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TEMA 5: EVALUACIÓN CLÍNICA Y FORENSE

1. Psicología Forense.
1.1. Diferencias entre la evaluación psicológica en los ámbitos clínico y forense
1.2. Técnicas de evaluación en psicología forense
2. Evaluación del engaño
3.1. Detección de la simulación
3.2. Credibilidad de los testimonios
3. Evaluación de la imputabilidad
4. Evaluación del riesgo de violencia
5. Valoración del daño a la víctima
6. Valoración de la competencia para ostentar la guarda o custodia de los hijos tras un
proceso de separación o divorcio.

CONTENIDOS PRÁCTICOS
Los alumnos participarán en una demostración de la detección del engaño mediante medidas
psicofisiológicas.

Objetivos
1. Conocer las peculiaridades de la evaluación psicológica forense en comparación con la
clínica.
2. Conocer las pruebas más utilizadas en la detección del engaño en el ámbito forense.
3. Conocer, saber utilizar e interpretar algunos de los instrumentos más empleados en los
diferentes campos de la evaluación forense.

Bibliografía recomendada

Avila, A. (1986). El peritaje psicológico en los procesos judiciales. En F. Jiménez Burillo y


M. Clemente (Comps.) Psicología Social y Sistema Penal. Madrid. Alianza Editorial.
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2
1. Psicología Forense

Existe una gran controversia en cuanto a la definición de psicología forense y su ámbito de


aplicación. Aunque para ser especialista en psicología forense es necesario tener una
formación sólida en los conceptos y procedimientos jurídicos básicos, los psicólogos forenses
provienen de multitud de disciplinas diferentes (psicólogos de prisiones, psicólogos clínicos,
del ámbito hospitalario y servicios psiquiátricos, psicólogos de la educación, ocupacionales y
académicos).

Hay, por tanto, diversas formas de definir la psicología forense. Una de las
definiciones más aceptadas es la que establece que esta rama de la psicología se preocupa por
el asesoramiento y/o tratamiento de aquellos fenómenos psicológicos, conductuales y
relacionales que inciden en el comportamiento legal de las personas, mediante métodos
propios de la psicología científica y cubriendo por lo tanto distintos ámbitos y niveles de
estudio e intervención.

Tampoco existe consenso sobre cuáles son los ámbitos de aplicación de la psicología
forense y existen varias clasificaciones al respecto. Según el Colegio Oficial de Psicólogos
éstos serían los siguientes:

1. La Psicología Jurídica y el Menor

Los psicólogos forenses trabajan en equipos multiprofesionales para resolver conductas


ilegales realizadas por menores. El psicólogo debe informar sobre la situación del menor y
cuáles son las posibilidades de su reeducación y tratamiento. De esta forma el psicólogo
ayuda a que la Justicia module la aplicación legal a criterios científicos.

2. La Psicología aplicada al Derecho de Familia

Los psicólogos deben asesorar al Juez en los procesos de Separación y Divorcio en las
medidas a adoptar respecto a los hijos y en otras situaciones tales como nulidad,
matrimonio de menores; también en los casos sobre acogimientos y adopciones.

El psicólogo del Juzgado de Familia no sólo debe evaluar cómo afecta a los hijos la
separación, sino que también puede diseñar programas que apunten a positivizar
situaciones difíciles que los menores se van a encontrar.

El psicólogo, desde el ámbito privado puede actuar como asesor del juez (actuando como
perito), del abogado que reclama sus servicios y como colaborador del abogado en la

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resolución del procedimiento familiar en todos los momentos del mismo y con un enfoque
interdisciplinar.

3. La psicología aplicada al Derecho Civil

La actividad del Psicólogo en relación al Derecho Civil, se enfoca en el asesoramiento y


en el peritaje de diversos constructos jurídicos como la capacidad civil en la toma de
decisiones (contratos, testamentos tutelares, cambio de sexo, esterilización de deficientes,
etc.). Y en todas aquéllas situaciones susceptibles del trabajo en el campo psicológico
dentro del Derecho Civil.

4. La Psicología aplicada al Derecho Laboral

En el ámbito del Derecho Laboral el psicólogo suele ser requerido para asesorar a los
Juzgados en materia de secuelas psicológicas en accidentes laborales, simulación, y en
problemas psicofisiológicos que contempla la nueva Ley de Prevención de Riesgos
Laborales.

5. La Psicología aplicada al Derecho Contencioso Administrativo

Su ámbito de actuación es la elaboración de informes, tanto sobre minusvalías no


contributivas, controvertidas, así como sobre sistemas de valoración y calificación en
procesos de selección o ascensos de personal que realizan las administraciones públicas.

6. La Psicología aplicada al Derecho Penal

Una tarea básica de los Psicólogos Forenses es el diagnóstico y evaluación de personas


implicadas en procesos penales que servirá de asesoramiento a los Jueces y Tribunales,
para determinar las circunstancias que puedan modificar la responsabilidad criminal, daño
moral, secuelas psíquicas, etc.

1.1. Diferencias entre la evaluación psicológica en los ámbito clínico y forense

La evaluación psicológica clínica y la forense comparten un interés común por la valoración


del estado mental del sujeto explorado. Pero mientras la primera tiene como objetivo principal
de su actuación el poder llevar a cabo una posterior intervención terapéutica; la segunda
pretende analizar las repercusiones jurídicas de los trastornos mentales.
Los instrumentos de evaluación más utilizados tanto en el ámbito clínico como en el
forense son los autoinformes y las entrevistas estructuradas. En el entorno clínico ha habido
un esfuerzo en los últimos años por diseñar instrumentos de evaluación cortos y específicos,
que cuenten con buenas propiedades psicométricas, que no se solapen entre sí, que estén
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adaptados o validados con muestras españolas y que sean sensibles a la detección temprana de
los trastornos mentales, así como a los cambios terapéuticos. Sin embargo, en el ámbito
forense, los instrumentos más apreciados son aquellos que son más difíciles de falsear. No
importa tanto que sea largo o que se tarde mucho en administrarse, como el que tenga una
buena validez de constructo (¿es realmente un psicópata este sujeto?) y predictiva (para
evaluar riesgos de reincidencias).
Por otra parte, la evaluación pericial psicológica se encuentra con algunas dificultades
específicas. Así, el sujeto no se presenta de forma voluntaria ante el profesional, sino que su
participación está determinada por su papel en el proceso judicial (denunciado/denunciante,
testigo…). Además, las consecuencias directas del dictamen pericial para el evaluado
aumentan la probabilidad de manipulación de la información aportada para conseguir un
beneficio o evitar un perjuicio. Junto a esto, el asesoramiento legal por el que, en muchas
ocasiones, han pasado los evaluados (la estrategia del abogado de la defensa, que alecciona a
su cliente) y las múltiples exploraciones periciales (efecto aprendizaje) complican aún más la
evaluación psicológica forense. De este modo, los peritos pueden disponer de instrumentos de
medida adecuados, pero el sujeto puede no colaborar en la evaluación y falsear, más o menos
conscientemente, las respuestas. Ya no se trata, por tanto, sólo del uso de herramientas
inapropiadas, sino del control de las respuestas inadecuadas a los instrumentos adecuados. Al
mismo tiempo, el ámbito clínico se nutre de datos aportados por personas (el cliente, sus
conocidos o familiares, otros profesionales…) de las que no se tiene que comprobar
continuamente su credibilidad (ya que el interés principal de estas personas es ser útil en la
mejora terapéutica del paciente). Esto no sucede en el ámbito forense, en el que el objetivo del
declarante puede ser muy variado (desde exculpar al acusado o a sí mismo, hasta vengarse del
denunciado). Finalmente, los parámetros en los que se desarrollan ambas evaluaciones son
diferentes: en el ámbito clínico se evalúa para intervenir, con lo que los datos sólo son el
medio para lograr la recuperación del cliente. En el ámbito judicial, el objetivo es el propio
dato, y en él se termina muchas veces la actuación del psicólogo.

Las diferencias más evidentes pueden resumirse en:


 El sujeto suele acudir voluntariamente a la evaluación clínica, mientras que es derivado
por el juez o el abogado a la evaluación pericial forense, por lo que el riesgo de
simulación y disimulación es alto en este caso (y casi inexistente en el primero).
 Hay conceptos jurídicos que no se corresponden con clasificaciones diagnósticas clínicas
(trastorno mental transitorio, psicopatía…)

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 Mientras que el etiquetaje diagnóstico puede ser relevante en el ámbito clínico (de cara a
la comunicación con otros profesionales o para la búsqueda de diagnósticos comunes) en
el ámbito forense puede ser contraproducente (no importa tanto saber qué tiene el
evaluado como conocer cómo le afecta ese trastorno desde un punto de vista judicial -
¿sabía lo que hacía? ¿Pudo evitarlo?..- cosas que no son tan relevantes en el ámbito
clínico).
 El tiempo sobre el que se evalúa es fundamentalmente el presente en el ámbito clínico,
mientras que lo más importante en el judicial es el pasado (imputabilidad de un hecho
delictivo) y el futuro (riesgo de volver a agredir a alguien).
 La relación con el evaluado es mucho más difícil en el ámbito judicial (falta de
colaboración o engaño, mayor índice de analfabetismo o de inmigración y
desconocimiento del idioma, mayor variedad de edad –desde la infancia más temprana en
evaluación de abuso sexual, hasta la vejez más avanzada en casos de incapacitación-,
etc.). Además, a menudo la evaluación forense puede crear una relación de confrontación
entre el psicólogo y el cliente (en lugar de una relación terapéutica).
 El secreto profesional está garantizado en el ámbito clínico (el resultado del informe se
dirige al propio sujeto) mientras que en el forense no (el informe va dirigido al juez,
abogado, tribunal…).
 Los informes periciales, a diferencia de las evaluaciones clínicas, se van a caracterizar
por la enorme influencia que pueden tener en el futuro de los sujetos evaluados. En el
sistema penal, por ejemplo, la imputabilidad de un acusado, así como la apreciación de
eximentes o atenuantes, dependerá en gran medida de la evaluación forense.

1.2. Técnicas de evaluación en psicología forense.

Se critica con frecuencia la escasez de instrumentos específicos de evaluación forense. E


incluso la falta de validez de las técnicas de evaluación clínica para la población evaluada por
los psicólogos forenses.
Sin embargo, es cuestionable el hecho de que los cuestionarios e inventarios clínicos
carezcan de utilidad en el campo forense. Por ejemplo, si se desea explorar las tendencias
antisociales de la personalidad ¿por qué no usar el MMPI-2?
Por tanto, junto con los instrumentos específicos de evaluación forense, en muchas
ocasiones se recomienda la pasación de escalas o cuestionarios clínicos. Se trata de elegir
instrumentos que tengan validez y fiabilidad demostrables (ya que el informe final será

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ratificado ante un tribunal), administrar las técnicas con conocimiento de las mismas y ser
cautelosos en la interpretación de los resultados.
En este sentido es muy habitual que los psicólogos forenses lleven evaluaciones de la
personalidad, de la inteligencia y del estado de ánimo y ansiedad. Para ello resultan útiles y se
aplican con gran frecuencia algunos de los instrumentos que ya se han estudiado en esta
asignatura (MMPI, 16PF, BFQ, WAIS, WISC, BDI, BAI, STAI, etc).

2. Evaluación del engaño

La verdad y la falsedad son conceptos que hacen referencia a la precisión con que una
afirmación refleja la realidad de forma objetiva. Hacer una afirmación falsa no es
necesariamente mentir. Un testimonio puede apartarse de la verdad porque la persona es
incapaz de describir los hechos tal como sucedieron (p.e. debido al estado de shock la persona
puede estar confusa). En este caso no se habla de mentira ni de engaño. Igualmente, hacer una
afirmación verdadera no implica necesariamente no estar mintiendo. Verdades a medias que
inducen a interpretaciones falsas pueden ser auténticas mentiras, aunque en la comunicación
no se haya transmitido ninguna información objetivamente incorrecta. La verdad y la falsedad
pertenecen a una dimensión independiente de la mentira y del engaño.

La esencia de la mentira está en la intencionalidad del que la realiza, no en la


veracidad o falsedad objetiva de la comunicación. El acto de engañar siempre implica
intencionalidad. Por tanto, el engaño se puede definir como el intento deliberado de ocultar o
distorsionar la información que uno tiene con la finalidad de confundir a otros.

2.1. Detección de la simulación

Un engaño muy frecuente en el ámbito judicial consiste en alegar cualquier tipo de


enfermedad que explique los hechos. La simulación (fingir síntomas que no se tienen) y la
disimulación (ocultar los que sí se padecen) son actitudes comunes en este ámbito y deben ser
detectados para poder tomar en cuenta la información que se obtenga de los evaluados. Hay
una serie de signos generales que pueden indicar que la persona está engañando. Estos pueden
agruparse de la siguiente forma:
1. Retención de información: El relato de los hechos ofrecido por un simulador tiene
vacíos y lagunas importantes ya que éste piensa que cuanta menos información tenga
el examinador, menor será el peligro de ser descubierto.

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2. Exageración y llamadas de atención: Los simuladores de enfermedades mentales
creen, de forma equivocada, que cuanto más extraños parezcan sus síntomas, más
creíbles serán. El auténtico enfermo puede presentar abandono en su cuidado físico
(pelo descuidado, sin afeitar, con las ropas sucias, desaliñado, con abandono de su
higiene personal…); mientras que el que finge exagera este tipo de síntomas alterando
artificialmente su aspecto (se pone ropas extravagantes, la camisa del revés, la bufanda
atada a la cintura…). Por otra parte, suelen llamar la atención sobre su enfermedad, lo
cual contrasta con la conducta de los enfermos reales que a menudo, son reticentes a
hablar de sus síntomas. Los simuladores hablan continuamente de su estado anímico,
de sus dolores de cabeza, de sus mareos… o los muestran en público sin rubor.
3. Desconocimiento: Los simuladores confunden a menudo la sintomatología psicótica
con el retraso mental o con otros trastornos. Así, se muestran intelectualmente
impedidos, con amnesias, delirios y mareos; o dicen padecer alucinaciones y, al
mismo tiempo confunden el año en el que viven. Es común entre los simuladores de
psicosis el “ver” cosas, aunque no tanto el “oír” cosas, cuando en la esquizofrenia real
las alucinaciones son mayoritariamente auditivas y excepcionalmente visuales. Por
ejemplo, en la esquizofrenia suelen fingir delirios y alucinaciones, pero no problemas
atencionales o trastornos en el lenguaje y pensamiento. También se informa de
síntomas severos con aparición repentina o a edades inadecuadas. Por ejemplo, los
simuladores pueden afirmar haber tenido delirios de comienzo repentino, cuando en
realidad los delirios tardan normalmente varias semanas en sistematizarse. Pueden
informar que los síntomas de “locura” comenzaron cuando el imputado tenía 45 años,
poco antes del incidente judicial, pero el clínico sabe que la esquizofrenia tiene un
inicio al rededor de los 20 años de edad. Otro ejemplo común: un simulador que dice
no recordar su nombre o la fecha de nacimiento, pero que es capaz de recordar otros
eventos pasados, como si es alérgico a algún medicamento (cuando los amnésicos
auténticos generalmente recuerdan cosas como su nombre, edad, fecha de nacimiento,
dirección, nombre de la madre, de familiares cercanos y lo que desayunaron hoy; que
es precisamente lo que pretenden olvidar los simuladores). En personas preparadas
académicamente (psicólogos, psiquiatras, médicos, etc.) es más difícil detectar la
simulación de psicopatologías.
4. Falta el componente emocional del síntoma: Suele darse ausencia de correlato
emocional frente a los síntomas que dice padecer el simulador. No hay alteración
afectiva clínicamente asociada con la enfermedad que simula. No muestra ansiedad
ante alucinaciones y delirios peligrosos para él; ni hay temor, rabia o depresión
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asociado a cualquier diagnóstico. Si hay autolesiones, éstas no revisten excesiva
gravedad y si la persona se queja de dolor muy fuerte o insoportable, no se detecta
ningún otro síntoma emocional asociado (irritabilidad, inestabilidad, temor…).
5. Falta el componente fisiológico: Generalmente el simulador desconoce los síntomas
fisiológicos de la enfermedad y por eso no los finge. Si llegara a simularlos, podría ser
descubierto porque no podría generarlos. Por ejemplo, el que dice tener ataques de
pánico no puede generar taquicardias y sequedad en la boca.
6. Discrepancias entre distintas fuentes de datos: Hay incoherencia entre los resultados
de las pruebas y la funcionalidad del evaluado. Así, el simulador puede obtener altas
puntuaciones en depresión y desmotivación absoluta para trabajar en un test, pero
seguir realizando tareas de esparcimiento (disfrutar del teatro, ver TV, jugar a las
cartas, etc.). También puede darse discrepancia entre lo que el sujeto relata y los
archivos médicos: los evaluados afirman haber tenido síntomas graves pero que no
acudieron en busca de tratamiento psicológico, psiquiátrico, medicación u
hospitalización; cuando el perito sabe que la gravedad de los síntomas generalmente se
asocia a una consulta temprana con los expertos y con la existencia de una historia
clínica previa (la busque el propio interesado o lo fuercen los familiares a ello).
7. Ausencia de perseveración: Los síntomas reales suelen ser persistentes en el tiempo y
en las distintas situaciones pero el simulador va acumulando síntomas nuevos mientras
van desapareciendo los “antiguos”. Por otra parte, el simulador actúa de manera
normal cuando no se percata de que está siendo observado, por lo que entrevistar al
personal que tiene oportunidad de observar al evaluado es útil para descubrir su
comportamiento inconsistente. Por otra parte, la simulación es más difícil de mantener
por períodos largos: El hecho de simular exige una extremada concentración y resulta
extenuante por lo cual la persona sana requiere períodos de descanso. Por eso también
hay más oportunidad de descubrir el engaño durante una serie continuada de
entrevistas largas.
8. Evidencia de complicidad: En los casos en los que se alega que el acusado presenta un
determinado tipo de patología mental, se sospechará simulación si hay un cómplice
implicado en el crimen. Obviamente, la mayoría de los cómplices de inteligencia
normal no participarán en delitos planificados y ejecutados con un enfermo mental.
9. Engaños anteriores: Las evidencias de engaños pasados (utilización de alias, huidas de
la prisión, timar en los negocios…) puede tomarse como indicio de un patrón de
comportamiento antisocial engañoso. La posible enfermedad actual no sería sino otra
mentira más de éste patrón.
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El conocimiento y detección de todos estos indicios suponen un entrenamiento
especializado previo y una gran destreza a la hora de llevar la entrevista. Además, se trata de
indicios generales de engaño. Existen otros instrumentos algo más estructurados que ayudan
en la labor del psicólogo forense.

Entre las medidas generales más utilizadas, están las escalas de validez del 16PF, EPQ, BFQ
o, sobre todo las 3 del MMPI-II-RF: las escalas de ausencia de respuesta al contenido, la de
exageración de síntomas y la de minimización de síntomas:
1. Ausencia de respuesta al contenido: sirve para invalidar el cuestionario. O para saber
si el sujeto no está diciendo la verdad. Se divide en:
o Interrogante (?) no es una escala en sí. El sujeto puede responder a cada ítem
del cuestionario SÍ, NO o ? A mayor número de interrogantes, menor
capacidad del test para discriminar. No obstante, algunos expertos opinan que
los simuladores no suelen ser detectados con este índice, pues el simulador
intentará demostrar la enfermedad, y ésta no se mostrará si el sujeto no
responde. Si hay 30 o más interrogantes, el test se invalida. Puede interpretarse
como que el sujeto sufre serios problemas de comprensión (retraso, dislexia,
confusión) o como que muestra una actitud desafiante o de indecisión. Algunas
personas con depresión grave o en estados obsesivos puntúan así. De 11 a 29
interrogantes, se puede dudar de su validez y se interpreta como problemas
leves de lectura, personas inmaduras y faltas de experiencia o muy suspicaz y
legalista. Algunos sujetos con ideación paranoide puntúan así. Con menos de
11 interrogantes, se considera válido el cuestionario.
o Inconsistencia de Respuestas Variables (VRIN-r) e Inconsistencia de
Respuestas de Verdadero (TRIN-r): ambas escalas miden el número de
respuestas inconsistentes o contradictorias entre un par de ítems que miden lo
mismo (VRIN-r) o lo opuesto (TRIN-r). Si se responde de forma incoherente
por encima de 14 veces en cualquiera de las dos subescalas se invalida el
cuestionario por responder al azar (VRIN-r) o por excesiva aquiescencia
(TRIN-r).
2. Exageración de síntomas: En función de las puntuaciones T, las personas que puntúan
alto en estas escalas pueden estar exagerando su sintomatología psicopatológica
(Escala Fp-r) y/o somática (Escala Fs) o incluso presentando una constelación de
síntomas que raramente se dan juntos (Escala FBS-r) o que son muy infrecuentes
(Escala F-r). Suelen ser personas que fingen tener enfermedades o que realmente

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tienen una psicopatología grave (aunque en ese caso no podría pasar desapercibida
hablando con ellos).
3. Minimización de síntomas:
o La escala Validez de ajuste (K-r) es similar a la D del BFQ: una puntuación T
alta indica fingimiento de una buena imagen, una puntuación intermedia indica
validez de las puntuaciones y una puntuación baja, fingir enfermedades
inexistentes.
o La escala Virtudes Inusuales (L-r) es semejante a la escala L del EPQ. A mayor
puntuación, mayor probabilidad de simulación o deseabilidad social.

Estas escalas suelen acompañar a todas las evaluaciones que los psicólogos forenses
realizan en su labor profesional para detectar engaño. Puede inferirse que si la persona
distorsiona sus respuestas en estas escalas, lo hará durante toda la evaluación.

Otras pruebas objetivas de detección de engaño son las que podrían denominarse
“pruebas de ejecución”. Son tareas muy simples en las que se les pide a los sujetos que
realicen unos ejercicios sencillos utilizando superficialmente capacidades básicas como el
reconocimiento de objetos cotidianos, el cálculo simple o la memoria a corto plazo:
 Pruebas Identificativas Simples: Consiste en mostrar al sujeto objetos de uso
cotidiano, al identificarlos, el simulador dice que no sabe lo que son o se
equivoca al nombrarlos. Es efectiva si no hay demencias reales.
 Prueba de Störring: Se le hace calcular al individuo una operación aritmética.
Los simuladores manifiestan no acordarse de estas operaciones o se equivocan
en un número (efectiva si no hay demencias).
 Prueba de los Dígitos: Consiste en pronunciar lentamente 6 u 8 dígitos y pedir
que los repita. El simulador dice no poder recordar ni una sola cifra o falla
siempre siguiendo un mismo patrón (dos cifras situadas en el mismo lugar -2ª y
5ª, por ejemplo-).

Finalmente, pueden mencionarse las medidas de engaño en forma de cuestionario. En este


punto hablaremos de tres de ellas:

INVENTARIO ESTRUCTURADO DE SIMULACIÓN DE SÍNTOMAS (SIMS) de


González Ordi y Santamaría Fernández (2009). El SIMS es un autoinforme que consta de 75
ítems con un formato de respuesta dicotómico verdadero-falso, que pretende detectar patrones

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de exageración de síntomas de carácter psicopatológico y neuropsicológico. Permite obtener
una puntuación total que se refiere al perfil de simulación general que presenta el sujeto y
cinco escalas específicas referidas a la simulación de síntomas de distintos trastornos
psicopatológicos y neuropsicológicos:
1. Psicosis (Ps): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas psicóticos
inusuales o extravagantes que no son típicos de la patología psicótica real.
2. Deterioro Neurológico (Dn): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas de
tipo neurológico ilógicos o muy atípicos.
3. Trastornos Amnésicos (Am): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas
relacionados con trastornos de memoria que son inconsistentes con los patrones de deterioro
producidos por disfunción o daño cerebral real.
4. Baja Inteligencia (Bi): evalúa el grado en que el sujeto exagera su déficit intelectual
al fallar preguntas sencillas de conocimiento general.
5. Trastornos Afectivos (Ta): evalúa el grado en que el sujeto informa de síntomas
atípicos de depresión y ansiedad.
El punto de corte es 16 o más puntos entre todas las escalas para considerar que el
sujeto está engañando.

MILLER FORENSIC ASSESSMENT OF SYMPTOMS TEST (M-FAST) de Miller (2001).


El M-FAST fue desarrollado para proporcionar una prueba breve y confiable que evaluase la
simulación de enfermedad mental. La aplicación de esta prueba dura de 10 a 15 minutos y
mide raras combinaciones de síntomas, información de exageración de síntomas y síntomas
atípicos. Consta de 25 ítem con respuesta dicotómica (SÍ, NO) y agrupados en siete escalas de
simulación, cuatro de ellas con varios ítem: Síntomas informados versus observados (RO),
Sintomatología extrema (ES), combinaciones extrañas (RC) y alucinaciones inusuales (UH);
y las tres restantes compuestas por un solo ítem cada una de ellas: curso de síntoma inusual,
imagen negativa y sugestión. Los autores sitúan en 6 o más el punto de corte para considerar
que el sujeto está simulando.

TEST OF MEMORY MALINGERING (TOMM) de Tombaugh (1996). El TOMM es una


prueba de reconocimiento que consta de 50 items. Fue diseñada para discriminar entre adultos
simuladores y pacientes con problemas de memoria verdaderos. Se trata de 50 dibujos que se
presentan durante 3 segundos cada uno, a intervalos de 1 segundo. Inmediatamente después, a
los sujetos se les presentan 50 láminas de reconocimiento que contienen dos imágenes: una de
las ya vistas y una nueva. Se trata de una tarea de elección forzosa en la que el sujeto debe
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reconocer el dibujo presentado anteriormente. Se ofrece retroalimentación sobre la respuesta
del sujeto. Se realizan dos ensayos de aprendizaje y una prueba de retención demorada tras un
espacio de 10 minutos. El rango de puntuación va de 0 a 50 puntos para cada ensayo. Cinco o
más errores en el ensayo 2 o en el demorado indica la posibilidad de simulación.

2.2. Credibilidad de los testimonios

Es necesario valorar la fiabilidad del testimonio tanto de los acusados como de los testigos
presenciales. Se trata, al fin y al cabo, de discriminar si están engañando o no.

Las investigaciones llevadas a cabo para identificar la mentira pueden dividirse en tres tipos:

A. Estudios de cambios psicofisiológicos:

Ya desde los años 20 del pasado siglo se entendía que la persona que miente genera un
estado de nerviosismo (el hecho de pensar que sus mentiras pueden ser detectadas haría que al
emitirlas se produjera involuntariamente respuestas relacionadas con ansiedad) que puede ser
detectado bien a través de cambios en la tensión arterial, en la respiración, el ritmo cardíaco o
la conductividad eléctrica de la piel. Sin embargo, en esa situación de interrogatorio, también
se dan emociones de ansiedad, miedo, alerta, desconcierto, etc. que pueden asociarse a los
mismos cambios psicofisiológicos y que no significan que la persona mienta. Además, la
mentira no produce un patrón fisiológico específico.

Los métodos poligráficos tradicionales utilizan medidas autonómicas (respuesta


electrodermal, presión sanguínea-pulso, tasa cardíaca y respiración), junto con observaciones
conductuales (expresiones faciales, gestos, posturas) utilizando distintos paradigmas
metodológicos.

El primero de estos paradigmas es el Test de preguntas relevantes-irrelevantes. Este


test consiste en una serie de preguntas relevantes al incidente entremezcladas con otra serie de
preguntas irrelevantes. Las preguntas irrelevantes son del tipo: ¿Te llamas Juan?, ¿Estás
sentado?. Las preguntas relevantes son preguntas relacionadas directamente con el incidente.
Por ejemplo, ¿Robaste el dinero?, ¿Cogiste tú el reloj?. Se espera que el sujeto responda
fidedignamente a las preguntas irrelevantes, y la respuesta a estas preguntas sirve como índice
de reactividad fisiológica con el que comparar las respuestas a las preguntas relevantes. Se
infiere que existe engaño cuando las respuestas fisiológicas a las preguntas relevantes son
consistentemente de mayor magnitud o frecuencia que las respuestas a las preguntas

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irrelevantes. Inversamente, se infiere veracidad cuando las respuestas a las preguntas
relevantes no exceden en magnitud o frecuencia a las observadas en las cuestiones
irrelevantes. Las primeras preguntas del protocolo deben ser siempre irrelevantes debido a que
las respuestas fisiológicas a los primeros estímulos suelen tener mayor amplitud simplemente
por ser las primeras y provocar mayores respuestas de orientación.

Existen dos problemas importantes con esta técnica. Por una parte, todos los sujetos
-culpables e inocentes- pueden identificar fácilmente las preguntas relevantes debido a que
tienen mayor valor de señal, lo que puede provocar en todos los sujetos mayor responsividad
ante tales preguntas. Esto haría aumentar el número de errores por falsa identificación de
sujetos inocentes como culpables -falsas alarmas-. Además, la persona inocente que tema ser
declarada culpable puede reaccionar ante las preguntas relevantes con mayor activación
fisiológica que ante las irrelevantes, induciendo a un error de identificación por falso positivo:
decir que es culpable siendo inocente. Por otra parte, en esta técnica los sujetos desconocen
las preguntas que se formulan durante la prueba, lo que implica necesariamente una mayor
incidencia de factores no controlados relacionados con la sorpresa, la novedad, la
incertidumbre respecto a las preguntas, etc., que se sabe afectan a las variables fisiológicas.
Actualmente no suele utilizarse en aplicaciones criminales, su uso se restringe
fundamentalmente a entrevistas de trabajo para la selección de personal, donde las preguntas
relevantes suelen ser generales, no hechos específicos.

Un segundo paradigma es el test de las preguntas de control, que utiliza además de


preguntas relevantes e irrelevantes otro tipo de preguntas, denominadas preguntas de control,
que se refieren a actos similares a los de las preguntas relevantes pero no relacionados con el
incidente en cuestión y formuladas de forma vaga de tal manera que al negarlas el sujeto
probablemente mienta o, al menos, no esté muy seguro de su sinceridad. Estas preguntas
tienen la finalidad de controlar el efecto del valor de señal de las preguntas relevantes. Se trata
de conseguir que el sujeto inocente se sienta emocionalmente preocupado por las preguntas de
control. Se asume que el culpable reaccionará más intensamente a las preguntas relevantes y
el inocente a las preguntas control. Se supone que el culpable está más preocupado por mentir
a una pregunta relevante que a una inocua, sin embargo el inocente estará más preocupado por
mentir a una control, ya que si mienten a una control, el evaluador puede pensar que miente a
todo.

14
Otra característica distintiva de este test es el ir precedido de una larga entrevista en la
que el experimentador revisa con el sujeto todas las preguntas que se formularán durante la
prueba de forma que no existan ambigüedades sobre su contenido y significado.

Un tercer paradigma metodológico es el test de conocimiento culpable, que no intenta


evaluar exactamente si el sujeto miente o dice la verdad, como los anteriores, sino si el sujeto
posee conocimiento de los detalles específicos de un suceso que sólo son conocidos por la
persona implicada directamente en el suceso. Esta es una diferencia importante con los dos
procedimientos anteriores, ya que no parte del supuesto de que existe una respuesta
fisiológica específica asociada con el acto de mentir, sino del supuesto de que los aspectos del
acto y situación transgresivos conocidos sólo por esa persona elicitarán arousal autonómico.

Consiste en una serie de preguntas con 5 ó 6 alternativas. De estas alternativas sólo


una corresponde a un aspecto crítico o relevante del suceso mientras que el resto corresponde
a aspectos irrelevantes. La primera alternativa debe corresponder siempre a un aspecto no
crítico o irrelevante, debido a la mayor responsividad inherente a su posición. El supuesto
básico de este procedimiento es el siguiente: la persona culpable reconocerá la alternativa
relevante y, por tanto, responderá fisiológicamente más a ella que al resto de las alternativas.
Por el contrario, la persona inocente no reconocerá la alternativa relevante por lo que no
responderá más a ella que al resto de las alternativas. De esta forma se pretende controlar el
valor de señal de las preguntas relevantes.

El test de conocimiento culpable no requiere ningún tipo de entrevista previa, ni


tampoco que el sujeto responda verbalmente a las preguntas. Por otra parte, se diferencia del
“test de las preguntas de control” en que el nivel de implicación emocional es mucho menor.
Las preguntas relevantes y de control son acusatorias y personales y requieren del sujeto una
negación directa. En el test de conocimiento culpable simplemente se requiere al sujeto el
reconocimiento del aspecto crítico. Una importante limitación, sin embargo, de esta técnica es
el hecho no poder ser utilizada cuando las personas inocentes pueden tener acceso a
información de los detalles relevantes del suceso -a través, por ejemplo de los medios de
información-.

¿Son fiables estos procedimientos psicofisiológicos?

Varios estudios de laboratorio con el test de las preguntas de control han encontrado
tasas de aciertos que oscilan entre 82 y 100% en la detección de los sujetos culpables y entre
71 y 95% en la detección de los sujetos inocentes. Estos resultados no incluyen aquellos

15
sujetos cuyos datos fisiológicos eran inconsistentes. Los estudios de laboratorio con el test de
conocimiento culpable han encontrado tasas de aciertos del 100% en los sujetos inocentes y
de entre el 80 y 92% en los sujetos culpables.

En resumen, el test de preguntas de control muestra una mayor sensibilidad (pocos


falsos negativos) y el test del conocimiento culpable una mayor especificidad (prácticamente
no se dan falsos positivos, ningún sujeto inocente es clasificado como culpable). Claramente
los datos apuntan hacia una mayor superioridad del test de conocimiento culpable por lo que
respecta a la detección de los sujetos inocentes. En general se puede decir que las pruebas
psicofisiológicas de detección del engaño son relativamente válidas aunque ciertamente no
perfectas.

Contramedidas

Un problema relacionado con la validez de las pruebas psicofisiológicas de detección


del engaño es la posibilidad de que los sujetos puedan evitar la detección mediante algún tipo
de contramedida efectuada durante la realización de la prueba. El entrenamiento en
autocontrol mediante biofeedback, actividad mental específica, manipulaciones físicas,
hipnosis, drogas, dolor autoinducido, cambios en respiración, etc. son factores que pueden ser
manipulados por el sujeto con el fin de producir o eliminar respuestas fisiológicas ante
determinadas preguntas relevantes, irrelevantes o de control falseando con ello los resultados
de la prueba. Estudios que han intentado analizar la eficacia de algunos de estos
procedimientos invitando explícitamente a los sujetos a utilizarlos parecen indicar que tales
contramedidas, aunque en algunos casos pueden ser altamente efectivas, en la mayoría de los
casos tienen efectos precisamente opuestos: facilitan la detección.

El examinador tiene que identificar la puesta en marcha de algunas de estas medidas y


tomar a su vez contramedidas para anularlas. Por tanto, es de suma importancia que el
examinador sea habilidoso al preparar el procedimiento, elaborar las preguntas y sobre todo,
observar indicios de puesta en marcha de contramedidas por parte del evaluado.

Alternativas a los procedimientos tradicionales poligráficos

Los estudios más actuales utilizan potenciales evocados como indicadores más directos de la
actividad cognitiva y sus resultados sugieren que estos constituyen un método bastante
poderoso para inferir la culpabilidad a través del método del conocimiento culpable (que tiene
una base teórica más firme). Los componentes de los potenciales evocados más estudiados en
este contexto han sido el P300 y el N400.
16
El razonamiento utilizado es el siguiente: el P300 representa la manifestación eléctrica
cerebral del reconocimiento y discriminación de estímulos críticos relevantes, es afectado
poco o nada por procesos de selección de respuesta, y es probable que aparezca en contextos
en los que una persona reconoce algo importante pero trata de disimular o no mostrar ese
reconocimiento. De esta forma, el P300 se presentaría en las condiciones de evaluación del
test del conocimiento culpable. Se han realizado experimentos con análogos utilizando sujetos
informados y no informados de los detalles de un crimen. En estos experimentos se emplea
una tarea de oddball modificada. La respuesta P300 variará en función del conocimiento
culpable que tengan los sujetos. Los sujetos "culpables" tratarán los estímulos de prueba de la
misma manera que los estímulos diana generando P300 de amplitud comparable ante los dos
tipos de estímulos, mientras que los sujetos sin conocimiento culpable tratarán los estímulos
de prueba como estímulos irrelevantes, generando P300 de poca o nula amplitud para ambos
estímulos. Los resultados producen una identificación correcta inocente-culpable del 100%, si
excluimos el 12.5% de sujetos en los que los resultados son inconcluyentes, y del 87.5%
incluyendo este último porcentaje. Estudios realizados con sujetos que han cometido algún
delito o falta menor han replicado estos mismos resultados, independientemente del tiempo
transcurrido desde la comisión del delito.

El razonamiento de la investigación respecto al N400 se basa en el hecho de que el


N400 puede ser elicitado no solo por incongruencias semánticas (frases que terminan de
forma no esperada, rompiendo el significado de la proposición: tomo café con tierra), sino
también por incongruencias a nivel episódico, de conocimiento personal. A este nivel, una
incongruencia a nivel de conocimiento personal es parecida a una proposición falsa, lo que
podría ser utilizado para inferir la posesión de conocimiento culpable.

Las posibles ventajas de usar potenciales evocados es que no dependen de la respuesta


emocional a los estímulos, como ocurre con las medidas autonómicas tradicionales y que
pueden ser menos vulnerables que las medidas autonómicas al empleo de contramedidas,
especialmente porque son más rápidos (300-400ms de latencia, comparado con 1000-2000ms
de la SCR).

B. Investigaciones de los cambios corporales no verbales:


Gestos como taparse la boca o tocarse los labios al hablar, se han asociado
tradicionalmente con mentir; pero también hay otros que igualmente se han asociado a la
mentira como mostrarse tenso y cambiar a menudo de postura, hacer pocos gestos con la cara

17
y cabeza y muchos con las manos y piernas; sudar, parpadear, mantener una mayor distancia
con el receptor, hablar más lento o más rápido de lo normal; mostrar menos fluidez verbal,
hacer más pausas o agudizar el tono de voz; mostrar contradicciones entre la información
verbal y la no verbal… Algunos estudios informan que una expresión facial que dura más de
10 segundos (parecería congelada) o que sea asimétrica (que se acentúe más en un lado de la
cara que en el otro) son falsas.
En general, las claves conductuales del engaño son escasas, no aparecen en todas las
ocasiones y su ocurrencia varía con la motivación del emisor y con la temática de la
declaración. En definitiva, no hay ninguna conducta que por sí misma indique que la persona
está mintiendo.
En las últimas décadas se han desarrollado sistemas de reconocimiento informatizado de
emociones cuya utilidad en la detección de la mentira ha sido investigada. El supuesto básico
es que mentir suele conllevar simular u ocultar emociones. De acuerdo con Ekman, hay una
serie de emociones básicas cuya expresión facial también es universal. La expresión de cada
emoción particular consiste en determinados movimientos de ciertos músculos del rostro.
Algunos de estos movimientos son controlables, pero otros sólo se producen cuando la
persona experimenta la emoción de cuya expresión forman parte. De modo que si uno quiere
ocultar una emoción, sólo podrá suprimir los movimientos voluntarios de la misma, y si
quiere simular otra emoción diferente solo podrá efectuar los movimientos controlables de la
misma. Si intentamos enmascarar una emoción con otra, lo que obtendremos será una mezcla
de los movimientos automáticos de la expresión de la emoción que intentamos ocultar y los
voluntarios de la expresión de la emoción que pretendemos mostrar. En ocasiones, incluso
sucede que la expresión emocional que intentamos ocultar se muestra enteramente, pero
durante un tiempo tan breve que es difícil percibirla a simple vista.
Para examinar con exactitud la expresión de las emociones en el rostro se han elaborado
varios sistemas de codificación de la actividad facial. El que ha recibido mayor
reconocimiento es el Facial Action Coding System (Sistema de Codificación de la Acción
Facial, FACS, Ekman, Friesen y hager, 2002). El FACS permite identificar 46 “unidades de
acción” (AUs), que son los movimientos individuales del rostro y se corresponden con
acciones específicas de músculos determinados a nivel anatómico.
Cada emoción se expresa mediante determinados movimientos faciales. Así, por ejemplo,
una sonrisa verdadera consta de tres acciones de acción: AU6 + 7 +12. Además, al simular
emociones hay movimientos faciales que son difíciles de realizar, por lo que estarán ausentes
si la emoción que se pretende mostrar no es auténtica. Por ejemplo, en las sonrisas simuladas
(que se muestran sin estar alegres) la AU6 estará ausente.
18
Aunque el FACS es una herramienta magnífica, presenta dos problemas. Por una parte,
exige un laborioso entrenamiento. Y, por otra, el sistema de codificación debe hacerse
fotograma a fotograma, de forma que el análisis de cada minuto de conducta requiere unos
100 minutos de trabajo. Para superar estas dificultades en los últimos años se está trabajando
en el desarrollo de mecanismos informatizados que utilicen el FACS.

C. Análisis de los contenidos verbales:


Una aproximación lógica a la detección del engaño sería buscar la mentira en aquello
que uno altera conscientemente al mentir, es decir, en las palabras que constituyen el mensaje
falso que se crea.
Ha habido muchos intentos de detectar coherencia y credibilidad del estudio del
contenido de las declaraciones realizadas por testigos o acusados. El primero, más conocido y
quizá con más respaldo es el CBCA (Análisis del Contenido Basado en Criterios). El CBCA
parte de la idea de que las descripciones de los hechos que se han experimentado difieren en
contenido, calidad y expresión de las descripciones de hechos que son fruto de la
imaginación.
Esta técnica se desarrolló inicialmente para la evaluación de declaraciones ofrecidas
por menores víctimas de abusos sexuales. Si bien la investigación empírica ha examinado si el
procedimiento discrimina adecuadamente entre declaraciones verdaderas y falsas ofrecidas
por adultos (no sólo menores), por testigos (no sólo víctimas) y referentes a otros temas
además del abuso sexual.
Son 19 criterios enmarcados en 5 categorías. Estos criterios de contenido pueden
analizarse como presentes o ausentes (o puntuarse en cuanto a fuerza o grado en que aparecen
en la declaración como 0, 1 y 2). Los criterios del 1 al 13 son de tipo cognitivo, ya que
resultaría muy complejo inventar una declaración que incluyera tales características. Los
criterios del 14 al 18 son de tipo motivacional, porque su inclusión en el testimonio podría
poner en entredicho la veracidad de la declaración, por lo que quien mienta deliberadamente
se cuidará de no introducirlos. El criterio 19 alude al conocimiento específico del narrador
sobre el tema de la declaración.
Se considera creíble toda declaración que muestre al menos 7 de esos criterios. Sin
embargo, la ausencia de los criterios no puede ser interpretada como que la declaración sea
falsa (es muy importante distinguir entre credibilidad y verdad). El nivel de precisión
obtenido con esta técnica es superior al azar aunque se corre el riesgo de considerar un 30%
de declaraciones falsas y de considerar aproximadamente un 30% de declaraciones verdaderas
(en estudios de laboratorio).
19
En realidad, el CBCA es el elemento central de un procedimiento más amplio,
denominado Evaluación de la Validez de las Declaraciones (Statement Validity Assessment,
SVA) que consta de tres elementos. Primero, un protocolo de entrevista semiestructurada
diseñado para maximizar la cantidad de información a obtener cuidando no sesgar el recuerdo
del entrevistado. La entrevista se transcribe literalmente para poder ser analizada mediante el
CBCA, que es el segundo elemento. El tercer elemento es la llamada “lista de validez”, que
toma en consideración una serie de factores que pueden haber influido sobre los resultados del
CBCA y sobre la posibilidad de que estemos ante una declaración falsa (p.e., nivel de
desarrollo cognitivo, lingüístico y emocional del entrevistado, su sugestionabilidad, si la
entrevista se ha realizado correctamente, si existen motivos para hacer una alegación falsa, si
es inconsistente con otros testimonios, etc.).
La decisión final sobre la veracidad de la declaración no debe tomarse exclusivamente
sobre el resultado del CBCA, sino tras haber considerado todos y cada uno de los factores
comprendidos en la lista de validez.
Aunque el CBCA tiene una fiabilidad interjueces adecuada, como se decía con
anterioridad, el poder discriminativo de sus criterios funciona sólo en un sentido. Los criterios
con mayor poder discriminativo son cantidad de detalles, reproducción de conversaciones,
engranaje contextual y elaboración inestructurada. Entre los que menos discriminan destaca la
autodesaprobación, plantear dudas sobre el propio testimonio y en general los criterios
motivacionales. Esto puede deberse a que estos criterios aparecen con muy poca frecuencia
incluso en narraciones ciertas.
Entre las principales limitaciones de la SVA se encuentran las siguientes: 1) Los
entrevistadores pocas veces realizan la entrevista de manera adecuada (pueden sesgar por
tanto la declaración), 2) la existencia de determinados trastornos psicológicos que pueden
influir sobre los criterios y que no se recogen en la lista de validez, 3) la evaluación e
interpretación de algunos elementos de la lista de validez resulta complicada, 4) la decisión
final de los evaluadores correlaciona con el CBCA, desestimándose las consideraciones de la
lista de validez. Aunque el problema más importante es la precisión del propio CBCA.

Además de la SVA, hay otras aproximaciones basadas en el contenido del discurso


(“Control de la Realidad”, la “Aberdeen Report Judgament Scales”, la técnica SCAN). Pero
comparten la mayoría de las limitaciones de la SVA.

20
3. Imputabilidad

Al hablar de imputabilidad hay que tener en cuenta que imputabilidad jurídica no es


sinónimo de imputabilidad psíquica. Desde un punto de vista jurídico, la imputación personal
no sólo contiene la imputabilidad, además han de converger dos elementos más: el
conocimiento o consciencia de la antijuridicidad y la exigibilidad de una conducta conforme a
la norma. Es decir, que el autor de los hechos conoce o ha podido conocer que el acto
cometido es un delito y está tipificado como tal en la ley (“error de prohibición”). Cuando no
lo sabe la culpabilidad está eximida o atenuada. En segundo lugar, la persona será culpable de
un delito cuando se le pueda exigir que su conducta sea conforme a lo legalmente establecido
(hay circunstancias en las que se puede comportar en otro sentido: legítima defensa, estado de
necesidad y cumplimiento de un deber o ejercicio legítimo de un derecho). El psicólogo
forense debe saber que la imputación personal está referida a la culpabilidad y a la
responsabilidad, y que ambos son conceptos de naturaleza jurídica y no psicológica.
La imputabilidad psíquica se refiere al grado en que las capacidades cognitivas y
volitivas están o no afectadas, así como el grado en que estas capacidades están relacionadas
con la comisión del delito. Es decir, se trata de dictaminar la responsabilidad del imputado
cuando cometió el hecho delictivo. Una persona es responsable de sus actos cuando sabe lo
que hace y quiere hacerlo. O sea, que estamos hablando de evaluar en qué condiciones quedan
afectadas la capacidad intelectual y la volitiva.
El Código Penal recoge un conjunto de circunstancias que excluyen o disminuyen la
culpabilidad y responsabilidad del individuo por el hecho acontecido. La valoración de estas
circunstancias compete estrictamente al juez quien afirmará su presencia o no. No obstante, el
psicólogo forense debe saber cuáles son las circunstancias que recoge el Código Penal.
De acuerdo con el Código Penal, las causas de exclusión de responsabilidad criminal
pueden estar motivadas por:
a) Razones de imputabilidad psíquica: anomalía o alteración psíquica, trastorno
mental transitorio, intoxicación plena, influencia de un síndrome de abstinencia,
alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la infancia.
b) Razones de inexigibilidad de la conducta conforme a derecho: miedo insuperable.
c) Desconocimiento de la antijuridicidad y error de prohibición.
d) Causas de justificación: legítima defensa, estado de necesidad, cumplimiento de un
deber o ejercicio legítimo de un derecho.

21
Centrándonos en la imputabilidad psíquica:
- Por anomalía psíquica se refiere el legislador a defectos o disfunciones congénitas o
precozmente adquiridas (retraso mental, trastornos del desarrollo, trastornos de la
personalidad).
Por alteración psíquica se refiere a trastorno mental de nueva aparición, en una mente
previamente sana y bien desarrollada (por ejemplo, demencias).
El Trastorno Mental Transitorio es un concepto jurídico. El Tribunal Supremo exige
para su apreciación:
1- Aparición brusca.
2- Irrupción en la mente del sujeto con pérdida de facultades intelectuales y/o volitivas.
3- Duración breve.
4- Curación sin secuelas.
5- Que no sea autoprovocado para delinquir

Por otra parte, es necesario considerar que la imputabilidad no siempre responde a la


polaridad todo-nada, sino que se establecen diferentes niveles de imputabilidad:
a) Inimputable (eximente completa). Entendimiento y voluntad anulados. Pueden
diferenciarse dos niveles:
a. Nivel I. Existe una correspondencia clara y causal entre alteración y delito.
b. Nivel II. No existe una relación causal directa. Entre la alteración mental y
el delito aparecen variables mediadoras, tales como un delirio o un
impulso.
b) Simiimputable o imputabilidad disminuida (eximente incompleta y atenuantes).
Existe alguna perturbación mental durante el hecho que no anula ni la comprensión
ni la voluntad pero la interfieren o disminuyen. La alteración mental afecta pero no
determina el acto delictivo (p.e., el estado emocional).
c) Imputable. Entendimiento y voluntad están intactos. No se identifican deficiencias
o alteraciones mentales. No hay relación causal entre alteración mental y delito,
puede haber una alteración pero ni afecta ni determina la actuación delictiva ni las
facultades de su autor.

3.1. Evaluación de la imputabilidad

La evaluación de la imputabilidad es una de las actuaciones del forense que reviste mayor
complejidad debido a diferentes razones: a) nuestro Código Penal no contiene una definición
22
explícita de imputabilidad, lo que general controversias en su operativización y medida; b) la
evaluación de la imputabilidad se realiza de forma retrospectiva, semanas o meses después de
que los hechos tengan lugar, lo que se supone siempre una reconstrucción del estado mental
del denunciado; y c) no existe consenso sobre un protocolo válido y fiable para llevar a cabo
este cometido, sólo se cuenta con algunas recomendaciones.

Durante el proceso de evaluación de la imputabilidad hay que controlar algunos fenómenos:


- La defensividad, la reactividad, simulación o engaño por parte del acusado, sus
familiares y amigos.
- Determinar en qué medida las contingencias y consecuencias del delito sobre el propio
acusado (entre ellas el impacto emocional del delito sobre sí mismo y sobre su entorno,
privación de libertad, interrogatorios, cárcel, cambios familiares, etc) pueden facilitar la
aparición directa o indirectamente de estados psico(pato)lógicos no presentes en la
época del delito.
- Fiabilidad de los informes sobre la conducta del acusado antes, durante y después de
los hechos.
- Determinar en qué medida se da o no una adecuada congruencia entre el estado mental
de la época del delito y el estado mental en la época de la evaluación. Y hasta qué punto
se pueden realizar inferencias de ésta a aquélla.
- Establecer que el acusado posee las competencias suficientes para realizar los tests y
pruebas (psicológicas o de cualquier tipo) a las que haya sido sometido durante la
instrucción sumarial

En cuanto a los instrumentos de evaluación disponibles, hay que señalar que en España no se
ha desarrollado un banco de técnicas específicas de determinación de la imputabilidad. Por
tanto, se recomienda utilizar entrevista, observación y técnicas de evaluación psicológica
clínica seleccionadas por su adecuación para la evaluación de las variables de interés.

Anomalías y alteraciones psicológicas


Condiciones que puedan conllevar la plena perturbación de las facultades intelectivas
o volitivas de cierta permanencia o intensidad que impida al sujeto conocer lo ilícito de su
conducta u orientar su actividad conforme a ese conocimiento.
Desgraciadamente, no se pueden establecer listas de trastornos mentales que cumplan
estos requisitos y que si el sujeto fuese diagnosticado de alguno de ellos se considerase un
“enajenado mental”. Generalmente, las psicosis y las formas más graves de retraso mental han
23
sido aceptadas como eximentes, pues en la mayoría de los casos producen el mencionado
efecto psicológico. Del mismo modo, han sido rechazadas las psicopatías por suponer una
perturbación de la afectividad o del carácter, pero no de las capacidades intelectivas o
volitivas. En el siguiente apartado de este tema se ofrece listado de psicopatologías y su
relación con la imputabilidad.
La labor del psicólogo forense en este aspecto es evaluar al acusado y determinar si
padece alguna alteración mental que afecte a su voluntad o inteligencia. Los instrumentos
utilizados son los típicos de una evaluación clínica normal que evalúen:
 Funcionamiento general: por medio de entrevistas clínicas (en la que se
examine el consumo de sustancias, enlentecimiento motor, descarrilamiento,
incoherencias…)
 Personalidad (16-PF, BFQ, EPQ, MMPI-II-RF…)
 Psicopatología (MMPI-II-RF, IPDE -para evaluar trastornos de la
personalidad-, SCL-90*, MINI* –ambas para evaluar psicopatologías-)
 Inteligencia y aptitudes (WAIS, PMA…)
 Psicosis (PANSS, BPRS…), etc.
*La SCL-90 es un listado de 90 síntomas que se agrupan en diferentes trastornos y la MINI está basada en los criterios del
DSM-IV para evaluar trastornos.

Trastorno Mental Transitorio


Este es un concepto fácilmente definible pero casi imposible de evaluar ni demostrar.
Se trata de un estado de perturbación mental pasajero, cuya intensidad llega a producir
anulación del libre albedrío, con su consiguiente repercusión en la imputabilidad.
Se caracteriza por:
1- Estar desencadenado por una causa inmediata y demostrable
2- Aparición brusca o, por lo menos, rápida
3- Duración breve
4- Curación rápida, completa, sin secuelas y sin probabilidad de repetición
5- Anulación completa del libre albedrío e inconsciencia u obnubilación temporal de la
consciencia.
Se aceptan como causas de trastorno mental transitorio el estar bajo la influencia de
sustancias (alcohol o drogas), sufrir un ataque de epilepsia o un brote psicótico, estar
sonámbulo, etc. Todas ellas susceptibles de ser investigadas policialmente con mayor o menor
profundidad (testimonios de testigos, informes médicos, etc.). Sin embargo, casos como
reacciones violentas e incontroladas desencadenadas por fuertes impactos emocionales son

24
más difíciles de demostrar y estudiar psicológicamente. Un psicólogo forense puede llegar a
relacionar e incluso explicar que la forma de afrontar determinados acontecimientos sean
capaces de generar emociones negativas, que en una persona impulsiva puedan provocar
conductas violentas; sin embargo, esto no significa que en esa ocasión determinada la persona
que está acusada actuase motivada por esas emociones.
En estos casos, la evaluación debe centrarse en la forma en la que el acusado afronta
los acontecimientos (locus de control, creencias irracionales, estrategias de afrontamiento…),
en la reacción emocional que el individuo genera el acontecimiento desencadenante y en la
personalidad del sujeto (control de impulsos, hostilidad, responsabilidad…).

Alteraciones perceptivas
Este concepto es aún más difícil de demostrar que el anterior. Se trata tanto de aquella
persona que bien desde el nacimiento o bien de forma adquirida, tiene alterada la percepción
(y por consiguiente, la consciencia de la realidad), como de quien sin tener ninguna alteración
patológica, en un momento puntual, percibe la realidad de una manera alterada. Para el caso
de una alteración persistente en el tiempo, existen pruebas objetivas como el Test del Marco y
la Varilla, o el de la Figura Enmascarada, a las que podrían añadirse:
- Judgment of Line Orientation (Benton, 1983). Que consiste en solicitarle al sujeto que
clasifique líneas en la misma inclinación que las mostradas por el examinador.
Son 30 item de los que el sujeto debe contestar correctamente 21 o más para
considerarse libre de deterioro. La mala ejecución de este test se ha relacionado
con daño neurológico en el hemisferio derecho (espacial).
- Visual Form Discrimination (Benton, 1983). 16 láminas en las que el sujeto debe
identificar un objeto entre varias opciones
- Hooper Visual Organization Test (Hooper, 1958). Son 30 dibujos troceados en forma
de puzle que el sujeto debe identificar
No existe forma de demostrar errores perceptuales puntuales (errores de percepción, ilusiones,
etc.).

3.2. Relaciones entre imputabilidad y psicopatología

Las alteraciones psicológicas en sentido amplio son una de las principales razones que
el Código Penal español recoge para la aplicación de eximentes o atenuantes según concurran
unas u otras circunstancias. La presencia de un trastorno psicológico tiene indudables
consecuencias e implicaciones legales, pero no son las mismas para todos los trastornos.
25
Veamos algunos ejemplos:
- Retraso mental.
Dependiendo del nivel de retraso mental y del tipo de delito, ha sido causa de
inimputabilidad, semiimputabilidad pero también se puede dar la imputabilidad plena.
- Delirium.
A nivel penal es bastante improbable que se dé la comisión de un delito bajo un
delirium, ya que el estado de obnubilación de la consciencia que caracteriza este cuadro no
suele ser compatible con la comisión de un delito (a no ser que sea por omisión o
negligencia).
En ocasiones ha justificado la presencia de un trastorno mental transitorio. El problema es la
dificultad de la exploración retrospectiva.
- Demencias
Son causas de inimputabilidad. Cuando se encuentran en los primeros estadios suelen
apreciarse como enajenación parcial y actúan como atenuantes.
- Trastornos relacionados con sustancias (intoxicación y síndrome de abstinencia)
La dificultad de estas alteraciones en relación con la imputabilidad es determinar si en
el momento del delito el estado de intoxicación o abstinencia incidieron sobre la capacidad de
comprender o actuar. A esta dificultad hay que añadir el elevado índice de simulación y
falseamiento que entre las personas con problemas de adicción existe. Salvadas estas
limitaciones, la intoxicación y el síndrome de abstinencia son motivos de inimputabilidad. Si
se diagnostica un trastorno de adicción grave el pronunciamiento va en la dirección de la
semiimputabilidad. Todo ello dependerá en gran parte de la intensidad de la adicción, tipo de
droga, tiempo de adicción, presencia de embriaguez, y si la conducta delictiva ha sido un
medio para alcanzar la droga o en cambio es la expresión de una personalidad impulsiva o
inestable. En este sentido es importante analizar la posible existencia de una patología
subyacente.
- Trastornos relacionados con el alcohol
Este tipo de alteraciones suele afectar fundamentalmente sobre la capacidad volitiva,
en la medida en que el alcohol es un desinhibidor conductual y social. No obstante, es
recomendable la evaluación neurológica para descartar algún daño colateral derivado del
consumo. Relacionado con el consumo abusivo de alcohol se asocian patologías previas como
la fobia social o algún trastorno de la personalidad, que el perito debe descartar. Es importante
diferenciar si en el momento del delito interfirieron los trastornos por consumo de alcohol,
como dependencia y abuso, o aquellos que han podido ser inducidos por aquél (p.e. delirium,
26
demencia…). En cuyo caso, aplicarían los trastornos derivados del alcohol y no los referidos
al consumo.
- Esquizofrenia y trastornos psicóticos
En contra de la opinión popular, las personas que padecen este tipo de alteraciones no
cometen más conductas delictivas que la población general, salvo en estados agudos, no
tratados y sin medidas de control. El perito debe evaluar si en el momento del delito la
persona se encontraba bajo sintomatología activa y la relación causa-efecto entre el contenido
del delirio y el delito. En general, las personas que padecen esta alteración son consideradas
inimputables si su sintomatología se encontraba activa durante el delito y semiimputables en
aquellos casos con sintomatología residual. No obstante, el padecimiento de una alteración
psicótica de carácter crónico termina afectando a toda la personalidad del sujeto y generando
ciertos efectos indirectos sobre su estado mental (p.e. motivación, estado de ánimo,
irritabilidad, dificultades sociales, etc.).
- Trastornos del estado de ánimo
Depresión y manía graves y agudas pueden ser inimputables.
No suelen aparecer sujetos delincuentes por una depresión a no ser por delitos de omisión y
maltrato por negligencia, y en algunos casos homicidios intrafamiliares o suicidios ampliados.
En la fase maníaca los sujetos pueden protagonizar conflictos sociales por insultos, agresiones
y conductas inapropiadas, suplantación de identidad, resistencia a las fuerzas del orden
públicos, agresiones sexuales y comercio sexual, exhibicionismo y estafas. La capacidad de
culpabilidad de estos sujetos queda supeditada a la clase e intensidad de los síntomas
fundamentales, negando la imputabilidad de manera absoluta (aunque comprendan el valor
real de sus actos son incapaces de inhibirlos).
- Trastornos de ansiedad
En general este tipo de alteraciones son imputables. Sin embargo, conviene valorar la
gravedad de cada caso para explorar una posible inimputabilidad o semiimputabilidad (p.e.
ataque de pánico en el momento del delito equiparable a miedo insuperable; o sintomatología
disociativa que altere el estado de la consciencia). En el caso de los trastornos de ansiedad, lo
más frecuente que el TEPT se alegue como lesión psíquica en víctimas.
- Trastornos somatomorfos
Suelen aparecer en la valoración de secuelas y solicitud de indemnizaciones, donde es
fundamental hacer el diagnóstico diferencial con la simulación.

27
- Trastorno de identidad disociativo
Este trastorno genera graves problemas jurídicos y legales ya que es invocado con
mucha frecuencia por personas acusadas de delitos graves. Es de hecho, una de las
alegaciones “típicas” en los psicópatas.
La imputabilidad está afectada, dado que el fracaso en la integración de varios aspectos de la
identidad y la consciencia merman sustancialmente las capacidades cognitivas y volitivas.
- Trastornos sexuales
Las parafilias son imputables. En caso de que se determine afectación de la conducta
volitiva pudiera declararse la semiimputabilidad.
- Trastornos de control de impulsos
Trastorno explosivo intermitente, cleptomanía, piromanía o juego patológico. La
subjetividad en la vivencia del autocontrol es difícilmente evaluable, por lo que la
constatación pericial de este tipo de trastornos debe basarse más en los datos sumariales, los
datos biográficos, los perjuicios sociales y familiares, los tratamientos y recaídas, que en la
información que proporcione el interesado sobre la posible falta de control.
En general son inimputables o semiimputables según el grado de afectación. Capacidades
cognitivas conservadas, pero las volitivas se encuentran anuladas. Suelen aparecer
sentimientos de culpa.
- Trastornos de la personalidad
En general se consideran imputables, pero es un tema muy debatido y complejo. Las
capacidades cognitivas no se ven afectadas pero es difícil pronunciarse en relación a las
capacidades volitivas. Hay algunas excepciones según gravedad del trastorno y relación
directa con el delito (semiimputables).
Las personas con trastornos de personalidad suelen verse inmersas en unos u otros delitos
según los rasgos característicos de su diagnóstico:
- Paranoide: litigantes, pueden tener ideas celotípicas o de conspiración, lo cual les
lleva a cometer amenazas, insultos, lesiones por agresión y homicidios.
- Esquizoide: dificultad para conocer y asumir las normas sociales. Estos individuos
tienen a comportamientos extravagantes. Pueden realizar delitos con aparente
frialdad.
- Antisocial: mienten, manipulan, amenazan, no les motivan las normas. Pueden verse
implicados en hurtos, robos, estafas, agresiones físicas y sexuales y homicidios. El
antisocial puede ser psicópata o no, según padezca o no de déficit afectivo.

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- Histriónico: las llamadas de atención y afán de notoriedad características de este
trastorno pueden desembocar en violaciones falsas o reales con el fin de adoptar el
papel de la víctima.
- Dependencia: pueden ejecutar actos delictivos inducidos por otros, al no atreverse a
rebelarse. Como víctimas pueden verse implicadas en delitos de abuso y agresión
sexual.
Independientemente del trastorno en sí, es muy importante el estudio del caso de forma
individual.

Consideraciones
Hay que recordar que a pesar de que la detección de una alteración psicopatológica está
asociada a la exclusión de la responsabilidad criminal o a su disminución, no basta con la
mera presencia de ésta. Además, es necesario evaluar: a) el grado y la intensidad de la
alteración; b) la concurrencia de la alteración psicológica con la conducta delictiva y el grado
en el que existe una relación causal entre ambas; y c) el grado en el que la alteración
psicológica incide sobre la comprensión del hecho y la conducta volitiva.

4. Evaluación del riesgo de violencia

Otra de las peticiones frecuentes en derecho penal al psicólogo forense es la predicción de la


futura conducta violenta de los encausados. Desgraciadamente, la validez de las medidas de
las que se dispone no es demasiado alta. Una posible razón es que el psicólogo forense no da
respuestas dicotómicas (del tipo “sí reincidirá” o “no lo hará”) sino probabilísticas (del tipo
“el 57% de las personas que obtienen esta puntuación, vuelven a delinquir en un año”) y esto
es difícilmente ajustable dentro del procedimiento penal.
Teniendo en cuenta que las respuestas son probabilísticas, el desarrollo de las nuevas
técnicas en los últimos años diseñadas para predecir violencia en ámbitos concretos y no en
general (es decir, centradas en la especificidad de sus formas de presentación y en valorar los
factores de riesgo particulares para cada forma de violencia) ayuda a predecir más
eficazmente la violencia.
En este apartado se presentarán seis instrumentos de los más utilizados y con mayores
índices de validez:
1. Escala de Calificación de la Psicopatía Revisada o PCL (Psychopathy Checklist;
Hare, 2003). Es capaz de detectar presencia de psicopatía en adultos con un historial
violento o delictivo y de esta forma, predecir violencia. Son 20 ítems que se rellenan
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de forma heteroaplicada (tras entrevista y consulta a la ficha judicial) y que se puntúan
con 0 (el entrevistador considera que la conducta en cuestión está totalmente ausente
en el evaluado), 1 (el entrevistador considera que la conducta en cuestión podía estar
presente en el evaluado, aunque no de forma totalmente segura), 2 (el entrevistador
está totalmente seguro que la conducta en cuestión está presente en el evaluado). Una
puntuación mayor o igual a 20 indica riesgo de violencia e igual o mayor a 30,
presencia de psicopatía.
2. Guía para la estimación del riesgo de violencia o VRAG (Violence Risk Appraisal
Guide; Quinsey et al, 1998). Predice el riesgo de violencia en enfermos mentales
adultos. Se trata de un instrumento heteroaplicado tras una entrevista, hay que
administrar otros instrumentos (IPDE, PCL, BPRS) y consultar la ficha judicial con 12
ítem con varias alternativas de respuesta (2 ó 3) y con puntuaciones positivas o
negativas, de tal forma que la puntuación global de la escala oscila entre valores
negativos y positivos, siendo su interpretación (para la versión española): Puntuación
inferior o igual a -7, Riesgo Bajo; de -6 a +5, Riesgo medio y por encima de +5,
Riesgo alto de violencia.
3. Escala de predicción de riesgo de violencia o EPV-R (Echeburúa et al. 2010). Predice
el riesgo de homicidio o de violencia grave contra la pareja o ex pareja. Al igual que
las anteriores, se trata de un instrumento heteroaplicado tras una entrevista a la pareja
del posible agresor y se compone de 20 ítem distribuidos en 5 factores y que se
valoran en una respuesta dicotómica (NO/SÍ) teniendo la respuesta “NO” un valor de
0, mientras que la respuesta “SÍ” puede valer de 1 a 3 puntos. La puntuación global de
la escala es capaz de predecir violencia contra la pareja con distintos grados de
certeza: Riesgo Bajo (puntuación de 0 a 9); Moderado (de 10 a 23 puntos) y Riesgo
Alto (de 24 a 48 puntos).
4. Evaluación del riesgo de violencia o HCR-20 (Assessing Risk for Violence; Webster
et al. 1997). Valora el riesgo de conductas violentas en pacientes mentales y
delincuentes adultos. Se trata de un instrumento heteroaplicado tras una entrevista y
consulta a la ficha judicial, que consta de 20 ítem cuya puntuación oscila de 0 a 2 (al
igual que la ya vista PCL). Los ítem se agrupan en tres categorías: 10 Históricos (H), 5
Clínicos (C) y 5 de Riesgo (R). Aunque no hay puntos de corte formales, una
puntuación superior a 25 anticipa riesgo de violencia.
5. Evaluación rápida de la reincidencia del Delito Sexual o RRASOR (Rapid Risk
Assessment of Sexual Offense Recidivism; Hanson,1997). Se trata de 4 ítem
(condenas previas por agresión sexual, edad de excarcelación, sexo de la víctima y
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Relación con ella) que el evaluador puntúa (de 0 a 4 en el primer ítem y de 0 a 1 en los
tres últimos) tras obtener la información de la ficha judicial del acusado. En función
de la puntuación global se puede dictaminar la probabilidad de reincidir a los 5 ó 10
años (en función de lo que hizo la muestra con la que se realizó la validación de este
instrumento)
6. Riesgo de violencia sexual o SVR-20 (Sexual Violence Risk-20; Boer et al., 1997).
Valora el riesgo de violencia sexual en pacientes mentales y delincuentes adultos
acusados de este tipo de delitos. Se trata de un instrumento heteroaplicado tras una
entrevista, administrar otros instrumentos (IPDE, PCL, BPRS) y consultar la ficha
judicial con 20 ítem con la misma valoración que el PCL y el HCR-20 (0, 1 y 2) y sin
puntos de corte formales (aunque una puntuación igual o superior a 11 se asocia con la
reincidencia.

5. Valoración del daño a la víctima

Un asunto de suma importancia para establecer la severidad de la condena es la cantidad de


daño causado a la víctima. En este sentido hay que tener en cuenta tanto el perjuicio físico
causado (heridas, lesiones, pérdidas de visión o de oído, etc.) que se relaciona directamente
con la violencia de la acción y que se evalúa desde una perspectiva médica, como el daño
psicológico causado, que no depende tanto del acto violento como de otras variables
emocionales y cognitivas de la víctima.
El daño psicológico se refiere, por un lado, a las llamadas “lesiones psíquicas” y por
otro, a las “secuelas emocionales” que pueden persistir en la víctima de forma crónica.
El daño psicológico en víctimas de delitos violentos cursa habitualmente en fases. En
una primera etapa suele surgir una reacción de sobrecogimiento, con un cierto enturbamiento
de la consciencia y con un embotamiento, caracterizado por lentitud, abatimiento general,
pensamientos de incredulidad y pobreza de reacciones. En una segunda fase, a medida que la
consciencia se hace más penetrante y se diluye el embotamiento producido por el estado de
“shock”, se abren paso vivencias afectivas dramáticas (dolor, indignación, rabia, impotencia,
culpa, miedo, etc.) que se alternan con momentos de profundo abatimiento. Y por último, hay
una tendencia a revivir intensamente el suceso, bien de forma espontánea o bien en función de
algún estímulo concreto asociado (como un timbre, un ruido o incluso un olor) o de algún
estímulo más general (una película violenta, el aniversario del suceso, etc.).
El grado de daño psicológico está mediado por la intensidad/duración del hecho y la
significación emocional del suceso sufrido, el carácter inesperado del acontecimiento y el
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grado real de riesgo experimentado, las pérdidas sufrida, la mayor o menor vulnerabilidad de
la víctima y la posible concurrencia de otros problemas actuales (a nivel familiar y laboral,
por ejemplo) y pasado (historia de victimización), así como el apoyo social existente y los
recursos psicológicos de afrontamiento disponibles.
La lesión psíquica se refiere a una alteración clínica aguda que sufre una persona como
consecuencia de haber experimentado un suceso violento y que la incapacita
significativamente para hacer frente a los requerimientos de la vida ordinaria a nivel personal,
laboral, familiar o social. Las lesiones psíquicas más frecuentes son las alteraciones
adaptativas, el trastorno de estrés postraumático o la descompensación de una personalidad
anómala. Más en concreto, a nivel cognitivo, la víctima puede sentirse confusa y tener
dificultades para tomar decisiones, con una percepción profunda de indefensión y de
incontrolabilidad; a nivel psicofisiológico, puede experimentar sobresaltos continuos y
problemas para tener un sueño reparador; y por último, a nivel de las conductas observables,
puede mostrarse apática, evitativa y con dificultades para retomar la vida cotidiana.
Las secuelas emocionales se refieren a la estabilización del daño psíquico, es decir, a
una discapacidad permanente que no remite con el paso del tiempo ni con un tratamiento
adecuado. Las más frecuentes en las víctimas de sucesos violentos son la modificación
permanente (al menos 2 años) de la personalidad (p.e. dependencia emocional, suspicacia o
irritabilidad) que lleva a un deterioro de las relaciones interpersonales y a una falta de
rendimiento en la actividad laboral.
La dificultad de valoración de las secuelas emocionales estriba en la evaluación post
hoc, en donde no siempre es fácil delimitar el daño psicológico de la posible inestabilidad
emocional previa de la víctima, así como la necesidad de establecer un pronóstico.
La evaluación del daño psicológico de una víctima requiere de un análisis cuidadoso
de la victimización sufrida, que no se corresponde necesariamente con un cuadro clínico
concreto. Sin embargo, como decíamos, el malestar emocional se suele expresar
habitualmente en forma de trastorno de estrés postraumático, de síntomas ansioso-depresivos
o de trastornos adaptativos. En unos y otros casos la autoestima de la víctima y su adaptación
a la vida cotidiana suelen quedar profundamente alteradas.
Además de la entrevista clínica, se puede utilizar cualquier instrumento de los que ya
conocemos para evaluar síntomas de ansiedad y depresión (STAI, BDI, etc.), así como otros
como el MMPI para evaluar personalidad y otros síntomas psicopatológicos. En cuanto a la
evaluación de la autoestima, se puede emplear la Escala de Autoestima de Rosenberg,
adaptada al español por Labrador (2004).

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Destacaremos aquí además el Cuestionario de 90 Síntomas (SCL-90-R). Este
instrumento permite evaluar la sintomatología en 10 dimensiones (somatización, síntomas
obsesivos, sensibilidad interpersonal, depresión, ansiedad, hostilidad, ansiedad fóbica,
ideación paranoide y psicoticismo), así como en tres medidas globales: GSI (sufrimiento
global de la persona), PSDI (intensidad sintomática) y PST (número de síntomas). Se
considera un caso psiquiátrico cuando la persona obtiene una puntuación GSI mayor o igual a
una puntuación T de 63.
Por otra parte, el trastorno más estudiado en este campo es el Trastorno por Estrés
Post-traumático (TEPT). Existen diversos instrumentos diseñados concretamente para evaluar
este trastorno, entre los que se encuentran:
- La Escala de Gravedad de Síntomas del Trastorno de Estrés Postraumático (EGS). Es una
entrevista estructurada que sirve para evaluar la gravedad e intensidad de los síntomas de este
cuadro clínico en víctimas de diferentes sucesos traumáticos. Esta escala consta de 17 ítems,
de los que 5 hacen referencia a reexperimentación, 7 a evitación y 5 a hiperactivación. La
eficacia diagnóstica de la escala es muy alta.
- La Escala para el Estrés Postraumático Administrada por el Clínico (CAPS). Es un
instrumento que administra el evaluador mediante una entrevista semiestructurada con el
paciente. Consta de 30 ítem (que se puntúan de 0 a 4 en función de la gravedad, frecuencia e
intensidad del síntoma) y evalúa los 17 síntomas que figuran en los criterios del DSM-IV. La
persona que lo administra debe estar previamente entrenada.
- Otro instrumento más sencillo de aplicar e interpretar es la Escala de Trauma de Davidson
(DTS). La DTS es una escala autodministrada y diseñada para evaluar la frecuencia y
gravedad de los síntomas del TEPT así como los resultados del tratamiento. Consta de 17
ítems que se corresponden con los síntomas recogidos en el DSM-IV. Sobre todo se centra en
la intrusión y evitación generadas por el acontecimiento estresante, y en el embotamiento,
aislamiento e hiperactivación mostrados sin tener que relacionarlos directamente con el
acontecimiento estresante. Cada ítem puntúa dos aspectos: la frecuencia de presentación y la
gravedad del síntoma, ambos sobre una escala Likert de 5 puntos que oscila entre 0 (nunca o
gravedad nula) y 4 (diariamente o gravedad extrema). El marco de referencia temporal es la
semana previa. La DTS proporciona una puntuación total y puntuaciones en las dos
subescalas: frecuencia y gravedad. La puntuación total se obtiene sumando la puntuación en
cada ítem y oscila entre 0 y 136. Los autores proponen 40 o más puntos como punto de corte
de la escala.

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6. Valoración de la competencia para ostentar la guarda o custodia de los hijos tras un
proceso de separación o divorcio

En los casos de divorcio o separación, cuando se llega al contencioso judicial es porque las
vías de comunicación y negociación entre los padres/esposos están agotadas. El conflicto que
presentan tiene cuatro aspectos que normalmente son confundidos por los demandantes:

SEPARACIÓN Aspectos legales Aspectos emocionales


Conyugalidad Divorcio. Reparto de bienes Adaptación socioemocional y
familiar
Parentalidad Patria potestad, guarda y Relaciones afectivas padres-hijos
custodia, régimen de visitas

El juzgado no resuelve los aspectos emocionales de la separación y aunque exista una


evaluación psicológica, ésta se limita a traducir a términos jurídicos aspectos psicológicos. No
puede ser considerada, por tanto, como sustituta de terapia familiar o de mediación familiar.

Hay tres principios que guían la evaluación psicológica de guarda y custodia:


1. Interés superior del menor. Es decir, se trata de buscar cuál es la organización familiar
que, tras la ruptura, favorece en mayor medida la adaptación del niño a la separación
2. Imparcialidad: Independientemente de los estereotipos sociales, el evaluador debe
partir de que ambos cónyuges son igualmente idóneos para el cuidado del hijo. Y sólo
se decantará por uno de los dos cuando se demuestre que el otro no está capacitado o
lo está en menor medida que el primero.
3. Inclusión: la familia debe entenderse como un sistema en sí, por lo que la evaluación
debe incluir a todos los miembros de la misma, sus relaciones con los demás
miembros así como el ambiente que contribuye positiva o negativamente al ajuste de
los hijos.
Así pues, no basta con evaluar un aspecto determinado ni a una persona concreta. La
evaluación en este ámbito es todo un proceso que conlleva varios instrumentos concretos,
distintas variables y diferentes personas:
VARIABLES INDIVIDUALES:
a) Nivel de Adaptación parental
- Ajuste psicológico
- Socio-laboral
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- Socio-familiar
b) Nivel de adaptación filial
- Ajuste Emocional-conductual
- Socio-escolar
- Socio-familiar
VARIABLES RELACIONALES/DINÁMICA FAMILIAR:
a) Pautas de relación familiar pre-ruptura
- Modelo de funcionamiento familiar predominante
- Redes de apoyo social durante la convivencia
- Evolución del conflicto interparental pre-ruptura
b) Pautas de funcionamiento familiar post-ruptura
- Relaciones interparentales post-ruptura
- Relaciones parento-filiales post-ruptura
c) Habilidades parentales
- Pautas de crianza
- Actitudes educativas
d) Expectativas de custodia
- Expectativas parentales
- Preferencias motivadas de custodia de los hijos

Toda esta información se extraerá básicamente por medio de entrevistas con ambos
progenitores e incluso con otros adultos que sean relevantes en la vida y en el desarrollo del
niño. Además se considera necesario que las entrevistas sean tanto individuales con cada
parte, como conjuntas, incluyendo también a miembros de la familia extensa si se estima
conveniente.
Las técnicas de observación constituyen el segundo método más frecuentemente
utilizado en evaluación de custodias. Su objetivo principal consiste en observar la interacción
entre los diferentes miembros de la familia. Algunos autores consideran también relevante
evaluar la interacción del niño con otros miembros de la familia extensa. Por lo general,
durante estas observaciones se pide a los participantes que lleven a cabo tareas concretas con
los niños, tales como realizar un puzzle, leer un cuento o contar historias.
Pero también puede ser de ayuda administrar pruebas concretas de autoinforme como
el BFQ, 16PF (personalidad de los adultos), BFQ-NA (personalidad de los niños), TAMAI,
BASC, ADIS (evalúan la adaptación, ajuste y patologías de los niños), MMPI, SCL-90,
MINI, STAI, BDI (para las alteraciones de los adultos).
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Asimismo se han desarrollado una serie de instrumentos en el contexto de la
evaluación de la guarda y custodia:
- Escala de Estilos Parentales de Oliva et al. (2007), que contiene de 41 ítem distribuidos en
6 factores (Afecto y comunicación, promoción de la autonomía, control conductual, control
psicológico, revelación y humor).
- Parent Perception Inventory-PPI (Hazzard y cols., 1983). Consta de 18 ítems que hacen
referencia a una lista de comportamientos de los padres respecto de sus hijos. El niño debe
responder para cada uno de sus progenitores, en una escala de cinco puntos, en función de si
dicho comportamiento lo muestra el padre ante él: "nunca", "pocas veces", "algunas veces",
"bastantes veces" o "muchas veces".
- Parent Percepcion of Child Profile-PPCP (Bricklin yElliot, 1991). Evalúa la imagen y el
conocimiento que un padre posee de su hijo, lo que ayuda al evaluador a determinar si la
percepción del progenitor sobre el niño es exacta y si refleja un interés real por el mismo. Al
mismo tiempo, ofrece al padre la oportunidad de expresar cómo conoce al niño en una
variedad de facetas importantes. Los padres pueden contestar por sí mismos al cuestionario, o
bien puede ser aplicado por el evaluador a modo de entrevista estructurada. Las respuestas se
clasifican en ocho categorías: Relaciones interpersonales; Rutina diaria; Antecedentes
médicos; Historia de desarrollo; Antecedentes escolares; Miedos; Higiene personal y Estilo de
comunicación. También contiene igualmente una escala de irritabilidad a la que ambos
progenitores deben responder en un continuo de cinco puntos (0 = no me enfada en absoluto;
1 = me enfada algo pero no levantaría la voz; 2 = me enfada lo suficiente para levantar la voz,
pero no para gritar; 3 = gritaría, pero no le pegaría; 4 = gritaría y le pegaría).
La escala permite comparar las puntuaciones de ambos padres, determinando cuál de los dos
posee un mayor conocimiento sobre cada uno de los aspectos analizados.
- Parent Stress Index-PSI (Abidin, 1990). Se ha desarrollado para valorar en qué medida los
progenitores experimentan estrés en el desempeño del papel de crianza de los hijos. Se aplica
a padres con hijos menores de 12 años. Consta de 101 ítems, que los padres deben contestar
en una escala tipo Likert de 5 puntos, que va desde" extremadamente de acuerdo" hasta
"extremadamente en desacuerdo".
- The Ackerman-Schoendorf Parent Evaluation of Custody Test-ASPECT (Ackerman y
Schoendorf, 1992). Las escalas ASPECT están específicamente diseñadas para indicar qué
padre es el más adecuado para la custodia. Tratan de precisar aquellas características que han
sido identificadas a través de la literatura como determinantes para la idoneidad de la
custodia. Se evalúan fundamentalmente las características de cada progenitor y la relación e
interacción con sus hijos, proporcionando una medida cuantitativa de estas variables, en
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forma de un "índice de custodia parental" (ICP), que sirve como indicador de la efectividad
parental. Este índice puede ser utilizado para comparar un progenitor con el otro y es el que
determina la recomendación de custodia. También es posible realizar análisis de las
diferencias entre ambos progenitores a partir de las subescalas individuales para identificar en
qué áreas difieren en mayor medida.
El ASPECT se divide en tres escalas: la Escala Observacional (EO), la Escala Social
(ES) y la Escala Emocional Cognitiva (EE-C). La EO evalúa la autopresentación del
progenitor durante el proceso de evaluación (apariencia física de los padres, forma en que
interactúan con el examinador, con el niño y con el otro progenitor, comprensión inicial y la
articulación de los efectos del divorcio en el niño, percepción del padre sobre sus habilidades
parentales). La ES refleja las relaciones interpersonales en los aspectos familiares y sociales
(conducta e interacción social de cada progenitor con los otros: con el niño, con el otro
progenitor y con la comunidad). La EE-C mide la afectividad y la capacidad cognitiva del
individuo en relación con la crianza del niño (salud psicológica y la madurez emocional de los
padres: estado psicológico actual, antecedentes psiquiátricos, nivel de estrés y funcionamiento
cognitivo general).
En primer lugar, cada padre completa un "cuestionario para padres", cuyo contenido se
centra en aspectos relacionados con la preferencia de custodia, convivencia y cuidado de los
niños, desarrollo y educación de los hijos, relación entre el padre y los menores. Se incluyen,
además, cuestiones sobre la vida de los padres: existencia de tratamientos psiquiátricos o
psicológicos (pasados o presentes), abuso de sustancias (en el pasado/presente), antecedentes
penales. Finalmente, el examinador completa un cuestionario para cada uno de los padres de
56 ítems que reflejan las variables más significativas en la evaluación de custodia. Doce de
estos ítems son considerados como críticos, por ser indicadores significativos de déficit
parental. Para su cumplimentación, el examinador utiliza información derivada de diferentes
fuentes, siendo las principales: las observaciones y las entrevistas realizadas con los padres
individualmente y con los hijos; los resultados de tests administrados a los padres y a los
niños, y las respuestas de los padres al "cuestionario para padres".

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