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Además, lo que era el soporte de las culturas anteriores, la obra hecha a mano,
ha desaparecido, y con ella y como fruto de los procesos de producción en serie y
la creciente automatización de los procesos de producción, la cultura se torna
cada vez más ajena, a tal punto que el hombre mismo que debiera ser su
artífice, se siente un producto cultural.
Por otro lado, no existiendo una instancia última de orden superior al hombre,
en que se funde lo moral, ¿quién asegura la ordenación de la vida? Aquí es donde
surge con particular relieve la figura del Estado, la organización; pero éstas
formas no pueden subsistir pues están minadas por su base, ya que no hay
garantía alguna del uso del poder que una persona haga, si éste simplemente está
fundado en ella. Y aunque lo estuviera en una mayoría numérica como en el caso
de la democracia ¿cómo determinar lo que constituye el bien común? Si acaso
pensamos, que la opinión pública, como se le llama a los resultados de ciertos
clase de sondeos estadísticos de masas, está manejada por los medios masivos
de información que por general son digitados por quienes de una forma u otra
tienen intereses casi siempre comprometidos con un tipo de poder partidario, la
conclusión es bastante cruel, la tarea que nuestro tiempo reclama es inmensa.
Retornando al tema ¿qué decide que un hombre que dispone del poder lo aplique
en un sentido u otro?
“El hombre mismo. Y la única garantía está en que reconozca normas éticas que
estén más allá del instinto de poder, más allá del Estado, más allá de la nación y
siempre, en todas las situaciones y circunstancias por más apremiantes que estas
sean.”32 Decimos reconocer normas éticas en el sentido de saber regir en base a
ellas las acciones que su función y su tiempo demandan, y no sólo echar mano a
ellas para polemizar o pronunciar las encendidas arengas pseudopolíticas que
como masas “degustamos” periódicamente aún dentro de las salas de clases.
Se suma a esto, que en el juego del poder autonomizado respecto a las
necesidades del pueblo gobernado, el más perjudicado en quien detenta el
poder; el dominador