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Psicoterapia de Juego 4 PDF
Psicoterapia de Juego 4 PDF
de
bramante
o
de
papel,
para
que
le
veamos
atento,
absorto,
metérselo
en
la
boca,
arrojarlo,
volverlo
a
coger,
lanzarlo
de
nuevo,
acompasando
en
sonidos
diversos
esta
actividad
de
conocimiento
y
de
dominio.
El
niño
tiene
que
experimentar
todo:
tactilidad,
olores,
sabores,
formas,
colores.
Se
siente
feliz
si
hay
ahí
otra
persona
que
subraya
y
conforma
el
valor
de
su
objeto
de
interés
arrebatándoselo
o
nombrándoselo.
Tan
pronto
como
comienza
a
andar,
se
produce
la
explosión
de
la
curiosidad
investigadora
y
manipuladora
por
lodos
los
objetos
que
veía
sin
poder
tocar,
y
que
su
avidez
de
conocimientos
le
empuja
a
alcanzar
y
manipular,
para
utilizarlos
y
dominar
el
conocimiento
que
adquiere
de
ellos.
Todo
objeto,
sobre
todo
si
es
móvil
o
se
puede
mover,
es
un
interrogante
para
el
niño.
Es
la
edad
de
tocarlo
todo.
Pero
sobre
todo
es
la
edad
en
que,
por
las
palabras
y
el
vocabulario
enseñados
por
el
adulto,
el
niño,
al
mismo
tiempo
que
aprende
la
manipulación
técnicamente
adecuada
a
cada
objeto,
que
también
le
enseña
el
adulto,
aprende
a
estar
seguro
en
el
espacio
familiar.
Al
niño
le
gusta
encontrar
dificultades
y
superarlas;
le
gusta
el
objeto
que
se
le
resiste
y
le
gusta
vencer
el
obstáculo;
le
gusta
encontrar
límites
a
su
libertad
para
ejercitarse
en
hacerlos
caer.
Cuando
los
niños
juegan
entre
ellos,
las
reglas
que
decretan
son
a
veces
más
excitantes
que
la
actividad
lúdica
mental
o
física
en
cuestión.
A
veces,
en
sus
juegos
solitarios,
el
niño
se
impone
a
sí
mismos
reglas,
pero
es
todavía
por
el
placer
de
jugar
a
eludirlas,
por
el
gran
placer
de
hacer
trampas.
¿No
es
esto
tratar
de
dominar
lo
imposible
que,
en
la
realidad,
haría
caer
sobre
el
trasgresor
el
peso
de
la
ley?
Tener,
perder,
encontrar,
hacer,
deshacer,
rehacer
de
otra
manera,
crear,
descrear,
recrear
las
relaciones
con
los
seres
y
las
cosas,
indefinidamente,
esto
es
lo
que
parece
siempre
nuevo
y
fascinante
en
los
juegos
de
los
humanos
en
búsqueda
de
su
placer
y
de
la
conquista
de
posibilidades
siempre
renovadas
en
ellos
mismos.
Búsqueda
también
de
un
dominio
a
falta
de
dominar
la
realidad
de
la
naturaleza,
de
la
sociedad
de
la
que
el
hombre
es
siempre
tributario
y
objeto
a
la
vez.
Lo
que
el
ser
humano
quiere
poner
en
juego
es
la
organización
libre
de
los
fantasmas
de
su
deseo
para,
sin
demasiados
riesgos,
encontrar
su
placer
y
compartirlo
con
sus
congéneres.
Por
consiguiente,
el
juego
está
estrechamente
asociado
con
el
aprendizaje
del
lenguaje,
y
no
solamente
en
el
sentido
de
«hablar»,
sino
en
el
sentido
de
un
código
de
significación
de
los
gestos
y
los
com-‐
portamientos.
Para
la
comprensión
de
sí
mismo,
del
mundo
que
le
rodea
y
de
los
otros,
la
función
simbólica
continuamente
en
alerta
en
el
ser
humano
construye,
por
el
juego
con
objetos,
redes
de
analogía
y
de
correspondencia
con
la
realidad
concreta
de
las
experiencias
manipulativas
corporales
y
mentales
interindividuales.
Ser,
tener,
hacer,
coger,
dar,
amar,
odiar,
vivir,
morir,
todos
estos
verbos
no
cobran
sentido
más
que
a
través
de
los
juegos.
El
entendimiento
llega
al
niño
a
través
de
las
experiencias
lúdicas
de
fracaso
o
de
dominio
de
las
cosas
y
de
los
seres
vivos
realizadas
por
él
mismo.
Todos
estos
verbos
—y
sin
duda
muchos
otros—
serían
todavía
para
el
ser
humano,
antes
de
que
el
niño
haya
podido
disfrutar
de
su
motricidad
jugando,
abstracciones
mentales,
imágenes
sen-‐
soriales
arcaicas.
El
juego
es
siempre
una
esperanza
de
placer.
Este
placer,
se
obtenga
o
no,
es
una
experiencia
que
se
adquiere
siempre,
que
en
toda
ocasión
es
creadora
de
un
conocimiento
renovado
de
sí
mismo
y
a
veces
de
los
otros,
y
esto
incluso
si
el
juego,
como
se
suele
decir,
acaba
mal.
He
dicho
que
es
a
partir
de
los
seis
meses
cuando
el
niño
manifiesta
el
gusto
por
los
juegos
activos.
Por
tanto,
es
posible
observarlo
en
actividad
lúdica.
Pero
es
preciso
saber
que
algunos
niños
encuentran
también
un
placer
muy
vivo
en
una
manera
de
ser
en
apariencia
pasiva.
El
placer
de
escuchar,
de
mirar,
de
sentir,
de
observar
es
para
ellos
jugar,
o
más
bien,
por
así
decirlo,
divertirse
con
las
percepciones
que
encuentran
estando
atentos,
y
a
las
que
dan
sentido
por
la
función
simbólica
que
les
mueve
constantemente.
Debemos
respetar
estos
momentos
en
apariencia
pasivos
en
algunos
niños
que,
cuando
quieren,
son
ardientes
en
el
juego.
Hay
momentos
en
que
están
inmóviles
plácidamente
en
la
playa,
en
un
peñasco,
ocupados
en
contemplar
el
mar,
en
un
jardín
mirando
las
hojas
de
los
árboles,
las
flores,
los
pájaros,
las
nubes,
escuchando
música,
y
no
siempre
música
de
instrumentos,
sino
la
música
de
los
ruidos
de
la
vida.
Para
estos
niños,
también
es
un
gran
placer
observar
a
su
padre
en
el
trabajo,
a
su
madre,
a
artesanos,
a
obreros.
Son
placeres
pasivos,
inteligentes,
observadores,
a
veces
meditativos.
La
televisión
hereda
este
descrédito
sobre
la
aparente
pasividad
del
niño
al
que
le
gusta
mirarla.
Para
muchos
padres,
eso
se
llama
perder
el
tiempo
sin
hacer
nada.
«
¡Vamos,
a
jugar!»
Le
dicen
entonces,
si
les
sorprenden
mirando
cómo
trabajan
los
otros
o
viendo
la
televisión.
El
niño
responde
a
veces
«
¿Por
qué?
Si
me
lo
paso
bien…
»
Pero
los
padres
no
comprenden
por
qué
está
así,
inmóvil,
fascinado.
Para
ellos,
un
niño
debe
jugar.
Hay
que
saber
que
también
es
bueno,
muy
bueno
en
ocasiones,
para
un
niño
sensible
e
inteligente,
jugar
a
estar
en
silencio
consigo
mismo
y
con
el
entorno,
el
cuerpo
y
el
corazón
en
armonía
con
el
espacio
y
el
tiempo
que
pasa,
impregnándose
del
ambiente
en
el
cual
se
siente
feliz
de
vivir.
Los
adultos
parecen
temer
lo
que
consideran
el
vacío
espiritual
de
su
hijo,
quizá
porque,
en
sus
momentos
de
pasividad,
no
es
el
bienestar
lo
que
encuentran,
sino
el
rondar
de
sus
preocupaciones
y
las
inquietudes
de
sus
responsabilidades.
Tratan
de
evitar
este
vacío
espiritual
durante
sus
períodos
llamados
de
vacaciones
mediante
actividades
de
ocio.
El
resto
del
tiempo
lo
ocupan
sus
actividades
de
trabajo.
Es
preciso
que
sus
deseos,
focalizados
activamente
sobre
un
fin
preciso,
les
impidan
sentir
la
angustia
residual
en
torno
a
todo
lo
que
no
va
muy
bien
en
su
vida.
También
proyectan
este
estado
de
angustia
en
el
far
niente,
como
ellos
lo
llaman,
sobre
su
hijo
que
es
todo
ojos,
todo
oídos,
nariz
afilada,
lodo
espíritu
en
vela,
y
que
no
hace
nada.
Sin
embargo,
el
estado
de
paz
interior
que,
para
los
adultos
espirituales
se
conquista
por
el
ejercicio
de
la
meditación,
puede
ser
espontáneo
en
muchos
niños
por
otra
parte
vivos,
alegres
y
a
los
que,
como
a
todos
los
niños,
les
gusta
también
jugar
activamente
solos
y
con
compañeros.
Y
para
esos
niños,
como
para
todos
los
demás,
¡vivan
las
ludotecas!,
esos
lugares
donde
se
prestan
juegos
a
corto
plazo
a
los
niños,
que
vienen
a
dejar
unos
y
llevarse
otros.
Es
muy
importante
para
ellos
variar
los
juguetes
con
los
que
experimentan
su
sensorialidad
y
su
inteligencia.
Un
juego
que
no
oculte
ya
ninguna
sorpresa,
que
no
plantee
ningún
interrogante
es
completamente
inútil
de
guardar
ya:
molesta
al
niño.
Por
supuesto,
no
hablo
de
los
peluches,
de
la
muñeca
preferida,
de
los
pequeños
juguetes
exquisitos
que
el
niño
aprieta
contra
él,
que
abraza
contra
su
pecho
para
dormirse,
chupando
el
pulgar.
En
lenguaje
erudito,
se
los
llama
objetos
transicionales.
Son
para
él
una
parte
de
su
intimidad,
desde
que
es
pequeño
en
el
regazo
de
su
mamá,
y
un
consuelo
cuando
ella
está
ausente
y
él
la
necesitaría.
Estos
juegos
no
se
pueden
cambiar
y
no
son
de
ludoteca.
Los
juegos
de
ludoteca
son
todos
los
libros
infantiles,
todos
los
juegos
de
construcción,
los
juegos
llamados
de
ordenador
y
los
motores,
los
de
inventiva,
los
de
creatividad.
Para
un
niño,
el
hecho
de
ver
jugar
con
un
juego
que
ya
no
le
interesa
a
otro
es
siempre
muy
curioso.
Se
ve
tal
como
era
él
antes
de
conocer
el
juguete,
y
no
puedo
decirles
lo
que
piensa,
pero
he
observado
que
se
sorprende
siempre
mucho
de
ver
que
un
juego
que
no
le
interesa
ya
a
él
le
interese
a
otro.
Se
trata
también
de
enseñar
a
tolerar
que
haya
momentos
de
complicidad
y
de
paralelismo
en
las
ocupaciones
entre
los
niños
y
también
momentos
en
que
otros
niños
se
divierten
de
otra
manera.
No
son
por
eso
tontos,
contrariamente
a
lo
que
dicen
algunos
niños,
o
incluso
muchos
padres
tienen
esta
palabra
en
la
boca
cuando
ven
a
su
hijo
jugar
con
un
juego
que,
en
su
opinión,
no
es
educativo
y
les
parece
sin
interés.
Desconfiemos
de
nuestras
proyecciones
sobre
la
manera
de
jugar
de
los
niños.
No
hay
duda
de
que,
si
un
objeto
interesa
a
un
niño,
es
que
ETAPA 3
De los 36 meses a los 6 años
Shaefer,
Ch.;
Foy,
T.
(2000)
Ages
and
Stages,
John
Wiley
&
Sons,
Inc.
EUA
Traducción:
Mtra.
Cristina
Pérez
Agüero
Los
niños
en
edad
preescolar
que
se
sienten
seguros
y
protegidos
con
el
amor
de
sus
padres
están
listos
para
aventurarse
fuera
de
la
seguridad
emocional
del
hogar-‐
pero
no
por
mucho.
Entre
los
3
y
los
6
años
de
edad,
verá
que
su
hijo
continúa
necesitando
su
amor
y
afecto,
aunque
no
lo
demande
tanto
como
antes.
Notará
que
su
hijo
es
capaz
de
comenzar
a
controlar
sus
emociones;
está
más
seguro
de
mostrar
su
alegría
y
aprende
poco
a
poco
a
controlar
su
enojo.
Es
el
momento
en
el
que
los
miedos
de
las
cosas
imaginarias
(como
los
monstruos
y
los
fantasmas)
van
de
la
mano
del
desarrollo
del
pensamiento
creativo
y
abstracto.
Es
una
etapa
de
muchos
retos
para
su
hijo,
de
grandes
altas
y
bajas
en
sus
emociones.
AMOR
Y
AFECTO
Conforme
los
niños
en
edad
preescolar
se
esfuerzan
por
obtener
independencia,
la
relación
con
sus
padres
cambia.
Ya
no
buscan
el
contacto
físico
constante.
Ya
no
buscara
refugio
en
sus
brazos
ni
se
aferrará
como
antes
lo
hacía.
Pasará
más
tiempo
explorando
sus
al
rededores
que
abrazándolo
y
besándolo
a
usted.
Esto
es
una
señal
positiva
en
el
desarrollo,
pero
como
en
todas
las
fases
de
desarrollo,
los
niños
más
pequeños
generalmente
dan
un
paso
adelante
y
retroceden
dos.
El
niño
independiente
de
4
años
que
de
pronto
se
cuelga
de
su
padre
puede
ser
considerado
como
molesto;
frecuentemente
el
padre
rechazará
esta
conducta
y
se
quitará
al
niño
de
encima.
Al
niño
de
cinco
años
que
nunca
se
queda
quieto,
pero
un
día
quiere
ver
la
televisión
sentado
en
el
regazo
de
su
mamá,
se
le
puede
decir
que
es
demasiado
grande
para
sentarse
tan
cerca.
Al
niño
de
3
años
que
quiere
ser
mecido
en
su
silla
para
bebés,
se
le
recuerda
que
ya
no
es
un
bebé
para
querer
eso.
Este
rechazo
de
mostrar
afecto
de
manera
física,
es
usualmente
bien
intencionado,
y
se
hace
porque
se
cree
(de
manera
errónea)
que
no
se
debe
fomentar
la
dependencia
en
los
niños
de
esta
edad.
Es
verdad,
los
niños
en
esta
edad
deberían
pasar
menos
tiempo
“pegados”
a
sus
papás,
pero
la
necesidad
ocasional
de
ser
abrazado
no
debería
ser
criticada.
Si
los
niños
se
frustran
al
no
obtener
el
apapacho
y
la
calidez
que
necesitan,
su
conducta
dependiente
incrementará
para
tratar
de
satisfacer
estas
necesidades.
Por
otro
lado,
los
niños
que
reciben
constantemente
cuidados,
se
sienten
seguros
y
protegidos.
Van
de
un
lado
a
otro,
sabiendo
que
cuentan
con
una
base
segura.
Siempre
que
sus
hijos
lo
permitan,
béselos,
abrácelos
y
tóquelos.
El
contacto
físico
puede
ser
un
problema
de
género
en
esta
edad.
Los
papás
(y
a
veces
las
mamás)
pueden
comenzar
a
preocuparse
al
pensar
que
si
besan
y
abrazan
mucho
a
su
hijo
varón,
lo
volverán
amanerado.
Preocupados
por
esto
y
por
criar
a
“un
verdadero
hombre”,
algunos
padres
dejan
de
besar
y
abrazar
a
sus
hijos,
y
remplazan
estas
acciones
con
saludos
de
mano
(“vengan
esos
cinco”)
o
con
palmaditas
en
la
espalda.
Esto
es
un
error,
ya
que
uno
de
los
predictores
de
de
masculinidad
en
los
niños
es
la
cercanía
y
la
calidez
del
padre.
Una
forma
de
transmitir
estos
afectos
es
demostrar
los
afectos
por
medio
del
contacto.
No
existe
una
razón
para
no
dar
un
abrazo
o
apapachar
a
un
niño
de
esta
edad.
Los
niños
y
niñas,
ambos
necesitan
el
afecto
y
el
amor
sin
restricciones.
Conforme
transcurre
el
día,
encuentre
momentos
para
decirle
a
su
hijo
“Eres
mi
niño
y
te
quiero
mucho”.
Béselo
en
la
cabeza.
Dele
una
palmada
y
dígale
“Te
quiero”.
Apapáchelo
de
vez
en
vez.
Encuentre
muchas
y
diferentes
formas
para
mostrarle
diariamente
su
afecto
(tanto
de
manera
verbal
como
no
verbal),
quiéralo
y
dígale
sus
cualidades.
Encuentre
formas
simples
de
decirle
“Te
quiero”.
Habilidades
Parentales
para
propiciar
amor
y
afecto
§ Recuerde
que
su
hijo
ya
no
buscará
con
tanta
frecuencia
que
lo
bese
y
lo
abrace
§ Recuerde
que
el
niño
ocasionalmente
mostrará
conductas
de
“bebé”,
como
el
aferrarse
a
usted.
§ Recuerde
que
si
los
intentos
del
niño
para
obtener
cariño
y
calidez
son
frustrados,
su
conducta
dependiente
incrementará.
§ El
mejor
predictor
de
la
masculinidad
en
los
hijos
varones
es
la
cercanía
y
calidez
de
papá.
§ Encuentre
momentos
para
decirle
a
su
hijo
lo
importante
y
especial
que
es
para
usted.
Evite
§ Castigar
a
su
hijo
cuando
parece
que
necesita
mucho
afecto.
§ Creer
erróneamente
que
las
conductas
de
dependencia
que
tienen
los
niños
en
edad
preescolar
de
manera
ocasional,
se
relacionan
con
la
dependencia
en
la
vida
adulta.
§ Preocuparse
que
si
besa
o
abraza
mucho
a
su
hijo
varón,
esto
lo
convertirá
en
un
niño
amanerado.
§ No
besar
o
apapachar
a
un
niño.
ALEGRÍA
Y
ENOJO
Las
emociones
de
alegría
y
enojo
fueron
espontáneas
y
libres
durante
la
etapa
anterior;
en
esta
etapa
son
lentamente
“acalladas”
y
restringidas.
Los
niños
entre
os
3
y
6
años
de
edad
se
vuelven
más
apagados
conforme
aprenden
a
reconocer
y
controlar
sus
emocionales.
Lo
que
antes
era
espontáneo
y
expresivo,
ahora
los
avergüenza
y
puede
considerarse
como
muy
infantil.
Este
cambio
en
la
forma
de
expresarse
puede
hacerlo
pensar
que
su
hijo
ya
no
disfruta
las
actividades
que
antes
le
gustaban.
Ahora,
puede
ser
que
vea
muy
tranquilo
a
las
focas
en
el
zoológico,
sin
una
señal
aparente
de
emoción.
No
asuma,
sin
embargo,
que
no
la
está
pasando
bien.
Un
niño
de
esta
edad
tienen
habilidades
verbales
mayores,
por
lo
que
en
vez
de
aplaudir
y
gritar,
puede
expresar
lo
que
siente.
Puede
notar
que
ahora
su
hijo
hablará
sin
parar
de
todo
aquello
que
le
provoque
una
emoción.
Comparta
esta
actividad
con
su
hijo,
involúcrese
en
tantas
conversaciones
como
le
sea
posible
y
ayúdelo
a
expresar
sus
emociones
y
sentimientos.
Después
de
ver
las
focas
en
el
zoológico,
pregúntele
cómo
se
siente.
Pregúntele
cómo
cree
que
las
focas
se
sienten.
Dígale
como
se
siente
usted.
Relacionar
las
palabras
con
los
sentimientos
ayuda
a
los
niños
a
entender
las
emociones
y
a
aprender
cómo
controlarlas.
Desarrollar
las
habilidades
verbales
ayuda
a
los
niños
a
entender
el
enojo.
Los
berrinches
de
los
niños
de
menor
edad
serán
cosa
del
pasado,
pero
no
piense
que
ya
no
verá
ataques
de
enojo.
A
los
niños
en
edad
preescolar
les
queda
mucho
por
“explotar”.
Por
ejemplo,
Marisa
de
5
años
de
edad,
esta
fascinada
con
e
rompecabezas
de
su
hermana
mayor,
pero
era
muy
difícil.
No
podía
acomodar
las
piezas.
De
pronto
tomó
un
puñado
de
piezas
y
las
lanzó
por
todo
el
cuarto,
al
tiempo
que
lanzaba
un
grito
de
disgusto.
Marisa
corrió
a
través
del
cuarto,
azotando
la
puerta
detrás
de
ella.
Hubiera
parecido
que
Marisa
es
incorregible
y
que
se
comporta
muy
mal,
pero
eso
fue
dolo
una
señal
de
frustración,
lo
cual
es
muy
común
en
esta
edad.
Los
niños
entre
3
y
6
años
se
agitan
con
frecuencia
al
no
poder
empatar
sus
deseos
y
sus
habilidades;
esto
puede
provocar
un
berrinche
porque
aún
no
han
desarrollado
sus
habilidades
de
auto
control
que
necesitan
para
tolerar
la
frustración.
Su
mundo
social
está
en
crecimiento
constante
y
esto
les
genera
tensión
ya
que
comienzas
a
comparar
sus
capacidades
con
las
de
los
demás:
Kate
puede
hacer
este
rompecabezas,
pero
yo
no;
Mary
corre
más
rápido;
Carla
puede
hacer
una
torre
de
bloques,
pero
la
mía
se
cae.
Estas
situaciones
de
comparación,
ayudan
a
la
formación
de
la
auto
imagen
y
son
motor
para
los
berrinches.
Las
buenas
noticias
son
que
entre
los
3
y
6
años
de
edad,
los
niños
están
listos
para
aprender
a
lidiar
con
el
enojo
con
un
poco
de
su
ayuda.
Es
un
buen
momento
pata
enseñarlos
a
manejar
el
enojo
con
tres
pasos:
1)
acepte
que
el
enojo
es
una
emoción
natural
y
normal,
2)
verbalice
el
sentimiento
del
enojo
y
3)
aprenda
a
lidiar
con
la
emoción
mediante
formas
alternativas.
Le
decimos
como:
Acepte
que
el
enojo
es
una
emoción
natural
y
normal.
Los
niños
(de
igual
forma
que
los
adultos)
tienen
el
derecho
a
enojarse.
Necesitan
saber
que
enojarse
no
es
una
cosa
mala
y
que
no
deben
sentirse
culpables
por
sentir
esto.
Su
meta
es
enseñarles
a
no
reprimir
o
ignorar
estos
sentimientos,
además
de
ayudar
a
los
niños
a
aceptar
los
sentimientos
y
canalizarlos
con
fines
constructivos.
Deben
ser
reconocidos
y
tratados
con
respeto.
Una
forma
de
respetar
los
sentimientos
de
enojo
de
su
hijo
es
tratando
de
entender
su
causa.
El
enojo
debe
ser
una
defensa
para
evitar
los
sentimientos
dolorosos;
puede
estar
asociado
con
el
fracaso,
la
baja
autoestima
y
los
sentimientos
de
soledad;
o
puede
estar
relacionado
con
la
ansiedad
en
situaciones
en
las
que
no
tiene
control.
El
enojo
puede
estar
relacionado
con
la
tristeza.
En
la
niñez,
el
enojo
y
la
tristeza
están
muy
relacionados,
es
importante
recordar
que
muchas
de
las
situaciones
que
los
adultos
expresan
como
tristes
los
niños
las
expresan
como
enojo.
Ya
que
el
enojo
es
tan
importante,
debemos
aceptarlo
y
trabajar
con
el,
en
vez
de
negarlo
y
trabajarlo,
en
vez
de
negarlo
y
castigarlo.
Verbalice
el
sentimiento
del
enojo.
Puede
ayudar
a
su
hijo
a
aprender
a
hablar
sobre
el
sentimiento
llamado
enojo
al
darle
las
palabras
que
necesita
para
que
pueda
expresarse.
Cuando
hace
un
berrinche
porque
las
piezas
del
rompecabezas
no
le
quedan,
puede
decirle,
“Entiendo
que
estés
enojado
porque
este
rompecabezas
es
muy
difícil”.
Después
de
darle
nombre
unas
cuantas
veces
a
las
emociones,
se
puede
preguntar
a
los
niños
“¿Cómo
te
sientes?”.
Cuando
le
diga
“enojado”,
está
preparado
para
manejar
esta
emoción.
Puede
enseñarle
esta
lección
predicando
con
el
ejemplo.
Cuando
sienta
que
se
está
enojando,
no
se
lo
guarde.
Dígale
a
su
hijo
“Ahora
mismo
me
siento
muy
enojado”.
Aprenda
a
lidiar
con
la
emoción
mediante
formas
alternativas.
Verbalizar
el
sentimiento
del
enojo
es
un
buen
paso
para
aprender
a
manejarlo,
pero
a
la
larga
los
niños
tendrán
que
aprender
a
hacer
algo
para
manejarlo.
Un
padre
por
ejemplo,
puede
decir
“Déjame
decirte
lo
que
otros
niños
hacen
en
una
situación
como
esta”.
Déle
alternativas
constructivas
a
los
berrinches.
Sugiérale
que
trabajar
en
equipo
en
ocasiones
le
puede
ayudar
a
hacer
algo
que
parece
difícil,
y
ofrézcale
ayuda.
Si
su
hijo
responde
al
enojo
con
golpes
o
empujones,
déle
una
almohada
del
“enojo”.
Póngase
usted
mismo
como
ejemplo.
Cuando
esté
muy
enojado,
muéstrele
que
respira
profundo
y
cuenta
hasta
diez
para
calmarse.
O
dígale
“me
voy
a
mi
recámara
para
calmarme”.
Al
seguir
su
ejemplo,
su
hijo
no
tardará
mucho
en
decirle
“estoy
realmente
enojado”,
mientras
se
dirige
a
su
recámara.
Cuando
esto
suceda,
sabrá
que
su
hijo
ha
dado
el
primer
paso
para
manejar
el
enojo
de
forma
aceptable-‐
la
lección
más
grande
a
esta
edad.
Habilidades
Parentales
para
ayudar
a
los
niños
a
manejar
la
alegría
y
el
enojo
§ Converse
con
su
hijo
para
ayudarlo
a
expresar
sus
emociones
y
sentimientos.
§ Relacione
palabras
a
los
sentimientos
para
a
ayudar
a
su
hijo
a
que
entienda
las
emociones
y
sepa
cómo
controlarlas.
§ Recuerde
que
los
niños
entre
3
y
6
años
experimentan
una
gran
agitación,
cuando
no
pueden
empatar
sus
deseos
y
sus
habilidades.
§ Enséñele
a
sus
hijos
a
aceptar
el
enojo
como
una
emoción
natural
y
normal,
pata
verbalizar
el
sentimiento
del
enojo,
y
a
lidiar
con
esta
de
manera
aceptable.
§ Dígale
a
su
hijo
las
palabras
necesarias
para
expresar
las
emociones
fuertes.
§ Enséñele
a
su
hijo
a
adquirir
herramientas
para
manejar
su
enojo
al
servirle
de
ejemplo.
Evite
§ Asumir
que
su
hijo
se
está
divirtiendo
cuando
no
expresa
de
manera
espontánea
su
alegría.
§ Esperar
que
los
berrinches
terminen
sólo
porque
su
hijo
ha
crecido.
§ Esperar
que
los
niños
tengan
autocontrol
para
tolerar
la
frustración.
§ Negar
o
castigar
los
sentimientos.
Reconocer
y
aceptar
el
sentimientos;
centre
su
disciplina
en
las
conductas
inaceptables.
§ Encontrar
sus
sentimientos
de
alegría
o
enojo.
Muestre
a
su
hijo
que
estas
son
emociones
naturales
y
normales.
§ Frustrar
a
su
hijo
al
darle
juguetes
que
representan
un
reo
muy
grande
y
no
son
apropiados
para
su
edad.
MANEJO
DEL
TEMOR
Los
infantes
y
los
niños
generalmente
se
asustan
de
cosas
concretas
que
pueden
ver,
como
un
perro
gruñendo
o
una
tormenta
con
rayos.
Conforme
los
niños
en
edad
preescolar
desarrollan
las
habilidades
de
imaginación,
sus
miedos
son
aún
más
fantásticos.
Ahora
su
hijo
tendrá
miedo
no
sólo
del
perro
que
gruñe
sino
de
los
monstruos
debajo
de
la
cama
o
del
ladrón
que
puede
entrar
en
casa
por
la
ventana-‐
cosas
que
ellos
no
pueden
ver,
pero
sí
pueden
imaginar.
Los
niños
en
edad
preescolar
están
desarrollando
constantemente
su
imaginación,
esto
le
da
rienda
suelta
a
sus
miedos
y
magnifica
el
peligro.
Aunque
su
hijo
necesita
consuelo
y
ayuda
en
esta
etapa,
la
mayoría
de
los
niños
superan
sus
miedos
en
la
edad
preescolar,
con
el
tiempo.
Los
miedos
de
los
preescolares
provienen
de
tres
fuentes:
§ La
experiencia
directa.
Si
su
hijo
asocia
el
doctor
con
una
inyección
dolorosa,
puede
temerle
a
todos
los
doctores.
Si
a
un
niño
lo
muerde
un
perro
puede
crecer
con
temor
a
los
perros.
Estos
son
miedos
comprensibles
que
pueden
desarrollarse
cuando
algo
malo,
amenazante
o
embarazoso
le
sucede.
§ La
experiencia
de
otros.
Si
su
hijo
ve
a
otro
niño
llorar
después
de
caerse
del
columpio,
puede
temerle
a
todos
los
columpios.
Si
un
niño
pequeño,
que
aún
no
puede
diferenciar
los
hechos
de
la
fantasía,
mira
una
película
de
terror,
puede
volverse
asustadizo.
Su
propia
reacción
a
las
cosas
como
los
insectos,
la
profundidad
del
agua,
o
un
rayo
puede
enseñarle
a
su
hijo
a
temerle
a
esto.
Es
deseable
que
el
niño
desarrolle
la
habilidad
para
ser
empático,
pero
esto
también
puede
hacer
que
el
niño
le
tema
a
las
cosas
que
otros
le
temen.
§ Lo
desconocido.
Los
niños
en
edad
preescolar
conocen
cada
rincón
y
recoveco
en
su
ambiente.
Les
gusta
la
seguridad
y
comodidad
de
lo
familiar-‐
generalmente
no
les
gustan
las
nuevas
experiencias
y
situaciones.
Lo
desconocido
es
un
gran
motor
para
su
imaginación.
Cualquier
cosa
puede
pasar
una
vez
que
comienza
el
juego
mental
“Qué
pasaría
sí…”.
Con
sensibilidad,
paciencia
y
un
poco
de
creatividad,
puede
ayudar
a
su
hijo
a
lidiar
con
los
temores
de
la
niñez:
Reconozca
el
miedo.
Trate
de
aceptar
los
miedos
del
niño
y
entender
la
intensidad
de
esto.
No
se
deshaga
de
ellos
diciéndole
“No
seas
tonto;
no
hay
nada
a
que
temerle”,
o
“Te
estás
portando
como
un
bebé,
deja
de
asustarte”.
En
lugar
de
ello,
reconozca
que
los
sentimientos
de
temor
son
bastante
reales.
Puede
decirle
“Ya
me
di
cuenta
que
ese
payaso
te
asusta”.
Hable
acerca
del
miedo.
Dígale
a
su
hijo
que
todos-‐incluido
usted
mismo-‐
tenemos
temor
alguna
vez
en
la
vida.
Sea
capaz
de
compartir
sus
propios
miedos.
Puede
decirle,
“Se
cómo
te
sientes,
a
mí
también
me
asustaban
los
rayos”.
Comparta
el
sentimiento.
Un
niño
que
se
siente
asustado
casi
siempre
se
siente
solo.
Léale
a
su
hijo
libros
de
personajes
que
temen
a
cosas
parecidas,
como
el
cambiarse
de
casa
o
ir
a
la
escuela
por
primera
vez.
Que
el
niño
escuche
que
hay
otros
que
le
temen
a
lo
mismo
le
puede
ayudar
a
superar
el
miedo
y
a
encontrar
formas
para
enfrentarlo
por
sí
mismo.
Dele
control.
Si
su
hijo
se
siente
desarmado
frente
un
invasor
invisible,
puede
usar
su
imaginación
para
darle
poder
para
vencer
este
miedo.
Por
ejemplo,
si
hay
un
monstruo
escondido
en
el
closet,
puede
darle
un
atomizador
con
poderes
especiales
para
darle
poderes
de
protección.
Rocíe
agua
con
su
“arma”
en
la
recámara
de
su
hijo
antes
de
acostarlo,
para
alejar
a
los
monstruos.
Puede
pedirle
a
su
hijo,
que
haga
un
dibujo
del
monstruo;
dígale
ahora
que
arrugue
el
dibujo
y
lo
lance,
así
el
monstruo
no
podrá
volver.
Pegue
un
letrero
de
advertencia
en
la
recámara
de
su
hijo
“¡No
se
permite
la
entrada
a
los
monstruos!”.
Reduzca
la
exposición
a
las
cosas
que
le
pueden
asustar.
Sepa
que
la
imaginación
de
su
hijo
es
más
fuerte
que
su
sentido
de
realidad,
limite
su
exposición
a
las
películas
o
programas
violentos
o
atemorizantes.
Asegúrese
estos
sean
apropiados
para
su
edad
antes
de
que
permita
que
su
hijo
los
vea.
Aun
el
noticiero
de
la
tarde
puede
ser
atemorizante
para
su
hijo.
Prepárelo.
Puede
reducir
las
experiencias
de
temor
al
preparar
a
su
hijo
por
adelantado
a
experiencias
que
le
pueden
producir
temor.
Antes
de
que
vaya
al
dentista,
háblele
a
su
hijo
acerca
de
lo
que
puede
esperar.
Si
s
posible,
encuentre
libros
o
dibujos
de
lo
que
verá.
Habilidades
Parentales
para
ayudar
a
los
niños
a
manejar
el
temor
§ Recuerde
que
la
imaginación
creciente
de
los
niños
en
edad
preescolar
le
da
rienda
suelta
a
los
miedos
y
magnifica
el
peligro.
§ Dígale
al
pediatra
de
su
hijo
sobre
los
miedos,
si
estos
persisten
por
muchos
meses
e
interfieren
con
su
vida
cotidiana.
§ Trate
de
aceptar
los
miedos
de
sus
hijos
y
entienda
su
intensidad.
§ Dígale
a
su
hijo
que
todo
mundo
tenemos
miedos-‐
incluso
usted.
§ Léale
a
su
hijo
libros
sobre
personajes
que
le
temen
a
las
cosas.
§ Ayude
a
su
hijo
a
ganar
poder
sobre
su
miedo.
§ Reduzca
las
experiencias
que
pueden
asustar
a
sus
hijos,
adelantándose
a
las
cosas
nuevas.
Evite
§ Preocuparse
demasiado
por
los
miedos
de
su
hijo.
La
mayoría
de
los
niños
superan
sus
miedos
en
la
edad
preescolar.
§ Transmitirle
a
su
hijo
sus
propios
miedos.
§ Minimizar,
ridiculizar
o
criticar
los
miedos
de
sus
hijos.
§ Exponer
a
su
hijo
a
programas
o
películas
que
lo
pueden
asustar.