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Límites de la democracia electoral en el Paraguay

Chapter · November 2013


DOI: 10.13140/RG.2.1.1828.2088

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Liliana Rocío Duarte Recalde


Universidad Católica "Nuestra Señora de la Asunción"
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Jóvenes Investigadores

Límites de la democracia electoral en el


Paraguay

Liliana Rocío Duarte Recalde

Abstract

En el presente artículo se revisan los factores que limitan la representatividad contenida en


la administración del Estado, como resultado del proceso electoral, mediante un contraste
analítico entre las reglas pautadas en la legislación electoral y la manera en que la práctica se
aleja de la misma. Luego de observar rasgos de la participación política formal en la actualidad,
se analizan las barreras informales que impiden la participación efectiva de parte importante
de la población, la limitada representación administrativa de grupos sociales tradicionalmente
rezagados de la política partidaria, la aplicación discrecional de las reglas de la competencia,
la incidencia de poderes factuales, así como las ventajas a priori de los partidos políticos
tradicionales.

Palabras clave: Sistema electoral paraguayo, partidos políticos,democracia, representación.

Introducción

A pesar de que la apertura institucional hacia la instauración de la democracia ocurrió en


Paraguay hace más de dos décadas, la calidad de la democracia como pauta reguladora de la
praxis política nacional sigue siendo cuestionada en la actualidad.

Evidencia documental local y extranjera (Rivarola, 2009; Morlino, 2009; Barreda y Bou, 2010;
Abente, 2012) se hace eco del imaginario popular y sustenta esta discusión y, a la vez, indica
que la presencia de parámetros democráticos que regulen las relaciones de poder formales
en el Estado, todavía representa un ideal más que una realidad. Por esto, el ejercicio analítico
de observación y evaluación del proceso de consolidación de la democracia en el Paraguay,
resulta de urgencia, en tanto provee elementos para evaluar el trayecto que el Estado
paraguayo ha conseguido recorrer hacia ese ideal y permite dimensionar el que aún falta.

Dado que el concepto de democracia se sustenta en el ideal del autogobierno (Przeworski,


2010), la existencia y calidad de la misma pueden ser estudiadas a partir de una diversidad
de indicadores, basados en los componentes del arquetipo de ese gobierno del pueblo.
Entre tales indicadores se encuentra la participación política, una de las características de la
poliarquía enunciada por Robert Dahl (1997), que mantiene relación directa con la capacidad
del pueblo de incidir en la determinación de su futuro colectivo. El sufragio aparece como
el derecho político básico constituyente de la democracia en su dimensión procedimental,
materializando la participación política y representación de la sociedad en la lógica electoral.
De esta manera, el análisis del proceso electoral paraguayo, mecanismo mediante el cual
las preferencias de la población en un momento determinado se concretan en cupos de
representación dentro del aparato administrativo estatal, asume relevancia teórica y práctica.

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En esta oportunidad, se propone explorar los límites a los ideales de la representación
política y gobernabilidad democrática, contenidos en el proceso electoral paraguayo, en
consideración de la efectiva incidencia de los diversos grupos sociales en el mismo. Para
ello, se examinarán las principales estructuras institucionales que dan forma a la participación
política nacional, reflejadas en la Constitución Nacional y en las leyes electorales; en contraste
con la percepción de su funcionamiento, por parte de grupos sociales que manifiestan no
considerarse integralmente representados dentro de la competencia electoral tradicional.
Se examinarán también datos empíricos que reflejen los niveles de participación y
competencia electorales, explorando los límites de la precisión conceptual de “democracia”
o “participación”, presentes en el discurso político nacional, en base a la praxis política y sus
condicionantes.

Este trabajo se sustenta en la idea de representación como concepto central en el proceso


de legitimación política. El objeto de estudio comprende al sistema electoral del Paraguay,
establecido a partir de la Constitución Nacional del año 1992 y reglamentado a partir del
Código Electoral del año 1996. Como problema de investigación, se indaga en las restricciones
a la participación política existentes en la praxis política paraguaya y se propone responder
hasta qué punto el proceso electoral paraguayo es una instancia efectiva de participación para
la ciudadanía, mediante la cual ésta puede ejercer control sobre los gobernantes designados.

Se busca así explorar los límites de la gobernabilidad electoral en el Paraguay, a partir de su


factibilidad establecida dentro del marco legal que regula el proceso electoral, mientras se
propone profundizar en la comprensión de su funcionamiento desde la experiencia de algunos
actores políticos que no forman parte de las agrupaciones partidarias tradicionales, sino son
impulsados a participar bajo la bandera de reivindicaciones sociales. Así, se identificarán los
principios normativos que sustentan al sistema electoral nacional, para luego analizar su diseño
institucional, revisar las características de la competencia electoral y sus condicionantes,
analizar la representatividad social de los principales candidatos en la competencia, discutir
el principio de equidad en la participación electoral de facto y, finalmente, contrastar las
disposiciones legales referentes al proceso electoral con la manera en que los procedimientos
funcionan en la práctica.

El trabajo propuesto será planteado en base al método de investigación exploratorio; y apunta


a cubrir un vacío de información sistematizada acerca de la praxis electoral. Se partirá de la
exposición del marco conceptual en que se inserta el estudio, para luego poner en contexto
la condición democrática nacional y explorar la brecha entre la vigencia de jure de principios
democráticos participativos y su cumplimiento de facto. En este sentido, se revisarán las
leyes que rigen las elecciones para cargos de representación en los poderes Ejecutivo y
Legislativo, las normas jurídicas que rigen, la inscripción de candidatos y su comunicación
con los electores, el gasto electoral, la transmisión de información por parte de los medios
masivos y la imparcialidad en su práctica. Se examinará también la legislación orientada a
remediar la escasa representatividad en la administración estatal de mujeres, minorías étnicas
o grupos socio-económicos tradicionalmente marginados, analizando hasta qué punto resulta
adecuada. Se propone, por otra parte, examinar la legislación que regula los procedimientos
de inscripción electoral y votación, para observar su cualidad inclusiva y la medida en que
consigue garantizar el derecho al voto para toda la población. Finalmente, se propone analizar
la obligatoriedad del voto y cómo se ve reflejada en los índices de participación electoral.

Para responder a las mencionadas interrogantes, además de la revisión de la legislación y las


referencias bibliográficas relevantes, se recurrirá a una combinación de recursos electorales
disponibles en línea, tanto de fuentes gubernamentales como no-gubernamentales.
Para la revisión de las prácticas electorales indicadas, se procederá a realizar entrevistas

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Jóvenes Investigadores

semiestructuradas a referentes sociales y políticos entendidos en la materia, estén


directamente vinculados a partidos políticos o no, que representen a aquellos sectores
sociales que se han mantenido al margen de los efectos positivos de la competencia electoral,
pero cuyas reivindicaciones han tenido notoriedad desde la apertura hacia la democracia y
han, de alguna manera, incidido en la agenda política nacional.

Elementos del trabajo y la metodología

Debates acerca de la democracia y las elecciones en Paraguay desarrollados hasta la actualidad,


han girado en torno a la descripción de los resultados de las elecciones registrados desde el
año 1989. Además de realizar recuentos de los acontecimientos acaecidos en las jornadas
electorales, estos trabajos se ocuparon de indicar los condicionamientos existentes para el
ejercicio libre del sufragio y las limitaciones para la competencia justa entre las opciones
políticas contendientes; los trabajos de Arditi (1992), Rodríguez (1998) o Brítez (2002), entre
otros, se erigen como antecedentes bibliográficos dentro de esta temática. También existen
reflexiones más específicas acerca del comportamiento electoral (Rivarola, 2009; Duarte
Recalde, 2012b) o del financiamiento de los partidos políticos (Bareiro y Soto, 2006), así
como exámenes de carácter crítico acerca de la instalación del concepto de democracia
dentro del discurso político nacional, en contraste a su construcción en la praxis política (Lara
Castro, 2003, 2004); mientras el análisis más amplio acerca de la calidad de la democracia, ha
llegado de las manos de Barreda y Bou (2010) y Abente (2012).

El análisis del sistema electoral paraguayo, se inserta dentro de la problemática conceptual


de la calidad de la democracia en el país; es posible valorar al proceso de consolidación de
la democracia de acuerdo a la presencia afianzada en el sistema de prácticas o instituciones
que caracterizan a la poliarquía (Dahl, 1997) relacionadas con el proceso electoral. Esto
se condice con el fundamento teórico que sustenta el modelo democrático-electoral en el
ideal del autogobierno (Przeworski, 2010), en tanto se reconoce al proceso electoral como
mecanismo por excelencia mediante el cual se ejerce el derecho político del voto, que emerge
como fundamento de legitimidad de origen de la representación democrática en Paraguay
(Constitución Nacional, Art. 118).

La mencionada valorización se sustenta en una pretendida condición “ciudadana” de la


población, que incluye la libertad y capacidad de los individuos para determinar sus preferencias
políticas en base a sus intereses, equidad entre la población para competir por cargos electivos
o para designarlos, así como la vigencia de un mecanismo de rendición de cuentas vertical
(O'Donnell, 1997; Duarte Recalde, 2012a) que permita la selección consciente e informada
de gobernantes. De cumplirse tales preceptos, la configuración política de las autoridades
resultante de este proceso sería representativa de los múltiples intereses de la población
paraguaya. Por otra parte, el funcionamiento de tales procedimientos y sus resultados se
vinculan al diseño institucional que los abarca (Colomer, 2007), al igual que a la real capacidad
de incidencia de la totalidad de la población posibilitada de votar.

Asimismo, el parámetro normativo para el análisis, indica que para que el sistema electoral
mantenga cualidades democráticas, debe comprender elecciones competitivas y que
garanticen condiciones mínimas de libertad para la participación política, ya que “por
debajo de un determinado nivel de garantías, el proceso electoral no se puede considerar
un instrumento de realización de la representación” (Bobbio, 2005:1104), caso en que éste
apenas cumpliría funciones plebiscitarias.

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Resultados

Mientras la posibilidad de que las autoridades designadas sean propiamente representativas


de la población nacional, en su heterogeneidad depende de la inclusión efectiva de la totalidad
de la población al sistema electoral, resulta importante revisar las reglas que determinan
los límites formales de la participación y si las mismas facilitan o dificultan informalmente la
integración efectiva de toda la población a este proceso.

Se percibe que tanto los procedimientos de inscripción como de votación nacionales, son
formalmente inclusivos, si bien no necesariamente accesibles en la práctica. Las condiciones
mínimas formales para pertenecer al sistema están consignadas en la Constitución y en las
leyes electorales, estableciendo como umbral para ejercer la ciudadanía electoral activa y
pasiva, la edad de 18 años, además de poseer nacionalidad paraguaya y radicación en el país.
La inscripción automática en el Registro Cívico Permanente ha sido reglamentada por la Ley
4559, del 17 de enero de 2012, por lo que quienes cumplan 18 años de edad antes de esa
fecha aún deben inscribirse personalmente. La autoridad encargada de realizar la inscripción
es la Dirección del Registro Electoral, órgano del Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE)
que también es responsable de la confección y depuración del Registro Cívico Permanente
y del registro de los padrones partidarios, entre otras atribuciones (Ley 635/1995, Art. 26).

Mientras la fiscalización del proceso de registro de electores puede ser llevada a cabo
por partidos y movimientos políticos mediante sus representantes designados (Ley No.
834/1996, Art. 134), este recurso ha sido tradicionalmente abusado por los partidos políticos
con funcionarios activos dentro de la Justicia Electoral, quienes se encargaban de realizar
simultáneamente la afiliación partidaria de la población. Se creó así confusión entre la
población debido a que “los caudillos políticos de los partidos tradicionales sí iban barrio por
barrio a inscribir a la gente, pero era inscribirle y afiliarle, y la gente no entendía” (Entrevista
a Gabriela Schvartzman). Este mecanismo de inscripción de electores, permitía al TSJE tener
un presupuesto inflado sin garantías de utilización óptima de recursos.

El único documento válido para el registro en el Padrón Electoral y para el ejercicio del voto
es la cédula de identidad (Ley No. 834/1996, Art. 98). Esta condición también se constituye
en factor de exclusión de facto, teniendo en cuenta que existe una cantidad indeterminada de
habitantes en el territorio nacional para la que es muy difícil acceder a alguna de las oficinas del
Departamento de Identificaciones de la Policía, para obtener este documento de identidad,
por lo que la reglamentación se convierte en principio de exclusión de las comunidades nativas
o rurales. La exclusión social en la que se encuentran grupos tradicionalmente marginados, se
refleja así en la posibilidad que tienen sus miembros de formar parte del proceso electoral,
por lo que la situación de marginalidad se refuerza y reproduce mientras es explotada por
las maquinarias partidarias: “inscripción y afiliación se hacen juntas; cedulación, inscripción y
afiliación” (Entrevista a Daniel Gómez).

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Jóvenes Investigadores

A pesar de que el ejercicio del voto es obligatorio en Paraguay, además de ser considerado un
derecho político básico (Ley No. 834/1996, Art. 1), la participación electoral ha sido escasa
(Tablas 1 y 2).

Tabla 1: Participación Electoral • Poder Ejecutivo


Año Partici- Total de Padrón Votos Población Votos no Población
pación votos Electoral emitidos/ en edad válidos total
efectiva emitidos Nacional pobl. en de votar
edad de
votar
2008 60,34% 1.726.906 2.861.940 45,94% 3.759.034 3,50% 6.669.086
2003 64,20% 1.544.172 2.405.108 47,60% 3.243.812 3,10% 5.884.491
1998 80,54% 1.650.725 2.049.449 59,43% 2.777.725 1,87% 5.137.440
Fuente: International Institute for Democracy and Electoral Assistance (international IDEA)

Tabla 2: Participación Electoral • Poder Ejecutivo


Año Partici- Total de Padrón Votos Población Votos no Población
pación votos Electoral emitidos/ en edad válidos total
efectiva emitidos Nacional pobl. en de votar
edad de
votar
2008 65,48% 1.874.127 2.861.940 49,86% 3.759.034 1,50% 6.669.086
2003 64,02% 1.539.800 2.405.108 47,47% 3.243.812 4,30% 5.884.491
1998 80,48% 1.649.419 2.049.449 59,38% 2.777.725 3,34% 5.137.440
Fuente: International Institute for Democracy and Electoral Assistance (international IDEA)

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Se percibe que, al considerar la participación en las urnas en contraste con la población en
edad de votar, la proporción cae a menos de la mitad, por lo que es posible argumentar que
la representatividad de las autoridades electas corresponde sólo a cerca de la mitad de la
población nacional en edad de votar, con la salvedad de que incluso existe subregistro en
tales datos demográficos. Este aparente desencanto con la praxis electoral se refleja en la
premisa: “Nadie elige a través del sistema electoral en nuestro país (...) y para nosotros el
tema electoral, en estas condiciones, es una trampa.” (Entrevista a Eladio Flecha).

A su vez, el nivel de participación electoral que se mantiene estable resulta de la acción de los
partidos políticos con fuertes bases clientelares, los cuales movilizan a sus electores el día de
los comicios. La “Encuesta de Gobernabilidad, Democracia y Transparencia” realizada por el
PNUD, correspondiente a las elecciones del año 2008, indica que 25% de los electores fueron
trasladados a sus locales de votación por operadores políticos, aumentando esta proporción
al 41% entre quienes se encuentran bajo el nivel de pobreza extrema (PNUD, 2009: 33). Esta
situación se refleja en la experiencia de las comunidades indígenas, en el sentido que “a nivel
de participación electoral, hoy día ya hay un alto porcentaje de las personas de las diferentes
comunidades que se van a votar; asisten a votar casi un 90%, si no es más, trasladados por los
candidatos políticos; lo llaman arreos y los arreos son casi comunitarios” (Entrevista a Daniel
Gómez).

El significado que se le otorga a la participación electoral es heterogéneo en la experiencia


paraguaya, en tanto “no es una participación poner una boleta en la urna y quedarnos en
nuestras casas” (Entrevista a Eladio Flecha). Incluso, en lo que refiere a las comunidades
indígenas, la misma noción de participación se inserta dentro de un paradigma distinto, dado
que no se concibe la noción de partido dentro del concepto de comunidad, mientras “política,
religión y producción casi van de la mano” (Entrevista a Daniel Gómez).

Otro de los fundamentos legales que apuntan al principio de la igualdad discursiva, en que
cada persona posee el valor electoral de un voto en las urnas, es el que prohíbe la apropiación
irregular de esa expresión simbólica de la voluntad. La compra de votos es penada legalmente,
al igual que la intimidación a los votantes o la retención de documentos de identidad, a pena
de sanción económica o prisión (Ley No. 834/1996, Art. 320 y 321). Este precepto resulta un
condicionamiento legal vacío de contenido al efectuarse en realidad estas prácticas prohibidas.
La experiencia de las comunidades indígenas, aparece nuevamente como referencia de la
práctica en este sentido.

Se plantea de esta manera la doble limitación a la representatividad, contenida en el proceso


electoral. Por un lado, aunque la población está formalmente facultada de formar parte del
proceso electoral, el contenido de la praxis no se corresponde necesariamente con premisas
democráticas en los casos que la definición de la preferencia electoral responde a presión por
parte de los partidos políticos. Por otro lado, el mismo significado contenido en el proceso
electoral no es representativo de la totalidad de la población del país desde perspectivas
culturales ni prácticas.

El problema de la representatividad política se agudiza al abordar la perspectiva de la


heterogeneidad identitaria existente en Paraguay. Argumentaban ya Arditi y Rodríguez
(1987: 23) en referencia al sistema político dictatorial que “el régimen es excluyente, por
cuanto las grandes mayorías sociales y las minorías étnicas, lingüísticas o culturales carecen
de una incidencia real en la conformación de las decisiones públicas y en la materialización
e implementación de estas a través de las políticas públicas”. Tales características se han

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Jóvenes Investigadores

perpetuado hasta la actualidad, aunque no exista discriminación legal para la participación


electoral o para el acceso a beneficios a ser proveídos por el Estado, a la vez que se promueve
discursivamente la igualdad social (Constitución Nacional, Art. 46 y 47).

En este sentido, se universaliza también el derecho al ejercicio del sufragio y se provee la


posibilidad de sanción para quienes pretendan limitar este derecho a sus pares (Ley No.
834/1996, Art.s 3 y 4), a la vez que se prohíbe la utilización de propaganda partidaria, cuyo
contenido genere “discriminaciones por razón de raza, sexo o religión” (Ley No. 834/1996,
Art. 287 y 292). Sin embargo, existe evidencia de que la discriminación es constante en las
relaciones del Estado con los diversos grupos sociales y, dado que “siempre que las palabras
y las acciones divergen, podemos sospechar que hay intereses en juego” (Przeworski, 2010:
45), no se puede afirmar taxativamente que los intereses de las autoridades electas coincidan
con los de la población nacional.

La legislación presta atención a la presencia de las mujeres en el gobierno como resultado


del proceso electoral y pretende promover su acceso a las funciones públicas, mediante
tal resolución constitucional (Constitución Nacional, Art. 117), aunque no existe provisión
de financiamiento ni ventajas económicas para promover la igualdad de género (Bareiro y
Echauri, 2011: 568). Se busca promocionar la presencia de las mujeres en cargos electivos
mediante cuotas de participación, a pesar de que la legislación se abre a interpretaciones
encontradas al indicar, por un lado, que las mujeres deberán integrar las listas “en un porcentaje
no inferior al veinte por ciento”, pero por otro lado, indica que su postulación interna como
candidatas “deberá darse razón de una candidata mujer por cada cinco lugares en las listas”
(Ley No. 834/1996, Art. 32). Esta pretendida inclusión funciona en la práctica como factor
de discriminación, dado que se limita la presencia de mujeres en las listas de candidatos a esa
proporción del veinte por ciento, mientras que la percepción de las mujeres involucradas
en la política electoral es que “acá tenemos que ir por la paridad” (Entrevista a Gabriela
Schvartzman). Esta proporcionalidad propuesta no condice con la realidad social del país,
donde las mujeres protagonizan el quehacer político de base, como lo indica Schvartzman:
“dicen que hay más de 5 mil organizaciones de mujeres a nivel nacional” y “la movilización
de base es sobre los hombros de las mujeres y ellas son las que mueven toda la comunidad”
(Entrevista a Gabriela Schvartzman).

Por otra parte, se disponen cláusulas específicamente dedicadas a la inclusión discursiva


de los grupos indígenas en la vida política nacional, reconociendo constitucionalmente
la preeminencia cultural de estas comunidades de forma anterior a la instauración del
mismo Estado paraguayo (Constitución Nacional, Art. 62). Se contempla su integración al
escenario socio-político nacional, en tanto “se garantiza a los pueblos indígenas el derecho
a participar en la vida económica, social, política y cultural del país, de acuerdo con sus usos
consuetudinarios” (Constitución Nacional, Art. 65), de esta manera abriendo la posibilidad
de que miembros de estas comunidades formen parte del proceso electoral nacional en
búsqueda de obtener representación política dentro de la estructura estatal, sea a partir
de una organización propia de la comunidad o mediante la integración de sus miembros a
partidos políticos existentes que asuman sus reivindicaciones como propias.

A pesar de tales disposiciones formales, “no hay una apropiación del Estado suyo, de parte
de los pueblos indígenas (…) es una estructura ajena a ellos”, lo que se relaciona a que “la
consciencia de derechos, por un lado, y la exigibilidad ante el Estado de esos derechos, son
bastante recientes y no son totales, varían mucho en diferentes lugares” (Entrevista a Daniel
Gómez). Esta relación fragmentada entre comunidades indígenas y el Estado paraguayo
coincide con la falta de respuestas a sus necesidades básicas por parte de la estructura

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estatal, además de la falta de comprensión cultural del resto de la población paraguaya de
estos pueblos originarios.2 La política interna de las comunidades mantiene pautas propias
y diferenciadas del proceso electoral para la designación de autoridades, dado que “están
organizadas en torno a resolver los problemas colectivos internos. Lo que no se da es que ese
líder participe en procesos de elección política. A veces sí, a veces un caudillo les convence y
ellos consideran en una reunión” (Entrevista a Daniel Gómez).

Otra particularidad cultural que no es respetada por el resto de la población paraguaya,


corresponde a su dimensión religiosa. Esto ocurre con mayor énfasis en la región Occidental
del país, donde la influencia de las colonias menonitas es intensa y se impone tanto en el
aspecto religioso como en lo económico y político. Ahí, la jerarquía religiosa de las colonias
establece lineamientos en los aspectos económicos y políticos, aparte de los propiamente
confesionales, razón por la que no existe una identidad partidaria definida.

Se garantiza de forma legal el derecho de las comunidades indígenas a la conservación de su


identidad étnica en sus dimensiones geográfica, política, social, económica, cultural y religiosa,
además del respeto a las normas consuetudinarias que regulen su convivencia (Constitución
Nacional, Art. 63). Esta garantía es una de las premisas menos respetadas en la práctica,
ya que se registran ejemplos de violaciones de las mismas en varios de estos aspectos y
no existen políticas que apunten específicamente a reconocer los derechos de los pueblos
indígenas, dentro de un marco de respeto de su cosmovisión.

Se reconoce asimismo su derecho a la propiedad comunitaria de la tierra3; y se establece


la responsabilidad del Estado de proveer a las comunidades del espacio necesario, “en
extensión y calidad suficientes para la conservación y el desarrollo de sus formas peculiares
de vida” (Constitución Nacional, Art. 64). En este sentido, afirma Bartoeu Meliá (2009: 208)
que “ninguna política puede desconocer la obligación de restituir y devolver a los pueblos
indígenas, no ya sólo tierras, sino los territorios4” y llega a argumentar que “el Estado tiene
que asumir su responsabilidad en la usurpación indebida de territorios indígenas sin ninguna
justificación” (Meliá, 2009: 209). A pesar de la existencia del Instituto Paraguayo del Indígena
(INDI), entidad estatal encargada de velar por los intereses de las comunidades indígenas,
entre los que se encuentra la obtención de tierras, su gestión se ve interrumpida por
limitaciones que se encuentran fuera de su control. En este sentido, la falta de voluntad por
parte de los propietarios de las tierras de ponerlas a la venta, se suma a la falta de voluntad
política por parte del Parlamento para apoyar estos reclamos.

La realidad demográfica de las comunidades indígenas indica que representan el 31% de


la población en la Región Occidental del país, por lo que podrían llegar a ocupar puestos
de gobiernos estatales y municipales si asumieran la participación electoral como estrategia
política propia y utilizaran su organización comunitaria con miras a tal objetivo.

Se observa de esta manera que la composición de la asamblea Legislativa y la selección del


Ejecutivo, pueden representar el poder comparativo de los diversos partidos políticos, no
así de todos los grupos sociales que habitan en el país. Esta limitación de representatividad

2 Las estructuras de poder que sí tienen incidencia en las comunidades son más bien grupos religiosos o
grupos criminales organizados, estos últimos cometiendo actos de agresión contra los indígenas “con total
impunidad” (Entrevista a Daniel Gómez).
3 Según el Censo Nacional Indígena del año 2002, el 91,5% de los grupos indígenas están asentados en las
áreas rurales del país.
4 Indica este mismo autor: “los indígenas no conciben la tierra como una mercancía; es mucho más que
eso: es la vida misma y el centro del universo” (Meliá, 2009: 208).

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Jóvenes Investigadores

se vincula a factores que han relegado tradicionalmente del protagonismo político a


determinados grupos sociales, como son las mujeres o los indígenas, pero también dejan
fuera del proceso a actores políticos organizados y con pretensiones de influir en la definición
del destino colectivo que se mantiene al margen de los partidos tradicionales, como son las
organizaciones campesinas.

La población campesina es otro de los núcleos sociales muy afectados por los vaivenes
económicos y la ausencia de políticas de Estado que apunten a dar respuestas duraderas a sus
necesidades. El desmantelamiento de la economía campesina de subsistencia se remonta a la
década de 1970, coincidente con la expansión de la agricultura especializada en el rubro del
algodón; este proceso de especialización de la producción primaria dio paso a la instalación en
el campo paraguayo del modelo empresarial mecanizado con miras a la exportación, lo que
coartó la autonomía productiva de los pequeños agricultores al enfrentarse a dificultades para
conseguir crédito.5 Aunque durante la década de 1990 se promovió su inserción más eficiente
en el mercado, el declive de su capacidad productiva y el consiguiente poder adquisitivo
llegaron como consecuencia de su incapacidad de competir en igualdad de condiciones con
productos importados de los países vecinos (Palau, 2009). Su situación de vulnerabilidad
económica creciente, se tradujo en su escasa posibilidad de incidencia dentro de las
agrupaciones políticas tradicionales, por lo que el ideal de representación que vendría de
la mano de la estructura político-partidaria se volvió una falacia discursiva para estos grupos
productivos.

A pesar de que los movimientos campesinos han asumido protagonismo político durante
los últimos años, al instalar en la agenda de debate la necesidad de la reforma agraria,6 la
eliminación de latifundios improductivos7(Constitución Nacional, Art. 114 y 116) o, más
recientemente, la utilización de productos tóxicos para la agricultura, como el glifosato,8
tales organizaciones no se han integrado al proceso electoral, por lo que no se encuentran
representados en las autoridades designadas mediante este proceso a nivel gremial. No
obstante, la opción de la participación electoral no llega a ser objeto de rechazo por su parte,
sino que su aproximación a la misma adopta un carácter más bien pragmático, según ha sido
manifestado: “Nosotros entendemos el tema electoral como una cuestión táctica que se
puede usar o no se puede usar” (Entrevista a Eladio Flecha).

Las problemáticas planteadas por estas organizaciones alrededor de la representatividad


electoral se basa en su percepción de la gestión de los partidos políticos tradicionales en

5 Indicaba Tomás Palau (2009) que el conflicto en el campo estalló a fines de la década de 1980, con
la caída de los precios del algodón en el mercado internacional, en tanto “el campesinado algodonero,
minifundista, y sobre todo sus descendientes, se quedan sin el pan y sin la torta, sin precio para su
producción y sin tierra para sobrevivir él y su familia.”
6 La Constitución Nacional apunta: “La reforma agraria es uno de los factores fundamentales para lograr el
bienestar rural. Ella consiste en la incorporación efectiva de la población campesina al desarrollo económico
y social de la Nación. Se adoptarán sistemas equitativos de distribución, propiedad y tenencia de la tierra;
se organizarán el crédito y la asistencia técnica, educacional y sanitaria; se fomentará la creación de
cooperativas agrícolas y de otras asociaciones similares, y se promoverá la producción, la industrialización y
la racionalización del mercado para el desarrollo integral del agro.” (Constitución Nacional, Art. 114).
7 A su vez, la Constitución Nacional también señala: “Con el objeto de eliminar progresivamente los
latifundios improductivos, la ley atenderá a la aptitud natural de las tierras, a las necesidades del sector de
población vinculado con la agricultura y a las previsiones aconsejables para el desarrollo equilibrado de las
actividades agrícolas, agropecuarias, forestales e industriales, así como al aprovechamiento sostenible de los
recursos naturales y de la preservación del equilibrio ecológico.” (Constitución Nacional, Art. 116).
8 Ramón Fogel (2009) analiza la relación que existe entre la utilización de estos productos químicos y las
crecientes tasas de mortalidad, además de datos sobre malformaciones congénitas o abortos espontáneos,
según datos proporcionados por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social.
50
relación a los intereses populares, coincidiendo con la idea de que “una colectividad se gobierna
a sí misma cuando las decisiones implementadas en su nombre reflejan las preferencias de sus
miembros” (Przeworski, 2010: 56). Debido a que las políticas apoyadas desde el Parlamento
ha tendido consistentemente a evitar la realización de la reforma agraria, apoyando las
iniciativas empresariales de agricultura mecanizada, en detrimento de las familias campesinas,
las organizaciones campesinas se mantienen escépticas con relación al funcionamiento del
sistema electoral y los resultados que arroja. Esta percepción no es autorreferente de manera
excluyente, sino que se reconoce que esta falta de respuesta a las necesidades de la población
afecta a diversos grupos sociales que, por diferentes motivos, están al margen de la política
partidaria.

Mientras el diseño institucional y legal permite la amplia participación de la población paraguaya


en la política, las desigualdades estructurales y culturales se erigen como barreras que no
permiten la participación equitativa de los diversos sectores sociales dentro del proceso
electoral nacional, minando la igualdad política y el principio de representación democrática
contenido en este modelo. Sin embargo, ocurre en el caso de los colectivos de mujeres y
campesinos que existen iniciativas de organización que apuntan a la estructuración de su
fuerza social dentro de un partido político, con miras a ingresar en la competencia electoral,
acceder a espacios de administración del Estado y, a partir de allí, intentar dar respuesta a sus
demandas particulares. Este no es el caso con las comunidades indígenas, para las cuales la
política sigue estando limitada al interior de sus comunidades, en tanto el Estado paraguayo
las sigue marginando en la práctica.

En lo que respecta a las reglas mismas de la competencia electoral, se parte de la premisa


de que la representación política resultante del proceso de elecciones está legitimada por
la competencia que existe entre los partidos políticos, con miras a la obtención de cupos
de poder dentro de la estructura administrativa del Estado o su conservación. La cualidad
democrática del sistema implica que esta competencia esté reglamentada de manera clara
y equitativa, y que proporcione iguales oportunidades de acceso a la competencia, a todos
aquellos grupos que estén interesados, para que en última instancia, sea la ciudadanía la que
finalmente determine qué propuesta refleja mejor sus intereses mayoritarios.

En el caso de la democracia en Paraguay, las dificultades para que los resultados electorales
sean representativos de la población nacional, comienzan en el mismo proceso de la
competencia política. Mientras los procedimientos de inscripción de candidatos y partidos
están claramente establecidos por la Constitución Nacional y las leyes electorales, la
posibilidad de conformar partidos que representen los diversos intereses sectarios de la
población nacional y eventualmente accedan a la gestión del poder, está limitada tanto por las
disposiciones formales al respecto, como por factores estructurales informales.

El registro de candidatos está a cargo de la Justicia Electoral (Ley No. 834/1996, Art. 158),
estando posibilitados para competir para cualquier función electiva todos los ciudadanos
paraguayos mayores de 18 años de edad (Ley No. 834/1996, Art. 95), pero debiendo
tener más de de 25 años para ser candidatos a diputados (Ley No. 834/1996, Art. 221) y
mayores de 35 años para competir por la senaduría o la Presidencia de la República (Ley
No. 834/1996, Art. 223 y 228). Es posible que se presenten a la competencia candidatos
independientes, siempre que estén debidamente habilitados (Ley No. 834/1996, Art. 85).
A pesar de la aparente facilidad para ingresar en la competencia electoral, la experiencia de
organizaciones políticas sin mucha práctica en esta área demuestra lo contrario; el ingreso
en la competencia electoral de nuevos actores partidarios, se ha visto condicionado por la
acción de los representantes de partidos que cuentan con experiencia de décadas, tanto en el

51
Jóvenes Investigadores

manejo de la administración estatal como de los procesos electorales, lo que les ha proveído
de conocimiento empírico que posiciona a sus candidatos con ventaja de antemano.

Asimismo, se garantiza formalmente el derecho a la existencia de los partidos políticos, a su


libre inscripción y libre funcionamiento (Ley No. 834/1996, Art. 9), a la vez que se afirma
discursivamente la naturaleza democrática y pluralista del sistema partidario, sustentada
en la libertad de asociación de los ciudadanos y su participación en la orientación de la
política nacional (Constitución Nacional, Art. 124 y 125). Sólo se plantean restricciones a la
obtención de fondos de organizaciones o Estados extranjeros; a hacer cualquier apología de la
violencia y a poner en peligro la existencia de la República nacional o su cualidad democrática
(Constitución Nacional, Art. 126).

La gama de opciones electorales que se presentan en competencia ha aumentado de manera


exponencial, desde la apertura hacia la democracia, en coincidencia con la garantía formal del
pluralismo ideológico y la igualdad de los partidos ante la ley (Ley No. 834/1996, Art. 14).
Este aumento de opciones en competencia dio lugar a altos niveles de volatilidad electoral9
registrados en los últimos periodos de gobierno (Duarte Recalde, 2012b). Los resultados
arrojados por las elecciones generales del año 2008, se materializaron en la presencia de ocho
representaciones partidarias en las cámaras del Congreso10, mientras el número efectivo de
partidos11 es de cinco y la característica bipartidaria12 del sistema es predominante en ambas
cámaras legislativas.

Mientras ha existido un proceso de fragmentación del sistema político nacional, que permitió
el acceso a la competencia de opciones políticas recientes, la calidad de la representación de
los sectores sociales analizados en esta oportunidad no ha mejorado. Particularmente grave
resulta la situación de las comunidades indígenas, las cuales comienzan a tomar consciencia
de las oportunidades que les plantearía el acceso a la administración estatal a través de la
competencia electoral, pero no existe homogeneidad en su apreciación al respecto. En tanto
su fuerza numérica no se materialice en una estructura partidaria que pueda formar parte
efectivamente de la competencia electoral, su inserción dentro de la dinámica electoral sigue
estando reducida al rol marginal de la cesión de votos en las urnas a cambio de beneficios
coyunturales.

La deficiente representatividad de los partidos políticos que conforman el universo electoral


paraguayo se sustenta, finalmente, en el carácter poco democrático de los partidos políticos
a nivel interno, desde una perspectiva sustantiva de la democracia. El modelo de democracia
que ha funcionado en Paraguay se ha mantenido lejos del modelo de democracia de masas
o de un sistema moderno de partidos, más bien manteniendo características de un modelo

9 Como ha sido indicado, “La volatilidad electoral total registrada entre el último periodo analizado y el
primero, es del 66%, habiendo existido 36% de volatilidad entre 1998-2003 y 50% entre los periodos
2003-2008” (Duarte Recalde, 2012b: 124).
10 Éstos son parlamentarios pertenecientes a los partidos Asociación Nacional Republicana (ANR), partido
Liberal Radical Auténtico (PLRA), Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE), Partido Patria Querida
(PPQ), Partido Democrático Progresista (PDP), Partido País Solidario (PPS) y el Partido Popular Tekojoja
(PPT), aunque la diputada originalmente elegida por el PPT ha cambiado de identidad política.
11 Para el cálculo del número efectivo de partidos se tiene en cuenta, en esta oportunidad, la propuesta
de Laakso y Taagepera (1979), según la cual el número efectivo de partidos resulta de una estimación
matemática de fragmentación de la competencia electoral, que atribuye a cada partido un peso derivado
de su propia fuerza electoral. Este número se calcula mediante la fórmula: NE = 1/ƩVp2, donde NE
corresponde a la estimación del número efectivo, y Vp es la proporción del voto ganado por cada partido.
12 El predominio electoral ANR/PLRA, que se remonta a sus orígenes en 1887, ha sido solidificado mediante
los vínculos que ambos partidos han establecido a lo largo de la historia entre la administración estatal y la
población, sustentados en relaciones clientelares.
52
cuasi censitario, más vinculadas a ideas clásicas de participación restringida de los albores de
la democracia antigua.

Otro de los condicionamientos a la competencia electoral, es el que respecta a los recursos


electorales. El ejercicio de la competencia electoral en Paraguay, llega a estar constreñida
por el acceso a recursos económicos que las agrupaciones políticas en pugna puedan tener,
razón por la que la existencia de una base mínima de equidad para el financiamiento de los
partidos políticos y sus gastos de campaña, es un componente fundamental para la calidad de
la competencia electoral.

A pesar de que se establece que los partidos políticos deben reportar su estado financiero
regularmente al TSJE (Ley No. 834/1996, Art. 66), que deben identificar a quienes los financian
(Ley No. 834/1996, Art. 63) y reportar todos los fondos recibidos y sus gastos de campaña
(Ley No. 834/1996, Art. 281), no se indica límite al monto de gastos electorales ni existe
regulación que establezca la rendición de cuentas pública de las campañas electorales (Bareiro
y Echauri, 2011), lo que en última instancia limita su transparencia y equidad. Esta laxitud de
las reglas concernientes al financiamiento de los partidos y candidatos, incide negativamente
en la pretendida igualdad de oportunidades para una competencia electoral que redundaría
en la elección de autoridades representativas, en tanto la posibilidad de la competencia se
determina en gran manera de acuerdo a criterios de poder económico.

Todos los partidos políticos reciben financiamiento público de forma directa e indirecta; las
contribuciones anuales dependen de los resultados de las últimas elecciones, mientras que los
subsidios electorales dependen de los cupos obtenidos en los cuerpos colegiados (Ley No.
834/1996, Art. 276). Por otro lado, se permite la utilización de los medios de comunicación
estatales para la realización de propaganda electoral, los que no deben discriminar de ninguna
forma (Ley No. 834/1996, Art. 289) ni ser utilizados sólo por el partido de gobierno. Además
de los mencionados subsidios, los partidos políticos que se han encontrado en la administración
estatal, han explotado tal posición para crear o fortalecer vínculos clientelistas, con frecuencia
mediante la identificación de los programas sociales con los gobiernos de turno.

Asimismo, los partidos políticos pueden obtener financiamiento privado, siempre que
justifiquen el origen de sus aportes, con las excepciones establecidas que los inhabilitan a
recibir fondos de “cualquier oficina de la administración pública, de entes descentralizados
autónomos o autárquicos, de empresas de economía mixta, entidades binacionales y
empresas que presten servicios o suministros a cualquier entidad pública”, de “entidades o
personas extranjeras”, de “sindicatos, asociaciones empresarias o entidades representativas
de cualquier otro sector económico” ni de “aportes individuales superiores al equivalente
de cinco mil jornales mínimos” (Ley No. 834/1996, Art. 282). Esta apertura a la obtención
de apoyo económico privado sin más límites que los mencionados trasladan, la competencia
electoral al ámbito económico, donde la comparativa fuerza financiera llega a ser más
determinante en los resultados de los comicios que las propuestas o posicionamientos
ideológicos de los partidos, lo que atenta contra el principio de representatividad pretendido.

La real posibilidad de acceder a la competencia electoral en igualdad de condiciones se


aleja, de esta manera, de las consideraciones legales y se trasladan al ámbito de los recursos
económicos. Esta situación incide en la perpetuación al frente del gobierno de los partidos
tradicionales vinculados con los principales sectores productivos del país, en detrimento de
los sectores sociales marginados que, aunque puede que se constituyan en fuerza electoral
de manera independiente, no son capaces de ingresar en la competencia electoral con miras
a obtener el reconocimiento del resto de la población nacional.

53
Jóvenes Investigadores

Una de las áreas de la competencia determinadas por la diferencia de recursos, es la referente


a las campañas electorales. La legislación establece libertad para la realización de campañas
electorales (Ley No. 834/1996, Art. 300) y señala que “los medios masivos de comunicación
social, oral y televisivo destinarán, sin costo alguno, el tres por ciento de sus espacios diarios,
para la divulgación de las bases programáticas de los partidos, movimientos políticos y alianzas
que participen en las elecciones, durante los diez días inmediatamente anteriores al cierre de
la campaña electoral” y que la prensa escrita deberá destinar “una página por edición” (Ley
No. 834/1996, Art. 302). No obstante, este espacio gratuito debe ser compartido por todas
las opciones en competencia, por lo que no llega a cumplir con la pretendida función de dar
a conocer efectivamente a todos los partidos o candidatos concurrentes a medida que éstos
aumentan en número.

Se permite la posibilidad de realizar propaganda electoral con el objetivo de “la difusión de


la plataforma electoral, los planes y los programas de los partidos, movimientos políticos y
alianzas, con la finalidad de concitar la adhesión del electorado” (Ley No. 834/1996, Art.
290), pero se prohíbe que ésta incite a la violencia, haga discriminación alguna, “inciten a
la destrucción de bienes o atente contra la integridad física de las personas”, instiguen a
la “desobediencia colectiva al cumplimiento de las leyes o de las decisiones judiciales o a
las disposiciones adoptadas para salvaguardar el orden público”, propongan la “creación de
brigadas o grupos de combate” o contengan mensajes injuriosos(Ley No. 834/1996, Art. 292).
La única limitación a la transmisión de información se refiere a los resultados de encuestas
de opinión acerca de las preferencias electorales, los cuales no pueden ser divulgados desde
quince días antes de los comicios y hasta una hora después del cierre de las mesas receptoras
de votos (Ley No. 834/1996, Arts. 305 y 306).

Los medios de comunicación en Paraguay, asumen un rol más amplio que la simple canalización
de datos informativos acerca de los partidos en competencia y desempeñan un papel clave al
determinar las principales tendencias de la opinión pública; su influencia es particularmente
notable al relacionarlas con la praxis electoral, teniendo en cuenta que las elecciones “son un
medio cuyo fin es el gobierno de opinión” (Sartori, 2003:88). Se establece que los medios
de comunicación privados tienen la obligación de remitir al TSJE “sus tarifas ordinarias
por los espacios de publicidad que venden” (Ley No. 834/1996, Art. 299), sin incurrir en
discriminación alguna en este sentido (Ley No. 834/1996, Art. 288). No obstante, el balance
en la cobertura mediática favorece a los partidos y candidatos con mayores recursos, mientras
que los candidatos independientes o provenientes de sectores sociales sin mucho poder
adquisitivo están en inferioridad de condiciones.

En este sentido, también cuentan con ventaja aquellos partidos o candidatos que mantienen
afinidad de intereses con los dueños de los medios de comunicación, los cuales se han erigido
en actores políticos de relevancia desde la apertura hacia la democracia, principalmente
en defensa de sus intereses sectoriales. Dado que el número de propietarios es limitado13,
la divulgación de datos e interpretaciones en su emisión se da manera casi monolítica,
construyendo un discurso dominante que “articula las relaciones de poder y de saber”
(Foucault, 1999:122). La labor de los medios de comunicación privados no se ha limitado a
periodos de campaña electoral sino también ha apuntado a instalar en la agenda del incipiente
debate político nacional sus principales intereses sectoriales, a la vez que han invisibilizado
conflictos sociales o iniciativas políticas que no les redituaran beneficios directos.

En este sentido, está legalmente permitida la propaganda política continua (Ley No. 834/1996,
Art. 285) en coincidencia con principios discursivos democráticos, indicando que la misma no

13 Zuccolillo, Vierci, Domínguez Dibb, Wasmosy, Chena, Ángel González, y Rubín (Segovia, 2010).
54
puede estar enunciada para discriminar de ninguna manera (Ley No. 834/1996, Art. 287). A
pesar de esta expresa prohibición de discriminación, la labor constante de los medios cuyos
propietarios coinciden en intereses o ideología con alguno de los partidos en competencia,
contribuye a su destaque o la invisibilización de sus rivales electorales14.

Los medios de comunicación actúan como espacio monopolista de debate político-electoral


en el país, jugando un papel protagónico en la determinación de la opinión del electorado15.
Ocasionalmente, se transmiten debates entre los candidatos o entre representantes de los
diversos partidos políticos, pero sólo en coincidencia con los intereses de los canales que
los transmiten y no a reglas específicas para la competencia. De esta manera, a pesar de
que la legislación electoral existente intenta establecer ciertos parámetros de equidad para
la competencia, los resultados todavía se vinculan a las ventajas a priori que algunos partidos
políticos siguen manteniendo en lo que respecta a sus fuentes de financiamiento, grado
de acceso a recursos estatales y su relacionamiento con los propietarios de los medios de
comunicación privados.

Discusión

Resulta difícil hablar de los alcances prácticos del marco institucional como factor
determinante del comportamiento político, al enfrentarnos con una coyuntura histórica
en que los procedimientos legales amparan el mantenimiento del statu quo y garantizan
la continuidad de las relaciones de poder en el país. Sin embargo, el ejercicio analítico
presentado resulta importante y más que nunca urgente como base para la comprensión del
funcionamiento de las reglas de la competencia, la manera en que las mismas son ejecutadas
por los partidos políticos tradicionales y las posibilidades de incidencia política dentro de
este sistema, mostrando que la gobernabilidad electoral encuentra límites a su cualidad
democrática mientras se sigue manteniendo marginadas a comunidades enteras. En tanto las
reglas de juego de la democracia electoral se han afianzado formalmente, la representatividad
contenida en el proceso electoral sigue siendo deficiente, al marginar de manera informal a
diversos grupos sociales, lo que a su vez socava la misma legitimidad de la democracia en el
país.

Aunque el diseño institucional del sistema electoral comprende principios de funcionamiento


democrático, con umbrales mínimos para el acceso de los ciudadanos a formar parte del
mismo, el ejercicio de la ciudadanía electoral se encuentra en última instancia, coartado
por condicionamientos materiales y simbólicos que hacen de la representación política, en
muchos casos, una falacia. Así, la participación electoral en Paraguay corresponde más bien
a un modelo censitario de designación de autoridades, donde sólo quienes cumplen con
ciertos requisitos tienen acceso a la participación en la definición del futuro colectivo.

Se contribuye, de esta manera, al debate público referente a los procesos electorales,


su significado e importancia para la praxis democrática nacional, reafirmando que urge
profundizar el debate conceptual acerca de la praxis política paraguaya en sus diferentes
aspectos y el funcionamiento de las instituciones políticas, con miras a responder a los
intereses manifestados por la sociedad, como base para el fortalecimiento de la democracia.

14 El condicionamiento simbólico para el establecimiento de preferencias electorales, se apoya en el


limitado acceso a fuentes de información diversas que tienen los electores, tanto en periodos electorales
como fuera de ellos. A su vez, el manejo parcial de la información se sustenta en las condiciones precarias
en que se mantiene a los trabajadores de la prensa, quienes optan por la autocensura para mantener sus
puestos de trabajo (Segovia, 2010).
15 Manuel Castells (2003) indicó que las relaciones de poder se sustentan en construcciones simbólicas
que llegan a justificar que una voluntad se imponga sobre las demás.
55
Jóvenes Investigadores

Conclusión

Los factores que inciden en la limitada representatividad contenida en el proceso electoral


en Paraguay, corroen la cualidad democrática de todo el sistema. El mecanismo de rendición
de cuentas está fuertemente condicionado, por lo que el sistema que sustentaría el ideal de
autogobierno en la práctica es disfuncional y no contribuye al afianzamiento de la democracia.
A su vez, el respeto a la pretendida materialización de la voluntad popular en las elecciones,
depende aún de la capacidad que tienen los diversos partidos de supervisar los resultados, lo
que a su vez depende del poder electoral coyuntural. Por este motivo, la observación de la
sociedad civil en estas jornadas resulta clave para transparentar el proceso.

La permanencia de la ANR al frente del Poder Ejecutivo por casi dos décadas luego del fin
de la dictadura stronista, se enmarcó en un contexto institucional electoral que permitió a la
élite política del régimen autoritario mantenerse en el control del aparato estatal, abrigada
por una fuente de legitimidad sustentada en el proceso electoral. La apertura formal a la
competencia política, enunciada junto a la declaración formal de libertades políticas y sociales
alcanzadas luego de años de lucha, estuvo acompañada de la vigencia de normas electorales
que implicaron ventajas para las agrupaciones políticas con experiencia en el manejo de reglas
del juego, facilitando en la práctica su perpetuación en los espacios de poder.

Este conocimiento empírico del funcionamiento del sistema, se vio apoyado en la falta de
límites al gasto electoral y laxitud en las normas referentes al financiamiento de partidos y
candidatos, a lo que se sumó la falta de iniciativas estatales para solucionar el déficit de igualdad
social o económica, lo que en última instancia sigue limitando tanto la participación política
de la población como su capacidad de organización para la competencia. Así, la pretendida
igualdad discursiva no se traduce en la igualdad de condiciones para la participación ni para la
competencia, limitación práctica que impide que el sistema sea integralmente representativo.

Por su parte, los partidos políticos tradicionales no reflejan las características particulares
de sectores de la población, ideologías o intereses determinados, sino que se constituyen
en constelaciones de posicionamientos políticos que coinciden coyunturalmente en espacios
determinados. A nivel de su funcionamiento interno, la voluntad de algunos líderes partidarios
llega a imponerse sobre la de los demás miembros, incluso mediante el recurso del fraude.
Los partidos que han accedido a instancias de administración, han terminado, por lo general,
reproduciendo este esquema deficitario en democracia, lo que también se relaciona con una
cultura política que no asimila como propios los principios democráticos.

Al tiempo que existe coincidencia entre colectividades de mujeres y campesinos, en


reconocer a los partidos políticos como mecanismo para la canalización de las demandas, los
actores políticos ajenos a los partidos tradicionales no han detentado en ningún momento el
poder económico a lo largo de la historia paraguaya. Esto ha coincidido con la preponderancia
del modelo económico centrado en la tenencia de la tierra con miras a la agroexportación
mecanizada, en que la fuerza humana queda relegada a un simple complemento de la tenencia
de recursos.

La cualidad representativa de la democracia en Paraguay es limitada, ya que, legalmente,


todos los ciudadanos pueden participar en el proceso de elección de autoridades, pero, en
los hechos, no todos tienen la posibilidad de participar en la competencia.

Este déficit se sustenta en la falta de institucionalización de la experiencia organizativa de


núcleos de reivindicación social, como son los colectivos de mujeres, de indígenas o de
campesinos, en partidos políticos que busquen formar parte del proceso electoral como

56
estrategia para acceder a la gestión del poder. A esto se suma la perpetuación de la imagen
de los partidos históricos y demás actores políticos tradicionales, como los únicos facultados
para formar parte de este proceso, a la vez que se anula en la retórica a los demás actores
como sujetos políticos válidos.

Tal percepción es alentada mediante la construcción discursiva de los mensajes propagados


por medios de comunicación comerciales, los cuales mantienen intereses comunes con
las élites tradicionales, así como por la constante presencia simbólica de estos partidos en
espacios públicos y privados, reforzada por la invisibilización histórica de actores políticos
alternativos, a partir de descripciones maniqueas de la realidad nacional.

El proceso electoral no reproduce fielmente la heterogeneidad, característica del universo


político paraguayo. La intolerancia social manifestada en las diferentes formas de discriminación
sexual, étnica o económica, se traduce en su falta de representación en la administración del
Estado, lo que a su vez refuerza la desatención a sus necesidades desde el aparato estatal
y acentúa su situación de marginalidad, todo lo cual predispone a la comercialización de
voluntades políticas en el día de los comicios.

Dado que la multiplicidad identitaria de la población no tiene la posibilidad real de ser reflejada
en la representación política resultante del proceso electoral, en su funcionamiento actual, se
incurre en un error conceptual al reducir la cualidad representativa de sistema a su dimensión
partidaria.

Agradecimientos

Agradezco a la organización “Semillas para la Democracia” y a USAID por la oportunidad


de desarrollar este trabajo de investigación como parte del Proyecto Sociedad Civil – Topu'ã
Paraguay, así como a las personas que tan gentilmente accedieron a ser entrevistadas.

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Jóvenes Investigadores

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Datos de Contacto:

Liliana Rocío Duarte Recalde


Investigadora asociada al Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica “Nuestra
Señora de la Asunción”
Dirección postal: Paraíso 605 esq. Mayas, Asunción, Paraguay
Email: rociohk@yahoo.com

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