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UNIDAD 1: El ser humano, un viviente muy particular.

Objetivo de la unidad: Conocer la naturaleza del ser humano y compararla con la de los otros
vivientes

Semana 1: La antropología filosófica.

Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada.

Goethe

Aprendizajes esperados:

- Reflexionar sobre las preguntas vitales de la existencia y relacionarlas con las preguntas
clásicas de la antropología filosófica.

- Identificar el objeto y la finalidad de la antropología filosófica.

- Distinguir entre la opinión y la verdad fundamentada

Conceptos claves: Antropología - ser humano – animal racional - sentido de vida.

1. Las preguntas fundamentales de la vida: una invitación para pensar al hombre.

La filosofía es una disciplina que se hace preguntas y que busca el conocimiento verdadero.
Como forma de buscar ese saber, desde el mundo antiguo ha sido considerada una ciencia.
No en el sentido de las ciencias empíricas y comprobables, sino en tanto saber que busca
responder a las preguntas fundamentales del mundo y el hombre. Como ciencia, nace del
profundo deseo de los hombres de saber, fascinados por el asombro que las cosas
despiertan en su interior y movidos por la belleza de las realidades que vemos. Ciertamente
nos rodean muchas cosas, montañas, árboles y un sinnúmero de especies de animales. Pero

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de entre todas esas cosas, la que más despierta nuestra atención son los seres humanos, la
pregunta por nosotros mismos, por lo que somos.

Dentro de la filosofía existe una disciplina que recibe el nombre de “antropología”. Es


probable que el nombre de antropología no lo hayan escuchado antes o no sepan de qué
se trata, pero no es una realidad lejana de ustedes, nuestros estudiantes, de sus vidas y su
día a día. De muchas formas y de muchos modos se han hecho preguntas que a la
antropología le interesan. Cuando han tenido la alegría de ver a un niño recién nacido,
cuando han tenido la pena de ver partir a un ser querido, cuando encuentran a alguien a
quien amar o cuando son profundamente amados, cuando tienen un éxito profesional o
escolar o se equivocan y deben retomar el camino, es posible experimentar un profundo
sentimiento que lleva a preguntarse por lo que somos, esa maravillosa y misteriosa realidad
de ser seres vivos con tantas capacidades y oportunidades.

La antropología toma en cuenta esas preguntas, y las resume en unas pocas que finalmente
atienden a lo esencial: ¿quién es el hombre?, ¿quién soy yo?, ¿de dónde venimos?, ¿cómo
puedo llegar a ser feliz?, ¿es la muerte la última palabra? Durante siglos hombres y mujeres
se han hecho de forma viva estas preguntas. La invitación es a que tú también te sientas
involucrado y quieras dar una respuesta.

2. EL concepto de antropología y su objeto de estudio

La palabra antropología es un compuesto de dos conceptos de origen griego. Por un lado


tenemos anthropos, que significa “hombre, ser humano”, y por otra tenemos logos, que
significa “estudio o saber”. De este modo, la antropología filosófica se define como un
estudio o saber sobre el ser humano, un estudio filosófico acerca del hombre.

Ese “saber” de la antropología no es un conocimiento cualquiera. Puesto que, como


estudiaremos en este curso, el ser humano es capaz de conocer las verdades del mundo
que lo rodea, el saber de la antropología no debe ser confundido con las simples opiniones,

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que no tienen la misma validez ni pueden estar al mismo nivel que un saber reflexivo y
racional. La antropología nace de las preguntas filosóficas que vienen planteándose diversos
pensadores desde hace milenios, y sus esfuerzos por comprender al hombre no pueden ni
deben ser considerados al mismo nivel que una opinión cualquiera.

Esos mismos filósofos griegos que dieron origen a las primeras preguntas filosóficas,
distinguieron con claridad entre un saber verdadero y una opinión. La opinión se caracteriza
por fundarse en experiencias personales, nuestras vivencias e historia de vida. Hunde sus
raíces en factores culturales, psicológicos, emocionales, afectivos y muchos otros que no
siempre son acertados ni describen el mundo de manera real. Así, cuando digo “todos los
políticos son corruptos”, lo que estoy haciendo es una generalización a partir de lo que he
visto en los medios de comunicación y en mi entorno, pero basta una pequeña investigación
para darse cuenta que esa visión que poseo de los que dedican su vida a la política no pasa
de ser una opinión, pues también hay políticos honestos y esforzados. Así, la opinión no
puede ser considerada como una verdad válida; no aporta conocimiento nuevo ni
verdaderamente fundamentado. Esto no quiere decir que no debamos respetar las
opiniones, pero tampoco podemos perder de vista que al momento de buscar la verdad, las
visiones personales sin bases no son un aporte real y fidedigno.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando alguien tiene una opinión formada e informada? En ese caso
deja de ser una opinión y pasa a ser una verdad, una descripción más acertada de la realidad
que una simple opinión, es decir, un saber verdadero. Allí radica la gran diferencia con las
opiniones. El saber verdadero busca describir de forma exacta la manera en que el mundo
es y cómo funciona, con base en observaciones y reflexiones. Los filósofos griegos tuvieron
que superar los relatos mitológicos de su tiempo y desafiar la cultura y las creencias que
reinaban en aquellos siglos, y así abrir paso a una reflexión y un pensar que les permitiera
afirmar, por ejemplo, que los árboles perdían sus hojas en otoño porque existía un ciclo en
la naturaleza, y no por razones ligadas a los dioses. Esas reflexiones que llevaron a cabo
fueron constituyendo un cuerpo de conocimientos que, con el tiempo, recibieron el nombre
de ciencia. La antropología es una de esas ciencias, y el saber que ofrece está muy por

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encima de las opiniones subjetivas de las personas. La antropología filosófica se enmarca
en un conocimiento verdadero, certero y objetivo. Es una ciencia que busca la verdad, es
decir, surge de una reflexión profunda y acabada, y no de las opiniones o creencias de cada
sujeto.

3. Finalidad de la antropología: un estudio que orienta la vida del hombre.

Ya hemos visto que la antropología es una ciencia, un saber, y que tiene por estudio al ser
humano. Pero toda ciencia, como actividad hecha por seres humanos de carne y hueso,
busca una finalidad. No hacemos ciencia sin sentido, sino que buscamos la respuesta a una
pregunta. Toda ciencia nace de una pregunta en particular: la biología se pregunta por los
organismos vivos, la física por las interacciones entre los objetos, la química por la
composición molecular de las cosas, la botánica por las características de las plantas, etc.
Cuando las ciencias se hacen preguntas acerca del hombre, lo hacen desde una perspectiva
en particular: la psicología se pregunta por su comportamiento, la anatomía por su cuerpo,
la sociología por su dimensión social, etc. Pero la antropología filosófica se sirve de todas
ellas, nos entrega una visión unitaria de todas ellas y se hace la pregunta más importante:
¿Qué es el hombre? No se trata de una pregunta cualquiera, sino que apunta al ser mismo
del hombre, lo que los filósofos han llamado “la naturaleza humana”. A esta pregunta
existen múltiples respuestas. En este curso, por la importancia que ha tenido en la historia
del pensamiento, partiremos por la respuesta que da Aristóteles.

Hace muchos siglos, Aristóteles responde a esta pregunta de forma breve y brillante: el
hombre es un animal racional. Las distintas observaciones que llevó a cabo el filósofo le
permitieron darse cuenta que el ser humano compartía las mismas características de un
animal: poseía un ciclo de vida (nacer, crecer, reproducirse y morir), podía desplazarse,
podía usar sus sentidos para explorar el mundo que lo rodeaba, etc. Pero además de ser un
animal, poseía algo que lo distinguía de entre todos los animales, su racionalidad. De entre
todos los animales, sólo el hombre puede pensar, reflexionar, hacerse preguntas y
conocerse a sí mismo.

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A cada una de estas dimensiones del ser humano, Aristóteles le asoció una parte que lo
componía: la animalidad estaba asociada al cuerpo, con el cual podemos llevar a cabo las
mismas acciones que un animal, y la racionalidad la asoció a su dimensión espiritual, el alma.
En las próximas clases estudiaremos estas partes y las capacidades o facultades que tiene
el hombre en cada una de ellas, y comprenderemos que no son partes diversas sin unidad.
Muy por el contrario, el ser humano es, al mismo tiempo, cuerpo y alma, animal y racional,
y todas sus acciones están marcadas por la unidad de estos dos aspectos de su naturaleza.

Finalmente, es importante aclarar por qué es importante estudiar antropología. Puede ser
muy interesante y enriquecedor, pero ¿qué me aporta en mi vida de estudiante de una
carrera técnica o profesional saber y conocer estas ideas filosóficas? Las temáticas que
estudiaremos probablemente no están directamente conectadas con tu carrera, pero están
conectadas con algo mucho más importante: tu vida personal. Los filósofos griegos
descubrieron una idea que ha sido influyente en toda la historia del pensamiento
occidental: la naturaleza de un objeto me permite comprender el sentido de su existencia.
Si no conozco lo que es un martillo, difícilmente voy a poder entender para qué sirve y la
relación que guarda con los clavos y los trozos de madera. De la misma forma, si no conozco
qué o quién soy, difícilmente voy a poder darle sentido a mi vida y comprender mi
existencia. Solo en la medida en que me comprendo como un ser humano, y entiendo a
cabalidad lo que eso significa, voy a poder trazar el camino de mi vida y darle un sentido y
una dirección. Así, la antropología se constituye en un estudio enriquecedor y necesario
para cualquier persona que desee mirarse y trazar las líneas fundamentales que orienten
su vida y que permitan darle profundidad, y desde ese punto de vista, enriquecerán también
su ejercicio profesional.

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Semana 2: El valor del cuerpo humano

Cuidad del cuerpo con fidelidad inalterable. El alma debe ver sólo a través de estos ojos y si
están borrosos, todo el mundo se nubla

Goethe

Aprendizajes esperados:

- Reflexionar sobre las características del cuerpo humano, su intimidad y dignidad.

-Analizar las características de los instintos y de los sentidos en el ser humano.

Conceptos claves: cuerpo – interioridad – intimidad – dignidad- facultades corpóreas


(instintos y sentidos)

1. La complejidad de lo humano

En la clase anterior hemos estudiado que Aristóteles comprende al hombre como un animal
racional. Esta aseveración nos abre a un entendimiento del ser humano como un habitante
de dos mundos. Por una parte pertenece al mundo animal, instintivo e irracional, y por otra
parte pertenece al mundo de lo racional, libre y voluntario. Aunque parecieran ser dos
mundos opuestos irreconciliables, en el ser humano coexisten estas dos dimensiones de
manera armónica. Esta coexistencia es lo que hace a los hombres los seres más complejos
e interesantes de la naturaleza. A quien se enfrenta a un estudio antropológico como este,
le surgen diversas preguntas: ¿Cómo es posible que existan dos dimensiones tan opuestas
dentro del hombre? ¿A quién debe escuchar y obedecer el hombre: al instinto o a la razón?
¿Cómo saber qué hacer en cada caso? A lo largo de este curso responderemos a estas y
otras preguntas. Pero la clave para comenzar a comprenderlas es entender que estas dos
dimensiones del ser humano no son opuestas o enemigas. Ambas existen en conjunto en el
hombre, formando una unidad y dándole su carácter especial, es decir, transformándolo en
un ser con una riqueza enorme y un valor único.

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2. El cuerpo humano

En nuestro estudio del ser humano, comenzaremos por lo que nos resulta más evidente, es
decir, aquello que podemos ver y tocar, su exterioridad. La clase anterior estudiamos que
Aristóteles comprende al hombre como un animal racional. También estudiamos que el
filósofo asoció la dimensión animal al cuerpo. En esta clase estudiaremos el cuerpo humano
y, aunque nos serviremos del conocimiento que ofrece la anatomía y la biología, le daremos
una mirada filosófica, o más precisamente, antropológica.

Si miramos el cuerpo humano y lo comparamos con el de otros animales, nos daremos


cuenta que nuestra anatomía es bastante pobre o deficiente. A diferencia de los animales,
los humanos no tenemos garras para defendernos, dientes afilados para desgarrar, nuestra
piel es delicada, no tenemos púas ni duras escamas en ella; tampoco tenemos alas para
poder desplazarnos, y nuestras piernas no nos permiten desplazarnos a gran velocidad. El
cuerpo de los animales responde a un entorno, para el cual su corporeidad está
especializada y adaptada. El cuerpo humano, por el contrario, es desespecializado; su
composición no está hecha para un hábitat en especial, ni para atacar ni defenderse de un
depredador determinado. Así considerado, pareciera que nuestro cuerpo es el menos apto
de la naturaleza para poder desarrollar adecuadamente el ciclo de la naturaleza (nacer,
crecer, reproducirse y morir).

Por el contrario, si analizamos al león y comprendemos su alimentación y entorno,


podremos entender su fuerza y agilidad. Si no fuera rápido y con músculos poderosos, no
sería capaz de perseguir a su presa y alimentarse. Su cuerpo está especializado para el
mundo que lo rodea. Lo mismo sucede con los osos polares. Son unos de los pocos animales
que pueden sobrevivir en climas extremadamente fríos gracias a su pelaje y alimentación.
Su color, además, le permite camuflarse y así evitar asustar a su presa, supliendo así su falta
de agilidad producto de su enorme tamaño. Al igual que el león, su cuerpo está determinado

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desde el exterior. Es el medio en el que vive el que nos permite explicar su constitución
física. Su corporeidad está, entonces, determinada desde el exterior.

¿Qué es lo que determina al cuerpo humano entonces? Es cierto que los seres humanos
reaccionan a los factores existentes en el medio en el que habitan. Nuestra piel se oscurece
ante la exposición al sol; nuestro sistema digestivo se adapta a la exposición permanente a
determinados tipos de alimentos, etc. Estos cambios, sin embargo, no constituyen una
modificación significativa de nuestra corporeidad; no hay una especialización como la de
los animales. El cuerpo humano parece responder, más bien, a otro tipo de realidades. Si
no es el mundo externo el que determina nuestra constitución, ¿qué lo hace? Si nos fijamos
en la manera en que estamos constituidos, nos daremos cuenta que nuestra falta de
especialización para el mundo externo nos habla de una especialización para el mundo
interno. Ya dijimos que el hombre no es sólo animal, en él hay una dimensión racional que
lo acompaña y especifica. Es precisamente el ámbito racional el que nos permite
comprender el cuerpo humano. La corporeidad del hombre es de la manera que es para
permitir el despliegue de su racionalidad y sus capacidades internas. Nuestra forma de
desplazarnos, alimentarnos, comunicarnos y reproducirnos, nos hablan de la presencia de
un mundo interior que determina nuestro cuerpo. La finalidad de nuestra corporeidad es
diferente a la del animal. El cuerpo de los animales responde a factores externos que lo
determinan. El cuerpo de los seres humano, por el contrario, responde a una interioridad
racional que lo hace ser como es. Es evidente, entonces, que el cuerpo humano lejos de ser
un cuerpo débil y poco útil, es el más elevado de todos, pues permite y abre al ser humano
a las operaciones más elevadas de todas: pensar, elegir libremente y amar. Esto es lo que
hace que el cuerpo humano no sea equiparable a ningún otro cuerpo, al poseer una belleza
en sí mismo incomparable.

Supongamos, sin embargo, por un momento que adquirimos esas capacidades que
admiramos en los animales. Si tuviéramos, por ejemplo, filosas garras, no podríamos hacer
todas las cosas que hacemos con nuestras versátiles manos. Si fuésemos cuadrúpedos que
pueden correr a gran velocidad para huir de los depredadores, tendríamos que tomar los

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objetos con nuestra boca, que no sería como la conocemos, sino que sería una
protuberancia exterior como la de los perros. Tendríamos dientes más grandes y duros para
poder comer los alimentos sin cocer y nuestra lengua sería más gruesa para no dañarse.
Esto significaría que probablemente no podríamos hablar y comunicarnos de la manera en
que lo hacemos. Nuestra visión del mundo estaría al nivel del piso, sin que pudiéramos
erguirnos para contemplar el mundo. Así, si tuviéramos las “ventajas” de los animales,
dejaríamos de ser lo que somos, seres pensantes que pueden conocer y relacionarse con el
mundo de una forma profunda y reflexiva.

3. Interioridad y dignidad

La falta de especialización para el mundo externo nos ayuda a comprender que el cuerpo
humano está hecho para que el hombre pueda manifestar su mundo interior, su
pensamiento, su lenguaje, su conocimiento y su espiritualidad. Es nuestra naturaleza
humana lo que hace que seamos de la forma que somos y, aunque parezca menos apta que
la de otros animales para la vida natural, resulta ser la que posee la mayor riqueza y valor,
pues nos abre al mundo de una manera en que ningún otro ser puede hacerlo.

Ese mundo interior que posee el ser humano es único en cada individuo. Aunque se
manifiesta de manera similar en todos nosotros, cada uno vive y entiende el mundo de
manera diferente. Es nuestra interioridad individual la que nos hace específicamente
personas. Si comprendemos, como lo hemos mencionado, que el cuerpo humano permite
la expresión del mundo interior, él adquiere un valor particular y especial. En tanto es la
única vía para manifestar exteriormente nuestra interioridad, el cuerpo posee una dignidad
única. Tal es la unión de nuestras dimensiones animal y racional, que nos es imposible llevar
a cabo acciones del ámbito racional cuando nuestro cuerpo está afectado. Es muy difícil
concentrarse en los estudios cuando se tiene un dolor físico, hambre o sueño. Es poco
aconsejable tomar una decisión cuando estamos apenados o enojados. Es la unión de
animalidad y racionalidad la que nos hace propiamente humanos. El cuerpo, entonces, no

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debe ser descartado como una dimensión bestial e instintiva. Tampoco es simplemente un
instrumento para alcanzar otras cosas. La persona humana es también su cuerpo y nuestro
cuerpo es un cuerpo personal, que es lo que le hace tener su dignidad especial1. Con nuestro
cuerpo nos comunicamos, desarrollamos nuestras funciones que nos permiten seguir vivos
y nos da la posibilidad de que nazca otro ser humano, posibilitando el despliegue de nuestro
ámbito racional, como el amor y la dedicación por otras personas. Por ello, la dignidad
propia del cuerpo debe ser atesorada y cuidada. Quien descuida su cuerpo o lo trata con
desprecio, lo único que consigue es dañarse a sí mismo. La actividad física, la alimentación
sana, las apropiadas horas de sueño y cualquier cuidado a nuestra dimensión corporal no
se entiende sólo como una cuestión de vanidad, sino como una comprensión profunda y
acaba de nuestra propia naturaleza humana.

4. Las facultades del cuerpo

Como mencionamos la clase anterior, cada una de las partes del ser humano posee
capacidades diferentes. A esas capacidades también se le conoce como “facultades”. Al
igual que cualquier otro animal, el ser humano posee ciertas habilidades que le vienen
dadas a través del cuerpo y que son innatas. ¿Cuáles son las facultades del cuerpo? En
primer lugar poseemos el instinto; y de él hay dos tipos. Primero poseemos el instinto de
supervivencia, que nos permite algo tan simple y básico como mantenernos en vida. Cada
vez que quitas rápidamente la mano de un objeto caliente, cuando esquivas algo que te han
lanzado, cuando respiras mientras duermes, cuando haces digestión, etc., estás usando tu
instinto. Es esa fuerza inconsciente que nos hace mantenernos vivos y guardar nuestra
integridad física. En segundo lugar poseemos el instinto de reproducción. Es, como su
nombre lo dice, el mecanismo que nos impulsa a reproducirnos y procrear para mantener
la especie. Ese impulso también es innato. Los hombres, a diferencia de los animales,
podemos moderar y educar nuestros instintos, pues lo que es innato es el fondo del instinto,

1
Sobre la dignidad de la persona humana profundizaremos en otro tema más adelante.

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pero no la forma de expresarlo, y en esto se manifiesta que somos seres libres2, de manera,
por ejemplo, que para el hombre se convierta esta fuerza última en un camino para expresar
amor y cuidado más que un impulso puramente animal.

Además del instinto, poseemos los sentidos, que son capacidades orgánicas del cuerpo que
nos permiten conocer el mundo que nos rodea. Se clasifican en dos tipos: externos e
internos. En primer lugar están los sentidos externos: vista, audición, olfato, gusto y tacto.
Cada uno de ellos tiene un objeto propio, es decir “atrapan” alguna característica física de
las cosas. ¿Cómo lo hacen? Para ello requieren de un órgano del cuerpo y es a través de ese
órgano que realizan su operación específica. Por ejemplo, el ojo es el órgano de la vista que
tiene como operación ver y como objeto propio los colores; y el oído es el órgano de la
audición, cuya operación es oír y su objeto propio son los sonidos.

Por otra parte están los sentidos internos, que dependen del cerebro y cada uno tiene una
función específica. El sentido común nos permite reunir las percepciones de los sentidos
externos y darles una unidad. La memoria es la capacidad de almacenar información. La
imaginación nos permite presentarnos mentalmente imágenes que hemos almacenado.
Finalmente la estimativa es la capacidad que tenemos para sentir lo malo o peligroso para
evitarlo y lo bueno o beneficioso para buscarlo. Al igual que con los instintos, los sentidos
en el hombre tienen un carácter particular, pues en el caso de los animales tienen una
finalidad estrictamente biológica; en el hombre, sin embargo, son parte integrante del único
conocimiento humano, que va más allá de la sola función biológica. Los sentidos externos e
internos actúan de manera conjunta, ambos forman lo que se denomina “conocimiento
sensible”, punto de partida de todo conocimiento humano. Posteriormente, y en un grado
superior, se encuentra el conocimiento intelectual, que es el conocimiento en sentido más
propio y perfecto. Este lo estudiaremos en otras clases más adelante.

2
Para profundizar en este tema, cfr. Lucas, R. (1995). El hombre, espíritu encarnado. Atenas: Madrid, p. 155.

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Semana 3: Un viaje hacia los orígenes de la vida.
“Lo esencial es invisible a los ojos”
El Principito, Antoine De Saint Exupéry

Aprendizajes esperados:

- Analizar la causa de la vida en los organismos, según los niveles de vida.

- Reflexionar respecto de las características del alma humana.

Conceptos claves: vida - alma - inmaterialidad - subsistencia.

1. Los seres de la naturaleza y el movimiento

Si volvemos ahora a contemplar la naturaleza, nos daremos cuenta de que existen una
infinidad de seres. Los hay de todos los tamaños, colores y en todas las latitudes. Unos poseen
unas características y otros poseen otras. Sin embargo, es posible advertir que existe una gran
diferencia entre dos grandes grupos. Existen los seres inanimados, carentes de vida, y los
seres vivos. ¿Cómo podemos distinguirlos? Aristóteles dispuso como criterio para
distinguirlos la presencia del movimiento. Pero esto nos enfrenta a un problema: hay seres
inanimados que se mueven, como un volcán, y seres animados que parecen no moverse, como
un coral. Por ello es necesario precisar el tipo de movimiento que atestigua la presencia de
vida, y este es el llamado automovimiento. Cuando un ser puede moverse por sí mismo,
podemos decir que está vivo. Es importante señalar que existen diversos tipos de
movimientos. Normalmente cuando usamos la palabra movimiento nos estamos refiriendo al
desplazamiento, del cual son capaces los animales y los humanos. Sin embargo, existe
también el movimiento aumentativo, que es el hecho de crecer en tamaño. Este movimiento
le es posible, por ejemplo, a las plantas y vegetales. Si bien no se desplazan, aumentan su
tamaño, pierden sus hojas, dan flores y frutos, algunos mudan su corteza, etc., que son formas
de cambio y movimiento. Así, y como veremos en esta clase, distintos tipos de movimientos

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nos atestiguan que estamos en presencia de distintos tipos de seres, con distintos niveles de
vida.

Hace muchos siglos, los filósofos se preguntaron de dónde nacía la posibilidad de moverse;
de dónde adquirían los seres vivos la capacidad de estar vivos. A lo largo de la historia han
existido diversas respuestas, unas más certeras y cercanas a la realidad, y otras no tanto.
Algunos filósofos se preguntaron si era posible explicar la vida a partir de la materia, lo que
es imposible, pues no existiría materia sin vida, es decir, no habría seres inanimados. Luego
se preguntaron si era la reunión de los órganos vitales los que le daban vida a los seres
animados. Si analizamos esta postura nos daremos cuenta que también es errónea, pues
cuando los seres vivos mueren, siguen teniendo sus órganos vitales, y perecen de igual forma.
Además, si hacemos el experimento de reunir diversos órganos de personas o animales, y los
juntamos en un solo cuerpo, no vive. Si hacemos el mismo experimento que el Dr.
Frankestein, llegaremos al mismo problema: la simple reunión de órganos no es sinónimo de
vida. Así, la filosofía volvió a preguntarse de dónde adquirían la vida los seres vivos. Y los
pensadores llegaron a la siguiente conclusión: tiene que haber un algo, distinto de la materia,
que haga que los seres vivos estén, de hecho, vivos. De lo contrario no existirían seres vivos
en la naturaleza. Ese algo, desconocido para ellos, no debía depender de lo material y debía
estar más allá de las determinaciones del cuerpo. A ese algo lo llamaron “anima”, una palabra
latina que significa simplemente “aquello que mueve, que da vida”. El anima del latín es lo
que en castellano conocemos como alma.

2. Definición de alma y tipos de alma

Sabemos que hace siglos los filósofos sostuvieron que había algo llamado alma que guardaba
relación con la vida. Pero, ¿cómo podemos definirla? La mejor definición del concepto de
alma es “principio inmaterial que vivifica el cuerpo”. Analicemos a continuación esta
definición.
En filosofía, un “principio” es algo que constituye a una cosa. Si el alma es parte constitutiva
de un ser, se dice que es su principio. Como dijimos, el cuerpo humano es también
constituyente del ser humano, por lo que el cuerpo es también un principio del hombre. De

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hecho, cuerpo y alma unidos son los principios que explican la constitución del hombre. No
somos solo cuerpo o solo alma, sino una unión de ambos.
El concepto “inmaterial” hace referencia a aquello que no posee materia, pero que de igual
forma existe. Estos nos parece un poco extraño, porque estamos acostumbrados a reconocer
la existencia de aquello que podemos ver y tocar, pero rara vez nos hemos preguntado por la
existencia de aquello que no tiene una realidad corpórea; pero si lo pensamos un poco, nos
daremos cuenta que esos conceptos existen y que los utilizamos diariamente. Pensemos, por
ejemplo, en los números. Los usamos todos los días, pero jamás nos encontraremos con el
número 42 sentado al lado en clases de antropología, o el 28 comprando en el supermercado.
O, si pensamos, en el amor de una madre por el hijo ausente o que ha fallecido… Sabemos
que es una realidad que existe fuera del plano material, aunque se manifiesta en él (mediante
las lágrimas, por ejemplo; o el cuidado con el que conserva la foto del hijo). Con el alma
sucede lo mismo. Existe fuera del plano material, aunque se manifiesta en él (cuando
pensamos, cuando escogemos, cuando amamos, cuando creamos una obra de arte, cuando
rezamos…). Si es aquello que da vida al cuerpo, no puede ser una parte del cuerpo ni estar
en él. Debe superar la materialidad y no depender de ella. Por ello es que se afirma que es un
principio “inmaterial”.
Finalmente, se dice que “vivifica al cuerpo”. Ya dijimos que el cuerpo por sí mismo no vive
ni se mueve. Necesita de ese principio inmaterial para poder moverse y vivir. Por ello el alma
se considera como aquello que le da la vida a la dimensión corporal.

Esto nos conduce a una pregunta fundamental:


No sólo el ser humano está vivo. Vemos que en la naturaleza hay una gran diversidad de
seres que también se mueven, crecen y se desplazan: ¿significa, entonces, que todos ellos
tienen alma también? Efectivamente. Todos los seres animados tienen un alma que los anima.
Sin embargo, una simple observación constata que son muy distintos y diversos. ¿Cómo se
puede explicar esa diversidad si todos tienen alma? ¿El ser humano y los corales comparten
el mismo tipo de alma? Los filósofos han llegado a una conclusión vital: no todos los seres
vivos tienen el mismo tipo de alma, o dicho de otro modo, dependiendo de las características
o capacidades que los seres posean, será el tipo de alma que tengan. De acuerdo al nivel de

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complejidad de vida que posea el ser, será distinta el alma que anime a su cuerpo. Así,
podemos agrupar los seres en tres niveles de vida, poseyendo cada uno un tipo de alma
distinta.

En un primer nivel encontramos a los vegetales y plantas. Su tipo de movimiento está


estrictamente ligado a su ciclo natural de vida: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Esto
está determinado por los estímulos que reciben del mundo exterior: fundamentalmente la
presencia de luz, agua y depredadores. Estos movimientos básicos son dados por el tipo de
alma más simple, el “alma vegetal”.

En un segundo nivel encontramos a los animales. Su tipo de movimiento es más complejo


que el de las plantas, pues además de poseer la capacidad de moverse según el ciclo natural
de vida, pueden hacerlo a partir de la información que le entregan sus sentidos. Así, el caballo
se desplaza hacia el agua para beberla, o se ubica bajo la sombra cuando hace calor. De la
misma forma se aleja del fuego y de sus depredadores pues los reconoce como algo dañino.
Esto es posible gracias a las percepciones de sus sentidos. Por ello, el alma que anima a este
tipo de seres recibe el nombre de “alma sensitiva” o “alma animal”.

Finalmente encontramos a los seres humanos. El movimiento que presentan es el más


complejo de todos, pues no sólo se mueven de acuerdo al ciclo de la vida natural y según la
información que se le entregan sus sentidos, sino que además se mueven de una manera muy
especial, según lo que dicta su voluntad. El alma humana es la única que le entrega al ser que
la posee la capacidad de moverse de acuerdo a los designios personales, pudiendo incluso
contravenir lo que le dictan sus instintos. Es tu alma la que te permite elegir estar en clases
en lugar de ir, instintivamente, a comer algo; eso es una acción voluntaria que puedes llevar
a cabo por el tipo de principio que anima a tu cuerpo. A este tipo de alma se le conoce como
“alma humana”. El hecho de que el hombre tenga las mismas capacidades de movimiento
que los animales y los vegetales (ciclo natural y percepción sensorial) no quiere decir que
posea los tres tipos de alma, sino que posee una sola alma, y que ella posee las capacidades
de los tres niveles de vida.

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Podemos resumir entonces, los tres tipos de alma y el movimiento que compete a cada una
de la siguiente forma:
a) Alma vegetal: permite al ser que la posee el movimiento relacionado al ciclo de la
naturaleza.
b) Alma sensitiva: permite al ser que la posee el movimiento relacionado al ciclo de la
naturaleza y el desplazamiento según sus percepciones sensoriales.
c) Alma humana: permite el ciclo de la naturaleza, el desplazamiento según las
percepciones sensoriales, y el movimiento a voluntad.

3. Las notas esenciales del alma

Por su particularidad y complejidad, el alma humana posee ciertas características o notas que
la hacen la más especial y elevada de todas. Ya dijimos que el alma humana es inmaterial,
pues el origen de la vida debe estar más allá de la materia. Para complementar este argumento,
profundizaremos un poco más en él. Hemos dicho que el ser humano está compuesto de
cuerpo y alma. El cuerpo corresponde a la dimensión animal y el alma a la dimensión
racional. Lo más propio de la parte racional del hombre, como estudiaremos en las clases
siguientes, es la capacidad de pensar, y está ligado al alma. ¿Cuál es el resultado del acto de
pensar? Es claro: los pensamientos. ¿Has visto alguna vez un pensamiento? ¿Has podido
tocarlo, sentirlo, olerlo? Nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad, pues los
pensamientos son inmateriales, al igual que los números y el amor. Lo que podemos observar
de ellos es el resultado que tienen en las acciones de las personas. Así por ejemplo, si alguien
escribe un libro, sabemos lo que piensa, pues vemos plasmados en palabras sus pensamientos,
pero con los ojos no percibimos propiamente sus pensamientos. O si veo que una persona
levanta los brazos de alegría y grita, debe ser por el gol que acaba de anotar la selección
chilena. Puedo entender que está pensando en el gol y en la victoria, pero no puedo percibir
a través de los sentidos sus pensamientos. Si el resultado de la obra de pensar es inmaterial,
también debe serlo aquello que piensa, y puesto que hemos dicho que el alma es aquello que
lleva a cabo el acto de pensar, el alma ha de ser inmaterial. Podría aquí pensarse que lo que
piensa es el cerebro. Aunque es una observación muy común, como profundizaremos más

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adelante, el cerebro es un instrumento para pensar, no el origen del pensamiento, tal como
las manos son los instrumentos del pintor, pero no el origen de su capacidad creativa y su
habilidad para representarse los cuadros antes de pintarlos. Así, la inmaterialidad del alma es
su primera nota esencial.

La segunda nota esencial del alma humana tiene que ver con su inmortalidad, a veces también
llamada subsistencia. El alma, siendo inmaterial, no obedece a los mismos parámetros que
los cuerpos. Son los cuerpos los que tienen una vida orgánica. Ya que el alma no tiene un
cuerpo, parece ilógico pensar que esta muera. Dado que la muerte es el fin de la vida natural,
en la cual el cuerpo se corrompe (deja de ser lo que es), y puesto que el alma no puede
corromperse porque no tiene materia, podemos concluir que el alma no muere. Por su propia
naturaleza, el alma trasciende la realidad corporal del hombre y no deja de existir cuando su
vida natural acaba. Siendo aquello que le da vida al cuerpo, esta no muere cuando el cuerpo
lo hace. Las capacidades del hombre, que estudiaremos en las clases siguientes, abren al
hombre a una dimensión de la realidad que no acaba con la materialidad; el conocimiento y
la capacidad de elegir son lo que hace al humano propiamente humano, y es con base en
aquello que el hombre vive su humanidad, no estando, entonces, limitado por su corporeidad.

En esta clase hemos establecido entonces que el alma es el principio que anima el cuerpo,
que existen diversos tipos de alma, y que es el alma humana la más compleja de todas,
poseyendo notas esenciales que la caracterizan y la ponen por encima de los demás niveles
de vida, haciendo del hombre el ser más elevado de la naturaleza.

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SEMANA 4: Las pasiones, nos mueven y conmueven.

Un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para
caer en ella.
Séneca
Aprendizajes esperados:
-Analizar el lugar de las emociones y los efectos que tienen para la vida.
- Reflexionar sobre la importancia de los hábitos en la educación de la afectividad.
Conceptos claves: sensibilidad - sentidos - tendencias - pasiones.

1. Las tendencias sensibles.

En la clase de la Semana 2 vimos las “facultades del cuerpo”, entre las que destacaban los
instintos y los sentidos, y hablamos del conocimiento sensible al que nos abre los instintos.
Conocer es una pieza esencial de la existencia humana, sin embargo, el ser humano no
agota su existencia en el conocimiento, la experiencia diaria nos demuestra, a cada instante,
que además somos seres que deseamos cosas.

Probablemente, en este mismo momento que lees estas páginas, estás deseando comer o
dormir, o salir a tomar aire fresco y distraerte. Eso es completamente humano porque,
como ya hemos advertido, somos cuerpo y alma a la vez y toda acción realizada por
nosotros está imbuida de ambas dimensiones.

Cuando conocemos algo que percibimos como bueno, ese objeto ejerce sobre nosotros
una afección, algo nos ocurre que nos atrae y de ahí surge un deseo o tendencia por
conseguirlo, y por el contrario, si percibimos algo como malo, la tendencia que surge es la
huida de aquello. Estas afecciones son las que nos motivan a actuar, la posesión de un bien
o la huida de un mal se convierte en el fin hacia el cual dirigimos nuestras tendencias. Así,
por ejemplo, cuando veo una comida sabrosa me acerco para comerla, pero cuando siento
un mal olor, me alejo de allí pues mi cuerpo me está diciendo que eso no es bueno. De esa
forma, entenderemos las tendencias sensibles como inclinaciones o apetitos del cuerpo
hacia un bien concreto y particular. Esto lo vivimos y experimentamos todo el tiempo:

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cuando tienes hambre y deseas comer, cuando tienes sueño y deseas dormir, cuando tienes
ganas de ir al baño y deseas satisfacer esa necesidad, etc. Los instintos, de los que ya
hablamos anteriormente, son una de esas tendencias innatas en el ser humano, como lo
son el de supervivencia y el de reproducción, fuerzas que hacen más fácil la propagación
de la especie y la subsistencia, y que como vimos, a diferencia de los animales, podemos
moderar y educar, con nuestra libertad. Así, por ejemplo, un bombero puede vencer la
fuerza que le impele a huir del peligro de un incendio, y entrar a rescatar a las personas. O
un hombre o una mujer pueden moderar su deseo sexual, de manera que se convierta en
un camino para expresar el amor y el respeto por la otra persona.

2. Clasificación de los apetitos sensibles


Estas fuerzas en el hombre, los apetitos del cuerpo, también conocidos como apetitos
sensibles o sensitivos, se pueden clasificar de diversas maneras. La más clásica es la que
distingue entre dos tipos:

- Apetito concupiscible: Probablemente la palabra concupiscencia te es desconocida, suena


bastante extraña, pero su significado es sencillo: son deseos que surgen ante un bien
material que genera placer inmediato y que se quiere aquí y ahora, sin esfuerzo. Estos
deseos también pueden surgir ante un mal sensible que genera dolor y que se desea evitar
de modo inmediato. Para entender mejor veamos el siguiente ejemplo: imagina que anoche
te dormiste muy tarde y que hoy tuviste que madrugar para rendir una prueba importante,
cuando te despiertas aún tiene unas ganas enormes de seguir durmiendo. El bien sensible
en ese contexto es dormir; seguir en la cama es, sin duda, un placer inmediato que se
consigue sin ningún esfuerzo, por lo que probablemente sentirás una fuerte tendencia a
seguir durmiendo. Para no ceder a ello te puede ayudar una virtud que se denomina
“templanza”, que es la moderación de los placeres.

- Apetito irascible: Este apetito consiste en una tendencia hacia un bien sensible, pero esta
vez ausente y difícil de conseguir; aunque también consiste en el rechazo de un mal sensible

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difícil de evitar. En el fondo, se trata de la lucha para vencer obstáculos y conseguir lo que
se desea. En algunos casos los impulsos que surgen de este apetito llegan a ser agresivos,
pero otras veces no aparecen jamás cuando se necesitan, por ello, lo ideal es que seamos
capaces de gobernarlos, para aprovechar su fuerza ante contextos y situaciones que lo
ameriten. Por ejemplo: en un momento de mucho taco, que tengo prisa, puedo comenzar
a impacientarme, pensando que no voy a llegar a tiempo, perder los estribos, y comenzar a
gritar a todo el mundo. Pero como nos daremos cuenta, esto no resuelve nada. Es una
fuerza descontrolada. En cambio, esta misma fuerza nos puede ser de mucha utilidad
cuando vemos que se está cometiendo una injusticia, y salimos a la defensa de alguien, y
orientamos eso que nos viene desde dentro, para superar eso malo que nos ha hecho
enojar. Una de las virtudes que permiten gobernar adecuadamente este apetito es la
“fortaleza”.

Es importante destacar que los apetitos sensibles son naturales y necesarios en la condición
humana. Deseos e impulsos hacen más fácil la propagación de la especie y la subsistencia,
como vimos que sucede con los instintos. Sin embargo, por su intensidad es fundamental
que la persona los gobierne, pues nos pueden llevar a excesos que anularían nuestra
libertad, causando desorden en la vida humana.

3. Las pasiones, su riqueza y complejidad.

Ya puedes darte cuenta de que de las tendencias sensibles surgen un conjunto de pasiones
que intervienen en nuestro actuar. Cada pasión, nos inclina hacia una determinada
conducta. El amor, por ejemplo, impulsa al acercamiento; el miedo, en cambio, a huir de
algo; la alegría nos anima actuar, pero la tristeza nos puede paralizar. Las pasiones son
realidades que ayudan a entender la conducta de las personas y al reflexionar sobre ellas
podemos advertir qué es lo que nos alegra o entristece. Las pasiones causan una
transformación en las personas, que a menudo se manifiestan físicamente, tal vez la ira te
hace poner rojo y el miedo hace que tu rostro empalidezca.

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El término pasión proviene del griego pathos, que significa padecer, ser afectado por alguna
cosa. Probablemente has escuchado términos que significan cosas muy similares, impulsos,
emociones, sentimientos o afectos. Para continuar nuestro estudio y no crear confusión nos
referiremos al término “pasión” para designar cualquiera de estos estados.

Las pasiones son componentes básicos de nuestra naturaleza, pues todo acto realizado por
nosotros está empapado por alguna pasión; ellas enriquecen la vida humana y al mismo
tiempo la hacen más compleja. Por otra parte, es necesario considerar que las pasiones no
son en sí mismas ni buenas ni malas. La ira, por ejemplo, por sí sola no tiene connotación
moral: esa ira será moralmente mala si está dirigida a una persona; en cambio, dirigirla
hacia las injusticias es correcto, si fuéramos insensibles a la injusticia tendríamos una
carencia en nuestra personalidad.

Los sentimientos o pasiones, nos mueven y conmueven, ellos repercuten en nuestra vida.
No considerarlos en el estudio del hombre o no darles la importancia que tienen es tener
una idea errada y pobre del ser humano.

4. Educación de las pasiones.

Las pasiones o sentimientos, no desaparecen simplemente porque uno quiera dejar de


sentirlos, cuántas veces hemos sentido miedo y quisiéramos no sufrirlo, cuántas veces
hemos sentido tristeza y quisiéramos extirparla de raíz. No podemos erradicar las
emociones de nuestra vida cotidiana, sería un error intentar hacerlo, pues iríamos directo
al fracaso, lo que debemos hacer es lograr armonía entre la vida emocional y la vida
racional: ni suprimir los sentimientos para no caer en el racionalismo ni exacerbarlos para
no caer en el sentimentalismo, sino gobernarlos.

En la medida que somos capaces de adquirir hábitos buenos, las pasiones se integran
armoniosamente con nuestra racionalidad, de ese modo es posible encauzar nuestras
acciones. Si esto no ocurre, el individuo suele volcar su vida únicamente hacia placeres

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desordenados: el placer pasa a ser la meta de un capricho desbordado, llevando al hombre
a la pérdida de la libertad, haciéndolo esclavo de sus propios deseos.

Lo que debemos lograr es una vida llena de tonalidades armoniosas, por ello la educación
de la afectividad no consiste en la represión de los sentimientos, sino en dirigirlos
ordenadamente hacia objetos adecuados. Es necesario aprender a sentir agrado y alegría
por cosas que efectivamente sean agradables y buenas, y sentir desagrado y repulsión por
aquellas cosas que realmente sean repugnantes. Si no educamos nuestros sentimientos,
aparecen de forma imprudente. La siguiente frase de Aristóteles nos puede ilustrar mejor
esta idea: “Enojarse es algo muy sencillo, al alcance de cualquiera. Pero enojarse con la
persona que lo merece, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo
y del modo correcto, eso no tiene nada de sencillo”.

Las pasiones, son reacciones naturales que, bajo el dominio de la razón, nos permiten
reaccionar ante situaciones de la vida de modo adecuado. Así, por ejemplo, la tristeza que
surge por la pérdida de un ser querido es algo esperable y necesario, porque en ese estado
podemos reflexionar sobre esa pérdida y comprender el sentido de ese dolor. Pero a
medida que pasa el tiempo, es necesario superar esa tristeza, perpetuarla en el tiempo nos
puede llevar a la soledad, hundiéndonos poco a poco en un estado depresivo, dándonos
una sensación de desamparo, de fracaso y de vacío existencial.

¿Cómo se pueden educar las pasiones? La educación de los sentimientos consiste, entre
otras cosas, en aprender a asumir los dolores, para aprender de ellos y sacar experiencias
que nos permitan madurar. Se trata también de evitar los excesos que pueden surgir de las
pasiones desordenadas. Cuando la ira se transforma en cólera, por ejemplo, lleva a acciones
violentas que llaman a la venganza y hay que saber evitarla, porque en esos momentos de
indignación decimos y hacemos cosas de las que después nos arrepentimos.

Si intentamos reflexionar, analizando los hechos con objetividad y distancia antes de actuar,
dando a cada cosa la importancia que tiene; si fortalecemos el autocontrol y la voluntad,
probablemente las pasiones tomen el lugar que les corresponde.

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De esa forma vemos, una vez más, la íntima unidad de cuerpo y alma, razón y pasiones. No
somos seres solamente animales, ni tampoco puramente racionales. Si queremos vivir una
vida completa y plena, debemos aprender que somos una armonía de estos dos
componentes. Debemos aprender a escucharlos, educarlos, formarlos y permitir que ambos
se expresen en el momento y de la forma adecuada. Ser humano significa eso, vivir en
plenitud toda nuestra naturaleza, ordenándola y orientándola a aquellos que es mejor para
nosotros.

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