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Mi encierro

Día 1
Al principio nos reímos como niños... No parecía más que un buen relato
para cualquier escritor novel. Dejamos que la prepotencia hablara por nuestra
boca. Habíamos aprendido de lo que ocurrió 10 años antes cuando nos
engañaron, nos trataron como idiotas, nos insultaron... Gripe A, gripe aviar,
mentiras y juegos de estados, un Monopoli de empresas que los ciudadanos
habíamos perdido antes de empezar... Pero esta vez no, no se van a reír de
nosotros, dijimos, ahora lo sabemos todo, esta vez nosotros nos reímos
primero, si no vemos humo, no existe el incendio. Y por eso empezamos a
reírnos. Hace un mes nos reíamos de esto. Hace dos semanas nos reíamos
más si cabe. Hace cinco días empezamos a reírnos algo menos y se agotó el
papel higiénico en los supermercados. Hoy, es el primer día oficial de
confinamiento, de cuarentena, de encierro. Queda alguno que se ríe, siempre
lo hay, pero esto ya no tiene que ver con las mentiras que no vemos.

La Naturaleza es sabia y necesitaba que nos callásemos un poco, que


dejásemos de echar mierda en sus alfombras, necesitaba respirar. Por eso se
enfadó. Se enfureció tanto que parió un nuevo virus. Pero nos fue avisando,
como hacen las madres antes del castigo, varias veces. Y ¿qué es lo que
hicimos? Nos reímos de ella. Porque somos expertos en reírnos de lo que no
entendemos. Ahora estamos encerrados sin cadenas, cada uno en su casa,
mirando la vida-novida desde la ventana, la calma dentro del ojo del huracán.
Es curioso que nuestra salvación sea también la liberación de la Tierra durante
unos días.

Quizás merezcamos este pequeño castigo. Tal vez sea una oportunidad
en lugar de una condena. Es probable que estos días nos hagan ver la vida de
otra manera. Puede que no. Lo que está claro es que si nos hubieran dicho que
llegaríamos a esto hace unos años, hace unos meses, habríamos preguntado
por el título de la película.

Hoy me han despertado los pájaros y no he querido apagarlos con mi


música. Hoy un hermoso sol de finales de invierno ha dado lugar a una mañana
perfecta, salvo porque no he podido salir a pasear... La luna menguante
acechaba de día. De noche se ha escondido entre las nubes. Hoy amanecí en
primavera pero anochezco entre la nieve de invierno. Hoy comienza un nuevo
capítulo en nuestras vidas aunque, quizás, ya llevaba mucho tiempo
escribiéndose.

Día 3

El enemigo avanza invisible entre nosotros, sin dar tregua. Destruye el


presente, destruye el futuro y nos desalienta. Pensamos en las consecuencias.
Consecuencias, consecuencias, sólo consecuencias: personales, sociales,
económicas… Los que sobrevivan se enfrentarán a una nueva crisis, pero
estarán vivos o tal vez sólo lo parezcan… Dilemas éticos y morales.
¿Estaremos preparados para todo lo que viene? Unos viven, otros mueren,
¿quién decide? Esto sólo acaba de empezar y yo sólo quiero comer todo lo que
no tengo en casa.

Silencio en las calles y ruido en los hogares. Dicen que saldrá lo mejor de
las personas, probablemente también lo peor. La compañía se hará a veces
inaguantable. La soledad también. Lo que menos soporto es esta privación de
libertad cuando sólo me apetece salir a pasear. Una cárcel sin rejas, quizás
necesitábamos esta bofetada para pararnos a pensar... ¿Pensaremos?

También está lo bonito, las personas nos unimos frente a las catástrofes,
aunque a mí me jode que tengan que ser las desgracias las que nos unan. Sea
como sea, las personas nos apoyamos, nos hacemos compañía, no importa
dónde estemos, todos estamos aislados. Cada tarde a las ocho salimos a la
ventana o al balcón y aplaudimos a las brigadas de bomberos de este gran
incendio: el equipo sanitario que trabaja sin descanso para detener esta
pandemia. Yo extiendo mi aplauso a quienes nos permiten llenar la nevera, a
quienes limpian los hospitales, las calles, a quienes les esperan en casa...
Después del aplauso vienen las linternas y las luces desde las ventanas. Tal
vez sea antes o puede que a la vez, no lo sé. Me vuelvo loca intentando captar
todo lo que ocurre en el único momento al día en que vivo en comunidad,
cuando siento que la unión es posible que haga la fuerza, pero despacio,
porque esta especie humana es egoísta y caprichosa y precisa de unos
tiempos de adaptación excesivamente largos hasta en una emergencia. Así
que nos unimos despacio y la fuerza la vamos haciendo despacio. Y yo sólo
pienso que ojalá lleguemos a tiempo...

Día 4
Aún no estamos convencidos. Hay unos cuantos gilipollas que nos están
haciendo perder el tiempo a todos los que nos hemos aislado. Cuantos más
contactos, más tiempo encerrados, más consecuencias... Joder, ¿tan difícil les
resulta meter el culo en sus casas y gastar el papel higiénico que han
comprado por kilos? Así, por lo menos, podríamos pensar en quienes
realmente importan: los que no pueden confinarse en sus casas porque no
tienen casa, los que se juegan durante este tiempo el tiempo que vendrá
después, los que vivieron sus guerras y van a morir por las nuestras...

Hoy he salido a la calle tapada hasta arriba con dos bufandas, pero sin
guantes ni mascarilla porque no hay desde hace un par de semanas, hasta en
los hospitales faltan. Jabón hidroalcohólico para desinfectarme antes y después
de hacer la compra, es la nueva moda. La imagen de las calles es extraña.
Salvo excepciones, se guarda silencio. En los pocos comercios que siguen
abiertos, mantenemos la distancia de un metro sin saber muy bien cuánto es
un metro. Cualquiera de nosotros podría llevar el virus sin saberlo. No debemos
rozarnos porque podríamos ampliar el radio de expansión y lo que queremos
es contenerlo, contenernos en casa con nuestro virus dentro.

Día 5
Entre la psicosis de la población, cada vez mayor ante las cifras que
aumentan día a día de modo considerable, comienza la batalla sin escrúpulos
de las farmacéuticas para encontrar una vacuna por la que pagaremos millones
cuando todo haya pasado, cuando nos hayamos despedido de más personas
de las que deberíamos. China, Estados Unidos, Alemania y España se
disputan por ahora la carrera. Es probable que ni siquiera valga para el próximo
virus que nos ataque, pero es igual, nosotros necesitamos salvarnos y las
empresas saben que el miedo puede pagar hasta la muerte.
Y mientras, unos pocos mantienen de verdad en marcha el mundo, que
lentamente se va apagando por completo. Nos llenan la nevera, trabajan
cuando los demás desearíamos hacerlo sin saber lo difícil que es hacerlo en
estos momentos. Tratan de tranquilizar nuestros sueños, si es que se puede
hacer eso, al tiempo que los demás vamos trazando una red de comunicación,
de apoyo, de ánimo, que nos hace creer que todo esto tiene algún sentido.

Día 6
Economía de guerra, medicina de guerra, estado de guerra, hospitales de
campaña... Sólo somos cifras, pase lo que pase con nosotros no somos más
que números para calcular un índice de mortalidad.
Los niños empiezan a volverse locos. Algunos gritan desde las ventanas
de los pisos de sesenta metros cuadrados que los retienen: «¡Quiero un
perrooo!». Y los gritos nos van desesperando a todos porque nos recuerdan
que este encierro sólo acaba de empezar y que todos querríamos un perro
para salir a pasear incluso hoy, que está lloviendo. Los padres se organizan
como pueden. Ahora comen a deshoras, duermen a deshoras, follan a
deshoras —al menos follan—, su intimidad ha desaparecido por completo de
sus vidas. La mía no, la mía es cada vez mayor y rebota contra las paredes de
mi casa.
Estos días me he preguntado qué harán todas esas mujeres que deben
confinarse con el enemigo en casa y me he dado cuenta de que es imposible
que todo salga bien. Hoy han matado a una de esas valientes. El coronavirus
no llegó a tiempo para cargarse a ese cobarde... ¿Lo ves? También sale lo
peor de las personas, y lo peor es muy pero que muy malo.
Es posible que piense en todo esto para evitar pensar en mí misma el
máximo tiempo posible, en mis propias contradicciones, como que estamos
luchando contra un virus que te devora los pulmones mientras yo me enciendo
un cigarrillo y aniquilo los míos por voluntad propia... Así de incongruentes
podemos llegar a ser los seres humanos. Quizá por eso hoy aplaudo con más
fuerza que otras tardes, hasta que me duelen los brazos, para compensar mis
contrariedades... Pensé en dejar de fumar estos días pero, por si acaso, he
comprado tabaco para un tiempo.

Día 10
¡Sálvese quien pueda!. Es asqueroso ese carácter de la especie humana
en el que la empatía desaparece y lo importante es «que no me toque a mí».
Algunos venderían a sus propios padres —prefiero pensar que a sus hijos no,
pero quién sabe— sólo para que no les toque a ellos. Cuesta dejar de ser
individualistas después de tantos años dedicándonos a serlo... Justas no son
muchas cosas ahora mismo, sólo hay que sacar la cabeza por la ventana y
abrir los ojos. La empatía es lo único que nos puede acercar a las personas
pero es de esas cosas que nunca se apuntan en la lista de propósitos de año
nuevo...
Como regalo de aniversario de los diez días en confinamiento, una buena
hostia en nuestras caras. El pico de infectados asciende dramáticamente,
porque la película por supuesto es un drama. El número de muertes aumenta
también. Y las cifras nos enmudecen a nivel mundial haciéndose cada vez más
pesadas sobre nuestras espaldas. Cifras en una ecuación en la que todavía
existen demasiadas incógnitas por resolver. Pero las matemáticas no fallan,
incluso las de hace cien años, son naturaleza. Vamos llegando a lo peor, que
todavía está por llegar...
Esta semana ha aumentado el consumo de cerveza en los
supermercados. Somos un país de alcohólicos, no podemos negarlo, pero lo
camuflamos en las quedadas sociales, en los bares, en los tapeos... Ahora que
no podemos salir tal vez nos sorprendamos de todo lo que bebemos en casa. A
mí se me olvidó hacer acopio de cerveza y, por alguna razón, me da igual, no
siento que tenga que brindar por nada. En su lugar, cada día guardo un abrazo
en la nevera para tenerlos frescos cuando pueda volver a darlos.

Día 13
Me pregunto si este aislamiento temporal se convertirá en una nueva
forma de vida. Si a partir de ahora cada cierto tiempo vendrá la «época del
confinamiento», como la época de los monzones. Si estaremos haciendo bien
los ensayos para bajar todos el telón a tiempo la próxima vez.

Día 19
La gente habla de su vida normal cuando todo esto pase. Me temo que ya
nunca volverá esa normalidad que conocimos. Vendrá otra, al fin y al cabo lo
normal es simplemente lo que se ha convertido en rutina —veintiún días es lo
que dicen que tardamos en adquirir un hábito—. Pero habrá cosas que no
cambien nunca: los que tengan seguirán teniendo, los que no tengan se
quedarán sin nada. Este sistema —ese ente omnipotente que lo único que
quiere es sobrevivir a cualquier precio, zampándonos a todos— no está hecho
para la solidaridad, para el avance conjunto. Me da rabia cuando nos piden que
estemos unidos, juntos para superar esto, pero ¿qué pasa después? ¿Por qué
no utilizamos esos lemas todo el tiempo? ¿Por qué cuando pase esto ya no
hace falta que estemos juntos? ¿Por qué luego sí se podrán justificar las
muertes, la soledad o el abandono? Siempre la doble moral. Mientras escribo
esto escucho la radio, suena una canción que no conozco y una frase se me
encaja en la cabeza: «It’s not what we did, It’s what we didn’t».

Día 22
Aplaudimos bajo la lluvia camuflando nuestras lágrimas. Aplaudimos con
todas nuestras fuerzas para no pensar en cuánto cambiará todo esto nuestras
cabezas. Aplaudimos para superar el hastío y olvidarnos del miedo.
Aplaudimos con las manos mojadas, rompiendo cada gota de agua entre
nuestros ásperos dedos. Cuando todo esto pase... Ojalá sigamos siendo.

Día 36
Una clase de universidad con compañeras que ya no volverán. Un vórtice
de tiza girando en la pizarra al ritmo de un metrónomo estropeado, tac-tac-tac,
hasta hacerlo estallar. Vuelan por los aires las páginas de un libro y yo soy la
única que no ha podido leerlo. Se desploma la baranda del balcón, una de mis
manos la intenta sostener, la otra esconde un tornillo roto relleno de plástico a
la espera de uno nuevo que nunca llega... Bertolt Brecht, «Vosotros, que
surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido... ¡Trepad a los
árboles! ¡O todos o ninguno!...». Alguien bebe demasiado y yo no puedo
conseguir que deje de vomitar. Salto, me agacho, hago una pirueta imposible y
me quedo suspendida bocabajo. Algo sujeta mis pies cuando yo sólo quiero
moverlos y bailar rompiendo la extraña ley de la gravedad que se han
inventado mis sueños... La noche más larga desde que empezó este estúpido
confinamiento.
Día 41
Hace ya dos semanas que se suavizaron las restricciones del estado de
alarma y se permitieron de nuevo algunas de las actividades no esenciales,
pasear no está incluido entre ellas.
En un par de días, se permitirá salir a los menores de catorce años a la
calle durante una hora al día. Es imprescindible para su desarrollo vital, para
que no apaguemos su infancia antes de tiempo. Me dan envidia, quién pudiera
volver a ser niña…
Desconozco cómo se puede controlar el tiempo que salen o el número de
veces que lo hacen. Ojalá lo hagan de manera responsable para que los que
seguimos encerrados tengamos la oportunidad de salir pronto a jugar como
ellos y que este aislamiento no acabe con la poca cordura que nos queda.
Mientras tanto, quienes no tengamos perros o niños seguiremos sin poner un
pie en la calle salvo para lo estrictamente necesario… ¿Gritaremos por las
ventanas: quiero un niñooo, quiero un perroo? Que nadie se apresure, los
niños no crecen en las macetas —he revisado las mías por si acaso— ni los
perros salen de debajo de las mesas. Así que habrá que seguir esperando a
que las puertas del mundo se abran de nuevo para todos.

SOBRE LA AUTORA:

Moira Sinsino es una amiga de El Pentágrafo en la distancia. Durante este


confinamiento ha ido escribiendo un diario, como tantas personas, en el que se
libera de este encierro a través de las letras y donde va desarrollando
diferentes personajes. Se define con una simple frase: "No soy arte, no tengo
destino, solamente camino."

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