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UNGASS 2016 Y EL POSTCONFLICTO.

Esta semana que pasó el mundo tuvo los ojos puestos en los resultados que arrojaría la UNGASS
2016 porque mal que bien, las decisiones allí tomadas tendrán efecto EN el mundo entero y
especialmente en Colombia. En el marco de esta cumbre se discutieron los temas concernientes a
la política que asumirán los países miembros de las Naciones Unidas frente al fenómeno de las
drogas. Esta cumbre en particular, incluso llevada a cabo de manera extraordinaria gracias al
liderazgo de Colombia, en asocio con Guatemala y México, tiene un especial interés porque se
suponía que por primera vez se abriría la posibilidad de darle un viraje profundo a la política
mundial de drogas que, como lo sabemos en carne propia, tiene el acento puesto en la guerra
contra éstas bajo el lema de un mundo sin drogas.

En su alocución el Presidente Juan Manuel Santos, junto con otros homólogos como Evo morales,
reconoció que la guerra contra las drogas ha sido un fracaso. Muchos recursos económicos,
humanos y técnicos se han invertido para enfrentar este fenómeno, pero a pesar de ello, el
narcotráfico aumenta y con él la emergencia de bandas y mafias criminales, la corrupción de los
sistemas burocráticos y, sin duda alguna, la muerte y el horror propias de las guerras, que para
nosotros tiene un especial impacto. Uno de los pocos acuerdos existentes en la sociedad
colombiana es que el narcotráfico es uno de los combustibles de nuestra detestable guerra.

Seguí de cerca el desarrollo de esta cumbre gracias a la información que me hicieron llegar mis
amigos de ATS en cabeza de Julian Quintero. Entiendo, como me lo hicieron saber, que las
discusiones fueron álgidas y las posturas disímiles. Éstas transitaron entre las posturas policivas y
criminalizantes como fue el caso de China y gran parte de los países asiáticos -que no ceden en
su decisión de aplicar penas hasta de muerte por narcotráfico-, hasta las más vanguardistas que
hicieron énfasis en la reducción de daños, regulación de las drogas y capacidad de respuesta al
usuario como fue el caso de Colombia, Uruguay y otros países especialmente europeos, pasando
por las posturas retardatarias y cargadas de pánico moral como fue el caso de la tierra del
Libertador. Pero más allá de una simple curiosidad, el interés que me llevó a estar atento de esta
crucial reunión fue motivado por una serie de inquietudes que tenemos los colombianos frente al
proceso de paz y la construcción del postconflicto.

En esta reunión no nos jugábamos poca cosa y eso lo explica precisamente el liderazgo que ha
tenido Colombia. Muchos colegas y expertos en el tema critican la postura esquizofrénica del
Gobierno Colombiano frente a la drogas, pues en el plano internacional se la juega en torno al
cambio de la política de drogas y se presenta decididamente liberal y vanguardista pero en el
plano interno está todo por hacer y lo poco que se ha hecho podría considerarse paños de agua
tibia para un tema tan trascendental para la política, la economía y la paz colombianas.

Sin embargo, y a pesar de esta situación, considero que la jugada del presidente Santos en el
tema es una muy buena jugada. Uno porque representa la emancipación de Colombia frente a la
hegemonía norteamericana frente al tema. Dos porque el liderazgo de Colombia en el asunto se
debe a la necesidad de llevar a cabo acciones alternativas y sumamente creativas y audaces en el
marco del postconflicto, lo cual requiere desmarcarse de una política rígida que deja poco margen
de acción y ésta centrada en el componente militar. Y tres, porque es imprescindible dar una
respuesta rápida y efectiva de desarrollo social y económico a las gentes que viven en medio de
las economías resultantes de la producción y tráfico de drogas. Este último punto fue, incluso,
objeto de negociación en los diálogos de la Habana.

Colombia debe ahora jugársela del todo en el plano nacional. Si bien los resultados de la cumbre
pueden parecer blandos aún, para el país los resultados son importantes. El hecho de que como
resultado de la misma cumbre haya quedado en el ambiente cierto espíritu de libertad frente a los
modelos que cada país pueda adoptar para enfrentar el fenómeno sin que la política de guerra
contra las drogas sea ya un imperativo y una camisa de fuerza, es ya un buen resultado. Y en esto
Colombia tiene una oportunidad de oro para continuar con su liderazgo en el plano internacional
pero en este caso aportando estrategias alternativas y novedosas a partir de su implementación
en el marco del postconflicto.
Este viernes se lanzó, en el marco de la feria internacional del libro de Bogotá, el libro los retos del
postconflcito. Se reitera en él la importancia de concretar victorias temprana de paz que no
quieren decir otra cosa que acciones de respuesta rápida y transitorias en los territorios más
prioritarios para hacer cumplir los acuerdos y garantizar su sostenibilidad. No es un secreto que
muchos de esos municipios se encuentran inmersos en dinámicas de economías ilegales y que el
cultivo y producción de coca son para muchos, una fuente importante de su economía. La
necesidad de desarrollar programas y modelos de trabajo concertados y no invasivos con las
comunidades va a requerir de mucha creatividad, arrojo y concertación. Para ello, el hecho de que
Colombia se haya podido desmarcar del modelo clásico de la guerra contra las drogas le va a
permitir crear y poner en marcha estrategias novedosas y efectivas en las que incluso se pueda
contemplar la posibilidad de regular la producción, la distribución y el consumo y hacer de la
producción de coca y otras droga una posible fuente de desarrollo rural y territorial.

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