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¿Quo vadis, ciudadano?

Imaginando la emancipación

Elsa Ponce
Universidad Nacional de Catamarca1

Todos los caminos llevan a Roma: indicios sobre una categoría


En los proyectos de investigación coordinados en los últimos diez años, intentamos pensar
mediante el supuesto que denominamos ecuación matriz2, esto es, bajo el vínculo economía
y política, el modo en que la conducta de los individuos se gobierna, así como las nociones
que se emplean en su definición, desde la filosofía política. Si bien en sentido estricto,
ciudadanía no es una categoría específicamente tratada en la literatura biopolítica, cuando
abordamos la relación entre vida y política, nos preguntamos por cómo los sujetos
responden a los despliegues de la razón biopolítica, expresándose en algunos contextos
como conducta ciudadana, esto es, en términos de acciones que coinciden con intereses y
acciones de otros. Insistiendo en la propuesta del paradigma inmunitario, desde el cual el
derecho se reconoce como un dispositivo que puede agenciar comportamientos defensivos-
ofensivos de la vida humana, arrimamos algunas intuiciones al debate que nos convocara en
este primer Simposio de Ciudadanía y emancipación: interrogantes y apuestas, y re-
centrando la idea de ciudadanía en su génesis, esto es, en la idea de civitas.
En principio, la pregunta por la ciudadanía nos orienta en pos de una filosofía
política situada, que indague qué hay de ella en la escena política y cómo impregna el
imaginario democrático. Puesta en foco sobre la América Latina contemporánea, la
pregunta “¿hacia dónde vas, ciudadano?” nos detiene en la reflexión sobre el largo ciclo
que va desde las reaperturas democráticas desde 1980 hasta el presente. Mientras tanto,
hallamos la idea de ciudadanía en este lado colonial, promovida entre 1810 y 1910,
fundando una visión ligada a las demandas de la población ante la autoridad, pero que fue
paulatinamente cercenada, cuando no abandonada, por obra de mediaciones instrumentadas

1
Trabajo presentado en Simposio Ciudadanía y emancipación: interrogantes y apuestas. Facultad de
Filosofía y Letras, UNT. 16 - 17 de Junio.
2
Elsa Ponce: “Mercado, Estado y planificación en el Valle de Lágrimas que Nunca se Secan”. Río Cuarto,
Córdoba, CLACSO. Mímeo, 2009.
desde el poder soberano, bajo el supuesto de afianzar un destino común a todos sus
tutelados. Durante esa centuria, su significado cumplió en todo caso un papel
homogeneizador de las pluralidades sociales que amenazaban con agrietar el consenso
sobre las obligaciones del poder soberano para con los súbditos de las nuevas colonias. La
noción de civitas, tal como la acuñó el derecho romano al fundar el derecho civil en las
Institutiones de Justiniano3, a diferencia del ejercicio de la politeia, en el sentido griego,
remite a la confluencia de leyes y costumbres que se establecen para regir los destinos de
una comunidad, entendida como conjunto de pueblos, postulado que habilita una idea de
ciudadanía, como condición que se instituye sin más regla que mostrar la indisolubilidad de
la relación entre ley y justicia. Justicia como principio que exige explicación sobre las
infracciones contra la comunidad, y comunidad que implica una sucesión de lazos unitivos
entre individuos que se reconocen similares en necesidades e intereses.
Ser ciudadano, entonces, comprende, según esta génesis románica4, regular la vida
en sus modos de creación, reproducción y mantenimiento, sentido que nos acerca
ciertamente a los intereses de la reflexión biopolítica. La civitas, acuñada por el
pensamiento jurídico romano, se avecina a una idea de comunidad, cuya cohesión se
asegura mediante la idea de justicia. Esto es, los hombres conviven en un orden justo,
gracias a lo cual se reconocen ciudadanos. El derecho, y no los dioses, dan sentido a la vida
en la ciudad.
Sin embargo, esta visión en principio superadora del platonismo y el aristotelismo,
precisamente porque deja en manos de los hombres la garantía de la justicia, se sostiene
mediante la figura del saber experto, los juristas, lo que torna la civitas en objeto
epistémico. Presumimos que en esa delimitación hunde raíces el recorrido que en la historia
del pensamiento político ha marcado una inclinación hacia un principio tecnocrático sobre
la conducción de la ciudadanía hacia un estado de bien vivir.

Impugnaciones del presente: semblanza de una ciudadanía recortada

3
Reflexionamos aquí a partir de un interesante trabajo del chileno Max Mureira Pacheco: “La tripartición
romana del derecho y su influencia en el pensamiento jurídico de la época Moderna”, Revista de Estudios
Histórico–Jurídicos, XXVIII (2006), pp. 269-288, al examinar la tripartición del derecho occidental como
marco de regulación de la conducta humana.
4
Justiniano: Institutiones (trad. de F. Hernández-Tejero). Madrid, Universidad Complutense, 1961.
Pensemos en la dirección de escrutar entonces cómo se actualiza la idea de ciudadanía en
un registro inmediato, el orden democrático argentino, deteniéndonos en tres noticias que
presumimos sintetizan las posibilidades del oficio ciudadano hoy, entendido como
comportamiento que incide en los sistemas que producen las afectaciones de la vida,
tomando de ellos su contenido para reinscribirlo en las actuaciones del poder soberano.
Primera noticia: el proceso de movilización ciudadana ocurrido en mayo de 2017
contra la medida del 2x1, en que no solo se activó la objeción a un dispositivo jurídico-
político que diligenciaría la libertad de genocidas, sino que mostró la latencia de un reflejo
inmunizatorio en la población5. Expuso, no solo un sentido de lo común amenazado, sino el
violentamiento que representó para los ciudadanos su justificación, pues coincidió con la
continuidad del juzgamiento a acusados de delitos de lesa humanidad durante la última
dictadura. La ciudadanía, en ese encuadre, se reconoce como querellante del carácter
violento del derecho que quiebra un sentido común construido en torno a la culpa y el
castigo, pese a que en muchos contextos puede tornarse locus de exigencia de la ampliación
de las políticas de seguridad, incluso apelando a la exigencia de más vigilancia policial,
represión y punición, para proteger la propiedad privada. Más aún, es posible que parte de
esa ciudadanía movilizada compartiese un estado de indefensión de la propia vida ante el
acoso de robos, asaltos y secuestros, y cuya consecuencia atroz ciertamente viene siendo la
justicia por mano propia. Pero, aun siendo colectiva, no alcanza a conformarse en protestas
masivas con la misma potencia que las visibilizadas ante el avance de la impunidad en el
sentido antes descrito.
Segunda noticia: recientemente se inauguró en el hospital público de la capital de
Catamarca, un consultorio integral en el que se atenderá a la población LGTB6. La
información reproducida en los titulares de la prensa escrita local desató la polémica por su
supuesto carácter discriminatorio respecto de “otros ciudadanos”. La iniciativa definida

5
Se denomina 2x1 a ley 24.390 vigente en Argentina entre 1994 y 2001 con el objetivo de reducir la
población carcelaria, compuesta en gran parte por personas con prisión preventiva y sin condena firme.
Dicho instrumento indicaba que pasados los primeros dos años de prisión preventiva sin condena, se
debían computar dobles los días de detención a la medida judicial. En mayo de 2017 la Corte Suprema de
Justicia decidió que dicho instrumento es aplicable en el caso de Luis Muiña, un civil detenido en 2007 y
condenado en 2011 a 13 años de prisión por haber participado de un grupo paramilitar que torturó a
personas en 1976, durante el último régimen militar argentino.
como respuesta a las demandas del Consejo municipal de diversidad sexual, afectiva y de
género, avivó en la opinión pública el supuesto de que, por una parte, los servicios de
atención estatal de la salud no contaban con prácticas diferenciales requeridas para el
tratamiento de personas con elecciones sexuales disidentes de la heteronormatividad y, por
otra, la decisión imponía nuevos compromisos éticos a los trabajadores del sistema
hospitalario público. Sin embargo, la medida produjo un doble proceso inmunizatorio, de
farmacon7 e implante, de resolución y apertura de un nuevo significante en la relación entre
saber médico y paciente, delimitados por el reconocimiento del cuerpo sexuado. Ello se
inscribe en el hecho de que la experiencia de las poblaciones trans en los últimos años,
pone en relieve que la actualización de tamaña significación se hace imperativa toda vez
que se disputa el reconocimiento de identidades. Con ello se produce una resignificación de
la idea de ciudadanía que propone la inauguración de otras racionalidades para cuidar de
otras corporalidades y otras subjetividades.
La propuesta es compartida también, mediante una orientación similar, por la
población que vive y convive con el VIH-SIDA, litigando también con el sistema de salud
y el campo farmacológico en torno al tratamiento del cuerpo, la sexualidad y la salud. Si
bien en este orden la trayectoria data de más tiempo y ha sido articulada generalmente por
más organizaciones civiles, sus definiciones abren surcos en la idea restringida de
ciudadanía como movimiento que aglutina reclamos al poder soberano. Estos itinerarios de
la ciudadanía ensanchan la definición del bien común en la medida en que visibilizan
algunas contiendas por el reconocimiento, que en la gestión del bienestar general de la
población han sido obliteradas.
Las dos gramáticas constituyen una gimnasia cotidiana de completamiento de las
formas de libertades reconocidas en el sistema político, pero no garantizadas en la
interacción social, ni en los ámbitos especializados en el cuidado de la salud y la
sexualidad, particularmente.

6
Véase https://www.elancasti.com.ar/info-gral/2017/6/11/inauguraron-consultorio-integral-hospital-juan-
bautista-337819.html
7
Esposito denomina phármakon al mecanismo, que siguiendo la doble tradición de la medicina, opera como
cura y veneno, como antídoto necesario para defender la vida de los riesgos que acarrea ponerla en común. A
este significado inmunitario deber ser referida la singular duración de la metáfora dei «cuerpo político» no
solamente en la tratadística de gobierno de la primera modernidad, en la que emerge de forma explícita, sino
también después, cuando la metáfora parece eclipsarse simplemente porque «se realiza» en el cuerpo mismo
Tercera noticia: el nucleamiento ciudadano autodenominado “Vecinos
autoconvocados de Andalgalá, Catamarca”, que interpuso en 2012, ante la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, un recurso de amparo exigiendo la prohibición de la radicación del
emprendimiento minero Agua Rica8, obtuvo en 2016 una resolución a su favor que prohíbe
la radicación de proyectos mineros a gran escala en su territorio. Un efecto importante de
esta respuesta fue la emisión de una medida similar, el mismo año, adoptada por el juez
local de garantías9. El acontecimiento tiene, en todo caso, similitudes con otras contiendas
abiertas en nuestras regiones (Norte y Norte Grande), ante la transnacionalización de
territorios mediante la explotación a gran escala de la minería y la tierra. La amenaza que se
cierne sobre la vitalidad, entendida como el compendio de cuerpo, genes, memoria,
patrimonios, actualiza mecanismos defensivos ante los cuales el poder soberano esgrime la
necesidad de cuidar de la paz social. Tal es el caso de los raciocinios esgrimidos para
desestimar los cuestionamientos y dispositivos interpuestos contra las políticas extractivas
de los recursos minero-metalíferos.
Esta versión de la ciudadanía sale del orden de la afectación individual, reconocible
en las formas de cuestionamiento del acceso al consumo, el ocio, la vida privada y corrige,
como destaca Castro Orellana, “una cierta descomposición del espacio público y una
jibarización de la ciudadanía –entendida como el desenvolvimiento de una razón universal–
en beneficio de un individualismo radicalizado” 10.
La ciudadanía, bajo esta acepción, esto es, movilizada por sí y por otros, se instituye
como ámbito que expande la noción de garantías para una buena vida hacia la totalidad de
la población. Sus formas de postulación invocan un nosotros más amplio en el que se
subsumen las singularidades ideológicas, identitarias, etc. y no reduce su queja a la
ocupación del espacio público, movilización mediante, sino que halla en el derecho sus
formas de locución.

de la población. Como se advierte hemos catellanizado el vocablo. Véase Roberto Esposito: Inmunitas.
Negación y protección de la vida. Buenos Aires, Amorrortu, 2005.
8
Emprendimiento cuya vida útil se calcula en 24 años y que se proponía explotar una reserva de 731
millones de toneladas de cobre, molibdeno y oro (véase Fundación para el desarrollo minero argentino).
9
Ver: http://www.fundamin.com.ar/index.php/medio-ambiente/47-actualidad-minera-e-impacto-
ambiental-/81-desarrollo-cualitativo-agua-rica-y-su-informe-de-impacto-ambiental
10
Rodrigo Castro Orellana: Gubernamentalidad y ciudadanía en la sociedad neoliberal. Valparaíso,
Universidad de Valparaíso-FONCYT, 2007. Disponible en https://studylib.es/doc/7428801/gobernabilidad-
y-ciudadan%C3%ADa-en-la-sociedad-neoliberal
¿A dónde vas, ciudadano?
¿Qué horizonte supuestamente nuevo abren estas trayectorias sobre la idea de ciudadanía?
La primera intuición es que se acentúa la imagen de coautoría de la historia social, no
afecta siempre y sustancialmente los modos de administración o regulación de la vida
colectiva ni propone un estado de felicidad mancomunada, pero señala el límite de
tolerancia de la población a los arbitrios de la ecuación matriz. Los debates que circundan
estas iniciativas contienen la propuesta de un nosotros que se propone delimitar las
responsabilidades de quien reconoce como tutor de la vida colectiva: el poder estatal, la
autoridad, el staff gubernamental, etc.
En segundo lugar, se avizora que la relación entre los resortes que activan el
ejercicio de estas acepciones de ciudadanía es posible mediante una reflexividad alcanzable
en interacción con otros. Así pues, el carácter crítico que puede asumir el derecho o
cualquier mecanismo de apelación ante el poder soberano solo se agencia mediante el uso
del lenguaje como dominio de sí y del orden que afecta a los individuos, es decir, para
cifrarlo en términos inmunitarios, como una apropiación de los recursos sistémicos para
defenderse de las arremetidas de la ecuación matriz. Pero, a la vez, dicho uso supone
reconocer que los propios derechos, vulnerados o negados, refractan otros sujetos cuyas
obligaciones son partícipes de esas restricciones. En ese sentido, la ciudadanía no es una
condición, sino un proceso multipolar, que compromete figuras y mecanismos variados. Es
decir, lo político se distingue como un campo de vigilancia sobre los cuestionamientos de
las formas de ciudadanía y éstas a su vez se producen como discusiones y proposiciones
sobre los límites constitutivos del régimen democrático, para los cuales el derecho se
escoge como uno de los insumos que hace posible enunciar las vulneraciones que acucian a
los individuos. Opera también como resorte que dirime la maraña burocrática producida so
pretexto de inexistencia de recursos, o de la sobrecarga de dispositivos de regulación de la
atención de servicios, por ejemplo.
No obstante, no perdemos de vista que las sucesivas reconversiones institucionales
y discursivas sobre las vulneraciones, tienden a desplazarse hacia un tratamiento de la vida
en su pura inmediatez, desmadrando de la política su dependencia y situándola en el
restringido plano de los saberes expertos. La inmunización sin reflexividad, entonces,
conduce a una encerrona, porque no revierte el orden que produce las vulneraciones, sino
que corrige sus determinaciones.
En última instancia, las ciudadanías encarnan una autonomía relativa respecto de los
sistemas que interceptan, no solo porque lo social donde se inscriben es contingente sino
porque la doble tracción, protección y negación de la vida, se articula sobre el cuerpo cuya
dialecticidad (salud, enfermedad, placer, etc.) obliga al orden biopolítico a contenerlo una y
otra vez, reconduciéndolo mediante múltiples dispositivos.
Asimismo, puede reconocerse otra deriva de las formas de ciudadanías, en cuanto
de ellas depende la visibilidad del principio de acción del poder soberano. Esta es, en todo
caso, una segunda dialéctica operada a partir de las demandas ciudadanas, que deja a mano
del poder soberano el instrumento con el cual puede legitimarse, es decir, la decisión sobre
qué hacer para restaurar las fallas de su desempeño. Sin embargo, la ciudadanía como
facultad dirigida a cualquiera de estos propósitos, prospera como insurrección contra la
persistencia de lo negativo cuando los individuos han tenido algún tipo de acceso a
dominios de información sobre los hiatos del comportamiento del poder soberano.
Despojados de todo recurso, los individuos que han caído fuera del registro del orden
biopolítico, siguen condenados a un no-lugar en cualquiera de estas posibilidades de
ciudadanía. He aquí la ocasión para una aflicción ocurrente de la filosofía política: pensar si
es posible un reencauce de ese limbo en el que se hallan tantas vidas. Nos queda, en todo
caso, la faena de seguir señalando la disolución de los universales vacíos con que el poder
soberano se defiende de las experiencias de proposición, afirmación o desplazamiento,
incluso de la idea de ciudadanía.
Ciertamente, la pregunta por el rumbo de los ciudadanos no tiene en este registro
una única respuesta posible. Van, vamos, hacia donde la relación entre vida y política no
sea puesta en entredicho.

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