Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias
personas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la
oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que
esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma en que fue hecho.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de
lucro, es por eso que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin
problemas.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países,
lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros
para nuestro deleite.
¡Disfruten la lectura!
CRÉDITOS
Traducción Corrección
Luciana Stephanie
Clara Anto
Mabel Raisa
Irais WinterGirl
Mary Gaby
Isabel Vaughan
Akasha
Anto
Alina
Stephany
Tay
Raisa
Maffie
Brenda
Isa
Corrección Final
Vaughan
Diseño
Michell
SINOPSIS
La despiadada Emperatriz Amara de Kraeshia ha tomado el trono de Mytica, y ahora
incertidumbre acecha sobre los tres reinos. Desde que Lucia desatara el vástago de
fuego, causando estragos por la tierra, los habitantes de Mytica han estado
buscando por alguien-cualquiera-en quién confiar. Ellos creen en Amara, sin saber
que sus grandes promesas están cimentadas en mentiras.
En Paelsia, Magnus y Cleo renuentemente siguen al Rey Gaius al hogar de su
exiliada madre, Selia. Selia es una poderosa bruja y ella dice poder ayudar a liberar
la magia de los vástagos-si los visitantes aceptan sus términos. Cuando Jonas llega
de Kraeshia, queda sorprendido de encontrar que su ejército rebelde ahora incluye
a sus jurados enemigos. Junto con Nic, Félix, y el misteriosamente resucitado Ashur,
el contencioso grupo accede a poner a un lado viejos rencores-por ahora-y unirse
contra un enemigo en común: Amara.
Mientras tanto, cargando el hijo de un Vigilante y temida por todos, la Princesa
Lucia viaja a través de Mytica para encontrar a su familia. Pero el tiempo se le agota.
La inminente tormenta señala la oscura profecía de la que le advertía Timotheus.
Su destino está escrito, e incluye a ningún otro que al rebelde Jonas. Cuando sus
caminos colisionan, Jonas y Lucia deben decidir entre seguir ciegamente su destino
o pelear por su libre decisión.
La batalla por el poder culmina en el palacio de Paelsia, donde Amara reside.
Lluvia cae. Sangre se derrama. Y pronto todos descubrirán que la magia más oscura
conlleva un más oscuro precio.
MAPA
LISTA DE PERSONAJES
Limeros
Magnus Lukas Damora Príncipe
Lucia Eva Damora Princesa y hechicera
Gaius Damora Rey de Mytica
Félix Gaebras Ex asesino
Gareth Cirello Gran Hechicero Real
Kurtis Cirello Hijo de Lord Gareth
Milo Iagaris Guardia del Palacio
Enzo Guardia del Palacio
Selia Damora Madre de Gaius
Paelsia
Jonas Agallon Líder Rebelde
Dariah Gallo Bruja
Auranos
Cleiona (Cleo) Aurora Bellos Princesa de Auranos
Nicolo (Nic) Cassian Mejor amigo de Cleo
Nerissa Florens Mucama de Cleo
Taran Ranus Rebelde
Kraeshia
Ashur Cortas Príncipe
Amara Cortas Princesa
Carlos Capitán de la Guardia
El Santuario
Timotheus Vigilante Anciano
Olivia Vigilante
Kyan Vástago de Fuego
Mia Vigilante
PRÓLOGO 17 años atrás
Lejos, a través del mar, en Mytica, había una princesa dorada que Jonas quería
salvar.
Y un dios de fuego que necesitaba destruir.
De todas maneras, un obstáculo ahora en el camino de Jonas era el que se
encontraba en el muelle Kraeshiano, desperdiciando tiempo que no podía perder.
—Pensé que dijiste que su hermana lo mató —Jonas le dijo a Nic en voz baja.
—Ella lo hizo —La voz de Nic sonaba apenas más fuerte que un susurro mientras
sacudía su mano sobre su desaliñado cabello rojo—. Yo lo vi, con mis propios ojos.
—Entonces ¿cómo es posible?
—Yo… yo no lo sé.
El príncipe Ashur se detuvo a unos pocos pasos de distancia. Miró a ambos con
sus ojos azules plateados que resaltaban en su tez bronceada como el brillo de una
daga al anochecer.
Los únicos sonidos que se escuchaban en esos momentos eran los del graznido
de un ave submarina mientras se sumergía en el agua para capturar a su presa y el
chapoteo suave y constante del agua contra el barco Limeriano, el cual poseía una
bandera negra y roja.
—Nicolo —El príncipe de pelo tan negro como un cuervo dijo mientras asentía—
. Sé que debes estar muy confundido de verme de nuevo.
—Yo… yo… ¿qué? —Fue lo único que Nic alcanzó a pronunciar. Las pecas de
su nariz y sus mejillas contrastaban audazmente con su tez blanca. El suspiró
temblorosamente—. Esto es imposible.
Ashur llevó una mano oscura hacia el muchacho, dudando levemente antes de
hablar.
—En mis veintiún años de vida me di cuenta que muy pocas cosas en este mundo
son imposibles.
—Te vi morir —La última palabra sonó dolorosamente de la garganta de Nic—.
¿Qué fue eso? ¿Sólo otra mentira? ¿Otro experimento? ¿Otro plan del cual no
sentiste la necesidad de contarme?
Jonas estaba sorprendido de la forma en la que Nic se atrevía a hablar a un
miembro de la familia real, con tanta insolencia. Jonas no tenía mucho respeto por
la realeza, pero Nic había pasado un buen tiempo en el palacio de Auranos, junto a
la princesa, para saber que no es prudente hablar de forma tan grosera.
—No fue una mentira. Lo que pasó en el templo no fue un experimento —Ashur
deslizó su mirada sobre el barco Limeriano, el cual estaba listo para su inminente
partida de Joya del Emperador—. Te lo explicaré una vez que estemos en el mar.
Jonas arqueó las cejas con el tono confiado y autoritario del príncipe.
—Una vez que estemos en el mar —repitió.
—Sí, voy con ustedes.
—Si eso es lo que planeas hacer —dijo Jonas cruzando los brazos—. Entonces
tendrás que explicar más en este momento.
Ashur lo miró.
—¿Quién eres?
Jonas le sostuvo la mirada.
—Soy el que decide quién entra en el barco, y quién no.
—¿Sabes quién soy yo? —pregunto Ashur.
—Soy bien consciente de quién eres. Eres el hermano de Amara Cortas, quien
recientemente parece haberse hecho con el sangriento imperio más grande del
maldito mundo. Y de acuerdo con Nic, se supone que debes estar muerto.
Una forma familiar apareció atrás de Ashur, captando la atención de Jonas.
Taran Ranus había dejado el muelle unos momentos atrás, por lo que debería
estar preparándose para una expedición no planeada hacia Mytica. Pero él ya
estaba de vuelta. Apenas se acercó a los rebeldes, desenvainó la espada que
colgaba de su cintura.
—Bueno, bueno —dijo Taran mientras levantaba su espada hacia la garganta de
Ashur—. Príncipe Ashur, que placentera sorpresa ver que has entrado a nuestra
causa esta mañana. Mis amigos están trabajando para derrumbar el reinado de tu
familia.
—El caos que hay en Joya del Emperador me dio mucho que pensar —dijo Ashur,
su tono y comportamiento eran sorprendentemente calmados.
—¿Por qué regresaste? ¿Por qué no seguir en el extranjero, persiguiendo
tesoros sin sentido como todo el mundo dice que te gusta hacer?
¿Persiguiendo tesoros? Jonas y Nic se miraron ansiosamente. Parecía que muy
pocos estaban al tanto de que el príncipe se suponía muerto.
—Las circunstancias de mi vuelta no son asunto tuyo.
—¿Acaso estás en Kraeshia por…? —Nic comenzó, entonces dudo—. Por…
¿por lo que le pasó a tu familia? Debes saber eso ¿no?
—Sí, lo sé —La expresión de Ashur se tornó sombría—. Pero ese no es el por
qué estoy aquí.
Taran sonrío.
—Como el verdadero heredero a la corona, deberías ser una excelente
herramienta para las negociaciones, ahora que tu hermana se casó con el enemigo
y se fue al extranjero.
Ashur soltó una mueca.
—Si eso es lo que piensan, entonces no sabes nada sobre su deseo de poder o
sobre mi hermana. Es fácil de ver que tus rebeldes son superados en número. Esta
revolución temporal será tan efectiva como el llanto de un pájaro bebé en la
oscuridad mientras un gato hambriento se preparara para cazarlo. Lo que realmente
necesitan hacer es subir en el barco y huir mientras ustedes todavía tienen la
oportunidad.
La sonrisa de satisfacción de Taran desapareció. Sus ojos marrones brillaron con
indignación.
—Tu no me dirás que hacer.
Jonas se inquietó con la actitud de Ashur. El parecía tomar las nuevas noticias
de la masacre de su familia con tranquilidad. No podía definir si Ashur lamentaba
su pérdida o lo celebraba. ¿O tal vez no sentía nada?
—Baja tu arma, Taran —Jonas gruñó y luego soltó un suspiro—. ¿Por qué
volviste tan rápido, de todas maneras? ¿No tenías que armar tu equipaje?
Taran no cedió. El mantuvo la punta de su espada sobre el cuello de Ashur.
—Los caminos están bloqueados. Abuela Cortas decidió que todos los rebeldes
deben ser asesinados. Desde que explotamos ayer las mazmorras de la ciudad, no
hay lugar donde mantener a los prisioneros.
—Más razón todavía para irnos ya —Nic insistió.
—Estoy de acuerdo con Nicolo —dijo Ashur.
El graznido enojado de un pájaro atrapó la atención de Jonas. El protegió sus
ojos del sol y miró hacia el halcón dorado que volaba sobre el barco.
Olivia se estaba impacientando. Con ella ya eran dos.
Quería mantener la calma. No podía permitirse tomar decisiones precipitadas.
En ese momento, una imagen de Lysandra apareció en su mente, junto con el
sonido de su risa. ¿Sin decisiones precipitadas? ¿Desde cuándo? Ella habría dicho.
Desde de tú moriste y no pude salvarte.
Sacando aquella imagen dolorosa, Jonas se obligó a concentrarse en el príncipe.
—Si quieres alguna chance para abordar este barco —él dijo— entonces
explícanos como has logrado resucitar de entre los muertos sólo para dirigirte hacia
un grupo de rebeldes como si fuéramos amigos.
—¿Resucitar entre los muertos? —Taran repitió, su furiosa expresión se
desvaneció para dar paso a una de confusión.
Ignorando a Taran, Jonas examinó buscando algún signo de intimidación en el
comportamientos del príncipe. Alguna señal de que teme por su vida, de que estaba
desesperado por escapar de sus tierras. Pero sólo encontró serenidad en sus
pálidos ojos.
Eso fue inquietante.
—¿Has escuchado alguna vez sobre la leyenda del fénix? —Pregunto Ashur con
delicadeza.
—Por supuesto —dijo Nic—. Es un ave mitológica que resurge de las cenizas del
fuego que lo mataron. Es el símbolo de Kraeshia, para simbolizar la fuerza del
imperio y su capacidad para vencer la muerte misma.
Ashur asintió.
—Sí.
Jonas arqueó sus cejas.
—¿Lo dices en serio?
Nic se encogió de hombros.
—Tomé clases con Cleo en mitos extranjeros una vez. Puse más atención que
ella —lanzó una mirada cautelosa a Ashur—. ¿Qué tiene que ver la leyenda?
—Hay también una leyenda sobre un elegido mortal que hará lo mismo, regresar
de la muerte para unir al mundo. Mi abuela siempre creyó que mi hermana podría
ser el fénix. Cuando Amara era un bebé, ella murió por unos instantes pero volvió a
la vida, gracias a la poción de resurrección que nuestra madre le dio. Cuando me
enteré de eso, pedí una poción igual para mí. No estaba muy convencido de que
podría funcionar, pero lo hizo. Cuando el amanecer llegó al templo donde la noche
anterior mi hermana me mató con sus propias manos, me di cuenta de la verdad.
—¿Qué verdad? —Demandó Jonas después del silencio de Ashur.
—Que yo soy el fénix. Y es mi destino salvar el mundo de su destino actual,
empezando con detener a mi hermana de su obsesión de seguir los pasos de mi
padre.
El príncipe permaneció en silencio de nuevo y los tres lo miraron.
Taran fue el primero en reírse.
—La realeza siempre creyendo que son tan malditamente importantes —dijo con
desprecio—. Leyendas de héroes quienes desafían a la muerte son tan viejas como
las leyendas de los Vigilantes —Taran miro a Jonas—. Estoy por cortar su cabeza.
Si sobrevive a eso, entonces me volveré un creyente.
Jonas no creía que Taran podía estar hablando en serio, pero no quiso tomar
ningún riesgo.
—Baja tu arma —gruñó Jonas—. No voy a pedírtelo de nuevo.
Taran ladeó su cabeza.
—No recibo ordenes de ti.
—¿Quieres subirte a este barco? Entonces sí, recibes ordenes de mí.
Pero aun así Taran no cedía y su mirada se tornaba aún más desafiante.
—¿Le estás dando problemas a Jonas, Ranus? —la voz de Félix sonó justo antes
de que llegue su lado.
Jonas estaba agradecido de que Félix Gaebras, con todo su peso y músculos,
estuviera de su lado. Un asesino miembro del Clan Cobra, un grupo de sicarios que
trabajan para el Rey Gaius. La habilidad de Félix para la intimidación y el asesinato
no eran un accidente.
Pero Taran era igual de intimidante y mortal.
—¿Quieres saber acerca de mis problemas? —Taran finalmente bajó su arma y
señaló con el mentón al príncipe—. Este es el Príncipe Ashur Cortas.
Félix miró con escepticismo al príncipe con su ojo sano. Luego de pasar la última
semana como prisionero y ser torturado sin piedad por el envenenamiento de la
familia real Kraeshiana, un crimen que Amara lo había inculpado, esa su único ojo;
el otro estaba cubierto por un parche negro.
—¿No se supone que estás muerto?
—Él está muerto —Nic se encontraba muy inquieto y evitaba dirigir su atención
hacia el príncipe, adoptando una expresión aturdida y confusa en partes iguales.
—No lo estoy —Ashur replicó pacientemente hacia Nic.
—Esto podría ser un truco —dijo Nic con el ceño fruncido, estudiando al príncipe
cuidadosamente—. Tal vez eres un brujo que posee una gran habilidad en la magia
del aire, lo suficiente como para cambiar su apariencia.
Ashur arqueó una ceja.
—Difícilmente.
—Las brujas son mujeres —replicó Taran.
—No siempre —respondió Ashur—. Ha habido excepciones a lo largo de los
siglos.
—¿Estás intentando ayudar tu caso o no? —preguntó Jonas bruscamente.
—Es el hermano de Amara —gruño Félix—. Sólo mátenlo y listo.
—Sí —Taran secundó—. En eso estoy de acuerdo.
Ashur suspiró, y por primera vez, había un deje de impaciencia en el sonido. A
pesar de las constantes amenazas, mantuvo su atención fijada en Nic.
—Entiendo tu confusión sobre confiar en mí o no, Nicolo. Me recuerda a tu
confusión esa noche en Ciudad de Oro, cuando dejaste la taberna… La Bestia, creo
que se llamaba. Estabas borracho, perdido, y me miraste en ese callejón como si
fuera a matarte con las dos dagas que cargaba. Pero no hice eso ¿verdad?
¿Recuerdas que hice en ese momento?
Las mejillas pálidas de Nic se encendieron en un instante y aclaró su garganta.
—Es él —dijo rápidamente—. No sé cómo, pero… es él. Déjenlo ir.
Jonas estudió con cautela el rostro de Nic, inseguro si confiar en alguien a quien
no conocía hace tanto. Su instinto le dijo que Nic no estaba mintiendo.
Y si Ashur quería poner un fin a los planes malvados de su hermana, creyendo
que es el legendario fénix que resucitó entre los muertos, verdad o no, entonces
podría servir en su grupo.
Se preguntó qué diría Lys en estos momentos.
No, él ya se lo imaginaba. Ella probablemente habría atravesado la garganta del
príncipe con una flecha en el momento que se presentó.
El destello de la espada de Taran atrapó su atención nuevamente.
—Si no envainas tu arma, hare que Félix te corte el brazo.
Taran rió, con un ruido desagradable que cortaba el aire frío de la mañana.
—Me gustaría ver como lo intenta.
—¿Intentar? —Preguntó Félix—. Mí vista tal vez no sea tan buena como antes,
pero creo, no, en realidad sé que puedo ser bastante rápido. Tal vez no te duela —
rió entre dientes mientras desenvainaba su espada—. No, ¿qué estoy diciendo? Te
va a doler horrorosamente. No soy aliado de ningún Cortas, pero si Jonas quiere al
príncipe vivo, él va a permanecer vivo ¿entendido?
Los dos jóvenes se fulminaron con la mirada por un momento. Finalmente Taran
envainó su arma.
—Bien —dijo con los dientes apretados. La sonrisa forzada en su rostro
contrastaba con la ira que se reflejaban en sus ojos.
Sin ninguna palabra más, pasó al lado de Félix y abordó la nave.
—Gracias —dijo Jonas en un susurro.
Félix miró de reojo a Taran.
—Sabes que va a ser un problema ¿verdad?
—Lo sé.
—Genial —Félix miró hacia la nave Limeriana—. Como sea, tengo que
mencionar que realmente me pone enfermo el mar, especialmente sabiendo que el
hermano resucitado de Amara está a bordo. Si Taran intenta cortar mi garganta
mientras estoy vomitando en algún rincón del barco serás el único culpable.
—Entendido —Jonas miró a Nic y Ashur con cautela—. Muy bien, sea cuál sea
el destino que nos depara vamos a zarpar a Mytica. Todos nosotros.
—Pensé que no creías en el destino —Murmuró Nic mientras abordaban el barco.
—No lo hago —dijo Jonas.
Pero, para ser honestos, sólo una pequeña parte de él lo hacía.
CAPÍTULO 2 LIMEROS
MAGNUS
El sol se elevó por el Este mientras Magnus esperaba en el fondo del escarpado
acantilado a que su padre muriese. Observó tensamente como el charco de sangre
alrededor de la cabeza del rey crecía, convirtiéndose en una gran mancha carmesí
en la superficie del lago helado.
Magnus trató de convocar algo dentro de él aparte de odio por Gaius Damora.
Pero no pudo.
Su padre había sido un sádico tirano toda su vida. Había ofrecido su reino al
enemigo como si no fuese más que una baratija sin valor. Había ordenado en
secreto el asesinato de su propia esposa, la madre de Magnus, porque ella se
interponía en el camino del poder que ansiaba. Y, justo antes de que cayera del
acantilado, el rey había estado a instantes de terminar con la vida de su hijo y
heredero. Magnus se sobresaltó cuando la mano de Cleo rozó la suya.
—No podemos quedarnos aquí —dijo ella suavemente—. No pasará mucho
hasta que seamos descubiertos.
—Lo sé —Magnus miró a los cuatro guardias Limerianos que estaban de pie
cerca, esperando órdenes. Deseó saber exactamente qué contarles.
—Si nos apresuramos, podemos llegar a los muelles de Ravencrest al atardecer.
Estaremos en Auranos dentro de una semana. Allí podemos encontrar ayuda de los
rebeldes que no se sentarán y dejarán que Amara nos lo arrebate todo.
—¿Eso me hace un rebelde ahora también? —preguntó él, casi capaz de
encontrar el humor en tal afirmación.
—Creo que has sido un rebelde por más tiempo del que quieres admitir. Pero sí.
Podemos ser rebeldes juntos.
Algo se revolvió en su interior ante sus palabras, una especie de calidez que
había reprimido por demasiado tiempo.
El rey, con la ayuda de Magnus, había destruido toda la vida de Cleo, y a pesar
de eso ella aún se mantenía a su lado. Sin miedo. Valiente.
Con esperanza.
Seguía pensando que aquello era un sueño febril, que esa perfecta imagen de la
princesa se desvanecería cuando el sol ascendiera más en el cielo. Pero a medida
que el día avanzaba, ella seguía a su lado. No era un sueño.
Magnus elevó la mirada hacia la suya. El día anterior era un borrón de
desesperación y miedo. Había sido absolutamente el peor día de su vida, que había
sido totalmente puesta del revés en el momento en que finalmente la había
encontrado en el bosque, viva y luchando con todas sus fuerzas para sobrevivir.
Le había confesado su amor en un patético montón de desastrosas palabras y
ella no le había dado la espalda, disgustada. Aquella preciosa princesa dorada que
había perdido tanto… ella había dicho que lo amaba también.
Aquello todavía no parecía posible.
—¿Magnus? —Cleo apuntó gentilmente al ver que él no respondía
inmediatamente—. ¿Qué dices? ¿Vamos a Ravencrest?
Estaba a punto de responder, cuando el rey emitió una ronca y ruidosa
respiración.
—Magnussss…
Su mirada se fue al rostro de su padre. Los ojos del rey estaban abiertos y él
estiraba su brazo unas pulgadas, como tratando de alcanzar a su hijo.
Imposible. Magnus se forzó a no retroceder ante el hombre, conmocionado.
—Deberías estar muerto —consiguió decir Magnus, su garganta estrechándose
dolorosamente.
El rey hizo un extraño sonido parecido a una tos, y si Magnus no lo conociese
mejor, juraría que sonaba como una risa.
—No… es tan fácil… me temo —balbuceó el rey.
Magnus podía ver los ojos de Cleo brillando con odio mientras ella miraba al
hombre.
—¿Por qué dijiste el nombre de mi madre?
El rey elevó la mirada hacia ella, su vista estrechándose. Él lamió sus labios
secos, pero no respondió.
Magnus observó a Cleo con sorpresa. El rey había dicho el nombre Elena en lo
que había parecido sus jadeos agonizantes. ¿Realmente se refería a la reina Elena
Bellos?
—Respóndeme —ordenó ella—. ¿Por qué pronunciaste su nombre cuando me
miraste? Dijiste que te arrepentías. ¿De qué? ¿Qué le hiciste que te hiciese estar
arrepentido?
—Oh… querida princesa… si tan sólo supieses —Las palabras del rey eran
menos unos jadeos agonizantes esta vez y más la perezosa declaración de alguien
que acaba de despertar de un profundo sueño.
Los guardias se habían acercado a ellos ante el sonido de la voz del rey.
Enzo jadeó cuando el rey Gaius presionó sus manos contra la nieve salpicada de
sangre y levantó la cabeza del suelo helado.
—¿Qué magia negra es esta? —Los amplios ojos del guardia se dirigieron a
Magnus, e inmediatamente inclinó la cabeza—. Discúlpeme, alteza.
—No hace falta. Es una pregunta excelente —Inquieto, Magnus sacó su espada
y la sostuvo tan firmemente como pudo contra el pecho del rey—. Deberías de estar
destrozado sin posibilidad de curación, como un pájaro que voló hacia una ventana.
¿Qué magia negra es esta, padre? ¿Y es lo suficientemente fuerte para salvarte de
una punta de acero afilada?
El rey lo observó con una sonrisa de labios finos.
—¿Terminarías tan fácilmente con un hombre que se aferra tan
desesperadamente a la vida?
—Si ese hombre eres tú, entonces sí —susurró Magnus.
Su padre estaba impotente, débil, magullado, sangrante. Sería el asesinato más
fácil que Magnus hubiese cometido. Y bien merecido. Muy bien merecido.
Un golpe, un pequeño gesto, podría acabar con eso. ¿Por qué, entonces, el brazo
que sostenía su espada se sentía como atrapado en piedra, incapaz de moverlo?
—El Vástago de tierra… —susurró Cleo, tocando el bolsillo de su capa donde
había puesto la esfera de cristal—. Lo ha curado. ¿Es eso?
—No lo sé —admitió Magnus—. No creo que la magia del vástago tenga nada
que ver con esto.
El rey ahora estaba sentado, las piernas estiradas ante él. Bajó la mirada hacia
sus manos, raspadas y sangrantes de sujetarse al borde del acantilado. Gaius sacó
un par de guantes negros del interior de su capa rota. Los deslizó en sus manos,
haciendo muecas por el esfuerzo.
—Al caer, sentí que las tierras oscuras me alcanzaban, listas para reclamar otro
demonio para sus filas. Cuando golpeé el suelo, sentí mis huesos romperse. Tienes
razón: debería estar muerto.
—Y sin embargo aquí estás, sentado y hablando —replicó Cleo, sus palabras
entrecortadas.
—Lo estoy —la miró fijamente—. Debes de estar conteniéndote mucho ahora
mismo, princesa, para no suplicarle a mi hijo que termine con mi vida.
Sus ojos se estrecharon.
—Si no creyese que sus guardias lo matarían un instante después, lo haría.
Magnus miró a los silenciosos guardias que ahora los flanqueaban. Cada uno
tenía la espada en la mano, sus expresiones tensas.
—Buen punto —El rey tomó una profunda y firme respiración—. Guardias,
escúchenme. Obedecerán las órdenes de Magnus Damora desde este momento.
No se le hará responsable de nada de lo que me haya ocurrido o me ocurra.
Los guardias se miraron con inquietud e inseguridad antes de que Enzo asintiese.
—Muy bien, majestad —dijo.
—¿Qué clase de truco es este? —Escupió Cleo—. ¿De verdad piensas que
creeremos cualquier cosa que digas?
El rey sonrió.
—Creeremos. Que adorable que ambos hayan atravesado este peligroso
laberinto juntos y ahora salgan tomados de la mano. ¿Cuánto tiempo llevan
trabajando juntos contra mí? No sabía que había estado tan ciego.
Magnus ignoró los intentos de su padre de descarriarlo.
—Si esto no es magia del vástago, ¿qué es?
Con total desprecio por la espada que Magnus sostenía, el rey se levantó lenta y
temblorosamente.
—Melenia me dijo que estaba destinado a la inmortalidad, que yo sería un dios
—dejó salir una pequeña y amarga risa—. Por un tiempo, realmente le creí.
—Responde a mi maldita pregunta —le gruñó Magnus de nuevo. Hundió la
espada hacia delante, dejando un superficial arañazo en la garganta del rey.
Gaius se estremeció, su expresión oscureciéndose en un instante.
—Sólo hay una persona responsable de la magia que me ayudó a sobrevivir hoy.
Tu abuela.
Magnus no lo creyó.
—¿Qué bruja corriente puede poseer una magia tan fuerte como esta?
—Jamás hubo nada corriente en Selia Damora.
—¿Esperas que creamos lo que dices? —exclamó Cleo.
El rey miró a la chica sin un ápice de bondad en sus ojos.
—No. No esperaría que una niña comprendiese las complejidades de la vida y la
muerte.
—¿No lo harías? —Sus puños estaban cerrados a sus costados—. Si tuviera una
espada a mi alcance ahora mismo, yo misma terminaría contigo.
El rey se rió.
—Podrías intentarlo.
—Parece como si acabases de morir —Magnus se dio cuenta de la verdad de
sus palabras mientras las decía, la apariencia pálida de su padre no más saludable
que la de un cadáver, su piel floja y con un tinte grisáceo, sus moratones moteados
de marrones y púrpuras, su sangre tan oscura que parecía negra—. Tal vez la magia
curativa de la abuela no sea tan fuerte como te gustaría creer.
—Esto no es magia curativa —Su frente brillaba con sudor a pesar del frío de la
mañana—. Es tan sólo la prolongación de lo inevitable.
Magnus frunció el ceño.
—Explícate.
—Cuando el pequeño rastro de magia que queda en mí se desvanezca, moriré.
La franca declaración de su padre sólo lo llenó de más confusión.
—Está mintiendo —dijo Cleo entre sus dientes apretados—. No dejes que te
manipule. Si no es magia de tierra, entonces es magia de sangre lo que mantiene
su negro corazón latiendo.
Magnus miró a los guardias, contemplando sus miradas preocupadas y ceños
fruncidos antes de volver a prestar atención a su padre.
—Si eso es cierto, ¿cuánto tiempo tienes?
—No lo sé —él inhaló y Magnus escuchó el rastro de dolor en su respiración de
nuevo—. Afortunadamente lo suficiente para arreglar algunos errores que he
cometido. Los más recientes, al menos.
Magnus volvió el rostro, disgustado.
—Desafortunadamente, no tenemos tiempo suficiente para encargarnos de una
lista tan interminable como esa.
—Tienes razón —Gaius miró a Magnus, ignorando la espada—. Tal vez tan sólo
pueda arreglar uno, entonces. Para derrotar a Amara y reclamar Mytica,
necesitaremos liberar todo el poder de los vástagos.
—Para eso, necesitamos la sangre de Lucia y la sangre de un inmortal.
—Sí.
—No tengo ni idea de dónde encontrarla.
Decepción atravesó la pálida expresión del rey.
—Tengo que ir a ver a mi madre inmediatamente. Usará su magia para encontrar
a Lucia. No confiaría en otra bruja para esta tarea.
—¿Ir a ella? ¿Cómo? —Magnus frunció el ceño—. La abuela ha estado muerta
por más de doce años.
—No, ella está muy viva.
Miró al rey conmocionado. Los recuerdos de Magnus de su abuela eran escasos,
vagos destellos de su infancia y una mujer de pelo negro y fría mirada. Una mujer
que había fallecido poco después de la muerte de su abuelo.
—Está tratando de confundirte —Cleo tomó la mano de Magnus entre la suya,
tirando de él para apartarlo de su padre y del alcance del oído de él y los guardias—
. Tenemos que ir a Auranos. Allí hay ayuda. Ayuda de la que podemos confiar, sin
preguntas o dudas. Aquellos leales al nombre de mi padre no te culparán de los
crímenes del rey. Te lo prometo.
Él negó con la cabeza.
—Esta no es una guerra que unos pocos rebeldes puedan ganar. Amara se ha
vuelto demasiado poderosa, ha ganado demasiado sin apenas esfuerzo. Tenemos
que encontrar a Lucia.
—¿Y si conseguimos encontrarla? ¿Entonces qué? Nos odia.
—Está confundida —dijo Magnus, una imagen de su hermana pequeña
apareciendo en su mente—. Afligida. Se siente traicionada y engañada. Si sabe que
su hogar está en problemas, nos ayudará.
—¿Estás seguro de eso?
Si Magnus era honesto consigo mismo, tenía que admitir que no estaba seguro
de nada nunca más.
—Tienes que ir a Auranos sin mí —escupió las palabras, tan desagradables como
eran necesarias—. No puedo irme aún. Necesito ver esto hasta el final.
Ella asintió.
—Ese parece un buen plan.
Su corazón se retorció en un fuerte nudo.
—Me alegro de que estés de acuerdo.
—Lo estás, ¿verdad? —Los ojos cerúleos de Cleo refulgían con fuego frío, y
Magnus casi respondió a sus duras palabras—. ¿Crees que después de todo
esto…? —Ella lanzó las manos al aire en lugar de terminar la oración—. Eres
completamente imposible, ¿lo sabías? No me iré sin ti, idiota…
Sus cejas se alzaron.
—¿Idiota?
—… y este es el final de la discusión. ¿Entendido?
Él la miró, una vez más aturdido por esa chica y por todo lo que decía.
—Cleo…
—No, no hay más discusión —lo interrumpió bruscamente—. Ahora, si me
disculpas un momento, necesito despejar mi cabeza. Lejos de él —lanzó las últimas
al rey y, con una mirada, se marchó con los brazos cruzados firmemente sobre su
pecho.
—Veo tanta pasión entre ustedes ahora —dijo el rey mientras se acercaba a su
hijo, sus labios retorciéndose de disgusto—. Qué terriblemente dulce.
—Cierra la boca —gruñó Magnus.
El rey mantuvo sus ojos en la princesa mientras caminaba con enojo. Luego se
volvió hacia los guardias.
—Necesito hablar con mi hijo en privado. Denos espacio.
Los cuatro guardias obedecieron inmediatamente y se alejaron de Magnus y su
padre.
—¿Privacidad? —Se burló Magnus—. No creo que nada de lo que tengas que
decirme lo necesite.
—¿No? ¿Ni siquiera si se trata de tu princesa dorada?
La mano de Magnus estaba en la empuñadura de su espada en un instante, furia
ascendiendo dentro de él.
—Si te atreves a amenazar su vida de nuevo…
—Una advertencia, no una amenaza —su padre observó su reacción con tan sólo
paciencia agotada—. La chica está maldita.
Magnus no estaba seguro de haberlo oído bien.
—¿Maldita?
—Muchos años atrás, su padre estaba relacionado con una poderosa bruja, una
bruja que no se tomó bien la noticia de su matrimonio con Elena Corso, así que
maldijo a Elena y a cualquier descendencia futura a que murieran en el parto. Elena
casi murió dando a luz a su primogénita.
—Pero no lo hizo.
—No, lo hizo con la segunda.
Por supuesto que Magnus había oído hablar del trágico destino de la antigua
reina de Auranos y había visto los retratos de la hermosa madre de Cleo en los
pasillos del palacio dorado. Pero aquello no podía ser cierto.
—Dicen que sufrió enormemente hasta que finalmente falleció —La voz del rey
se había vuelto más áspera—. Pero fue lo suficientemente fuerte para ver el rostro
de su hija recién nacida y de nombrarla en honor a la desgraciada y hedonista diosa
antes de que la muerte finalmente la reclamara. Y ahora la maldición de esa bruja
seguramente haya pasado a su hija.
Magnus observó a su padre con completa desconfianza.
—Estás mintiendo.
El rey le dirigió un fiero fruncido de ceño.
—¿Por qué mentiría?
—¿Por qué mentirías? —Repitió él, una risa seca atravesando su garganta—.
Oh, no lo sé. ¿Tal vez porque deseas manipularme con cada oportunidad que se te
presenta para tu propio entretenimiento?
—Si es lo que piensas… —El rey movió su muñeca hacia Cleo, quien estaba
hablando con Enzo y lanzando miradas impacientes hacia Magnus y su padre. El
dobladillo del vestido escarlata que vestía asomaba por debajo de la tela verde
oscuro de la capa que le había robado la noche anterior a un guardia Kraeshiano—
Embarázala y la verás morir en angustia, yaciendo en su propio charco de sangre
mientras trae tu semilla a este mundo.
Magnus casi había dejado de respirar. Lo que su padre afirmaba no podía ser
cierto.
Pero si lo era…
Cleo comenzó a acercarse a ellos, su capucha hacia abajo, su pelo largo y rubio
sobre los hombros.
—Las brujas lanzan maldiciones —dijo Gaius a Magnus con suavidad—. Las
brujas también son conocidas por romper maldiciones. Más razones para que
vengas conmigo a ver a tu abuela.
—Trataste de matarme a mí y a la princesa.
—Sí, lo hice. Así que la decisión de cómo proceder recae en ti ahora.
Cleo alcanzó a Magnus con Enzo tras ella, y frunció el ceño mientras miraba entre
padre e hijo.
—¿Qué ocurre? No más planes para que me esconda en Auranos, espero.
La horrible imagen de Cleo yaciendo muerta en sábanas sangrientas estaba
ahora anclada en la mente de Magnus, sus ojos congelados y sin vida mientras un
bebé de ojos cerúleos lloraba sin parar llamando a su madre.
—No, princesa—consiguió decir Magnus—. Has dejado claros tus deseos,
incluso si estoy firmemente en desacuerdo. Quiero volver a conocer a mi abuela
tras todos estos años. Ella usará su magia para ayudarnos a encontrar a Lucia,
quien nos ayudará a reclamar Mytica. ¿Estás de acuerdo?
Cleo no respondió por un momento, su ceño fruncido mientras meditaba.
—Sí, supongo que tiene un enfermizo sentido el buscar ayuda de otro Damora
—Ella parpadeó—. Magnus, estás muy pálido. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo con dureza—. Nos vamos ahora.
—Amara se preguntará donde me he metido sin decir una palabra —dijo el rey—
. Eso podría causar problemas.
Magnus suspiró.
—Muy bien. Ve y pon tus excusas para abandonar el lado de tu novia. Sin
embargo, si tratas de delatarme, padre, te aseguro que tu muerte vendrá mucho
antes de lo que prevés.
CAPÍTULO 3 LIMEROS
AMARA
Mientras Lucia se acercaba lentamente a la ciudad de cristal que ella sólo había
vislumbrado en sus sueños, recordó un consejo que su madre le había dicho una
vez. Había sido antes de un banquete. Lucia no tenía más de diez años y deseaba
desesperadamente poder quedarse en sus aposentos y leer en vez de asistir. Ella
siempre intentaba lo mejor posible asistir a estas reuniones sociales, segura de que
a nadie le agradaba, que pensaban que la hija del Rey Gaius era rara y nada
interesante y por lo tanto no valía su tiempo.
Es cuando nos sentimos más inseguros, su madre le había dicho, que debemos
parecer más confiados. Mostrar debilidad es permitir a los demás aprovecharse de
esta. Ahora péinate el cabello, levanta tu barbilla y pretende ser la persona más
importante del cuarto.
Lucia ahora se daba cuenta, con un latido inesperado de simpatía en su corazón,
que esto era precisamente lo que la Reina Althea Damora tenía que hacer cada día
de su vida.
Ella no se había dado cuenta en ese entonces, que ese era un consejo muy
valioso.
Levantando la barbilla, enderezando sus hombros y con el pensamiento de que
ella era poderosa y confiada más allá de toda imaginación, Lucia aceleró su paso
por el paisaje exuberantemente verde del Santuario en dirección a la ciudad, donde
ella encontraría a Timotheus y le pediría ayuda.
Si él decía que no y la encerraba el mundo mortal, probablemente perecería.
La ciudad se volvía más impresionante conforme ella se acercaba. No sabía
cómo los ciudadanos del Santuario llamaban a este lugar o si este tenía siquiera un
nombre; ella lo llamó ciudad de cristal porque, de lejos, desde el prado por el cual
ella caminaba, se veía la ciudad aparecer ante el césped verde esmeralda, brillando
como un tesoro inesperado contra el cielo azul. No era un tesoro en la forma que
las personas decían que el palacio Auraniano, construido sobre hilos de oro real, lo
era. En cambio, esta ciudad era blanca y brillante, etérea de punta a punta. Hecha
de espirales y torres de diferentes alturas. La imagen ante ella era como una
intrincada ilustración arrancada de un libro de cuentos prohibido.
Ella peleaba por mantener su compostura, aunque quería simplemente pararse
allí asombrada por la vista delante suyo.
Lucia se permitiría a si misma sólo un pensamiento ahora: encontrar a Timotheus.
El inmortal le había advertido sobre Kyan. Era una advertencia que Lucia había
ignorado tontamente. Kyan la había convencido de sus propios problemas,
problemas que, pensó en aquel tiempo, se parecían a los suyos propios. Había
estado tan llena de venganza y odio cuando conoció finalmente a Timotheus que ni
las verdades más obvias pudieron penetrar el acero que ella había construido
alrededor de sí misma, y menos penetrar en su cabeza o su corazón.
No, ella no había estad preparada para escuchar la verdad antes.
Si tan sólo pudiera estar más segura de que estaba lista para escucharla ahora.
Llegó al fin del prado y se paró ante el límite que llevaba a la ciudad de cristal.
Por un momento tan sólo estuvo allí, con los ojos cerrados y respirando.
—Timotheus te desprecia —murmuró. Entonces, después de una respiración
más, dio el primer paso y entró en la ciudad. —. Y, si es necesario le rogarás por su
ayuda de rodillas.
El pensamiento de rogar todavía no la convencía del todo. Como la hija del Rey
Gaius, Lucia nunca había necesitado rogar por nada, ninguna vez en sus diecisiete
años de vida. El mero pensamiento de hacerlo ahora le provocaba un sabor rancio
en la boca.
Pero ella se lo tragaría con el poco orgullo que le quedaba y lo haría. No tenía
otra opción.
El brillante arco que conducía a la ciudad la empequeñecía, y mientras pasaba
por debajo de él, vio su mirada sorprendida reflejada en la superficie. El arco estaba
lleno de símbolos garabateados y líneas que ella no reconocía, pero sintió algo de
ellos. Una fría sensación se apoderó de ella, paralizándola momentáneamente.
Entonces, se acercó al arco, tentativamente presionando su mano en una de las
marcas.
Allí estaba de nuevo; sintió el poder del portal sobre ella. Retiró la mano al
recordar el monolito de cristal en las Montañas Prohibidas, sólo que aquella había
sido una cálida sensación. Sabía que podía haber absorbido esa magia para ayudar
a Kyan a arrastrar a Timotheus fuera del Santuario y hacia su muerte.
Esta magia era lo opuesto, fría en vez de cálida. Si hubiese dejado su mano sobre
su superficie, ¿habría podido robar su magia de la manera que Alexius le había
enseñado a robar la de Melenia?
El pensamiento envió un escalofrío de miedo a través suyo, pero lo ignoró y
continuó, pasando debajo del arco para entrar totalmente a la ciudad de cristal.
A primera vista, era difícil asimilar el paisaje de la ciudad. Era tan brillante que
Lucia puso su mano en su frente para resguardar sus ojos. Desde la distancia
parecía estar hecha de diamantes. De cerca, vio la ciudad hecha de edificios
blancos y estructuras de cristal que alcanzaban el cielo. Los caminos estaban
hechos de piedritas iridiscentes y siguió uno de estos adentrándose en la ciudad.
Ella todavía no había visto una criatura viva en ese lugar, un pájaro o una
persona. Había un misterio aquí, se dio cuenta. Un silencio que desafiaba cada regla
estricta de la biblioteca más severa en el palacio Limeriano.
El único sonido que podía escuchar era el de su propio corazón.
—¿Dónde están todos? —Su susurro sonó más como un grito, casi haciéndola
saltar.
Lucia apretó sus manos juntas y se recordó a si misma de nuevo del consejo de
su madre: pretender estar confiado.
Y así continúo, adentrándose cada vez más en aquel lugar. Todos los edificios
eran casi idénticos, pulidos y brillantes, pero Lucia no podía distinguir qué era cada
uno.
Pero de todos modos la ciudad le parecía familiar.
El laberinto de hielo, pensó. Sí, esta ciudad parecía una versión más grande del
laberinto en el palacio Limeriano que un amigo de su padre le había obsequiado a
ella en su cumpleaños número diez.
Y se dio cuenta, con un sentimiento de estar hundiéndose, que ya estaba perdida
dentro.
—¿Quién eres tu mortal? ¿Cómo llegaste aquí?
Lucia se sobresaltó con la voz, como un trueno despertándola de su sueño
profundo. En un latido se giró y reunió su magia sin pensarlo.
Inmediatamente una bola de fuego surgió de su puño derecho. Intentó no sentirse
mal por protegerse con el elemento de Kyan.
El culpable de sus instintos defensivos se paró delate de ella: una mujer con una
bata blanca larga, mirándola asombrada. Su cabello era rojo como el fuego saliendo
de la mano de Lucia.
Una inmortal, hermosa y eternamente joven.
En cuanto la inmortal miró el fuego en su mano, sus ojos se ampliaron en
sorpresa. —Yo sé quién eres.
Tomando un paso tímidamente atrás, Lucia atenuó las flamas. —¿Lo sabes?
¿Entonces quién soy?
Mientras el fuego se desvanecía en humo, la chica pareció componerse a si
mima, parpadeando rápidamente. —La hechicera renacida.
—Quizás sea sólo una bruja.
—Un mortal nunca podría entrar a la ciudad sagrada. Ningún mortal ha pisado
esta ciudad.
La ultima cosa que ella quería era asustar a alguien, especialmente este inmortal
quien la podría ayudar a encontrar a Timotheus en este laberinto de ciudad. En las
semanas recientes, la violencia e intimidación, sin mencionar sus nuevas
habilidades mágicas de extraer la verdad de las lenguas mortales, habían sido
herramientas que había utilizado para sobrevivir, y parecía faltarle un largo camino
para romper con ese hábito.
—Entonces no hay razón para que niegue quien soy yo —respondió Lucia,
despacio y con cuidado.
Una sonrisa se esparció a lo largo de la cara de la chica, eliminado el miedo de
Lucia. —Melania nos dijo que tú volverías a caminar entre nosotros.
Esto hizo que la espalda de Lucia se pusiera recta de repente. —¿En serio?
Ella asintió. —Ella prometió que todos podremos salir de aquí y ser libres para ir
y venir como nos plazca, finalmente, después de todos estos milenios.
Melania parecía hacer promesas a mucha gente diferente.
Antes de que Lucia la matara.
Ella tomó una respiración profunda, forzando a que las memorias de la malvada
inmortal desaparecieran para concentrarse solamente en el presente.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Mia.
Aunque la muchacha aparentara ser solamente dulce y amigable, Lucia no se
permitiría olvidar de que Mia era inmoral, una Vigía, no había nacido de un hombre
o mujer, sino que había sido creada por un elemento mágico.
—Mi nombre es Lucia. —Enderezó sus hombros, levantó su barbilla e intentó
sentirse poderosa. —Estoy aquí porque necesito ver a Timotheus. ¿Sabes dónde
está?
—Si, por supuesto. —Mia asintió, pero a la mención de Timotheus su mirada se
enfrió, y una mirada agria se colocó en su bello rostro. —Yo voy al centro, pues nos
han llamado para una reunión. Él ha acordado emerger de su vida solicitada y
darnos unos cuantos momentos de su tiempo —dijo con desdén que Lucia no pudo
ignorar incluso si estuviera sorda. —, para responder nuestras preguntas.
La confirmación de que él estaba allí, de que el inmortal no había desaparecido
cuando ella más lo necesitaba, sacó un profundo suspiro de alivio de sus pulmones.
—Quiero estar allí para escuchar lo que tiene que decir —dijo Lucia. Quizás él
les advertiría a los demás sobre ella, sino lo había hecho ya, así como del fuego del
Vástago.
Ella sabía que el inmortal tenía visiones del futuro y que podía recibir profecías,
un regalo o maldición, había dicho Timotheus, que él había heredado de Eva, la
hechicera original. Incluso podía entrar en los sueños de Lucia, como Alexius lo
pudo, y en esos sueños le podía leer la mente. Era posible que él supiera todos sus
movimientos, había seguido todos los pasos que ella había tomado.
El pensamiento la hizo temblar con pena y vergüenza.
—No quiero que Timotheus me vea todavía —le dijo a Mia—. Y no quiero alarmar
a ninguno de tus amigos con mi repentina presencia en tu mundo. ¿Me ayudarás?
Mia asintió. —Claro que lo haré. De todos modos, para mantenernos ocultas
necesitare prestarte mis ropas.
Lucia se miró a sí misma. La capa rojo oscuro en la que viajaba estaba rota por
su batalla con Kyan, la hacía sobresalir en esta ciudad de blancura por lo que
parecía una mancha de sangre en la nieve fresca. —Sí, eso ayudaría.
Mia deslizó la blanca capa de lana fina y el material más brillante en sus hombros.
Debajo ella usaba un vestido color plata intricado de pequeños cristales que dejaba
al desnudo sus brazos y abrazaba su cuerpo.
Mia la miro con sorpresa. —Te vistes mucho más elegante debajo de tu bata que
cualquier persona que yo haya visto en el banquete más elaborado.
—¿Lo hago? —Mia sonrió a esto, sus ojos brillando con placer. —He presenciado
eventos mortales en forma de halcón, pero nunca he estado tan cerca de eventos
tan grandes.
—Quizás te podría llevar a uno por la gratitud que me has mostrado hoy — Lucia
dijo mientras deslizaba la bata sobre sus ropas.
—Eso sería maravilloso —dudó Mia, como si estuviera insegura de que hacer
después, entonces entrelazo su brazo con el de Lucia. —. Ven conmigo.
Si sólo Mia supiera de lo que Lucia era responsable, dudaba que la inmortal sería
tan amable. A todos lados a los que había ido con Kyan, Lucia había dejado muerte
y destrucción a su paso. Ella había huido de su familia, odiándola por ocultarle la
verdad de su nacimiento. No tenía amigos, aliados ni posesiones aparte de la ropa
que traía, y la ropa significaba más para un súbdito que para una princesa.
No, eso no era totalmente cierto. Ella tenía una posesión muy importante: su
anillo. Miró su dedo índice, en el cual usaba una banda de oro con una gran piedra
morada.
Si no fuera por este anillo, ella estaría muerta.
Otra razón para estar aquí y tener la oportunidad de hablar con Timotheus cara
a cara.
Mia la condujo más profundamente dentro de la ciudad. Lucia la siguió,
poniéndose la capucha de la capa blanca sobre su cabello oscuro. Ellas caminaron
solas durante mucho tiempo en el laberinto de la ciudad de cristal hasta que,
finalmente, comenzó a ver a otros. Muchos vestían batas como la de Mia, y todos
se estaban moviendo en la misma dirección. Disfrazada como uno de ellos, nadie
la miro dos veces. Pudo continuar observando a estos inmortales y su ciudad sin
interrupción.
Todos aquí eran hermosos, cada uno más que el anterior. Incluso los mortales
más atractivos no podían competir con estas criaturas. Su piel, todos los tonos del
alabastro más pálido al ébano más oscuro, irradiaba luz y parecía brillar desde
dentro. Sus ojos eran como joyas de todos colores, su cabello como las hebras más
finas de los metales más preciosos.
Que extraño seria vivir en un mundo, pensó, donde todos y todo es perfecto.
Alexius había sido así de hermoso, ella lo había visto en sus sueños, cuando se
exilió a sí mismo, se convirtió en mortal y ese brillo se desvaneció. Él se había vuelto
más tridimensional, sus ángulos más quebrados. Se había vuelto más real.
Ella se dio cuenta ahora que eso le gustaba, la transformación del inmortal
Alexius al real Alexius, más de lo que ella había pensado entonces. Estar
enamorada de alguien perfecto y sin comparación se habría vuelto cansador
después de un tiempo.
Lucia apretó sus dientes al mar de memorias que se venía contra ella. Una ola
de pesar y furia la atrapó y ella se enfrentó a las mismas memorias que había estado
tratando de olvidar en las últimas semanas.
Alexius había dado su vida para salvarla.
Pero desde el momento que ella lo conoció en el primer sueño al que la había
arrastrado, él la había decepcionado y usado por órdenes de Melania, intentando
conocer sus secretos y manipularla para despertar a los Vástago.
No, pensó ella, y con esa firme palabra las memorias desaparecieron. Ella juró
que no pensaría en él. Ni ahora ni nunca. No si podía evítalo.
Llegaron a un claro muy grande en el centro de la ciudad. El suelo tenia losetas
resplandecientes. Le recordaba a Lucia el espejo en su habitación del palacio donde
ella miraba mientras sus sirvientes la alistaban en un estado de belleza que pondría
a su madre orgullosa. Desde debajo de su capa ella miro a doscientos inmortales
convergiendo en el claro.
—Esta es como la plaza pública en mi casa —dijo ella despacio.
—Nos encontramos aquí para reunirnos, y Melania solía hablarnos desde la torre
regularmente para alegrar nuestros días… hasta que ella desapareció…
Lucia se mordió la lengua. Ni el tono cofundado y temeroso de Mia podía hacer
que lamentar la muerte de la inmortal anciana.
Ella miro el suave cilindro de cristal en el centro del claro. La estructura era tan
alta que ella no podía ver el final.
—¿Qué es eso?
—Los más viejos viven en esa torre. Timotheus no ha salido desde el exilio de
Alexius al mundo mortal. Muchos piensan que él ha estado de luto.
—¿Cuántos ancianos viven allí? —preguntó. Se dio cuenta que saber de este
lugar la ayudaba a tranquilizar su mente y mantenerla de voltear su espalda a
pensamientos del pasado.
—Había seis originalmente.
—¿Y ahora?
—Esa es una de las preguntas que le preguntaremos a Timotheus —la expresión
de Mia se volvió dura—. Y debe contestarnos hoy.
—¿O qué? ¿Qué sucede si Timotheus no viene hoy con las respuestas
correctas? ¿Qué si lo que les dice no los satisface?
Mia miró a los otros rodeando la base de cristal de la torre, tomando sólo una
fracción de espacio en la plaza. —Muchos sienten que el tiempo de los antiguos ha
pasado. En su comando hemos buscado los Vástago, y demasiados son recados
tontos, para distraernos de la verdad.
—¿Qué verdad?
Mia sacudió su cabeza, su expresión se endureció.
—El hecho que estés aquí me da esperanza de que estén mal.
Lucia estaba a punto de preguntar más, para llegar a lo que Mia quería decir,
pero antes de que pudiera hacerlo, llegó un susurro de los presentes y un aumento
de gritos enojados.
Miró hacia arriba desde las profundidades de su capucha. Su respiración se
detuvo en su pecho mientras la suave superficie de la torre de cristal parpadeaba y
se llenaba de luz. Entonces, la imagen clara de Timotheus apareció sobre la
luminosa superficie, su cara de la altura de tres hombres.
Su boca cayó abierta ante la vista de esta proyección mágica.
La imagen de Timotheus levantó sus brazos, su expresión triste mientras la
multitud de Vigías, incluida Mia, empezaron a recitar un montón de palabras que
Lucia no podía entender en un lenguaje que ella nunca había escuchado antes de
hoy. El sonido envió espasmos como los que había sentido en el arco y se abrazó
a si misma fuertemente intentando no temblar.
Timotheus esperó a que se detuvieran y a que el silencio cayera sobre el grupo.
—Ustedes pidieron verme —dijo Timotheus, su voz fuerte y confiada—. Aquí
estoy. Sé que ustedes tienen preguntas. Que tienen preocupaciones. Espero
tranquilizar sus mentes.
La multitud había caído en silencio después del canto, tan silenciosa que la
ciudad parecía vacía tal como cuando entró por primera vez.
—Desean saber más sobre el paradero de los desaparecidos antiguos e
inmortales. Desean saber por qué he cerrado el portal al mundo mortal para que no
puedan salir de nuestra casa incluso en forma de halcones. Desean saber por qué
no he salido de esta torre en días recientes.
Lucia veía la cara de Mia y las de los demás inmortales. Sus miradas estaban
puestas sobre la superficie brillante que mostraba a Timotheus como si él fuera un
dios omnipotente quien los había hecho silenciarse e inmovilizarse al sonido de sus
palabras.
Ella nunca había pensado en preguntarle a Alexius cómo la magia de los antiguos
era diferente a la de los demás. Pero ahora ella vio que los antiguos tenían un
completo control sobre los demás de su tipo. La audiencia estaba hechizada, nadie
se movía mientras hablaba.
Pero él no tenía el control sobre la rebeldía que brillaba en sus ojos.
La imagen de Timotheus no parpadeaba como una llama. Se mantenía sólida y
luminosa. Y Lucia fue recordando lo mucho que se parecía a Alexis, si fueran
mortales podrían haber sido confundidos como hermanos de sangre.
—Danaus y Stephanos. Melania. Phaedra, Alexius y Olivia. Todos desaparecidos
de nuestros números ya disminuidos. Ustedes temen que yo sea el autor de todas
las recientes desapariciones, pero están equivocados. Ustedes creen que debemos
buscar a nuestros desaparecidos en el mundo mortal, pero no los dejare irse.
—Lo que estoy haciendo —continuo Timotheus—. Lo que yo he hecho… es
porque un gran peligro se ha alzado en el mundo mortal, un peligro que afecta a
todo por lo que hemos trabajado y protegido durante años. Con tan pocos de nuestra
clase, sólo he hecho lo que creía que era lo correcto para nosotros. Sólo les pido
que confíen un poco más, antes de que todo sea revelado.
Sus palabras no ayudaron a calmar las miradas rebeldes en los ojos de los
inmortales. Lucia no estaba sorprendida por esto. Ella había escuchado cientos de
discursos de su padre a lo largo de los años. Él era un verdadero maestro al hablar
en público cuando se presentaba ante una audiencia que lo odiaba.
El Rey Gaius sabía cuándo mentir, cuándo dar falsas esperanzas, y cuándo
prometer oro, cuando más seguido que lo contrario, aquellas promesas no
significaban nada.
De todos modos, aquellos discursos eran dados en tiempos en los cuales había
que prevenir las protestas. La mayoría de las veces para controlar a los Limerianos
y mantener el número de rebeldes bajo.
Las personas se agarraban a la posibilidad de la esperanza
Timotheus no hablaba de esperanza. Él dijo la verdad, pero no dio detalles,
haciéndolo sonar más como un mentiroso intentando cubrir sus malas acciones,
que el Rey de Sangre.
Y parecía que todavía no había acabado.
—Ustedes han visto por si mismos que nuestro mundo está muriendo. Las hojas
se han vuelto cafés y secas, más y más cada día. A pesar de las profecías de la
magia de Eva regresando a nosotros, ustedes han comenzado a creer que este es
un signo del fin. Pero se equivocan. La hechicera ha renacido. Y en este momento,
en este mismo instante, ella está a su lado.
Un jadeo quedó atrapado en la garganta de Lucia mientras los ojos de Timotheus
proyectados parecían mirar directamente hacia ella.
Y los ojos de los inmortales que no se habían movido y hablado desde el discurso
de Timotheus comenzaron colectivamente a ampliarse con sorpresa.
Pánico se disparó en Lucia, y de repente fue como si ninguna cantidad de batas
blancas pudieran dejar de hacerla sentir completamente desnuda.
—Antes de que la responsabilidad de las visiones fuera pasada a mí —dijo
Timotheus a la multitud—, Eva fue quien sostenía el peso de estas y ella vio que
una niña nacida en el mundo de los mortales se convertiría en una hechicera tan
poderosa como una inmortal. Ahora puedo confirmar que Lucia Eva Damora es la
hechicera que hemos estado esperando un milenio. Lucia muéstrate a ti misma.
El silencio continuaba reinando en la plaza, un silencio atormentado parecía
consumir a Lucia, presionándola por todas partes. El frío bajó por su espina.
Su corazón retumbaba en su pecho, ella recordó de nuevo el consejo de su
madre, un consejo que ella había resentido todos estos años.
Pretende estar confiada cuando no lo estas.
Pretende ser valiente, incluso cuando estés aterrorizada y todo lo que quieras
hacer sea correr.
Se convincente en este acto y nadie notara la diferencia.
Con esto en mente Lucia, levantó su barbilla y se quitó la capucha. Cada par de
ojos estuvo sobre ella inmediatamente, seguido de un jadeo colectivo como si los
inmortales fueran liberados de un hechizo que Timotheus había lanzado para que
se callaran. Entonces, uno por uno, sus luminosas y hermosas caras se llenaron de
terror. Cada inmortal, incluyendo a Mia, sorprendieron a Lucia al caer de rodillas
ante ella.
CAPÍTULO 5 CLEO
LIMEROS
Cleo, Magnus y los otros dos guardias viajaron cuidadosamente desde la superficie
del lago congelado a la cima de los acantilados. Allí, Cleo hizo una mueca cuando
miró por encima del costado a la aguda caída que el rey había tomado hasta el
fondo, una caída que ella habría tomado también si Magnus no la hubiera echado
hacia atrás.
Cleo se volvió hacia Magnus, dispuesta a expresar en voz alta sus
preocupaciones sobre los planes del rey, pero algo la detuvo. Magnus estaba
sangrando.
Inmediatamente, arrancó una larga pieza de tela del dobladillo de su vestido
carmesí que, gracias a las desventuras del último día, ya estaba desgarrado en
varios lugares, y se apoderó de su brazo lesionado.
Magnus se volvió hacia ella, sorprendido.
—¿Qué?
—Estás herido.
Miró hacia abajo a la manga de su capa negra que había sido cortada hasta llegar
a la piel, y su expresión se relajó.
—Es sólo un rasguño.
Cleo miró a los guardias con sus uniformes rojos, que coincidían perfectamente
con el color de su vestido.
Se quedaron a una docena de pasos de distancia, hablando en voz baja entre
ellos. Sólo podía adivinar el tema: las pociones de la bruja, la magia elemental o los
reyes muertos volviendo a la vida.
Cleo preferiría centrarse en algo tangible en este momento.
—Espera —dijo, ignorando la protesta de Magnus—. En realidad, permíteme ver
más de cerca la herida. Quiero asegurarme de que no sea demasiado severa.
A regañadientes, Magnus levantó el borde de su capa y enrolló la manga de su
túnica. Cleo se encogió al ver la herida de espada sangrando, pero se compuso de
nuevo en un instante cuando empezó a vendarla con la tira de seda.
La observó con interés.
—Eres mucho más hábil en esto de lo que yo hubiera pensado. ¿Has tratado
lesiones antes?
—Una vez —fue todo lo que estaba dispuesta a decir, prefiriendo concentrarse
en su tarea.
—Una vez —repitió—. ¿A quién le curaste una herida?
Cleo cuidadosamente metió los extremos de la tela en la venda antes de
encontrar su mirada.
—Nadie importante.
—Déjame dar una conjetura salvaje, entonces. ¿Jonas? Parece que es el que
tiene más probabilidades de resultar herido en cualquier momento dado.
Ella se aclaró la garganta.
—Creo que hay temas más apremiantes que los rebeldes para discutir en este
momento.
—Así que fue Jonas. —Soltó un siseo de suspiro. —Muy bien, un tema para otra
ocasión.
—O nunca —dijo ella.
—O nunca —él estuvo de acuerdo.
El rey les había dejado instrucciones. Dirigiéndose sólo a Magnus, a Cleo le
dirigió una mirada de desprecio por encima del hombro, dijo que se reuniría con
ellos esa noche en una posada del pueblo a medio día de viaje hacia el este. El rey
afirmó que este pueblo estaba en el camino que conducía a su madre. Para Cleo,
todo lo que decía el rey sólo equivalía a mentiras sobre más mentiras.
—¿Estás segura que no puedo convencerte de que vayas a Auranos? —
Preguntó Magnus, admirando la ajustada venda que tejió alrededor de su brazo—.
Ahí sería más seguro para ti.
—Oh, sí, eso es exactamente lo que quiero ahora mismo. Estar segura y sana y
completamente fuera del camino. Tal vez puedas enviar a estos guardias conmigo
para asegurarte de que hago exactamente lo que me han dicho.
Alzó una ceja y volvió su atención a su rostro en lugar de su trabajo manual.
—Ya sé que estás molesta.
No pudo evitar soltar una carcajada burlona ante el eufemismo.
—Ese hombre —ella apuntó su dedo índice en la dirección que el rey y sus
guardias se habían ido para regresar a la villa de Amara— va a ser la muerte de los
dos. ¡En realidad, casi lo fue!
—Lo sé.
—Oh, ¿sí? Eso es maravilloso. Maravilloso, en serio —empezó a caminar de un
lado a otro en pasos cortos y preocupados—. Está mintiéndonos, tú tienes que
saberlo.
—Creo que conozco a mi padre. Mejor que nadie, por supuesto.
—¿Y qué? ¿Estás contando con que tenga conciencia? ¿Que de repente haya
decidido cambiar sus costumbres? ¿Que, mágicamente, haya elegido ser la
solución a todos nuestros problemas?
—No. Dije que lo conozco, lo que significa que no confío en él. La gente no
cambia, no tan rápido como eso. No sin haber demostrado previamente que son
capaces de cambiar. Ha sido duro y cruel y ha manejado toda mi vida… —él frunció
el ceño y se quedó en silencio de nuevo, su mirada explorando el lago helado muy
por debajo de ellos.
—¿Qué pasa? —dijo Cleo tan suavemente como pudo para no disuadirlo de
hablar. La forma en que frunció el ceño… Debe haber estado recordando algo.
—Tengo estos recuerdos… Son muy brumosos y distantes. Ni siquiera puedo
estar seguro de que son recuerdos en vez de sueños. Yo era joven, apenas lo
suficientemente mayor como para caminar por mi cuenta. Recuerdo haber tenido
un padre que no era casi tan frío como mi madre. Uno que me contaba historias
antes de dormir.
—¿Historias de demonios y guerra y tortura?
—No. De hecho… —él frunció el ceño profundamente una vez más. —Recuerdo
una acerca de un… dragón, pero uno amistoso.
Ella lo miró inexpresivamente.
—Un dragón amistoso.
Se encogió de hombros.
—Tal vez fue sólo un sueño. Muchas cosas de mi pasado me parecen ahora
sueños… —se interrumpió, su expresión se volvió severa— No quiero que te
involucres en esto. ¿Cómo puedo convencerte de que vayas a Auranos?
—No puedes, y esta es la última vez que hablaremos de ello. Estoy en esto
contigo, Magnus. No importa lo que pase.
—¿Por qué?
Cleo lo miró con el corazón lleno.
—Ya sabes por qué —dijo suavemente.
Su expresión empezó a doler.
—Tal lenguaje críptico siempre me ha confundido. Tal vez todavía no confíes en
mí lo suficiente como para hablar claramente.
—Pensé que exitosamente habíamos puesto las preocupaciones por el estilo a
un lado.
—Quizás en parte. Pero ¿estás tratando de convencerme de que no creías que
no iba a obedecer el mandato de mi padre y acabaría con tu vida al lado de ese
acantilado? Porque no hay manera que puedas. Vi la mirada en tus ojos: el miedo,
la decepción. Creías que te mataría para volver a su buena gracia.
Los guardias no estaban lo suficientemente cerca como para oírlos, pero todavía
parecía una discusión para un momento mucho más privado. Sin embargo, él le
había pedido que hablara claramente.
—Admito que fuiste muy convincente.
—Trataba de ser convincente, dado que nuestras dos vidas estaban en peligro.
¿Pero no me escuchaste? Te he llamado Cleiona, esperaba que lo tomaras como
un signo para no dudar de mí —sacudió la cabeza—. Pero entonces, ¿por qué no
lo harías? Te he dado pocas razones para confiar en mí.
Empezó a alejarse de ella, pero luego tomó sus manos entre las suyas.
—Incorrecto. Me has dado muchas razones para confiar en ti.
Magnus miró al suelo, su frente fruncida en un profundo ceño, antes de que su
mirada se alzara para alcanzar la suya.
—Estás decidida a venir conmigo a ver a mi abuela.
Cleo asintió con la cabeza.
—Podría ser la respuesta a todo.
Su mandíbula se tensó.
—Sólo puedo esperar que tengas razón.
Así que esta bruja encontraría a Lucia, y luego irían a ella, y rogarían por su
ayuda para librar a Mytica de Amara. Tenía que admitir que a ella no le gustaba la
idea de confiar en la ayuda de la joven hechicera.
—¿Honestamente piensas que tu hermana nos ayudará? —preguntó—. La
última vez que la vimos… —ella se estremeció ante el recuerdo de Lucia y Kyan
llegando sin previo aviso al palacio Limeriano. Kyan casi había quemado a Magnus
con su magia de fuego.
Lucia lo había detenido, pero luego le dio la espalda a su hermano cuando le
pidió que se quedara.
—Espero que ella ayude —Magnus respondió con fuerza. —. Esta oscuridad que
ha surgido junto con la magia de Lucia... No es realmente ella. La hermana que
conozco es amable y dulce. Ella lo hace bien en sus estudio, mucho mejor que yo
alguna vez, y devora cada libro que ve. Y sé que se preocupa por Mytica y su gente.
Cuando se entere de todo lo que Amara ha estado haciendo, usará su elementia
para ponerle fin.
—Bueno —dijo Cleo, tratando de ignorar el chorro de veneno que se había filtrado
en su pecho ante el sonido de una alabanza tan fraternal—, suena absolutamente
perfecta, ¿no?
—Por supuesto que no es perfecta. Ninguno de nosotros lo es. —El borde de su
boca se arqueó. —Pero Lucia Damora está muy cerca.
—Qué desafortunado, entonces, que ella esté bajo la influencia de Kyan.
—Sí —el borde de la diversión que había estado en su mirada se desvaneció y
fue reemplazado por el acero—. Él posee el Vástago de fuego. Tú tienes el de tierra.
Amara tiene el de agua. Mi padre ha tenido el del aire durante bastante tiempo.
De repente, la mente de Cleo se despojó de todas las demás preocupaciones.
—¿Por cuánto tiempo lo ha tenido? O debería preguntarme, ¿por qué no sabía
esto antes de hoy?
Magnus parpadeó.
—Estoy seguro de haberlo mencionado antes.
—No, ciertamente no.
—Hmm. Sé que alguien estaba presente cuando recibí esta noticia. Nic, tal vez.
No podía creer lo que oía.
—¿Nic sabe que el rey tiene el Vástago de aire, y ni tú ni él me lo dijeron?
—Jonas también lo sabe.
Ella jadeó.
—¡Esto es inaceptable!
—Disculpas, princesa, pero sólo ha pasado menos de un día desde que
acordamos compartir más que aversión y desconfianza.
Las memorias de la cabaña en el bosque volvieron a ella vívidamente: una noche
de miedo y supervivencia que condujo a un encuentro muy inesperado.
Cleo se mordió el labio inferior, su indignación anterior casi olvidada.
—Mi cabeza sigue girando en torno a todo lo que ha sucedido.
—La mía también.
Miró a los guardias para ver que uno de ellos caminaba de un lado a otro, como
en un estado de agitación.
—Pongámonos en camino hasta el lugar de encuentro —dijo con firmeza. Abrió
el frente de su capa para mirar el vestido carmesí debajo—. Espero poder encontrar
ropa nueva en el pueblo. Esto es lo único que tengo a mi nombre, y está desgarrado.
La mirada de Magnus recorrió lentamente la longitud de ella.
—Sí. Recuerdo haberlo arrancado.
Las mejillas de Cleo se calentaron.
—Debe ser quemado.
—No, este vestido nunca será destruido. Se mostrará con gran prominencia por
toda la eternidad.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Pero estoy de acuerdo, necesitas ropa de viaje mejor. El color es más bien...
llamativo.
Sintió su calidez mientras deslizaba su mano por su brazo, su mirada fija en el
vestido que Nerissa había encontrado en el palacio para que ella lo usara en su
discurso.
Cuanto más se acercaba Magnus, más aceleraba su corazón.
—¿Tal vez podamos discutir esto más tarde, en la posada, en nuestra...
habitación? —dijo ella en voz baja.
Entonces, sin previo aviso, Magnus la soltó. Sintió una súbita oleada de aire frío
mientras se alejaba de ella.
—En realidad, voy a asegurarme que nos den cuartos separados.
Ella frunció el ceño.
—¿Separados?
—Tú y yo no estaremos compartiendo una habitación en el futuro previsible.
Ella lo miró inexpresivamente durante un largo momento, sus palabras no tenían
sentido.
—No entiendo. ¿Por qué no? Después de anoche, pensé…
—Pensaste mal —su rostro se había puesto muy pálido—. No pondré tu vida en
peligro.
Aun así, hablaba en enigmas que no podía resolver fácilmente.
—¿Por qué estaría mi vida en peligro si tuviéramos que compartir una habitación?
—Ella observó cómo su expresión se tornaba torturada y se pasaba una mano por
el pelo.
—Magnus, habla conmigo. ¿Qué es?
—¿No lo sabes?
—Claro que no. ¡Así que dime!
A regañadientes, hizo lo que le pidió. —La maldición de una bruja es la razón por
la que tu madre murió en el parto. Y esa maldición es el por qué tú también morirás
si quedas embarazada.
Todo lo que podía hacer era mirarle con absoluta conmoción. —Tu padre te dijo
esto.
Asintió una vez, con la mandíbula apretada.
—¿Y crees en una historia tan ridícula, así nada más?
—No hagas que suene tan tonto. No soy un tonto, sé que existe la posibilidad de
que me esté mintiendo. Pero todavía me niego a tomar ese riesgo.
—¿Qué riesgo? —Ella frunció el ceño, sintiéndose estúpida por no lo seguirlo.
Él la tomó por los hombros con fuerza, mirándola intensamente a los ojos. —El
riesgo de perderte.
Su confusión esfumó, sustituida por un calor cada vez más grande en su corazón.
—Oh.
—Mi abuela es una bruja. Si hay verdaderamente una maldición sobre ti, ella la
romperá.
Parecía imposible que nunca hubiera oído hablar de algo tan serio antes, pero su
padre siempre había sido reservado, especialmente cuando se trataba de magia.
Nunca le había dicho a Cleo que había hecho que una bruja pusiera un hechizo
protector en la entrada del palacio Auraniano, uno que sólo Lucia era lo
suficientemente poderosa para romper.
Tal vez esto era similar.
Sus pensamientos fueron hacia su madre, y su corazón se rompió al pensar en
la mujer que nunca conoció, destinada a morir dándole la vida.
—Si esto es cierto —dijo después de un momento, aun rechazando creer
plenamente en una posibilidad tan extravagante—, he oído hablar de otros métodos
para prevenir un embarazo.
—No arriesgaré tu vida hasta que esta maldición se rompa. Y me importa un
bledo que mi padre me esté mintiendo. No me arriesgaré a que tenga razón. ¿Me
oyes? —La voz de Magnus se había vuelto más oscura y más silenciosa, enviando
un escalofrío por su espina dorsal.
Ella asintió. —Te escucho.
¿Podría ser cierto? Odiaba pensar que incluso pudiera haber una posibilidad.
¿Por qué su padre no había mencionado una cosa tan horrible?
Ahora necesitaba respuestas tanto como Magnus. Otra razón para ver a su
abuela bruja.
Cleo se dio cuenta de que el guardia agitado que había estado deambulando de
repente se acercó a ellos.
—Su Alteza... —dijo el guardia.
Cleo apartó la mirada de Magnus para mirar al guardia, al ver sorprendida que
había retirado su espada y que ahora estaba apuntando hacia ellos.
Magnus empujó a Cleo bruscamente detrás de él.
—¿Qué es esto? —siseó.
El guardia sacudió la cabeza, con expresión tensa y frenética.
—Me parece que no puedo cumplir con las órdenes del rey. La emperatriz y su
ejército están ahora en control de Mytica. Los Limerianos ya no tienen nada para
decir acerca de sus futuros. Al continuar alineándome con aquellos que desean
engañar y oponerse a la emperatriz estaría cometiendo traición. Por lo tanto, debo
entregarte a la emperatriz.
Cleo lo miró con sorpresa.
—¡Tu, cobarde repugnante!
Él lanzó una mirada fulminante hacia ella.
—Soy un Limeriano. Eres un enemigo, sin importar con quién te hayas casado.
Tú… —dijo él, la palabra retorciéndose con disgusto— eres la razón por la que todo
lo que hemos querido en Limeros por generaciones ha sido destruido.
—Cielos, me das mucho más poder del que realmente tengo —enderezó los
hombros y entornó la mirada—. Baja tu arma inmediatamente y tal vez no pida tu
ejecución.
—No acepto órdenes de ningún Auraniano.
—¿Aceptas órdenes de mí? —preguntó Magnus, su tono afilado en ácido.
—Lo haría —respondió el guardia—, si todavía tuvieras algún poder aquí.
Con las manos puestas en puños, Magnus dio un paso adelante, pero el guardia
respondió levantando la hoja hacia la garganta del príncipe. Un grito de miedo
atrapó en la garganta de Cleo.
—¿Por lo menos sabes mi nombre, su alteza? —Se burló el guardia—. La
emperatriz sí. Ella conoce el nombre de todos.
—Amara Cortas claramente tiene una sorprendente capacidad para retener
hechos inútiles —Magnus lo fulminó con la mirada— ¿Y qué? ¿Quieres hacernos
marchar hasta ella? ¿Esperas que aceptemos este generoso regalo con los brazos
abiertos y una cita para hacerte capitán de la guardia? No seas tonto.
—No soy tonto. Ya no. Ahora ven conmigo. Resiste, y morirás.
El guardia gruñó mientras la punta de una espada apareció a través de su pecho.
Perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Detrás de él estaba el otro guardia, limpiando la sangre de su compañero de su
espada con un pañuelo. Miró al guardia caído con desprecio.
—Patético debilucho. Tuve que escuchar su parloteo, sus planes. No estuve de
acuerdo con ninguno de ellos. Por favor, disculpe su deslealtad, su Alteza.
Mientras se alivió tanto que sus piernas casi cedieron debajo de ella, Cleo
intercambió una mirada preocupada con Magnus.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Magnus al guardia de pelo oscuro.
—Milo Iagaris, su Alteza.
—Tienes mi más profunda gratitud por intervenir. ¿Supongo que podemos
depender de tu lealtad?
Milo asintió con la cabeza.
—Hasta el final.
Cleo soltó el aliento que ni siquiera se había dado cuenta de que había estado
sosteniendo.
—Gracias, Milo —dijo, lanzando una odiosa mirada al guardia muerto que yacía
junto a sus pies—. Ahora, dejemos a este traidor muy atrás.
***
Cleo usó su capa verde para proteger el rojo impactante de su vestido y el brillo de
su pelo durante el viaje al pueblo.
Después de horas de viaje a través de varios modos de transporte, incluyendo
caminar, vagón y montar a caballo, ella, Magnus y Milo llegaron a su destino
agotados. Por suerte, la posadera era una costurera de la que Cleo podía adquirir
algunas prendas nuevas y sencillas. Luego, fiel a su palabra, Magnus escoltó a Cleo
a su habitación separada, privada.
Demasiado exhaustos para discutir el asunto de la maldición más allá de lo que
ya tenían, Cleo cerró la puerta, se derrumbó sobre la cama dura y se durmió
inmediatamente.
La luz del sol de la mañana la despertó rudamente, y tan pronto como sus ojos
se abrieron los protegió para bloquear la luminosidad. Momentos más tarde, la
costurera llamó y trajo un lavabo de agua caliente para que se lavara. Cleo estaba
agradecida por la oportunidad de limpiar finalmente la suciedad que se había
acumulado en su piel durante sus viajes. Después de lavarse, se puso su nuevo
vestido de algodón y pasó los siguientes minutos trabajando duro para sacar los
enredos de su cabello con un peine plateado dejado al lado del lavabo.
Cuando terminó, observó su reflejo, esperando ver a alguien completamente
diferente. Sentía como si mucho hubiera cambiado en cuestión de días. Pero allí en
el espejo era simplemente la misma Cleo que siempre vio. Cabellos de oro, ojos de
color azul verdoso que habían perdido sólo un poco del cansancio que empezó a
arrastrarse hacia ellos hace sólo un año, y recién diecisiete años.
Se apartó del espejo con un suspiro y alcanzó la silla sobre la que había tirado la
capa que había robado de un guardia Kraeshiano durante su huida de la villa
prestada por Amara. La inspeccionó a la luz brillante, buscando lágrimas, pero se
alegró de encontrarla intacta.
Hasta el día de hoy, sus únicas posesiones eran un vestido prestado, una capa
robada y un orbe de obsidiana.
Y, por supuesto, sus recuerdos.
Antes de que ella tuviera la oportunidad de considerar todo lo que había perdido
durante el último año, fue interrumpida por un gruñido muy fuerte en la boca de su
estómago.
¿Cuándo fue la última vez que había comido? Ella sinceramente no podía
recordar.
Cleo salió de su habitación y miró por el pasillo, preguntándose brevemente qué
habitación pertenecía a Magnus. Se puso la capucha de su capa cerca de su rostro,
por si alguien se acercaba a esa hora temprana que pudiera reconocerla, bajó la
escalera de madera hasta la posada para buscar el desayuno.
La primera persona que encontró en el comedor vacío era alta, con los hombros
anchos y el cabello oscuro. Llevaba una capa negra y, de espaldas a ella, miraba
por las ventanas delanteras hacia el centro del pueblo.
Magnus.
Rápidamente se acercó a él y le puso la mano en el brazo.
En lugar de Magnus, el rey Gaius se volvió hacia ella. Cleo tiró de su mano como
si hubiera sido quemada. Dio un paso inmediato detrás de él, y luego logró aplacar
su sorpresa inicial y retomar la compostura.
—Buenos días, princesa —dijo. Su cara estaba tan pálida como ayer, aún
magullada y cortada, con círculos oscuros debajo de sus ojos.
Habla, se ordenó. Di algo, así no piensa que estás aterrorizada.
Levantó una ceja oscura. —¿El gato salvaje ha perdido la lengua?
Maldición, pero se parecía tanto a Magnus en las sombras de la posada. El
mismo pensamiento le hizo estallar el estómago con disgusto.
—Ni un poco —dijo ella con calma mientras se apretaba más la capa alrededor
de los hombros. —. Pero ella te aconseja que mantengas la distancia si quieres
mantener la tuya.
—Una amenaza vacía —dijo secamente—. Qué predecible.
—Si me disculpas, voy a volver a mi habitación.
—Ciertamente podrías. —Se acercó para sentarse a la mesa más cercana, que
pronto estaría ocupada por los hambrientos clientes, y se sentó pesadamente,
gimiendo como si el movimiento le causara dolor. —O tal vez este es un buen
momento para hablar.
—No hay tiempo que sea bueno para eso.
El rey se recostó en su silla y la miró en silencio por un momento.
—Fue Emilia quien fue bendecida con la belleza particular de su madre. Pero tú...
ciertamente heredaste su fuego.
El oír a esta serpiente mencionar a su madre volvió a girar su estómago.
—Nunca contestaste a mi pregunta de antes. ¿Cómo conoces a mi madre? ¿Por
qué estuvo su nombre en tus labios mientras agonizabas?
Sus labios se diluyeron en una mueca.
—Fue un error, decir su nombre.
—Todavía estás evitando la pregunta.
—Creo que esta debe ser la conversación más larga que tú y yo hemos tenido,
princesa.
—Dime la verdad —le espetó—. ¿O eso es incluso posible para ti?
—Ah, curiosidad. Es una bestia peligrosa que te llevará por callejones oscuros a
un destino incierto —escudriñó su rostro, con expresión afectada—. Elena y yo
fuimos amigos una vez.
Cleo se echó a reír, sorprendiéndose ante el agudo sonido de aquello.
—¿Amigos?
—¿No me crees?
—No creo que tengas amigos, y mucho menos que mi madre fue una de ellos.
—Era un momento diferente, antes de que yo fuera rey y ella fuera reina. A veces
se siente como un millón de años atrás.
—No creo que fueras amigo de mi madre.
—No importa si me crees o no. Todo terminó hace mucho tiempo.
Cleo se apartó de él, disgustada de que incluso pudiera intentar hacer tal
afirmación. Su madre nunca hubiera elegido pasar tiempo con alguien tan vil como
Gaius Damora.
—Ahora me toca hacerte una pregunta, princesa —dijo, poniéndose de pie y
colocándose entre Cleo y la escalera.
Se volvió lentamente para darle la mirada más altiva posible.
—¿Qué?
—¿Qué quieres con mi hijo? —dijo, enunciando cada palabra.
Ella lo miró fijamente.
—¿Disculpe?
—Me escuchaste. ¿Está planeando continuar usando a Magnus para tu propio
beneficio? Si es así, entonces bravo. Has hecho un trabajo extremadamente bueno
volviéndolo en contra mío. Sus muchas debilidades han sido una decepción para
mí, pero esto... —sacudió la cabeza— ¿Tienes alguna real idea de todo lo que ha
abandonado por ti?
—Tú no sabes nada al respecto.
Gaius se burló.
—Sé que no hace mucho tiempo mi hijo aspiraba a ser un líder, dispuesto a hacer
lo que sea para cumplir un día con su gran potencial. No soy ciego. Vi con qué
rapidez su cabeza se dio vuelta por tu belleza. Pero la belleza es fugaz, y el poder
es para siempre. Este sacrificio, las elecciones que ha hecho últimamente en torno
al tema de ti... no entiendo su razonamiento. No realmente.
—Entonces tal vez estas ciego.
—Él no ve todo lo que está en juego. Sólo ve lo que está pasando en el momento,
ante sus ojos. Pero tú sí, ¿verdad? Sabes cómo quieres que tu vida sea en diez,
veinte, cincuenta años a partir de ahora. Nunca has renunciado al deseo de
recuperar tu trono. Admito que subestimé tu impulso, que fue un grave error.
—¿Por qué no querría reclamar lo que es legítimamente mío?
—Ten cuidado, princesa —dijo.
—Esta no es la primera vez que me has dicho eso. Esta vez, no puedo decir si lo
quieres decir como una advertencia o una amenaza.
—Es una advertencia.
—¿Como la advertencia sobre la maldición que me pasó mi madre?
—Sí. Justo así. ¿No lo crees? —Se inclinó más cerca— Mira en mis ojos y dime
si estoy mintiendo sobre algo tan importante como esto. Tu madre fue maldecida
por una bruja odiosa y ella murió dándote a luz a causa de esa maldición.
Cleo se tomó un momento para estudiar al rey que hablaba mentiras tan
fácilmente. Si él fuera alguien más, alguien en absoluto, ella estaría preocupada por
su salud. Incluso durante su breve y desagradable conversación, su rostro se había
vuelto más pálido, su voz más seca y rasposa. Sus anchos hombros estaban ahora
encorvados.
Celebró su declive y celebraría su muerte. Si esperaba algo más de ella, estaría
muy decepcionado.
Pero sus ojos, claros, firmes, crueles, no sostuvieron ningún engaño que pudiera
ver.
—Puedes ver la verdad —dijo, con voz ronca—. Elena también podía, demasiado
a menudo, cuando se me ocurría. Me conocía mejor que nadie.
—No mereces a pronunciar su nombre.
—Es una gran acusación, princesa, sobre todo teniendo en cuenta que fuiste tú
quien la asesinó.
Los ojos de Cleo comenzaron a doler mientras el peso de la culpa que siempre
había llevado consigo, que su vida tuvo el precio de la muerte de su madre, se
levantó en su pecho y la aplastó.
—Si lo que dices es verdad, la maldición es lo que la mató.
—Ciertamente ayudó. Pero fuiste tú quien robó la vida de Elena. Tu hermana no
tuvo éxito, pero tú sí.
Cada palabra parecía un golpe.
—Basta de esto. No me quedaré aquí un momento más y dejaré que me insultes,
me intimides y me mientas. Escúchame muy claramente: Si intentas hacerme daño
a mí o a Magnus de nuevo, te prometo que te mataré yo misma.
Con eso, Cleo se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras, sin importarle si
tenía que esperar otra eternidad para desayunar. Ella se negó a estar en la
venenosa presencia del Rey de Sangre por un momento más.
—Y tú escúchame, princesa —la voz de Gaius la siguió como un olor rancio—.
¿Este amor que crees sentir por mi hijo? Llegará el día en que tendrás que elegir
entre Magnus y el poder. Y sé, sin lugar a dudas, que elegirás el poder.
CAPÍTULO 6 JONAS
EL MAR DE PLATA
En el tercer día en el mar, Jonas se paró con Nic en la proa del barco del Rey de
Sangre, sus velas negras y rojas capturando el viento que los devolvería a Mytica
en cuatro días más. Olivia, en forma de halcón, le vigilaba desde lo alto como lo
hacía la mayor parte del día, con sus grandes alas doradas extendidas mientras se
elevaba. Deseaba poder convertirse en un halcón para poder ser mucho más rápido
en su regreso. La vida a bordo de un barco no era para él; el constante movimiento
de balanceo bajo sus pies era desorientador y hacía que su estómago se revolviera.
Aunque, tenía que admitir, estaba mejor que algunos. Félix colgaba sobre la
barandilla a su derecha, su cara un feo tono de verde
—No estaba bromeando sobre su mareo —dijo Nic.
—No, ciertamente no lo estaba —respondió Jonas.
—Me siento mal por él.
—Él sobrevivirá.
—Aterrador asesino, ¿dijiste? ¿No cazó recompensas para el rey Gaius?
—Así es. Antiguo temible asesino del rey Gaius. Actualmente luchando la buena
pelea mientras se embarca en un largo y arduo camino hacia la redención. Y
también en la actualidad, entregando su desayuno al Mar como una ofrenda a
cualquier pez que preste asistencia.
—Puedo oírte, ya sabes —continuó Félix mientras se aferraba a la barandilla del
borde del barco.
Jonas trató de reprimir una sonrisa, la primera que había sentido en su rostro en
años.
—Sí, lo sabemos.
—Esto no es gracioso —gruñó Félix.
—No me estoy riendo. De todas formas, no en voz alta.
Félix dijo algo ininteligible pero inconfundiblemente desagradable bajo su
respiración, y luego gruñó.
—¿Puede alguien por favor matarme y sacarme de esta miseria?
—Soy voluntario —dijo Taran mientras descendía del nido de cuervos. Había
insistido en subir allí, desplazando a un miembro de la tripulación, para vigilar la
aparición de cualquier buque Kraeshiano.
—Cállate —gruñó Félix. Entonces su rostro se tensó, y se arrojó contra la
barandilla para volver a vomitar.
Jonas hizo una mueca.
—¿Puedo hacer algo para ayudar?
—Sólo… déjame… morir.
—Bastante justo —Se apartó de su amigo enfermo para mirar a Taran mientras
recogía la espada que había dejado en el fondo del poste— ¿Qué estás planeando
ahora, puedo preguntar?
—Voy a afilar mi espada.
—Parece que has estado afilando esa hoja desde que zarpamos.
Taran lo miró.
—¿Y…?
—Debe de ser la hoja más filosa de todos los tiempos, lista para matar a los que
se lo merecen —dijo Nic, compartiendo una mirada con Taran—. Bien hecho.
Jonas suspiró y tomó a Nic por su bíceps, dirigiéndolo fuera del alcance de voz
de Taran.
—Necesitamos hablar.
Nic se apartó del agarre de Jonas.
—¿Acerca de qué?
—Tu odio a Magnus te está consumiendo, y se está convirtiendo en un problema.
Nic frunció el ceño.
—¿De verdad? Qué extraño que dijeras eso, ya que no he mencionado ese cubo
de escoria en días. Además, ¿desde cuándo te has convertido en el guardaespaldas
personal de su majestad?
El pensamiento era absurdo.
—No lo soy. Pero el príncipe me envió a Kraeshia para matar a su padre.
Estamos aliados con él.
—Tú puedes estar en alianza con ese monstruo, pero yo no —las mejillas de Nic
se sonrojaron mientras apuntaba con el dedo en la dirección de Taran—. Magnus
mató a su hermano. Tu llamada alianza no tiene nada que ver con él ni conmigo.
Jonas había oído hablar del asesinato de Theon Ranus en los últimos días y de
cómo el antiguo guardia Auraniano había estado involucrado con Cleo antes de que
Magnus lo hubiera apuñalado por la espalda.
Otra razón para que Cleo despreciara a Magnus, pensó. No había tenido idea de
esto, pero que Cleo haya perdido a alguien a quien le importara… al igual que Jonas
había perdido a Lys… sólo le hacía sentirse más cerca de ella.
Taran tenía todo el derecho de buscar venganza en el príncipe, pero no era más
que una distracción del problema más grande de Amara y el rey, de las tres orbes
de cristal mágicas encarcelando dioses elementales, y de la propia necesidad de
Jonas de vengarse del Vástago de fuego por matar a Lysandra.
—Bien —dijo Jonas, rascándose distraídamente el pecho—. Tú y Taran pueden
hacer lo que quieran en cuánto al príncipe. Pero no quiero formar parte de eso.
—De acuerdo.
Jonas escudriñó la cubierta, mirando a Taran y Félix y a unos cuantos miembros
de la tripulación, pero una persona estaba notablemente desaparecida.
—¿Dónde está ese otro príncipe del que tenemos que preocuparnos?
Nic no respondió por un momento.
—Probablemente en su camarote, en silencio y meditando, o lo que sea que los
fénix hagan para pasar su tiempo mientras están en el mar.
Con cada día que pasaba, Jonas se sentía cada vez más seguro de que permitir
el paso de Ashur a bordo de ese buque había sido un error. En el mejor de los casos,
él era simplemente el hermano mal informado de la emperatriz poderosa que había
usado y manipulado a Félix casi hasta la muerte; en el peor de los casos, estaba
completamente loco y haría que los mataran a todos.
Jonas nunca había sido muy optimista.
—¿Crees que la leyenda es verdad? —preguntó Jonas.
—No lo sé —dijo Nic, exhausto y triste en su tono—. Lo único que sé con certeza
es que lo vi morir, y ahora aquí está, vivo y a bordo del mismo barco que nosotros.
—¿Alguna vez has escuchado esa leyenda antes? ¿De alguien que ha regresado
de la muerte para ser el salvador del mundo?
Nic se encogió de hombros.
—Cuando era niño, recuerdo haber leído una historia muy parecida. Pero hay
miles de leyendas que no son ciertas.
—Los Vigías son una leyenda que es verdad —señaló Jonas.
—Sí, y es posible que este cuento del fénix sea lo mismo —notó que Jonas
todavía rascaba su pecho— ¿Tienes un sarpullido?
Jonas hizo una mueca.
—No. Supongo que este largo viaje a Mytica hace que me rasque por impaciencia
—hizo una pausa—. Escucha, conoces al príncipe Ashur mejor que cualquiera de
nosotros, ¿no?
—Bueno, lo conozco desde hace más tiempo —admitió Nic.
—Necesito saber más sobre sus planes. Si te ve como un amigo, confiará en ti.
Debes descubrir la verdad sobre porqué él no está marchando simplemente hacia
su hermana malvada y tomando su legítimo lugar como emperador.
—Puedo decirte por qué. Porque Amara trataría de matarlo de nuevo. Además…
No creo que quiera que lo interrumpan cuando está meditando.
Sólo la palabra meditar erizó los pelos de Jonas. Eso fue lo que el Caudillo
Basilius afirmó estar haciendo cuando se creía un hechicero profetizado que
salvaría al mundo.
Había estado seguro de que la creencia del caudillo tenía que ver con la profecía
de la Princesa Lucia, pero tal vez esta leyenda del fénix tenía más alcance en
Paelsia.
—Habla con Ashur —dijo Jonas—. Busca su guía. Reaviva tu amistad.
—Quieres decir que quieres que lo espíe por ti.
—Sí, exactamente.
Nic soltó un suspiro largo y tembloroso. Jonas frunció el ceño.
—A menos que haya alguna razón por la que prefieras evitarlo. ¿Hay algo que
deba saber?
—No, no —dijo Nic, tal vez un poco demasiado rápido, pensó Jonas—. Iré ahora,
a ver lo que está tramando. Puedes confiar en mí, Jonas. Lo que tenga que hacer
para asegurar la seguridad de Cleo, lo haré.
Jonas asintió con la cabeza.
—Me alegra oírlo.
Observó cómo Nic asintió y se marchó, sus pasos eran tentativos al principio pero
cada vez más decididos al desaparecer en una esquina.
—Algo está pasando con esos dos —dijo Félix, apareciendo detrás de Jonas—.
No sé lo que es, pero lo descubriré.
El olor ácido del vómito golpeó a Jonas como una bofetada, e instintivamente se
cubrió la nariz con la manga y miró a su amigo.
—Apestas —le dijo.
Félix se encogió de hombros.
—Lo siento.
—¿Quieres decir que descubrirás lo que está pasando entre Nic y Ashur?
—Sí.
—Las amistades pueden ser confusas, especialmente cuando involucran a la
realeza.
—No lo sabría. Nunca he sido amable con alguien de la realeza antes.
—¿Qué hay de Amara? —Jonas lamentó su pregunta en cuanto salió de sus
labios. Una mirada de piedra se arrastraba sobre el rostro de Félix, borrando
cualquier cosa suave o ligera—. Discúlpame. Olvídate de que la mencioné.
—Desearía poder olvidarla —un músculo en la mejilla derecha de Félix se crispó.
Se acarició el parche de su ojo mientras su ojo bueno brillaba con profunda reflexión.
Era la misma mirada inquietante y en blanco otra vez, una que Jonas había visto
varias veces en la cara de su amigo. Era la mirada de Félix justo antes de matar a
alguien.
Olivia había curado las heridas superficiales de Félix, pero algunas lesiones eran
más profundas que la piel y el hueso.
El joven que Jonas había encontrado en aquella oscura mazmorra no era el Félix
que recordaba. Cuando fue rescatado, había alivio en su mirada, pero allí también
había una profunda angustia. Y esa angustia se mantuvo hasta el día de hoy.
—Si estás preocupado que todavía tenga un punto débil por ella —dijo finalmente
Félix—, no lo estés. Estaré feliz de destrozarla con mis manos desnudas si tengo la
oportunidad.
Jonas puso su mano en el hombro de Félix.
—Tendrás tu venganza.
Félix rio sin gracia.
—Sí, ese es el plan. Si puedo atraparla, y entonces atrapar a este bastardo de
fuego también, bien… eso es todo lo que podría esperar en lo que queda de esta
patética vida mía.
—Kyan es peligroso —Jonas no había descubierto cómo lidiar exactamente con
el dios del fuego todavía. De hecho, todavía tenía que llegar a un acuerdo con la
idea de un Vástago transfigurado en carne y hueso.
—¿Sí? Yo también —Félix hizo sonar sus nudillos—. Todo lo que necesito es
unos momentos con él. Si se parece a un hombre, camina y habla como un hombre,
podría tener un corazón como un hombre que pueda arrancar de su pecho.
—Te matarán antes de que tengas la oportunidad de ponerle un dedo encima.
—Entonces estaré encantado de encontrarme con Lys en el futuro mucho antes
de lo que pensaba.
Jonas se sorprendió dejando escapar un bufido, lo que le valió una mirada aguda
y penetrante de Félix.
—Se sorprendería al saber cuánto te preocupabas por ella.
—No me preocupaba por Lys. La amaba.
—Seguro que lo hiciste —lo que le pasó a Lysandra seguía siendo una herida
abierta para él. Incluso su nombre pronunciado por alguien más le hacía
estremecerse—. Apenas la conocías.
—Sé cómo me sentí. ¿No me crees?
Jonas sabía que sería mejor no perder la compostura al entablar una discusión
sobre Lys, pero temía estar demasiado cerca del borde para controlarse.
—Si realmente la amabas, tal vez deberías haber estado allí para ayudar a
protegerla.
Félix entrecerró los ojos, haciendo que su mirada se volviera aún más
amenazadora.
—No quieres empezar esto conmigo ahora mismo.
—Puede que lo haga. Después de todo, repentinamente afirmas que estabas
enamorado de ella —Jonas lo miró fijamente durante un largo y silencioso momento,
con la frente cada vez más caliente—. Pero yo soy el que tuvo que estar allí y verla
morir.
—Sí, la viste morir. Si ella hubiera estado conmigo en lugar de ti, sé que todavía
estaría viva —Félix dio un paso amenazador más cerca, y luego Jonas vio que su
mirada quedaba en blanco como el hábil asesino que era.
Jonas no tenía miedo, sin embargo. Esta conversación rápidamente había hecho
que la indignación brotara dentro de él.
—Amor verdadero, ¿eh? ¿Estabas pensando en Lys cuando te acostaste con
Amara? ¿O fue sólo después de saber que estaba muerta?
Vio el puño de Félix sólo después de que ya se había conectado con su nariz.
Escuchó un sonido crujiente, sintió una oleada de dolor, y luego una corriente de
sangre caliente le goteó por la cara.
—¿Sabes qué es lo peor? Que Lys no me amaba, ella te amaba a ti —Félix
gruñó—, y la dejaste morir, inútil mierda.
El dolor de su nariz rota, de las acusaciones de Félix, del recuerdo de los últimos
momentos horribles de Lys golpeó a Jonas como una bala de cañón en su
estómago. En lugar de caer de rodillas frente a este dolor, apretó los puños y lanzó
una mirada de odio a su acusador por hacer todo más doloroso de lo que ya era.
De repente, sin que Jonas hiciera un solo movimiento, Félix jadeó. Su mirada
presuntuosa se desvaneció, y luego, como si un gigante invisible lo hubiera sacado
de la cubierta de madera del barco y lo hubiera lanzado como una muñeca de trapo,
voló veinte pasos hacia atrás. Félix tuvo que agarrarse a la barandilla para evitar
caerse del lado de la nave y al mar.
—¿Qué diablos… ? —gritó la voz de Taran detrás de Jonas—. ¿Qué acaba de
suceder?
Jonas no pudo encontrar las palabras para responder. Sólo podía mirar sus
puños apretados. En la débil luz del atardecer, se dio cuenta con incredulidad atónita
de que estaban brillando.
Se volvió hacia Taran con los ojos muy abiertos. Taran, con la espada apoyada
a su lado, miró fijamente a Félix.
No había notado los puños brillantes de Jonas.
Félix se levantó con cautela de la cubierta, su atención fija en Jonas, mil
preguntas tácitas abrigadas dentro de su confusa expresión.
Sin pronunciar otra palabra, Jonas se volvió y corrió hacia su cabina, tropezando
con sus propios pies hasta llegar allí. Abrió la puerta y se dirigió inmediatamente al
espejo empañado de la esquina, junto a la pequeña portilla.
Sus manos, aunque ya no brillaban, temblaban violentamente.
El pecho de Jonas ardía y se agitaba, sintiéndose como si hubiera un enjambre
de gusanos tratando de penetrar directamente en su corazón. Agarró su camisa y
la abrió, sin molestarse en desabrocharla primero, para exponer a las criaturas que
lo atormentaban.
Pero no estaban allí.
En cambio, había una marca. Una marca que no había estado allí hasta ahora.
Un remolino negro, del tamaño de un puño de hombre, en el centro de su pecho.
La marca de un Vigía.
El agudo sonido de un jadeo apartó su atención de su reflejo y de la puerta
abierta.
Allí estaba Olivia, ahora en forma mortal y envuelta en un manto gris oscuro.
—¿Qué me pasa, Olivia? —se las arregló para decir.
Los ojos verde oliva de Olivia eran anchos y brillantes mientras su mirada se
movía desde su pecho desnudo hasta su rostro.
—Oh, Jonas —susurró ella—. Timotheus tenía razón.
—¿Qué es esta marca en mí?
Ella respiró con dificultad, luego cerró los ojos con una calma forzada. Levantó
ligeramente la barbilla y lo miró directamente a los ojos.
—Lo siento.
Estuvo a punto de decir ¿Por qué?, cuando la imagen de Olivia se hizo borrosa
y oscureció en los bordes.
Jonas no recordaba haber caído, pero sintió el suelo rugoso contra su cara por
un breve instante antes de que la inconsciencia lo reclamara.
CAPÍTULO 7 LUCIA
EL SANTUARIO
—Dime, padre —dijo Magnus, sujetando las riendas de su caballo con las manos
enguantadas—, ¿has encerrado a mi abuela en un bloque de hielo? ¿Es allí donde
ha estado todos estos años?
El rey no respondió a esto, como Magnus esperaba de él. Había permanecido en
silencio durante el medio día que habían estado viajando. Le habían comprado cinco
caballos al posadero antes de irse esa mañana, y montaron en fila única, con el rey
y Milo al frente, Magnus al medio, y Enzo y Cleo en la retaguardia.
Prefería montar delante de la princesa. Sin ella constantemente a la vista, podía
pensar sin distracción. Hasta el momento, Magnus podía decir que viajaban hacia
el este, pero no tenía ni idea de su destino final.
Se preguntaba si los cuatro hombres detrás de ellos lo sabrían.
Cuando el rey exigió un descanso cerca de un rio, Enzo y Milo se pusieron a
trabajar construyendo una pequeña fogata. Magnus se deslizó de su caballo y se
acercó a su padre. Le preocupó que el hombre se viera aún peor que cuando
partieron, su rostro tan blanco como la nieve en la que se encontraban, tan pálido
que podía ver las venas azules y moradas debajo de su piel.
—Amara tiene soldados que nos siguen —dijo
—Lo sé —replicó el rey.
—¿Planeas hacer algo al respecto? Imagino que a tu nueva esposa no le
agradará saber que mentiste sobre la razón de este viaje.
—Estoy seguro de que mi nueva esposa se sorprendería si no lo hubiera hecho
—el rey asintió hacia Enzo y Milo—. Encárguense de ellos.
Los guardias asintieron, montaron sus caballos, y galoparon sin perder tiempo.
Magnus sabía perfectamente lo que significaba encargarse de ellos, y no se
oponía.
—¿Cuánto más estaremos viajando? —preguntó.
—Vamos hacia los Reaches —respondió el rey.
Los ojos de Magnus se abrieron.
—¿Los Reaches? Parece que mi teoría del bloque de hielo no estaba tan errada
después de todo.
Los Reaches eran una extensión de tierra cerca de la Costa de Granito, que
consistía mayormente en páramos congelados y valles helados. Era el lugar más
frío de todo Limeros. El hielo ahí nunca se derretía, ni siquiera cuando los que
estaban en el oeste experimentaban una breve temporada templada que
consideraban verano. Había solamente una aldea situada en los Reaches, y
Magnus asumió que ese pequeño pueblito congelado debía ser donde Selia Damora
había sido mantenida todo este tiempo.
El rey no reveló más información. Dio la espalda a Magnus y se fue al rio para
llenar su cantimplora de agua. Magnus se acercó a Cleo, que tenía su capa forrada
de piel fuertemente apretada contra su cara.
—¿Cómo soportas esta temperatura durante tanto tiempo? —le preguntó.
Apenas notaba el frío que hacía.
—Debe ser por mi helado corazón.
—Pensé que se había derretido un poco en los bordes.
—Oh, no —Magnus no pudo evitar sonreír—. Todos los Limerianos tenemos
corazones congelados. Nos convertimos en charcos en lugares como Auranos, con
su incesante calor.
—Me estás haciendo extrañar a Auranos. Amo el calor de allí. Y los árboles, las
flores… flores por todas partes. Y el jardín del palacio… —su voz se apagó y
Magnus pudo ver la nostalgia en sus ojos. Se sentó en un tronco caído y se quitó
los guantes para calentar las manos al fuego. Magnus se sentó a su lado,
manteniendo a su padre a la vista.
—Hay jardines en Limeros —dijo.
Ella sacudió su cabeza.
—No es lo mismo. Ni de cerca.
—Cierto. ¿Tienes sed? —le ofreció a Cleo su cantimplora con agua.
Ella lo contempló cautelosamente.
—¿Eso tiene agua o vino?
—Lamentablemente, sólo agua.
—Eso es muy malo. Podría usar un poco de vino para calentarme.
—No podría estar más de acuerdo.
Sus dedos enguantados rozaron los de Cleo mientras tomaba el pellejo. Tomó
un largo sorbo y se lo devolvió.
—Enzo y Milo han ido a matar a los hombres que nos siguen ¿verdad?
—Si. ¿Eso te molesta?
—Creo que me has confundido con la chica que era hace más de un año, la que
se habría estremecido al enterarse de tal violencia.
Él levanto sus cejas.
—¿Y ahora?
—No más estremecimientos. Sólo tiritaré.
Tenía la necesidad de poner su brazo alrededor de ella para ayudarla a
mantenerse caliente, en cambio mantuvo su atención en el fuego delante de ellos.
—No te preocupes, pronto regresaremos a nuestros caballos, y nos dirigiremos
hacia los aún más fríos Reaches —tomó un palo y avivó el pequeño fuego con él.
—¿Cuánto tardaremos en llegar hasta allí?
—Un día. Dos a lo sumo, siempre y cuando mi padre no se deje caer de su
caballo.
—No me importaría presenciar eso.
Él sonrió ante la imagen.
—A mí tampoco.
—¿Qué sabes de tu abuela? Sé que no la has visto en muchos años, pero ¿te
acuerdas de algo que pudiera ser útil?
Trató de pensar en su infancia, que no fue un momento que disfrutara de su vida.
—No tenía más de cinco o seis años cuando supuse que había muerto… fue justo
después de haber enterrado a mi abuelo. Ni siquiera puedo recordar a nadie que
me lo dijera directamente, pero cuando la gente desaparecía de repente, descubrí
que por lo general significaba que estaban muertos. Recuerdo a una mujer con el
pelo negro y una línea blanca aquí… —acarició un mechón de pelo de Cleo que
cayó sobre su frente, deseando no estar usando guantes de cuero para poder
tocarla— Y recuerdo que siempre llevaba un colgante plateado de serpientes
enredadas.
—Encantador.
—Realmente me gustaba.
—Seguro que lo hacía —sonrió, pero esa sonrisa desapareció rápidamente—
¿Crees que tu padre tiene al Vástago de aire dentro de él justo ahora?
El rey estaba agazapado junto al rio, con la cabeza baja, como si no tuviera
fuerzas para sostenerla. Magnus observó esta frágil versión del hombre al que había
temido toda su vida.
—Probablemente no. Probablemente lo escondió en algún lugar antes de irnos
—inclinó su cabeza, reconsiderando la pregunta—. Pero entonces, tendría miedo
de que alguien lo encontrara, así que es muy probable que lo escondiera en su
persona.
—Entonces, estás diciendo que no tienes ni idea.
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo —bufó suavemente—. Sin embargo,
tú tienes tu Vástago.
Le tendió la mano para mostrarle el orbe de obsidiana.
—Nos salvó la vida —dijo, mirando el cristal negro—. Sabemos que funciona,
hemos sido testigos de que causó dos terremotos. Pero necesito más. Necesitamos
más.
—Tendremos más —le aseguró—. Mi padre no haría todo el camino hasta aquí
si no pensara que mi abuela puede ser de ayuda. Y yo no haría todo el camino hasta
aquí si no pensara que sería de ayuda para romper la odiosa maldición que pesa
sobre ti.
Su expresión se ensombreció ante el recordatorio.
—Ya veremos. Claramente, es posible desenganchar la magia si Lucia está
involucrada. Ayudó a Kyan a aprovechar el poder del Vástago de fuego.
La idea de ello le causó un dolor casi físico.
—Quizás. Pero no lo sabemos con seguridad.
—No puedo pensar en otra razón por la que sea capaz de hacer magia como
esa.
—Si es así, entonces ella podría hacer lo mismo por nosotros —dijo él.
—Temo que seas esperanzadoramente optimista en lo que respecta a tu
hermana.
Magnus tragó saliva.
—Me temo que tienes razón, pero eso no significa que me equivoque.
No pasó mucho tiempo antes de que Enzo y Milo volvieran, asintiendo con la
cabeza al rey de que estaba hecho.
Lentamente, y con la ayuda de Milo, el rey Gaius volvió a su caballo, y
continuaron.
Resultaron ser tres días de viaje, que incluyeron paradas frecuentes para que el
rey pudiera descansar, llevándolos a través de pequeños pueblos cubiertos de nieve
y ciudades incrustadas de hielo. Amara todavía no tenía soldados que patrullaran
este lejano oriente, así que no tuvieron que tratar de evitar ser vistos por aquellos
que pudieran avisarle a la emperatriz que el rey Gaius ahora viajaba con Magnus y
Cleo a su lado.
Justo cuando Magnus estaba dispuesto a exigir más respuestas de su padre, que
estaba seguro no recibiría, se encontraron con una aldea de los Reaches llamada
Scalia. No parecía diferente de las otras por las que habían pasado, pero Magnus
sintió que algo había cambiado. Su padre ahora cabalgaba con los hombros rectos
en vez de caídos.
Siguieron al rey mientras los llevaba a lo largo de una hilera de cabañas de
piedra, cada una idéntica a la siguiente.
El humo se elevaba desde cada chimenea, tan grueso en el aire helado que
parecían bocanadas de algodón.
El rey bajó de su caballo, luego miró a Magnus.
—Ven conmigo.
—Perece que hemos llegado —le dijo Magnus a Cleo.
—Al fin —contestó ella. A pesar de su tono seco, pudo ver la esperanza en sus
ojos.
Siguieron al rey cuando se acercó a la puerta de la segunda casa a la izquierda.
Se detuvo momento, enderezando la columna vertebral. Magnus se sorprendió al
ver tal vacilación en su padre, finalmente, Gaius respiró profundamente, levantó el
puño y golpeó tres veces la superficie de la puerta.
Tomó varios largos segundos antes de que la puerta crujiera hacia dentro y una
mujer los mirara. Sus ojos se abrieron de inmediato.
—Gaius —dijo, con voz apenas audible.
Era ella, la abuela de Magnus. Se veía diferente, más vieja, por supuesto. Su
cabello negro se había vuelto gris oscuro, pero la raya blanca en la parte delantera
se mantenía.
—Madre —respondió Gaius, su tono vació de toda emoción.
Su mirada pasó por delante del rey hacia Magnus y Cleo.
—Esto es una sorpresa.
—Estoy seguro —dijo el rey.
La mirada de Selia se volvió hacia el rey.
—Gaius, querido, ¿qué te ha pasado? —Antes de que pudiera responder, abrió
la puerta—. Entren, por favor. Todos ustedes.
El rey hizo un gesto para que Milo y Enzo permanecieran fuera y alerta, luego él,
Magnus y Cleo entraron en la casita.
—Siéntense, por favor —Selia señaló unos modestos asientos alrededor de una
pequeña mesa de madera—. Y dime por qué te ves tan desesperadamente mal.
El rey se sentó rígidamente sobre una de las sillas.
—Primero, en caso de que no lo hayas reconocido, éste es tu nieto.
—Magnus —dijo, asintiendo con la cabeza—. Por supuesto, te reconocería en
cualquier lugar. Apenas si has cambiado —sus cejas se juntaron mientras le daba
palmaditas en la mejilla, su mirada permaneció en su cicatriz.
—Créeme, he cambiado bastante —dijo él—. Ella es la Princesa de Auranos,
Cleonia Bellos, mi… esposa. —por primera vez desde su matrimonio forzado, la
palabra no tenía el sabor de la amargura ni del resentimiento.
—Cleonia Bellos —la mirada de la mujer se dirigió lentamente hacia la princesa—
. La hija más joven de Elena y Corvin.
—Si —siseó el rey.
Selia levantó una ceja.
—¿No has tomado el nombre de Damora en tu matrimonio con mi nieto?
—No. Elegí seguir honrando el nombre de mi familia —respondió Cleo—. Ya que
soy la última de los Bellos.
—Supongo que eso es comprensible —la atención de Selia volvió al rey—. Ahora,
dime cómo llegaste a estar en tan mala forma, hijo mío. Supongo que esta es la
razón de esta visita tan largamente esperada.
Magnus no oyó ninguna acusación en su tono, sólo preocupación.
—Una de las razones, si —admitió el rey. Y luego le contó a la mujer acerca de
su caída desde el acantilado, sin dar detalles específicos sobre las razones de la
caída.
Selia casi se derrumbó en una silla cuando el rey terminó.
—Entonces hay muy poco tiempo. Temí que esto sucediera un día, y sólo podía
orar a la diosa que vinieras a buscarme cuando pasara.
—¿Sabes qué hacer? —preguntó el rey.
—Eso creo. Sólo espero que pueda hacerse a tiempo.
—¿Por qué estás aquí? —Magnus finalmente puso sus pensamientos en
palabras—¿Por qué desapareciste hace tantos años sólo para… vivir aquí, en
Scalia, uno de los lugares más indeseables de todo Limeros?
Ella lo miró con curiosidad.
—¿Tu padre no te lo dijo?
—No. Pero para ser sincero, mi padre no me dice mucho. Pensé que habías
muerto —apretó sus dientes, enojado de nuevo de este secreto que le habían
ocultado durante trece años—. Pero claramente no estás muerta.
—No, no estoy muerta —aceptó—. Estoy exiliada.
Magnus lanzó una mirada al rey.
—¿Por qué razón?
—Fue su elección —respondió el rey débilmente—. Había personas en el consejo
real que exigían su ejecución, los mismos que hasta el día de hoy creen que su
ejecución se llevó a cabo en privado. En cambio, tu abuela vino a vivir aquí. Y aquí
ha permanecido todos estos años sin que nadie en este pueblo, o en el palacio, lo
sepan.
—¿Por qué alguien demandaría su ejecución? —preguntó Magnus,
compartiendo una mirada de confusión con Cleo.
—Porque —comenzó Selia débilmente— confesé que envenenaba a mi esposo.
Magnus sacudió su cabeza, confundido.
—Pero vi a mi padre envenenarlo.
—¿Lo hiciste? —Ella lo miró con interés— Entonces, viste el veneno que le
entregué. Gaius no podía asumir la culpa y el trono, así que hice todo más fácil para
que él pudiera gobernar, mucho mejor de lo que Davidus jamás lo haría —ño dijo
de una forma tan simple, como si estuviera hablando del clima—. No ha sido tan
horrible, en realidad. Este pueblo a veces es insoportablemente frío, pero es
bastante agradable la mayoría de los días. Tengo amigos aquí, que me han ayudado
a pasar el tiempo desde la última visita de mi hijo. ¿Cuándo fue Gaius… hace cinco
años?
—Seis —respondió Gaius.
—Sabina me ha visitado dos veces desde entonces.
—Eras su mentora. No me sorprende.
Cleo permaneció en silencio, pero Magnus sabía que estaba archivando la
información en su hermosa cabeza rubia.
—No hay más tiempo para hablar —Selia se levantó de su silla—. Tenemos que
irnos inmediatamente a la cuidad de Basilia.
—¿Qué? —Magnus lanzó una mirada a su padre—Eso está al oeste de Paelsia.
El rey también pareció sorprendido por esto.
—Es un largo viaje. Y acabamos de llegar aquí.
—Sí, y ahora tenemos que marcharnos. Tengo un amigo en esa ciudad que
puede proveer la magia que necesito para ayudarte antes de que sea demasiado
tarde.
—Lo que necesito más que eso, madre, es tu magia para poder encontrar a Lucia.
Ha desaparecido justo cuando más la necesito.
—Así que la profecía era verdad —susurró Selia—. ¿Y me lo dices ahora? Podría
haberla ayudado como a Sabina.
—Elegí usar tutores que no supieran nada de la profecía.
Ella no dijo nada por un momento, luego asintió bruscamente.
—Hiciste bien en ser cuidadoso con ella. Sin embargo, encontrar su ubicación
actual será un desafío. Después de todos estos años ocultando mi magia, se ha
desvanecido hasta un punto que es inútil para mí. La solución para esto también
está en Basilia. Vamos a ir allí y conseguiremos lo que necesitamos para los
próximos pasos de nuestro plan —tomó las manos del rey entre las suyas,
sonriendo—. Por fin, todo se está uniendo. Pero necesito que te recuperes.
—Nunca supe que fueras una bruja —dijo Magnus, prefiriendo permanecer en
silencio la mayor parte del tiempo hasta ahora, viendo y escuchando.
Selia lo miró.
—Le dije a muy pocos ese secreto.
—¿Y sientes que puedes restaurar tu elementia?
Ella asintió.
—No he tenido la necesidad de hacerlo durante años, sino para encontrar a mi
nieta, para adquirir la magia necesaria para curar a mi hijo… valdrá la pena.
—Mi padre me habló recientemente de una maldición… —miró a Cleo, cuya
expresión estaba era sombría.
Selia abrió mucho los ojos.
—Si, por supuesto. La trágica maldición en Elena Bellos. Lo siento mucho,
Cleonia, por tu pérdida.
Cleo asintió con la cabeza.
—Yo también. Desearía haber conocido a mi madre.
—Por supuesto. A pesar de que mi magia está débil, puedo sentir esa poderosa
maldición alrededor tuyo cuando me concentro. No te diré que será fácil, pero te
prometo hacer todo lo que este en mi poder para romperla cuando mi magia este lo
suficientemente fuerte.
El nudo en el pecho de Magnus finalmente se soltó un poco.
—Bien.
Vio alivio en los ojos de Cleo mientras asentía.
—Gracias —dijo ella.
—¿Qué es esa magia en Basilia que podría ayudarme? —preguntó Gaius
mientras Selia cogía una bolsa de lona y empezaba a meter algunas de sus
pertenencias en ella.
—Magia que una vez perteneció a los mismos inmortales —le dijo—. Un objeto
de gran poder que muy pocos conocen.
—¿Y qué objeto es ese? —preguntó Magnus.
—Se llama Piedra de Sangre. La encontraremos juntos, y cuando lo hagamos
estoy segura de que regresará a tu padre completamente a su antigua grandeza.
—Eso suena a un tesoro muy valioso —dijo el rey—. Uno que nunca habías
mencionado antes.
—No te he contado todo lo que sé, Gaius.
—No. Estoy seguro de que no lo has hecho.
Sus voces se convirtieron en ecos lejanos mientras Magnus consideraba la
existencia de esta Piedra de Sangre… otra roca imbuida de gran poder y magia que
supuestamente podría sanar incluso a alguien que ya parecía haber estado muerto
y enterrado.
Olvídate de tu padre, pensó Magnus. Esa era magia que quería para sí mismo.
CAPÍTULO 9 AMARA
LIMEROS
Lucia aprendió que la torre donde Timotheus vivía era conocida como Palacio de
Cristal. Durante un tiempo había albergado a seis ancianos originales. Ahora, él era
el único que quedaba.
—Debe ser solitario —murmuró Lucia, un poco para sí misma— estar aquí solo
con la carga de todos estos secretos.
—Lo es —contestó él, pero cuando Lucia levantó la mirada para encontrarse con
la suya, él ya estaba mirando para otro lado—. Quisiera ver la recámara de Melenia.
—¿Por qué?
—Porqué… —ella pensó sobre cómo racionalizar la necesidad de ver dónde su
enemiga, la mujer que había planeado su muerte, incluso antes que ella naciera,
había transcurrido su existencia— sólo necesito verla.
Ella pensó que él discutiría, pero en cambio asintió.
—Muy bien. Sígueme.
Timotheus la guio a través de un largo corredor con puertas que se abrían por si
solas mientras ellos se acercaban y se cerraban suavemente detrás de él mientras
continuaban por el pasillo. Lucia trazó las paredes blancas con sus dedos. Podía
sentir los ojos de Timotheus sobre ella mientras caminaban.
—Tienes preguntas, muchas preguntas —dijo él.
—Una vida entera de ellas —concordó ella.
—No puedo decirte todo, Lucia. Aunque es verdad que diste un paso hacia la
amistad hoy…
—Aún no confías en mí —Lo cortó—. Lo sé.
—No es eso. No totalmente, de todas maneras. Tantos secretos han muerto con
los otros ancianos, y ahora que soy el único que queda, esos secretos son una de
las pocas armas que tengo para protegerme.
—Lo entiendo —le dijo—. Realmente lo hago.
Él le frunció el ceño.
—¿Cómo has hecho para madurar tanto en tan poco tiempo?
Ella casi se rió.
—No estés tan confundido por eso.
—La nueva vida creciendo dentro de ti debe haber hecho toda la diferencia,
ayudándote a cambiar el comportamiento infantil y malcriado y los berrinches, de
los que estoy acostumbrado contigo.
—Timotheus, tantos halagos. Se me subirán a la cabeza.
Él dejó salir una suave risa mientras se acercaban a un conjunto de puertas
doradas resplandecientes. Timotheus las abrió para revelar la recámara de Melenia.
Lucia miró boquiabierta la enorme habitación, la cual era del mismo tamaño que
aquella en la que se había encontrado con Timotheus. Pero esa habitación estaba
completamente desprovista de cualquier toque personal. Esta era exactamente lo
contrario.
Se sintió como entrar dentro de la recámara de una habitación en el más exquisito
palacio. Había un majestuoso espacio en el centro de la habitación con sofás de un
suave terciopelo blanco. Por encima, un candelabro de cristal brillaba, atrapando la
corriente de luz entrante desde las ventanas que revestían la habitación del suelo
al techo. Lucia miró hacia abajo mientras caminaba, asimilando el intrincado suelo
hecho de plata con incrustaciones de joyas.
Había flores de cada color imaginable, frescas como si hubiesen sido recogidas
ese día. Se asomaban desde una docena de largos jarros colocados encima de
mesas de vidrio a través de la habitación.
Lucia caminó a través de toda esa magnificencia hasta la pared alejada. Estaba
revestida con un patrón ajedrezado de plata y cristal. Grabados en los mosaicos de
cristal estaban los símbolos de los elementos: una simple espiral para el aire, un
triángulo para el fuego, un círculo dentro de otro para la tierra, y dos ondeadas líneas
paralelas para el agua.
—Un santuario —Explicó Timotheus—. Muchos inmortales tienen uno en sus
hogares, así pueden rezarle a los elementos.
—He oído que muchos brujos antiguos hacen lo mismo —murmuró Lucia,
pasando la punta de sus dedos sobre el símbolo del fuego.
—No exactamente lo mismo —dijo él—. Pero similar.
—Melenia le rezaba a Kyan aquí, queriendo que él regresara a ella.
—Estoy seguro que lo hacía.
—Y él fue capaz de hablar con ella, en su mente, diciéndole mentiras.
Prometiéndole que estarían juntos una vez fuera liberado si ella lo ayudaba —
Timotheus no respondió. No tuvo que hacerlo—. Odio sentir incluso un poco de
pena por ella ahora que sé cómo Kyan la manipuló. Era mucho más fácil odiarla
simplemente.
—No sientas pena por Melenia. Ella pudo haber peleado más contra él.
—¿Cómo sabes eso? Quizás ella lo intentó y falló.
—Quizás —él reconoció.
Lucia tocó los otros símbolos.
—¿Los otros tres Vástago han sido liberados alguna vez?
—No que yo sepa. No en una forma física, de todas maneras.
¿Había sabido Alexius algo de esto? Se preguntó. Él debió haber venido aquí
para encontrarse con Melenia. Aquí era donde la hermosa antigua le había dicho lo
que debía hacer. Había sido corrompido con sus palabras y su magia en este mismo
lugar. Sin embargo, Alexius había luchado hasta el final.
Lucia quería creer que él había luchado desde el principio.
—Me dijiste que Alexius fue tu amigo —dijo ella.
—Como familia para mí.
—No he dicho esto antes, pero lamento mucho tu pérdida.
—Y yo lamento la tuya.
Se tragó el bulto en su garganta, e intentó concentrarse en otra cosa. Posó una
mano en su vientre.
—He estado pensando en cómo nombrar al bebe, y me está costando encontrar
algo que quede bien. Quiero escoger algo fuerte, algo que valga. Un nombre que
mi hijo o hija llegue a apreciar a medida que crezca.
—Tienes mucho tiempo para decidir.
—Sí, supongo que lo tengo —Lucia levantó ausentemente un pequeño cofre
dorado, sentándose en la mesa de vidrio más cercana. Era del tamaño de un
alhajero que Lucia había encontrado en la alcoba del palacio Auraniano de la
Princesa Cleo. Levantó la tapa para ver una reluciente daga dorada descansando
dentro. La levantó y estudió su filo.
—¿Es esto lo que Melenia usó para tallar el hechizo de obediencia en él? —
preguntó, sin aliento.
En un movimiento suave, Timotheus quitó la daga de sus manos, la devolvió al
cofre y cerró la tapa.
—Lo es —dijo, mirando a la caja con un ceño fruncido—. Si la destruyo, me
preocupa que libere la magia oscura que se encuentra atrapada dentro. Debería
ponerla en otro sitio, un lugar donde nadie sea capaz de encontrarla otra vez. Los
mundos estarán más seguros de esta manera. —Hizo una pausa— ¿Terminaste de
husmear? Te lo aseguro, no hay nada aquí más que desagradables memorias y
lamentos. Yo debería saberlo más que nadie.
Lucia exhaló temblando y asintió.
—He terminado.
—Entonces haré que Mia te muestre la ciudad. Después de mi inesperado
anuncio, mis compañeros inmortales querrán verte nuevamente antes que debas
regresar a tu hogar.
Como por arte de magia, y Lucia no tenía razones para creer que fuera por otra
cosa, Mia estaba la estaba esperando en la base de la torre. Ella ya sabía lo que
Timotheus había sugerido. Mia parecía nerviosa. A pesar de los siglos o milenios
de edad que tendría, parecía más joven que Lucia misma. Lucia le brindó una cálida
sonrisa.
Mia se la devolvió, y tomándola del brazo, la acompañó afuera.
Mientras la presión de encontrar a Kyan cuando regresara a Mytica se instalaba
en su mente, Lucia estaba curiosa por conocer más acerca de esa ciudad y sus
ocupantes, incluyendo lo que los inmortales hacían para matar el tiempo.
Asimiló la vista a su alrededor mientras caminaban. Un par de docenas de Vigías
estaban agachados en el suelo. Trabajaban esmeradamente, creando una extensa
obra de arte directamente sobre la plaza espejada de la ciudad, al colocar pequeños
fragmentos de cristal coloridos en complicados patrones.
—Esta pieza representa al aire, finalmente la han terminado —dijo Mia, llevando
a Lucia a la cima de un edificio cercano para que pudieran apreciar la obra desde
arriba— ¿No es encantadora?
—Mucho —Lucia acordó. El diseño eran espirales detalladas en muchos tonos
diferentes de azul y blanco, y le recordó a Lucia un hermoso mosaico que había
visto en la pared de la biblioteca del palacio Auraniano. Sólo que este era diez veces
su tamaño y le debía haber llevado a los artistas meses producirlo.
Los artistas dieron un paso atrás, sonriendo entre sí y limpiando el sudor de sus
frentes.
Entonces, para la sorpresa de Lucia, cada uno tomó una escoba de mango
dorado y comenzaron a barrer las esquirlas del cristal, destruyendo su increíble
trabajo.
—¿Qué están haciendo? —exclamó.
Mia la miró con el ceño fruncido.
—Limpiando el lugar para poder comenzar nuevamente, por supuesto.
—¡Qué desperdicio de una hermosa obra de arte!
—No, no. Así es como debe ser. Enseña que todo lo que existe debe algún día
cambiar, pero lo que es destruido puede ser creado nuevamente con paciencia y
dedicación.
Mientras Lucia consideraba esto, aún perturbada porque una increíble pieza de
belleza no podía ser creada para durar, Mia la condujo hacia el grupo de inmortales.
Sus ojos se llenaron de esperanza al verla y le preguntaron si le gustaría tener el
honor de comenzar su próximo mosaico. Lucia escogió un puñado de cristales rojos,
tan finos como la arena, de una gran bandeja dorada. Ella esparció algunos en el
centro del área, observando a Mia para ver si lo había hecho correctamente.
Mia sonrió y aplaudió.
—Excelente. Estoy segura que los has inspirado a ponerle una increíble
dedicación al Vástago de fuego.
El estómago de Lucia se hundió al pensamiento que inconscientemente había
escogido el rojo antes que cualquier otro color.
Bueno, por supuesto que lo hice, pensó. No tiene nada que ver con Kyan. Es el
color de Limeros.
—Debes estar hambrienta —dijo Mia, guiándola hacia un patio externo donde la
fruta colgaba pesadamente de los árboles. Lucia miró alrededor, dándose cuenta lo
hambrienta que estaba. Se estiró para extraer una manzana rojo oscura de su rama.
Mia lo hizo también, dándole un gran mordisco e incitando a Lucia para que hiciera
lo mismo.
Cuando hundió sus dientes en la fresca cáscara, el sabor de la manzana hizo
que sus ojos se abrieran con sorpresa. Nunca había probado algo tan dulce, tan
puro, tan delicioso.
—¡Esta es la mejor cosa que alguna vez he probado! —dijo en voz alta,
atolondrada.
La devoró rápidamente, forzándose a no comer el centro y las semillas también.
Mientras audazmente alcanzaba otra, sintió una afilada e inesperada punzada en el
vientre. Colocó su mano sobre él y bajó la mirada, frunciendo el ceño.
—¿Qué fue eso? —murmuró.
—¿Estás bien? —preguntó Mia, preocupada.
La punzada fue momentánea y Lucia se libró de ella.
—Estoy bien. Probablemente mi estómago sólo estaba expresando su gratitud
por algo de comida después de tanto tiempo.
Lucia decidió tomar fuerzas de la comida, de los inmorales quienes la miraban
con esperanza más que con miedo, y de la amistad de Timotheus y Mia, mientras
aguardaba impacientemente para volver a casa.
Era imposible juzgar el pasar de los días en un lugar donde siempre había luz,
pero Lucia disfrutó de dos sueños profundos mientras estaba en la Ciudad de
Cristal.
Entonces, Timotheus y Mia la habían llevado de vuelta a la torre. Lucia agarró
fuertemente las manos de su nueva amiga.
—Gracias por ayudarme.
—Nu —Mia sacudió la cabeza, encontrándose con la mirada de Lucia con tanta
sinceridad que casi le roba el aliento—. Gracias a ti por venir aquí. Gracias por ser
alguien en que podamos creer. Sé que algún día nos volveremos a encontrar.
—Espero que tengas razón —reaciamente, Lucia soltó a Mia y siguió a Timotheus
hacia la torre de cristal.
Esta vez, las puertas la guiaron dentro de un oscuro y cavernoso lugar.
—Estamos bajo tierra —adivinó Lucia.
—Así es.
Estuvo a punto de hacerle otra pregunta cuando vio algo a quince pasos, un
objeto que resplandecía con luz violácea. Al acercarse a él, Lucia se dio cuenta de
qué se trataba.
—Un monolito —dijo sin aliento—. Como el que está en las montañas.
Timotheus asintió, sus facciones ensombrecidas por la luz desigual.
—Hay uno de estos en cada uno de los siete mundos, el tuyo y el mío son sólo
dos de ellos.
—¿Siete? —La mirada de Lucia se disparó hacia él— ¿Estás diciendo que hay
cinco mundos más además de los nuestros?
—Tus habilidades matemáticas son realmente impresionantes —él alzó una
ceja—. Sí, siete mundos, Lucia. Mi raza fue creada para cuidar estos mundos antes
que Damen destruyera todo lo que apreciábamos. Ahora sólo cuidamos de tu
mundo —su expresión se ensombreció al mencionar al malvado inmortal—. Estos
monolitos fueron creados para permitir el viaje entre los mundos. Damen drenó
aquella magia para poder pasar ente los mundos a su antojo. Esta destrucción es
lo que dio vida al vació montañoso, y es la causa que tu reino se esté volviendo de
hielo y Paelsia de piedra.
Lucia lo observó mientras él le entregaba esta gigante pieza del misterioso
rompecabezas de Mytica en un instante.
—¿Por qué, entonces, Auranos sigue siendo hermoso?
—Debido a la diosa a quienes ellos adoraban, a quienes algunos continúan
adorando. La diosa quien una vez fue una antigua como yo.
—Cleiona.
Él asintió.
—Ella logró proteger al reino que había reclamado, mientras Valoria falló al hacer
lo mismo. A veces parece como si hubiera sido ayer la última vez que las vi a ambas.
Todos hemos perdido tanto, que nunca más se recuperará… —Timotheus hizo una
mueca al hablar de la diosa. Luego, parpadeó fuertemente, como si quisiera aclarar
su mente—. Has estado aquí el tiempo suficiente, Lucia. Debes irte ahora e intentar
detener a Kyan.
Lucia casi se rió ante su consistente tono duro.
—Creo que extrañaré tu franqueza. Y no voy a intentar detenerlo, lo detendré.
—Espero por nuestro bien que estés en lo correcto.
Levantó la mirada hacia el monolito resplandeciente.
—¿Cómo uso esto para que me ayude a volver?
—Coloca tus manos en la superficie y el portal mágico hará el resto —cuando
ella dudó, él levantó una ceja—. No me digas que estás dudando mi palabra.
—Si pensara que me estás mintiendo, ya estarías muerto —una pequeña sonrisa
apareció en su rostro y sus ojos se ampliaron—. Los dos podemos ser directos,
Timotheus.
—Claro está.
—Adiós —dijo ella, lista para irse. Lista para retornar a su hogar, encontrar a su
familia y asegurarse que Kyan nunca vuelva a herir a otra alma.
La expresión de sorpresa de Timotheus se desvaneció, reemplazada por algo
que ella sólo pudo describir como tristeza.
—Adiós, Lucia.
Ella presionó las palmas de sus manos contra el frío y resplandeciente cristal del
monolito. La luz que emanaba de él rápidamente aumentó hasta convertirse
puramente en un brillo blanco. Lucia forzó a sus manos a seguir empujando
mientras apretaba sus ojos cerrados.
Al siguiente momento, Lucia se encontró en el suelo con el viento golpeándole y
sus pies extendidos debajo suyo. Jadeando por aliento y más que confundida,
rápidamente se levantó del seco y quebradizo suelo de tierra y giró buscando a
Timotheus.
Pero ya no estaba en el Santuario. Una breve mirada a su alrededor le dijo que
había regresado al lugar en las montañas donde había batallado con Kyan. A pesar
que era de día, reconoció el lugar y el aire, más frío que cuando había estado aquí
por última vez. Frío y cortante, con una inquietante sensación que instintivamente
reconoció como la de una muerte inminente.
Damen, un inmortal, había causado esto al extraer la magia del monolito. Su
toque quizás había sido lo único necesario para cubrirlo de piedra, escondiendo su
magia por todos estos años, hasta que Kyan quemó las rocas. No había nada aquí,
ni pájaros, ni mamíferos, ni siquiera un insecto se arrastraba por estas tierras. No
había árboles, ni arbustos de ninguna clase, salvo por un pequeño oasis donde
habían encontrado el monolito.
Por un momento, sintió tal temor en su corazón que creyó verdad que Kyan había
estado allí todo este tiempo, esperando que ella regresara. Se congeló, mirando
alrededor, sus manos en puños, lista para pelear.
Pero no había nada allí. Nadie. Sólo Lucia. Y pasó un largo tiempo antes que se
fuera.
Mientras caminaba a través del suelo carbonizado, plagado de rocas
derrumbadas, descubrió en un instante de felicidad el bolso que creyó perdido. Aún
contenía dinero más que suficiente para pagar una posada por varias noches.
Siguiendo adelante, se topó con el hueco vacío en el suelo donde Kyan había
explotado. En la cima de la profunda depresión de la roca, algo brillaba incluso en
la escasa luz de la montaña.
Nunca nada había brillado aquí.
Tentativamente, se movió hacia aquello, inclinándose para levantar una suave
roca: la fuente que emanaba el extraño brillo. Lucia limpió una gruesa capa de
ceniza de su superficie. Tropezó hacia atrás, tapándose la boca cuando vio lo que
había debajo.
Un orbe ámbar.
La prisión de Kyan no era más grande que la manzana que había comido en el
Santuario.
—Oh —jadeó, girando su cabeza en cada dirección para asegurarse una vez
más que realmente estaba sola.
Sostuvo la cosa, entrecerrando los ojos mientras trataba de verla a través de la
poca luz que emergía desde detrás de una cortina de nubes sobre las montañas. El
orbe ámbar era transparente dentro, sin grietas, sin anormalidades, sin
imperfecciones.
Antes habría pensado que tal tesoro era hermoso. No ahora. No este tesoro. Pero
era una señal que estaba al mando, y por la cual estaba agradecida.
Si poseía este cristal, tenía los medios para detener a Kyan antes que comenzara
a ejecutar su plan para destruir al mundo.
Después de permitirse una pequeña sonrisa por esta victoria, emprendió el
camino para salir de las montañas y comenzó un viaje de varias horas hacia el
oeste, en dirección a un pequeño pueblo que conocía, donde Kyan y ella habían
planeado su travesía por las montañas. Allí sabría si alguien había visto o
escuchado sobre Kyan desde la última vez que habían estado ahí.
Ella se redimiría por sus errores del pasado, y alinearse con el Vástago de fuego
había sido por lejos, el más grande error de todos.
***
***
Cuando Lucia despertó, estaba en una oscura habitación, acostada sobre un duro
catre. Sentada en una silla a su lado estaba Sera, sosteniendo un frío paño contra
su frente.
Lucia intentó sentarse, pero falló. Su cuerpo estaba débil, sus músculos
exhaustos como si hubiera intentado cruzar los tres reinos a pie en un solo día.
Sera la miró con preocupación.
—Pensé que morirías.
Lucia le devolvió la mirada, el horrible conocimiento que había ganado en la
taberna regresó en afiladas y dentadas piezas.
—Sigo viva. Creo.
—Oh, estas viva y tienes una maldita suerte, también. Cuando los Kraeshianos
llegaron ayer, hubo un hombre, un Paelsiano que frecuentaba la taberna casi cada
noche, quien le hizo frente a los soldados. Adivina cómo le recompensaron su
valentía. Lo ahogaron en un balde de agua. El resto de nosotros no somos tan
idiotas.
Lucia la miró, horrorizada.
—Esto está mal. Esos soldados, Amara incluso, no deberían estar aquí. No
pueden estar aquí. Debo detenerlos.
—Creo que tienes que pensar en cosas más importantes. Como encontrar a ese
amigo tuyo.
Le lanzó una mirada cautelosa.
—¿Cómo sabes que encontrarlo es tan importante para mí?
Sera suspiró, luego alejó el paño frío. Lo colocó a un lado de la jofaina, entonces
agarró un vaso de agua, el cual llevó a los labios de Lucia. Momentáneamente
olvidando sus suposiciones sobre la preocupación de Sera por Kyan, Lucia bebió
vigorosamente, agradecida de ser capaz de tragar el líquido fresco, el cual sabía
cómo la vida misma para su garganta lastimada.
—Entiendo por qué estás enojada con él —dijo Sera—. Los hombres son
estúpidos y egoístas. No son los que necesitan ser responsables. Pueden divertirse
con cualquiera, y luego distraerse con la siguiente chica que los mire más de una
vez.
—Créeme —dijo Lucia—, no era así con Kyan.
Sera apartó el vaso de agua vacío y volvió a poner un paño frío en su frente.
—Entonces, te encontraste mágicamente embarazada, ¿no?
Lucia la miró, su boca abierta con sorpresa.
—¿Cómo lo… ?
—¿Cómo lo sé? —Sera se rió nerviosamente— Te ayudé a meterte en la cama.
Quité tu ropa para que no levantes fiebre. Tu condición habría sido obvia hasta para
un ciego.
Lucia la continuó mirando por un momento más, mientras Sera se inclinaba para
presionar su mano derecha sobre su vientre. Bajó la mirada a la mano de Sera y
asimiló la silueta de su cuerpo cubierto por la tela de las sábanas, sus ojos se
ampliaron.
La última vez que había examinado su estómago, estaba plano y la debilitación
gradual de su magia junto con las náuseas matutinas habían sido la única señal de
su embarazo.
Pero algo había cambiado en el tiempo entre que encontró el cristal de Kyan y
entró a la taberna. Porque lo que Lucia veía ahora, con horror en sus ojos, era ese
mismo estómago, pero ya no era plano como lo había sido cuando abandonó el
Santuario.
En cambio, lo que estaba mirando ahora era un gran crecimiento en el centro de
su cuerpo, un vientre imposiblemente grande. Y le pertenecía a ella.
CAPÍTULO 11 JONAS
EL MAR PLATEADO
Lentamente, la luz volvió hacia su mundo, y Jonas abrió sus ojos. Olivia lo estaba
mirando fijamente, sus ojos cálidos y dispuestos con alivio.
—Estoy contenta de ver que finalmente has vuelto a nosotros —dijo ella.
Él gimió y estiró sus brazos.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?
—Cuatro días.
Sus ojos se dispararon ampliamente abiertos, y él se sentó con un tirón.
—¿Cuatro días?
Ella hizo una mueca.
—Tú no estabas inconsciente todo el tiempo, si eso ayuda. Había veces cuando
despertabas, delirante y sacudiéndote.
—No, eso en realidad tampoco ayuda mucho en absoluto —Jonas saltó desde el
catre y se tropezó con el espejo. El extraño espiral, mucho más intrincado y
detallado en su diseño que el sencillo símbolo para el aire mágico, estaba todavía
ahí. Él esperaba que hubiese sido justamente un mal sueño.
—Tengo la marca de un Espectador —dijo.
—Entonces, sabes qué es eso.
—Phaedra tiene uno —la Espectadora quien sacrificó su vida inmortal para
salvarlo había verificado qué y quién ella era por mostrar a Jonas su marca. La de
ella había sido diferente, sin embargo. Había sido la misma forma, pero había sido
una marca dorada que giraba y seguía en su piel como si probara sus orígenes
mágicos—. Y yo sé que tienes una también.
—La tengo —Olivia abrió su vestido justamente un poco para mostrar el borde
de una marca dorada sobre su piel oscura. Él sólo había visto destellos de eso
cuando ella había cambiado a su forma de halcón.
Jonas se volvió desde el espejo para mirar en sus ojos color esmeralda.
—No te voy a rogar, Olivia. Voy simplemente a preguntarte que por favor me
cuentes más sobre esto, sobre la profecía sobre mí. He intentado negar esta
realidad, pero ahora la necesito saber. ¿Qué me está pasando? Yo soy… —él luchó
por poner sus pensamientos en palabras— ¿Yo me estoy volviendo uno de
ustedes?
El pensamiento era demasiado ridículo para que él quisiera recuperar sus
palabras después de que las hubiese pronunciado. Pero ¿qué otra cosa se suponía
que debía pensar?
Olivia retorció sus manos, y por un momento, él pensó que ella intentaría escapar,
para transformarse en su forma de halcón y se echaría a volar para evitar sus
preguntas. Ciertamente, ella susurró y vino para sentarse en el borde de su catre
mientras él se mantenía de pie de forma tensa junto a la portilla.
—No exactamente —dijo ella—. Pero tú eres un mortal extraño ciertamente,
Jonas Agallon. Uno tocado por nuestra magia en dos muy vulnerables momentos
en tu vida –ambos donde estuviste al borde de la muerte. Conmigo, mientras yo
curaba tu hombro, y con Phaedra, después de que hubieras sido acuchillado por el
soldado Limerian. No sabes cuán extraño es eso.
Ambos fueron dos momentos en su vida que él preferiría olvidar.
—Quizá no. Así que dime.
—Yo estaba ahí mientras Phaedra dio su vida por la tuya –como un halcón, lo vi
desde la cumbre de otra tienda de campaña.
Él hizo una aguda respiración.
—¿De verdad?
Ella asintió sombríamente.
—Observé con horror cuando Xanthus acababa con su vida, la observé volver de
regreso hacia la magia que todos nosotros habíamos creado. Y observé mientras
un poco de esa magia entraba en ti, sólo momentos más allá del punto cuando tú
podrías haber muerto sin la intervención de ella.
—Yo… yo no sentí nada.
—No, no lo sentiste. No tenías porqué. Y no hubiera supuesto diferencia alguna
en absoluto si no fuera por el propio fuego mágico de Vástago levantándose en las
cercanías. Funcionó para hacer más fuerte la magia de Phaedra dentro de ti. Pero
eso no hubiera sido suficiente para que esto sucediera —Olivia asintió hacia su
marca, la cual él ahora se arañaba distraídamente—. Utilicé la magia de la tierra
para curar tu hombro cuando tú estabas, otra vez, en el umbral de la muerte, y
observé como tú absorbías eso como una esponja absorbiendo agua. Esa magia
ha permanecido dentro de ti, uniéndote con los de Phaedra, justamente como
Timotheus predijo.
Jonas intentó entenderlo, intentó negarlo, intentó parar su corazón del latido
como las alas de un ave atrapada dentro de su pecho. Pero acto seguido
repentinamente se le ocurrió a él que quisiera negar tales increíbles noticias.
—Yo tengo elementia dentro de mí —él dijo, su voz rasposa—. Eso quiere decir
que soy capaz de usarlos para luchar contra Kyan y para naufragar en Amara desde
las costas de Mytica —cuando más él consideró esta posibilidad, más emocionado
se encontraba—. Necesito ir arriba y contárselo a los otros. Ellos tienen que estar
demasiados confundidos por lo que ha sucedido –lo que le hice a Félix. Pero esto
es increíble, Olivia. Esto hará la diferencia en el mundo.
¡Él era una bruja! ¡Un hombre bruja! Él había negado la existencia de elementia
y de todos quienes la habían ejercido durante toda su vida, además ahora él tenía
esa misma magia en las puntas de sus dedos.
Olivia cogió su brazo mientras él se dirigía hacia la puerta.
—Esto no es tan fácil, Jonas. Timotheus no te predijo como un profesional de la
magia, sólo como un recipiente para eso.
—¿Un recipiente? Imposible. Tú presenciaste lo que hice. Lancé a Félix sobre la
cubierta con… aire mágico, ¿no?
—Eso es verdad. Pero eso fue una anomalía. Eso fue simplemente una señal de
que esta magia dentro de ti ha madurado, y este gasto de energía que solamente
te dejó inconsciente durante cuatro días.
Él agitó su cabeza. Frustración se mezcló dentro de él, carcomiendo su
entusiasmo.
—No lo entiendo.
Olivia aflojó el agarre de su brazo.
—Lo sé, y me disculpo por tu confusión. Timotheus mantiene su conocimiento
muy cerca, dado que él no confía en muchos inmortales, ni siquiera en mí. Ni
siquiera ha compartido el alcance de su profecía conmigo por temor a que intentara
contártelo y tú intentaras evitarlo —su mentón se contrajo—. Ya he dicho
demasiado.
Él se quejó.
—Has dicho lo suficiente para volverme loco por la curiosidad y el temor.
—No le puedes contar a nadie sobre esto.
—¿Segura? —Él señaló hacia la puerta— Todo el mundo en la cubierta me vio
hacerlo. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Negarlo?
—En realidad, sí —ella alzó su mentón—. Les he explicado que ése fue mi hacer.
Yo vi a Félix desde encima atizándote, y es la razón por la que estoy aquí para
protegerte. Por supuesto ellos me creyeron.
Él la miró fijamente.
—Ellos creen que tú interviniste con tu propia magia.
—Sí.
—Y yo no diré nada sobre esto.
—No. Ni una palabra —su expresión se volvió seria—. Es demasiado peligroso.
Hay muchos quienes se enfocarían en ti, sabiendo que tú eres un mortal lleno de
magia inmortal.
—Magia inmortal a la que no puedo acceder —él sostuvo la mirada hacia su
puño, recordando cómo eso había resplandecido sobre la cubierta.
—Tú no me crees, así que lo tendrás que ver por ti mismo —ella hizo un gesto
hacia la puerta—. Ve hacia adelante e intenta romper la puerta abierta con el aire
mágico que tan fácilmente canalizaste el otro día con Félix.
Eso sonaba como un desafío. Jonas miró más allá de Olivia y frunció el ceño con
concentración mientras él levantaba su mano hacia la puerta. Él se centró en
intentar reunir su magia dentro de él tan difícilmente que su mano empezó a temblar,
su brazo empezó a agitarse… pero no sucedió nada.
—Eso no significa nada —él refunfuñó—. Simplemente necesito practicar.
—Quizá —Olivia le reconoció gentilmente—. Yo sólo sé ése poco que te he
contado.
Desilusionado, Jonas dejó su brazo caer hacia su lado.
—Por supuesto, nosotros no querríamos nada que sea demasiado fácil para mí.
Siendo una bruja, empleando elementia cuando uno quiera… no querríamos eso,
¿verdad?
—En realidad, puedo haber sido de gran uso para ti.
Él la miró con furia.
—No estás ayudando.
—Mis disculpas —Olivia hizo una mueca—. Los otros están preocupados por ti.
Ellos estarán contentos de saber que finalmente has despertado.
Jonas fue hacia la portilla y miró hacia afuera hacia la expansión del mar.
—¿Cuán lejos estamos de Paelsia?
—Estamos casi allí.
—He dormido casi todo el viaje —él soltó una temblorosa respiración mientras
intentaba asumir todo lo que había aprendido. Negarlo gastaría el tiempo que ellos
no tenían— ¿Qué me he perdido?
—No mucho, de verdad. Taran continua afilando su cuchilla a la espera de matar
al Príncipe Magnus, Félix todavía padece su enfermedad del mar, Ashur permanece
en su cuarto mucho tiempo, meditando, y Nic acecha alrededor, y cuando el príncipe
sale, él lo observa de una manera bastante curiosa.
—Le pregunté a Nic para mantener un ojo en nuestro príncipe residente. Mejor
no confiar en un Kraeshian, ni siquiera en uno quien asegura no ser nuestro
enemigo —Jonas exageró una respiración mientras ajustaba los lazos de su
camisa—. De acuerdo, cerca en Paelsia. Bien.
—¿Bien? — ella repitió.
Él asintió firmemente.
—Si hay una profecía que me necesita para ser un recipiente de elementia, yo
quiero saber qué es eso lo más pronto posible. Y eso no va a pasar mientras
estemos atascados en el mar, ¿es así?
—No —ella reconoció—. No va a pasar. Pero sinceramente, Jonas, no sé nada
más. Lo siento mucho.
Él asintió con una única sacudida de su cabeza.
—Cualquier cosa que sea, me las puedo apañar. Estoy seguro de que he
arreglado cosas peores en el pasado.
Para esto, Olivia no tuvo respuesta alguna.
Jonas intentó con todas sus fuerzas que eso no le preocupara.
CAPÍTULO 12 MAGNUS
PAELSIA
Dado que el viaje hacia Basilia podría durar como mínimo tres días de los Reaches
a caballo, no había tiempo alguno para gastar con constantes paradas para un
moribundo rey y una anciana mujer. Selia organizó un carruaje cerrado para
llevarlos a ella y a su hijo.
Cuando Magnus sugirió que Cleo fuese con ellos dentro en vez de a caballo, por
lo que ella no tendría que enfrentarse al vigorizante frío, él fue recompensado con
una lacerante mirada.
Eso sería un No.
Gaius los dirigió en un camino que podría llevarles cada noche a través de la
ciudad en una posada, donde ellos se quedarían, comerían, y dormirían en
habitaciones separadas bajo llave.
Siete largas noches se habían ido sin caer dormido con Cleo en sus brazos, pero
cada noche él fantaseaba con ella y su cabaña en los bosques. En las horas en las
que despertaba, él escogía el no compartir eso con ella. Él no quería que ella una
creciente idea sobre su efecto en él, por lo que él guardaba su cercano y constante
querer para tocarla y besarla hacia él.
En la última aldea en la que ellos durmieron, el deber de Enzo y Milo era el vestir
al grupo con ropas apropiadas para inofensivos viajeros pasando a través de
Paelsia. Ellos triunfaron en encontrar vestidos de algodón para Selia y Cleo y
sencillos pantalones de cuero y túnicas de tela para ellos mismos, Magnus, y Gaius.
Magnus miró hacia su túnica color crema con disgusto.
—¿No tenían algo negro?
—No, tu altura —Enzo dijo.
—¿Gris oscuro?
—No. Sólo este color y huevo azul de petirrojo. No sentí que podrías preferir el
azul —Enzo aclaró su garganta—. Puedo volver a la tienda.
Él susurró.
—No, está bien. Me las arreglaré con esto.
Como mínimo su capa y pantalones eran negros.
Él salió, preparado para empezar el último tramo de su viaje hacia la ciudad de
la costa oeste, para ver que Cleo, pareciendo una hermosa joven campesina en su
sencillo vestido, sonriendo hacia él desde lo cercano a su caballo.
—Te pareces a un Paelsiano —ella comentó.
—No hay necesidad de insultos, princesa —él gruñó de vuelta, pero él batalló su
sonrisa mientras ellos montaban en sus caballos y empezaban a moverse.
Una pequeña eternidad después, que fue sorprendentemente no más que medio
día, ellos finalmente –y afortunadamente– llegaron a su destinación.
Magnus había escuchado ciertas historias sobre Basilia, la cosa más cerrada que
Paelsia tenía hacia la capital. La ciudad servía a barcos visitando El Puerto del
Comerciante y los locos miembros de la tripulación revueltos y ansiosos para
desembarcar sus embarcaciones en busca de comida, bebida, y mujeres.
Las historias sonaban verdaderas.
En una primera ojeada –y olor– Basilia estaba enormemente superpoblada y
apestosa de ambos desperdicios humanos y corrupción. Montones de barcos
estaban atracados en el puerto, sus tripulaciones inundando las costas y
relacionándose en las calles, tabernas, posadas, mercados, y burdeles de la ciudad
costera. Y eso parecía cada pizca tan caluroso como Auranos hacia la cumbre del
verano.
—Desagradable.
Magnus pasó por arriba para ver que el Rey Gaius había abierto la ventana del
carruaje para observar desde adentro hacia el centro de la ciudad con disgusto. Sus
ojos estaban inyectados en sangre, y los oscuros círculos por debajo de ellos
parecían cardenales frescos contra la enfermiza palidez de su tez.
—Desprecio este sitio —él dijo.
—¿En serio? —Magnus contestó, guiando su caballo junto al carruaje—. Yo lo
encuentro bastante espléndido.
—No, no lo crees.
—Lo hago. Me gusta este… color local.
—No eres ni de cerca tan bueno mentiroso como tú lo podrías creer.
—Supongo que sólo puedo aspirar a ser tan dotado para el engaño como tú lo
has sido.
El Rey lo fulminó con la mirada, acto seguido movió su mirada hacia Cleo, quien
estaba cabalgando delante de Magnus y detrás de los guardas.
—Princesa, si yo recuerdo correctamente, éste fue un mercado no demasiado
lejos de esta misma ciudad dónde usted se encontró a sí misma con Lord Aron
Lagaris y el hijo del vendedor de vino que él mató, ¿sí?
Magnus inmediatamente se creció tenso mientras él miraba hacia la princesa
para su respuesta. Ella no respondió por algunos segundos, pero él fue capaz de
ver sus hombros estaban tensos a través del fino material de su vestido.
—Eso fue hace mucho tiempo —ella dijo finalmente.
—Imagine cuán distintamente las cosas podrían haber terminado si usted no
hubiese deseado después del vino ese día —el rey continuó—. Nada podría ser
como es ahora, ¿podría?
—No —ella dijo, pasando por arriba de su hombro para encontrar su mirada—.
Por ejemplo, tú podrías no haber caído hacia tu muerte cercana después de
renunciar a tu reino sobre una mujer. Y yo no podría estar viendo tu fracaso con la
mayor alegría en mi corazón.
Magnus batalló una sonrisa mientras él observaba a su padre, esperando por su
impugnación.
La única respuesta fue la persiana de la ventana, impidiendo la vista del rostro
de su padre.
El carruaje circuló hacia una parada por un lugar llamado la Posada Halcón y
Lanza que, aunque apestaba un poco a sudor y a un misterioso tipo de almizcle,
Magnus lo consideró como el más aceptable establecimiento en la ciudad. El Rey
Gaius, ayudó fuera del carruaje y dentro de la posada por Milo y Enzo, y arrastrado
por Selia, rápidamente sobornó al posadero para desalojar a todas sus visitas así
que la fiesta real pudiese tener privacidad máxima.
Como las anteriores visitas se archivaron en una caravana de quejas, Magnus
observó a Cloe que miraba alrededor hacia la posada de Paelsia encontrándose el
vestíbulo con disgusto. Éste era un techo desgastado, una habitación grande que
tenía varias sillas desgastadas de madera y mesas astilladas en las que las vistas
podían comer y holgazanear con sus compañeros.
—¿No va arriba de tus altos estándares? —Magnus preguntó.
—Está bien —ella contestó.
—No es una posada de Auranos con camas de plumas, lino de importación, y
originales dorados. Pero eso parecía aceptablemente limpio y cómodo para mí.
Cleo se volteó desde una mesa en la que alguien había grabado duramente un
grupo de iniciales. Un atisbo de sonrisa tocó sus labios.
—Sí, hacia una Limeriana. Yo supongo que podría.
—Ciertamente —los labios de la princesa estaban demasiado lejos de distraer,
así que Magnus se volvió y se unió con su padre y abuela, quien se puso de pie por
las grandes ventanas mirando hacia fuera hacia los establos donde los caballos
estaban siendo cuidados.
—¿Entonces ahora qué es lo que haremos? —Magnus preguntó a su abuela.
—He preguntado a la mujer del posadero para ir hacia la taberna bajo la camino
y entregar un mensaje para mi viejo amigo para que venga aquí —Selia dijo.
—¿No puedes ir allí tú misma?
—Ella puede no reconocerme. Además, ésta no es una conversación para tener
donde hay curiosas orejas probablemente para oír. La magia que busco tiene que
ser protegida a toda costa —ella puso una mano en el brazo de Gaius. Había un
brillo de sudor en la frente del rey, y él se apoyó contra la pared como si ella fuese
la única cosa manteniéndolo en vertical.
—¿Y hasta después qué podremos hacer? —Gaius preguntó con una voz que
se había debilitado sustancialmente desde su llegada.
—Vosotros os quedaréis —Selia le dijo.
—No hay tiempo para quedarnos —él dijo con seriedad—. Quizá yo querré
averiguar si hay un carpintero por las cercanías quien sea capaz de crear un ataúd
para llevarme de regreso hacia Limeros.
—Ven ahora, Padre —Magnus dijo, permitiéndose a sí mismo una sonrisa
burlona—. Yo estoy feliz de hacer esto por ti. Tú tendrías que hacer como la abuela
dice y quedarte.
El rey lo fulminó con la mirada pero no lo volvió a hablar otra vez.
—Te llevaré hacia tu cuarto —Selia puso su brazo alrededor de su hijo,
apoyándole por el vestíbulo, hacia las escaleras, y lo subió hacia las habitaciones
del segundo piso.
—Excelente idea —Cleo dijo con un bostezo—. Voy a ir escaleras arriba hacia
mi cuarto también. Por favor avísame si y cuando el amigo de tu abuela llegue.
Magnus la observó marcharse, después asintió hacia Enzo para que la siguiera.
Él había preguntado al guardia para tener preocupación extra en vigilar a la princesa
y mantenerla segura. Enzo era el único de pocos que él le confiaría el deber.
—¿Qué puedo hacer? —Milo preguntó a Magnus.
Magnus echó un vistazo al vestíbulo, que también contenía una pequeña
estantería llena de libros rotos de haberlos mirado, nada como la amplia selección
que él acercaba a apreciar en la librería del palacio de Auranos.
—Patrulla el vecindario —Magnus dijo, cogiendo un libro aleatorio del estante—.
Estate seguro de que nadie se ha dado cuenta todavía de que el antiguo rey de
Mytica está temporalmente residiendo aquí.
Milo abandonó la posada, y Magnus intentó de centrarse en leer un tomo sobre
la historia de la producción de vino en Paelsia, que no mencionaba nada sobre la
magia de la tierra que era seguramente responsable de la bebida, o de las leyes
que prevenían exportar hacia cualquier lugar menos Auranos.
Después de treinta páginas de porquería, la esposa del posadero, una pequeña
mujer quien parecía tener una constante, nerviosa sonrisa fijada en su rostro,
retornó con otra mujer quien era mayor, con líneas alrededor de sus ojos y boca,
completamente ordinaria en aspecto, y vistiendo un apagado, antiguo vestido. Ésta
tenía que ser la mujer por la que Selia preguntó, Magnus pensó.
Mientras la esposa del posadero desaparecía en la cocina, la mujer mayor
observó alrededor la aparentemente vacía posada hasta que su mirada cayó sobre
Magnus.
—Así que tú eres la respuesta a todos nuestros actuales problemas, ¿lo eres? —
él preguntó.
—Depende de cuáles sean vuestros problemas, joven hombre —ella contestó
secamente—. Me gustaría saber ¿por qué me has hecho venir aquí?
—No era él, ésa era yo —Selia dijo, descendiendo de la escalera de madera
hasta el lejano final del vestíbulo que conducía hacia las habitaciones privadas en
el segundo piso—. Y eso es porque estoy en busca de un viejo amigo. ¿Me
reconoces después de todos estos años?
Por un completamente silencioso e insoportablemente largo momento, la mujer
miró hacia Selia con una extraña mezcla de fuego y hielo en sus ojos. Justo mientras
Magnus le empezaba a aterrar que ellos hubiesen cometido un grave error en
confiar en su abuela, las mejillas de la mujer se estiraron en una gran sonrisa,
arrugas felices se dispersaron desde las esquinas de sus ojos.
—Selia Damora —ella murmuró con admiración con la luz de la vela, su tono
mucho más gentil del que cuando en primer lugar hubo entrado en la posada—. Mi
dulce diosa ha bajado, ¡cómo te he echado de menos!
Ambas mujeres corrieron hacia cada una y se abrazaron.
—¿Podría citar a los otros? —Magnus preguntó. Lo más rápido que su abuela
consiguiese lo que ella necesitaba de esta mujer, lo más rápido que ellos pudiesen
abandonar este sitio.
—No, esto no requiere una discusión grupal —Selia dijo sin separar la mirada de
su amiga—. Te había extrañado también, Dariah.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? Perdí la cuenta de cuántos años han
pasado desde hace tanto.
—Todos estos problemas son por lo que ahora estoy aquí. Sinceramente, estoy
un poco sorprendida de que todavía estuvieras en Basilia después de todo este
tiempo.
—Nunca fui capaz de dejar los beneficios de mi taberna, cada año es mejor que
el último. Así que algunos marineros con monedas para gastar y sed para saciar.
—Mucha sed. Estoy segura.
Dariah le guiñó el ojo.
—Exactamente —ella se volvió hacia Magnus—. ¿Y quién es este hombre joven?
—Éste es mi nieto, Magnus. Magnus, ésta es mi amiga Dariah Gallo.
—Un placer —Magnus forzó la mejor sonrisa que él pudo en su rostro, pero él
supo que podría parecerse más a una mueca.
—Oh, vaya. Tu nieto ha crecido demasiado alto y guapo.
Selia sonrió.
—Sí, los nietos a veces hacen eso por el tiempo que ellos alcanzan los dieciocho.
Dariah barrió con su mirada arrugada la altura de él.
—Si yo fuera más joven…
—Sí tú fueses más joven, tendrías que luchar contra su preciosa y joven esposa
por sus atenciones.
Dariah rió.
—Y quizá ganaría.
Magnus repentinamente tuvo el deseo de volver al libro sobre el vino de Paelsia.
Selia se unió a su amiga en su carcajada, acto seguido otra vez adoptaron un
serio pero un tono bueno.
—Sólo he venido a Basilia para una reconexión entre viejas amigas. Necesito
información sobre cómo obtener el heliotropo.
Dariah alzó sus cejas.
—Diosa, Selia, no desperdicies tu tiempo.
—No tengo tiempo para perder. Mi poder ha disminuido en los años, y mi hijo
está muriendo.
En el estiramiento de silencio que siguió, Magnus se quedó en silencio. Esta
piedra, si era real, sonaba como algo que lo ayudaría a aumentar su poder, como el
vástago.
Selia condujo a Dariah hacia la estantería. Ella le hizo señas para que se sentara
en un banco de madera al lado de ella, después cogió las manos de la otra bruja en
las de ella.
—No hay otra opción. La necesito.
—Tú sabes que no la tengo.
—No. Pero tú sabes quién la tiene.
Dariah sacudió su cabeza.
—No puedo hacer esto.
—Te estoy preguntando para contactarlo, sé que tú eres capaz de encontrarlo.
Él necesita llegar lo más antes posible.
Cientos de preguntas punzaron a Magnus, pero él se mantuvo silencioso,
escuchando.
Poder como ése en potencia entregado correctamente en sus mismas manos.
Eso sonaba mucho más sencillo que el complicado proceso para encontrar el
vástago.
La expresión de la bruja se oscureció.
—Él nunca te dejará tenerla, ni siquiera por un momento.
El agarre de Selia en las manos de su amiga se intensificó.
—Déjame tratarlo cuando él esté aquí.
—No lo sé…
Los ojos de Selia se estrecharon.
—Sé que ha pasado mucho tiempo, pero siento que te tengo que mencionar el
favor que tú me debes. Un favor que prometiste devolver por completo.
Dariah miró abajo hacia el suelo.
Magnus observó, apenas respirando. La bruja lentamente miró hacia arriba otra
vez, su rostro pálido. Ella asintió con una pequeña sacudida de su cabeza.
—Llevará tiempo para conducirlo hasta aquí.
—Él tiene tres días. ¿Eso será un problema?
La mandíbula de la bruja se tensó mientras ella se levantaba hasta sus pies.
—No.
—Gracias —Selia se puso de pie y besó a Dariah en cada una de sus mejillas—
. Sé que tú podrías ayudarme.
La sonrisa de agradecimiento no era ahora nada más que una memoria.
—Te avisaré en el momento que él llegue.
Dariah no se entretuvo, con una última mirada a Selia y Magnus, ella abandonó
la posada.
—Bien —Magnus dijo después de que todo hubiese estado en silencio otra vez—
. Ese tiene que haber sido muy importante el favor que tú hiciste a tu amiga.
—Eso fue —Selia miró hacia Magnus, una pequeña sonrisa en sus labios—.
Debería ahora controlar a tu padre. Su salud es mi única preocupación ahora
mismo. Pronto, cuando mi magia esté restaurada y él esté bien otra vez, nosotros
seremos capaces de enfrentarnos a los otros obstáculos que se interponen en
nuestro camino.
—Me esforzaré por paciencia —Magnus dijo, sabiendo que seguramente fallaría
en eso.
Por ahora, caída la noche, y Magnus se retiró hacia su pequeña habitación
privada. Ésta tenía una cama grande bastante más que los inaceptables catres en
el área comuna para dormir abajo en el vestíbulo. La ventana le daba una segunda
vista del suelo de la calle afuera, alumbrada con farolas y, aún después de
medianoche, lleno de ciudadanos y visitantes hacia la ciudad.
Hubo un blando tocar en su puerta.
—Pase —Magnus dijo, sabiendo que sólo podía ser alguna de las cuatro
personas con quien él había viajado hacia Paelsia.
La puerta se abrió lentamente, y mientras la visitante se mostraba a sí misma, el
corazón de Magnus empezó a bombear más fuerte contra su pecho. Cleo miró
detenidamente hacia él.
Él se levantó y la encontró en la entrada.
—La amiga de mi abuela estuvo aquí.
-¿Ya? –Sus cejas se levantaron- ¿Y?
—Ya —Él sacudió su cabeza—. Parece que estamos obligados a esperar aquí
por tres días.
—¿Ella puede encontrar la piedra de sangre, verdad?
—Sí —Magnus contestó—. Sólo acabo de reunirme con mi abuela, pero ella me
golpea como el tipo de mujer que es capaz de obtener prácticamente todo lo que
quiera.
—Y esto es todo por lo que esa piedra mágica salvará la vida de tu padre —Cleo
dijo eso sin emoción, pero una dureza se había formado detrás de sus ojos
aguamarina.
—Él no se merece vivir —Magnus dijo, estando de acuerdo con eso que quedaba
sobreentendido—. Pero ésta tiene que ser una medida necesaria en el camino hasta
nuestro objetivo esencial.
—Encontrando a Lucia.
—Sí. Y romper tu maldición.
Ella asintió.
—Supongo que no hay otro camino.
Él la observó cuidadosamente.
—¿Ésta fue la única información que tú me viniste buscando a mi habitación, o
hay algo más que tú necesites esta tarde?
Cleo alzó su mentón por lo que ella fue capaz de verlo directamente a los ojos.
—En realidad, necesito tu ayuda.
—¿Con qué?
—Toda la equitación que hemos estado haciendo. Ha hecho cosas terroríficas en
mi cabello.
Magnus alzó una ceja.
—Y… ¿tú viniste aquí necesitando mi ayuda para que te lo corte todo por lo que
no sea más un problema?
—Como si te dejara hacer eso —ella sonrió—. Tú estás obsesionado con mi
cabello.
—Eso podría ser difícilmente llamado una obsesión —él torció la cerradura de
seda cálida dorada a través de su dedo—. Más como una frecuentemente dolorosa
distracción.
—Me disculpo por tu sufrimiento. Pero no tendrás que cortar mi cabello, esta
noche o nunca. La esposa del posadero fue lo suficientemente amable para darme
esto —ella le presentó a él con un cepillo de pelo de mango de plata.
Él lo cogió de ella, mirándolo socarronamente.
—¿Tú quieres que yo…?
Cleo asintió.
—Cepilles mi cabello.
Justamente el pensamiento de eso fue ridículo.
—Ahora que estoy obligado a vestirme como un Paelsiano común, ¿me
confundes con tu sirviente?
Ella le disparó una mirada resuelta.
—No es que como si pudiese preguntar a Milo o Enzo… o, por el nombre de la
diosa, tu padre o tu madre para que me ayuden.
—¿Qué sobre la esposa del posadero?
—Bien —Cleo le arrebató el cepillo de regreso con el ceño fruncido—. Iré a
preguntarle a ella.
—No, no —Él soltó un suspiro, medio entretenido ahora—. Te ayudaré.
Sin duda, ella le retornó el cepillo.
—Estoy contenta de escucharlo.
Él se movió a un lado para dejarle camino a ella. Ella caminó adentro, se sentó
al final de su catre, y miró hacia él con expectación.
—Cierra la puerta —ella dijo.
—No es una buena idea —Magnus abandonó la puerta entreabierta y lentamente
fue a sentarse detrás de ella. Torpemente y con gran agitación, como si de
despellejar y limpiar un animal en el primer momento, él sostuvo el delicado cepillo
arriba hacia su pelo—. Nunca había hecho esto antes.
—Hay una primera vez para todo.
Qué ridícula vista tenía que haber sido: Magnus Damora, hijo del Rey de Sangre,
cepillando el cabello de una chica joven por su solicitud.
Y ya…
Cuando quiera que Magnus empezó la actividad, él prefirió el hacer algo
perfectamente, el más completo alcance de sus habilidades. Él se adaptó a sí
mismo de la misma manera ahora mientras él empezaba con un mechón del largo
y sedoso cabello de Cleo en sujeción y deslizó el cepillo bajo su largo. El calor de
su cabello se deslizó a través de sus dedos, haciendo un placentero escalofrío bajo
su espina dorsal.
—Tienes razón —él le dijo a ella, su voz baja—. Horriblemente enredado.
Irreparablemente entonces, pienso.
Él estaba sólo molestándola, su cabello era perfecto, justamente como era
siempre–pero después él fue hacia el primer nudo.
Ella hizo un gesto de dolor.
—Ouch.
—Disculpas —él se congeló en el lugar, pero acto seguido frunció el ceño—. Sin
embargo, tú me preguntaste para hacer esto.
—¡Sí, por supuesto que lo sé! —ella suspiró—. Por favor continua. Estoy
acostumbrada a ser torturada por mis empleadas, y ellas están acostumbradas a
ignorar mis lamentos de dolor. Tú no eres posiblemente capaz de lastimarme más
que lo que ellas hacen. Sólo Nerissa tiene la habilidad para hacer esto sin dolor.
—Sí, he oído cuán muy habilidosa es Nerissa —Magnus dijo, incapaz de no
sonreír. Ahora, teniendo un más completo cuadro de la historia del cepillado del
cabello de Cleo, él abordó la actividad con más determinación—. Demasiado
cabello, demasiadas oportunidades de enmarañados. ¿Por qué a las mujeres os
importa?
—¿Quizá yo podría trenzarlo como un cacique de Paelsia?
—Sí, yo imagino que podría ser una apariencia conveniente para una princesa
de Auranian, aunque una obligada a vestir con un vestido feo de algodón —él dijo
con ironía, sin delatar cuán encantado estaba con la imagen—. Cada chica en
Mytica querría copiarlo —tan gentilmente cómo fue posible, él manejó el cepillo a
través de otra sección de cabello que en ese momento se parecía a un pálido y
amarillento nido de pájaro—. Deberías saber, yo pienso reclamar la piedra de
sangre para mí mismo.
—Lo asumía —ella contestó.
Eso lo sorprendió.
—¿De verdad?
Ella asintió, y el cabello se retiró fuera de sus manos, cubriendo tentadoramente
la desnuda nuca de su cuello.
—Lo vi en tus ojos cuando Selia lo mencionó. Fue la misma mirada que vi en los
ojos de tu padre.
—¿Y qué mirada es esa?
—No importa.
Magnus puso el cepillo hacia abajo. Gentilmente, él guió a Cleo por los hombros
hasta que ella estaba sobre todo encarándolo, después cogió su mentón
gentilmente.
—Sí, sí que importa. ¿Qué mirada compartimos mi padre y yo?
Ella encontró su mirada con la suya, su expresión ahora precavida.
—Una mirada de glacial avaricia, como esta piedra fuera algo por lo que tú
matarías.
—Lo veo.
Ella buscó su rostro, como si buscase respuestas allí.
—En ese momento, tú parecías tan frío y demasiado como tu padre. Yo… no me
gustaba.
Toda su vida, él había sido dicho cuán parecido era a su padre, en ambos aspecto
y carácter. Con el tiempo, él había aprendido a parar de luchar contra estas
comparaciones, aunque ellas nunca cesaron de perturbarlo.
—Tengo que admitir, finalmente encuentro que necesito ser como mi padre. Hay
ciertas situaciones que prácticamente me requieren que sea tan frío e implacable
como sea posible. Si yo tuviera que perder lágrimas por cada vida que haya quitado
en el último año, me hubiese secado como una cáscara hace ya tiempo. Así que,
sí. Supongo que soy bastante como mi padre en algunas maneras.
—No —Cleo agitó su cabeza—. Es imposible.
—¿Por qué dices eso?
—¿Francamente? —Ella se puso más cerca de él, ahuecando el rostro de él en
sus manos—. Porque yo nunca quise hacerle esto a tu padre.
Ella repasó sus labios dulcemente contra los suyos. Un pequeño, torturado
gemido vino desde la parte trasera de su garganta mientras él se obligaba a sí
mismo para hacer un puño con sus manos hacia sus lados para detenerse a sí
mismo de asirse de ella.
—Princesa…
—Cleiona… —ella lo corrigió, sus labios todavía demasiado peligrosamente
cerca de los suyos—. Aunque, tengo que admitir que ya no aprecio completamente
el haber sido llamada con el nombre completo de un inmortal quien robó y mató por
su poder.
—Los verdaderos líderes a menudo tienen que ser suficientemente implacables
para robar y matar. SI ellos no lo hacen, alguien más lo hará.
—Una filosofía encantadora, demasiado verdadera. Tengo miedo. Pero quizá
podamos pensar algo más sobre ti para llamarme cuando estemos solos y juntos.
Él levantó una ceja.
—Lo consideraré.
—Bien. —Ella mordió su labio inferior, atrayendo su atención de vuelta a su
boca—. Ahora cierra la puerta. Y ciérrala con llave.
—Ésta es una muy, muy peligrosa sugerencia.
—O la dejas abierta. Quizá no me importe —Cleo lo besó otra vez, separando
sus labios esta vez. Él encontró su compostura y control escabulléndose con
vertiginosa velocidad mientras su lengua se deslizaba contra la de él.
—Yo en verdad no deseo decirte que no —él cuchicheó contra sus labios.
—Entonces no lo hagas.
Magnus gimió otra vez mientras las manos de ella se dejaban caer hacia su
pecho y por debajo de su túnica para deslizarse por encima de su abdomen y pecho
sin barrera alguna entre ellos. Él sujetó su cintura y la apretó en la cama, cubriéndola
completamente con su cuerpo. Ella era demasiado pequeña, ya demasiado fuerte,
demasiado apasionada.
¿Cómo era este desalmado mundo capaz de crear una criatura tan bella? Si su
belleza no era un regalo de la diosa, seguramente tenía que ser un regalo de su
madre…
Repentinamente, Magnus se sacudió hacia arriba, cubriendo su boca con la parte
trasera de su mano.
—¿Qué? —Cleo jadeó, sus mejillas ruborizadas.
Él se aumentó hacia sus pies y recogió su capa.
—Necesito una bebida. Voy a investigar la taberna hacia arriba de la calle.
Cleo se compuso en su cama, observándolo, su cabello una disposición
desordenada de dorados rizos cayendo en cascada por encima de sus hombros
totalmente todo el camino hasta su cintura.
Totalmente, dolorosamente, tentadora.
—Lo entiendo —ella dijo quedamente.
Él estaba aproximadamente de abandonar sin ninguna otra palabra, pero él se
volvió de regreso para encararla.
—Antes de que me marche, debes saber esto. Cuando el día llegue que esta
maldición sea rota, yo te prometo que la puerta hacia cualquier habitación donde
estaremos estará cerrada con llave, y yo no permitiré que nada o nadie nos
interrumpa.
Con eso, él se dio la vuelta y la dejó allá, mirándolo detrás.
Sí, él desesperadamente necesitaba una bebida.
***
El Dios de Fuego había sido muy específico en cuanto al lugar que quería para que
Amara fuera a recopilar poder.
Le informó a Carlos sobre el cambio de planes.
No entrará en el palacio Limeriano después de todo. No, en vez de eso, su
destino será mucho más hacia el sur de Paelsia, hacia las antiguas instalaciones
del líder Hugo Basilius.
Carlos no cuestionó las órdenes, en lugar de eso creó planes inmediatos. Junto
a quinientos soldados, Amara, Nerissa, Kurtis y el capitán de la guardia de Amara,
realizaron su camino hasta el reino central de Mytica, el cuál Amara aún no conocía.
Desde la ventana de su carruaje, pudo ver con sorpresa cómo el hielo y la nieve
de Limeros se derretía y daba lugar a una tierra reseca, bosques muertos y muy
poca vida salvaje.
—¿Siempre ha sido así por aquí?— preguntó ella con desaliento.
—No siempre, mi gracia —Respondió Nerissa—. Me han dicho que hubo un
tiempo, mucho atrás, en el cual Mytica de norte a sur era cálido y temperado,
siempre verde, sólo con leves cambios de estación a estación
—¿Por qué alguien elegiría vivir en un lugar como este?
—Los Paelsianos tienen poca decisión sobre sus destinos, y son bien conocidos
por aceptarlo, como si la aceptación e hubiera convertido en una religión en sí
misma. Son gente pobre, atadas a las reglas que su actual Líder y el Líder anterior
a él declararon. Por ejemplo, ellos sólo pueden vender vino legalmente a Auranos,
y el vino es su única exportación valorable. La mayoría de las ganancias son puros
impuestos, y estos impuestos fueron reclamados por el Líder.
Si, vino Paelsiano, famoso por su dulce sabor y su habilidad mágica para hacerte
disfrutar de una rápida y placentera borrachera sin efectos de resaca.
Era el vino que Amara llevó de vuelta a Kraeshia para envenenar a su familia.
Sin importar lo que dijeran sobre la bebida, juró que nunca bebería vino Paelsiano
debido a ese recuerdo.
—¿Por qué no se van? —preguntó ella.
—¿E ir a dónde? Muy pocos tendrían dinero para viajar por los océanos, y aún
menos como para construir un hogar en otra parte. Y viajar a Limeros o Auranos
está prohibido para los Paelsianos sin el permiso momentáneo del Rey
—Estoy segura de que muchos se mueven cuando les place. No es como si los
límites estuvieran completamente monitoreados.
—No. Pero los Paelsianos tienden a obedecer a la ley, al menos la mayoría —
Nerissa se volvió a acomodar en su asiento, sus manos plegadas en su regazo—.
No deberían darle problema alguno, mi gracia.
Si eso es todo, luego de tantos problemas en el pasado, esto era un alivio de
saber.
Amar continuó observando el desértico paisaje fuera de la ventana de su carruaje
durante los cuatro días de su viaje desde la villa de Lord Gareth, esperando ver que
la tierra y muerte cambiaran a vegetación y vida, pero nunca lo hizo.
Nerissa le aseguró que más al oeste, cerca de la costa, mejoraba, y que la
mayoría de los Paelsianos hacían sus hogares en las aldeas, en ese tercio de tierra,
y muy pocos cerca de los ominosos picos de las montañas prohibidas en el este
hacia el horizonte.
Este reino estaba lejos de la abundante riqueza de Kraeshia, al igual que todas
las cosas que Amara había experimentado, y esperaba que no debieran pasar
mucho tiempo en este lugar.
Para la última parte de su viaje, su séquito utilizó el camino imperial, el cual tenía
una forma muy curiosa a lo largo de Mytica; comenzando en el templo de Cleiona
en Auranos, y terminado en el templo de Valoria en Limeros. Pasando directamente
por las puertas frontales del recinto de Basilius.
Las puertas estaban abiertas, y un hombre de baja estatura con cabello gris los
esperaba, flanqueado por una docena de altos hombres Paelsianos que ocupaban
pieles y llevaban pequeñas trencitas en su cabello negro. Cuando Carlos ayudó a
Amara a bajar del carruaje, el hombre asintió bruscamente hacia ella.
—Mi gracia, yo soy Mauro, el canciller principal de Líder Basilius. Bienvenidos a
Paelsia.
Barrió con la mirada al pequeño hombre, una cabeza más pequeña que ella
misma.
—Así que tú has estado a cargo de este reino desde la muerte del Líder.
Él asintió
—Sí, mi gracia. Y estoy, por lo tanto a su servicio. Por favor, venga conmigo.
Junto con el grupo principal de guarda espaldas de la emperatriz, incluyendo a
Carlos, Amara y Nerissa siguieron a Mauro a través de las puertas de piedra café
hacia el recinto.
Un camino de piedra se enrollaba a través de la amurallada aldea, guiándolos
mientras dejaban atrás pequeñas cabañas de paja similares a las que Amara había
visto cuando al pasar por variadas aldeas en su camino hacia el recinto.
Estos hogares es donde se alojaban las tropas del Líder. Todos excepto un
puñado fueron asesinados en la batalla para obtener el palacio Auraniano.
Mauro gesticuló hacia los otros lugares de interés mientras lo seguían a través
del recinto, el cual en algún momento había sido el hogar de más de dos mil
ciudadanos Paelsianos. Había tiendas aquí que solían proveer pan, carne y
producción traída al recinto desde el puerto de los comerciantes.
Mauro les mostró un área desértica que contenía las casetas de los vendedores
locales, los cuales tenían permitido pasar a través delas puertas periódicamente
cada mes. Otra área, un espacio abierto con piedras asentadas, había sido usada
como arena para la entretención y duelos, además de las peleas y las otras
demostraciones de fuerza que el Líder solía disfrutar mirar.
Otro espacio abierto estaba marcado con indicios de fogatas, donde el Líder
disfrutaba de sus festines.
—Festines —dijo Amara con sorpresa—. En un reino como este, festines son la
última cosa que esperaría que un jefe disfrutara.
—El Líder necesitaba de esos placeres para avivar su mente y ayudarlo a
explorar los límites de su poder.
—Está bien —reflexionó ella— ¿Él creía ser un hechicero, no?
Mauro le dio una mirada comprimida.
—Lo hacía, mi gracia.
El Líder Basilius sonaba para Amara como un hombrecillo egoísta y de mente
estrecha. Estaba feliz de que Gaius lo matara luego de la batalla Auraniana. Si él
no lo hubiera hecho, lo habría llevado a cabo ella misma.
A pesar del calor del día, el sol escondiéndose tras ella, sintió que la temperatura
se elevaba.
—Sé que no parece mucho, pequeña emperatriz, pero este es el lugar exacto
donde debemos estar.
Amara no le contestó a Kyan, pero reconoció su presencia con un pequeño
asentimiento.
—Aquí estamos cerca del centro de poder —continuó—, puedo sentirlo.
—Por aquí —Mauro Indicó un gran agujero en el suelo, como de diez pasos de
circunferencia, cayendo otros 20 dentro de la seca tierra— está el espacio que el
Líder utilizaba para los prisioneros.
Amara miró hacia abajo dentro del pozo
—¿Cómo llegaban allá abajo?
—Algunos eran bajados con cuerdas o escaleras. Otros, simplemente empujados
—Mauro hizo una mueca—. Mis disculpas si tal imagen es desagradable, mi gracia.
Ella le dio una mirada afilada.
—Te aseguro, Mauro, no hay nada que puedas decirme del tratado de prisioneros
que yo vaya a encontrar sorprendente o insoportable de escuchar.
—Por supuesto, mi gracia. Mis disculpas.
Estaba agotada de los hombres y sus disculpas a medias.
—Carlos, ve que a mis soldados se les asigne un alojamiento adecuado luego de
su largo viaje
—Sí, emperatriz —Carlos dio una reverencia.
—Usted se hospedara aquí, emperatriz Amara —Mauro indicó el edificio de tres
plantas cercano, hecho de arcilla y piedra, el más grande y fornido en la aldea
completa.
—Sólo puedo esperar que sea aceptable para usted.
—Estoy segura de que podré manejarlo.
—He concertado a un pequeño mercado para que le visite esta noche, y así
mostrarle las mercancías de sus nuevos súbditos Paelsianos. Algunos adorables
tejidos, le podrían interesar por ejemplo. Y algunas chucherías decorativas para su
cabello. Otra vendedora viajará aquí desde a costa para mostrarle el tinte de baya
que ha creado, el cual pintará sus labios…
Mauro titubeo mientras que la cara de ella se amargaba.
—¿Hay algún problema, mi gracia?
—¿Piensas que estoy interesada en tejidos, chucherías y tintura de baya para
labios? —esperó su respuesta, pero su boca sólo se movió sin voz alguna.
Detrás de ella, escuchó una risita. Se volvió bruscamente, su mirada fija en el
guardia, su guardia, que tenía una sonrisa en la cara.
—¿Acaso lo encuentras divertido? —preguntó ella.
—Sí, mi gracia —respondió el guardia.
—¿Se puede saber por qué?
Él miró a sus compatriotas que lo rodeaban, ninguno de los cuales le devolvió la
mirada.
—Bueno, porque eso es lo que las mujeres disfrutan; maneras de verse más
lindas para sus hombres.
Lo dijo sin dudar, como si fuera obvio y para nada ofensivo.
—Oh, no —Kyan susurró en su oído—. Eso es algo insolente, ¿no crees?
Ella lo creía realmente.
—Dime, ¿Crees tú que debería comprar tinta de labios para complacer a mi
esposo cuando finalmente vuelva a mí? —preguntó ella.
—Lo creo —respondió él
—Esa es mi meta como emperatriz, por supuesto, complacer a mi esposo y a
cualquier otro hombre que se me cruce en el camino.
—Sí, mi gracia —respondió él.
Y esa fue la última cosa que diría.
Amara incrustó la daga que llevaba consigo en el estómago del guardia,
mirándolo a los ojos mientras se abrían con sorpresa y dolor.
—Fáltenme el respeto, cualquiera de ustedes —dijo ella, mirando a los otros
guardias que la observaban con sorpresa— Y morirán.
El guardia que habló imprudentemente cayó al suelo.
Ella le asintió Carlos para que removiera el cuerpo, y él lo hizo sin dudar.
—Bien hecho, pequeña emperatriz —susurró Kyan—. Me muestras tu valor más
y más con cada día que pasa.
Amara sonrió hacia Mauro, cuya expresión ahora albergaba frío miedo.
—Me interesa el mercado, suena adorable.
***
Más tarde ese día, acompañada por Mauro y la guardia real, Amara y Nerissa
exploraron el mercado, el cual consistía en veinte puestos cuidadosamente
seleccionados, que como había sido prometido, la mayoría poseía frívolos
productos, especialmente de belleza y moda.
Amara ignoró las bordadas bufandas y vestidos, la tintura de labios, las cremas
removedores de manchas, las barras de carbón para delinear los ojos y trato de
concentrarse en los mismos vendedores; Paelsianos, jóvenes y ancianos, con
agotadas pero esperanzadoras miradas mientras se les acercaba. Sin miedo, sin
terror, sólo esperanza.
Que extraño encontrar esto en un reino conquistado, pensó ella. Otra vez, la
ocupación de Mytica por Kraeshia había sido casi pacífica hasta ahora,
especialmente en Paelsia. Aun así Carlos la había mantenido al tanto de los grupos
rebeldes que conspiraban contra ella, los dos en Limeros y Auranos. Eso no le
causaba problemas. Los rebeldes son una peste inevitable, pero una que
normalmente se podía aplastar fácilmente.
Amara miró como Nerissa se acercaba a un puesto para inspeccionar una
bufanda de seda que el vendedor le había acercado
—Estoy encantado de ver que te estas adaptando fácilmente —susurró Kyan en
su oído.
Los hombros de Amara se pusieron rígidos con el sonido de su voz
—Lo hago lo mejor que puedo —respondió silenciosamente.
—Me temo que debo dejarte por un momento mientras busco la magia que
necesitamos para cumplir con el ritual.
El pensamiento la alarmó. ¡Acababan de llegar!
—¿Ahora? ¿Te marcharás ahora?
—Sí. Pronto seré restaurado a mi gloria completamente, y tú serás más poderosa
de lo que puedes imaginar. Pero necesitamos la magia para sellar esto.
—La magia de Lucia y su sangre.
—Su sangre, sí. Pero no a la hechicera misma. Encontraré una fuente alterna de
magia. Aun así necesitaremos sacrificios, sangre, para sellar la magia.
—Entiendo —susurró ella— ¿Cuándo volverás?
Amara esperó pero él no le respondió. Luego sintió un crujido en sus faldas y
miró hacia abajo
Una niña pequeña de no más de cuatro o cinco años, con oscuro cabello y pecas
en su piel bronceada, se acercó hacia sosteniendo una flor para ella.
Amara tomó la flor
—Gracias.
—Eres tú, ¿verdad? —preguntó la niña sin aliento.
—¿Y quién crees que soy?
—La que ha venido aquí para salvarnos a todos.
Amara mantuvo una mirada divertida con Nerissa, la cual volvió a su lado ahora
utilizando la colorida bufanda, luego miró a la niña otra vez
—¿Eso es lo que piensas?
—Eso es lo que dice mi mamá, así que debe ser verdad. Tú mataras a la bruja
malvada que ha estado hiriendo a nuestros amigos.
Una mujer se acercó claramente avergonzada, y tomó la mano de la pequeña
niña
—Perdónanos, Emperatriz. Mi hija no pretende molestarte
—No lo hace —dijo Amara—. Tu hija es muy valiente.
La mujer rió.
—Más bien testaruda y ridícula.
Amara sacudió su cabeza
—No, nunca es muy temprano para que las niñas aprendan a decir lo que
piensan. Es un hábito que las hará valientes y fuertes cuando crezcan. Dime, ¿Tú
crees lo que ella? ¿Que he venido a salvarlos a todos?
La expresión de la mujer se oscureció y sus cejas se juntaron con preocupación
y duda. Miró a Amara en los ojos.
—Mi gente ha sufrido por más de un siglo. Estábamos bajo el comando de un
hombre que trató de engañarnos haciéndonos creer que era un hechicero, que nos
daba impuestos tan grandes que ni con los beneficios de las viñas podíamos
alimentarnos. Esta tierra que llamamos nuestro hogar se está desperdiciando bajo
nuestros pies, incluso mientras hablamos. Cuando el rey Gaius derrotó a Basilius y
al rey Corvin, mucho de nosotros pensamos que él nos ayudaría. Pero ninguna
ayuda ha llegado. Nada ha cambiado, sólo ha empeorado.
—Lamento mucho escuchar eso.
La mujer sacudió su cabeza
—Pero luego tú llegaste, esa maligna hechicera estaba aquí, destruyéndonos,
aldea tras aldea, pero cuando llegaste desapareció. Tus soldados han sido estrictos
pero justos. Han eliminado a aquellos que se oponen a ellos, pero esa gente no es
una pérdida para nosotros, tus opositores son los mismos hombres que mostraron
discordia en nuestro reino en los días después de que el ejército de Basilius dejara
de ofrecer la pequeña protección que ofrecían. ¿Así que creo, como muchos otros
de aquí, que tú eres la que ha llegado para salvarnos a todos? —Alzó su barbilla—
. Sí, lo hago.
Luego de que los guardias movieran a Amara lejos de la mujer y su hija hacia la
siguiente área del mercado, las palabras de la mujer se quedaron con ella.
—¿Puedo hacer una sugerencia atrevida, mi gracia? —le preguntó Mauro,
mientras ella le dio una mirada al pequeño hombrecito que la seguía como un perro
entrenado.
—Por supuesto —dijo ella—. A no ser que sea una sugerencia de comprarme
tinta de labios.
Su cara palideció
—Para nada.
—Entonces procede.
—Los Paelsianos están abiertos a tu liderazgo, pero la palabra se tiene que
expandir aún más. Sugiero que abramos las puertas del recinto y le permitamos a
tus nuevos ciudadanos entrar y escuchar tu discurso sobre los planes futuros.
Un discurso, pensó ella, era algo que Gaius habría disfrutado más que ella. Pero
Gaius no estaba aquí. Y ahora que tenía el fuego similar para guiarla en su acceso
a la magia de su esfera aguamarina, no tenía muchas razones para mantener al rey
con vida por más tiempo.
—¿Cuándo? —le preguntó a Mauro
—Puedo hacer correr la voz inmediatamente. Miles viajarán hacia acá desde las
aldeas para escucharte. ¿Quizás una semana?
—Tres días —dijo ella
—Tres días es perfecto —murmuró con admiración
—Sí, será maravilloso. Muchos Paelsianos, con brazos y corazones abiertos,
listos para obedecer cualquier comando.
Sí, pensó Amara. Un reino de personas listas para ejecutar sus mandados sin
cuestionar, los cuales aceptan a una líder mujer sin argumento, eso sería
increíblemente útil.
CAPÍTULO 16 MAGNUS
PAELSIA
***
Si Ashur podía buscar información sobre Amara, lo mismo podría hacer Magnus.
Esa tarde, salió de la posada y caminó a grandes pasos por el camino hacia el
mercado que Cleo había mencionado, lo que le llevó por la tentadora entrada de la
Vid Púrpura. Una vez en el mercado, apenas echó un vistazo a los puestos de
madera, con lonas de colores brillantes destinadas a proteger a los vendedores del
sol, cada uno vendiendo una mercancía Paelsiana diferente de vino a la joyería, de
frutas y verduras a los pañuelos y vestidos de todos los colores, entre una plétora
de otros mercantes. El ocupado laberinto de puestos olía a fruta dulce y carne
ahumada, y más cerca de los muelles, el olor a sudor y baldes de basura asaltaban
las fosas nasales de Magnus. Entre los numerosos asistentes del mercado, entre
ellos tripulaciones de barcos y ciudadanos habituales de la ciudad, una dispersión
de guardias Kraeshian capturó su interés.
Observó cómo uno de los hombres de Amara hablaba con un vendedor de vino
de Paelsia, que le ofrecía una muestra de su producto, pero la copa de madera no
estaba presentada con manos temblorosas o miedo en los ojos del vendedor, pero
con una sonrisa en su rostro.
Molestó a Magnus al ver que tantos Paelsianos estaban aceptando el destino de
convertirse en una parte del Imperio Kraeshian, aparentemente sin un cuidado en
el mundo. ¿Había sido tan malo para ellos antes, que la idea de Amara como su
nuevo líder fuera un regalo?
Él continuó observando la evidencia de esta dinámica entre Paelsianos y
Kraeshianos hasta que el sol era alto en el cielo y llevar una capa encapuchada se
hizo insoportablemente caliente. Desde que se había llenado de las vistas, los
sonidos y los olores, agradable y sucio, del mercado de Basilia, decidió regresar a
la posada.
Magnus se volvió en esa dirección sólo para descubrir que alguien estaba en su
camino.
Taran Ranus.
Magnus luchó por no mostrar que toparse inesperadamente ante el gemelo de
Theon –alguien que había venido a tomar su venganza sobre el asesino de su
hermano- lo había asustado tanto. Pero antes de que Magnus supiera qué decir,
Taran se tomó la libertad de hablar primero.
—Tengo curiosidad —dijo Taran con voz baja—. ¿Cuántas personas has
matado?
—Esa es una pregunta bastante personal para un lugar tan público.
Continuó, sin temor.
—Sabemos que está mi hermano, eso es uno. ¿Quién más?
Magnus intentó no estremecerse, trató de no alcanzar la empuñadura de la
espada que llevaba. Taran también llevaba su espada prominentemente a su lado.
—No estoy seguro —admitió.
—Una estimación lo hará.
—Muy bien. Quizás… una docena.
Taran asintió con la cabeza, su expresión no dando nada de lo que podría estar
pasando en su mente mientras miraba el mercado ocupado que los rodeaba.
—¿Cuántas personas crees que he matado?
—Más de una docena, estoy seguro —respondió Magnus. Él frunció los labios—
. ¿Por qué? ¿Estás aquí para burlarte de mí con tus habilidades de combate de
espadas? ¿Para contarme historias de cómo has hecho que los hombres malvados
lloren por sus madres antes de derramar su sangre? ¿Cómo matarías a mil si
significaba que el sol y la felicidad reinarían en este mundo?
La mirada entrecerrada de Taran se volvió lentamente hacia la de Magnus. Para
alguien que casi había desmontado la posada la otra noche con su urgente
necesidad de cortar la garganta de Magnus, Taran parecía bastante tranquilo hoy.
—¿Te arrepientes de matar a mi hermano? —Preguntó finalmente, ignorando las
preguntas de Magnus.
Magnus consideró mentir, se preguntó si debería fingir remordimiento. Pero
instintivamente sabía que no sería capaz de engañar al gemelo de Theon.
—No —dijo con la mayor confianza que pudo—. Mi vida estaba en peligro.
Necesitaba protegerme de alguien mucho más hábil con una espada que yo en ese
momento, así que actué. No puedo estar aquí y decirte que lamento tomar cualquier
medio necesario para salvar mi propia vida, a pesar de que mis opciones en el
momento no fueron las mismas opciones que tomaré hoy.
—¿Qué opción elegirías hoy?
—El combate cara a cara. Mis habilidades de lucha han mejorado mucho en el
último año.
Taran asintió una vez, pero su rostro no traicionó nada.
—Mi hermano te habría derrotado.
—Tal vez —admitió Magnus—. ¿Y qué, entonces? Supongo que estás aquí para
intentar llevar mi vida ante toda esta gente, ¿verdad? ¿O simplemente estamos
teniendo una conversación?
—Es exactamente por eso que te seguí aquí: porque quiero decidir qué hacer.
La otra noche fue tan simple, tan claro en mi mente que tenías que morir.
—¿Y ahora?
Taran sacó la espada de la vaina de su cinturón, pero sólo lo suficiente para
mostrar la hoja que tenía una serie de símbolos y palabras desconocidas grabadas
en su superficie.
—Esta fue el arma de mi madre una vez. Me dijo que las palabras talladas en ella
están en el lenguaje de los inmortales.
—Me encanta —dijo Magnus, todo su cuerpo tenso y listo para una pelea— ¿Tu
madre era una bruja? —dijo, adivinando.
—Sí. Era una Oldling, una bruja que adoraba los elementos con magia de sangre
y sacrificio.
—Estoy seguro de que me estás diciendo esto por una razón.
—Yo soy. Te pedí que adivinaras cuántas personas he matado —Taran envainó
la espada—. La respuesta es uno. Sólo uno.
Un hilillo de sudor se deslizó por toda la columna vertebral de Magnus.
—Tu madre.
Taran asintió sombríamente.
—Los viejos creen que los gemelos están llenos de poderosa magia —sacudió
su cabeza, su ceño fruncido—. Hay una leyenda casi olvidada que dice que los
primeros inmortales que fueron creados eran gemelos, uno la oscuridad, uno la luz.
Mi madre creía que la magia oscura era mucho más poderosa, para aumentar la
suya, ella eligió sacrificar al gemelo de luz.
—Theon.
—En realidad no. Era yo, hace cinco años, cuando tenía quince años. Tal vez
ella pensó que la dejaría usar esta misma espada para matarme, pero estaba
equivocada. Me defendí y la maté. Theon llegó entonces, sólo para verme
sosteniendo una espada, y a nuestra madre muerta a mis pies. No sabía lo que ella
era realmente. Apenas recientemente encontré la verdad por mí mismo. Él juró que
pagaría con mi vida por tomar la de ella, y yo sabía que nunca lo entendería. Así
que corrí tan lejos como pude, y no miré hacia atrás. Hasta ahora —se rió, y el
sonido fue seco y hueco—. Parece que tenemos esto en común: ambos fuimos
forzados a tomar una vida para protegernos, un acto que no podemos permitirnos
lamentar, porque si no lo hubiéramos hecho no estaríamos aquí hoy.
Magnus no pudo encontrar su voz; La confesión de Taran había logrado hacerle
callar. Él Se concentró en el zumbido y la actividad del mercado, cerrando los ojos
por un momento.
Cuando los abrió de nuevo, Taran se alejó de él a través de la multitud. El siguió
a distancia, teniendo en cuenta la corta conversación que habían tenido y
sintiéndose agradecido por no haber tenido que luchar por su vida hoy.
Cuando regresaron a la posada, Jonas estaba en la sala de reuniones, como si
estuviera esperando su llegada. Él se levantó de su asiento y dejó el libro que había
estado leyendo. Magnus notó con sorpresa que había sido el mismo sobre vino que
había estado leyendo.
—Taran, tenemos que hablar —dijo Jonas—. Afuera en el patio no seremos
escuchado por orejas entrometidas. Félix ya está allí esperando. Usted también, su
alteza.
Magnus ladeó la cabeza.
—¿Yo?
—Eso es lo que dije.
—Ahora estoy profundamente intrigado. Muy bien. Dirija el camino, rebelde.
Detrás de la posada había un espacio al aire libre que ambos, el posadero y su
esposa, llamaban patio. Realmente, era un pedazo de pasto marrón rodeado por un
pequeño jardín de flores y hortalizas y Conteniendo dos corrales de animales —uno
de pollos y uno de warlogs gordos quienes gritaban enojados a cualquiera que se
acercara a ellos.
Magnus y Taran siguieron a Jonas hasta donde Félix estaba en el extremo del
jardín.
—Tenemos información sobre Amara —dijo finalmente Jonas—. Está aquí en
Paelsia.
Magnus trató de no mostrar ninguna intriga en su expresión.
—¿Información de quién?
—Hay rebeldes por todas partes, su alteza.
El primer impulso de Magnus fue recordarle a Jonas que la mayoría de sus
rebeldes habían muerto, pero él escogió mantener su lengua quieta.
—Muy bien. ¿Dónde está Paelsia?
—En el lugar del jefe Basilius.
—¿Y dónde está precisamente eso?
—Un día de viaje de aquí al sureste. Me sorprende que no lo sepas, considerando
que es un punto importante en el Camino de Sangre de tu padre.
—Camino Imperial —corrigió Magnus.
—Camino de Sangre—dijo Jonas de nuevo, apretando los dientes.
Magnus decidió no entrar en el tema de ese camino con un Paelsiano, ni el tema
de cómo era construido tan rápidamente sobre las espaldas de los trabajadores de
Paelsia a órdenes de su padre. No era de extrañar que los ciudadanos de este reino
fueran tan acogedores con Amara.
—¿Y este informante también le dijo por qué ella ha venido aquí?
—No.
—No importa por qué está aquí —dijo Félix—. Esta es nuestra oportunidad.
—¿Para qué? —Preguntó Magnus— ¿Asesinarla?
—Esa era la idea general.
—No, no lo era —dijo Jonas, mirando a su amigo.
—Matar a una emperatriz no cambia el hecho de que mi padre le dio este reino
a su familia. Sus soldados están por todas partes como manchas verdes de barro.
¿Qué pasa con Ashur? Tú lo traes aquí como si confiaras en él, pero no sabemos
cuál es su plan.
—Ashur es un problema, lo admito —dijo Jonas—. Tengo a Nic que lo vigila,
reportando cualquier comportamiento inusual.
—Oh, sí —Magnus cruzó sus brazos—.Eso debería salir bien. Así que tú… —se
dirigió a Félix— quieres matarla. Y tú… —a Jonas— quieres esperar y ver —él
asintió—.Excelentes decisiones por todos lados. No puedo imaginar que Amara
tenga una oportunidad contra esta alianza.
Jonas parpadeó.
—Taran, ¿no planeabas matarlo?
—Así es.
—Estoy empezando a calentar a esa posibilidad de nuevo.
—Claro —dijo Magnus—, si conocemos la ubicación de Amara, la mejor decisión
es la de enviar exploradores para recabar más información sobre sus planes
actuales, por qué está aquí, y donde está escondida la Vástago de agua.
Taran gruñó.
—Odio el hecho de que esté de acuerdo con él, pero lo hago. Puedo ir. No hay
razón por la que debo quedarme aquí sin más que mirar las paredes.
—Yo también iré —dijo Félix, ansioso.
Jonas le dirigió a Félix una mirada cautelosa.
—¿Crees que puedes manejar eso sin hacer nada imprudente?
—Absolutamente no. Pero aun así quiero ir —Félix suspiró—. Lo prometo,
estaremos en busca de información. Sólo eso.
Magnus preferiría actuar, como Félix, y simplemente borrar a Amara de la faz del
mundo, pero podía ver cómo la información sería útil en el sentido más amplio de
dos reinos en guerra.
—¿Le contaremos eso a Cleo? ¿O a Cassian?
—Por ahora, no —contestó Jonas—. Cuanto menos conozcan, mejor.
A Magnus no le gustaba la idea de guardar esto de Cleo, pero no podía criticar
la lógica de Jonas.
—Muy bien. Lo mantendremos entre los cuatro.
Jonas asintió con la cabeza.
—Entonces está arreglado. Taran y Félix se irán mañana al amanecer.
CAPÍTULO 17 CLEO
PAELSIA
Era obvio para Magnus que Enzo y Milo se estaban conteniendo en su sesión de
combate, preocupados de herir al príncipe. Magnus los dejó sangrando a ambos
como castigo por esto y regresó a la posada, sintiendo la sorpresiva necesidad de
dibujar.
Pausó en el umbral cuando vio a Jonas y Cleo en la sala, se estaban sentando
juntos, sus voces bajas. Magnus se acercó para escuchar, pero en vez de eso vio
como el rebelde acariciaba el cabello de Cleo sin protesta de la princesa, luego
acariciaba su mejilla. Sus miradas se colgaron entre ellas un segundo de más.
La mirada de Magnus se tornó roja como la sangre.
Parte de él quería meterse allí, apartarlos y matar al rebelde antes de desterrar a
Cleo del lugar y lejos de él para siempre.
Su mente racional le dijo que no todo lo que veía era la verdad y que no debía
saltar a conclusiones.
Aun así, si iba allí y confrontaba a la pareja, seguramente moriría alguien.
En vez de eso, salió de la posada y se fue por la calle que iba directo a la taberna,
gritándole al barman por algo de vino. Perdió la cuenta de cuántos cálices bebió
antes de que comenzara a calmarse.
Ya sabía que a la princesa le importaba el rebelde, que ambos tenían algo de
historia romántica en la que cual no había querido pensar mucho. ¿Por qué no
querría ella a alguien como Jonas? Alguien valiente y fuerte—aunque pobre y
patético y una maldición mortal para todos los que había enlistado en sus órdenes
como el líder rebelde en el pasado.
Magnus todavía podía ver como alguien como Jonas, que miraba abiertamente
a la princesa como si fuera una estrella brillando en el firmamento, sería tentador.
Al menos en comparación con Magnus, que era oscuro y malhumorado y rápido
para la violencia.
Miró hacia su copa vacía.
—Con un millón de preocupaciones y problemas sobre mí, estoy obsesionado
sobre dónde están sus verdaderos sentimientos —miró embriagado al barman—.
¿Por qué está vacía mi copa?
—Mis disculpas.
El camarero rápidamente llenó el cáliz hasta que el vino se regaba por los bordes.
Alguien vino a sentarse en el banquillo de madera al lado de él. Estaba a punto
de gritarle al hombre que necesitaba su espacio y que si valoraba su vida podía irse
a otro lado, pero luego se dio cuenta de quién era.
—El vino no ayuda a nadie a olvidar sus preocupaciones —dijo su padre, su cara
pálida y demacrada como la de un cadáver bajo la pesada capucha de su negra
capa.
Desde que el rey había sido aislado en su habitación privada arriba en la posada
con su madre, desde la noche en la que habían llegado, era una sorpresa verlo aquí.
Magnus miró alrededor para ver si había traído a Milo para protegerse, pero no vio
guardias por ningún lado. Tal vez él todavía estaba atendiendo sus heridas de la
sesión de combate.
Magnus ignoró el comentario del rey y vacío su copa antes de hablar.
—¿Sabe Selia que estas aquí? No puedo imaginar que lo apruebe.
—No lo sabe. Su preocupación por mi inminente muerte me ha hecho un
prisionero. No me preocupo mucho por el sentimiento.
—¿El sentimiento de tu inminente muerte o el de ser un prisionero? No necesitas
responder. Estoy seguro que ambas son experiencias vastamente desconocidas
para ti.
Magnus tomó la botella de vino del barman y lo ahuyentó con un movimiento de
su mano. Ahora bebía directamente de la botella.
—Hubo un tiempo en el que me satisfacía en esos pecados —dijo el rey.
—¿Vino o intensa pena por ti mismo?
—¿Estas teniendo problemas con la princesa?
—Estoy seguro de que eso te haría muy feliz, ¿verdad?
—¿Saber que deseas separarte de alguien que creo que sólo te llevará a tu
perdición? Feliz no sería la palabra que escogería, pero sí. Sería lo mejor.
—No discutiré a Cleo contigo, ni ahora ni nunca —Magnus balbuceó, odiando
que su cabeza estaba tan mareada con su padre cerca.
Prefería tener completo control sobre sus sentidos, pero era demasiado tarde
para preocuparse por eso después de la cantidad de vino que había consumido.
—Sabia elección —replicó el rey—. Ella definitivamente no es mi tema favorito.
—Este odio que sientes por ella… —le dio vueltas en su cabeza, este implacable
asco que el rey sentía por Cleo— Tiene que ver con su madre, ¿verdad?
—Sí, en realidad sí tiene que ver.
Una respuesta directa. Que inusual… y profundamente intrigante.
—Reina Elena Bellos —continuó Magnus, impulsado por el vino que soltaba sus
labios—. Vi su retrato en el palacio Auraniano antes de que hicieras que la quitaran
junto con las otras. Era una mujer hermosa.
—En verdad lo era.
El rey se alejó de él y miró con deseo a las ventanas de la taberna hacia la oscura
calle fuera. Magnus podía ver una pequeña sonrisa en sus fantasmales labios.
El entendimiento le pegó fuerte.
—Estabas enamorado de ella —dijo Magnus, sorprendido por sus palabras, pero
sabía que eran verdad—. Estabas enamorado de la madre de Cleo —esa acusación
llevó la atención del rey de nuevo hacia él, sus enrojecidos ojos abriéndose
ligeramente como si estuviera sorprendido. Magnus se tomó un momento para
absorber esa silenciosa confirmación y otro sorbo de vino para ayudar a su, de
repente, seca garganta—. Debió ser hace mucho tiempo, cuando eras capaz de
tener una emoción tan pura.
La sonrisa rápidamente desapareció de la pálida, astuta cara de su padre.
—Fue hace mucho tiempo. Esa debilidad casi me destruye, lo cual es
exactamente la razón por la cual quería vigilarte.
Magnus se rio por esto, un ruidoso bramido que lo sorprendió incluso a él.
—¿Vigilarme? Oh, Padre, no gastes tu respiración en esas mentiras.
El rey golpeó la barra con su puño.
—¿Estas ciego? ¿Terriblemente ciego? ¡Todo lo que he hecho ha sido por ti!
La fuerza de su repentina furia hizo que Magnus tirara un poco de su bebida en
el frente de su túnica. Miró al hombre.
—Qué raro que olvidé cuando decidiste terminar con mi vida –y la vida de mi
madre.
—La muerte sería un alivio de este mundo para muchos de nosotros.
—Nunca olvidaré nada de lo que has hecho, comenzando por esto —Magnus
señaló la cicatriz en su mejilla derecha—. ¿Recuerdas ese día tan claramente como
yo?
Su mandíbula se tensó.
—Lo recuerdo.
—Tenía siete años. Siete. ¿Te has arrepentido de eso por un sólo momento?
Los ojos del rey se achicaron.
—No debiste tratar de robar del palacio Auraniano. Habría causado mucha
vergüenza si hubieras tenido éxito.
—¡Siete años! —la garganta de Magnus dolía mientras prácticamente le
gritaba— A duras penas era un crio cometiendo un error, tentado por algo brilloso y
bonito cuando solía vivir una aburrida, gris vida en un aburrido, gris palacio. ¡Nadie
se habría dado cuenta que tenía la daga! ¿Qué diferencia hacia?
—Yo lo sabría —siseó el rey—. Esa daga que deseabas robar perteneció a Elena.
Yo lo sabría porque fui yo quien se la obsequio, hace tiempo cuando era un estúpido
chico tratando de impresionar a una hermosa chica. No sabía que la conservaba,
que la apreciaba y la exhibía todo el tiempo que habíamos pasado lejos. Cuando la
vi en tu mano seis años después de su muerte… no pensé. Sólo reaccioné.
Magnus se dio cuenta que no tenía una respuesta rápida. Que le hayan
contestado estas preguntas después de tanto tiempo, no lo podía procesar tan
rápido.
—Eso no te perdona por lo que hiciste.
—No, claramente no lo hace.
Magnus desvió su atención del rey e intentó concentrarse en algo, lo que sea.
Ayudó darse cuenta que el mundo seguía a pesar de su conversación. Un hombre
alto caminaba hacia el bar con un brazo lleno de copas vacías, su túnica alzándose
tan alto para mostrar una peluda barriga. Una barista aparto juguetonamente la
mano de un marinero. Los músicos en la esquina tocaban una canción vivaracha y
muchos aplaudían con el ritmo. Otros bailaban en una mesa.
—El poder es todo lo que importa, Magnus. El legado es todo lo que importa —
el rey lo dijo como si tratara de convencerse de ello—. Sin él no somos mejores que
un plebeyo Paelsiano.
Había escuchado esto tantas veces que había llegado a convertirse en meras
palabras que no tenían un verdadero significado.
—Dime, ¿te correspondía Elena Bello, o era una triste y desesperada obsesión
que convirtió tu alma y tu corazón en hielo solido?
Su padre no habló por tanto tiempo que Magnus pensó que tal vez se habría ido.
Desvió su mirada de la ocupada taberna para asegurarse de que el rey seguía a su
lado.
—Ella me amó —le dijo finalmente, su voz casi inaudible—. Pero el amor no era
suficiente para resolver nuestros problemas.
Magnus apretó su cáliz.
—¿Vas a contarme un cuento de amor y perdida ahora… sobre un chico que
conoce a una chica?
—No.
El pensamiento de su padre meneando esta épica historia de amor frente a él sin
compartirla por completo era de esperar tanto como era frustrante.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Para compartir la lección que aprendí. El amor es dolor. El amor es muerte. Y
el amor arrebata el poder de una persona. Si tuviera que vivirlo de nuevo, desearía
nunca haber conocido a Elena Corso. He llegado a despreciarla.
—Que romántico. Como se casó con Corvin Bellos, asumo que ella se sentía de
la misma manera.
—Estoy seguro de eso. Y ahora, me la recuerdan todos los días, de todo lo que
perdí por esa despectiva criaturita, Cleo. Ella se ha vuelto tu terrible debilidad,
Magnus.
El odio volvió a la voz de Gaius. Magnus se encontró con los fríos ojos de su
padre.
—Tu constante odio por Cleo me parece increíblemente inmerecido. La bruja que
maldijo a Elena es a la que deberías culpar —Magnus dejó salir el aire en un shock
mientras se daba cuenta de algo—. Lo haces, ¿verdad? Es por eso que condenaste
a tantas brujas a muerte hace tantos años —para que pagaran por el crimen de esa
bruja. Puedes decir que odias a Elena, pero sabes que aún la amas –aún después
de la muerte. ¿Por qué otra razón habrías tomado la poción de la Abuela?
—Piensa lo que quieras —un músculo saltó en la mejilla del rey—. Esa poción
era la única manera de quemar la pérdida, el dolor y dejar sólo la fuerza. Pero ahora
que he perdido esa fuerza, arrebatada cuando caí por ese acantilado. El dolor y la
perdida volvieron, peor que antes. Y lo odio. Odio todo acerca de esta vida, lo que
he tenido que hacer, como he pasado todo el tiempo obsesionado con el poder.
Pero ahora se terminó.
—Así que lo sigues prometiendo.
Magnus tenía que salir de la ruidosa, humeante taberna. Necesitaba tiempo y
espacio para aclarar su cabeza.
Cuando se levantó, el rey tomó su brazo.
—Te lo ruego, hijo, envía a Cleoina lejos antes de que te destruya. Ella no te ama
con sinceridad, si eso es lo que piensas. No importa lo que te diga, son mentiras.
—El Rey de Sangre rogando. Ahora sí lo he escuchado todo —suspiró—. He
bebido suficiente por esta noche. Ha sido un placer tener esta charla contigo, Padre.
Trata de volver a la posada sin morir. Estoy seguro de que tu madre estaría muy
molesta.
Se fue sin decir otra palabra, odiando lo conflictivo que se sentía sobre qué
pensar, qué sentir.
En el estrecho callejón fuera de la salida que había tomado, alguien bloqueó su
camino hacia la calle principal, un hombre con amplios hombros y una mirada
oscura.
No había nadie cerca.
—Sí, pensé que te reconocía la otra noche —dijo el hombre—. Eres el príncipe
Magnus Damora de Limeros.
—Y tú estás terriblemente equivocado. Perdón por decepcionarte —Magnus trató
de pasarlo, pero el pedazo grande de carne que el hombre tenía por mano saltó
para cogerlo por la garganta, acercándolo tanto que Magnus podía oler la cerveza
en su aliento.
—Hace diez años, tu madre quemó viva a mi mujer, jurando que era una bruja.
¿Qué dirías si te hago lo mismo como retribución?
—Yo digo que me dejes ir inmediatamente —Magnus lo fulminó con la mirada—
. Tu necesidad de venganza no tiene nada que ver conmigo.
—Tiene razón —el rey dio un paso al frente y se quitó la capucha—. Tiene que
ver conmigo.
El hombro lo miró boquiabierto como si no creyera lo que veían sus ojos.
—Mis disculpas por la pérdida de tu esposa —dijo el rey, la única linterna sobre
la puerta de salida iluminaba su huesudo rostro—. Odio a las brujas por razones
demasiado largas para enlistarlas aquí y ahora. Pero raramente he ejecutado a una
que no hubiera manejado en sangre y muerte. Si tu esposa está ahora en la
oscuridad, entonces es exactamente donde pertenece.
El rostro del hombre se enrojeció de ira y dio un paso al frente con una filosa
navaja en su mano. Magnus vio como su padre se quedaba inmóvil en su lugar, su
piel hundida, sus hombros encorvados. Él no querría –no podía– pelear por su vida.
¿Él quería morir?
La atención del hombre se centró sólo en el rey, el odio quemando su mirada
mientras se lanzaba hacia el frente.
Magnus se movió sin darse cuenta de sus intenciones, tomando las manos del
hombre, deteniendo la hoja antes de que llegara al blanco.
—Si alguien merece el derecho de matar a mi padre, seré yo —gruñó—. Pero no
será esta noche.
Le dio la vuelta a la cuchilla para que se hundiera en el pecho de su dueño. El
hombre gritó por el dolor antes de que se tumbara en el suelo. Una piscina de sangre
fluyó libremente desde la herida fatal.
Hubo un momento de terrible silencio en el callejón antes de que el rey volviera
a hablar.
—Debemos irnos antes de que alguien pase y sea testigo de esto.
Magnus tuvo que estar de acuerdo con él. Se limpió la sangre de las manos en
su túnica negra y rápidamente regreso al Hospedaje del Agila y la Lanza.
—No pienses que esto significa que no te odio —dijo Magnus.
El rey asintió agriamente.
—Pensaría que eres un tonto si no lo hicieras. Aun así, incluso con tu odio por
mí, quiero darte algo.
—¿Qué?
—El Gemelo del aire.
No había manera en el mundo en la que el Rey de Sangre le entregara una pieza
del Gemelo a nadie, ni siquiera a su hijo. Y aun así, el rey llevo a Magnus escaleras
arriba a la habitación que había sido de el por estos dos días.
Magnus escaneó el lugar.
—¿Dónde está Selia?
—En el patio —el rey señaló la ventana—. A tu abuela le gusta hacer sus rituales
Oldling en la noche a estas horas bajo la luna, por eso pude escaparme.
El rey fue hacia la cama de paja, alzó las sabanas y tocó debajo del colchón.
Frunció el ceño.
—Ayúdame a levantarlo —le dijo.
—¿Eres así de débil? ¿Así que de verdad habrías dejado que ese hombre te
matara mientras tú sólo te parabas ahí a esperar?
—Sólo haz lo que te pido.
La mirada de su padre le dio era mucho más familiar que cualquier tipo de charla
para compartir y arrepentimientos.
—Bien.
Magnus fue a su lado y alzó el colchón para que su padre pudiera buscar debajo.
Sorpresa pasó por los ojos enrojecidos y aguados.
—No está.
Magnus lo consideró escépticamente.
—Que conveniente, considerando que estabas a punto de dármelo. Por favor,
Padre, líbrame de estos actos. Como si escondieras ese tipo de tesoro en un lugar
tan obvio.
—No es un acto. Estaba aquí. He estado demasiado enfermo para encontrar un
mejor lugar para esconderlo —su expresión se oscureció—. Esa princesita tuya la
robó.
Tenía que ser una mentira. Otra mentira. Magnus no podría creer otra cosa, no
acerca de algo tan importante.
Antes de que pudiera contestar, el rey pasó al lado de él para salir de la
habitación. Magnus lo siguió hacia el salón, donde Cleo estaba con Jonas.
Magnus no podía creer lo que veía. Le tomó cada último pedazo de autocontrol
que tenía el no hacer a Jonas su segundo asesinato de la noche.
Cleo se paró por la rápida entrada del rey y Magnus.
—¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado?
—¿Has robado el Gemelo de aire? —preguntó Magnus, odiando el sonido de su
voz manchada con ebriedad.
—¿Qué? Yo… ¡Yo ni siquiera sé dónde está!
—¿Sí o no, princesa?
Sus ojos se achicaron y ella levantó la barbilla.
—No.
—Miente —dijo el rey.
—El rey de las mentiras desea acusar a la princesa, ¿verdad? —Escupió Jonas,
sus manos en puños— Que irónico.
—¿Dónde está tu Gemelo de tierra? —demandó Magnus.
Las cejas de Cleo se unieron en un ceño mientras metía la mano en su bolsillo,
sus ojos abriéndose.
—No está. Estaba aquí. ¡Lo juro! ¡Lo tengo conmigo todo el tiempo!
Una ola de nausea se adueñó de Magnus. Había un ladrón entre ellos. Y quien
quiera que sea se arrepentiría de sus decisiones pronto.
No pasó mucho antes de que las fuertes voces trajeran a todos a la habitación,
preguntándose qué había pasado. Milo y Enzo habían sacado sus armas, estaban
listos para pelear.
Magnus escaneó el grupo. Todos estaban allí –Nic, Olivia, incluso Selia se había
unido, su rostro sonrosado por cualquier ritual que había ganado la luna hoy. Todos
menos uno.
—¿Dónde está el Príncipe Ashur? —Preguntó Jonas, ceñudo— Estuvo aquí hace
un momento con Cleo y conmigo.
—No lo he visto hoy —respondió Olivia—. Tal vez salió.
—Tal vez. ¿Alguien sabe dónde se fue?
Enzo y Milo negaron con la cabeza.
Selia fue al lado del pálido rey y lo ayudó a sentarse.
—Gaius, querido, ¿qué haces fuera de la cama?
Magnus los ignoró, su atención centrada en Nic, que permanecía en silencio.
Mientras los otros discutían acerca de la localización del príncipe, Nic salió de la
habitación. Magnus lo siguió de inmediato por el salón hasta la puerta principal.
Cuando Nic se dio cuenta de que Magnus estaba cerca, sus hombros se
tensaron.
—¿Buscas a alguien? —le preguntó Magnus, con los brazos cruzados.
—Quiero salir a tomar un poco de aire fresco.
—Él se llevó los dos cristales, ¿verdad? Y te contó sus planes.
Nic negó con la cabeza, pero no lo miro a los ojos. Magnus no tenía más
paciencia para mentiras esa noche. Tomó el frente de la túnica de Nic y lo puso
contra la pared.
—¿Dónde está Ashur? —gruñó.
—Estás borracho.
—Extremadamente, pero eso no tiene nada que ver ahora mismo. ¡Respóndeme!
Ashur robó los cristales, ¿verdad?
Nic rechinó los dientes.
—¿Tú crees que el príncipe me dice algo?
—No tengo idea de lo que el príncipe te susurra al oído, pero no soy ciego. Sé
que hay algo entre ustedes, que están más cerca de lo que dejan ver. Y sé que
sabes de más de ese hombre de lo que me dices.
Jonas se acercó desde la esquina, su expresión tensa.
—¿Qué le estás haciendo?
Magnus no soltó al chico.
—Nic sabe los secretos de Ashur, y voy a saber cuáles son.
—Responde a la pregunta, Nic —dijo Jonas, sus brazos cruzados sobre el
pecho— ¿Sabes dónde fue Ashur?
Nic resopló.
—¿Qué? ¿Ahora están trabajando juntos?
—No —dijeron Magnus y Jonas al unísono, luego se miraron el uno al otro.
Nic suspiró.
—Bien. El príncipe se fue no hace mucho para ver a su hermana. Traté de
disuadirlo de hacer eso, pero no escuchaba una palabra que dijera. Está
determinado a hacer lo que pueda para meter algo de lógica en ella y si no puede,
reclamara el titulo como emperador.
El estómago de Magnus cayó.
—Y le ha llevado el Gemelo del aire y la tierra. Que regalo tan hermoso,
considerando que Amara tiene el Gemelo del agua.
Un brillo de preocupación finalmente se movió por la mirada de Nic.
—Él no haría eso.
—¿No lo haría? —Magnus trató de mantener su agarre en la camisa de Nic para
que el tonto no se escapara, pero su visión comenzó a nadar. Demasiado vino,
demasiado rápido. Le tomaría hasta la mañana siguiente para que los efectos
desaparecieran— Tal vez Amara mágicamente convocó los cristales fuera de sus
escondites y volaron en las alas de mariposas de verano para alcanzarla.
—Lo diré de nuevo —los ojos de Nic se achicaron—. Déjame ir.
—¿Y si no? ¿Llamaras a los príncipes para que te salven?
—Te odio. Añoro el día en el que te vea muerto y enterrado —le dio una mirada
oscura a Jonas—. ¿Un poco de ayuda?
—Nic, debes pensar —dijo Jonas eventualmente—. Si Magnus está en lo
correcto acerca de Ashur…
Magnus le dio una mirada fulminante al rebelde.
—¿Me llamaste por mi primer nombre?
Jonas puso los ojos en blanco.
—Amara Cortas no puede tener más poder del que ya tiene. Y si su hermano le
llevo los Gemelos, es el peor resultado posible. Ella podría liberar tres dioses
elementales como Kyan.
—Lo sé —respondió Nic—. Lo entiendo.
—¿En realidad entiendes?
—¿Así que es mi culpa? ¿Vas a dejar que su majestad rompa mi cuello? ¿Para
qué? ¿Por ser incapaz de detener a Ashur de hacer lo que quería? Él tiene su propia
mente.
—Te prometo que su majestad no va a romper tu cuello.
—Bueno, no nos apresuremos —dijo Magnus, disfrutando el miedo que entró en
los ojos del chico.
Él nunca mataría a Nic.
Cleo nunca se lo perdonaría.
—Esto es lo que vas a hacer —dijo Magnus—. Vas a ir tras de Ashur y detenerlo
de hacer algo imperdonablemente estúpido por un bizarro y desubicado sentido de
lealtad familiar Kraeshian. Y tú recuperaras los cristales que robó por todos los
medios necesarios.
Nic lo miró con incredulidad.
—No volveré a dejar a Cleo.
—Oh, sí que lo harás. Y te irás de inmediato. Vas a regresar con los Gemelos, o
mi paciencia contigo va a terminar —Magnus peleó con su mente borrosa para
encontrar una manera en la que Nic hiciera lo que le decían—. Puedes odiarme,
pero has visto con tus propios ojos que he mantenido a tu preciosa princesa
respirando estos tres meses cuando otros han deseado su muerte. Yo le juro a la
diosa que dejaré de protegerla si no haces exactamente lo que digo.
Nic se estremeció, pero su mirada se mantuvo firme.
—Cleo estaría bien incluso sin tu tan llamada ayuda.
—Tal vez. O tal vez no. En un tiempo de guerra –y no te equivoques, esto es lo
que esta pacífica ocupación Kraeshian es– nadie está a salvo.
Nic no tenía una respuesta para esto; todo lo que hizo fue fulminarlo con la
mirada.
—Con o sin amenazas —dijo Jonas impaciente—, el príncipe tiene razón. Nic,
debes ir tras Ashur. Ambos tenemos que ir. Debí acompañar a Félix y Taran cuando
se fue. No hay una razón por la que yo tenga que estar aquí.
—¿No hay una razón, rebelde? —Magnus le dio una mirada— Eso es extraño. Y
yo aquí pensaba que estabas disfrutando jugar con las faldas de la princesa,
buscando por migajas.
Jonas fulminó con la mirada a Magnus.
—Recibo más de lo que tú tendrías nunca.
Magnus le dio una mueca.
—No estés seguro de eso.
La mirada de Jonas se oscureció más por el comentario.
—Hemos terminado aquí. Nic, toma lo que necesites para el viaje al recinto de
Basilius. Con suerte podremos alcanzar a Ashur antes de que llegue. Y, ¿Magnus?
—¿Si, rebelde?
Los ojos de Jonas se achicaron.
—Lastima un pelo de la cabeza de la princesa y te juro, por cualquier dios que te
importe, que te hare rogar por la muerte.
CAPÍTULO 19 AMARA
PAELSIA
Un solitario halcón dorado volaba en círculos sobre los ciudadanos que se reunían
para escuchar el discurso de Amara. Ella estaba parada en la puerta abierta de sus
habitaciones y miró hacia la multitud con sus feroces rostros. Muchos estaban
confundidos por estar dentro del recinto del anterior jefe; sus puertas se habían
cerrado al público durante su reinado sobre este empolvado reino. Hoy era su primer
vistazo de la laberíntica ciudad, que hacía que Amara recordara mucho de la Ciudad
de Oro, sólo que en vez de sus metales preciosos y joyas, estaba hecha de barro,
ladrillo, piedras y polvo.
—Majestad, me gustaría que reconsiderara este discurso —dijo Kurtis detrás de
ella—. Esta mucho más segura dentro, especialmente con las noticias de rebeldes
cerca.
Ella miró desde la ventana al siempre presente señor feudal.
—Es por eso que siempre estoy rodeada de guardias, Lord Kurtis. Los rebeldes
siempre están cerca. Desafortunadamente, no puedo hacer que todos lo vean de
mi perspectiva. Hubo personas que se opusieron al reinado de mi esposo, el reinado
de mi padre. Y habrá los que se opondrán al mío también. No, hablare con los
ciudadanos hoy, aquellos que me reciben sin dudarlo y al puñado que dudan mis
intenciones. Debo darles esperanzas por el futuro… esperanzas que jamás han
tenido.
—Lo cual es un sentimiento hermoso, su majestad, pero… los Paelsianos son
conocidos como salvajes, rápidos para la violencia.
Ella se dio cuenta que sus palabras la ofendían.
—Hay quienes dicen que lo mismo de los Kraeshianos —le contestó con una
creciente molestia—. Tal vez no me escuchaste antes. Hablaré hoy.
—Su majestad…
Ella alzó su mano, decidiendo dejar que la sonrisa de su rostro cayera.
—Hablaré hoy —dijo con firmeza—. Y nadie puede decirme que no puedo.
Especialmente con las noticias de los rebeldes y la disconformidad entre mis propios
soldados, necesito el apoyo de estas personas para el futuro de mi reino. Y no dejaré
que nadie me diga lo que puedo o no hacer. ¿Me has entendido?
Él se inclinó inmediatamente, sus mejillas sonrojándose.
—Claro, su majestad. No quería ofenderla.
La puerta se abrió y Nerissa entró, inclinando la cabeza.
—Es tiempo, emperatriz.
—Bien. Estoy lista.
Amara alisó la seda de su traje. Era el que usaba sólo para las ocasiones más
especiales en Kraeshia. Lo llevaba con ella donde sea que viajara sólo en caso de
que se presentara la ocasión de usar tan espléndida pieza. Sus brillantes puntos y
deslumbrantes pedazos de esmeralda y amatista salieron bajo el sol Paelsiano
cuando ella salió de su larga villa.
Un equipo de guardaespaldas esperaba afuera por Amara, y con Nerissa a su
lado, ella se aproximó al grande podio en el escenario de madera sobre la multitud
de cuatro mil, que estaba codo a codo en la arena de pelea del anterior jefe.
Estos eran sus nuevos súbditos. Ellos se colgarían de cada una de sus palabras
y esparcirían las noticias de su gloria a cualquiera que la escuchara. Y un día
cercano, serían los primeros en reverenciarla como una verdadera diosa.
La multitud se animó y el mismo aire estaba lleno del sonido de la aprobación.
Ella miró a Nerissa, que sonrió y asintió, apoyándola para que comience.
—Me dirijo al hermoso pueblo de Paelsia, un reino que ha soportado muchas
pruebas y tribulaciones por muchas generaciones —su voz resonaba en los pilares
de piedra, que ayudaban a amplificar las palabras para que incluso aquellos en los
pilares la escucharan—. Yo soy Amara Cortas, la primera emperatriz de Kraeshia y
les traigo las noticias oficiales de que ustedes ya no son ciudadanos de Mytica, un
trio de reinos que los ha oprimido por un siglo, sino que ahora son ciudadanos del
gran Imperio Kraeshian… ¡y su futuro es brillante como el sol que nos ilumina hoy!
La multitud aplaudió, y Amara se tomó un momento para escanear sus rostros,
algunos sucios, con ropas desgastadas por el polvo y el tiempo. Ojos atentos la
miraban, ojos que habían visto a muchos líderes hacer falsas promesas y que
entregaban sólo dolor y sufrimiento. Aun así, ella veía tímida esperanza en los ojos
más antiguos.
—Nosotros atenderemos su tierra —continuó—. La haremos rica de nuevo y lista
para plantar semillas que sustentaran a ustedes y sus familias. Importaremos
ganado que los alimentarán. Y mientras ustedes siguen haciendo el vino por el cual
Paelsia es famosa, las ganancias serán sólo suyas, y prometo que no habrá
impuestos de Kraeshian en este producto por veinte años. Las leyes que han
prevenido la exportación legal de este vino a donde sea excepto a Auranos están
deshechas. Yo veo a Paelsia como una inversión magnifica para mi imperio y quiero
mostrar esto tomando las decisiones que sean acordes con mis palabras. Tienen
derecho de creer en mí, pues yo creo en ustedes. ¡Juntos, marcharemos hacia el
futuro, todos de la mano!
El ruido de la multitud se desbordo, y por un momento, Amara cerró sus ojos y
se dejó llenar de ese ruido. Era por esto que había sacrificado tanto. Esto era por lo
que había hecho lo que tenía que hacer.
Este poder.
No había duda en porque su padre había hecho tantas decisiones duras durante
su reinado. Esta corriente de obediencia, de adoración, de asombro era
verdaderamente embriagador.
Si podría o no ella cumplir con todo lo que había prometido aún se tenía que ver.
Había magia en la esperanza del pueblo Paelsiano. Una magia tan rica y pura
que quería bañarse en ella.
—¡Majestad! —jadeo Nerissa.
Amara abrió los ojos a tiempo para ver el reflejo de una flecha, y entonces uno
de sus guardaespaldas la sacó del camino. La flecha lo golpeó en la garganta y
cayó chisporroteando al suelo de la tarima.
—¿Qué está pasando? —demandó ella.
—El grupo de rebeldes que amenazaron estar aquí hoy… ¡han llegado! —Nerissa
tomó su brazo.
Otras dos flechas volaron hacia ella, fallando por los pelos y golpeando dos de
sus guardias.
—¿Cuántos son? —preguntó Amara— ¿Cuántos rebeldes hay?
—No lo sé —Nerissa alzó la cabeza para mirar hacia la multitud justo cuando otra
flechaba volada—. Veinte, tal vez treinta o más.
Amara vio en shock como sus soldados invadían el creciente mar de civiles para
capturar a los rebeldes. Los soldados cortaban a cualquier que se ponía en su
camino, sean rebeldes o Paelsianos.
La multitud entró en pánico e intento escapar. El caos salió, gritos de miedos e
ira vibraban por todos lados mientras se regaba sangre.
Los hombres Paelsianos sacaron sus armas, sus caras cambiando de esperanza
a odio en un instante, y comenzaron a pelear no sólo con los soldados, pero entre
ellos, espadas cortando carne, puños golpeando mandíbulas y estómagos.
Salvajes, rápidos para la violencia, le había advertido Kurtis.
Madres tomaron a sus hijos, llorando y huyendo en todas las direcciones.
—¿Qué hacemos? —preguntó Nerissa. Ella se agachaba al lado de Amara y se
estaban refugiando detrás del podio ahora.
—No lo sé —dijo Amara rápidamente, luego quiso morderse la lengua para tomar
de vuelta las palabras.
Palabras de miedo. Palabras de una víctima.
Ella no se acobardaría frente a los rebeldes hoy o ningún otro día.
Su momento de miedo rápidamente se transformó en ira. Esto, lo que sea que
fuera, no era parte de su plan. Aquellos que deseaban destruir su oportunidad de
tener aliados en estas fieras personas, que habían estado listos para recibirla como
su líder, jugarían con sus vidas.
Amara salió de su escondite, sus puños apretados, justo cuando alguien se
acercaba al escenario detrás de ella. Podía escuchar los pesados pasos por la
superficie de madera.
Se dio la vuelta sobre sus talones para ver a dos de su guardia caer, sus
gargantas abiertas. Detrás de ellos, una cara sorprendentemente familiar.
—Bueno, princesa, apostaría muchas monedas de oro a que no esperabas
verme de nuevo.
Félix Gaebras apuntaba la punta de su espada a sólo unos centímetros de su
rostro.
Su rostro era el de sus pesadillas. O tal vez habían sido premoniciones. En estos
sueños, él había tratado de matarla.
—Félix… tu hiciste eso, todo esto, sólo para llegar a mí —comenzó a hablar ella,
tomando un tembloroso paso atrás del joven que había creído muerto.
Él sonrió.
—¿Honestamente? Estaba simplemente observando desde una distancia
segura. Esto fue una feliz coincidencia. Supongo que hay muchos otros rebeldes
que quieren ver derramada tu sangre. Pero parece que yo seré el que tendrá el
honor.
Su mirada fue hacia la derecha para ver a tres guardias corriendo hacia Félix,
pero fueron detenidos por otro joven con cabello negro y una expresión de molestia.
—Este no era el plan, Félix —grito el joven—. Vas a hacer que nos maten a los
dos.
—Silencio, Taran —respondió Félix—. Me estoy reconectando con una vieja
novia.
Al toque de la hoja contra su cuello, Amara miró directo al parche negro de su
ojo.
—Tu ojo…
—Se perdió. Gracias a ti.
Ella se encogió.
—Sé que debes odiarme por lo que te hice.
—¿Odiarte? —sus cejas se alzaron, moviendo un poco su parche— Odio es una
palabra pequeña, ¿no lo crees?
Amara intentó ver si algún guardia venia en su ayuda, pero el amigo de Félix,
Taran, los mantenía lejos con la espada y el arco que tenía.
Amara alzó su mirada para que se encontrara con los ojos de Félix y empapó su
voz con toda la culpabilidad que podría aguantar.
—Lo que sea que hayas soportado, mi bestia, prometo que te lo compensaré.
—No me llames así. Perdiste el derecho de llamarme así cuando me dejaste para
que muera —tocó la hoja con su cara de nuevo, haciendo que su mirada se volteara
a la multitud—. ¿Ves lo que has hecho? Esto es culpa tuya. Todo lo que tocas
termina muerto.
Su tensa mirada se movió por la multitud que se había reunido por millas
alrededor para escucharla hablar. Muchos Paelsianos estaban entre los muertos de
la pelea, pisoteados por otros, asesinados por las espadas de guardias o de otros
campesinos.
Él tenía razón: esto era su culpa. Un momento de vanidad, el deseo de sentir el
amor de sus nuevos súbditos después de tanto dolor y decepción y había acabado
en muerte.
Todo acababa en muerte.
El mismo halcón que había visto antes dando vueltas sobre la multitud chilló tan
fuerte que Amara lo escuchó. Bajo el ave, alguien atrapado en medio del caos captó
su mirada, un hombre joven con un inusual cabello rojo que se había estado
moviendo hacia el escenario.
Ella lo reconoció como el amigo de Cleo –Nic. Con el que Ashur se había
obsesionado.
Amara observó con horror como dos Paelsianos agarraban a Nic, tomando su
bolsa de monedas del hueco en sus pantalones. Nic trató de cogerla y uno de los
cuchillos del hombre brillo en al sol antes de que lo hundiera en el pecho de Nic.
Ella jadeó.
El cuerpo de Nic cayó al suelo, su vista de él rápidamente perdiéndose en la
multitud.
Esto era su culpa, todo era su culpa.
Arrugó el ceño a ese pensamiento. No… esto había sido mala suerte para Nic,
circunstancias desafortunadas. Pero ella no había matado al amigo de Cleo con sus
propias manos. Ella se rehusó a tomar la culpa por los infortunios de otras personas.
Aunque odiaba a su padre y despreciaba a su hermano, la familia Cortas no era
débil de ninguna manera. Y eso la incluía a ella.
Y más allá de la familia Cortas, las mujeres no eran débiles. Eran líderes.
Campeonas. Guerreras. Reinas.
Amara se había enfrentado a peores destinos en su vida que Félix Gaebras.
Ella se forzó a que su voz temblara cuando pronuncio las siguientes palabras
hacia él.
—Eres mejor que esto, Félix. ¿Matar a una chica desarmada? Esto no eres tú.
—¿No soy yo? Soy un asesino a sueldo, amor. Matar es lo que mejor hago.
Desde el rabillo del ojo, ella vio a su amigo derrotar con una sola mano a dos más
de sus hombres.
—Ahora reino todo un tercio del mundo y controlo toda su fortuna. ¿Quieres ser
un hombre muy rico?
Se encogió de hombros.
—No realmente.
Ella se había olvidado que él era diferente de los otros hombres que conocía –
una inversión al principio, pero un problema ahora.
—Mujeres, entonces. Diez, veinte, cincuenta mujeres que desees sólo para ti.
La miro con la más fría sonrisa que jamás había visto.
—¿Y cómo sabré que no son frías, despectivas perras como tú? No hay trato,
emperatriz.
Amara llamó lagrimas a sus ojos. No había llorado en tanto tiempo, pero era un
talento que había desarrollado desde joven. La manera más fácil para que una mujer
evitara castigos, se había dado cuenta, era fingir debilidad entre hombres.
Las lágrimas rápidamente comenzar a caer libres por sus mejillas.
—Planeaba liberarte, pero me dijeron que ya estabas muerto, asesinado en un
intento de escape. Mi corazón dolía ante el pensamiento de que te había perdido
para siempre. Debí haberte dejado entrar en mi plan, pero estaba asustada… tan
asustada. Oh, Félix, no quería que nada te pasara, en verdad. Yo… ¡Yo te amo!
Siempre lo haré, ¡sin importar lo que decidas hacer hoy!
Félix la miraba, como si estuviera en shock por sus palabras.
—¿Qué acabas de decir? ¿Qué me amas?
—Sí. Te amo.
La punta de su espada dudó. Pero rápidamente se alzó de nuevo.
—Buen intento, amor. Podría creerte si fuera un completo y tremendo idiota —le
hizo una mueca—. Momento de morir.
Un momento después, Carlos, que se las había arreglado para pasar a Taran y
subir al escenario, tiró a Félix al suelo. Antes de que tuviera un segundo para tomar
aire, Taran y Félix estaban frente a ella de rodillas.
Nerissa regresó a su lado y Amara tomó sus manos, apretándolas para
asegurarse que su asistente no había sido herida.
—Los otros rebeldes están muertos, su majestad —le dijo Carlos. Sangraba por
un feo corte en el puente de su nariz.
Ella respondió a esto con un brusco asentimiento y luego miró hacia Félix.
Él se volvió a encoger de hombros.
—No puedo decir que no lo intenté.
—Debiste ser más rápido.
—Me gusta hablar mucho, supongo —le dio una gran sonrisa, pero su único ojo
estaba frío como el hielo. Se movió hacia Nerissa por un breve momento antes de
regresar a ella—. Vamos a revisitar esa oferta del harem con mujeres hermosas,
¿no crees?
Amara tocó la mejilla de Félix, alzando su rostro.
—Siento mucho lo de tu ojo. De verdad disfrutaba de ese ojo, entre otras partes
de ti. Por unas cuantas noches, al menos.
—¿Lo ejecutamos inmediatamente, su majestad? —preguntó Carlos, la espada
a su lado.
Ella esperó que el miedo llegara al único ojo de Félix, pero se mantuvo desafiante.
—Si te perdono, ¿qué harás? ¿Trataras de matarme de nuevo?
—En un latido —le dijo.
Taran gruñó.
—Eres un maldito idiota —murmuró.
Su bestia la había entretenido por un tiempo. Todavía lo hacía.
Una parte de ella todavía se sentía atraída hacia él, después de todo. Pero no
importaba. Él debería haber muerto hace mucho tiempo para que no sea un
problema para ella.
Amara asintió hacia el guardia.
—Tíralos a ambos en el hueco. Lidiaré con ellos más tarde.
CAPÍTULO 20 LUCIA
PAELSIA
—Ella es increíble. Absolutamente hermosa y gloriosa. Más como una diosa que
una simple mortal, si me lo preguntas. Yo siento en mi corazón que ella nos salvará
a todos.
Lucia pausó en el puesto de la vendedora en busca de una manzana que no
tuviera imperfecciones –al parecer era imposible en Paelsia– y miró a la vendedora
hablando con su amiga.
—No podría estar más de acuerdo —dijo la amiga.
¿Podrían están hablando del hechicero profetizado?
—Perdonen mi rudeza, pero ¿podría saber de quién están hablando? —preguntó
Lucia. Era la primera vez que hablaba en voz alta desde hace días, su voz se
rompió.
La vendedora la miró.
—Pues de la emperatriz, por supuesto. ¿De quién más?
—Sí, de quien más —dijo Lucia en voz baja—. Entonces ustedes creen que
Amara Cortas los va a salvar. ¿Salvarlos de qué, exactamente?
Las mujeres Paelsianas se miraron entre ellas antes de dirigirse a Lucia con poca
paciencia.
—No eres de aquí, ¿verdad? —una de ellas apretó sus arrugados labios— No,
no con ese acento, yo creo que eres Limeriana, ¿verdad?
—Nací en Paelsia y fui adoptada por una familia Limeriana.
—Que afortunada eres de haber escapado estas fronteras a una edad tan
temprana —la vendedora miró a su amiga—. Si tan sólo nos hubieran dado esa
oportunidad a nosotras.
Las dos se rieron sin humor por esto.
La paciencia de Lucia estaba llegando a su fin.
—Voy a comprar esta manzana —se metió la fruta al bolsillo y le dio una moneda
de plata—. Y también cualquier tipo de información que me puedan dar sobre el
paradero de la emperatriz.
—Con gusto —la mujer tomo la moneda con avaricia, sus ojos entrecerrándose—
. ¿Dónde has estado los últimos días, que no sabes nada sobre la emperatriz?
¿Durmiendo bajo un pedazo de musgo con los gusanos?
—Algo así.
En realidad, ella había estado recuperando fuerzas en una posada al este de
Paelsia hasta que no lo pudo soportar más y escapó. Incluso con las
preocupaciones de Sera por su salud, Lucia sabía que tenía que irse de allí antes
de que su barriga creciera tanto que no pudiera salir nunca más de la cama.
Pasó su mano sobre su hinchado estómago y las mujeres lo notaron, sus ojos
abriéndose de la sorpresa.
—¡Oh, querida! No me había dado cuenta que esperabas a un hijo. ¡Y tan
avanzada!
Lucia sacudió su preocupación.
—Estoy bien —mintió.
—¿Dónde está tu familia? ¿Tu esposo? ¡No me digas que estas por tu cuenta en
el mercado hoy!
Parecía que estar embarazada hacia que completos extraños quisieran tratarla
con mucha más amabilidad de lo normal. Le había servido durante su incomodo,
lento viaje hacia el oeste.
—Mi esposo está… muerto —dijo con cuidado—. Y ahora estoy buscando a mi
familia.
La amiga de la vendedora se apresuró hacia ella y tomó las manos de Lucia.
—Mis más profundas condolencias por tu dolorosa pérdida.
—Gracias —Lucia sintió un rápido y molestoso salto en su garganta. Junto con
la barriga hinchada, sus emociones se habían hecho más grandes y difíciles de
controlar.
—Si necesitas un lugar donde quedarte… —dijo la vendedora.
—Gracias de nuevo, pero no. Todo lo que necesito es información acerca de la
emperatriz. ¿Sigue ella en Limeros?
Las dos compartieron una mirada de incredulidad por la gran desinformación de
Lucia.
—La gran Emperatriz Cortas —comenzó la vendedora—, está actualmente
residiendo en el antiguo recinto del Jefe Basilius. Desde ese lugar, ella va a dar un
discurso mañana, dirigiéndose a todos los Paelsianos que puedan atender.
—Un discurso a los Paelsianos. Pero, ¿por qué?
Un poco de compasión de filtro en la cara de la vendedora.
—¿Por qué no? Tal vez lo hayas olvidado por los muchos años que fuiste
bendecida viviendo en Limeros, pero la vida es difícil en Paelsia.
—Para decir lo de menos —añadió su amiga.
La vendedora asintió.
—La emperatriz ve nuestras luchas. Las reconoce. Y quiere hacer algo al
respecto. Ella aprecia a los Paelsianos como una parte importante de su imperio.
Lucia trató de no poner los ojos en blanco. No tenía un verdadero concepto de la
increíblemente efectiva y hambrienta de poder había sido Amara durante las pocas
veces que había hablado con la antigua princesa cuando el Damoras había estado
en el palacio Auraniano.
—Yo, claro, cuestiono la sabiduría de la emperatriz en casarse con el Rey de
Sangre —musitó la vendedora.
—Mis disculpas —dijo Lucia, ahora mirando—. ¿Dijo que se ha casado con el
Rey de… con… con el Rey Gaius?
—Eso dije. Pero también escuché rumores de que esta desaparecido, junto con
su demoniaco heredero. Sólo podemos esperar que la emperatriz los haya
enterrado a ambos a veinte pies de profundidad.
—Exacto —murmuró Lucia, su estómago retorciéndose ante el pensamiento.
Sera no le había mencionado el matrimonio de su padre con Amara. ¿Podría ser
verdad?—. Yo… yo necesito irme. Necesito…
Se dio la vuelta sobre sus talones y desapareció en la multitud del mercado.
***
Una vez, Alexius había enseñado a Lucia como despertar a los Gemelos con el
anillo de la hechicera. Había esperado que ese hechizo la ayudara a encontrar a
Magnus y a su padre. Sin embargo, mientras se las arregló para hacer que el anillo
girara como lo había hecho en sus habitaciones del palacio Auraniano, todos sus
intentos de convocar el brillante mapa de Mytica y dar con una ubicación habían
fallado. Débil por usar su elementia, ella tenía que descansar constantemente
mientras seguía su camino a pie, junto con muchos otros Paelsianos, hacia el
recinto del antiguo líder de Paelsia.
Se había rehusado a creer que su familia estaba muerta. Eran mucho más
recursivos que eso. Y si el rey se había casado con Amara—un pensamiento tan
terrible que apenas podía envolver su mente alrededor de ello—entonces lo habría
hecho por razones estratégicas, por razones de poder y supervivencia.
Cierto, Amara era joven y muy hermosa, pero su padre era demasiado inteligente
y despiadado para hacer esa decisión sólo por un encaprichamiento.
Había miles de Paelsianos reunidos sólo fuera de las paredes del recinto cuando
finalmente llegó. El pueblo más cercano estaba a medio día de camino desde allí, y
era otro día largo, tal vez dos en su estado actual, para llegar a Basilia, que era el
destino original de Lucia.
Las grandes, pesadas puertas se abrieron para dejar entrar a la multitud. Lucia
se concentró mucho en las personas a su alrededor, buscando entre sus rostros
uno familiar, que a duras penas se dio cuenta de los caminos de piedra y depósitos
de arcilla que llevaban hacia una masiva residencia de tres pisos en el centro del
recinto. Los Paelsianos fueron llevados hacia un largo claro allí, una con muchas
antorchar y altos asientos de piedra. Esto la hacía pensar de los cuentos que
escuchaba sobre el Jefe Basilius organizando concursos entre hombres que
deseaban impresionarlo con fuerza y habilidad en combate. Aquí ocurrieron batallas
a muerte para su entretenimiento.
La multitud siguió aumentando, pero de los pedazos de conversación alrededor
de ella, Lucia no escucho del anterior jefe y sus placeres. Todo lo que escuchaba
era sobre la grandeza de la emperatriz.
Lucia no tenía idea que fuera tan fácil engañar a los Paelsianos. Aunque de
nuevo, ellos habían creído que el Jefe Basilius era un brujo por demasiados años
para poder contar.
El Jefe Hugo Basilius. Su padre biológico.
Y esta había sido su casa –el lugar donde la habrían criado si no se la hubieran
llevado de su cuna.
Mirado alrededor a las despensas y calles y la arena de peleas que componían
el recinto, esperando sentir algo, algún sentimiento de pérdida por la vida que podría
haber tenido.
Pero no había nada. Si había un hogar que añoraba, era un palacio negro
rodeado de hielo y nieve.
Mientras más rápido pudiera salir de ese seco e incómodo reino, mejor. Ella había
tenido más que suficiente de la cultura Paelsiana desde que había entrado por
primera vez con Kyan.
No había escuchado más rumores del dios de fuego causando caos y muerte
durante sus viajes. Se había aferrado al orbe de cenizas que había escondido en
su bolsillo. Timotheus insistía que Kyan no podía ser asesinado. Pero si eso era
verdad, entonces ¿dónde quedaba ella? ¿Qué estaba planeado? ¿Lo habría herido
profundamente durante su batalla? Y si no lo había hecho, ¿por qué no había
regresado a las Montañas Prohibidas para reclamar su orbe antes de que ella lo
encontrara?
Ella curvó sus dedos alrededor del cristal por el pensamiento. ¿Sería lo
suficientemente fuerte para pelear con él si la encontraba algún día?
Lucia odiaba admitir que no lo sería.
No, eso es bueno, pensó. No hay más opciones. Tengo que ser fuerte.
—Ella de verdad es increíble —dijo otro Paelsiano, un hombre viejo con una
joroba—. Si hay alguien que puede quitarle a nuestra tierra esta enfermedad mortal,
es la emperatriz.
—Quiero venganza por la muerte de mi familia —replicó una mujer joven.
—Yo también —dijo una anciana.
—¿De qué enfermedad hablan? —preguntó Lucia.
—La enfermedad de la bruja oscura —roncó el viejo—. Su maldad ha quemado
esta tierra y asesinado a miles de Paelsianos con el simple tacto de su retorcida,
horrible mano.
Lucia viró sus manos.
—Yo… yo he escuchado sobre estos infortunios…
—¿Infortunios? —prácticamente le gritó en la cara. Algo de su saliva llegó a su
mejilla y se la limpió, haciendo muecas—. Algunos dicen que Lucia Damora está
profetizada para matarnos a todos con su magia de fuego, que es una hechicera
inmortal, nacida de la unión del Rey de Sangre con demonios en una ceremonia de
sangre. Pero yo la veo por lo que es –alguien que tiene que ser asesinada antes de
que dañe a alguien más.
Conocían su nombre. Y la odiaban lo suficiente para quererla muerta.
No importaba que el viejo no haya incluido a Kyan en su griterío. Lo que estaba
hecho estaba hecho. No podía regresar y cambiar como habían pasado las cosas.
Ni siquiera intento discutir con ellos, ya que tenían toda la razón.
La multitud comenzó a gritar cuando Amara finalmente llego al escenario. Lucia
trató de ver cómo pudo a la hermosa chica, su cabello largo y negro, su vestido satín
de esmeralda con una brillante gema fénix en él, mientras levantaba las manos. La
multitud se silenció.
Amara habló con calidad y pasión sobre un futuro brillante para los ciudadanos
de Paelsia. Lucia no podía creer las mentiras que escupía, pero cuando miraba a
su alrededor a la multitud, ellos estaban comiéndoselas como un delicioso, eterno
festín dispuesto frente a ellos.
La emperatriz sonaba sincera en sus promesas. Lucia tenía que admirar la
facilidad con la que hablaba sobre cambiar lo que estaba mal con el mundo. De
hacer decisiones por estas personas que colgaban de cada palabra que ella decía.
Lucia estaba parada allí, sus puños apretados a los lados, odiando a Amara y
esperando por la oportunidad para descubrir lo que su enemiga le había hecho a su
familia.
Entonces, casi instantáneamente, las hermosas, falsas palabras de Amara fueron
silenciadas. Alguien gritó y Lucia no podía ver por qué hasta que vio a un guardia
caer en el escenario, agarrando una flecha clavada en su garganta. Luego otro
guardia cayó, y otro.
Un intento de asesinato.
Esto no puede estar pasando, pensó frenéticamente Lucia. Tengo que
interrogarla. Amara no puede morir hoy.
Con gran esfuerzo, Lucia llamó su magia. Frescos, temerosos mechones se
enroscaban en su brazo y manso en espirales traslucidas mientras se dirigía hacia
el frente por la multitud y hacia el escenario, usando esta magia de invisibilidad para
quitar a cualquiera de su camino. El paisaje de guardias Kraeshianos entrando en
la asustada y confundida multitud con sus armas fuera sólo causaría que el pánico
se elevara. Los guardias mataban a cualquiera que los desafiara o se pusiera en su
camino, sean rebeldes o civiles, lo que sólo hacía una pelea por escapar del lugar.
Lucia se obligó a ver lo que estaba pasando en el escenario. Amara, en compañía
de una chica que se parecía mucho a la sirvienta que solía seguir a la Princesa
Cleo, se encogieron ante un joven alto que llevaba un parche negro en el ojo,
espada en mano.
El fresco aire de Lucia cambio al del fuego, listo para quemar a cualquiera que la
detuviera de llegar a Amara. Alguien tomó su capa y ella lo fulminó con la mirada,
lista para quemarlo.
Nicolo Cassian la miraba, una mano en su capa, la otra presionada sobre una
herida sangrante en su estómago. Cuando tosió, sangre salió de su boca.
Una herida mortal.
Su atención regreso al escenario, pero otro sonido de ahogo llevó su mirada de
nuevo hacia Nic, una víctima de uno de los sanguinarios guardias o los asustados
Paelsianos.
No importaba quién había hecho esto. Ella podía decir con sólo una mirada que
la herida era profunda y mortal. ¿Qué estaba haciendo aquí este chico, de todos los
lugares en los que podría estar?
Lucia no tenía la suficientemente magia para pelear contra miles. Presionó una
mano contra su barriga mientras escaneaba la multitud, sabiendo que tenía que
llegar a un lugar seguro. Muchos estaban pisoteándose para regresar a las puertas.
Dio un paso, sólo para darse cuenta de que Nic no la había dejado ir todavía.
—Prin… cesa —él suspiró.
Le dio una mirada tentativa.
—Por favor… ayúdame.
La vida se estaba desvaneciendo de su mirada. No tenía mucho tiempo. Pero Nic
era un amigo cercano de la Princesa Cleo –una chica que Lucia alguna vez pensó
que podría ser una verdadera amiga, hasta que la traicionó.
Aun así, el padre de Lucia había destruido la vida de Cleo, su mundo entero.
Cleo había perdido todo el año pasado. Este amigo era en verdad todo lo que la
princesa Auraniana tenía de su antigua vida.
Si Nic moría, Lucia no tenía duda de que eso destruiría a Cleo.
Lucia odiaba cuando su consciencia la molestaba, especialmente cuando Cleiona
Bellos era el por qué.
Con cuidado, ella se arrodilló junto a él y sacó la mano de su herida antes de
alzar su túnica. Hizo una mueca al ver la sangre, el desastre de sus órganos.
—Dile a Cleo —suspiró Nic, luchando por respirar—, que la amo… que ella es mi
familia… que yo… lo siento.
—Salva tu aliento —le dijo Lucia— y díselo tú mismo.
Presionó sus manos contra la sangrante herida y canalizó toda su magia de tierra
de ella a él. Él arqueó la espalda y gritó de dolor, el terrible sonido mezclándose con
el caos que los rodeaba.
—¡Para! ¡Por favor!
Nic trató de quitársela, de detenerla, pero estaba demasiado débil. Había perdido
mucha sangre y Lucia no sabía si tenía la magia suficiente para ayudarlo. Pero aun
así lo intentó. Su capucha cayó de su cabeza, revelando su cabello y rostro, pero
no se molestó en arreglarlo. Dreno su propia energía y fuerza en el intento de salvar
a este chico.
Al menos, hasta que alguien se lo quitó. Se dio la vuelta, furiosa, para estar frente
a frente con un feo hombre cuyos labios se curvaban para dar un gruñido.
—¡Miren lo que encontré! —anunció, arrastrándola lejos de Nic hasta que ella
dejo de verlo— ¡La hechicera en persona como un buitre sobre uno de los nuestros!
¡Sus manos llenas de sangre Paelsiana!
Lucia trató de llamar al fuego o al aire para que lo golpearan lejos de ella, pero
no pasó nada. Ella flexionó su mano, desesperada por poder escapar de su captor.
—Mírame, bruja —dijo el hombre.
Le dio una mirada, sólo para que se encontrara con el reverso de su mano
pegándole en el rostro tan fuerte que sus orejas pitaban.
—¡Átala! —Gritó alguien— ¡Quema a la bruja como ella quemo nuestro pueblo!
Desorientada, la llevaron por la seca tierra, tropezando con sus propios pies hasta
que su atacante la tiro lejos de él. Cayó sobre sus rodillas en el centro de un círculo
de rostros furiosos. Alguien le tiró una piedra y le pegó justo en la mejilla derecha
tan fuerte para hacerla gritar de dolor. Se tocó el rostro y sintió la caliente sangre.
—No soy quien ustedes creen —se las arregló, ella alzó sus manos—. Tienen
que dejarme ir.
—No, bruja, hoy morirás por tus malvados crímenes. ¿Estamos todos de
acuerdo?
La masa que la rodeaba gritó fuerte en aprobación. No había piedad en ninguno
de sus rostros. Alguien le pasó a su asaltante original un montón de gruesa soga.
—Pónganla de pie —ladró.
Alguien detrás de Lucia la levantó y ató sus muñecas muy juntas.
—Saludos, princesa —una voz extrañamente familiar le habló al oído—.
Causando más problemas en Paelsia, parece.
Jonas Agallon. Trató de girar lo suficiente para ver sus ojos llenos de odio.
—Jonas —le dijo—, por favor, ¡debes ayudarme!
—¿Ayudarte? ¿Qué? ¿La grande y poderosa hechicera no se puede ayudar a si
misma? —hizo un sonido de chasqueo con la lengua— Que tragedia. Esta gente
parece quererte muerta. Quemada viva, creo que escuché, ¿verdad? Parece un
final adecuado para una bruja como tú.
Su mente dio vueltas.
—¿Dónde está mi padre? ¿Mi hermano? ¿Lo sabes?
—Esa es la última cosa por la que deberías preocuparte, princesa. De verdad.
Le dio la vuelta y sus manos rozaron su estómago.
Sus cejas se juntaron.
—Es cierto —le dijo, tomando cualquier oportunidad de buscar ayuda… incluso
de alguien como el—. ¿Celebrarías tan rápido mi ejecución ahora que sabes que
un niño inocente morirá conmigo?
—¿Inocente? —La mirada de Jonas no se había ablandado ni una fracción—
Nada que alguien como tú pueda traer a este mundo es inocente.
—Yo no maté a esa chica. Fue Kyan. Él… yo no pude controlarlo. Quería que
parara. Estoy en luto contigo por la pérdida y me arrepiento de ese día. Desearía
poder cambiarlo, pero no puedo.
—El nombre de esa chica era Lysandra —la mandíbula de Jonas estaba tensa y
no habló por un momento mientras los otros hombres le insistían en que los siguiera
al lugar adecuado para quemar a la bruja—. ¿Dónde está Kyan?
—No… no lo sé —dijo con sinceridad.
Sus miradas se encontraron.
—El niño dentro de ti drena tu magia, ¿no es así?
—¿Cómo lo sabes?
Su ceño se profundizó.
—Habrías nivelado este lugar hace mucho si tuvieras acceso a tu elementia.
¿Verdad?
Todo lo que podía hacer era asentir.
Jonas maldijo.
—Ellos te necesitan. Están dependiendo de ti. Y aquí estas, estúpidamente a
punto de hacer que te maten.
Si esto estuviera pasando en otro lugar, en cualquier otro momento, ella se habría
resentido con él por llamarla estúpida.
—Entonces haz algo al respecto. Por favor.
Después de meditarlo, Jonas sacó su espada y apuntó al hombre con la soga.
—Ligero cambio de planes. Me llevare a la hechicera conmigo.
—Ni pensarlo —gruñó el hombre.
—No es un debate. Veo que ninguno de ustedes esta armado ahora mismo —
pasó su mirada por el grupo—. Algo estúpido no llevar un arma junto con una
multitud como esta, pero había que esto sea más fácil para mí. Si nos siguen morirán
—miró a Lucia—. Vamos, princesa.
Agarró su brazo y la arrastro junto a él.
—¿Dónde me llevas? —preguntó.
—Con tu querido padre y hermano. Ojalá todos se pudran juntos en la oscuridad.
CAPÍTULO 21 Cleo
PAELSIA
Cuando Cleo notó que Nic, Jonas, y Olivia se habían marchado sin decirle ni una
palabra acerca de sus planes, ella no estaba herida. Estaba furiosa.
—Santo cielo, querida niña, vas a hacer un agujero en el piso con todo ese
pasear.
Cleo se giró para ver que Selia Damora se dirigía a ella. La mujer la ponía
nerviosa, pero ella afortunadamente había tenido poco contacto con ella desde su
llegada. Difícil de creer que sólo habían pasado tres días. Se sentía como tres años.
—Mis amigos se marcharon sin despedirse —Cleo respondió secamente,
forzándose a dejar de mordisquear la uña de su pulgar derecho todo el camino hasta
la raíz—. Creo que eso es un comportamiento imperdonablemente grosero e
irrespetuoso. Especialmente de Nic.
—Sí, Nic. El chico con el feroz cabello rojo … Selia sonrió…. Estoy segura que
no pretendía daño alguno. … parecía muy encariñado contigo.
—Es como un hermano para mí.
—Los hermanos son conocidos por guardar secretos de sus hermanas.
—No Nic —Cleo retorció sus manos—. Nos decimos todo el uno al otro. Bueno,
casi todo.
—Ven y siéntate conmigo un momento —Selia tomó asiento en un sillón y palmeó
el asiento junto a ella—. Quiero conocer mejor a la nueva esposa de mi nieto.
Era la última cosa que Cleo quería, pero ella tenía que fingir ser amigable. Sería
sabio hacer amistad con una mujer que pronto sería llenada de magia ahora que la
magia de Cleo había sido robada -incluso si esa mujer era una Damora.
Sólo el pensamiento de lo que Ashur había hecho la hacía temblar de furia.
¿Cómo había robado el orbe de obsidiana sin que ella lo notara? Ese Vástago
presentaba el poder para ella, y un futuro lleno con decisiones y oportunidad. Ahora,
por haberse permitido volverse floja y despistada, le había sido arrebatado justo
debajo de su nariz.
Y no había ninguna maldita cosa que pudiera hacer al respecto.
Forzando una sonrisa a sus labios, Cleo tomó asiento tentativamente a lado de
la vieja mujer.
Selia no habló por un largo momento, pero estudió cuidadosamente el rostro de
Cleo.
—¿Qué es? —preguntó finalmente Cleo, mucho más incómoda de lo que ella
había estado en un principio.
—No estaba segura antes... pero ahora lo estoy. Veo a tu padre en ti. Tus ojos
son del mismo color que fueron los de Corvin.
Esa mención de su amado padre la pusieron tensa.
—¿Tenías dudas acerca de mi paternidad?
—Cuando tiene que ver con mi hijo y —dudó un momento— las dificultades con
tu madre, sí, he tenido muchas dudas a través de los años. Pensé que abría una
posibilidad de que Gaius fuera tu padre.
El horror ante la idea misma de tal posibilidad hizo que una nausea repentina
creciera dentro de ella.
—¿Mi… mi padre? —Ella cubrió su boca—. Creo que voy a vomitar.
—Él no es tu padre. Estoy segura de ello ahora que te veo.
Cleo trató de permanecer tranquila, pero la inesperada insinuación de la mujer la
había tomado por sorpresa.
—Mi… mi madre nunca podría... jamás…
—Lo siento mucho por haberte preocupado con esto. Pero, ¿no preferirías
asegurarte que tú y Magnus sólo están emparentados por votos y no por sangre?
—Ella frunció el ceño—. Por dios, te has puesto muy pálida, Cleiona.
—Ni siquiera sé por qué sugerirías tal cosa —logró decir.
—No creo que a Gaius se le haya otorgado una audiencia con Elena después de
su separación, que sé muy bien que fue mucho antes de su matrimonio con Corvin.
Pero a una madre no siempre se le cuenta todo cuando son asuntos del corazón,
incluso por el hijo más atento y cariñoso.
La forma en que el Rey había usado lo que se suponía serían sus últimas
palabras, su último aliento, para decir el nombre de su madre... Lo siento, Elena.
—Ni siquiera sabía que ellos se conocían hasta recientemente —dijo Cleo, su
voz apretada.
—Ellos se conocieron un verano veinticinco años antes en la Isla de Lukas,
cuando Gaius tenía diecisiete y Elena quince. Para el momento que él regresó a
casa, Gaius se había obsesionado con ella, proclamando que ellos se casarían con
o sin la bendición de su padre.
Cleo luchaba por respirar. Difícilmente parecía posible, esta historia. Era como
una de un libro de cuentos lleno de fantasía e imaginación.
—Mi padre nunca mencionó nada acerca… —Frunció fuertemente el ceño— ¿Lo
sabía?
—No tengo idea de lo que Elena pudo haber compartido con Corvin acerca de
sus romances previos. Asumiría que eventualmente él se enteró de la verdad, si
sólo para que él tuviera mayor capacidad de proteger a Elena.
—¿Protegerla? ¿Qué quieres decir?
La expresión de Selia se volvió grave.
—Elena se tornó indiferente con Gaius una vez regresó a casa. No sé por qué.
Supongo que sólo fue un enamoramiento pasajero para ella, una manera de pasar
su verano, disfrutando las atenciones de un niño enamorado. Nada más. Cuando
Gaius se enteró de su cambio de corazón, él… lo asimiló pobremente. Lo confieso,
amo mucho a mi hijo, pero él siempre ha tenido una fibra viciosa y violenta. Fue a
verla, demandando que correspondiera su amor, y cuando ella lo rechazó él la
golpeó hasta que casi la mata.
Otra ola de nausea golpeó a Cleo. Su pobre madre, súbdita del malvado Gaius
Damora en su peor momento.
Ella no había odiado más al Rey.
—Sólo espero que mi nieto no sea demasiado cruel contigo tras las puertas, mi
querida —Selia dijo suavemente—. Hombres poderosos, llenos de fuerza e ira...
son propensos a arrebatos violentos. Esposas y madres sólo pueden esperar a
soportarlo.
—¿Soportarlo? ¡No puedes hablar en serio! Si Magnus alguna vez me alzara la
mano, yo—
—¿Qué? Apenas llegas a su hombro en estatura, y él debe ser casi el doble que
tú en peso. Lo mejor que puedes hacer en tu posición, Cleiona, es ser tan placentera
y agradable como sea posible en todo momento –como todas las mujeres deberían
ser.
Cleo enderezó sus hombros y alzó su barbilla.
—No tuve el gran privilegio de conocer a mi madre, pero si ella es parecida a mí
en algo, a mi hermana, entonces sé que ella no habría sido tan complaciente y
agradable como pudiera frente a un abuso, por nadie en ningún momento. ¡Y yo
menos! ¡Mataría a cualquiera que intentara golpearme!
Una lenta sonrisa se extendió a través de la cara de Selia.
—Mi nieto ha elegido amar a una chica tanto con coraje como fuerza, justo como
su padre lo hizo. Estaba probándote, por supuesto.
—¿Probándome?
—Mírame, querida. ¿Me veo como una mujer que dejaría que un hombre le alzara
la mano?
—No —Cleo respondió honestamente.
—Muy cierto. Estoy contenta de que tuviéramos oportunidad de charlar hoy,
querida. Ahora ya sé todo lo que necesitaba.
Estiró una mano y le dio un apretón a la mano de Cleo, entonces dejó la
habitación.
Esa había sido la conversación más bizarra de la vida entera de Cleo.
—Tal vez visite la taberna hoy —susurró ella—. ¿Por qué Magnus debería ser el
único por aquí que puede tomar vino en un tonto intento de escapar de sus
problemas?
Mientras se ponía en pie, algo captó su mirada fuera de la ventana en la parte de
atrás de la posada. Ella se acercó. Olivia estaba parada en el patio. Extrañamente,
la chica vestía nada más que una sábana blanca enrollada alrededor de su cuerpo,
una que Cleo reconoció del lavado diario de la esposa del posadero.
Cual fuera su manera de vestir, la visión de la chica vino como un gran alivio.
Cleo se levantó y salió para unirse a ella, mirando alrededor con curiosidad.
—¡Olivia! ¿Están Nic y Jonas contigo? ¿A dónde fueron los tres?
La expresión de Olivia contenía profunda incertidumbre.
—Necesito marcharme de nuevo inmediatamente, pero quería regresar aquí
primero para verte.
—¿Qué? ¿A dónde estás yendo?
—Es tiempo de que regrese a mi hogar. El camino de Jonas se ha cruzado
exitosamente con su destino, y mi tiempo con él está terminando.
—Disculpa —Cleo sacudió su cabeza, totalmente confundida—, ¿El destino de
Jonas? ¿De qué demonios estás hablando?
—No es mi lugar para explicar tales cosas. Todo lo que sé es que no puedo
cuidarlo más, ya que puedo estar tentada a interferir —ella frunció el ceño—. Esto
debe sonarte ridículo. Sé que tú no sabes quién soy en realidad.
—¿Te refieres a que eres una Vigilante?
La mirada de Olivia se clavó en la de Cleo.
—¿Cómo sabes eso?
Cleo se rio incómoda de la cara de sorpresa de Olivia.
—Jonas me dijo. Él confía en mí, y tú también deberías. Prometo mantener tu
increíble secreto, pero por favor… dime qué está mal. ¿Estás molesta sólo por dejar
a Jonas?
—No, esa no es la única razón, Yo… Yo fui con Nic y Jonas al complejo donde
la emperatriz se aloja.
Los ojos de Cleo se agrandaron.
—¿Ahí es donde estabas? ¿De quién es este tonto plan?
—El príncipe Magnus amenazó a Nic —explicó Olivia—. Amenazó tu vida
también si Nic no perseguía a Ashur y recuperaba los orbes Vástagos.
Cleo frunció el ceño.
—Eso no puede estar bien. Magnus no haría algo como eso.
—Te aseguro, que lo hizo. Nic no se habría alejado de ti de otra manera—los
ojos esmeraldas de Olivia destellaron con enojo—. Es culpa del príncipe que esto
pasara. Perdí a Nic en la multitud durante el intento de asesinato de Amara. Lo ví
sólo por un momento mientras caía bajo la hoja. Yo… yo creo que terminó rápido.
Cleo sacudió su cabeza mientras sus palmas comenzaban a sudar.
—¿Qué? No entiendo. ¿Fue golpeado por una espada? ¿Qué espada? ¿Qué
quieres decir?
La expresión de Olivia contenía sólo tristeza.
—Nic está muerto… Él es uno de muchos que fueron asesinados durante el
revuelo de un intento rebelde de asesinato. Debo dejar Mytica ahora, y te sugiero
fuertemente que hagas lo mismo. No estás a salvo aquí con alguien como Magnus,
que enviaría a un chico como Nic hacia su muerte. No está bien, princesa, nada de
esto lo está. El mundo está girando fuera de control, y temo que ya es demasiado
tarde para salvarlo. Siento mucho haber tenido que decirte esto, pero pensé que
merecía saberlo.
Olivia soltó la mano de Cleo y dio unos pocos pasos hacia atrás, su expresión de
sufrimiento.
—Cuídese, princesa —dijo ella. Con eso, su oscura, inmaculada piel se
transformó en plumas doradas, su forma cambiando a la de un halcón, y se fue
volando.
Cleo la observó, demasiado aturdida por lo que le habían contado para apreciar
la vista de verdadera e innegable magia desenvolviéndose ante sus propios ojos.
Ella no estaba segura por cuánto tiempo estuvo de pie en silencio en el patio,
mirando arriba al brillante cielo, antes que se girara y tropezara de regreso a la
posada. Sus rodillas cedieron bajo ella antes de que llegara a una silla.
Cada pulgada de ella temblaba, pero no lloró. Era demasiado para procesar.
Demasiado increíble. No podía ser verdad. Si lo era, si Nic estaba muerto, entonces
ella quería morir también.
—¿Te encuentras bien? ¿Qué ocurre?
Antes de que se diera cuenta, Cleo estaba siendo alzada del suelo y y atraída
hacia un par de brazos.
—¿Estás herida? —Magnus acaricio el cabello de su frente, acunando su cara
en sus manos— Maldita sea, Cleo. ¡Contéstame!
Con estupor, ella registró la preocupación en sus profundos ojos cafés y el
profundo surco entre sus cejas en su ceño fruncido.
—Magnus… —ella comenzó, tomando respiraciones profundas y temblorosas.
—Sí, mi amor. Habla conmigo. Por favor.
—Dime la verdad…
—Por supuesto. ¿De qué? ¿Qué necesitas saber?
—¿Amenazaste con matarme si Nic no iba tras Ashur?
Su dolorosa expresión, completamente fija en ella, lentamente dio lugar a la
máscara fría que usó alguna vez para esconder sus emociones de ella.
—¿Él te dijo eso? ¿Ha regresado?
—Contéstame. ¿Me amenazaste o no hacía él?
Él mantuvo su furiosa mirada estable.
—Cassian requería la motivación adecuada.
—Eso es un sí.
—Sólo le dije lo que necesitaba escuchar para arreglar esto. Para–…
Cleo lo abofeteó tan fuerte que su mano ardió por ello. Él presionó su mano a su
mejilla izquierda y la miró, aturdido.
Sus ojos se entrecerraron.
—Te atreves…
—¡Está muerto! —Gritó antes de que él pudiera decir otra palabra— ¡Por lo que
dijiste! ¡Mi último amigo en el mundo entero está muerto por tu culpa!
Confusión ahora cruzó su rostro.
—Eso no puede ser.
—¿No puede ser? ¿Acaso la gente no muere cuando se acercan de cualquier
forma a ti y a tu monstruosa familia? —ella pasó sus manos a través de su cabello,
desando arráncaselo de las raíces, deseando sentir dolor físico para que así ella
pudiera concentrarse en otra cosa que no fuera su corazón destrozado.
—¿Quién te dijo esto? —demandó Magnus.
—Olivia regresó. Ya se ha ido, así no puedes tratar de amenazarla para que haga
lo que tú digas también.
—Olivia. Sí, bien, no distingo a Olivia de una roca en el suelo. Y tú tampoco. Todo
lo que sabemos de ella es que es una aliada de Jonas—alguien que me odió lo
suficiente para quererme muerto hasta hace poco. Por todo lo que sé, el objetivo
nunca cambió.
—¿Por qué mentiría acerca de algo como esto? —su voz se rompió.
—Porque las personas mienten para obtener lo que quieren.
—Supongo que tú sabes de eso.
—Sí. El sentimiento es enteramente mutuo, princesa —dijo él—. Entre los dos,
creo que tú has exhibido muchas más mentiras que yo. También, tal vez pueda
recordarte que tú viste morir a Ashur con tus propios ojos, y aun así él vive. No
tienes tampoco pruebas de que Nic esté muerto…sólo las palabras de alguien más.
No puedes confiar en las palabras, de nadie.
…¿Esa es tu respuesta? —Cleo lo miró fijamente, dándose cuenta que ella
apenas conocía a la persona frente a ella—. Te digo que un chico que era como mi
hermano ha sido asesinado por tu culpa, ¿y tú simplemente me dices que me han
mentido?
—Parece de esa forma, ¿no es así?
—No asumes la responsabilidad por todo el daño que has hecho. ¡De ninguna
manera! —Ella trató con todas sus fuerzas mantenerse compuesta, no perderse a
sí misma en el sufrimiento e ira batallando dentro de ella—. He tratado de ver lo
bueno en ti, pero luego haces algo imperdonable como esto. Continúa —rugió ella—
. Trata de defenderte. Di que Nic te odiaba, así que, ¿por qué no lo desearías
muerto? ¡Vamos, hazlo!
—No voy a negarlo. La vida sería mucho más fácil para mí si esa piedrita dentada
en mi zapato fuera descartada de una vez por todas. Pero nunca desearía que
estuviera verdaderamente muerto, porque sé lo mucho que te preocupas por él
—¿Preocuparme por él? ¡Lo amo! —gritó ella—. Y si él realmente está muerto,
yo…
—¿Qué? ¿Perderás ese pequeño resto de esperanza al que te has estado
aferrando? ¿Te enroscarás en una pelota y morirás? Por favor. Tienes demasiada
tenacidad en permanecer viva, luchar, mentir y continuar usándome
desvergonzadamente por lo que puedo conseguirte.
Ella lo miró fijamente, asombrada.
—¿Usarte?
La expresión de Magnus se endureció.
—Quieres poder, quieres magia. Quedarte aquí conmigo y tolerar la continua
existencia de mi padre…tu sabías que te llevaría a lo que quieres. Cuando los
Vástagos fueron robados, especialmente sabiendo lo que sabemos de ellos, ¿qué
se supone que debía pensar? ¿Qué aun así te quedarías indefinidamente? Hice lo
que hice por ti, para que tu oportunidad de poder regresara. Ashur parecer valorar
a Nic por razones que personalmente no entiendo. Si cualquiera pudiera hablar con
ese Kraeshian loco, sabía que sería tu querido amigo. Él mismo amigo que animó
a Taran a cortar mi garganta, si puedo recordarte.
Él le hablaba como si fuera un odioso extraño, no como alguien que ella había
comenzado a valorar profundamente en su vida.
—Y ahora tú me estás culpando por esto. ¡Cómo te atreves!
Él soltó un respiro profundo.
—Es imposible razonar contigo.
—Entonces ni siquiera lo intentes. No puedes arreglar esto, Magnus. No puedes
ni empezar.
—Si Nic está todavía vivo…
…No importará —lágrimas cayeron por sus mejillas—. Esto ha demostrado la
vasta diferencia entre nosotros. Tú eres un cruel, implacable y manipulador, y veo
ahora que eso no cambiará nunca.
—¿Honestamente, princesa? Puedo decir exactamente lo mismo de ti. Tal vez tú
prefieras que enfrente los problemas recogiendo margaritas y cantando canciones,
pero ese no soy yo. Y tienes la maldita razón: nunca cambiaré. Y tú tampoco. Un
momento dices que me amas, pero prefieres cortarte la lengua que compartir ese
pequeño y sucio secreto, incluso con tu mejor amigo. Que la Diosa prohíba que Nic
haya pensado que tú podrías mancharte con alguien como yo. ¿Te odiaría por eso?
Ella limpió las lágrimas de su rostro, molesta consigo misma por mostrar esa
debilidad.
—Probablemente él lo haría.
—¿Así que esto prueba que lo escogerías a él sobre mí?
—En un latido —dijo ella inmediatamente—. Pero está muerto.
Un musculo en su pómulo brincó.
—Tal vez. ¿Y qué hay de Jonas? No pude evitar notar que tú estabas
prácticamente sentada sobre su regazo ayer, canturreando palabras románticas de
ánimo para él.
—¿Es eso lo que tú…? —Su rostro se enrojeció— Jonas es el doble de hombre
de lo que tú serás. Preferiría compartir su cama que la tuya… cualquier día,
cualquier momento. Y ninguna maldición puede detenerme.
—Maldita seas, Cleo —furia centelleó a través de ojos que se volvieron de hielo.
Alzó su puño, sus dientes apretados en una mueca.
—Adelante —rugió ella—. Golpéame, justo como tu padre golpeaba a mi madre.
Sabes que quieres hacerlo.
—¿Qué? —Él frunció el ceño y miró su propio puño con sorpresa antes de bajarlo
a su costado— Yo… nunca te golpearía.
—He tenido suficiente —dijo ella, su voz ahora sólo un susurro—. He terminado
aquí. Necesito pensar.
Ella se giró a las escaleras que llevaban a las habitaciones.
—Cleo… —Magnus habló con voz ronca—. Encontraremos la verdad acerca de
Nic. Te lo prometo.
—Yo ya sé la verdad.
—Sé que puedo ser horrible algunas veces. Lo sé. Pero… yo te amo. Eso no ha
cambiado.
Sus hombros se tensaron.
—El amor no es suficiente para arreglar esto.
Sin mirar atrás, Cleo caminó tan calmada y lentamente como le fue posible a su
cuarto antes de cerrar con llave la puerta tras ella.
CAPÍTULO 22 Jonas
PAELSIA
Jonas tenía que dejar el complejo antes de encontrar a Nic. Habían sido separados
después del levantamiento rebelde. La audiencia de la Emperatriz había entrado en
pánico y habían comenzado a pelearse entre ellos como con la ola de guardias
Kraeshianos.
Su vista del escenario estaba bloqueada y se había enfrentado con Paelsianos
enojados y la hechicera que querían muerta.
—Puedes mirarme con tanto aborrecimiento como quieras —Lucia le dijo
mientras dejaban rápidamente los alborotos.
—Aprecio tu permiso.
—Me odias. Y aun así salvaste mi vida.
—Probablemente salvé la vida de una docena de hombres Paelsianos que
subestimaron tu habilidad para matar a cada uno de ellos en su posición.
—¿Y tú no me subestimas?
—No, no lo hago.
—Entonces sugiero fuertemente que me digas donde están mi padre y mi
hermano para que no tengas que arriesgar tu vida ni un momento más en mi
compañía.
Jonas sabía que ella podía cumplir esta amenaza si así lo quisiera. No podía
evitar temblar al pensar que tan poderosa era esta chica y cuánto daño y muerte se
rumoraba que había sido responsable.
—¿Dónde está el dios de fuego? —susurró.
Ella alzó sus cejas. Jonas podía adivinar que ella estaba sorprendida de que
supiera quien –o más bien qué– era Kyan.
—Ya te había dicho que no sé.
—¿Es él el padre de tu hijo?
Lucia soltó una aguda risa nerviosa.
—Ciertamente no.
—No encuentro nada gracioso acerca de esto.
—No te equivoques, rebelde, yo tampoco.
—Sigue caminando —dijo él cuando su paso se aminoró—. Por cómo te ves,
eres demasiado pesada para que yo te cargue.
La respuesta de Lucia a este insulto fue dejar de caminar completamente. Habían
entrado a una parte cubierta del bosque en su camino al pueblo más cercano, donde
Jonas planeaba encontrar transporte al oeste.
—Responde mi pregunta: ¿Dónde están mi padre y hermano? Sé que siguen con
vida. Tienen que estarlo.
—Si contesto tu pregunta, ¿qué garantía tengo de que no acabarás con mi vida?
—preguntó.
—Ninguna.
—Exactamente. Por lo tanto, te llevaré a ellos yo mismo.
Ella jadeó.
—¡Así que están vivos!
—Puede ser —consintió él.
—¿Y cómo puedo confiar en que tú quieres ayudarme?
Él se dio la vuelta y la apuntó con su dedo índice.
—No te equivoques, Princesa Lucia, no estoy haciendo esto para ayudarte. Estoy
haciendo esto para ayudar a Mytica.
Ella rodó los ojos.
—Que noble.
—Piensa lo que quieras. No me importa. Te rehúsas a contestar mis preguntas;
yo me rehusaré a contestar las tuyas. Nuestro destino no está terriblemente lejos,
pero tendrás que encontrar una manera de sobrellevar mi presencia y mi odio
durante este viaje juntos.
—No lo creo. Voy a contarte un pequeño secreto, rebelde, acerca de una
habilidad especial que descubrí recientemente. Puedo hacer que me digas la
verdad… y mientras más te resistas, más dolerá.
Jonas se giró para verla, más exasperado que intimidado.
—¿Siempre fuiste tan perra, o fue sólo después que descubriste que eras una
hechicera?
—¿Honestamente? —Ella le dio una gélida sonrisa— Fue después.
—Encuentro eso difícil de creer. Tú y toda tu familia… son malvados hasta la
médula, todos y cada uno de ustedes.
—Y aun así pareces ayudarnos —Lucia frunció ligeramente el ceño—. Al menos
dime que están todos bien, que están sin heridas después de todo lo que ha pasado.
—¿Sin heridas? —Se burló de ella— No sé nada de eso, yo al fin tuve la
oportunidad de clavar una daga en el corazón del rey. Desafortunadamente, sólo lo
ralentizó por un momento o dos.
Sus ojos brillaron de rabia.
—Mientes.
—Justo aquí —se palmeó el pecho—. Lindo y profundo. Incluso lo retorcí. Se
sintió tan bien, no puedo ni comenzar a decirte.
Un momento después, se encontró a si mismo en el aire, volando hacia atrás
hasta que golpeó el tronco de un árbol lo suficientemente fuerte para sacar el aire
de sus pulmones.
Lucia se arrodilló junto a él, su mano apretando su cuello.
—Mírame.
Desorientado, él miró dentro de sus ojos celestes.
—Dime la verdad —rugió—. ¿Mi padre está muerto?
—No —la sencilla palabra fue arrancada dolorosamente de su garganta.
—Lo apuñalaste en el corazón, ¿y aun así no ha muerto?
—Exactamente.
—¿Cómo es eso posible? ¡Respóndeme!
Jonas no podía apartar la mirada de sus hermosos, aterradores ojos. Cualquier
magia que ella hubiera perdido durante el revuelo…si es que había perdido
algo…había regresado. Y ella era mucho más fuerte de lo que él había esperado
que fuera.
—Alguna clase de magia… no lo sé. Prolongó su vida.
—¿Magia de quién?
—Su… madre —Jonas estaba seguro que probaba sangre en su boca, espesa y
metálica. Él se atragantó con ella mientras trataba de resistir su magia.
Ella frunció el ceño con más profundidad.
—Mi abuela está muerta.
—Está con vida. No sé mucho más de ella —él hizo una mueca por el dolor de
decir tantas verdades frente a ella—. Ahora, ¿me haces un favor, princesa?
Ella ladeó su cabeza, pero no cedió ni una pulgada de ninguna forma.
—Lo dudo.
Jonas entrecerró sus ojos y trató con todas sus fuerzas canalizar su propia hebra
de magia como inconscientemente lo había hecho en el barco con Félix.
—Suéltame.
Ella perdió su agarre en su garganta y cayó hacia atrás como si él la hubiera
empujado físicamente.
Tosiendo y sosteniendo su garganta, él se puso de pie y la miró hacia abajo.
Sintió una pequeña sonrisa formarse en sus labios. Olivia debía haber estado
equivocada acerca del alcance de su magia. Jonas se permitió el más breve
momento de victoria sobre esto.
Lucia lo miró desde abajo, sus ojos abiertos.
—¿Puedes usar magia de aire? ¿Un chico brujo? Nunca he oído de semejante
cosa. O… ¿eres un Vigilante exiliado?
—Prefiero evitar etiquetas, princesa —dijo—. Y francamente, no sé qué
demonios soy, sólo que tengo que lidiar con esto ahora.
Jaló su camisa lo suficientemente bajo para que ella pudiera ver la marca en
espiral de su pecho. Sólo se había puesto más brillante desde la última vez que la
había visto, y ahora estaba brillando de un dorado que le recordaba más a la marca
de un vigilante.
—¿Qué? —Lucia sacudió su cabeza, ojos como platos— No entiendo.
—Yo tampoco, Y juro, que si esta es mi profecía, asegurarme que alguien como
tú regrese a su odiosa familia sana y salva, voy a estar furioso —miró hacia los
árboles—. ¿Puedes oírme, Olivia, donde sea que te encuentres? ¡La peor profecía
de la historia!
—¿Quién es Olivia?
—No te preocupes por eso —él miró a Lucia, todavía tirada en el piso—. De pie.
Ella trató de ponerse en pie.
—Um…
—No puedes pararte, ¿verdad?
—Dame un minuto. Mi estómago está un poco raro por el momento —Lucia lo
fulminó con la mirada—. No, por favor, ni siquiera pienses en ayudarme.
—No lo pensé —miró mientras ella lenta y dolorosamente giró sobre su costado,
se puso de pie, sacudiendo su capa para liberarla de agujas de pino y tierra que
había recogido— ¿No te has acostumbrado a tu condición hasta ahora? He visto
mujeres Paelsianas embarazadas a días de dar a luz cortar la madera de un árbol
completo y cargarla de regreso a sus cabañas.
—No soy una mujer Paelsiana —dijo ella, y pestañeó—. Bueno, no exactamente.
Y no he tenido tiempo de acostumbrarme a mi condición, como la llamas.
Que chica tan extraña.
—¿Cuánto tiempo llevas?
—No es que te incumba, pero… un mes, más o menos.
Jonas escaneó su forma entera con incredulidad.
—¿Es esta la manera como es con las hechiceras malvadas? ¿Sus hijos no natos
crecen más rápido que bebés normales?
—Yo no lo sabría —Lucia cruzó sus brazos sobre su estómago, como tratando
de escudarlo de él—. Entiendo tu odio hacia mí. Entiendo el odio de todos hacia mí.
Lo que he hecho desde... desde que el padre de este niño murió es imperdonable.
Yo lo sé. Pero este niño es inocente y merece una oportunidad para vivir. El hecho
de que tú, de todas las personas, viniera allá atrás a ayudar a alguien como yo—
alguien marcado como un inmortal, alguien que no dice ser una bruja o un exiliado—
eso debe significar algo. Tú hablas de profecías. Soy muy consciente de ser el
sujeto de profecías. Para mí, eso significa que este niño le importa al mundo.
—¿Quién era el padre? —Jonas preguntó. No quería sentir lástima por lo que
ella había pasado o permitir que el tono de su voz lo conmoviera.
—Un exiliado inmortal.
—Y tú dices que está muerto.
Ella asintió una vez.
—¿Cómo murió? —Jonas preguntó— ¿Lo mataste?
Lucia estuvo callada por tanto tiempo que él pensó que ella no respondería.
—No. Él tomó su propia vida.
—Interesante. ¿Es esa la única manera de escapar de tus oscuras garras?
La mirada de puro odio de Lucia lo hizo respingar. Pero la mirada era más que
eso. Sus ojos estaban enmarcados de rosa, una mezcla de agotamiento y tristeza.
—Mis disculpas —dijo Jonas antes de que tuviera tiempo de pensar en su
respuesta—. Supongo que eso fue innecesariamente cruel.
—Lo fue. Pero no esperaría menos de alguien que piensa que soy pura maldad.
Lo que Kyan le hizo a tu amiga…
—Lysandra —dijo ahogado—. Ella era increíble: la chica más valiente y fuerte
que he conocido. Ella merecía la vida que Kyan le robó sin un segundo de vacilación.
Él estaba apuntando a mí…yo debí morir ese día, no ella.
Ella asintió tristemente.
—Lo siento tanto. Me he dado cuenta de que Kyan no es una persona, no es
alguien con sentimientos y necesidades como los mortales lo tienen, y él no es
alguien con quién se pueda razonar. Kyan ve cada falta e imperfección en este
mundo. Él desea ser quien lo queme todo hasta las cenizas para que pueda
comenzar de nuevo. Yo diría que él está loco, pero él es fuego. El fuego quema.
Destruye. Esa es su razón para existir.
—Él quiere destruir al mundo —Jonas repitió.
Ella asintió.
—Es por eso que lo dejé. Porqué casi me mata cuando le dije que no iba a
ayudarlo más.
Jonas se tomó un momento para absorber esto.
—Dices que el fuego destruye. Pero el fuego igual cocina la comida, nos calienta
en noches frías. Esa clase de fuego no es maldad…es un elemento que usamos
para mantenernos vivos.
—Todo lo que sé con certeza es que necesita ser detenido —ella buscó en el
bolsillo de su capa y extrajo un orbe ámbar pequeño, del mismo tamaño del vástago
de tierra—. Esto era la prisión de Kyan.
Jonas se encontró a si mismo sin habla por unos momentos.
—¿Y tú crees que puedes regresarlo ahí y salvar el mundo?
—Planeo tratar —dijo ella simplemente.
Él miró al rostro de Lucia, determinado y serio mientras ella veía al orbe de cristal.
Ella sonaba tan sincera. ¿Podía creerle?
—Dado lo que sé ahora acerca del vástago de fuego, la emperatriz no se ve como
una gran amenaza, ¿o sí?
Lucia deslizó el orbe de regreso a su bolsillo.
—Oh, Amara se ha mostrado definitivamente como una amenaza. Pero Kyan es
mucho peor. Píntame como la mala, rebelde. Considérame como alguien que
necesita morir por sus crímenes. Bien. Pero también que quiero tratar de corregir
algo de lo que hice, ahora que ya puedo pensar con claridad de nuevo. Primero,
necesito ver a mi familia. Necesito…
Las palabras de Lucia se cortaron mientras se doblaba a la mitad y gritaba.
Jonas corrió a su lado.
—¿Qué pasa?
—¡Dolor! —Logró decir— Esto ha estado pasando regularmente desde que me
fui. Oh… ¡Oh, diosa! No puedo…
Ella se cayó sobra sus rodillas, agarrando su vientre.
Jonas la miró, sintiéndose completamente impotente.
—Demonios. ¿Qué puedo hacer? ¿Va a nacer el bebé? Por favor no me digas
que el bebé ya viene.
—No, no es… No creo que sea el momento aún. Pero esto —cuando ella gritó,
el sonido desgarró a Jonas como una hoja fría—. ¡Llévame con mi familia! ¡Por
favor!
El rostro de la princesa se había puesto blanco contra su cabello negro. Sus ojos
rodaron hacia atrás en su cabeza mientras se dejaba caer en su costado,
inconsciente.
—Princesa—dijo, tratando de sacudirla para despertarla—. Vamos, no hay
tiempo para esto.
Lucia no se despertó.
Jonas se giró a mirar en la dirección de los alborotos. No faltaría mucho para que
la muchedumbre Paelsiana encontrara armas y fuera detrás de él y la hechicera.
Finalmente, insultando bajo su aliento, se acuclilló y tomó a la princesa en sus
brazos, encontrándola más ligera de lo que esperaba, incluso con el niño que
cargaba dentro de ella.
—No hay tiempo de llevarte con tu familia —dijo él—, así que estoy llevándote
con la mía. Están mucho más cerca.
***
La hermana de Jonas, Felicia, abrió la puerta a su cabaña y miró a Jonas por un
largo momento en un silencio total.
Entonces ella miró a la inconsciente chica embarazada que él cargaba en sus
brazos.
—Puedo explicarlo —dijo él rápidamente.
—Espero que lo hagas. Pasa —ella abrió más la puerta para que Jonas pudiera
pasar, cuidando de no golpear las piernas de Lucia contra el duro marco de puerta.
—Ponla en mi cama —Felicia instruyó a Jonas. Él hizo lo que ella dijo antes de
volverse a su hermana, que no lo saludó con un abrazo. En su lugar ella se quedó
ahí, su expresión guardada y severa, sus brazos cruzados sobre su pecho.
Él no esperaba que ella estuviera feliz de verlo.
—Siento no haber visitado —empezó él.
—No te he visto o sabido nada de ti por casi un año, y te apareces hoy sin ningún
aviso.
—Necesitaba tu ayuda. Con… la chica.
Ella resopló.
—Sí, estoy segura que sí. ¿El niño es tuyo?
—No.
Ella no parecía convencida.
—¿Y qué esperas que haga por ella?
—No lo sé —pasó su mano por la frente y empezó a caminar de ida y vuelta en
la pequeña cabaña de su hermana—. Ella no está bien. Tuvo dolores en el
estómago y colapsó. No sabía qué hacer con ella.
—Así que la trajiste aquí.
—Sabía que me ayudarías —soltó un suspiro tembloroso—. Sé que estás
enojada conmigo porque he estado lejos mucho tiempo, pero ha sido muy peligroso
regresar.
—Sí, vi los carteles de se busca. ¿Cómo era? ¿Diez mil céntimos por tu captura,
vivo o muerto?
—Algo así.
—Mataste a la reina Althea.
—No lo hice. Es una larga historia.
—Estoy segura que sí.
Miró alrededor, checando por alguna señal del esposo de su hermana.
—¿Dónde está Paolo?
—Muerto.
La mirada de Jonas regresó a la de ella.
—¿Qué?
—Fue arrebatado de mí, forzado a trabajar en el Camino Imperial. Ellos querían
a Padre también, pero decidieron que por su edad y su cojera era inservible para
ellos. Paolo no regresó cuando lo trabajadores por fin fueron liberados de sus
obligaciones. ¿Qué voy a pensar, sino que él fue asesinado junto con muchos otros
Paelsianos que fueron tratados como esclavos?
Jonas la miró sorprendido. Paolo había sido un buen amigo a su espalda cuando
la vida era dura pero simple.
—Felicia, lo siento tanto. No tenía idea.
—No, estoy segura que no. Justo como estoy segura que no pensaste que
guardar a esa pequeña Princesa Dorada en nuestro cobertizo podría haberlo llevado
a su muerte también.
—Claro que no sabía eso —él bajo sus ojos al sucio suelo—. Tú… ¿Dices que a
Padre no se lo llevaron?
—No. Pero en el momento que se enteró de la muerte del jefe, se enfermó
mucho…enfermo de sufrimiento como nada que hubiera sentido cuando incluso
Mamá y Tomas murieron. Es como si sus deseos de vivir empezaran a desplazarse.
Lo perdí hace dos meses. Yo manejo el viñedo ahora. Días largos, Jonas, con muy
poca ayuda.
Su padre había muerto, y Jonas no había tenido idea. Se sentó pesadamente en
una silla.
—Lo siento tanto por no haber estado aquí para ti. No sé qué decir.
—No hay nada que puedas decir.
—Cuando esto se acabe, cuando este reino este de vuelta a cómo debería ser,
regresaré aquí. Te ayudaré a llevar el viñedo.
—No quiero tu ayuda —escupió ella, ira que había estado conteniendo hasta
ahora derramándose como un recipiente volteándose—. Puedo hacerlo bien por mí
misma. Ahora, siento que ya fue suficiente de ponernos al día. Vamos a manejar tu
problema actual para que puedas seguir en tu camino tan pronto como sea posible.
No soy una sanadora, pero he ayudado a bastantes chicas embarazadas antes.
—Cualquier cosa que puedas hacer para ayudar es muy apreciada. Sólo
esperaba que supieras como detener el dolor.
—Algunos embarazos son más difíciles que otros. ¿Quién es ella? —Lo miró
duramente cuando no le respondió— Dime, Jonas, o te mando de regreso a la
noche.
Su hermana era diferente ahora, más dura, más molesta. Cada palabra que salía
de su boca lo hacía estremecerse.
Se sintió tonto por pensar que él podía regresar aquí y nada habría cambiado
después de haberse ido por tanto tiempo. Él había querido mandar un mensaje,
enviar noticias, pero no había ocurrido. Y el tiempo había pasado.
—Ella es Lucia Damora —respondió él honestamente, dado que le debía al
menos eso a Felicia.
Los ojos de Felicia se abrieron como platos.
—¿Qué estás pensado trayendo a esa malvada bruja aquí? Ella no es bienvenida
en mi casa. ¿Estás consciente de lo que ella es responsable? Una villa a menos de
diez millas de aquí fue quemada hasta los cimientos, todos en ella asesinados, por
ella. Ella merece morir por lo que ha hecho.
Cada palabra se sintió cómo un golpe, y él no podía discutir ninguna de ellas.
—Tal vez ella lo merece, pero justo ahora su magia es necesaria para salvar
Mytica. Para salvar el mundo. No dejarías que un niño inocente sufra por las
decisiones de su madre, ¿o sí?
Ella se rió, secamente.
—Escúchate, defendiendo a una princesa real…de Limeros, además. ¿Quién
eres, Jonas? ¿En quién se ha convertido mi hermano?
—A Amara no puede permitírsele controlar Mytica —razonó él—. Estoy dispuesto
a hacer lo que sea necesario para detenerla.
—Estás tan ciego como estúpido, hermano. La emperatriz es la única que puede
salvarnos a todos. ¿O acaso has olvidado el pasado tan fácilmente ahora que tu
cabeza ha sido convertido por esa pieza de mierda maligna que duerme ahora en
mi cama?
—Mi cabeza no se convertido por nadie —gruñó él—. Pero sé qué es lo correcto.
—Entonces necesitas despertar. La emperatriz es la mejor cosa que le ha pasado
a Paelsia en generaciones.
—Estás equivocada.
—No estoy equivocada —dijo ella, su ira llameante finalmente disipándose
mientras la incomodidad se asentó en su voz—. Pero no puedo molestarme en
convencerte de algo que yo sé que es bueno. Ya estás perdido para nosotros,
Jonas. Puedo verlo en tus ojos. Tú no eres el mismo chico que creció deseando ser
como Tomas, que fue con él a robar en la frontera con Auranos, que persiguió a
todas las chicas de la villa. No sé quién eres ahora.
Su corazón dolía al pensar en cuánto la había decepcionado.
—No digas eso, Felicia.
Ella se alejó de él.
—Te dejaré a ti y a la criatura quedarse esta noche. Eso es todo. Si se muere del
dolor que tiene, entonces déjala morir. El mundo estará mejor sin ella.
Jonas se reclinó en el suelo de tierra, junto al fuego, su mente en tempestad.
Cuando había venido aquí, él aún tenía un sentido de dirección, un propósito. Él
necesitaba llevar a Lucia con su familia.
Los Damoras. El Rey de Sangre que había oprimido a su gente. Quién había
matado al Jefe Basilius. Quién había mentido a dos ejércitos acerca de sus razones
para empezar una guerra corta con Auranos.
Felicia tenía razón. Amara Cortas había terminado todo eso con su ocupación.
¿Cómo se había encontrado él en este camino? Él era un rebelde, no un llorón
asistente de un rey sádico.
Le tomó un largo tiempo antes de que se durmiera. En un sueño, él se encontró
en un espeso prado verde bajo un brillante cielo azul. En la distancia, una ciudad
que parecía hecha de cristal brillaba bajo el sol.
—Jonas Agallon, finalmente nos conocemos. Olivia me ha dicho tanto sobre tí.
Soy Timotheus.
Él se giró para ser saludado con la vista de un hombre que aparentaba tener sólo
un puñado de años más que él. Su cabello del color del bronce oscuro, sus ojos un
cobre pálido. Vestía túnicas blancas que caían todo el camino al pasto esmeralda.
—Estás en mi sueño —dijo Jonas lentamente.
Timotheus alzó una ceja.
—Una deducción brillante. Sí, lo estoy.
—¿Por qué?
—Esperaba que estuvieras lleno de preguntas para mí.
De todas las sensaciones que tuvo al estar cara a cara con el inmortal del que
Olivia le había contado un poco, no sintió shock, no sorpresa, sólo cansancio.
—¿Preguntas que responderás?
—Algunas, tal vez. Otras, tal vez no.
—No, está bien. Sólo déjame dormir. Estoy casando y no puedo molestarme con
resolver adivinanzas.
—El tiempo se agota. La tormenta está casi sobre nosotros.
—¿Le hablas así a todos, odiosamente confuso?
Timotheus ladeó la cabeza.
—De hecho, sí. Sí, lo hago.
—No me gusta. Y no me gustas tú. Lo que sea que esto sea —Jonas palmeó la
marca en su pecho—. Lo quiero desaparecer. No quiero tener nada que ver con tu
clase. Soy un Paelsiano. No soy un vigilante, o una bruja o lo que sea que pienses
que esto me hace.
—Esa marca te hace muy especial.
—No quiero ser especial.
—No tienes elección.
—Siempre tengo una elección.
—Tu destino ha sido fijado.
—Besa mi trasero.
Timotheus pestañeó.
—Olivia mencionó que eres algo firme en tus observaciones. Aunque, estoy
seguro que has notado que ahora tú posees una hebra de magia. La magia de
Phaedra. La magia de Olivia. Tú absorbiste estas como una esponja absorbe agua.
Lo que eres es raro y, lo diré de nuevo, especial. Las visiones que he tenido de ti
son muy importantes.
—Claro. Las visiones. La profecía de mí entregando a Lucia Damora con su
familia.
—¿Es eso lo que piensas?
—Parece ser que ahí es a donde este destino mío me está llevando.
—No, no exactamente. Tú sabrás cuando suceda. Tú sentirás…
—Lo que siento ahora es una necesidad de poner un cuchillo en tus entrañas —
fulminó con la mirada al inmortal—. Te atreves a entrar a mi sueño ahora, ¿después
de todo este tiempo? Olivia ha ayudado a mantenerme con vida, justo como tú le
dijiste que hiciera. Supongo que ya terminó conmigo. O tal vez está espiándome
desde arriba como un halcón, justo como todos ustedes hacen. Todo lo que sé con
certeza es que estoy harto de esto. No me importa que tengas que decir. Tiras
medias verdades como si las vidas de los mortales fueran un juego.
La voz de Timotheus bajó.
—Este no es un juego, joven hombre.
—¿Ah, no? Pruébalo. Dime mi destino, si tú crees que es algo que no pueda
evitar.
Timotheus lo estudió.
—No predije el embarazo de Lucia —admitió él—. Eso fue una sorpresa para mí,
como estoy seguro que lo fue para ella. Ha sido escudado de todos nosotros por los
Creadores, y debe haber una razón para esto…una razón importante. Mi visión
original de ti era que tú ibas a asistir a Lucia durante la tormenta…
—¿De qué tormenta hablas?
Timotheus alzó una mano.
—No me interrumpas. Estoy siendo tan directo contigo como nunca he sido con
otro, porque ahora veo que no hay tiempo para ser otra cosa.
—Entonces escúpelo —dijo Jonas. Se sentía frustrado con todo en su vida, y él
quería sacarlo todo contra este pomposo inmortal.
—El hijo de Lucia tendrá gran importancia. Muchos desearán secuestrarlo o
matarlo. Tú protegerás al niño de daño y lo criarás como propio.
—¿Es eso correcto? ¿Y Lucia y yo qué? ¿Nos casaremos y viviremos felices
para siempre? Improbable.
—No. Lucia está destinada a morir en el parto durante la tormenta que se avecina
—él asintió firmemente, un ceño fruncido arrugando su frente—. Lo veo ahora, claro.
Originalmente pensé que su magia podría pasarse a ti durante el tiempo de su
muerte, haciéndote a ti un hechicero, uno que pudiera caminar a través de los
mundos, uno cuyo destino fuera encarcelar los vástagos después de que todos sean
liberados. Pero la magia de Lucia vivirá a través de su hijo.
Jonas lo miró boquiabierto, aturdido por esta proclamación.
—¿Va a morir?
—Sí —Timotheus le dio la espalda—. Eso es todo lo que puedo decirte. Mucha
suerte a ti, Jonas Agallon. El destino de todos los mundos está en tus manos ahora.
—¡No, espera! Tengo preguntas. Necesitas decirme lo que tengo que hacer…
Pero Timotheus había desaparecido, así como el prado y la ciudad a la distancia.
Jonas se despertó para encontrar a su hermana sacudiéndolo.
—Ya amaneció —dijo ella—. Tu novia está despierta. Tiempo de que ambos se
vayan de mi hogar.
CAPÍTULO 23 Magnus.
PAELSIA
Magnus sabía que no había rogado por nada en su vida: no por piedad, no por
perdón, y no por una segunda oportunidad. Y aun así todo lo que él quería era ir
detrás de Cleo y tratar de hacerla entender.
Maldito Nic. Si el estúpido chico había conseguido finalmente matarse, esta
reciente grieta con Cleo significaba que Magnus no podía siquiera celebrar la
ocasión.
Él tomo un paso a las escaleras.
—No, —la voz de su abuela lo detuvo—. Déjala ir. Perseguirla inmediatamente
sólo empeorará las cosas. Confía en mí.
Magnus se giró para ver a Selia de pie en la puerta, mirándolo curiosamente.
—No estaba consciente de que nuestra discusión había sido escuchada, —dijo
él.
—Querido, incluso los sordos pudieron haberla escuchado —ella ladeó la
cabeza—. ¿Discusión la llamaste?
—Mis disculpas, Selia, pero no quiero hablar de esto contigo.
—Preferiría que me llamaras Abuela, como lo hacías cuando eras un niño
pequeño.
De nuevo, se giró a las escaleras, esperando ver si ocurría un milagro y Cleo
volvía a él.
—Te llamaré de la forma que me plazca.
—Tú eres sorprendentemente estricto y serio para un hombre tan joven, incluso
un Limeriano, ¿o no? Claro, fuiste criado por Althea, así que no estoy terriblemente
sorprendida. No recuerdo haber visto alguna vez a esa mujer sonreír.
—¿Te mencionó mi padre que él la mató? ¿Y que después mintió y me dijo que
su concubina Sabrina era mi verdadera madre?
—No, —dijo ella, retorciendo el pendiente plateado de serpiente en su garganta—
. Esta es la primera vez que escucho de esto.
—¿Y piensas que es raro que no estoy riéndome alegremente un día sí y otro no
cuando estamos en guerra con un imperio completo que amenaza con destruirnos
a todos?
—Por supuesto tienes razón. Discúlpame, mis pensamiento han estado en otra
parte.
—Envidio tus pensamientos.
Selia frunció los labios.
—Deberías saber que tu padre no sobrevivirá la noche. Será reclamado
completamente por la muerte en la mañana. ¿Te importa?
Magnus no dijo nada de esto. Ningún pensamiento le vino a la mente, bueno o
malo.
Había imaginado que celebraría este momento, la inminente muerte del hombre
que odiaba desde que podía recordar.
—Él te ama, —dijo Selia, como si leyera sus pensamientos—. Lo creas o no, sé
que es verdad. Tú y Lucia son las partes más importantes de su vida.
Él no tenía tiempo para tal sinsentido.
—¿En serio? Pude haber jurado que era su lujuria por poder lo que era más
importante para él.
—Cuando estas al mismo borde de la muerte, cosas como la fortuna y el legado
son insignificantes ante la confrontación de saber que alguien a quién le importas
sostendrá tu mano mientras te desvaneces.
—Tendré que recordar eso cuando este al borde mismo de la muerte —Magnus
la fulminó con la mirada—. Discúlpame, ¿pero hay algo que requieras de mí?
Porque si estás pidiéndome que vaya escaleras arriba y sostenga la mano de mi
padre mientras muere, dejándome para arreglar este desastre que hizo, tendré que
declinar fuertemente.
—No. Lo que quiero de ti es que me acompañes a la taberna esta tarde para
encontrarnos con mi amiga Dariah.
El aliento de Magnus se contuvo.
—La piedra de sangre.
Ella asintió.
—Te quiero ahí a mi lado.
—¿Por qué?
—Porque es importante para mí, por eso. Sé que tienes dudas acerca de las
elecciones que hice en el pasado, pero pronto, un día, sé que entenderás.
Magnus iría con ella esta noche. No por cosas de amor, ya que esas se habían
guardado bajo llave en una pequeña habitación arriba en una crisis de ira y angustia.
No, él iría porque, en este tiempo incierto, la piedra de sangre sonaba como una
pieza de magia por la que valía la pena matar.
Magnus espero que Cleo emergiera de su habitación, pero ella no lo hizo. Cuando
el sol se escondió, reluctante dejó la posada del Halcón y la Lanza con Selia a su
lado. Para ahora, él se había acostumbrado a la Liana Púrpura. Desde su entrada,
él podía ver el destellante mar bajo la luz de la luna, los barcos encallados en el
puerto derramando sus tripulaciones en la ciudad. Basilia parecía más viva en la
noche que durante el día, cuando había negocios que atender. En la noche, todos
aquellos que habían trabajado durante el día ahora deseaban beber y comer y
prestar atención a otros deseos basales, los cuales eran atendidos mediante una
caminata modesta desde los muelles.
La taberna estaba llena de pared a pared con clientes bulliciosos, donde la
mayoría ya estaba ciegamente borrachos para el tiempo en que Magnus y Selia
arribaron. Aun así, Magnus tenía su capucha baja alrededor de su cara para escudar
su identidad. No podía arriesgarse a ser reconocido otra vez.
Selia guío el camino a una mesa en la esquina alejada, donde estaba sentada
una hermosa, joven mujer de cabello cobrizo y un hombre de cabello color bronce
que llegaba a sus hombros y ojos del color de monedas de cobre.
Era un hombre que Magnus reconoció inmediatamente.
A la vista de él, las memorias del campamento en el camino en las Montañas
Prohibidas de Paelsia inundaron su mente. Este hombre –un vigilante exiliado–
había sido asignado allí para que él pudiera infundir el camino con la magia
requerida para localizar los cuatro puntos en Mytica donde los vástagos serían
despertados.
Magnus no había hablado directamente con el hombre en su momento, pero lo
había visto robar la vida de otro exiliado durante un ataque rebelde.
—Xanthus, —Magnus finalmente forzó el nombre a salir—. ¿Me recuerdas?
El hombre se puso de pie, mostrando su masiva estatura. La gruesa banda del
anillo de oro que llevaba en su dedo índice derecho brilló a la luz de la vela.
—Su alteza, por supuesto que lo hago.
—No hay necesidad de tales complacencias esta noche. De hecho, vamos a
olvidar el uso de mi nombre y mi título juntos, ¿de acuerdo?
Xanthus asintió.
—Como desees.
—No has sido visto u oído en varios meses.
—No, no lo he hecho, —Xanthus asintió—. Mi trabajo para el rey estaba
completo, y era tiempo para que yo descansara y recuperara mi fuerza. Por favor,
siéntate.
Magnus y Selia tomaron asiento en el bloque de madera de una mesa.
—Te ves encantadora esta noche, —dijo Selia a la otra mujer, a quién Magnus
no reconoció—. Tu control sobre magia de aire ha mejorado mucho con los años.
—¿En verdad lo crees? —dijo la mujer con una risita, retorciendo un mechón de
su largo, sedoso cabello castaño coquetamente en su dedo.
Xanthus colocó su mano sobre la de la mujer.
—Dariah siempre se ve encantadora.
¿Dariah? Magnus miró de nuevo a la mujer ahora con ojos frescos mientras se
daba cuenta de que ella había usado su elementia para cambiar su apariencia a esa
de una mujer más joven y más atractiva. Si miraba cuidadosamente, él podía ver
que sus rasgos parecían obscurecidos, como si ella se sentara en una sombra en
lugar de estar sentada bajo una lámpara fija a la pared, y que ella parecía un poco
demasiado perfecta para ser real.
—Dariah me dice que necesitas hablar conmigo —dijo Xanthus—. Ella dijo que
era importante que llegara tan rápido como fuera posible. Por cualquier otro no me
molestaría.
—Dime, —dijo Magnus, curiosidad construyéndose dentro de él a un punto donde
tenía que ser liberada—. ¿Sigues en contacto con Melenia?
Xanthus movió su mirada a Magnus.
—No, no lo estoy.
—¿Qué ocurrió con ella? Ella dejó de visitar los sueños de mi padre.
—Melenia hace lo que quiere cuando quiere. Ella está, supongo, enfocada en
restaurar mi hogar a su previa grandeza ahora que los vástagos han sido
despertados.
A la mención de los cristales, Magnus esperó que Selia dijera algo, pero ella
permaneció en silencio, su mirada curiosa fija en ambos.
Xanthus tomó un trago de la bebida en el cáliz frente a él, señalando a la
camarera que le llevara otra ronda a la mesa.
—¿Qué quieres de mí esta noche?
—Una pregunta más, si no te molesta —dijo Magnus, sus ojos entrecerrándose—
. ¿Estás familiarizado con alguien de nombre Kyan?
Xanthus volvió toda su atención a Magnus, su expresión sombría.
—Él está libre.
—Sí. ¿Tienes algún consejo acerca de él?
—Mantente lo más alejado que puedas de él, si valoras tu vida —dijo Xanthus—
. Melenia, creyendo que hacía lo correcto, ayudó al dios de fuego a robar la forma
corpórea de un querido amigo mío —él lanzó una oscura mirada a Dariah mientras
vaciaba su bebida—. ¿Es esto el por qué insististe que viniera aquí esta noche?
¿Para responder las preguntas de un príncipe sobre asuntos que no deseo discutir
con nadie?
—No, no es eso —Selia respondió en lugar de su amiga—. Pero yo encuentro
fascinante aprender más acerca del vástago de fuego, así que gracias por eso.
—Los vástagos han sido despertados —dijo Dariah, su voz llena de asombro—.
¿Es eso cierto?
—Lo es —Selia dijo, sonriendo dulcemente—. Xanthus, ¿has estado exiliado por
cuantos años?
Él miró a Dariah, quién asintió.
—Selia es una amiga confiable, —dijo ella.
—Muy bien. Dejé el Santuario hace veinte años.
—Increíble, —dijo Selia, sacudiendo la cabeza—. Todos los exiliados de los que
he escuchado han perdido su magia a casi una veta en la cuarta parte de ese
tiempo. Aun así la tuya permaneció tan poderosa que fuiste capaz de bendecir el
camino imperial con ella.
Él asintió.
—Melenia se aseguró que mi magia no se drenara con los años, sino tendría el
peligro de muerte como un mortal. Esa promesa fue puesta a prueba no hace mucho
tiempo, cuando una daga encontró mi corazón.
La camarera trajo las bebidas, y Magnus estaba molesto de ver que el suyo era
un tarro de cerveza. Él lo empujó lejos de él.
—¿No es de tu agrado? —Selia preguntó—. Oh, es cierto. Prefieres el vino
Paelsiano.
Magnus la miró.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque regresas a la posada oliendo a eso todas las tardes. —Ella continuó su
dureza con una encantadora sonrisa—. Gaius tuvo una gran sed por vino en su
juventud, a pesar de todas las leyes contra ello. Su padre estaba constantemente
furioso con él por no respetar a la diosa. Paelsiano, Auraniano, Terrean,
Kraeshiano... lo que sea en lo que pudiera poner las manos. Nunca lo he probado.
Nunca he querido. Prefiero mantener mi mente clara y astuta.
Incluso con eso dicho, Selia llamó a una chica y ordenó dos botellas de su mejor
vino. Magnus no trató de detenerla, y cuando llegaron, él mismo descorchó las
botellas y tomó profundamente de una de ellas marcada Viñedos Agallon.
Realmente no había como escapar del rebelde.
Selia alzó una ceja cuando él rápidamente vació la primera botella.
—El vino no hará desaparecer tus problemas. Sólo los magnificará.
—Excelente consejo de alguien que no ha probado ni una gota —él suspiró—.
Me empiezo a cansar de este horrible día. ¿Qué tanto debemos permanecer aquí
esta noche?
—No mucho más.
—Bien.
—Dariah —Selia se inclinó sobre la mesa—. El tiempo ha llegado.
—Entiendo —Dariah asintió, sus mejillas se ruborizaron—. Haz lo que debas.
Selia miró al exiliado inmortal.
—Necesito tu anillo, Xanthus.
—¿Lo necesitas? Me temo que no está en venta —Xanthus dijo suavemente,
mirando a la gruesa pieza de joyería en su mano derecha—. Pero estaría feliz de
darte el nombre del artesano que lo fabricó para mí.
—Dariah, debes saber que he estado preparándome para esta noche desde que
te fuiste. Cada día se ha sentido como un año mientras veo como mi adorado hijo
se desvanece frente a mis ojos. Tú sabes que haría cualquier cosa por él. Baja tu
agarre a tu vanidad por un momento y ve si puedes sentir mi magia restaurada esta
noche.
Magnus miró a su abuela, sin saber lo que decía. ¿Acaso no les había dicho que
ella requería la piedra de sangre para restaurar su magia?
La belleza falsa de Dariah cambió y titiló mientras fruncía el ceño.
—Sí, puedo sentir la magia de sangre. Selia, ¿a cuántos has matado para
conseguir esto?
—Suficientes. Esta ciudad está llena de hombres que nunca serán extrañados.
Me gusta aquí.
—¿Qué? —Magnus soltó, estupefacto ante esta admisión—. ¿Cuándo has hecho
esto? Has estado al lado de mi padre casi en cada momento desde que hemos
llegado.
—Cada noche después de que todos ustedes se retiran a sus alcobas —Selia
giró su paciente sonrisa a él—. Necesito muy pocas horas de sueño, mi dulce. Y
ninguna, al parecer, esta ciudad.
—¿No piensas que trataré de detenerte? —La voz de Dariah tembló.
¿Detenerla? Magnus giró su atención a la otra bruja, su confusión creciendo.
—Puedes intentarlo —Selia alzó la barbilla, sus labios adelgazándose, su agarre
en la mano de Dariah apretándose—. Pero fallarás.
Dariah boqueó, su mano libre volando a su garganta.
—Pero... pensé...
Sin ninguna otra palabra, la belleza de la mujer cayó como una máscara, su vieja
y arrugada cara revelada bajo la magia, y ella se derrumbó sobre la mesa.
Magnus vio esto en shock.
—La mataste —dijo Xanthus, su voz baja y peligrosa.
—Y no trataste de detenerme.
Sus ojos se encontraron con los de ella.
—Tu magia es más fuerte que la de cualquier bruja que haya visto.
—Brujas que tienen las agallas de hacer lo que es necesario pueden tener casi
la misma magia que una hechicera. Por un periodo corto de tiempo, de cualquier
manera —Su mirada regresó a su mano—. Ahora, acerca de tu anillo.
Su mirada se endureció.
—Mi anillo no está.
Selia bajó su daga fuerte y rápida, y el índice de Xanthus rodó por la mesa,
dejando un camino de sangre detrás.
Xanthus rugió de dolor y se lanzó por Selia.
—¡Te mataré!
Fuego lo encendió por un momento después, cubriéndolo en un instante. Él trato
de abatirlo, apagarlo, pero era muy rápido y feroz.
—Ven conmigo —Selia dijo a Magnus mientras tomaba el anillo del dedo
amputado y lo deslizaba en su bolsillo.
Magnus se alejó del hombre gritando en llamas y corrió para seguir a su abuela
fuera de la taberna, dejando a los otros clientes borrachos en el caos confuso.
—¿Te sorprendí? —preguntó ella mientras tomaban el camino de regreso a la
taberna.
Magnus permaneció en silencio, tratando desesperadamente de recomponerse
ante lo que había presenciado.
—Hubiera apreciado saber de tus planes antes de tiempo.
—¿Habrías tratado de detenerme?
—¿De matar a una bruja y a un vigilante exiliado? Para nada —respondió él
honestamente—. Temo que la piedra de sangre está escondida en el anillo.
—Lo está. Tengo exactamente lo que necesitamos.
Magnus quería la piedra de sangre para él solo, pero el pensamiento de tratar de
tomarla de su abuela después de ver lo que había hecho sin batir una pestaña...
Mejor por el momento, pensó él, mantenerse en la gracia de la bruja.
Selia no se detuvo mientras entraban a la posada, cruzaron el salón hasta la
escalera, y ascendieron al segundo piso. Magnus se sintió un poco inestable en sus
pies, gracias a la botella de vino que él rápidamente había consumido, pero su
mente estaba clara en su mayoría. Mientras pasaba la puerta de Cleo, él pasó su
mano sobre ella, después siguió a Selia por el corredor y alrededor de la esquina al
cuarto de su padre.
Dentro, un esqueleto de hombre con la carne del mismo color que sus blancas
sábanas yacía en su cama.
Magnus no había visto a su padre desde su charla en la taberna. Se había puesto
peor. Sus labios estaban secos y partidos. Los círculos bajo sus ojos hundidos
estaban tan negros como el cielo nocturno. Incluso su oscuro cabello se había vuelto
pajizo y gris. Sus ojos, del mismo café que Magnus, estaban nublados.
—Mi hijo —el rey carraspeó, alzando débilmente su mano—. Por favor, ven aquí.
Siempre le llegaba como un shock para él que el rey dijera por favor.
Magnus reluctante se sentó en el borde de la cama de su padre.
—Sé que no podrás perdonarme. No deberías perdonarme. Mis elecciones,
especialmente contigo...
Los ojos lechosos del rey estaban brillantes.
—Desearía haber sido un mejor padre para ti.
—Dispénsame de las confesiones de lecho de muerte —dijo Magnus, su
garganta gruesa—. Son un desperdicio en mí.
—Shh, mi cielo —Selia se sentó en el borde de la cama de Gaius, su mano contra
su frente—. Guarda tus fuerzas.
Como Magnus había deseado poner una espada a través del pecho de su padre,
para vengar la muerte de su madre, para hacer al rey pagar por todos los años de
abuso y negligencia. Ver la vida dejar sus ojos de una vez por todas.
Pero esto no era como él quería que fuera. Magnus no había querido sentir nada
por este monstruo excepto odio.
—Sé que trataste de salvarme —Gaius le dijo a su madre—. No importa ya.
Debes encontrar a Lucia a toda costa. Debes rogarle que ayude si es necesario. Sé
que no dejará que Mytica caiga completamente en manos de Amara. Lucia destruirá
a todos nuestros enemigos, y el trono le pertenecerá a mi hijo.
—Encontraremos a Lucia juntos —Selia deslizó el anillo de oro en el huesudo
dedo del rey, y él dio una respiración agitada—. La piedra de sangre es tuya, mi
hijo, justo como prometí. Ahora descansa, y permite que la piedra trabaje su magia.
Magnus se giró, en conflicto con todo lo que había presenciado esta noche. El
rey atrapó su muñeca, forzándolo a voltearse.
—No eran sólo palabras —dijo su padre, ya con renovada fuerza en su voz y
determinación en sus claros ojos—. Seré un mejor padre para ti, Magnus. Me creas
o no, te juro esto a ti.
CAPÍTULO 24 CLEO
PAELSIA
Había vaciado dos botellas de vino que el posadero tenía a mano. Curiosamente, el
vino no había sido de cosecha Paelsiana. Era amargo y seco y le dejó un sabor
asqueroso en la boca a Magnus, pero era tan eficaz como el vino Paelsiano para
embotar su mente y ayudarlo a quedarse dormido.
Pero no en mantenerlo dormido. El sonido de su puerta crujiendo al ser abierta
lo despertó. Estaba seguro de que la había cerrado con llave. Su cuerpo se sentía
pesado y demasiado cansado para moverse, y su mente estaba demasiado
brumosa para preocuparse de que entraran en su habitación.
—Soy yo —susurró Cleo.
Los ojos de Magnus se abrieron con el sonido de su voz, de espaldas a la puerta.
—¿Qué quieres? —preguntó tentativamente, sin volverse para mirarla.
—Necesitaba verte.
—¿No puede esperar hasta la mañana?
—Estás ebrio.
—Eres observadora.
— ¿Quieres que me vaya?
—No.
La cama crujió cuando se deslizó a su lado en ella.
Magnus se quedó inmóvil ante la sensación de que su mano se deslizaba sobre
el costado de su pecho.
—Cleo…
—No quiero pelear contigo —murmuró a su oído—. No quiero dejarte. Te amo,
Magnus. Mucho.
Su corazón se retorció.
—Dijiste que el amor no era suficiente para arreglar esto.
—Estaba enojada. Todo el mundo dice cosas horribles cuando está enojado.
—Pero Nic…
—Debo tener la esperanza de que está vivo. Tiene que estarlo. Sabe que estaré
furiosa con él si deja que lo maten. Ahora mírame, Magnus.
Finalmente se dio la vuelta y fue saludado por la visión de ella a su lado, su
belleza iluminada por una astilla de luz de luna que entraba por la ventana, su
cabello como oro hilado, sus ojos oscuros y sin fondo.
—Necesito que hagas algo muy importante para mí —dijo ella.
—¿Qué?
—Bésame.
Casi se echó a reír.
—Si te beso ahora, te aseguro que no seré capaz de detenerme.
—No quiero que te detengas. No quiero que te detengas nunca. Pase lo que
pase, Magnus, estamos en esto juntos. Te elijo. Y te necesito. A menos… —levantó
una de sus cejas— de que estés demasiado ebrio y prefieras que me vaya.
Su mirada se oscureció.
—Apenas. Pero la maldición…
—La maldición es una fantasía, nada más. Sácalo de tu mente.
—No estoy seguro de que pueda.
—Parece que debo ser yo quien haga el primer movimiento esta noche… —rozó
sus labios a lo largo de la cicatriz, desde su mejilla hasta sus labios— así.
—Cleo… —contestó él mientras la empujaba en sus brazos, pero repentinamente
no era Cleo lo que Magnus sostenía. Encontró que sólo sostenía aire y mantas.
Se dio cuenta con consternación de que nunca había estado ahí. Sólo había sido
un sueño.
Pero no tenía por qué serlo.
Necesitaba hablar con ella, para hacerle ver la razón. Ella lo haría, él sabía que
lo haría. Y juntos descubrirían la verdad sobre Nic.
Magnus se levantó, decidido a que hoy sería mejor que ayer, pero su cabeza se
sentía como si estuviera lista para explotar. Gimió y el dolor se apoderó de sus
sienes, duplicando el dolor.
El vino. El vino Paelsiano no tenía efectos secundarios enfermos en los que lo
bebieron. Sin embargo, todos los demás ebrios…
¿Optaron voluntariamente por soportar el dolor de esta manera para olvidar sus
problemas por una noche?
Magnus estaba furioso consigo mismo por ceder a algo que lo había debilitado
hasta ese punto, pero tuvo que superarlo. Tenía que centrarse en sus metas.
Iría tras el propio Ashur. El vástago necesitaba ser reclamado, para sí mismo,
para Cleo, para Mytica. Y la forma en que se sentía actualmente, cualquiera que se
interpusiera en su camino moriría de forma muy dolorosa.
La posada parecía extrañamente vacía esta mañana. La habitación de la
princesa estaba vacía, la puerta abierta. La abuela de Magnus no se veía en
ninguna parte, ni en el patio ni en la sala de reuniones.
El rey, sin embargo, lo esperaba en la mesa del comedor, un desayuno completo
delante de él. La esposa del posadero, Magnus no se había molestado en enterarse
de su nombre, lo miró nerviosamente mientras entraba y se sentaba.
—Come algo —le dijo el rey.
Magnus observó con disgusto la extensión de fruta fresca, el queso de cabra y el
pan recién horneado. El olor de ello lo hizo querer vomitar.
La idea de cualquier alimento le hacía sentir náuseas.
—Pasaré —respondió Magnus—. Luces… bien.
—Me siento bien —El rey llevaba el anillo dorado de Xanthus en su dedo índice
izquierdo. Levantó la mano y la inspeccionó—. Difícil de creer que hay tanta magia
es esta pequeña pieza, suficiente para restaurarme a mi antiguo yo tan rápidamente.
—¿Cuánto tiempo va a durar?
—Ah, esa es la cuestión, ¿no?
—¿Selia no te lo dijo?
—No pregunté.
—¿Dónde está ella?
—Se fue.
Magnus frunció el ceño y una nueva oleada de dolor recorrió su cabeza.
—¿A dónde?
El rey arrancó un pedazo de pan a una barra, lo sumergió en un tazón de
mantequilla derretida y lo masticó pensativamente.
—La comida me sabe mejor ahora. Es como si un velo de apatía hubiera sido
levantado de cada uno de mis sentidos.
—Que delicioso para ti. Preguntaré de nuevo. ¿Dónde está mi abuela?
—La envié lejos.
Magnus parpadeó.
—¿La enviaste lejos?
—Eso es lo que dije.
—¿Por qué?
El rey dejó su tenedor y sostuvo la mirada de Magnus.
—Porque no merece respirar el mismo aire que nosotros.
Magnus sacudió la cabeza, tratando de darle sentido a esto.
—Ella te salvó la vida.
El rey se burló.
—Sí, supongo que sí.
—Hablas, pero tus palabras no tienen sentido. ¿La piedra de sangre te robó la
cordura mientras te devolvía la salud?
—Nunca me he sentido más sano como en este momento —miró la puerta donde
Milo se encontraba ahora—. Milo, mi buen hombre, venga a desayunar. Magnus no
va a tomar nada, así que ¿por qué dejar que comida perfectamente deliciosa se
eche a perder?
—Gracias, su alteza —dijo Milo—. ¿Es verdad lo que he oído? ¿Qué Nicolo
Cassian ha muerto?
El rey alzó las cejas.
—Es posible —dijo Magnus.
Milo sonrió.
—Eso es decepcionante. Perdóneme por decirlo, pero siempre he deseado
matarlo.
Magnus se encontró asintiendo en acuerdo.
—Tiene ese efecto en la gente.
—¿Dónde está Enzo? —Preguntó el rey—. Hay mucha comida aquí para él
también.
—Enzo se ha marchado, majestad —respondió Milo un poco a regañadientes.
El rey dejó el pan y miró a la guardia.
—¿A dónde ha ido?
—Con la princesa.
La forma tentativa en que lo dijo hizo que el estómago de Magnus se revolviera.
—Por favor, dime que la princesa ha ido de compras a la cuidad y volverá más
tarde.
—Discúlpeme, pero no sé a dónde han ido, sólo sé que se fueron al amanecer.
El corazón de Magnus se aceleró, y lanzó una mirada acusatoria a su padre.
—¿Qué has hecho ahora?
El rey se encogió de hombros, su expresión ilegible.
—No voy a hablar contigo esta mañana, hijo mío. Tu abuela se ha ido. Y también
la princesa. Ninguna volverá.
Magnus se levantó tan rápidamente que su silla cayó hacia atrás.
—Necesito encontrarla.
—Siéntate —siseó el rey.
—La amenazaste, ¿verdad? Tanto a ello como a Selia. Las has echado.
—Sí, supongo que lo hice. Todo mientras dormías lejos del estupor del alcohol
hasta el mediodía. Necesitas empezar a pensar tan claramente como yo, Magnus.
Ahora que estoy restaurado, es hora de que tomemos medidas.
—¿Es eso lo correcto? —Magnus podía sentir su voz cada vez más alta—.
¿Tomar medidas es lo que necesitamos? Veamos… tú estás ahí, yo estoy aquí, y
ahí está Milo representando a los una vez grandes Limerianos. Eso hace tres de
nosotros contra el ejército de Amara. ¡Y no tenemos a Lucia con nosotros, ya que
echaste a la única persona que pudo haberla encontrado! —Juró en voz baja—.
Necesito encontrar a Cleo.
—No necesitas hacer tal cosa. Esa chica ha sido una plaga sobre nosotros desde
el primer momento en que entró en nuestras vidas.
—¿Nuestras? No hay nuestras, Padre. ¿Crees que algo ha cambiado? Unas
palabras alentadoras y unas miradas doloridas no hacen que todo salga bien.
Puedes intentar impedir que me vaya, pero te prometo que fracasarás.
Magnus fue directamente a la puerta de la posada, con la cabeza aturdida. Cleo
debió de haber ido a Auranos, pensó. Comenzaría allí. Alguien sabría dónde
encontrarla.
Agradeció a la diosa que había sido lo suficientemente sabia como para llevar a
Enzo con ella. Pero un solo guardia para protegerla ante la masiva ocupación de
Amara no iba a ser suficiente.
—Magnus, no te vayas —dijo el rey—. Necesitamos discutir nuestra estrategia.
—Discute estrategias con Milo —gruñó—. Cualquier cosa que tengas que decir
es completamente irrelevante para mí.
Magnus abrió la puerta, listo para salir de la habitación, pero tres hombres ya
estaban allí, bloqueando su camino.
—Príncipe Magnus Damora —dijo uno, asintiendo. Miró a sus compañeros—.
¿Ven? Les dije que era él. El príncipe de Limeros en medio de Basilia. ¿Quién lo
hubiera pensado? Te recuerdo de tu viaje de bodas. Llevé a mi esposa e hijos a ver
a un par de miembros de la realeza con su ropa brillante y perfecta, para mostrarles
lo que nunca podríamos tener como los humildes Paelsianos como los que siempre
nos has visto. Y aquí estás, vestido como uno de nosotros.
—Gusto en conocerte, quien quiera que seas —Magnus entornó sus ojos—.
Ahora te sugiero que te apartes de mí camino.
—Hay un precio por tu cabeza, tuya y de tu padre.
—¿Lo hay? —Magnus les dio una fina sonrisa—. ¿Y qué precio tendrán sus
cabezas si las separo de sus cuerpos?
El desconocido y sus amigos se rieron de esto como si fuera la cosa más hilarante
que jamás hubieran oído.
—¿A todos nosotros? Ni siquiera el Príncipe Sangriento podría con todos
nosotros.
—No estés tan seguro.
—Mátalos —sugirió el rey—. Hoy no tenemos tiempo para tonterías.
—Esa es la primera buena idea que has tenido —respondió Magnus en voz baja.
Pero antes de que pudiera moverse para agarrar un arma, o decir otra palabra,
tres lanzas navegaron por el aire, empalando a cada hombre desde atrás.
Los tres cayeron al suelo a los pies de Magnus.
Magnus levantó la vista. Detrás de los hombres, había un verdadero ejército de
soldados en uniformes verdes.
El ejército de Amara.
Magnus cerró de golpe la puerta y regresó tambaleándose a la posada.
—Tenemos un problema.
—Sí, lo veo —respondió el rey.
—Me parece que Amara no cree en la historia que le contaste si envió a su
ejército por ti.
—Supuse que sólo sería cuestión de tiempo.
Magnus lo fulminó con la mirada.
—¿Cómo puedes sonar tan malditamente calmado sobre esto?
Hubo un golpe en la puerta.
—¡Abran en nombre de Amara Cortas, emperatriz de Kraeshia!
Milo estaba allí frente a ellos, con la espada en su mano, mientras la puerta se
astillaba hacia dentro y los guardias de Amara entraban en la posada. Magnus ya
tenía su espada lista, pero lo único que podía hacer era mirar a Milo, el guardia por
el que aún sentía profunda gratitud por intervenir cuando su vida y la de Cleo habían
sido amenazadas al borde del acantilado, caer después de matar a sólo dos
guardias.
Con un rugido de ira, Magnus avanzó, levantando su arma.
El rey puso su mano en el hombro de Magnus para detenerlo.
—No —dijo.
Un alto y musculoso soldado uniformado se adelantó, los otros abriéndose paso
ante él.
—Suelta el arma. Ríndete, o muere aquí y ahora.
Magnus, con la mandíbula apretada, miró a Milo, la sangre saliendo de su cuerpo.
Milo hubiera querido pelear, habría querido matar a tantos Kraeshianos como podría
por el rey y por Limeros.
Pero no podía matarlos a todos. Y tampoco Magnus.
Esta pelea había terminado antes de que apenas comenzara. Amara había
ganado.
CAPÍTULO 26 LUCIA
PAELSIA
—Juro por la diosa —dijo Lucia, apretando su vientre—, este niño quiere que muera.
Nunca había pensado que era fácil llevar a un niño. En el pasado, había visto
mujeres embarazadas quejándose del dolor de espaldas, de sus tobillos hinchados
y de las constantes nauseas. Pero ella sabía que esto era diferente.
El camino que Jonas juró que conduciría a su familia era demasiado sinuoso y
rocoso. Cada vez que el carruaje daba un giro demasiado rápido o golpeaba un
peñasco, ella quería llorar del dolor.
—¿Quieres que le diga al conductor que se detenga otra vez? —preguntó Jonas.
—No. Ya hemos perdido mucho tiempo.
El rebelde había estado muy callado durante el viaje, el cual, debido a múltiples
paradas, les había llevado casi un día entero desde que habían dejado la cabaña
de su hermana.
Ella tenía que preguntar.
—¿Acaso tu hermana te odia debido a quién soy? ¿Debido a que me llevaste a
su casa?
—Eso sería más que suficiente, creo. Me equivoqué al llevarte allí pensando que
ella estaría dispuesta a ayudarte. Pero mi hermana me odia por otras razones.
Razones válidas. No puedo discutir que no abandoné a mi familia. Incluso si pensé
que los estaba manteniendo seguros al alejarme, ahora veo que tomé la decisión
incorrecta. Debería haber estado allí cuando mi padre murió.
—Lo lamento —dijo ella. Él la miró.
—¿En serio?
—A pesar de lo que creas de mí, no soy completamente insensible.
—Si tú lo dices.
Ella gruñó. Por favor, continúa hablando, incluso si es sólo para insultarme.
Cuando hablas, el dolor parece disminuir un poco. Escaneó lo que podía ver del
paisaje, el cual había pasado de rural a casi poblado, con edificios juntos y caminos
que parecían más parejos y más concurridos.
—¿Falta mucho?
—No mucho. Hablaré para calmar tú dolor el resto del camino. La última vez que
vi a mi padre decidí que nunca sería como él. Pero debí haber estado ahí cuando
murió. Como muchos Paelsianos, él aceptó la vida que tenía, nunca se esforzó para
cambiarla. Creía ciegamente en el Caudillo Basilius. Supongo que yo lo hice
también, por un tiempo. Por lo menos, hasta que vi por mí mismo que el caudillo no
tenía la magia que aseguraba tener y que permitió que los Paelsianos murieran de
hambre mientras él vivía como un verdadero rey en su recinto, gracias al alto
impuesto sobre el vino Paelsiano. Me hizo tantas promesas de un futuro mejor,
incluso quería que me casara con su hija.
Era extraño, el sonido de la voz del rebelde sí parecía mitigar su dolor. Al menos
hasta que él mencionó ese nombre en particular.
—¿El Caudillo Basilius quería que te casaras con su hija? ¿Cuál de ellas?
—Laelia —él la estudió— ¿Por qué te ves tan sorprendida por esto? ¿Es porque
la hija de alguien como Basilius no tendría nada que hacer con el hijo de un
vendedor de vinos?
—Ese no es el porqué.
—Confía en mí, ella no se quejaba.
—Mi dios, rebelde, ¿acaso tu compromiso anterior es un asunto delicado para ti?
—No. Ya casi no pienso en ello, o ella. No tengo interés en casarme —su
mandíbula se endureció, y continuó murmurando como si estuviera hablando
consigo mismo—. Eso lleva a tener hijos y los niños… Sólo no me veo criando a
uno, independiente de lo importante que pueda llegar a ser.
Ella le frunció el ceño.
—Claro que no. Aún eres joven.
—Al igual que tú.
—Yo no elegí esto.
Su expresión permaneció sombría. No dejo de preguntarme cuántos de nosotros
podemos elegir nuestro futuro, o, si ya está establecido y estamos condenados a
simplemente a pensar que tenemos control sobre nuestras vidas.
—Que filosófico. Para tu información, me sorprendí sobre tu compromiso con
Laelia porque hace poco descubrí que Gaius Damora no es mi padre biológico. Él
hizo que me secuestraran debido a mi profecía. Mi verdadero padre fue el Caudillo
Basilius. Laelia es mi hermana.
Jonas parpadeó.
—Me sorprende que hayas compartido esto conmigo.
—¿Por qué? Estamos teniendo una conversación y un secreto así ya no me
importa.
Sus cejas se juntaron.
—Así que eres Paelsiana.
Ella se rió débilmente.
—¿Eso es todo lo que tomas de la revelación?
Jonas maldijo entre dientes mientras estudiaba su rostro.
—En realidad te pareces a ella, ahora que te presto atención. A Laelia. Los
mismos ojos azules, el mismo color de cabello. Menos venenosa, sin embargo. Y
estás tan pálida ahora. No te estás sintiendo bien, ¿cierto?
—No del todo.
—¿Así que es una cosa de hechiceros, este embarazo rápido? ¿Toda esa
elementia dentro de ti?
—Creo que tiene más que ver con mi visita al Santuario. La rapidez se produjo
sólo después de haber regresado a Paelsia.
La contempló anonadado.
—¿Has estado en el Santuario? ¿El Santuario donde viven los inmortales?
Ella asintió.
—Brevemente. Un Vigía llamado Timotheus ha estado tolerando mi existencia
debido a mi profecía. A veces me visita en los sueños. Sabía que tenía que verlo,
pedirle ayuda. Para ser honesta, no fue muy útil —los hombros de Jonas se habían
tensionado a la mención del nombre— ¿Qué sucede?
—Nada. ¿Timotheus, has dicho?
—Él tiene visiones… sobre mí, sobre este mundo y sobre el suyo. Pero es
reservado acerca de las visiones que tienen que ver conmigo.
—Seguro que lo es —la expresión de Jonas era ilegible. Ella no estaba segura si
él estaba fascinado por lo que estaba diciendo o aburrido.
—De todas formas… —Lucia miró el gran pueblo al que la carreta había entrado,
esperanzada en que aquel viaje terminaría pronto— él no ha visitado mis sueños ni
siquiera una vez desde que regresé aquí. O ya no lo puede hacer más, o está
dejando que descubra mi destino por mí misma. Como dijiste, puede ser que ya esté
decidido sin que yo interfiera.
Jonas no contestó, y pasó un momento antes de que dijera otra palabra.
—El padre de tu hijo… ¿era bueno o malo?
Ella estuvo a punto de decir que aquella era una pregunta extraña, pero dado que
sabía que Jonas la percibía como malvada, decidió que su pregunta era válida.
—Creo que Alexius fue bueno, pero fue manipulado para hacer el mal. Se le
ordenó tomar mi vida, y cuando el momento llegó, se negó y tomó la suya propia.
—Se sacrificó por ti.
Al recordar a Alexius, el dolor en su vientre se trasladó a su corazón. Trataba de
pensar en el inmortal lo menos posible para evitar punzadas de remordimiento o
pena.
—Él luchó contra la magia que lo obligaba a trasladarme de un lugar a otro como
una pieza de un tablero. Me enseñó más acerca de mi propia magia. Incluso me
enseñó cómo robarles la magia a otros para debilitarlos. En aquel momento no supe
por qué lo hacía, pero al final… lo entendí. Me estaba enseñando cómo matar a un
inmortal.
—¿Mataste a un inmortal robándole toda su magia?
—No, maté a una inmortal robándole toda su magia.
Jonas distraídamente frotó su pecho.
—¿Crees que podría aprender a hacer eso? ¿A robar magia?
—Eso no suena como algo que debería enseñarle a alguien que me desprecia.
Además, por lo que sé, esa marca que me mostraste es el resultado de usar tinta.
—No lo es —bajó la mirada a sus manos—. No lo sé… en el barco fui capaz de
usar un poco de la magia que hay en mí. No mucha, pero incluso ahora la siento en
mi interior, empujando. Es como si intentara salir, pero no sé cómo liberarla, o si
quiero hacerlo.
—Mi propia magia fue difícil de controlar después de que despertara dentro de
mí. Quizás simplemente necesitas ser más paciente.
—Sí, por supuesto, porque hay tiempo de sobra para ser paciente, habiendo una
emperatriz y un dios de fuego a los cuales enfrentarse. Brillante sugerencia,
princesa —se puso de pie mientras la carreta se detenía—. Hemos llegado.
Lucia dejó de mirar al rebelde para darse cuenta que reconocía la ciudad a la que
habían entrado: Basilia. Escaneó las ajetreadas calles y sintió el hedor
nauseabundo del Puerto de Comercio desde allí.
—¿Mi hermano y mi padre están aquí?
—Lo estaban la última vez que los vi —Jonas saltó de la carreta y le ofreció su
mano a Lucia. Ella la miró con incertidumbre—. Vamos, princesa, no te traje tan
lejos para dejarte caer sobre tu rostro, menos dada tu delicada condición.
—No estoy delicada.
—Si tú lo dices —se encogió de hombros pero no alejó su mano.
A regañadientes, ella colocó su mano sobre la suya y dejó que la ayudara a bajar
de la carreta.
—¿Necesitas comer? —Preguntó él— Hay una taberna por aquí cerca donde
puedes conocer a tu hermana de sangre y no creo que hayas comido hoy.
El nombre de Laelia sólo trajo consigo recuerdos desagradables. —La he visto
antes y no hay tiempo para comer. Quiero ver a mi familia.
—Bien —él frunció el ceño—. No me dijiste que ya habías conocido a Laelia.
—¿Cómo crees que supe quién era yo?
—No lo sé… ¿mágicamente?
—La elementia no puede resolver cada problema, desafortunadamente. No, fui
en busca de la verdad, y esa búsqueda me condujo a Laelia. Cuando ella supo quién
era yo, me pidió dinero; una gran cantidad para ayudarla, ya que su padre había
muerto y ella temía que alguien la pudiera reconocer como la hija del caudillo
derrotado. Estaré bien si nunca la vuelvo a ver.
—Basilius era tu padre también.
—Nunca consideraré al caudillo como mi padre.
—Sin embargo eres feliz al afirmar que el Rey de Sangre es tu familia.
—A pesar de lo que puedas pensar, Gaius Damora ha sido bueno conmigo. Me
mantuvo a salvo y me protegió hasta que fui lo suficientemente estúpida para huir,
pensando que estaba enamorada de un joven al que había conocido hace un par
de días. Gaius hizo que me tomaran de mi cuna debido a mi profecía. Me pudo
haber mantenido encerrada. En cambio, él me educó como una princesa, como su
hija. Me dieron educación y una maravillosa vida en un hogar que adoraba.
Jonas sacudió su cabeza.
—Huh, bien, creo que he estado equivocado sobre él todo este tiempo. El Rey
Gaius es una persona realmente amable y maravillosa.
—Muy bien, ahorraré mi saliva para una conversación más útil, como hablar con
mi padre.
—Bien. Déjame llevarte con tu perfecta y amorosa familia, así puedo acabar con
esto. Necesito volver a la corte de la emperatriz y buscar a mis idiotas amigos,
quienes atraen problemas como tierra a sus zapatos.
Lucia siguió a Jonas calle abajo. Sintió una puntada en sus entrañas por sus
afiladas palabras. Jonas la había ayudado mucho.
—Quiero que sepas que aprecio esto. Lo que has hecho, al traerme aquí. Me
aseguraré de que nada malo te pase, a pesar de tus horribles crímenes.
—Oh, qué bueno. Gracias, princesa. Eres una maravilla.
Su espalda se tensó.
—O quizás no lo haré —justo cuando estaba comenzando a ablandarse por el
rebelde, él tuvo que hacerla enojar nuevamente. Estuvo a punto de echarlo por
completo, cuando una ola de dolor dobló sus rodillas.
Jonas atrapó su brazo.
—¿Princesa?
—Estoy bien —dijo, apretando sus dientes—. Suéltame.
—No —cuando él la levantó en brazos, ella estaba muy débil como para tratar de
detenerlo—. Definitivamente eres un gran problema, ¿no?
—Sólo condúceme hasta mi familia.
—¿Ningún gracias por no dejarte caer como un saco de papas en medio de la
calle? Bien entonces, ellos están en la posada de la esquina. Te llevaré el resto del
camino. Ahora, ¿qué tal si ahorras energía y salvas a mis oídos de seguir
escuchándote?
Lucia no podía hablar de todas maneras. El dolor era demasiado intenso. Apretó
sus ojos e inspiró profundamente. Ella podía soportarlo, tenía que hacerlo. Mientras
su hijo se encontrara a salvo, ella podía soportar cualquier cosa.
Jonas se movió demasiado rápido para ser alguien que cargaba con una mujer
embarazada. Lucia tuvo que aferrarse a sus hombros cuando él entró a la posada.
A diez pasos de la puerta principal, una mujer estaba sobre sus manos y rodillas
fregando el suelo. Debió haber comenzado recién, dada la sangre que había por
todos lados.
—Bájame —Lucia le dijo a Jonas, alarmada por la inesperada vista. Él hizo lo
que ella le pidió.
—¿Qué sucedió aquí? —demandó.
La mujer levantó la vista, sus ojos rojos y acuosos.
—No estamos aceptando ningún huésped hoy. Mis disculpas, pero puedes ir
calle abajo. Hay muchas posadas en los alrededores.
—¿De quién es esa sangre?
La mujer se limitó a sacudir la cabeza y concentrarse en la tarea.
—María —dijo Jonas, agachándose a su lado. Ella lo miró, el reconocimiento
apareciendo en sus ojos.
—Jonas, has vuelto —sonrió débilmente—. Creo que fuiste el único que se
molestó en aprenderse mi nombre.
—¿Cómo podía no aprenderme el nombre de la mujer que hace los mejores
buñuelos de higo que comí en toda mi vida?
Lágrimas salpicaron las mejillas de María.
—Fue horrible.
—¿Qué pasó? —Lucia demandó, sus puños apretados—- Dinos, o yo…
Jonas levantó la mirada hacia ella.
—Tú no le harás nada a esta mujer. No te acerques ni siquiera un paso.
—¿Esta es tu esposa, Jonas? —preguntó María cautelosamente.
—¿Mi… ? —Jonas dejó salir una risa ahogada— No, sin duda alguna, ella no es
mi esposa.
¿Cómo se atreve esta campesina a pensar que ella se enredaría románticamente
con alguien como este cruel y grosero rebelde?
—Soy Lucia Eva Damora, y juro por la diosa que si tú no me dices que sucedió
aquí y dónde está mi familia, lo lamentarás profundamente —tan pronto como dijo
las palabras, las lamentó y Jonas le dio una mirada de pura furia hacia ella.
—Lucia Damora —susurró María, dejando caer su trapo ensangrentado—. La
hechicera. Estás aquí. Perdona a mi marido, por favor. Te lo suplico.
—Ignora a Lucia —gruñó Jonas—. Dime que sucedió, María. No dejaré que la
princesa te dañe a ti o a tu familia de ninguna forma, lo juro.
—Soldados Kraeshianos… ellos vinieron aquí, más de los que había visto desde
que llegaron a Basilia. Hubo una pelea, fue breve. El rey, el príncipe… —ella sacudió
su cabeza— todo esto es demasiado.
Jonas asintió hacia el piso.
—¿Alguien murió?
—Un joven con cabello oscuro. Él no tuvo mucho que hacer conmigo mientras
todos ustedes se quedaban aquí. Intentó defender a los Limerianos pero fue
rápidamente asesinado. Creo que su nombre era Milo.
—¿Y mi padre… mi hermano? —La ira de Lucia había sido reemplazada por
miedo. Apoyó una temblorosa mano sobre su vientre.
—No están —susurró María—. Los soldados se los llevaron. No sé a dónde. La
ciudad es un caos. Muchos hombres han sido asesinados en las calles durante las
últimas noches, sus gargantas cortadas y sus cuerpos tirados allí para pudrirse.
Algunos se preguntan si fue bajo las órdenes de la emperatriz, si de alguna manera
la hemos disgustado.
—¿Qué hay acerca de la Princesa Cleiona? —preguntó Jonas. Su voz teñida de
preocupación— ¿Dónde está ella?
—Se fue temprano en la mañana. La escuché teniendo una feroz discusión con
el rey. Él la envió lejos. El príncipe estaba disgustado con eso.
—Seguro que lo estaba —murmuró Jonas.
—¿Cleo estuvo aquí? —preguntó Lucia, sorprendida.
—¿En qué otro lugar iba a estar?
—Muerta a estas alturas, esperaba.
Jonas le dio una oscura mirada.
—Justo cuando empezaba a pensar que no eras tan sanguinaria y desagradable
como pensé que eras, dices algo como eso.
Ella puso los ojos en blanco.
—Oh, por favor no me digas que eres otro macho que Cleo ha logrado seducir
con su cabello bonito y su actitud desamparada. Eso haría que ocupes un lugar aún
más bajo en mi estima.
—Me importa un bledo lo que tú pienses de mí —la tomó fuertemente del codo—
. Nos vamos. Ya obtuvimos toda la información que pudimos aquí. Muchas gracias,
María. Mantente segura adentro hasta que todo esto pase.
—¿Y luego qué pasará? —preguntó la mujer.
Él sacudió su cabeza.
—Ojala lo supiera con certeza.
Una vez fuera, Jonas caminó rápidamente, prácticamente arrastrando a Lucia
detrás de él.
—Iremos a la taberna —dijo, apretando los dientes—. Podremos tener más
información allí.
—¿Y si alguien me reconoce y reacciona igual que la mujer?
—Sugiero que no seas tonta y no te presentes a gritos con tu nombre y, tal vez,
seremos capaces de evitar aquello.
—Ella me odiaba.
—Creí que ya te habrías acostumbrado a eso.
—Lo hice, pero… —de repente le fue difícil respirar, el aire tan caliente que Lucia
comenzó a sudar— Necesito detenerme un momento. Creo que me desmayaré.
Jonas gruñó con exasperación.
—No tenemos tiempo para más dramas.
—No estoy siendo dramática. Es sólo que hace tanto calor aquí.
—Hoy no hace ni una pizca de calor.
—¿Lo encuentras caluroso, pequeña hechicera? —dijo una voz familiar en su
oído— Qué extraño. El clima de Paelsia es usualmente templado en la costa oeste
a esta altura del año.
Lucia se congeló en el lugar.
—Kyan —susurró.
Jonas se dio la vuelta para mirarla.
—¿Dónde?
—No lo sé… no puedo verlo. ¿Tú también lo puedes escuchar?
—¿Escucharlo? No. ¿Pero, tú sí puedes?
—Sí —La voz era la misma, pero parecía provenir desde su cabeza. Él no tenía
una forma que ella pudiera ver o sentir, a parte de la sensación de calor
envolviéndola. ¿Él era capaz de volverse invisible?
—¿Es este tu nuevo compañero de viaje? Parece… insuficiente. Tan joven, tan
inexperto. Qué pena que tú y yo nos hayamos peleado.
Su corazón latía rápidamente.
—Tú querías matarme.
—Tú prometiste que me ayudarías, y cuando el momento llegó, te negaste.
—No seré parte de tu oscuro plan.
—¿Dónde está? —Jonas giró en círculos, espada en mano.
—El muchacho es más bien tonto, ¿no? ¿Acaso cree que esa armita mortal
tendrá algún efecto sobre mí?
Lucia apenas podía recobrar su aliento. Durante todo este tiempo, no supo lo que
había sido de Kyan, a pesar de tener pesadillas sobre él cada noche.
Tenía que calmarse. No podía dejarle saber que ahora le aterraba.
—¿Qué quieres? —le preguntó.
—¿Dónde está? —repitió Jonas.
Ella lo miró.
—Él no es más que una voz, por ahora. Baja tu arma, te ves ridículo apuntándole
a la nada.
Jonas guardó su espada.
—¿Es posible que estés imaginando cosas? Puedes estar delirando por el dolor.
¿O, estás intentando engañarme?
—No a ambas preguntas —Intentó ignorar al rebelde, pero él no lo estaba
haciendo fácil.
Jonas puso sus manos en puños como si fuera a luchar contra el aire.
—Kyan, si puedes escucharme, si realmente estás aquí, juro que acabaré contigo
por lo que le hiciste a Lysandra.
Lucia sintió una brisa de aire caliente cuando Kyan se rió.
—Casi me olvido de eso. Dile que fue su culpa, no la mía. Ella estaba muy
ansiosa por probar mi magia ese día…
—Tú mataste a su amiga —ella lo cortó—. Estoy de acuerdo en que él merece
vengarse.
—Los mortales y su tonta necesidad de venganza. La muerte es parte de la vida
mortal; eso nada cambiará para ellos. Sin embargo, te ofrecí la inmortalidad,
pequeña hechicera, como recompensa por ayudarme.
—Ayudarte a destruir el mundo, quieres decir.
—Este mundo merece ser destruido.
—No concuerdo con eso.
—No importa lo que tú creas. Estoy tan cerca ahora, pequeña hechicera, no
tienes idea. No necesito tu ayuda, después de todo; he hecho otros arreglos. Todo
se está alineando perfectamente. Es como si esto estuviera destinado a ser.
La idea de que Kyan hubiera encontrado otra manera de llevar a cabo su misión
para destruir al mundo la enfermaba. Pero quizás sólo estaba mintiendo.
—¿Así que esto es sólo una rápida visita de viejos amigos? —preguntó ella.
—Quizás —la voz se movió a su alrededor y ella se giró para mantener a la voz
frente a ella. No le gustaba la idea de tener a un dios de fuego invisible atrás suyo—
. Estás esperando un hijo. De Alexius, ¿no?
Lucia no respondió a eso. Había esperado que su capa escondiera su condición.
—Las madres son conocidas como luchadoras cuando se trata de proteger a sus
hijos. Te daré una oportunidad más, pequeña hechicera. Te ofrezco la inmortalidad
a ti y a tu hijo. Sobrevivirás y ayudarás a construir el próximo mundo a mi lado.
—Pensé que dijiste que podías hacer tu mal sin mí.
—No es mal. Es el destino.
—Destino —ella murmuró—. Sí, creo en el destino, Kyan. Creo que estaba en mi
destino poseer esto.
Lucia extrajo el orbe ámbar de su bolsillo y la sostuvo en la palma de su mano.
Enfocó sus pensamientos e inhaló lentamente. Había sido más fácil acceder a su
elementia en el principio, cuando sus emociones eran fuertes, el odio y el miedo
eran las más útiles para disparar su magia.
Pero ahora, incluso débil, con el anillo de Eva firmemente en su dedo, podía
persuadir a la bestia para que saliera de su jaula. Los finos vellos de su brazo se
elevaron, y sintió la combinación de aire, tierra, agua y fuego saliendo por su piel;
una chispeante sensación en sus venas que picaba por ser liberada. Hoy no quería
desatarla sobre el mundo que la rodeaba, quería alimentarla.
Estaba hambrienta por robar magia.
Al igual que como había hecho con Melenia, se concentró en los vestigios de
magia que habían en el aire, con una visión que iba mucho más allá de la común.
Era un resplandor rojo girando a su alrededor, incorpóreo, eterno. Y, percibió sin
ninguna duda, vulnerable.
La propia esencia de Kyan. Fuego.
El orbe comenzó a brillar y Kyan profirió un ahogado sonido cargado de dolor.
— ¿Qué estás haciendo?
—Parece que Timotheus no es el único al que debes temer, ¿cierto? —le dijo.
Las llamas formaron un círculo alrededor de Lucia y Jonas. Eran tan calientes y
abrasadoras que Lucia perdió su concentración y la manga de su capa se incendió.
¿Había sido la magia de Kyan o ella había hecho eso?
Jonas sofocó las llamas con su capa, apagándolas tan rápido como podía. Se
extinguieron tan rápido como aparecieron, dejando un chamuscado círculo negro.
—¿Funcionó? —Demandó él— ¿Intentaste atraparlo, no?
Lucia asintió e inspeccionó el orbe ámbar.
—No lo sé —Jonas miró el cristal—. No veo la cosa negra arremolinada.
—Tu compañero tiene una forma peculiar de hablar, pequeña hechicera —siseó
Kyan—. Tu magia sigue siendo formidable, pero has fallado.
—Entonces lo volveré a intentar. —Lucia agarró fuertemente el orbe e intentó
canalizar su magia, pero se había debilitado demasiado— ¡Maldición!
—Caray, pequeña hechicera. Ciertamente no eres la inocente y afligida
muchacha que conocí en su momento más oscuro, ¿cierto?
—No, soy la bruja que terminará contigo.
—Ya lo veremos. ¿Creo que estás buscando a tu padre y a tu hermano? Te
sugiero viajar tan rápido como puedas y alcanzarlos antes de que la emperatriz
arranque sus corazones.
CAPÍTULO 27 AMARA
PAELSIA
Amara observó, inmóvil y en silencio a Ashur tanto tiempo que Cleo pensó que se
había vuelto de piedra.
—Hermana, estoy seguro de que estás sorprendida de verme —dijo él antes de
elevar una negra ceja en dirección a Cleo—. Y aquí estás tú también.
—Sí, aquí estoy —confirmó Cleo, su corazón latiendo con fuerza—. Parece que
llegué antes que tú.
—Lo hiciste. De nuevo, no me apresuré. Necesitaba tiempo para pensar.
—Qué raro. Los ladrones suelen ir siempre apresurados.
Él frunció el ceño ante eso.
—Estoy seguro de que sí.
—Emperador Cortas, ¿qué quisiera que hiciera con la prisionera? —preguntó el
guardia.
Prisionera. El estómago de Cleo dio un vuelco al pensar que su viaje acabaría
mucho antes de que tuviese la oportunidad de hacer una diferencia. Tenía que
pensar, averiguar una manera de lidiar con aquel resultado. La manipulación era su
mejor arma. Tenía que ganarse la confianza de Amara, acercarse a la mujer más
poderosa del mundo para que así ella la ayudase a destruirse a sí misma.
—Quiero que… —empezó Amara, pero entonces frunció el ceño—. ¿Has dicho
emperador?
El guardia la ignoró, su atención completamente en Ashur.
—¿Emperador?
—Déjanos para hablar en privado —le ordenó Ashur.
El guardia se fue, inclinándose hasta que salió.
La mirada de Ashur volvió a su hermana.
—Parece que ahora que nuestro padre y nuestros hermanos están muertos, soy
el siguiente en la línea de sucesión. Sabes muy bien que nunca quise una
responsabilidad como esta, pero haré lo que deba hacer —cuando ella no
respondió, él continuó—. ¿Nada que decirme después de estar todo este tiempo
separados, hermana?
Amara entonces sacudió su cabeza lentamente de lado a lado.
—Esto es imposible.
Cleo quiso morderse la lengua, para evitar decir algo que pudiese dirigir la
atención a ella y recordarle a Amara que la quería muerta.
Pero no pudo evitarlo.
—Es muy posible —dijo Cleo con un asentimiento—. Ashur está sano y salvo.
Fue una sorpresa para mí también, pero estoy segura de que es un poco más
impactante para ti. Después de todo, lo mataste a sangre fría, ¿no?
—Evidentemente, no lo hice —dijo Amara, sus palabras más firmes y duras que
lo que Cleo había esperado, considerando lo sorprendida que se había mostrado la
emperatriz.
—Lo hiciste —afirmó Ashur, presionando su pecho inconscientemente—. No
hubo duda del dolor que provocó la hoja al atravesar mi piel y huesos. La mirada
fría en tus ojos que había visto dirigida hacia otros en nuestra vida, pero nunca antes
dirigida a mí. La sensación horrible de traición que rompió mi corazón al mismo
tiempo que lo atravesabas sin ninguna contemplación.
—¿Cómo? ¡Dime cómo es posible!
—Déjame asegurarte que no estoy aquí por ningún tipo de venganza. A pesar de
tus duras y cuestionables decisiones, lo entiendo más de lo que puedes pensar. No
eres la única en nuestra familia que fue despreciada por nuestro padre por tener
diferencias que nos hacían inaceptables.
—Elan era diferente —susurró ella.
—Elan miraba a nuestro padre como si fuese un dios resplandeciente parado
frente a él. Supongo que eso compensó muchas de sus imperfecciones.
—Esto está pasando realmente, ¿verdad? —Los ojos de Amara se llenaron de
lágrimas—. No me creerás, pero sólo me he arrepentido de una de mis decisiones:
lo que te hice. Estaba enfadada, me sentí traicionada… así que reaccioné.
—Realmente lo hiciste.
—No te culparía si me quisieses muerta.
—No te quiero muerta, Amara. Te quiero sana y salva y dispuesta a ver todo en
este mundo más claramente de lo que nunca lo has visto en tu vida. El mundo no
es un enemigo para ser conquistado a ningún precio, a pesar de lo que nuestra
madhosha pueda haberte hecho creer.
—Nuestra madhosha es la única que siempre ha creído en mí. Ella me ha guiado
y ha sido mi mejor consejera.
—Así que fue ella quién te aconsejó que terminases con mi vida.
Amara enlazó sus manos.
—Pero fui yo quien actuó ante tal consejo. Por un momento, pensé que tú
estarías a mi lado en todo, pero elegiste a ese chico… ese chico con el pelo rojo…
después de enamorarte de él ¿tras cuánto? ¿Un mes?
—Nic —dijo Cleo, su garganta estrechándose—. Su nombre era Nic.
Ashur le envió un profundo fruncido de ceño.
—¿Qué quieres decir con que su nombre era Nic?
Cleo se obligó a no llorar. Se negó a mostrar alguna debilidad allí, a menos que
aquello pudiese servirle de alguna manera. Quería odiar a Amara todo lo que
pudiese, para que ese odio la alimentase, la fortaleciera, pero lo único que quería
hacer en aquel momento era herir a Ashur.
—Cuando te fuiste, él te siguió —dijo ella neutral—. Estaba aquí en el complejo
cuando una revuelta estalló.
—¿Y qué? —preguntó Ashur suavemente.
—Y… él está muerto —sonó mucho más horrible decirlo, pero tenía que hacerlo.
Quería que las palabras llegasen a Ashur para ver si el príncipe estaba hecho de
acero, alguien a quien no le importaba una mierda a quién había herido, usado o
dejado atrás.
—No —Ashur sacudió la cabeza, sus cejas juntándose—. No, eso no puede ser.
—Es cierto —Amara asintió—. Vi cómo ocurría.
—Tú mismo lo dijiste —dijo Cleo, su garganta apretada. La confirmación le
arrebató cualquier esperanza de que aquello hubiera sido una mentira—.
Cualquiera que realmente se preocupe por ti termina muerto. No puedo creer que
estés tan sorprendido.
—No —repitió Ashur mientras presionaba el dorso de su mano contra la boca y
apretaba los ojos cerrados.
—Oh, por favor, Ashur —Amara sacudió su mano con desdén—, ¡Apenas
conocías a ese chico! ¿Estás tratando de decirme que estás afectado por estas
noticias?
—¡Cállate! —rugió Cleo, sorprendiéndose a sí misma con su repentina ferocidad.
Amara la miró, asombrada—. Era mi amigo, mi mejor amigo. Lo quería y él me
quería. Era mi familia, ¡y por culpa tuya y de tu hermano él está muerto!
—¿Por nuestra culpa, no? —repitió Amara, su voz baja—. ¿Trataste siquiera de
detenerlo de perseguir a mi hermano como un patético amante desechado de su
pasado?
—¡No lo supe hasta que ya se había ido!
—Tal vez deberías haber vigilado mejor a alguien que decías que querías.
Cleo avanzó a trompicones hacia ella, queriendo arrancar cada pelo de su
cabeza, pero Ashur estaba tras ella, sosteniéndola por los brazos y manteniéndola
en su sitio.
Ella se revolvió, como había hecho antes con los guardias, queriendo arañar la
cara del príncipe también.
—¡Déjame!
—La violencia no es la respuesta a la violencia —dijo él, finalmente liberándola
para señalarle una silla—. Siéntate y mantente en silencio, a menos que desees ser
expulsada de esta habitación.
Cleo hizo lo que mejor pudo para comportarse, maldiciendo el día en que estos
horribles hermanos pisaron el suelo de Mytica.
—¿Quieres saber por qué estoy vivo, hermana? —dijo Ashur, sus dientes
apretándose—. Porque aprendí lo que te pasó de niña. Sé que nuestro padre trató
de matarte. Y no estoy sordo o ciego; te escuché a ti y la abuela hablando,
planeando lo que iba a venir y decidiendo quién estorbaba en el camino. Cuando
sentí que mi vida podía estar en riesgo, incluso aunque no estaba seguro de qué
harías tal cosa, no a mí, fui a visitar al boticario de la abuela…
Una brisa cálida se enrolló sobre los brazos desnudos de Cleo.
—Vaya, vaya, esto es bastante dramático, ¿no crees, pequeña reina? —susurró
una voz en su oreja.
Ella jadeó.
—Lo mejor sería que no reaccionaras a mí. No quisieras interrumpir al príncipe y
la princesa, ¿o es emperador y emperatriz?, durante su tan esperada reunión.
Cleo mantuvo su mirada en Amara y Ashur mientras Ashur explicaba por qué él
había resucitado y cómo creía que él mismo era el legendario fénix que traería la
paz.
—¿Quién eres?—susurró ella.
—Shh. No hables. Amara se pondrá muy celosa si sabe que estoy hablando con
otra chica guapa a sus espaldas. Pero tal vez ya no me importa lo que ella piense
de mí nunca más. Ha sido una decepción para mí, ahora que la tormenta se acerca.
—Hizo una pausa—. Soy el dios del fuego, pequeña reina, liberado de mi prisión
tras mucho tiempo.
Cleo empezó a temblar.
—No tengas miedo de mí. Ahora veo que te pasé por alto en nuestro último breve
encuentro. Mi atención estaba más en Lucia y su hermano y en mi búsqueda de una
especial y mágica rueda. Pero tú… tus ojos…
Algo cálido tocó su cara, y sus músculos se tensaron.
Son del color de la aguamarina. El color del orbe de cristal de mi hermana. Por
favor asiente si me entiendes.
Ella dio un leve asentimiento, apenas respirando.
Hay poder escondido dentro de ti, pequeña reina. Y un deseo de más. ¿Sabías
que eres descendiente de una diosa? ¿Querrías que te diese toda la magia que
siempre has soñado con poseer?
Cleo sabía muy bien qué le había hecho Kyan a Lysandra y qué habían hecho él
y Lucia a muchas aldeas en Paelsia. A pesar de su miedo y su odio por aquella
criatura que no podía ver, no parecía haber ninguna otra respuesta en aquel
momento que lo satisfaría y aseguraría que ella permaneciese intacta.
Así que asintió.
Amara es indigna, ahora lo veo. Ella sólo busca el poder para ella, pero se engaña
a sí misma pensando que aspira a más de lo que hizo su padre. Sin embargo, tú te
sacrificarías para salvar a los que amas, ¿verdad?
Cleo se obligó a asentir otra vez, incluso a pesar del temblor que recorrió su
espalda. ¿Qué oscura promesa estaba haciendo?
¿De verdad el Vástago de fuego veía algo en ella, algo especial y poderoso y
digno de poseer verdadera magia?
Tal vez su deseo se había cumplido finalmente.
Volveré con la tormenta. Está muy cerca ahora, pequeña reina. No le cuentes a
nadie lo que te he dicho. No me decepciones.
La calidez que la había hecho empezar a sudar se desvaneció, y se dio cuenta
de que Amara estaba hablando con ella.
—Cleo —dijo ella—. ¿Puedes oírme?
—Sí… sí. Te escucho.
—¿También has oído lo que Ashur ha sugerido?
—No —admitió ella.
—Él cree que juntos, podemos gobernar Kraeshia pacíficamente. ¿Qué piensas?
¿Es un buen plan?
Cleo se descubrió a sí misma sin habla momentáneamente con aquella idea, pero
entonces algo empezó a subir por su garganta, una risa.
—Perdóname por decir esto, Amara, pero ese es un plan absurdo. Dos personas
no pueden reinar igualitariamente. Es imposible.
Las cejas de Amara se elevaron.
—Agradezco tu franqueza.
—Discrepo profundamente —gruñó Ashur.
Cleo se levantó de su silla,
—¿Dónde está, Ashur?
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Lo que me robaste.
—No te he robado nada —La mandíbula del príncipe se apretó—. Sé que me
culpas por la muerte de Nicolo. También me culpo yo. Si pudiese volver al pasado
y hacer las cosas de forma diferente, lo haría.
—¿Empezando por dónde? ¿Por cuándo tomaste esa poción de resurrección o
cuando forzaste a Nic a besarte aquella noche en Auranos? Ambos son errores de
los que arrepentirse, en mi opinión.
—Violentas y crueles palabras que no viene de ti, princesa —Ashur se volvió
hacia su hermana—. La decisión está en tus manos, Amara, y sé que tomarás la
correcta. He venido hasta aquí para enseñarte un camino diferente al que has
tomado. Uno mejor.
—Así es —Amara asintió—. Puedo elegir el camino de ser amable, dulce,
agradable y más agradecida, como todas las chicas buenas deberían ser, ¿no?
—Hablas con sarcasmo, pero una perspectiva más amable podría lograr más de
lo que crees. Podemos gobernar Kraeshia juntos o regiré sólo como emperador.
—Si piensas que accederé a eso, hermano, entonces no me conoces realmente.
¡Guardias!
Los ojos abiertos de par en par de Cleo se fueron hacia la puerta cuando varios
guardias entraron en la habitación, mirando entre Ashur y Amara, sin saber dónde
colocar su atención.
Amara señaló a Ashur.
—Mi hermano ha confesado conspirar con el rebelde que asesinó a nuestra
familia. Desea ayudar a la rebelión a destrozar el Imperio Kraeshiano que mi padre
construyó.
—No he hecho tal cosa —dijo Ashur, con rabia.
—Mentira —habló Cleo, disgustada con las mentiras de Ashur. Había escondido
el Vástago en algún lugar, manteniéndolo para su provecho—. Lo ha confesado. Lo
he escuchado yo misma.
Ashur volvió su mirada de pura furia hacia ella.
Había esperado que Ashur pudiera otorgar algo de sentido a Amara, pero ese
parecía ser un sueño vano. Amara tenía la crueldad que le faltaba a Ashur. Ella era
el depredador, y Ashur, sucumbiría a su presa otra vez, hoy o al año siguiente.
Incluso si sólo era una artimaña temporal, Cleo tenía que alinearse con la fuerza,
más que nunca.
Tenía que aliarse con Amara.
—No eres tan pacífico ahora, ¿verdad, Ashur? —Preguntó Cleo con firmeza—.
Es gracioso como eso puedo cambiar tan rápidamente.
—Llévenlo con los otros prisioneros —ordenó Amara a los guardias.
—¡Amara! —Rugió Ashur—. ¡No hagas esto!
La expresión de la emperatriz permaneció en calma.
—Vienes aquí para contarme orgulloso que eres el fénix del que hablan las
leyendas, pero estás equivocado. Yo soy el fénix —Asintió a los guardias—.
Llévenselo.
Los guardias obligaron a Ashur a salir mientras Amara se sentaba pesadamente
en su trono.
—Le mentiste a los guardias sobre Ashur —dijo ella.
Cleo casi no podía creérselo ella misma.
—Lo hice.
—Podía habérmelo arrebatado todo: mi título, mi poder. Todo. Sólo porque él es
mi hermano mayor.
—Sí, pudo hacerlo —Cleo mantuvo su mirada tranquila—. Así que ahora, ¿qué
planeas hacer conmigo?
—Para ser honesta, no lo he decidido aún.
Cleo mordió su labio inferior, tratando de mantenerse confiada en apariencia a
pesar de su incertidumbre.
—¿De verdad crees que eres el fénix?
Amara elevó una ceja.
—¿De verdad importa?
Un guardia asomó por el umbral. Cuando la mirada de Amara se puso sobre él,
sus hombros se enderezaron.
—Emperatriz, tengo información para usted.
Amara le dirigió una mirada impaciente.
—¿Y bien?
—Los rebeldes han sido capturados. Esperan un interrogatorio.
Cleo se sintió débil, ¿Eran Jonas y Félix? ¿Taran? ¿Quién sino?
—Cleo, quiero que vengas conmigo a interrogarlos —dijo Amara—. Quiero que
me pruebes que podrías, quizás, ser capaz de ganar una pequeña parte de mi
confianza de nuevo. ¿Harías eso?
El dios del fuego le había hecho una tentadora promesa. ¿Pero le daría la espalda
a Jonas, Félix y Taran si eso significaba poder recuperar su trono?
Y si no, ¿había una forma de convencer a Amara de liberarlos antes de si quiera
tener una oportunidad de recuperar el Vástago?
No había tiempo para tomar decisiones, no sobre cosas tan importantes. Todo lo
que podía hacer era conseguir todo el tiempo que fuese posible.
Cleo asintió.
—Por supuesto que lo haré, emperatriz.
CAPÍTULO 29 Magnus
PAELSIA
—Pequeña emperatriz
El sonido de la voz de Kyan la sorprendió, pero Amara se sintió aliviada al oírlo.
Había estado segura de que la había dejado después de su desacuerdo de ayer.
—Aun estas aquí, susurró. Se sentó en la pequeña habitación adyacente a sus
aposentos que había convertido en una habitación para meditar, una habitación
vacía de todo excepto por la alfombra en la que se encontraba sentada.
—La tormenta está casi sobre nosotros. Es hora de que recupere mi poder y de
que recojas todas las recompensas que mereces.
Su corazón dio un brinco.
—Los prisioneros esperan —le dijo ella.
—Excelente. Su sangre sellará el ritual y lo hará permanente.
Amara alejó todas sus dudas, descubriendo que sólo eran algunas. Cuestionarse
en este momento, sería la última debilidad después de todo lo que había sacrificado
por este día
—Espérame afuera con el Vástago de agua.
Ella estuvo de acuerdo con ello sin vacilar.
Amara quería a Cleo con ella, como apoyo y, si era necesario, como un sacrificio
adicional. Juntas, dejaron las cámaras reales y salieron directo al centro del recinto
donde el foso estaba ubicado. Amara instruyó a docenas de sus soldados que la
rodearan, la mitad con ballestas apuntando a los prisioneros.
Nada podía salir mal ahora.
—Bueno, mira quien viene a vernos —Félix la miró, protegiendo su ojo del
brillante cielo que comenzaba a oscurecerse por las nubes de tormenta—. La gran
y poderosa emperatriz. Ven aquí, su majestad. Me encantaría que nos pusiéramos
al día. ¡Estoy seguro que a su hermano también!
Amara miró de reojo a Ashur sentado al lado de Félix y del otro rebelde, Taran.
Su hermano la miró, no con rabia u odio, sino con una profunda decepción en sus
ojos gris azulado.
—Hermana, aun puedes cambiar el camino que has elegido —le dijo.
—Desafortunadamente, tú no puedes cambiar el tuyo —replicó—. Nunca debiste
regresar aquí.
—No tenía opción.
—Siempre hay opción. Y yo he hecho la mía.
Gaius se sentó con apoyado en la fosa, sus brazos cruzados sobre su pecho. No
dijo nada, sólo la observaba con esa expresión en blanco tan desesperante y propio
de él. Cuan triste era ver al antiguo rey tan derrotado. Cuan triste y aun así cuan
profundamente satisfactorio.
También había otro joven en el fondo del foso, uno que Amara vagamente
recordaba del día en que Nerissa se convirtió en su ayudante. Enzo, creía que era
su nombre.
Cleo miró hacia abajo.
—¿Dónde está Magnus?
Cuando se dio cuenta de que el príncipe no estaba con los otros, Amara frunció
el ceño y se volvió hacia la guardia.
—¿Y bien? ¿Dónde está él?
El guardia hizo una reverencia.
—Parece que se las arregló para escapar. Lo estamos buscando. Y le aseguro
que lo encontraremos.
—¿Magnus escapó? —preguntó sin respiración Cleo.
Amara se tensó.
—Encuéntrenlo —le dijo al guardia—. Tráiganlo aquí vivo. Te haré
personalmente responsable si no lo encuentran.
—Sí, emperatriz —el guardia hizo una reverencia antes de salir corriendo.
—Él no importa más —dijo Amara, más para sí misma—. Todo está bien.
—Sí, pequeña emperatriz. Todo está bien.
Un momento después de que Kyan hablara, un trueno retumbaba en el cielo. Las
nubes continuaban reuniéndose, volviéndose más oscuro a cada segundo. El viento
se levantó, apartando el pelo de Amara de sus hombros.
—Entonces es una verdadera tormenta —dijo ella, estremeciéndose con
anticipación a lo que estaba por venir.
—Sí. Creada por todos los elementos combinados por la poderosa sangre
mágica.
Dos guardias se acercaron al foso con más prisioneros de los que Amara
esperaba.
Cleo jadeó.
—¡Nic! ¡Estas vivo!
El chico estaba ensangrentado, magullado y desaliñado pero parecía que el
amigo de Cleo seguía vivo. Amara asintió con la cabeza al guardia, quien soltó a
Nic lo suficiente para que Cleo pudiera correr directamente hacia su abrazo.
—¡Pensé que estabas muerto! —lloró ella.
—Estuve cerca de estarlo. Pero… me recuperé.
Cleo tomó el rostro de Nic entre sus manos, mirando como si no pudiera creer lo
que veían sus propios ojos.
—¡Estoy tan increíblemente enojada contigo que quiero gritarte!
—No me grites. Tengo un muy fuerte dolor de cabeza —él tocó con cautela la
marca roja en la sien.
—¿Cómo es que estas vivo? Amara dijo que te vio morir.
—Lo creas o no, es gracias a Lucia.
Amara estaba segura de que había oído mal.
—¿La hechicera estaba aquí? —preguntó.
Nic le devolvió una mirada de puro odio.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que ella venga a derrumbar este lugar encima de
ti? Sólo podemos esperar, ¿no es así?
Amara estaba a punto de responder, o tal vez pedir que su sangre se derramara
antes, pero otro prisionero llamó su atención.
—¿Nerissa? —se volvió a su ayudante asombrada y luego miró al guardia que la
retenía— ¿Qué significa esto?
—Ella ayudó en la fuga del príncipe Magnus, junto con el chico —explicó el
guardia—. Estaban tratando de robar en su recámara.
Amara parpadeó con sorpresa cuando le dieron la noticia.
—¿Por qué me haces esto? Pensé que nos habíamos convertido en amigas.
—Pensó mal —dijo Nerissa—. Estoy segura de que no va a creer nada de lo que
te diga en este momento, por lo que elijo no decir nada en absoluto.
—No puedes confiar en nadie, pequeña emperatriz. Esta chica que llegaste a
valorar logró engañarte.
Amara levantó la barbilla, la traición cortando más profundo de lo que jamás
hubiera esperado.
—Pon a esta pequeña perra mentirosa con los otros. Y al otro también.
—¡Amara! —exclamó Cleo.
—Detén tu lengua, a menos que desees unirte a ellos —espetó Amara—. Y te
prometo, no sería una buena idea el día de hoy. Elige de qué lado quieres estar,
Cleo, ¿el mío o el suyo?
El pecho de Cleo se agitó, pero ella no dijo una palabra mientras Nic y Nerissa
eran obligados por los guardias a descender por una escalera de cuerda hasta el
interior del foso.
Amara miró por encima del borde para presenciar la reacción de Ashur a la
resurrección de Nic, con el deseo de enfocarse en algo más que en la traición de
Nerissa.
—Estás vivo —jadeó Ashur.
—Lo estoy —Nic respondió con fuerza.
Los ojos de Ashur se llenaron de lágrimas mientras caía de rodillas.
Cuan débil te has vuelto, hermano, pensó con disgusto y con un rastro de tristeza
por todo lo que se había perdido entre ellos.
—¿Qué te pasa? —Preguntó Nic a Ashur, con el ceño fruncido.
—Tu… Sé que viniste por mí, para hablarme de lo que creía que era correcto. Y
yo… yo pensé que estabas muerto.
Nic lo observó con cautela.
—Parece que es una creencia muy común hoy en día. Pero no lo estoy.
Ashur asintió.
—Es bueno.
—Me alegro de que estés complacido —Nic frunció su ceño—. ¿Honestamente?
No pensé que te importara, de una forma u otra. Ahora, uh… —miró a los otros en
el foso con nerviosismo—. Por favor, ponte de pie ahora.
Ashur lo hizo, acercándose a Nic.
—Sé que mi comportamiento fue imperdonable. Quería alejar a todos…
especialmente a ti. No quería que te hicieran daño. Pero estaba equivocado…
equivocado en todo. Sobre mí, sobre mis elecciones, sobre mi destino. Yo pensé
que era importante.
—Eres importante.
—No soy el fénix. Ahora lo veo —Ashur bajó la cabeza, y su cabello, se soltó de
la pieza de cuero que utilizaba para atarlo, cayó sobre su rostro—. Por favor,
perdóname, Nicolo.
Con una ligera vacilación, Nic puso el cabello del príncipe detrás de su oreja.
—¿Todo esto es porque pensaste que estaba muerto? Realmente odio decírtelo,
pero hoy no se ve tan bien para ninguno de nosotros.
—Tienes razón. La vida no está garantizada, en ningún momento, para nadie.
Cada día, cada momento, podría ser el último.
—Uh, por desgracia, sí.
Ashur levantó la mirada para encontrarse con Nic.
—Lo que significa que debemos tomar lo que más deseamos en esta corta vida
mortal, mientras tenemos la oportunidad.
—Estoy completamente de acuerdo.
—Bueno —puso la mano detrás de la cabeza de Nic y le dio un beso duro y
profundo. Cuando se retiró, las mejillas de Nic estaban rojas, casi tan rojas como su
pelo.
—¡Ja! —dijo Félix, señalándolos con su índice—. ¡Lo sabía! ¡Realmente lo sabía!
Amara observaba todo esto, su corazón abatido al ver a su hermano finalmente
admitir sus verdaderos sentimientos. No estaba segura de sí le gustaba o la
entristecía.
—Cuan adorable para todos ustedes. Mi hermano dio un excelente espectáculo,
¿Verdad?
—No estoy fingiendo ser algo que no soy —Ashur le gruñó—. Ya no. No como
tú.
—Créeme, hermano. Hoy en día, soy exactamente quién estaba destinada a ser
—miró al guardia—. Si capturaste con éxito a Nicolo y Nerissa, ¿Dónde está
Magnus?
El guardia bajó la cabeza.
—Detenido en otro lugar, su gracia.
—¿Dónde?
—Me temo que he perdido la cuenta de los guardias que lo arrastraron de su
recámara. Pero le aseguro, que no es una amenaza para usted.
Tal vez no, pero Amara tendría a todos sus prisioneros en un sólo lugar.
—Bien hecho, pequeña emperatriz. Has mostrado una admirable fuerza hoy.
Amara quería que esto acabara de una vez por todas, quería terminar, finalmente,
con estos sacrificios que se había visto obligada a hacer toda su vida.
—Estoy muy contenta de que lo apruebes —dijo Amara, la impaciencia crecía en
su interior cuando la primera gota de lluvia cayó de las nubes gris oscuro— ¿Es
momento de comenzar?
—Sí, es el momento. Ella ya está aquí.
Con otro trueno y un violento rayo que atravesó el cielo oscuro, una mujer se
acercaba a ellos, su capa negra fluyendo en el viento. Los guardias se separaron
para darle paso, colectivamente dieron un paso hacia atrás.
—¿Es Lucia? — preguntó Amara con fuerza.
—No, no es Lucia.
La mujer que se acercaba tenía un rostro maduro y largo cabello gris con un
mechón blanco en el frente. Sus ojos de color gris oscuro, casi negros, escanearon
a los guardias y el borde del foso, y luego cayeron sobre Amara.
Un relámpago atravesó el cielo detrás de ella.
—¡Selia! —Dijo Cleo— ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Conoces a esta mujer? ¿Quién es ella? —exigió Amara.
—Ella es la madre de Gaius Damora —dijo Cleo, a continuación, se quedó sin
aliento—. ¡Olivia!
Otra mujer apareció detrás de Selia, encantadora, de piel y ojos verde oscuro que
miraban nerviosamente.
—Cleo —dijo ella con fuerza—. Yo… Siento mucho esto.
—¿Lo siento? ¿Por qué?
—Las marcas —Olivia extendió sus brazos para mostrar su piel pintada con
símbolos negros.
—Sí —dijo Selia, asintiendo con la cabeza—. Marcas mágicas tan antiguas como
el tiempo mismo que hará que incluso un inmortal obedezca mis órdenes.
—Usted es la madre de Gaius —los pensamientos de Amara se hilaron—. Y
usted también es la bruja que Kyan ha convocado aquí.
—Lo soy. Es un honor de toda una vida para mí usar mi magia para ayudar al
dios del fuego en vez de mi nieta, que tontamente se volvió contra él. En este ritual
para liberar la magia del Vástago, se requiere la sangre de una bruja y la sangre de
un inmortal.
—Selia —comenzó Cleo con el ceño fruncido—. ¿Por qué harías esto?
—Soy una Oldling, por eso. Hemos adorado al Vástago por incontables
generaciones, y hoy voy a ser la que va a ayudar a liberarlos.
—¿Ellos? —Amara ladeó la cabeza—. Tengo sólo el Vástago de agua.
Selia sonrió.
—Y yo tengo los de tierra y aire.
De su manto, sacó dos orbes de cristal, uno de obsidiana y el otro de piedra de
luna.
Cleo se quedó sin aliento.
—Usted… ¡Era usted!
—Increíble —la frustración y la duda de Amara se disipó como la niebla en el
viento—. Admito que tuve dudas, pero ahora veo que todo es como debe ser.
Después de todos mis sacrificios, finalmente recibiré todo lo que siempre quise.
—¿Lo harás? —preguntó Selia, sus delgadas y oscuras cejas se elevaron—. En
realidad, esto no tiene nada que ver contigo, pequeña niña.
Amara hizo un ademán hacia sus guardias.
—Tomen los orbes y tráiganlos ante mí. Asegúrense de que ella hace sólo lo que
está obligada a hacer. Conténganla, si es necesario.
Antes de que nadie pudiera moverse, los doce guardias que rodeaban el foso
agarraron sus gargantas. Amara observó con horror como los guardias se quedaron
sin aliento y cayeron al suelo. Todos estaban muertos.
—¡Kyan! ¡Detenla!
—Lo que ha comenzado no se puede detener —el calor se movió más allá de
ella, rozando su oreja izquierda—. Quieres poseer la magia del Vástago para usarla
en tu propio beneficio, al igual que muchos antes que tú. Pero no pertenecemos a
nadie.
Selia movió su dedo hacia Cleo y la princesa se tambaleó hacia atrás, cayendo
en el foso. Amara corrió hacia el borde del foso para ver que Taran había logrado
alcanzarla antes de que tocara el fondo.
Amara se volvió hacia la bruja indignada
—¿Te atreves…?
Selia movió su dedo de nuevo y sintió como si una mano invisible y grande la
hubiera empujado. Amara perdió el equilibrio y cayó en el foso. Mientras se
golpeaba contra el suelo, su pierna hizo un repugnante crujido.
Félix bajó la mirada hacia ella, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho.
—Oops —dijo—. Se me olvidó atraparte ¿Dolió?
Cegada por el dolor e incapaz de moverse, con los ojos llenos de lágrimas Amara
vio a Selia en el borde del foso, sonriéndoles a todos.
—Excelente —dijo Kyan—. Ahora, vamos a empezar.
CAPÍTULO 31 JONAS
PAELSIA
Lucia insistió en que ella y Jonas viajaran al complejo de la emperatriz lo más rápido
posible. Eso significaba a caballo, que Jonas sabía, incluso antes de haber
comenzado, era una mala idea para alguien en la condición de la princesa. A favor
de Lucia, ella no se quejó ni una vez mientras cabalgaban al sureste tan rápido
como podían.
Pero entonces ella se detuvo en medio de un bosque, o lo que había sido un
bosque. Jonas vio que a su alrededor, los arbustos y árboles que una vez habían
crecido alto y frondosos ahora eran de color marrón y marchitos. Miró a Lucia. Su
piel era tan pálida, ella no parecía más saludable que un cadáver de cinco días.
—Puedo seguir adelante —murmuró.
—No lo creo.
—No discutas conmigo, rebelde. Mi familia…
—Su familia puede esperar malditamente bien —él se bajó de su caballo y fue a
su lado para cogerla cuando perdió su agarre en las riendas y se bajó.
Los cielos se oscurecieron en momentos.
—Malditas tormentas de Paelsia —se quejó Jonas, mirando hacia arriba—.
Nunca se sabe cuándo están viniendo.
Un fuerte estruendo de un trueno fue suficiente para asustar a los caballos. Antes
de que Jonas pudiera hacer nada para evitarlo, se escaparon.
—Rayos —gruñó—. Una mala cosa lleva a otra.
Lucia se agarró de su mano mientras trataba de ponerla de pie.
—Jonas…
—¿Qué?
—Oh, diosa, creo… —gritó de dolor—. Creo que es el momento.
—¿El momento? —Él negó con la cabeza—. No, no es tiempo para nada excepto
encontrar nosotros mismos otro medio de transporte.
—El bebé…
—No, repito, no lo estás haciendo ahora.
—No creo que tenga opción.
La tomó de los hombros.
—Mírame, princesa. ¡Mírame!
Lucia levantó su mirada de dolor para encontrarse con la de él.
—No vas a dar a luz ahora, porque Timotheus visitó mi sueño –uno solo, sólo el
tiempo suficiente para decirme que tenía una visión de mí. Estoy contigo cuando
mueres en el parto. Se supone que debo criar a tu hijo…
Ella lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
—¿Dijo eso?
—Sí.
—¿Vas a criar a mi hijo?
—Sí, al parecer.
—¿El hijo de un vendedor de vinos de Paelsia va a criar a mi hijo?
Jonas estaba demasiado cansado para preocuparse por el insulto.
—¿No has oído lo que dije sobre ti muriendo?
—Merezco morir por todo lo que he hecho. Aunque ciertamente no elegiría aquí
y ahora, sabía que estaba porvenir. Puedo aceptar que no tengo otra opción —
Luego volvió a gritar—. Y tú debes aceptar su destino, porque me parece que no
vas a tener ninguna opción.
Silbó un suspiro.
—Debería dejarte aquí, sólo dar la espalda a todo esto. Pero no lo haré.
—Bien.
—¿Estás segura de que está sucediendo realmente ahora?
Ella asintió.
—Estoy segura.
Jonas la recogió y trató de encontrar refugio en el bosque estéril antes de que los
cielos se abrieran. Él se quitó la capa y la puso alrededor de sus hombros para más
calor.
—No sé qué hacer —dijo Lucia.
—Aprendí una cosa de mi madre cuando era niño —Jonas le dijo—. Ella ayudó
a otras mujeres cuando dieron a luz en nuestro pueblo. Ella dijo que la naturaleza
tiene una manera de hacer que suceda así sepa lo que está haciendo o no. Tal vez
puedes hacer algo para aliviar el dolor, ¿con tu magia de la tierra?
Lucia negó con la cabeza.
—Estoy agotada. Estoy débil. Mi magia se ha ido. Timotheus estaba en lo cierto.
Ya lo veo, por eso no quería que me hablara de esto. Me hizo creer que podía
detener a Kyan, pero ahora veo que debes ser tú —Ella puso algo en la mano, y él
bajó la mirada para ver que era un orbe de ámbar—. Kyan debe ser encarcelado de
nuevo. Tienes magia dentro de ti, Jonas. Todo tiene sentido para mí ahora… —
mientras hablaba, su voz se hizo más y más débil, hasta que fue apenas audible
por encima del bramido de la tormenta. Se esforzó por encontrar equilibrio en el
suelo fangoso mientras se agachaba junto a la princesa.
—¿Crees que puedo encarcelar a alguien como él? Eres la bruja prometida…
—No por mucho tiempo, al parecer, Jonas… —tuvo que acercarse a escuchar su
susurro—. Dile a mi hermano, a mi padre… diles que lo siento, los herí. Diles que
los amo, que yo sé que me amaron. Y dile… dile a mi hijo, cuando tenga la edad
suficiente para entender, que había bondad en mí —ella sonrió débilmente—. Muy
en el fondo, de todos modos.
Jonas había empezado a creer eso también, así que no trató de discutir con ella.
—Vas a ser un buen padre para mi hijo— dijo—. Tal vez no lo creas ahora, pero
yo lo veo. Eres fuerte, serio y trabajador. Haces lo que crees que es correcto, incluso
con un gran costo.
—No olvides que soy muy guapo.
Su sonrisa se extendió.
—Eso también.
Él negó con la cabeza, ahora con ganas de discutir. Él no era fuerte, no hizo lo
que era correcto. Había conseguido la muerte para muchos de sus amigos a causa
de sus decisiones y planes.
Lucia tomó su mano entre las suyas. Su piel era tan fría que lo sorprendió.
—Estás destinado a la grandeza, Jonas Agallon. Puedo ver tu destino tan
claramente como Timotheus puede.
—Sabes —dijo Jonas, empujando el pelo largo y húmedo de la frente de Lucia—
. Nunca creí en la magia o el destino antes de hace un año
—¿Y ahora?
—Creo en la magia. En brujas malvadas que en el fondo son realmente hermosas
princesas. Creo en inmortales que viven en un mundo diferente a este, con acceso
por ruedas de piedra mágicas. Pero ¿Sabes en lo que no creo?
—¿Qué?
—Me niego a creer que no tenemos absolutamente ningún control sobre nuestro
propio futuro, porque en este momento, estoy totalmente dispuesto a controlarlo. No
quiero ser un padre. No todavía, de todos modos.
—¡Pero debes! Mi hijo es…
—Tu hijo va a estar bien. Y tú también —él le apretó la mano—. Has dicho que
Alexius te enseñó cómo robar magia. Así que roba la mía. Roba la suficiente para
curarte, para superar este nacimiento sin morir. Hazlo, y puedes decirle a Timotheus
que te bese el culo cuando se trate de proclamar tu futuro desde su brillante
pequeño santuario.
Lucia lo miró, la confusión desnuda en su mirada antes de que se desvaneciera.
—No es así como se supone que debe ser.
—Exactamente —dijo, sonriendo.
—¿No te gusta la idea de tener una opción cuando se trata de tu propio
destino?—
—Yo… No estoy segura de que pueda hacer esto.
—Intenta —dijo—. Sólo trata, y deten así esta maldita discusión sobre todo lo que
tengo que decir.
La expresión de miedo de Lucia fue reemplazada por la furia.
—¡Eres tan desagradable conmigo!
—Bien. Enójate conmigo, tanto que puedas robar la magia dentro de mí. Puedes
darme una bofetada por ser grosero después. Hazlo, princesa. Toma mi magia.
Su frente se frunció mientras se concentraba. Esto funcionará, pensó Jonas.
Tiene que funcionar.
Entonces lo sintió –una sensación de drenaje que lo hizo jadear en voz alta. No
era el dolor, exactamente. Se sentía como una fuerza magnética tirando de sus
entrañas. Los latidos de su corazón comenzaron a disminuir, y los puntos se
presentaron ante sus ojos.
—Hazme un favor —se las arregló para decir.
—¿Qué? —Preguntó ella, y se dio cuenta de que su voz ya sonaba más fuerte,
justo cuando comenzó a sentirse más débil y más frío.
—Trata… de no… matarme…
***
Sólo cuando se despertó, la lluvia todavía lo empapaba, Jonas se dio cuenta de que
se había desmayado. Su capa húmeda había sido arrojada sobre él como una
manta, y poco a poco, muy lentamente, se incorporó para sentarse.
—¿Las tormentas suelen durar tanto tiempo aquí? —preguntó Lucia.
Jonas la miró. Ella sostenía un pequeño bulto en sus brazos.
—Bebé— dijo él—. Ese… eso es un bebé aquí mismo.
—Lo es —ella inclinó el paquete lo suficiente para que pudiera ver una pequeña
cara rosada que mira hacia fuera de él.
—Sin duda, un bebé —dijo asintiendo—. Estas viva.
—Gracias a ti. No puedo expresar lo agradecida que estoy, Jonas. Tu sacrificio
me salvó la vida.
—¿Sacrificio? —Repitió—. No es un sacrificio en absoluto. Nunca quise magia
para empezar.
—Bueno, no tomé toda tu magia. Como lo pediste, no quiero matarte por el
momento. Después de todo, prometiste que podía darte una bofetada cuando me
sintiera mejor —ella sonrió—. Estoy deseándolo.
Él trató de no reírse.
—Yo también.
—Parece que Timotheus estaba equivocado en muchas cosas —dijo Lucia—. Y
que el destino no está establecido después de todo, como habías dicho.
—¿Muchas cosas? ¿En qué otra cosa estaba que equivocado?
—Mi hijo —besó la frente del bebé—, es en realidad mi hija.
—¿Una chica? —Jonas no pudo evitar sonreír ante eso—. Bien hecho, princesa.
—Por favor, llámame Lucia. Creo que has ganado ese derecho.
—Está bien. Ahora, ¿Qué hacemos, Lucia? —Preguntó.
—Ella tiene un nombre. ¿Quieres escucharlo?
El asintió.
—La he nombrado Lyssa —dijo, mirando hacia él—. Por una muchacha valiente
nombrada Lysandra que tuve la oportunidad de conocer.
Los ojos de Jonas comenzaron a vibrar.
—Un excelente nombre. Estoy de acuerdo —dijo, tragando el nudo en su
garganta—. De acuerdo, entonces. Antes de que destruyas el resto de Paelsia,
déjame buscar una agradable y seca posada para ti y para Lyssa, para que puedas
recuperar el resto de tu fuerza, ¿De acuerdo?
CAPÍTULO 32 CLEO
PAELSIA
Cleo contempló los rostros que la rodeaban en el foso de piedra, con el corazón
latiendo en su pecho. Esto no era como se suponía que debía ir. No estaba segura
de cómo pretendía detener a Amara, tomar a los Vástago y salvar a todo el mundo,
pero no era así.
—No tengas miedo, pequeña reina, estoy contigo.
Su respiración se atoró. De alguna manera Kyan todavía pensaba que estaban
juntos en esto. Pero ¿Por qué la necesitaría ahora? Nunca se sintió tan indefensa
en toda su vida como lo había hecho en este momento, incluso rodeada de fuertes
hombres jóvenes que normalmente eran capaces de protegerla.
Excepto Magnus. Su estómago se retorció. ¿Dónde estaba? ¿Encarcelado en
otro lado? ¿Pero, dónde?
Cleo observo a delia levantarse lentamente en el foso como si estuviera de pie
sobre una plataforma invisible de magia aérea. Rezó para que Félix, Taran y Enzo
no fueran lo bastante tontos como para tratar de atacar a la bruja. Cleo no dudaba
que fallarían.
Afortunadamente, no se movieron de donde estaban.
—¿Cuánto tiempo llevas planeando esto, Madre? —preguntó el rey Gaius desde
su posición donde estaba sentado. No se había movido ni un centímetro desde que
Cleo y Amara habían sido arrojadas a la fosa.
—Un tiempo muy largo, hijo mío —replicó Selia, sus dedos rozando su colgante
de serpiente—. Parece, que mi vida entera.
—Tú fuiste quien me enseñó acerca de los Vástagos, quien impulsó mi pasión a
encontrar los cristales.
—Si. Y tú tomaste esta promesa de poder tal como sabía que lo harías.
—Pero no me contaste todo.
Ella encontró su mirada.
—No. Tenía que mantener mis secretos hasta este momento.
Él asintió.
—Cuando era joven pensaba que sólo querías la magia de los Vástagos, como
cualquier otra persona que hubiera escuchado su leyenda. Pero siempre ha sido
más que eso, ¿no? Quieres ayudar a liberarlos.
Ella se agachó a su lado y le puso la mano en su mejilla.
—No te estaba mintiendo. Tú gobernarás el mundo, sólo que será diferente a
como había planeado originalmente. El dios del fuego necesita un nuevo contenedor
corpóreo. Creo que sólo tú eres lo suficientemente grande, digno, para tener ese
poder omnipotente dentro de ti.
Antes de que el rey pudiera responder, Cleo sintió que una corriente de aire
caliente se deslizaba por ella.
—No, pequeña bruja —dijo Kyan—. Este rey caído no hará nada. Es demasiado
viejo. Demasiado enfermo.
—¿Quién acaba de decir eso? — Preguntó Nic, mirando alrededor de la fosa.
Los amplios ojos de Cleo lo miraron.
—¿Puedes oírlo también?
Nic asintió.
—También lo escucho —dijo Taran, escaneando la fosa. Félix y Enzo estaban a
ambos lados de él, con expresiones tensas, pero también asintieron con la cabeza.
—Eso es sólo porque lo permito —dijo Kyan—. Como el hermano de la pequeña
emperatriz dijo antes, no hay razón para seguir ocultándose.
—Gaius está mejorando, Kyan —Le aseguró Selia—. Estaba horriblemente
herido, cerca de la muerte. Tomará un tiempo para sanar completamente, pero está
en buen camino.
—No. Deseo otro contenedor.
—Por supuesto —Selia frunció sus cejas, su única señal de decepción mientras
observaba a los demás—. ¿Qué tal el Kraeshian, príncipe Ashur? Joven, guapo,
fuerte.
—Otra vez, no. Necesito a alguien que posea un alma de fuego —Hubo silencio
por un momento mientras una sensación de calor se movía alrededor de la
circunferencia de la fosa—. Éste. Si, este es perfecto. Siento grandeza dentro,
grandeza protegida del mundo.
¿Quién? Pensó Cleo frenéticamente. No había forma de saber a quién se refería
el Dios del fuego.
—Entonces empecemos —dijo Selia.
La bruja extendió su mano y las tres bolas de cristal que Amara había escondido
en los bolsillos de su túnica volaron a través de la fosa hasta las manos de Selia.
Cleo observo tensa mientras colocaba suavemente la aguamarina, la obsidiana
y la piedra de luna en el centro de la fosa.
—¿Dónde está el cristal ámbar? —preguntó Selia.
—No está aquí —dijo Kyan.
—¿Dónde está?
—Ya estoy libre de mi prisión; no hay necesidad de eso ahora. El ritual debe
funcionar sin él. Procede.
Selia tiró de la cadena de plata de su cuello, y Cleo se dio cuenta conmocionada
de que el enorme colgante de serpiente que llevaba no era simplemente una joya,
sino un frasco con un pequeño tapón.
La bruja echó el vial de plata sobre los tres cristales para echarles un líquido rojo
oscuro. Con cada gota, los orbes brillaban, brillaban desde el interior.
—Tienes sangre de Lucia —dijo el rey, con voz ronca—. ¿Cómo?
Ella levantó una ceja.
—La sangré cuando era una niña, antes de mi exilio. Sólo tomó el mínimo rastro
de magia terrestre para mantenerla fresca durante todo este tiempo —miró a
Olivia—. ven aquí y extiende tu brazo.
Olivia fue hacia Selia e hizo exactamente lo que le ordenaron. La bruja creó una
daga y cortó el brazo de Olivia. Cuando la sangre inmortal se unió a la de Lucia
sobre los orbes, cada una se encendió más brillante que antes.
Cleo quería correr hacia adelante, para golpear la daga del puño de la bruja, pero
ella sabía que sería lo último que haría. Se sentía completamente indefensa
mientras veía este oscuro ritual desplegarse frente a ella.
Pero a pesar de su cólera con Magnus por tantas cosas, sabía que él no
abandonaría el recinto si lograba escapar de los guardias de Amara otra vez. No se
enfocaría en salvarse sólo a sí mismo.
No. Él intervendría cuando pareciera que toda esperanza estaba perdida.
¿Había entendido la señal que había intentado darle, que la llamara Cleiona? Ella
necesitaba que él supiera que se había aliado con Amara sólo por necesidad y
oportunidad. Que había pretendido usar esa alianza para recuperar su poder.
Para recuperar el poder de Magnus también.
La tormenta se hizo más violenta, la lluvia comenzó a caer, empapando a Cleo.
Selia alzó las manos, los ojos brillantes. Los cristales brillaban con luz, como
pequeños soles. Cleo jadeó en voz alta mientras los jirones de magia que habían
estado dentro de los orbes fluían.
Tres cristales. Pero ahora había cuatro lazos que se extendían por el aire a su
alrededor: rojo, azul, blanco y verde.
¿Por qué Selia dijo que el ritual requería el cristal ámbar si Kyan ya estaba aquí?
Se preguntó Cleo. ¿Importaba? ¿Podría hacer una diferencia para detener esto?
—Dios del fuego —dijo Selia—. Has elegido. Y ahora es tiempo de que reclames
tu nuevo contenedor de carne-y-sangre.
El lazo de fuego rojo de la magia giró violentamente alrededor de la fosa antes
de finalmente hundirse profundamente en el pecho de Nic.
— ¡Nic, no! — gritó Cleo.
Los ojos de Nic se agrandaron cuando gritó. Asfixiado, colapsó en el suelo como
un bulto.
Entonces su querido amigo se volvió lentamente hacia ella.
—Nic —jadeó—. ¿Estás bien?
Él frunció el ceño.
—Tomé el nombre de mi último anfitrión, Kyan. Me gusta mucho más que Nic. Lo
conservaré.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Qué? ¿Qué has hecho? Nic, ¿Puedes oírme? ¡Tienes que pelear!
—Nic se ha ido —le dijo el chico que se veía como Nic—. Pero te aseguro que
ha sido un sacrificio por el bien mayor del mundo.
Lagrimas calientes rodaron por sus mejillas. Acababa de recuperarlo, y ahora lo
había vuelto a perder.
—Diosa de la Tierra —dijo Selia, robando la atención de Cleo de Nic—. Eres libre.
Reclama tu contenedor de carne-y-sangre.
El lazo verde de magia giró alrededor de la fosa y, esta vez, todos retrocedieron,
mirándolo con miedo.
Olivia jadeó cuando la magia se hundió dentro de ella.
Nic… o Kyan… o… Cleo no sabía que pensar, se dirigió directamente a Olivia y
tomo sus manos entre las suyas.
—¿Hermana?
—Sí —ella lo miró a los ojos—. Hiciste lo que prometiste. ¡Finalmente soy libre!
—Sí. Y elegiste un contenedor excelente.
—¿Cuál era su nombre? — preguntó ella.
—Olivia —le respondió.
—Olivia —repitió ella, asintiendo—. Sí, Olivia será mi nombre ahora.
—Madre —Gaius se había movido al lado de Selia, su cabello negro resbaló a su
cara por la lluvia.
—Lo siento, hijo mío —le dijo, sacudiendo su mano—. Tú tienes la piedra de
sangre; tendrá que ser suficiente.
Él asintió.
—Siempre me has puesto primero, sin importar lo que tuvieras que hacer.
Ella buscó su cara.
—No debería haber hecho lo que le hice a Elena. Ahora veo que te lastime más
de lo que pensaba. Pero sólo quería que fueras libre.
—Lo sé. Y tenías razón. Mi amor por ella nublo mi mente. Amenazó con destruir
mi sed de poder —tomó su cara gentilmente entre sus manos y se inclinó para besar
su frente—. Gracias por ayudarme a ser el hombre que soy.
Ella tocó sus manos, luego frunció el ceño.
—Espera. ¿Dónde está…?
Con un giro brusco, rompió el cuello de su madre y dejó caer su cuerpo al suelo.
Kyan miró fijamente a la bruja, luego su mirada furiosa se volvió hacía el rey.
—¿Qué has hecho?
—He interrumpido tu ritual de autoservicio —dijo Gaius, mirando al cuerpo de su
madre—. Sabía que había una buena razón por la que aún no la había matado.
Kyan miró los otros dos lazos de magia con ira en sus ojos marrones robados.
—Pequeña reina, te necesito ahora. Necesito sangre de una bruja, tu sangre. La
magia de tu sangre deberá ser suficiente por ahora. Más tarde, encontraré otro
obediente Oldling para sellar todo lo que se ha hecho aquí.
Estaba justo al lado de Cleo, sosteniendo la daga de Selia.
—Te daré tu trono. Todo Mytica. Todo este mundo y más. Cualquier cosa que
desees.
Lagrimas se combinaron con lluvia en el rostro de Cleo.
—Dame la daga.
Él hizo lo que le pidió, y ella miró a la daga en su mano, sabiendo que debía hacer
esto. Sabiendo que no había elección.
Kyan podía no irse de aquí hoy, sin importar que cuerpo hubiera robado. Pero
justo cuando levantó la daga para enterrar la hoja en el corazón de Nic, Ashur detuvo
su muñeca.
Ella lo miró mientras la lluvia caía en torrentes sobre ellos.
—No —dijo él. La sola palabra no dejaba espacio a discusión. Él apretó su
muñeca hasta que ella jadeó de dolor y dejó caer el arma.
Cuando se volvió hacia Kyan, la abofeteo tan fuerte que la hizo girar, golpeando
la pared de la fosa.
—Me decepcionas, pequeña reina —gruñó.
Magnus, pensó con pánico. Ahora sería el momento perfecto para que salvaras
el día.
Las paredes de la fosa empezaron a desmoronarse hacia adentro. Los lazos azul
y blanco de la magia, los dioses del agua y del aire, continuaban haciendo espirales
alrededor de la fosa.
—Hermano, tenemos un problema —dijo Olivia, ahora poseída por el Vástago de
la tierra—. Los otros están listos, y el tiempo se acaba. ¿Cómo terminaremos el
ritual sin una bruja que nos ayude?
Como si fuera su respuesta, el lazo blanco de magia se disparó hacia su anfitrión
elegido y desapareció en el cuerpo de Taran. Él jadeó y cayó de rodillas.
Antes de que Cleo pudiera decir una palabra, gritar o alejarse del rebelde, el lazo
azul estaba justo frente a ella.
Sentía como si hubiera sido golpeada por una ola de treinta metros, golpeándola
hacia atrás y ahogándola con su agua salada.
El Vástago del agua la había elegido como su contenedor.
Cleo miró hacia el cielo tempestuoso, la lluvia cayendo sobre ella mientras
peleaba por mantener el control de su cuerpo. Ella sabía que no podía ser débil
ahora, pero ¿cómo se suponía que peleara contra un dios?
—Regresaremos a arreglar esto —gruño Kyan con furia antes de convertirse en
una columna de fuego y salir de la fosa. Olivia, lanzando una mirada de odio a Cleo,
se desmorono como si estuviera hecha de polvo y desapareció en el suelo.
Taran estaba al lado de Cleo, ayudándola a sentarse.
Ella lo miró, confundida.
—Taran…
—¿Sigues siendo tú? —preguntó. Cuando ella no respondió, la sacudió
bruscamente—. Respóndeme. ¿Sigues siendo tú?
Ella se las arregló para asentir.
—Yo… todavía soy yo.
—También yo —Taran frunció el ceño y le tendió su mano derecha. Una espiral,
la marca de la magia del aire, estaba en su palma, como si estuviera marcada ahí.
Cleo miró su palma izquierda para ver las dos líneas onduladas paralelas que
creaban el símbolo del agua.
—La bruja fue asesinada antes de que pudiera hacerlo permanente con nosotros
—dijo ella—. Tenemos la magia elemental dentro de nosotros, pero no hemos
perdido nuestras mentes o nuestras almas.
Él buscó su rostro, sus cejas juntándose.
—¿De verdad lo crees?
Ella sacudió su cabeza, su mente era un revoltijo de confusión.
—No lo sé. En este momento no estoy segura de nada.
Cleo busco a Magnus otra vez, mirando hacia arriba hacia el borde de la fosa y
esperando que apareciera en cualquier momento. Cuando no lo hizo, le tendió la
mano a Taran.
—Ayúdame a levantarme.
Taran hizo lo que le pidió.
—¿Qué pasará ahora?
La lluvia seguía cayendo sobre ellos. Nuevos guardias llegaron y se quedaron
viendo al grupo en el fondo de la fosa.
—¿Emperatriz? —preguntó uno tentativamente.
Amara desvió su mirada de Cleo, con un profundo ceño frunciendo su frente, y
miró hacia arriba a los hombres.
— ¡Sáquenos de aquí!
Los guardias trajeron una escalera que se hundió en el barro del fondo de la fosa.
Uno por uno, el grupo salió silenciosamente. Con su pierna rota, Amara requirió que
dos guardias le ayudaran.
—Kyan quería que la sangre de todos fuera derramada —dijo Amara en la cima,
su tono de voz vacío de cualquier emoción—. Eso, con la magia de la bruja, habría
hecho permanente el ritual.
—Y tú estabas de acuerdo con eso, con matarnos a todos —dijo Félix, sus manos
en puños—. ¿Por qué no me sorprende?
Amara se estremeció.
—Pero no pasó, ¿O sí?
—No gracias a ti —dijo él, con el ceño fruncido—. No te preocupes, me aseguraré
de que pagues por lo que hiciste aquí hoy.
—¿Eso qué significa? —preguntó Nerissa. Enzo se detuvo protectoramente a su
lado, su mano en su cintura—. ¿Nada de lo que hizo la bruja es permanente?
¿Incluso con Nic y Olivia?
Amara sacudió su cabeza.
—No lo sé.
—Me detuviste —le dijo Cleo a Ashur, quien no había dicho una palabra desde
que habían salido de la fosa.
—Ibas a apuñalar a Nicolo. No podía permitirlo.
—Él está perdido —su voz se quebró—. Se ha ido.
—¿Lo sabes con certeza? —su expresión se endureció—. Yo no. Y si hay una
manera, lo traeré de vuelta con nosotros. ¿Me escuchas?
Todo lo que pudo hacer fue asentir, deseando desesperadamente que tuviera
razón.
El rey fue el último en salir de la fosa.
—¿Dónde está mi hijo Amara? —preguntó.
—Tampoco sé eso —dijo Amara.
El que Magnus continuara ausente no estaba bien. Ya debería haber sido
encontrado.
—Tienes que encontrarlo —mandó Cleo, pánico fresco enredándose dentro de
ella.
—Lo haré —dijo Amara.
—Sin embargo, no suenas como si te importara. Escúchame con atención:
necesitas encontrarlo.
—Probablemente esté muerto —dijo Amara sin rodeos. Luego se ahogó y
comenzó a escupir bocanadas de agua—. ¿Qué… qué estás haciendo?
Cleo se dio cuenta de que sus manos estaban apretadas con tanta fuerza a sus
costados que sus uñas se clavaron en sus palmas.
Se sentía como si estuviera girando. Forzó a su mano izquierda a abrirse para
ver que el símbolo del agua había comenzado a brillar.
Magia de Agua. El Vástago del agua estaba dentro de ella, pero no controlaba
sus acciones.
Sintió algo cálido debajo de su nariz y lo tocó para darse cuenta de que era
sangre.
—El poder de un dios dentro de la forma de un mortal —dijo Gaius con temor—.
Sin completar el ritual para finalizar… es una posición peligrosa para ti, princesa. Y
para ti también, Taran. Pero tienen razón: debemos encontrar a mi hijo.
Nerissa dio un paso adelante, tentativamente tomando la mano de Cleo en la
suya y apretándola. Cleo encontró su angustiada mirada.
—Vi que un guardia lo golpeó, princesa —susurró, sacudiendo su cabeza—.
Golpeó al príncipe con fuerza y luego lo arrastró lejos. Yo… temo que Amara tenga
razón. Lo siento mucho.
Cleo miró a su amiga con sus ojos ardiendo.
—No —se las arregló para decir—. No, por favor no. Eso no puede ser verdad.
No puede.
Taran y Feliz compartieron una mirada de preocupación. El rebelde miró
incómodamente a su propia palma que llevaba el símbolo de la magia del aire.
—¿Qué te importa el destino de Magnus, Cleo? —preguntó Amara, su voz
contenía un temblor que Cleo nunca había oído antes—. Creí que lo odiabas.
—Te equivocas, no lo odio —dijo Cleo suavemente. Entonces más fuerte—. Yo
lo amo. Amo a Magnus con todo mi corazón. Y juro, que si está… muerto… si he
perdido a ambos, a Nic y a Magnus hoy… — Su voz se quebró mientras levantaba
la mirada, viendo que los otros ahora la miraban con temor en sus ojos. La
sensación sin fondo de la magia del agua fresca y poderosa fluyó justo debajo de la
superficie de su piel, como si estuviera esperando para ser desatada—. No creo
que este mundo sobreviva a mi pena.
CAPÍTULO 33 MAGNUS
PAELSIA
Magnus parpadeó al abrir los ojos, frunciendo el ceño con confusión por el dolor en
sus brazos. Le tomó un momento antes de darse cuenta de que estaba en vertical.
Sus brazos estaban levantados sobre su cabeza, con grilletes y encadenados al
techo.
Estaba en un cuarto oscuro iluminado sólo por unas cuantas antorchas.
—Despertó. Por fin. Estaba a punto de pedir sales aromáticas.
Frunció el ceño, sin entender. Aún mareado.
—Saludos, mi viejo amigo —la voz era familiar. Dolorosamente familiar.
Y entonces lo entendió todo.
—Kurtis —dijo Magnus, saboreando su sangre cobriza—. Que agradable verte
de nuevo.
—Ah, dices las palabras, pero en el fondo de mi corazón sé que estás mintiendo
—el antiguo gran Hechicero del Rey caminó en un lento circulo alrededor de
Magnus, una sonrisa presumida en sus finos labios.
—¿Qué hiciste con Nerissa y Nic?
—No te preocupes por ellos, viejo amigo. Preocúpate por ti mismo.
Magnus trató de hacerse una idea de dónde estaba, echando una mirada
alrededor de la habitación. Era difícil, ya que uno de sus ojos estaba hinchado.
—Vi a tu encantadora esposa antes —dijo Kurtis—. Ella no me vio, por supuesto.
Teniendo en cuenta cómo dejamos las cosas entre nosotros la última vez, siento
que Cleo podría estar furiosa conmigo.
—No te atrevas a pronunciar su nombre— gruñó Magnus.
Kurtis se detuvo frente a Magnus y ladeo la cabeza, aun sonriendo con esa
maldita sonrisa suya.
—Cleo. Cleo, Cleo, Cleo. ¿Sabes lo que haré con ella? Me encantaría, realmente
me encantaría, si pudieras estar ahí para verlo.
Se inclinó más cerca y susurro al oído de Magnus una lista de horrores que harían
que cualquier persona, hombre o mujer, rogara por la muerte mucho antes de que
tal alivio finalmente llegara.
—Juro por la diosa —dijo Magnus— que te mataré mucho antes de que pongas
un solo dedo sobre ella.
—Creí que podría estar acercándome lo suficiente para hacer eso, con nuestras
lecciones de tiro con arco. Sé que nos observaste. ¿Eran celos lo que tenían tus
ojos? Parece que los rumores del odio entre ustedes están lejos de ser verdad, ¿no?
Sin embargo, ¿qué te importa su destino? Te traicionó por una oportunidad de
aliarse con la emperatriz.
—No me importa si me traiciona para aliarse con cada demonio de las islas
oscuras, te mataré si incluso la miras de nuevo.
—Sin embargo, en su situación actual —Kurtis miró hacia arriba, hacia las
cadenas—. Me encantaría, realmente me encantaría verlo intentarlo.
—¿Deseas torturarme? ¿Una especie de retribución por lo que te hice?
—Oh, sí, quiero torturarte. Y después deseo matarte muy despacio —alzó el
muñón donde solía estar su mano—. Y te aconsejaría que ahorraras el aliento antes
de rogar por tu vida. Lo necesitarás para todos los gritos que darás.
Una parte de Magnus, muy en el fondo, sabía la verdad de lo que veía en los ojos
de Kurtis. Aquí no habría misericordia. Pero Magnus Damora no rogaría por su vida.
—Sería mejor si fuera un aliado vivo que un enemigo muerto —dijo— Recuerda,
actualmente eres un Limeriano en el centro de miles de Kraeshianos y decenas de
miles de Paelsianos.
Los labios de Kurtis se despegaron de sus dientes mientras su siniestra sonrisa
se ensanchaba.
—Un problema a la vez, mi viejo amigo. Dime, cuando regresaste al palacio y me
desplazaste del trono, podría haber jurado que tenías un brazo roto. ¿Fue tu
hermana pequeña la hechicera quien lo curó para ti?
—Tal vez tengo unos cuantos trucos que no conoces —farfulló Magnus.
—Eso espero. Sinceramente lo hago —Kurtis miró a los guardias Kraeshian que
habían estado detrás de él entre las sombras—. Rómpanle ambos brazos. Y, creo,
su pierna derecha.
Los guardias avanzaron sin vacilar.
—Kurtis —dijo Magnus, con sus ojos entre el Hechicero del Rey y los guardias
que se aproximaban—. ¿Crees que me matarás aquí hoy y nadie lo sabrá?
—¿Hoy? ¿Crees que te mataré hoy? No. Tu muerte deberá tardar lo suficiente
para que sufras bien —asintió—. Te veo pronto.
Magnus se juró a si mismo que no rogaría. Que no suplicaría.
Pero Kurtis estaba en lo correcto acerca de los gritos.
***
Cuando Magnus abrió sus ojos, pudo ver un atisbo de la luna sobre él en el cielo
oscuro.
Que estuviera consiente significaba que estaba vivo, pero también trajo consigo
un dolor incesante por las heridas infligidas por las órdenes sádicas de Kurtis.
¿Dónde estaba? Afuera, sí. Estaba afuera su podía ver la luna. Y continuaba en
Paelsia, ya que el aire frío no concordaba con el abrasante frío de Limeros ni con el
calor de Auranos.
Se dio cuenta de que estaba en una caja de madera.
—¿Qué es esto? —dijo.
—Este despierto —dijo Kurtis, y su repugnante rostro apareció por encima de
Magnus—. Duermes muy bien. Como los muertos, diría yo.
—No… no puedo moverme
—Imagino que no. Estás en mal estado, amigo mío. Fuerte, sin embargo. He visto
este tipo de tortura mientras mata a hombres y mujeres por igual. Bien hecho.
—Eres un Lord y un Hechicero del Rey, Kurtis. Un Limeriano de nacimiento.
También eres una patética, pequeña y rara mierda, pero tienes que ver que lo que
estás haciendo está mal. Todavía hay tiempo para detener esto.
—Todos estos cumplidos, Magnus, te estas metiendo en mi cabeza. Nunca me
agradaste, pero te toleré por el poder de tu padre. Ahora se ha ido, junto con mi
mano. Todo por seguir las órdenes —los ojos de Kurtis se entrecerraron cuando su
rostro enrojeció—. Dime, ¿Es cierto el rumor de que le tienes miedo a espacios
pequeños y cerrados?
—No, no es verdad.
—Me imagino que será cierto dentro de muy poco —Kurtis sonrió—. Apreciaré
este momento por el resto de mi vida, viejo amigo. Lo mejor para ti.
Magnus trató de sentarse, pero el dolor lo atravesó, cegándolo como un
relámpago.
Y entonces todo, la luna, la noche, y Kurtis Cirello desaparecieron mientras una
tapa de madera bajaba sobre él.
Un ataúd. Lo habían metido en un ataúd.
Clavos fueron clavados en la tapa. Magnus se sintió en el aire por una fracción
de segundo, y luego aterrizó de golpe, su espalda golpeando contra el fondo de
madera.
Entonces llegó el rasgado de palas y el suave golpe de la tierra que llenaba la
tumba mientras Kurtis y sus leales guardias lo enterraban vivo, en lo profundo de la
tierra Paelsiana.
AGRADECIMIENTOS
Traducido por Akasha San
Corregido por Vaughan
Justo como en Mytica, hay un trío de reinos en el mapa de la autora Morgan Rhodes,
y en serio no podría sobrevivir sin que todos ellos existan en armonía.
Gracias a mis asombrosos lectores, que hacen que todo el trabajo valga la pena.
Y, si, escribir libros a veces es trabajo… incluso escribiendo sobre el príncipe
Magnus. Lo sé, es difícil de creer. Nunca dejen de creer en la magia. Y en los libros.
Magia + libros… ¿Quién necesita algo más? (P.D. ¡Lo siento por ese momento
culminante! *risa malvada*)
¡Mantente informado sobre la traducción de la saga!
Traducciones Independientes
Trono de Cristal ∞
Nuestra Página