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ENFOQUE EVOLUTIVO
La publicación del "Origen de las Especies" de Darwin en 1859 supuso la consolidación de
una visión de la naturaleza que ya se venía fraguando desde hacía más de un siglo gracias a
la gran cantidad de datos reunidos por los naturalistas. La concepción fijista de las especies
fue siendo sustituida a lo largo del siglo XVIII y XIX por otra de tipo transformista. Esta
última postulaba que todas las especies existentes provenían, mediante diversas
transformaciones, de otras más primitivas y comunes y, por tanto, no habían permanecido
siempre en sus formas actuales como se pensaba entonces.
La novedad aportada por Darwin fue la descripción de un mecanismo que explicaba de una
manera sencilla y verosímil el modo en el que esas transformaciones se producían. Lo que
parecía haber conseguido era dar cuenta de la variedad que observamos en la naturaleza, así
como de su creciente complejidad, con el único recurso de leyes naturales fáciles de
comprender. El mecanismo, basado en pequeñas variaciones al azar más la acción de la
selección natural, fue considerado por algunos como el descubrimiento que permitía liberar
a la biología de las manos de la teología y convertirla en una ciencia del mismo rango que
otras ya consolidadas como la física. La propuesta de Darwin parecía ofrecer una
explicación del grado de complejidad alcanzado por los seres vivos sin necesidad de
recurrir a la finalidad. Esta constituía la base para los argumentos entonces más empleados
de la existencia de Dios.
La propuesta de Darwin no sólo afectaba a las diferentes especies animales, sino que
también alcanzaba al hombre. Darwin proponía que el hombre tenía también antecesores
comunes con el resto de los seres vivos. Esto último fue lo que más polémica causó. Se
desencadenó entonces un debate del que todavía no hemos visto el final.
Inicialmente la reacción de los cristianos, en general, fue de rechazo. Las causas de dicho
rechazo procedían del tipo de racionalidad filosófica imperante en ese momento y de la
aparente incompatibilidad de lo que proponía la nueva teoría con lo que narran las Sagradas
Escrituras sobre el origen del mundo, de la vida y, en particular, del hombre. No obstante
hubo pensadores que no veían incompatibilidad entre la nueva ciencia y la fe. Por ejemplo,
Newman menciona la hipótesis de Darwin en una de sus cartas diciendo que no encontraba
en ella nada contrario a la religión.
El mecanismo darwiniano pasó por distintas fases en cuanto a su grado de aceptación por
parte la comunidad científica. El mismo Darwin llegó a considerar que no era el único
mecanismo causante de la evolución. A lo largo del siglo XX se consiguió hacer una
síntesis de las propuestas darwinistas con los principios de la genética descubiertos por
Méndel también en la segunda mitad del siglo XIX. A mediados del siglo XX la "Teoría
Sintética de la Evolución", que unía las aportaciones de Darwin y Mendel, dominaba
completamente el ámbito académico y científico. Los nuevos hallazgos de la genética y la
bioquímica han reforzado las líneas generales de la teoría sintética aunque también se han
abierto nuevos interrogantes y desafíos que, no obstante, no parecen amenazar lo sustancial
de la actual teoría de la evolución.
Nadie discute en el ámbito científico lo que ya se llama "el hecho" de la evolución, es decir,
que todas las especies animales, incluido el hombre, no han existido siempre como las
observamos sino que proceden de otras anteriores por evolución o transformación. Hoy los
biólogos están en condiciones, y la genética moderna está ayudando a hacerlo, de
confeccionar un árbol de la vida donde poder colocar desde los primeros seres vivos
existentes hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años, hasta las especies
existentes en nuestros días. Estas últimas, lógicamente, estarían en las ramas extremas del
árbol. En la actualidad se sigue debatiendo sobre los mecanismos de la evolución, sobre el
papel de la selección natural, o la necesidad de completar la teoría sintética con nuevos
elementos que expliquen algunas de las incógnitas actuales. Pero el cuadro general
evolutivo es aceptado por prácticamente toda la comunidad científica.
Evolutivo
El conocimiento científico actual, con sus abismales logros y limitaciones, solo podemos
entenderlo si nos asomamos brevemente a la historia de sus orígenes. En los inicios del
conocimiento sistemático, hoy pareciera lo contrario, la filosofía fue la ciencia básica
troncal de los demás conocimientos. La frontera entre ambos conocimientos de filosofía y
ciencia no requería de una demarcación exacta y definida, porque, con justa razón,
consideraban el objeto de estudio como una realidad poliédrica a la cual se acercaban desde
diferentes intereses y niveles epistémicos. Esta situación se mantuvo desde los antiguos
filósofos griegos y romanos hasta muy entrada la edad moderna con científicos como
Bacon, Newton, Kepler, etc. Igualmente Descartes prescindía de hacer la diferencia.
Concibe a la filosofía como el gran árbol, cuyo tronco es la física y las ciencias son las
ramas.
Por esta misma razón, Newton,
que escribe el primer trabajo científico en términos modernos, titula su investigación así:
Principios
Matemáticos de Filosofía Natural
(Capra, 1993).
Por su puesto, los antiguos filósofos hacían filosofía y ciencia a
la vez. Su interés científico estaba
dirigido a conocer las causas últimas y próximas de los fenómenos
de la realidad. Esta, según Platón
(Fedro, 1979), se da a conocer en
forma sensible a través de los sentidos y en forma racional a través
de las ideas. Existe un dualismo
heredado de Heráclito y Parménides, que Platón no logra superar. El
conocimiento del mundo sensible
es cambiante y errático, produce
solamente opinión (doxa); el conocimiento, en cambio, de las ideas
es verdadero y permanente, alcanza la verdad de las cosas (alezeia),
y es por tanto científico. Al valor
30 Revista Año XI, N.º 23: 25-51, Enero-Junio 2012
de científico se llega mediante el
conocimiento de las realidades del
mundo superior, que está integrado por ideas eternas e inmateriales.
El universo físico es solamente una
sombra del verdadero y real mundo
de las ideas.
El conocimiento científico en
Aristóteles (1973) se distancia del
planteamiento platónico. Parte del
acercamiento a la realidad de las
cosas. Mediante el proceso de abstracción la mente penetra las cosas
o los fenómenos, conoce la verdad
y puede explicar su estructura y
su comportamiento. Así, la física
aristotélica reconocía diversidad y
jerarquía en los seres del universo,
que era el lugar de las cosas y de
los seres humanos. Dentro de ese
ordenamiento natural los seres se
distinguían por el grado de perfeccionamiento de su forma. Todos
los seres, de acuerdo con su teoría
hilemórfica2
, están compuestos de
materia prima y forma sustancial.
Así tenemos seres inanimados, seres vivos y seres racionales. En esta
escala, los seres humanos, con una
forma más completa, serían los
seres privilegiados del universo
conocido, con un mayor perfeccionamiento, que proviene de la conciencia racional .
El conocimiento científico, estancado y atrapado por el método
escolástico durante el medioevo,
resurge en el renacimiento y en la
edad moderna, ahora impulsado
por el método empírico y las matemáticas. Las ciencias de la naturaleza son las primeras
beneficiadas
con el nuevo método. Este cambio
va a dar origen a la revolución copernicana (s. XVI) y a una nueva
imagen del universo. De una concepción finita, donde la tierra es el
centro del universo, se pasa a una
concepción heliocéntrica de un universo infinito en extensión (Kuhn,
1994: 185).
El posicionamiento del método empírico matemático da origen
a la cultura de la ilustración y a la
entronización de las ciencias positivas en los siglos XVII al XIX principalmente, para las
que la validez
y certeza del conocimiento está
fundado en el conocimiento empíricamente demostrable. Desde esta