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Índice
1. Introducción...................................................................................................................2
5. Conclusiones................................................................................................................11
7. Referencias bibliográficas...........................................................................................14
1. Introducción
Merece la pena acercarse a las grandes figuras de la literatura española, sin que
importe desde que perspectiva se haga: obra narrativa, dramática, poética. Sucede que,
además, la obra crítica, ensayística, de Galdós resulta sumamente interesante. En efecto,
tratar los pensamientos del gran escritor Galdós nos permite entender mejor tanto la
vida, como su posición en el universo creador, como sus obras concretas.
Por todo ello, en este trabajo abordaremos dos discursos del prolijo escritor
Benito Pérez Galdós, uno de los cuales es el que escribió y pronunció en su toma de
posesión del asiento correspondiente en la RAE. Asimismo, se comentará un artículo de
su visión sobre el teatro de la época, en la misma línea que los discursos.
Merece la pena, antes que nada, detenerse y atender a la reflexión que realiza
Puértolas (2020): «Galdós fue el escritor que mejor ha retratado la sociedad de su
tiempo». En su discurso de ingreso, refleja lo que hace él en sus novelas. Le sorprende a
Puértolas ese adjetivo presente, pues hoy diríamos actual. El mayor homenaje que
recibió, concluye la académica, fue el de su público.
Las épocas de unidad no tienen que ser forzosamente mejores que las de
confusión y disgregación. Los Siglos de Oro, encumbrados y glorificados, seguramente
no fueron tan idílicos. La historia está llena de alteraciones y arbitrariedades, es un
narrador más, centrado en las altas esferas y sus intrigas, que edulcora la verdad. Esta ha
dejado a un lado la opinión y los actos del pueblo, no se nos presenta como agente, sino
como un espectador alejado, inmóvil, para nada interesante de observar.
Galdós no quiere insistir en esta descomposición, objeto de su discurso, ya que
ello sería igual que ocuparse de crítica, algo para lo que él, desde un principio, se ha
declarado incapaz. Se lo entrega a quien quiera retomarlo con estudios y reflexión. Sí
concluye que la narración no acabará si acaban ciertas clases sociales. El ingenio
humano reside en todas partes, en la hermosura del esplendor y en la desolación de la
decadencia.
3. «Observaciones sobre la novela contemporánea en España»
Anterior al discurso que acabamos de tratar es el siguiente que nos ocupa. Este
discurso, que responde al título del apartado bajo el que se desarrollan estas líneas, fue
publicado en 1870.
En él, Benito Pérez Galdós comienza con una crítica sin ambages a la novela de
la época o, mejor dicho, a los novelistas. Estos han ido incorporando elementos extraños
y ajenos a las novelas, lo que desemboca en obras para nada perdurables. Así las cosas,
dichas novelas poseen una vida fugaz, nacen condenadas a morir sin pena ni gloria en el
olvido colectivo, pues no están nutridas de los poderosos materiales que la sociedad
misma aporta.
La lírica, por ejemplo, ha sido un éxito para España. Somos grandes soñadores;
imaginar nos gusta más ver observar. No obstante, esa época ya pasó y nos cuesta mirar
al presente y al futuro, a la realidad, que se impone en todos los países, al realismo.
Sucede que no nos podemos conformar con la lamentación, pues poseemos la capacidad
de observar. La tenía Cervantes, la tenía Velázquez, máximos exponentes en sus
campos de la virtud de la observación. Galdós achaca este alejamiento de la aprehensión
de la realidad en los tiempos agitados que se vivían. En efecto, la captación de lo real
exige sosiego y dedicación, inexistente en un momento de tamañas confrontaciones y
ataques.
A todo esto, hay que añadir la concepción de escritor que se maneja. Los
escritores buscan el sustento, lógico, por una parte, la posición laboral y la estabilidad,
en detrimento de obras de grandes cualidades. Si para ganar el salario, debo dedicarme a
obras menores y panfletos, que así sea. Las máximas expresiones novelísticas no dan de
comer.
El mercado manda y a él se deben los novelistas. Ellos escriben lo que los
lectores van a leer y, previamente, pagar. Son novelas fáciles, de movimiento,
sorprendente en un primer momento e incluso excitantes, pero esto no perdura. El
resultado es la desligazón entre novela y realidad. Ante lo más extraño que nos podamos
topar, decimos que es cosa de novela, algo extravagante, inverosímil. Sin embargo, los
grandes captadores de lo real —Cervantes, Velázquez— lo plasman y provocan el
asombro del público, que reconoce en sus obras acontecimientos que les podrían
suceder a ellos mismos, lo cierto y común.
Esta nivelación de las clases deja estrecho margen para el triunfo de una novela
de salón de las altas esferas, producto que no resulta de especial interés para la mayor
parte de la población. La novela necesita, al contrario, un círculo mucho más amplio
que el que ofrece una única y minoritaria jerarquía. Así, Galdós aboga por una novela
del pueblo, que está repleto de colores y matices, de particularidades y excepciones.
Y es que esta clase media merece la atención del escritor. En todas las épocas, el
ser humano y lo que guarda en su interior es digno de retratarse. Más aún, la clase
media es epicentro de los acontecimientos políticos, económicos, sociales y casi de toda
índole. Es tarea del novelista reflejar su desasosiego, sus ideales. El proceso, para
Galdós, ya ha comenzado: florecen cuentos y novelas cortas de costumbres, de
satisfactorio resultado, paso previo al surgimiento de grandes novelas.
Galdós critica a los defensores a ultranza del teatro vigente, que no deben caer
en el error de considerarlo tradicional. Al contrario, este teatro lo debemos a Scribe
(dramaturgo francés), que concibió no ha mucho un arte dramático de acción, en
detrimento de la profundidad de los caracteres de los personajes. El gusto por el
movimiento y lo físico cautivó a la generación anterior a la de don Benito, pero la
repetición sistemática de personajes tipo conduce al hartazgo del que nos viene
hablando el escritor.
Sin embargo, incluso este público se está cansando de su deleite. El teatro ideado
por Scribe es predecible cuando menos. Todos los giros, los trucos, las sorpresas caen
en saco roto, pues los espectadores son conscientes de estos, no queda margen para el
encanto. Por ello, el público demanda un teatro humano, pasional, que se corresponda
con la sociedad que asiste a las representaciones.
Estos defensores del teatro tal cual está se saben de memoria los chistes, los
reconocen de otras obras, y aun así los aplauden y los ríen como si fuera la primera vez.
Las innovaciones, por el contrario, se suelen recibir con frialdad y un cierto recelo. En
ello tiene que ver la aceptación del vulgo, de la sociedad. Un espectador concreto puede
aprobar una ocurrencia, pero duda al no saber qué opinan sus semejantes, si son de su
misma opinión o no. La emoción colectiva guía las particulares y las legitima.
Las novelas están hechas para el lector solitario, para el individuo, quien acepta
lo que lee o lo sanciona. El teatro es otra historia, porque en él la muchedumbre es el
receptor, una masa que busca lo elemental y circunstancial, accesible para todos los que
la integran.
Por todo esto, Benito Pérez Galdós aboga por la vuelta a los moldes clásicos,
necesarios, así como por estimular un cambio en el público, que no esté viciado. Estas
son las conclusiones a las que llega el escritor.
5. Conclusiones
Como hemos visto a lo largo del trabajo, Galdós elude considerarse a sí mismo
un crítico. Él no disfruta con las disertaciones y lo abstracto, él es un maestro de lo
cotidiano, de lo tangible. Galdós busca la verdad de la vida, lo que pasa en las calles, la
carne y el hueso, para plasmar todo ello en sus novelas, que deben ser reflejo del
hombre, en su belleza y en su fealdad, con sus aciertos y con sus fallos.
Don Benito persigue una novela realista, capaz de captar lo ordinario y hacer
que el lector se identifique con los personajes y las situaciones, o que reconozca a otros
de su entorno en las novelas. La clase media, que dificulta su labor, pues iguala a todos,
será el centro de la atención del novelista. En ella es donde se producen los
acontecimientos, ella provoca los cambios del mundo.
El gran reto del autor de la época será saber anteponer la necesidad de una
novela realista, que pone frente al espejo a la sociedad, pese a todos los condicionantes
y circunstancias que se viven y que irían en otro sentido y concepción de este género.
Benito Pérez Galdós sabe retratar como nadie a la sociedad en la que vive, las
calles que transita. Con sus bellezas y fealdades. Todas las facetas de Galdós convergen
en una obra sólida y honesta. Así es él. No podemos hablar de un Galdós social y otro
literario, por ejemplo, de islas inconexas; al contrario, es un archipiélago, un entramado
perfectamente cohesionado.
Pese a las críticas que recibió por parte de otros —don Benito el Garbancero lo
llamaban, pues su obra era como alimentarse tan solo con los garbanzos del cocido: por
momentos se hace intragable, impasable, repetitivo hasta el hartazgo. Quizá un aderezo,
algún condimento estilístico lo haría todo más apetecible…—, Galdós quiso advertirnos
de cómo era España —entendida esta como su sociedad, una clase media pujante y
dominante— y de dónde partían sus problemas (sus episodios arrancan ahí
precisamente).
Galdós, Benito P. (1897). «La sociedad presente como materia novelable». Discurso de
ingreso en la Real Academia Española. Madrid, España. Recuperado de:
https://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_ingreso_Benito_Perez_Galdos.pdf