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ÉMILE CIORÁN
En las cimas de la desesperación, 1934
Breviario de podredumbre, 1949
La tentación de existir, 1956
Historia y utopía, 1960
La caída en el tiempo, 1964
El aciago demiurgo, 1974
Del inconveniente de haber nacido, 1973
Desgarradura, 1979
Adiós a la filosofía y otros textos, 1982
Contra la historia, 1983
Ensayo sobre el pensamiento reaccionario, 1985
Tormentos
En plena tempestad...
Silogismos de Amargura
Recursos de la autodestrucción
Supremacía de lo adjetivo.
Máximas espirituales
EMILE CIORÁN
Tormentos
En plena tempestad...
Me pregunto muchas veces porqué soy así, porque tengo que ser tan
consciente de que la vida es una mierda, que tal como la vivimos, tal como
la sociedad nos impone una rutina, unas obligaciones, unas normas, unas
prohibiciones,... es difícil vivir, es un sinsentido, esto no es vida, y a veces
pienso que para vivir así, mejor no vivir.
Hay quién se pone metas, objetivos, cree en algo: en un dios, en el amor,...
pero es difícil creer en algo, si no crees siquiera en ti mismo y en que tiene
algún sentido el que cada día te levantes, vayas al trabajo, te conviertas en
una especie de máquina durante unas ocho horas y luego vuelta a
casa,.... ... ... ... y así día tras día. Nadie está contento y sin embargo no
hacemos nada por cambiar las cosas porque no sabemos qué es lo que
podemos hacer, no sabemos cual es la solución porque no la hay, la única
solución, y aunque parezca absurda, es vivir en una dulce ignorancia, ser un
iluso, un estúpido que no piensa ni ve más allá que lo que alcance su
mirada. No aspirar a nada más que las migajas del pastel que caigan en tus
manos, y ya está, ser un conformista, sin apenas voluntad ni decisión, una
especie de marioneta que ni de moverse se preocupa porque ya hay otros
que se encargan de ello.
Soy egoísta, dicen, y lo reconozco. Sólo pienso en mí, no hago más que
quejarme, sin pensar en que los demás también sufren... Pues si también
sufren y quieren acabar con esa agonía, ¿qué coño estamos haciendo?, ¿por
qué no nos ponemos de acuerdo y lo cambiamos todo? o mejor, ¿por qué
no nos ponemos de acuerdo y nos auto exterminamos todos?
¿Por qué me siento tan asfixiado? ¿Por qué tan aislado? ¿Por qué tan
agobiado?... ¿Quién me ha enseñado a ser así?, ¿por qué he elegido este
camino de penuria y sufrimiento?... ¿Alguien me podría ayudar?, sólo me
gustaría ser idiota para no preocuparme tanto, o ser tan inteligente que
desde mi superioridad no me afecte tampoco la mediocridad y la rutina.
¿Alguien tiene la sabiduría? ¿Alguien la llave de la tranquilidad?... No quiero
morir, pero tampoco vivir así, y no existe punto intermedio, o mejor dicho,
sí que existe y en él estoy: malviviendo, una especie de zombi, un muerto
en vida que no se decide por ninguno de los dos caminos porque no es
capaz de llegar a ninguno de ellos. Soy así desde muy joven, casi podría
decir que desde que tengo uso de razón. Es demasiado tiempo para sufrir.
Siempre pensaba que cuando creciese, la madurez y la experiencia me
ayudarían y vería la luz al final del túnel, incluso (era demasiado romántico
todavía) que el amor podría sacarme de la oscuridad, pero el tiempo pasó,
los amores también,... y nada me ha ayudado, nada ni nadie, porque he
llegado a la conclusión de que si hay salida (cosa que ya dudo) debería
estar dentro de mi y que si no la he encontrado es porque esa salida no
existe.
Silogismos de Amargura
El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una
víctima del «sentido» de la vida.
Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos
(Introducir en el organismo una toxina o patógeno) -a falta de otra cosa-
nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son
contagiosos.
*
Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe
ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la
nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.
¿Nuestros ascos? Desvíos del asco que nos tenemos a nosotros mismos.
Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu
vida sin saberlo.
Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en
ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías
tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus
terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una
época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres,
ha perdido sus virtudes.
Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos
alguno más. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el
incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente.
Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo
mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en
personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una
institución.
Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del
suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
En cuanto un animal se trastorna, comienza a parecerse al hombre.
Observad un perro furioso o abúlico: parece como si esperara a su novelista
o a su poeta.
Constituye una gran injuria contra el hombre pensar que para destruirse
necesita una ayuda, un destino... ¿No ha gastado ya lo mejor de su talento
en liquidar su propia leyenda? En ese rechazo de durar, en ese horror de sí
mismo, reside su excusa o, como se decía antes, su «grandeza».
Quien vive sin memoria no ha salido aún del Paraíso: las plantas
continúan deleitándose en él. Ellas no fueron condenadas al Pecado, a esa
imposibilidad de olvidar; pero nosotros, remordimientos ambulantes, etc.,
etc.
«Señor, sin ti estoy loco, pero más loco aún contigo.» Ese sería, en el
mejor de los casos, el resultado de la reanudación del contacto entre el
fracasado de abajo y el fracasado de arriba.
De todo lo concebido por los teólogos, las únicas páginas legibles, las
únicas palabras verdaderas, son las dedicadas al Diablo. Su tono cambia y
se aviva su elocuencia cuando, dando la espalda a la Luz, se consagran a
las Tinieblas. Se diría que vuelven a su elemento, que lo descubren de
nuevo. Al fin pueden odiar, por fin les está permitido; se acabó el ronroneo
sublime o la salmodia edificante. El odio puede ser abyecto; extirparlo es,
sin embargo, más peligroso que abusar de él. La Iglesia ha sabido evitar a
los suyos, sabiamente, tales riesgos; para que puedan satisfacer sus
instintos, los excita contra el Demonio; ellos se aferran a él y le roen: por
fortuna es un hueso inagotable... Si se lo quitaran, sucumbirían al vicio o a
la apatía.
Cuando, por apetito de soledad, hemos roto nuestros lazos con los
demás, el Vacío nos embarga: nos quedamos sin nadie a nuestra
disposición. ¿A quién liquidar ahora? ¿Dónde encontrar una víctima
duradera? -Semejante perplejidad nos abre a Dios: al menos con El
estamos seguros de poder romper indefinidamente...
¿Quién abusaría del sexo sin la esperanza de perder en él la razón algo
más de un segundo, para el resto de sus días?
Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda
naufragado.
Sin poseer la facultad de exagerar nuestros males, nos sería imposible
soportarlos. Atribuyéndoles proporciones inusitadas, nos consideramos
condenados escogidos, elegidos al revés, halagados y estimulados por la
fatalidad.
Afortunadamente, en cada uno de nosotros existe un fanfarrón de lo
Incurable.
Una naturaleza religiosa se define menos por sus convicciones que por su
necesidad de prolongar sus sufrimientos más allá de la muerte.
Recursos de la autodestrucción.
Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra propia mano, es
porque veían en ello un ejemplo de insumisión que humillaba a los templos
y a los dioses. Cierto concilio consideraba el suicidio como un pecado más
grave que el crimen, porque el asesino puede siempre arrepentirse,
salvarse, mientras que quien se ha quitado la vida ha franqueado los límites
de la salvación. Pero el acto de matarse ¿no parte de una fórmula radical de
salvación? Y la nada, ¿no vale tanto como la eternidad? Sólo el existente no
tiene necesidad de hacer la guerra al universo; es a sí mismo a quien envía
el ultimátum. No aspira ya a ser para siempre, si en un acto incomparable
ha sido absolutamente él mismo. Rechaza el cielo y la tierra como se
rechaza a sí mismo. Al menos, habrá alcanzado una plenitud de libertad
inaccesible al que la busca indefinidamente en el futuro...
Supremacía de lo adjetivo
Máximas Espirituales
10. No hay santidad sin una inclinación hacia el escándalo. Y esto no sólo es
válido para los santos.
12. Para vencer la perturbación o una inquietud tenaz no hay nada como
imaginar el propio entierro... El Papa Inocencio IX, habiendo encargado un
cuadro en el que se le representaba en su lecho de muerte, lo miraba cada
vez que tenía que tomar una decisión importante.
13. Me llama mucho la atención esta reflexión de San Juan Clímaco: "Aquel
que tiene inclinaciones hacia la lujuria es compasivo y misericordioso; los
que tienen inclinación hacia la pureza no lo son".
15. Uno debe ponerse del lado de los oprimidos en cualquier circunstancia,
incluso cuando están equivocados, sin perder de vista, no obstante, que
están hechos del mismo barro que sus opresores.
17. Plotino tenía amistad con un senador romano que había liberado a sus
esclavos, renunciado a sus bienes y que comía y dormía con sus amigos
porque no poseía nada. Ese senador, desde el punto de vista "oficial", era
un perdido, su caso parecía inquietante y lo era.
18. El deseo de orar no tiene nada que ver con la fe. Surge de un agobio
particular, y durará tanto como él.
19. Los pobres, a fuerza de pensar sin descanso en el dinero, terminan por
perder las ventajas espirituales de la no-posesión y por descender tan bajo
como los ricos.
20. "¡Ay de vosotros cuando todo el mundo os alabe!" (Lc 6, 26). Cristo
profetizaba su propio final. Hoy todos le alaban, incluso los no creyentes
más reacios. sobre todos ellos."
Breviario de Podredumbre
Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener
amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del
mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones?
Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a
cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es
importante, pues son irremediablemente desgraciados y están irremisiblemente solos.
¡Nos hallamos todos tan cerrados los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el
punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué
medida seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos
preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana.
Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo
posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni
gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a
causar impresión, me repugnan. Las lágrimas sólo son ardientes en soledad. Todos
aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de lamuerte lo hacer por temor e
incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar
su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para
soportar esas temibles sensciones con una lucidez y un espanto ilimitados?
Aislados, separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte más
profunda, la verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz
de convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de la vida, del
amor, de las sonrisas, de los amigos -e incluso de la muerte. Nos preguntamos entonces
si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra propia.
Nada es importante
¿Qué importancia puede tener que yo me atormente, que sufra o que piense? Mi
presencia en el mundo no hará más que perturbar, muy a mi pesar, algunas existencias
tranquilas y turbar -más aún a mi pesar- la dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar
de que siento que mi propia tragedia es la más grave de la historia -más grave aún que la
caída de los imperios o cualquier derrumbammiento en el fondo de una mina-, poseo el
sentimiento implícito de mi nimiedad y mi insignificancia. Estoy persuadido de no ser
nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la única real. Más aún: si
debiera escoger entre la existencia del mundo y la mía propia, eliminaría sin dudarlo la
primera con todas sus luces y sus leyes para planear totalmente solo en la nada. A pesar
de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo
absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir
que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en
la irracionalidad de la vida, la cual hace que ésta perdure sin razón. ¿Y si sólo hubiera
razones absurdas de vivir? El mundo no merece que alguien se sacrifique por una idea o
una creencia. ¿Somos nosotros más felices hoy porque otros se sacrificaron por nuestro
bien? Pero, ¿qué bien? Si alguien realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más
feliz, soy en realidad aún más desgraciado que él, pues no deseo construir mi existencia
sobre un cementerio. Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria
de la historia, en los que no comprendo por qué algunas personas han derramado su
sangre por nosotros. La ironía suprema sería darse cuenta de que ellos fueron más
felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita sea la historia!
Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme
ridículo; ¿el sufrimiento?-estéril y limitado; ¿el entusiasmo? -impuro; ¿la vida?
-racional; ¿la dialéctica de la vida?
-lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? -menor y parcial; ¿la eternidad? -una
palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? -una ilusión; ¿la fatalidad? -una broma... Si lo
pensamos seriamente, ¿para qué sirve todo ello en realidad? ¿Para qué interrogarse, para
qué intentar aclarar o aceptar sombras? ¿No valdría más que yo enterrase mis lágrimas
en la arena a la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he
llordo, pues mis lágrimas se han trasformado en pensamientos tan amargos como ellas.
EMILE CIORAN
CAMILA MAURA:
El inicio de la Muerte
Lo Poco Rescatable
Soy la segunda hija de mis papás, tengo una hermana mayor y una
menor. La mayor, Diana, tres años más curtida y durante toda su infancia y
parte de su adolescencia me convertí en su hija, su estudiante, su conejilla de
indias, su comodín y hasta su asistente personal –por decirlo amablemente-
Aprendí a escuchar el sonido de las letras en voz de Diana, ella me leía todo lo
que le enseñaban en el colegio -todo-, pero yo no ponía resistencia ya que su
lectura saciaba el vacío que me dejaban sus ausencias en las mañanas. Ella
inventaba más de lo debido y yo le creía todo.
Si tengo que admitir que mi familia fue una de las principales bases que me
proponerme leer algunos libros encontré en la lectura una opción de vida con la
clasificado:
“Niña de ocho años busca un mundo que ofrezca algo más que nacer,
gustaba ver televisión y me asustaba que la vida fuera tan aburrida como la de
los adultos que solo tenían obligaciones pero no recreos. No tenía amigos en el
colegio. A mis ocho años de edad, era asocial de lunes a viernes –luego se
con tanto detenimiento que podía pasar sin compañía todas las horas del
colegio. Lo extraño es que allí nunca me sentí sola. Los sábados veía a Don
no era ganar amigos, al menos eso creo. Lo que me gané fue un sobrenombre
por parte de mis hermanas pues mi papá me ponía de ejemplo por ser la
por conocer muchos lugares naciera. Recuerdo el primer libro, los otros fueron
apareciendo. Diana me pedía que le leyera algunos de los libros que le exigían
entré.
gustan que sean serias, y eso fue algo que no encontré en mis compañeras del
gusto. Así que a veces me sentaba con ellas pero tenía mi libro al lado. Luego
prefería estar sola. Aprendí a leer con ruido, con música a alto volumen, con
O el del baile:
pasaba a mi alrededor, creo que aún lo hago. Leí sobre los inventarios de
Beneditti y a Neruda para ayudarles a mis compañeras con sus cartas de amor,
leía “El Decamerón” para motivar a mis compañeras a leer conmigo, leí “Bodas
pero lo leí. Los mejores de estos fueron la famosa “Vorágine” y “Siervo sin
tierra” que me conmovió hasta lo más profundo. Sin embargo algo faltaba en
mi interior.
ojos. Ella solo hacía oficio e iba a la iglesia, pero vivía más feliz que yo. Yo la
su cara si su quehacer era tan rutinario. Así que pensé que Dios podría ser una
opción y como rezar no estaba dentro de mis opciones, decidí leer libros
espirituales, entre ellos, el mejor libro que he leído en mi vida “Las Moradas” de
Santa Teresa de Jesús. Fue muy complejo de leer pues está escrito en español
del siglo XIV y su contenido bastante denso, pero profundo y real a la vez. Se
libros escritos por otros santos, entre ellos “Las confesiones” y “La ciudad de
Dios”. Poco a poco, conocí y me maravillé con “La Divina Comedia” y después
de ver la película de “El nombre de la rosa” compre el libro el cual leí casi todo.
Luego pasé al género del humor, y me compré libros de Daniel Samper Pizzano
con el cual me reí de tapa a tapa, como diría Nelly, de cabo a rabo. El mejor de
que vivo. Pienso que la docencia es la profesión ideal para compartir todo lo
escuchar lo que los otros han leído. Leer ha sido para mi un trabajo y un
descanso. No todo ha sido color de rosa, pues leer lo que “toca” ya sea en el
como tal sino porque emocionalmente, no siempre encaja con mis momentos.
Es ahí que descubrí que se requieren dos disciplinas para leer. La de tener la
Que más dan las fechas, que importa si es de día o de noche, igual todo se
ve oscuro desde aquí adentro. Leí que dentro de nosotros (no se si de todos
o de los que creemos en Dios) (o creíamos) había un castillo de cristal con
muchas habitaciones y que en la medida en que intimáramos con Dios
iríamos entrando más y más adentro.
Antes creía que Teresa de Ávila se refería a que entre más adentro más feliz
por estar más cerca de Dios y todo ese cuento de hadas. Pero una vez más,
solo fue parte de mi imaginación, terminé inventándome historias ridículas
en mi cabeza y desentendiendo el verdadero significado de las palabras.
Más adentro no significa más feliz, ni aún en el sexo, pues la estimulación
externa es la que produce el clímax así cultural y psicológicamente hombres
y mujeres crean que solo funciona cuando hay penetración. Pero también es
cierto que este no es precisamente mi tema fuerte. Más adentro significa…
nada
Que fácil para el que no piensa decir que la vida es bella, más fácil para el
que ha permitido voluntariamente que le operen el cerebro en una de esas
instituciones que le llamamos Iglesia, familia, institución, partido político y
cualquier estúpido “ismo” en los cuales nos suscribimos los seres humanos
para no darnos cuenta que estamos en el piso.
Ahora que lo pienso, la ironía de la vida: Creí conocer a Dios a través de esa
monja gorda de me quiso y aunque cuarentona supo despertar en mi
sentimientos que cobijaban la gratitud, el apego y el deseo de que se
enamorara de mi. Esa blancura que le dio a mis pensamientos, la logró
gracias a que con paso suave se entró en mi habitación y abrió una ventana
que allí había. Por esa ventana entró luz. No me puedo quejar, y aunque
por mucho tiempo le atañí a la religión ese milagro luminoso, hoy se que
fue ella que tal vez estaba hinchada de amor y afortunadamente para mi,
yo estaba cerca cuando desparramó la dosis.
Pero yo creí que era Dios y la religión. Bueno por creer en Dios, malo por
pensar que era la religión. Por esa misma religión, ella hoy me ha dejado,
porque los católicos dicen que a Dios no le gusta ni aprueba las parejas
homosexuales. Como si alguno cura de mierda hubiera hablado con Dios. Si
así lo hubiera hecho, la Iglesia dignificaría a todos los hombres y no solo a
los que no se salen de su esquema preceptual.
Pobre de mí, ahora para donde voy a ir, siento que la vida se me va, claro,
porque me hizo sentir que estaba viva. No se para que mierda, si hoy huye
con su cobardía y mete la cabeza donde nadie le reconozca. Huye porque mi
dolor podría alcanzarle y le ensuciaría la simpleza de su pensamiento.
Que dolor no saber porque se acaban las cosas cuando se siente haber
puesto todo en aquella quimera que le llamé relación. Relación: hubo un
contacto de corazón a corazón porque fluía en medio de la verdad de los
sentimientos. Pero ya no, ya se fue y no supe porque. Soy la que ha de
estar sola soy la que más amó de aunque siempre creí que no era capaz de
hacerlo.
Soy la sombra: por más que amé no dejé huella en su vida, soy el desdén:
la caricia no recibida, el beso rechazado, el abrazo aplazado. Soy la
irreverencia: aquella que desalmadamente se atrevió abrir los ojos de quien
quería seguir en ceguera. Soy el insulto, la no oída, la no atendida la
abandonada. Soy la pospuesta, la eterna en sala de espera, la que no
tendrá un siga.
Que soledad, la misma soledad que me abatió cuando no estaba, la que hoy
regresa con su abandono. ¿Cómo iba yo a pensar que quien atendía mis
verdades acabara espantándose con ellas?, ¿Me mintió?, ¿Le mentí?, ¿nos
conocimos?... Soledad, ya te presentía, no te extrañaba pero te esperaba.
Al filo del abismo empecé a caminar y de repente empecé a caer,
lentamente, a un abismo que parece no tener fondo. Cuando así lo pienso:
un abismo sin fondo, termíno acostumbrándome al vértigo que produce la
caída. Ese vacío que sube el corazón a la garganta y no deja articular
palabra. Cuando presiento el final del abismo, entra la angustia, el
desespero, el ansia porque llegue por fin la muerte… Lentamente llega mi
amiga la muerte, yo la espero con terror y esperanza, con deseo y pesar,
con una mirada perdida en la oscuridad que no logra encontrar un punto de
luz.
Hace tal vez ocho o nueve años dejé de escribir. Escribía sobre mí, mis
pesares, soledades, desilusiones, fantasías, dolencias, desgracias, etc.
Escribía lo mal que me sentía por tener que estar viva, la desgracia de tener
que vivir en este mundo de mierda que nos condena tener que respirar el
mismo aire de todos aquellos que se creen felices y de los más infelices que
yo.
Un día, 3 de julio del 98. Mi vida cambió, o eso creí durante mucho tiempo.
Le conocí y me enamoré, le amé sin medirme, como si el amor fuera
eterno, como si nadie pudiera interponerse, como si fuera todo lo que
necesitaba en mi vida, como si nunca fuera a acabarse. Compartimos toda
clase de momentos desde los virtuosos hasta los más esclavizantes, desde
los constructivos hasta los más vanos, desde los simples hasta los que
llevan al éxtasis. Bueno, pero para que, si todo se murió, todo se acabó, y
toda vía no se porque, si aún me queda tanto amor por dentro que ahora no
se a quién darle. Ni siquiera se si quiero darlo
Esta desesperanza está secando ese amor, la desilusión por no tenerle más,
por saber que perdí al único ser vivo que tomó el riesgo de conocerme y
hasta le agradó lo que vio en mí. Todo se acabó, el amor no existe, ya se
murió. Amor de mierda que nos hace creer que somos felices e inmortales.
Amor que destruye peor que si nunca se le hubiese conocido.
Hace tal vez ocho o nueve años dejé de escribir. Ahora lo retomo porque es
mi única compañía. No tengo nada más, ya no tengo a nadie, he vuelto a mi
estado natural, ser solitaria y después de tanto tiempo con su compañía yo
se como desacostumbrarme.
Es extraño, no tener luz nos hace validad cualquier momento feliz como la
gloria misma, o hacer que cada dolor se multiplique por mil. No tener luz es
necesario para sobrevivir a esta vida de mierda, no tener luz, creerse
amado así no te amen, creerse feliz así no lo seas, hacerse creer que es
posible lo imposible, leer basura de superación personal y creerse mejor
persona, recibir un apretón de mano y sentir que se puede confiar en el
dueño de la misma, etc.… ¿Cuantas veces he querido creerme feliz y lo he
logrado por unos minutos? Hoy no es ese día, debo reconocerlo, sus miedos
están por encima de su libertad, sus pretextos para no desacomodarse, sus
prejuicios para adelantársele al prejuicioso, su ceguera disfrazada de
verdad. Sabe pintar muy bien la verdad con palabras sencillas, pero al ojo
del buen observador ese lienzo deja ver los manchones.
Odio las mascotas, pensar que debo hacerme cargo de una vida me parece
un acto de homicidio. A duras penas he podido sobrevivir a la angustia de
estar vivo. El odio que le tengo a los animales en general no es sino
producto de la envidia malsana con la que he tenido que vivir y la que no he
podido desprender de mí. El odio es envidia y mi envidia es odio. Ellos
pueden pasearse sin preocuparse de nada, no piensan. Los que corren con
suerte logran crecer y desarrollarse en su hábitat natural, los más de malas
terminan en alguna casa familiar rodeado de una especie despiadada y
desadaptada que los compra para saber que no es el único que está en el
lugar equivocado
Junio 23/74