaciones
eran tanto mas extensas cuanto mayores eran las relaciones de
interés en la cosa pública y las pasiones del actor escritor; 2° por el
espíritu de familia y de parentesco que entre los antiguos y
particularmente en Grecia y en Italia constituya un espíritu de
facción general e indeleble. Y es preciso notar que la obra
compuesta por un individuo era propiedad común de su familia que
adoptaba sus opiniones por la misma razón que el autor habla
bebido en ella sus preocupaciones. Así un manuscrito de la familia
de los Fabios, o de los Escipiones, se transmitía por herencia de
edad en edad, y si había en otra familia otro contradictorio la más
poderosa miraba como una victoria la ocasión de destruirlo, siendo
este en pequeño el mismo espíritu que animaba en grande a las
naciones; espíritu de egoísmo orgulloso, e intolerante, que fue
causa de que los Romanos, y los Griegos enemigos del universo,
aniquilasen los libros de los demás pueblos, y que privándonos del
alegato de las partes contrarias en la celebre causa de sus rapiñas,
ha hecho que seamos casi cómplices de su tirana por la brillante
admiración, y por la emulación secreta que nos excitan sus
criminales triunfos.

Entre los modernos por el contrario en vano se rodeará una obra de


los medios del secreto, del crédito que proporciona la, riqueza, del
poder que da la autoridad, ni del espíritu de facción, o de familia
porque un solo día una sola reclamación basta para echar abajo el
edificio de la mentira combinada por espacio de muchos años. Y tal
es el señalado servicio que la libertad de la prensa ha hecho a la
verdad que el individuo mas débil si tiene las virtudes y talento de
un historiador podría censurar los yerros de las naciones a su
propia vista y criticar sus preocupaciones sin temer su cólera, si no
fuese cierto que los yerros, las preocupaciones, y, la cólera que se
atribuye a las naciones corresponden sola-mente de ordinario' a
sus gobernantes.

La costumbre de vivir bajo la influencia de, la imprenta hace que no


conozcamos bastante las ventajas políticas y morales que nos
proporciona la publicidad que resulta de ella; y es preciso haber
habitado un país donde no se conoce este arte libertador para
concebir todos los efectos de su privación, e imaginarse la
confusión que causa en la relación de los hechos la falta de libros y
papeles públicos, los absurdos rumores que produce, la incertitud
que da a las opiniones, el obstáculo que es para la instrucción, y la
ignorancia en que mantiene los espíritus. La historia debe bendecir
al primero que discurrió en Venecia dará leer los boletines de
noticias por una pequeña moneda llamada gaceta cuyo nombre han
conservado después: porque en efecto las gacetas son monumentos
instructivos y preciosos hasta en sus errores mismos, pues pintan
el espíritu dominante de la época en que salieron a luz y sus
contradicciones presentan bases fijas para discutir los hechos. Así
cuando oigo decir que los Anglo-Americanos al fundar un nuevo
establecimiento trazan primero un camino y llevan después a él
una imprenta para tener un periódico, creo que con esta doble
operación consiguen el objeto, hacen el análisis de todo buen
sistema social, pues que la sociedad no es sino la comunicación
fácil y libre de las personas, de los pensamientos, y de las cosas;
reduciéndose todo el arte de gobernar a evitar los encuentros
violentos que puedan destruirla. Y cuando formando el contraste
con este pueblo civilizado ya en su nacimiento, vemos a los de el
Asia llegar a su decrepitud siempre ignorantes y bárbaros, debemos
sin duda atribuirlo a que estos carecen de imprentas, caminos y
canales. El poder de la imprenta y su influencia sobre la civilización
es decir sobre el desenvolvimiento de todas las facultades del
hombre en el sentido mas útil la sociedad, es tal, que la época de
su invención divide en dos sistemas distintos y diferentes el estado
político y moral de los pueblos la precedieron, y de los que la
siguieron, así como el de sus historias respectivas; y su existencia
caracteriza de tal manera el estado de las luces que para
informarse sobre la cultura, o barbarie de un pueblo puede
reducirse solamente la pregunta a saber si tiene imprentas y goza
de la libertad de la prensa*4.
Ahora bien si como en efecto es cierto el estado de la antigüedad
fue infinitamente parecido al actual de la Asía; si aun entre los
* De la libertad y de la licencia.
4
pueblos que se decían libres sus gobiernos estuvieron casi siempre
dominados de un espíritu misterioso de cuerpo de facción y de
intereses privilegiados, que los aislaban de la nación; se tuvieron en
sus manos los medios de impedir o paralizar los escritos que los
hubieran censurado; es claro que debemos sospechar con razón de
la parcialidad voluntaria o forzada de sus escritores: ¿Como se
podrá atrever Tito Livio por ejemplo pintar nos con todos sus
odiosos colores la perversa política del senado romano que para
distraer al pueblo de sus antiguas, justas, y comedidas
reclamaciones fomentó el incendio de las guerras que por espacio
de quinientos años devoraron las generaciones, y que después
haber amontonado en Roma como en una cueva todos los despojos
del mundo conocido solo sirvieron para presentar el espectáculo de
unos ladrones encenagados en los goces, y que siempre insaciables
se degollaban entre si mismos al dividir su botín? Recorramos a
Dionisio Halicarnaso, a Polibio, Tácito mismo, y no hallaremos en
ellos un solo movimiento de la indignación que debían producir los
cuadros de horrores que nos han trasmitido. Desgraciado el
historiador que no experimenta estos movimientos, o desgraciado el
siglo que no se los sufre!
De todas estas consideraciones deduzco, que es delicado y difícil el
averiguar el punto preciso de la verdad de la historia, y que el grado
certeza que podemos acordarla necesita para ser razonable de un
cálculo de probabilidades que con mucha razón se ha colocado en
el rango de 'las ciencias mas importantes que deben demostrarse
en la escuela normal. Si he insistido sobre este primer articulo es
porque conozco su importancia, no abstracta y especulativa, sino
usual y aplicable en todo el discurso de la vida. Esta es para cada
uno de nosotros su historia personal en la que los acontecimientos
de la víspera son materia de nuestras relaciones del día, y de la
resolución del inmediato: y si, como en efecto sucede, nuestra
felicidad depende de estas resoluciones, y ellas de la exactitud de
las narraciones de los hechos, no hay duda que es de la mayor
importancia la disposición de espíritu propia para juzgarlos bien y
en esta operación se presentan las tres alternativas siguientes, o
creerlo todo o no creer nada, o creer con peso y medida. Cada cual
escoge entre estos tres partidos según su gusto, o mejor diré según
sUs hábitos y temperamento, porque este gobierna ¿i los hombres
mas de lo que creen unos aunque en muy corto número fuerza de
abstracción llegan dudar aun de lo que aprehenden por sus
sentidos; y tal fue según se dice Pyrron, cuya celebridad por esta
clase de error ha sido causa de que se le llame pyrronismo. Pero si
Pyrron dudaba de tal modo de su existencia que se veía sumergir
sin perder el color, y que creía tan igual la muerte y la vida que
según decía no se mataba por la .dificultad de elegir; si Pyrron,
digo, recibió de los Griegos el nombre de filosofo, de estos recibe el
de insensato, y de los médicos el de enfermo. En efecto, la buena
medicina nos enseña que una apatía, y bizarreria de espíritu
semejantes son el producto físico de un sistema nervoso, obtuso,
gastado ya por los excesos de una vida contemplativa sin sensación
alguna ya por el de las pasiones que solo dejan las cenizas de una
sensibilidad consumida.
Pero si el dudar de todo es una enfermedad crónica de los
temperamentos y espíritus débiles rara y solamente ridícula, por la
inversa, el no dudar de nada es un mal mucho mas peligroso,
porque es de la clase de fiebres ardientes, propias de los
temperamentos enérgicos, que adquiriendo con el ejemplo una
intensidad contagiosa, acaba por excitar convulsiones en el
entusiasmo y delirios en la fantasía. Siendo tales los periodos del
progreso de esta enfermedad de espíritu que deriva de la naturaleza
misma y de la del corazón humano, que después de admitida una
opinión por pereza, o por negligencia en examinarla, nos adherimos
a ella, la creernos cierta por el hábito, la defendemos por amor
propio y terquedad, y pasando después de la defensa al ataque
queremos imponer a los otros su creencia por este aprecio de
nosotros mismos que llamamos orgullo, y por el deseo del mando
que se mira como el goce de todas sus pasiones el ejercicio del
poder. Debe notarse una cosa bien singular sobre el fanatismo y el
pyrronismo, a saber que siendo dos extremos enteramente
opuestos nacen ambos de un mismo origen cual es la ignorancia,
con sola la diferencia de que el 2º es la ignorancia débil que no
juzga jamás, y el 1° la fuerte que juzga y que ha juzgado siempre.

Entre estos excesos hay un término medio, que es el de formar su


juicio después de pesadas y examinadas las razones que lo
determinan, teniéndolo en suspenso hasta que haya motivos
suficientes de formarlo, y midiendo los grados de creencia y certeza
por los de las pruebas y evidencia que acompañan a cada hecho. Si
se llama esto Escepticismo según el valor de la palabra que
significa, examinar, tocar al rededor de un objeto con desconfianza.
Cuando se me pregunte, como sucedió en la última conferencia, si
quiero conducir mis discípulos al escepticismo contestaré en primer
lugar que al presentar mis reflexiones no predicó una doctrina,
pero que si debiera de predicarla, seria la de dudar del modo que
he manifestado, bien persuadido de que en este punto como en
todo sirvo a la vez la causa de la libertad y de la filosofía, supuesto
que el carácter especial de esta es el de dejar a cada uno la facultad
de juzgar según la medida su sensación y convicción; predicaría la
duda examinadora porque la historia entera me ha enseñado que la
certeza es la doctrina del error y de la mentira, y él arma constante
de la tiranía. El impostor mas célebre y el tirano mas atrevido,
empezó su libro con estas palabras: « No hay duda en lo que este
libro contiene; conduce recto al que marcha ciegamente y recibe sin
discusión mi palabra “que salva al sencillo y confunde al sabio *5".
“Sin mas que este principio se ve el hombre despojado del libre uso
de su voluntad y de sus sentidos, y entregado a la esclavitud, pero
en recompensa haciéndose esclavo llega a ser ministro del profeta y
recibiendo de Mahoma el sable y el Alcoran, se hace su turno profeta
diciendo «No hay duda alguna en lo que este libro contiene, y es
preciso creerlo, es decir, es preciso pensar como yo o morir.» Doctrina
cómoda que dispensa de estudiar al que la predica, y que tiene la
ventaja de que mientras el hombre que duda calcula y examina, el
creyente fanático, obra y ejecuta. El primero viendo muchos
caminos a la vez se detiene para examinar a donde le conducirán, y
al segundo viendo solamente el que tiene delante no le queda
motivo de duda. Sigue su camino lo mismo que los animales A
quienes se ponen orejeras para impedir que vayan a derecha o
izquierda, y sobre todo para impedirles ver el látigo del que los
castiga pero desgraciado el conductor si una vez se desordenan,
porque furiosos y casi ciegos, marchan siempre adelante hasta
arrojarse con él en un precipicio.
Tal es, señores, la suerte que prepara la presuntuosa certeza d la
ignorante credulidad; y por el contrario las ventajas que
proporciona la duda circunspecta y observadora son tales que
dejando siempre lugar en el espíritu para adquirir nuevas pruebas
lo tienen dispuesto a rectificar en cualquier tiempo su primer juicio,
y a confesar su error. De modo que si como debe esperarse
enunciase yo alguno en esta materia, o en otra cualquiera, estos
mismos principios me dejarían margen y me darían valor para decir
con el filósofo antiguo «Soy hombre y nada de cuanto le es propio
me falta.»
Como la próxima sesión esta destinada a tener una conferencia
invito a ustedes, señores, a que busquen y reúnan las
observaciones mejores que se hayan hecho sobre el asunto de que
he tratado hoy, y que esparcidas en un montón de libros estan
desgraciadamente confundidas entre cuestiones fútiles o paradojas.
Casi todos los autores que han tratado de la Certeza de la historia,
lo han hecho con la parcialidad que nace de las preocupaciones de
que he hablado, exagerando su certeza e importancia, porque todos
los sistemas religiosos han tenido la imprudencia de fundar sobre

5
* Véase el primer capítulo del Alcoran, verso 1º, y siguientes.
ella las cuestiones de dogma en lugar de fundarlas sobre hechos
naturales capaces de procurar la evidencia. Seria de desear que
alguno tratase de nuevo y con método este asunto en lo cual haría
un gran servicio no solo a las letras, sino también las ciencias
morales y políticas.
4
SESIÓN CUARTA.

Resumen del asunto precedente. --- Utilidad que puede sacarse de la


historia. — Divídase en tres clases: 1ª la de los buenos ejemplos,
demasiado compensada con el daño que producen los malos; 2ª la
transmisión de los objetos de artes y ciencias; 3ª los resultados
políticos de lo que los efectos de las leyes, y la naturaleza de los
gobiernos influyen sobre la suerte de los pueblos... Con respecto a
esta última la historia conviene a muy corto número de personas
solamente; y solo en el primer caso conviene a la juventud y a la
mayor parte de las clases de la sociedad. — Los romances bien
escritos son preferibles a la historia.

Hasta ahora solamente me he ocupado de la certeza que ofrecen los


hechos históricos y cuanto he dicho respecto a ella puede
resumirse en las proporciones siguientes:

1ª Que como los hechos históricos nos son transmitidos por medio
de los sentidos de otros, no pueden tener para nosotros el grado de
evidencia ni de convicción que nace del testimonio de nuestros
propios sentidos;
2ª Que pudiéndonos inducir en errores nuestros propios sentidos,
como sucede, y siendo preciso por lo tanto sujetar a examen
algunas veces su testimonio, seria inconsecuente, y aun atentatorio
a nuestra libertad, y a nuestra propiedad de opiniones el atribuir
una mayor autoridad a las sensaciones de otros que a las nuestras
propias;
3a Que por consiguiente no pudiendo los hechos históricos obtener
jamás los dos primeros grados de nuestra certeza a saber la
sensación física, y la memoria de esta sensación, se colocan
solamente en el tercero que es el de la analogía o comparación de
las sensaciones de otro con las nuestras, distribuyéndose en él la
certeza en diferentes clases, que la disminuyen según la mayor o
menor verosimilitud de los hechos, el número y las facultades
morales de los testigos, la distancia entre el hecho y el que la
refiere; y su paso de una mano d otra. Habiendo conseguido los
matemáticos someter todas estas condiciones reglas precisas y a
formar un ramo particular de conocimientos bajo el título de
cálculo de probabilidades refiero a su cuidado el completar las ideas
de ustedes sobre la cuestión de la certeza de la historia.

Entremos ahora en la cuestión de su utilidad y tratándola en la


forma que indica el programa consideremos que utilidad social y
práctica se debe proponer en el estudio y en la enseñanza de la
historia. Conozco que este modo de presentar la cuestión no es el
mas metódico, porque supone establecido, y probado ya el hecho
principal; pero economiza mas tiempo, y por consiguiente es el mas
útil; porque abrevia mucho la discusión pues si consigo especificar
el género de utilidad que puede sacarse de la historia, habré
probado que existe esta utilidad; en vez de que poniendo en
cuestión su existencia, seria preciso en primer lugar distinguir la
historia tal como so ha tratado hasta aquí, de lo que seria
tratándose como debía tratarse para después distinguir unos libros
de historia, de otros; y quizás hubiera encontrado dificultad en
probar la utilidad que resultaba de algunos, aun entre los mas
acreditados e influentes que se me hubiesen podido citar, dando
con esto lugar a suscitar, y sostener una tesis bastante picante
sobre si la historia ha sido o no mas dañosa que útil y si ha
causado mas mal que bien, tanto a las naciones como a los
particulares, por las ideas falsas, las nociones erróneas, y las
preocupaciones de toda especies que ha trasmitido y consagrado.
Esta tesis hubiera tenido sobre la nuestra la ventaja de apoderarse
de nuestros propios hechos para probar que la utilidad no fue
tampoco el fin y objeto primitivo de la historia, puesto que el primer
móvil de las tradiciones groseras a que debe su origen, fue por
parte de los narradores la necesidad mecánica que experimentan
los hombres en general de repetir las sensaciones haciéndolas
retumbar del mismo modo que en un instrumento retumban los
sonidos, y de recordar las imágenes cuando no existe la realidad
necesidad que por la misma razón forma la pasión dominante de la
vejez que ha cesado de gozar, y constituye la conversación única de
las gentes que no piensan y por parte de los oyentes otra necesidad
que experimentamos no me-nos natural de multiplicar nuestras
sensaciones supliendo con imágenes las realidades; necesidad que
transforma si puedo explicarme así toda narración en un
espectáculo de linterna mágica al que no tienen menos afición los
hombres de un sano y maduro juicio que los niños de tierna edad:
esta tesis nos recordaría también que los primeros cuadros de la
historia se compusieron sin arte ni gusto, y se acogieron sin
discernimiento, ni objeto; que al principio no se compuso sino de
un montón confuso de acontecimientos incoherentes, y en especial
maravillosos, qué por lo mismo escitaron mas la atención; que
cuando se multiplicaron estos hechos, y se fijaron en los escritos
como llegaron a ser mas exactos y naturales dieron lugar a
reflexiones y comparaciones cuyos resultados fueron aplicables a
otras situaciones parecidas; y en fin que solo en los tiempos
modernos y casi de un siglo a esta parte ha tomado la historia este
carácter de filosofía que busca en la serie de los acontecimientos un
tejido genealógico de causas y efectos para deducir de él una teoría
de reglas y principios propios para dirigir a los particulares y
pueblos hacia el fin de su conservación o perfección.
Pero suscitando cuestiones de esta naturaleza hubiera temido dar
motivo a mirar la historia bajo el punto de vista de los
inconvenientes y defectos que presenta, y como una crítica
profunda se confunde a veces con la sátira; como la enseñanza
tiene por si un carácter tan sagrado que no deben permitirse en ella
ni aun los juegos de la paradoja, he debido evitar hasta las
apariencias, limitándome a la consideración de una utilidad
existente o que al menos es posible hallar.
Digo, pues, que estudiando la historia con la intención y deseos de
sacar de ella una utilidad práctica me parece que las presenta de
tres clases a saber:
Una aplicable a los individuos que llamaré utilidad moral;
Otra aplicable a las ciencias y artes que llamaré utilidad científica;
Y la tercera aplicable a los pueblos y a los gobiernos que llamaré
utilidad política;
En efecto al analizar los hechos de que se compone la historia los
vemos dividirse en tres clases; una de hechos individuales o
acciones particulares; otra de hechos públicos o de orden social y
de gobierno; y la tercera de hechos de artes y de ciencias; o de
operaciones del espíritu.

Con respecto a la primera clase de utilidad, los que hayan leído la


historia o por gozar de la diversión que ofrece la diversidad de
cuadros que presenta o por adquirir los conocimientos que
proporciona la experiencia de los tiempos pasados, han debido
notar que hacemos constantemente aplicaciones de las acciones
individuales que nos refiere y nos identificamos en cierto modo con
sus personajes, ejercitando nuestro juicio o nuestra sensibilidad
sobre todo cuanto les acontece, para sacar de ello consecuencias
que influyen sobre nuestra propia conducta. Así es que no hay
lector que al leer los hechos históricos de la Grecia y de la Italia,
deje de tomar un interés particular por ciertos, hombres que
figuran en ellos, y de seguir con atención la vida particular o
pública de Arístides o Temistocles, de Sócrates o Alcibíades, de
Escipion o Catilina, de Cicerón o de Cesar, sacando de la
comparación de su conducta y de sus destinos recíprocos
reflexiones y preceptos que influyen sobre sus propias acciones.
Este género de in-fluencia, y aun me atreveré a decir de
preceptorado que la historia ejerce sobre nos-otros es todavía
mayor en la parte llamada biografía, o descripción de la vida de los
hombres públicos particulares, como por ejemplo los Hombres
ilustres de Plutarco, y de Cornelio Nepote; pero es preciso convenir
que esta clase de historias están sometidas a muchas dificultades, y
que se las puede acusar desde luego de aproximarse
frecuentemente a un romance porque es fácil conocer cuan difícil es
comprobar con certeza y trazar con verdad las acciones y el
carácter de un hombre cualquiera que sea. Para conseguirlo seria
preciso haberlo seguido habitualmente, estudiado, conocido y aun
haber tenido un trato bastante intimo con él: y en este caso
sabemos la dificultad de evitar el que se mezclen las pasiones de
amistad o de odio que por consiguiente alteran la imparcialidad.
Así es que las obras de éste género no son jamás sino panegíricos o
sátiras; aserción que en caso necesario puede probarse y apoyarse
con muchas memorias de nuestros días, de que podemos hablar
como testigos bien informados sobre muchos de sus artículos. En
general pues las historias individuales no son exactas y verdaderas
sino en los casos en que un hombre de conciencia y fidelidad escrite
por si mismo su vida; y cuando se considera las condiciones que
para esto se requieren se ve la dificultad que hay en reunirlas por
la casi contradicción que abrazan porque si el hombre es inmoral y
pícaro no podrá consentir en publicar su oprobio o nosotros no
podremos creer en él la probidad que este acto exige: si por el
contrario es muy virtuoso no se expondrá a las inculpaciones do
orgullo y de mentira que no dejaran de atribuirle el vicio y la
envidia y si tiene debilidades vulgares estas mismas le quitan el
brío necesario para confesarlas. Los motivos que el hombre puede
tener para publicar su vida son, o el amor propio ofendido, que
defiende la, existencia física y moral contra los ataques de la
maledicencia y de, la calumnia; en cuyo caso es mas legítimo y
razonable; o el amor propio ambicioso de gloria, y de consideración,
que quiere hacer ostentación de los títulos a que se cree digno. Y
tal es el poder de este sentimiento de vanidad que doblegándose
bajo diversas formas, se cubre a veces con los actos de humildad
religiosa cenobítica haciendo que la confesión de las faltas pasadas
forme un elogio indirecto y tácito de la discreción actual y sirviendo
el esfuerzo que supone, esta misma confesión de medio necesario e
interesado para obtener perdón, gracia, y recompensa como vernos
en las confesiones del obispo Agustín. Estaba reservado a nuestro
siglo presentarnos otro ejemplo en que el amor propio se inmolase
únicamente por el orgullo de ejecutar la empresa sin igual de
mostrar a sus semejantes un hombre que no se parece a los ciernas;
y que siendo el único en su género se llama sin embargo si mismo el
hombre de la naturaleza*6; como si la suerte hubiese querido que
una vida llena de paradojas terminase con la idea contradictoria de
llegar la admiración y casi al culto¥7 ** por medio de el cuadro de
una serie continuada de ilusiones de espíritu y de estrabios del
corazón.

Estas consideraciones nos conducen a examinar bajo otro segundo


punto de vista nuestro asunto, es a saber que aun admitiendo la
veracidad de tales narraciones seria posible que por esta misma
razón se debieran considerar como de mayor utilidad los romances
que la historia lo cual sucedería en efecto cuando las aventuras
verdaderas ofreciesen el espectáculo inmoral de la virtud mas
desgraciada que el vicio, supuesto que en las aventuras supuestas
soto se aprecia el arte que nos presenta el vicio mas distante de la
felicidad que la virtud. Si existiese pues un libro en el que se nos
pintase como muy desgraciado un hombre tenido por virtuoso y
casi erigido en patrón de secta; si confesando este hombre su vida
citase un gran número de acciones de vileza, infidelidad, e
ingratitud; si nos diese de sí mismo la idea de un carácter tétrico,
orgulloso, envidioso; y no contentó con descubrirnos sus propias
faltas descubriese igualmente las de otros que no tenían relación
con las suyas; si este hombre dotado además del talento de orador
y escritor hubiese adquirido una autoridad como filósofo usando de
ambas calidades para elogiar la ignorancia, vituperar el estado
social, y conducir a los hombres al estado salvaje; y si hubiese
renovado la doctrina de Omar*8 enmascarada con su nombre para

6
* * Véase el principio de las confesiones de J. J. Rousseau: quizás no existe libro alguno que
contenga tanto orgullo en tan pocos renglones como los diez primeros de este.
7
¥ Entre Rousseau y Voltaire considerados como jefes de opiniones hay la diferencia característica
de que cuando se ataca al 2º delante de sus partidarios estos lo defienden sin calor con razones y
chocarrerías, considerando al que lo crítica lo mas como un hombre de mal gusto. Pero cuando se
ataca a Rousseau delante de los suyos produce en ellos como una especie de horror religioso que
les hace considerar al que lo impugna como un malvado. Habiendo experimentado yo mismo en mi
juventud estas impresiones al buscar la causa me ha parecido hallarla en que como Voltaire habla al
espíritu mas bien que al corazón, y al pensamiento más bien que los sentimientos, no acalora el
alma con el fuego de las pasiones; y como se ocupaba mas de combatir la opinión de otros, que de
establecer la suya, producía el hábito de dudar y no el de afirmar; lo cual conduce a la tolerancia.
Por el contrario Rousseau dirigiéndose al corazón mas bien que al espíritu, y a los afectos mas que
a la razón, exalta el amor de la virtud y de la verdad sin (sin definirlas) con el amor de las mujeres
tan capaz de causar ilusión; y estando fuertemente persuadido de su rectitud sospecha sola opinión
y después la intención de los otros; de cuya situación de espíritu resulta inmediatamente la aversión
en los débiles y la intolerancia perseguidora en les que tienen la fuerza. Es notable que entre los
hombres que han desplegado más este carácter en estos últimos tiempos el mayor número de ellos
se llaman discípulos y admiradores de J. J. Rousseau.
8
* Fraternidad o la muerte es decir piensa como yo o te mato, que es literalmente
la profesión de fe de un Mahometano.
predicar la inutilidad de las ciencias y de las artes, para proscribir
el talento, las riquezas y por consiguiente el trabajo que las crea,
seria quizás difícil encontrar en esta historia, aunque demasiado
verídica, rastro alguno de utilidad; y creo que no habrá dificultad
en convenir en que es pagar demasiado caro el conocimiento de que
la sensibilidad de un individuo organizado de cierto modo llevada al
exceso puede degenerar en una demencia¥9 ** debiéndonos
lamentar de que el autor del Emilio después de haber hablado
tanto de la naturaleza no imitase su sabiduría, que mostrándonos
en lo exterior todas las formas que lisonjean nuestros sentidos,
nos. oculta en sus entrañas cubriendo con un velo espeso todo, lo
que amenaza chocar con nuestra delicadeza. Mi conclusión pues
sobre este articulo es que la utilidad que puede sacarse de la
historia no es una utilidad que se nos ofrece espontáneamente por
si misma, sino la producción de un arte sometido a principios y
reglas de que hablaré al tratar de las escuelas primarias.
La según la clase de utilidad que es la relativa a las artes y ciencias
tiene una esfera mucho mas variada, extendida y sujeta a muchos
menos inconvenientes que los que acabo de exponer Presentada la
historia bajo este punto de vista es una mina fecunda de la cual
cada uno en particular puede sacar los materiales mas
convenientes para la ciencia o arte a que se dedica o quiere
cultivar; y las indagaciones de este género tienen la ventaja de
aclarar cada vez mas el objeto de que se trata por la confrontación
de los diversos procedimientos métodos empleados en diferentes
épocas y en diversos pueblos; por la patenticidad de los errores
cometidos y la contradicción misma de las experiencias, y en fin
por el conocimiento de la marcha que ha seguido el espíritu
humano, tanto en la invención como en los progresos del arte o de
la ciencia; marcha que indica por analogía la que debe seguirse
para llegar su perfección.
A estas clases de indagaciones debemos los numerosos
descubrimientos nuevos o solamente renovados, pero que sus
autores no merecen menos nuestro reconocimiento; por su medio
nos ha procurado la medicina los métodos curativos y los remedios,
la cirugía, los instrumentos, la mecánica, las utensilios y las
máquinas y la arquitectura, los adornos y los muebles. Seria de
desear que esta última se ocupase de un género de construcción
muy urgente en nuestra actual situación, quiero decir, de salas
para las asambleas deliberantes y para la instrucción pública.
Novicios todavía en este arte no hemos conseguido en el espacio de
cinco años sino ensayos muy imperfectos, y tentativas viciosas, en

9
¥ ** Se sabe que Rousseau murió en este estado al que sin duda le redujeron sus escritos.
cuya clase no compren-do el anfiteatro donde nos hallamos
reunidos10, que aunque demasiado pequeño para nosotros (quienes
no fue a la verdad destinado), llena en lo demás perfectamente el
objeto de su institución; pero hablo de esas salas en que resulta la
ignorancia de todas las reglas del arte, cuyo local no guarda
proporción alguna con él número de deliberantes que deben
reunirse en él y están diseminados sobre una vasta superficie en
vez de hallarse reconcentrados como se re-quiere en el mas
pequeño espacio; de esas salas en que parece haberse desconocido
enteramente las reglas de la acústica dando las formas cuadradas e
irregulares en vez de las circulares que son las mas a propósito
para poder bien oír; en las que por el doble vicio de su magnitud, y
figura se necesita tener una voz de Estentor para poder ser oído,
quedando por consiguiente privados de su derecho de consejo, e
influencia todos los que tengan un órgano de voz débil, a pesar de
que vemos con frecuencia que los afectos de pecho y la debilidad de
la voz son a veces resultas de un estudio asiduo y de la aplicación;
en lugar de que las voces recias y los fuertes pulmones son
ordinariamente indicio de un temperamento vigoroso, que no se
acomoda bien con la vida sedentaria de un estudio, y, que invita
mas bien arrastra involuntariamente a cultivar las pasiones con
preferencia a la razón; hablo en fin de esas salas en que la
necesidad de esforzarse para hacerse entender produce un ruido
que impide entenderse; de modo que por una serie de
consecuencias ligadas estrechamente entre sí, como la
construcción favorece y aun requiere el tumulto, y este impide la
regularidad y la calma de la deliberación sucede que las leyes que
de-penden de esta, y la suerte, de un pueblo que depende de estas
leyes, reciben su in-fluencia realmente de la disposición física de
una sala. Es pues por lo tanto verdaderamente importante
ocuparse con atención de esta materia en la cual podemos
adelantar consultando a la historia y a los monumentos de la
Grecia y de Italia. En ellos aprehenderemos de tos pueblos antiguos
que tenían una larga y multiplicada experiencia de grandes
asambleas los principios bajo los que construían sus circos y
anfiteatros en los cuales cincuenta mil almas oían con comodidad
la voz de un actor; como lo experimentó José II hace algunos años
en el anfiteatro restaurado de Verona sabríamos el uso de las
grandes conchas que se hacían en ciertas partes de las paredes, el
de los vasos de cobre que servían para aumentar los sonidos en el
inmenso circo de Caracalla, el de los depósitos con fondo de cuba
de metal o de ladrillo que se usan con, tan buen suceso en la opera

10
* El anfitéatro de química del jardín de plantas.
moderna de Roma donde siendo la sala mucho mayor que ninguna
de las nuestras una orquestra de once instrumentos solamente
produce tanto efecto como los cincuenta de nuestra opera;
limitaríamos la construcción de las salidas y entradas que facilitan
la comunicación y aun la evacuación total del teatro sin ruido ni
confusión; y en fin podríamos averiguar todo lo que el arte habla
imaginado en este género entre los antiguos para, hacer de ello, las
aplicaciones inmediatas o las modificaciones oportunas*11.

11
* *Este asunto, es tan importante que no llevará a mal el lector que indique los resultados de mis
observaciones sobre las diferentes salas en que me hallado.
El objeto principal y aun único de una sala deliberante es el de que los que discuten se hablen con
comodidad y se oigan con claridad. Adornos, construcción, reglas del arte, todo debe ser
subordinado este objeto principal y para obtenerlo es preciso:
1º Que los que deliberan estén reunidos en el espacio mas pequeño conciliable con la salubridad y
la comodidad, sin cuya condición quedando despojados de hecho o las que tienen voz débil de su
derecho de presentar su opinión, se establece una aristocracia de pulmones que no es de las menos
peligrosas;
2º Que estén sentados de modo que puedan verse fácilmente sus movimientos, porque sin respeto
público no hay dignidad individual; y estas dos primeras condiciones establecen la necesidad de la
forma circular y de anfiteatros;
3º Que los: asientos de los deliberantes formen una masa continuada sin división natural que
indique distinción de puestos, porque estas divisiones naturales favorecen y aun fomentan las di-
visiones morales de partido, y de facción;
4° Que nadie pueda pasar por la sala sino es los secretarios y ugier porque nada incomoda tanto en
una deliberación como el paso continuo de unos y otros;
5° Que haya muchas entradas y salidas independientes unas de otras de modo que pueda evacuarse
o llenarse la sala prontamente y sin confusión;
6. Que los oyentes estén colocados de modo que no estorben a los deliberantes.
Como puede parecer un problema esta última condición he aquí el plan que he calculado sobre los
datos expuestos, y cuya perfección toca a los arquitectos al ejecutarlo.
Designo una sala en forma de herradura, o de algo más que un semi-círculo y le doy el hueco
suficiente para contener quinientos individuos deliberantes a lo más porque las asambleas que
exceden de este número son conciliábulos, y así deben ser más preferibles de solos 300. Construyo
cinco o seis órdenes de gradas en anfiteatro cuyo radio es de 36 a 40 pies lo más, y en cada una de
ellas dejo una porción de entradas y salidas. Al rededor del piso de la sala coloco una barandilla
que impide a los de la última grada entrar en él. En uno de los extremos del semi-círculo, fuera de
las gradas está la silla del presidente, y detrás de él fuera también del circo un cuarto para su uso,
por el cual tiene la entrada y salida. Los secretarios están delante del presidente y en el extremo
opuesto también fuera de las gradas la tribuna de la lectura destinada solamente a leer los informes
y las leyes, puesto que cada miembro debe hablar desde su asiento. Esta tribuna y la silla del
presidente no se miran sino que están un poco vueltas hacia el fondo del anfiteatro. En cima de las
gradas y de tras de la pared están las tribunas de los taquígrafos de los periódicos, que siendo mi
parecer de gran influencia en un gobierno republicano deben de ser elegidos parte por el gobierno,
y parte por el pueblo; y en fin algunas otras tribunas con celosías para los magistrados y
embajadores.
El techo de la sala no debe ser redondo sino chato y calculado para producir el mejor efecto en los
oyentes; con varios bastidores para renovar el ayre de la sala y dar la luz. No debe haber en esta
ninguna venta lateral ni columnas que rompan la unidad del recinto; porque si se nota demasiado
eco se cubran las paredes de tapicería. Al rededor de las paredes debe haber termómetros para
medir y tener en un mismo grado de calor las estufas subterráneas en invierno, y los conductos de
El tercer género de utilidad que puede sacarse de la historia, que
he llamado utilidad política, o social, consiste en reunir, y meditar
sobre todos los hechos relativos a la organización de las sociedades,
y al mecanismo de los gobiernos, para inducir de ellos los
resultados generales particulares que puedan servir de términos de
comparación y de reglas de conducta en casos análogos o
semejantes. Tomada en este respecto la historia en su
universalidad es una inmensa recopilación de experiencias
morales, y sociales que el género humano hace involuntariamente y
a mucha costa suya; y en que ofreciendo cada pueblo
combinaciones diversas de acontecimientos, pasiones, causas y
efectos, desenvuelve a los ojos del observador atento todos los
resortes, y mecanismo de la naturaleza humana; de modo que si
existiese un cuadro exacto del juego reciproco de todas las partes
de cada máquina social; es decir de los hábitos, costumbres,
opiniones, leyes, y régimen interior y exterior de cada nación, seria
posible establecer una teoría general del arte de componer estas
máquinas morales, y poner principios fijos y determinados de
legislación, de economía política, y de gobierno. No hay necesidad
de indicar la utilidad de un trabajo de esta naturaleza; pero
desgraciadamente esta sometido a muchas dificultades; en primer
lugar porque la mayor parte de las historias, especialmente las
antiguas, no ofrecen sino materiales in-completos, viciosos; y
además porque el uso que puede hacerse de ellas, y los
razonamientos que pueden formarse solo son exactos cuando se
han presentado los hechos con precisión, y ya hemos visto cuan
difícil es obtener esta sobre todo en los hechos particulares y
preliminares. Debe también notarse que los hechos mayores y mas
notables de la historia no son los mas instructivos, sino que lo son

ayre en verano; parte que debe estar bajo la inspección de tres médicos porque la salud de los
deliberantes es uno de los elementos de buenas leyes.
Hasta aquí no he hablado del auditorio y sin embargo quiero que lo haya con la condición cómoda;
de que pueda ser mas o menos numeroso a voluntad: a este fin adapto en la boca del semi-círculo,
de que he hablado otro semi-circulo mas pequeño, mas grande, o igual que figure un teatro sin
galerías. Los deliberantes se hallan respecto a el como en un teatro elevado que domina al pacio
desde bastante altura. Estas dos salas están divididas por un paso y una barandilla casi como la
orquestra para oponerse en caso necesario a todo movimiento popular. Para presentarse a la barra
situada entre el presidente y la tribuna de lectura se entra por este paso; y en fin por medio de un
gran biombo lateral y movible se aíslan los deliberantes en un abrir y cerrar de ojos en el caso de
una sesión secreta sin tener que incomodar a los espectadores. Puede creerse con fundamento que
un edificio de esta naturaleza no costaría mas de cien mil francos porque debe excluirse de él toda
especie de lujo; pero aunque costase el doble su construcción es la cosa mas practicable aun en
nuestras circunstancias porque sin tocar al tesoro público podría llenarse el objeto por medio de una
subscripción de 12 a 15 francos por mes cada uno de los miembros de los consejos sin que esta
pudiese serles grabosa sobre su sueldo.
los accesorios, y las circunstancias que los han preparado, y
producido; porque solo conociendo estas circunstancias
preparatorias puede conseguirse el evitar u obtener unos
resultados semejantes. Así en una batalla el resultado no es el que
nos instruye sino los diversos movimientos que decidieron su
suerte, y que aun cuando parecen menos visibles, son sin embargo
las causas mientras que el acontecimiento es solamente el efecto*12.
La importancia del conocimiento de estos de-talles es tal que sin
ellos es vicioso el término de comparación porque no tiene analogía
con el objeto qué quiere aplicarse, y esta falta de tan graves
consecuencias es sin embargo habitual y casi general en la historia;
se aceptan los hechos sin discusión, se combinan sin relaciones
exactas, se suponen hypotésis que carecen de fundamento; se
hacen aplicaciones que faltan de exactitud, y de aquí nacen los
errores de administración y de gobierno que producen veces las
mayores desgracias. El estudio de la historia bajo este punto de
vista es pues un arte muy profundo; y si ciertamente la utilidad
que puede resultar es de las mayores consecuencias aquel es de la
clase mas elevada porque es la parte trascendental y si puedo
decirlo así las altas matemáticas de la historia.
Todas estas consideraciones lejos de ser una digresión del asunto
que me he propuesto me han preparado por el contrario una fácil
solución a la mayor parte de las cuestiones relativas a el. Se
pregunta, por ejemplo, si puede aplicarse a las escuelas primarias
el estudio de la historia? y es evidente que componiéndose estas de
niños cuya inteligencia no está todavía desenvuelta y que carecen
de ideas y medios para juzgar los hechos del orden social, no puede
convenirles este género de conocimientos: que solo puede servir
para crear en ellos preocupaciones e ideas falsas y erróneas, o
hacerlos habladores, o papagayos como lo ha probado por espacio
de dos siglos el sistema vicioso de la educación en toda Europa.
¿Qué entendemos, cuando jóvenes, de la historia de Tito Livio, de la
de Salustio, de los Comentarios de Julio Cesar, o de los Anales de
Tácito que nos obligan a explicar? ¿Qué fruto, qué lección hemos
sacado de ellos? Algunos maestros hábiles habían conocido tanto
este vicio que pesar de los deseos que había de introducir en la
educación la lectura de libros hebreos, no se atrevieron jamás a
intentarla, y se vieron obligados a darles la forma de romance
conocido con el nombre de historia del pueblo de Dios. Además si la
12
* Lo mismo sucede, también con los detalles de las negociaciones de que dependen los grandes
acontecimientos de, la paz de la guerra, que son los hechos históricos mas instructivos, porque se
ven en' ellos al descubierto todo el juego de las intrigas y pasiones; y estos hechos serán siempre
los menos conocidos porque no hay quizás agente alguno que se atreva a dar cuenta exacta de ellos
por su propio honor o interés
mayor parte de los niños que frecuentan las escuelas primarias
está destinada a practicar las artes, ú oficios que deben absorber
todo su tiempo si ha de ganar en ellos con que atender a su
subsistencia ¿a qué es darles conocimientos que no podrán
cultivar; que tendrán que olvidarlos necesariamente; y que no les
dejarán sino la falsa pretensión de saber mucho peor que la
ignorancia? Las escuelas primarias no admiten pues la historia
bajo su gran punto de vista político; podrá ser mucho mas útil en
ellas con respecto a las artes, porque hay muchas en las. que es
bastante la inteligencia de la juventud, y porque el cuadro de su
origen y progresos puede instruir los niños en el espíritu de
análisis; pero seria preciso componer expresamente obras de esta
clase, y el fruto que se obtendría con ellas no compensaría tal vez
ni el cuidado de hacerlas, ni los gastos.
La única clase de historia que creo con-viene a los niños es la del
género biográfico, o vidas de los hombres públicos o particulares.
La experiencia ha demostrado que la lectura de esta clase de obras
por las noches en familia producía un efecto poderoso en la
imaginación de los jóvenes; escitando el deseo de imitación que es
un atributo físico de nuestra naturaleza, que determina la mayor
parte de nuestras acciones. Las impresiones recibidas por esta
clase de lectura deciden la vocación e inclinaciones del resto de la
vida, y son mucho mas eficaces porque están menos preparadas
por el arte, y porque el niño que hace una reflexión y forma su
juicio, conoce mejor su libertad no creyéndose dominado; ni bajo la
influencia de una autoridad superior. Nuestros antepasados
conocieron, bien esta verdad cuando pata dar mas crédito sus
opiniones dogmáticas imaginaron una obra de esta clase llamada
Vida de los Santos; y no debe creerse que estas composiciones
carezcan de mérito, porqué muchas de ellas están hechas con arte,
y con un profundo conocimiento del corazón humano: siendo la
prueba de ello que han logrado con frecuencia su objeto,
imprimiendo a las almas un movimiento en el sentido y dirección
que se habían propuesto.

A medida que los espíritus se han alejado las ideas religiosas, se ha


pasado a las obras filosóficas y políticas, prefiriéndose los hombres
ilustres de Plutarco y de Cornelio Nepote, a las vidas de los Martyres
y padres del desierto, y al menos no puede negarse que aquellos
modelos aunque se les llame profanos son mas propósito para el
uso de los hombres que viven en sociedad a pesar de que tienen
todavía el inconveniente de alejarnos de nuestras costumbres y dar
lugar a comparaciones viciosas y capaces de inducirnos graves
errores. Seria preciso tomar entre nosotros mismos estos modelos
con nuestras mis-mas costumbres o creerlos si no existen porque
este es el-caso en que puede aplicarse el principio que avancé de
que los romances pueden ser en ciertos casos mas útiles que la
historia. Es de desear que el gobierno fomente la composición de
este género de libros dementares y como pertenecen más bien a la
moral que a la historia me limitaré a recordar a los compositores
dos preceptos fundamentales del arte de que no deben separarse, a
saber: la concisión y la claridad. Las muchas palabras fatigan los
niños, y los hacen habladores las imágenes concisas les llaman la
atención y los hacen pensadores; y lo que les aprovecha mas son las
reflexiones que hacen por sí mismo; no las que otros les hacen.
SESIÓN QUINTA.
Del arte de leer la historia. — Este no está al al-canee de los niños; y
la historia sin enseñanza les es mas peligrosa que útil. — Del arte de
enseñar la historia. -- Miras del autor sobre un curso de estudio de
historia. — Arte de escribirla. — Examen de los preceptos de Luciano
y de Mably.
Hemos visto que los hechos históricos nos presentan tres clases de
utilidades, una relativa los particulares, otra a los gobiernos y
sociedades, y la tercera aplicable a las ciencias y artes. Pero como
esta utilidad de cualquiera de las tres clases que sea, no se ofrece
por si misma, ni sin mezcla de inconvenientes y dificultades; como
exige precauciones y un arte particular para poderla obtener he
comenzado el examen de los principios y reglas de este arte, y
continuando en esta sesión en desenvolverlos los dividiré en dos
clases, a saber el arte de estudiar la historia; y el de componer y
escribirla.
He indicado ya que no me parecía conveniente para los niños el
estudio de la historia bajo ningún aspecto porque los hechos de que
se compone exigen una experiencia adquirida de antemano y una
madurez en el juicio incompatibles con su edad; que por
consiguiente debía desterrarse de las escudas primarias con tanta
mas razón, cuanto la mayor parte de los ciudadanos que las
frecuentan está destinada al ejercicio de las artes y oficios, de que
deben sacar lo necesario para subsistir, y cuyo empleo
absorbiéndoles todo su tiempo les hará olvidar, y inutilizará
enteramente toda noción puramente científica y especulativa; a lo
cual añado que viéndose obligados a creer bajo la palabra y
autoridad del maestro podrán contraer en su estudio errores y
preocupaciones cuya influencia sea transcendental a todo el resto
de su vida. No se debe tratar de saber mucho sino de saber bien;
porque el saber a medias es una sabiduría falsa cien veces peor que
la ignorancia. La única historia que debe permitirse a los niños, y
como á ellos a todos los hombres sencillos, y sin instrucción, debe
reducirse a la moral es decir a los preceptos de la conducta que
deben seguir, y como estos son mas perceptibles cuando se han
sacado de hechos y de ejemplos puede permitirse emplear
anécdotas y relaciones de acciones virtuosas, especialmente si se
usan con sobriedad; porque la abundancia es indigesta, y por
decirlo al paso el vicio mayor de la educación francesa es el de
querer decir, y hacer demasiado. Se enseña a los hombres a hablar
y debería enseñárseles a callar, porque las palabras disipan la
reflexión y la meditación la aumenta, la habladuría nacida del
aturdimiento promueve la discordia; y el silencio hijo de la
prudencia, es el amigo de la paz. La elocuente Athenas fue un
pueblo de chismosos, y la silenciosa Esparta de hambres pausados
y graves, habiendo sin duda recibido Pitágoras de las dos Grecias el
título de Sabio por haber erigido el silencio en virtud.
En la segunda clase de instrucción que sigue a las escuelas
primarias como está ya mas desenvuelta la imaginación de los
jóvenes tiene mas capacidad para recibir la que proporciona la
historia. Sin embargo si repasamos las impresiones de nuestra
primera edad, nos recordaremos que por un largo periodo lo que
mas escitó nuestro interés en semejante clase de lectura, y lo que
con mas aflicción leíamos eran las relaciones de encuentros y
anécdotas militares. Observarán ustedes que al leer la historia
antigua de Rollin, o la de Francia de Velly se pasa con rapidez o nos
dejamos apoderar de la languidez al leer los artículos sobre
costumbres, leyes y política deseando llegar Mas pronto los de
sitios de plazas, a las batallas o aventuras particulares, y entre
estas aventuras mismas, y las historias personales preferimos
ordinariamente la de los grandes guerreros a la vida pacífica de los
legisladores y filósofos lo que nos conduce a dos reflexiones; 1ª que
el estudio de la historia no produce sino una utilidad muy lenta en
los jóvenes con quieres tiene pocos puntos de contacto; 2ª que
como no les toca sino por la moral, y sobre todo por las pasiones,
seria peligroso dejarlos entregados a si mismos, y sin guía en este
estudio, no pudiendo dejar en sus manos sino historias preparadas
y escogidas a propósito en cuyo caso no podría decirse que se les
enseña la historia. ¿Se les muestra acaso los hechos como son en
si, o más bien como se ven o se quieren hacer ver*13? Y en este caso
es un romance o modo adoptado para la educación? Este método
tiene sin duda como he dicho ya sus ventajas, pero también tiene
sus inconvenientes, porque así como los de la edad media se
engañaron adoptando una moral que contraria todas las
inclinaciones de la naturaleza, en vez de darle dirección, del mismo
modo es de temer que la edad presente se engañe igualmente
adoptando otra cuya tendencia es exaltar las pasiones en vez de
moderar-las, de modo que pasando de un esceso a otro; de una
ciega credulidad una incredulidad feroz; de una apatía
misantrópica una concupiscencia devoradora; y de una paciencia
servil, un orgullo opresor in-sociable no habremos hecho mas que
cambiar de fanatismo, y abandonando el de los Godos del siglo
nono, volveremos al de los hijos de Odia, los Francos y los Celtas
nuestros primeros abuelos. Tales serian pues los efectos de esta
13
* * En general toda la historia es una narración de los hechos tales cuales los vio el que los refiere
y así pueden aplicarse, el dicho de Fontenelle: «La historia es un romance del espíritu humano, y
los romances son la historia del corazón. »
doctrina moderna cuya tendencia se dirige a exaltar el valor,
haciéndole pasar los límites de la defensa y conservación que le
indica la naturaleza; doctrina que solo ensalza las costumbres y
virtudes guerreras, como si la idea de la virtud cuya esencia
consiste en conservar pudiera aliarse con la de la guerra cuya
esencia es destruir; que llama patriotismo un odio feroz a las
demás naciones, como si el amor exclusivo de su propia especie no
fuese la virtud especial de los lobos y tigres, y como si en la
sociedad general del género humano hubiese otra justicia a otras
virtudes para los pueblos diferentes de los individuos: ¿corno si un
pueblo guerrero y conquistador se diferenciase de un individuo
perturbador y malvado que se apodera de los bienes de su vecino
porque es mas fuerte que él: una doctrina en fin que solo tiende
hacer volver a la Europa a los siglos y costumbres feroces de los
Cimbros y Teutones, y que es tanto mas peligrosa cuanto que el
espíritu de la juventud amigo del movimiento y seducido por el
entusiasmo militar adopta con ansia sus preceptos. Maestros de la
nación meditad bien sobre un hecho que tenéis a la vista. Si
vosotros, si la generación actual educada en unas costumbres
suaves, y cuyos juegos de infancia se reducen a moñas e iglesitas;
si esta generación, digo, ha tornado en tan poco tiempo tal vuelo
hacia las costumbres sanguinarias*14, qué será de la educada entre
el robo y la sangre que convierte en juegos de su menor edad todos
los horrores que in-venta el extravío del hombre ¿Avancemos un
paso mas y veremos resucitar los extraños efectos del frenesí que
en otro tiempo produjo la doctrina de Odin en Europa, y de los que
nos presentó en el siglo X un ejemplo digno de citarse la escuela
dinamarquesa del gobernador de Jomsbourg, que lo he sacado de
una de las mejores obras de este siglo .cual es la historia de
Dinamarca por el profesor Mallet. Después de haber hablado en su
introducción lib. IV de la pasión que tenían los Escandinavos como
todos los Celtas por la guerra, y despues de haber indicado como
causa de ella sus leyes, su educacion y su religión refiere el hecho
siguiente.

« La historia nos enseña que Harald rey de Dinamarca que vivía a


mediados del siglo X había fundado sobre la costa de la Pomerania
un pueblo llamado Julin o Jombourg, a donde habla enviado una
colonia de jóvenes dinamarqueses y nombrado por gobernador a un
llamado Palnatocko. Este nuevo Licurgo hizo de su pueblo una
segunda Lacedemonia dirigiendo todo al único fin de crear
14
* Cuando escribía esto en el corriente del año 3, acababa de atravesar la Francia desde Niza y
había visto con frecuencia a los muchachos ahorcar los gatos, guillotinar las aves, o imitar los
tribunales revolucionarios.
soldados; con este objeto había prohibido dice el autor de la
historia de esta colonia, aun el pronunciar la palabra miedo en los
peligros mas inminentes: y un ciudadano de Julin jamás debía
ceder al número de enemigos por grande que fuese, sino batirse
intrépidamente sin huir ni delante de una multitud muy superior
porque podía servirle de escusa el peligro de una muerte inevitable.
De este modo parece que este legislador consiguió destruir en la
mayor parte de sus discípulos hasta el último resto del sentimiento
tan profundo y natural que nos hace temer nuestra destrucción, y
lo prueba muy bien un rasgo de su historia que merece colocarse
aquí por su singularidad.
» Habiendo hecho algunos de estos habitantes una irrupción en los
estados de un señor poderoso de Noruega llamado Haguin, fueren
vencidos d pesar de su obstinada resistencia, y cayeron prisioneros
los mas distinguidos; sus vencedores los condenaron a muerte,
según el uso de aquellos tiempos: pero esta nueva en vez de
afligirlos les causó una grande alegría, el primero se contentó con
decir sin cambiar de semblante y sin darla menor señal de espanto
¿porqué no me habrá de sucederá mí lo que a mi padre; el murió, yo
moriré? Habiendo preguntado al segundo, el guerrero que les
cortaba la cabeza, en qué pensaba; le contesto que se acordaba
bien de las leyes de Julín para pronunciar palabra alguna que
indicase temor. El tercero respondió a la misma pregunta "Que se
alegraba de morir con gloria, prefiriendo la muerte a una vida
infame como la » de Forschill.» El cuarto dic una contestación mas
larga y singular: «Yo sufro de buena » gana la muerte, le dijo, y esta
hora me el y muy agradable, solo te pido (dirigiéndose a Forschill )
que me cortes la cabeza lo mas pronto posible, para decidir sobre
una cuestión que hemos tratado frecuentemente en Julin a saber si
se conserva alguna sensación o no después de ser decapitado. Por
esta razón voy a coger en la mano este cuchillo, y si después de
decapitado atento todavía contra ti, será prueba de que no he
perdido enteramente los sentidos: si lo dejo caer será prueba de lo
contrario, decide pues pronto la cuestión. » Forschill añade el
historiador se apresuro a cortarle la cabeza y se le cayo el cuchillo *.
El quinto mostró la misma tranquilidad y murió chancéandose con
sus enemigos. El sexto pidió a Forsehill que le diese el golpe de
frente: « Yo estaré inmóvil, le dijo, y tu verás que ni siquiera cierro
los ojos porque estamos acostumbrados en Jomsbourg, a no
movernos aun cuando se nos da un golpe moral, y para eso nos
ejercitamos unos con otros, y murió en efecto, cumpliendo su
promesa su presencia de todos los espectadores. El séptimo, dice el

*
Estas palabras faltan en la edición en -12 que esta llena de faltas.
historiador, era un hermoso joven en la flor de su edad, su larga y
roja cabellera precia de seda y flotaba en rizos sobre sus espaldas,
habiéndole preguntado Forsehill si temía la muerte «La recibo con
gusto, le dijo, puesto que ya he llenado » el deber mas grande de la
vida habiendo visto morir a los que no puedo sobrevivir, solo te
pido que no dejes a ningún esclavo que toque a mis cabellos, y que
cuides de no mancharlos con mi sangre.»
Estos rasgos prueban el poder que ejercen sobre nosotros los
preceptos de la educación aun en un sentido tan contrario a la
naturaleza; y pueden probar al mismo tiempo el abuso que podría
hacerse de la historia, pues no hace muchos meses * un ejemplo
semejante no hubiera dejado de servir para autorizar el fanatismo;
siendo este el peligro que ofrece la historia presentándonos casi
siempre escenas de locura, vicios, o crímenes; y por consiguiente
modelos y estímulos para los estrabios mas monstruosos.
En vano se dirá que los males que resultan de ellos, según nos lo
hace ver también la historia, son suficientes para hacernos los
evitar, porque en lo moral existe una verdad profunda la que no se
hace bastante atención, y es que el espectáculo del desorden y del
vicio deja siempre impresiones peligrosas, y sirve menos para
separarnos de él que para acostumbrar a él nuestra vista y
estimularnos con la excusa que nos presenta el ejemplo. Este
mismo mecanismo físico es causa de que una narración obscena
agite el alma mas casta, y así el mejor medio de mantener la virtud
es el de no presentarla las imágenes del vicio.
En el asunto en cuestión puedo asegurar que las mejores obras son
las menos malas, y que el partido mas prudente que debe tomarse
es el de esperar a que los jóvenes tengan ya su juicio formado, y
libre de la influencia de los maestros para que puedan comenzar a
leer la historia. Su entendimiento nuevo pero no ignorante no seria
el menos' a propósito para coger nuevos puntos de vista, sin
doblegarse a las preocupaciones que inspira una educación
rutinera. Si es-tuviese encargado de trazar un plan de estudios de
este género la marcha que creería mas conveniente después de
exigidas estas condiciones seria la siguiente.

En primer lugar exigiría que mis discípulos tuviesen nociones


preliminares de Ciencias exactas, como matemáticas física y estado
del cielo y del globo terrestre, es decir que hubiese ya en su
entendimiento medios y términos de comparación para juzgar los
hechos que se le refiriesen. Ele dicho el estado del cielo y del globo
terrestre porque sin algunas ideas de astronomía es imposible

*
* Antes del año 2.
entender la geografía y sin una tintura de esta no pueden fijarse las
escenas de la historia que vuelan en nuestra imaginación como las
nubes en el ayre. No creería necesario que mis discípulos hubiesen
profundizado los detalles de estas ciencias, porque la historia
misma se los presentará; ni exigiría que se viesen enteramente
libres de las preocupaciones morales o religiosas; bastaría que no
fuesen tercos ni estuviesen encaprichados con ellas, y que tuviesen
un entendimiento capaz de observar porque no dudo que el
espectáculo variado de todos los contrastes que nos presenta la
historia rectificaría y extendería sus ideas. La terquedad proviene
de no conocer mas que si y a los de su clase, y la intolerancia de no
haber salido fuera de su hogar, porque estos dos defectos son el
fruto de un egoísmo ignorante, y cuando se ha visto mucha clase
de gentes, cuando se han comprado muchas opiniones diferentes
se advierte que cada hombre tiene su valor, y cada opinión sus
razones, y embotando los ángulos cortantes de una nueva vanidad
se rueda dulcemente hacia el torrente de la sociedad. La historia
nos procura también este fruto de la prudencia, y esta utilidad que
nos proporcionan los viajes, porque aquella es un viaje agradable,
en que sin peligros ni fatigas, y aun sin moverse se recorre el
universo de los tiempos y de los lugares. Así pues del mismo modo
que un viajero no comienza sus excursiones desde las tierras
australes, o desde países inaccesibles y desconocidos para dirigirse
después a la tierra habitada, así también juzgo que mis discípulos
de historia deberían no comenzarla en la obscuridad de la
antigüedad, ni en los siglos inconmensurables para venir desde
ellos sin saber como a los siglos contiguos al nuestro que en nada
se parecen a aquellos. Lejos de eso evitarán todos los libros de
historia que de un solo vuelo nos trasportan al origen del mundo,
calculando sobre aquella época, como sobre la del día de ayer y
declarando que no se puede razonar ni entrar en contestación con
este principio. Y como nada es mas malo que las contestaciones, y
por otra parte el raciocinio es una brújula que no podernos
abandonar es preciso dejar otros habitantes de los antípodas en su
polo austral, e imitando a los prudentes marinos dar a la vela
desde nuestro puerto, seguir costeando nuestra tierra, y no avanzar
sino a medida que vayamos conociendo el rumbo. Mi opinión es
pues que primero debe estudiarse la historia de su país natal, de
aquel en que vivimos, donde podemos adquirir pruebas materiales
de los hechos, y ver los objetos de comparación.

A pesar de esto no desaprobaré tampoco el que se empiece por la


historia de un país extranjero, porque el aspecto de un nuevo orden
de cosas, hábitos y costumbres distintos de las nuestras tiene una
poderosa influencia para detener el curso de nuestras
preocupaciones, y hacernos ver a nosotros mismos bajo una nueva
luz producida por el desinterés y la imparcialidad. La única
condición que juzgo indispensable es la de que se principie con una
historia tiempos y países bien conocidos para que puedan
verificarse los hechos.

Es igual que la Historia sea de España de Inglaterra, de Turquía o


de Persia y no hay mas diferencia sino que hasta ahora parece que
los mejores historiadores han sido los de Europa porque son los
que conocemos mejor. Primero es necesario tomar una idea general
de un país o de una nación dada, leyendo el autor que merezca
más consideración entre los que hayan escrito de ella. Con esta
lectura se adquiere una primera escala de tiempo a que debe
referirse todo. Si se quieren profundizar mas los detalles, en la
misma obra se encontraran citados los originales que podrán
consultarse, y compulsarse siendo bueno hacerlo en todos los
artículos en que el autor demuestre incertitud o embarazo. De una
primera nación, o de un periodo conocido se pasa al inmediato que
haya escitado mas interés y tenga mas conexión con los puntos que
requieran aclararse o desenvolverse, y de este modo de unos a otros
se toma el conocimiento suficiente de toda la historia de Europa,
Asia, África, y Nuevo Mundo: porque siguiendo siempre el principio
que he sentado de pasar de lo conocido a lo desconocido, de un
punto mas prójimo a otro mas lejano no deasaria que mis
discípulos remontasen a tiempos remotos sin tener una idea
completa del estado presente. Después de adquirida esta idea
podríamos remontar a la antigüedad pero con prudencia, y
siguiendo de escala en escala por miedo de no perdernos en un mar
que carece de costas y donde no se ven estrellas que puedan
guiarnos. Llegados los confines extremos de los tiempos históricos,
y hallando algunas épocas ciertas nos colocaríamos en ellas como
sobre unos promontorios para tratar de vislumbrar en el océano
tenebroso de la antigüedad algunos puntos sobresalientes que
como pequeñas islas escoltan sobre las olas de los acontecimientos.
Sin abandonar la tierra trataríamos de averiguar por diferentes
relaciones, que nos sirviesen de triángulos la distancia de algunos
de ellos que llegaría a servirnos de base cronológica para medirlas
distancias de los otros: y mientras pudiésemos distinguir algunos
puntos ciertos y medir su intervalo seguiríamos adelante con el hilo
en la mano; pero cuando no llegásemos a distinguir sino nieblas y
nubes vinieran a guiarnos los autores de cosmogonías y mitológicas
para conducirnos al fin de los prodigios y de las hechiceras,
volveríamos sobre nuestros pasos, porque generalmente aquellos
guías exigen por condición el que se cubran los ojos y en tal estado
no es posible saber por donde se camina; además como se disputan
entre sí sobre quien es el que deba guiar es preciso evitar estas
disputas porque seria pagar demasiado cara tina ciencia si
quisiésemos comprarla a costa de la paz. Es cierto que mis
discípulos volverían llenos de dudas sobre la cronología de los
Asirios, y Egipcios; que no podrían saber con seguridad sobre cien
años de diferencia la época de la guerra de Troya, y quizás se
inclinarían a dudar de la existencia de los semi-dioses, del diluvio
de Deucalion del buque de los Argonautas, de los 115 años del
reinado de Fohi el Chino, y de todos los prodigios indios, caldeos, y
árabes mas parecidos; a los eventos de las mil y una noches, que a
la historia; pero para su consuelo habrían adquirido ideas sanas
sobre un periodo de cerca tres mil años que es todo lo que sabemos
de historia verdadera; y compulsando cuidadosamente las notas, y
todos los estractos de lectura que hiciesen tendrían medios para
sacar de la historia toda la utilidad de que es susceptible.

Conozco que se me dirá que un plan de estudios semejante exige


años para su ejecución, y que es capaz de absorber el tiempo y las
facultades de un individuo que por consiguiente solo puede
convenir a un pequeño número de hombres que por sus medios
personales o ayudados por la sociedad puedan consagrarse
enteramente a él. Convengo en la verdad de esta observación tanto
mas fácilmente cuanto la sé por propia experiencia porque cuanto
mas considero la naturaleza de la historia veo más que no puede
llegar a ser un estudio vulgar y proporcionado a todas las clases de
la sociedad. Concibo como y porque deben instruirse todos los
ciudadanos en el arte de leer, escribir, contar y dibujar; como y
porque deben darse a todos nociones de las matemáticas que
calculan los cuerpos; de la geometría que los mide; de la física que
hace sensibles sus cualidades; de la medicina elementaria que
enseña a conducir nuestra propia máquina, y a mantener nuestra
salud; y aun de la geografía a que nos enseña a conocer el rincón
del universo en que estamos y que debemos habitar. Estoy
persuadido de la necesidad usual y práctica de estos conocimientos
comunes todos los tiempos de la vida, a todos los instantes del día,
y a todos los estados de la sociedad; veo que son objetos de tanta
utilidad, que presentándose continuamente al hombre y obrando
sin cesar sobre él, no puede substraerse de sus leyes aunque
quiera ni eludir su poder con raciocinios ni sofismas porque existen
de hecho, los palpa, y no puede negarlos; pero respecto a la
historia, este cuadro de la fantasía en que se nos pintan hechos
que han desaparecido, y de que solo nos resta la sombra ¿qué
necesidad hay de conocer estas formas fugitivas que han perecido y
no renacerán jamás? ¿Qué importa a un labrador, a un artesano,
mercader o negociante que haya habido un Alejandro, un Atila, un
Tamerlan un imperio de Asiria, un reino de Bactran, una república
de Cartago, de España de Roma? ¿Que relación tienen todas estas
fantasmas con su existencia? ¿Que exigen de su conducta ni que
utilidad proporcionan a su felicidad? ¿Gozará menos salud, estará
menos contento por ignorar que han existido grandes filósofos, ni
grandes legisladores llamados Pitágoras, Sócrates, Zoroastro
Confucio y Mahoma? Estos hombres dejaron ya de existir pero sus
máximas existen todavía y estas son las que nos importan y las que
nos es preciso juzgar sin miramiento por los moldes en que fueron
fundidas rotos por la naturaleza, sin duda, para darnos esta
lección. Esto no ha dejado sino los modelos, y si nos interesa la
existencia real de una máxima es preciso confrontarla con los
hechos naturales, y por su identidad o discordancia sabremos los
errores o verdades que contiene. Pero repito que no concilio la
necesidad de conocer tantos hechos que dejaron de existir, y por el
contrario veo más de un inconveniente en hacer de este estudio
una ocupación general y clásica; uno de ellos el emplear un tiempo
y consumir una atención que producirían mucho mayor utilidad
aplicados a las ciencias exactas de primera necesidad; otro la
dificultad de de comprobar la verdad y certeza de les hechos;
dificultad que da margen a debates, y a las arterias del argumento;
que substituye la demostración palpable de los sentidos, los
sentimientos vagos de convencimiento intimo y de persuasión;
razones de los que razonan, aplicables al error lo mismo que a la
verdad, y que son la expresión del amor propio pronto siempre a
exasperarse a la menor contradicción, y a engendrar el espíritu de
partido, el entusiasmo, y el fanatismo. Otro de los inconvenientes
de la historia es el de no derivar su utilidad sino de resultados
cuyos elementos son tan complicados, tan inconstantes, y tan
capaces de inducirnos a errores, que casi nunca podemos tener
una completa certeza de estar libres de ellos. Así pues yo persistiré
siempre en mirar la historia no como una ciencia, nombre que solo
me parece aplicable los conocimientos demostrables cuales son los
de las matemáticas la física y la geografía sino como un arte
sistemático de cálculos meramente probables, como lo es el arte de
la medicina; y así como en esta aunque es cierto que los elementos
del cuerpo humano, tienen propiedades fijas, y que sus
combinaciones tienen un juego determinado y constante sin
embargo como estas son tan numerosas y variables, como no se
manifiestan a los sentidos sino por sus efectos resulta en el arte de
curar un estado vago y de conjeturar que lo hace difícil y lo saca de
la esfera de nuestros conocimientos vulgares así también en la
historia aunque es cierto que los hechos han producido tales
acontecimientos y tales consecuencias, sin embargo como no se
hallan determinados ni conocidos el estado positivo de estos
hechos, ni sus relaciones y reacciones, resulta una posibilidad de
error que hace difícil y delicada la operación de aplicarlos y
compararlos a otros hechos, y exige un ingenio muy ejercitado en
esta clase de estudios y dotado de mucha delicadeza y tino. Es
cierto que en esta última consideración de signo particularmente la
utilidad política de la historia pero confieso que a mi parecer esta
utilidad es su propio y único objeto, y la de la moral individual y
perfección de las ciencias y artes solo son episodios y accesorios: El
objetó principal, el arte fundamental, es la aplicación de la historia
al gobierno, la legislación y a toda la economía política de las
sociedades; de modo que no tengo inconveniente en llamar a la
historia la ciencia filosófica de los gobiernos, porque en efecto con la
comparación de los estados anteriores nos enseña a conocer la
marcha de los cuerpos políticos, futuros y presentes; los síntomas
de sus males, los indicios de su robustez, los pronósticos de sus
agitaciones, y crisis, crisis en fin los remedios que se les pueden
aplicar: El convencimiento de las dificultades que abraza bajo este
punto de vista inmensa fue sin duda la causa de que entre los
antiguos se aplicasen al estudio de la historia particularmente los
hombres destinados los negocios públicos; y lo es de que así entre
ellos como entre los modernos los historiadores mejores hayan sido
los que llamamos hombres de estado; y de que en la China, imperio
célebre por varios géneros de sabias instituciones, se haya formado
hace siglos un colegio especial de historiadores. Los Chinos han
creído, y con razón, que no debió abandonarse a la casualidad ni a
los caprichos de los particulares el cuidado de recoger y transmitir
a la posteridad los hechos que constituyen la vida de un gobierno, y
de una nación: han conocido que los escritores de historia son
magistrados, que pueden ejercer la mayor influencia sobre la
conducta de las naciones, y de sus gobiernos; y en consecuencia
han querido cometer el cargo recoger los acontecimientos de cada
reino a hombres escogidos por sus luces y virtudes que escriben
sobre ellos sus notas sin comunicarse, y las depositan en cajas
selladas que no se abren sino después de la muerte del príncipe o
de su dinastía. No es esta ocasión de profundizar esta institución
me basta solamente indicar cuanto apoya la alta idea que he
formado de la historia. Ahora pasemos al modo de componerla.

Dos escritores distinguidos han tratado, especialmente sobre el


modo de escribir la historia el primero, Luciano, nacido en
Samosate en el reinado de Trajano, dividió su tratado en critica y
preceptos: en la primera parte se burla con la salpicante que le es
propia del mal gusto de un enjambre de historiadores a que dio
origen la guerra de Marco-Aurelio contra los Partos, y que según
dice se vio perecer como un enjambre de mariposas después de una
tempestad. Entre los defectos que les reprocha se notan estilo
hinchado, la afectación de grandes palabras, el recargo de epitectos
y por una consecuencia natural de esta falta de gusto el haber
caído en el exceso contrario, empleando expresiones triviales,
detalles bajos, y fastidiosos, mentiras osadas; y una adulación baja
de modo que, la epidemia que atacó al fin del siglo segundo de los
escritores romanos tuvo os mismos síntomas que las que se han
manifestado en la Europa moderna de que tenemos en casi todos
los pueblos que la componen.

En la segunda parte expone Luciano todas las calidades y deberes


de un historiador. Quiere que esté dotado de capacidad; que
conozca la decencia; que sepa pensar, y expresar sus
pensamientos; que esté versado en los negocios, políticos y
militares; libre de: temor y de ambición, que sea inaccesible a la
seducción, y á, las amenazas; que diga la verdad, sin debilidad ni
acrimonia; que sea justo sin dureza, censor sin aspereza y sin
calumnia; y que no esté poseído del espíritu de partido, o nacional.
Lo quiero, dice, ciudadano de todo el mundo, sin señor, sin leyes,
sin respetos por la opinión de su tiempo, y que sólo escriba para
grangearse la estimación de los hombres sensatos, y los votos de la
posteridad.
En cuanto al, estilo, recomienda Luciano que sea, fácil, puro, claro,
y proporcionado al objeto: sencillo en lo general como narrativo,
aunque algunas veces noble, grande y casi poético como las que
pinta; muy pocas veces oratorio, y jamás declamador. Que las
reflexiones sean cortas; la materia bien distribuida, los atestados
bien examinados, y pesados para distinguir su buena o mala ley: y
en una palabra que el ingenio del historiador, dice, sea un espejo
fiel en que se reflegen los hechos sin alterarse; que si espone un
hecho maravilloso lo haga sin afirmarlo, ni negarlo para no hacerse
responsable; y que no tenga otro objeto mas que la verdad; otro
móvil sino el deseo de ser útil, ni otra recompensa sino la
estimación aunque estéril de los hombres de bien y de la
posteridad. Tal es el resumen de las noventa y cuatro páginas que
contiene el tratado de Luciano traducido por Massieu.
El segundo escritor Mably ha dado a su obra la forma de dialogo y
la ha dividido en dos conversaciones. Sorprende desde luego ver
tres interlocutores griegos hablar de la guerra de los insurgentes
contra los Ingleses; y Luciano se hubiera reído de esta mezcla, pero
el severo Mably no entiende de chanzas. En la primera
conversación habla de los diferentes géneros de historias y desde
luego de las historias universales, y de sus estudios preliminares.
En la segunda trata de las historias particulares y de su objeto con
algunas observaciones comunes a ambos géneros.

Al abrir la primera se encuentra establecido el precepto, de que es


necesario haber nacido, historiador, y uno puede dejar de
asombrarse, de hallar una frase semejante en el hermano de
Condillac; bien que es preciso tener presente que este amable y
Mably seco y áspero juzgaba y cortaba. Quiere después y con mas
razón que sus discípulos hayan estudiado la política
distinguiéndola en dos clases; una fundada en las leyes
establecidas por la naturaleza para procurar la felicidad a los
hombres, es decir lo que forma el verdadero derecho natural; y la
otra que es obra de los hombres, y como tal un derecho variable, y
convencional, producto de las pasiones, de la injusticia, y de la
fuerza: del que solo resultan falsos bienes y, grandes reveses. La
primera dará al historiador ideas sanas de la justicia, de las
relaciones de los hombres relaciones, de los hombres, y de los
medios de hacerlos felices; la segunda le hará conocer la marcha
habitual los negocios humanos, le enseñará a calcular sus
movimientos, preveer los efectos; y a evitar los reveses. En estos
preceptos y otros semejantes se extiende más y es mas instructivo
Mably que Luciano, pero es de sentir que no imitase ni el orden, ni
la claridad, ni el tono jocoso de este. Toda su obra respira una
taciturnidad obscura y descontentada, sin hacer gracia a ninguno
de los modernos, sin hallar perfecto nada sino en las antiguos, Se
apasiona de ellos y sin embargo prefiere Grocio en su historia de
los países bajos ¿i Tácito que según dice no sacó lección alguna del
reinado de Tiberio; y que aunque su pincel es fuerte, su instrucción
es ninguna, y hay razón de duda de su filosofía por el modo de
pintar la conducta de los Romanos con los pueblos llamados
bárbaros. Mably no conoce nada bueno- ni admirable sino la
historia Romana de Tito-Livio que una justa critica tiene derecho
para llamar un romance, y como lo conoció también quisiera quitar
de ella una porción de trozos que le incomodan, aunque gusta de las
arengas que los actores de la historia no hicieron jamás. Elogia a
Bossuet por haber presentado un gran cuadro dramático, y
maltrata hasta con grosería a Voltaire, por haber dicho que la
historia no era sino un romance probable, bueno únicamente
cuando puede ser útil. No debo disimularlo la obra de Mably difusa
y redundante escrita sin estilo y sin método, no es digna del autor
de las Observaciones sobre la historia de Francia: no tiene la
concisión didáctica que debía formar su principal mérito que a la
verdad falta taro bien en la obra de Luciano. Las ciento y ochenta
páginas de Mably pueden reducirse fácilmente, a veinte buenas, de
preceptos, y se ganaría nueve partes de tiempo, ahorrándose el
disgusto de su sátira biliosa. No le hagamos sin embargo un crimen
de ella, pues que ya causaba su propio tormento. No se nace
historiador, pero se nace alegre o tétrico, y desgraciadamente el
cultivo de las letras, la vida sedentaria, los estudios continuados
con empeño, y los trabajos de espíritu, sólo sirven para espesar la
bilis, obstruir las entrañas, y trastornar las funciones del estómago
asiento inmutable de toda la alegría o descontento. Se tacha a los
hombres de letras, y debería compadecérseles; se les reprochan las
pasiones y éstas son las que forman su talento, cuyo fruto se
recoge: sólo comenten un error que es el de ocuparse menos de sí
mismos que de los otros, haber descuidado la hasta hora el
conocimiento físico de su cuerpo, de esta máquina animada, por la
cual viven, y no haber conocido las leyes de la fisiología y de la
dietéutica, ciencias fundamentales de nuestros afectos. Este
estudio convendría sobre todo a los escritores de historias
personales, y les daría un género de utilidad tan importante como
nueva; porque si un observador moralista y fisiologista a un mismo
tiempo, estudiase las relaciones que existen entre las disposiciones
de su cuerpo, .y la situación de su espíritu; si examinse con
cuidado en que días y a qué horas tiene su pensamiento más
actividad, o más languidez, más calor en sus sentimientos o
torpeza y dureza, más nervio o mas abatimiento; se apercibirla que
estas fases del espíritu ordinariamente; periódicas corresponden
otras fases igualmente periódicas del cuerpo que son las
digestiones lentas o fáciles, bunas o malas, los alimentos dulces
acres, estimulantes o calmantes, de que nos ofrecen señalados
ejemplos algunos licores particularmente el vino y el café, y
finalmente las transpiraciones detenidas o precipitadas. Se
convencería en una palabra de que el juego bien o mal arreglado de
la máquina corporal es un poderoso regulador del de el órgano
pensador; que por consiguiente lo que se llama vicio de carácter no
es con frecuencia sino vicio del temperamento o de las funciones
corporales, que no necesitada para corregirse mas que un buen
régimen; y de un trabajo de esta naturaleza resultaría la utilidad de
hacernos ver que la causa de muchos vicios y de muchas virtudes
proviene de nuestras habitudes físicas, y esto nos daría reglas
preciosas de conducta, aplicables según los temperamentos, y
crearía en nosotros un espíritu de indulgencia que nos haría ver en
los hombres que llamamos ásperos e intolerantes, unos enfermos ú
hombres mal constituidos, que es preciso enviar a tomar las aguas
minerales.

ÍNDICE
DE LAS SESIONES
DEL TOMO PRIMERO.
Pagina,
Sesión primera .........................................19
Sesión segunda.........................................25
Sesión tercera............................................41
Sesión cuarta ....................................... 73
Sesión quinta ....................................... 105

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