Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
INTRODUCCION AL DERECHO
UNIDAD IV
CAPITULO I
EL CONSTITUCIONALISMO
CONCEPTO
A la vez esta búsqueda de la limitación del poder nos hace enfrentarnos a otro concepto
cardinal: “el Derecho”. No hablamos aquí de la mera limitación fáctica del poder, estamos ante la
necesidad de someter el ejercicio del poder al Derecho1, entendido como conjunto de normas
(formulaciones abstractas y de cumplimiento obligatorio) de modo tal que el ejercicio del poder se
convierta en previsible desde el punto de vista de la racionalidad de aquellos a quienes se dirige.
Esto es así ya que el derecho, básicamente consagra la prohibición de ciertas conductas y el
estímulo de otras, a través de lo cual se puede percibir una cierta orientación en la convivencia de
quienes integran determinado colectivo social.
1
En este sentido Rodrigo Borja nos dice directamente “que se conoce con el nombre de constitucionalismo a la
tendencia moderna de someter el Estado al derecho” Borja, Rodrigo; Derecho Político y Constitucional Ed. Fondo de
Cultura Económica, México 1992, pag. 309.
Al darnos su concepto, Sagues identifica al constitucionalismo como “un proceso político-
jurídico que tiene por meta establecer en cada Estado un documento normativo -la Constitución –
con determinadas características formales (texto preferentemente escrito, orgánico, con supremacía
sobre las demás reglas del derecho) y de contenido (organiza la estructura fundamental del Estado,
define sus fines y enuncia los derechos de sus habitantes)"2.
Nosotros nos sentimos, con todo respeto, tentados a complementar el concepto dado con
anterioridad, agregando, que el constitucionalismo es “un proceso, histórico, político y jurídico que
tiene por meta establecer en cada Estado un documento normativo –la Constitución- con
determinadas características formales (texto escrito, supremacía) y de contenido organizacional del
Estado (estructura del Estado y relaciones con sus habitantes) en garantía de los derechos
individuales y sociales de la población.
Este punto de inflexión lo podemos ubicar sin exagerados esfuerzos en la segunda mitad del
siglo XVIII y está marcado por una tendencia organizativa del Estado que le puso límites al poder y
a su ejercicio. Las primeras revoluciones burguesas con sus declaraciones de derechos son el punto
de partida del proceso que analizamos.
Al afirmar que estamos ante un proceso, estamos afirmando que las pautas esenciales, de
carácter valorativo, no han sido agotadas, por cuanto han debido ser adecuadas a nuevas
condiciones y circunstancias, determinadas por la lucha de diversos sectores sociales en búsqueda
de ser incluidos. En la medida que el “poder” adquiere nuevas facetas y se ejerce en distintas
2
Sagues, Néstor, “teoría de la Constitución” Ed. Astrea, Buenos Aires, 2001
circunstancias, los límites previstos necesariamente deben ser adecuados, a lo que debe sumarse la
necesidad de dar respuesta a condiciones de convivencia que han ido adquiriendo una complejidad
impensable. Debe tenerse en cuenta que no estamos haciendo referencia a retoque menores ni a
simples adaptaciones de coyuntura, estamos hablando de responder a realidades económicas,
sociales y políticas absolutamente nuevas.
Así mismo hablar de constitucionalismo como proceso histórico, tiene una fuerte raíz
dialéctica, que nos lleva a concluir que, de nuevas circunstancias no previstas, habrán de resultar
nuevos derechos o generaciones de derechos.
Hemos visto que si bien el constitucionalismo debe ser entendido como un proceso
histórico que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII, ya hemos dicho que antes de dicha
fecha se pueden encontrar situaciones que si bien no pueden entenderse como formando parte de
una continuación cronológica sin solución de continuidad, deben sin embargo ser entendidos como
antecedentes y formadores de lo que luego sería el constitucionalismo.
Desde un punto de vista amplio, cualquier modo de organización estatal incluso los más
primitivos presentan algún tipo de organización. Sin embargo hemos dicho que no toda
organización es una Constitución. En la edad antigua casi sin excepción el poder era sinónimo de
poder absoluto, en la medida que quien lo ejercía, no tenía ningún tipo de límite. En muchos casos,
incluso el monarca era dios o una suerte de representante de dios o de los dioses en la tierra. Hubo
sin embargo algunas excepciones, en las que se puede observar algunos de los caracteres esenciales
de lo que luego será el constitucionalismo, aunque absolutamente acotados.
De todos modos es preciso destacar que su ámbito personal de aplicación comenzó siendo
restringido a una minoría (los señores feudales), aunque el desarrollo posterior de su contenido y la
paulatina expansión de sus cláusulas a otros sectores de la población, la colocaron como el principal
antecedente del constitucionalismo en lo que ha tenido especial importancia el hecho de que en
Inglaterra la situación de los derechos individuales si bien fue lenta, no sufrió interrupciones
excesivamente prolongadas, como ocurrió en España.
3
Hobsbawn, refiere toda la etapa de 1789 a 1845 como la era de la Revolución y afirma en el mismo orden de ideas
que el triunfo de esta revolución, no fue el triunfo de la industria como tal, sino el triunfo de la industria capitalista, ni
de la libertad y la igualdad en general, sino de la libertad y la igualdad burguesa o de la clase media, y tampoco de la
economía moderna, sino de la economía de una cierta región del mundo (parte de Europa y algunas regiones de
Norteamérica) Hobsbawn, Eric; “La era de la revolución”, Crítica, Grijalbo Mondadori, Tercera reimpresión, Buenos
Aires 19999, pág. 8 a 12
fue imperioso el reconocimiento de otros límites, de otras libertades, de contenido mucho más
político, como la libertad de expresión y otros derechos políticos, incluida cierta participación.
En cierta medida, el constitucionalismo y todo el proceso histórico del que fue parte, implicó
la ampliación de las elites dirigentes, a efectos de traspasar los estrechos límites de la nobleza y del
clero. También es cierto que, de algún modo, la historia del constitucionalismo consiste en una
doble ampliación, por un lado cada vez más derechos, como ya hemos dicho, y por otro cada vez
mayores sectores sociales, a punto de llegar a la inclusión universal.
Inglaterra fue la primera nación del mundo en articular de forma estable un Estado
constitucional, en razón de que los antecedentes estudiados no sufrieron las abruptas interrupciones
que se dieron en España. Sin embargo no siempre fue fácil conocer con exactitud el
constitucionalismo británico. Su naturaleza histórica, la complejidad de sus fuentes, en las que se
mixtura todavía hoy el derecho escrito, el consuetudinario y las convenciones, explican en buena
parte esta dificultad. En 1688 había vertebrado una monarquía constitucional, basada en la
separación y equilibrio entre los poderes del Rey, los Comunes y los Lores, que derivó en un
profundo proceso de parlamentarización, en virtud del cual a fines del siglo XVIII la dirección
política del Estado se había desplazado en gran parte del Rey a un Gabinete, en el que sobresalía un
Primer Ministro responsable ante los Comunes.
CARTA MAGNA (1215) dación o pacto del Rey Juan sin Tierra a los Nobles. Los
señores feudales aceptan la autoridad del Rey a cambio de la limitación del poder de éste. Entre sus
disposiciones más destacadas se establecía que el rey no podía crear impuestos sin el
consentimiento de los señores temporales y espirituales (que integraban el Parlamento), que los
barones debían ser juzgados por sus iguales y el derecho de libertad corporal y de circulación. Si
bien en un primer momento se limitó el ámbito de aplicación a los señores feudales con
posterioridad se amplió a otros sectores de la población.
PETITION OF RIGHTS (1628) Sanción del Parlamento aceptado por el Rey Carlos I, a
partir del cual los impuesto debían ser aprobados por el Parlamento.
b) Consejo
1660 restauración de la monarquía con Carlos II. Caen los instrumentos sancionados
durante la época de Cromwell.
BILL OF RIGHTS (1689): Se consagra la supremacía de la ley por sobre la voluntad del
Rey, se reconocen ciertos derechos en materia de libertad física y algunas garantías procesales, se
reconoce la libertad de expresión, el derecho de petición y algunas libertades electorales. El Bill of
Rights, establece definitivamente una forma de organización jurídica constitucional inglesa, a partir
de la recepción por escrito solamente de algunos aspectos y el reconocimiento del derecho producto
de la costumbre constitucional.
CONCLUSION: Todo este proceso dio como resultado una constitución inglesa, que
mantuvo continuidad hasta nuestros días. La pieza angular es el Bill of Rights, al que deben
incorporárseles los documentos previos: la Carta Magna, la petición of Rights y otros posteriores
como el Acto f Settlement (1701) y el Parliament Act. (1711). El productos de este sistema de actas
donde juega un rol preponderante la costumbre. Es una constitución inorgánica, no codificada, no
escrita totalmente y que sin embargo está dotada de una semirrigidez consecuencia de la propia
conducta de los actores constitucionales, habida cuenta que no existe ninguna previsión expresa de
supralegalidad.
El Proceso constitucional de los Estados Unidos de Norteamérica, puede ser calificado como
uno de los ejemplos más claros de los intentos racionales de organizar una forma de gobierno. Esto
surge claramente de la situación existente y de la historia precedente, que incluye una suerte de
mixtura entre un proceso de independencia y un proceso de organización constitucional y a la vez la
inexistencia de los obstáculos sociales e institucionales derivados de la existencia del Antiguo
Régimen y de la más obvia de sus manifestaciones institucionales: las monarquías absolutas, lo que
era un dato ineludible, con diversas intensidades, en las distintas experiencias constitucionales
europeas. Por otro lado, los tres grandes aportes del constitucionalismo norteamericano al
constitucionalismo occidental – a saber, “el federalismo”, “el republicanismo presidencialista” y
“el control judicial de la constitucionalidad” – fueron consecuencia de las necesidades diferentes
que atravesaron los procesos norteamericano por un lado y europeos por otro.
Por otro lado es fundamental destacar el carácter transaccional del texto aprobado que
condujo a una solución de compromiso, compromiso que como bien apunta García Pelayo, era
coyuntural y sin embargo dio origen a la Constitución más antigua vigente en la actualidad. Los
cuatro compromisos centrales conforme el análisis de este autor son: a) entre las tendencias
federalistas y centralistas; b) entre los estados grandes y los estados chicos; c) entre los estados
esclavistas del sur y los del norte y d) el compromiso entre la democracia y los intereses de las
clases ricas.
Todo esto dio como resultado el establecimiento de un sistema de división de poderes que
presenta originalidades. En tal sentido se debe tomar en cuenta que:
El esquema básico del gobierno central está dado por una relación residual de facultades
para los estados locales, que conservan todos los poderes no delegados al Estado Federal. Dentro de
este un Poder Ejecutivo ejercido por un Presidente elegido en forma indirecta, con fuertes poderes;
un Poder Legislativo compuesto por dos Cámaras, una de Representantes, cuyos integrantes son
elegidos en proporción a la cantidad de habitantes y otra, el Senado, compuesta por dos senadores
por cada Estado; y finalmente un Poder Judicial Federal designado por el Poder Ejecutivo con
acuerdo del Senado. Esta estructura de poder, como puede verse, combina los intereses de un
gobierno central que unifique al conjunto y a la vez de los estados (ex colonias) en un sistema que
ya hemos definido como original y que fue resultado de la creación racional de los constituyentes,
pero con un alto espíritu pragmático.
Los sucesos desarrollados en Francia durante los últimos once años del siglo XVIII, fueron
sin lugar a dudas los más importantes en la historia política de occidente, en muchos aspectos, no
sólo en orden a su propio desarrollo, sino y lo que es tal vez más destacable, a partir de que
significaron el comienzo de una nueva era en los conceptos de poder, Estado e individuo4.
Desde el punto de vista del constitucionalismo, los principales aportes del proceso francés
pueden encontrarse en la obra del Abate Siéyes. Debe destacarse que no estamos hablando de un
puro doctrinario, por cuanto Siéyes, fue activo protagonista de las luchas políticas de su época. Su
obra “¿Qué es el Tercer Estado?”, contiene reflexiones de utilidad en orden a diferenciar el “poder
constituyente”, de los “poderes constituidos”, lo que en definitiva significa un aporte ineludible en
la construcción del constitucionalismo.
4
En este sentido, Hobsbawn nos dice: “Si la economía del mundo del siglo XIX se formó principalmente bajo la
influencia de la Revolución Industrial inglesa, su política y su ideología se formaron fundamentalmente bajo la
influencia de la Revolución Francesa” Hobsbawn Eric, “La era de la Revolución” citada pag. 61.
5
La Revolución Francesa produjo un cambio fundamental en la concepción de la representación: la unidad básica ya
no fue más la familia, la propiedad o la corporación, sino el ciudadano individual, y la representación en lugar de
encauzarse a través de cuerpos funcionales aislados, se canalizó por medio de una asamblea nacional unificada de
legisladores. Bendix, Reinhardt, “Estado Nacional y ciudadanía”, Amorrortu, Buenos Aires, 1974, pag. 95 y 96.
6
Habermas, Jurgen “La Soberanía Popular como procedimiento”, en “Facticidad y Validez” Ed. Trotta, Madrid 1998
pag. 589
En la Nación radica la Soberanía, o sea el poder, y este poder puede ser identificado como
“poder constituyente” (poder de dictar o hacer la constitución) en la medida que organiza el poder.
Justamente es Siéyes, quien incluye la idea de la falta de límites al poder constituyente, salvo el
derecho natural. El poder constituyente es el ejercicio mismo de la soberanía popular y como tal
supremo a tal punto que la propia Nación, lo habrá de ejercer cuantas veces sea necesario, sin
reconocer ningún tipo de limitación en las formas, ya que “todas las formas son buenas y su
voluntad siempre es la ley suprema”.
Separa los poderes “constituidos”, en la medida que estos están sometidos a las leyes
fundamentales, emanadas del poder constituyente.
Por otra parte Siéyes nos introduce a la idea de la “representación política”, aunque
absolutamente diferenciada entre la que se habrá de dirigir a ejercer el poder constituyente, y
aquella que solamente se referirá al ejercicio del poder constituido.
Las distintas constituciones dictadas en este período revolucionario (la de 1791, 1793 entre
otras), estuvieron marcadas por la coyuntura política del momento y las ventajas o preeminencias al
un sector por sobre otros, sin embargo no puede pasar desapercibido la universalización del
sufragio, contenido en la Constitución de la Montaña (1793), pues si bien fue una conquista
momentánea, significó un precedente ineludible para el desarrollo político y constitucional.
Algunos autores lo consideran como un antecedente del constitucionalismo social.
Aún cuando establece los derechos fundamentales de los ciudadanos franceses y de todos los
hombres sin excepción, no se refiere a la condición de las mujeres o la esclavitud, aunque esta
última será abolida por la Convención Nacional el 4 de febrero de 1794. Sin embargo es
considerado un documento precursor de los derechos humanos a nivel nacional e internacional.
la libertad
la propiedad
la seguridad
la resistencia a la opresión
En el apogeo del constitucionalismo liberal, las brechas eran más grandes entre la burguesía
propietaria y el proletariado, que las existentes entre nobles y burgueses antes de la Revolución
Francesa.
Sin embargo los movimientos y las luchas políticas estuvieron marcadas, no sólo por esta
necesidad de amplios sectores de agregar mayores contenidos a los derechos individuales
reconocidos como productos de las primeras revoluciones, sino también a conseguir la
universalización de estos últimos y básicamente de los derechos. La ampliación de la participación
política, la universalización del sufragio y de la elegibilidad para cargos públicos, es en definitiva la
coronación de los postulados teóricos de las primeras revoluciones burguesas (recuérdese lo dicho
sobre la Constitución de la Montaña de 1793).
Es imperioso reconocer, sin embargo, que esta ampliación de los derechos políticos, a su vez
condujo al fortalecimiento de las posturas que prepararon, directa o indirectamente la aparición de
la segunda gran etapa del constitucionalismo: “el constitucionalismo social”.
7
“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado,
esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que
éste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera,
sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado”. Marx
Carlos y Engels Federico, “Manifiesto del Partido Comunista” Editorial Anteo, pag. 43
8
“La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en
manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir
sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí. Los
progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del
aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la
gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la
par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son
igualmente inevitables.” Marx Carlos y Engels Federico, “Manifiesto del Partido Comunista” Editorial Anteo, pag. 51
En términos de análisis político y social, la mayor participación política condujo a una
mayor influencia en cuanto a la protección jurídica efectiva de los sectores que se incorporaban al
sistema político-jurídico.
El siglo XIX, estuvo en consecuencia marcado, sin lugar a dudas por tres procesos que
marcharon interrelacionadamente: el desarrollo de la economía capitalista, la divulgación del
constitucionalismo liberal y la lucha por la ampliación del universo de los derechos y de los
titulares de estos.
a) Todo Estado necesita una constitución jurídica, formal, preferentemente unificada, que presente la
característica de “suprema” por sobre el resto del ordenamiento jurídico.
b) El ordenamiento constitucional consagra la propiedad individual como derecho central, que no
puede ser afectada ni limitada por el Estado.
c) El sistema político presenta fuertes rasgos aristocráticos, a partir de la exclusión en la participación
política pasiva y activa, lo que se refuerza con la idea de la representación libre, no ceñida a
mandatos o instrucciones.
d) Se consagra la división de poderes.
e) El individuo aislado es entendido como único titular de derechos, los que formalmente le
corresponden independientemente de sus circunstancias sociales (con las excepciones apuntadas).
El sindicalismo y los partidos políticos son una respuesta a la soledad del individuo inerme
frente al poder, ya no sólo del Estado, sino del poder económico ilimitado. Este proceso de
aparición de organizaciones sociales, de protección, contención y lucha por el poder de los sectores
menos favorecidos de la sociedad, termina moldeando un Estado distinto, sobre la base de la
aceptación lenta y paulatina de la existencia de otros derechos además de los individuales, o en todo
caso sobre la aceptación de la necesidad de incorporar un criterio de realidad a la igualdad formal
promovida desde los albores de las revoluciones burguesas.
Por derechos sociales podemos entender como aquellos derechos que tienen por
objetivo proceder a limitar las desigualdades existentes en una sociedad determinada de modo
tal de permitir un mínimo de igualdad real. En definitiva hablar de derechos sociales nos termina
derivando a la idea de ampliación de participación en el ejercicio del poder; ya no se trata solamente
de participar en el poder político de un Estado determinado sino también de participar
efectivamente en el producto económico de la sociedad.
El siglo XX, como período histórico, puede decirse que comienza en 1914 9, en razón de que
en dicho año con el comienzo de la primera guerra mundial se abre un proceso de transformaciones
de inigualables dimensiones. Desde el punto de vista político institucional, la guerra mundial trae
como consecuencia el definitivo agotamiento de los regímenes liberales europeos, lo que se agrava
aún más a partir de la manifestación de la crisis económica de 1930, a partir de la cual se acepta la
intervención del Estado en la economía, incluso desde una óptica capitalista.
Así mismo la Revolución Rusa de 1917, y el posterior establecimiento del comunismo como
sistema de gobierno en la antigua Rusia zarista, marca un hecho inédito en cuanto a la organización
estatal y económica hasta entonces desconocida.
La limitación jurídica del ejercicio del poder, hemos dicho es una característica del
constitucionalismo. En este sentido las sucesivas incorporaciones de derechos a los textos
constitucionales obedecieron a distintos procesos particulares.
9
En este orden de ideas puede verse la obra ya citada de Hobsbawn Eric, entre otros
rendición en la primera guerra, dieron lugar a la inclusión en los textos constitucionales de
limitaciones de los derechos individuales de propiedad y el reconocimiento de la actividad del
Estado a efectos de proteger efectivamente a las clases sociales más desprotegidas. Básicamente en
México los sectores campesinos (logran una reforma agraria) y en Alemania el proletariado urbano.
Así entonces la Constitución mexicana de Querétano de 1917 y la Constitución alemana de Weimar
de 1919, se pueden identificar como el comienzo del constitucionalismo social, que continuó con el
dictado de este modelo de constituciones en distintos estados europeos.
A partir de la segunda década del siglo XX, comienza un proceso de grave retroceso en el
reconocimiento y respeto de los principio del constitucionalismo, que si bien obedeció a una
multiplicidad de circunstancias causales, puede establecerse que en alguna medida la insuficiencia
inclusiva del constitucionalismo individual ó liberal a efectos de dar respuesta a la sociedad de
masas resultante del propio capitalismo, fue la que contribuyó al surgimiento de estas nefastas
experiencias. En este sentido podemos individualizar las experiencias más notorias en la Alemania
nazi, en la Italia fascista, en la España franquista y en el gobierno corporativo portugués. Algunos
autores colocan dentro de estos regímenes al modelo stalinista surgido en la Unión Soviética con
posterioridad a la muerte de Lenin, particularmente, no coincidimos con esa apreciación, si bien
podemos coincidir que el proceso soviético fue autoritario, los motivos por los cuales se llegaron a
los señalados regímenes son diferentes, por cuanto existen diferencias sustanciales en cuanto al
mantenimiento de las relaciones de producción y al sostenimiento de las burguesías nacionales.
Los totalitarismos de derecha pueden ser vistos como producto de una autoprotección de la
burguesía, que al verse colocada en la situación amenazante para el disfrute de sus derechos de
propiedad, por la lucha social enarbolado por los sectores excluidos y marginados, “prefirió
sacrificar las libertades políticas burguesas con tan de conservar su sagrado derecho de
propiedad”10.
En los países europeos, cuna de las primeras revoluciones burguesas, el proceso inclusivo a
partir de la aparición de los partidos políticos y de los sindicatos, que llevaron a la extensión de los
derechos políticos, y su consecuencia respecto del reconocimiento de ciertos derechos sociales, en
10
Lucas Verdú, Pablo “el sentimiento constitucional” Madrid, Instituto Editorial Reus, 1985 pag. 111
cierta medida atemperó a tiempo la insuficiencia del primer constitucionalismo. Incluso la
consecuencia política del marxismo a partir de la aparición de dos grandes vertientes doctrinarias (la
comunista que perseguía cambios radicales en el sistema capitalista y la socialdemócrata que
planteaba cambios paulatinos incluyéndose dentro del sistema), concluyó con la incorporación al
sistema de decisiones políticas del sector socialdemócrata, que aceptó la participación dentro de las
reglas de juego de la democracia formal, en una manera paulatina.
Por su parte los totalitarismos de derecha no puede decirse que sean producto de una
elaboración doctrinaria y filosófica, sino más bien producto de la burguesía que adoptó acciones
concretas en defensa de sus propios derechos ante el avance del proletariado. En definitiva las
libertades burguesas y sus consagraciones constitucionales habían servido para el desorden de la
sociedad, el debilitamiento del Estado nacional y de los sistemas de producción.
Estos datos históricos no pueden ser obviados al momento de analizar la evolución del
constitucionalismo en Occidente. Decimos esto, en tanto la necesidad de las denominadas
democracias occidentales de contar un frente interno sólido, que derivó en gran medida en un
trabajo de profundización de los denominados derechos sociales, que necesariamente desarticuló, o
cuanto menos atemperó el peligro de conflictos internos a partir del accionar de sectores sociales
que podría verse seducidos por propuestas políticas de identificación con el denominado socialismo
real.
Ante esta situación, la burguesía capitalista pacta o acuerda con los sectores del trabajo, la
expansión de los derechos sociales, garantizando la inclusión social y el consumo, que permita
acrecentar el sistema capitalista, evitando las tensiones existentes durante los períodos anteriores, al
mismo tiempo que evitar la revolución socialista en toda Europa.
El Estado de Bienestar
Así caracterizado, el Estado de Bienestar trajo una serie de consecuencias político – jurídicas
relevantes. En primer lugar la actividad del Estado ya no quedó reducida a las tareas mínimas y
elementales de Seguridad y Educación, sino que se amplió y se integró, ya sin retorno, la prestación
de servicios de salud y de la seguridad social. A la vez, se incorporó la acción directa del Estado en
vivienda social, y asistencia elemental. Esto equivale a decir que la subsistencia elemental de los
integrantes de la sociedad involucraba directa y prioritariamente al Estado. A la vez se desarrollaron
políticas legislativas de regulación, especialmente en cuestiones relacionadas con el trabajo en
particular y la actividad económica en general. También debe tenerse en cuenta que a efectos de
contribuir al sostenimiento de los presupuestos estatales cada vez más crecientes, por un lado y a
una suerte de redistribución del ingreso por otro, se fueron produciendo modificaciones en la
política tributaria a partir del aumento de los impuestos.
Estas cláusulas por lo general contienen una clara referencia a la promoción de la igualdad
real de oportunidades, y a la vez una fuerte reivindicación de la posibilidad del Estado para
intervenir en la economía.
11
Forsthoff, Ernest “Concepto y Esencia del Estado Social de Derecho” en el Estado Social, publicación del Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1986, pag. 86.
12
Galasso Noberto, “Perón, Formación, Ascenso y Caída (1893-1955) Ed. Colihue, pag. 543
Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzó una etapa que puede ser definida como
aparición y generalización de los derechos humanos, y que sin dudas fue consecuencia de las
terribles degradaciones que millones de personas sufrieron antes y durante la guerra. El
reconocimiento de la existencia de la persona humana como sujeto de derechos que son esenciales
para su existencia y de los cuales no se la puede privar sin degenerar su condición de tal, significó
sin dudas un paso sustancial que afectó la idea de soberanía absoluta e ilimitada, y vino a poner
límites, muchas veces no eficaces, a la capacidad de acción de los Estados dentro de su territorio.
El proceso que estamos refiriendo tuvo un punto de partida con las declaraciones
internacionales de los derechos del hombre entre las que se deben citar especialmente la
Declaración Americana y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este proceso tiene
dos particularidades. Por un lado la formación de una comunidad internacional con organización
jurídica, como resultado de la aceptación de los estados parte y por otro el reconocimiento de la
persona humana como sujeto de protección de esta propia comunidad.
Así pues, los usuarios, e incluso los consumidores son reconocidos como titulares del
derecho a la protección por parte del Estado, que asume un nuevo rol, ya no de hacedor sino
regulador, en la medida que su ausencia puede derivar en fuertes modificaciones o afectaciones de
la realidad social.
Estas circunstancias nos llevan a hablar de los que genéricamente se denominan derechos
colectivos y que se caracterizan por que su titularidad no es individual ni excluyente. Están en
cabeza de la sociedad en su conjunto y su ejercicio y protección por parte de los integrantes de la
sociedad como colectivo arrastra necesariamente la protección para todos los demás que integran
ese conjunto.
Los derechos de usuarios y consumidores, el derecho al medio ambiente 13, son fundamentalmente
incluidos en esta categoría de derechos, pero a la vez se van reconociendo otros derechos a partir de
la identificación de ciertas realidades que afectan e influyen fuertemente sobre el conjunto social,
tal el caso de la información, el derecho a una información veraz, que no es otra cosa que aceptar
nuevas situaciones en las que el “poder real” (el económico y financiero), se ha reagrupado en una
perfecta red de control de los medios de comunicación, con el objeto de manipular el mensaje,
confundir la sociedad y debilitar el sistema político lo que conlleva como consecuencia, al
debilitamiento general del sistema democrático.
Es una Constitución nueva que organiza un Estado nuevo, la República Argentina, pero se
asienta sobre un pasado anterior a 1853.
HISTORIA
Dos son los principios políticos que constituyen el esquema organizativo de nuestro actual
régimen político, y son la base del nuevo ciclo que comienza a partir de la Revolución de Mayo:
- Libertad
- Derechos Individuales.
Existe, pues, una Doctrina de Mayo cuya maduración definitiva se dio en las jornadas de la
independencia, por eso es que no se descubre formulada en un solo documento, en un hecho ó en un
autor. Desde 1810, fue articulándose un ideario o Dogma de Mayo en contacto fecundo con la
realidad, que choca con ella o se impregna de ella, y se despliega siempre en la extensión de nuestra
vida y en la sucesión de las generaciones.
Para interpretar los alcances de la Revolución de Mayo y su doctrina no hay que perder de
vista que fue un movimiento de emancipación nacional con evidente proyección continental, que
sentó principios básicos para la formación de muchos nuevos Estados.
PRINCIPIOS
d) Forma Republicana: Si bien en mayo de 1810 no hubo una manifestación expresa sobre
forma de gobierno, de las disposiciones adoptadas surgen las características republicanas, resumidas
en: elección popular, periodicidad de las funciones, responsabilidad de las funciones y publicidad
de los actos de gobierno.
- Elección Popular: El cabildo abierto del 22 de mayo, allí Saavedra, entre otros, mantuvo
la posición de que “por voluntad del pueblo” se conferían poderes al cabildo con la facultad de
constituir el gobierno y se eliminaba al virrey.
- Publicidad de los actos de gobierno: previsto en el art. 8 del Reglamento que expresa:
“que esta misma Junta ha de publicar todos los días primeros del mes un estado en que se dé razón
de la administración de la Real Hacienda”. Se crea un periódico semanal “La Gazeta de Buenos
Aires”, para difundir los ideales revolucionaros y la actuación de la Junta.
En el marco de este proceso histórico, el hecho más trascendente desde el punto de vista
jurídico-político y que importa en la línea de estudio de este trabajo, es la convocatoria y
constitución de la Asamblea Constituyente del año 13 (funcionó desde el 31 de enero de 1813 al 15
de abril de 1815).
Labor legislativa
La Asamblea se disuelve en el año 1815, ante la caída del Director Alvear. El cabildo de
Buenos Aires reasume la autoridad y dicta el Estatuto Provisorio de 1815. Se crea el cargo de
Director Supremo encargado de las relaciones exteriores de la nación y una Junta de Observación
con facultades legislativas y constituyentes. Las provincias rechazan el Estatuto por el contenido
unitario y sólo admiten la convocatoria de un congreso constituyente a reunirse en Tucumán.
EL CONGRESO DE TUCUMÁN
El Congreso se traslada a Buenos Aires y sanciona la Constitución del año 1819, lo que
implicó la muerte de las autonomías provinciales. La Constitución era Republicana Unitaria y de
carácter liberal.
El Poder Ejecutivo estaba a cargo de un Director de Estado elegido por las Cámaras.
Los Federales del litoral se sublevan y triunfan sobre las fuerzas de Buenos Aires en la
batalla de Cepeda el 1 de febrero de 1820.
Se disuelve el congreso, cae el Director supremo y los caudillos obligan a Bs. As. A
establecer sus propias autoridades y negociar la paz. El cabildo reasume su autoridad.
Buenos Aires deja de ser la sede de los gobiernos nacionales como la había sido desde 1810
a 1820 y se constituye definitivamente como entidad autonómica con sus instituciones y autoridades
propias.
Por eso, no obstante la dispersión provinciana, no ceden las aspiraciones ni las tentativas de
organización nacional, como lo revelan los propósitos expuestos en los tratados y congresos
(Tratado de Pilar, Congreso de San Lorenzo, Pacto de Benegas, constitución de 1826, Pacto Federal
del 4 de enero de 1831, Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos que establece la reunión de un
congreso constituyente).
Para que se adquiera una visión de la importancia del derecho público de la época,
mencionaremos brevemente las constituciones, cartas, estatutos y reglamentos provinciales, que
ordenan las instituciones y gobiernos locales:
Las provincias desde 1820 se gobiernan conforme sus propias instituciones, pero no se
olvidan del principio superior de la Nación.
Los pactos, tratados, convenciones o acuerdos celebrados por las provincias constituyen un
sistema de unión y compromiso recíproco. Por ese sistema, aquéllas reconocen que son entidades
autónomas integrantes de la Nación y regulan sus relaciones. La unidad nacional subsiste en
potencia, como una aspiración común mantenida viva por esos pactos. De allí que el derecho
contractual actúe eficazmente y prepare el acceso a la organización y a la unidad de las catorce
provincias que se logra con la Constitución de 1853-1860.
El sistema de pactos interprovinciales tiene sus primeras manifestaciones con José Gervasio
Artigas, pero adquiere matices especiales después de 1820. Disuelta la autoridad nacional en este
último año comienza el predominio jurídico-político del pacto en el proceso de organización del
Estado, que responde en general a tres objetivos fundamentales: a) resolver los problemas
provinciales comunes a dos o más provincias (límites territoriales, navegación de los ríos,
cuestiones de guerra, defensa, comercio, extradición de delincuentes, etc.); b) ratificar la cohesión
del sentimiento nacional y la voluntad de llegar a la constitución, cuando prevén la reunión de
congresos y convenciones y órganos comunes, y c) sentar las estructuras básicas del futuro
constitucionalismo, que plasmará definitivamente en la ley suprema.
Los principales tratados que podemos citar para este trabajo son:
- El Tratado del Pilar, firmado el 23 de febrero de 1829 entre Buenos Aires, Entre Ríos y
Santa Fé. Por él las partes contratantes se pronuncian a favor de la federación.
- El Tratado del Cuadrilátero, entre Buenos Aires, Santa Fé, Entre Ríos y Corrientes, del
25 de enero de 1822. Establece “una paz firme, verdadera amistad y unión permanente entre las
cuatro provincias contratantes, cuya recíproca libertad, independencia, representación y derechos se
reconoce y deben guardarse entre sí en igualdad de términos.” Prevé la defensa del territorio
nacional ante cualquier ataque extranjero, la libertad de comercio y la convocatoria a un congreso
general.
- Pacto Federal del 4 de enero de 1831, originariamente celebrado entre Buenos Aires,
Santa Fé y Entre Ríos. Posteriormente adhiere Corrientes. Luego de la renuncia de Rivadavia la ley
del 18 de agosto de 1827 dispone la disolución del Congreso de 1824, y del gobierno nacional, no
obstante recomienda a Buenos Aires la dirección de la guerra y las relaciones exteriores. La Junta
de Representantes elige como gobernador a Manuel Dorrego quien luego es derrocado por los
unitarios y mandado a fusilar por Lavalle.
El General José María Paz desaloja del gobierno de Córdoba a Bustos y pone en marcha un
plan destinado a obtener la dominación de las provincias no litorales: La Rioja, Catamarca,
Córdoba, San Luis, San Juan, Mendoza, Santiago del Estero, Tucumán y Salta. Se forma la llamada
Liga Unitaria.
Ante ello, las provincias del litoral buscan constituir un frente federal y luego de varios
convenios preliminares, se firma el célebre Pacto Federal. El Pacto establece una alianza ofensiva y
defensiva entre las provincias signatarias, establece que las demás provincias pueden entrar a la liga
siempre que acepten el sistema federal y obtengan el consentimiento de las provincias firmantes,
pero la importancia radica en los arts. 15 y 16. Dispone que debe residir en la capital de Santa Fé
una comisión compuesta de un diputado por cada una de las provincias del litoral, con la
denominación de “Comisión Representativa de los Gobiernos de las Provincias Litorales de la
República Argentina, a la que le fija las siguientes atribuciones: a) celebrar tratados de paz, declarar
la guerra, adoptar medidas militares, determinar el contingente de tropas de cada provincia, y b)
“invitar a todas las demás provincias….cuando estén en plena libertad y tranquilidad a reunirse en
federación con las tres litorales; y a que por medio de un congreso general federativo se arregle la
administración general del país bajo el sistema federal.
El Pacto de 1831 sienta las bases fundamentales de un federalismo vernáculo, con profundas
raíces en el pasado histórico. Rige con alcance nacional durante veintiún años y adquiere, así,
indudable trascendencia para la organización del país.
La adhesión posterior de todas las provincias consolida la unidad territorial; respeta las
autonomías locales pero robustece, a la vez el vínculo jurídico- político común; crea mecanismos
generales de defensa interior y exterior; asegura derechos y obligaciones interprovinciales, y adopta
previsiones de índole militar, impositivo, comercial, de tránsito de personas y de tráfico terrestre y
fluvial de bienes entre las firmantes.
El Pacto no organiza el Estado, pero sienta las bases esenciales para la futura organización:
a) convocatoria de un congreso, y b) sanción de una constitución federativa. Esas bases y la
adhesión de las provincias convierten a dicho Pacto en el documento que ha de servir para la
sanción futura de la Constitución.
Luego de Caseros y la caída de Rosas, Urquiza suscribe con Buenos Aires, Santa Fé,
Corrientes y Entre Ríos el Protocolo de Palermo, por el cual se le atribuye a Urquiza la
representación de las relaciones exteriores y acuerdan que los gobiernos firmantes designen el
plenipotenciario que ha de integrar la Comisión Representativa para que ésta, reunida en Santa Fé,
ejerza las atribuciones del art. 16 del Pacto Federal de 1831. Se invita a las demás provincias.
En respuesta a esa invitación asisten a la sesión inaugural del 29 de mayo de 1852, que se
celebra en San Nicolás de los Arroyos. El 31 de mayo se firma el famoso Acuerdo de San Nicolás
de los Arroyos que entre sus principales cláusulas dispone reconocer el Pacto Federal como Ley
Fundamental de la República; reunir a un congreso general constituyente de acuerdo a lo previsto
en el art. 16 del Pacto, en la ciudad de Santa Fé; cada provincia enviará 2 diputados; instituir una
autoridad nacional con el título de Director Provisorio de la Confederación Argentina, hasta que se
sancione la Constitución Nacional.
El Acuerdo fue ratificado por todas las legislaturas provinciales, la única que no lo ratificó
fue la de la provincia de Buenos Aires.
En cumplimiento de las cláusulas del Acuerdo de San Nicolás, Urquiza, dispone que el
Congreso General Constituyente de la Confederación Argentina se instale en Santa Fé.
Se reunieron los representantes de doce provincias argentinas, San Juan se agregó en febrero
de 1853 faltando sólo los de Buenos Aires.
Se nombra una Comisión Redactora la que luego de una extraordinaria actividad presenta su
proyecto de constitución el 18 de abril de 1853, acompañado por un informe explicativo, señala
“Vuestra misión es arreglar la administración general del país bajo el sistema federal, según el art.
2º del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, firmado el 31 de mayo de 1852, de conformidad con
el art. 16 del tratado celebrado en esta ciudad de Santa Fé el día 4 de enero de 1831 (se refiere al
Pacto Federal). El sistema federal es, por consiguiente, la base del proyecto que la Comisión ha
concebido.
El ilustre pensador tucumano expone en su libro cuales deberían ser el espíritu y las
finalidades de las nuevas constituciones a dictarse en América, así señala:
“… el fin de las constituciones de hoy día: ellas deben propender a organizar y constituir
los grandes medios prácticos de sacar a la América emancipada del estado oscuro y subalterno en
que se encuentra”.
Esos “medios” para Alberdi “deben figurar hoy a la cabeza de nuestras constituciones. Así
como antes colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debemos poner la inmigración
libre, la libertad de comercio, los caminos de hierro, la industria sin trabas, no en lugar de
aquellos grandes principios, sino como medios esenciales de conseguir que dejen ellos de ser
palabras y se vuelvan realidades”.
Para Alberdi la escasa población en un territorio tan grande, conspira con la idea de Nación,
por ello su célebre consigna “en América, gobernar es poblar”.
Por ello, la Constitución debe garantizar la libertad religiosa, facilitar los matrimonios
mixtos, debe prodigar la ciudadanía y el domicilio al extranjero. Debe asimilar los derechos civiles
de los extranjeros. Abrirles acceso a los empleos públicos.
Buenos Aires se alza en revolución el 11 de septiembre de 1852 y se separa del resto de las
provincias. En consecuencia, no concurre al Congreso de Santa Fe y rechaza la constitución
sancionada por aquel. Poco tiempo después redacta su propia Constitución (8 de abril de 1854) cuyo
art. 1 establece que “Buenos Aires es un Estado con el libre ejercicio de su soberanía interior y
exterior mientras no la delegue expresamente en un gobierno federal”. Por su parte, el art. 171
enuncia: “El Estado de Buenos Aires no se reunirá al congreso general, sino bajo la base de la
forma federal, y con la reserva de revisar y aceptar libremente la constitución general que se
dicte”.
Por medio de ese convenio de paz, Buenos Aires se declara parte integrante de la
Confederación y verificará su incorporación por la aceptación y jura de la Constitución, mediante la
convocatoria a una convención provincial. Si la convención no realiza modificaciones se
compromete a jurar la constitución, si le realiza reformas al texto, deberán ser sometidas a la
decisión final de una convención nacional con participación incluso de Buenos Aires, que se obliga
a acatar sus resoluciones.
CAPITULO II
TEORIA CONSTITUCIONAL
Como natural consecuencia de esto, se derivan los dos elementos centrales que deben
constar en una Constitución: por un lado la declaración, o establecimiento de un mínimo de
derechos, y por otro la previsión acerca del modo que habrá de ejercerse el poder.
Sin embargo, no debemos dejar de lado que, más allá de las consideraciones generales
realizadas hasta aquí, la Constitución es una norma jurídica. Esto significa que, resulta un juicio
abstracto de cumplimiento obligatorio. En este sentido, decir que la Constitución es una norma
jurídica y recordar que es el pacto básico de convivencia, nos lleva a reconocer que debe ser la
norma jurídica más importante, en la medida que en ella no se contemplan situaciones de mera
coyuntura, sino que se establecen los principios básicos y a la vez los mecanismos de decisión.
14
Referirnos a la Constitución como consenso elemental implica una toma de posición respecto de la determinación
de la realidad por el derecho o viceversa. En este sentido, sostenemos que existe una relación dialéctica entre derecho
y realidad. Esto es así, en la medida que el acto propio del consenso, en cuanto producto de un proceso deliberación
previo e indispensable, resulta influenciado, cuando no determinado por las circunstancias materiales, pero a la vez y
en tanto está destinado a perdurar influye sobre la realidad o desaparece.
Se puede decir desde una óptica meramente limitacionista de la Constitución, que se podría
corresponder con el primer constitucionalismo, que en ella consta lo que el Estado no puede hacer
(el límite) y qué mecanismos deben ser utilizados para ejercer el poder que queda. Esto nos coloca
frente a dos ideas de límite, por un lado lo que no se puede hacer y por otro, la forma para hacer lo
que es permitido.
CARACTERISTICAS DE LA CONSTITUCION
Por un lado, si hemos dicho que la Constitución es suprema y perdurable, debe permitir la
adaptación a circunstancias no previstas. Si el pacto básico de convivencia o el principio de
organización no permite dar respuesta dentro de sí mismo a los acontecimientos novedosos, viene a
resultar que termina por quebrarse, por perder eficiencia. Para ser eficazmente suprema y
perdurable, la Constitución necesita ser adaptable15.
De todos modos, además de estas características, existen otras a las que les podemos dar un
contenido más instrumental, en la medida que, a nuestro juicio, no tienen tanto que ver con la
esencia del concepto Constitución, sino que tienen sentido solamente en orden a su utilidad para
15
Hablar de adaptabilidad de la Constitución como norma suprema y perdurable del ordenamiento jurídico nos remite
necesariamente a la teoría de los sistemas. El sistema político social organizado por la Constitución es mudable
necesariamente. Esta mudabilidad o trasformabilidad es consecuencia natural de entenderlo como un sistema vivo, en
el que la información fluye o influye multidireccionalmente. Sion adaptabilidad no hay influencia posible.
cumplir con las primeras. En este orden podemos incorporar el carácter escrito y la unicidad de la
Constitución, lo que en realidad no representa ningún principio esencial, sino que justamente pone
de manifiesto la idea utilitaria. Es mejor que esté escrita – y más aún codificada- a los fines de
asegurar su supremacía, la perdurabilidad y posibilitar la adaptabilidad.
SUPREMACÍA
Para hablar de supremacía como carácter esencial de la Constitución podemos hacerlo desde
dos ángulos. Por un lado, podemos hacer referencia a la supremacía formal o normativa y por otro a
la supremacía axiológica o valorativa.
Así entonces, las normas que integran un ordenamiento jurídico tienen distinto nivel. Este
nivel está dado, en primer lugar, por la jerarquía del órgano del cual la norma emana.
Como hemos visto, al analizar la historia del Constitucionalismo, tal vez una de las
consecuencias más importantes es la aparición del concepto de poder constituyente y su
diferenciación con los poderes constituidos. Recordando esto y al ser la Constitución producto del
poder constituyente, resulta consecuencia necesaria que tenga superioridad por sobre las normas
derivadas de los poderes constituidos. En este sentido, más aún, si recordamos que los poderes
constituidos reconocen su validez en el hecho de haber sido creados por el poder constituyente.
De todos modos es conveniente precisar que este esquema valorativo superior consagrado en
la Constitución, sea por un lado permeable a ciertos cambios (como veremos luego, adaptable) y
por otro que asuma las características de mínimo común, a efectos de lograr aceptación
generalizada, y poder cumplir con el papel de pacto básico de convivencia que le hemos asignado a
la Constitución. Por eso hablamos de esquema valorativo básico. De todos modos debe tenerse en
cuenta, que existen Constituciones que adoptan en su texto expreso posiciones ideológicas
determinadas, lo que limita el carácter de consenso común. De hecho, el fuerte sesgo ideológico que
va más allá de un esquema elemental de valores, en la mayoría de los casos en que se lo encuentra,
se ve en constituciones autoritarias, generalmente producto de la consagración constitucional del
triunfo de un determinado sector (político, social o religioso) sobre otros.
PERDURABILIDAD
Cuando una sociedad alcanza un consenso básico, no lo hace sólo para la coyuntura, sino en
orden a permitir su habitual desarrollo posterior.
De todos modos esto nos coloca frente a una disyuntiva. Más allá de ser un consenso
elemental, también es cierto que es realizada en un determinado momento histórico. En qué medida,
una sociedad puede verse obligada en forma permanente por sus precedentes históricos. ¿Por qué
razón esquemas valorativos de nuestros antepasados deben obligarnos en forma inmodificable? En
primer lugar, el esquema valorativo debe ser amplio y adaptable, en segundo lugar debe tenerse en
cuenta que la perdurabilidad a que apuntamos, no significa cristalización de la Constitución como
norma, antes bien implica excluir de la discusión cotidiana ciertas cuestiones, las que volverán a ser
discutidas por la sociedad en su conjunto, en la medida en que se revelen insuficientes para
garantizar la convivencia armónica. Dicho en otros términos, la perdurabilidad de la Constitución
no implica inmodificabilidad de la misma, antes bien, una Constitución inmodificable tiende
necesariamente a no ser perdurable.
ADAPTABILIDAD
La Interpretación Constitucional
Interpretar es, en primer lugar, desentrañar el sentido. Toda proposición abstracta de carácter
general debe necesariamente ser interpretada a efectos de permitir su aplicación. El intérprete se
enfrenta con un texto cuyo contenido, y sobre todo su sentido y finalidad, ha de entender y aclarar
para aplicarlo. La interpretación es un acto complejo que en primer lugar requiere del
entendimiento.
En este orden de ideas, cada vez que nos encontramos ante una emisión lingüística, por
simple que esta sea, es preciso que la interpretemos a efectos de poder cumplir con ella, o
eventualmente, desoírla. Las normas (y la Constitución es una norma) son fundamentalmente
expresiones lingüísticas, y deben ser interpretadas, pues en caso contrario no cumplen con su
función específica de permitir la convivencia. En este sentido y con carácter previo a toda
elaboración normativa, por elemental que sea, es preciso un acuerdo, una posibilidad elemental de
comunicación. Sin lenguaje común no hay comunicación. El lenguaje común permite comprender el
16
Heller, Hermann, “Teoría del Estado”, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pág. 268.
17
Quiroga Lavié, Humberto, “Cibernética y Política”, Buenos Aires, 1986, pág. 341 y ss.
alcance de las expresiones del emisor del mensaje por parte del destinatario del mismo, dándole un
sentido similar en ambos a los conceptos utilizados, es un prerrequisito de convivencia.
La primer acción de interpretación la debe hacer cada poder del Estado cuando ejecuta las
atribuciones que la Constitución le otorga, y constituye lo que podríamos denominar interpretación
operativa.
En segundo término, el intérprete debe cumplir con la tarea de armonizar los textos o
cláusulas de la Constitución que puedan aparecer como contradictorios. Así lo ha expresado la
Corte Suprema de Justicia “La Constitución, en su condición de instrumento armónico de
gobierno, debe analizarse como una conjunto armónico, del cual cada parte ha de interpretarse a
la luz de las disposiciones de todas las demás 19”y cuando el mismo tribunal expresara que la
disposiciones de la Constitución “no deben ser interpretadas de manera que las ponga en conflicto
unas con otras, sino que las armonice y respete los principios fundamentales que las informan20”.
CARACTERISTICAS INSTRUMENTALES
18
Fallos 150:150; 192:183 entre otros.
19
Fallos 167:121, 264:416.
20
Fallos 1:300, 240:311 y otros.
21
Fallos 171:87, 199:483.
El carácter escrito, viene a favorecer el conocimiento y la perdurabilidad de la Constitución,
y le otorga certeza y seguridad.
A este carácter escrito, se puede agregar el carácter de unicidad, esto es que el conjunto de
normas escritas se encuentra reunido en un solo cuerpo normativo, lo que viene a aumentar la
utilidad de esta característica.
Esta clasificación puede ser completada con la idea de Constitución pétrea, es decir, la
inmodificable. Este carácter pétreo puede ser parcial, ya sea por la limitación en el tiempo o por
estar limitado a ciertas normas o disposiciones constitucionales. Recordemos con lo ya visto que,
una Constitución inmodificable no cumple con la característica de adaptabilidad.
Las normas que integran una Constitución, como normas jurídicas que son, pueden ser
clasificadas como normas Operativas y Programáticas, según su posibilidad de aplicación.
Las normas programáticas son aquellas que para ser aplicadas requieren de una actividad
legislativa posterior por parte de los órganos del poder constituido para poder alcanzar eficacia, por
eso también se las llama de efecto diferido. Su propia denominación tiende a identificarlas como
aquellas en las que se establecen programas que quedan condicionados a la actividad del poder
constituido.
Las normas operativas son autosuficientes a los efectos de su eficacia, es decir que sin
ninguna actividad legislativa posterior están en condiciones de ser aplicadas directamente a la
realidad, es decir, operan directamente.
PODER CONSTITUYENTE
El Poder Constituyente se diferencia de los Poderes Constituidos, que son los poderes que
habrán de ejercer el poder del Estado en el desarrollo de su existencia y que han sido creados por
aquel. Una sociedad al constituirse como Estado establece quién habrá de ejercer el poder, éstos son
los poderes constituidos y resultan limitados en su ejercicio por las decisiones del Poder
Constituyente.
PODER CONSTITUYENTE DERIVADO
LA REFORMA CONSTITUCIONAL
EL BLOQUE DE CONSTITUCIONALIDAD
La citada norma al establecer que los tratados son superiores a las leyes, no hizo más que
recoger lo ya establecido por la Corte Suprema en los autos “Ekmekjian Miguel Angel c/Sofovich,
Gerardo”. Cabe agregar que en lo referente a la operatividad de los tratados, a raíz de la mención de
que éstos adquieren rango constitucional “en los términos de su vigencia” en el aludido artículo 75
inciso 22, ello debe interpretarse que se refiere a su vigencia internacional y no a otra.(precedente
Giroldi”), esto ha sido muy importante porque hasta 1983 la Corte Suprema consideró que los
tratados internacionales estaban en un plano de igualdad con las leyes de la Nación, en tanto y en
cuanto aquellos hubieren cumplido los recaudos formales señalados por la Constitución, es decir
haber sido concluidos y firmados por el Poder Ejecutivo, conforme lo disponía el art. 86 inc. 14
(actualmente art. 99 inc. 11) y aprobados posteriormente por una ley del Congreso de la Nación tal
como lo exigía el art. 67 inc. 19 (actualmente 75 incisos 22 y 24) consecuencia de ésta
interpretación, era que una lay nacional podía dejar sin efecto total o parcialmente las cláusulas de
un tratado internacional conforma al principio según el cual las leyes posteriores derogan las
anteriores. Tal doctrina judicial fue conmovida por la Convención de Viena sobre el derecho de los
tratados (aprobada por la ley 19.865 del 3.10.72 y que entró en vigencia el 27.01.80) que en su
artículo 27 establece categóricamente la primacía del derecho internacional sobre el derecho
interno, pero tal primacía no puede entenderse como que el derecho internacional esté por encima
de la Constitución cuyas normas podría derogar o modificar.
Al resolver la Corte Suprema los casos “Fibraca” 07/07/93 (Fallos 316:1669) y “Ekmekdjian
c/Sofovich” 07/0792 admitió la prevalencia de los tratados internacionales sobre las disposiciones
de derecho interno.
La cuestión varió como se dijo con la reforma de 1994, el nuevo art. 75 inc. 22 preceptúa
que “los tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes” y a continuación enumera
diez tratados internacionales de derechos humanos concluidos; firmados y aprobados con las
formalidades requeridas por la Constitución Nacional a las que antes se han mencionado, respecto
de los cuales preceptúa que “en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no
derogan artículo alguno de la primera parte de ésta Constitución y deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos...” Los demás tratados y
convenciones sobre derechos humanos luego de ser aprobados por el Congreso, requerirán del voto
de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara para gozar de jerarquía
constitucional.
Existen en la Constitución Nacional, tres tipos de normas: Las que contienen declaraciones;
las que expresan derechos y las que disponen garantías.
Derechos: Los derechos enunciados se identifican con las facultades de obrar, de no hacerlo
y de exigir el proceder o la omisión del Estado y de terceros para lograr el disfrute de los derechos
personales y sociales, reconocidos en sendas etapas de la historia constitucional argentina (ej.
arts.14; 14 bis y 33).-
Garantías: Las garantías se conforman con una serie de instrumentos de protección de los
derechos de las que derivan, también, otras facultades personales o colectivas y se abren en varias
direcciones.
(A)
PRINCIPIO DE AUTONOMIA
El principio que aquí se encuentra en juego prescribe que siendo valiosa la libre elección
individual de planes de vida y la adopción de ideales de excelencia humana, el Estado (y los demás
individuos) no debe interferir en esa elección o adopción, limitándose a diseñar instituciones que
faciliten la persecución individual de esos planes de vida y la satisfacción de los ideales de virtud
que cada uno sustente e impidiendo la interferencia mutua en el curso de tal persecución.
Por lo tanto, puede afirmarse que la autonomía consiste en la libertad para elegir las
propias acciones y decidir en consecuencia sobre la elección de los medios que conduzcan a los
efectos elegidos; la responsabilidad, a su vez, implica que todo agente debe hacerse cargo de las
consecuencias de sus actos libremente elegidos.
(B)
PRINCIPIO DE INVIOLAVILIDAD
A un individuo se lo trata como un fin en sí mismo cuando se lo trata tomando en cuenta sus
propios fines. Kant sostuvo explícitamente: “los fines de un sujeto que es un fin en sí mismo tiene
que ser también, si es que esta concepción tiene pleno efecto en mi, en la medida de lo posible mis
fines”. Por su parte, el reconocimiento de ciertos derechos conforme al principio de inviolabilidad
de la persona implica lógicamente la limitación de la persecución de objetivos colectivos en el
ámbito de aplicación de aquellos derechos.
(C)
PRINCIPIO DE DIGNIDAD
Este principio prescribe que los hombres deben ser tratados según sus decisiones,
intenciones o manifestaciones de consentimiento. Se puede admitir que las manifestaciones de
voluntad de la gente están condicionadas por su ubicación social, sus tendencias psicológicas o sus
procesos fisiológicos y, sin embargo, adherir a la idea de que los hombres deben ser tratados según
esas manifestaciones de voluntad en tanto y en cuanto ellas sean constitutivas de sus proyectos de
vida, cualquiera que este sea. Por lo tanto este principio concierne en que la decisión adoptada por
la persona sea considerada como su plan de vida, y que por ello se mantengan, en cuanto sea
posible sin violar otros principios las consecuencias de la acción voluntaria que el individuo previó
al decidir actuar e incorporó, por ende, a ese proyecto de vida.
“Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley
anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces
designados por la ley antes del hecho de la causa. Nadie puede ser obligado a declarar contra sí
mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Es inviolable la
defensa en juicio de la persona y de los derechos. El domicilio es inviolable, como también la
correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con qué
justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Quedan abolidos para siempre la
pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormentos y los azotes. Las cárceles de la
Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y
toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquella
exija, hará responsable al juez que la autorice”.
En la versión clásica, la garantía procura evitar que inocentes resulten condenados mediante
confesión obtenida por apremios, torturas o pruebas fraguadas o que los gobernantes persigan, de
ese modo, a sus enemigos políticos. Desde la perspectiva de los derechos naturales -o en su nueva
formulación, los derechos humanos- las seguridades y límites del artículo 18 de la constitución
Nacional, consagran tanto la dignidad del eventual afectado por aquellas prácticas prohibidas, como
de la sociedad en su conjunto, que se denigra a sí misma si las permite y del estado quién si emplea
conductas delictivas, pierde su legitimidad moral y jurídica.
Las garantías procesales se inician con el derecho a la jurisdicción es decir, con el derecho
a peticionar ante tribunales judiciales la emisión de una sentencia justa y eventualmente absolutoria.
Obligación del estado de crear tribunales judiciales independientes del poder político partidario,
adjudicarles competencia y disponer las reglas de procedimiento que respeten los principios del
debido proceso adjetivo.
El derecho de los afectados a solicitar de los tribunales el control de razonabilidad de las
medidas restrictivas de la intimidad, de la libertad ambulatoria, en suma de la preservación de las
garantías del artículo18, exige de parte de los jueces que, en todos los casos, aquellas medidas sean
motivadas en los hechos y las circunstancias del caso y fundadas en el derecho vigente (auto
fundado para la intervención telefónica). Yemal, Jorge G. Fallos 321:510; (1998).
Como lo señalara la Corte Suprema “El artículo 18 exige la observancia de las formas
sustanciales del juicio, relativas a la acusación, defensa, prueba y sentencia pronunciada por los
jueces naturales, dotando de contenido constitucional al principio de bilateralidad sobre cuya base
el legislador está sujeto a reglamentar el proceso criminal. “Santillán, Francisco A.” Fallos
321:2021 (1998).
La primera frase del artículo 18 “ningún habitante de la Nación puede ser penado....”
constituye una especie de principio de legalidad, establecido en forma general en el artículo 19 de la
Constitución Nacional.
La norma dispone que los tipos penales -definición de hecho delictivo- y la sanción
correspondiente, deben establecerse por ley. Ni siquiera circunstancias excepcionales autorizan al
Poder Ejecutivo a dictar decretos por razones de necesidad y urgencia en materia penal (conf.
Art.99 inciso 3° C.N.) . Además la ley penal debe ser anterior al hecho del proceso, con lo cual
resulta inaplicable la ley penal más gravosa sancionada con posterioridad a los hechos. No obstante
la Corte Suprema al declarar imprescriptibles los delitos de lesa humanidad, debió examinar la
aplicación de la Convención sobre imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y los crímenes de
lesa humanidad en el caso “Prats” a delitos cometidos antes de la entrada en vigencia en la
República Argentina de la mencionada convención.
Por otro lado, el derecho a la aplicación de la ley más benigna -al momento de la sentencia o
durante la condena- no derivaba de las garantías del artículo 18 de la Constitución Nacional sino del
artículo 2° del Código Penal, pero después de la reforma constitucional de 1994 se convirtió en un
principio constitucional merced a los tratados a los que se le dio esa jerarquía y establecieron aquel
derecho. Ese fue el criterio adelantado en una disidencia de la Corte Suprema en el caso “Ayerza”,
de 1998. Finalmente en el caso “Cristalux S.A.” de 2006 la Corte Suprema aplicó el principio de la
retroactividad de la ley más benigna en la misma hipótesis y por unanimidad. En suma y tal como
se ha señalado la jurisprudencia “ha entendido tradicionalmente que el principio de legalidad
abarca a todos los presupuestos de la punibilidad y no sólo a la descripción de la conducta típica
en sentido estricto. En consecuencia, también los plazos de prescripción han de estar legalmente
determinados con carácter previo y no cabe prorrogarlos retroactivamente.” “Arancibia Clavel,
Enrique L.” Fallos 327:3294 (2004).
- Valor de los informes, recomendaciones y opiniones consultivas de los tribunales
internacionales y sus efectos en las garantías de la libertad
Se plantea el problema del valor que para los Magistrados Judiciales tienen aquellas
decisiones al momento de interpretar las garantías que la Convención Americana reconoce en
materia penal. Varios pronunciamientos de la Corte Suprema Argentina han recurrido a aquellos
pronunciamientos, otorgándoles dispar valor y, al mismo tiempo dado alcance a las garantías
derivadas del Pacto de San José de Costa Rica.
Si se examinan los precedentes de la Corte Suprema Argentina acerca del valor o carácter
vinculante que la jurisprudencia de los organismos internacionales deben tener en el orden interno
de la República Argentina desde “Ekmekdjian c/ Sofovich” hasta “Mazzeo” se advertirá; hasta
dónde ha llegado el tribunal en orden a considerarse ligado por la interpretación que de las cláusulas
de la Convención Americana ha hecho la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
(cfr.”Ekmekdjian c/ Sofovich” Fallos 315:1492 (1992) y “Mazzeo Julio Lilo s/Rec.Cas.e
inconstitucionalidad C.S.M. 2333 XLII (2007).-
En el caso “Giroldi”, sobre la exigencia de la doble instancia, la Corte Suprema sostuvo que
la jurisprudencia de la Corte Interamericana de D.D.H.H. Debe servir de guía para la interpretación
de los preceptos de la Convención. (conf. considerando II “Giroldi” Fallos 318:514 (1995) la ley ,
1995-D; de 5 de julio de 1995).-
La Corte Suprema dijo que no era aplicable lo resuelto en el caso “Jauregui”. El recurso
extraordinario no constituía un recurso eficaz para la salvaguarda de la garantía de la doble
instancia que debe observarse dentro del marco del proceso penal como garantía mínima de toda
persona inculpada de delito. Como consecuencia de ello la Corte declaró la inconstitucionalidad del
art. 459 inc. 2° del C.P.P.N, en tanto la norma vedaba la admisibilidad del recurso de casación
contra las sentencias de los tribunales en lo criminal, en razón del monto de la pena.
Por otro lado la Corte Suprema ha dicho que la garantía de la doble instancia en materia
penal no alcanza al Ministerio Público pues este es un órgano del estado y no el sujeto destinatario
del aquel beneficio.
Ello no impide que el legislador si lo considera necesario le acuerde igual atribución (cfr.
“Gorriarán Merlo y otra C.S.J.N.G.; 432 XXXIV (1999) considerando cinco).
El derecho de toda persona a ser juzgada sin dilaciones indebidas aunque en la tramitación
del proceso se encuentre en libertad, es una de las garantías de la defensa en juicio y de lo que se
conoce como debido proceso judicial.
La garantía del juez independiente e imparcial tiene, en el art.18 dos protecciones expresas,
el derecho a no ser juzgado por comisiones especiales y a no ser apartado de los jueces designados
por la ley antes del hecho que motiva la causa. Es lo que se denomina la garantía del juez natural y
tiene por fin asegurar la máxima imparcialidad en el juzgamiento de las personas.
La necesidad social de aplicar sanciones para perseguir el delito y resarcir de algún modo a
las víctimas -cualquiera fuese la justificación de las penas privativas o limitativos de los derechos,
tales como la libertad- no puede satisfacerse de cualquier manera. Encuentra su límite en el sistema
garantista establecido en la Constitución Nacional e impide la utilización de pruebas ilegales. La
teoría del “fruto del árbol venenoso” genera que si una prueba o diligencia judicial es declarada
nula se invalidan todos los elementos de convicción que derivan de la misma.
El problema de distinguir entre delitos cometidos por causas políticas y delitos comunes a
fin de admitir eventualmente la pena de muerte contra esto y abolirla para siempre en el caso de los
primeros, según lo establecido en el art. 18 de la C.N. dejó de ser relevante luego de la jerarquía
constitucional obtenida por el Pacto de San José de Costa Rica. La mencionada convención
estableció una serie de disposiciones que garantizan el derecho a la vida y restringen o prohíben la
pena de muerte según los regímenes penales de los estados parte. Al ser derogado el Código de
Justicia Militar en agosto de 2008 en la argentina desapareció esa pena inhumana y cruel en todos
los casos.
Las disposiciones del art. 18 de la C.N. respecto de las cárceles y los detenidos han dado
lugar a dos interrogantes, el primero de ellos referido a la finalidad del encarcelamiento y a la
posibilidad o no de la supresión de la pérdida de libertad como castigo penal. Luego está el tema de
-aceptado el hecho del encarcelamiento como pena y con el objetivo de resocialización de los
imputados- las condiciones en que deben estar los establecimientos destinados a ello (incluyendo
las Comisarías). Dado que la misma Constitución presupone la existencia de cárceles, deben
garantizarse las condiciones mínimas de seguridad y respeto por las personas detenidas y
condenadas que tales establecimientos deben brindar. A mayor abundamiento los tratados de
derechos humanos ya referidos obligan a los estados parte en el mismo sentido vedando todo trato
inhumano y cruel. Sobre ésta cuestión el Poder Judicial tiene atribuciones específicas para amparar
a las personas detenidas o condenadas, asegurando condiciones de detención y prisión dignas,
mediante la procedencia del Hábeas Corpus correctivos.
ARTICULO 19 DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL
“Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral
pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservados a Dios, y exentas de la autoridad de
los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni
privado de lo que ella no prohíbe”
- Interpretación General
Del artículo redactado precedentemente surge que estamos en presencia de dos principios
básicos y sustantivos:
b) el principio de legalidad.
Ambos contienen la ideología del sistema y destilan los valores que lo estructuran.
Sin embargo de estos dos principios el que ha dado mayor controversia a lo largo del tiempo
es el principio de privacidad, basado en todo aquello que los seres humanos efectúan en el seno
interno de su vida y que como ya se ha dicho no afectan a terceros, por ello es que se enmarca aquí
el respeto a la autonomía y a la libertad personal.
Se puede decir, que un origen lejano de nuestro articulo 19 resulta ser la Declaración de
Derechos del Hombre y el Ciudadano de la República de Francia, aunque en nuestro articulado -y a
diferencia del digesto francés en el que la libertad personal se detiene ante daños a terceros- se
introdujo la expresión acciones privadas reservadas a Dios por lo que se las resguardó de la
intervención estatal que podría llegar a recaer sobre ello siempre y cuando de ningún modo ofendan
el orden y a la moral pública, o perjudiquen a un tercero.
La distinción entre acciones privadas y acciones realizadas en privado aquí resulta vital para
proteger conductas humanas que (aun realizadas en público) no interfieran con los derechos de
terceros ni afectan al orden ni a la moral pública. Basándose en ello el autor Carlos Santiago Nino
impulsó debates acerca de esta cuestión sosteniendo así que, “la República Argentina se encuentra
en mejor posición que otros países de garantizar los derechos personales en virtud del art. 19 de la
Constitución Nacional..” (Fundamentos del Derecho Constitucional. Análisis Filosófico, jurídico y
politológico de la práctica constitucional. Editorial Astrea). Con ello, si comparamos con otros
sistemas jurídicos, en los Estados Unidos, estos derechos nacieron de una creación pretoriana de la
privacidad, sin embargo en nuestro país implicó la aplicación directa de una norma jurídica.
El tema central de la discusión gira aquí, en torno a si la atribución estatal para imponer o
prohibir conductas, debe ejercerse ante cualquiera de estas hipótesis: a) afectación del orden; b)
afectación de la moral pública y c) daño a terceros; o bien si solo existe afectación al orden y a la
moral pública cuando se causa perjuicio a terceros. Explicado esto debe tenerse en cuenta que si se
elige la segunda opción y/o interpretación (afectación al orden y a la moral pública cuando se causa
perjuicio a terceros) queda en pie aún la delimitación y alcance del daño a terceros como cuestión
problemática.
El art. 19 de la C.N. resguarda de la interferencia del Estado algo más que la privacidad,
dado que la norma no impone una moral privada, ni un modelo de vida sino que deja ello librado a
la moral y a las convicciones y a los principios religiosos de cada ser humano que habita la nación.
Así únicamente intervendrá el Estado impidiendo o imponiendo conductas cuando estas ofenden al
orden o a la moral pública o a un tercero.
Debe quedar claro que el artículo que estamos analizando, protege un área del obrar humano
de la interferencia estatal, y lo declara reservado a Dios y exento de la autoridad de los Magistrados
aunque no de reproche moral, reproche este que deviene de la recriminación social o bien de la
propia conciencia.
Analizado desde la hermenéutica al expresar este artículo “... que de ningún modo ofendan
el orden y la moral pública” …. y “.... ni perjudique a un tercero...” se desprende que el
constituyente estaba definiendo tres circunstancias en las cuales la reglamentación normativa de los
derechos y la contención judicial de las conductas son constitucionales.
Por lo dicho es importante determinar cómo se llega, con que resguardos, por cual método,
con que legitimidad y mediante que reglas razonables a la determinación del daño a terceros que
permita la acción limitativa de las autoridades pudiendo examinarse a través de diferentes stándares
de razonabilidad.
Lo que si debe quedar claro es que lo que ha instalado y se han circunscripto los conceptos
de orden y moral pública.
En el contexto establecido por el art. 19 existe una problemática que debe resolverse y es el
caso de la protección de la vida humana frente a la autonomía personal, situación esta que
puede ejemplificarse en los casos de interrupción de tratamientos médicos y al derecho de “morir
con dignidad” cuando estamos hablando de la propia vida, entrando en juego aquí la cuestión moral
la cual suscita interrogantes cuando se traslada al ámbito jurídico y se aplica a ciertas hipótesis.
Ahora bien en ocasiones el interés legítimo del Estado en la preservación de la vida puede
implicar la anegación de otros derechos personalísimos que igualmente son protegidos por la
Constitución tales como la privacidad, la autonomía, la religiosidad y el respecto a las propias
convicciones.
Teniendo esto en mente, hasta donde puede llegar la prioridad de aquel interés? (es decir el
interés legítimo del estado): a) el de mayor indefensión de la persona (los por nacer, los incapaces,
los menores, los privados de conciencia), b) el de los derechos reconocidos constitucionalmente,
para examinar el grado de resguardo que les son debidos (derechos a ser aliviados en el dolor,
rechazar el encarnizamiento terapéutico, controlar los últimos momentos de la propia vida, morir
con dignidad).
Es innegable, que hay un derecho constitucional a cuidar la salud, ya que con ello se está
salvaguardando a la vida.
El interrogante es si tal derecho conlleva, simultáneamente, un deber constitucional. Esta
pregunta ha merecido, en el caso que se considera, varias respuestas:
a) El criterio de la Cámara Federal de Comodoro Rivadavia se sustenta en afirmar que el
valor vida es un valor supremo, y que la libertad de cada uno de ejercer sus derechos y aun sus
opciones religiosas, "no puede ser ejercido de modo tal que se extinga la vida misma". En ciertos
casos ello es posible, en aras de salvar la patria, la bandera o vidas ajenas, por ejemplo, ya que estas
situaciones "representan símbolos de situaciones extremas en las que sobresale la actitud heroica,
que da su vida para evitar un mal mayor a los demás".
Conforme con dicho tribunal, la negativa a recepcionar sangre es una variante del suicidio
(no por acción, sino por omisión). La persona del caso no puede abandonarse "ni por parte de los
médicos, ni por parte de la justicia". En resumen, el "respeto a la libertad de conducirse en la vida
(no) puede ser ejercido de modo tal que se extinga la vida misma".
La resolución de la Cámara fue en su momento cuestionada por Germán J. Bidart Campos
("Terapias obligatorias en oposición a las convicciones religiosas y morales del enfermo", ED, 134-
296) y Daniel Herrendorf ("Una decisión judicial que no descubre ninguna solución para nadie",
ED, 134-295).
b) El voto de los ministros Barra y Fayt, en la sentencia de la Corte Suprema de Justicia,
parte de un encuadre legal: el art. 19 de la ley 17.132 de ejercicio de la medicina, el que dispone que
los profesionales que la practiquen deberán "respetar la voluntad del paciente en cuanto sea
negativa a tratarse o internarse", con ciertas excepciones.
Paralelamente, concluyen que el respeto por la persona humana, es un valor fundamental en
la Constitución, respecto al cual los restantes valores son instrumentales: "el eje central del sistema
jurídico (es) la persona en cuanto tal, desde antes de nacer hasta después de su muerte". El concepto
de dignidad de la persona hace que ésta tenga un señorío sobre su vida y sobre su cuerpo (a más de
sobre su identidad, honor e intimidad), de tal modo que su libre elección a no aceptar transfusión de
sangre, sea o no motivada por razones religiosas, debe prevalecer, bajo el amparo del art. 19 de la
Constitución.
c) El voto de los ministros Cavagna Martínez y Boggiano define el tema, en cambio, a la luz
del principio constitucional de libertad religiosa y de conciencia. De éste infiere que nadie puede ser
obligado a actuar contra su conciencia ni impedido de comportarse según ella, tanto en privado
como en público. En su consecuencia, es condenable toda intromisión estatal que restrinja
ilegítimamente tal facultad humana.
Sin embargo, estos ministros advierten que hay un principio fundamental según el cual
"nadie puede legalmente consentir que se le inflija un serio daño corporal", que justifica reconocer
al Estado título suficiente para tutelar la integridad física y la vida de las personas en supuestos
como el consumo individual de estupefacientes (citan, al respecto, el fallo dictado en "Montalvo":
La Ley, 1991-C, 80), la práctica de la eutanasia o las mutilaciones carentes de finalidad terapéutica.
En tales hipótesis, "no existe óbice constitucional para el castigo tanto del afectado, como de los
profesionales intervinientes, pues constituyen manifestaciones de una cultura de la muerte".
Ahora bien: en "Bahamondez" no se trata de una búsqueda de la muerte, indica este voto,
sino en impedir una transfusión de sangre por motivaciones religiosas. Y al no tratarse de un
supuesto de suicidio, la objeción religiosa al tratamiento médico merece tutela constitucional, "no
hallándose en este caso afectados los derechos de otra persona distinta de Bahamondez". El voto se
remite, concomitantemente, a la ley 17.132 (art. 19).
d) Por último, el voto de los ministros Belluscio y Petracchi parte del principio de que
Bahamondez no ha argüido un supuesto derecho a la muerte o al suicidio; y que en base al
antecedente de "Ponzetti de Balbín" (Fallos, 306:1892), cabe reconocer a toda persona una
autonomía de su voluntad comprensiva de sus creencias religiosas. Mencionando además el criterio
del Tribunal Constitucional Federal alemán, entiende que es antijurídico practicar una operación
quirúrgica sin consentimiento del paciente, salvo que "exista algún interés público relevante en
juego y que la restricción al derecho individual sea la única forma de tutelar dicho interés" (consid.
10). Esta última directriz rige también en la jurisprudencia estadounidense, para la que cabe
privilegiar la voluntad del paciente a rechazar una terapia, cuando su decisión no afecta derechos de
terceros ni media un interés público relevante que legitime la intervención estatal (al respecto, por
ejemplo, se cita el caso de la muerte de un adulto que podría poner en peligro la vida o la integridad
física de sus hijos pequeños).
Nuestro texto constitucional guarda silencio sobre el punto, por lo que cabe definir el tema
por vía de interpretación.
Aquí el jurista se encuentra en una encrucijada, ya que al contar la Constitución Nacional no
con un techo ideológico único, sino múltiple (liberal individualista católico; social de derecho: v.
nuestros "Elementos de Derecho Constitucional", ob. cit., p. 207 y sigtes.), las respuestas
seguramente serán disímiles.
Por ejemplo, desde una perspectiva individualista es obvio concluir que cada uno puede
hacer con su cuerpo lo que desee, y que por ende, por objeción de conciencia religiosa o no
religiosa, tengo el derecho a no aceptar una transfusión de sangre. Desde el ángulo cristiano, lo
aconsejable es aceptar los procedimientos ordinarios de continuidad de vida (entre los que se halla,
incuestionablemente, la transfusión), aunque caben dudas sobre si tal perspectiva religiosa es
imponible a quienes no la compartan. Finalmente, ubicados en el punto de observación del estado
social de derecho, la solución uruguaya es la más correcta; hay un deber de cuidar de la propia
salud, en cuyo caso la transfusión coactiva es perfectamente constitucional.
Cualquier solución que se prefiera no dejará totalmente satisfecho al operador de la
Constitución, porque cada una tiene costos muy caros.
En tren de clarificar conceptos, cabe primero reconocer que la negativa a aceptar una
transfusión, cuando ella es indispensable, reviste una decisión indirecta de suicidio. De modo
similar al "dolo eventual" en el derecho penal, aquí el paciente no quiere directamente matarse, pero
resuelve (aun a costo de su vida), no practicar la transfusión que impide su muerte.
En segundo término, corresponde reconocer igualmente que una Constitución puede,
explícitamente, imponer a los habitantes cuidar de su salud y, consecuentemente, adoptar las
medidas habituales para así hacerlo. Eso, en un estado de derecho social, es totalmente con una
óptica solidarista de vida.
En tercer lugar, que en el caso argentino, ante un manojo ideológico de triple textura, parece
preferible escoger una respuesta pluralista e intermedia. Si uno de los techos de la Constitución
admite la negativa a la transfusión, como el liberal individualista; otro conduce a rechazar tal
negativa (el social); y el tercero no la consiente en el plano moral, pero no es claro que en el ámbito
jurídico y político deba efectivizarse coercitivamente tal directriz ética; lo aconsejable, concluyendo
es respetar la decisión personal de no admitir dicha transfusión.
Los topes de esta definición resultan marcados, en definitiva, por el art. 19 de la
Constitución: el orden público, la moral pública y los derechos de terceros. En cuanto el primero,
ninguna ley de orden público excluye la opción individual de no admitir una transfusión (por el
contrario, y como indican los votos de los ministros Cavagna Martínez, Boggiano, Fayt y Barra, la
ley 17.132 invita a aceptarla). Con relación a la moral pública, en Argentina ella no exige las
transfusiones compulsivas. Y en cuanto los derechos de terceros, la jurisprudencia estadounidense
es sensata al advertir que, de haber sujetos perjudicados por la negativa a asistencia médica, ella
eventualmente resultaría imponible. También, de mediar algún "interés relevante" específico, que
justifique superar la decisión personal.
Como corolario final, parece aconsejable que el legislador tome cartas en el asunto y emita
reglas claras que expliciten las alternativas admisorias y negatorias en cuanto el sometimiento a las
prácticas terapéuticas, incluyendo el aspecto de la transfusión de sangre. Mientras tanto, es dable
advertir que la jurisprudencia viene resolviendo casuísticamente esta controversia. Por ejemplo, en
"Jakobson" (ED, 144-122), la Cámara Nacional Civil, sala H, de la ciudad de Buenos Aires,
concluyó que debía respetarse la voluntad de un adulto a no someterse a una amputación de un pie,
no obstante que su hijo (también mayor) requería tal operación en resguardo de la salud del
enfermo; en tanto que la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de San Martín, sala II (ED,
125-540), autorizó a realizar una transfusión de sangre en favor de un menor recién nacido, a pesar
de la objeción de sus progenitores, que invocaron razones de conciencia por pertenecer a la
confesión de los Testigos de Jehová.
Ahora bien, respecto de la tenencia de estupefacientes para uso personal, esta cuestión ha
suscitado una fuerte controversia en nuestro país a lo largo del tiempo y cambios en los criterios
jurisprudenciales.
En este contexto la cuestión a dilucidar consistía en determinar si la tenencia de
estupefaciente para uso personal (hablando siempre de una pequeña cantidad) constituía una acción
privada que se encontraba ajena a la autoridad de los legisladores y de los magistrados.
A lo largo de la historia jurídica, la tenencia de drogas para uso personal recorrió tres
etapas, las cuales culminaron en el año 2008. Así en la primera de ellas la S.C.J.N. calificó
severamente el uso de estupefacientes por los efectos que dicha práctica produce afirmando
asimismo que la tenencia personal integra la cadena de producción, comercialización y consumo
por lo que siendo el tenedor un eslabón para su funcionamiento este debía ser severamente penado
(fallo “Colavini”). Luego de ello y ya con otra composición la Corte cambió su pensamiento
radicalmente (segunda etapa) y estableció que la tenencia de estupefacientes para consumo
personal quedaba amparado dentro de las garantías de privacidad del art. 19 C.N. (fallo
“Bazterrica”). Esta posición de la Corte trajo aparejada la revisión por parte del Poder Legislativo
de la Ley 20.771 por lo que el Congreso reexamino la misma y procedió posteriormente a la sanción
de la Ley 23.737 la que actualmente rige en temas de estupefacientes. Mas tarde y en la tercera
etapa jurisprudencial, la Corte retornó al criterio elaborado en el fallo “Colavini” pero ya bajo la
vigencia de la mencionada Ley 23.737 (fallo “Montalvo”).
Principio de Intimidad
El derecho a la intimidad ampara “el derecho a ser dejado a solas pues la incolumidad del
principio de determinación autónoma de la conciencia requiere que la persona sea dejada a solas
por el Estado cuando toma las decisiones fundamentales de la vida” (voto del ministro Petracchi en
“Ponzetti de Balbin c/ Editorial Atlántida S.A.” - 1984).
La intimidad personal puede ser afectada por el ejercicio del derecho a informar.
Los aspectos el derecho a la intimidad en pugna con el derecho de informar fueron
considerados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso “Ponzetti de Balbin c/
Editorial Atlántida S.A.” En dicho caso una revista de actualidad había fotografiado a un líder
político en una sala de terapia intensiva en la cual se encontraba siendo atendido, fotografía esta que
había sido obtenida sin el consentimiento del afectado o su familia, originando ello la demanda por
parte de la esposa e hijo de Balbín (diputado nacional) por daños y perjuicios contra la mencionada
editorial, caso este que llegó al máximo tribunal quién fundó su fallo en el derecho a la privacidad e
intimidad consagrados en el art. 19 C.N.
Exhibir públicamente imágenes personales que fueran celosamente guardadas puede atraer
una perturbación a la actividad diaria de los afectados.
Continuando con este tema la protección legal de las imágenes fotografías de las personas
tiene en la República Argentina antigua data, dado la sanción de la Ley 11.723 (de propiedad
intelectual), la cual dispone que el retrato fotográfico de una persona no puede ser puesto en el
comercio sin el consentimiento de ella y una vez muerta de su cónyuge, hijos y descendientes.
Por cierto aunque se trate de imágenes referidas a temas de interés general, debe
resguardarse siempre un mínimo de intimidad y respeto a fin de no vulnerar la dignidad humana.
Ahora bien respecto de las intervenciones telefónicas las mismas no resultan compatibles
con el resguardo de la intimidad de las personas cuando las mismas son derivadas de
investigaciones penales.
Principio de legalidad
Este principio esta expresado de modo genérico en el art. 19 de la C.N., la cual a su vez
dispone en varias de sus normas aplicaciones específicas de este principio, por ejemplo en materia
penal (art. 18) y en materia tributara (art. 4, 17 y 75 inc. 1°).
El principio de legalidad está directamente vinculado con el debido proceso adjetivo y este
con el debido proceso legal, como garantía innominada de la Constitución Nacional (Juan Fracisco
Linares, Razonabilidad de las leyes. El debido proceso).