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Dispositivos Congelados
Psicopolítica de la formación en psicología:
construcciones de subjetividad profesional
desde un enfoque de derechos
Yago Di Nella
www.koyatuneditorial.com.ar -1-
Yago Di Nella
Dispositivos congelados : psicopolítica de la formación en psicología
: construcciones de subjetividad profesional desde un enfoque de dere-
chos . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Koyatún Editorial,
2010.
128 p. ; 20x14 cm.
ISBN 978-987-25733-4-8
Al lector:
Hago mías las palabras de Wilhelm Reich, cuando dice:
Deseo vivamente una crítica científica de esta obra, hecha no por
aquellos que fabrican teorías sobre la existencia humana en una mesa de
despacho, sino por aquellos otros que extraen su descubrimiento de la vida
real de los hombres mediante un contacto íntimo con ellos…
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PRÓLOGO
NUESTROS ORÍGENES
Estamos muy contentos, muy felices de presentar este texto acer-
ca de un tema sobre el que tantos estudiantes y profesionales se han
interesado en los últimos años. Ese libro surge del trabajo de la Cátedra
Libre Marie Langer de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad
Nacional de La Plata, la cual dicta, desde el año 2006 a la fecha, un se-
minario electivo para la carrera de grado académico de la Licenciatura en
Psicología sobre “Psicología Política”1.
En esta temática prácticamente no hay antecedentes en la Universi-
dad Nacional de La Plata, en las tres décadas que nos preceden. Luego de
la Intervención de las Universidades Nacionales sobre fines de 1974 y el
posterior Golpe de Estado en marzo de 1976 se desapareció todo vestigio
de lo avanzado en la disciplina en los primeros decenios de esa carrera.
Sin embargo, siempre hay antecedentes en todo nuevo proceso
académico y entonces quisiéramos señalar un par de ellos, fundamentales
para nosotros en la conformación de nuestra propia mirada. En primer
lugar, el dictado -desde 1991 en adelante- del seminario electivo Teoría
Crítica del Control Social (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Edu-
cación) y, en segundo término, el Curso de Extensión “La Psicología como
Profesión”, realizado en 1997 en la UNLP, contando con la participación
de profesionales de todo el país y diversas subdisciplinas. De ambas ex-
periencias fue artífice Juan Carlos Domínguez Lostaló, nuestro maestro
en esto de pensar la psicología como herramienta para la transformación
social. Pero además, un indiscutible referente nacional para pensar la pro-
fesión del psicólogo como pasión política, en el más amplio sentido del
término.
Para nuestro Seminario Electivo de Psicología Política, el tema ge-
neral de la Salud Mental y los Derechos Humanos es lo que engloba la
concepción final de este espacio académico. ¿Por qué “Psicología Política
de la Salud Mental Pública en la Argentina”? Sucede que el seminario no
salió a la luz como una actividad en sí, sino que es fruto de un proyecto
que es más abarcador, o que intenta serlo, que está creciendo desde sus
inicios con el trabajo de compañeros estudiantes y graduados voluntario-
sos y con el compromiso de su corresponsabilidad social. En ese marco,
el de la Cátedra Libre, nos hemos comprometido a ir pensando juntos un
nuevo rol profesional para este tiempo y para los problemas y desafíos
que se vienen. Por lo tanto, es un proyecto con una faz académica y una
1 El nombre completo del seminario es: “Psicología Política de la Salud Mental Pública en Argentina (En-
foque de Derechos)”. Pero como era de prever fue conocido y lo es como Psicología Política. A partir del
2009 ya nos hemos resignado entonces a titularlo así.
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faz política.
En ese contexto es que el Seminario que da pie a este libro llega
a nacer, y a replicarse cada año, con el objetivo de sumar estudiantes y
graduados que quieran pensar la profesión más allá de sus confines (neo)
liberales, en lo público, donde el sufrimiento del otro (y sus múltiples
condicionantes culturales e histórico-sociales) esté en el centro de nuestra
tarea y de nuestra misión.
El modo en que se constituyó ese espacio de producción, termi-
nó por ser la matriz desde la cual se elaboraron las ideas básicas del
presente texto. Por ello, creemos pertinentes unas líneas para compartir
el modelo metodológico desde el que se constituyó dicho espacio de
producción-reflexión conceptual y colectiva. El seminario se organiza en
tres dispositivos de trabajo: en una primera parte trabajamos desde la
exposición, como contexto de una bibliografía especifica. Luego se pasa
a una dinámica grupal de reflexión conceptual y producción crítica y, por
ultimo, se recogen los emergentes en un plenario que retoma las dudas
que hubieran surgido, así como las conclusiones o aportes de cada una de
las dinámicas grupales.
Para nosotros esta dinámica, que es dinámica de taller, es muy
importante, porque en estas temáticas psicopolíticas -como en otras-, es
más lo que uno tiene para incorporar del que está próximo, que del que ha
escrito. La auto-observación es también un componente fundamental. La
mayoría de los textos utilizados, son artículos que nos sirven para pensar,
pero que guardan poca posibilidad de repetir, sobre todo porque no son
textos pensados para este Seminario, ni tampoco reflejan exactamente lo
que nosotros vamos a trabajar en el contenido del programa. Este libro,
en cambio, busca aportar herramientas para pensar determinados temas,
en la medida que toman y retoman preguntas y cuestionamientos surgidos
de su propio ámbito.
Seguramente tiene que ver con ello el hecho de que esos interro-
gantes aparecieron del contacto de los grupos con la realidad social, des-
de la necesaria apertura que generan los trabajos en terreno que realizan
durante su cursada del seminario electivo.
En efecto, la forma de evaluación consiste en transformarse en in-
vestigadores. Los estudiantes realizan un trabajo de investigación sobre
un tema de su propia elección dentro del campo de la disciplina, el cual
tiene dos momentos: 1) La formulación de un problema psicopolítico, su
estudio bibliográfico y el diseño de una planificación para su abordaje;
2) Una indagación en terreno sobre la dimensión social y concreta de la
problemática elegida en el primer paso. Ambas se realizan bajo el segui-
miento de la Cátedra.
Esta modalidad es para nosotros importante, pues no deja en pasi-
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vidad al cursante, sino que lo posiciona como co-productor del campo de
conocimientos de la disciplina.
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misma. Si se hace de esto una lectura, ya más política e ideológica, es
necesario empezar a plantearse por qué ocurre esto.
Siempre les hago otra pregunta a nuestros estudiantes: De las ma-
terias que han visto en la carrera, ¿cuántas se dedican a la enfermedad y
cuántas a la salud? ¿Qué relación habría? La tendencia a la enfermedad es
del 90%. Hay un punto acá que es fino, pues una cosa es hablar de lo Nor-
mal, y otra es cómo generar salud. Es decir, las materias o asignaturas que
se dedican a la enfermedad lo que plantean es cómo tratar la enfermedad,
cómo producir rehabilitación o cómo evitarla, a lo sumo. Ahora, aquellas
que hablan de lo normal no necesariamente hablan de cómo producir
salud. Es decir, por ahí tienen la perspectiva de no restringirse al sujeto
enfermo, pero quizás no tienen la posibilidad de intervenir para potenciar
lo saludable de un grupo humano cualquiera.
Hace unos años el entonces Ministro de Salud de nuestro país
-Ginés González García- dijo que sobraban psicólogos en nuestro país. El
planteo del Ministro hacía alusión a que estaba repleto de psicólogos tra-
bajando en Hospitales y Salas. En realidad, eso era así sólo en las grandes
ciudades. En Capital Federal hay más de 2500 psicólogos trabajando; el
problema es qué hacen esos psicólogos. Pero más allá de eso digo, to-
mando en cuenta que hablaba de una realidad local, la de la Capital del
país, y en segundo lugar tomando en cuenta que se refería a un modelo
de praxis, en un lugar especifico, tomando en cuenta esto, nos debe lla-
mar a la reflexión pensar qué quiere decir un Ministro de Salud Nacional
cuando dice que sobran psicólogos. Esa pregunta es política. Porque no
se está refiriendo a lo técnico, ni a lo epidemiológico. Se refiere al plano
ideológico. Si voy a tener 2500 profesionales esperando que la gente se
enferme, para que luego demande sus intervenciones, pero además enton-
ces a eso le agrego que deben acudir con demanda y bajo su propia moti-
vación personal de necesidad de atención, y entonces se las recibe en los
centros de salud y se las incorpora a los dispositivos (si sabe demandar
como el dispositivo lo requiere), entonces, se ha dado un marco político
donde la accesibilidad ha sido extralimitada y la posibilidad de promover
comportamientos saludables, eliminada del campo de prácticas posibles.
Entonces, puede que sobraran psicólogos en Capital Federal para atender
los llamados enfermos mentales, pero son más que insuficientes los que
se dedican a la promoción de la salud colectiva.
La perspectiva de Derechos Humanos intenta incluir una cuestión
para nosotros básica en este punto. Esto implica aprovechar cierta ventaja
relativa. Es el enfoque ideológico en el cual posicionamos todo el tema-
rio de la psicología política. El paradigma de los Derechos Humanos en
nuestro país tiene carácter constitucional, es decir, que cuando hablamos
de la perspectiva de los DDHH, no hacemos más que apoyarnos en la
Constitución Nacional. Pero eso tiene un segundo sentido, y es que de-
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trás de los instrumentos internacionales de Derechos Humanos incluidos
en la Constitución Nacional, hay definiciones de Sujeto, de Salud, del rol
profesional; establece también categorías de niñez, sobre la mujer, instala
la cuestión de la equidad, introduce el concepto de Dignidad Humana,
etc. Es decir, hay todo un bagaje conceptual incluido ahí y que tiene una
directa incidencia en el ejercicio de las profesiones, independientemente
de la carga ideológica que tiene y del grado de incorporación de los profe-
sionales respecto a esto. En este sentido, si 2500 psicólogos se esconden
detrás de las instituciones a las que pertenecen, probablemente ganen
legitimidad en el terreno de las prácticas cotidianas comunitarias otras
disciplinas, con técnicos dispuestos a atender esas necesidades vueltas
derechos. Probablemente también surja gente que se pregunte para qué
estamos los psicólogos en un país que procure dar cumplimiento a sus
mandatos constitucionales.
Suelo contar a los estudiantes un ejemplo de una psicóloga, que
trabajaba en una unidad sanitaria de los Hornos, en el Partido de La Plata,
hace muchos años. Esta psicóloga trabajaba en esta unidad sanitaria, era
la psicóloga del barrio. En un momento llega una madre, con un niño deri-
vado de una Escuela, porque tenía -al parecer- “problemas de conducta”.
La madre lo lleva, la psicóloga atiende a la madre -sola- y le explica que
ella no trabaja con niños, que ella es psicoanalista de adultos. Un niño
de 8 años estaba fuera de su capacitación, ya que se dedicaba a atender
adultos... La habilitación de su título la tenía como psicóloga. Pero ella
se sincera y dice: me siento solamente capacitada para atender adultos.
El tema, problemático y a la vez interesante, es que lo dice en un centro
de atención primaria. El Municipio espera que haga justamente atención
primaria en la zona de influencia del centro y le paga un sueldo por esa
tarea. La psicóloga le dice esto a la madre entonces y ni siquiera hace una
admisión del niño. Ni lo ingresa al servicio. Le recomienda a la madre diri-
girse al hospital más cercano y le llama a eso derivación. Esto nos lleva a
la reflexión de varias cuestiones: cuando uno acepta un trabajo como éste,
en una unidad sanitaria barrial, tiene que estar dispuesto a recibir lo que
llegue; hacer admisiones y derivar los casos que impliquen una atención
de otro tipo. Cualquier tipo de demanda debería poder ser contenida pri-
meramente en este dispositivo, y después sí ver qué puede atender y qué
no de acuerdo a las características y formas de intervención propias de un
Centro de Salud desde el cual se presta servicio (en este caso en APS).
Podría haber hecho una admisión y poder instrumentar una derivación, si
correspondiera. Pero no se dio esa oportunidad. Lo que sucedió es que la
psicóloga dijo que no lo podía atender y deriva a la madre al hospital más
cercano. La historia sigue. La madre le dice que no tiene plata para llegar
hasta allí, que además no entiende por qué no le puede atender el niño si
es una psicóloga recibida (lo dice con la tranquilidad y claridad y un sen-
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tido común que hubiera sido esperable en la profesional). Y que no tenia
posibilidad de dejar la casa tanto tiempo, teniendo otros hijos que cuidar.
De todos modos, el chico quedó sin atención alguna. La señora se fue, se
asesoró y el caso terminó con una denuncia por Abandono de Persona.
Este hecho nos lleva a pensar en la formación de los profesionales.
Implica además pensar psicopolíticamente en nuestra posición como téc-
nicos. En algún punto la psicóloga creía que podía manejarse en ese sitio
bajo la relación libre entre demanda y oferta. El derecho a la asistencia
no estaba engranado en su modelo de intervención. Si alguien le hubiera
preguntado, seguramente hubiera dicho que conocía la Constitución Na-
cional. Pero no habría visto la conexión entre su accionar profesional y la
misma.
Ese chico no tuvo atención porque la psicóloga no se sentía capaz
de atender un niño (nos referimos con eso a una admisión y diagnosis
preliminar, no a una psicoterapia). No sólo dice que no puede realizar la
atención del niño y se niega a verlo, sino que no se percata de que es la
única en ese lugar, y que finalmente no habrá acceso a la atención. No
parece ver en eso una responsabilidad.
En Salud Mental el problema de la atención psicológica en la aten-
ción primaria, como vemos, es un tema clave al cual nos dedicamos más
a fondo, desde el punto de vista de nuestra propia identidad profesional,
hacia el final del libro.
IDENTIDAD PROFESIONAL:
LA DESMEMORIA Y SUS SÍNTOMAS
El concepto de Identidad Profesional es uno de los ejes del presente
libro. En este texto tiene dos componentes muy importantes:
a) el de la Memoria (de la profesión) y
b) el de la pertenencia.
En la historia local de la Salud Mental, hubo momentos donde la
identidad profesional del psicólogo se jugaba fundamentalmente en el mar-
co social de la Atención Primaria de la Salud. Los primeros psicólogos reci-
bidos en los años ´60, ´61 y ´62, encontraron lugar en los espacios dejados
por los médicos: las instituciones cerradas o totales y las zonas barriales
o carenciadas. Estos fueron los dos espacios donde los psicólogos rápi-
damente se insertaron. El ejercicio profesional aún no tenia Ley, o sea, se
trabajaba de hecho. Fueron los momentos de construcción de la legitimidad
profesional. En esos momentos fue la praxis la que forjó una primera forma
identitaria, tan marginal como lo eran sus sujetos de intervención.
La Pertenencia es la misma posibilidad de acentuar que en esa
memoria profesional existen elementos, rasgos, efectos de sentido, que
permiten a uno ligarse afectiva, emocional e intelectivamente con la profe-
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sión. Lo que hace que el psi se vincule con la profesión y se ubique desde
ahí en el quehacer laboral tiene que ver con la posibilidad de apropiarse
de la historia de esa profesión, y sentirse perteneciente, sentirse un motor
de ella. Cuando el profesional observa y vivencia que puede modificar la
historia de la profesión, se puede posicionar como un eslabón más en el
decurso y modificar las lecturas del pasado, para replantearse un objetivo
colectivo futuro. Para que sea esto posible, conocer esa historia es inelu-
dible. Por eso el factor memoria es tan importante.
Voy nuevamente a un ejemplo: cuando les pregunto a nuestros
estudiantes cuáles son los primeros autores, en nuestro medio, que re-
ferencian a la psicología en la práctica comunitaria (como debería haber
conocido esta psicóloga para saber si querría trabajar allí o no) surgen
usualmente los nombres de Pichón Riviere y José Bleger. Son apoyaturas,
claro, pero encierran un problema: no son Psicólogos. He aquí un pro-
blema insondable. Es imposible transmitir la identidad profesional desde
alguien que no pertenece a aquello que quiere transmitir. Esto lo decía
el mismo Bleger a sus estudiantes de psicología en la UBA. Entonces,
estos autores-psiquiatras son efectivamente apoyaturas teóricas, pero no
podrían transmitir algo a lo que no se pertenece. Es diverso el modo de
trabajo docente de un/a colega psicólogo/a, porque se transmiten herra-
mientas que nos permiten ubicarnos ahí como pertenecientes a un grupo.
A esto nos referimos con pertenencia.
La memoria tiene este factor de historización, que es el que per-
mite indefectiblemente poder pensar un sujeto. Voy a otro asunto que
facilita poder pensar la historia reciente de nuestra profesión, mediante
un conocido ejemplo. En todo proceso de Salud Mental hay un encuentro
entre varios sujetos. Desde la implantación del neoliberalismo, dictadura
mediante, nosotros tendemos a pensar, por un vicio de formación, que
son dos: el terapeuta y el paciente; sin embargo no es siempre así. Más
vale lo contrario, suele ser lo menos frecuente. Hay incontables procesos
de Salud Mental en los cuales el demandante no es un paciente…, no tie-
ne esa categoría. Los profesionales se multiplican, no hay un profesional
y este no siempre adopta el rol definido de terapeuta. Además aparecen
terceros: los grupos de pertenencia, los grupos de crianza, los grupos
vinculados a los espectros de lo laboral, de lo recreacional, de lo depor-
tivo. Estos grupos, estos terceros deberían incluirse en todo dispositivo
de intervención, toda vez que pretendamos operar desde una concepción
integral del sujeto. Pero hay más. El Estado también interviene ahí, como
otro elemento que juega en ese circuito. En todo proceso de Salud Mental
debemos empezar a pensar, a correr sobre la idea que es un encuentro de
muchos sujetos. Que incluso cuando hay dos sujetos ahí, hay muchos más
que dos. Por lo tanto, el par exclusivo terapeuta-paciente es un reduccio-
nismo de muy precaria realidad ontológica, por no decir ninguna. Es muy
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difícil imaginar siquiera una situación donde el circuito de trabajo se cierre
exclusivamente en ese par, sin que surgiera otra dimensión participante.
Es que el concepto de Sujeto, es un concepto que requiere un
proceso de revisión. Se necesita un proceso de memoria sobre el mismo,
dada su historicidad básica. Pensamos, además, al sujeto de intervención
no separado de la construcción de subjetividad del profesional psicólogo.
Asimismo, ese sujeto-psicólogo no puede constituirse con una mínima
integración, sino desde un reconocimiento de su historia y pre-historia. Si
aquella psicóloga de Los Hornos hubiera conocido la historia de la psico-
logía en nuestro país, hubiera encontrado diversas herramientas posibles,
más eficaces y menos vulnerabilizantes, para ella y para el chico, a fin de
responder al problema con el que se enfrentaba. Pero desconocía absolu-
tamente lo que habrían hecho los psicólogos de los años ´60, ´70, ´80; ca-
recía de esas herramientas y no podía posicionarse frente a los problemas
que le estaban trayendo desde la comunidad. La tendencia conductual
aprehendida era correrse del problema. Digamos además de paso que es
una tendencia muy típica de los psicólogos: “yo no estoy en el problema,
Ud. trae su problema pero yo no estoy ahí; yo lo escucho y le devuelvo algo
sobre lo que escucho”. En Salud Mental Pública esta posición entra en
contradicción rápidamente, digámoslo así, entre los 10 y 15 minutos de la
primera consulta. Será la carencia económica, la desocupación, la violencia
conyugal, la falta de atención estatal, el abandono de otro profesional o la
ausencia de servicios de prestación para necesidades básicas. El caso es
que lo social se mete casi de inmediato en el encuentro, al mismo tiempo
que ingresa el sujeto de intervención al mismo.
Debe entenderse entonces en proceso todo el asunto. Los psicólo-
gos que padecen de desmemoria profesional, no pueden ser culpabiliza-
dos por una formación de grado que les enseñó a olvidar sus preguntas
vocacionales, a reprimirlas, y que les obligó a repetir fórmulas y palabras,
para poder hacer progresos y avanzar en la carrera. Sí es cierto que ello
no impide contemplar responsabilidades. Su propia forma de concebir su
propia vida y la de los otros, es absolutamente singular. Ahora bien, eso
tiene un límite. Esto es lo que no entendió la psicóloga de Los Hornos.
La Salud es un bien público a ser garantizado por el Estado y es,
como tal, indelegable en tanto problema colectivo, y en tanto profesiona-
les de la psicología. Podremos debatir y polemizar sobre el modo en que
sea mejor y más eficientemente atendido, pero no será opción (ni legal,
ni moral, ni ética), su simple rechazo. Esto excede el caso por caso, por
supuesto. Varios de nuestros hospitales públicos de nuestro país rotulan
las puertas de sus servicios -en este caso de Salud Mental- con carteles
que indican aquello que no atenderán: “no se atienden adicciones”; “no
se atienden psicóticos”; “no se atienden trastornos alimentarios”; en fin,
no se atiende aquello o lo otro. En todos esos carteles está implícita la
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idea de una cierta selectividad que se arroga el equipo. Es éste un síntoma
institucional y vincular, que nos habla de muchas cuestiones. Queremos
señalar una, para nosotros fundamental: su implicancia psicopolítica.
Esperamos que este libro, iniciático y probablemente errático, apor-
te sin embargo alguna luz sobre este tipo de asuntos, y nos permita en un
futuro lo más cercano posible cambiar la cartelería expulsiva -creada mu-
chas veces por nuestros mismos colegas-. Por otra parte, abogamos por
prácticas que sean más inclusivas y menos discriminatorias para con una
población que no debiera defenderse de nuestros actos de selectividad,
sino protegerse en nosotros y en todo caso apoyarse, para elaborar las
violentaciones que sufrieran en sus vidas.
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(A MODO DE INTROCUCIÓN)
Ignacio Martín-Baró
Departamento de Psicología
Universidad Centroamericana
“José Simeón Cañas” (UCA)
San Salvador, El Salvador
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pacto social puedan encontrarse allá donde la Psicología se ha dado de
la mano con otras áreas de las ciencias sociales. El caso más significativo
me parece constituirlo, sin duda alguna, el método de la alfabetización
concientizadora de Paulo Freire (1970, 1971), surgido de la fecundación
entre educación y psicología, filosofía y sociología. El concepto ya consa-
grado de concientización articula la dimensión psicológica de la concien-
cia personal con su dimensión social y política, y pone de manifiesto la
dialéctica histórica entre el saber y el hacer, el crecimiento individual y la
organización comunitaria, la liberación personal y la transformación social.
Pero, sobre todo, la concientización constituye una respuesta histórica a la
carencia de palabra personal y social, de los pueblos latinoamericanos, no
sólo imposibilitados para leer y escribir el alfabeto, sino sobre todo para
leerse a sí mismos y para escribir su propia historia. Lamentablemente
tan significativo como el aporte de Freire resulta la poca importancia que
se concede al estudio crítico de su obra, sobre todo si se compara con el
esfuerzo y tiempo dedicados en nuestros programas a aportes tan triviales
como algunas de las llamadas «teorías del aprendizaje» o a algunos mo-
delos cognoscitivos, hoy tan en boga.
La precariedad del aporte de la Psicología Latinoamericana se aprecia
mejor cuando se lo compara con el de otras ramas del quehacer intelectual.
Así, por ejemplo, la teoría de la dependencia ha sido un esfuerzo original
de la Sociología de Latinoamérica por dar razón de ser de la situación de
subdesarrollo de nuestros países sin recurrir a explicaciones derogatorias
de la cultura latinoamericana ligadas a la concepción de la «ética protes-
tante». Es bien conocido, también, el rico aporte de nuestra novelística;
para nuestro rubor, no resulta exagerado afirmar que se aprende bastante
más sobre la Psicología de nuestros pueblos leyendo una novela de García
Márquez o de Vargas Llosa que nuestros trabajos técnicos sobre el carácter
y la personalidad. Y ciertamente, la teología de la liberación ha sido capaz
de reflejar y estimular al mismo tiempo las recientes luchas históricas de
las masas marginales con mucha más fuerza que nuestros análisis y recetas
psicológicas sobre la modernización o el cambio social.
A diferencia de la cultura sajona, la cultura latina tiende a conceder
un importante papel a las características de las personas y a las relaciones
interpersonales. En un país como El Salvador, el presidente de la Repú-
blica se constituye en el referente inmediato de casi todos los problemas,
desde los más grandes hasta los más pequeños, y a él se le atribuye la
responsabilidad de resolución, lo que lleva a acudir al presidente lo mismo
para reclamarle sobre la guerra que sobre un pleito de vecinos, para esti-
mular la reactivación económica del país que para cancelar un indiscreto
prostíbulo situado junto a la escuela (Martín-Baró, 1973). En este contexto
cultural que tiende a personalizar y aun psicologizar todos los procesos,
la Psicología tiene un vasto campo de influjo. Y, sin embargo, en vez de
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contribuir a desmontar ese sentido común de nuestras culturas, que oculta
y justifica intereses dominantes transmutándolos en rasgos de carácter, la
Psicología ha abonado “por acción o por omisión” el psicologismo impe-
rante. Incluso en el caso de la alfabetización concientizadora de Freire se
ha llegado a recuperar para el sistema sus principales categorías despoján-
dolas de su esencial dimensión política y convirtiéndolas en categorías pu-
ramente psicológicas. Actualmente, con la creciente subjetivización de los
enfoques predominates, la Psicología sigue alimentando el psicologismo
cultural ofreciéndose como una verdadera «ideología de recambio» (De-
leule, 1972). En nuestro caso, el psicologismo ha servido para fortalecer,
directa o indirectamente, las estructuras opresivas al desviar la atención
de ellas hacia los factores individuales y subjetivos.
No se trata aquí de establecer un balance de la Psicología Latinoa-
mericana, entre otras cosas porque está todavía por hacer una historia que
trascienda la organización más o menos parcial de datos (ver, por ejemplo,
Ardila, 1982, 1986; Díaz-Guerrero, 1984; Whitford, 1985). De lo que se trata es
de preguntarnos si con el bagaje psicológico que disponemos podemos decir
y, sobre todo, hacer algo que contribuya significativa a dar respuesta a los
problemas cruciales de nuestros pueblos. Porque en nuestro caso más que
en ningún otro tiene validez aquello de que la preocupación del científico
social no debe cifrarse tanto en explicar el mundo cuanto en transformarlo.
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El positivismo, como lo indica su nombre, es aquella concepción
de la ciencia que considera que el conocimiento debe limitarse a los da-
tos positivos, a los hechos y a sus relaciones empíricamente verificables,
descartando todo lo que pueda ser caracterizado como metafísico. De ahí
que el positivismo subraye el cómo de los fenómenos, pero tienda a dejar
de lado el qué, el por qué y el para qué. Esto, obviamente, supone una
parcialización de la existencia humana que le ciega sus significados más
importantes. Nada de extrañar, entonces, que el positivismo se sienta tan
a gusto en el laboratorio, donde puede «controlar» todas las variables, y
termine reduciéndose al examen de verdaderas trivialidades, que poco o
nada dicen de los problemas de cada día.
Con todo, el problema más grave del positivismo radica precisa-
mente en su esencia, es decir, en su ceguera de principio para la nega-
tividad. El no reconocer más que lo dado lleva a ignorar aquello que la
realidad existente niega, es decir, aquello que no existe pero que sería
históricamente posible, si se dieran otras condiciones. Sin duda, un análi-
sis positivista del campesino salvadoreño puede llevar a la conclusión de
que se trata de una persona machista y fatalista, de manera semejante
a como el estudio de la inteligencia del negro norteamericano lleva a la
conclusión de que su cociente intelectual se encuentra en promedio una
desviación típica por debajo del cociente intelectual del blanco. Considerar
que la realidad no es más que lo dado, que el campesino salvadoreño es
sin más fatalista o el negro menos inteligente, constituye una ideologiza-
ción de la realidad que termina consagrando como natural el orden exis-
tente. Obviamente, desde una perspectiva así, magro es el horizonte que
se nos dibuja a los latinoamericanos, y pobre el futuro que la Psicología
nos pueda ofrecer.
Resulta paradójico que este positivismo combine la investigación
psicológica con un idealismo metodológico. Pues idealista es el esquema
que antepone el marco teórico al análisis de la realidad, y que no da
más pasos que la exploración de los hechos que aquellos que le indican
la formulación de sus hipótesis. Siendo así que las teorías de las que se
suele arrancar han surgido frente a situaciones positivas muy distintas
a las nuestras, este idealismo puede terminar no sólo cegándonos a la
negatividad de nuestras condiciones humanas, sino incluso a su misma
positividad, es decir, a lo que de hecho son.
El segundo presupuesto de la Psicología dominante lo constituye el
individualismo, mediante el cual se asume que el sujeto último de la Psi-
cología es el individuo como entidad de sentido en sí misma. El problema
con el individualismo radica en su insistencia por ver en el individuo lo
que a menudo no se encuentra sino en la colectividad o, por remitir a la
individualidad, lo que sólo se produce en la dialéctica de las relaciones
interpersonales. De esta manera el individualismo termina reforzando las
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estructuras existentes al ignorar la realidad de las estructuras sociales y
reducir los problemas estructurales a problemas personales.
Del hedonismo imperante en Psicología se ha hablado bastante,
aunque quizá no se ha subrayado lo suficiente cuán incrustado está hasta
en los modelos más divergentes en su uso. Tan hedonista es el psicoa-
nálisis como el conductismo, la reflexología como la Gestalt. Ahora bien,
yo me pregunto si con el hedonismo se puede entender adecuadamente
el comportamiento solidario de un grupo de refugiados salvadoreños que,
nada más saber del reciente terremoto que devastó el centro de San
Salvador, echaron mano de toda su reserva de alimentos y las enviaron
a las víctimas de la zona más golpeada. El pretender que detrás de todo
comportamiento hay siempre y por principio una búsqueda de placer o
satisfacción, ¿no es cegarnos a una forma distinta del ser humano o, por
lo menos, a una faceta distinta del ser humano, pero tan real como la
otra? Integrar como presupuesto el hedonismo en nuestro marco teórico,
¿no es de hecho una concesión al principio de lucro fundante del sistema
capitalista y, por lo tanto, una transposición a la naturaleza del ser hu-
mano de lo que caracteriza al funcionamiento de un determinado sistema
socio-económico? (Martín-Baró, 1983a).
La visión homeostática nos lleva a recelar de todo lo que es cambio
y desequilibrio, a valorar como malo todo aquello que representa ruptura,
conflicto y crisis. Desde esta perspectiva, más o menos implícita, resulta
difícil que los desequilibrios inherentes a las luchas sociales no sean inter-
pretados como trastornos personales (¿no hablamos de personas desequi-
libradas?) y los conflictos generados por el rechazo al ordenamiento social
no sean considerados patológicos.
El último presupuesto que quiero mencionar de la Psicología domi-
nante es quizá el más grave: su a-historicismo. El cientismo dominante nos
lleva a considerar que la naturaleza humana es universal y, por lo tanto,
que no hay diferencias de fondo entre el estudiante del MIT y el campe-
sino nicaragüense, entre John Smith, de Peoria (Illinois, Estados Unidos),
y Leonor González, de Cuisnahuat (El Salvador). Así, aceptamos la escala
de necesidades de Maslow como una jerarquía universal o asumimos que
el Stanford-Binet apenas tiene que ser adaptado y tipificado para medir la
inteligencia de nuestras poblaciones. Sin embargo, una concepción del ser
humano que pone su universalidad en su historicidad, es decir en ser una
naturaleza histórica, acepta que tanto las necesidades como la inteligencia
son en buena medida una construcción social y, por lo tanto, que asumir
dichos modelos presuntamente transculturales y transhistóricos, elabora-
dos en circunstancias distintas a las nuestras, puede llevarnos a una grave
distorsión de lo que en realidad son nuestros pueblos.
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Falsos dilemas
La dependencia de la Psicología Latinoamericana le ha llevado a de-
batirse en falsos dilemas. Falsos no tanto porque no representen dilemas
teóricos sobre el papel, cuanto porque no responden a los interrogantes
de nuestra realidad. Tres dilemas característicos, que todavía en algunas
partes levantan ampollas, son: Psicología científica frente a Psicología
«con alma»; Psicología humanista frente a Psicología materialista, y Psico-
logía reaccionaria frente a Psicología progresista.
El primer dilema, quizá ya el más superado en los centros académi-
cos, llevaba a ver una oposición entre los planteamientos de la Psicología
y una Antropología cristiana. La «Psicología de las ratas» era contrapuesta
a una «Psicología con alma», mientras psicólogos y sacerdotes peleaban
por un mismo rol frente a los sectores medios o burgueses de la sociedad.
Ciertamente, el dogmatismo de muchos clérigos les llevaba a recelar un
peligro contra la fe religiosa en las teorías psicológicas y a ver sus expli-
caciones como una negación de lo trascendente del ser humano. Pero
tampoco los psicólogos latinoamericanos, con sus esquemas Made in USA,
supieron eludir el dilema, quizá porque les faltaba una adecuada compren-
sión tanto de sus propios esquemas como sobre todo de lo que suponían
los planteamientos religiosos.
Un segundo dilema, más vigente que el anterior, es el que opone
una Psicología humanista a una Psicología materialista o deshumanizada.
En lo personal, este dilema me desconcierta, porque creo que una teoría
o un modelo psicológico serán valiosos o no, tendrán o no utilidad para
el trabajo práctico y, en todo caso, acertarán más o menos, mejor o peor,
como teoría o modelos psicológicos. Pero no logro ver en qué respecto
Carl R. Rogers sea más humanista que Sigmund Freud o Abraham Maslow
más que Henri Wallon. Más bien creo que si Freud logra una mejor com-
presión del ser humano que Rogers, o Wallon o que Maslow, sus teorías
propiciarán un quehacer psicológico más adecuado y, en consecuencia,
harán un mejor aporte para la humanización de las personas.
El tercer dilema es el de una Psicología reaccionaria frente a una
Psicología progresista. El dilema, una vez más, es válido, aunque se suele
plantear inadecuadamente. Una Psicología reaccionaria es aquella cuya
aplicación lleva al afianzamiento de un orden social injusto; una Psicología
progresista es aquella que ayuda a los pueblos a progresar, a encontrar el
camino de su realización histórica, personal y colectiva. Ahora bien, una
teoría psicológica no es reaccionaria sin más por el hecho de venir de los
Estados Unidos, como el que tenga su origen en la Unión Soviética no le
convierte automáticamente en progresista o revolucionaria. Lo que hace
reaccionaria o progresista a una teoría no es tanto su lugar de origen
cuanto su capacidad para explicar u ocultar la realidad y, sobre todo, para
reforzar y transformar el orden social. Lamentablemente existe bastante
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confusión al respecto, y conozco centros de estudios o profesores que
aceptan la reflexología debido a la nacionalidad de Pavlov o a que están
más atentos a la ortodoxia política que a la verificación histórica de sus
planteamientos.
Estos tres dilemas denotan una falta de independencia para plan-
tear los problemas más acuciantes de los pueblos latinoamericanos, para
utilizar con total libertad aquellas teorías o modelos que la praxis muestre
ser más válidos y útiles, o para elaborar nuevos. Tras los dilemas se es-
conden posturas dogmáticas, más propias de un espíritu de dependencia
provinciana que de un compromiso científico por encontrar y sobre todo
de hacer la verdad de nuestros pueblos latinoamericanos.
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»»La verdad práctica tiene primacía sobre la verdad teorética, la
ortopraxis sobre la ortodoxia. Para la teología de la liberación, más
que importante que las afirmaciones son las acciones, y más expre-
sivo de la fe es el hacer que el decir. Por lo tanto, la verdad de la fe
debe mostrarse en realizaciones históricas que evidencien y hagan
creíble la existencia de un Dios de vida. En este contexto adquieren
toda su significación las necesarias mediaciones que hacen posible
la liberación histórica de los pueblos de las estructuras que los
oprimen e impiden su vida y su desarrollo humano.
»»La fe cristiana llama a realizar una opción preferencial por los
pobres. La teología de la liberación afirma que a Dios hay que bus-
carlo entre los pobres y marginados, y con ellos y desde ellos vivir
la vida de fe. La razón para esta opción es múltiple. En primer lugar,
porque ésa fue, en concreto, la opción de Jesús. En segundo lugar,
porque los pobres constituyen la mayoría de nuestros pueblos. Pero
en tercer lugar porque los pobres ofrecen condiciones objetivas y
subjetivas de apertura al otro y, sobre todo, al radicalmente otro. La
opción por los pobres no se opone al universalismo salvífico, pero
reconoce que la comunidad de los pobres es el lugar teológico por
excelencia desde el cual realizar la tarea salvadora, la construcción
del reino de Dios.
Desde la inspiración de la teología de la liberación podemos pro-
poner tres elementos esenciales para la construcción de una Psicología de
la Liberación de los pueblos latinoamericanos: un nuevo horizonte, una
nueva epistemología y una nueva praxis.
Un nuevo horizonte
La Psicología Latinoamericana debe descentrar su atención de sí
misma, despreocuparse de su status científico y social y proponerse un
servicio eficaz a las necesidades de las mayorías populares. Son los proble-
mas reales de los propios pueblos, no los problemas que preocupan otras
latitudes, los que deben constituir el objeto primordial de su trabajo. Y, hoy
por hoy, el problema más importante que confrontan las grandes mayorías
latinoamericanas es su situación de miseria opresiva, su condición de de-
pendencia marginante que les impone una existencia inhumana y les arre-
bata la capacidad para definir su vida. Por tanto, si la necesidad objetiva
más perentoria de las mayorías latinoamericanas la constituye su liberación
histórica de unas estructuras sociales que les mantienen oprimidas, hacia
ese área debe enfocar su preocupación y su esfuerzo la Psicología.
La psicología ha estado siempre clara sobre la necesidad de li-
beración personal, es decir, la exigencia de que las personas adquieran
control sobre su propia existencia y sean capaces de orientar su vida hacia
aquellos objetivos que se propongan como valiosos, sin que mecanismos
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inconscientes o experiencias conscientes les impidan el logro de sus me-
tas existenciales y de su felicidad personal. Sin embargo, la Psicología ha
estado por lo general muy poco clara de la íntima relación entre desalie-
nación personal y desalienación social, entre control individual y poder
colectivo, entre liberación de cada persona y la liberación de todo un
pueblo. Más aún, con frecuencia la Psicología ha contribuido a obscurecer
la relación entre enajenación personal y opresión social, como si la pato-
logía de las personas fuera algo ajeno a la historia y a la sociedad o como
si el sentido de los trastornos comportamentales se agotara en el plano
individual (Martín-Baró, 1984).
La Psicología debe trabajar por la liberación de los pueblos latinoa-
mericanos, un proceso que, como mostró la alfabetización concientizado-
ra de Paulo Freire, entraña una ruptura con las cadenas de la opresión
personal como de las cadenas de la opresión social. La reciente historia
del pueblo salvadoreño prueba que la superación de su fatalismo existen-
cial, eso que púdica o ideológicamente algunos psicólogos deciden llamar
«control externo» o «desesperanza aprendida», como si fuera un problema
de orden puramente intraindividual, involucra una confrontación directa
con las fuerzas estructurales que les mantienen oprimidos, privados de
control sobre su existencia y forzados a prender la sumisión y a no esperar
nada de la vida.
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«para» el oprimido; era la misma persona, la misma comunidad la que
debía constituirse en sujeto de su propia alfabetización concientizadora,
la que debía aprender en diálogo comunitario con el educador a leer su
realidad y a escribir su palabra histórica. Y así como la teología de la libe-
ración ha subrayado que sólo desde el pobre es posible encontrar al Dios
de la vida anunciado por Jesús, una Psicología de la Liberación tiene que
aprender que sólo desde el mismo pueblo oprimido será posible descubrir
y construir la verdad existencial de los pueblos latinoamericanos.
Asumir una nueva perspectiva no supone, obviamente, echar por la
borda todos nuestros conocimientos; lo que supone es su relativización
y revisión crítica desde la perspectiva de las mayorías populares. Sólo
desde ahí las teorías y modelos mostrarán su validez o su deficiencia, su
utilidad o su inutilidad, su universalidad o su provincialismo; sólo desde
ahí las técnicas aprendidas mostrarán sus potencialidades liberadoras o
sus semillas de sometimiento.
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de el dominador. No es fácil incluso dejar nuestro papel de superioridad
profesional o tecnócrata y trabajar mano a mano con los grupos popula-
res. Pero si no nos embarcamos en ese nuevo tipo de praxis, que además
de transformar la realidad nos transforme a nosotros mismos, difícilmente
lograremos desarrollar una Psicología Latinoamericana que contribuya a la
liberación de nuestros pueblos.
El problema de una nueva praxis plantea el problema del poder y,
por lo tanto, el problema de la politización de la Psicología. Este es un
tema para muchos escabroso, pero no por ello menos importante. Cier-
tamente, asumir una perspectiva, involucrarse en una praxis popular, es
tomar partido. Se presupone que al tomar partido se abdica de la objeti-
vidad científica, confundiendo de este modo la parcialidad con la objetivi-
dad. El que un conocimiento sea parcial no quiere decir que sea subjetivo;
la parcialidad puede ser consecuencia de unos intereses, más o menos
conscientes, pero puede ser también de una opción ética. Y mientras
todos estemos condicionados por nuestros intereses de clase que parcia-
lizan nuestro conocimiento, no todos realizan una opción ética consciente
que asuma una parcialización coherente con los propios valores. Frente a
la tortura o el asesinato, por ejemplo, hay que tomar partido, lo cual no
quiere decir que no se pueda lograr la objetividad en la comprensión del
acto criminal y de su autor, torturador o asesino. De no ser así, fácilmente
condenaremos como asesinato la muerte causada por el guerrillero, pero
condonaremos y aun exaltaremos como acto de heroísmo la muerte produ-
cida por el soldado o el policía. Por ello, coincido con Fals Borda (1985),
quien mantiene que el conocimiento práxico que se adquiere mediante la
investigación participativa debe encaminarse hacia el logro de un poder
popular, un poder que permita a los pueblos volverse protagonistas de
su propia historia y realizar aquellos cambios que hagan a las sociedades
latinoamericanas más justas y humanas.
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identidad, tanto para interpretar el sentido de lo que actualmente se es
como para vislumbrar posibilidades alternativas sobre lo que se puede
ser. La imagen predominante negativa que el latinoamericano medio tiene
de sí mismo respecto a otros pueblos (Montero, 1984) denota la interiori-
zación de la opresión en el propio espíritu, semillero propicio al fatalismo
conformista, tan conveniente para el orden establecido.
Recuperar la memoria histórica significará «descubrir selectivamen-
te, mediante la memoria colectiva, elementos del pasado que fueron efi-
caces para defender los intereses de las clases explotadas y que vuelven
otra vez a ser útiles para los objetivos de lucha y concientización» (Fals
Borda, 1985, p. 139). Se trata de recuperar no sólo el sentido de la propia
identidad, no sólo el orgullo de pertenecer a un pueblo así como de con-
tar con una tradición y una cultura, sino, sobre todo, de rescatar aquellos
aspectos que sirvieron ayer y que servirán hoy para la liberación. Por eso,
la recuperación de una memoria histórica va a suponer la reconstrucción
de unos modelos de identificación que, en lugar de encadenar y enajenar
a los pueblos, les abra el horizonte hacia su liberación y realización.
Es preciso, en segundo lugar, contribuir a desideologizar la expe-
riencia cotidiana. Sabemos que el conocimiento es una construcción so-
cial. Nuestros países viven sometidos a la mentira de un discurso domi-
nante que niega, ignora o disfraza aspectos esenciales de la realidad. El
mismo «garrotazo cultural» que día tras día se propina a nuestros pueblos
a través de los medios de comunicación masiva, constituye un marco de
referencia en el que difícilmente pueda encontrar adecuada formalización
la experiencia cotidiana de la mayoría de las personas, sobre todo, de
los sectores populares. Se va conformando así un ficticio sentido común,
engañoso y alienador, pábulo para el mantenimiento de las estructuras
de explotación y las actitudes de conformismo. Desideologizar significa
rescatar la experiencia original de los grupos y personas y devolvérsela
como dato objetivo, lo que permitirá formalizar la conciencia de su propia
realidad verificando la validez del conocimiento adquirido (Martín-Baró,
1985a, 1985b). Esta desideologización debe realizarse, en lo posible, en
un proceso de participación crítica en la vida de los sectores populares,
lo que representa una cierta ruptura con las formas predominantes de
investigación y análisis.
Finalmente, debemos trabajar por potenciar las virtudes de nuestros
pueblos. Por no referirme más que a mi propio pueblo, el pueblo de El
Salvador, la historia contemporánea ratifica día tras día su insobornable
solidaridad en el sufrimiento, su capacidad de entrega y de sacrificio por
el bien colectivo, su tremenda fe en la capacidad humana de transformar
el mundo, su esperanza en un mañana que violentamente se les sigue
negando. Estas virtudes están vivas en las tradiciones populares, en la
religiosidad popular, en aquellas estructuras sociales que han permitido al
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pueblo salvadoreño sobrevivir históricamente en condiciones de inhuma
opresión y represión, y que le permiten hoy en día mantener viva la fe en
su destino y la esperanza en su futuro a pesar de la pavorosa guerra civil
que ya se prolonga por más de seis años.
Monseñor Romero, el asesinado arzobispo de San Salvador, dijo en
una oportunidad refiriéndose a las virtudes del pueblo salvadoreño: «Con
este pueblo, no es difícil ser buen pastor». ¿Cómo es posible que nosotros,
psicólogos latinoamericanos, no hayamos sido capaces de descubrir todo
ese rico potencial de virtudes de nuestros pueblos y que, consciente o in-
conscientemente, volvamos nuestros ojos a otros países y a otras culturas
a la hora de definir objetivos e ideales?
Hay una gran tarea por delante si pretendemos que la Psicología
Latinoamericana realice un aporte significativo a la Psicología universal
y, sobre todo, a la historia de nuestros pueblos. A la luz de la situación
actual de opresión y fe, de represión y solidaridad, de fatalismo y de lu-
chas que caracterizan a nuestros pueblos, esa tarea debe ser la de una
Psicología de la Liberación. Pero una Psicología de la Liberación requiere
una liberación previa de la Psicología, y esa liberación sólo llega de la
mano con una praxis comprometida con los sufrimientos y esperanzas de
los pueblos latinoamericanos.
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CAPÍTULO 1
2 Originalmente este texto fue escrito a pedido del Comité Editorial de la Revista PSICOLOGIA SIN FRON-
TERAS. Fue publicado en la Revista Electrónica de Psicología Política y Comunitaria, en el N° 1 y 2 del Vo-
lumen N° 2. 2007. Revista Electrónica de Psicología Política y Comunitaria. Facultad de Ciencias Humanas.
Universidad Nacional de San Luis - San Luis – Argentina. ISSN: 1851 – 3441.
3 Departamento de Psicología, Universidad Centroamericana, “José Simeón Cañas” (UCA). San Salvador,
El Salvador.
4 Domínguez Lostaló, Juan Carlos. Profesor Titular Ordinario de Psicología Forense y del Seminario de
Teoría Crítica del Control Social, Fac. de Psicología, UNLP.
5 Ulloa, Fernando O.: (1995) “Novela clínica psicoanalítica”. Paidós.. Página 258.
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1- LA (DES)MEMORIA DE LA PSICOLOGÍA: UN PROBLEMA
Hay una gran tarea por delante si pretendemos que la Psicología La-
tinoamericana realice un aporte significativo a la Psicología universal
y, sobre todo, a la historia de nuestros pueblos. A la luz de la situación
actual de opresión y fe, de represión y solidaridad, de fatalismo y de
luchas que caracterizan a nuestros pueblos, esa tarea debe ser la de
una Psicología de la Liberación. Pero una Psicología de la Liberación
requiere una liberación previa de la Psicología, y esa liberación sólo
llega de la mano con una praxis comprometida con los sufrimientos y
esperanzas de los pueblos latinoamericanos.6
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de psicólogos, por supuesto. Sin embargo, y esto es asimismo planteado
por el texto motivo de las presentes líneas, en nuestra profesión toma tal
dimensión que permite pensar el fenómeno de un modo extremo.
La desmemoria no sólo puede referenciarse en términos de lo que a
un sujeto le ocurre. En nuestra práctica docente en las carreras de psicolo-
gía, todo el tiempo vemos situaciones en las que dicha desmemoria termi-
na haciéndose presente en toda una colectividad. Es así que por ejemplo
terminamos discutiendo y debatiendo sobre problemas abordados dece-
nios antes por pro-hombres de la psicología de nuestro país, de los que
nada sabemos, pues nos dedicamos estudiar a otros de otros sitios. Y un
último elemento que fundamentaremos párrafos abajo: los estudios de la
psicología y el psicoanálisis de nuestro país de la década del sesenta y el
setenta no han sido superados, sino simplemente borrados del mapa de
la formación. No he visto desarrollos teóricos que refutaran, superaran y
o establecieran un salto cualitativo respecto de los desarrollos que hoy se
enseñan en buena parte de las materias de grado. Más bien, justamente,
es esta la discusión que se evita.
Por lo tanto, si no ha habido refutación, ni superación, ni salto
cualitativo, entonces simplemente se trata de una desaparición forzosa. Es
que no solamente hemos perdido seres queridos, militantes por la vida,
dirigentes, docentes, estudiantes, obreros. También debemos hacer una
evaluación minuciosa de las desapariciones dadas en el campo intelectual
y las representaciones sociales. De ahí que una psicología política en
nuestro país no puede sino comenzar, a mi criterio, por la problemática
instaurada por el vaciamiento histórico dado por la última dictadura mili-
tar, en primer término, y por la nefasta década neoliberal de los ‘90 y su
vaciamiento de sentido y compromiso de las praxis sociales solidarias, en
segundo lugar, sin lo cual se vuelve incomprensible todo quehacer social,
psicosocial e incluso clínico.7
Martín-Baró nos trae aquí un ejemplo de otra posible perspectiva
para una psicología que se encauce en las raíces profundas del pueblo en
el que se practica y al que como toda praxis social se debe.
7 He dedicado buena parte del análisis de esta aseveración en el libro Psicología de la Dictadura: el expe-
rimento argentino psico-militar. (Di Nella, 2007).
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2- LA PSICOLOGÍA POLÍTICA DE MARTÍN-BARÓ APLICADA A LA
PSICOLOGÍA DE LA ARGENTINA DEL SIGLO XXI
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además está sujetado en torno a aquello que lo sobredetermina. Y en la
medida en que nos vamos concientizando de nuestras propias limitaciones
y ataduras (en los modos de pensar y actuar en este mundo, de las cargas
que los otros ponen sobre nosotros, así como todo lo referido a las conse-
cuencias del proceso de socialización del que cada uno de nosotros somos
parte y víctimas insoslayables, etc.) podemos ir de-sujetándonos. En efec-
to, un servicio a favor de las libertades fundamentales de cada persona es
el que puede brindar la psicología política en términos de concienciación
(Paulo Freire); pero la sobredeterminación no podemos evadirla.
Esa dependencia servil -de la que habla el autor objeto de nuestro
comentario- ha sido fruto sin duda de un nutriente básico: los procesos
autoritarios, las dictaduras de las que hemos sido víctimas. Pero además,
adquiere un valor especial en cuanto se considera la situación en que
dicha dependencia servil se dio y se da en momentos sociopolíticos demo-
cráticos. Justamente, una psicología enraizada en los problemas latinoa-
mericanos debiera replantearse y repensarse en términos de su grado de
adecuación a los problemas de su comunidad de pertenencia. Ello requeri-
ría, por supuesto, superar el actual borramiento de su historia disciplinaria
regional y, sobre todo, recuperar la memoria de la profesión como praxis
social y psicopolítica.
La desaparición del pensamiento de todo un grupo de intelectuales
y profesionales que maduraron una praxis en lo mental de la salud en es-
tos pagos (tema al que me he referido en el punto anterior) permite pensar
cómo una psicología con compromiso social fue posible y aún lo es, bajo
la única condición de la memoria. Pero además, una serie de desarrollos
actuales permiten vislumbrar un escenario posible para una psicología
en la cual los estudiantes y los graduados puedan preguntarse de dónde
vienen (como pertenecientes a una profesión) y puedan responderse hacia
dónde quieren ir (como actores sociales hijos de su sociedad, en atención
a los problemas que de ella surgen y a los que quisieran humanamente
dirigir su praxis).
Esa psicología basada en la dependencia a las teorías provenientes
del sistema dominante (importación intelectual europea, en nuestro caso)
fue justamente la que borró la multidimensionalidad de nuestro viejo con-
cepto de ser humano integral, para reducirlo falazmente -vía desaparición,
apropiación y reemplazo- a la idea de lo psíquico como intrapsíquico y
al sujeto como sujeto del inconsciente. Muy claro es Martín-Baró cuando
da cuenta de este reduccionismo. Esta operación, que es una operación
psicológica sobre la concepción de ser humano sobre el que se sosten-
drán todas las ciencias sociales y humanas, privará en particular a nuestra
disciplina de un concepto como el de concienciación, sin duda una noción
clave para pensar una psicología de la liberación.
Otro ejemplo: el borramiento de la psicología del vínculo en el cam-
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po de la formación (me refiero a la concepción pichoniana), mencionada
justamente por Martín-Baró, no es sino otro “caso” que denuncia el empo-
brecimiento incluso voluntario de todo un campo de conocimientos, que
permite pensar al sujeto en su entorno, su vida cotidiana, su vecindario…
En una palabra, en su situación vital. A cambio de esto, hemos tenido que
sufrir la transmisión de concepciones de ser humano, donde éste aparece
como un ser pensado en situaciones artificiales, o en total aislamiento,
bajo la aparente justificación de ser ése un modo de objetivarlo.
3- EL COLONIALISMO EN LA PSICOLOGÍA
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histórica de la Psicología latinoamericana, las tres relaciona-
das entre sí: sus mimetismos cientista, su carencia de una epis-
temología adecuada y su dogmatismo provinciano.
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mencionadas del sujeto en tanto ser histórico, social, político, de vínculo.
Esta múltiple negación no hace sino confirmar que se trata de la misma
operación, según la cual el/la psicólogo/a debe declararse neutral respecto
de lo que al otro le ocurre, pensando esa neutralidad no en términos de
abstinencia, sino de lo que Fernando Ulloa (1995) designa diferencialmen-
te como indolencia.
2) En segundo término, nuestro comentado maestro plantea el con-
cepto de individualismo, como si la psicología pudiera desembarazarse
del marco de producción de todo sujeto, para considerarlo en su íntima
individualidad. Claro está que esta operación es justamente la clave para
dejar fuera de consideración los procesos de desigualación social y sus
consecuencias gravosas para aquellos que están bajo el arbitrio de los
grupos dominantes. En efecto, mientras “vemos individuos” nos podemos
escabullir de los profundos procesos de control social y sus consecuencias
en la salud popular y, claro está, en la salud mental. Esto permite man-
tenerse alejado, supuestamente, de los resortes que mantienen tal cual
la situación, o sea que permiten el sostenimiento del orden en su forma
actual. Así, como dice el autor, se termina reduciendo todo tipo de pro-
blemáticas al orden de lo personal, y aún incluso puede uno entretenerse
en los aspectos metapsicológicos, haciendo como si el sujeto se agotara
en lo intraindividual.
Frente esta postura, que ha sido la dominante en la psicología de
los últimos decenios, no podemos más que contraponer una idea fuerza
que venimos aplicando (Di Nella, 2005b) en nuestra práctica de psicología
política y de psicología comunitaria: en la medida en que pensemos una
psicología coherente con nuestra Constitución Nacional y el paradigma de
Derechos Humanos en ella incluido, no podemos más que pensar que toda
psicología deberá volverse en algún momento una psicología comunitaria,
o de lo contrario no será más que una psicología propiciadora de un control
social alejado de ese marco constitucional.
3) En tercer lugar, Martín-Baró sitúa en el concepto de hedonismo
otro de los problemas con los que se enfrenta la psicología. Para él,
tanto el psicoanálisis como el conductismo, la reflexología y la gestalt,
tienen enormes dificultades para abordar y comprender el comportamien-
to solidario de los grupos humanos, sus permanentes prácticas de ayuda
mutua, compañerismo, afectación recíproca. Toda una serie de procesos
intersubjetivos escapan a la simple explicación de la búsqueda de placer y
satisfacción como fin último del sujeto. Cierto es, en cambio, que la psico-
logía surgida en el marco de la sociedad burguesa tiende a ser funcional
al Orden establecido, en términos de proporcionar una concepción de
sujeto sociocultural y políticamente afín a su funcionamiento, de modo tal
que el orden social ha creado o promovido concepciones de sujeto a su
semejanza, con las prácticas profesionales consecuentes, a ser aplicadas a
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ese sujeto supuesto, el hedonista.
En efecto, el actual sujeto de consumo, es observado, estudiado
y abordado por la psicología actual dominante en términos de paciente.
Entonces, el psi es un terapeuta (y solo eso) y el sujeto, es de entrada y
hasta el final del vínculo terapéutico (nunca otra opción) solamente eso.
Jamás otra función les será asignada a los dos componentes del víncu-
lo del mercado de la enfermedad. Que el psi atienda enfermos y que el
sujeto acuda para tratarse su enfermedad, y que nada más ocurra entre
estos. Su orientación se dirige -claro está- a esperar que enferme, para
luego ofertar el espacio de asistencia terapéutica. Mientras el sujeto está
sano, se espera de él que organice su vida en torno a la cobertura de sus
necesidades personales,y, toda experiencia que presente una contracara
de esta representación esperable corre riesgo de ser patologizada. Este
asunto, el que hace del/la psicólogo/a un artífice de la determinación de la
salud en la autosatisfacción, lo abordaremos nuevamente párrafos abajo.
Desde ese enfoque asistencialista, no hay sujeto -de intervención- sino en
la enfermedad y, si hay salud, no hay sujeto.
4) Otro de los desvíos señalados por Martín-Baró es el de la llamada
visión homeostástica, según la cual todo debiera tender al equilibrio. Más
allá de las implicancias que esto tiene en el marco de las predominantes
teorías estructuralistas, el autor señala con criterio la necesidad de pen-
sar al sujeto como un ser de conflictos, y mucho más aún a sus entornos
vitales. El conflicto sabemos que es justamente el motor dinamizador de
la vida en el orden del humano (al igual que en el reino animal). Pero con-
cebir que todo va a tender al reequilibramiento de las cargas y las posicio-
nes, no hace más que jugar el juego del orden social establecido. He aquí
una lectura psicopolítica de una teoría psicológica. El concepto de ruptura,
el de crisis -y el mismo concepto de conflicto- deberían ser tomados en el
marco de un desequilibrio básico, el de la desigualdad social.
Cuando se analiza cualquier aspecto de la vida humana y de nues-
tro ser humano integral -independientemente de estas condiciones en que
se desarrolla la vida cotidiana-, en esa omisión no hacemos sino estable-
cer una psicología de la resignación. Dicho de otro modo, la separación
dicotómica entre lo equilibrado como lo bueno y lo desequilibrado como
lo malo, puede llevar a la asignación estigmática de un phatos en todo
ser inconforme, y una expresión ideal pseudo-saludable en quien nada
pretende de su entorno, ni para su vida. Así, quien no se resigna al Orden
es acusado por su locura de no aceptar las cosas tal como son. Asimismo,
quien no tolera lo dado, quien pretende transformar el entorno para una
vida común mejor, corre el riesgo de ser ubicado en el lugar de la locu-
ra, de la patología, del mal. Quizá el ejemplo más claro en la historia de
nuestro país sea la psicopatologización del movimiento social anarquista
de principios de siglo XX, el cual fuera exterminado, vía fusilamientos y
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también por medio de la psiquiatrización (Vezzeti, 1985).
5) Por último, el autor plantea nuevamente el problema del a-histo-
ricismo, en la supuesta idea de pensar al ser humano en términos universa-
les. Sin duda, la situación según la cual la vida humana es universalizada,
contribuye con el desarrollo de concepciones de ser humano que llevan a
una distorsión según la cual nuestros pueblos y sus miembros pueden ser
pensados, estudiados y abordados de un único e igual modo. Está claro
que el recurso conocido es el planteo de la singularidad, pero no es sino
la forma en que se busca pensar lo que escapa al universalismo.
La negación de la especificidad de nuestra realidad regional latinoa-
mericana es una de las consecuencias que conlleva la falta de adecuación
de los dispositivos psicológicos de intervención, los cuales son importados
y así automáticamente aplicados. Dichos dispositivos no son sino un en-
tramado congelado de reglas que se aplican como incrustaciones forzadas
y forzosas a los conflictos y necesidades de las poblaciones destinatarias
de esas prácticas. En otro lugar hemos llamado a esto “dispositivos con-
gelados” (Di Nella, 2005a), en alusión a la idea de que, enfrentado a la
praxis, el profesional tiende a sacrificar la particularidad del caso al dis-
positivo que quiere aplicar, de modo tal que si surge una desavenencia
entre el dispositivo y aquello a lo cual se aplica, el profesional desestima
dicha realidad y plantea la necesidad de sostener su dispositivo. Este
queda siempre fuera de todo análisis y duda y es sostenido más allá de
cualquier discusión. Si el sujeto no se aviene al dispositivo, entonces se
dirá que está equivocado, es su culpa o padece mal. Este a-historicismo
universalista tiene consecuencias que parten de su concepción de sujeto
como ser aislado del mundo que lo rodea. Sus consecuencias las podría-
mos categorizar según cuatro elementos, sin que por ello oficien como
detalle exhaustivo.
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4- EL APORTE POSIBLE DE LA PSICOLOGÍA POLÍTICA PARA
UNA PSICOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
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“casa”, nuestra profesión y sus formas de pensarla y ejercerla. Veamos lo
que nos dice al respecto:
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La última dictadura militar en Argentina se caracterizó por desa-
rrollar una nueva forma de acción psicológica. Su objetivo no era simple-
mente matar a los ubicados como “subversivos” (término engañoso si los
hay), sino construir un modelo social de subordinación y sumisión totales.
La posibilidad de trabajar desarmando estos constructos subjetivos, nos
toma a nosotros, los psi, como uno de los principales artífices de la de-
construcción, porque tenemos las herramientas técnicas y metodológicas
para trabajar con esto: la posibilidad de desarrollo de la palabra en situa-
ción vincular como forma de elaboración del pasado, característico de la
praxis psicológica. Por ejemplo, un efecto que produce el vaciamiento de
sentido de la historia (Di Nella, 2007), es la idea de que nada cambia, que
todo sigue igual y que nada es modificable y que “los otros” sociales no
deberían estar ahí, molestando con sus innumerables problemas y deman-
das imposibles de cumplir. No deberían estar, son eliminables. Llamamos
a esta situación en que se desconoce el sentido causal (el sistema de
consumo) de la inequidad social, la amnesia actual (Di Nella, 2007). Esta
amnesia aparece a su vez en la clínica -sea privada liberal, institucional,
educacional, forense, laboral, vocacional o comunitaria- a todo momento.
Vamos a tener que ir-seguir (según el caso) pensando qué hace-
mos con las nuevas formas de manifestación del sufrimiento, no sólo
porque cambia su presentación, sino porque cambia el encuadre posible
de trabajo. Discriminaciones, marginaciones, exclusiones varias, hacen a
la dimensión sufriente existencial de las personas que acuden a nosotros.
Emerge por doquier el procesismo interno que niega esta realidad social
de presencia operante en la clínica. Hay quienes no entienden que no es
lo mismo hacer psicología en la “culturosa” Francia europea que en el país
de los desaparecidos, con los siniestros efectos-afectos aparejados en este
último.11
Pero esas cargas del duelo más o menos patológico por el desapa-
recido y por lo desaparecido social, suertes, vidas y cuerpos, instituciones,
organizaciones y utopías, apropiados y destrozados por fantasmales pre-
sencias-ausencias, ante los ojos de silenciosos testigos, eran fácilmente
transferibles a los amigos directos o a sus propios grupos de pertenencia-
referencia. Amplios sectores sociales padecen hoy efectos psicológicos
de la impunidad (fruto de la ética del sujeto neoliberal, o como hemos
llamado en otro lugar el homo económicus12), siendo su característica fun-
damental la preponderancia del mecanismo de la negación (del otro) y la
aparición de la sintomatología del vacío, por un lado en el consumo de lo
en las Jornadas “La Psicología desde la Universidad, hoy. Propuestas y Perspectivas” organizadas por el
Departamento de Psicología. Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educ. UNLP. 30/11 y el 01/12 de 2001.
Publicación de uso pedagógico en la cursada de la asignatura. La Plata, Argentina. Incluido en Di Nella
(comp.), 2008.
11 Dedicamos todo el volumen a este asunto en la obra citada (Di Nella Yago, 2007).
12 Domínguez Lostaló, Di Nella y otros, 1997.
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superfluo y, desde otro costado, en la carencia de proyectos colectivos.
La elaboración se traba y tapona con “la nada en ser”, si se me
permite la equívoca expresión. El sentido de pertenencia (micro y macro
grupo) estará signado por la realidad material de la capacidad de consu-
mo, en desmedro de los valores emergentes de la memoria colectiva, la
identidad social y/o étnica. La ruptura consecuente, violenta y desvincu-
lante lleva a la anulación de lo comunitario social como matriz de rela-
ción, estableciéndose una nueva matriz en articulación al Poder, traducido
genialmente como sinónimo por el célebre empresario suicidado Alfredo
Yabrán, como “impunidad”.
La Justicia y la Verdad han devenido -en el Estado Neoliberal y para
su sujeto, el homo económicus- en barreras o limitantes del placer, de la
realización personal en suma, y por paradójico que parezca, en contra-
valores. Desmontar esta construcción de subjetividad durará largos años
de rememoración colectiva y de restitución de la palabra que historice
lo sucedido, nombre lo no dicho, poniendo voces para un oxigenante
discurso que le ponga el cuerpo a la muerte negada y resignifique “lo
desaparecido” para des-fantasmatizarlo, inscribiéndolo en presencias más
allá de los cuerpos, pero más acá de la vida solidaria en comunidad. Será
esa una función para la liberación de la psicología de sus ataduras a la
des-memoria y la dependencia cultural, de las cuales surgirá la posibilidad
de pensar una psicología de la liberación, capaz de comprometerse con los
sufrimientos de nuestro pueblo.
En estas últimas líneas creemos imprescindible dejar planteada la
pregunta del cierre, en el texto de Martín-Baró:
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CAPÍTULO 2
INTRODUCCIÓN
El presente capítulo surgió en su primera presentación como un tra-
bajo monográfico para la carrera de Especialización en Psicología Forense
(Facultad de Psicología, UBA). Luego fue presentado ante los miembros de
la Cátedra “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos Humanos durante
2006 y 2007. Recibió importantes aportes de colegas y estudiantes que
allí se desempañaban en ese momento13, en el marco del seminario elec-
tivo de la Carrera de Psicología, llamado Psicología Política de la Salud
Mental Pública en Argentina. Fue no solamente criticado por ellos, sino
que mejorado y debatido. Posteriormente fue compartido con los estu-
diantes que realizaban actividades de formación o como extensionistas.
Es entonces fruto de una construcción colectiva que me ha tomado como
relator, pero que ha recibido innumerables aportes, los cuales agradezco
formalmente en estas líneas.
El punto de partida del trabajo fue el análisis de las consecuencias
psicosociales de la desmemoria profesional. La segunda parte del pre-
sente capítulo, retoma planteos realizados en una clase del seminario del
primer año de su dictado (abril-julio de 2006). La frase freudiana con que
iniciamos el presente escrito, tiene por función recuperar al padre del psi-
coanálisis en su dimensión política de sanitarista social y, por otra parte,
13 Más allá del debate interno en la Cátedra Libre que supo darse alrededor del manuscrito inicial, el
trabajo recibió recomendaciones, correcciones y diversos señalamientos sustantivos de la Lic. Melina
Cenzano Dragún y de la entonces estudiante Ayelén Vieyra. Ambas integrantes de la Cátedra Libre han
colaborado para que la Ficha sea un poco menos errática y algo más comprensible. La Parte II- del pre-
sente capítulo se nutrió de desgravaciones de clases del Seminario Psicología Política, ya mencionado.
Agradezco la colaboración de la Lic. Romina Urios en el ordenamiento y compaginación de estos materiales
iniciales sobre los cuales luego hemos constituido este texto definitivo.
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desvirtuar la idea inoculada a los estudiantes de grado académico acerca
de su supuesto neutralismo.
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de nuestras hipótesis psicológicas impresionará también a las
personas incultas, pero nos veremos precisados a buscar para
nuestras teorías la expresión más simple e intuitiva. Haremos
probablemente la experiencia de que el pobre está todavía
más menos dispuesto que el rico a renunciar a su neurosis; en
efecto, no lo seduce la dura vida que le espera, y la condición
de enfermo le significa otro título para la asistencia social. Es
posible que en muchos casos sólo consigamos resultados po-
sitivos si podemos aunar la terapia analítica con un apoyo ma-
terial, al modo del emperador José. También es muy probable
que en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos vea-
mos precisados de alear el oro puro del análisis con el cobre
de la sugestión directa, y quizás el influjo hipnótico vuelva a
hallar cabida, como ha ocurrido en el tratamiento de los neu-
róticos de guerra. Pero cualquiera que sea la forma futura de
esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué elemen-
tos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que
sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán sien-
do los que ella tome del psicoanálisis riguroso, ajeno a todo
partidismo.
Desde una mirada más metodológica, iniciamos con esta larga cita
freudiana estas reflexiones, pues es con ella que se diera comienzo a la
clase que hizo de apertura a su escritura. Intentamos respetar ese modelo
de transmisión. Veamos.
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el efecto siniestro promueve una invalidez crónica, propicia a
cualquier manipuleo político-cultural, además del económico”
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del “sanitarista” y estratega social, si se me permite la expresión. Es esta
cara de un ser humano de su tiempo, claro, pero con una visión mucho
más amplia que la de leer lo inconsciente. Si fuera ese el caso, no hubiera
armado “el grupo de los miércoles”, ni habría estado en pleno cáncer de
mandíbula (y boca) escribiendo sin parar, ni hubiera estado peleándose
con todo el mundo psiquiátrico. En efecto, el tipo -lo digo con el sarcas-
mo que marca la necesidad de humanizarlo y así ponerlo “en crisis”- era
un ser social y político y tanto fue así que estiró su vida hasta los ocho
decenios, sin mucho más que ganar o perder, que un proyecto netamente
político. Pero no, su lectura suele comúnmente tecnificarse, apartando
estas indeseables marcas de lo social en el perfecto padre “quetodobien-
lodice”. ¡Fuera la ideología freudiana, viva el traductor de lo intrapsíquico!
Dirán asustados los cultores del neutralismo político y la abstinencia social
(como si fuera posible).
Entonces, comienza a explicarse la aparición de esas amorfas pues-
tas en escena de dispositivos de consultorio en los más diversos espacios
de la imposible -pero intentada- escucha de aquello que “no se sube al
diván”, interpretando el hambre, la desocupación o la desesperanza, como
si se trataran del más complejo síntoma neurótico. Operación de desmen-
tida de lo que trae el sujeto, y anulación de lugar-función social del psi,
a la vez y de modo irreparable. Y no será más que un corto, brevísimo
camino de la supuesta abstinencia a la lamentable indolencia (Ulloa), que
sumerge nuevamente y por segunda vez al sujeto ante la angustia, ahora
en segundo grado, del padecer. Padece por su vulnerabilidad y padece al
negador de la misma.
Vemos así una consecuencia más de lo que llamo las operaciones
de vaciamiento del sentido de la historia17, que ya no sólo nos remite a
un dispositivo ejecutado en el pasado, sino que aparece como problema
presente para los profesionales de la Salud Mental, en la ambigüedad
sistemática en que desarrollan su rol en el presente. Esto Freud lo tenía
tan claro que estaba, como dice en la cita inicial, dispuesto a ceder lo más
genuino de la técnica y aceptar la sugestión -de nuevo- como instrumento
posible… Pero sus más acérrimos lectores “a la letra” saltean estos esca-
brosos párrafos, y señalarán acaso que fue un comentario al margen de
un mal día freudiano.
¿Qué reposicionamiento podemos hacer como psicólogos para no
caer en la trampa de la neutralidad hipócrita? ¿Cómo no ser parte de la
indolencia general frente al padecimiento del otro? Durante los años de
formación pre-profesional en las Altas Casas de Estudio somos objeto de
17 Di Nella, Yago: (2007). Especialmente el Cap. 3: “Las cuatro operaciones de vaciamiento del sentido
de la historia: su consecuencia: el sujeto de consumo”. Se trabaja allí el moldeamiento del carácter social
fundado en las instancias de elusión, silencio, acallamiento o negación del pasado perdido no historizado
y sobre las consecuencias que esto tiene en los profesionales a la hora de atender a las sintomatologías
de su sujeto, el “homo consumens”.
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un control casi perverso (o perverso del todo, según el análisis y la Unidad
Académica de que se trate) del que no siempre somos concientes, pero
realizado desde una cierta conciencia ejecutada con mecanismos que le
son específicos y que intentamos abordar en otro trabajo18. Control que
es del orden de lo ideológico, y en la medida en que sigamos encerrados
tratando sólo de entender “el fantasma”, vamos a seguir en una posición
de “a” para un A que nos dicta su saber19 (certero y universalista) sin po-
der ser críticos ante ese control conceptual y bibliográfico y que pretende
una práctica profesional desarticulada del contexto social del que provie-
ne toda, insisto, TODA demanda. Porque no podemos desconocer que la
persona que padece y acude a nosotros, lo hace porque no aguanta más.
En tanto ser social que no puede resolver sus problemáticas, como ser hu-
mano integral (Bleger), la escucha de lo inconsciente es una dimensión del
asunto que lo aqueja. Constreñir nuestra mirada a esta única dimensión no
solamente es innecesario sino además peligroso y estúpido. Nadie querría
para sí que un profesional cualquiera con el que uno se atiende por una
dolencia (de la que se trate) resigne ex profeso, y a conciencia, dimensio-
nes de análisis sobre las causas de ese padecimiento, y renuncie sin repa-
rar en consecuencias a todas las técnicas, conocidas y a su alcance, para
estudiarlo, diagnosticarlo, remediarlo y/o eliminarlo. ¿Sería aceptable que
no se usen todos los conocimientos disponibles para atender y revertir un
cuadro sintomático cualquiera (hepático, cardíaco, respiratorio, endócrino,
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neurológico, etc.) y no se implementen tecnologías de diagnóstico y de
abordaje o tratamiento más adecuados y eficaces? ¿Dejaría un profesional
de la psicología librado al azar de un ortodoxo y tradicionalista médico a
su hijo, librado a su criterio “clínico”, si éste no se esforzara por incorporar
la última tecnología de intervención? ¿Por qué debemos entonces suponer
como legítima la autorrestricción voluntaria de actualización en el caso de
la psicología, aceptando pasivamente como una opción profesional la no
inclusión (eliminación) de las dimensiones vincular, social, comunitaria,
ambiental, cultural, inmunológica (entre otras)? ¿Cómo haremos con este
tipo de cuestiones en una profesión que ni siquiera se permite hablarlo,
discutirlo, debatirlo, analizarlo?
Pero la puesta en escena del más mínimo espacio de cuestiona-
miento será estremecedora para el culto psi. La religiosidad (la versión
de aceptación de los preceptos del “Padre” profético de turno, con sus
escritos-verdades a cuestas, que a la sazón serán sus libros y artículos
de carácter bíblico, incuestionables letras a ser descifradas) se hará no-
tar en las manifestaciones de descrédito sectarista y las declaraciones
de banalización de quienes hayan incurrido en tamaño despropósito. Y
esto también tiene un origen negado. Aquel que evidencia y critica este
modelo individual-restrictivo de análisis psicológico (Saforcada, 1999) es
sentido como “molesto”, como “el Mal”, tal como ocurría con los des-
aparecidos en aquellos años, cuando se hablaba de “las locas Madres”,
las “desvariadas Abuelas”, los “resentidos Hijos”. Ellos de algún modo
configuran el símbolo de la resistencia social a la maquinaria del control
psico-político de la población, pues quedaron como inoportunos síntomas
socio-culturales emergentes de lo disfuncional del Sistema, un dispositivo
de olvido, silencio e impunidad. Ellos nos reemplazaron en la función de
poner a disposición del pueblo dispositivos de palabra y elaboración de lo
ocurrido, y quizá sea justamente porque su rol memorioso y memoriante
escapa al “deber ser psi” del neutral y abstinente profesional neoliberado.
En realidad, ni lo uno ni lo otro, es más bien un profesional aterrado, asus-
tado y silencioso. Padece de “desmemoria profesional”. Su abstinencia
social es más una impostura que otra cosa. Decimos impostura, pues es
por definición falsa. La abstinencia es un principio técnico no transferible
al contexto. Se limita al texto, bajo ciertas limitaciones. Evidentemente, no
se puede ser abstinente si esta es bajo la renuncia a la memoria. Desde
la desmemoria de lo ocurrido en lo social-histórico y/o en la negación del
pasado, no se hace más que acallar lo que no se puede o quiere escuchar.
Es un esfuerzo activo y no pasivo. En ese marco, plantear la abstinencia
es lo mismo que plantear la renuncia ética simple y llana. Y no estamos
planteando ejemplos ímprobos. Pensemos en la pasiva y callada escucha
supuestamente “abstinente” de un padre golpeador, del guardia-cárcel
violento, del político corrupto (que extrae beneficios de la carencia de
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alimentos u otras necesidades vitales de otros vulnerables), del juez co-
rrompido por el poder político que perjudica o persigue a inocentes, de
el/la profesional de la salud mental que se las arregla para no asistir a su
trabajo a cambio de prebendas institucionales, etc. ¿Se puede llamar a eso
abstinencia? Como nos lo enseñara Fernando Ulloa, si la ética del deseo
es regulada por la abstinencia, entonces la ética de los derechos humanos
debe ser regulada por el compromiso. Cuando éste es resignado, se ha
contribuido a la vulneración, por acción u omisión, y se ha sido cualquier
cosa, menos abstinente.
La enseñanza de la neutralidad -supuesta- opera como la marca
ideológica más patente de la enseñanza universitaria de las profesiones de
la Salud Mental en la Argentina, en épocas de neoliberalismo. Nada más
funcional. Nada más articulable que el pibe recién recibido con “cabeza
de diván” (internalización restrictiva del modelo de profesional y su cerra-
miento técnico en un único dispositivo de intervención), para su introduc-
ción pasiva y servil a las Reglas del Mercado. Este, gran seleccionador -no
selección natural, pero sí humana o, mejor, inhumana- de amorales (en el
sentido más profundo del término), hará el resto. Este Mercado se alimen-
ta predominantemente no de los sufrientes (llamados generalmente “pa-
cientes”, cuando no siempre lo son…, pues el ámbito clínico es solamente
una posibilidad de encuentro entre otras, en el ámbito público, como el
educativo, el de la protección social, el de la seguridad social, etc.), sino
de sus novatos potenciales tratantes. Este espacio de negocios20 puede
ser descompuesto en:
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Esta visión mercantil produce siempre un desplazamiento de senti-
do muy llamativo, y marcado, desde la voluntad de formación e incidencia
psico-política en la Salud Mental Comunitaria, hacia el profesional, en sí
y para sí mismo. O sea, del otro social al narcisismo de la propia Carrera,
en la escalera de ascenso de la organización. Esta “carrera” tiene además,
como todo esquema neoliberal, su correlato económico y una suerte de
prestancia elitista-prestigiante. Así, la voluntad inicial de cambio social
(que se constituyera en el impulsor vocacional de la adolescencia) se
transforma en la pertenencia al grupo, pero de modo tal que se configura
como una verdadera “identidad prestada”, la del grupo de la organización
a la cual se pertenece, quedando desaparecida -la palabra no es casual-
la dimensión del padecimiento mismo, y lo social en general, como co-
productor de esos padecimientos.
¿Quién “cubre” el lugar del desaparecido en la Universidad? ¿Cuál es
el síntoma de las operaciones de vaciamiento del sentido de la historia en
la formación del psicólogo? Presento algunas posibles respuestas:
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punto aquellos casos de docentes que regresaron de sus exilios
externos o internos y no pudieron reinsertarse en la enseñanza.
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seguiremos siendo “sujetos de un pasado”. Un pasado perdido, no histo-
rizado. Si no nos adentramos en la Tríada “Verdad – Memoria – Justicia”
se volverá indefectiblemente a repetir el recurso de la negación y su con-
secuente práctica de indolencia en el ejercicio profesional de cada ámbito:
salud, educación, justicia, trabajo, etcétera. Cuando un derecho del otro
que requiere atención no sea respondido, estaremos dando continuidad al
imaginario de la dictadura, aquél según el cual el vulnerable es nuevamen-
te victimizado, supeditado a la abstinencia neutralista de la indolencia bá-
sica. Es el “yo, argentino” del profesional psi, convertido en el epistemo-
torpe enunciado “yo, neutral”. Debemos modificar este modelo profesional
cuanto antes, por el bien de su propia identidad vocacional y por la salud
de los asistidos. De lo contrario, no haremos más que sumergir a nuestro
modelo profesional (nosotros) en la cultura de la mortificación.
Esta situación nos obliga a sostener la necesidad de redefinir la
identidad profesional y, para ello, historizar nuestro pasado destapando
los pozos (verdaderos agujeros negros) y reconociendo víctimas y victima-
rios, inocentes y verdugos, amnésicos y acalladores... Dicha historización
está aún por hacerse. Pero lo que es seguro es que deberá tomar como
marco general a la doctrina de los derechos humanos y demás garantías
constitucionales (marco ético legal consensuado por los propios profesio-
nales de la psicología en el ámbito de sus cuerpos colegiados), sin lo cual
toda formulación ética es mero enunciado.
Dicho esto, pasaremos ahora a la enunciación general crítica de un
modelo integral (eso pretende ser al menos) de atención del padecimiento
mental en el orden de LO HUMANO, que para nosotros es siempre socio-
bio-psíquico, y no bio-psico-social23. Esto es lo que llamamos la CLINICA
DE LA VULNERABILIDAD PSICOSOCIAL (P.I.F.A.T.A.C.S., 2009), expuesta en
otro estudio, donde se probara como metodología durante los últimos 15
años. Pasaremos ahora revista a uno de los principales síntomas profe-
sionales en el ámbito de la psicología en la Argentina actual y que han
impedido una mayor articulación entre la profesión psi y el contexto social
circundante, haciendo hincapié en sus consecuencias éticas, desde el en-
foque de Derechos Humanos.
23 El uso inverso de esta secuencia, es de Juan Carlos Domínguez Lostaló. Curso de Extensión de Psicopa-
tología de la Vulnerabilidad. Ficha del Módulo 2. Sec. de Extensión, Fac. de Humanidades. UNLP. 1998.
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nes, a una inspiración muy diferente de la que nos ha hecho
concebir la necesidad de una disciplina nueva en medio de las
ciencias que se ocupan del hombre.
La experiencia de que nos habla la psicología es, en efecto,
muy diferente de la experiencia dramática.
Nuestra experiencia dramática era la vida en el sentido huma-
no de la palabra; sus personajes eran hombres obrando de tal
o cual manera; hasta sus más parciales escenas implicaban al
hombre en su totalidad.
La experiencia que nos ofrece la psicología está constituida por
procesos que no tienen la forma de nuestras acciones cotidia-
nas. En efecto, se nos dice: las representaciones se asociaron,
las tendencias se manifestaron, los instintos se desencadena-
ron. En lugar de acontecimientos humanos encontramos pro-
cesos que se afirma haber sido recortados de una realidad sui
generis: la realidad espiritual; en lugar del drama humano en-
contramos otro representado por personajes desconocidos que
no se nos parecen: representaciones, imágenes, instintos.
Nos es imposible encontrarnos en los relatos hechos por la
psicología, pues no son relatos de acontecimientos humanos.
Me levanté esta mañana temprano para ir a pasear al bosque.
Encontré al guardián que me dijo: el bosque de Vincennes ha
cambiado de aspecto de tres años a esta parte. Pronto será
como en pleno París. Todo el mundo puede identificarse con
este relato. Pero los relatos de la psicología no son historias
de personas sino historias de cosas. Una representación se ha-
llaba ayer en contigüidad con otra representación. Hoy se pre-
sentó a la conciencia y arrastró a la otra consigo. Nadie puede
identificarse con la escena aquí representada: los términos del
relato no tienen ninguna significación humana.”
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en salud o capacidad adquisitiva, recursos de expresión lo más floridos
posibles, pero en modos neuróticos de dañosidad leve y, sobre todo, sin-
tomatizaciones expresables por la palabra hablada, con proyección al me-
diano y largo plazo. De lo contrario, podría sufrir el destino (accesorio a su
padecimento) del rechazo profesional (fulano “no es analizable” o sultano
“no tiene demanda analítica”, mengano “no invierte en su salud psíquica”,
etc.) o la institucionalización: “es para internar”. Terrible opción para todo
aquel que no ingrese al modelo prefijado de atención asistencial(ista) psi:
o bien el abandono o bien la manicomialización y sus consecuencias (dis-
criminación y estigmatización).
Aparece entonces un problema cuando nos adentramos en una pre-
gunta clave para con el abordaje de las nuevas formas de presentación
sintomática en Salud Mental: ¿cómo los psicólogos/as -y los restantes
trabajadores de la Salud mental, en general- nos posicionaremos frente
al presente y hacia el futuro de la relación entre nuestros dispositivos de
intervención y la (psico)patología emergente? Sabemos hoy más que nun-
ca que esas nuevas formas de presentación sintomática se nos aparecen
anudadas a lo social como dimensión primordial e insoslayable.
Como psicólogos que intentamos ejercer y vivir de la profesión (di-
mensión que no hay que soslayar, para que no opere desde lo no elabora-
do, lo no dicho, incluso ocultado de la transmisión), deberíamos dejar de
mirar para otro lado y comenzar a profundizar en dos tipos de fenómenos
concomitantes:
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Se nos plantea entonces a nosotros un problema para el trabajo
con esos dos tipos de grupos que, con el paso de la década infame del
´90, es cada vez mayor. ¿Cómo vamos a trabajar con los que están al
margen de la sociedad de consumo, siendo que nuestra práctica misma
está pensada dentro de ella? Tenemos que re-pensar nuestra práctica, sea
en el ámbito público o privado, estudiando cómo establecer el esquema
de intercambios. O nos paga el Estado o nos paga la persona por nuestro
servicio, esas son las dos posibilidades reconocibles hoy día. ¿Qué pasa
si la persona no puede ir al psi de su barrio, porque no puede pagarle
y tampoco tiene para el boleto de transporte que lo acerque a un Hos-
pital General, que lo espera en sus -usualmente llamados- “consultorios
externos”24? Hoy día, simplemente no recibe atención; esto es, su accesibi-
lidad al derecho a la -mejor- atención de su salud mental, se ve impedida.
Esto equivale a decir que se viola la Constitución Nacional.
Evidentemente, si queremos sobrevivir a estos cambios, se deberá
producir una adecuación a esta nueva época, en la cual nuestros espacios
de inserción laboral deberán modificarse de tal forma que si nosotros no
acompañamos dichas transformaciones, vamos a quedar tan a tras mano,
tan “fuera de circuito” como diría Domínguez Lostaló, que tampoco noso-
tros seremos necesarios (por ineficacia, no por ausencia de necesidad del
rol), y seremos reemplazados poco a poco, progresivamente, por otras
prácticas más eficaces o más acordes al desarrollo humano. ¿Ya no tene-
mos opción a este presagio? Veamos.
Quisiera introducir este análisis en un ejemplo de profunda raigam-
bre social. El problema de la inserción en el mundo del trabajo trae con-
secuencias muy serias en la subjetividad del desocupado. Tiene, por otra
parte, repercusiones de incuestionable consecuencia clínica en la construc-
ción de subjetividad del grupo de crianza, en cada uno de los seres y en
las relaciones que entre ellos se establecen. Y por lo tanto es también un
problema del psicólogo/a, si es que quiere mantenerse en “forma social”,
esto es, incluido en la dinámica de los problemas de nuestra sociedad
actual (dirían los formados en los años ´60, del “aquí y ahora”). Hoy se
va transformando a su vez en un problema mucho mayor, porque en las
subsiguientes generaciones (los que nacieron en los años ´80 e inicios de
los ´90) se ha convertido en un problema de “inserción laboral”, no en
el sentido de “tener un empleo”, sino de poder desarrollar una vocación
social (que aluda a alguna función donde pensarse en el plano de la inter-
subjetividad y de la inclusividad psicológica en la numerosidad social, esto
es, ser parte de todo social -o no serlo-). Así, lo que se empieza a poner en
juego es la posibilidad misma de la inserción social, de tener una función
social que dé inclusividad.
24 Esta denominación merecería de por sí un trabajo basado en el análisis institucional, analizador clave
si los hay.
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El rol que se nos empieza a asignar (en términos de aquella persona
que se ocupa de la salud mental de la población), variaría sustancialmen-
te, pues la población cambió su demanda de salud mental. Quiere dejar de
sufrir, por supuesto; esto no cambió y no lo hará. Pero ese sentimiento del
padeciente mental ha mutado su presentación, pues se ubica preponde-
rantemente en lo que llamaríamos la “sensación de vacío del discriminado
social”25, del que ha sido posicionado en el sitio del resto social y, por lo
tanto, su tendencia primigenia es la violentación personal indiscriminada
(tanto como lo es la que sufre por su exclusión, en realidad reflejo de ella).
Dicha violentación tendrá dos vías posibles: A) la explosión y sus conse-
cuentes sintomatologías del acto violento; y B) la implosión y las caracte-
rísticas conductas autodestructivas en cualquiera de sus variedades26. No-
sotros, los psi, tendremos que ver qué hacemos con esa transformación,
para poder incluirnos en una salud mental de perspectiva comunitaria. En
una presentación en el Congreso Internacional de Salud Mental, celebrado
en diciembre de 2005 en San Luis, decíamos que si para Freud toda psico-
logía en definitiva es psicología social, entonces cabe para nosotros y en
este marco, pensar que toda política de salud mental es -o debiera ser-, en
definitiva, de salud mental comunitaria. (Di Nella, 2005b).
Obviamente, no planteamos -como suele acusársenos- que las per-
sonas ya no sufren por la represión de lo sexual. No se trata de pensar que
no se reprime la sexualidad. Debemos escapar al pensamiento que encasi-
lla todo en una única perspectiva, la estructural, que soslaya toda otra lec-
tura27. No, estamos hablando ante todo en términos de cómo se presenta
el sufrimiento, y si algo queda claro en los servicios de atención primaria,
a nivel barrial y comunitario, es que se presenta en otros términos a los
que generaban las sociedades disciplinarias de producción (Foucault). Lo
cual, por otra parte, es más que lógico si se tienen en cuenta las transfor-
maciones y cambios operados en lo socio-cultural y en lo eco-ambiental
de nuestras comunidades.
El constructo clínico de la presentación del síntoma también va
a traer ese problema nuevo, que estamos referenciando aquí, el de “la
oferta” de atención psicológica. En general, la mayoría de estas formas
de presentación que hoy suelen denominarse erróneamente “nuevas
patologías”28 (que estructuralmente no lo son, pero sí se puede referir al
uso y sentido de modificaciones en las dimensiones psicojurídica y psico-
social, y esto no es un dato menor) carecen de palabra, adolecen de expre-
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sión por vía de la palabra y en general se expresan mediante los dos tipos
de actos descriptos. Se expresan o bien a través de una violencia hacia
el afuera o como actos hacia el interior (el mundo de las psicosomáticas
y de las adicciones, preponderantemente). Esos dos grandes cuerpos de
síntomas psico-socio-culturales (pues remiten a construcciones de subjeti-
vidad surgidas en el marco de -y para- la cultura de consumo de nuestras
sociedades neoliberales) determinan dos grandes tipos de problemas que,
en tanto conductas, constituyen un problema psicológico también, quiero
decir, es una de sus dimensiones.
Estamos frente al desafío de nuestra época clínica, que consiste en
ver qué podemos hacer con esos dos tipos de conductas sin dicción, sin
discursiva. Por un lado, el problema de la modificación de la forma de la
demanda y, por el otro, la introducción del cuestionamiento de la “oferta”
(término económico si los hay), esto es, de lo que el profesional de la
salud mental tiene para ofrecer como devolución a esa demanda.
Aquel viejo precepto freudiano del tratamiento por la palabra hoy
se ve dificultado. No digo que nos olvidemos de trabajar con la palabra,
que esté mal o que ya no sirva, digo que se ve dificultado por el hecho de
que el otro no puede hablar (lo central es la imposibilidad, no la nulidad).
Y es esta una dificultad seria, porque nosotros tendemos a esperar que
el sujeto hable y a decir algo de lo que dice, a devolverle algo de lo que
dice, pero estos seres padecientes en general no hablan. Parecen vacíos
de letra. No podemos sumarle entonces un vacío -nuestro- de opciones
de abordaje.
¿Y cómo hacer para que justamente puedan hablar, o mejor, expre-
sarse? Es éste sin dudas un problema de la técnica. Cuando se practica
aquello de culpar al sujeto de su no alineación automática con el disposi-
tivo y encuadre ofrecido por el prestador del servicio, es cuando hablamos
de un Dispositivo Congelado, en tanto es planteado como inquebranta-
ble, como la constante del encuentro terapéutico, frente a las asumidas
variables del síntoma y la transferencia, entre otras. Este congelamiento
obedece a la incapacidad para ponerlo en cuestión, de someterlo a la rea-
lidad clínica y operacional, y para -en definitiva- instituir como central la
dimensión del sujeto, del sujeto del inconsciente claro, pero también la del
sujeto de derecho, la del sujeto de aprendizaje, la del sujeto de la salud,
la del sujeto de la dis-capacidad.
Específicamente cabe aquí un párrafo para plantear el fenómeno de
las listas de espera hospitalaria, un ejemplo claro si los hay. Toda puesta
en escena de una espera para ser atendido, refleja una brutal toma de
decisión a favor de la inmodificabilidad del dispositivo individual y tradi-
cional de prestación, por sobre el derecho a la atención del sujeto. Cuando
se les acercan propuestas -despreciativamente llamadas alternativas- de
mejoramiento de la capacidad de atención, a partir de la modificación del
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dispositivo, se suelen desarrollar argumentaciones que ahora sí recuperan
la dimensión del derecho, en este caso del profesional, a elegir su modelo
de abordaje, su opción terapéutica. Esta es -en definitiva- la opción por
su metodología más conocida o practicada (para no afrontar el cambio y
los miedos que siempre supone y genera), en detrimento del sujeto que
debe entonces esperar meses para ser atendido. Eso no es defensa de un
derecho, es la simple y llana eliminación de la dimensión ética del servicio
de salud mental, que nunca puede poner una opción metodológica por
encima de la necesidad de asistencia para con el padeciente que solicita la
atención de su sufrimiento psíquico. Este es entonces un ejemplo patético
pero locuaz de un dispositivo congelado.
Bien, el sujeto se expresa cultural, artística, corporal o deportiva-
mente; actúa y somatiza, pero no habla. Por eso, pensamos y sostenemos
que el saber clínico debe poder expandirse a todas las formas de expre-
sión en el nivel de lo humano. Esa es una característica del modelo de la
clínica de la vulnerabilidad psicosocial con el que operamos: la extensión
del campo de las opciones clínicas para facilitarle al sujeto diversas -múl-
tiples- formas de expresión. La primera estrategia es lograr que se pueda
manifestar el sufrimiento, pues es una condición mínima necesaria para
su elaboración y superación. El problema es cómo hacer que hable el que
no puede. ¿Cómo hacer que ponga en discurso su sufrimiento? Porque si
supiera cómo hacerlo seguramente no estaría pasando por lo que pasa y
no nos vendría ver, ¿no?
Vamos a otro ejemplo: Recuerdo puntualmente en un escenario
manicomial donde implementáramos el modelo entre 1997 y 2001 (el hos-
pital de día del neuropsiquiátrico Alejandro Korn de Melchor Romero), la
presencia de espacios con formato de taller de lectura de diarios, de ex-
presión plástica, teatral, corporal, deportiva, recreativa, etc. Los espacios
específicamente terapéuticos, grupales e individuales, se veían notoria-
mente beneficiados por las movilizaciones que estos talleres producían, a
tal punto que no podían dejar de notarse los casos, días o situaciones en
que se hubiera suspendido alguno de ellos. Inmediatamente se nos hacía
evidente a los terapeutas dicha merma en la disminución de la producción
subjetiva personal y colectiva de los sujetos de intervención clínica. Esa
multiplicidad expresiva se acompañaba de una multiplicación transferen-
cial que facilitaba por otra vía el mismo proceso terapéutico y brindaba
herramientas suplementarias (sobre todo, los talleres operatorios o de tra-
bajo sobre la cotidianidad) para el desarrollo de mejoras en la autonomía
y el autovalimiento.
Luego vendrá ese segundo momento, aún más difícil, en que la
persona se implica en el sufrimiento, se incluye en él y empieza a des-
menuzarlo. Esta dificultad sobre todo sobreviene con las adicciones y con
las psicosomáticas. En cambio, con lo que llamamos las presentaciones
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sintomáticas desde la explosividad, adquiere una dimensión distinta, por-
que en muchos casos el “estallido accesional”, el acto, es un fenómeno
de resistencia social, y debemos ser muy cautos y diferenciarlo de un sim-
ple impulso de agresividad “hacia fuera”. Si no se tiene ese cuidado, se
puede terminar interpretando psicoanalíticamente un acto de resistencia
por la supervivencia. Este es un error muy común. Quizá el más típico de
los cometidos desde los dispositivos congelados, cuando esa práctica se
desarrolla en grupos o comunidades de exclusión. En muchos casos, la
violencia es tomada como un fenómeno psíquico en términos psicopato-
lógicos, cuando en realidad al ser analizada histórico-socialmente se trata
de un entramado vinculante de una estrategia de supervivencia, una con-
ducta adquirida en el contexto de un sinnúmero de privaciones extremas
y, por lo tanto, no constituye necesariamente fenómeno psicopatológico
alguno. Es en ese caso más bien un fenómeno de resistencia que busca la
sobrevivencia. Por supuesto, que sus consecuencias -los efectos que eso
produce- constituyen probablemente fenómenos psicosociales gravosos o
dañinos, como por ejemplo la violencia familiar que, en términos de de-
sarrollo de la agresividad, debe ser leída muy cuidadosa e integralmente.
En los espacios de exclusión, la agresividad es lo que mantiene vivos a
sus sujetos, de hecho si no la desarrollaran morirían o serían aún más
vulnerabilizados.
Lo peor que puede pasarle a un sujeto de privación (en extrema
vulnerabilidad) es ser atendido desde un dispositivo congelado. La posibi-
lidad de superar esa tentación de cargar sobre el sujeto “la imposibilidad
de avenirse al dispositivo” implica vérselas con dos cuestiones:
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del psiquiatra clásico después de todo, pues esa práctica tiene la misma
verticalidad disociativa que la practicada por el poder psiquiátrico, aunque
aparezca lavada en ropaje de progresismo psi.
Para tomar en consideración la cuestión de la necesidad de diferen-
ciar lo metodológico de lo técnico voy a hacer un rodeo, trabajando la cita
de Freud del inicio del capítulo. Dice el autor:
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“Además, las condiciones de nuestra existencia nos restrin-
gen a los estratos superiores y pudientes de nuestra sociedad,
que suelen escoger sus médicos y en esta elección se apartan
del psicoanálisis llevados por toda clase de prejuicios. Por el
momento nada podemos hacer en favor de las vastas capas
populares cuyo sufrimiento neurótico es mucho más grave.
(…) Ahora supongamos que una organización cualquiera nos
permitiese multiplicar nuestro número hasta el punto de poder
tratar grandes masas de hombres. Por otro lado, puede prever-
se que alguna vez la conciencia moral de la sociedad desper-
tará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a
la terapia anímica que los que ya se le acuerdan en materia de
cirugía básica”.
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la carga de las privaciones, a niños a quienes sólo les aguarda
la opción entre el embrutecimiento o la neurosis”.
Recordemos que el texto se llama “Los nuevos caminos de la terapia
analítica”. Digamos de entrada que si algo tiene en claro este buen hom-
bre es que el dispositivo es totalmente sacrificable en favor del otro al
que se le debe. No tiene nada de congelado. Está bien flexible y dispuesto
a fusiones, cambios y desencajamientos. Pero además dice que la salud
mental no es menos importante que la del cuerpo y plantea sutilmente
los riesgos que se corren al no tratarla. Esto sí que es al menos medio
siglo de anticipación al resto de la comunidad científica. La OMS todavía
no acaba de reconocerlo y sigue sin poder sacarse el lastre ideológico de
la visión médico-biologista de sus planificaciones y estudios. Sigue posi-
cionada en su dualidad greco-romana cuerpo-alma (y en ese orden). Por
eso todavía habla de “reforma psiquiátrica” (un contrasentido, puesto que
para que sea una reforma verdadera debería abrirse a los otros campos en
plano de “equidad” disciplinar). Por lo mismo, dedica sus instrumentos a
recomendar al “personal médico” y “auxiliar” las formas que deben tener
las nuevas prácticas.29
Pero además Freud plantea un interrogante -diríamos hoy- epide-
miológico. Cuando se adentra en el derecho que tienen de ser tratados
todos los seres humanos y, aún más importante, en las consecuencias
que conlleva para la sociedad -además de lo que implica para los sujetos
mismos- si no son tratados, está pensando en los efectos psicosociales
de la necesidad (de atención de la Salud Mental) no cubierta.30 Y de paso
veamos que no menciona problemáticas clínicas de “su” época. Son tan
vigentes y actuales que bien puede ser una descripción de un organismo
público de Salud de cualquier distrito de nuestro territorio o del margen
latinoamericano en general. Habla del alcoholismo (que es hoy señalado
en el primer lugar de prevalencia entre todas las problemáticas de Sa-
lud Mental en América Latina toda), del embrutecimiento en los niños,
de las mujeres que se cargan de privaciones. Un detalle importante…,
dice: “estos tratamientos serán gratuitos”. Es terminante, no deja espacio
para la duda o la opción. Es un “deber ser”. Claro, Freud es conciente,
perfectamente conocedor del hecho patente y explícito de que no tienen
posibilidad de hacer intercambios monetarios como quien compra verdu-
ra. No se trata de una oferta en el mercado (de la salud). Es más, no se
plantearía nunca al tratamiento como un servicio de mercado, eso vendría
mucho después y lo harían los cultores del neoliberalismo psi. Entonces,
este Freud más bien socialista dice: “Puede pasar mucho tiempo antes de
que el Estado sienta como obligatorios estos deberes. Y las circunstancias
29 Para más detalle, basta revisar la terminología que se usa en sus documentos de acuerdo sobre Salud
Mental, y ni hablar en aquellos orientados a la salud en general.
30 Visto esto, quien insista en una mirada neutralista apolítica del personaje freudiano ya no podrá sino
desnudar el profundo aspecto ideológico de semejante torpeza.
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del presente acaso difieran todavía más ese momento (la 1º guerra, y ya las
consecuencias de ella); así, es probable que sea la beneficencia privada la
que inicie tales institutos. De todos modos, alguna vez ocurrirá.”
El “señor de los sueños” desconoce el modo en que la comunidad
se haga cargo, a través de sus técnicos, del padecimiento mental, pero
no tiene duda que eso va a acontecer en algún futuro y en algún lugar.
Podríamos traducir: “No sé cómo va a comenzar esto, pero necesariamente
va a tener que suceder”. Es muy interesante el planteo porque está en ese
preciso punto definiendo también el rol del psi en las instituciones que
tienen que ver con el Estado y las que no. Hoy a las “instituciones privadas
de beneficencia” les llamamos ONGs. Es cierto que se han deformado un
poco, porque la necesidad de pertenecer a la sociedad de consumo las ha
llevado -en términos generales, por supuesto- a mercantilizarse (esto se
desarrolló masivamente a partir de los años ´90 con la implantación del
neoliberalismo). Pero las ONGs empiezan -por todas partes- a tomar al su-
frimiento mental como parte de sus acciones psicosociales y comunitarias.
La gratuidad del tratamiento del padecimiento mental para quien no tiene
acceso a los servicios propios del Mercado queda así planteado 30 años
antes de la Consagración del Derecho Humano Universal a la Salud. Prue-
ba que Freud no sólo leía “lo inconciente”. Podía además leer las deman-
das de una sociedad profundamente inequitativa y desigual, y proponía
comprometerse con el asunto. No hay atisbo alguno de abstinencia social
en este pasaje, más bien todo lo contrario. Busca darle protagonismo al
psicoanálisis en esa nueva realidad. A no negar entonces este componente
freudiano eminentemente psicopolítico.
Sigo. Ahora viene lo que quería plantear sobre el tema de las me-
todologías y las técnicas y lo más llamativo es que Freud lo dice, aunque
-prácticamente- no se lo ha escuchado o leído en sus reproductores libera-
les, tan afines a su lectura “a la letra”. En este pasaje “perdido”, continúa:
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tar. Digámoslo así: el beneficio secundario de ser pobre, es que uno es
asistido. El vulnerable requiere una atención especial, distinta, por parte
del profesional y en una nueva modalidad de prestación desde el Estado
todo. Finalmente dirá que ”…También es muy probable que en la aplicación
de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados de alear el oro puro
del análisis con el cobre de la sugestión directa...” (insisto en lo mismo,
primero marca la idea de adecuar la técnica a las nuevas condiciones y
ahora señala otras cuestiones un poco más allá de la técnica específica,
vinculadas con la necesidad de repensar el dispositivo analítico mismo, al
plantear que quizá deba aliarse a otras formas de atención)... “Y quizás el
influjo hipnótico vuelva a hallar cabida; como ha ocurrido en el tratamiento
de los neuróticos de guerra...”31
”Pero cualquiera que sea la forma futura de esta psicoterapia para el
pueblo, y no importa qué elementos la constituyan finalmente, no cabe nin-
guna duda de que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán sien-
do los que ella tome del psicoanálisis riguroso, ajeno a todo partidismo...”.
Freud se daba cuenta de que la técnica psicoanalítica debía poder
diferenciarse de la teoría psicoanalítica. Más sabido aún era que la técnica
sólo tenía sentido en tanto instrumento, y que ese instrumento había sido
concebido y por lo tanto era adecuado al momento en el que se estaba
aplicando y al tipo de presentación del sufrimiento desarrollado en ese
lugar y época. Él nunca ató la técnica a la doctrina. Esa es una atadura
nuestra, no de Freud.
Con esto vamos llegando al tema del profesional trabajando en la
psicología que se viene; una psicología para el siglo XXI. Sobre todo si
pensamos en nuestro país, las prácticas en Salud Mental van a estar deter-
minadas por el devenir social de las nuevas construcciones de subjetividad
del mundo tecno-informático, de la acción irreflexiva y su anudamiento a
un “universo” en muchos aspectos virtual. Pero, por otra parte, aparece
otra cuestión referida a las desigualdades sociales y sus consecuencias
en la constitución ética del sujeto (Ulloa), lo cual encierra un problema
surgido en la Dictadura y aún vigente: nuestra tendencia a independizar la
atención de esa condición histórico-social. Esto representa un serio ries-
go, el de quedar desfasados con las condiciones ambientales, culturales,
idiosincrásicas, sociales y vinculares que llevan a las personas a requerir
nuestra atención.
31 El mismo Freud, y quizás esto sea algo poco conocido, utilizaba hipnosis para producir la re-vivencia
del efecto traumático en las neurosis de guerra, pues no podía alcanzar a los recuerdos, o sus represen-
taciones oníricamente eficaces, desde la técnica de la asociación libre. Por esta vía no se llegaba a la
posibilidad del primer necesario estado catártico que permitiera desandar el efecto de acumulación ener-
gética de la neurosis traumática y entonces volvió a usar la hipnosis después de la 1º guerra mundial. En
esta vuelta tuvo particular incidencia Ferenczi, un autor escasamente estudiado en el ámbito universitario
y de mucha influencia en el mismo Freud, junto a Groddeck, Stekel y Rank, quizá porque fueran prejui-
ciosamente entendida como “el ala izquierda” del “centrado” y “neutral” Maestro, de un supuestamente
ambiguo o hasta nulo perfil ideológico.
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Hoy la problemática de la desocupación, por ejemplo, constituye
una cuestión social con su costado objetivo y otro subjetivo, en cuanto
emergente. Se trata de un “síntoma” macro de una transformación social
-global- que no sólo se juega en el ámbito del trabajo. Es un escenario mu-
cho más amplio de la instauración de un mundo donde la producción deja
el centro de la vida humana (que ya no la requiere, por la incorporación de
la maquinaria y su control automatizado, robotizado), desplazándose ha-
cia el ser humano en tanto ser que consume esa producción. La inclusión
social se desplaza así del ser social del trabajo asalariado, al ser social en
tanto “homo consumens”32. Por lo tanto, el Sistema (lo integrado) verá en
la in-capacidad de consumo lo no humano, se estigmatizará al “ya no ser”
(lo excluido), al “no-ser humano como nosotros” que consumimos nuestros
bienes y servicios y ocupamos nuestros espacios psíquicos vacíos con los
productos del mercado; serán tirados al lugar imaginario -y real, acaso- del
resto, al espacio de lo que sobra al Sistema ¿Cómo repercute la exclusión
negadora de su mismo ser? ¿Y qué haremos los que tenemos el oficio de
introducir sujeto en donde no lo hay, de reinstalar la dimensión de la sub-
jetividad? Evidentemente deberíamos empezar por no negar, por explicitar
estas transformaciones, para ver cómo nos incluimos en ellas, y que sea
por elección y por acción y no por omisión.
Responder estas preguntas va a requerir una serie de re-acomoda-
mientos en lo que hace a nuestra función como trabajadores de la salud
mental y, como todo proceso de acomodación, me animo a decir que va a
ser por necesidad. No vamos a poder trabajar si no descongelamos el dis-
positivo aprehendido a fuerza de miedo (¿a desaprobar? ¿A ser excluidos?)
y adecuamos nuestra estrategia, nuestro bagaje de técnicas. O, a lo sumo,
quedará trabajo para algunos “elegidos” que encuentren lugar para seguir
recibiendo al “remanente sintomatológico” -si se me permite la expresión-
del siglo pasado, con la doble condición necesaria de ser una presentación
psicopatológica y ostentar una capacidad adquisitiva correspondiente al
uso y costumbre de principios del siglo XX.
No va a haber forma de trabajar en el ámbito de la salud mental si,
concomitantemente al descongelamiento del dispositivo, no producimos
un reacomodamiento de nuestro rol y, por lo tanto, de nuestra actual pers-
pectiva asistencialista de intervención (Saforcada, 1999).
Si la psiquiatría inauguró la clínica de la mirada sobre la psicopato-
logía, para luego pasar a la clínica de la nosografía de la clasificación no-
minativa, entonces Freud inauguró la clínica de la cura. Esa cura era, como
lo decía, una “cura por la palabra”. Él mismo dice que se debe avanzar
hacia su complejización y readaptación a aquellas problemáticas clínicas
de los nuevos tiempos, en la numerosidad social misma. Es hora pues de
inaugurar o perfeccionar (según el enfoque, el momento de la formación y
32 Desarrollamos esto más profundamente en el epílogo del libro ya citado (Di Nella, 2007).
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la concepción epistemológica), incorporando su legado (sin “seguidismo”
ciego, descontextualizado y atemporal), una nueva clínica para este siglo
que se ha iniciado de manera turbulenta, a los saltos de crisis en crisis.
¿Pero por dónde se empieza? ¿Va a ser por ensayo-error? Es verdad
que nunca se inicia un camino desde la nada, siempre se empieza con algo
que ya estaba. Pero también es cierto que vamos a tener que construir lo
nuevo en esos viejos cimientos. Hay gente que ha intervenido e interviene
siguiendo este patrón, quiero decir que ya hay experiencias… Además, hay
conceptualización de esas experiencias. Es cierto también que igualmente
estamos como colectividad en estado procesal de construcción conjunta
y recíprocamente influyente; todo un precipitado de prácticas novedosas
para quehaceres psicopatológicos de presentación clínica también nove-
dosa. Por otra parte, hay un teorizar incipiente, pero ese teorizar tiene
que ver con las primeras experiencias que se están desarrollando en es-
tos campos, donde todo el bagaje del “saber pasado”, de lo anterior, no
es inservible. Todas las prácticas psi que se desarrollaron en el siglo XX
son pasibles de retraducciones y puestas en escena en nuevos formatos
metodológicos. No estamos diciendo, por lo tanto, que hay que empezar
de nuevo. Estamos diciendo que tenemos que acompañar un proceso de
revisión que excede la práctica en Salud Mental y, sin esa adecuación, si
dejamos congelados nuestros dispositivos, lo que hacemos es justamente
construirnos -a nosotros mismos- como excluidos. Excluidos en el sentido
de no poder tener una inserción profesional eficiente y acorde a las nece-
sidades del pueblo.
Un ejemplo polémico: algunos servicios de salud mental que se ca-
racterizan estructuralmente por su ortodoxia, han generado en los últimos
años (desde el retorno a la Democracia hasta esta parte) un fenómeno
institucional de graves consecuencias para la población a la que sirven
-o debieran servir-. Cada vez atienden menos porcentaje de la población
que demanda atención inicialmente. En un momento lograban atender a
un 25% de la demanda de atención que recibían, el resto no volvía o no
podía regresar al Servicio. Después el 15%, a fines de los años ´90 el 10%,
con “pozos” entre el 5 y el 7% aproximadamente. En términos abstractos,
podría llegar un momento en que no vaya nadie con la demanda que se
espera recibir. El dispositivo sin embargo seguía (y, quizá, sigue) como al
inicio, incólume, inmodificable. Más allá de las preguntas que origina la
situación en residentes, concurrentes, pacientes y demás profesionales de
otros servicios del hospital, nada cambia. Según el modelo de intervención
que se practica, las personas que acuden al Servicio no son susceptibles
de entrar en el dispositivo. No se modifica el modelo de intervención, se
carga el asunto en los sujetos que no tienen la capacidad de sintomatizar
como el dispositivo dispone. Es un asunto grave desde el punto de vista
de la gestión de la salud mental pública, porque el caso es que no existe
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más lo que “esperan” (pues además y para colmo es una “clínica de la
espera”, bien pero bien asistencial de la enfermedad). Aquello que los
profesionales allí instalados esperan ya no está más o no acude más al
Servicio Público. Ese modelo de atención, que en los años ´60 permitía
atender a casi todos los sujetos que iban a expresar su demanda; hoy ya
casi nadie puede presentar su sufrimiento como el dispositivo -congelado,
claro- lo espera. Y cuando aparece otra Dora (el caso de histeria freudiano,
estudiado hasta el hartazgo, en el que encima las cosas no salieron para
nada bien) o un niño análogo de Juanito (ídem) es el momento justo para
organizar un ateneo clínico que procura reconfirmar lo que ya fue y no es
-epidemiológicamente hablando-, más que un extraño caso del pasado
económico-social.
Entonces, ¿cómo garantizamos el derecho al acceso a la salud, im-
plementando un dispositivo que a su vez nos permita a nosotros des-
empeñar nuestro rol? Es decir, cómo encontrar la fuente de saber para
el ejercicio de una función social que sea coherente con el marco teórico
desde donde nos paremos (sea cual fuere). Y, por último ¿cómo lograr
sentir que servimos “para algo” en los problemas de nuestro pueblo, del
que somos partícipes, parte integrante y uno más de sus producciones -de
subjetividad-? ¿O una vez obtenido el título universitario, y gracias a los
fondos públicos que se invirtieran en nosotros, nos evadiremos de lo que
ello implica, es decir de que fuimos formados para responder a una si-
tuación acuciante en la salud mental popular? ¿Qué consecuencias tendría
éticamente la decisión de desasirse de esa historia, del modo en que fue
posible el acceso al grado universitario, tal como es hoy, público, gratuito
e irrestricto? Creo que estos asuntos, que escapan a este trabajo, merecen
ser introducidos en el marco de las discusiones de las carreras de grado de
las profesiones de la Salud Mental, habida cuenta de la liberalización de
una formación que parece olvidar -por momentos, al menos- que se trata
de una inversión social y no de una dádiva o un premio.
El Estado invierte en nosotros, porque supone que daremos un
servicio, esencial a su función, la de garantizar el acceso al derecho a la
salud, en especial, en nuestro caso, a la salud mental. Ahora bien, cuando
negamos ese acceso en honor a nuestro dispositivo, fijo e inamovible,
rígido e inconmovible, esa inversión de los recursos públicos se dilapida
(una vez más y por otra nueva vía que se suma a tantas otras), cae en saco
roto, se pierde en el discurso de la linda justificación teórica, mientras el
sujeto regresa a su vida cotidiana sin la atención profesional que fue a
buscar, tan costosa y trabajosamente.
En consecuencia, el mayor problema es cuando nuestro marco teó-
rico se bloquea y rigidiza el dispositivo mismo, impidiéndonos incluirnos
en un servicio acorde a lo que recibe de la comunidad como demanda.
En general, observamos dos actitudes más típicas; a saber: a) echarle la
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culpa a la realidad o, b) echarle la culpa a la teoría. Ninguna de las dos
es una respuesta madura, pues las dos son prejuiciosas (o sea, un juicio
previo irreflexivo basado en la costumbre y la tradición). Es que no se tra-
ta de culpar. Llamo “Echarle la culpa a la realidad” cuando se carga sobre
la persona que viene a demandar el hecho de que “no demanda bien” o
que la demanda tiene una forma tal que no permite incluir al sujeto en el
dispositivo de atención. Se le echa la culpa a la realidad, haciendo una
distorsión del concepto de demanda, diferenciándose -en los hechos- la
real de la “aceptable” por el dispositivo congelado.
La otra posibilidad es cuando “se le hecha la culpa a la teoría”, y en
ese marco se atiende cada caso con un librito distinto. Aquí, al contrario
de lo que venimos diciendo previamente, se acepta cualquier demanda y
a todos se los atiende con su marco más ajustable al caso. Tampoco se
acepta la necesaria tensión entre la teoría y la praxis. No, se elude esa im-
prescindible dimensión, la que pone en crisis las hipótesis, y se le constru-
ye un marco que no ponga en aprietos al profesional que interviene más
o menos empíricamente, con marcos conceptuales unilaterales para cada
caso. Esto último no es lo mismo que el remanido pero indefectible princi-
pio del “caso por caso”. Con esto se alude a la singularidad irrepetible de
cada sujeto y su historia. Nos referimos en cambio al aberrante esquema
de una teoría, una explicación, para cada caso. Esto generalmente termina
en desastre, y en no pocas ocasiones finaliza trágicamente.
En ambos vértices del sacar afuera (o sea, en la polaridad realidad-
teoría) se produce un mismo efecto y es la renuncia al verdadero uso del
concepto de dispositivo (como artificio técnico de intervención, caracte-
rizado por su flexibilidad, su encuadre dinámico y su ética precisa). El
dispositivo de atención se debe subordinar a cada una y todas las proble-
máticas sobre las que se interviene, justamente renunciando al supuesto
saber sobre ese mismo dispositivo como tal, porque tener un dispositivo
es poder diseñar una estrategia flexible de atención en articulación, en
nuestro caso, con la demanda de atención del sufrimiento de quien se nos
acerca, en las condiciones sociales, jurídicas, vinculares y comunitarias en
que se contextúa irremediablemente esa subjetividad. Ahora, cuando yo
digo por ejemplo “pase…” y eso implica ir directo a diván, es como de-
cir “para todos, todos los días puchero”; entonces sacrifico el puchero en
cuanto tal, porque termino haciendo que a nadie le guste, termino sacrifi-
cando el dispositivo y se llega -triste y erróneamente- a la idea de que el
dispositivo en sí no sirve y no su congelada puesta en acción33.
Los servicios de salud mental tienen el desafío de releer las pro-
blemáticas psicopatológicas que llegan a sus “salas de espera” y esto les
33 El puchero es rico (y muy vitamínico), salvo que se lo administre todos los días para toda ocasión;
así, por hartazgo, se termina renunciando a sus proteicas ventajas. La metáfora oral-incorporativa, va por
cuenta del autor.
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brinda la posibilidad, enorme, de repensar y reelaborar continuamente sus
dispositivos de intervención. Pero se requiere superar las resistencias al
cambio, expresado en 1) el miedo inundante ante la pérdida de lo conoci-
do (lo congelado) y 2) el miedo ante el potencial ataque que pueda pro-
venir de lo por-venir (las nuevas presentaciones sintomáticas). Si Pichón
Rivière viviera… ¿Perdería tiempo en aclarar que se trata de un emergente
más, otro más, de la desmemoria profesional?
Desde que se ha producido ese hueco de desmemoria en la historia
de la salud mental en Argentina (Di Nella, 2005b) han trascurrido muchos
años, cerca de tres décadas. Evidentemente, no se ha dado la posibilidad
de apertura que propiciara la necesaria reelaboración. La desmentida y la
represión de lo ocurrido con los profesionales y la profesión misma en la
última dictadura militar no será sin consecuencias (¿por qué habría de ser
inocua en este caso?). De ahí que recuperemos el concepto de emergente,
y lo apliquemos a nosotros, como colectivo social particular, esta vez para
pensarlo en la historia de “la familia de la profesión”.
A partir de lo descripto en este acápite, podríamos llamar a ese
emergente socio-profesional: el dispositivo congelado del profesional ne-
gador.34 Pero no le carguemos esto también al “viejo Pichón”. Después de
todo, cómo lo iba a explicitar o clarificar, si es él uno de los más “olvida-
dos”. Fue, por otra parte, un caso contrario al modelo profesional del dis-
positivo congelado. Cerramos entonces con un homenaje al cultor máximo
(y continuador en los hechos de aquella frase de texto freudiano del inicio
del presente trabajo) que anduvo por estos pagos con su “candente” con-
cepción de dispositivo, al que incluía en su integral ECRO.
34 Reflexión aparte: quien niega la historia de su profesión ¿Puede ejercerla dignamente? ¿Puede incor-
porarla transferenciamente? ¿Sabrá cómo etificarla?
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CAPÍTULO 3
CONSTRUCCIONES DE SUBJETIVIDAD
PROFESIONAL EN PSICOLOGÍA
(DESDE EL MARCO DE LA CONSTITU-
CIÓN NACIONAL)
35
Yago Di Nella
Romina Urios
INTRODUCCIÓN
Este trabajo surge como consecuencia de varios desarrollos pre-
vios, alrededor de una preocupación: ¿Para qué nos formamos? ¿Cuál es la
matriz sociopolítica de la generación de psicólogos en estos tiempos que
corren? Desde épocas lejanas de la década del ‘90 del siglo pasado hasta
hoy, hemos estado interrogándonos al respecto. Algunos textos previos
dan cuenta de una serie de preguntas sobre las cuales la unidad acadé-
mica o bien no suele ahondar, o bien prefiere imponer -no es azaroso el
término- el silencio de la negación, como efecto póstumo del siniestro
acontecer social del Terrorismo de Estado de décadas pasadas.
La generación de docentes universitarios “aterrados” (Di Nella,
2007) dejó de plantear cuestiones tan debatidas antes del Golpe de Esta-
do, como la función social de la psicología, el rol profesional y la misión
y especificidad de la disciplina en las políticas públicas. Se han escondido
detrás de lo intrapsíquico. Algunos llegaron a negar existencia de todo
aquello que estuviera por fuera de dicho nivel, alegando que en todo lo
relacional o grupal no habría más que imaginería. Dos grupos, confor-
mados por la generación de “los hijos del terror” y por los de su propia
generación -pero no aterrados-, aún siguen batallando con el reino de “el
silencio es salud”, en la misma profesión de la palabra.
Los modelos profesionales toman caminos realmente heterodoxos
en el campo universitario. Así como tenemos docentes luchadores por una
profesión mejor (lo que en muchos casos implicó incluso el exilio del país
35 Este capítulo ha surgido como resultado de una serie de grabaciones de clases dictadas entre 2006 y
2008, en el marco de los seminarios electivos de Psicología Política (1º Semestre) y de Psicología Comuni-
taria (2º Semestre) para la Carrera de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata. Dichas acciones
docentes se han realizado en el marco de la Cátedra Libre Marie Langer de Salud Mental y Derechos
Humanos. Debe por tanto mucho a sus estudiantes y colaboradores docentes.
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o la desaparición física); tenemos otros que podríamos consignar como
verdaderos “burócratas” de la formación. A estos últimos nada parece
tocarlos. Resisten todo y a todos, o mejor, tienen esa extraña forma de
comportarse que los hace siempre contestes y oficialistas. Esto impacta
decididamente en la formación, y en particular en la Psicopolítica, de los
estudiantes. Recuerdo puntualmente cuando en el marco de una asigna-
tura les pedimos a estudiantes universitarios de psicología que les pre-
guntaran a sus docentes por su concepción de rol profesional. Muchos se
negaron a hacerlo, aduciendo la dificultad y complejidad de pensar una
respuesta (?). Pero una respuesta nos produjo una gran sorpresa y fue
uno de los detonantes de este trabajo que aquí presentamos: una docente
titular de cátedra contestó: “la verdad no sé cuál es el rol; yo no me dedico
a la profesión, sólo soy profesora que enseña en la Universidad…”.
Entender esto, y comprender cómo puede ser dicho sin la menor
complicación, requiere del auxilio explicativo de la historia reciente del
país donde se dice tamaña frase. Hemos trabajado este tema abundante-
mente en los capítulos precedentes, y lo hemos hecho también en otros
textos (Di Nella, 2007), pero nos queremos concentrar aquí en un punto:
¿qué construcción de subjetividad profesional “forma” ese discurso? Los
párrafos que siguen abordan este asunto.
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en estos instrumentos: la Constitución Nacional, enuncia y supone definicio-
nes más o menos explícitas de Sujeto, de Salud, de Rol profesional; esta-
blece también categorías de niñez, de mujer, la perspectiva de la equidad,
el concepto de Dignidad Humana. Es decir, hay todo un bagaje conceptual
incluido allí, que tiene una directa incidencia en el ejercicio de las profesio-
nes, independientemente de la carga ideológica y, a su vez, del grado de
incorporación de los profesionales respecto al paradigma mismo.
Nuestro objetivo en este capítulo es pensar qué tipo de subjetivi-
dad profesional del psicólogo supone dicho paradigma y compararla con
la que da por producto el aún reinante paradigma del profesional liberal
del positivismo: el psicólogo funcional al mercado de consumo.
Nos focalizaremos específicamente en el profesional psicólogo,
porque es la disciplina que nos incumbe, bajo la cual nos identificamos
y constituimos nuestra subjetividad profesional, pero suponemos que el
planteo más estructural que explicitaremos en este artículo, puede ser útil
para analizar y pensar prácticamente otras identidades profesionales.
A continuación, procederemos a plantear, desarrollar y explicar un
esquema en el cual quedan resumidos los componentes que hacen a la
construcción de subjetividad profesional en el paradigma de los Derechos
Humanos, al que definiremos como el “Rombo virtuoso” de la Construcción
de Subjetividad Profesional.
Luego dejaremos plasmado un esquema que se traza como su con-
trapartida, a la luz del modelo profesional constituido como respuesta
sumisa al imperante mercado de consumo: lo llamaremos “Rombo desin-
vestido” de la Construcción de Subjetividad Profesional.
Finalmente, esbozamos un gráfico completo en el que pueden resu-
mirse todos los conceptos que abordaremos en este capítulo.
www.koyatuneditorial.com.ar -77-
1.- EL “ROMBO VIRTUOSO” DE LA CONSTRUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD
PROFESIONAL.
Ética
Praxis
Actitud crítica
construcción de Cuestionamiento
subjetividad (Contexto)
profesional
Corresponsabilidad
social Memoria
-------------------------------------------------------------------------
Asunción subjetiva (verdad y justicia)
del profesional
Derechos humanos
Función social
Rol profesional
Identidad profesional
Constructos, agujeros, síntomas
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1.1 - La Identidad Profesional
Desde el momento mismo en que nos identificamos bajo una sig-
nificación tal como es la de “ser” psicólogo, estamos reconociendo que
pertenecemos a un grupo particular de sujetos que se nombra bajo dicha
categoría. Este sentimiento de pertenencia no viene dado. Al ser construi-
do y recreado socio-históricamente, trae aparejada la primera pregunta:
¿qué es ser un psicólog@? Y para responderla no podemos más que re-
montarnos a la historización de la profesión: reconstruir la historia que
nos precede se vuelve imprescindible. De allí la frase: “quien no sabe de
dónde viene, no puede saber a dónde va, pues no puede responder a quién
es”36 En otro lugar hemos dicho algo parecido: “quien desconoce su histo-
ria (profesional, en este caso), no puede asumir una identidad integrada a
su práctica. Ésta aparecerá disociada de aquélla” (Di Nella, 2005a).
Por lo tanto, podemos ya establecer que en el concepto de Identi-
dad profesional se pueden diferenciar dos componentes definitorios:
»»uno es el de la Memoria (de la profesión);
»»el otro es el de la Pertenencia (al grupo o agrupamiento -más allá
de su contextura)-.
Así, una identidad profesional articulada con la ideología dominan-
te, es la que se encarga de “preservar al Yo del sujeto del enfrentamiento
a nivel psicológico con algunas de las contradicciones sociales” (Bohos-
lavsky, 1973 Pp. 23). Los constructos representacionales y discursivos de
rasgos identitarios se sostendrán en la tensión permanente del dogma
al que adhiere el profesional y la realidad en la que se las tiene que ver
todos los días. Pero no deja de ser esa una opción. No todos los profesio-
nales optan u optaron por el camino sencillo de la adhesión social al rol
demandado por el Sistema.
En la historia de la salud mental de este país y en particular de
provincia de Buenos Aires, hubo momentos donde la identidad profesional
del psicólogo se jugaba en la Atención Primaria de la Salud. Los primeros
psicólogos recibidos en los años ’60, ’61 y ’62, se encontraron frente al
vacío legal de su ejercicio, un espacio dejado por los médicos, en tanto
era poco propicio para el desarrollo de una carrera profesional que otor-
gara prestigio o de ascenso social: las instituciones cerradas o totales y
las villas o zonas suburbanas alejadas. Los psicólogos rápidamente se
insertaron en este tipo de escenario marginal, en una acción de rápida
legitimación: se trabajaba “de hecho” (Domínguez Lostaló, 2000). Éstos
son datos propios de la historia de la psicología en nuestro país y, muchas
veces, ignorados por quienes intentan formarse en esta profesión. Desde
hace mucho tiempo se prescribe la transmisión de la historia de la disci-
plina y casi se proscribe la memoria de la profesión. Podremos ver alguna
36 Juan Carlos Domínguez Lostaló lo enuncia así en cada clase inaugural de la asignatura de la que es
profesor titular: Psicología Forense. Facultad de Psicología, UNLP.
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excepción, pero no irrumpe modificando la tendencia a desfavorecer el
acercamiento del estudiante con la historia de los pioneros del quehacer.
Se debe hacer un esfuerzo que tienda hacia una redefinición de la
identidad profesional, destapando los pozos ciegos (“agujeros negros”
de la desmemoria), teniendo como marco la doctrina de los Derechos
Humanos, pero con el absoluto compromiso de la autocrítica profesional
en el análisis de los síntomas profesionales (Bohoslavsky, 1973; Di Nella,
2005a y 2007) que supuso ese primer rol autoasignado: trabajar sobre la
subjetividad del ser humano marginal del sistema sociopolítico dominante.
Es una marca de origen que bien merece un estudio reflexivo, minucioso.
Nacida del encuentro con la marginalidad, la profesión se legitima.
No es de extrañar que suceda esto, que en la reconstrucción de la
historia de una profesión se encuentren agujeros ávidos de sentido; pue-
de realizarse un paralelismo situando que “en la constitución del Superyó,
los buenos o malos tratos recibidos con posterioridad serán vitales para el
sujeto, cuando se den los procesos de la adolescencia, en la singularización
psicológica que supone el moldeamiento de su identidad como ser adulto”
(Di Nella, 2005a). Teniendo en cuenta esto y las particularidades de la
historia de nuestro país en los momentos de construcción de la profesión
-la sucesión de gobiernos militares, el exilio de los primeros graduados,
los que debieron subordinarse a otras prácticas como la medicina para
poder ejercer, etc.-, hallan su explicación en estos “agujeros negros”. He-
mos analizado en el capítulo anterior sobre las consecuencias de esto: los
síntomas profesionales.
La Pertenencia, por otro lado, es la posibilidad misma de presentifi-
car la memoria profesional. Existen elementos, rasgos y efectos de sentido
que permiten a uno ligarse con la profesión. El estudio sobre cómo ha
de ser subjetivamente factible el acto de empoderarse de la historia de
esa profesión, y sentirse perteneciente a la misma, se ve facilitado con el
simple encuentro vivencial con los que participaron de esa gesta, pues
aún están entre nosotros. Toda vez que se produce ese encuentro puede
observarse cómo se desarrolla un nuevo aire de vitalidad profesional, de
entusiasmo vocacional colectivo.
-80- www.koyatuneditorial.com.ar
(no solo producido-modelado en la formación) y asumir una función social
activamente constituida desde una asunción de rol reflexiva y auto-cues-
tionadora, no reverente de los asignados por uno u otro gurú.
Complementariamente, deberá vérselas con los roles demandados
por la comunidad de acuerdo a sus necesidades y también, claro, a sus
prejuicios sobre la profesión, elementos con los cuales deberá lidiar y
también hacer docencia y clarificación. Esto supondrá un permanente in-
terjuego entre la demanda social de rol y las posibilidades de asunción
por el colectivo profesional de psicólogos. Cuando esto no se consigue,
lo que se configura es una “identidad prestada” que -generalmente- se
asimila por mera adherencia y sin ningún proceso de singularización a la
del grupo de pertenencia, quedando desaparecida la identidad profesional
en cuanto tal.
Si es cierto que lo que conduce a la identidad es el ejercicio del rol
profesional, también podemos afirmar que éste nos conduce ineludible-
mente al problema de su historización. De ahí el lugar de conector que le
hemos asignado en nuestro rombo hacia la Memoria profesional.
www.koyatuneditorial.com.ar -81-
tienden por ese vínculo? ¿Qué esperan del mismo? ¿Cómo habrían de hacer
para explicitarlo y acordarlo? Las respuestas posibles a estas y otras pre-
guntas conllevan necesariamente una historización que delimite la praxis
misma y la encuadre desde el punto de vista sociopolítico.
En todo proceso de Salud Mental debemos partir entonces de las
condiciones sociopolíticas que lo sobredeterminan. Superar la idea falaz
que sostiene que se trataría de un encuentro de dos sujetos. En Salud
Mental pública es hoy prioritario incorporar esta tríada que organiza la
matriz ideológica de nuestros tiempos: A la Memoria, se le debe unir la
Verdad y la Justicia.
Es preciso entonces, como decíamos, historizar el pasado para re-
definir la identidad profesional, tomando como marco la doctrina de los
Derechos Humanos y las normativas deontológicas y legales propias de
nuestra profesión. Y para esto es necesaria una memoria, con ineludible
articulación a la búsqueda de la Verdad y al compromiso con la Justicia.
El concepto de Sujeto así planteado cambia el asunto de la cons-
trucción de subjetividad profesional. Es un concepto que requiere este
proceso de memoria social de carácter psicopolítico. Si pensamos en par-
ticular al sujeto en la construcción de subjetividad del profesional psicó-
logo, ese sujeto no puede constituirse con una mínima integración si no
lo logra desde un reconocimiento de su historia, ubicándose en ella en un
lugar determinado. Su consecuente será la forma que adopte su praxis.
Praxis
En este apartado, al hablar de praxis nos referimos al sentido mar-
xista del término: la praxis es la articulación en concreto entre teoría y
práctica, entre el plano de las ideas y el plano de las acciones. En esa
articulación se juega el componente ético de la construcción de subjetivi-
dad profesional, y además nos conduce al valor de memoria sobre nuestra
profesión. Dicho de otro modo, la memoria de la profesión se juega ahí,
en cada praxis. Es el modo en que se hace presente, se vivifica.
Decíamos que el ejercicio de la profesión, cuando tiene un carácter
ético, obliga a la memoria como esfuerzo y como función. No hay praxis
ética, sin memoria.
La praxis siempre es un soporte, o bien ético o bien moral. Decimos
que conduce a la memoria, porque la memoria de la profesión es la que
permite posicionar al sujeto profesional en un lugar, en un lugar cualquie-
ra, pero posicionado allí. Cuando uno no se posiciona en ningún lugar es
cuando más riesgo tiene de caer en la indolencia. Esta es la diferencia fun-
damental con la neutralidad. El profesional indolente se supone neutral.
Intenta sostener-se en un discurso fallido de abstinencia -supuesta- que lo
sumerge en un no posicionarse, sacrificando la eticidad de su encuadre.
-82- www.koyatuneditorial.com.ar
1.3 - La Ética Profesional
Hay un tercer componente, además de la identidad profesional y la
Memoria, que es el concepto de Ética. Dirá Fernando Ulloa (1995, pp. 202
y siguientes):
-84- www.koyatuneditorial.com.ar
Para este ideal de hombre es que aspiramos pueda realizar una
adaptación activa a la realidad, en la medida en que logre efec-
tuar una lectura de la misma que implique capacidad de eva-
luación, creatividad, libertad y posibilidad transformadora.
Actitud crítica
En nuestro gráfico virtuoso de la construcción de la subjetividad
profesional ubicamos como conector entre la ética y la corresponsabilidad
social a la actitud crítica.
Esa actitud crítica debe ser doblemente situada, tanto por sus ya
mencionados determinantes sociohistóricos, así como porque toda rela-
ción entre el profesional y el atendido es una relación diferencial, es decir,
una relación desigualada por estructura. El juego del poder entre el pro-
fesional y el usuario de un servicio, de una prestación, no es equilibrado
nunca: la persona siempre tiene la necesidad de depositar en nosotros
un saber práctico y en esa necesidad se vuelve desigual la relación. No
hay relación de iguales entre el profesional y el atendido. Por lo tanto,
esto debería redoblar la actitud crítica en términos del “buen uso” de esa
relación vertical. “Buen uso” quiere decir el cuidado de esa asignación de
saber que el otro deposita sobre nosotros. Técnicamente en psicoanálisis
a esto se lo llama “abstinencia”, pero la abstinencia es sólo un compo-
www.koyatuneditorial.com.ar -85-
nente de este cuidado. Uno puede ser muy abstinente (en términos del
sentido estricto del término: el deseo sexual) y estar jugando un ejercicio
abusivo de poder sobre el otro. El abuso de poder no se da sólo en tér-
minos de trasgresión de la abstinencia, puede darse en muchas formas;
por ejemplo, cuando se selecciona a quién atender y a quién no, al decir
cómo va a ser la atención, su forma, su evolución, etc. Cuando se decide
por la otra persona en términos de “qué le conviene” se está en la misma
acción, aún siendo abstinente.
La actitud crítica es la que debiera jugar de modo tal de que el mis-
mo profesional regule esta relación que de por sí es dispar. De ahí que sea
imprescindible recurrir al concepto de corresponsabilidad social.
Para referirnos a la corresponsabilidad social, necesitamos acudir
a la dimensión ética, que es la que permite posicionarse en el lugar de
aquél que de algún modo logró mediante beneficios sociales (educación
pública gratuita, por ejemplo), tener un saber técnico-práctico diferencial.
Ese saber práxico es un legado social, en sentido amplio. Es un logro y
un producto de la sociedad en su conjunto, y no únicamente un capital
intelectual del sujeto.
Recíprocamente lo que lleva a la posibilidad de ejercer la correspon-
sabilidad social con una cierta ética es la actitud crítica, en dos sentidos
por lo menos. Crítica en tanto y en cuanto el camino a la ética no es el ca-
mino a la moral, es decir no es el camino a los valores supuestos, prepon-
derantes o aceptados por una sociedad, sino justamente la posibilidad de
establecer una responsabilización crítica de cada acto; poder establecer el
principio de la crítica como el principio que comanda nuestras acciones.
-86- www.koyatuneditorial.com.ar
Estado tiene el deber de garantizar el acceso a la salud de la manera más
equitativa posible.
Este concepto aspira a que nosotros seamos algo más en nuestra
función social. Si nos proponemos ser algo más que receptores de deman-
das de atención, estaremos ante la opción de hacer un aporte concreto
para el mejoramiento de la calidad de vida de la población. Pensar, por
ejemplo, en los accidentes de tránsito -que es la primera causa de muerte
del adulto no mayor en la Argentina- y para lo cual no hay prácticamente
ningún trabajo en relación a su evitación. Que los psicólogos podamos
pensar en los problemas de nuestra gente, aquella con la que convivimos,
nos reencuentra con una función social que supimos conseguir décadas
atrás, en los albores de la profesión, camino sinuoso del cual nos alejamos
luego. Se trata entonces sólo de no apuntar a lo que “queremos” recibir
como demanda, sino poder visualizar aquello que esa población requiere o
necesita. El concepto de corresponsabilidad social obedece a la necesidad
de pensar en nosotros como aquellos que hemos logrado con recursos del
Estado (sostenido por la carga impositiva del conjunto de la población),
formarnos gratuitamente en la Universidad y, en el caso de nuestra carre-
ra, de manera irrestricta. En este punto, la corresponsabilidad social nos
invita a asumir nuestra doble responsabilidad como ciudadanos, en el sen-
tido de estar formados como tales y tener una posición de ventaja sobre
otros que no han tenido esa posibilidad y, en segundo lugar, por nuestro
saber específico, el cual nos posiciona de un modo muy especial: en la
posibilidad de interpretar y leer los problemas con los que se encuentra
nuestro pueblo y, sobre todo, con la posibilidad de intervenir a favor de
la solución de los problemas. A eso se le llama Corresponsabilidad Social
(Domínguez Lostaló, 2008).
Evidentemente es un concepto muy vinculado a lo ético, y tiene
como principal parámetro la necesidad de pesar nuestra profesión mucho
más allá de las demandas del mercado. Aquí lo que aparece como opues-
to es el modelo del Profesional liberal. Nosotros no nos oponemos -no
estará de más aclararlo- al ejercicio de la profesión liberal. Al contrario, la
mayoría de quienes nos posicionamos desde la Corresponsabilidad Social
ejercemos la profesión liberal, pero lo que hacemos sí es considerar que
no se agota ahí nuestra profesión.
Este asunto requiere una historización. Desde mediados de la dé-
cada del ’70 y durante toda la del ’80, el profesional psi empezó a de-
finirse como psicoanalista, en tanto práctica profesional liberal, que se
presentaba como neutral socialmente, a-histórica y a-política (profesional
independiente cuenta propista), con una orientación mayoritariamente in-
dividual, privada y hasta en ocasiones, individualista (Di Nella, 2005b).
Nuestra profesión es mucho más que insertarse en el mercado de la Salud
Mental, la psicología no nació para responder a un mercado, nació en las
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antípodas del Mercado, con la oposición de casi todos los médicos, de
todos los odontólogos, o de la gran mayoría y con todo el mercado de la
Salud Mental oponiéndose a la apertura de la Carrera.
Lo que produce el Estado neoliberal a contra mano de ese rol su-
puesto de prestador de servicios de consumo de terapéutica, es una pro-
porción grande de población excluida que nos debe hacer repensar cuál
es nuestro lugar y función en relación con ese sector que ha sido relegado
a una situación marginal de la sociedad. Como ya lo hemos referenciado,
no puede acceder a un servicio de salud porque no puede pagar. Esto se
observa en todo el continente, con escasa divergencia temporal en años:
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seno de las comunidades, requiere de la transferencia e inter-
cambios de conocimientos con otros profesionales e institu-
ciones, rompiendo el discurso médico unidireccional. Integrar
estrategias terapéuticas planificadas, que brinden respuestas
integrales adecuadas a las distintas problemáticas que se pre-
senten” Rattagan, Mercedes (2005)
Para eso sería preciso que la construcción de subjetividad profesio-
nal sea revisada, poniendo en crítica su rol reductivo de terapeuta de la
enfermedad mental, para poder posicionarse con una función social más
acorde a estos tiempos de garantización de derechos.
Función social
Lo que permite vincular el concepto de corresponsabilidad social
con el concepto de identidad profesional es esta posibilidad del psi de
pensarse en una función social. Ello implica necesariamente un posiciona-
miento crítico claro, es decir, la posibilidad del profesional de posicionar-
se, en primer lugar, en relación a su entorno social y encontrar allí su lugar
en los procesos sociohistóricos de su tiempo.
En segundo lugar, es esperable que el profesional desarrolle espa-
cios de autoevaluación que le permitan pensarse críticamente, esto es, de
poder establecer parámetros que le permitan reflexionar sobre su grado de
inclusividad social, y de pensar en qué medida atiende -o no- esa realidad
operante y cómo se vincula con las necesidades de la población.
Por lo tanto la función social, antes que nada, se vincula con el
concepto de corresponsabilidad en términos de cuál es la asunción sub-
jetiva como profesional, respecto de las necesidades que supuestamente
va a cubrir. Esto moldeará su identidad, sin duda, junto al precipitado de
identificaciones surgidas de su praxis concreta.
-90- www.koyatuneditorial.com.ar
Conector interno 2: Contexto (Eje del Cuestionamiento)
Hay otro concepto clave en la construcción de subjetividad profe-
sional, al cual lo ubicamos en el otro eje interno, a saber, el Contexto.
Contexto etimológicamente viene de Con el Texto, aquello que acompaña
al texto:
Para nosotros va más allá y tiene que ver con lo que los psicoana-
listas de los ’60 llamaban el Aquí y Ahora, es decir, la ubicación en tiempo
y espacio de una problemática. Esa ubicación es la llave que nos permite
salirnos de la posición individual restrictiva (Saforcada, 1999). El concepto
de contexto tiene, además, una segunda función para nosotros: consiste
en posicionarnos en un presente consustanciado con la memoria de su
conformación y sus consecuentes determinantes históricos. Por ejemplo,
hoy es imposible explicar el modelo de funcionamiento de la Salud, sin
pensar en lo que ocurrió con el mismo en la última Dictadura Militar, la
cual finalizó hace más de veinticinco años. La salud pública y el rol de
los profesionales psicólogos en ese sistema de salud era antes de ese
hito histórico algo absolutamente distinto a lo que es hoy. Por ejemplo,
no había lista de espera hospitalaria, es más, a nadie se le hubiera ocu-
rrido construir semejante instrumento. ¿Había más profesionales? ¿Había
más infraestructura hospitalaria? No ¿Cuál era la diferencia, entonces? La
diferencia era de dispositivo; había formas de admitir, de seleccionar y de
derivar a aquellos que requerían atención, que hoy no están instrumen-
tados. Nos referimos más detalladamente en el capítulo anterior, cuando
hablamos de los dispositivos congelados. En el modelo de atención desde
el Estado de Bienestar cuando alguien concurría al hospital a solicitar asis-
tencia, se lo atendía y punto. No cabía la opción de incluirlo en una “lista”
y citarlo para dentro de seis o más meses. A nadie se le ocurría que esto
podría ser una opción; estaba fuera de los marcos de lo pensable, porque
la construcción de subjetividad profesional constituida desde ese modelo
impedía pensar las prestaciones en términos de consumo y, mucho me-
nos, tratar la demanda en términos de mercado cautivo. En conclusión, la
liberalización de la salud mental pública es otro de los nefastos legados
de la última Dictadura Militar.
Debemos analizar la vida cotidiana y el modo de vida de los se-
www.koyatuneditorial.com.ar -91-
res humanos en la actualidad, si pensamos a la salud y a la enfermedad
como construcciones sociales. Esto supone la lectura psicopolítica que
aquí proponemos. Y de eso se trata cuando hablamos de tener en cuenta
el contexto, dado que debe indagarse y tenerse presente el lugar de pro-
veniencia de un sujeto a la hora de planificar un tratamiento o de pensar
una dirección de una cura. No son comparables las posibilidades de salud
de un sujeto de bajos recursos, que muchas veces carece de servicios
públicos elementales, que las de un individuo que tiene las necesidades
básicas satisfechas. Es el contexto entonces un factor de cuestionamiento
permanente que opera produciendo dilemas éticos de difícil resolución, en
un marco social que pone de relieve -más allá del esfuerzo de neutralidad
que se ponga en juego- la identidad profesional más o menos lograda de
cada uno.
-92- www.koyatuneditorial.com.ar
Doble Moral
(discurso - práctica)
Actitud individualista
(exitismo)
Alejamiento
de la realidad
Dogmatismo
(Terrorismo)
(Mercado de la
formación)
construcción de
subjetividad
profesional
-------------------------------------------------------------------------
Indolencia
(Dehumanización) A-historicidad
(elogio del olvido
presente y placer de
vivir el momento)
Consumismo
(Teorías neoliberales)
Burocratización
ventaja profesional
personal
Negación profesional
(Alienación)
www.koyatuneditorial.com.ar -93-
2.1- La Negación Profesional
Se podría ubicar, en vez de la identidad profesional lograda (siem-
pre parcialmente), su antitesis: la negación profesional. Es la idea de que
no hay una profesión. La identidad aparece como negación y ésta es su
factor necesario por la burocratización profesional. La negación profesional
es decir: “yo no trabajo de psicólogo, sino que trabajo de…”. Particulariza
algo que no requiere esa particularización y cuyo sentido ideológico es
siempre negado.
El pasaje de la identidad profesional a su negación, tiene que ver
históricamente hablando con su pasaje por la última Dictadura. Como ser
psi era interpretado casi directamente como sinónimos de ser subversivo,
fue en ese momento que muchos profesionales masivamente optaron por
nombrar su praxis con otros calificativos en una suerte de renegación para
la supervivencia. En este tema puede verse la importancia de tener en
cuenta la historia, puesto que a pesar del retorno de la democracia y san-
ción de las leyes de ejercicio profesional (la nacional y las provinciales),
ya nada volvió a ser lo mismo en relación al mundo psi. Esta situación ha
vuelto imprescindible no hacer como si nada hubiese pasado (negación)
o como si la historia empezara de nuevo. Nominarse como técnico o no-
minar la praxis negando la profesión y/o su titulación académica, supone
además menoscabar y hasta renunciar a su función social también. Esto
implica una desresponsabilización social y el concepto de corresponsabi-
lidad ilumina el campo en el sentido de volver a pensar el rol de nuestra
profesión como psicólogos en la atención de la Salud Mental Comunitaria,
desde una posición de responsabilidad. Esto no significa hacernos cargo
del padecimiento de toda la población, pero tampoco desimplicarnos in-
dolentemente del mismo.
La negación de la función social crea una vivencia de alienación
en todo contrapuesta a la creatividad que conlleva la sensación de una
“realización personal” en la profesión. Haciéndose, de este modo, visibles
las contradicciones insuperables que se encuentran entre los ideales de
vida de un profesional y su realización personal, aparecen luego los ya
mencionados síntomas profesionales.
La alienación no es sino “el producto de la experiencia del sujeto de
su condición de sujeto sujetado, y el carácter de siniestra pesadilla de esta
situación no tiene otra determinación que aquello que confiere según Freud
el rótulo de siniestro a un hecho: lo familiar negado o reprimido” (Bahosla-
vsky y otros. 1973 Pp. 23.)
La situación alienante puede ser definida de acuerdo a seis parámetros:
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comunidad profesional (la cual refleja una pérdida progresiva
de legitimidad a medida que progresa a la institucionalización
de la profesión siendo la lucha por el poder dentro de la orga-
nización profesional la expresión de la necesidad de una mayor
organización); 3) criterios de estructuración intraprofesional
que obedecen a la ausencia de un consenso entre los miem-
bros de esa organización institucional (la falta de tal consenso
determina la ausencia de un “self looking glass” que restringe
el esfuerzo de la identidad profesional); 4) falta de concordan-
cia entre la formación del profesional y las necesidades socia-
les (contradicción a la que los autores hacen responsable de la
aparición de un síndrome anómico, ocasionado por el desfasa-
je existente entre el tipo de demandas que formula la estructu-
ra social y el tipo de orientación y producción de la comunidad
profesional); 5) incapacidad de absorver el flujo informativo;
y 6) estructuración de las expectativas de rol”. (Bahoslavsky y
otros. 1973 Pp. 26 y 27)
Burocratización profesional
La contrapartida del rol profesional del rombo virtuoso es la buro-
cratización profesional: la idea de que el profesional sostiene su -supues-
ta- identidad en aquello que ha practicado y no en la disciplina que sostie-
ne esa práctica. Entonces, si ha practicado la pedagogía, el psicólogo (por
título) va a decir que es pedagogo; si ha practicado la docencia, dice que
es docente; si ha practicado el psicoanálisis, dice que es psicoanalista y si
ha practicado experimentos psicológicos, dice que es investigador. Reem-
plaza su identidad profesional por la identidad de la práctica que realiza.
Esto tiene que ver con lo que estamos definiendo como la burocratización
del ejercicio.
Esta burocratización tiene otras repercusiones al pasar por la iden-
tidad, porque en la negación de la identidad aparecen los síntomas. Toda
negación -ya lo decía Freud- produce síntomas. Uno de los síntomas que
produce esta negación específica es la imposibilidad de situarse en el
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campo de la realidad (la ya descrita fobia profesional). La imposibilidad
de situarse en el rol genera miedo. Veremos así profesionales aterrados,
encerrados literalmente en sus oficinas y consultorios, sin otra práctica
que esperar allí que llegue casi mágicamente el sujeto supuesto por su
dogma. Toda vez que no esté el esperado, el que ingresa al reducto del
autoencierro, será expulsado como variable de la realidad que cuestiona
su doctrina, la cual será defendida a expensas de la realidad. Inmediata-
mente alguien se pregunta por el rol, se abren las puertas de la reflexión
sobre la construcción de subjetividad profesional y se desmitifica el miedo,
que obturaba la función crítica.
2.2 - La A-historicidad
(elogio del olvido del presente y placer de vivir el momento)
En segundo lugar, a su vez, podemos ubicar en la antípoda de la
Memoria a la negación de la historia. Esta repercute, por otra parte, en la
negación de la identidad. Como decíamos anteriormente (cap. 2):
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representar un riesgo por el desfasaje que produciría el hecho de no tener
en cuenta las condiciones culturales, ambientales y vinculares propias de
su idiosincrasia que, en definitiva, son las que han llevado a la consulta.
Como ya hemos señalado, la falta de memoria en relación a nuestra
profesión repercute en la formación de lo que nosotros llamamos “sínto-
mas profesionales”. El desconocimiento y el borramiento de esa dimen-
sión en la propia formación están entre sus principales causas. Esto no
siempre fue así, sino que caracteriza al impacto que produjo la última
dictadura militar, donde se igualaba la función de psicólogo con la idea
de subversivo, por un lado. Por otro, con la idea más o menos ficcional
de que otro ropaje como el de pedagogo, psicoanalista, acompañante
terapéutico, etc., permitiría desdibujar la peligrosidad inherente -en ese
momento sociopolitico- al rol profesional.
Uno de los síntomas profesionales que más ha caracterizado a nues-
tra profesión, desde el retorno de la democracia hasta ahora, tiene que
ver con la dificultad del psi para identificarse con la formación de grado,
asumirla como tal y desarrollarla plenamente. Este otro síntoma tiene que
ver con la dificultad para posicionarse como profesional en términos del
ejercicio del rol, el sentimiento de imposibilidad de incluirse laboralmente
desde la nominación del título que le brinda la academia.
Si no se conoce la historia de la profesión, muy pocas herramien-
tas quedan para sustraerse a los otros discursos sobre el profesional en
formación. Por esta razón, tanto médicos como pedagogos y filósofos han
sido tan influyentes en la conformación de la construcción de subjetividad
profesional del psicólogo. Lo que lleva a la posibilidad de construir una
identidad profesional mínimamente lograda y servirse de ella es siempre
preguntarse por el rol y encontrar modelos en los cuales apoyarse y, a la
vez, diferenciarse.
La a-historicidad tiende a elogiar el presente y eliminar la historia
-o la historización- como dimensión de análisis, a tal punto que cuando se
debe referir a la historia lo hace en términos objetivados: no hay perso-
nas en la historia que se relata, hay fechas, nombres, frases, pero no hay
personas. Cuando aparece la necesidad de recurrir a la historia desde la
posición de la desmemoria, esta se encuentra despersonificada, es decir,
es una historia sin personalidad ni afecto, se deshumaniza en el culto al
puro dato.
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para poder sostener el dogma (sea cual fuere éste) necesita eliminar a la
realidad misma, en tanto elemento cuestionador, y procura sostenerse en
el mito de la neutralidad.
El mito de la neutralidad es aquel que pretende exponer al discurso
propio sobre la realidad como neutro, es decir, como parte de una no-
ideología. Esta idea es imprescindible para este modelo, porque inmedia-
tamente uno lo ubica políticamente, cae su lógica.
Para poder operar sin el factor memoria, el profesional neoliberal
necesita reemplazarlo y lo hace por el mito de neutralidad, que intenta
plantear que lo presente está por sobre el sentido de lo que se está prac-
ticando. El pasado perdido, no historizado, no sería necesario.
La realidad así aparece como una variable molesta, donde el discurso
se pretende sostener en sí mismo. Tiende a negar por otra parte, todo lo
que contradiga a ese discurso. El profesional tiende entonces a elegir el dis-
curso por sobre la realidad. Si la realidad contradice al discurso, la realidad
se equivoca. A este modelo de concebir el discurso lo llamamos Dogma.
Realidad – Teoría
Formación – Profesión
Eficacia – Ética
Pragmatismo – Reflexión
Futuro – Memoria
Éxito – Filantropía
-98- www.koyatuneditorial.com.ar
La formación universitaria en términos generales pretende presen-
tarnos estos pares como opciones irreductibles y no como lo que son:
diversas formas de expresar la tensión permanente de toda tarea de bien
público. La doble moral siempre termina discurseando un extremo y eje-
cutando el otro.
Actitud individualista
El individualismo es el nexo entre la doble moral (comúnmente
conduce a ella) y la indolencia. La indolencia nos ubica en una posición
individualista, en el sentido de que el individuo, cuando piensa en su pro-
fesión, piensa en sí y desplaza la necesidad de salud en términos de su
éxito personal. Lo profesional del sujeto es aquí una máscara discursiva
que esconde una banal -pero humana al fin- pretensión personalista. Por
eso, en general, las instituciones que nuclean al ejercicio de la profesión
neoliberal generan espacios de competencia feroz (como es el caso de los
grupos de formación psicoanalítica) porque de lo que se trata es de ver
cuál es más exitoso, no de quién atiende mejor. No los regula la eficacia,
sino la cantidad de adeptos.
En efecto, estamos ante una tergiversación por desvío de criterios:
Los criterios de eficacia y de eficiencia que estas instituciones tienen, se
relacionan proporcionalmente con la cantidad de adherentes, no con la
operatividad del dispositivo. La realidad ha sido escamoteada. No importa
si se la modifica o no, sólo compete escrutar si se han acercado y/o adicio-
nado nuevos “fieles”. Este reemplazo tiene que ver con el valor puesto en
el éxito. En la medida en que se escala en la pirámide de prestigio, el pro-
fesional va a estar más cerca de la cúspide del dogma y, por lo tanto, va
a poder posicionarse más lejos de la realidad misma, porque en la medida
en que sube en la pirámide se aleja de la realidad. Tendrá menos contacto
con ella, porque sólo la base de la pirámide se contacta con las perso-
nas; los demás trabajan con los otros, supervisándolos, formándolos, etc.
Justamente esta es la crítica que hicieron los movimientos Plataforma y
Documento en los años ´70.
Quien asciende se dogmatiza cada vez más por dos razones: porque
es imprescindible para ascender, es la llave del éxito pero, por otro lado,
porque se van alejando de las personas que los demandan.
El individualismo se expresa cuando el profesional reemplaza su
rol (en función de la necesidad de salud de la población) por un deber
para con los “socios” del dispositivo institucional dogmático. Entonces,
reemplaza el deber para con el otro por el prestigio que asigna tal o cual
función. De este modo, en orden de lo personal termina haciendo toda una
serie de cosas, que menoscaba la atención de los pacientes en función de
las otras actividades que exige esa institución.
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2.4 - LA INDOLENCIA
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nando Ulloa (1995, pp.124):
“Si consideramos la abstinencia como piedra angular me-
todológica y ética del quehacer analítico, el síndrome de violen-
tación institucional contamina la abstinencia con su patología
más frecuente: la indolencia, en general disimulada por el man-
to de la neutralidad psicoanalítica, en realidad, neutralización
de la persona coartada como sujeto”.
La indolencia nos ubica en esta posición individualista, que prestigia
-al parecer del profesional neoliberal medio-, a costa del sujeto, a quien
se posicione como buen repetidor del dogma y asuma el rol de predicador
del modo esperado por el grupo de pertenencia. El sujeto de intervención
es quien lleva su padecimiento, lo vuelca sobre el escenario si le es posi-
ble introducirse en el fórceps del dispositivo congelado, para finalmente
recibir del dogmatizado un síntoma profesional como respuesta.
Ventaja personal
La persona reemplaza la función por la ventaja. Al no tener inter-
nalizado ni el rol ni la profesión, se busca ver cuál es el beneficio que se
puede obtener de la práctica. Beneficio que puede ser de poder, monetario
o de prestigio.
Excluyendo la pobreza de las prácticas de salud -mental sobre todo-
de lo transmitido en la formación, degradándola a “usted no tiene (dine-
ro), entonces no merece (atención)” e incrementando la marginación que,
a su vez, vulnerabiliza los lazos sociales, se forja un modelo individualista
de profesional donde prima la competencia y el triunfo personal.
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Esto trae aparejado un exacerbado individualismo, la desconfianza y percep-
ción como extraño o enemigo a todo lo que sea diferente, la reafirmación de
la ‘intimidad’ en oposición a lo social y compartido” [...] “Asistimos a un alto
grado de fragmentación social, que el poder utiliza como estrategia, desarti-
culando la capacidad de gestión de los diferentes sectores sociales”.
Esto es lo que se ha logrado por medio de las teorías neoliberales y
por medio del consumismo: que se genere un mercado de la salud, donde
un tratamiento médico, psicológico, etc., es un servicio más del mercado.
La salud, entonces, es vista como un bien más que puede ser pasible de
transacciones, y manejado bajo la ecuación costo-beneficio dejando, de
este modo, la atención de la salud librada a la situación socioeconómica
de los individuos, donde lo que se privilegia es la rentabilidad. Este estre-
pitoso cambio en la concepción del rol profesional ha conllevado innume-
rables incidentes o accidentes institucionales tales como:
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por la razón que fuere, no pueden o no deben dirigirse al cen-
tro de salud donde el profesional lo espera con su dispositivo
congelado;
8. reduciendo todas las formas posibles de intervención psicológi-
ca a la clínica psicoterapéutica de larga duración que prescribe
el dispositivo congelado;
9. restringiendo al sujeto de intervención y a las múltiples formas
y situaciones que permiten su abordaje a la única categoría
posible aceptada: el paciente. Si el demandante no adviene
como paciente entonces no se asumirá al otro como pasible de
intervención psi;
10. desconociendo que buena parte de la población no reconoce al
sufrimiento mental como tal y tiende a ver desde sus tradiciones
al mismo, no viendo en el profesional su función específica.
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y bastante alejadas a las que ha estudiado en “la teoría”), no pudiendo
sentirse un agente de cambio ni nada siquiera parecido. Esto se debe a la
relación tan extremadamente contradictoria entre la formación académica
y la realidad laboral-profesional:
“... El cursillismo nuestro, (que no tiene nada que ver con el del
Opus Dei, pero se le parece bastante) consiste en que, para po-
der conservar la identidad profesional, el rol docente se tras-
formó en una práctica específica. De manera tal que muchos
profesionales, que no tenían una experiencia o una práctica
concreta en el área, o actuaban muy tangencialmente en el te-
rreno, sin embargo enseñaban las asignaturas que eran objeto
de aprendizaje para el estudiantado. El cursillismo que yo lla-
mo es esa sensación de incompletud que siempre se deja en el
estudiante de psicología haciéndole entender que realmente
con lo que aprende en la Facultad no puede trabajar. Ello gene-
ra una suerte de mercado paralelo de atenciones a los efectos
37 Lo que sigue es un breve comentario actualizado de lo expuesto en Angelini, Silvio, Di Nella, Yago y
Olmos Pablo (2000).
38 Dictada en el marco de las Primeras Jornadas sobre la Formación Universitaria y Práctica Profesional
del Psicólogo; Conferencia Historia de la Práctica Profesional del Psicólogo. 13 de Octubre de 1989. Do-
mínguez Lostaló, J. C (2000).
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de complementar la formación, que se pongan como duques,
y así una persona tenía la posibilidad laboral (o el curro) de
dar un curso de psicología laboral o forense habiendo trabaja-
do tres meses en el tema. En el área clínica pasaba lo mismo.
Mucha gente daba cursos sobre psicosis sin haber visto nunca
a “los locos”. “Los locos” los había leído, no los había visto.
Pero lo peor de todo esto era que los había leído desde alguien
que, muchas veces, también los había leído. Entonces ese tipo
de formación, divorciada de la acción profesional, me refiero a
la formación del docente divorciada de su acción profesional,
era un episodio fabulesco que distorsionó muchísimo la for-
mación de los psicólogos. Porque se dio aquel fenómeno de
que la persona que no podía tocar la guitarra, decía ‘la guita-
rra no sirve’. Entonces se desarrolló todo un sistema de mitos
que convalidaban un orden preestablecido y algunos pactos
bastante perversos, que vamos a empezar a analizar después.
Entre ellos, por ejemplo: el de que las psicopatías no se tra-
tan. Las psicosis tampoco. Las enfermedades psicosomáticas
menos. Y dicho como con propiedad: “eso no es tarea del psi-
cólogo”. Es decir, todo ese juego de restricciones que, gene-
ralmente, no estaban convalidadas por la práctica de quien las
formulaba; sin embargo, eran mensajes mamados día a día en
nuestras facultades desde el supuesto saber...”.
Ello lleva, por parte de los estudiantes, a una única aspiración: con-
tinuar especializándose en cursos y seminarios indefinidamente. En efecto,
es una alianza con el mercado de la docencia psi.
El otro componente del “Mercado de la Formación”, la no-práctica,
es consustancial al primero, porque donde hay práctica estalla el mercado
basado en el cursillismo. Para pensar que hay que continuar formándose
toda la vida, tiene que pasar que no se haya visto nunca una práctica,
porque si no esta postura cae. No es que cae la necesidad de formarse,
lo que cae es la necesidad de formarse en esos ámbitos con más y más
teoría y nunca referenciar esta con el campo. Es cierto que la formación
en nuestro ámbito debe ser permanente, lo que no es cierto es que deba
ser dependiente.
En general, la mejor formación que uno se puede dar es la que
guarda un espíritu autodidacta respecto a la búsqueda de soluciones a los
problemas concretos que encuentra en su praxis. Salvo que uno crea -o le
hayan hecho creer- que no puede estudiar solo y que los propios intereses
no valen la pena ser perseguidos, sino que se debe tener por horizonte un
buen “predicador”, que sea capaz de repetir bien y le diga a uno lo que
hay que corear. El mercado de la formación en salud requiere mucho del
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“predicador”, es decir, aquel que repite bien el dogma.
Esos son los dos parámetros del mercado de la formación en salud
mental: el cursillismo infinito y el nunca hacer práctica. Además, general-
mente, la práctica que se enseña, que se “transmite”, es individual. En
ella se anula la dimensión grupal de los padecimientos, vetando la palabra
que enuncie la siempre presente dimensión social-vincular de todo pade-
cimiento. Esto produce también sus consecuencias, dado que, al no tener
en cuenta las dimensiones vinculares de un sujeto o su inserción en la
cultura, al no tenerlo presente como un componente más del medio am-
biente comunitario -dinámico y en constante cambio- en el cual se mueve
y desempeña, se pierde de vista al sujeto como un ser humano integral. La
práctica se convierte así en un “asistencialismo intrapsicológico” funcional
a la sociedad de consumo, que aparta todo aquello que entorpezca el pro-
ceso de circulación de bienes y servicios del medio productivo.
Esta forma de entender al sujeto se vuelve sobre el profesional neo-
liberal. Su forma de ver al sujeto en el desvínculo y la a-socialidad lo lleva
a ser, consecuentemente, un solitario sujeto psi, por lo común retraído,
desagrupado, flotante, desinformado. No sólo se fomenta desde este mo-
delo la práctica individual en relación al usuario, sino también en relación
a trabajar profesionalmente aislados, (inter)disciplinariamente desvincula-
dos, desarticulados de la red sanitaria y social en general, lo que suele
ayudar a reproducir sistemas de perpetuación de la locura e impidiendo el
cumplimiento del derecho a la cobertura de la salud de los individuos en
correlación al derecho a la comunidad.
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ética del profesional humanista hace foco en la salud antes que en la
enfermedad, en la memoria y la verdad antes que en el olvido, en el otro
antes que en sí mismo.
Claro está que todos quienes trabajamos en el campo de la salud,
o en lo mental de la salud, guardamos algún grado de adherencia -por
mínima que sea- con los dos modelos e ideales aquí presentados. Conse-
cuentemente estas líneas tienen como fin invitar a reflexionar sobre ello.
Pero ese ejercicio de autocrítica sobre la función social del profesional
debe cumplir, a nuestro criterio, tres condiciones básicas:
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EPÍLOGO
Las carreras de psicología sufrieron una brutal represión que marcó
un antes y un después con la última dictadura cívico-militar. No es tema
de este estudio describir los procesos de modificación que se produjeron
en ese periodo (que esperamos poder hacer en otro momento), pero sí
hemos visto en estas páginas sus consecuentes, sus efectos post, su ac-
tualidad y vigencia.
Lo que produjo la dictadura fue un vaciamiento de sentido político
de la formación del estudiante y, sobre todo, un vaciamiento de la impor-
tancia de su función social. Y reemplazó la misión que se autoasignaban
las primeras camadas de profesionales (autoconcebidos como trabajado-
res de la salud mental) por el discurso -recurso- de “lo técnico” y el “neu-
tralismo” hipócrita. Del compromiso social que tenían los estudiantes que
se recibían pre-dictadura, quedó sólo un vago recuerdo de quienes serían
señalados como nostálgicos setentistas. Ser moderno era ser a-político y
a-social (neutralista); ser comprometido era ser utópico, pura imaginería
del pasado… Pero lo pasado no elaborado retorna, es imposible evitarlo.
En esa mutación forzada por la dictadura de las desapariciones se
produce una renegación masiva de todo un sector del saber psi, tanto de
los aspectos técnicos, las praxis resultantes, como de los aspectos histó-
ricos de su producción social.
En la UNLP se puede observar con mucha claridad: su plan de
Estudios, aún hoy no reformado y que data de 1984 (nada menos), es el
único del país y hasta donde sabemos de América que no incluyó en sus
materias ninguna referida a Etica Profesional. Simplemente no está. Mucho
menos la incorporación del enfoque de Derechos Humanos. Pareciera que
la psicología no pertenece al campo de la formación ciudadana. Pero ade-
más carece de asignatura sobre Historia de la Psicología. La eliminación de
esta cuestión no hace más que corroborar la hipótesis de la necesidad de
sus cultores de practicar un verdadero borramiento del pasado.
Estos faltantes forman parte -a nuestro criterio- de esa negación:
estudiantes que se forman sin conocer la historia de su profesión, que
se forman sin pensar éticamente a la misma. Esto es un producto desco-
munal en términos de daño a la sociedad que requiere el servicio psi, es
decir, permite una construcción de sentido que intenta producir un tipo
de subjetividad. Hemos visto su peor cara en estas páginas: la “alienación
profesional”. Hemos descrito además su sintomatología.
Los síntomas profesionales son repensables, en general, en quienes
no pueden asumir los problemas de su sociedad como sus problemas. Y
eso no quiere decir identificarse, sino reconocer dónde está la demanda.
Porque los estudiantes que se forman hoy creen que las situaciones con
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las que se van a encontrar son como los casos clínicos que ven en la
carrera. Y ese es un escollo que no tiene solución hasta que no se va al
campo del ejercicio profesional, al ámbito de trabajo concreto de la pro-
fesión. Debemos pensar en cuál va a ser el abordaje de las personas en
los acontecimientos que nos ocurren hoy en día. ¿Cómo pensar la infancia,
por ejemplo, si casi lo único que ve un estudiante de psicología es el caso
Hans freudiano? Un niño adinerado de la Austria imperial del siglo XIX que
ni siquiera pudo atender como correspondía. En el abordaje de los casos
que se presentan hoy -hambre, violencia, y crisis mediantes- hay tan poco
de ese niño europeo...
Por ejemplo hoy los llamados “ataques de pánico” son muy comu-
nes en la clínica de lo mental. Prácticamente no aparecían en la sociedad
de Freud. Su aparición masiva hoy en día tiene que ver claramente con
dos cuestiones: “la cultura del vacío” y “la cultura del consumo”. Estas dos
cuestiones asociadas, es decir, la idea de que la persona se realiza por lo
que tiene y las situaciones en las que aparece vacío de vinculos, genera
una situación en la que uno termina teniendo miedo sin saber por qué ni de
qué. Los ataques de pánico no tienen contenido, son el vacío mismo, con
lo cual el sujeto no tiene cómo defenderse. Justamente, el antídoto suele
ser la presencia del otro. Ésta sola problemática merecería repensar toda
una serie de estrategias en relación a nuestro abordaje.
Otro ejemplo bien puede ser el abordaje de niños por desnutrición.
La desnutrición no es un problema psicológico, pero los efectos que gene-
ra sí son de esa índole. ¿Cómo abordamos esto? ¿Es reversible? ¿Con qué
técnicas se debe intervenir? ¿Qué se hace con los otros que están con él?
Cada vez que interrogamos a estudiantes que terminan su ciclo de forma-
ción, lo que adviene es el silencio hueco, total, inmutable.
Sin embargo, también hemos tenido ocasión de participar, com-
partir u observar a jóvenes apasionados por la psicología que solos o
agrupados han superado con dignidad la vallas de la formación, sin re-
signar sus aspiraciones sociales ni sucumbir al plan de adoctrinamiento.
Este camino, del que participan cientos, es más duro, más tortuoso, pues
encierra la complejidad de toda construcción colectiva. Las profesiones
se reinventan todo el tiempo, si no quieren perecer repetitivamente frente
a la dinámica social. Este libro aspira a acompañarlos en esas prácticas
inventivas y procura incentivar la reflexión crítica sobre la función social
de el/la psicólogo/la.
Hace tiempo nos venimos preguntando un tanto ficcionalmente
cómo será el ejercicio profesional de la psicología dentro de treinta, cin-
cuenta, cien años. En el capítulo 2 de este trabajo reflexionamos sobre un
pequeño escrito de Freud, en el cual se preguntaba a principios del siglo
XX por la suerte y futuro del psicoanálisis. Allí planteaba la necesidad de
pensar la praxis psicoterapéutica de forma tal que permitieran su aplica-
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ción a las masas no pudientes. Esto nos ha dado a nosotros la oportuni-
dad de replicarlo, para soñar una psicología que, casi un siglo después
de aquellas palabras, pueda acercar una propuesta a la sociedad a la que
pertenece para el siglo que viene. La compartimos…
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nos toma a nosotros, los psi, como uno de los principales artífices de la
deconstrucción, porque tenemos las herramientas técnicas y metodológi-
cas para trabajar con esto: la posibilidad de desarrollo de la palabra en
situación vincular como forma de elaboración del pasado, característico de
la praxis psicológica. Por ejemplo, un efecto que produce el vaciamiento
de sentido de la historia, es la idea de que nada cambia, que todo sigue
igual y que nada es modificable y que “los otros” sociales no deberían
estar ahí, molestando con sus innumerables problemas y demandas im-
posibles de cumplir. No deberían estar, son eliminables. Llamamos a esta
situación en que se des-conoce el sentido causal (el sistema de consu-
mo) de la inequidad social, la amnesia actual. Esta amnesia aparece a su
vez en la clínica –sea privada liberal, institucional, educacional, forense,
laboral, vocacional o comunitaria- a todo momento. Vamos a tener que
ir-seguir (según el caso) pensando qué hacemos con las nuevas formas
de manifestación del sufrimiento, no sólo porque cambia su presentación,
sino porque cambia el encuadre posible de trabajo. Discriminaciones, mar-
ginaciones, exclusiones varias, hacen a la dimensión sufriente existencial
de las personas que acuden a nosotros. Emerge por doquier el procesismo
interno. Hay quienes no entienden que no es lo mismo hacer psicología en
la “culturosa” Francia europea que en el país de los desaparecidos, con
los siniestros efectos-afectos aparejados.
Pero esas cargas del duelo más o menos patológico por el desapa-
recido y por lo desaparecido social, suertes, vidas y cuerpos, institucio-
nes, organizaciones y utopías, apropiados y destrozados por fantasmales
presencias-ausencias ante los ojos de silenciosos testigos, eran fácilmente
transferibles a los amigos directos o a sus propios grupos de pertenencia-
referencia. Amplios sectores sociales padecen hoy efectos psicológicos
de la impunidad (fruto de la ética del sujeto neoliberal, o como hemos
llamado en otro lugar el homo económicus41), siendo su característica fun-
damental la preponderancia del mecanismo de la negación (del otro) y la
aparición de la sintomatología del vacío, por un lado en el consumo de lo
superfluo y, desde otro costado, en la carencia de proyectos colectivos.
La elaboración se traba y tapona con “la nada en ser”, si se me per-
mite la equívoca expresión. El sentido de pertenencia (micro y macro gru-
po) estará signado por la realidad material de la capacidad de consumo,
en desmedro de los valores emergentes de la memoria colectiva, la iden-
tidad social y/o étnica. La ruptura consecuente, violenta y desvinculante
lleva a la anulación de lo comunitario social como matriz de relación, esta-
bleciéndose una nueva matriz en relación al poder, traducido genialmente
41 J. C. Domínguez Lostaló, Yago Di Nella y otros: “Comunidad: Historia - Memoria - Utopía”. Presentación
del P.I.F.A.T.A.C.S. (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, U.N.L.P.) en el 1º Encuentro
Nacional de Educadores. Co-organizado por el Instituto Nacional del Menor (Uruguay) y la Fac. de Humani-
dades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República (Uruguay). Editorial Cuadernos del Caleuche.
La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Noviembre de 1997.
-112- www.koyatuneditorial.com.ar
por el célebre empresario suicidado Alfredo Yabrán, como “impunidad”.
La justicia y la verdad han devenido –en el Estado Neoliberal y para
su sujeto; el homo económicus- en barreras o limitantes del placer, de
la realización personal en suma, y por paradójico que parezca en contra-
valores. Desmontar esta construcción de subjetividad durará largos años
de rememoración colectiva y de restitución de la palabra que historice lo
sucedido, nombre lo no dicho, poniendo voces para un oxigenante discur-
so que le ponga el cuerpo a la muerte negada, y resignifique “lo desapa-
recido” para des-fantasmatizarlo, inscribiéndolo en presencias más allá de
los cuerpos, pero más acá de la vida solidaria en comunidad.
www.koyatuneditorial.com.ar -113-
-114- www.koyatuneditorial.com.ar
MANIFIESTO DE LIBERIA
PRONUNCIAMIENTO DEL SÉPTIMO CONGRESO INTERNACIONAL DE
PSICOLOGIA SOCIAL DE LA LIBERACIÓN
LIBERIA, COSTA RICA, 19 DE NOVIEMBRE DEL AÑO 2005.
www.koyatuneditorial.com.ar -117-
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de la psicología. (el modelo de la clínica de la vulnerabilidad psicosocial). Trabajo
presentado en la Carrera de Especialización en Psicología Forense. UBA. Ficha de
Cátedra del Seminario PSICOLOGIA POLÍTICA de la Salud Mental Pública en Argen-
tina, dependiente de la Cátedra Libre “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos
Humanos (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación –UNLP-).
Di Nella, Yago (2005b) Necesidad de incorporar y/o profundizar la perspectiva de
Derechos Humanos en la formación profesional de los agentes de Salud Mental.
Ponencia en el Encuentro Internacional de Salud Mental “Nuevos sufrimientos,
nuevos tratamientos”. 2-3 de diciembre de 2005. San Luis. Argentina. Organizado
por el Hospital Escuela de Salud Mental de San Luis, la Universidad de La Punta
(Instituto de Estudios Sociales, económicos y psicosociales) y el Colegio de Psicó-
logos de San Luis.
Di Nella, Yago (2007): “Psicología de la Dictadura: el experimento argentino psico-
militar (Ensayo de psicología política)”. Koyatun Editorial. Buenos Aires.
Di Nella, Yago (2008) Psicología Forense y Derechos Humanos Vol. 1: La práctica
psicojurídica ante el nuevo paradigma Jus-Humanista. Koyatun Editorial. Buenos
Aires.
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Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación U.N.L.P. Ediciones Cuadernos
del Caleuche.
Domínguez Lostaló, Juan. Carlos y Di Nella, Yago y otros (1997) Comunidad: Histo-
-118- www.koyatuneditorial.com.ar
ria - Memoria - Utopía. Presentación del P.I.F.A.T.A.C.S. (Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación, U.N.L.P.) en el 1º Encuentro Nacional de Educadores.
Co-organizado por el Instituto Nacional del Menor (Uruguay) y la Fac. de Humani-
dades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República (Uruguay). Editorial
Cuadernos del Caleuche. La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Cuadernos
del Caleuche y UNLP.
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nal del Menor de R.O.U. (I.NA.ME.) y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la Universidad de la República (Uruguay). 17-18 de febrero de 1997,
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-120- www.koyatuneditorial.com.ar
Sobre el autor
Yago Di Nella nació en Viedma, Río Negro en marzo de 1971. Ingresó
a la carrera de psicología de la UNLP en 1989. Desarrolló tareas docentes
en su misma carrera desde 1991 en asignaturas básicas de la misma. Al
graduarse en 1995, ingresó a la cátedra Psicología Forense de la UNLP.
En ese marco, participó de tareas de investigación y extensión en accio-
nes comunitarias y psicojurídicas, así como en el campo de los Derechos
Humanos.
En el año 2000, producto del estado público que habían tomado
estos trabajos de investigación-acción, es convocado por la Subsecretaría
de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos de la Nación para la implementación del Plan Nacional
de Prevención del Delito, en el cual se desempeñó hasta 2005, donde es
trasladado a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Allí se abo-
có a la problemática intersección entre Salud Mental, Justicia y Derechos
Humanos hasta fines de 2009.
Yago Di Nella ha tenido una profusa actividad participando en even-
tos científicos y profesionales, dictando cursos y seminarios y coordinando
equipos de intervención psicosocial y trabajo comunitario desde varios pro-
yectos y programas. Se graduó en la Carrera de Especialización en Psicolo-
gía Forense (Facultad de Psicología, UBA), donde también ha sido docente.
El autor dictó los seminarios de “Psicología Política de la Salud
Mental Pública en Argentina” y de “Psicología Comunitaria con énfasis en
Promoción de la Salud”. Participó en la Formación de extensionistas en
diversas funciones hasta llegar a dirigir proyectos y programas, de promo-
ción de la salud, con más de 3000 practicantes formados desde la UNLP.
Fue docente en la Cátedra 1 de “Salud Pública / Salud Mental”, Fac. de
Psicología, UBA, entre 2006 y 2008. Esta Unidad Académica lo ha incorpo-
rado en 2008 como formador de extensionistas en temas de psicología y
medidas alternativas a la prisión.
Actualmente es Jefe de Trabajos Prácticos Regular de la Cátedra
Psicología Forense, Fac. de Psicología, UNLP y es Director Fundador de
la Cátedra Libre “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos Humanos
(Facultad de Psicología, UNLP), auspiciada por la Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación y la Unidad Coordinadora de Salud Mental y Com-
portamiento Saludable del Ministerio de Salud y Ambiente de la Nación y
coordina como docente-investigador asociado el nodo Argentina de la Red
de Investigación, Asistencia Técnica y Formación del Grupo COPOLIS de la
Universidad de Barcelona, España.
Es autor de Psicología de la Dictadura: el experimento argentino
psico-militar, y co-autor de dos libros ¿Es necesario encerrar? El derecho
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a vivir en comunidad, y de Desarrollo Humano en Comunidades Vulnera-
bles: el método de Clínica de la Vulnerabilidad Psicosocial, con Juan Carlos
Domínguez Lostaló, ambos publicados en Koyatun Editorial. En la misma
editorial ha publicado como coautor y compilador el libro Psicología Foren-
se y Derechos Humanos (Vol. 1: la práctica profesional psicojurídica ante el
paradigma Jus-Humanista) y está próximo a publicarse el Vol. 2: El Sujeto,
la Ley y la Salud Mental, en el curso del 2010.
En su accionar profesional, Coordinó entre 2005 y 2009 el Programa
de Salud Mental y Derechos Humanos (Políticas Públicas, Etica, Institucio-
nes), dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y
participa como Moderador de la Mesa Federal Intersectorial e Interministe-
rial de Justicia - Derechos Humanos y Salud Mental.
Actualmente, a partir de su carrera académica y profesional fue
convocado por la Presidenta de la Nación para hacerse cargo de la recien-
temente creada Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones (Decreto
Nº 457/2010), dependiente del Ministerio de Salud de la Nación, donde se
desempeña desde abril de 2010.
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Sobre la editorial
Koyatun
Voz mapuche que designa el “parlamentar”. Refiere a “discutir en
una reunión”. Se designa al dispositivo según el cual “toda decisión que
afecta a la comunidad se tomará alrededor de un fogón”, donde los que
tienen voz (desde el acceso al lenguaje, en adelante, en la primera infan-
cia) participan con su palabra en el acto de opinar y decidir conjuntamente
los asuntos públicos.
Incluye como posibilidad el desarrollo de otros ritos ceremoniales,
como el Kachü (ceremonia en que se hacen amigos los hombres).
En varios cuentos y fábulas se designa con el término koyatun al
espacio de debate sobre temas polémicos, donde el agrupamiento piensa
colectivamente acuerdos y disensos. En general, se referencia esta instan-
cia con el conocido círculo de intercambios verbales dados en el marco del
fogón nocturno, durante el período inmediato posterior a la cena, espacio
consagrado para la resolución de diferendos, con la participación de todos
los presentes.
La Editorial Koyatun es nuestro fogón virtual. Sus textos y libros
son el producto de todas esas charlas, debates, clases, intercambios y
encuentros para pensar nuestros asuntos comunes, para acordar y para
disentir, para escucharnos, para respetar cada palabra, para dignificarlas
en la propia. En una palabra, Koyatun-Editorial aspira a ser el dispositivo
donde reunir escritores-pensadores y lectores- pensantes, haciendo de
unos y otros miembros partícipes del mismo fogón.
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Otros títulos
de la editorial
SERIE PSICOJURIDICA SERIE PSICOSOCIAL
1. ¿ES NECESARIO ENCERRAR? EL DERE- 1. DESARROLLO HUMANO EN COMU-
CHO A VIVIR EN COMUNIDAD. Autores: NIDADES VULNERABLES: EL METODO
Juan Carlos Domínguez Lostaló y Yago DE CLINICA DE LA VULNERABILIDAD
Di Nella PSICOSOCIAL
2. LA DOCTRINA DE PROTECCION INTE- Autores: Juan Carlos Domínguez Losta-
GRAL EN AMERICA LATINA ló y Yago Di Nella. Programa Pifatacs
Autores: Juan Carlos Domínguez Lostaló, (Cátedra Psicología Forense, Fac. De
Emilio García Méndez Y Otros Psicología, Unlp).
3. LOS PIBES MARGINADOS 2. DIAGNOSTICO Y ABORDAJE MUSI-
Autor: Juan Carlos Domínguez Lostaló COTERAPEUTICO EN LA INFANCIA Y
4. PSICOLOGIA FORENSE Y DERECHOS LA NIÑEZ: LA MUSICOTERAPIA EN LOS
HUMANOS: LA PRÁCTICA PSICOJURIDI- ACTUALES CONTEXTOS DE LA SALUD Y
CA ANTE EL NUEVO PARADIGMA JUS- LA EDUCACION. LA CLÍNICA CON NIÑOS
HUMANISTA Autores:Gustavo Gauna Y Equipo De
Autores: Yago Di Nella (Comp.) Y Otros Musicoterapia Del Hospital De Niños
Gutiérrez:
SERIE PSICOPOLITICA 3. INTRODUCCION A LA PSICOLOGIA DE
1. PSICOLOGIA DE LA DICTADURA: EL LA SALUD
EXPERIMENTO ARGENTINO PSICO-MILI- Autor: Francisco Morales Calatayud
TAR. Autor: Yago Di Nella 4. PSICOLOGIA COMUNITARIA: EL EN-
2. CREDO A LA TERNURA EN TIEMPOS FOQUE ECOLÓGICO CONTEXTUALISTA
DE VIOENCIA DE JAMES KELLY. Autor: Enrique Safor-
Autora: Mirta Videla cada (Comp.)
3. PSICOLOGIA LATINOAMERICANA
Autora: Carolina de la Torre
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SERIE COMUNICACIONES LATINAS www.koyatuneditorial.com.ar
1. “EL DIARIO DE MASSERA”. HISTORIA contacto@koyatuneditorial.com.ar -
Y POLÍTICA EDITORIAL DE CONVICCIÓN. (011) 4931-8739
LA PRENSA DEL “PROCESO”. Autor: de Lunes a Viernes de 10 a 18 hs
Marcelo Borrelli Espacio Allpa Wayra
2. AUTARQUÍA O AUTONOMIA EN LAS
MUNICIPALIDADES BONAERENSES. Au-
tor: Aritz Recalde
3. LAS ASTUCIAS DEL PODER SIMBÓLI-
CO. LAS “VILLAS” EN LOS DISCURSOS
DE CLARÍN Y LA NACIÓN. Autor: Juan
Pablo Dukuen
-124- www.koyatuneditorial.com.ar
ÍNDICE
3 Dedicatorias
Al lector
5 Prólogo
Nuestros Orígenes
7 La psicopolítica en lo mental de la salud pública
10 Identidad profesional: la desmemoria y sus síntomas
47 Introducción
49 “Sujetos de un pasado”: sobre el problema de la desmemo-
ria profesional y sus consecuencias
57 Los “Dispositivos Congelados” y su deconstrucción: Una
necesidad ética. Revisión freudiana pichoniana de un Sínto-
ma Profesional
www.koyatuneditorial.com.ar -125-
75 Capítulo 3: Construcciones de subjetividad profesional en psi-
cología (desde el marco de la Constitución Nacional)
Por Romina Urios y Yago Di Nella
75 Introducción
76 Construcciones de subjetividad profesional
109 Epílogo
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118 Bibliografía
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