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Situación 1: Son cerca de las 02:00 AM, mi teléfono avisa que una colega cantora me está

enviando mensajes vía WhatsApp. No quiero leerlos para no perder el sueño, pero su insistencia
me hace pensar que tal cúmulo de alertas no puede más que relacionarse con una emergencia.
Tomo el celular y leo. Los recados que me dejó son para que le de mi opinión en relación a una
guitarra que, recientemente, encargó a un maestro luthier. El instrumento jamás lo he visto,
escuchado o tocado, no conozco a su autor y, además, ya está construido. ¿No habría sido mejor
preguntar mi opinión antes?
Mensajes totalmente postergables y, en algún grado, poco efectivos.
Me desvelo, en definitiva, por nada.
Situación 2: Me llama una desconocida, dice ser del mundo de la actuación y gestora cultural. Está
organizando un evento para “una importante universidad de tradición religiosa”. Me pide una
cotización con carácter de urgente. La realizo, aunque son las 20:00 hrs. del día previo a un
feriado. En vista de ello incluyo un recargo en mis honorarios, está interrumpiendo mi descanso y,
además, pretende que haga una actuación sin darme tiempo de prepararme y exigiendo varias
directrices en lo que será mi repertorio. La envío a su casilla de correo en cuanto la tengo lista.
Me envía una respuesta, preguntando “¿Está bien el costo?, la intervención es solamente por
quince minutos”. Me extraña que una actriz que se jacta de su capacidad de gestión no considere
todo el trabajo que hay dedicar a prepararse para subir a un escenario, aunque sea por treinta
segundos. Le comunico que le haré el favor de hacer un descuento, reenvío la cotización, misma
que me dice debe mostrar a su jefe al siguiente día (¿feriado?) a su jefe.
No recibo novedades de ningún tipo, hasta media hora antes de lo que debía ser el plazo de inicio
del evento. Me dice, vía mensaje directo de Messenger, que decidieron dar “otra línea” al evento y
contrataron a alguien más, pero me tendrán presente.
Situación 3: Un colega narrador me llama por teléfono justo a la hora en que me disponía
almorzar. Me hace varias preguntas sosas y parece no escucharme cuando le explico que estoy a
punto de comer con mi familia. Ante su sordera decido poner el móvil en altavoz y, por lo menos,
poder ingerir mi alimento aún caliente, pero, como es natural, mis comensales parecen no estar a
gusto con mi idea. Vuelvo a poner al tanto a mi interlocutor de que estoy con mis seres queridos y,
amablemente, le propongo me llame después. “Es cortito”, dice, pero continúa relatándome
situaciones personales que no me aportan mucho. Cuando, ante mi nuevo intento de posponer la
llamada, decide sintetizar, me explica “Te escuché un cuento que me encantó, lo quiero para mi
repertorio”. Así, tal cual, sin pedir, sin un por favor, sin un trueque, sin empatía, sin escucharme.
Le explico que ese cuento lo escribí yo, justamente, para narrarlo. El cuento es mío y, de hecho, lo
uso. Su tono cambia, se ofusca, me lanza algunos improperios disfrazados de consejos y,
bruscamente, cuelga.
Situación X:…
Claro que puedo enumerar muchas más, pero no es la idea dejar en evidencia a todos mis amigos
o a quienes lo fueron. Mi idea es, partiendo por Ud., amigo lector, generar conciencia en que el
trabajo del artista es un trabajo y, por tanto, debe ser respetado.
Ser independiente no implica trabajar todo el día, hacer lo que a uno le apasiona no es sinónimo
de esclavitud, el descanso es necesario e imprescindible.
La precarización laboral nunca es buena y si su fuente creadora es un artista y/o colega, sin duda,
duele más y se experimenta como una caprichosa saeta que hiere la profundidad del corazón.
¿Por qué provoca un daño especial? Porque, erradamente, uno asume que alguien que se
encuentra en una posición similar a la propia, que de por sí es precaria, tendrá presente en su
mente lo difícil que es dedicarse al arte en los países de este continente y, además, deja en claro
que la unión en pos de que nuestra labor sea respetada es un mero ideal.
Situaciones como aquellas a las que me refiero no hacen más que dejar en evidencia que en el
mundo del arte el fuego aliado existe y resulta, muchas veces, más dañino que los embates de
personajes foráneos, provenientes de otros ámbitos profesionales.
La regla de oro se queda corta, que un colega te trate como a él mismo le gustaría ser tratado no
resulta en modo alguno fructífero. Porque hay demasiados artistas que se sub valoran, que se auto
desprecian, que no son capaces de respetarse solo por figurar, por tener vitrina e,
irresponsablemente, carecen de conciencia y de altura de miras. Devaluar la propia labor es
hacerlo con la del prójimo y, con ello, de todo un rubro.
La ética brilla por su ausencia entre la mayor parte de los artistas, a quienes, inocentemente, el
público idealiza producto del efecto halo.
Solo somos seres humanos comunes y corrientes, con más o menos falencias, con más o menos
capacidad pensante y responsabilidad intrínseca.
Somos humanos y artistas, somos artistas y humanos.
A fin de cuentas, no podemos despegarnos de esa condición.
Me gustaría poder decirle a todo colega “Soy artista, igual que Ud.”, pero es una falacia. Jamás
seré igual a alguien que es cómplice del sabotaje a los intereses comunes de una tan amplia
comunidad.
Solo pido que, si no si desea no ayudar, por lo menos no estorbe. Aunque, sinceramente, parece
ser estar deseando demasiado.

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