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Literatura de los Siglos XVIII y XIX

Antonio Luis Marín Benedicto

Dos discursos y un ensayo de Benito Pérez Galdós

Índice
1. Introducción...................................................................................................................2

2. «La sociedad presente como materia novelable»..........................................................3

3. «Observaciones sobre la novela contemporánea en España»........................................6

4. Nuestro teatro. «Viejos y nuevos moldes»....................................................................8

5. Conclusiones................................................................................................................11

6. Presentación del trabajo Power-Point..........................................................................13

7. Referencias bibliográficas...........................................................................................14
1. Introducción

Manda la tradición que los académicos electos de la Real Academia Española


lean en acto público un discurso de ingreso, trámite necesario para adquirir la condición
plena de miembro. Así las cosas, don Benito Pérez Galdós no podía ser una excepción.

Merece la pena acercarse a las grandes figuras de la literatura española, sin que
importe desde que perspectiva se haga: obra narrativa, dramática, poética. Sucede que,
además, la obra crítica, ensayística, de Galdós resulta sumamente interesante. En efecto,
tratar los pensamientos del gran escritor Galdós nos permite entender mejor tanto la
vida, como su posición en el universo creador, como sus obras concretas.

Si hablásemos en términos arquitectónicos, la obra es la fachada, lo más


accesible por parte del lector medio; sin embargo, el pensamiento que subyace son las
vigas, los pilares interiores, que a menudo permanecen fuera del alcance de la vista.
Pero que no sean visibles no significa que no sean importantes. Al contrario, son esencia
y fundamento, pues lo sostienen todo y permiten al escritor levantar su obra.

Por todo ello, en este trabajo abordaremos dos discursos del prolijo escritor
Benito Pérez Galdós, uno de los cuales es el que escribió y pronunció en su toma de
posesión del asiento correspondiente en la RAE. Asimismo, se comentará un artículo de
su visión sobre el teatro de la época, en la misma línea que los discursos.

Galdós escribía porque tenía un gran sentido social. Lo situamos en un momento


delicado para España. Efectivamente, en este contexto de regeneracionismo, nos
topamos con el problema de España, su decadencia y pérdida de poder e influencia.
Galdós pone su pluma al servicio del país. Su humilde aportación es la de retratar a una
sociedad, la española, que no es consciente de cómo es y de qué es. Saber quién se es es
el primer paso antes de ponerle remedio, de avanzar y progresar.

En Galdós confluyen todas sus líneas: la política, la literaria, la social. Es un


autor completo y, como dice Grandes (2019), «que nos enseñó a contar desde abajo».
Ahí situó la mirada, en la base, y no en la cúspide.
2. «La sociedad presente como materia novelable»

Comencemos por el discurso de ingreso en la Real Academia. Don Benito leyó


su escrito de ingreso el 7 de febrero de 1897 para ocupar el sillón N. El discurso, al que
contestó en nombre de la Academia Marcelino Menéndez Pelayo, se tituló «La sociedad
presente como materia novelable».

Merece la pena, antes que nada, detenerse y atender a la reflexión que realiza
Puértolas (2020): «Galdós fue el escritor que mejor ha retratado la sociedad de su
tiempo». En su discurso de ingreso, refleja lo que hace él en sus novelas. Le sorprende a
Puértolas ese adjetivo presente, pues hoy diríamos actual. El mayor homenaje que
recibió, concluye la académica, fue el de su público.

El comienzo es un claro ejemplo del tópico de la captatio benevolentiae. El


autor llama la atención de los oyentes y se sitúa por debajo de sus inminentes nuevos
compañeros. Se disculpa Galdós, también, de su falta de práctica en lo crítico y
reflexivo, para lo que arguye su dedicación casi exclusiva a lo «anecdótico y narrativo».
Va más allá, al retratar su insignificancia e impotencia, frente a lo inabarcable de la
literatura, la sabiduría de una biblioteca y el conocimiento, que es infinito.

Una parada obligada de cualquier discurso de la RAE es el ensalzamiento y


recuerdo del predecesor en el sillón. En este caso, don León Galindo de Vera. Galdós
encomia su embellecimiento de los textos legislativos, que ocuparon a Galindo de Vera.
Pasado este trámite, el escritor canario se centra en la novela, materia en la que puede
defenderse, y deja la erudición —como señala él mismo—, para el académico que le
responderá, más ducho en esas cuestiones.

Para Galdós, la novela es imagen de la vida y el arte de componerla estriba en


reproducirla, a grande y pequeña escala, manteniendo ese resbaladizo equilibrio entre
exactitud —nosotros diríamos veracidad— y belleza de reproducción —o estilización
—. Y su estudio se puede afrontar de dos maneras: atendiendo a la plasmación que hace
el escritor en las obras concretas, la novela en sí, o interesándose por la vida misma,
fuente de inspiración del creador.

Don Benito opta y abandera esta segunda forma de entender la creación


novelística. A él le interesa el creador supremo, el primigenio, el vulgo, palabra que no
le cuesta aceptar, si se entiende como el conjunto de personas alineadas en un nivel
medio de ideas y sentimientos. El modelo será juez, como dice Galdós. La tarea del
buen escritor será actuar como filtro y cauce satisfactorio, que el origen y el destino
sean parejos y pueda verse este último como fiel reflejo del primero.

La senda, no obstante, no es sencilla ni clara. El autor nos retrata una sociedad


disgregada, vacilante, desorientada, pues desconoce hacia donde se dirige. El
desdibujamiento de las tradicionales clases sociales —la plebeya, la aristocrática— y el
consecuente surgimiento de una novedosa clase media, hallada a medio camino entre
una y otra, marcará el futuro. Esto trae consigo la pérdida de identidad, pues la sociedad
se confunde en un conglomerado sin características, todo lo mismo, todo igual. La
igualdad se abre paso en la lengua (la dicción uniforme), en la arquitectura (el
equiparamiento del paisaje urbanístico, tanto rural como urbano), etc.

La nivelación prosigue, mientras el arte presenta la inconsistencia de las


tendencias y estilos. Antiguamente, los gustos literarios duraban décadas y permitían
una reflexión profunda antes de que esta cristalizara en obra concreta. Ahora, todo es
pasajero, nada gusta porque todo gusta. Lo ingenioso de ayer puede ser grotesco hoy. El
vulgo, fuente creadora, será un juez inseguro, pues ni él está convencido de lo que busca
o detesta.

Galdós no extrae conclusiones enteramente pesimistas. Al contrario, cree


provechoso esto. Es cierto que la presencia de tipos, de clases, le aportaba personajes
esbozados, caracteres ya fijados, pero la caída de estos es la oportunidad perfecta para
ahondar en el hombre y desechar al personaje, al estereotipo, a los tópicos. Representar
la vida, ciertamente, no es tan fácil y superficial como recurrir a tipos clásicos, sino que
debe esforzarse por aprehender la verdad de la vida, tan compleja y llena de aristas. El
fruto de este arduo trabajo será satisfactorio y significativo.

Las épocas de unidad no tienen que ser forzosamente mejores que las de
confusión y disgregación. Los Siglos de Oro, encumbrados y glorificados, seguramente
no fueron tan idílicos. La historia está llena de alteraciones y arbitrariedades, es un
narrador más, centrado en las altas esferas y sus intrigas, que edulcora la verdad. Esta ha
dejado a un lado la opinión y los actos del pueblo, no se nos presenta como agente, sino
como un espectador alejado, inmóvil, para nada interesante de observar.
Galdós no quiere insistir en esta descomposición, objeto de su discurso, ya que
ello sería igual que ocuparse de crítica, algo para lo que él, desde un principio, se ha
declarado incapaz. Se lo entrega a quien quiera retomarlo con estudios y reflexión. Sí
concluye que la narración no acabará si acaban ciertas clases sociales. El ingenio
humano reside en todas partes, en la hermosura del esplendor y en la desolación de la
decadencia.
3. «Observaciones sobre la novela contemporánea en España»

Anterior al discurso que acabamos de tratar es el siguiente que nos ocupa. Este
discurso, que responde al título del apartado bajo el que se desarrollan estas líneas, fue
publicado en 1870.

En él, Benito Pérez Galdós comienza con una crítica sin ambages a la novela de
la época o, mejor dicho, a los novelistas. Estos han ido incorporando elementos extraños
y ajenos a las novelas, lo que desemboca en obras para nada perdurables. Así las cosas,
dichas novelas poseen una vida fugaz, nacen condenadas a morir sin pena ni gloria en el
olvido colectivo, pues no están nutridas de los poderosos materiales que la sociedad
misma aporta.

Los esfuerzos nacionales y académicos por fingir que la producción novelística


española es de calidad son en vano, pues resultan falsos. Por muchos aderezos o
pretensiones, no se deben realizar tales circunloquios: los escritores españoles no han
sabido acometer la empresa de la novela de verdad —dice Galdós—, la novela de
costumbres, fiel reflejo de la sociedad. Otros campos, bien explorados y entendidos,
como el teatro o la lírica, destacan sobre un terreno que para los poco observadores
escritores ha resultado imposible de trabajar.

La lírica, por ejemplo, ha sido un éxito para España. Somos grandes soñadores;
imaginar nos gusta más ver observar. No obstante, esa época ya pasó y nos cuesta mirar
al presente y al futuro, a la realidad, que se impone en todos los países, al realismo.
Sucede que no nos podemos conformar con la lamentación, pues poseemos la capacidad
de observar. La tenía Cervantes, la tenía Velázquez, máximos exponentes en sus
campos de la virtud de la observación. Galdós achaca este alejamiento de la aprehensión
de la realidad en los tiempos agitados que se vivían. En efecto, la captación de lo real
exige sosiego y dedicación, inexistente en un momento de tamañas confrontaciones y
ataques.

A todo esto, hay que añadir la concepción de escritor que se maneja. Los
escritores buscan el sustento, lógico, por una parte, la posición laboral y la estabilidad,
en detrimento de obras de grandes cualidades. Si para ganar el salario, debo dedicarme a
obras menores y panfletos, que así sea. Las máximas expresiones novelísticas no dan de
comer.
El mercado manda y a él se deben los novelistas. Ellos escriben lo que los
lectores van a leer y, previamente, pagar. Son novelas fáciles, de movimiento,
sorprendente en un primer momento e incluso excitantes, pero esto no perdura. El
resultado es la desligazón entre novela y realidad. Ante lo más extraño que nos podamos
topar, decimos que es cosa de novela, algo extravagante, inverosímil. Sin embargo, los
grandes captadores de lo real —Cervantes, Velázquez— lo plasman y provocan el
asombro del público, que reconoce en sus obras acontecimientos que les podrían
suceder a ellos mismos, lo cierto y común.

Otra moda surgida ha sido la de la novela de salón, a imitación de Francia. Para


ello, las ideas ilustradas, el afrancesamiento en todos los niveles (moda, costumbres…),
han sido clave. La sociedad, sobre todo la aristocracia, ha dejado atrás sus señas de
identidad; es decir, ya no son ni aventureros, ni los típicos españolitos, sino que han
abrazado el espíritu moderno, el progreso.

Esta nivelación de las clases deja estrecho margen para el triunfo de una novela
de salón de las altas esferas, producto que no resulta de especial interés para la mayor
parte de la población. La novela necesita, al contrario, un círculo mucho más amplio
que el que ofrece una única y minoritaria jerarquía. Así, Galdós aboga por una novela
del pueblo, que está repleto de colores y matices, de particularidades y excepciones.

Por desgracia, la emergencia de la nueva clase media obstaculiza la labor


narrativa. La sociedad está mutando, lo tradicional está en vías de extinción, pues el
pueblo ya no es lo que era. Todo esto desemboca en el gran reto al que se enfrenta la
novela de época de Galdós: el retrato de la clase media, que ahora gobierna las
naciones, con sus características propias.

Y es que esta clase media merece la atención del escritor. En todas las épocas, el
ser humano y lo que guarda en su interior es digno de retratarse. Más aún, la clase
media es epicentro de los acontecimientos políticos, económicos, sociales y casi de toda
índole. Es tarea del novelista reflejar su desasosiego, sus ideales. El proceso, para
Galdós, ya ha comenzado: florecen cuentos y novelas cortas de costumbres, de
satisfactorio resultado, paso previo al surgimiento de grandes novelas.

La novela de costumbres, en fin, cumplirá su cometido: no disertar o filosofar,


sino decir lo que somos como sociedad, evitando los juicios, y decirlo con arte, por
medio del arte de la escritura. La novela realista, rebosante de sencillez e inapelable,
deberá aunar la exactitud de la fotografía y la belleza de la pintura.

4. Nuestro teatro. «Viejos y nuevos moldes»

Trataré ahora de comentar un artículo de la obra inédita de Benito Pérez Galdós.


En concreto, abordaré el artículo «Viejos y nuevos moldes», presente en el volumen
recopilatorio Nuestro teatro.

En este artículo, Galdós aborda la decadencia del teatro de su época.


Efectivamente, el escritor argumenta que el público está harto de las mismas formas
teatrales, repetidas hasta la extenuación. Pese al consenso en cuanto al hartazgo, no
todos reivindican nuevas formas, sino que pretenden seguir apegados a lo de siempre.

La opinión de don Benito es la siguiente: evidente es que las formas teatrales


albergan una parte esencial, lo que hace ser al teatro y resulta por ello inmutable, y otra
accidental, que es circunstancial y no deja que la esencia reluzca. Resulta necesario
acometer la alteración de esa segunda parte.

Pasa que, en tanto que es teatro, la naturalidad y realismo se ven arrinconadas,


pues las limitaciones espaciotemporales, la ausencia de descripciones, etc., las
entorpecen. El teatro debe ganar en verdad, dice Galdós, a fuerza de concienciar al
espectador de que debe atender otro tipo de obras, sin ataduras circunstanciales, por
muy arraigadas que hayan quedado.

Galdós critica a los defensores a ultranza del teatro vigente, que no deben caer
en el error de considerarlo tradicional. Al contrario, este teatro lo debemos a Scribe
(dramaturgo francés), que concibió no ha mucho un arte dramático de acción, en
detrimento de la profundidad de los caracteres de los personajes. El gusto por el
movimiento y lo físico cautivó a la generación anterior a la de don Benito, pero la
repetición sistemática de personajes tipo conduce al hartazgo del que nos viene
hablando el escritor.

El público burgués no ha ayudado, más bien ha acentuado esta deriva teatral,


imponiendo una moral de ficción a la vida. EL resultado son la limitación del lenguaje y
la temática. La burguesía busca el típico conflicto novio-novia, a la esposa adúltera, al
joven calavera y sin remedio, etc. Lo que acontece, en fin, de telón para adentro no se
corresponde con la riqueza de la vida del telón para afuera.

Sin embargo, incluso este público se está cansando de su deleite. El teatro ideado
por Scribe es predecible cuando menos. Todos los giros, los trucos, las sorpresas caen
en saco roto, pues los espectadores son conscientes de estos, no queda margen para el
encanto. Por ello, el público demanda un teatro humano, pasional, que se corresponda
con la sociedad que asiste a las representaciones.

Cuando pide esto, el público no está reclamando un teatro revolucionario. Más


bien, está reclamando una vuelta a los orígenes, al teatro viejo, al de siempre, al pre-
Scribe. El asunto encalla precisamente cuando se busca la restauración de los moldes
que nunca debieron perderse: el público recela de lo que escapa a lo cotidiano, el círculo
se ha viciado y ahora se defiende a ultranza lo que se repudia.

Estos defensores del teatro tal cual está se saben de memoria los chistes, los
reconocen de otras obras, y aun así los aplauden y los ríen como si fuera la primera vez.
Las innovaciones, por el contrario, se suelen recibir con frialdad y un cierto recelo. En
ello tiene que ver la aceptación del vulgo, de la sociedad. Un espectador concreto puede
aprobar una ocurrencia, pero duda al no saber qué opinan sus semejantes, si son de su
misma opinión o no. La emoción colectiva guía las particulares y las legitima.

Las novelas están hechas para el lector solitario, para el individuo, quien acepta
lo que lee o lo sanciona. El teatro es otra historia, porque en él la muchedumbre es el
receptor, una masa que busca lo elemental y circunstancial, accesible para todos los que
la integran.

Galdós trata también el concepto de éxito. ¿Qué es el éxito?, se pregunta el


escritor. Para él, es la sanción del público. Con un matiz, en el arte dramático es la
sanción inmediata e irreflexiva, irrevocable también. El resto de obras de creación se
juzgan con tiempo, casi invitan a una reflexión antes de dictar sentencia. El público las
mastica, las degusta, las discute… El juicio del teatro es la representación en sí, de él
solo podrá salir triunfadora o vencida, sin lugar para términos medios.

Los triunfos y los fracasos se intercalan mágicamente en el recorrido de un


autor. Asimismo, a las representaciones acuden críticos y expertos en el campo, que
vienen sugestionados por el ánimo que les arranca dicho autor. Todo se apoya y se
combina para dar como resultado el juicio del público. El dramaturgo, así, escribe con la
presión y la obsesión del éxito inmediato.

Este quizá quiera alejarse de los mecanismos de siempre y pretenda innovar en


cierto sentido, pero pronto se da cuenta de que ello podría activar el rechazo del público.
Es bastante sencillo ir a lo seguro, echar mano de lo que funciona, porque muchos
querrán innovar, pero nadie está dispuesto a fracasar.

Si se consigue, el éxito es placentero, lo que resulta obvio; sin embargo, este es


también efímero. El espectador ya conoce antes de entrar en la sala lo que va a ver, se
sabe los trucos a los que seguro echará mano el autor. El olvido será destino de la
mayoría de las obras, bien porque resulten un fracaso, bien porque triunfen, pues lo
harán sin novedad alguna.

Por todo esto, Benito Pérez Galdós aboga por la vuelta a los moldes clásicos,
necesarios, así como por estimular un cambio en el público, que no esté viciado. Estas
son las conclusiones a las que llega el escritor.
5. Conclusiones

Es hora ya de recapitular y extraer algunas conclusiones. Comencemos


recuperando lo que dice al respecto de Galdós Goytisolo (2020): «el estilo de Benito
Pérez Galdós era explicar al lector lo que para este es evidente. La novela ha ido
sufriendo mutaciones a lo largo de los siglos. La actual es fruto de Galdós, quien la
introdujo en el panorama español».

Como hemos visto a lo largo del trabajo, Galdós elude considerarse a sí mismo
un crítico. Él no disfruta con las disertaciones y lo abstracto, él es un maestro de lo
cotidiano, de lo tangible. Galdós busca la verdad de la vida, lo que pasa en las calles, la
carne y el hueso, para plasmar todo ello en sus novelas, que deben ser reflejo del
hombre, en su belleza y en su fealdad, con sus aciertos y con sus fallos.

Don Benito persigue una novela realista, capaz de captar lo ordinario y hacer
que el lector se identifique con los personajes y las situaciones, o que reconozca a otros
de su entorno en las novelas. La clase media, que dificulta su labor, pues iguala a todos,
será el centro de la atención del novelista. En ella es donde se producen los
acontecimientos, ella provoca los cambios del mundo.

Ser fieles a la realidad no es tan sencillo, nos advierte el escritor canario. El


público, juez y parte de la creación, es volátil; el novelista de la época busca el sustento
y la supervivencia, en detrimento de la creación de calidad; etc.

El gran reto del autor de la época será saber anteponer la necesidad de una
novela realista, que pone frente al espejo a la sociedad, pese a todos los condicionantes
y circunstancias que se viven y que irían en otro sentido y concepción de este género.

El novelista ha de despojarse de sus prejuicios, de sus intereses, y actuar como


un notario, que da fe de cuanto sucede, que estiliza la verdad —si no hubiese
estilización no tendríamos novela—, que abraza al pueblo y lo retrata tal y como es.

Benito Pérez Galdós sabe retratar como nadie a la sociedad en la que vive, las
calles que transita. Con sus bellezas y fealdades. Todas las facetas de Galdós convergen
en una obra sólida y honesta. Así es él. No podemos hablar de un Galdós social y otro
literario, por ejemplo, de islas inconexas; al contrario, es un archipiélago, un entramado
perfectamente cohesionado.

Pese a las críticas que recibió por parte de otros —don Benito el Garbancero lo
llamaban, pues su obra era como alimentarse tan solo con los garbanzos del cocido: por
momentos se hace intragable, impasable, repetitivo hasta el hartazgo. Quizá un aderezo,
algún condimento estilístico lo haría todo más apetecible…—, Galdós quiso advertirnos
de cómo era España —entendida esta como su sociedad, una clase media pujante y
dominante— y de dónde partían sus problemas (sus episodios arrancan ahí
precisamente).

En lo que respecta al teatro, Galdós sigue su teoría de puesta en práctica de los


materiales que la sociedad le entrega al autor. Este debe buscar la verdad, los afectos
que la sociedad percibe como propios, e intentar abandonar esos moldes impostados por
Scribe. Dichos moldes provocaron el gusto del público, con obras basados en el suceso
y lo físico, pero eso quedó atrás. El público está cansando de lo mismo de siempre,
quiere verdad e innovación, aunque a veces se muestre reticente al cambio.

Leer a Galdós es una actividad actual, presente (como su discurso), es saber


entender el pasado para comprender el hoy y de ahí poder mejorar el futuro.
6. Presentación del trabajo Power-Point
7. Referencias bibliográficas

Galdós, Benito P. (1870). «Observaciones sobre la novela contemporánea en España».


Recuperado de: https://serescritor.com/wp-content/uploads/2019/02/Observaciones-
sobre-la-novela-contempor%C3%A1nea-en-Espa%C3%B1a-pdf.pdf

Galdós, Benito P. (1897). «La sociedad presente como materia novelable». Discurso de
ingreso en la Real Academia Española. Madrid, España. Recuperado de:
https://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_ingreso_Benito_Perez_Galdos.pdf

Galdós, Benito P. (2019). «Viejos y nuevos moldes». Obras inéditas. Volumen 5.


Nuestro teatro. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de:
http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc0971005

Goytisolo, L. (2020). «Galdós y la renovación de la novela». En Real Academia


Española (RAEInforma). (29/01/2020). «Galdós de nuevo en la RAE (segunda mesa
redonda)». [Fragmento archivo de vídeo]. Recuperado de:
https://www.youtube.com/watch?v=wz9MqfUFU2A

Grandes, A. (2019). «Episodios de una guerra interminable». En Real Academia


Española (RAEInforma). (16/10/2019). «Almudena Grandes, en las “Tardes literarias de
la RAE”». [Fragmento archivo de vídeo]. Recuperado de:
https://www.youtube.com/watch?v=8POppqNm640

Puértolas, S. (2020). En Real Academia Española (RAEInforma). (29/01/2020).


«Galdós de nuevo en la RAE (segunda mesa redonda)». [Fragmento archivo de vídeo].
Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=wz9MqfUFU2A

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