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—sección i—
Diseño: Gerardo Miño
Composición: Laura Bono
ISBN: 978-84-15295-96-9
1 Para la presente investigación, se usará tanto Sendebar como Libro de los engannos de las
mugeres, para referirnos al texto; Libro de los engaños el nombre que le otorga J. Amador de los
Ríos cuando, en 1863, da la noticia de su existencia atribuyendo el descubrimiento a Florencio
Janer.
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2 Llorosos entiéndase como los personajes que explícitamente lloran en el texto, porque pese a
la profundidad y complejidad sentimental y/o emocional que experimentan algunos personajes,
en el desarrollo de la trama, las voces narrativas no nos aclaran textualmente si lloran. En su
caso encontramos, por ejemplo, profunda tristeza como el rey Alcos, en el marco narrativo,
lamentándose de la ausencia de heredero. A su vez, la madre del infante aparece afectada por el
dolor de Alcos pero no llora; tenemos también a la interesantísima mujer del ejemplo Elephantinus
que no expresa con lágrimas su desventura, o por ejemplo, el padre del ejemplo Canis, que al
matar al perro incluso se rompe el rostro, en un acto verdaderamente dramático. Podemos ver que,
en varios puntos de Sendebar, el lector se encuentra ante cuadros y situaciones tensas, limítrofes,
pero las lágrimas no aparecen textualmente en todas.
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Quiero decir, pues, que al pensar en los móviles, sabremos que una parte de
los lloradores, como elemento privativo, son personajes que engañan con
sus lágrimas. Los restantes, no están pensando o no están dirigidos explíci-
tamente hacia el engaño.
Con esta idea inicial, veamos entonces a los engañadores que lloran, y
los numeraré en orden de aparición.
1. El primero es la madrastra del marco narrativo, y lo hace en el relato 3,
Lavator,3 y la voz omnisciente nos lo informa: “Enxenplo de cómmo
vino la muger al segundo día ante el rey llorando e dixo que matase su
fijo” (Sendebar, 87. El subrayado es mío). La información se repite en
el relato 6, Striges: “Enxenplo de cómmo vino la muger al rey al terçero
día, diziéndole que matase su fijo. E vino la muger al terçero día e lloró
e dio bozes ante el rey” (Sendebar, 96. El subrayado es mío).
2. El segundo personaje que llora en el estigma del engaño es, precisamente,
la diablesa de Striges, transformada en una niña a la que un infante
encuentra al estar persiguiendo un venado en medio de la cacería: “E el
niño fue en pos del venado, atanto que se perdió de su conpaña, e yendo
así, falló una senda e ençima de la senda falló una moça que llorava
(Sendebar, 96. El subrayado es mío).
3. El tercer personaje que secreta lágrimas, pero ahora masculino, es el
bañador de Senescalcus, relato que cuenta el quarto privado:
Señor, fue un infante un día por entrar en el baño, e era mançebo e era tan
grueso que non podía ver sus mienbros por dó eran. E quando se descubrió,
violo el vañador e començó a llorar. E díxole el Infante: -¿Por qué lloras? E
dixo: -Por tú ser fijo de rey, commo lo eres, e non aviendo otro fijo sinon a
ti, e non ser señor de tus mienbros, así commo son otros varones; ca yo bien
creo que non puedes jazer con mujer (Sendebar, 105. El subrayado es mío).
4. El cuarto personaje, de este primer grupo de lloradores, los que engañan,
es muy paradigmático, es una perra, y no es que el cuadrúpedo quiera
engañar, sino que sus lágrimas son provocadas por una anciana, que
sirven como vehículo del engaño; sucede en el relato “Canícula”:
E la vieja fuese a su casa e tomó miel e masa e pimienta e amasóla toda en
uno, e fizo de ella panes. [...] e llamó una perrilla que tenié e echóle de aquel
3 Para ubicar las narraciones del texto a las que se harán referencia en el presente estudio, se
utilizarán los títulos de los exempla propuestos por María Jesús Lacarra en su edición de Sendebar
editado por Cátedra (1996). A su vez, dicha edición servirá para las citas y referencias.
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pan, en guisa que non lo viese la muger. E después que la perrilla lo comió,
enpeçó de ir tras la vieja, falagándosele que le diese más e llorándole los ojos
con la pimienta que avié en el pan. E quando la muger la vio así, maravillóse,
e dixo a la vieja -Amiga, ¿viestes llorar así a otras perras, así commo a ésta?
Dixo la vieja: -Faze derecho que esta perra fue muger, e muy fermosa, e
morava aquí cabo mí, e enamoróse un omne de ella, e ella non se pagó de
él, e estonçes maldíxola aquel omne que la amava, e tornóse luego perra. E
agora, quando me vio, menbrósele de ella e començóse de llorar (Sendebar,
108. El subrayado es mío).
Todos estos primeros lloradores están dotados de un común denomina-
dor: se ven involucrados o son vehículos del engaño; engañadores que en
sus lágrimas esconderán el verdadero sentido de sus acciones. Llorar, como
puede verse, no es producto de unas catarsis, ni de la pérdida del dominio
de la compostura o del avasallamiento de las emociones. Baste recordar el
erudito y complejo estudio de Sofía Kantor, quien estructura un entramado y
complejo análisis en torno a las variaciones del engaño y el error en la trama
del Sindibad (variación oriental del libro de los engaños) y que nos habla
de la capacidad de teatralidad engañosa que se produce en los personajes
que aquí refiero. La madrastra, pues, desde el punto de vista de Kantor, está
inmersa en la necesidad de demostrar, mediante sus relatos, “La traición de
los consejeros (y, en algunos casos, del príncipe), el carácter negativo de
sus consejos y la necesidad de castigar al príncipe” (Kantor, 1988, 167). Es,
pues, una teatralidad añadida el uso de las lágrimas, teniendo en cuenta que
la madrastra es la causa del problema: más aún cuando su engaño, según
Kantor, para relatar el exemplum Lavator, tiene que ver con la explicación
de “una conducta errónea que conduce a la catástrofe y la muerte” (Kantor,
1988, 167). Esta actitud llorosa de la madrastra se repite en Striges y sirve
como medio de convencimiento ante el rey Alcos. Y en este relato aparece
un personaje llamativo: una diablesa transformada en muchacha que se
presenta llorando ante un infante, pero que en motivos del engaño es muy
llamativa porque, en palabras de Kantor “la diablesa [...] tiene por finalidad
la perdición del príncipe, [y] tiene un doble aspecto: una apariencia física
atractiva e inocente que disfraza la verdadera naturaleza de un ser hostil y
un relato que la presenta como desamparada” (Kantor, 1988, 192). Estos
dos personajes femeninos son de realce si se piensa en la continua presencia
de una Edad Media que sospecha permanentemente de la mujer que, para
la época, es tratada “como a un objeto, subordinada a las determinaciones
del hombre” (Gómez, 1992, 2). La mujer medieval arrastra, como bien se
ha estudiado en diversas investigaciones, un halo de sospecha permanente y
sobran los ejemplos de féminas que son causa de la sospecha social. Siempre
engañosa, digna de desconfianza, la mujer no es fiable y los mismos privados
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E la muger, en que vido que fablava el Infante, fue muy corriendo e llamó
al privado. E él levantóse e vino muy aína al Infante, e él lloró con él e
contóle por qué non fablara aquellos días, e todo quanto le conteçiera con
su madrastra: -E non guaresçí de muerte sinon por Dios e por ti e por tus
conpañeros que me curaron de ayudar bien e lealmente a derecho. ¡Dios vos
dé buen gualardón por ello, e yo vos lo daré si bivo e veo lo que cobdiçio!
E quiero que vayas corriendo a mi padre e que le digas mis nuevas ante
que llegue la puta falsa de mi madrastra, ca yo sé que madrugará (Sendebar,
135. El subrayado es mío).
El infante, después de comparecer ante su padre, narra el ejemplo del
niño de cuatro años que llora por tener más arroz que pueda comer:
E levantóse ella e puso una caldera sobre el fuego e metió arroz, e cóxolo,
e tomó un poco en la cuchara e púsogelo delante; e lloró e dixo: -Dame
más, que esto poco es.
E ella dixo: -¿Más quieres?
E díxole: -Más.
E dixo que le echase azeite del alcuça. Él [niño] lloró más e por todo esto
non callava. E dixo el moço: -¡Guay de ti! Nunca vi más loco que tú nin de
poco seso Dixo el omne: -¿En qué te semejo loco e de poco seso?
E dixo el moço: -Yo non lloro sinon por mi pro; ¿qué te duelen mis lágre-
mas de mis ojos? Es sana mi cabeça, e más mandóme mi padre por el mi
llorar, arroz que coma quanto quisiere. Mas, ¡quál es loco e de poco seso e
de mal entendimiento: el que salle de su tierra e dexa sus fijos e su aver e
sus parientes por fornicar por las tierras, buscando de lo que faze daño, e
enflaqueçiendo su cuerpo, e cayendo en ira de Dios! (Sendebar, 142-143.
El subrayado es mío).
La tercera es la anciana que pierde el aver de unos compañeros, y debe
pagar lo perdido:
E pusieron la señal delante el alcalde, e fueron ante él, e ovieron sus razones,
e judgó el alcalde que pagase el aver la vieja, pues que así lo conosçiera. E
la vieja, llorando, encontró con el niño de los çinco años. E dixo el niño:
-¿Por qué lloras?
E dixo ella: -Lloro por mi mala ventura e por mi gran mal que me vino,
e, por Dios, déxame estar. E fue el niño en pos della fasta que le dixo por
qué llorava, e dixo: -Yo te daré consejo a esta cueita que as, si me dieres un
dinero con que conpre dátiles. E dixo el niño: -Tórnate al alcalde e di que el
aver tú lo tienes, e di: “Alcalde, mandat que trayan su conpañero, e si non,
non les daré nada fasta que se ayunten todos tres en uno, commo pusieron
comigo” (Sendebar, 145-146. El subrayado es mío).
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Estos casos nos llevan, quizás, al principio de este texto. Puede verse que
las lágrimas se producen en la catarsis, en la angustia de un problema, en la
necesidad de expresión ante las contrariedades de la vida. Los tres personajes
son víctimas de ciertas circunstancias en su contra. Y este segundo grupo
de lloradores nos llevan irremediablemente a una reflexión de Lutz sobre el
llanto, quien nos dice que limpia, libera, excreta lo negativo, lo que envilece
y corrompe, lo que en los sentimientos y emociones no se debe conservar
en el cuerpo. Lutz lo relaciona, para la Edad Media, con las impurezas que
deben salir del cuerpo: “Crying is a form of elimination, no different than
urination, since tears contain chemicals and proteins that, in concentration,
can cause problems [...] and which therefore need to be evacuated” (Lutz,
2001, 26).
Esto último nos resulta, pues, revelador para este estudio: llorar enga-
ñando no es liberador. No es excreción de lo infecto o lo que corrompe.
Ante ello, es menester reforzar la idea con Maldonado, quien nos dice que
“Si bien los procesos del llanto se pueden explicar y comprender desde un
punto de vista fisiológico y psicológico, existe una serie de variables que
parecen tener estrecha relación con los sistemas de valores, la cultura y los
condicionamientos impuestos por diversos grupos sociales en determinadas
épocas de la historia” (Maldonado, 2007, 7).
Así pues, lo que distancia a nuestros dos grupos de lloradores reside en
que el que engaña y llora no hace catarsis, no libera, ni está en posición de
trascender las emociones que el llanto limpia y trasciende en la concepción
medieval del asunto que aquí estamos tratando. Por lo menos, la madrastra,
la diablesa y la perra no podrán hacerlo, como engañadoras o vehículos del
engaño. El bañador sólo se sublimará del lloroso engaño recuperando el honor
mediante la muerte y hasta parece que es un sitio de honor premeditado, ya
que el bañador es un personaje masculino de las narraciones de los priva-
dos de Sendebar. Esas coincidencias no me dejan creer que el bañador está
puesto ahí por azar, sino por un conocimiento medieval de las imbricaciones
sociales de los actos de las mujeres y los hombres, cuya diferencia pareciera
ser que se nos escapa justo cuando la tenemos fuertemente asida. El segundo
grupo de lloradores es más reactivo a sus situaciones y sentimientos ante las
contrariedades de la vida: el infante que soporta todo un proceso jurídico,
el niño que manifiesta con lágrimas su invalidez corporal o la anciana que,
desesperada, intenta encontrar consuelo con el llanto. Así pues, como último
apunte, huelga mencionar que el primer grupo de lloradores pertenece a la
madrastra y los privados, dos puntos antagónicos en un proceso jurídico en
un juego de espejos, de búsqueda de la verdad ante la sospecha; mientras
que el segundo grupo pertenece a la voz de un joven sabio que manifiesta sus
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Resumen:
El presente estudio es un análisis de los personajes que lloran en el Sendebar. A través del acto
de llorar, se posibilita la separación en dos grupos concretos de personajes en el texto, cuyos
móviles para secretar lágrimas revelarán, posiblemente ante el lector, algunos paradigmas sobre
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el engaño, la traición y por otro lado la sinceridad de otros personajes en situaciones clave
dentro del Libro de los engaños.
Palabras clave:
Edad Media, género, Sendebar, visión del mundo, engaño.
Abstract:
The present study is an analysis of the characters who cry in the Sendebar. By examining the
act of mourning, it is possible to separate the characters in the text into two different groups,
whose motives to conceal the tears reveal –possibly before the reader– some paradigms about
deception, betrayal, and secondly other characters’ sincerity in key situations in the Libro de
los engaños.
Keywords:
Middle Ages, gender, Sendebar, worldview, deception.