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—¡Sí, claro! Ha sido un placer conocer a estas señoritas.

—¿Son todas ellas tan dulces y amables como parecen? —preguntó Gavril. Y antes de
que Maxon respondiera, la respuesta me hizo sonreír. Porque sabía que sería un sí…, más o
menos.
—Hummm… —Maxon miró más allá de Gavril, en mi dirección—. Casi.
—¿Casi? —preguntó Gavril, sorprendido. Y se giró hacia nosotras—. ¿Alguna de ellas ha
hecho alguna travesura?
Por fortuna, todas las chicas soltaron unas risitas, de modo que yo me uní a ellas. ¡El muy
traidor!
—¿Qué es lo que han hecho exactamente estas chicas para portarse mal? —insistió
Gavril.
los disturbios provocados por los rebeldes en Saint George. Yo no tenía ni idea de que
hubiera sucedido ninguna de aquellas dos cosas. Entre todo lo que había visto y oído durante mi
infancia y lo que había aprendido desde mi llegada al palacio, empecé a preguntarme cuánto
sabíamos exactamente sobre los rebeldes. Quizás estuviera equivocada, pero no me parecía que
se les pudiera culpar de todo lo que ocurría en Illéa.
Y de pronto, como si hubiera salido de la nada, apareció Gavril en el plató, presentado
por el coordinador de Eventos.
—Buenas noches a todos. Hoy tengo un anuncio especial que hacer. Se cumple una
semana de Selección y ocho señoritas ya se han vuelto a casa, dejando atrás a veintisiete bellas
jóvenes entre las que tendrá que escoger el príncipe Maxon. La semana que viene, pase lo que
pase, dedicaremos la mayor parte del Illéa Capital Report a conocer a estas asombrosas jóvenes.
Sentí el sudor en las sienes. Estar ahí sentada y poner buena cara…, eso podía hacerlo,
pero ¿responder preguntas? Sabía que no iba a ganar aquel jueguecito; aquella no era la cuestión.
Sin embargo, desde luego, no quería quedar como una tonta delante de todo el país.
—Antes de pasar a las señoritas, hablemos un momento con el hombre de moda. ¿Cómo
está, príncipe Maxon? —dijo Gavril, cruzando el plató.
Aquello era una emboscada. Maxon no tenía micrófono ni se había preparado la
respuesta.
Justo entonces crucé una mirada con él y le guiñé el ojo. Aquella tontería bastó para que
sonriera.
—Estoy muy bien, Gavril, gracias.
—¿Está disfrutando de la compañía hasta el momento?
—¡Sí, claro! Ha sido un placer conocer a estas señoritas.
—¿Son todas ellas tan dulces y amables como parecen? —preguntó Gavril. Y antes de

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