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Marisol Verdugo

Sebastián Pinchao

MACHUCA

Una cinta que imprime la realidad pasada (o también presente?), dándonos la


oportunidad de recrear y esbozar un escenario algo fotográfico de los hechos
acontecidos, se permite llegar a la sociedad de manera más cotidiana y
espontanea a través de las figuras infantiles.

Es claro observar que un sistema opresor determina en todo aspecto el destino


de la educación, ya que su voluntad produce respuestas como la discriminación, el
solipsismo, la negación de la interculturalidad, entre otras que marcaran el futuro
del ser humano. Estos parámetros (como el de privatizar la escuela), generan el
desequilibrio, la inestabilidad, la desigualdad simbolizante de un saber que no es
de nadie, al que solo tienen derecho los simpatizantes del estado; ¿y dónde queda
la conexión? Simplemente queda relegada a la explicación de los pobres padres
(de familia) que aceptan de manera irremediable el designio que la vida les trae.

Las familias heredaran a sus hijos, o por lo menos intentan, dejarles el peso de la
lucha y del resentimiento social, de que algunos son para el norte y otros para el
sur, haciéndose en un sinfín de veces innecesaria la educación, “para que
estudiar si puedo trabajar”, el saber es demeritado, es el sinónimo de lo
prescindible.

Se debe resaltar que la película muestra una realidad desde un punto de vista
tenue, sin agresiones ni verdades acontecidas en el Chile viejo. También cabe la
posibilidad de preguntarnos: ¿esto ya paso? ¿La educación colombiana es así?,
pues si pensamos, que la televisión y el consumismo son relevantes en el
progreso de un país, que es mejor educar a los jóvenes de bajos ingresos en
técnicos, que el trabajo y el dinero son lo importante para el desarrollo, que los
padres deben cuidar a sus hijos y no dejar que salgan a jugar con otros chicos
distintos, que no debemos compartir lo que ganamos con nadie; es obvio que la
educación Colombiana sigue perdiendo campo a nivel mundial.

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