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Lieve Behiels
Lessius Hogeschool, Antwerpen
Que la mujer debe instruirse es indudable. Pero instruirla como al hombre, sólo se le ocurre a
quien vive sumido en el pedantismo medioeval y en medio bárbaro, que tiene brutales
soluciones para todos los problemas del cielo y todos los de la tierra. […]
Es muy fácil no asustarse porque haya en una nación veinte, cien, mil señoritas bachilleras y
doctoras. Hasta ahí puede tener gracia, y sobre todo pimienta.
Pero figúrese que, como sería natural y justo, todas las mujeres, con posibles, quisieran ser
médicas, abogadas, periodistas, ingenieras, catedráticas, etc., etc… como quieren todos los
hombres.1
Esta negativa a que las chicas cursen las mismas carreras que los chicos se debe a la
convicción, muy difundida entonces, de que hombres y mujeres eran seres
profundamente diferentes en su cuerpo, diferencia que afectaba negativamente la
inteligencia de las mujeres.2 Emilia Pardo Bazán, en cambio, defendía la idea de que
1 Citado en Y. Lissorgues, Clarín político (I), Barcelona, Editorial Lumen, 1980, p. 244.
2 “Ciertos avances en el campo de la biología – que no se completaron hasta finales del siglo XIX –
pusieron de manifiesto que la anatomía femenina no era una versión degradada de la masculina como
se pensaba hasta entonces, sino otra distinta, perfectamente adecuada para unas funciones específicas.
Se insiste en la preparación del cuerpo para su función natural, y se verá en ella la clave de la
diferencia. Esta nueva interpretación fisiológica que difunde el pensamiento de la Ilustración apoyará
el desarrollo de una corriente de pensamiento que hará de estas diferencias anatómicas la clave para
justificar el conjunto de restricciones que pesan sobre las mujeres. La división de papeles en la
1
la función reproductora no limitaba las facultades mentales y pedía una educación
completa para las mujeres.3
Lo fundamental en la formación de la mujer no era tanto la instrucción sino una
buena educación moral. En su reseña de Gloria de Galdós, Alas nos muestra el ideal
de la mujer joven que no sólo sabe sentir, sino tambien pensar:4
Gloria, nunca bastante admirada, es el tipo de belleza femenil más hermoso que ha engendrado
la fantasía de nuestros novelistas, y superior, sin duda, a otras muchas heroínas ya célebres en
nuestra literatura contemporánea. Aquella niña que siente dentro de sí algo que es acaso el
genio; que quiere someter a la autoridad su conciencia y no puede, y que arroja los libros por no
juzgar, y sigue juzgando de todo con fiebre de discernimiento […]; esa Gloria que a todo
renuncia menos a pensar la verdad y a hacer bien, águila enjaulada como mísera avecilla […];
esa Gloria que cada cual quisiera encontrar en su camino para llenar vacíos del corazón que
pocas veces se colman, es perfectísima imagen de la mujer más pura, más noble, de la mujer
digna en su pensamiento, como en su cuerpo, como en sus sentimientos.5
El hecho que de Gloria no haya pasado por ninguna escuela no dice nada negativo
acerca de sus dotes intelectuales, casi al contrario. La independencia de juicio le
proviene de sus lecturas y la joven la conserva incluso cuando, por orden de su padre,
tiene que renunciar a los libros. Clarín no comparte, pues, la opinión, corriente hasta
sociedad se basa, precisamente, en ‘sus caracteres naturales’.” (Véase J. M. Jover Zamora, G. Gómez-
Ferrer y J. P. Fusi Aizpúrua, España: sociedad, política y civilización (siglos XIX-XX), Madrid,
Editorial Debate, 2001, pp. 96-97). Clarín participaba de esta opinión. En la reseña del libro La mujer,
defendida por la historia, la ciencia y la moral de E. Rodríguez Solís, publicada el 21 de febrero de
1878 en El Solfeo leemos: “[…] en mi opinión, la mujer representa en la humanidad el predominio de
lo inconsciente. La mujer es natura naturans, y no hay que darle vueltas” (Véase L. Alas, Obras
completas V. Artículos (1875-1878). Ed. de J.-F. Botrel e Y. Lissorgues, Oviedo, Ediciones Nobel,
2002, p. 944).
3 Critica doña Emilia en “La educación del hombre y la de la mujer. Sus relaciones y diferencias”, “el
error de afirmar que el papel que a la mujer corresponde en las funciones reproductivas de la especie,
determina y limita las restantes funciones de la actividad humana, quitando a su destino toda
significación individual” (citado en G. Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea.
1868-1974, Madrid, Ediciones Akal, 1986, p. 29). Esta actitud explica que a las mujeres no se las deja
estudiar nada en serio: “La historia, la retórica, la astronomía, las matemáticas, son conocimientos ya
algo sospechosos para los hombres; la filosofía y las lenguas clásicas serían una prevaricación; en
cambio, transigen y hasta gustan de los idiomas, la geografía, la música y el dibujo, siempre que no
rebasen del límite de aficiones y no se conviertan en vocación seria y real. (“La mujer española”, en:
España Moderna 2, n° 10 (julio 1890), citado en G. Scanlon, op. cit., p. 28.)
4 Clarín se expresó acerca de esta novela en varias ocasiones: además de la reseña recogida en Solos
2
bien entrado el siglo XX, que la lectura es enemiga de la laboriosidad en el hogar,
esencial dedicación de la mujer.6
En la educación de la mujer, los libros desempeñan un papel esencial. Pero,
¿cuáles son los buenos libros a los que la mujer debería poder acceder? ¿Y a cuáles
tiene acceso en la realidad?
Como en toda Europa y en Estados Unidos, en la España decimonónica se publican
revistas específicamente dirigidas a las mujeres,7 que vehiculan, en términos de Peter
Gay, el “autorretrato femenino colectivo”.8 Las mismas mujeres producen una
abundante literatura, leída casi exclusivamente por otras mujeres y despreciada por
la crítica contemporánea y posterior.9 Clarín se expresa sobre esta producción
novelesca y sus productoras con un desprecio hiriente, como, por ejemplo, en su
artículo “Las literatas”.10 En los hogares de la clase media estaban al alcance de las
lectoras, además de revistas y novelas, los libros píos y devotos. En uno de sus solos,
dedicado a “El libre examen y nuestra literatura presente”, destaca como uno de los
méritos de Galdós que su obra ha penetrado “en el santuario del hogar, allí donde
solían ser alimento del espíritu libros devotos y libros profanos de hipócrita o
estúpida moralidad casera, sin grandeza ni hermosura”.11 Galdós se convierte así en
autor recomendable para las mujeres porque trata de temas de actualidad de una
manera que incita a la reflexión.
Clarín parece contestar positivamente a la pregunta de qué deberían leer las
mujeres en un ensayo titulado La leyenda de oro que salió a la luz en un libro
7 Cf. Scanlon, op. cit., pp. 21-24 para un comentario de la oferta española.
8 “This collective female self-portrait, an unstable but potent amalgam in which humility outweighs
assurance, was diffused through respectable culture by a distinctive institution, the women’s
magazine.” Véase P. Gay, The cultivation of hatred, London, Fontana Press, 1985, p. 306.
9 Cf. A. Blanco ( “Gender and National Identity: The Novel in Nineteenth Century Spanish Literary
3
póstumo, Siglo pasado, publicado en 1901. El texto se presenta como un híbrido
entre la crítica literaria de un libro de Paul Sabatier titulado Un nouveau chapitre de
la vie de Saint François d’Assise, y un intercambio de cartas ficticias entre una mujer
de 26 años, Elisena y un hombre que se supone algo mayor, Elíseo, al que pide
sugerencias de lectura. Éste le sugiere La leyenda de oro, colección medieval de vidas
de santos, y como Elisena le pide primero una “propedéutica”12 Elíseo la orienta hacia
publicaciones recientes de historiadores fehacientes sobre temas relacionados con la
religión y la vida de los santos, entre las cuales figura la publicación de Sabatier.
Volveremos a este ensayo por las ideas que contiene acerca del interés de la lectura
piadosa bien entendida.
El texto siguiente de Siglo pasado se titula “El arte de leer” y se dirige a un público
general, no exclusivamente femenino. En él, Clarín defiende una selección de los
libros inteligente, guiada por “las advertencias de la crítica concienzuda”13 y aboga
por la lectura de los clásicos. Al analizar el impacto de los libros en las lectoras, habrá
que tener en cuenta la siguiente observación:
La libertad del pensamiento, de la prensa, etc., nada tiene que ver con que un padre de familia,
v. gr., ejerza en su casa la previa censura para las lecturas de su familia. Y téngase en cuenta que
no es sólo por motivos de moralidad y de fe por lo que debe desecharse tal o cual libro. Lo necio,
lo insípido, lo adocenado, lo gárrulo debe proscribirse también.14
En esta óptica, las lecturas de la esposa y de los hijos deberían ser dirigidas por el
pater familias, no sólo en lo moral, sino también en lo intelectual y lo estético.
Pero ya es hora de ver qué les pasa a las lectoras de los cuentos clarinianos a
consecuencia de sus lecturas. La protagonista de “Un documento” tiene treinta y seis
años y aspira a otra vida, distinta de la vida inmoral y decadente que había vivido
hasta entonces. Lee libros de los místicos españoles y Schleiermacher no porque se lo
aconseje un guía espiritual sino por que se los regalaron unos adoradores. Las
conclusiones que saca Cristina se presentan primera por el lado práctico, ya que
reduce significativamente el tiempo pasado en su tocado, aunque no por ello brille
menos su hermosura. La reforma interior anda mal encaminada desde el principio,
12 Cf. L. Alas, Siglo pasado, Madrid, Antonio López ,1901, p. 101 [consultado en
www.cervantesvirtual.com].
13 Ibid., p. 133.
14 Ibid., p. 134.
4
puesto que leemos que “Ya no mira la duquesa como quien prende fuego al mundo,
sino con ojos lánguidos, que fingen, sin querer fingir, una sencillez y una modestia
encantadoras”.15 Una mujer que domina como Cristina el arte de la coquetería no
puede volver a ser sencilla ni modesta, aunque lo quisiera, de modo que su
conversión resulta, al menos, ambigua. Su renuncia a los afectos mundanos tampoco
es total: “Cristina amaba como ninguna otra mujer al adorador anónimo; a este
amante no había renunciado, ni aun después de leer a San Juan y a
Schleiermacher”.16 Además, el narrador da a entender que al gran místico español lo
ha leído mal: “Cristina […] un mes antes estaba enamorada de San Juan de la Cruz, y
hubiera dado cualquier cosa por ser ella la iglesia de Cristo, la esposa mística a quien
el santo requiebra tan finamente”.17 Se trata de una de las numerosas muestras de
ironía del narrador, ya que la voz poética del Cántico espiritual es la de la esposa que
sale en búsqueda del amado y no al revés. Y en los objetivos de Juan de la Cruz no
entró jamás el que sus lectoras se enamorasen de él.
Cristina hace una lectura superficial e imitativa, propia de una adolescente. Es una
manera de leer inadecuada para una mujer madura, como explica Elíseo a Elisena en
“La leyenda de oro”, el ya citado ensayo de Siglo pasado:
A tu edad, y con tu experiencia literaria, ya no se lee por copiar, ni de obra ni por escrito, lo
leído. […] No quiero que te excites con el ejemplo de la santidad como una chiquilla histérica de
quince años. Nada de pasiones de colegiala.18
15 L. Alas, Treinta relatos. Selección, edición, estudio y notas de Carolyn Richmond, Madrid,
Espasa-Calpe, 1983, p. 37.
16 Ibid., p. 39.
17 Ibid., p. 42.
18 Cf. L. Alas, Siglo […] , pp. 92-93. El comentario de Carolyn Richmond va en el mismo sentido: “A
través del personaje de Cristina, se nos ofrece una crítica de la lectora impresionable (recuérdese que
un alto porcentaje de los lectores de aquella época era femenino, tal vez por disponer las mujeres de
más horas de ocio) quien desea forjarse un plan de vida a base de lecturas de calidad superior
interpretadas con excesivo subjetivismo” (Cf. C. Richmond, “’Un documento’ (vivo, literario y crítico).
Análisis de un cuento de Clarín”, en: Boletín del Instituto de Estudios Asturianos 36, n°s. 105-106
(1983), p. 380).
5
novelista naturalista, se pregunta si Cristina habrá leído a Madame Bovary,
recordando una escena similar en la novela de Flaubert. Interviene el narrador para
recordarnos que no: “No, infeliz, no ha leído tal cosa; Cristina lee a Schleiermacher y
a fray Luis de Granada, no temas.”19
La información que nos da el narrador sobre estos personajes es suficiente para que
la transformación del falso amor espiritual en amor carnal no nos coja por sorpresa:
“Schleiermacher y los místicos se fueron a paseo”.20 Para justificar la ruptura,
Fernando echa mano de otro tipo de lecturas: la literatura idealista, y, concretamente,
el drama Dalila de Octave Feuillet, en el que un joven artista deja el arte bajo el
hechizo de una amante destructora. Como no quiere que le pase lo mismo, toma allí
un argumento para romper la relación.
Hasta este punto del cuento, la literatura – mística, naturalista, idealista – ha sido
el motor del amor; ahora el amor se va a convertir en pasto de literatura. Fernando
decide que Cristina le “servirá en adelante como documento humano.”21 Decide jugar
hábilmente con las clásicas leyes de la verdad y de la verosimilitud, consciente de que
la verdad, para que se considere verosimil, tiene que travestirse. Si Cristina no
dramatiza la ruptura, no reacciona con la misma ecuanimidad ante la publicación de
la novela. Se siente profundamente herida por el abuso de confianza y se venga de la
afrenta con una carta de dos líneas en la que trata al autor de plebeyo miserable.
Cabe preguntarse si Cristina, mala lectora de literatura espiritual, es más penetrante
cuando se trata de literatura naturalista. El narrador multiplica las señales de ironía
al propósito:
Como obra de arte, el libro le pareció admirable. ¡Cuánta verdad! Era ella misma; se figuró que
se veía en un espejo que retrataba también el alma. En algunos rasgos del carácter no se
reconoció al principio; pero reflexionando, vio que era exacta la observación.22
6
El cuento “Rivales” puede figurar de contrapunto a “Un documento”. Se trata otra
vez de la relación entre un escritor de tercera fila y una lectora, pero en términos muy
distintos. Víctor Cano, en su último libro, ha abandonado la literatura decadentista
para “sacarle nuevo y delicadísimo jugo al oprimido limón de la moral corriente”.24 La
salida del libro, poco notada, coincide con el principio del verano y el escritor decide
salir de Madrid y amar. Se enamora de la primera señora meditabunda con la que se
encuentra en una fonda de estación. La dama está leyendo un libro forrado en papel
de periódico, de modo que ni el personaje ni nosotros, lectores del cuento,
consigamos verlo. Abandona la lectura para escuchar al enamorado novelista que
como estrategia de seducción utiliza la fraseología de su anterior ‘manera’ literaria, la
decadentista, que el narrador describe como un arma peligrosa: “las teorías
metafísico-amorosas […] que había vertido, como quien envenena un puñal, en la
prosa de acero de su último libro”.25
El personaje, “texto vivo” (ibídem), una metáfora afin a la de “un documento”,
utilizada en el caso del cuento anterior, se presenta en competencia con el libro y
durante un tiempo, lleva la ventaja. Cano llega a imaginarse de que su interlocutora
comparte su convicción según la que la moral corriente sirve de dique de contención a
las pasiones del vulgo pero que para los seres de excepción existe una moral superior
que redime los amores fuera de la ley: “Llegó a creerla persuadida de que el
matrimonio era un accidente insignificante, tratándose de almas místicas a la
moderna” (ibídem 66). Clarín no podía aguantar ese pseudo- o neomisticismo que
escondía la sensualidad desbordante y las perversiones afectivas bajo un manto de
religiosidad etérea. En el ensayo La leyenda de oro, Elíseo escribe a Elisena: “mucho
menos te aconsejo que te dediques a neomística, decadente, de la clase de
degeneradas, según Nordau; nada de eso” (Alas 1901: 92).26
Cuando Víctor Cano cree llegado el momento de la “declaración mística”27, nota que
su presa se le va escapando. Relaciona la falta de entusiasmo de la dama con el libro
que iba terminando y que ahora ha vuelto a leer desde el principio. Y, efectivamente,
trágica y España sin rey de Benito Pérez Galdós, “contradictoria, caprichosa, tan pronto monja
mística como hembra desaforada y perversa”, en términos de José F. Montesinos (cf. J. F. Montesinos,
Galdós III, Madrid, Castalia, 1980, p. 312).
27 Cf. L. Alas, Treinta relatos, op. cit., p. 66.
7
cuando no puede aguantar más y declara su amor, la dama le contesta, “clavándole
los ojos pensativos y cargados de lectura”28 que llega tarde, ya que tiene un rival que
pudo más, un libro que supera la visión decadentista y recuerda la superioridad de la
moral tradicional. En la lucha entre su supuesta superioridad pasional y su honradez
burguesa recordó lo que había visto en los primeros capítulos de aquel libro, cuyo
autor no recuerda: “Volví a él… y poco a poco me llenó el alma; ahora lo entendía
mejor, ahora le penetraba todo el sentido”.29 Cano recibe en la cara su propio
mensaje, pero no el decadente de la penúltima manera sino el conservador de su
manera más reciente.
En este relato no juega sólo la relación metafórica de la persona que es como un
texto sino también la metonímica, la del texto que emana de una persona. La
protagonista dice, sublime ironía situacional:
Si de alguien pudiera yo enamorarme sería del autor de este libro; pero la mejor manera de rendirle
el tributo de admiración que merece …, es obedecer su doctrina … y, por consiguiente, enamorarse
sólo del humilde y santo deber.30
“La imperfecta casada” es otro cuento dedicado a lo que la lectura hace con una
mujer. El título es una referencia ni siquiera velada a la obra de Fray Luis de León, La
perfecta casada, y el personaje central, “Mariquita Varela, casta esposa de Fernando
Osorio” toma su nombre de doña María Varela Osorio, al que Fray Luis dedicó su
obra.31 Mariquita lee para llenar el vacío de sus días y empieza por los libros
profesionales de su esposo, médico. Horrorizada por lo que encuentra allí, se torna
hacia las humanidades. Como la literatura profana tampoco la satisface, se torna
28 Ibid., p. 67.
29 Ibid., p. 68.
30 Ibid.
31 Ibid., p. 174, n. 2.
8
hacia la edificante. El estilo indirecto libre nos da acceso a las reflexiones de
Mariquita, que empieza a tomar la lectura en serio
porque comenzó a ver en ella algo útil y que servía para su estado; para su estado de mujer que
fue hermosa, alegre, obsequiada, amada, feliz, y que empieza a ver en lontananza la vejez
desgraciada, las arrugas, las canas y la melancólica muerte del sexo en su eficacia.32
32 Ibid. Encontramos aquí como un eco de la descripción que el joven Clarín hace de la beata
madrileña en el artículo “Azotacalles de Madrid. La procesión por fuera. – La beata,” publicado en El
Solfeo, n° 53, 23 de octubre de 1875: “Pues tal es la beata de Madrid; vive en el mundo, del que ha
gozado cuanto ha podido, y su actual impotencia para el placer la toma su vanidad por virtuosidad, el
cansancio se le antoja horror al vicio.” Cf. Clarín, Obras […], op. cit., p. 177.
9
la perfecta casada de fray Luis, pero a la moderna, con costumbres algo menos devotas, pues si
no, hoy ya no hubiera sido la perfecta casada. Nada de gazmoñería, virtud expansiva, alegre;
sacrificio constante de su egoísmo al interés de su marido e hijos, pero sin que se conociera
esfuerzo alguno, con divina gracia.34
Aquí, como siempre, conviene precaverse de los riesgos de una lectura ingenua: el
marido de Serafina se suicida “por no aguantar a la perfecta casada.”35
Si nos interesa saber cómo tendría que leer Mariquita podemos volver una vez más
al ensayo “La leyenda de oro”, cuando Elíseo dice: “La lectura para el que sabe
distinguir la vida de los libros, ya no es una sugestión hipnótica, sino una influencia
de aluvión, a la larga y sin extremos. […] Lo que busco es un calmante. Cierta virtud
sedativa.”36 La lectura de Mariquita ha conseguido el efecto diametralmente opuesto,
probablemente porque no ha tenido quien la dirigiera. La perspectiva sobre la virtud
absoluta que se le ha abierto sobrepasa sus facultades. Se puede reconocer el perfil
psicológico de Mariquita en los “pobres espíritus” y “débiles de voluntad” descritos
por Elisena en su respuesta a Elíseo:
Si no leyesen libros piadosos, de ejemplos de virtud, más que las almas decididas a emprender la
vida beata, no tendría tantas ediciones el Kempis y el Año Cristiano. Bueno es que lean vidas de
santos aun aquellos pobres espíritus que estén lejos del valor de obrar bien, con la debida
constancia; algo les quedará; por de pronto, esa especie de música moral de las buenas acciones
que halaga hasta los sentidos de los débiles de voluntad, que lleva al alma cierta serenidad
propicia a la buena siembra, como en el campo el tiempo tibio.37
En los tres cuentos que hemos examinado, la lectura deja de ser un mero
pasatiempo y desempeña un papel vital en la toma de conciencia y la actuación de los
personajes femeninos. La protagonista de “Rivales” es buena lectora porque sabe
utilizar la lectura como instrumento de análisis de la experiencia vital; el que el libro
de que se sirva sea de un autor de tercera fila que no es más que un miserable no es
óbice a que saque de él las conclusiones relevantes para su conducta. Clarín es el
maestro de la elipsis, pero en esta ocasión habría sido interesante saber por qué
caminos esta señora haya aprendido a leer tan bien. ¿Gracias a su esposo académico
de la historia? No se nos informa al respecto. Cristina, la protagonista de “Un
10
documento” se enfrasca en textos místicos que van más allá de sus facultades
intelectuales; saca de ellos un ideal de amor condenado al fracaso desde el momento
en que intenta ponerlo en práctica. La novela naturalista que su ex amante escribe
acerca de ella después de haberla analizado como un documento humano sí que le
enseña verdades sobre ella misma que antes ignoraba, aunque no es capaz de
agradecérselo. “La imperfecta casada” es el relato más duro de los tres. Mariquita
debe a sus lecturas piadosas la conciencia de que su renuncia al placer no es más que
el disfraz de su indignidad moral pero no la encaminan hacia el consuelo espiritual.
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Bibliografía
Blanco, A., “Gender and National Identity: The Novel in Nineteenth Century Spanish
Literary History”, en: L. Charnon-Deutsch y J. Labanyi (eds.), Culture and Gender
in Nineteenth-Century Spain, Oxford, Clarendon Press, 1995, pp. 120-136.
Kirkpatrick, S., “Fantasy, Seduction and the Woman Reader”, en: L. Charnon-
Deutsch y J. Labanyi (eds.), Culture and Gender in Nineteenth-Century Spain,
Oxford, Clarendon Press, 1995, pp. 74-97.
Steenmeijer, M., “¿Defensa del naturalismo? Sobre ‘Un documento’ de Clarín’”, en:
Foro hispánico 15 (1999), pp. 91-97.
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