Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jon Sobrino - Ateismo e Idolatria - Mision 1996 PDF
Jon Sobrino - Ateismo e Idolatria - Mision 1996 PDF
Jon Sobrino
Jesuita, Profesor de teología en la UCA de San Salvador. Licenciado en Filosofía y Letras
(Universidad St. Louis) y Dr. en Teología (Fráncfort).
Entre sus obras destacan: "Cristología desde América Latina"; "La resurrección de la verdadera Iglesia"; "Jesús en
América Latina".
Juan Luis Segundo nos propone una comprensión de Dios relacionada con la existencia humana.
"Todo aquello que es afirmado sobre Dios es, al mismo tiempo, un enunciado sobre el hombre". Por algo nos
ha creado a su "imagen y semejanza". Jon Sobrino, siguiendo la sospecha de Juan Luis, nos lo reafirma en
negativo al desenmascarar la idolatría.
Me han pedido que escriba unas líneas sobre la teología de Juan Luis Segundo y a ello accedo gustoso
para mostrar, de alguna manera, el aprecio y agradecimiento por su obra teológica. Entre los muchos temas
que Juan Luis abordó creativamente, he retomado el de la idolatría y lo he hecho porque también entre
nosotros lo trataron con seriedad y creatividad Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría y porque sigue siendo
un tema central (y encubierto) en nuestro tiempo.
1
El autor usa una expresión escolástica, relacionada al conocimiento por analogía, que en este texto significa aquello
que está ligado intrínsecamente a la palabra idolatría.
que configuran la sociedad, determinan la vida y la muerte de las mayorías. En segundo lugar, esas
realidades son denominadas ídolos en sentido estricto porque se presentan con las características de la
divinidad: ultimidad (no se puede ir más allá de ellas), autojustificación (no necesitan justificarse a sí
mismas ante los seres humanos), intocabilidad (no pueden ser cuestionadas y quien lo haga queda destrui-
do). En tercer lugar, el ídolo por antonomasia, originante de todos los demás, es la configuración injusta de
la sociedad, estructural y duraderamente, al servicio de lo cual están otras muchas realidades: poder
militar, político, patriarcal, cultural, étnico, judicial, intelectual y, también con frecuencia, religioso, que
participan análogamente de la realidad del ídolo. En cuarto lugar, esos ídolos exigen un culto (las prácticas
crueles del capitalismo y de los pasados socialismos reales) y exigen también una ortodoxia (la ideología
acompañante), prometen salvación a sus adoradores (asemejarlos a los pudientes y poderosos del primer
mundo), pero los deshumanizan, los deslatinoamericanizan y los desfraternizan. Por último y lo decisivo,
esos ídolos, a través de sus adoradores, producen millones de víctimas inocentes a quienes envían a la
muerte lenta del hambre, de la indignidad y de la insignificancia y a la muerte violenta de la represión.
6. Conclusión
Para terminar hagamos dos breves reflexiones desde la perspectiva de la idolatría que hemos
estudiado. Por lo que toca a la teología, ésta debe mantener, por necesidad, la dimensión dialéctica y
duélica, lo cual lo recordamos porque en la actualidad abunda el pensamiento "leve", la no confrontación...
Pero esto, en el fondo, es simplemente imposible para una teología cristiana, y la razón última teologal es la
existencia de ídolos. Para afirmar la verdad de Dios no basta con la afirmación positiva, si, simultá-
neamente, no se aduce la afirmación negativa. A pesar de las apariencias, nada importante se ha dicho
todavía al afirmar que se cree (o no se cree) en Dios hasta que no se diga en qué dios no se cree y qué dios
se combate. Dos cosas, pues, hay que decir, para decir la verdad total: un sí y un no. Y la teología debe
introducir en su quehacer ambas cosas.
Hemos hecho de la idolatría algo central, pero a la postre lo que le interesa a la teología es Dios
(juntamente con su reino). Desde todo lo dicho en estas páginas, dos cosas podemos ofrecer como
(posible) mystagogia en el misterio de Dios. En primer lugar que la fe sea antiidolátrica, en contra de los
ídolos. Y en segundo lugar, que la fe esté transida de un verdadero culto a Dios, que consiste en el amor al
hermano. Dicho en forma negativa —desde la idolatría— "todo el que aborrece a su hermano es un asesino
y ningún asesino conserva dentro la vida eterna" (1 Jn 3,15). Dicho en forma positiva —desde la fe: "A Dios
nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros" (1 Jn 4,12). No hay aquí
argumentación que obliga, sino mystagogia que invita. Pero ahí queda —desde la lucha contra la idolatría—
la invitación a la fe.
Este es, en nuestra opinión, el aporte importante de Juan Luis Segundo. Nos ha enseñado a ver a Dios
en el Jesús histórico de Nazaret y a ir a Dios en la práctica histórica de su seguimiento (lo que no hemos
analizado en estas líneas). Y nos ha recordado lo obvio y tantas veces olvidado. Así lo expresó recogiendo la
siguiente cita de Henri de Lubac, que también usó, por cierto, Ignacio Ellacuría:
"Si falto al amor o si falto a la justicia, me alejo infaliblemente de ti, Dios, y mi culto no es más que
idolatría. Para creer en ti debo creer en el amor y creer en la justicia, y vale mil veces más creer en esas
cosas que pronunciar tu Nombre".