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Mito: Hablar del suicidio es una mala idea y puede interpretarse como estímulo
para querer cometerlo.
Realidad: Hablar abiertamente del suicidio incluso ayuda a prevenirlo; las
personas pueden tener la oportunidad de expresar las emociones tan intensas que
sienten, visualizar otras opciones o alternativas ante su situación de vida o tener
tiempo para reflexionar sobre su decisión.
Un factor de riesgo es toda cualidad propia de una persona o del entorno que incrementa la
probabilidad de que exista daño o peligro, es decir, son aquellas circunstancias o condiciones
relacionadas con la ocurrencia del comportamiento suicida. Ningún elemento por sí mismo es
determinante para que se presente la conducta suicida, es decir, sólo en conjunto se constituyen
como factores de riesgo.
A continuación, se enlistan algunos factores de riesgo:
Los factores de protección son las características personales o condiciones del entorno
que proveen de herramientas a las personas para disminuir riesgos. Fortalecer estos
factores ayuda a prevenir el suicidio. A continuación, se enlistan algunos:
La mayoría de las personas que piensan en acabar con su vida experimentan dudas en torno a si
realmente quieren morir o no. En algunos casos, la conducta suicida puede surgir de manera
impulsiva para hacer frente a las situaciones estresantes que aumentan las emociones hostiles,
como ira, tristeza o ansiedad.
Se han identificado varios factores presentes en las personas con ideación o intento de suicidio:
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2014) cada año se
registran más de 800 000 muertes por suicidio a nivel mundial. La población más
afectada es la comprendida entre los 15 y 29 años, y constituye la segunda causa
de muerte en jóvenes. Por otro lado, el 75 % de los suicidios ocurren en países de
ingresos bajos y medios. En México, el 40.8 % de los suicidios ocurren en jóvenes
de 15 a 29 años (INEGI, 2015), lo cual es congruente con lo reportado a nivel
internacional.
Los tratamientos antes descritos son efectivos; sin embargo, se necesita tiempo y
constancia para alcanzar su máximo beneficio.
Para abordar los pensamientos y conductas relacionados con el suicidio, en estos
tratamientos (CBTSP y DBT) se entrenan diferentes habilidades que disminuyen la
posibilidad de que éste ocurra. Entre ellas, destacan las habilidades sociales
(permiten activar una red de apoyo), la habilidad para resolver problemas
(posibilitan implementar estrategias de solución más efectivas) y la regulación
emocional (ayuda a disminuir las autolesiones e intentos de suicidio impulsivos).
La terapia cognitivo-conductual para la prevención del suicidio se dirige a
personas con riesgo suicida sin dificultades graves de autorregulación. Tiene una
duración de alrededor de 18 sesiones.
Por su parte, la terapia dialéctica conductual está dirigida a la intervención con
personas que, además de un alto riesgo suicida, presentan graves dificultades
para regular sus emociones. Tiene una duración aproximada de entre seis meses
y un año.
Estos tratamientos (CBTSP y DBT) implementan los recursos mencionados para
proporcionar a las personas la posibilidad de llevar una vida que valga la pena
vivir.