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Unidad III.

Respuesta psicológica social a la vejez

3.1 Valoración social

El apoyo social es entendido como las transacciones interpersonales que


implican ayuda, afecto y afirmación (Khan y Antonucci, 1980 citado en
Fuentes, 2014). Estas transacciones se concentran en cuatro categorías:
materiales, instrumentales, emocionales y cognitivas. Los apoyos materiales
suponen: recursos monetarios como el dinero o los regalos, y no monetarios como
los alimentos o la ropa. Los apoyos instrumentales son caracterizados por
aquellas ayudas tangibles como el transporte, la ayuda en las tareas del hogar, el
cuidado y el acompañamiento. Los apoyos emocionales incluirían la
transmisión de afecto, la empatía, la preocupación por los demás, etc., y los
cognitivos a través de la transmisión de información, de consejos, etc. Son
evidentes los efectos positivos que reportan los apoyos sociales en los adultos
mayores (Pillemer, Moen, Wethington y Glasgow, 2000 citado en Fuentes,
2014).

Esos beneficios se traducen en bienestar para las personas mayores y sus


familias, disminuyendo los sentimientos de aislamiento y el aumento de conductas
saludables. Concretamente, en el ámbito de la salud se refleja en el apoyo para
afrontar las enfermedades o el estrés (Antonucci y Akiyama, 1987 citado en
Fuentes, 2014). De hecho, el apoyo social parece desempeñar un importante
papel en moderar el impacto de los sucesos vitales estresantes sobre la salud en
general, elevándose las tasas de mortalidad entre las personas con escaso apoyo
social (Prince, Harwood, Blizard, Thomas y Mann, 1997 citado en Fuentes, 2014).
Han sido comprobados sus efectos sobre la percepción de estabilidad, el afecto y
la autoestima (Lemos y Fernández, 1990 citado en Fuentes, 2014), así como una
relación positiva entre el apoyo social y la salud física de las personas mayores
(Khan, 1979 citado en Fuentes, 2014). También se ha evidenciado que es
saludable el apoyo social recibido a través de conversaciones telefónicas y de
visitas de amigos, familiares y vecinos, así como la participación en las actividades
sociales (Krassoievitch, 1998 citado en Fuentes, 2014). Otros estudios también
reflejan el importante papel que desempeña la familia para las personas mayores
como principal fuente de apoyo social y serían las hijas las principales cuidadoras
de los mayores (Bazo y Domínguez, 1996; IMSERSO, 1995 citado en Fuentes,
2014).

Los datos también apuntan a que las personas mayores cuentan con apoyo social
y que a medida que avanza la edad, esos apoyos van disminuyendo debido a las
discapacidades propias de la edad y a la mortandad de los miembros de su red
social (IMSERSO, 2002 citado en Fuentes, 2014). Esta situación a su vez puede
desencadenar una serie de trastornos físicos y psicológicos con lo que la calidad
de vida de los ancianos se ve gravemente afectada (Herrero y Gracia, 2005 citado
en Fuentes, 2014).

Las fuentes de apoyo de las personas mayores pueden ser formales e informales.
El sistema de apoyo formal tiene una organización burocrática, con objetivos
específicos en determinadas áreas y es dispensado por profesionales o
voluntarios con el fin de garantizar el cumplimento de sus metas. El sistema de
apoyo informal está representado por redes personales y comunitarias no
estructuradas. La forma más común de apoyo informal a las personas mayores es
la familia, pero también cuenta con otras fuentes como son las redes de amigos y
vecinos, cuyos vínculos se establecen en función de los intereses comunes y las
actividades compartidas (Sánchez, 1994 citado en Fuentes, 2014). Estos apoyos
son más públicos que los dispensados en la familia, pero también más personales
que los proporcionados por el sistema formal (Himes y Reidy, 2000 citado en
Fuentes, 2014).

La red social aporta a la persona calidad de vida tanto en aportaciones materiales


como en apoyo afectivo, siendo este último de gran importancia, sobre todo para
la persona mayor. Sin embargo, este apoyo no implica que sea constante, ya que
fluctúa a lo largo del tiempo (Hogan y Eggebeen, 1995 citado en Fuentes, 2014).
Respecto a las redes sociales existen diferencias de género debidas a los roles
que han sido desempeñados por los hombres y las mujeres en la sociedad varían
en parámetros como el número, el tipo y la calidad de las relaciones familiares y
personales. Los hombres han contado con mayor apoyo social debido a su
integración laboral, y las mujeres en cambio tradicionalmente han recibido más
apoyo a nivel familiar y comunitario (Guzmán et al., 2003 citado en Fuentes,
2014). El tamaño de la red en las personas mayores está supeditado a diversas
variables como la mortalidad de sus coetáneos, los cambios de domicilio, la
institucionalización, el estado de salud, la viudedad o la jubilación. Cuanto más
extensa y diversa es la red de apoyo socioemocional (jóvenes, viejos, familiares,
amigos) mayor es su eficacia (Krassoievitch, 1998 citado en Fuentes, 2014).

A su vez, la imagen que la población tiene de las redes sociales de los ancianos
es de menor tamaño frente a otro tipo de poblaciones. Esta apreciación se
fundamental en la imagen estereotipada del anciano, considerado como una
persona dependiente y en situación de aislamiento social. Estos estereotipos
negativos son los causantes de los prejuicios y la discriminación hacia las
personas mayores (Palmore, 1990 citado en Fuentes, 2014). No obstante,
diversas investigaciones han demostrado que la persona mayor disfruta no sólo de
satisfactorios apoyos familiares sino también sociales (Jauregi, 2001; Gracia y
Herrero, 2004 citado en Fuentes, 2014). Para un adecuado funcionamiento
psicológico las actitudes positivas hacia sí mismo y las redes sociales son factores
que se han demostrado imprescindibles (Keyes, Ryff y Shmotkin, 2002; Erikson,
1996; Ryff y Singer, 1998 citado en Fuentes, 2014).

La distribución de la red hace referencia a los vínculos que son más


predominantes como los familiares y las amistades. Así, la ayuda proporcionada
por la familia es crucial en los periodos de crisis, fundamentalmente, durante el
padecimiento de una enfermedad crónica, y el apoyo de las amistades refuerza las
relaciones sociales favoreciendo la integración social de la persona mayor
(Antonucci y Jackson, 1990 citado en Fuentes, 2014). Por lo tanto, serían los
familiares y las amistades las dos fuentes principales de apoyo para la persona de
edad avanzada (Díaz-Veiga, 1985 citado en Fuentes, 2014). La densidad de la red
estaría sujeta a las situaciones a las que se tengan que enfrentar. Así, las redes
de alta densidad que suelen estar representadas por las familias, proporcionan
apoyo para encarar eventos vitales de crisis normativas; y las redes de baja
densidad formada por las amistades hacen frente a las crisis vitales no normativas
(Wilcox, 1981 citado en Fuentes, 2014). Por lo tanto, la vejez es un periodo vital en
el que el nivel de dependencia tanto físico como psicológico del anciano se
incrementa considerablemente, colocándole en un estado de vulnerabilidad. La
red de apoyo social se convierte así en un importante andamiaje para la persona
mayor [ CITATION Fue14 \l 2058 ].

3.2 Maltrato y abandono

3.3 Institucionalización

La institucionalización para el cuidado de personas mayores ha ido en aumento, lo


cual puede explicarse desde diferentes puntos de vista. De un lado, dificultades
económicas en las familias que les impide dedicarse al cuidado o contratar un
servicio para ello; pocas garantías frente al derecho a la salud para el tratamiento
de enfermedades costosas y/o de difícil manejo, economía precaria en las
familias, que imposibilita asumir el cuidado de las personas mayores, así como la
presencia de hechos relacionados con el abandono. Esta situación se convierte
en una opción que cobra fuerza en Colombia y en gran parte del mundo, dado
el aumento de la esperanza de vida y la disminución de la fecundidad, que
ocasiona que el número de personas mayores crezca [ CITATION Peñ16 \l 2058 ].

En ese sentido, las personas mayores presentan dificultades frente al acceso


a salud, recreación, vivienda, espacios laborales formales, entre otros, que han
sido agravadas por las dinámicas del neoliberalismo y frente a lo cual Jasso,
Cadena y Montoya (2011, citado en Peña, 2016), consideran que esta
población experimenta grandes desigualdades, relacionadas con su etnia,
género, condición de clase, ubicación (rural o urbana), imposibilidades de empleo
y la imagen estigmatizadora que la sociedad ha ido consolidando. Pese a esta
realidad, según Ham (1999, citado en Peña, 2016), existe la tendencia a tener
mayor preocupación por la definición de la vejez, que por la reivindicación
de sus derechos y es limitado el análisis frente al ingreso a instituciones de
cuidado. Además, porque si bien, la mayoría de las personas mayores viven
con sus familias, existe un pequeño porcentaje poco estudiado que vive en
instituciones (Bazo, 2004 citado en Peña, 2016).

Para Razavi y Staab (2010, citado en Peña, 2016), la demanda de estos


espacios aumenta también porque muchas de las tareas que se realizaban en el
ámbito privado (entre ellas el cuidado) han pasado al ámbito público dados
los cambios en las dinámicas sociales (mayor desvalorización de las personas
mayores), familiares (menor número de integrantes y menos tiempo para la
familia), políticas (cambios en la normatividad del empleo, pensiones, salud,
etc., aumento de horario laboral, agravando condiciones de subsistencia) y
económicas (pocas garantías de las personas mayores para conseguir empleo o
contar con subsidios que brinden estabilidad). Con estas claridades, se hace
necesario entonces profundizar en los conceptos de vejez y envejecimiento,
de igual manera, reconocer la institucionalización de las personas mayores
desde la perspectiva del impacto que la misma genera, este último aspecto a
abordarse más adelante [ CITATION Peñ16 \l 2058 ].

La institucionalización se ha relacionado históricamente con la necesidad de


protección social. Los llamados asilos o espacios de misericordia (como se
denominaban desde hace varios años atrás) se relacionan con la indigencia o el
abandono, pero a su vez según Torres (s.f., citado en Peña, 2016), es donde
impera un sistema de internado que ejerce una fuerte ruptura entre la familia y la
persona mayor. Varios de estos espacios han ido transformando sus
características y se ha dado apertura a nuevas instituciones bajo cuatro aspectos
centrales: a) la opción de lucro; b) una fuerte demanda que trajo problemas
frente a la necesidad de cupos y la carencia de espacios; c) según Pedrero
(2011, citado en Peña, 2016), las mujeres (quienes han ejercido el cuidado) se
han vinculado laboralmente a causa de las transformaciones sociales y el cuidado
ha pasado a ser un ámbito laboral formal, que impulsa la apertura de nuevas
instituciones; y, d) el estereotipo negativo frente a la persona mayor en las
sociedades modernas y occidentales, haciendo énfasis en sus dificultades y
dependencia, impulsando la institucionalización.

La institucionalización en principio se enfatizó en el ingreso de personas mayores


con bajos recursos económicos y con familias que no tenían condiciones para
asumir su cuidado; sin embargo, con el transcurrir del tiempo se acentuó la
institucionalización de personas con condiciones económicas más favorables y
con opciones de pagar por el servicio, promoviendo las diferencias de clase en la
vida cotidiana de estos espacios. Así mismo, ha aumentado la demanda por este
tipo de servicios, dada “la reducción global de las tasas de natalidad (se reduce la
proporción de demandantes de cuidados de corta edad) y el aumento global de la
esperanza de vida (aumenta la proporción de demandantes de edad elevada)”
(Durán, 2011, pág. 15, citado en Peña, 2016).

Según el Instituto de Mayores y Servicios Sociales (2006 citado en Peña,


2016) las personas mayores que se encuentran en espacios de
institucionalización se enfrentan a la pérdida de la actividad, se suelen imponer
normas (horarios de baño, alimentos, actividades, etc.), que rutinizan su vida.
Esto genera sentimientos de tristeza y aburrimiento, ante el anhelo de continuar
con acciones similares a su estilo de vida previo. Se tiende a considerar entonces,
que la institucionalización es rutinaria, poco atractiva, sin amigos y sin diario vivir
[ CITATION Peñ16 \l 2058 ].

3.4 Cuidadores primarios

Unidad IV. Síndromes geriátricos más importantes


4.1 Enfermedades crónico-degenerativas

Seis de las siete causas principales de muerte en la vejez en Estados Unidos son
condiciones crónicas: cardiopatía, cáncer, apoplejía, enfermedad crónica de las
vías respiratorias bajas, diabetes e influenza/neumonía (considerada por las
autoridades gubernamentales de salud como una sola condición). En efecto, la
cardiopatía, el cáncer y la apoplejía dan cuenta de alrededor de 60% de las
muertes entre los ancianos estadounidenses (Federal Interagency Forum on Aging
Related Statistics, 2006; NCHS, 2007 citado en Papalia, Duskin Feldman, &
Martorell, 2012).

En todo el mundo, las causas principales de muerte de los 60 años en adelante


son la cardiopatía, apoplejía, enfermedad pulmonar crónica, infecciones de las
vías respiratorias bajas y cáncer de pulmón (OMS, 2003 citado en Papalia, Duskin
Feldman, & Martorell, 2012). Como veremos, muchas de esas muertes podrían
prevenirse con estilos de vida más sanos.

Además de la hipertensión y la diabetes, las condiciones crónicas más comunes


son la artritis (50%), cardiopatía (31%) y cáncer (21%). Las mujeres son más
propensas a manifestar hipertensión, asma, bronquitis crónica y artritis, mientras
que es más probable que los hombres presenten cardiopatía, apoplejía, cáncer,
diabetes y enfisema (Federal Interagency Forum on Aging Related Statistics, 2010
citado en Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012).

4.2 Demencias

Demencia es la pérdida progresiva de la cognición: memoria, el comportamiento y


capacidad para realizar las actividades de la vida diaria, la cual es generalmente y
está asociada a la edad. La demencia es uno de los factores que más contribuyen
a la discapacidad y a la dependencia en las personas adultas mayores [ CITATION
Lic14 \l 2058 ].

Conforme la Organización Mundial de la Salud y la organización internacional de


la EA, se desarrolló en 2012 un informe titulado “Demencia: una prioridad de salud
pública”, donde se menciona que las personas afectadas por la demencia pueden
y deben tener la posibilidad de seguir participando y contribuyendo en la sociedad,
así como también gozar de una buena calidad de vida. Asimismo, se especifica
que los cuidadores primarios necesitan un apoyo adecuado en cuanto a los
sistemas financieros, legales, sociales y de salud. Es importante mencionar que
este mismo informe también esclarece y denota el derecho de estos pacientes, por
lo que estipula que es obligatorio que las instituciones mejoren las actitudes
públicas y de los profesionales hacia la demencia y su comprensión de la misma,
así como incrementar la investigación básica, clínica y social que favorezca la
detección temprana y oportuna (OMS, 2012 citado en Carrizales, Rubio, Esqueda,
& González, 2014).

4.2.1 Alzheimer

Según Carrizales, Rubio, Esqueda, & González (2014), la enfermedad de


Alzheimer (EA), es un padecimiento crónico, neurodegenerativo y progresivo.
Esta, se caracteriza por la presencia de alteraciones en los procesos cognitivos, la
conducta y el estado de ánimo, la cual genera discapacidad y dependencia en
quienes la padecen.

El Alzheimer se trata de una de las enfermedades terminales más comunes y más


temidas entre las personas mayores a las que despoja de manera gradual de su
inteligencia, su conciencia e incluso de la capacidad para controlar sus funciones
corporales, causando final- mente la muerte. El padecimiento afecta a más de 26
millones de personas en todo el mundo, casi la mitad de ellas en Asia, y se espera
que su incidencia se cuadruplique en 2050 (Brookmeyer, Johnson, Ziegler-
Graham y Arrighi, 2007 citado en Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012).

Las personas con demencia muestran múltiples cambios. Las habilidades que en
mayor medida se ven afectadas son la memoria verbal y no verbal, las
capacidades perceptuales y de organización, habilidades de comunicación y la
función psicomotora (Genua, et al., s.f).
4.3 Depresión

La depresión en el anciano tiene una prevalencia del 1%, pero en grupos


determinados como lo son las residencias geriátricas, la proporción se incrementa
considerablemente hasta un 20-25% (Llorca RG., 1984 citado en Genua, et al.,
s.f.).

“Se ha visto que sólo el 12-25% de los ancianos con problemas depresivos
reciben un tratamiento adecuado”. (Torres M., 2000 citado en Genua, et al., s.f.,
pág. 965).

La depresión es un trastorno que se diagnostica tarde y no tan frecuentemente,


algunas de las razones son que la persona mayor que la padece rara vez busca
ayuda médica y cuando lo hace, puede que este enmascardo por quejas o
sintomas fisicos inespecíficos, síntomas de deterioro cognitivo, alteraciones
conductuales inespecíficas, aumento de la irritabilidad, intolerancia, aislamiento
social, etc. (Genua, et al., s.f).

La vulnerabilidad parece resultar de la influencia de múltiples genes que


interactúan con factores ambientales como sucesos estresantes, soledad y abuso
de drogas. Los factores especiales de riesgo en la adultez tardía incluyen la
enfermedad o discapacidad crónica, deterioro cognoscitivo y divorcio, separación
o viudez (Harvard Medical School, 2003; Mueller et al., 2004; NIMH, 1999b citado
en Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012).

Con frecuencia, la depresión se asocia con otras condiciones médicas. Algunos


médicos, cuando tratan múltiples padecimientos, dan menor prioridad a la
depresión que a una dolencia física como la diabetes o la artritis. Sin embargo, en
un estudio con 1,801 adultos mayores con depresión clínica severa —cada uno de
los cuales tenía, en promedio, cuatro enfermedades crónicas: la depresión
desempeñaba un papel más importante en el estado funcional mental, la
discapacidad y la calidad de vida que cualquiera de las otras condiciones (Noël et
al., 2004 citado en Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012).
Dado que la depresión puede acelerar el deterioro físico del envejecimiento, el
diagnóstico preciso, la prevención y el tratamiento podrían ayudar a mucha gente
mayor a vivir más tiempo y permanecer más activa (Penninx et al., 1998 citado en
Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012). La depresión puede tratarse con
medicamentos antidepresivos, psicoterapia o ambas cosas, y los medicamentos
antidepresivos parecen funcionar tan bien como a edades más tempranas (Blazer,
2009 citado en Papalia, Duskin Feldman, & Martorell, 2012). El ejercicio aeróbico
regular puede disminuir los síntomas de la depresión leve a moderada (Dunn,
Trivedi, Kampert, Clark y Chambliss, 2005 citado en Papalia, Duskin Feldman, &
Martorell, 2012).

Referencias
Carrizales, L. M., Rubio, D. M., Esqueda, D. F., & González, D. G. (Edits.). (2014). Demencias, una
visión panorámica. San Luis Potosí, S.L.P.: Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

Fuentes, C. L. (2014). La infuencia del apoyo social en el estado emocional y las actitudes hacia la
vejez y el envejecimiento en una muestra de ancianos. (C. M. Salud, Ed.) International
Journal of Psychology , 14(3), 365-357.

Genua, M. I., Miró, B., R, H., Martinez, M., Miró, M., & Pardo, C. (s.f.). Geriatría. Farmacia
Hospitalaria.

Papalia, D. E., Duskin Feldman, R., & Martorell, G. (2012). Desarrollo Humano. Distrito Federal,
México: McGRAW-HILL/INTERAMERICANA EDITORES, S.A DE C.V.

Peña, N. L. (2016). Impactos de la institucionalización en la vejez. Análisis frente a los cambios


demográficos actuales. Unilibre Cali, 12(1).

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