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Tema 9.

Apologética:
Defensa de la fe y Amor a la iglesia

Nos ha tocado vivir en una época donde las personas ya no creen por la simple autoridad de
la Iglesia, es decir, ya no dicen “amén” a todas sus enseñanzas; cada vez más las personas
exigen razones para creer, piden explicaciones y se atreven a poner en duda las enseñanzas
que por siglos han hecho parte del depósito de nuestra fe, provenientes de la Divina
Revelación.

Es por eso que los Cristianos tenemos el deber de formarnos y conocer a fondo nuestra fe,
pues como nos lo dijo nuestro primer Papa, el apóstol San Pedro: estad “siempre dispuestos a
dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).

Cada vez es más común ver a los hermanos separados tocando de puerta en puerta, con la
biblia en sus manos y dispuestos a evangelizar a quienes le abran. Seguramente que muchos
de nosotros ya hemos tenido la experiencia de escucharlos, y tal vez nos han dicho unas
cuantas citas bíblicas de memoria y hasta nos han cuestionado acerca de las enseñanzas de
nuestra fe, y, lamentablemente, hemos tenido que callarnos pues no sabemos cómo
responder. Y seguramente hemos conocido muchos casos en los que personas que se
llamaban católicas han afirmado encontrar la verdad en una secta y se han ido de la Iglesia. Y
es que como lo resume muy bien la frase: ¡Católico ignorante, futuro protestante!

Un consagrado a la Santísima Virgen María es un católico firme, convencido, amante de su fe,


que se preocupa por conocerla y ahondar cada día más en ella, y que está siempre dispuesto
a dar razón de su fe cuando le es necesario. Por ello, en esta lección tocaremos algunos de
los principales temas en los que somos más cuestionados por nuestros hermanos separados,
pues para cada una de sus preguntas la Iglesia tiene una respuesta.

La Iglesia Católica, única Iglesia de Cristo

Las obras de Dios siguen el mismo camino de la encarnación; Cristo se encarna para hacerse
cercano, para hablarnos, tocarnos, alimentarnos. Nuestro Dios no es un Dios cósmico, no es
una energía, es un Dios persona, que se adecúa al lenguaje y los medios humanos para
comunicársenos, para entablar una relación con nosotros, y esto se realiza en la persona de
Cristo. Él se hace visible, palpable, tangible, de lo contrario nosotros no lo captaríamos, nos
sería muy difícil entablar una relación con Él. Cristo, al partir al Cielo, quiso dejarnos un signo
sensible y visible de su presencia y cercanía, que fuese una continuación del misterio de su
encarnación: y por ello instituyó la Iglesia.

En adelante, será la Iglesia la encargada de perpetuar la presencia y misión de Cristo en el


mundo. Pues si Cristo no hubiese instituido una Iglesia desde el principio, el Evangelio no
habría llegado hasta nuestro tiempo, el mensaje de Cristo se hubiera diluido con el pasar de
los años. Para evitar que esto sucediese el dijo a Pedro: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), es decir, una sola Iglesia.

El primero en usar la palabra “Católica”, para designar a la Iglesia de Cristo, fue San Ignacio
de Antioquia, en el año 107, en una carta dirigida a la comunidad de Esmirna “cuando el
arzobispo aparece, deja ser a la gente como es, donde está Jesucristo, allí está la Iglesia
católica”.

Las «iglesias» protestantes surgen apenas en el siglo XVI -a partir del cisma propiciado por
Martín Lutero- pero ¿cómo llegaron al conocimiento de Cristo? ¿Quién custodió y proclamó el
Evangelio hasta ese tiempo? Sólo hay una respuesta: la Iglesia Católica; la única fundada por
Cristo para ser fiel custodia y propagadora de sus enseñanzas.

La permanencia de la Iglesia Católica en el tiempo nos habla de su origen divino, es decir, de


que ella es humana y divina a la vez; humana porque está conformada por hombres, y divina
porque Cristo es su Cabeza. Si fuese una simple institución humana hace rato que hubiese
pasado a la historia, como lo han hecho los grandes imperios; pero si después de 20 siglos
sigue en pie, a pesar de sus tantos enemigos y de las miserias de quienes la conformamos,
es porque la gracia de cristo la sostiene, y porque verdaderamente se ha cumplido su
promesa: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,19). Su permanencia en
el tiempo es ya un milagro de la gracia.

Sólo hay una Iglesia fundada por Cristo: la Católica, con una sucesión ininterrumpida de 266
papas desde Pedro hasta el Papa Francisco, con historia, con Tradición, con santos y
mártires. Cristo quiso formar un solo rebaño con un solo Pastor, un solo bautismo y una sola
fe.
El papado de Pedro

Para fundar su Iglesia, Cristo escoge una cabeza visible, el apóstol San Pedro: “tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

Cuando Jesús conoce a Pedro, le cambia inmediatamente el nombre: “Entonces lo llevó a


donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás
Cefas”, que traducido significa Pedro” (Jn 1,42), esto no lo hace con ningún otro apóstol.

¿Por qué hizo esto con Pedro? En el Antiguo Testamento, tenemos dos casos en que Yahvé
hace esto mismo con dos importantes personajes con quienes pacta una alianza:

Gén 17,4-5: “Por mi parte esta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de
pueblos. No te llamarás Abrán, sino que tu nombre será Abraham”.

Gén 32, 29: “En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel porque has sido fuerte contra Dios
y contra los hombres, y has vencido”.

Es decir, no es casualidad que Jesús cambie el nombre a Pedro, lo hace con una intención
que más tarde dejará ver al constituirlo en la piedra sobre la que edificaría su Iglesia. Jesús
constantemente encomienda a Pedro la tarea de pastorear a sus hermanos en la fe, cosa que
no hace con ningún otro apóstol:

Jn 21,15: “Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que estos?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta
mis corderos”. El Señor encomienda a Pedro la misión de ser pastor de su rebaño, la Iglesia.

Lc 22,31-32: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el
trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas
vuelto, confirma a tus hermanos”.

Pedro toma el liderazgo ante el grupo de los apóstoles en asuntos decisivos para la Iglesia, en
ejercicio de la autoridad que le confirió el Señor Jesús:

Hch 1,15-22: “Uno de esos días, Pedro se puso de pie en medio de los hermanos -los que
estaban reunidos eran alrededor de ciento veinte personas- y dijo: (…) Es necesario que uno
de los que han estado en nuestra compañía durante todo el tiempo que el Señor Jesús
permaneció con nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día de la ascensión, sea
constituido junto con nosotros testigo de su resurrección”.

Como éstos, aparecen a lo largo de la Sagrada Escritura muchos más textos bíblicos que
confirman la institución de Pedro como el primer Papa de la Iglesia, como aquel que se
encargaría de custodiar la unidad en la fe, tan querida por el Señor Jesús. Además, a partir
de Pedro, la Iglesia Católica presenta una sucesión ininterrumpida de 266 Papas, es decir,
desde Pedro siempre ha habido un heredero de la alianza hecha entre Cristo y el Vicario de
su Iglesia. Estar con el Papa es garantía de estar en la Iglesia de Cristo.
La unidad herida

Cristo quería una sola Iglesia:

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Cristo habla de edificar
una sólo Iglesia, no varias.

“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en Ti”(Jn 17,21).

“Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes
han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo». (Ef 4,4-5).

Los Cismas: El “No” a la unidad.

En 1517, Martín Lutero se separa de la Iglesia fraccionando el cuerpo místico de Cristo, y


dando origen así al protestantismo. A partir de allí se da el surgimiento de multitud de
denominaciones protestantes, y es así como hoy existen más de 40.000 sectas.

Sin embargo, hay que aclarar que existe un protestantismo histórico, con el cual la Iglesia
sostiene un diálogo ecuménico: Luteranos, Calvinistas, Presbiterianos, Anglicanos,
Anabaptistas.

Los tres presupuestos del protestantismo: sólo la biblia, libre interpretación y sólo la fe.

«Sola Scriptura»: Sólo la Biblia

Desde el cisma luterano, uno de los principales temas que causa división es el de la
“Tradición”. Mientras que la Iglesia Católica insiste en proclamar la Palabra Escrita (Biblia) y la
Palabra transmitida oralmente (Tradición), las “iglesias” protestantes proclaman la «sola
Escritura», es decir, que sólo la Biblia es Palabra de Dios. Niegan así la autoridad de la
Sagrada Tradición, y por tanto, niegan aquellas verdades fundamentales de la fe que no están
contenidas de manera explícita en la Biblia. Mutilan la Verdad.

Tradición vs. tradición

Entendemos, pues, por Tradición (Paradosis) la Palabra revelada por Dios que se transmite
de manera oral en la Iglesia, que no está contenida en las Sagradas Escrituras, pero que con
éstas, contiene el depósito de la fe. Es diferente al término “tradición”, con t minúscula, que
son costumbres eclesiales que pueden ser cambiadas o abrogadas por La Iglesia.
Encontramos un ejemplo de Tradición en 1 Cor 11,2; 2 Tes 2,15; 2 Tim 2,2; 1 Cor
11,23. Muchas veces esta palabra es modificada en traducciones como la Reina Valera por
palabras como Instrucciones (paiedeia) o doctrina (didescalia).
No todo está en la Biblia:

Jn 20,30: “Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no
se encuentran relatados en este Libro”.

Jn 21,25: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso
que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían”.

1 Cor 11,2: “Los felicito porque siempre se acuerdan de mí y guardan las tradiciones tal como
yo se las he transmitido”.

2 Tes 2,15: “Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y conserven fielmente las
tradiciones que aprendieron de nosotros, sea oralmente o por carta”.

Jesús mandó a sus apóstoles a predicar no a escribir: Mc 16,15; Rom 10,17; Mt 28,19. Los
Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron escritos 7, 10, 20 y 60 años después,
respectivamente. Es decir, antes de ser Palabra de Dios escrita, fueron Palabra de Dios oral.

Libre interpretación

La Sagrada Escritura, no puede ser interpretada libremente, pues ésta ha sido confiada a la
Iglesia, por quien fue definida. A continuación, unas palabras de La Constitución
dogmática Dei Verbum, en el numeral 9 y 10: «La Tradición y la Escritura están
estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo
caudal, corren hacia el mismo fin. La sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto
escrita por inspiración del Espíritu Santo.

La Tradición recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de
la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación… El oficio de
interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado
únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo».

El Espíritu Santo no puede revelar a una secta una verdad y a otra decirle algo diferente; no
puede decir a unos que María fue siempre virgen y a otros que no lo fue; no puede decir a
unos que se deben bautizar de pequeños y a otros que el bautismo solo es para los adultos, y
etc. El espíritu Santo no se puede contradecir, el enseña la verdad que es una sola. Por ello
no pueden existir diversas interpretaciones y enseñanzas sobre la Palabra de Dios; existe una
sola y ésta es custodiada por la única Iglesia que Cristo fundó.

“La Iglesia es pilar y fundamento de la Verdad” (1 Tim 3, 15), por tanto, es a ella a quien le
corresponde interpretar adecuadamente la Palabra de Dios. Además, Jesús pide unidad
en Jn 17,21; con la libre interpretación no se cumple con la Voluntad Divina, pues cada
interpretación da pie a una nueva doctrina, y ésta, a una nueva «iglesia». La razón humana
individual, al ser limitada, variable y contradictoria, tomando carácter de juez, termina por
despojar la Palabra de Dios de su carácter sobrenatural. Por estas razones la Sagrada
Escritura no puede ser interpretada por cuenta propia, y esto ya nos lo advertía el apóstol
Pedro:
2 Pe 1, 20: “Pero tengan presente, ante todo, que nadie puede interpretar por cuenta propia
una profecía de la Escritura”.

2 Pe 3,16: “En ellas hay pasajes difíciles de entender, que algunas personas ignorantes e
inestables interpretan torcidamente -como, por otra parte, lo hacen con el resto de la
Escritura- para su propia perdición”.

Fue la Iglesia quien, bajo la luz del Espíritu Santo, definió el Canon bíblico en el Concilio de
Cartago en el año 397, por tanto, con la autoridad con la que definió los libros sagrados, con
esa misma autoridad los interpreta. ¿Cómo pueden los hermanos separados creer firmemente
en la Sagrada Escritura y dudar de la autoridad que la definió? ¡Absurdo! Dudar de la
autoridad de la Iglesia es dudar de la Sagrada Escritura.

«Sola fides»: Sólo la fe

Los hermanos protestantes afirman que Pablo, en muchas ocasiones, dice que la salvación
viene por la fe y no por las obras. En esto la Iglesia ha sido clara: la salvación viene de Dios
por el sacrificio de su Hijo Jesucristo en la cruz y es dada al hombre por fe, aún sin
merecerlo; pero esta fe si es sincera se transforma en obras hacia los demás, es decir, se
convierte en caridad, sin la cual nada es perfecto. Por estas obras nos va juzgar el Señor
cuando venga en su gloria (Mt 25,31-46).

Los protestantes proclaman la doctrina de la “sola fe” apoyándose en la cita de Rom


3,28: «Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la
Ley». Con base en este texto, los protestantes interpretaron que las obras buenas carecen de
sentido. Hay que aclarar que San Pablo se refiere a las obras de la ley, es decir, a la
circuncisión, la observancia del sábado, los ritos de purificación, etc. Por el contrario, la Iglesia
Católica, apoyada en la Escritura, ha enseñado siempre que las obras buenas son
necesarias para la salvación del hombre:

Sant 2,17: “Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente
muerta”.

Rom 2,6: “que retribuirá a cada uno según sus obras”.

Ap 20,13: “El mar devolvió a los muertos que guardaba: la Muerte y el Abismo hicieron lo
mismo, y cada uno fue juzgado según sus obras”.

Mt 25,31-46: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue
preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer;
tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron;
enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver…”

Las Imágenes

El protestantismo se apoya en Ex 20,4 para afirmar que Dios prohibió la elaboración de


imágenes: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de
lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra». Si
interpretamos de manera literal este texto bíblico, nos daríamos cuenta que nadie lo ha
cumplido jamás; pues siendo así, no podríamos tener ni billetes, ni fotos, ni esculturas de
nada ni de nadie. Cosa que ni los mismos protestantes han cumplido.

Ni siquiera el mismo Dios hubiese cumplido con lo mandado, pues, unos pasajes más
adelante manda a Moisés a elaborar imágenes:

Ex 25,18: “Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del
propiciatorio”.

Ex 26,31: “Harás un velo de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal; bordarás
en él unos querubines”.

Dios no se puede contradecir, no puede prohibir las imágenes y luego mandar a Moisés que
haga imágenes para su morada. Entonces, si se lee el texto en su verdadero contexto nos
daremos cuenta que el texto prohíbe la idolatría, no las imágenes como tal. También a
Salomón, cuando está construyendo el templo, el que será su morada entre los hombres, le
manda hacer imágenes:

1 Rey 6,23: “En el lugar santísimo hizo dos querubines de madera de olivo; cada uno medía
cinco metros de altura”.

1 Rey 7,29: “sobre esos paneles había figuras de leones, de toros y de querubines, y lo
mismo sobre el armazón. Tanto arriba como abajo de los leones y toros había unos adornos
en bajorrelieve”.

Hoy en día es difícil encontrar a alguien que adore una imagen y sin embargo, nos
encontramos en el siglo de mayor idolatría que ha existido en la historia de la humanidad; hoy
se adora al dinero, al sexo, al placer, al cuerpo, etc. Recordemos, además, que el mismo Dios
hace imágenes ¿Acaso el género humano no fue creado a su imagen y semejanza? ¿No es el
mismo Jesús imagen visible del Dios invisible?

Los católicos tenemos imágenes porque nuestro Dios es “persona” y no un ser cósmico o una
energía -como lo profesa la nueva era-; así pues, las imágenes nos dan una idea de un Ser
concreto y no de un “ente energético”.

“Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para el que no sabe. Lo que se
enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. ¡Las imágenes son el
catecismo de los que no saben leer!”[1]. (San Juan Damasceno).

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