Está en la página 1de 12

Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas

La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

La importancia de la formación directiva para la ética


empresarial

En este artículo se pondrá énfasis en la formación directiva y empresarial como motores para la promoción de
una ética directiva.

Introducción: De la organización al trabajo

Durante el estudio de una carrera, los alumnos debieran tener contacto con las ideas que dieron vida a su futura
profesión. Es más, un alumno debiera conocer los problemas sociales que su profesión busca solucionar, ya que
por lo general, son precisamente el origen de su ciencia.
Por otro lado, también parece importante que, como parte de la formación universitaria, la lectura de los alumnos
no se restringa sólo a la adquisición de conocimientos técnicos que exige la profesión.
En ese sentido, abordar la ética empresarial desde su contexto antropológico y social, es fundamental.
Específicamente a partir de los siguientes temas:
1 El trabajo humano.
2 La dirección del trabajo.

Ambos temas permiten un tratamiento en profundidad, propiamente reflexivo. Además, los dos son contingentes a
la administración, a sus problemas cotidianos, y a la vez están tratados en el canon de los clásicos, especialmente
en la filosofía. Estos problemas se estudiarán desde la perspectiva de Aristóteles, Tomás de Aquino y Smith.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

¿Pero por qué es tan importante conocer nuestra profesión?


Es importante porque si se conoce el sentido de la acción directiva y empresarial, es posible comprender en qué
sentido las acciones de las empresas son lícitas o reprobables desde el punto de vista moral. En efecto, si el
sentido de la acción directiva es el mero enriquecimiento, entonces la perspectiva de la moral cambia y es distinta
de una ética empresarial que entiende que la finalidad de la actividad empresarial es el bien común. Para el caso
de la primera, muchos escándalos empresariales no serían realmente graves. Ahora, el problema de este asunto
es que no queda claro cuál es la finalidad de la acción directiva o si existe una común. Por lo que resulta difícil
formar alumnos con un sentido moral transversal de su profesión de administradores.
Según Nohria y Khurana, profesores de la Escuela de Negocios de Harvard, la falta de conciencia respecto a la
finalidad de la profesión del administrador es un claro problema que se evidencia en una falta de apego a las
normas de la buena praxis profesional 1.

Dicho de otro modo, esto se refiere al hecho de que, a diferencia de la


medicina, por ejemplo, que tiene un claro sentido profesional social, orientado
a la consecución y mantención de la salud, la administración parece no tener
esa misma claridad. Es razonable preguntarse qué busca un directivo o un
administrador profesional si el médico busca proporcionar salud.

Ahora, esta pregunta no se dirige sólo al reconocimiento que podrían hacer de sí mismos los administradores
profesionales de cara a la sociedad (como hace un colegio de médicos, por ejemplo). Esta no es simplemente una
pregunta interesante para la comprensión de la función social de las profesiones, sino que es vital para la
promoción de una ética directiva. La salud, en el caso de los médicos, no sólo da vida a una reflexión vocacional
o al reconocimiento social de la actividad que se espera del médico, sino que es el primer argumento para juzgar
moralmente la actuación del propio médico, porque son claramente contrarias a la ética médica todas aquellas
acciones conscientes que, en vez de sanar, maten o enfermen a los pacientes.

Hay una estrecha relación entre el fin de la profesión, la vocación y la ética profesional. Si la
administración no tiene una finalidad clara, difícilmente despertará algún sentido vocacional e,
igualmente, con mucha dificultad estará sujeta a criterios generales de ética profesional.

Es necesario recordar, además, que profesión significa profesar o dar fe de aquello que se sabe hacer. No es
difícil concluir que esa fe que se tiene en quien se declara profesional, debe estar apoyada firmemente en la
convicción de que esa persona busca un bien humano conocido por todos, y que su actividad en la sociedad no
está reducida a la mera utilidad, y menos a la utilidad puramente individual. En este sentido, la escuela de
negocios, como espacio de formación universitaria de directivos y empresarios juega (o debería jugar) un rol
protagónico, que no solo se limite a la entrega de conocimientos técnicos.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

Habilidades directivas

En este mismo contexto de reflexión acerca de la formación de directivos, Sumantra Ghoshal, antiguo profesor de
estrategia y negocios internacionales de la London Business School, explica que la educación en las escuelas de
negocios se ha visto enfrentada a un escenario complejo: o ser una educación científica, o ser normativa, o ética.
Si es científica -explica Ghoshal- debe adecuarse a una realidad cambiante sobre la cual la propia ciencia no
tiene ninguna injerencia.
Como explican Ghoshal y Moran, siguiendo el camino reciente de las ciencias sociales y de la economía, la teoría
administrativa ha intentado ser una ciencia al modo de las ciencias naturales y, por lo tanto, asociada a una
educación científica. Un intento de estas características -explican los autores- es infructuoso si se considera la
naturaleza del propio objeto de estudio de la administración: la acción humana.
La imposibilidad de considerar la teoría administrativa desde la perspectiva científica, está dada no solo por la
imprevisibilidad de la acción libre, sino también por la posibilidad de que la acción libre actúe conforme a la teoría,
es decir, que la teoría sea un elemento normativo de la acción y no simplemente explicativo de una causalidad
independiente del observador, al modo de la física o la biología. Esto significa que en la teoría se considera la
intención de la acción y no su causa, luego no es determinativa de la acción, como la misma causa natural que es
determinante de los resultados.

Así, por ejemplo, una teoría del universo -acertada o errónea- no cambia
realmente el comportamiento del universo. De modo contrario, una teoría
administrativa sí cambia el comportamiento de directivos que comienzan a
actuar conforme a esa teoría, si ella es aceptada como explicativa de la
realidad empresarial.

En este mismo sentido, el argumento más significativo de Ghoshal en la crítica al estatuto científico de las teorías
administrativas y su impacto en la vida social, está en la imposibilidad que tiene la ciencia natural de concebir el
problema de la intencionalidad moral y, a la vez, imponer una normatividad tácita que no es aceptable
moralmente; todo ello a través de la actividad universitaria investigadora y docente.
Para Ghoshal, en efecto, el problema teórico se centra en la dificultad de haber adoptado una aproximación
equivocadamente científica, al modo de las ciencias naturales, para explicar leyes y patrones, reemplazando de
este modo toda noción de intencionalidad humana (con un sentido determinista de causalidad) para explicar el
desempeño empresarial. Pero, como la filosofía de las ciencias deja claro al respecto, es un error pretender que
los métodos de ciencias como la física pueden ser aplicados indiscriminadamente a los estudios de la empresa 2.
En este sentido, se puede agregar que el ejercicio de habilidades directivas en un ámbito ajeno a la crítica moral y
social, lleva no sólo a la proliferación de la regulación externa y el adversalismo, sino también a la difusión de la
falta de confianza que disminuye la efectividad de las personas y las organizaciones3.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

Para Ghoshal, todas las ciencias sociales -entre las cuales podemos decir que se incluyen las disciplinas
administrativas en general- son de carácter normativo, aunque no pretendan serlo. Como explican Piper, Gentile y
Delorz Parks, la educación de los futuros directivos y administradores debe tener en cuenta que siempre está
enseñando principios y teorías acerca del liderazgo, la ética, la responsabilidad corporativa, etc., incluso, y sobre
todo, cuando esos tópicos no son explícitos en el aula. Como explican estos autores, el esfuerzo de cualquier
facultad y escuela de administración por permanecer en una zona moral neutral es inconducente. Además, una
universidad que se niega a tomar en serio los problemas morales viola una de sus responsabilidades sociales
básicas. Por lo tanto, es necesario abordar los problemas de la administración más allá del interés económico
personal 4.
La escuela de administración y negocios es un lugar de vocaciones, luego es un ámbito en el que deben
discutirse los problemas morales asociados naturalmente a la actividad directiva y empresarial. Sin vocación, la
escuela de negocios puede llegar a ser un lugar de mera conveniencia, un espacio que permite ampliar redes
sociales, lo cual es un riesgo, no una alternativa. Simplificando el problema, podemos decir que muchas veces
podría querer obtenerse el título de administrador profesional en razón de utilidad y particularmente de
empleabilidad, de curriculum vitae o de un mejor perfil en una red social.
La escuela de negocios tiene de suyo un potencial de beneficios de negocios y de contratación, lo que no es
inmediatamente algo negativo, pero que es un riesgo cuando esta razón es la única que se valora a la hora de
decidir acudir a un programa de formación en alguna de estas escuelas. En otras palabras, no hay nada malo en
procurarse mejores alternativas profesionales a través del estudio, sino todo lo contrario. El problema surge
cuando la perspectiva de un alumno es una visión reducida que no logra salir del ámbito de la mera utilidad. Se
pierde el sentido de la reflexión y luego se pierde el hábito de pensar acerca de los asuntos relevantes que son
parte sustancial de la actividad de cualquier directivo de empresa. El resultado de esto puede ser negativo, como
comprobamos cada vez que sabemos que una mala práctica directiva ha causado daño social y, como explica
The Economist5, la ciudadanía tiende a reconocer que las empresas envueltas en grandes escándalos, como
Enron o Lehman Brothers, suelen ser dirigidas por ex alumnos de prestigiosas escuelas de negocios. ¿Pero cómo
logramos una mejor formación directiva?

Gobernar y dirigir no es un asunto sólo técnico. La técnica ocupa un lugar importante en las
capacidades directivas -de eso no cabe duda- pero la técnica no lo es todo en la dirección de las
empresas.

Quien dirige, más que experto en asuntos técnicos, debe ser experto en asuntos humanos y, particularmente, en
asuntos de trabajo, porque la dirección esencialmente es el gobierno de otras personas que trabajan. El
director debe acercarse a ser un experto en asuntos humanos, conocedor de la condición humana, y ello es labor
de aquellas instituciones que forman futuros directivos.
De este modo, la comprensión del hombre práctico, como es el empresario o el directivo, requiere una pequeña
reflexión acerca de la necesidad de que sea un hombre culto; que no es lo mismo que ser un teórico. La cultura,
en su etimología, nos refiere a la necesidad de conocer y comprender aquellas ideas y principios que nos hacen
crecer (que nos cultivan), de ahí que el concepto de cultura esté cargado de un sentido intrínsecamente moral:
moral o ética es aquella reflexión sistemática respecto de las acciones que nos engrandecen a nosotros mismos y
los demás, es decir, que nos hacen más felices6.
Ahora bien, el camino hacia el expertise en asuntos humanos tiene un doble derrotero: la reflexión y la
experiencia, que no son otra cosa que dos caras de la misma moneda.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

La reflexión y la experiencia
Con la reflexión no nos referimos a la ciencia, como a las ciencias exactas capaces de predecir el comportamiento
de lo que estudian, sino al conocimiento de síntesis de lo que es propio de la existencia personal. Esa reflexión se
consigue, como ya podemos suponer, gracias a otras experiencias, aquellas que mucho antes de nosotros otros
han acumulado en los llamados libros clásicos de la historia, de la literatura y de la filosofía. Conocer a
Raskolnikov en Crimen y Castigo no es un asunto sólo de conocimiento literario, sino también de experiencia
acerca del comportamiento humano y el apego a la ley. Lo mismo ocurre con el súper-hombre de Nietzsche que
nos permite comprender una visión exagerada del afán de poder, con Fausto de Goethe o con el “deber ser” de la
deontología kantiana. Incluso, con A Quiet Man, de John Ford, en el cine, nos puede introducir en una reflexión
acerca del sentido del trabajo, la amistad y el lugar donde queremos vivir. La lectura de los clásicos es
experiencia, y una experiencia que nos devela la manera como se conocen los asuntos humanos, con cierta
independencia de las circunstancias y de la época. De aquí que los clásicos sean universales.
Podemos decir que el hombre práctico no es un hombre técnico, sino un hombre experimentado, y ello le viene de
la reflexión acerca de sus propias experiencias, las cuales pueden ser más decisivas en su vida cuando tiene
contacto con el mundo universal de los clásicos que devela lo humano. La experiencia no está dada por un sinfín
de historias y anécdotas personales, sino por el contenido de ellas, pero un contenido asumido de tal modo que
va dejando huella en el carácter y las expectativas de quienes las viven. Esa huella, pues, es posible sólo en la
medida en que sea una vivencia reflexionada. Tal vez no lleguemos a escribir un clásico, pero sí podemos revivir
nuestra historia de tal manera que sea posible comprender en ella cierto sentido vital. Con todo, queremos
referirnos a la necesidad de preguntarse qué es lo que estamos haciendo y qué vale la pena hacer. Esta pregunta
tiene un aspecto efectivo (de eficacia y eficiencia), pero también de sentido.

¿Pero qué aspecto de la vida empresarial podemos abordar de manera culta?


Esta pregunta es el objetivo de esta breve reflexión acerca de dos temas importantes en la vida de las empresas:
la dirección y el trabajo.
Estos conceptos pueden ser abordados de modo universal, cargados de sentido, y ello es relevante cuando
pensamos que casi todos nosotros trabajamos y lo hacemos en un contexto en el que dirigimos o somos dirigidos.
Encontrarle sentido a estas actividades es un asunto relevante y práctico, y puede aportar a la reflexión y el
estudio en el marco de una escuela de negocios y administración.

En fin, si no reflexionamos acerca de lo humano, en especial del trabajo y la


dirección de otras personas en la empresa, no tendremos oportunidad de
encontrar sentido a lo que hacemos profesionalmente y, difícilmente, la
formación de directivos podrá aportar algo más que conocimiento técnicos.

Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas

5
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

¿Qué se entiende por Trabajo?

En la primera conversación entre dos personas hay dos preguntas bastante comunes: cómo te llamas y a qué te
dedicas. La razón de la primera es bastante evidente, la segunda tiene un motivo menos claro; y eso
precisamente lo hace más interesante. Lo que hacemos, aquello en lo cual usamos parte importante de nuestro
tiempo nos identifica. Incluso muchos apellidos significan una profesión, como Herrero, Pastor, Smith o
Schweinsteiger. Pero esta identificación es tal, no sólo por la cantidad de tiempo que le dedicamos a nuestro
trabajo, pues ocio y horas de sueño nos pueden tomar más tiempo que nuestra actividad laboral semanal; o
deberían hacerlo.
El trabajo nos identificaría aun cuando trabajáramos dos o tres horas diarias. No es por tanto un problema de
cantidad de horas, sino del significado que le damos nosotros y la sociedad a lo que hacemos cuando hacemos
eso que llamamos trabajar. El trabajo, por tanto, es una actividad que debería tener una significación especial,
aunque no siempre la tiene.
Es en efecto cierto que aquella actividad que llamamos trabajo, profesión, empleo, labor, etc. no es siempre
aquello con lo cual nos sentimos identificados. En otras palabras, nuestra ocupación no siempre se identifica con
nuestra vocación, con aquello a lo que nos sentimos llamados a hacer. Es más, tal vez muchísimas personas ni
siquiera han reflexionado acerca de su propia vocación más de un instante, porque no han tenido nunca la
oportunidad de pensar en otra actividad más que en la que les permite sobrevivir.

Esto se debe al hecho de que el trabajo tiene una condición esencial y


anterior a la vocación, a saber, ser aquella actividad que nos permite
satisfacer nuestras necesidades. El trabajo, en este sentido, es para una parte
importante de la población, el medio esencial de subsistencia.

Por ello, en la medida que nuestra subsistencia o la de otros dependa de lo que podamos hacer y producir,
entonces el trabajo se vuelve una suerte de condena y obligatoriedad, del mismo modo como es una condena
para el hombre vivir siempre en una situación de necesidad. Es precisamente en este sentido como el trabajo
adquiere su primera significación:

Una carga permanente o una suerte de condena que deviene por la naturaleza humana que está
siempre en estado de necesidad.

Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas

6
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

En efecto, en los albores de nuestra cultura, en la antigüedad griega y romana, fue condición de privilegio, no la
obtención de un buen trabajo (como sería hoy), sino la de librarse de esta condena cuando se estuviera en una
situación en la que otros trabajaran por mí, en la que otros me sirvieran.
Vemos, en efecto, que la misma etimología de la palabra trabajo apunta indudablemente a identificar una
actividad esforzada (onerosa y molesta). Trabajo tiene su origen etimológico en la voz latina tripalium, que es el
nombre de un instrumento de tortura que se construía como una especie de cepo con tres palos cruzados a los
cuales se ataba a la víctima. Tripaliare, explica Millán-Puelles, significó originalmente atar a un hombre al
tripalium. El trabajo es, pues, una actividad en la que el sujeto que la lleva a cabo no es solamente activo, sino
también pasivo; no se comporta solamente como un agente, sino como un paciente, pues sufre una cierta carga
obligatoria (toil como se describe en inglés, que significa tanto fatiga como labor).
Otra posibilidad, es que el trabajo se realice con gusto, pero no por un puro gusto, ya que incluye siempre el
padecimiento de una carga, sin la cual el trabajo sería en estricto sentido una actividad pura y libre 7.

Si hay necesidad, estamos obligados a trabajar.

Visión instrumentalista del trabajo


¿Pero se agota el concepto de trabajo en una significación negativa? ¿Es realmente necesaria una reformulación
positiva del trabajo? Una comprensión del trabajo como una actividad positiva podría en principio ser interesante
por dos motivos poco saludables del punto de vista moral.

Productividad

A comienzos del siglo XX, el psicólogo norteamericano Elton Mayo (1880-1949), profesor de investigación
industrial de la Universidad de Harvard, comprende que los problemas más relevantes que debe solucionar
la teoría administrativa son la aplicación de la ciencia y las habilidades técnicas a bienes materiales o
productos, la ordenación sistemática de las operaciones, y la organización de equipos de trabajo, es decir,
de una cooperación sostenida. Todas soluciones que impactan positivamente en la productividad de los
trabajadores.

Resignación

El segundo motivo, puede sostenerse sobre la idea de una resignación: cuando el trabajo es realmente una
carga, un peso y una suerte de tortura de cinco o seis días a la semana, a veces sólo queda la alternativa de
valorarlo como un medio que permite acceder a otras actividades para el tiempo de ocio; comprando,
pagando nuevas experiencias, viajando y haciendo todo lo que me permita el salario. Es decir, es otro viejo
instrumentalismo, pero esta vez asumido por parte del mismo trabajador, que valora el trabajo simplemente
como un empleo, como una fuente de ingresos y, por lo tanto, de facilitación del consumo y de un mejor
descanso.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

Resignificación positiva del Trabajo

Más allá de una visión meramente instrumental del trabajo, todavía parece necesario reformularlo como una
actividad intrínsecamente positiva, valorable no sólo por los resultados que consigue, sino también por ser una
oportunidad de desarrollo, satisfacción y crecimiento personal.
Lo anterior puede sostenerse cuando pensamos qué haríamos si todas nuestras necesidades estuvieran
cubiertas o, en otras palabras, si fuéramos extremadamente ricos. Si así fuera, después de un tiempo de comprar
todo lo que consideramos necesario para un buen vivir, de ayudar a nuestros cercanos y de viajar, es probable
que nos buscáramos alguna actividad. Tal vez nuestro trabajo sería la administración de nuestra fortuna, la
creación de una fundación o alguna ONG orientada a causas que consideráramos nobles. En fin, si tuviéramos
todas nuestras necesidades cubiertas, es bastante probable que volviéramos a trabajar, ya no por necesidad, sino
por aquellos motivos que hacen del trabajo precisamente una actividad positiva en sí misma.

Pero ¿cuáles son esos motivos?


En primer lugar podemos considerar que si el trabajo puede ser realizado fuera de necesidad o instrumentalidad,
eso nos permite comprender que es un tipo de acción que se define “desde dentro”, es decir, desde mi propia
decisión y en vistas de una finalidad que es un bien personal e íntimo con el que me identifico. Esto no significa
simplemente que el trabajo es libre porque tengo alternativas u oportunidades de empleo, porque puedo llegar a
querer hacer este u otro trabajo, sino porque también puedo llegar a considerar que esto que hago es ya mi
trabajo, incluso aunque sea la única alternativa que he tenido.

Mi trabajo es idealmente lo que yo decido que es mi trabajo. Esto significa que el trabajo es una
actividad que puede ser querida, libre, con sentido, orientada a un fin personal, manifestación de
mi propia personalidad y de mis ideas, en fin, puede ser una vocación lograda.

Es por esto que podemos decir que un sacerdote, un rabino o un pastor trabajan. También podemos decirlo de la
dueña de casa, especialmente esa que ha decido quedarse en casa para administrarla de manera profesional.

Dedicarse a las labores domésticas, es válido también para un hombre que


quiera cumplir esas funciones. Esta es una idea importante de mencionar no
sólo para evitar las acusaciones de sexismo, sino más bien, para señalar que
el trabajo es una decisión personal que incluso supera muchas veces las
convenciones sociales que habitualmente determinan qué es o no un trabajo
propiamente tal.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

Dimensión productiva del Trabajo

Aristóteles veía con claridad que, para el caso de la producción, la efectividad de aquello que se logra, está en
el resultado y no en quien pone en práctica la actividad productiva; es decir, que el foco de atención debe ser
puesto, en este caso, en lo producido, no en el productor8.
La actividad de alguien es productiva y eficaz en virtud del resultado o del cambio real conseguido en algo distinto
de quien actúa. Sin embargo, la actividad sigue siendo mérito del agente y la eficacia se atribuye a quien realiza
la acción. La distinción está en el hecho de que precisamente en razón del resultado podemos llamar eficaz al
agente y no en razón de haber puesto en práctica alguna actividad productiva particular sin mirar la realidad del
resultado conseguido.
Para la producción, si hay algún cambio implicado, no es inmediatamente importante el cambio en el agente, sino
en el paciente. Esto no significa -dicho en términos filosóficos- que el cambio en el agente sea indiferente, sino
que la actividad respecto a la cual puede decirse que el agente ejerce realmente su estatuto de agente productivo,
no se dice sólo del agente, sino de él en relación a la calidad de lo producido 9.

Así, por ejemplo, el zapatero es, en cuanto fabricante de zapatos, un zapatero


si y sólo si los zapatos son logrados, ya que este resultado (el par de zapatos
producidos) es condición para llamar zapatero a aquel hombre que ejerce la
profesión. Del mismo modo, un zapatero es llamado buen zapatero en cuanto
que el resultado es efectivo y eficiente: un buen par de zapatos.

Lo central en la actividad productiva, es el resultado de la actividad, y en virtud de este resultado la producción


está íntimamente unida al concepto de eficacia, que se entiende como la consecución efectiva de un resultado a
través de una acción; acción cuya realidad se define por ser esencialmente causa o posibilidad de que algo
llegue a ser de otra manera específica de la que era, ocasionando, por tanto, un nuevo estado de la realidad 10. La
eficacia es un concepto que une íntimamente al que realiza la acción y el resultado externo al agente que se logra
con esa acción, pero en virtud de la existencia de una realidad distinta al que la ha producido y no por la mera
iniciativa de haber actuado. En la producción no caben las buenas intenciones, sino los resultados.

(...) la simple actividad productiva [que va] (…) desde la humilde fabricación de objetos de uso hasta la
inspirada creación de obras de arte, no tiene más significado que el que se revela en el producto
acabado y no intenta mostrar más de lo claramente visible al final del proceso de producción. La acción
sin un nombre, un ‘quien’ unido a ella, carece de significado, mientras que una obra de arte mantiene su
pertinencia conozcamos o no el nombre del artista.
Hannah Arendt.
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

Dimensión práctica del Trabajo


Ahora bien, pese a todas las manifestaciones técnicas que vemos en la sociedad y los avances tecnológicos que
presenciamos permanentemente, el ámbito de lo técnico y lo productivo no es un sistema activo, sino
únicamente ejecutante. La verdadera iniciativa y fin de las acciones radica siempre en el ser humano.
El trabajo y la empresa, por tanto, no se reducen a lo meramente fabril, ya que en el momento de hacerse cargo
de lo técnico, deben asumir toda aquella realidad que va aparejada de los procesos de producción; pero procesos
que en la totalidad de su realidad superan lo meramente técnico, porque lo que podemos llamar técnica se
desarrolla junto con una autonomía peculiar distinta de lo técnico y propia del hombre, pues siempre es el ser
humano quien la ejerce y le da un sentido como señor de su propia iniciativa 11.

Lo propio de la productividad u objetividad de la acción, es ordenarse desde y hacia la dimensión


práctica o subjetiva de la acción.

La acción (praxis), en cambio, en su sentido más general significa tomar una iniciativa, emprender, comenzar o
poner algo en movimiento, todo lo cual es el sentido original de la voz latina agere y que implica naturalmente la
capacidad deliberativa.
A este respecto Tomás de Aquino sostiene que acción es un concepto que considera el inicio de un movimiento,
porque lo primero en virtud de lo cual se puede conjeturar que una cosa procede de otra es por el movimiento, ya
que desde el instante en que por un movimiento cambia la disposición de un ser, es indudable que esto sucede
debido a alguna causa.
Esta consideración de la acción, a diferencia de la producción, que se concentra en el resultado externo al agente,
apunta al inicio y el resultado de un movimiento que radica y concluye en el mismo agente, por lo que la acción no
quiere un resultado en un paciente externo (en un producto), sino en el mismo agente, porque aquello que se
consigue es un bien para el propio agente en cuanto agente. Lo propio de la praxis es, pues, cambiar
perfectivamente al mismo agente que ejecuta la actividad: es una mejora que consigue para sí, la misma persona
que actúa de acuerdo a su propia deliberación.
Ahora bien, a partir de esta distinción ya es posible entender que la acción en cuanto emprendimiento,
deliberación o iniciativa es una consideración de la imposibilidad que tenemos de prever perfectamente los
resultados de lo que se comienza de manera original, por cuanto es la propia naturaleza del comienzo, el lugar
donde radica el que al iniciarse algo nuevo, no puede esperarse de ello lo mismo que cualquier cosa que haya
ocurrido antes. Es inherente a todos los comienzos y a todos los orígenes de la praxis el carácter de lo
inesperado.
La acción tiene una inherente falta de predicción que no radica en la incapacidad para predecir las lógicas
consecuencias de un acto particular, en cuyo caso un ordenador podría predecir el futuro, sino que deriva
directamente de la historia que, como resultado de la acción, comienza y se establece tan pronto como pasa el
fugaz momento del acto. Lo nuevo de la acción no radica únicamente en su inicio, en el emprendimiento, sino en
todo el transcurso de la acción.
Así, el problema estriba en que cualquiera que sea el carácter y contenido de la subsiguiente historia, ya sea
interpretada en la vida privada o pública, ya implique a muchos o pocos actores, su pleno significado sólo puede
revelarse cuando se ha vivido, cuando ha terminado su experiencia (aunque no por sus resultados, sino por su
historia).
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

A diferencia de la producción o la fabricación, en donde la luz para juzgar el producto acabado la proporciona la
imagen o modelo captados de antemano por el ojo del artesano o productor, la luz que ilumina los procesos de
acción, y por lo tanto todos los procesos históricos, sólo aparecen en su final12, porque su final, siendo la intención
del agente, le da sentido a lo que ha sido el desarrollo de la acción. En este sentido se entiende que el desarrollo
y el final son lo mismo.

La mera consideración productiva deja de lado una dimensión de la acción (praxis) que es
esencial en la conformación de la misma empresa, a saber, la vinculación que nace de la
iniciativa personal de quienes participan de ella y lo impredecible de la acción individual de todos
sus miembros.

La empresa existe porque sus iniciadores así lo han querido y la misma empresa es posible porque tiene una
naturaleza particular, la de ser, primeramente, una comunidad de personas que tiene una serie de fines
productivos cuyos resultados son conocidos de antemano tal como el artesano capta de antemano su producto
acabado. La comunidad es en importancia, no temporalmente, anterior a la producción y ella se inicia y se
desarrolla esencialmente por una acción y no por una producción; una empresa no se fabrica, sino que se
emprende; de ahí que sus resultados finales en cuanto empresa sean inciertos, aunque sus productos puedan ser
considerados con anterioridad al inicio de la producción.
En resumen, el trabajo tiene una dimensión práctica y una dimensión productiva. Esta última se caracteriza
porque se refiere, a la creación de elementos distintos del agente, de modo tal que introduce una novedad
material fuera del agente, pero por causa de él. La praxis, en cambio, se refiere a la acción humana en cuanto a
su iniciativa en orden a un fin que no introduce un cambio fuera del agente, sino en el agente mismo. La praxis es
la acción que puede perfeccionar a quien ejecuta la actividad, pues responde a su propia iniciativa deliberada,
auténtica.

La distinción de la acción y de la producción o técnica nos permite concluir, de este modo, que la
manifestación, que le es inherente a la acción a través del discurso, y la posibilidad de crear un
interés común a través de una actividad productiva determinada, son argumentos suficientes para
afirmar el sentido comunitario de la empresa que nace a partir de la naturaleza de la acción
humana en sus dos dimensiones: productiva y, especialmente y primariamente, activa o práctica.

Así, pues, la acción que funda una empresa, en tanto que está referida a la comunidad, es una praxis que
conforma una actividad comunitaria, en cuanto permite la creación y el desarrollo de una actividad sustentada por
un grupo de hombres con un interés productivo.

1 Véase Khurana, R. y Nohria, N. (2008).


2 Véase Ghosal, S. (2005).
3 Véase Piper, T.; Gentile, M. y Deloz Parks, S. (1993).
4 Véase Piper, T.; Gentile, M. y Deloz Parks, S. (1993).
5 The Economist, Still a must-have: MBAs remain surprisingly popular, despite the headwinds (Oct 17th 2015)
6 Para efectos de este trabajo, podemos considerar que ética y moral significan lo mismo. Ética viene del griego

ethos, que significa costumbre. Moral, por su parte, viene de mors, que también significa costumbre.
7 Millán-Puelles, A. (1984), pp. 559-560.
8
Habilidades intra e interpersonales para la dirección de personas
La importancia de la formación directiva para la ética empresarial

8 Fís. 202a13-b29.
9 Brock, S. L. (2000), p. 74.
10 Brock, S. L. (2000), p. 69.
11 Véase Guardini, R. (2000).
12 Cfr. Arendt, Hannah, La Condición Humana, op. cit., p. 215.

También podría gustarte