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CONTENIDO

 ÉMILE CIORÁN
En las cimas de la desesperación, 1934
Breviario de podredumbre, 1949
La tentación de existir, 1956
Historia y utopía, 1960
La caída en el tiempo, 1964
El aciago demiurgo, 1974
Del inconveniente de haber nacido, 1973
Desgarradura, 1979
Adiós a la filosofía y otros textos, 1982
Contra la historia, 1983
Ensayo sobre el pensamiento reaccionario, 1985
Tormentos
En plena tempestad...
Silogismos de Amargura
Recursos de la autodestrucción
Supremacía de lo adjetivo.
Máximas espirituales

 CAMILA MAURA: El Tormento del Sentido


El inicio de la Muerte
Lo poco rescatable
La Mierda de los Preceptos
Hablando de amor y otras quimeras
Debería ser animal

EMILE CIORÁN 

Emile M. Cioran, fue filósofo francés (de origen rumano) perteneciente al


siglo XX. Maestro y amigo del filósofo español Fernando Savater. A Cioran
se le puede considerar un representante de la Teodicea en tanto y en
cuanto usó buena parte de su filosofar en cuestionar a Dios y pedirle
explicaciones. Escribió máximas de enorme espiritualidad.

Tormentos

La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis


pensamientos.
No sé como distraerlos, como atontarlos para que no me atormenten. Surge
entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso
que doy en ese estado.
Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento
solo aún cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa
soledad es también física.
¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño
de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo
el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada?
Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y
aún estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se
note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la
ilusión de no haber existido nunca.

En plena tempestad...

El día después siempre es tranquilo, ya se sabe, la resaca y el cansancio


hacen que esté tirado como un muerto en el sillón mirando la tele aunque
me importe una mierda lo que estén echando en ella. Sin embargo, hoy me
he levantado de muy mala leche, y con impulsos homicidas y suicidas. Ha
aflorado mi odio a este mundo

y a esta vida y a mi mismo por estar en ella. Pongo Presuntos Implicados en


la cadena de música, me gusta su voz y me gustan sus canciones, me
relajan y quizás consiga ponerme en paz conmigo mismo y el mundo. Tengo
ganas de llorar pero no lo consigo, la rabia me lo impiden, desearía
golpearlo todo y tirarlo por la ventana y luego yo detrás, pero vivo en un
primero, ¡no vale la pena!. Odio y rabia, tristeza y derrota, cansancio y
resaca, todo esto a la vez es lo que siento, y la verdad, levantarse así es
asqueroso, o mejor dicho, levantarse a un nuevo día es asqueroso.

Nos echan a este mundo, y nadie nos ha preguntado si queríamos nacer,


nadie nos previene de lo que nos espera, ingenuo pensamiento el que dice
que la vida es un don, algo que deberíamos agradecer cada día que nos
despertamos y cada día que pasamos y seguimos aquí...
Yo pienso (y empiezo a pensar que pienso demasiado) que también puede
ser una carga, una pesada carga, que día a día algunos de nosotros
llevamos encima sin poder quitárnosla, pero deseando hacerlo. No estoy
loco, nadie debe juzgar que mi lucidez significa locura, ¿o quizás sí?, y por
eso los cuerdos están en el manicomio.
Lo he intentado, claro que lo he intentado, pero la ¿gracia? del asunto es
que he fracasado... Así que aquí sigo, sin saber muy bien qué hacer.
Una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es
ahora, no me gusta, vivo en ella porque no me queda otro remedio, y
porque al mismo tiempo que la aborrezco, la necesito para subsistir. Pero
no me gusta, quizás en lugar de ¿avanzar? tanto en el campo de la
tecnología, de la ciencia, del consumismo,... Deberíamos pararnos en seco y
mirar atrás, mirar lo que vamos dejando a nuestra espalda, recapacitar y
meditar en si realmente estamos siguiendo el camino correcto, o por el
contrario, estamos destruyéndolo todo a nuestro paso como Atilas de
pacotilla.

Mi pesimismo, como le llaman los demás, o lucidez, como le llamo yo, es


una pesada carga que tampoco pedí llevar. Es difícil vivir así, y casi merezco
una medalla por, a pesar de todo esto, seguir levantándome cada día, ir al
trabajo y colaborar en algo que no deseo que siga así, sino aniquilarlo.
La aniquilación es renovación, porque al final de ella, la vida (esa eterna
inmortal) vuelve a resurgir... Si tuviese el poder, destruiría al hombre,
limpiaría de la tierra su huella y la dejaría libre para que la naturaleza
recupere lo que siempre ha sido suyo. Y quizá, en un futuro lejano, la
evolución haría que un nuevo ser inteligente poblara este planeta. Porque
no considero que el hombre sea un ser superior, ni inteligente, creo que es
un ser peligroso por su gran (casi ilimitada) capacidad de contaminación. Y
su carente capacidad de creación, allí donde toca, la caga. Dejando un
montón de mierda a su paso.

¿POR QUÉ ESTOY AQUÍ?


¿POR QUÉ NADIE ME AVISÓ?
¿POR QUÉ, PADRES, ME OBLIGASTEIS A NACER?
¿POR QUÉ A CADA PASO QUE DOY TENGO LA SENSACIÓN DE NO
AVANZAR?
¿POR QUÉ PIENSO DEMASIADO?
¿POR QUÉ NO PUEDO ESTAR IDIOTIZADO COMO LA GRAN MAYORIA?
¿POR QUÉ?... ¿POR QUÉ?... ¿POR QUÉ?...

Me pregunto muchas veces porqué soy así, porque tengo que ser tan
consciente de que la vida es una mierda, que tal como la vivimos, tal como
la sociedad nos impone una rutina, unas obligaciones, unas normas, unas
prohibiciones,... es difícil vivir, es un sinsentido, esto no es vida, y a veces
pienso que para vivir así, mejor no vivir. 
Hay quién se pone metas, objetivos, cree en algo: en un dios, en el amor,...
pero es difícil creer en algo, si no crees siquiera en ti mismo y en que tiene
algún sentido el que cada día te levantes, vayas al trabajo, te conviertas en
una especie de máquina durante unas ocho horas y luego vuelta a
casa,.... ... ... ... y así día tras día. Nadie está contento y sin embargo no
hacemos nada por cambiar las cosas porque no sabemos qué es lo que
podemos hacer, no sabemos cual es la solución porque no la hay, la única
solución, y aunque parezca absurda, es vivir en una dulce ignorancia, ser un
iluso, un estúpido que no piensa ni ve más allá que lo que alcance su
mirada. No aspirar a nada más que las migajas del pastel que caigan en tus
manos, y ya está, ser un conformista, sin apenas voluntad ni decisión, una
especie de marioneta que ni de moverse se preocupa porque ya hay otros
que se encargan de ello. 

No vale la pena, ¿para qué?... en fin, vivo aburrido y escéptico. ¿La


amistad? ¿el amor? ¿la familia?, conceptos que poco me dicen ya, y quizás
no sea por desengaños sino porque no creo en sentimientos que son
imposibles en una sociedad como esta, o en una vida como esta. El hombre
está condenado a no vivir en paz nunca, allá donde vaya, se sentirá
obligado a cambiarlo todo y a adaptarlo a su gusto, con la excusa de que es
lo mejor. Así va destruyéndolo todo y creando mierda a su alrededor,
porque si algo hay perdurable que pueda crear el hombre es mierda:
suciedad y basura allá por donde pasa. 

No existe un dios, no existe un diablo, estamos solos ante nuestro destino y


de él deberíamos ser dueños, pero no es así, nos imponemos normas,
absurdas en su mayoría para dominar la vida y las acciones de los demás.
No existe un dios, no existe un diablo, porque si así fuese, ya se hubiesen
encargado de destruir la humanidad, en vista de lo imperfecto de su
naturaleza. El hombre es un gran fallo en la naturaleza, una imperfección,
un virus que mata poco a poco. 
Quizás existan, y quizás no lo destruyen ¿porqué quién creería entonces en
ellos?, ¿cual seria la razón de su 'existencia', ya que el hombre es el único
ser 'racional' sobre este planeta que puede crear y creer en cosas irreales
como entes superiores, ¿quién entonces iba a creer en ellos?, ¿quién iba a
adorarlos y a alimentar su vanidad?. 

No creo que le haya pedido demasiado a la vida, en realidad bien poco,


esperaba algo más y ese algo más no ha llegado y no llegará (me temo).
Sinceramente me gustaría estar a gusto con lo que tengo, y es eso
precisamente lo que quiero pero no lo consigo, siempre quiero algo
diferente a lo que tengo y cuando obtengo ese algo distinto (cuando lo
logro) parece que ya no es tan bueno como pensaba o parecía, y es cuando
miro hacia otro lado (para tratar de olvidar de eso que tengo y que no es lo
que yo quería) y descubro que no, que estaba equivocado, que
precisamente esta ahí, mi meta, mi objetivo, mis anhelos están ahí, y
comienza la lucha otra vez para tratar de obtener ese otro 'caramelo' que
he visto, y que llena otra vez mi vida con una ilusión, una nueva meta a
conseguir. Pero la magia siempre desaparece cuando lo consigo, en los
casos que no lo consigo, esa es la razón de mi malestar, de mi 'desgracia',
el no conseguirlo, porque así justifico mi insatisfacción, mi desgana de vivir,
mi completa indiferencia ante los acontecimientos. Saber esto y no saber
que hacer para solucionarlo es desesperante. Cuando hace años tuve la
lucidez de intentar suicidarme, ese creo que fue el momento más pleno y
consciente de toda mi vida, el más real y más consecuente. Nada hay en
esta vida que pueda llenar este enorme e insaciable agujero negro que
anida en mi interior, todo se lo traga y desaparece como si nunca hubiese
existido. El Vacío es mi sino y mi sentido de vivir, porque cuando eres joven
te engañan con falsas promesas e ilusiones sobre la vida, y nada de ello es
cierto. La vida no es gran cosa, además de no darte nada, es simplemente
una estancia en una gran mansión, la cual no es más que la estancia
contigua ni menos que la otra ni la de más allá,... todas son igual de
insignificantes y carentes de sentido, porque no existe ese sentido que nos
empeñamos en imprimir a todos nuestros actos y a todas nuestras
decisiones. Nada de lo que hagamos va a cambiar nada realmente, nada,...
porque nada somos y en nada nos convertiremos, por los siglos de los siglos
hasta el final de esta mierda de mundo.

La gente me produce asco, tengo asco hasta de mi mismo. Deseo una


destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya
que no soy especial ni mejor que ellos. Soy una mierda más puesta en este
mundo sin mi aprobación.  27 años son más que suficientes para poder
soportar todo este absurdo que me rodea y que me invade, es suficiente
para ver que todo lo que hacemos no servirá de nada, que ningún sentido
tiene seguir sufriendo y siguiendo una rutina estúpida que no nos conduce a
nada. Mierda de vida, mierda de sociedad, mierda de gente, mierda de
sistema,... MIERDA, mi palabra favorita, sólo ella es capaz de describir sin
esfuerzo mis pensamientos. 
Madrugo por las mañanas y pienso con ironía: "¡Bien, otro día más sobre
este planeta! Levantémonos, vamos a producir la ración de basura de hoy."
Me levanto, no sin un gran esfuerzo de voluntad (la cual hay que reconocer
es considerable, me pregunto de dónde sale), toso (el tabaco dicen que
mata, poco a poco). Salgo de casa, con ojos dormidos, mi mente todavía
atontada, los cascos de mi discman en mis oídos (la música es lo único que
soporto a esas horas, y casi es lo único que soportaría a cualquier hora). Me
dirijo con paso raudo a la estación de tren, que me llevará a mí y al resto de
las abejas obreras a esos campos de concentración mal llamados empresas.
Cuando llego, mi cara (ya con un rictus de amarga tristeza) empeora hacia
un enfado que no puedo dirigir contra nadie, porque nadie es culpable y al
mismo tiempo, lo somos todos y hacia todos lo dirijo. No hablo, apenas
saludo (¿Buenos días?, no para mi, desde luego), me siento en mi cubículo,
en mi celda. Aun encima, es verano, hace calor, y el aire acondicionado crea
una malsana atmósfera artificial que perjudica más mis pulmones, ya
jodidos por el tabaco. 
Al cabo de un rato, llega el jefe, ese temible bastardo, que se cree algo, que
se cree que nos posee, cuando realmente no tiene nada, realmente no es
nada, nada más que otra mierda con patas que camina con una falsa
seguridad en si mismo. Me río de su seguridad, me río de su ficticio poder,
porque cuando la muerte llega (y afortunadamente siempre llega) nada de
lo que tiene o cree tener, le va a impedir pudrirse bajo tierra entre los
gusanos. 
Tomo un café, el estimulante que necesito para mantenerme despierto y no
caer en el sopor del aburrimiento, y en un sueño que trata de apoderarse
de mi ser. Un sueño que realmente seria bienvenido, y mejor aprovechado
que estas horas muertas de mi vida que paso aquí encerrado entre estas
cuatro paredes mugrientas. 
¿Por qué no dejarlo?, ¿por qué no escapar?... sí, suena bien... ser libre,
romper las cadenas... pero es irreal. Si sigo vivo (cosa que continuamente
me planteo) y tal como están las cosas, necesito dinero para comer, pagar
una vivienda... Y no me pienso convertir en un vagabundo, porque ya es
bastante dura y asquerosa la vida como para aún encima tener que
depender de la caridad humana. No, para ser libre realmente, sólo hay una
solución: la muerte. Aunque no haya nada después de ella, cosa que no sé,
es la única salida para ser libre, realmente libre. Se terminan entonces las
ataduras, trabajar, pagar, llorar, sufrir, reír, soñar, enfermar, el miedo, el
amor, el odio... Sólo necesito el método adecuado y podré hacerlo, porque
hasta ahora, he fallado. 

Pensándolo bien, no me hubiese importado nacer si en lugar de ser


humano, con su supuesta inteligencia, hubiese nacido animal. Cualquiera,
me es indiferente: desde una mosca hasta un elefante... Pero al fin y al
cabo, animal, ser que sólo existe y vive, no se preocupa de mañana, no se
preocupa de lo que hizo ayer. Para él solo existe el ahora, un ahora que
cambia según sus necesidades: comer, procrear, descansar... Así debiera
ser nuestra vida: vivir el ahora, sin preocuparnos de nada más, sin tantas
normas, sin tantas complicaciones, sin tantas fronteras... Ser, existir, vivir,
nada más... No deberíamos pensar tanto, los que lo hacemos y los que no,
felices ellos porque de ellos es el reino de la felicidad y la ignorancia
(eternas compañeras). 

Soy egoísta, dicen, y lo reconozco. Sólo pienso en mí, no hago más que
quejarme, sin pensar en que los demás también sufren... Pues si también
sufren y quieren acabar con esa agonía, ¿qué coño estamos haciendo?, ¿por
qué no nos ponemos de acuerdo y lo cambiamos todo? o mejor, ¿por qué
no nos ponemos de acuerdo y nos auto exterminamos todos? 

¿Por qué me siento tan asfixiado? ¿Por qué tan aislado? ¿Por qué tan
agobiado?... ¿Quién me ha enseñado a ser así?, ¿por qué he elegido este
camino de penuria y sufrimiento?... ¿Alguien me podría ayudar?, sólo me
gustaría ser idiota para no preocuparme tanto, o ser tan inteligente que
desde mi superioridad no me afecte tampoco la mediocridad y la rutina.
¿Alguien tiene la sabiduría? ¿Alguien la llave de la tranquilidad?... No quiero
morir, pero tampoco vivir así, y no existe punto intermedio, o mejor dicho,
sí que existe y en él estoy: malviviendo, una especie de zombi, un muerto
en vida que no se decide por ninguno de los dos caminos porque no es
capaz de llegar a ninguno de ellos. Soy así desde muy joven, casi podría
decir que desde que tengo uso de razón. Es demasiado tiempo para sufrir.
Siempre pensaba que cuando creciese, la madurez y la experiencia me
ayudarían y vería la luz al final del túnel, incluso (era demasiado romántico
todavía) que el amor podría sacarme de la oscuridad, pero el tiempo pasó,
los amores también,... y nada me ha ayudado, nada ni nadie, porque he
llegado a la conclusión de que si hay salida (cosa que ya dudo) debería
estar dentro de mi y que si no la he encontrado es porque esa salida no
existe.
 
 
 

Silogismos de Amargura

El silogismo es una forma de razonamiento lógico que consta de dos


proposiciones y una conclusión. La última de las cuales se deduce
necesariamente de las otras dos. El silogismo fue formulado por primera vez
por Aristóteles, en su obra lógica El Organon. En los libros conocidos como
primeros analíticos.
 

    El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una
víctima del «sentido» de la vida.

    En este «gran dormitorio», como llama un texto taoísta al universo, la


pesadilla es la única forma de lucidez.

    Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos
(Introducir en el organismo una toxina o patógeno) -a falta de otra cosa-
nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son
contagiosos.

*
    Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe
ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la
nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.

    Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de


qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me
precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez
«tocado», ya no soy yo quién decide: es mi mal. Para los obsesos no existe
opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando
dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior
a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela
a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para
él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente.
    ¿La libertad? Sofisma de la gente sana.

    En la Antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía


al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha
convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera
«fracasados». Sin embargo, esos «fracasados» habrían sido los sabios de
otros tiempos; ellos rehabilitarán nuestra época por no haber dejado trazas
en ella.

    En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.

    ¿Alguien emplea continuamente la palabra «vida»? Sabed que es un


enfermo.

    ¿Nuestros ascos? Desvíos del asco que nos tenemos a nosotros mismos.

    Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu
vida sin saberlo.

    Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro: al loco le traiciona el


suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara,
muestra su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus
enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se les espose y se les
aísle.

    Apenas se medita ya de pie, y menos aún andando. Fue nuestros


empeño en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello,
para protestar contra sus perjuicios, deberíamos imitar la postura de los
cadáveres.
    Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba
acontecimientos; nosotros no sabemos como escapar a los que nos acosan.

    Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en
ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías
tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus
terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una
época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres,
ha perdido sus virtudes.

    Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos
alguno más. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el
incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente.
Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo
mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en
personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una
institución.

    El prejuicio del honor es propio de las civilizaciones rudimentarias. Cesa


con la aparición de la lucidez, con el reinado de los cobardes, de aquellos
que, habiéndolo «comprendido» todo, no tienen ya nada que defender.

   Hemos saboreado todos el mal de Occidente. Sabemos demasiado del


arte, del amor, de la religión, de la guerra, para creer aún en algo; hemos
perdido además tantos siglos en ello... La época de la perfección en la
plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar?
Hasta la chusma repudia el «sentimiento». ¿La piedad? Visitad las
catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea
aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal
sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer
muecas ante lo irremediable.
    ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro.

    Quién por distracción o incompetencia detenga, aunque sólo sea un


momento, la marcha de la humanidad, será su salvador.

   Nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse odioso.

    Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del
suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
    En cuanto un animal se trastorna, comienza a parecerse al hombre.
Observad un perro furioso o abúlico: parece como si esperara a su novelista
o a su poeta.

    Constituye una gran injuria contra el hombre pensar que para destruirse
necesita una ayuda, un destino... ¿No ha gastado ya lo mejor de su talento
en liquidar su propia leyenda? En ese rechazo de durar, en ese horror de sí
mismo, reside su excusa o, como se decía antes, su «grandeza».

    Si la Historia tuviera una finalidad, qué lamentable sería el destino de


quienes no hemos hecho nada en la vida. Pero en medio del absurdo
general nos alzamos triunfadores, piltrafas ineficaces, canallas orgullosos de
haber tenido razón.

    Tanto he mimado la idea de la fatalidad, a costa de tan grandes


sacrificios la he alimentado, que ha acabado por encarnarse: de la
abstracción que era, ahora palpita irguiéndose ante mí, aplastándome con
toda la vida que le he dado.

    Quien vive sin memoria no ha salido aún del Paraíso: las plantas
continúan deleitándose en él. Ellas no fueron condenadas al Pecado, a esa
imposibilidad de olvidar; pero nosotros, remordimientos ambulantes, etc.,
etc.

    «Señor, sin ti estoy loco, pero más loco aún contigo.» Ese sería, en el
mejor de los casos, el resultado de la reanudación del contacto entre el
fracasado de abajo y el fracasado de arriba.

    ¡Cuantos problemas para instalarse en el desierto! Más espabilados que


los primeros ermitaños, nosotros hemos aprendido a buscarlo en nosotros
mismos.

    De todo lo concebido por los teólogos, las únicas páginas legibles, las
únicas palabras verdaderas, son las dedicadas al Diablo. Su tono cambia y
se aviva su elocuencia cuando, dando la espalda a la Luz, se consagran a
las Tinieblas. Se diría que vuelven a su elemento, que lo descubren de
nuevo. Al fin pueden odiar, por fin les está permitido; se acabó el ronroneo
sublime o la salmodia edificante. El odio puede ser abyecto; extirparlo es,
sin embargo, más peligroso que abusar de él. La Iglesia ha sabido evitar a
los suyos, sabiamente, tales riesgos; para que puedan satisfacer sus
instintos, los excita contra el Demonio; ellos se aferran a él y le roen: por
fortuna es un hueso inagotable... Si se lo quitaran, sucumbirían al vicio o a
la apatía.
    Cuando, por apetito de soledad, hemos roto nuestros lazos con los
demás, el Vacío nos embarga: nos quedamos sin nadie a nuestra
disposición. ¿A quién liquidar ahora? ¿Dónde encontrar una víctima
duradera? -Semejante perplejidad nos abre a Dios: al menos con El
estamos seguros de poder romper indefinidamente...

    En la búsqueda del tormento, en la obstinación de sufrir, únicamente el


celoso puede competir con el mártir. Sin embargo, se canoniza a uno y se
ridiculiza al otro.

    ¿Quién abusaría del sexo sin la esperanza de perder en él la razón algo
más de un segundo, para el resto de sus días?

    En la voluptuosidad, lo mismo que en el pánico, regresamos a nuestros


orígenes; el chimpancé, injustamente relegado, alcanza por fin la gloria
-mientras dura un grito.

    La dignidad del amor consiste en el afecto desengañado que sobrevive a


un instante de baba.

    En la época en que la humanidad, apenas desarrollada, se ejercitaba ya


en la desgracia, nadie la hubiera creído capaz de poder producirla en serie
un día.

    Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda
naufragado.

    ¿La «experiencia hombre» ha fracasado? Había fracasado ya con Adán.


Sin embargo, es legítimo preguntar: ¿tendremos la suficiente inventiva para
parecer aún innovadores, para agravar semejante descalabro?
    Esperándolo, perseveremos en el error de ser hombres, comportémonos
como farsantes de la Caída, seamos terriblemente frívolos.

    Antes se pasaba con gravedad de una contradicción a otra; ahora


sufrimos tantas a la vez que no sabemos ya por cuál interesarnos ni cuál
resolver.

    Sin poseer la facultad de exagerar nuestros males, nos sería imposible
soportarlos. Atribuyéndoles proporciones inusitadas, nos consideramos
condenados escogidos, elegidos al revés, halagados y estimulados por la
fatalidad.
    Afortunadamente, en cada uno de nosotros existe un fanfarrón de lo
Incurable.

    Una naturaleza religiosa se define menos por sus convicciones que por su
necesidad de prolongar sus sufrimientos más allá de la muerte.

    He adquirido mis dudas penosamente; mis decepciones, como si me


esperasen desde siempre, han llegado solas -iluminaciones primordiales.

(E.M. Cioran, París, 1952)

Esos son algunos aforismos de E.M.Cioran, de su libro «Silogismos de la


amargura». Pensador apátrida, nacido en Rumania en 1911 y muerto en
París en 1995.
 
 

Recursos de la autodestrucción.

Acidos en una prisión, con fardos sobre nuestras espaldas y nuestros


pensamientos, no podríamos alcanzar el término de un solo día si la
posibilidad de acabar no nos incitara a comenzar el día siguiente...Los
grilletes y el aire irrespetable de este mundo nos lo quitan todo, salvo la
libertad de matarnos; y esta libertad nos insufla una fuerza y un orgullo
tales que triunfan sobre los pesos que nos aplastan. 

Poder disponer absolutamente de uno mismo y rehusarse: ¿hay don más


misterioso? La consolación por el suicidio posible amplía infinitamente esta
morada donde nos ahogamos. La idea de destruirnos, la multiplicidad de los
medios para conseguirlo, su facilidad y proximidad nos alegran y nos
espantan; pues no hay nada más sencillo y más terrible que el acto por el
cual decidimos irrevocablemente sobre nosotros mismos. En un solo
instante, suprimimos todos los instantes; ni Dios mismo sabría hacerlo
igual. Pero, demonios fanfarrones, diferimos nuestro fin: ¿cómo
renunciaríamos al despliegue de nuestra libertad, al juego de nuestra
soberbia?... 

Quien no haya concebido jamás su propia anulación, quien no haya


presentido el recurso a la cuerda, a la bala, al veneno o al mar, es un
recluso envilecido o un gusano reptante sobre la carroña cósmica. Este
mundo puede quitarnos todo, puede prohibirnos todo, pero no está en el
poder de nadie impedirnos nuestra autoabolición. Todos los útiles nos
ayudan, todos nuestros abismos nos invitan; pero todos nuestros instintos
se oponen. Esta contradicción desarrolla en el espíritu un conflicto sin
salida. Cuando comenzamos a reflexionar sobre la vida, a descubrir en ella
un infinito de vacuidad, nuestros instintos se han erigido ya en guías y
fautores de nuestros actos; refrenan el vuelo de nuestra inspiración y la
ligereza de nuestro desprendimiento. Si, en el momento de nuestro
nacimiento, fuéramos tan conscientes como lo somos al salir de la
adolescencia, es más que probable que a los cinco años el suicidio fuera un
fenómeno habitual o incluso una cuestión de honorabilidad. Pero
despertamos demasiado tarde: tenemos contra nosotros los años
fecundados únicamente por la presencia de los instintos, que deben
quedarse estupefactos de las conclusiones a las que conducen nuestras
meditaciones y decepciones. Y reaccionan; sin embargo, como hemos
adquirido la conciencia de nuestra libertad, somos dueños de una resolución
un tanto más atractiva cuanto que no la ponemos en práctica. Nos hace
soportar todos los días y, más aún, las noches: ya no somos pobres, ni
oprimidos por la adversidad: disponemos de recursos supremos. Y aunque
no los explotásemos nunca, y acabásemos en la expiración tradicional,
hubiéramos tenido un tesoro en nuestros abandonos: ¿hay mayor riqueza
que el suicidio que cada cual lleva en sí? 

Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra propia mano, es
porque veían en ello un ejemplo de insumisión que humillaba a los templos
y a los dioses. Cierto concilio consideraba el suicidio como un pecado más
grave que el crimen, porque el asesino puede siempre arrepentirse,
salvarse, mientras que quien se ha quitado la vida ha franqueado los límites
de la salvación. Pero el acto de matarse ¿no parte de una fórmula radical de
salvación? Y la nada, ¿no vale tanto como la eternidad? Sólo el existente no
tiene necesidad de hacer la guerra al universo; es a sí mismo a quien envía
el ultimátum. No aspira ya a ser para siempre, si en un acto incomparable
ha sido absolutamente él mismo. Rechaza el cielo y la tierra como se
rechaza a sí mismo. Al menos, habrá alcanzado una plenitud de libertad
inaccesible al que la busca indefinidamente en el futuro... 

Ninguna iglesia, ninguna alcaldía ha inventado hasta el presente un solo


argumento válido contra el suicidio. A quien no puede soportar la vida, ¿qué
se le responde? Nadie está a la altura de tomar sobre sí los fardos de otro.
Y ¿de qué fuerza dispone la dialéctica contra el asalto de las penas
irrefutables y de mil evidencias desconsoladas? El suicidio es uno de los
caracteres distintivos del hombre, uno de sus descubrimientos; ningún
animal es capaz de él y los ángeles apenas lo han adivinado; sin él, la
realidad humana sería menos curiosa y menos pintoresca: le faltaría un
clima extraño y una serie de posibilidades funestas, que tienen su valor
estratégico, aunque no sea más que por introducir en la tragedia soluciones
nuevas y una variedad de desenlaces. 

Los sabios antiguos, que se daban la muerte como prueba de su madurez,


habían creado una disciplina del suicidio que los modernos han
desaprendido. Volcados a una agonía sin genio, no somos ni autores de
nuestras postrimerías, ni árbitros de nuestros adioses: el final no es nuestro
final: la excelencia de una iniciativa única - por la que rescataríamos una
vida insípida y sin talento- nos falta, como nos falta el cinismo sublime, el
fasto antiguo del arte de perecer. Rutinarios de la desesperación, cadáveres
que se aceptan, todos nos sobrevivimos y no morimos más que para
cumplir una formalidad inútil. Es como si nuestra vida no se atarease más
que en aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella. 

Tomado de: "Breviario de podredumbre", E. M. Cioran, Taurus Ediciones,


1991 

Supremacía de lo adjetivo

Como no puede haber sino un número restringido de posiciones cara a los


problemas últimos, el espíritu se encuentra limitado en su expansión por
ese límite natural que es lo esencial, por esa imposibilidad de multiplicar
indefinidamente las dificultades capitales: la historia se atarea únicamente
en cambiar el rostro de una cantidad de interrogantes y soluciones. Lo que
el espíritu inventa no es más que una serie de calificaciones nuevas; vuelve
a bautizar los elementos o busca en sus léxicos epítetos menos usados para
un mismo e inmutable dolor. Siempre se ha sufrido, pero el sufrimiento ha
sido o "sublime" o "justo" o "absurdo", según la visión de conjunto que el
momento filosófico mantenía. La desgracia constituye la trampa de todo lo
que respira; pero sus modalidades han evolucionado: han compuesto esa
sucesión de apariencias irreductibles que inducen a cada instante a creer
que es el primero en sufrir así. El orgullo de esta unicidad le incita a
enamorarse de su propio mal y a hacerlo durar. En un mundo de
sufrimientos, cada uno de ellos es solipsista con respecto a todos los otros.
La originalidad de la desgracia es debida a la calidad verbal que la aísla en
el conjunto de las palabras y las sensaciones... 

Los calificativos cambian: ese cambio se llama progreso del espíritu.


Suprimidos todos: ¿qué quedaría de la civilización? La diferencia entre la
inteligencia y la estupidez reside en el manejo del adjetivo, cuyo uso no
diversificado constituye la banalidad. Incluso Dios no vive más que por los
adjetivos que se le añaden; esta es la razón de ser de la teología. Así, el
hombre, calificando siempre diferentemente la monotonía de su infelicidad,
no se justifica ante el espíritu más que por la búsqueda apasionada del
nuevo adjetivo. 

(Y sin embargo, esa búsqueda es lamentable. La miseria de la expresión,


que es la miseria del espíritu, se manifiesta en la indigencia de las palabras,
en su agotamiento y degradación: los atributos merced a los que
determinamos las cosas y las sensaciones yacen finalmente ante nosotros
como carroñas verbales. Y dirigimos miradas llenas de nostalgia al tiempo
en el que no desprendían más que un olor a cerrado. Todo alejandrinismo
proviene finalmente de la necesidad de airear las palabras, de prestar a su
marchitamiento el suplemento de un refinamiento alerta; pero acaba en un
agotamiento donde el espíritu y el verbo se confunden y descomponen.
(Etapa idealmente postrera de una literatura y de una civilización:
imaginemos un Valéry con el alma de un Nerón...) 

Mientras nuestros sentidos frescos y nuestro corazón ingenuo se


reencuentran y deleitan en el universo de las calificaciones, prosperan el
azar del adjetivo, el cual, una vez disecado, se revela impropio y deficiente.
Decimos del espacio, el tiempo y el sufrimiento que son infinitos: pero
infinito no tiene más alcance que: hermoso, sublime, armonioso, feo...
¿Quiere uno restringirse a ver el fondo de las palabras? No se ve nada, pues
éste, separado del alma expansiva y fértil, es vacío y nulo. El poder de la
inteligencia se ejercita en proyectar sobre él un lustre, en pulirlo y hacerlo
deslumbrante; este poder, erigido en sistema, se llama cultura, fuego de
artificio sobre trasfondo de nada.)

Máximas Espirituales

1. El verdadero contacto entre los seres humanos sólo se establece en la


presencia muda, en la aparente no-comunicación, en el intercambio
misterioso y sin palabras que se asemeja a la plegaria interior.

2. Tengo conciencia de que este mundo no es el que necesitaba y que no


podría habituarme a él; por eso, y sólo por eso, he adquirido algo de orgullo
espiritual.

3. En esto se reconoce a aquel que tiene disposiciones para la búsqueda


interior: pondrá el fracaso por encima de cualquier éxito... Y es que el
fracaso, siempre esencial, nos desenmascara, nos permite vernos como
Dios nos ve, mientras que el éxito nos aleja de lo que hay de más íntimo en
nosotros y en todo.

4. No existe un solo instante en el que no haya estado consciente de


encontrarme fuera del Paraíso.

5. No he encontrado ningún espíritu interesante que no esté ampliamente


dotado de deficiencias inconfensables.

6. En relación a cualquier acto de la vida, el espíritu desempeña el papel de


aguafiestas.

7. Recordar, tanto en el furor como en la desolación, que la Naturaleza no


consentirá en dejarnos por mucho tiempo ese poco de materia que nos
presta.

8. Por muy desengañado que estemos es imposible vivir sin alguna


esperanza.

9. Desde fuera, en cualquier clan, secta o partido, reina la armonía; dentro,


la discordia. Los conflictos en un monasterio son tan frecuentes y están tan
envenenados como en cualquier sociedad.

10. No hay santidad sin una inclinación hacia el escándalo. Y esto no sólo es
válido para los santos.

11. Antes en una alcantarilla que en un pedestal.

12. Para vencer la perturbación o una inquietud tenaz no hay nada como
imaginar el propio entierro... El Papa Inocencio IX, habiendo encargado un
cuadro en el que se le representaba en su lecho de muerte, lo miraba cada
vez que tenía que tomar una decisión importante.
13. Me llama mucho la atención esta reflexión de San Juan Clímaco: "Aquel
que tiene inclinaciones hacia la lujuria es compasivo y misericordioso; los
que tienen inclinación hacia la pureza no lo son".

14. Una sola cosa importa: aprender a ser perdedor.

15. Uno debe ponerse del lado de los oprimidos en cualquier circunstancia,
incluso cuando están equivocados, sin perder de vista, no obstante, que
están hechos del mismo barro que sus opresores.

16. Me conmueve, me trastorna inclusive, encontrarme con un inocente.


¿De dónde viene? ¿Qué busca?... Es alguien a quien no sabríamos llamar
nuestro semejante.

17. Plotino tenía amistad con un senador romano que había liberado a sus
esclavos, renunciado a sus bienes y que comía y dormía con sus amigos
porque no poseía nada. Ese senador, desde el punto de vista "oficial", era
un perdido, su caso parecía inquietante y lo era.

18. El deseo de orar no tiene nada que ver con la fe. Surge de un agobio
particular, y durará tanto como él.

19. Los pobres, a fuerza de pensar sin descanso en el dinero, terminan por
perder las ventajas espirituales de la no-posesión y por descender tan bajo
como los ricos.

20. "¡Ay de vosotros cuando todo el mundo os alabe!" (Lc 6, 26). Cristo
profetizaba su propio final. Hoy todos le alaban, incluso los no creyentes
más reacios. sobre todos ellos."

Breviario de Podredumbre

        (...) Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de


filosofía, escucharle decir "nosotros" y sentirse su intérprete, para que le considere mi
enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi en verdugo, tan odioso como los tiranos y los
verdugos de gran clase. Es que toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible
cuanto que los "puros" son sus agentes. Se sospecha de los ladinos, de los bribones, de
los tranposos; sin embargo, no sabríamos imputarles ninguna de las grandes
convulsiones de la historia; no creyendo en nada, no hurgan vuestros corazones, ni
vuestros pensamientos más íntimos; os abandonan a vuestra molicie, a vuestra
desesperación o a vuestra inutilidad; la humanidad les debe los pocos momentos de
prosperidad que ha conocido; son ellos los que salvan a los pueblos que los fanáticos
torturan y los "idealistas" arruinan. Sin doctrinas, no tienen más caprichos e intereses,
vicios acomodaticios, mil veces más soportables que el despotismo de los principios;
porque todos lo males de la vida vienen de una "concepción de la vida". Un hombre
político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de
canto; y de corrupción... (...)
En las Cimas de la Desesperación

¡Qué lejos estoy de todo!

        Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener
amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del
mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones?
Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a
cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es
importante, pues son irremediablemente desgraciados y están irremisiblemente solos.
¡Nos hallamos todos tan cerrados los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el
punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué
medida seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos
preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana.
Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo
posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni
gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a
causar impresión, me repugnan. Las lágrimas sólo son ardientes en soledad. Todos
aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de lamuerte lo hacer por temor e
incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar
su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para
soportar esas temibles sensciones con una lucidez y un espanto ilimitados?
        Aislados, separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte más
profunda, la verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz
de convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de la vida, del
amor, de las sonrisas, de los amigos -e incluso de la muerte. Nos preguntamos entonces
si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra propia.

Nada es importante

        ¿Qué importancia puede tener que yo me atormente, que sufra o que piense? Mi
presencia en el mundo no hará más que perturbar, muy a mi pesar, algunas existencias
tranquilas y turbar -más aún a mi pesar- la dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar
de que siento que mi propia tragedia es la más grave de la historia -más grave aún que la
caída de los imperios o cualquier derrumbammiento en el fondo de una mina-, poseo el
sentimiento implícito de mi nimiedad y mi insignificancia. Estoy persuadido de no ser
nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la única real. Más aún: si
debiera escoger entre la existencia del mundo y la mía propia, eliminaría sin dudarlo la
primera con todas sus luces y sus leyes para planear totalmente solo en la nada. A pesar
de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo
absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir
que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en
la irracionalidad de la vida, la cual hace que ésta perdure sin razón. ¿Y si sólo hubiera
razones absurdas de vivir? El mundo no merece que alguien se sacrifique por una idea o
una creencia. ¿Somos nosotros más felices hoy porque otros se sacrificaron por nuestro
bien? Pero, ¿qué bien? Si alguien realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más
feliz, soy en realidad aún más desgraciado que él, pues no deseo construir mi existencia
sobre un cementerio. Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria
de la historia, en los que no comprendo por qué algunas personas han derramado su
sangre por nosotros. La ironía suprema sería darse cuenta de que ellos fueron más
felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita sea la historia!
        Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme
ridículo; ¿el sufrimiento?-estéril y limitado; ¿el entusiasmo? -impuro; ¿la vida?
-racional; ¿la dialéctica de la vida?
-lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? -menor y parcial; ¿la eternidad? -una
palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? -una ilusión; ¿la fatalidad? -una broma... Si lo
pensamos seriamente, ¿para qué sirve todo ello en realidad? ¿Para qué interrogarse, para
qué intentar aclarar o aceptar sombras? ¿No valdría más que yo enterrase mis lágrimas
en la arena a la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he
llordo, pues mis lágrimas se han trasformado en pensamientos tan amargos como ellas.

EMILE CIORAN
CAMILA MAURA:

El Tormento del Sentido

El inicio de la Muerte

Nadie, nacida en la fecha equivocada, el año equivocado, el lugar


equivocado, el sexo equivocado, el mundo equivocado. Nunca pedí nacer,
¿quién lo pide? Si alguien lo hiciera sería porque no sabe como es estar
aquí, si no lo sabe, esa decisión sería por ignorancia y no por convicción, en
mi caso, ni ignorancia ni convicción, solo porque tocó.

Desperté muy rápidamente a la realidad de la vida, no tuve el candoroso


momento de niñez en el que se cree que los padres son inmortales, que
llegar a “grande” es algo lejano y feliz, que el niño Dios es de carne y
hueso, que los maestros no se equivocan, que el amor existe y que los
sueños se hacen realidad cuando crees en ti mismo.
No, no alcancé a eso, solo lo oía de labios de la gente, de las insoportables
novelas latinas y de algunos adultos que querían hacerme creer lo que ellos
mismos ya no creían.

Jugaba conmigo misma, tratando de descubrir por qué pensaba en la


muerte desde niña cuando mis contemporáneos no habían aún caído en
cuenta que estaban vivos.
Padecí del temor a la muerte cuando tenía corta edad. Tenía miedo de mi
muerte y de la de mi madre, pues mi vida había empezado en su vientre y
gustosamente hubiera continuado allí de no ser por la naturaleza que
(erróneamente) pensó que a los nueve meses ya estaba lista para vivir,
entonces me empujó a la bárbara realidad en que he estado desde
entonces.

Si la naturaleza hubiera sido sabia como algunos ecólogos comentan, yo


debería haber permanecido en el vientre de mi madre más tiempo, mucho
más tiempo… Debería haberme alimentado más de ella…
Si la naturaleza hubiera sido sabia como algunos ingenuos comentan,
debería haber nacido sin sexo y que este se fuera haciendo en la medida
que yo lo decidiera, o simplemente que no existiera. Si así fuera nadie
padecería de soledades que muchas veces se hacen visibles en las vidas por
la ausencia de sexo
Si la naturaleza hubiera sido sabia como los abuelos dicen, ellos mismos no
hubieran permitido que su propia naturaleza los traicionara haciéndolos
actuar sin respeto por nada de lo que ella ofrece.
No, la naturaleza no es sabia, de hecho es atrevida. Obligando al mal
llamado ser naciente a adoptar una postura psicológica y cultural por el
hecho de haber salido dotado con un porcentaje colgante de cuerpo llamado
atributo femenino o masculino.

No, la naturaleza no es sabia… ella se equivocó…


Se equivocó porque es más débil que la sociedad, y su debilidad le ha
costado caro a toda la humanidad. La debilidad sería propia del ser natural
pero no debería ser propia de la naturaleza…
Mierda de naturaleza que confunde a quien de ella se emana, mierda de
naturaleza sentimos aquellos con quienes ella misma se vengó haciéndonos
a unos más concientes de nuestra presencia en este cosmos.

No pretendo entrar a discutir la otra parte de la naturaleza, aquella en la


que el protagonista es el árbol, al animal o la laguna. No, esa naturaleza sí
es hierática, solo termina corrompida cuando el hombre mete la mano.
El orden de la naturaleza se hace visible cuando el hombre se ausenta de
ella. Cuando el hombre no se autodenomina dueño de ella. Ya que la
palabra dueño ha sido entendida por una gran parte de la humanidad como
el destructor.

Me he podido reconocer dentro del vientre de mi madre, pero no he podido


hacerlo fuera de el.
El primer lugar donde me llevaron cuando salí de ese paraíso de líquido
amniótico fue un ataúd. Con cubierta hecha en vidrio y dos pequeños
orificios de los cuales están pegados un par de guantes que se dice sirven
para hacer contacto con la criatura que está dentro del ataúd. Pero esos
guantes nunca hicieron contacto, lo se porque desde ese mismo instante
quedé perdida en el tiempo y en el espacio donde no había nada más que
oscuridad y soledad. Ahí empezó mi muerte

Allí, muerta en vida como a veces me reconozco. En una soledad sepulcral


que me ha hecho la asociable que soy, con un pensamiento que no
encuentra descanso. Una mente que trabaja más que el mismo corazón,
nunca para, nunca descansa, a veces me abruma otras veces me distrae
pero sea lo que sea siempre me condena por el hecho de ser conciente de lo
que soy y de lo que no…

Pánico, angustia, soledad, tristeza, desesperanza. Y a eso debo llamarle


vida. A la salida forzada de aquel lugar maravilloso hacia la pestilencia del
mundo. Aún recuerdo mi primer ataúd, claro está, no porque mi memoria
sea prodigiosa sino porque el sentimiento que dentro de mi hay evoca no
solo sentimientos y sensaciones, sino porque mi morbosa mente decidió
ponerle forma y cara a mis dolores de muerte, y el primero fue esa caja de
cristal…

Pánico, angustia, soledad, tristeza, desesperanza, ese fue mi paso por el


colegio, la segunda prisión. Como si ya no tuviéramos suficiente con estar
amarrados a un cuerpo que nos impide volar, tienen que internarnos en un
espacio donde debes actuar como si todos nos quisiéramos y como si todos
estuviéramos de acuerdo con lo que opina quien está al frente. A pesar de
todo, tenía la esperanza que las novelas (las cuales no tenía más opción
que ver) fueran una fantástica prolongación de la realidad. Así que no quise
hacerme al lado del camino. Me arriesgué a jugar el juego de la “cordura”,
atendiendo las instrucciones de los adultos como si fuera el perro a
adiestrar o el diamante en bruto que hay que pulir. Y yo, una cosa, un
objeto que se dejaba hacer lo necesario para no sentirme más en el lugar
equivocado, para adaptarme a este lugar…

Fui la mejor de la clase, es decir la peor, la estudiante ideal para esos


caníbales llamados profesores: silenciosa, atenta, dominable, persuasible,
sumisa, temerosa... Ahora se que solo estaba haciendo mi mejor esfuerzo
para adaptarme y no ser más pregunta sino por fin ser respuesta.

No tuve amigos, los amigos también son pasajeros. El silencio me


acompañaba y la conciencia de mierda se apoderaba de mí cada vez más y
más. La gente, que fastidio la gente, las niñas criándose en el ambiente del
estereotipo femenino de la época. Yo ni femenino ni masculino. Solo una
persona

La escolaridad… ese espacio del que no quedaron muchos recuerdos


significativos. No cursé nada relacionado con lo pre-escolar. Que bueno fue
eso, no me imagino donde estaría si me hubieran obligado a iniciar una vida
social antes de los cinco.
Socialmente nula, con fastidio de la gente desde que tengo uso de razón.
Nunca los he soportado y nunca los voy a soportar. La estupidez de la gente
me abruma los comentarios que se hacen mutuamente que solo muestra la
vaciedad de sus cerebros y la estupida inmundicia de falsas esperanzas en
las que se encuentran inmersos. Comentarios insulsos dignos de perdedores
que nacieron más jodidos que los que nacimos jodidos y esconden sus
bajezas bajo risas, carcajadas y eterna sandez

Bobadas salen de sus bocas, se aconsejan unos a otros como si alguno


tuviera conocimiento de lo que significa entender. Simpleza de
pensamiento, cada palabra que escuchaba solo reflejaba lo insípido de sus
comentarios, opiniones encontradas (las cuales no discuto, pues ese ha sido
mi existir). Lo que digo es que las opiniones se encuentran unas a otras y
ninguna son respuesta ni ilación de nada. Se creen conocedores de mundo
porque dicen ignorar menos que sus padres.

Miradas pusilánimes ante la vida porque aún creen que el mundo es de


ellos. Que momento tan soso de la vida. Ese por el cual pasé y en el cual
llegué a tener un miedo pavoroso a vivir. Qué cuerda fui en ese entonces de
asnada, pues ahí reconfirmé lo que pensaba de niña: que la vida es mierda
y mejor no tenerla a tener que vivirla por compromiso social, moral o
familiar.

Lo Poco Rescatable
Soy la segunda hija de mis papás, tengo una hermana mayor y una
menor. La mayor, Diana, tres años más curtida y durante toda su infancia y
parte de su adolescencia me convertí en su hija, su estudiante, su conejilla de
indias, su comodín y hasta su asistente personal –por decirlo amablemente-
Aprendí a escuchar el sonido de las letras en voz de Diana, ella me leía todo lo
que le enseñaban en el colegio -todo-, pero yo no ponía resistencia ya que su
lectura saciaba el vacío que me dejaban sus ausencias en las mañanas. Ella
inventaba más de lo debido y yo le creía todo.

Mi madre, la llamamos Pachita, su nombre es Patricia. Ella me ponía a


leer la cartilla para comprobar que yo estaba aprendiendo. Esto lo supe un día
antes de hacer este escrito. Creo que ella disfrutaba leer conmigo pues era la
mejor excusa para disfrutar de mis libros ya que ella no pudo tener muchos. Me
dijo que una vez yo terminaba de leer, ella los leía para sí misma. Actualmente,
ella, mi papá y yo somos quienes más leemos en la casa. Pachita prefiere la
Biblia, oraciones e historias de santos, mi papá la historia, periódicos y
crucigramas y yo, cualquier cosa que le de compañía a mi mente que a veces
no puedo dominar…

Lector empedernido desde que lo conozco. La colección de libros de la casa se


inició con su biblioteca personal. Libros grandes, pesados, cocidos, de tapadura,
con fotos o dibujos a blanco y negro y con un olor especial que solo esos libros
poseen. Siempre lo recuerdo leyendo, sentado donde más entra el sol, con la
silla de medio lado, las cortinas abiertas, las piernas estiradas y cruzadas, el
esfero en la mano derecha, el libro tapándole media cara, los zapatos a su lado
y preguntando qué hay para “garosear”. Después de leer, lo que más le gusta
es comer. No podía dejar de nombrar a Don Pancho, verlo a el, me recuerda a
mi, solo que yo mantengo los zapatos en los pies.
Aunque reconozco que en verdad no tengo ni idea cómo aprendí a leer.

Si tengo que admitir que mi familia fue una de las principales bases que me

condujo a la lectura. No por eso desconozco a mis profes, no porque sus

métodos para enamorarme de la lectura fueran los mejores, sino porque al

proponerme leer algunos libros encontré en la lectura una opción de vida con la

que yo me identifiqué. Pero ¿qué quiere decir? Lo resumiré en el siguiente

clasificado:

“Niña de ocho años busca un mundo que ofrezca algo más que nacer,

crecer, reproducirse y morir. Donde hallan más caminos que ir de la casa al


colegio o del trabajo a la casa. Y donde la televisión no les robe a sus

hermanas. Favor llamar con urgencia”

Esto simplifica algo de mi pensamiento, no se porque, pero no me

gustaba ver televisión y me asustaba que la vida fuera tan aburrida como la de

los adultos que solo tenían obligaciones pero no recreos. No tenía amigos en el

colegio. A mis ocho años de edad, era asocial de lunes a viernes –luego se

extendió hasta el sábado y el domingo- Observaba a las personas y a las cosas

con tanto detenimiento que podía pasar sin compañía todas las horas del

colegio. Lo extraño es que allí nunca me sentí sola. Los sábados veía a Don

Pancho leyendo, mis hermanas viendo televisión, mi mami haciendo oficio.

Cuando le pagaban a Don Pancho, se inventaba un concurso donde el

preguntaba cosas generales y quien respondía se ganaba 10 o 20 pesos. Mi

hermana menor casi siempre terminaba llorando, yo me sentía muy ignorante y

Diana satisfecha. Sin embargo al final resultábamos todas con la misma

cantidad de dinero, lo que me pareció injusto por mucho tiempo. Ahora

entiendo porque desde niña me ha parecido tan importante el día de pago.

Desafortunadamente, compraron un televisor a color, ya no hubo concursos y

eso me llevó a ser aún más observadora y silenciosa.

El primer libro que leí por mi cuenta, lo escogí de la pequeña biblioteca

que teníamos. Es de Dale Carligie y se llama “Cómo ganar amigos”. Mi intención

no era ganar amigos, al menos eso creo. Lo que me gané fue un sobrenombre

por parte de mis hermanas pues mi papá me ponía de ejemplo por ser la

juiciosa. Me llamaban “Nohora perfecta” por algún programa que veían, a mi

me molestaba, ellas lo disfrutaban. Los sábados que don Pancho estaba en


Bogotá, leíamos juntos, el siempre ha viajado por causa de su trabajo. De ahí

que las preguntas de los concursos se basaran en geografía y que mi interés

por conocer muchos lugares naciera. Recuerdo el primer libro, los otros fueron

apareciendo. Diana me pedía que le leyera algunos de los libros que le exigían

en el colegio, así que cuando llegué a bachillerato sabía de Juan Salvador

Gaviota, Platero y Yo, Zorro. Y hasta conocía de memoria “hombres necios” de

Sor Juana Inés de la Cruz y el himno del colegio de mi hermana al cual yo no

entré.

Fui buena estudiante, me gustaba que mi familia, especialmente mi

mamá estuviera feliz conmigo. Siempre me ha gustado ver a la gente feliz, me

gusta el buen humor, pero cuando se trata de conversaciones serias, me

gustan que sean serias, y eso fue algo que no encontré en mis compañeras del

colegio. Sus temas de conversación eran repetitivos y algo bobos para mi

gusto. Así que a veces me sentaba con ellas pero tenía mi libro al lado. Luego

prefería estar sola. Aprendí a leer con ruido, con música a alto volumen, con

carcajadas y con interrupciones para reírme en medio de los buenos chistes, mi

preferido era el del lenguaje de las latas:

Dos amigos hablando:

- Yo tengo un loro que dice "papá y mamá".

- Y yo una lata que dice "melocotón en almíbar”

O el del baile:

En el baile de oficiales un joven capitán le dice a la esposa del general:

- ¿Me permite sacarla, señora?

- De acuerdo, pero antes bailemos un rato...


A mi me parecían buenísimos.

Volviendo a lo serio, recuerdo que escogía los libros de acuerdo a lo que

pasaba a mi alrededor, creo que aún lo hago. Leí sobre los inventarios de

Beneditti y a Neruda para ayudarles a mis compañeras con sus cartas de amor,

leía “El Decamerón” para motivar a mis compañeras a leer conmigo, leí “Bodas

de Sangre” de Lorca para quitármelas de encima. Leí “tus zonas erróneas”

antes de graduarme –tal vez quería evitar equivocarme tanto en el universidad-

leí lo que me pedían en el colegio aunque no recuerdo cuando, como ni donde,

pero lo leí. Los mejores de estos fueron la famosa “Vorágine” y “Siervo sin

tierra” que me conmovió hasta lo más profundo. Sin embargo algo faltaba en

mi interior.

A los 17 redescubrí a mi mamá. Lo digo porque volví a mirarla con otros

ojos. Ella solo hacía oficio e iba a la iglesia, pero vivía más feliz que yo. Yo la

observaba y me preguntaba cómo podía recibirnos a diario con alegría y paz en

su cara si su quehacer era tan rutinario. Así que pensé que Dios podría ser una

opción y como rezar no estaba dentro de mis opciones, decidí leer libros

espirituales, entre ellos, el mejor libro que he leído en mi vida “Las Moradas” de

Santa Teresa de Jesús. Fue muy complejo de leer pues está escrito en español

del siglo XIV y su contenido bastante denso, pero profundo y real a la vez. Se

los recomiendo. Ahí empezó otra etapa de mi vida.

Vinculada con la religiosidad, empecé a leer historia de santos, filosofía y

libros escritos por otros santos, entre ellos “Las confesiones” y “La ciudad de

Dios”. Poco a poco, conocí y me maravillé con “La Divina Comedia” y después

de ver la película de “El nombre de la rosa” compre el libro el cual leí casi todo.
Luego pasé al género del humor, y me compré libros de Daniel Samper Pizzano

con el cual me reí de tapa a tapa, como diría Nelly, de cabo a rabo. El mejor de

ellos “de tripas corazón”, una novela berracamente espiritual como la

subtitularon los autores. También se los recomiendo.

He pasado de género a género a lo largo de mi vida, según el momento

que vivo. Pienso que la docencia es la profesión ideal para compartir todo lo

que tenemos dentro, es el mejor espacio para hablar de lo que leemos y

escuchar lo que los otros han leído. Leer ha sido para mi un trabajo y un

descanso. No todo ha sido color de rosa, pues leer lo que “toca” ya sea en el

lugar de trabajo o en la universidad, siempre es duro, no por el ejercicio de leer

como tal sino porque emocionalmente, no siempre encaja con mis momentos.

Es ahí que descubrí que se requieren dos disciplinas para leer. La de tener la

voluntad, apagar el televisor y sentarse y la de leer lo conveniente más allá de

la emotividad de leer. Aún me cuesta la segunda.

Bueno, ahora dejaré descansar al lector, a quien agradezco por su tiempo, ya


que este escrito soy yo misma. Solo quiero concluir con dos ideas: (1) Le debo
mucho a la lectura, ella me ha hecho mejor persona, mejor hija, amiga,
profesional y novia. Me ha llevado por caminos de risa, tristeza, reflexión,
locura, sumisión y rebeldía. Me ha hecho apreciar más a los otros, ya no soy
asocial, simplemente soy como una sala de visitas que hace seguir al interior de
la casa a unos cuantos. La lectura me ha hecho más abierta con el mundo,
hasta el punto que creo lo mismo que dijo aquel ex presidente argentino de
apellido Avellaneda: “cuando oigo decir que un hombre tiene el hábito de la
lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”. Y (2) mis lecturas han sido
más fructíferas que vanas, esto se lo debo al lugar donde nací, a los momentos
con mi familia, los silencios, las experiencias, los sueños y los miedos. Mis
lecturas han sido fructíferas porque con los libros aprendía hablar con los otros,
y con ellos me conocí un poco más. He dicho.

La Mierda de los Preceptos


Toda generalización es de ignorantes. ¿Estoy siendo ignorante por decir
esto? Si lo soy, la generalización que hago es correcta, si no, es incorrecta.
¿Qué prefiero, tener la razón y verme como ignorante o no tenerla pero
tampoco mostrarme así? Que más da, soy ignorante y no toda
generalización es propia de nosotros.

Que más dan las fechas, que importa si es de día o de noche, igual todo se
ve oscuro desde aquí adentro. Leí que dentro de nosotros (no se si de todos
o de los que creemos en Dios) (o creíamos) había un castillo de cristal con
muchas habitaciones y que en la medida en que intimáramos con Dios
iríamos entrando más y más adentro.

Antes creía que Teresa de Ávila se refería a que entre más adentro más feliz
por estar más cerca de Dios y todo ese cuento de hadas. Pero una vez más,
solo fue parte de mi imaginación, terminé inventándome historias ridículas
en mi cabeza y desentendiendo el verdadero significado de las palabras.
Más adentro no significa más feliz, ni aún en el sexo, pues la estimulación
externa es la que produce el clímax así cultural y psicológicamente hombres
y mujeres crean que solo funciona cuando hay penetración. Pero también es
cierto que este no es precisamente mi tema fuerte. Más adentro significa…
nada

Ni siquiera se si hay un castillo, yo solo veo un cuarto (que cualquier


optimista diría que es una de las moradas) Ese cuarto está tan oscuro que
no he podido ni conocerme a mi misma. Cómo soy y cómo pienso y cómo
siento. No se. Me he convertido en una amalgama de la sociedad por culpa
de mis miedos y prejuicios que han sido el resultado de la dolorosa
conciencia que vive conmigo.

Conciencia, conciencia. De tanto repetirlo ya no se si lo soy. Creo que sí.


Qué soledad y qué angustia, qué miedo, qué aburrimiento. Nada me alegra,
nada me motiva, nada me despierta interés. Me he cansado de pasármela
conmigo misma. Ya no tengo que decirme, me lo he dicho todo. Y aún así
no me conozco.

Que fácil para el que no piensa decir que la vida es bella, más fácil para el
que ha permitido voluntariamente que le operen el cerebro en una de esas
instituciones que le llamamos Iglesia, familia, institución, partido político y
cualquier estúpido “ismo” en los cuales nos suscribimos los seres humanos
para no darnos cuenta que estamos en el piso.

El hombre necesita algo en qué creer, no se donde lo escuché, en una


canción de rock de los 80, obviamente, palabras plagiadas de algunos de los
pocos libros que los rockeros suelen abrir, en fin… algo en qué creer.
(Aunque esta generalización que hago de los rockeros termina
mostrándome a mi como la más ignorante por andar generalizando ¿Y que
pasa con los que no tenemos creencias sino solo dudas? Que pasa con los
que hemos vivido las etapas psicológicas necesarias para entender una de
esas instituciones. Me refiero esta vez a mi “experiencia de fe”. Un día,
apunto de la locura, otro día amada por una extraña, una religiosa.
Entonces creí en Dios, pero no en el de los cielos, pues las pocas veces que
miro al cielo solo veo smog y las muchas que intento verlo no son posibles
por la fotofobia que poseo. (Fotofobia también de adentro) Y claro que creí,
creí más cuando unos pocos años después me enamoré. La amé, si que la
amé, hasta logro disminuir mi egoísmo y me hice una con ella. La amé y
durante siete años y medio me descubrí y me reconocí en sus aguas. Ella,
aún perfecta para mi porque no piensa mucho. Tiene esa inteligencia
académica que te permite dialogar “inteligentemente” cuando tu sentido
intelectual te lo permite. Tiene una vida simple, sin traumas de niñez, sin el
típico tío, abuelo, padrastro o primo que abusó de ella cuando era niña, sin
rechazo a nada de su físico, aun cuando vivió su adolescencia en aquella
época en la que esta mierda de sociedad condena a los gordos, morenos,
flacos y a todos los que no han sido abusados, como para empatar la vaina.
No piensa, no piensa más allá, no piensa en mañana, nada la afana, pero
vive un presente activo que le permite un día a día agradable. Y que yo diga
agradable es mucho decir, no porque lo digo yo sino porque en esta vida el
adjetivo agradable es inerte.

Su mente en blanco me ha permitido descargarme sin corromperla, ella


sigue con su mente virgen, aunque yo la he preñado de mierda. A veces
logro intimidarla pero nunca ha caído tan bajo como yo, tan bajo como para
convertirse en una persona conciente de la vida. Esa, la conciencia es la
mejor desgracia y el peor privilegio con el que alguien puede nacer.

Nunca me he decidido, ni física, ni sexual, ni espiritual ni nadamente. Me


aburro de mí misma, me canso de hablar. Mejor escribo. ¿Quien leerá esto?
Preferiría volver a lo anterior, a compartir mis escritos con alguien para
creer que hay un ser compatible conmigo en el mundo.

Ahora que lo pienso, la ironía de la vida: Creí conocer a Dios a través de esa
monja gorda de me quiso y aunque cuarentona supo despertar en mi
sentimientos que cobijaban la gratitud, el apego y el deseo de que se
enamorara de mi. Esa blancura que le dio a mis pensamientos, la logró
gracias a que con paso suave se entró en mi habitación y abrió una ventana
que allí había. Por esa ventana entró luz. No me puedo quejar, y aunque
por mucho tiempo le atañí a la religión ese milagro luminoso, hoy se que
fue ella que tal vez estaba hinchada de amor y afortunadamente para mi,
yo estaba cerca cuando desparramó la dosis.

Pero yo creí que era Dios y la religión. Bueno por creer en Dios, malo por
pensar que era la religión. Por esa misma religión, ella hoy me ha dejado,
porque los católicos dicen que a Dios no le gusta ni aprueba las parejas
homosexuales. Como si alguno cura de mierda hubiera hablado con Dios. Si
así lo hubiera hecho, la Iglesia dignificaría a todos los hombres y no solo a
los que no se salen de su esquema preceptual.

Hoy me quedé sin amor, sin religión y son Dios…

Hablando de amor y otras quimeras

Perder o ganar, ¿perder que? ¿Ganar que? Nada se ha perdido cuando


nunca se ha tenido. Creí tenerlo, tener su amor, claro uno es tan ignorante
cuando nace que la vida no le alcanza para descubrirse siquiera a uno
mismo. Que absurda es mi vida, sin sentido, podría perderla y me dolería
mucho aunque nunca la he tenido.

Pobre de mí, ahora para donde voy a ir, siento que la vida se me va, claro,
porque me hizo sentir que estaba viva. No se para que mierda, si hoy huye
con su cobardía y mete la cabeza donde nadie le reconozca. Huye porque mi
dolor podría alcanzarle y le ensuciaría la simpleza de su pensamiento.

Que dolor no saber porque se acaban las cosas cuando se siente haber
puesto todo en aquella quimera que le llamé relación. Relación: hubo un
contacto de corazón a corazón porque fluía en medio de la verdad de los
sentimientos. Pero ya no, ya se fue y no supe porque. Soy la que ha de
estar sola soy la que más amó de aunque siempre creí que no era capaz de
hacerlo.

Soy la sombra: por más que amé no dejé huella en su vida, soy el desdén:
la caricia no recibida, el beso rechazado, el abrazo aplazado. Soy la
irreverencia: aquella que desalmadamente se atrevió abrir los ojos de quien
quería seguir en ceguera. Soy el insulto, la no oída, la no atendida la
abandonada. Soy la pospuesta, la eterna en sala de espera, la que no
tendrá un siga.

Que soledad, la misma soledad que me abatió cuando no estaba, la que hoy
regresa con su abandono. ¿Cómo iba yo a pensar que quien atendía mis
verdades acabara espantándose con ellas?, ¿Me mintió?, ¿Le mentí?, ¿nos
conocimos?... Soledad, ya te presentía, no te extrañaba pero te esperaba.
Al filo del abismo empecé a caminar y de repente empecé a caer,
lentamente, a un abismo que parece no tener fondo. Cuando así lo pienso:
un abismo sin fondo, termíno acostumbrándome al vértigo que produce la
caída. Ese vacío que sube el corazón a la garganta y no deja articular
palabra. Cuando presiento el final del abismo, entra la angustia, el
desespero, el ansia porque llegue por fin la muerte… Lentamente llega mi
amiga la muerte, yo la espero con terror y esperanza, con deseo y pesar,
con una mirada perdida en la oscuridad que no logra encontrar un punto de
luz.

¿Cuándo iré a morir de verdad? Ya no soporto esta muerte en vida que me


consume sin compasión. Alguien podría ayudarme pero no hay quien. Morir,
la muerte, el deceso, el fin y el inicio, la muerte…

Hace tal vez ocho o nueve años dejé de escribir. Escribía sobre mí, mis
pesares, soledades, desilusiones, fantasías, dolencias, desgracias, etc.
Escribía lo mal que me sentía por tener que estar viva, la desgracia de tener
que vivir en este mundo de mierda que nos condena tener que respirar el
mismo aire de todos aquellos que se creen felices y de los más infelices que
yo.

Un día, 3 de julio del 98. Mi vida cambió, o eso creí durante mucho tiempo.
Le conocí y me enamoré, le amé sin medirme, como si el amor fuera
eterno, como si nadie pudiera interponerse, como si fuera todo lo que
necesitaba en mi vida, como si nunca fuera a acabarse. Compartimos toda
clase de momentos desde los virtuosos hasta los más esclavizantes, desde
los constructivos hasta los más vanos, desde los simples hasta los que
llevan al éxtasis. Bueno, pero para que, si todo se murió, todo se acabó, y
toda vía no se porque, si aún me queda tanto amor por dentro que ahora no
se a quién darle. Ni siquiera se si quiero darlo

Esta desesperanza está secando ese amor, la desilusión por no tenerle más,
por saber que perdí al único ser vivo que tomó el riesgo de conocerme y
hasta le agradó lo que vio en mí. Todo se acabó, el amor no existe, ya se
murió. Amor de mierda que nos hace creer que somos felices e inmortales.
Amor que destruye peor que si nunca se le hubiese conocido.

Hace tal vez ocho o nueve años dejé de escribir. Ahora lo retomo porque es
mi única compañía. No tengo nada más, ya no tengo a nadie, he vuelto a mi
estado natural, ser solitaria y después de tanto tiempo con su compañía yo
se como desacostumbrarme.

Es extraño, no tener luz nos hace validad cualquier momento feliz como la
gloria misma, o hacer que cada dolor se multiplique por mil. No tener luz es
necesario para sobrevivir a esta vida de mierda, no tener luz, creerse
amado así no te amen, creerse feliz así no lo seas, hacerse creer que es
posible lo imposible, leer basura de superación personal y creerse mejor
persona, recibir un apretón de mano y sentir que se puede confiar en el
dueño de la misma, etc.… ¿Cuantas veces he querido creerme feliz y lo he
logrado por unos minutos? Hoy no es ese día, debo reconocerlo, sus miedos
están por encima de su libertad, sus pretextos para no desacomodarse, sus
prejuicios para adelantársele al prejuicioso, su ceguera disfrazada de
verdad. Sabe pintar muy bien la verdad con palabras sencillas, pero al ojo
del buen observador ese lienzo deja ver los manchones.

Debería ser animal

Odio las mascotas, pensar que debo hacerme cargo de una vida me parece
un acto de homicidio. A duras penas he podido sobrevivir a la angustia de
estar vivo. El odio que le tengo a los animales en general no es sino
producto de la envidia malsana con la que he tenido que vivir y la que no he
podido desprender de mí. El odio es envidia y mi envidia es odio. Ellos
pueden pasearse sin preocuparse de nada, no piensan. Los que corren con
suerte logran crecer y desarrollarse en su hábitat natural, los más de malas
terminan en alguna casa familiar rodeado de una especie despiadada y
desadaptada que los compra para saber que no es el único que está en el
lugar equivocado

UNO ES MAS AUTENTICO CUANDO MAS SE PARECE A LO QUE UNO HA


SOÑADO SER
Me gusta estar a un lado del camino
fumando el humo mientras todo pasa
me gusta abrir los ojos y estar vivo
tener que vérmelas con la resaca
entonces navegar se hace preciso
.en barcos que se estrellen en la nada
vivir atormentado de sentido
creo que ésta, sí, es la parte mas pesada

en tiempos donde nadie escucha a nadie


en tiempos donde todos contra todos
en tiempos egoístas y mezquinos
en tiempos donde siempre estamos solos
habrá que declararse incompetente
.en todas las materias de mercado
habrá que declararse un inocente
.o habrá que ser abyecto y desalmado

yo ya no pertenezco a ningún istmo


me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mi me puso en otro lado
tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano

no es bueno nunca hacerse de enemigos


que no estén a la altura del conflicto
que piensan que hacen una guerra
.y se hacen pis encima como chicos
.que rondan por siniestros ministerios
.haciendo la parodia del artista
que todo lo que brilla en este mundo
.tan sólo les da caspa y les da envidia

yo era un pibe triste y encantado


de Beatles, caña Legui y maravillas
los libros, las canciones y los pianos
.el cine, las traiciones, los enigmas
.mi padre, la cerveza, las pastillas
los misterios el whisky malo
los óleos, el amor, los escenarios
el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis 10 tías
me hicieron este hombre enreverado

si alguna vez me cruzas por la calle


regálame tu beso y no te aflijas
si ves que estoy pensando en otra cosa
no es nada malo, es que pasó una brisa
la brisa de la muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino
mas no te asustes siempre se me pasa
es solo la intuición de mi destino

me gusta estar a un lado del camino


fumando el humo mientras todo pasa
me gusta regresarme del olvido
para acordarme en sueños de mi casa
.del chico que jugaba a la pelota
.del 49585
.nadie nos prometió un jardín de rosas
.hablamos del peligro de estar vivo

no vine a divertir a tu familia


.mientras el mundo se cae a pedazos
me gusta estar al lado del camino
me gusta sentirte a mi lado
me gusta estar al lado del camino
dormirte cada noche entre mis brazos
al lado del camino
al lado del camino
al lado del camino
es mas entretenido y mas barato
al lado del camino
al lado del camino

Junio 23/74

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