Está en la página 1de 202

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo.

Si el libro llega a tu país, te animamos a adquirirlo.

No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes


sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro.

¡No subas la historia a Wattpad ni pantallazos del libro a las redes


sociales! Los autores y editoriales también están allí. No solo nos
veremos afectados nosotros, sino también tu usuario.
CONTENIDO
Sinopsis ........................................................................................................................... 4
PARTE I: L’OMERTÁ.................................................................................................... 6
Capítulo 1 ........................................................................................................................ 7
Capítulo 2 ...................................................................................................................... 14
Capítulo 3 ...................................................................................................................... 22
PARTE DOS: L’AMORE ............................................................................................. 31
Capítulo 4 ...................................................................................................................... 32
Capítulo 5 ...................................................................................................................... 41
Capítulo 6 ...................................................................................................................... 51
Capítulo 7 ...................................................................................................................... 61
Capítulo 8 ...................................................................................................................... 71
PARTE III: LA COSA NOSTRA ................................................................................ 80
Capítulo 9 ...................................................................................................................... 81
Capítulo 10 .................................................................................................................... 91
Capítulo 11 .................................................................................................................. 102
Capítulo 12 .................................................................................................................. 111
Capítulo 13 .................................................................................................................. 122
Capítulo 14 .................................................................................................................. 130
PARTE IV: LA UCCISIONE ..................................................................................... 139
Capítulo 15 .................................................................................................................. 140
Capítulo 16 .................................................................................................................. 149
Capítulo 17 .................................................................................................................. 158
Capítulo 18 .................................................................................................................. 167
Capítulo 19 .................................................................................................................. 175
Capítulo 20 .................................................................................................................. 186
Epílogo ........................................................................................................................ 197
Sobre la autora............................................................................................................ 202
SINOPSIS
Antony Marcello nunca rompe las reglas. No las que importaban, de todos
modos. En el mundo de La Cosa Nostra, la justicia se cumplía con una sola
palabra y una bala, no un tribunal y un juez. Cuando le decían que saltara, solo
había una respuesta apropiada: ¿Qué tan alto, jefe?

Hay algunas reglas que valen la pena doblarse.

La famiglia ha sido el objetivo de Antony durante más tiempo del que le


importaba recordar. Conseguir su botón lo es todo junto con la familia, el honor,
Dios y la lealtad. Conocer a Cecelia Catrolli hace un lío de todo lo que pensaba
que conocía mientras la mafia, la amistad, los secretos y el amor lo llevan a través
de la vida. Nada es fácil.

Hay algunas reglas por las que valen la pena matar.

Cuando la Cosa Nostra, lo único que siempre ha conocido y en lo que ha


confiado, le quita a su mejor amigo, dejando a Antony para recoger las piezas,
tendrá que decidir si finalmente vale la pena romper las reglas. Él no empezó
como jefe, empezó como Antony.

A veces, tienes que aprender a ser sucio.

Filthy Marcellos #0.5


“No he matado a un hombre, que, en primer lugar, no mereciera
morir.”

—Mickey Cohen,

Exejecutor del Outfit de Chicago con lazos en la Mafia


Italoamericana.
PARTE I: L’OMERTÁ
CAPÍTULO 1
Enero, 1964

—Nunca olvides tu arma, chico. Siempre necesitas esa maldita cosa aquí...
en esta cosa, la necesitas. Si eres sorprendido sin tu arma, y te garantizo que no
te gustará lo que suceda.

Antony Marcello, de cinco años, miró con interés el brillante revólver que su
padre estaba limpiando.

—¿Qué cosa, Papà?

Ross sonrió.

—Esta cosa nuestra, chico. Esta maldita cosa nuestra.

—Oh.

Antony seguía sin saber de qué estaba hablando su padre. No lo sabía


todavía, de todos modos. Pero le gustaba esa pistola y la nueva navaja roja que
su padre le había dado esa mañana.

—Y asegúrate de seguir las reglas, Antony. Siempre.

Febrero, 1984

—Fue fácil —dijo la enfermera suavemente.

Antony se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. La


enfermera no entendía y ella estaba tratando de ayudar, él lo sabía.

Fácil era un término relativo que no se aplicaba a la muerte de su padre. ¿Qué


tan fácil podría haber sido beber hasta morir durante una buena década? ¿Qué
tan fácil debió haber despertarse temblando, tomar un par de cervezas para
aliviar los temblores, pasar la mitad del día vomitando y luego desmayarse?

No, el alcoholismo no era fácil.


—¿Qué hicieron, inyectarle morfina hasta el final? —preguntó Antony con
brusquedad.

La enfermera parpadeó sorprendida.

—¿Disculpe?

—Que si se lo hicieron fácil, quiero decir —aclaró Antony.

—Um... bueno, verá…

—Señorita, he visto a mi padre beber hasta morir durante los últimos diez
años desde que falleció mi madre. Lo que sea que intente suavizar para mí, no lo
haga. Puedo manejarlo, confíe en mí.

—Le ofrecimos medicamentos para ayudarlo, pero él se negó. Parecía de


buen humor e incluso estuvo cantando por un tiempo.

La enfermera dejó muchas cosas sin decir. Antony tomó nota al


instante. Vivir su estilo de vida, notar mierda sobre las personas podría ser un
salvavidas.

—¿Y? —presionó Antony.

—Pensamos que se había quedado dormido porque antes él había exigido


que apagáramos el pitido del monitor.

Sí, Antony entendió lo esencial. Ni siquiera sabían que Ross había fallecido.

Mierda, tal vez su padre no había sufrido entonces. Tal vez solo... se fue a
dormir y eso fue todo.

Los últimos diez años de la vida de Antony habían girado en torno a dos
cosas: mantener la cabeza de su padre fuera del agua y obtener su botón en La
Cosa Nostra. Evidentemente, había fallado con el primero. Ahora que tenía
veinticinco años, parecía que iba a joder lo segundo antes de tener la oportunidad
de ser un hombre hecho.

Parte de su razón para mantenerse como un asociado de la familia


criminal Catrolli estaba a un metro de distancia, muerto en una cama de
hospital. La inclinación de Ross por beber rompió una de las reglas más
fundamentales de Cosa Nostra. Los hombres que actuaban como tontos
borrachos eran cargas y una vergüenza para la familia. Sin embargo, Ross había
sido hecho, pero su hijo sufrió las consecuencias de sus elecciones. Ganar
confianza cuando tu padre hizo lo que hizo era difícil.
No importaba que Antony fuera también el nieto de Andino Marcello, la
mano derecha y consigliere de Vinnie Catrolli. Porque al final, todavía tenía un
padre borracho.

De tal padre, tal hijo, como decía el dicho.

Aun así, Antony no guardaba rencor por su padre. Supuso que lo entendía
de alguna manera. Cuando Cella, la madre de Antony, murió hace una década
en un incidente de ahogamiento, Ross nunca había sido el mismo. El hombre no
pudo salvar a su esposa, sus hijos quedaron sin madre durante algunos de los
años más importantes de su vida, y el tiempo siguió avanzando.

Cuando el mundo de Ross se detuvo, todos los demás siguieron


girando. Porque Cella había sido literalmente la tierra de Ross mientras él era la
luna de ella, girando constantemente a su alrededor, construyendo su vida,
rodeándola. Antony no podía recordar un momento en que
sus padres discutieran, mucho menos fueran físicamente violentos entre sí, y su
padre, hasta donde él sabía, siempre había sido fiel.

Mirando a las demás personas en su vida, Antony supo que era una
rareza. Los hombres en su mundo generalmente tenían una amante o dos a un
lado: las goomah tenían hijos ilegítimos mientras las esposas de los hombres
hacían la vista gorda.

No Ross.

Antony no tenía ni la más remota idea de cómo se sentía un amor así.

Tampoco estaba seguro de querer hacerlo.

—Haré arreglos —dijo Antony, alejando esos pensamientos.

La enfermera asintió.

—Será etiquetado en la morgue.

Etiquetado.

En la morgue.

Antony sintió frío por todas partes.


Antony acababa de entrar a su casa cuando el teléfono comenzó a sonar.

Cristo, quería ignorarlo. Tanto.

No pudo.

Sería solo su suerte que la llamada que ignoró vendría del jefe. Nunca huyas
de un jefe. Era una regla.

Antony no se molestó en quitarse los zapatos o quitarse la chaqueta del traje


antes de cruzar el vestíbulo, entrar en la sala de estar y atender la llamada.

—Habla Marcello.

—Buenos días, Tony —llegó una voz familiar en el otro extremo.

—Buenos días, John.

Johnathan Grovatti era, y siempre había sido, uno de los mejores amigos de
Antony. Había una diferencia de edad de dos años entre los dos con Johnathan
siendo el mayor. Johnathan había recibido su botón a los dieciocho años, una de
las muchas ventajas de tener un jefe rival de una familia de Nueva York como
padre.

Sin embargo, el hermano mayor de Johnathan se haría cargo del lugar de su


padre, mientras que John se haría cargo de Vinnie Catrolli cuando el hombre
estuviera muerto o retirado. El acuerdo entre las familias había evitado que se
derramara mucha sangre, ya que los rivales hacían negocios juntos y todo eso.

Antony supuso que eso era lo más importante. Incluso si eso significaba que
John tuviera que casarse con una mujer que despreciaba por el bien de los
negocios. La hija menor de Vinnie, Kate, era algo desagradable, pero tal vez
Johnathan podría domesticarla. O al menos manejarla.

—Tengo negocios hoy en Hell’s Kitchen —informó John.

Antonio se encogió. Hoy no, hombre. Todavía tenía que contactar a su familia
para hacerles saber sobre Ross y ponerse en contacto con la funeraria.

—¿Puede ser pospuesto?

—No, la orden vino directamente de Vinnie. No es nada grande.

Si venía del jefe, era algo grande.

—Sí, está bien —respondió Antony con cansancio.

—Oye, ¿qué sucede? —preguntó Johnathan.


Nada.

Absolutamente nada.

Esta era la Cosa Nostra. La vida de Antony. Todo lo demás quedaba en


segundo lugar cuando la famiglia llamaba. La Cosa Nostra venía primero,
siempre.

—¿Cuándo y dónde quieres reunirte? —preguntó Antony en lugar de


responder a su amigo.

—¿Qué tal Dee’s Diner?

Antony apretó los dientes, sabiendo muy bien por qué Johnathan quería
encontrarse allí.

—¿Ella va a estar allí?

—¿Ella quién?

—No juegues al jodidamente estúpido, hombre —dijo Antony.

Johnathan suspiró.

—Tony…

—Te vas a casar con otra mujer, John.

Antony no creía en la infidelidad.

—No por otros años.

Por lo que Antony entendía, Vinnie Catrolli quería que su hija tuviera
veintitrés años antes de casarse con John. Entonces, ella tendría tiempo para
terminar la escuela y cualquier otra cosa. Antony pensó que esa era la forma en
que Vinnie ganaba tiempo y vigilaba a John, pero a John no parecía importarle
mucho el tiempo antes de que su matrimonio ocurriera.

—Vinnie lo descubrirá y cuando lo haga, tu padre lo descubrirá —advirtió


Antony.

Y si eso sucediera, Johnathan perdería su lugar como el heredero


de Catrolli y la herencia. No porque tuviera una goomah, alguien que Antony no
conocía tan bien y no le importaba, sino porque no estaba siguiendo las
expectativas que le había establecido su padre.

John nunca siguió las reglas muy bien.

—Todavía no lo ha hecho.
—No quiero tener nada que ver con ese desastre, John.

John maldijo.

—Bien, imbécil. En la Meca del centro en veinte, Tony. ¿Eso funciona para ti?

Sí, eso funcionaba.

—Veinte —confirmó Antony antes de colgar la llamada.

Antony marcó otro número y se frotó la frente para calmar el repentino dolor
de cabeza que tenía. Cuando su abuelo atendió la llamada, Antony se preguntó
si al hombre le importaría que su hijo mayor hubiera muerto.

Andino y Ross nunca se habían visto cara a cara en la mayoría de las cosas.

—Ciao —saludó Andino—. Habla Marcello.

—Todos contestamos el teléfono de la misma manera —dijo Antony,


riéndose para sí mismo.

—Buenos días, chico.

Antony luchó contra el impulso de bufar. Veinticinco años y todavía era un


chico para su abuelo.

—¿Qué quieres a las siete de la maldita mañana? —preguntó Andino.

—Tengo que hacer negocios en Kitchen hoy con John —respondió Antony.

—Sí, ¿y? Hazlo.

—Eso planeo, pero necesito un favor.

—¿Qué cosa? —preguntó Andino.

Antony pudo escuchar el clic revelador del cortador de su abuelo cortando


el extremo de lo que probablemente era un cigarro cubano. Mientras que Antony
intentaba vivir con modestia, en su mayor parte, su familia provenía de dinero
viejo. Viejo, viejo dinero.

Tan viejo que apestaba.

Su cuenta bancaria tenía más ceros de los que podía contar, pero Antony
nunca había tratado su herencia como si fuera un viaje gratis por la vida. No, él
trabajaba su maldito trasero todos los días. Cuanto más poseía, mejor se
sentía. Era menos probable que alguien tratara de quitarle algo de esa manera.

—Recibí una llamada del hospital esta mañana —comenzó a decir Antony.
—No —intervino Andino—. Absolutamente no, Tony. Que tengas un buen
día, chico.

Con eso, su abuelo colgó la llamada.

Antony miró el teléfono en su mano, ni siquiera sorprendido por la reacción


de Andino. Incluso abordar el tema de Ross con Andino generalmente terminaba
mal de alguna manera. Como la mayoría de los demás, Andino se limpió las
manos del desastre de su hijo hace mucho tiempo.

Respirando bruscamente, Antony golpeó el teléfono con el auricular, lo


levantó de nuevo y marcó otro número. A su hermano menor probablemente
tampoco le importaría ni querría tener nada que ver con la muerte de su padre,
pero Antony no tenía tiempo para estas tonterías hoy.

Ross Junior levantó el teléfono y antes de que terminara de saludar, Antony


dijo:

—Papá está muerto, tengo trabajo que hacer y alguien necesita llamar a la
jodida funeraria.

Que la familia haga de eso lo que querían.

A Antony ya no le importaba.
CAPÍTULO 2
Johnathan arrojó un paquete de cigarrillos sobre el capo del Cadillac. Antony
los atrapó fácilmente, sacando uno para encenderlo.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Antony, mirando por encima


del deslucido y desgastado almacén.

—A Vinnie le dejaron un paquete aquí anoche. Tenemos que encargarnos.

—¿Oh?

—Sí.

—Está bien —murmuró Antony.

Antony siguió a John hasta el almacén, ignorando el olor rancio en el aire


que le recordaba a una mezcla de orina y vómito. John encendió las luces,
iluminando el espacio. La mirada de Antony se centró inmediatamente en la
figura atada en medio del piso vacío.

Reconoció al hombre atado y desmayado como uno de los ejecutores de


Vinnie. El tipo generalmente vigilaba específicamente a la familia del jefe.

—Un paquete, ¿eh? —preguntó Antony.

John suspiró.

—No se me permitía decírtelo hasta que entráramos.

—Y tenemos que ocuparnos de eso.

Ni siquiera era una pregunta.

John asintió con la cabeza.

—Bien entonces. ¿Alguna otra instrucción? —preguntó Antony.

—Tómate tu tiempo —murmuró John.

Excelente.

En otras palabras: haz que duela.

Antony notó el cubo de lata casi lleno hasta el borde con agua. Al levantar la
vista, notó que debía haber sido usado como un colector de agua porque el techo
estaba goteando. Había una docena más como esas en todo el piso vacío del
almacén.
—¿Qué es este lugar, de todos modos? —preguntó Antony.

—Solo un lugar —respondió John.

—Odio cuando eres vago, John.

—Gánate tu botón, Tony.

Antony lo miró abiertamente.

—No todos podemos tenerlo en bandeja de plata, John.

—Lindo, imbécil. —John señaló al hombre atado—. Puedes comenzar a


ganar el tuyo haciendo lo que le pidió el jefe. Además, él solicitó específicamente
que fueras tú quien trabajara conmigo hoy.

Antony se animó ante esa declaración.

—Jumm.

No necesitaba que se lo volvieran a decir. Antony se adelantó, agarrando el


cubo de agua de lata al pasar. Cuando se acercó al ejecutor desmayado, arrojó el
agua sobre la cabeza del hombre y lo despertó. El tipo luchó y gritó, escupiendo
agua por todas partes.

—Por favor, no estropees mi traje —dijo Antony—. Eso sería una maldita
vergüenza.

Los ojos del ejecutor se abrieron.

—¿Q-qué?

Antony siempre llevaba un arma, pero realmente prefería los cuchillos. Sacó
la navaja del bolsillo de sus pantalones, agitándola frente al hombre.

—Vamos a comenzar con tu cara, ¿sí? De esa manera, cada vez que grites, no
se sentirá particularmente bien. —Antony sonrió, sabiendo que parecía cruel.

Matar era fácil para Antony. Negocios como siempre. La sangre no lo


molestaba y los gritos de un hombre tampoco. Esta era la Cosa Nostra. Los
hombres vivían según estas reglas y morían por ellas. Claramente este hombre
había roto una.

Antony tenía trabajo que hacer.

El ejecutor tragó saliva.

—¿Qué hiciste que te trajo aquí? —preguntó Antony, sinceramente curioso.

—No lo sé.
Antony arqueó una ceja.

—¿No lo sabes?

El hombre sacudió su cabeza.

—¿John? —preguntó Antony, sabiendo que su amigo había escuchado su


pregunta anterior.

—No solo estaba mirando a Kate, si entiendes lo que quiero decir.

El ejecutor se atragantó con el aire.

—¡No lo hice!

Antony lanzó una mirada a John por encima del hombro. Su amigo estaba
estoico y silencioso. En más de una ocasión, John le había dicho a Antony que
Kate era conocida por sus mentiras. Antony no estaba completamente seguro de
si eso era cierto o no, pero John no era un mentiroso. ¿Estaba este hombre a punto
de perder la vida por otra ronda de mierda de Kate?

—No tenemos otra opción, hombre —dijo John—. Órdenes del jefe.

Antony se giró hacia el ejecutor y se encogió de hombros.

Tómate tu tiempo.

Febrero, 1984

Antony Marcello no rompía las reglas. No las que importaban, de todos


modos. En el mundo de La Cosa Nostra, la justicia se cumplía con una sola
palabra y una bala, no un juzgado y un juez. Cuando te decían que saltaras, solo
había una respuesta apropiada: ¿Qué tan alto, jefe?

Una de las reglas más importantes que aprendió al crecer fue nunca rehuir a
un Don. No llevaría nada bueno actuar como un imbécil arrogante frente a
alguien que tiene mucho más poder que tú. Especialmente en un mundo donde
lo único que importaba era si podía seguir órdenes y ganar dinero.

Antony tenía ambas cosas a su favor, incluso si él no era un hombre Hecho


en la Cosa Nostra, pero todavía no tenía su maldito botón.
Entonces sí, Antony seguía las jodidas reglas. Incluso si eso significaba
conducir por las calles de Hell’s Kitchen para buscarle a su jefe un maldito
sándwich en un restaurante del que nunca antes había oído hablar. Porque
cuando el Don llamaba, sacabas tu tonto culo italiano de la cama,
independientemente de si solo habías dormido una hora antes y hacías lo que sea
que te pidió.

Como encontrar una estúpida tienda de comida que estaba aparentemente


abierta las veinticuatro horas del día con un letrero que no podías pasar por alto.

Antony comenzaba a pensar que alguien le estaba haciendo un truco.

Dulce Cristo

Dio una vuelta más por las calles y todavía no pudo encontrar el maldito
restaurante en cuestión. Finalmente, cansado de dar vueltas, Antony detuvo su
auto en el primer teléfono público que vio. Dejó su auto en marcha, salió y corrió
hacia la cabina para escapar de la fuerte lluvia que caía. Sus manos estaban
congeladas antes de que pudiera terminar de marcar el número.

John contestó el segundo timbre. Como subjefe de Vinnie, todas las llamadas
iban a él y luego él decidiría si eran lo suficientemente importantes como para
comunicarse con el jefe. O más bien, el mensaje. Los asociados no podían hablar
ni ver al jefe en absoluto.

—Ciao —saludó John.

Antony tomó nota de que su amigo sonaba completamente despierto y listo


para el día.

¡Eran las tres de la maldita mañana!

—John, juro por Dios, si me estás jodiendo esta noche haciéndome ir a Hell’s
Kitchen por nada, lo haré…

John se rio, cortando la amenaza de Antony.

—¿Recuerdas ese almacén al que fuimos hace un mes?

—¿Qué hay con eso? —gritó Antony.

—Tienes veinte minutos para llegar allí, imbécil. No llegues tarde.

Antonio frunció el ceño.

—Pero…

—En realidad, diecinueve ahora. No llegues tarde, Antony. Créeme.


—Eso es un viaje de treinta minutos desde aquí.

—Vuela, entonces.

Colgó.

Cristo.

El almacén estaba oscuro cuando Antony llegó. Mirando su reloj, tomó nota
del hecho de que llegó a tiempo con tres minutos de sobra. Suspiró ásperamente
cuando salió de su auto, preguntándose por segunda vez si Johnathan lo estaba
molestando de alguna manera esta noche. Sin embargo, pensó que debería
revisar el maldito almacén antes de llamar a John desde un teléfono público
nuevamente.

Antony caminó por el costado del edificio hasta la entrada principal,


deteniéndose en seco al ver una docena de autos estacionados allí, todos
apagados. El almacén estaba tan oscuro en el frente como lo había estado al
costado.

Dos personas lo esperaban en la oscuridad. Reconoció la forma familiar


incluso antes de que dijeran una palabra.

—¿Qué está pasando? —preguntó Antony.

Paulie se rio entre dientes.

—Algo grande, Tony.

—Algo importante —agregó Johnathan—. Quítate la ropa.

Antony se congeló.

—¿Qué?

—Date prisa, tienes tres minutos para estar dentro de ese almacén o pierdes
la oportunidad, hombre —dijo Johnathan—. Quítate la ropa.

—¡Es pleno invierno, John!


—Tengo que asegurarme de que no estás cableado1, ya sabes.

Eso fue jodidamente ofensivo.

Antony era muchas cosas, pero no era una rata.

—Yo no estoy…

—Nunca conseguirás tu botón, Tony —interrumpió John—. No pierdas el


tiempo y sueltes la boca como lo haces. Tienes dos minutos para enfrentarte al
jefe y al resto de los hombres antes de que pierdas la oportunidad del botón para
siempre. Solo tienes una oportunidad para esto, ¿bueno? Quítate la ropa.

—¿Botón? —preguntó Antony en voz baja, todavía inseguro.

—Tal vez el tuyo.

La euforia y el miedo corrieron por las venas de Antony. Sabía cómo se


manejaban estas tradiciones en la Cosa Nostra, pero como hombre no hecho, no
debería saber nada en absoluto. De alguna manera, la información siempre tenía
una forma de desangrarse.

Antony no tuvo tiempo de pensarlo.

Se quitó la chaqueta antes de desabotonarse la camisa de vestir. Paulie se


acercó a él para tomar las prendas de vestir. El aire helado y frío envolvió a
Antony desde todos los ángulos, quitándole el aliento con el frío.

Una vez que estuvo desnudo, Antony se encontró con la mirada de John, que
no había bajado la vista. Su amigo llevaba la sonrisa más traviesa y presumida
que Antony había visto.

—¿Tienes algo que decirme, imbécil? —preguntó Antony a su viejo amigo.

John se encogió de hombros.

—Sí, ponte esto o te avergonzarás allí.

Antony tomó la toalla roja que John le ofreció y la envolvió alrededor de su


cintura.

—Una disculpa estaría bien.

—Nunca vas a conseguir una, Tony.

—No por esto, de todos modos —dijo Antony.

1 Cableado: trabajando con la policía, y grabando las conversaciones que tenga.


—Pensé que me llamarías más rápido de lo que lo hiciste, supongo.

Antony se rio y dijo:

—El jefe quería comida.

—Y siempre sigues las reglas —respondió John—. Lo sé. Las nominaciones


para el botón surgieron hace un mes.

—¿Lo hicieron? —Antony le preguntó a John.

—Sí. Se necesitaba llenar un asiento.

El padre de Antony murió, así que eso tenía sentido. Cuando un asiento
quedaba vacío en la familia, era necesario llenarlo.

—Entonces obtuviste mi nominación, Tony.

—Lo secundé —agregó Paulie.

—Tu abuelo no dijo nada —dijo John.

Antony no estaba sorprendido.

—Quería que me lo ganara sin que él me lo diera de alguna manera.

John sonrió.

—Lo supuse. Quédate tranquilo, responde solo cuando le hablen y no te


asustes. ¿Bien?

—Bien.

Antony entrecerró los ojos cuando la luz cegadora brilló sobre él, haciéndole
incapaz de ver a los hombres charlando en silencio en la oscuridad. ¿Cuándo se
había establecido ese maldito foco, de todos modos? No recordaba eso cuando
estuvo aquí con John hace un mes.

Moviéndose sobre sus pies descalzos, Antony intentó como el infierno


ignorar el hecho de que tenía frío como el infierno y se agotaba cada segundo. Le
habían ordenado que se parara en el círculo de luz, que se quedara callado, y el
jefe le hablaría cuando estuviera listo para hacerlo.
Antony había estado ahí de pie durante al menos dos horas.

—La Cosa Nostra es, en el fondo, una familia. —Antony escuchó decir a su
jefe.

Los murmullos confirmatorios pasaron por la oscuridad.

—La famiglia es como siempre ha sido, una fuerza de muchos hombres, no


solo un hombre —continuó Vinnie Catrolli—. Y por eso, permitiré que los
hombres de La Cosa Nostra te interroguen como quieran esta noche, Antony
Marcello. Ellos especularán sobre su lealtad y su devoción a nuestra familia y
negocios. Cuestionarán sus creencias y entregarán sus expectativas para ti
después de esta noche. Tus respuestas, tu elección de palabras, determinarán
cómo termina esta noche, Marcello.

Antony hizo retroceder su repentina ansiedad. Un poco de preparación para


la intensidad de esta noche habría sido bueno.

—Está bien.

—Solo hay dos formas en que puede terminar —agregó Vinnie—. Sales de
aquí como un hombre hecho…

—O no saldrás en absoluto. —Antony escuchó a su abuelo terminar.

Vinnie se detuvo en la boca de la oscuridad y le dio a Antony un vistazo de


su jefe.

—¿Entiendes, Marcello?

Antony asintió.

—Sí.

—¿Entraste aquí por tu propia voluntad?

—Lo hice —respondió.

—¿Estás preparado para seguir esta noche sin importar el resultado final?

—Lo estoy.

—Entonces comencemos.
CAPÍTULO 3
Vinnie le dio la espalda a Antony, diciendo:

—No te puedes mover, ellos querrán ver tu rostro todo el tiempo durante el
cuestionamiento. No te puedes sentar. No hablarás a menos que te hablen. ¿Qué
es lo más importante en tu vida, Marcello?

—La famiglia —dijo Antony instantáneamente, sabiendo que esa era la única
respuesta apropiada.

—¿Qué viene de segundo? —preguntó una voz de la multitud.

Antony odiaba no poder ver a los hombres mientras todos evaluaban sus
reacciones, él prefería monitorear las de ellos también. Esto lo ponía en un borde
donde no quería estar.

Él no tenía la ventaja aquí.

Antony pensó en las lecciones de su padre con el pasar de los años. Las
palabras murmuradas a través de discursos ebrios y la ocasional claridad.

La familia es primero, Antony.

Dios va segundo.

—Dios —dijo Antony.

—¿Qué estás preparado para dar por La Cosa Nostra? —preguntó otra
persona.

—Mi vida.

—¿Tus hijos?

—Mis hijos —respondió Antony.

—¿Tus hijas también?

La tensión reptó sobre los hombros de Antony ante la pregunta. De cualquier


forma, se obligó a soltar la palabra.

—Sí.

—Si tu esposa llama en labor de parto y tu jefe llama desde su casa, ¿a quién
responderías?
—Mi jefe.

Las preguntas siguieron viniendo. Algunas fluían de voces que reconocía,


otras de hombres que, estaba seguro, no conocía en lo absoluto. Su abuelo nunca
preguntó nada, ni tampoco Paulie o Johnathan. Antony sospechaba que eso era
porque Andino era su familia, mientras que Paulie y John lo habían nominado.

Cuanto más tiempo estaba allí de pie, más frío se volvía Antony, hasta que
estaba temblando, y sus dientes castañeando durante las preguntas.

Cristo, debieron escoger un mejor lugar para esto.

Antony, a pesar de congelarse hasta el culo y lo incómodo que estaba frente


al reflector, se las arregló para mantener su conducta calmada y tranquila a través
del cuestionamiento incesante. Apenas parpadeó cuando la sugerencia de matar
a la familia o amigos cercanos por la Cosa Nostra fue lanzada. No se movió en lo
absoluto, incluso cuando la toalla alrededor de su cintura se sentía como si fuera
a caerse y exponer su polla a la habitación.

No, él solo… siguió las reglas.

Finalmente, la habitación quedó en silencio. Vinnie preguntó si había alguna


otra pregunta. Nadie respondió.

—¿Hay alguna objeción de que este hombre se una a la famiglia? —preguntó


Vinnie.

—No.

—No, Jefe.

Más voces hicieron eco a través del almacén, confirmando el botón de


Antony.

Él sabía que aún no habían terminado.

Vinnie entró a la vista de nuevo, parándose en la luz con Antony. En su


mano, sostenía cuatro cosas. Un encendedor, una pistola, un cuchillo plateado y
el rostro de San Antonio en una pequeña carta.

—¿Deseas tomar el omertà? —preguntó Vinnie.

—Sí, jefe —dijo Antony.

Vinnie movió la carta del santo.

—Supuse que este Santo en particular te sentaría bien, Marcello. Más allá del
nombre, por supuesto, San Antonio fue conocido por su santidad a su religión y
Dios. A mí me parece que tú eres otro hombre cuya devoción a la familia ayudará
a dejar tu marca en cualquier parte.

Antony no sonrió.

—Eso espero.

—De ahora en adelante, tu palabra es tu reputación y tu vida. Respondes y


vives solo por la famiglia. La Cosa Nostra, esta cosa nuestra, es algo hermoso,
Antony. Pero también es algo peligroso, feo y difícil. Se espera que mantengas
estándares honorables todo el tiempo y que te asegures de que otros hombres
estén manteniendo los suyos. La familia viene primero, siempre. Tus deseos,
necesidades y ganas, son insignificantes a las necesidades y exigencias de la
familia.

—Entiendo.

—¿Tu mano? —preguntó Vinnie, levantando la suya para sostener la de


Antony.

Antony ofreció su mano, con la palma para arriba para el Don. No tuvo
tiempo de parpadear antes de que el cuchillo dejara un corte de siete centímetros
a través de su palma. Los dedos de Vinnie se apretaron con fuerza alrededor de
la muñeca de Antony, casi a un punto doloroso, como un grillete encerrándolo
de por vida. La sangre hizo un charco y se derramó al suelo, salpicando la cálida
fuente de vida sobre los pies de Antony.

Dolía como la mierda. Cuanto más fuerte apretaba Vinnie, peor se volvía el
dolor.

Antony no movió un músculo.

Vinnie liberó la mano de Antony antes de prender fuego al lado de la carta


del Santo. Apoyó la carta ardiendo sobre la palma de Antony. El fuego lamió su
piel y la herida, pero ya no era tan malo.

—Abre tu boca, Marcello —ordenó Vinnie.

Antony hizo lo que se le dijo.

La punta del cuchillo de Vinnnie se deslizó a lo largo del interior del labio
inferior de Antony. El corte sangró al instante, llenando la boca de Antony con el
sabor fuerte de cobre.

—Dime las reglas, Antony —dijo Vinnie.

Antony encontró la mirada del Don mientras respondía.


—Siempre mantén tu dignidad en todas las situaciones. Nunca toques o
mires a la esposa de otro hombre de honor. Debes estar disponible para la Cosa
Nostra todo el tiempo. No hay que asociarse con la policía ni con aquellos que se
alían con ellos. Nunca te presentes ante otro iniciado, en lugar de eso, busca a
alguien quien conozca a ambos y tenga el honor de presentarte. Las esposas
deben ser tratadas con el máximo cuidado y respeto. El mal comportamiento no
es tolerado. Nunca robes a la familia. La palabra de un jefe es ley y nunca
matamos a otro hombre de honor.

La boca de Antony se había llenado con sangre. Podía sentirla deslizándose


por el lado de sus labios. Vinnie pareció notarlo.

—No tragues o escupas tu sangre —dijo Vinnie—. No mientras digas tu


juramento. ¿Entendido?

Antony dio un único cabeceo en respuesta, ignorando la sangre llenando su


boca y juntándose en su labio palpitante.

—Verás, La Cosa Nostra es dueña incluso de tu sangre —murmuró Vinnie—


. Recuerda eso mientras inunde tu boca y se deslice por tu garganta sin tu
permiso. Recuerda que somos los únicos que tienen permitido escupir tu sangre
o dejarla fluir a través de tus venas, chico. Di tu juramento, si aún quieres hacerlo.

Antony sintió sus labios moverse, diciendo palabras que oyó susurradas con
los años, pero apenas oía algo sobre la sangre corriendo en sus oídos. Esperó un
largo tiempo por este momento; había esperado a que esto fuera suyo y ahora lo
era.

—Dispuestamente, entrego mi vida a Cosa Nostra, la famiglia; esta cosa


nuestra —susurró Antony—. Los valores y creencias de la familia son mías, para
proteger y defender hasta el día en que me entierren. Si alguna vez traiciono esta
cosa nuestra, mi más grande deseo es que mi carne y huesos sean quemados
como el rostro de este Santo.

Cenizas colapsaron en la palma de Antony.

—Eres un Mafioso —dijo Vinnie.

—Soy un Mafioso —repitió Antony.

Vinnie sonrió.

—Bienvenido a la familia, chico.

Se liberaron gritos en el almacén. Las luces se encendieron, iluminando el


espacio para la cegada mirada de Antony.
—Cristo, lo hiciste bien —dijo Vinnie.

—Gracias.

Antony aún estaba tratando de olvidarse de la sangre corriendo por su


rostro. Escupió el resto de su saliva con sangre al suelo de cemento.

—Y límpiate —añadió el jefe—. Dio, estás malditamente sucio, Marcello.

—El Sucio Marcello2 —dijo Andino, deteniéndose junto a su jefe—. Me gusta


eso. Uno de nosotros los Marcello deber ser un poco sucio. Mejor que seas tú,
Tony.

Antony sospechó que ese título iba a seguirlo por un largo y jodido tiempo.

—No lo creo —dijo Andino desde la cabecera de la mesa—. Sabes cómo se


siente Vinnie sobre el tráfico de narcóticos.

Paulie se encogió de hombros al otro lado de la mesa frente a Antony.

—Es así, la mierda está llenando las calles, Andino. La gente lo fuma y lo
traga como un caramelo. Él puede entrar en eso o dejar que otros se abran paso
por sus calles haciendo dinero con ello.

—Tiene un punto —murmuró Antony alrededor de un bocado de cazuela.

—Que así sea, pero yo no soy el maldito jefe, Tony —respondió Andino—. Y
el jefe dice que no.

—¿Qué pasa si nos pagaran para hacerlo? —preguntó Antony.

Paulie arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Ya sabes, como si nos pagaran por estar en nuestras calles haciéndolo. Así
no nos pagan las ganancias de las drogas, sino que nos pagan por alquilar las
calles. Ese tipo de cosas.

2Sucio Marcello: juego de palabras con Filthy Marcello, ya que Filthy puede ser interpretado
como sucio, obsceno, tramposo e indecente
Andino tarareó, golpeando su tenedor a un lado de su plato.

—Esa es una idea interesante para considerar.

—No es diferente de los comerciantes que pagan por protección, en cierto


modo —dijo Paulie.

Antony se encogió de hombros.

—No realmente. Están en nuestro territorio de todos modos. Francamente,


las drogas son una aventura rentable y si Vinnie quiere aumentar su flujo de
efectivo de las transacciones normales, esa sería una forma de hacerlo.

—Bueno, cuando seas el jodido jefe, no dudes en hacer las llamadas sobre
eso, Tony —dijo Andino, siguiéndolo con una sonrisa.

Antony señalo con el dedo medio a su abuelo.

—No andes diciendo esas tonterías. Cazzo merda3, harás que me maten.

Andino miró a su nieto.

—No lo sé, Tony. Pero podrías ser un buen jefe.

¿A qué demonios iba su abuelo?

Antony no tenía interés en ser el jefe, ciertamente no a su edad.

—En serio, detente —murmuró Antony.

—Seguro. Por ahora. —Andino asintió hacia Paulie—. Y tú.

—¿Qué hay conmigo? —preguntó Paulie.

—Te retrasaste este mes y sabes que eso agregará más a tu deuda total,
Paulie.

Paulie se quedó quieto en su asiento y lanzó una mirada a su amigo al otro


lado de la mesa. Antony frunció el ceño ante la declaración de su abuelo.

—¿Qué deuda? —preguntó Antony.

Paulie se aclaró la garganta y negó con la cabeza.

—No es nada, hombre.

Antony no se creyó esa mierda por un segundo.

3 Cazzo merda: jodida mierda en italiano.


Paulie no creció en una familia adinerada como Antony. No tenía la riqueza
que tenían los Marcello o los Catrolli. A Antony tampoco le importaba. Paulie
había sido su mano derecha desde que eran pequeños.

Tan jóvenes, de hecho, que Antony no podía recordar un momento en que


Paulie no estuviera a su lado. Johnathan entró en la imagen un poco más tarde,
pero los tres eran inseparables en la mayoría de las cosas. Incluso cuando de
adultos comenzaron sus propias vidas, seguían siendo un trío cercano.

—¿Le debes dinero a mi abuelo? —preguntó Antony en voz baja. Le planteó


la pregunta a Paulie, pero miró a su abuelo en busca de una respuesta—. ¿Desde
cuándo?

Andino se recostó en su silla, evitando la mirada de Antony.

—Cuatro años.

—Cuatro... ¿qué demonios, Paulie? —exigió Antony, volviéndose hacia su


amigo.

Deber dinero, especialmente por ese tiempo, era algo malo. Agrega el hecho
de que Paulie tenía una deuda con un mafioso, y eso era aún peor.

—Mejor que viniera a mí —dijo Andino—. Otro hombre podría haberle


causado problemas mientras que yo he sido amable con él.

Antony no podía entenderlo. No solo el hecho de que Paulie le debía dinero


a su abuelo, sino que su amigo no se lo dijo.

—¿Puedo hablar contigo en privado? —preguntó Antony a Paulie.

Paulie se levantó de la mesa y dejó caer la servilleta en el asiento. Antony


echó la silla hacia atrás, se disculpó con su abuelo y siguió a Paulie a la sala de
estar, donde había más privacidad.

—¿Por qué no viniste a mí? —preguntó Antony en el momento en que sabía


que no podían ser escuchados.

Paulie suspiró profundamente.

—No quería que lo supieras. No es nada importante.

—Te retrasaste este mes —dijo—. Eso es jodidamente importante.

—Mes lento.

Antony supuso que ahora entendía por qué Paulie mencionó el tema de
entrar en narcóticos.
—¿Para qué fue? —preguntó Antony.

—La escuela y la boda, más el pago inicial de la casa.

Antony sabía que Paulie trabajaba duro para obtener su título de médico. El
chico tenía un par de años más en la escuela porque su tiempo era drenado entre
la familia, el trabajo y la universidad. Aun así, Antony respetaba muchísimo a su
amigo por querer ser algo más que un hombre consagrado a la mafia como su
padre.

—¿Cuánto aumenta el retraso en la deuda total?

—Dos por ciento —respondió Paulie.

—¿Cuánto debes?

—Un poco más de cien mil.

El corazón de Antony se detuvo. Eso era mucho dinero para que alguien
como Paulie tuviera que pagar.

—Dios, deberías haber venido a mí, Paulie.

—Tony, no lo entiendes. No sabes lo que es luchar jodidamente en este


camino. Quiero tener éxito, pero no quiero que me lo entreguen, ¿de acuerdo? Si
hubiera acudido a ti por dinero, me lo habrías dado sin hacer preguntas.

—¡Exactamente!

—Sí, exactamente —respondió su amigo con vehemencia—. Quiero tenerlo


porque me lo gané, Antony. No porque tú o alguien más me lo hayan dado.

—¿Cuánto es un poco más?

—Veinte de los grandes.

—Maldito infierno.

Antony se preguntó por qué su abuelo había sacado la deuda en su


presencia. Si Paulie se lo había debido durante los últimos cuatro años y Antony
no había oído hablar de ello ni una vez, tenía que haber una razón por la cual
Andino le contó el secreto a su nieto.

Tal vez porque quería que Antony se encargara de eso.

Andino era así de astuto.

—¿Ciento veinte? —preguntó Antony para estar seguro.

—Sí, pero…
—¿Cuánto se supone que debes pagarle al mes?

—Mil doscientos.

Antony asintió, su decisión cimentada.

—Tu deuda con Andino está liquidada. Me haré cargo. Quinientos al mes,
Paulie. Nunca te retrases con un solo pago. No se agregará más a la deuda y no
quiero intereses, pero si te retrasas, tomaré el efectivo en sangre. ¿Entendido?

—Te voy a deber los próximos veinte años, Marcello.

—Oh, bueno. Sé que puedes manejar mi pago. Afortunadamente, puedes


pagarlo más rápido.

Paulie asintió bruscamente.

—De acuerdo.

—Quieres trabajar por ello, entonces trabaja por ello.


PARTE DOS: L’AMORE
CAPÍTULO 4
Pascua, 1984

—Jodidamente enorme, ¿eh? —preguntó John.

Antony asintió, mirando hacia los techos de cuarenta metros de altura de la


mansión Catrolli. Su familia tenía dinero, pero los Catrolli se ahogaban en él. Era
un poco repugnante cómo cada centímetro de la casa estaba llena de dinero.

Esta era la primera vez que fue invitado como un hombre hecho a la casa de
su jefe para una cena. Antony no podía rechazar la oferta, ni aunque quisiera, ya
que habría sido de mala educación. Lo más probable es que hubiera más cenas e
invitaciones por venir.

—¿Dónde está Kate? —preguntó Antony.

John frunció el ceño.

—En algún lugar haciendo algo.

Antony miró a su amigo, preguntándose qué diablos le pasaba.

—Dijiste que sí a casarte con ella, John.

—Lo sé, pero Cristo...

—¿Qué?

—Es sucia, hombre. Viciosa con sus maneras. No puedes confiar en ella en lo
absoluto, lo juro por Dios.

Antony puso su vaso de coñac sobre la mesa.

—¿Qué pasó?

—No lo sé. Lo intenté, ¿está bien? Pensé que, si no me parecía un arreglo,


podría hacer que funcionara. Juega juegos mentales y miente todo el tiempo.
Sobre estupideces, mierda sin importancia. Y le gusta ver a otras personas
lastimadas, Tony. Kate Catrolli es una de las mujeres más manipuladoras que he
conocido y eso no es material de buena esposa.

Él tenía razón.

En su negocio, las mujeres necesitaban tener un cierto aire y una cierta


actitud en ellas. La vida no era un juego o una telenovela para que escribieran el
guion a su voluntad y elección.
—¿Cómo se supone que voy a construir una familia con alguien como ella?
¿Va a usar a mis hijos en mi contra o para hacerme daño? ¿Acaso quiero una
mujer así como madre para mis hijos? —John se encogió de hombros, tomando
un gran trago de su coñac—. Está loca.

Antony no había pasado mucho tiempo cerca o cerca de Kate Catrolli, así que
no podía decir con seguridad si las palabras de John eran ciertas. Vinne mantuvo
a sus dos hijas encerradas. Tan ocultas, de hecho, que Antony aún no había
conocido a la hija mayor de Vinnie. Lo que Antony sabía de Kate venía en forma
de susurros de otros en la famiglia.

Sus opiniones siguieron esencialmente a las de John.

—Kate es joven —dijo Antony—. Veinte, ¿verdad?

—Sí.

—Tal vez sólo necesite...

—Una habitación acolchada y un diagnóstico —murmuró John.

Antony se rio en voz baja.

—Estuviste de acuerdo.

—Deja de recordármelo. Y también está Lina —agregó John.

Antony levantó una mano, deteniendo a su amigo.

—No quiero saber, hombre.

—Tony, escucha...

—No, no apruebo a las amantes, John. Lo siento mucho. No me metas en


esto.

—Ella es más que eso —dijo John, la ira calentando su tono—. Hablas como
si no fuera más que mi puta, hombre. Vaffanculo4 con eso, ¿eh? Es de mala
educación.

La culpa retorció las entrañas de Antony. Sabía que John tenía razón. La
mujer con la que John tenía una relación había sido su amante y amiga durante
más tiempo del que había estado comprometido con Kate Catrolli. El padre de
John no aprobaba el bajo estatus económico de la mujer y su línea de sangre
medio italiana.

4 Vaffanculo: vete a la mierda o a la mierda en italiano.


John no sabía cómo decirle a su padre que se fuera a la mierda.

—Te gustará —dijo su amigo en voz baja—. Es dulce, tranquila, humilde y


con los pies en la tierra.

—Y duerme con un hombre que está comprometido para casarse, John.

—Ella es más que eso, Tony.

—Escucha, si Kate es tan horrible como dices, deberías tener cuidado —


advirtió Antony.

—Sí, lo sé.

—En serio, no dejes que se entere de que andas con otra persona.

John miró hacia otro lado, suspirando.

—No es su lugar cuestionar lo que hago con otras mujeres, de todos modos.

—Suenas como un perro, John. Solo te falta el collar.

Y un hombre hecho.

Antony odiaba eso más que nada.

—Amo a Lina —murmuró John.

—Sigue amándola y tendrás su maldita sangre en tus manos. Recuerda mis


palabras.

Antony soltó una risa amarga cuando dobló la esquina y llegó a otro pasillo
que parecía llevarle a un callejón sin salida. ¿Cuántas malditas alas tenía este
lugar? Se había excusado después de la cena para explorar un poco la casa y de
alguna manera se las arregló para perderse en el proceso.

Ahora realmente tenía que orinar, pero no quería empezar a abrir puertas al
azar hasta que encontrara la correcta. Alguien podría no estar muy contento con
eso.

Genial.

Simplemente perfecto.
Debería haber dejado el coñac.

El sonido más suave de la música flotaba por el pasillo, haciéndole saber a


Antony que podría haber alguien que lo dirigiera al baño más cercano y luego de
vuelta a la fiesta. Se abrió paso rápidamente por el pasillo, deteniéndose a mitad
de camino ante las voces que venían de una puerta abierta.

—Tienes otros tres años para entender todo esto —dijo una voz dulce y
femenina.

—Será mejor que papá empiece a pescar dinero ahora. Además, cuanto antes
me vaya de esta casa, mejor.

Antony reconoció la voz de la segunda mujer. Kate.

—¿Qué tal esto? —preguntó Kate.

—Es...

—¿Qué?

—Muy blanco —dijo la primera mujer.

—¿Y? ¿Qué tiene de malo el blanco?

—¿Como todos los blancos?

—Sí, ¿por qué no?

—Porque estarías mintiendo —dijo la primera mujer.

—Solo porque no soy una mojigata como tú...

—No soy una maldita mojigata, Kate, no voy por ahí teniendo sexo con todos
los tipos que se ven bien y me prestan un poco de atención.

Kate se burló.

—Cecelia, vamos. Eres tan blanca como un lirio. ¿Alguna vez has visto una
polla?

Cecelia.

Antony reconoció ese nombre como perteneciente a la hija de veintiún años


de Vinnie. Se preguntaba dónde estaba ella durante los servicios dominicales, ya
que las únicas personas sentadas en el banco al lado del Don esa mañana habían
sido Kate, su esposa y Johnathan.

—Eres una perra —escupió Cecelia—. Sal de mi habitación.


Kate se rio rudamente antes de decir:

—¿Qué vas a hacer en tu noche de bodas, Cecelia? ¿Esconderte en la esquina


con las piernas atadas? ¿Tendrás la luz encendida?

—No. Voy a darle a mi esposo algo que tú claramente no puedes darle al


tuyo. He dicho que te largues.

Antony no tuvo tiempo para encontrar un lugar para esconderse antes de


que Kate apareciera en el pasillo. Ella sonrió y le dio a su hermana el dedo del
medio desde la puerta, claramente no dándose cuenta de que Antony estaba
parado a tres metros de distancia.

—No te preocupes, Cecelia. Solo duele por un momento. Sonríe y aguanta


como haces con todo lo demás. Además, incluso podría gustarte. Dios sabe que
odias a Vinnie tanto como yo, así que apuesto que tienes algún tipo de problema
con papi escondido allí en algún lugar. Tal vez si dejas que un hombre lo
encuentre, no serías tan jodidamente frígida.

—¡Vete, Kate!

Kate solo se rio.

¿Era así como ella actuaba con todos?

Si podía ser así de horrible con su hermana, ¿cómo era con John?

Antony apenas contuvo su disgusto.

Kate se giró, todavía riéndose, y tomó unos pocos pasos hacia Antony antes
de notarlo parado allí. Ella no dijo nada acerca de él escuchando mientras ella lo
pasaba, y él estaba agradecido. Ella, sin embargo, levantó en alto la mano en una
onda burlona y movió los dedos hacia él.

—Hola.

Eso fue todo lo que ella dijo.

Hola.

Antony frunció el ceño mientras Kate desaparecía alrededor de la esquina


del pasillo.

Pobre John.

Desafortunadamente, su impulso de orinar se dio a conocer de nuevo. Tan


dolorosamente, que Antony no tenía deseos de perseguir a Kate y pedirle
direcciones, así que caminó hacia la puerta abierta que conducía a una habitación
grande y hermosamente decorada.

Una mujer joven estaba de pie en medio de la habitación, de espaldas hacia


Antony. Podía decir por la rectitud de su espalda y la forma de sus brazos
cruzados que estaba enojada.

Antony golpeó en la puerta con dos nudillos y dio un paso adentro. Ese fue
probablemente el mayor error que pudo haber hecho.

Cecelia se giró rápidamente en sus talones para mirarlo.

Ella era hermosa.

Exageradamente hermosa.

Tan jodidamente hermosa que dolía.

Su cabello era de color caramelo y caía en ondas sueltas sobre sus hombros.
Ojos de color verde profundo, como el bosque salpicados de rayos de sol, se
abrieron hacia él. Sus pestañas abanicaron sus mejillas mientras sus labios
rosados se abrían en sorpresa.

Antony estaba pasmado.

Completa y absolutamente pasmado.

Esperaba que Cecelia se pareciera a su hermana, y compartían características


similares en algunas formas, pero también era completamente diferente.

Seguro, Kate era una chica bonita. Antony no negaba eso, pero no era el tipo
de belleza que tenía esta chica. No sacaba el aire de sus pulmones con un solo
pestañeo o hacía que su corazón de detuviera con una alzada de ceja.

—Um, hola —dijo Antony.

Cecelia se congeló.

—¿Quién eres tú?

¿Qué?

—Um…

¿Qué?

¿Por qué estaba actuando como un cafone?

—Antony Marcello. —Finalmente se las arregló para escupir.


La mirada de Cecelia se entrecerró como si reconociera su nombre. Antony
supuso que conocería a su abuelo dado que él era el consigliere de su padre.

—Sal de mi habitación.

Antony no se movió.

—¿Disculpa?

—Estás en mi habitación, donde no deberías estar y no te quiero aquí, así que


sal.

—Pero…

—Te juro por Dios, te dispararé en el pie si no sales de aquí ahora mismo.

Antony se rio, no creyéndolo por un segundo.

La mirada fría de Cecelia no titubeó.

Él se puso serio.

—No puedo encontrar el baño. —Él trató de explicar.

—Tres puertas más abajo —dijo Cecelia.

Oh.

—Y sigue girando a la derecha en cada esquina —añadió ella—. Encontrarás


el piso principal de nuevo.

Antony asintió, todavía mirando a Cecelia como si ella pudiera saltar sobre
él. Todavía no podía respirar del todo bien y en su pecho dolía ferozmente.

—Si crees que estoy bromeando acerca de disparate, no lo estoy —dijo


Cecelia con una cara de piedra y un tono serio—. ¿Por qué sigues aquí?

Porque a él le gustaba. Quería conocerla. Ella tenía bolas.

También era la hija del jefe.

Paulie se deslizó junto a Antony en la esquina de la sala de estar demasiado


grande donde la mayoría de los invitados se habían reunido.
—¿Dónde te habías desaparecido, hombre? —preguntó su amigo.

Antony se encogió de hombros.

—Tenía que encontrar un baño.

Paulie lo miró y Antony suspiró, sabiendo que su amigo estaba notando su


extraño humor. Él había estado siempre con Paulie desde que los dos fueron los
suficientemente jóvenes como para entrenar para ir al baño. Buenos amigos así
eran difíciles de encontrar, no que Antony tuviera muchos amigos para empezar.
Los que él tenía, quería mantenerlos.

—¿Qué sucedió? —preguntó Paulie.

—Nada.

—Mentiroso.

Antony miró a Vinnie hacer girar a su hija menor en medio de la habitación


con la música mientras sostenía un vaso de vodka en la otra, sin derramar una
gota.

—¿Cómo es que no ha casado a la mayor? —preguntó Antony.

—¿Te refieres a Cecelia?

—Sí, esa la única otra hija que tiene, ¿verdad?

—Lo es. No estoy seguro. Tal vez quería reprimir los disparates de Kate y
esta era una forma de hacerlo.

El corazón de Antony golpeó duro en su pecho, las palabras escapándose


antes de que pudiera detenerlas.

—Conocí a Cecelia.

Paulie giró su cara a su amigo.

—¿Oh?

—Sí.

—¿Y?

—Me gusta —admitió Antony.

Paulie tosió por la sorpresa.

—¿Qué?
—Amenazó con dispararme. Bueno, a mi pie, pero es la misma cosa. Ni
siquiera pestañeó cuando lo dijo. También es hermosa. Ahora me pregunto si él
está tratando de guardar a Cecelia para casarla con alguien más por cualquier
razón. Lo hizo con Kate. Es posible.

—No estás teniendo mucho sentido, Tony.

Antony no creía en el amor a primera vista.

Su padre sí.

Muchos italianos lo hacían, en realidad.

Antony no sabía en qué pensar.

Lo sabrás cuando la veas, su padre había dicho una vez.

Lo sabrás, Antony.

Simplemente lo sabrás.

—Creo que sería una jodida lástima si casara a Cecelia como lo hizo con Kate.

Paulie asintió.

—He conocido a Cecelia. Es una persona dulce. Mierda, nada como Kate, de
todas formas.

—¿Ella amenazó con dispararte, también?

—Nop. Solamente eres el maldito afortunado de esta noche, supongo.

Antony sonrió.

—Voy a casarme con esa chica, Paulie. Solo mia.

Paulie se rio amargamente.

—Tienes que pasar a través de Vinnie primero.

Verdad.

Él también tenía a su propia familia con la que lidiar.

¿Cómo se sentiría su abuelo acerca de él yendo tras la hija del jefe?

Mierda.
CAPÍTULO 5
—¡Marcello!

Antony se volvió bruscamente ante el tono de su jefe. Vinnie estaba de pie


con los puños apretados a sus lados y un ceño fruncido arruinando sus rasgos
oscuros.

—¿Sí, jefe? —preguntó Antony, ignorando las miradas curiosas de los


invitados que se preparaban para irse como él.

—¿Una palabra, Marcello?

Paulie respiraba a través de sus dientes, ocultando su ceño fruncido mirando


hacia otro lado.

—Eso no suena bien.

Sí, nunca lo hacía. Pero no importaba.

Antony asintió.

—Claro, jefe.

Vinnie llevó a Antony a través de la casa hasta que llegaron a la oscura y


tranquila cocina. Las voces de los huéspedes restantes apenas se filtraron a su
lugar mientras Vinnie rodeaba en Antony.

—Mi hija dijo que la abordaste antes en privado.

Antony se ahogó con su maldito aire.

—¿Qué?

—Me has oído. Dijo que la acorralaste en un pasillo de arriba y actuaste como
un maldito tonto. ¿Dónde diablos te …?

—¿Qué hice qué? —interrumpió Antony.

Probablemente tampoco fue el mejor movimiento.

Vinnie gruñó bajo su aliento, dando un paso amenazante hacia Antony.

—Entre nosotros, Tony, sabes que soy yo quien hace todas las llamadas.
Pensé que sería bueno que vieras a mi casa, conocieras a mi familia ahora que
eres parte de ella. Tu abuelo me aseguró de que sabías actuar como un hombre
apropiado, pero aparentemente él también mintió. Si me entero de que vuelves a
molestar a Kate…

—Kate —dijo Antony débilmente.

¿Qué le había dicho a su padre sobre él?

Dios, realmente era una pequeña perra mentirosa.

Dios mío.

¿No se dio cuenta de que esparciendo tonterías como esa podría hacer que
mataran a un hombre? ¿Ni siquiera le importaba?

—Sí, mi hija…

—¿Kate? —preguntó Antony, aún incrédulo.

Cecelia, lo entendería, incluso si eso hubiera sido inocente y un error. Kate,


no tanto.

—Interrúmpeme una vez más y…

—Papi, yo estaba allí mismo cuando Kate ignoró a Antony en el pasillo. No


le dijo nada. Me preguntó dónde estaba el baño, le dije, y luego volvió abajo para
unirse a los invitados.

La voz tranquila de Cecelia pareció quitarle toda la pelea que tenía Vinnie.
El jefe se volvió para enfrentarse a su hija mayor que estaba en la entrada de la
cocina.

—Cecelia —dijo Vinnie, una advertencia para colorear su tono—. Kate me


contó lo que pasó.

—Kate mintió como siempre lo hace. Yo estaba ahí, papi. Y lo seguí abajo
después de que usara el baño para asegurarme de que no se perdiera de nuevo.
Kate estuvo conmigo en mi habitación la mayor parte de la noche antes de que
ella bajara a unirse a la fiesta por lo que no podía haberse encontrado con ella
antes de eso tampoco.

Vinnie no alejó su mirada de Cecelia mientras decía:

—Mis disculpas, Marcello.

—No hace falta, jefe. Lo entiendo.

—Claro, claro.

Cecelia miró por encima del hombro de Vinnie a Antony.


—Me gustaría que Antony me llevara a una cita.

La cabeza de Vinnie se inclinó a un lado.

—¿Perdón, principessa?

—Antony, quiero ir a una cita con él. Cumple con cada uno de tus estándares
para alguien que se me permite ver, ¿no es así, Papà?

¿Estándares?

—Lo hace —confirmó Vinnie bruscamente—. Si vas a insistir en ello, tendrás


un ejecutor contigo de acompañante.

—Tengo veintiún años.

—Y aún vives bajo mi techo, Cecelia. Sigue mis reglas o no. Ambos sabemos
lo que sucederá si no lo haces.

—Bien, lo que sea. Martes para la cena, ¿entonces? —preguntó Cecelia a


Antony como si su padre ni siquiera estuviera en la cocina.

Antony estaba aturdido. Se sentía como si alguien lo hubiera recogido y lo


hubiera dejado en la Zona Desconocida. ¿Cómo podía una de las hijas de Vinnie
ser como ella mientras que la otra era todo lo contrario? Además de eso, ¿cómo
Cecelia se las arregló para decir unas cuantas frases a su padre y no solo salvar a
Antony de las mentiras de Kate, sino también conseguir que su padre aceptara
una cita?

No, Antony no sabía qué mierda hacer. Su boca funcionó, sin embargo.

—Martes para la cena, bella.

El jefe de Antony miró por encima de su hombro.

Sí... llamarla hermosa delante de su padre probablemente no era la mejor


idea si la expresión en la cara de Vinnie era cualquier indicación.

Antony había aprendido rápidamente en un par de horas que Cecelia


Catrolli era una rompepelotas con una sonrisa pecaminosa, tenía una actitud
despiadada cuando quería algo, y el rostro de un ángel en cualquier otro
momento.

La había recogido alrededor de las cuatro para la cena, recibió un saludo muy
escaso de su jefe en el proceso, aunque Cecelia actuó como si Vinnie no dijo nada,
y luego procedió a sacarla.

—Me gusta este restaurante —dijo Cecelia, mirando alrededor—. Es


tranquilo y acogedor.

—Gracias.

Cecelia guiñó.

—Bueno, lo escogiste, supongo.

—Eso, y yo soy el dueño.

—¿Es tu propiedad?

—No todos mis negocios son malos, Cecelia.

Ella lo consideró por un momento como si estuviera asimilando sus palabras.

—¿Qué más haces?

—Tengo mano en algunos negocios, tengo un par de otros restaurantes


además de este, y nunca voy a medias. No gasto el dinero de mi familia. Mi
bisabuelo no trabajó su trasero por nada.

—Solo tienes veinticinco años, Antony.

Él se encogió de hombros.

—Es bueno tener metas, Cecelia.

—Lo es.

Algún día, Antony quería tener la mitad de Nueva York de una manera u
otra. No se molestó en decirle a Cecelia esa aspiración en particular.

—No debiste haberle mentido a tu padre por mí —dijo Antony.

Cecelia quitó todas las cerezas de la parte superior de su tarta de queso.

—No mentí. Tal vez no los haya presenciado en el pasillo, pero habría oído
algo. Sé lo que podría haber pasado si mi padre le creyera a Kate.

Antony frunció el ceño.

—Ella es... algo más.


—Una princesa mafiosa mimada con un complejo de papá y demasiados
otros problemas para nombrar, quieres decir.

—Tú lo dijiste, Tesoro, no yo.

La mirada de Cecelia subió para encontrarse con la suya, aturdiéndolo en


una simple acción. Sus ojos siempre parecían mirar directamente en él, como si
pudiera ver a través de su tranquilidad y actitud distante.

—Tesoro, ¿eh?

Antony sonrió burlonamente.

—Se adapta, creo. Eres algo preciosa, Cecelia

—¿Incluso después de que amenacé con dispararte? —preguntó ella


tímidamente.

—Especialmente porque amenazaste con dispararme

—Eres tan extraño

—No, me gustan mis mujeres... —Antony se detuvo, inseguro de cómo


terminar esa oración.

—¿Cómo te gustan tus mujeres, Antony?

—Todo el mundo me llama Tony, ya sabes.

—Me gusta Antony.

Bueno, a él le gustaba cómo sonaba en su boca.

Antony supuso que, en realidad, ella no conocía a Tony. No como todos los
demás. Él era el volátil, un Capo con una prerrogativa de no tomar tonterías y
violencia como segundo nombre. Cecelia no necesitaba ver ni conocer a Tony en
absoluto.

—¿Cómo te gustan tus mujeres? —preguntó Cecelia nuevamente, más suave


la segunda vez.

—Como tú. Me gusta que sean como tú. —La boca de Cecelia se abrió, pero
Antony le ganó y agregó—: Y no creo haber conocido a alguien como tú, Tesoro

—Fino.

—Lo intento —murmuró Antony—. Y no tengo muchas mujeres, Cecelia.

Ella alzó una ceja.


—No pregunté.

—Pero querías hacerlo.

Podía verlo escrito en todo su rostro.

Cecelia se movió, mirándolo bajo pestañas gruesas.

—¿Ninguna en absoluto?

—Actualmente no.

—¿Nunca? —presionó Cecelia.

—No soy un santo, si eso es lo que preguntas, pero soy un hombre de una
sola mujer.

—¿Solo una mujer?

—Solo la que está sentada a mi lado y tú no eres realmente mía, Tesoro

No todavía, de todos modos.

Pero estaba trabajando en eso.

La mano de Cecelia encontró su muslo debajo de la mesa, haciendo que


Antony se pusiera rígido.

—¿Y si quisiera serlo?

—Ten cuidado, Cecelia. Tu ejecutor está escuchando. Y realmente no puedes


tomar esa decisión.

Ella pareció captar su pregunta no formulada.

—Mi padre tiene reglas —dijo Cecelia.

—Estándares fue la palabra que usaste, en realidad

Cecelia resopló con un sonido indeciso antes de empujarlo en el pecho.

—Y los cumples todos.

—¿Debería preguntar?

—Italiano, conectado, una buena familia, estatus dentro de la familia, y


debería provenir de dinero antiguo. El hombre debe tener una sólida reputación
y estar en buena posición con la famiglia. ¿Quieres que continúe?

Antony se rio por lo bajo, ya asqueado.

—¿Hay más?
—Hay más —confirmó Cecelia como si estuvieran hablando del clima—.
Siempre que siga las reglas y elija a alguien que él considere apropiado, puedo
salir con quien quiera.

—¿Y Kate?

—¿Qué piensas?

—Ella no siguió las reglas —murmuró Antony.

—Algo así. —Cecelia se inclinó lo suficientemente cerca de Antony para que


él pudiera oler la dulzura de su perfume y sentir el calor de su cuerpo—. Mi
sobrino tendría tres años ahora.

Antony se congeló.

—¿Qué?

Cecelia asintió.

—Tres, haz los cálculos.

Antony los hizo rápidamente. Eso devolvió el tiempo a cuando se hizo el


acuerdo entre la familia de Vinnie y la de John.

—¿Tendría?

—Perdió al bebé a los seis meses —dijo Cecelia, demasiado bajo para que el
ejecutor escuchara—. Antes de que ella se hiciera demasiado grande y antes de
que alguien realmente pudiera comenzar a chismosear. Conveniente, ¿no te
parece?

—¿El padre? —Antony se atrevió a preguntar.

Cecelia se negó a levantar la vista de su plato.

—Nunca lo dijo. ¿Y ese tiempo antes de casarse? Sí, eso no es para que Kate
pueda terminar la escuela. Es para que ella mantenga la boca cerrada sobre por
qué él la está casado en primer lugar.

Antony no sabía qué decir, pero algo horrible brotó en sus entrañas.

—Cecelia…

—Así que yo sigo sus reglas, Antony. Porque no tengo ganas de ser vendida
al mejor postor con más para ganar. Pero puedo elegir. Y ahora mismo, te estoy
eligiendo a ti.
—No parecías muy contenta conmigo la otra noche cuando estaba en tu
habitación —señaló Antony.

—Estaba avergonzada.

—Dio, ¿por qué?

—Supongo que escuchaste la conversación entre Kate y yo. ¿Eso no es lo


suficientemente vergonzoso para ti?

No.

Antony se encogió de hombros.

—Ella es un poco cruel, eso es todo. La manejaste bien.

Cecelia le dio una mirada que no pudo descifrar. Una vez más, su corazón
comenzó a latir fuerte.

—Me refería al tema, Antony.

—Oh.

—Sí, oh. Es vergonzoso

Antony se rio entre dientes.

—Quizás desde tu punto de vista. Para mí no, lo aprecio, en realidad. Tienes


valores y no hay nada de malo en eso.

Cecelia desvió la mirada de nuevo.

—No soy mojigata.

—Sé que no lo eres.

—Me gustas un poco —dijo Cecelia.

—Estoy bien con eso

Cecelia le sonrió.

—Sí, yo también.

Antony se empapó al ver su alegría, contento de que él hubiera sido la causa.


Si bien se había metido con algunas chicas de vez en cuando, nunca había ido en
serio con alguien y tampoco había querido.

Algo sobre Cecelia lo atraía como una polilla a la jodida llama.


—¿Qué hicieron, olvidaron la “H” cuando deletrearon su nombre en el
certificado de nacimiento? —preguntó Cecelia, con una sonrisa burlona que
iluminó sus bonitos rasgos.

Antony se rio entre dientes, tendiéndole el tenedor lleno de tarta de queso


para que ella lo tomara. Él esperó mientras ella sacaba el dulce del utensilio, sus
labios se envolvieron el tenedor de una manera que hacía que sus impulsos más
oscuros se elevaran. Rápidamente se recordó a sí mismo del ejecutor a dos mesas
de distancia, reajustó su posición en el asiento y se aclaró la garganta. Sí,
necesitaba alejarse lo más posible de esos malditos pensamientos.

Y rápido.

Cecelia era inocente. Antony necesitaba mantener ese pensamiento al frente


y al centro. Seguro como el infierno que él no lo era, pero ella sí. Por qué ella
quería tener algo que ver con él, no estaba seguro.

—No, no olvidaron agregarla —respondió finalmente Antony.

Cecelia usó la punta de su pulgar para limpiar un poco de crema en la


esquina de su boca. La mirada de Antony se concentró instantáneamente en ese
gesto inocente y ella no se lo perdió. La sonrisa de Cecelia se convirtió en una
sonrisa de complicidad.

Algo dentro de él decía que ella no era totalmente inocente.

—Como Cleopatra —explicó Antony.

—¿Hmm?

—Cleopatra y Antonio. Mi madre era una romántica. Tuve suerte de no


haber terminado con Romeo de nombre. Ella sentía algo por las parejas que
renunciaban a todo por amor

—Incluyendo sus vidas —reflexionó Cecelia.

—Exactamente. Qué es el amor sin una pequeña tragedia, como dice el


refrán. Mi hermano consiguió el homónimo y terminé con Antony

Cecelia masticó su mejilla interior, sonriendo de nuevo en esa sensual forma


suya.

—Creo que me gusta más Antony, de todos modos.

—A mí también.

Su mano encontró su muslo nuevamente.


—Llévame a bailar este fin de semana, ¿hmm? En algún lugar divertido.
Nunca hago cosas divertidas.

—Puedo hacer eso, Tesoro.

Lo que ella quisiera, él lo daría.

—Y tal vez… —Cecelia se apagó con un susurro astuto.

—¿Tal vez qué, Cecelia?

—Esto.

Ella se inclinó y lo besó antes de que él parpadeara. Suaves y cálidos labios


presionados contra los suyos y eso fue todo para él. Antony se había ido. Ella
sabía a azúcar e inocencia. Pureza hasta su sangre y huesos. Su polla cobró vida
bajo sus pantalones mientras más alto su mano se alzaba sobre su muslo y más
fuerte lo besaba. Rápidamente, sus labios se separaron y él aprovechó la
oportunidad para profundizar el beso por el breve momento que pudo.

Ella no se apartó.

Sí, inocente

Iba a ensuciar tanto a esta chica.

Antony apostaba a que a ella le gustaría.


CAPÍTULO 6
Junio, 1984

Cecelia se estiró sobre el cuerpo de Antony como un gatito despertándose de


una siesta demasiado larga. Él ignoró la forma en que su cuerpo se sentía
moviéndose sobre el de él, negándose a reconocer su dura erección intentado
darse a conocer.

—Me encanta aquí —dijo Cecelia más para sí misma que para él.

Antony estuvo de acuerdo. A pesar de odiar cómo siempre estaban bajo el


microscopio cada vez que la visitaba en la casa de sus padres, la familia Catrolli
tenía una hermosa propiedad en el patio que se extendía por lo que parecía una
eternidad.

Usando su brazo como almohada, Antony se enderezó para ver mejor a


Cecelia. Tenía la barbilla apoyada en la palma de la mano mientras lo miraba bajo
esas gruesas pestañas suyas. Una suave brisa sopló sus rizos color caramelo,
haciéndola aún más hermosa a la luz del día.

—Quiero una casa grande algún día —dijo Cecelia.

Antony arqueó una ceja.

—¿Qué tan grande, Tesoro?

—No grande como la Catrolli.

—Bien, porque tu casa es enorme. Me pierdo cada vez que vengo.

—¿Tres alas en lugar de cuatro? —preguntó ella dulcemente.

—Oh, Dios mío, eso es… Cecelia, vamos. ¿Cómo se supone que limpias algo
tan grande?

Ella se encogió de hombros delicadamente debajo de su vestido veraniego.

—También podemos llenarla, ya sabes.

Eso llamó la atención de Antony.

—¿Llenarla?

—Niños.
—¿Niños?

—Nuestros.

Antony sonrió, disfrutando de esta conversación.

Solo habían estado saliendo dos meses, pero él la sacaba cada vez que tenía
la oportunidad, y siempre que ella se lo permitía. Lo que Cecelia quería, Antony
se lo daba. Su sonrisa era como una droga para él y solo estar cerca de ella era
suficiente para calmar su corazón y su alma.

Sí, él lo sabía.

Cecelia era su indicada.

Lo mismo que su padre dijo que encontraría eventualmente.

Antony no había pensado mucho en el matrimonio, hijos o ninguna de esas


cosas antes de tropezar con una chica enojada, de ojos verdes y cabello castaño
en su habitación.

Ahora, era todo en lo que parecía pensar.

—Te mueves rápido, Cecelia Catrolli —susurró Antony.

—¿Lo suficientemente rápido para ti, Antony?

—Perfecto.

Cecelia sonrió con una vista cegadora, moviendo su cuerpo lo suficiente


como para presionar sus labios de seda contra los de él. Su lengua bailaba con la
de él, el sabor persistente de su daiquiri de fresa estallaba en sus papilas
gustativas. La lujuria no tardó mucho en inundar sus venas ya que sus pantalones
se volvieron incómodos.

—Debes detenerte o alguien estará muy enojado con lo que haré a


continuación —advirtió Antony contra su boca.

La risa de Cecelia fue sin aliento.

—¿Me dirías qué harías a continuación?

Dios santo, ella no quería saberlo.

—Dime —murmuró Cecelia, con la mirada clavada en la de él.

—Cecelia...

—Dime.
Había una docena de cosas que podría haber dicho. Cosas que la harían
estremecerse o palabras que podrían haberle dado una pequeña idea de la locura
que experimentaba su mente y su cuerpo cada vez que estaba cerca.

Oh, podría haber dicho mucho.

Antony eligió decirle la verdad. Porque ella debería saber. Cecelia era tan
hermosa, tan maravillosa para él, y lo último que haría sería lastimarla o usarla.
Ella merecía mucho más que eso. Especialmente de él.

—Te amaría —dijo Antony.

Cecelia todavía temblaba. Ella se mordió el labio inferior y se movió sobre él


nuevamente.

—¿Eso es todo?

—Confía en mí, bella, entre nosotros, sería más que suficiente.

—¿Oh?

—Mmhmm —tarareó Antony.

Ella guiñó un ojo.

—Pensé que ya me amabas, Antony.

—Sí, pero también podría mostrártelo.

—Muéstrame. Todavía quiero una casa grande —dijo Cecelia—. Tal vez una
piscina también.

—Dos alas —acordó Antony.

—¿No del grande Catrolli?

—No, del grande Marcello.

Julio, 1984

—Entra y siéntate, Tony —dijo Vinnie, señalando la silla de cuero frente a su


escritorio.
Antony hizo lo que su jefe le exigía.

—Grazie por verme hoy, Jefe.

Vinnie solía tomarse el sábado para sí mismo con pocos negocios e


interacción con los demás. Antony entendía las razones del hombre. A veces una
persona solo tenía que estar sola sin nadie más. Entonces, podría quitarse el
sombrero de jefe, la máscara de padre y la capa de cristiano para ser quienes eran
por un corto tiempo.

Como una jodida recarga, o algo así.

—Seguro, seguro. ¿Qué necesitas? —preguntó Vinnie.

Antony estaba inquieto, su pierna rebotando. El nerviosismo no era algo que


él estuviera acostumbrado a sentir en absoluto.

—Vas a estar en la iglesia mañana, ¿verdad? —preguntó su jefe.

—Por supuesto.

Cecelia le pidió que fuera a la iglesia de su familia todos los domingos, así
que Antony iría. Prefería la iglesia de su familia, pero sospechaba que ir a la de
ella beneficiaba de alguna manera la visión del padre de ella sobre Antony.

—Bueno. Luces como si fueras a vomitar, Tony.

Y también se sentía así.

—Quiero casarme con Cecelia —espetó Antony.

Vinnie quedó en silencio. En realidad, el hombre bien podría haberse


convertido en piedra.

—Sé que es pronto.

—¿Pronto? —Vinnie se echó a reír, pero salió vacío—. Dios, muchacho,


ustedes dos solo han estado saliendo durante tres meses.

—La adoro. La amo. Otro año o cinco no van a cambiar eso. Sé lo que quiero
y estoy bastante seguro de que ella quiere lo mismo, jefe.

Vinnie suspiró profundamente, frotando círculos en sus sienes.

—Bueno, mejor tener uno ahora que dos juntos, supongo.

La cabeza de Antony se alzó.

¿Realmente iba a ser tan fácil?


—Lo que sea, chico. Cásate con ella.

—¿En serio? —preguntó Antony, todavía inseguro e inquieto.

Vinnie se encogió de hombros.

—Escucha, Cecelia nunca me ha dado problemas como su hermana. Es una


buena chica y, aunque a veces todavía me pregunto por ti, podría hacerlo peor.
También podría establecerla con alguien que sabe que tiene que mantener su
maldita nariz limpia, ¿verdad? Además, Cecelia conoce su lugar.

»Ella será una buena pequeña esposa de la mafia. Pondrá su mejilla como lo
hace su mamma y fingirá que no sabe lo que estás haciendo con otras mujeres. Sí,
cásate con ella. He querido que algunos bambinos para mimar.

Jesucristo.

—Soy fiel a Cecelia —dijo Antony, queriendo que el hombre lo supiera.

Vinnie asintió con la cabeza.

—Seguro que sí. Justo como lo soy a mi esposa, chico.

La ansiedad que Antony sintió antes salió de su sistema, dejando atrás asco
e ira. Apenas se contuvo de decirle a Vinnie que Cecelia valía más que ser la
esposa de cualquier hombre. Que estaba destinada a ser la esposa de Antony por
alguna razón.

Antony entendía por qué su chica despreciaba a este hombre.

Simplemente apestaba que él también fuera el Don de Antony.

Reglas.

Toda su maldita vida estaba rodeada de ellas.

—Oh, Dios mío —susurró Cecelia extendiendo la mano de nuevo y dejando


que los rayos de sol atraparan el diamante en su mano de nuevo—. Es hermoso.

Antony sonrió, contento de que le gustara su elección de anillo de


compromiso. De los dos, Cecelia era la que tenía toda la elegancia. Antony era un
hombre de traje negro, zapatos negros. Cecelia era la más colorida y elegante.
Incluso se estaba especializando en diseño.

De alguna manera, él escogió el maldito anillo correcto.

Antony sospechaba que era porque venía de él que le gustaba más.

No importaba. Lo tomaría.

—¿Eso es un sí, entonces? —susurró Antony al oído por detrás.

—Ese es un gran sí —dijo Cecelia, suspirando mientras él besaba su cuello.

—Date la vuelta, bella donna, para que pueda besarte bien.

Ella hizo lo que él le pidió, girando en sus brazos antes de aplastar su boca
contra la de él. Antony se deleitó en el calor de su boca y la sedosidad de sus
labios moviéndose contra los de él. Adoraba la forma en que esta mujer lo besaba.
Era como si con una sola presión de su boca y el enredo de sus lenguas, ella era
su dueña.

Sí, estaba tan jodidamente enamorado de Cecelia Catrolli que era ridículo.

—Eso es un sí —repitió Cecilia mientras se alejaba.

Antony sostuvo su barbilla entre el dedo índice y el pulgar, manteniendo su


mirada solo en él.

—No me dieron ninguna restricción de tiempo con el cuándo, Tesoro.

—¿Oh?

—No.

La sonrisa recatada de Cecelia se amplió, mostrando sus blancos dientes.


Siempre había algo malvadamente pecaminoso en su sonrisa y él ni siquiera
pensó que ella lo notaba. Era una de las cosas que más le gustaban a Antony de
su chica.

Cecelia era sexy sin intentarlo. Llevaba vestidos y tacones, los llevaba con un
aire de clase, y siempre lo dejaba con ganas de más, pero nunca de mala manera.
Honestamente, no habían podido hacer mucho en el sentido físico porque ella
siempre estaba siendo acompañada por los ejecutores elegidos por su padre.
Incluso más extraño era el hecho de que a Antony no le importara. Había estado
con mujeres, pero no le importaba esperar a Cecilia.

No, no le importaba en absoluto.

—¿Qué tal octubre para una boda? —preguntó Cecelia.


Antony lo consideró.

—Solo faltan tres meses, Tesoro.

—Entonces duplicaré las clases y la tendremos a tiempo.

—Hay un montón de planes que... —Las palabras de Antony se cortaron al


ladrar una carcajada—. Planes, verdad. Ya te encargarás de eso, lo sé.

—Y mi padre pagará por todo.

—No —dijo rápidamente Antony, queriendo acabar con esa idea—. Yo lo


haré.

Cecilia le miró, su frente arrugada.

—Pero los padres suelen pagar para que sus hijas se casen, Antony.

—No dejaré que Vinnie me pague por ti, Cecelia. Si le dejo pagar por todo,
eso es exactamente lo que sentiría yo. Pagaré por nuestra maldita boda.

Ella se acomodó en su abrazo.

—Está bien.

Antony besó la parte superior de la cabeza de su chica, abrazándola más


fuerte. No pudo evitar notar el auto en marcha en el terreno vacío del parque. A
Cecelia siempre le encantó este lugar y siempre que salían a caminar, este era el
primer destino en su mente. Disfrutaba de la paz y la tranquilidad, y había un
pequeño estanque donde nadaban los patos.

Ese auto, sin embargo, siempre los seguía.

—Me alegraré cuando pueda besarte sin una niñera —murmuró Antony.

Cecelia se rio.

—Oh, no sé qué tanto estaremos en la parte de besos.

No necesitaba ser un genio para descubrir su significado oculto. Su cuerpo


se calentó cuando la sangre inundó su región inferior.

Cristo. Sí, tres meses sonaban perfectos. Antony pensó que no podía esperar
más para tener a esta mujer como esposa.

—Te besaré entonces también, Cecelia.

—Más te vale.

Antony sonrió con suficiencia.


—Siempre.

—¡Cecelia!

Antony se estremeció ante el chillido de Kate Catrolli. Instintivamente,


movió a Cecilia un poco detrás de su cuerpo como para protegerla de la ira de su
hermana.

Cuanto más tiempo pasaba Antony cerca de Kate, peor se sentía por
Johnathan.

Los dedos de Cecelia se cerraron alrededor de la muñeca de Antony mientras


Kate irrumpía en la cocina de la familia Catrolli. El rostro de la chica estaba rojo
y se enfureció como un toro enojado buscando a alguien a quien acusar.

De ninguna manera iría a por Cecelia.

Antony no toleraría esa mierda.

¿Cuál era su problema, de todos modos?

A veces, con Kate, podía ser prácticamente cualquier cosa.

—¿Sí? —preguntó Cecelia, dejando ir a Antony y reanudando su tarea de


mezclar masa para el pan.

Su chica sabía cocinar. Le encantaba eso de ella. Era un poco maníaca al


respecto y Antony había aprendido rápidamente a dejarla tener su espacio o
enfrentar las consecuencias. Esas venían generalmente en forma de palabras
agudas o de una cuchara de madera en sus nudillos.

Sin embargo, Cecelia tenía habilidades.

—¡Se supone que soy yo, Cecelia! —gritó Kate.

La frente de Antony se arrugó mientras miraba a su prometida de solo un


par de horas.

—¿De qué está hablando? —preguntó él a Cecelia con demasiada calma para
que Kate lo oyera.

—Espera —susurró Cecelia—. Ya lo dirá.


—Tú... tú... tú perra —escupió Kate.

Guau, alto ahí.

—Oye —espetó Antony—. Esa es tu maldita hermana, Kate.

Kate bufó.

—Cuidado, Tony. Papá podría oírte maldiciéndome. ¿Qué pasaría entonces?

Antony tuvo que obligar literalmente a su cuerpo a permanecer sentado.


Ninguna otra mujer en la tierra lo hacía querer ser violento, pero Kate lo hizo.

Parece que elle tenía ese efecto en muchos hombres.

Cecelia, por otro lado, no se quedó en su lugar. Giró rápidamente sobre sus
talones, se puso al lado de Antony y miró a Kate.

—Déjalo en paz. No es tuyo para que juegues juegos estúpidos y tontos, Kate.
Intenta esa mierda asquerosa con él otra vez, y te prometo que será la última vez
que lo hagas.

Kate se rio.

—Eres una perra.

—Ya dijiste eso, Kate. Piensa en algo nuevo.

—Solo haces esto porque la atención no está en ti, Cecelia. Se supone que soy
yo.

—Sí, me voy a casar solo porque tú lo harás en tres malditos años, Kate.
Vamos, eres ridícula. Esto no se trata de ti. —Cecelia ondeó una mano entre
Antony y ella. Solo ahora lo estaba captando y estaba de acuerdo con Cecelia.
Kate era ridícula—. Esto, él y yo, no tiene absolutamente nada que ver contigo. Es
sobre nosotros.

—No es justo —siseó Kate.

—Ese no es mi problema —contestó Cecelia, más fría de lo que Antony la


había oído hablar.

Kate giró y salió corriendo de la cocina tan rápido como llegó. Cecilia volvió
a su tarea de mezclar la masa en silencio. Antony se tomó tres minutos enteros
antes de que decidiera hablar de nuevo.

—Estoy empezando a estar de acuerdo con John —dijo Antony.

Cecelia lo miraba de costado, la tristeza coloreando sus bonitos ojos verdes.


—¿Sobre qué?

—Necesita una habitación acolchada y un diagnóstico.

—No se trata de ella, Antony —dijo Cecelia con fiereza.

—Es sobre nosotros. Lo sé.

—Así que cuando trate de hacerlo sobre ella, mira para otro lado. Ella tiene
que casarse por negocios, pero yo no. No voy a dejar que haga esto sobre ella.
Nunca.
CAPÍTULO 7
Octubre, 1984

Antony se giró, asegurándose que su esmoquin estuviera como Cecelia


ordenó que estuviera. Presionado donde debería y nada fuera de lugar, ni una
sola mota de polvo para ser vista. Su chica era un poco loca por tener las cosas de
la forma en que quería, pero a Antony no le molestaba.

Era el día de su boda, a pesar de sentirse como que tomó una eternidad
realmente llegar a ese momento, iba bastante bien. No pudo evitar sentirse un
poco triste porque su madre y su padre se lo perderían, pero también tenía a su
hermano, primos y abuelos con quienes compartir el día. Dios sabía que Cecelia
tenía más que suficientes invitados de su lado para llenar lo que él no tenía.

—¿Dónde está mi nieto?

El abuelo de Antony empujó a los hombres y mujeres que entraban y salían


de la suite privada del hotel. Habían reservado un piso completo para familiares
y amigos. Cecelia, sin embargo, tenía su propia habitación más cerca del fondo
donde había menos posibilidades de que Antony la viera.

Tenía tantas ganas de verla.

—Cazzo, mírate, chico —dijo Andino, tirando de las solapas del traje de
Antony—. A tu padre le hubiera encantado verte todo elegante.

Antony se sintió aturdido. Su abuelo no había hablado una vez sobre Ross
desde la muerte del hombre hace meses.

—Siempre fuiste su favorito, creo —agregó Andino.

—¿Por qué es eso? —preguntó Antony.

Andino se echó a reír.

—Porque eras igual que él y él lo sabía. Solías caminar haciendo pistolas con
las manos. “Bang, bang”, dirías. Diciéndole a todos los que podían escucharte
que tu Papà los atrapará.

—¿Sí?

Antony no podía recordar eso.

Su abuelo se encogió de hombros como si no hubiera hecho la diferencia.


—Claro, chico. Te ves bien, Tony. Él y tu madre estarían muy orgullosos de
ti. Es un gran día, ¿eh?

Sus nervios seguían apareciendo.

—¿Llegué demasiado alto? —preguntó Antony.

Andino sonrió. Era un espectáculo familiar. La sonrisa distintiva que todos


los hombres Marcello sabían cómo encender en un abrir y cerrar de ojos.

—De ninguna manera. Cualquiera con ojos puede que esa chica está
perdidamente enamorada de tu estúpido trasero. Y tampoco estés jodidamente
nervioso. Es una gran multitud, pero todos están aquí por Vinnie, de todos
modos. Ignóralos. Haz lo que el sacerdote te diga que hagas. Sonríe a Cecelia.

Ante la mención del nombre de su futura esposa, Antony sonrió.

—Todavía no la he visto.

—Ese es el punto, chico. Y no llores cuando lo hagas. Ningún hombre en


la famiglia te dejará vivir en paz.

Antony caminó hacia el altar para encontrarse con Johnathan donde estaba
esperando.

La mano de John aterrizó en el hombro de Antony y se apretó con fuerza.

—Cristo, mírate.

—Basta —murmuró Antony, alejando la mano de su padrino de boda. Había


sido una discusión entre John o Paulie, pero Antony se decidió por John. Paulie
no se había ofendido, gracias a Dios—. Todos me siguen diciendo eso. Como que
no me veo bien en un día normal o alguna tontería.

John rio.

—Lo haces. Pero es el día de tu boda, así que tenemos que...

—Silencio, chicos —dijo una voz detrás de Antony y John—. Hasta ahora,
uno de ustedes ha tomado el nombre del Señor en vano y casi he tenido
suficiente.
Antony se rio entre dientes.

—Cállate, John, o no se casará conmigo.

John sonrió de lado.

—Bueno. ¿Estás bien?

—Perfecto.

Mejor que perfecto, en realidad.

—Fuiste el padrino de Paulie, así que creo que él será el mío —dijo Johnathan
en voz baja.

—Suena bien —respondió Antony.

John se silenció cuando se abrieron las puertas traseras de la catedral. La


fiesta de bodas no fue enorme, pero Cecelia tuvo dos damas de honor que eran
primas, su madrina que era Kate y una niña de las flores. Cuanto más tiempo les
llevó a esas personas caminar por el pasillo, más inquieto se ponía Antony.

Quería a Cecelia.

Él quería que ella fuera su esposa.

Quería que ella estuviera a su lado.

Pronto.

Ahora.

Ayer.

Cuando Cecelia apareció a la vista en la puerta con su padre a su lado, un


velo que ensombrecía sus rasgos y llevaba un vestido blanco que era lo
suficientemente largo como para barrer el piso mientras se movía, Antony se
quedó quieto.

Dios, amaba a esta mujer.

Sempre.

Siempre.

Para siempre.

Entonces, le agradeció a Dios por haberla hecho. No había otra como ella.
—¡Felicidades, felicidades, felicidades!

Antony aceptó el beso en su mejilla y el abrazo que era demasiado apretado


de la millonésima persona que no conocía. Cecelia, grácil y hermosa como
siempre, hizo lo mismo. La copa de vino vacía en la mano de su esposa fue
entregada a un mesero y otra fue reemplazada antes de que el invitado que los
había felicitado le diera a Antony un sobre que era de casi tres centímetros de
ancho.

John, justo detrás de Antony, tomó el regalo en efectivo y lo colocó en la bolsa


con los cientos más. La hija del jefe se había casado, la primera de dos hijas en
amarrar el lazo. Parecía que alguien que no había podido asistir a la ceremonia
había venido a la cena y la recepción. El conteo de cuerpos en el salón de baile
era tan alto que Antony se sintió sofocado.

Cecelia no se había apartado de su lado ni una vez. Eso ayudó.

—¿Ya te aburriste de esto? —preguntó John.

Antony asintió. Se había aburrido hace horas.

Las bodas italianas siempre eran grandes, ruidosas e interminables. La


cultura de las personas que se reunían para enviar a la pareja a la vida lo hacían
con una explosión de proporciones épicas. Agrega el hecho de que la mitad de
los invitados también eran de origen Cosa Nostra, y eso solo hizo que el evento
fuera mucho más importante.

Antony deseaba haberse preparado mejor para esto.

Cecelia lo tomó todo con calma.

El suave beso de los labios de su esposa presionando debajo de su mandíbula


y el puño de ella en su chaqueta de esmoquin atrajo la atención de Antony a
donde tenía que estar. Se veía increíble en su vestido de novia con su maquillaje
y cabello perfectamente peinado. Demonios, su chica siempre se veía perfecta,
pero algo en el día de hoy la hizo muy diferente.

Como el hecho de que él iba a aprender cómo se veía ella en nada.

Antony no podía esperar para eso.


—No eres hombre para ser el centro de atención, ¿verdad? —susurró Cecelia
a su oído.

—No —admitió Antony.

Cecelia le guiñó un ojo.

—Bueno, cortamos el pastel, bailamos, estuvimos aquí durante horas y


dijimos todos los saludos necesarios...

—¿Por qué estás yendo alrededor del punto, Tesoro?

Sus dedos se deslizaron hasta el cinturón de sus pantalones.

—¿Qué tal si nos despedimos ya?

Jesucristo.

Sí.

—Hagamos eso.

Cecelia depositó un beso abrasador y rápido en la boca de Antony antes de


alejarse demasiado pronto para su gusto. No importaba. Ese beso rápido había
despertado cada nervio de su cuerpo como nada más. Había estado al tanto de
ella a su lado toda la noche. Antony nunca podría olvidar que estaba allí, pero
ahora... ahora, Dios mío.

Su jodida polla estaba dura. La lujuria y el deseo se arremolinaban en sus


entrañas, acumulándose en su estómago y prometiendo algo malvado y divino.

Antony nunca fue bueno en esperar algo que quería.

Tenía que ser lento y esperar a Cecelia. Ella no era igual.

Ella merecía mucho, mucho más.

—Iré a buscar a mi madre y a mi padre para avisarles.

—Claro, cariño.

Antony la dejó ir sin discutir.

Johnathan y Paulie se deslizaron junto a Antony en el momento en que


Cecelia desapareció entre la multitud.

—¿Podemos decir también felicidades? —preguntó Paulie.


—Y adiós —agregó John—. Te ves demasiado emocionado, Marcello.
Quítate esa mierda del rostro antes de que Vinnie llegue y te vea como un perro
jadeando por su hija, ¿sí?

Antony se rio y se encogió de hombros.

—Pero lo soy.

—Sí, todos lo sabemos. Él no necesita saberlo.

—Cierto.

Paulie puso su mano sobre el hombro de Antony.

—Ten una muy buena noche, hombre.

Antony sonrió.

—Sabes que lo haré.

—Y voy a buscar a mi esposa y llevarla a casa —terminó Paulie con una


sonrisa.

—Adiós.

Una vez que Paulie se fue, Antony y John se enfrentaron.

—Pensé que sería yo el primero en casarme —admitió John—. De nosotros


dos, quiero decir.

—Ya llegarás ahí.

John asintió, pero su mirada era distante.

—Sí.

Antony no necesitaba que su amigo dijera las palabras que estaba pensando.

Pero no con la que yo quiero.

Eso fue probablemente por lo que Antony se sintió peor cuando se trataba
de Johnathan. Había tomado la decisión de casarse con Kate por negocios, claro,
pero ahora no había forma de retractarse. El matrimonio en su mundo no era
una cosa de por ahora.

Era para toda la vida.

—Me alegro de que hayas encontrado la indicada, Antony —murmuró John.

—Lamento que tú no lo hayas hecho —respondió Antony.

John sonrió, pero no era real.


—Lo hice, pero fui jodidamente estúpido al respecto. Nunca seas estúpido
con la tuya, hombre.

—No lo seré.

Antony ni siquiera había cerrado por completo la puerta de la habitación del


hotel antes de que Cecelia estuviera sobre él.

Jodidamente sobre él.

Su beso fue contundente, exigente. Se deleitaba con el sabor de su boca y la


forma en que su lengua luchaba con la de él. Nunca lo había besado tan
descaradamente. Era el puto cielo. Ella dejó que sus manos vagaran por debajo
de su chaqueta, sacando su camisa de vestir de sus pantalones. Cuando no pudo
sacar los botones de los bucles lo suficientemente rápido, simplemente tiró de la
tela hasta que se separaron.

Las manos de Cecelia estaban calientes sobre su piel, quemando un camino


febril y haciéndole reprimir un gemido. Si ella no disminuía la velocidad, no
estaba seguro de poder controlarse. La chica podría haber estado vestida de
blanco, pero parecía hermosamente pecaminosa en lo que a él respectaba.
Especialmente cuando lo tocaba.

Antony se rio entre dientes cuando sus labios tocaron su garganta.

—Cristo, ¿de dónde vino esto?

—No hay niñeras —dijo ella simplemente.

Antony supuso que eso explicaba mucho.

Sus dedos vagaron sobre su estómago y pecho expuestos como si se estuviera


tomando el tiempo de aprender todas las inmersiones y líneas de sus
músculos. Prestó especial atención a las hileras de abdominales que conducían al
oscuro vello que desaparecía bajo la línea de sus pantalones. Dejó que sus suaves
manos lo tocaran y permaneció en silencio cuando ella desabrochó sus
pantalones y bajó la cremallera.
Sin previo aviso, su mano se deslizó bajo sus calzoncillos y encontró su polla
endurecida. Ella mantuvo su mirada abierta y sin vergüenza fija en la de él
mientras sus dedos envolvían su eje con fuerza y lo acariciaban hasta la punta.

Las palabras y el aire de Antony quedaron atrapados en su garganta,


ahogándolo. Su mano se sentía como seda cálida sobre su polla. No le tomó
mucho tiempo para que sus toques firmes y rápidos hicieran que su polla fuera
más dura que el puto acero y palpitara por algo caliente, húmedo y apretado.

—¿Cómo está eso? —susurró Cecelia.

—Fantástico. —Logró decir Antony.

—Mmm, bien.

Cristo.

Solo el sonido de su voz lo excitaba como nada más. Había esperado mucho
tiempo para sentirla así, para tenerla a solas y ahora ella era la que lo
sorprendía. Para una chica tan inocente, Cecelia parecía más que dispuesta a salir
de esa capa de pureza manteniéndola envuelta firmemente. Ella quería
aprenderlo, claramente.

Él también quería aprenderla.

—Déjame desnudarte, Cecelia —dijo Antony.

El labio inferior de Cecelia se enganchó entre sus dientes.

—Solo si prometes ser rápido al respecto.

Si había algo que más adoraba de Cecelia por encima de todo, era su sutil
confianza. A veces era solo el movimiento de su mirada lo que decía mucho. No
era el tipo de mujer que gritaba para expresar su punto de vista y no necesitaba
hacer una escena para hacerse notar.

—No puedo hacer eso, Tesoro.

Cecelia lo miró, arqueando una ceja desafiante.

—¿Por qué no?

—Porque hay demasiado de tu piel que quiero explorar, probar y sentir. Te


quiero sobre mí. Quiero conocer cada parte de ti. Quiero aprender todos los
lugares que te harán cantar los sonidos más dulces. Así que no, no puedo ser
rápido, Cecelia. No esta noche.
—Pero tienes un para siempre para aprender esas cosas —señaló ella
suavemente.

—Claro, pero solo tienes una primera vez, bebé.

Cecelia sonrió, su mirada se apartó de él.

—Sé exactamente quién eres, Antony. Lo sabes, ¿verdad?

—¿Quién soy?

—Cosa Nostra. Las cosas que haces. Sé todas esas cosas.

Antony realmente nunca lo pensó así.

—¿Y?

—Solo quería que supieras que cuando dices cosas así y me amas como lo
haces, no me importa nada de eso. Nada de eso me importa mientras seas mío,
¿bueno? Nada de eso.

Lo recordaría para siempre, entonces.

—Eres un poco perfecta, ¿sabes? —preguntó Antony, sosteniendo el rostro


de su esposa en sus palmas para que pudiera mirarla por un minuto.

—¿Un poco? —preguntó Cecelia.

—Completamente perfecta, Tesoro.

—Para ti.

Algo se endureció en sus entrañas ante su declaración. Era como con esas
dos palabras, Cecelia le había hecho una promesa que nunca había pedido, pero
que necesitaba escuchar. La posesión rodó por sus entrañas como una bola de
demolición.

Cecelia era suya.

Para siempre.

Suya.

—Solo yo —dijo Antony.

—Solo tú.

Entonces, la actitud feroz de ella que previamente había aparecido,


desapareció. Su mano sobre su polla se calmó y no lo miró a los ojos. Antony
quería a su descarada esposa de regreso, no a la chica tímida que de repente había
tomado su lugar.

—¿Qué pasa? —preguntó Antony.

Cecelia se encogió de hombros.

—No sé qué hacer y no quiero decepcionarte, eso es todo.

—No puedes. Créeme. Se trata de aprender, Cecelia. Nunca te sientas


avergonzada. Dime lo que quieres o necesitas. Si se siente bien, estás haciéndolo
todo bien. Y no solo es bueno para mí, sino también para ti.

—¿Esto está bien?

—Tan bien.

Cecelia sonrió.

—¿Quieres que siga?

—Haz lo que quieras, Cecelia. Pídeme lo que quieras. Siempre te lo daré.

—¿Lo prometes?

—Para siempre, cariño. Pregúntame o dímelo. Lo que quieras saber o


aprender, te enseñaré. Hay tantas cosas que quiero enseñarte, Cecelia
Marcello. Apuesto a que también te encantará cada segundo. Solo tienes que
abrir esa bonita boca tuya y decir la palabra.
CAPÍTULO 8
—Di la palabra —repitió Antony, su tono se volvió más ronco de lo que
esperaba.

Su mano bajo sus pantalones finalmente liberó su polla. A Antony no le


importaba, aunque esperaba recuperarse en algún momento. Ella arrastró sus
manos por sus costados, sus uñas rasparon su carne y lo volvieron loco.

—¿Tesoro?

Cecelia se estremeció.

—Desnúdame.

—¿Eso es todo?

—Tócame.

Antony sonrió.

—¿Y?

—Ámame.

—Siempre, dulce niña. Ti amo, belissima donna5.

—Ti amo —repitió ella.

Cecelia se excitó bajo sus manos urgentes. Antony juntó sus rizos color
caramelo en sus manos y los aparto a un lado de su hombro. Él quitó las
horquillas, que mantenían la mitad de su cabello recogido, una por una,
dejándolas caer al suelo. El collar de perlas alrededor de su garganta fue por el
mismo camino.

Lentamente, desabrochó los botones de perlas con ojales en la parte posterior


de su modesto vestido, dejando que sus palmas se deslizaran debajo del vestido
para sentir sus suaves hombros y piel. Con cada golpe de sus manos sobre su
cuerpo, bajando aún más su vestido, las respiraciones de Cecelia se aceleraron.

—No te pongas nerviosa —le dijo—. Eres tan hermosa.

—Todavía no has visto todo de mí, Antony.

5 Ti amo, belissima donna: te amo, mujer hermosísima en italiano.


—No necesito hacerlo. No para saber lo que ya sé. Sin embargo, todavía
quiero ver todo de ti. Da una vuelta.

Cecelia hizo lo que él exigía, manteniendo un firme agarre en el corpiño de


su vestido, sosteniéndolo en su lugar. Antony envolvió sus manos con las de ella,
desenredando sus dedos del vestido. Cuando el encaje y la seda cayeron y se
juntaron en su cintura, Cecelia se encontró con su embriagadora mirada
nuevamente.

Antony dejó que su visión periférica hiciera el trabajo mientras veía un


millón y una emociones parpadear en el rostro de su esposa. Ella estaba
claramente nerviosa, pero todavía estaba muy dispuesta también. No llevaba
nada para cubrirse los senos debajo del vestido. Su cuerpo estaba tonificado y
esbelto, y la curva de su cintura se ajustaba perfectamente a su mano.

Justo como sabía que lo haría.

La pálida y cremosa piel se erizó cuando sus manos vagaron por su pecho.
Los alegres montículos de sus senos llenaban sus palmas. Sus pulgares rodaron
sobre sus tensos pezones y Cecelia dejó escapar un suspiro tembloroso en
respuesta.

—¿Bueno? —preguntó él.

—Muy bueno —susurró ella.

—Nunca tomaré lo que no estás dispuesta a darme, Cecelia.

Ella asintió.

Antony se acercó a su esposa, empujando la falda de gasa de su vestido por


la curva de sus caderas hasta que la montaña de tela cayó al suelo. No pudo evitar
apretar los costados de sus bragas blancas de encaje, atrayéndola hacia su cuerpo.

Cecelia ni siquiera dudó cuando sus manos se extendieron por los músculos
de su estómago.

—Voy a tomarlo con calma, tomarte lentamente —dijo Antony, deslizando


su mano sobre la parte superior de sus bragas hasta que pudo deslizar sus dedos
debajo. Ella se sacudió ante el toque repentino, pero no se alejó. Mientras hablaba,
sus dedos exploraron los pliegues de su coño, sintiendo que sus muslos
temblaban cuando la punta de su dedo barrió la hendidura de su sexo—. Tan
lento, Cecelia. Hasta que estés temblando, empapando las sábanas y gritando mi
nombre.

—Solo haz promesas que puedas cumplir —susurró Cecelia.


—Oh, definitivamente es una promesa.

Uno de sus dedos se hundió en su núcleo, encontrándola goteando, húmeda


y caliente como él esperaba. Presionó la palma de su mano sobre su clítoris
mientras trabajaba su coño con un dedo, deseando que ella se sintiera bien,
necesitando su cuerpo dispuesto y anhelante antes de tomarla con más. Sus
paredes internas abrazaron su dedo con fuerza mientras un jadeo suave y sin
aliento respondía a sus burlas.

—¿Más? —preguntó Antony.

Cecelia gimió por lo bajo, abriendo un poco las piernas.

—Por favor.

—¿Qué tal algo diferente, hmm?

Antes de que su esposa pudiera responder, Antony estaba de rodillas. Él


levantó su tacón para poder usar su lengua para golpear su piel hasta su muslo
interno. Cuanto más saboreaba de ella, más dulce se volvía y más húmeda se
ponía. Cristo, ella estaba tan jodidamente caliente en su lengua.

—Jesús, sabes jodidamente divino —gruñó Antony contra su coño.

Cecelia hizo otro ruido que Antony no pudo descifrar. Una de sus manos
encontró su cabello, enredándose para sujetarlo con fuerza, mientras que la otra
rodeó su muñeca con la mano que todavía empujaba un lento golpe dentro y
fuera de su empapado coño.

—Yo... no sé... oh Dios mío —gimió ella con los dientes apretados.

Antony deslizó un segundo dedo en su sexo, sintiendo que su cuerpo tomaba


su intrusión fácilmente. Los músculos de ella se flexionaron alrededor de sus
dedos cuando otro grito salió de sus labios.

—Se va a sentir muy, muy bien, Tesoro. Caliente en la tripa y frío en las venas.
Puede hacerte sentir adormecida cuando te derrumbes, o puedes sentirte
sensible. Cuando se acumule, tienes que dejarlo ir. No luches, Cecelia. Tiene que
construirse para caer, dulce niña.

—E… esto… esto… —Cecelia se detuvo cuando la boca de Antony cubrió su


sexo.

Ella sabía celestial. Tan perfecta. Dulce y necesitada en su boca, inundando


sus papilas gustativas con una esencia que era toda ella, nueva e intacta. Él movió
su lengua contra su clítoris, dejando caer su pierna alrededor de su hombro antes
de usar su mano para sostener su espalda baja.
Con cada retirada de sus dedos, los extendía para abrirla para él. La quería
llena, sintiendo que cada parte de ella fuera completada por él. Su lengua golpeó
su clítoris con el ritmo de sus dedos trabajando su coño. De vez en cuando lamía
más abajo para recoger los fluidos de su sexo en su lengua.

Cuando los gritos de Cecelia se hicieron más fuertes y sus temblores


aumentaron, él apartó la boca del cielo entre sus muslos, le dio un beso en el
suave y recortado mechón de vello sobre su sexo y la vio volar a través de su
primer orgasmo. Sus dedos no cedieron su ritmo por un segundo. La cabeza de
ella se echó hacia atrás y sus caderas se movieron al ritmo de su mano.

—Maldita sea, te ves bien, bella.

Cecelia rio ligeramente, el sonido lleno de aire y felicidad total. Ella lo miró
desde arriba con un nuevo destello de conocimiento en sus ojos. Se había
mordido los labios hasta quedar de un rojo rosado y un rubor coloreó su piel de
rosa.

Bien se quedaba corto.

—¿Va a mejorar? —preguntó ella.

—Mucho más

—Entonces deja de perder el tiempo, Antony.

Él obedeció a su demanda, quitando sus dedos mojados de su sexo todavía


estremeciéndose mientras se ponía de pie. A Cecelia no parecía importarle que
su venida estuviera humedeciendo sus labios mientras lo besaba con fuerza. La
sensación perversa que había estado negándose cada vez que esta mujer
aparentemente inocente estaba demasiado cerca de él regresó, pero esta vez,
estaba más que dispuesto y era capaz de alimentarla.

Antony envolvió su brazo alrededor de la parte baja de la espalda de Cecelia


y colocó la otra sobre su estómago. Cuidando de que no tropezara con su vestido
en el suelo, Antony la hizo a caminar hacia atrás por el piso de la habitación del
hotel, dando cada paso con ella y besándola todo el tiempo.

Ella no sabía del todo dulce. Había un poco de suciedad coloreándola ahora.
Eso le gustó mucho.

—Te quiero tan jodidamente mal —murmuró Antony contra su boca.

Cecelia bajó sus pantalones alrededor de sus caderas junto con sus
calzoncillos. Cuando la parte posterior de las rodillas de Cecelia golpeó el borde
de la cama, él la dejó caer. Antony se quitó los pantalones y los calzoncillos lo
más rápido que pudo antes de subirse a la cama donde su esposa ya se estaba
moviendo hacia arriba para darle espacio.

Ella ensanchó sus muslos, dejándolo encajar en el medio.

Y él era perfecto para ella.

Cecelia le quitó la chaqueta y la camisa y las arrojó a un lado. La corbata


colgaba suelta de su cuello, pero ella también rápidamente se deshizo de eso. Las
manos de Antony se entrelazaron con su cabello, sintiendo su pecho presionarse
contra el suyo mientras él molía su erección desnuda en su sexo. Ella se arqueó
de la cama, susurrando su nombre de la manera más suave. El sonido goteó sobre
sus nervios como oro líquido.

—¿Ya me deseas, Cecelia? ¿Cuánto me quieres, bella? Dime.

—No puedo respirar —murmuró, besando la parte inferior de su


mandíbula—. Tengo calor por todas partes.

—Aferrarte a ese sentimiento. Recuerda eso ahora mismo.

—De acuerdo.

Antony le sostuvo las manos de ella con una de las suyas, por encima de su
cabeza. Usó la otra para guiar su polla dolorosamente palpitante a su entrada.
Ella estaba más que húmeda como para tomar su longitud, pero eso no
significaba que estuviera acostumbrada a él. Entró en ella en un rápido e intenso
empuje. Al instante, estaba situado dentro de su coño tembloroso, sintiendo su
cuerpo flexionarse a su alrededor y envolver cada centímetro de él. Ella era como
terciopelo ordeñando su polla.

Las manos de Cecelia sobre sus hombros se quedaron quietas antes de que
sus uñas se hundieran profundo en su piel. Esos ojos tímidos suyos se ampliaron,
un brillo cristalizándolos con humedad. Antony se inclinó para atrapar la
primera lágrima que escapó con sus labios, besándolo y acallando un sonido
reconfortante.

Rozó su nariz a lo largo de su pómulo, queriendo alejar el dolor inmediato y


deseando que pasara rápidamente.

—Relájate —dijo él—. Tienes que relajarte, cariño.

Cecelia asintió, pero el aire salió rápidamente de sus labios como un siseo.

»Shhh —susurró él, luchando con la necesidad de comenzar a moverse para


alimentar su propio deseo. No podía hacerle eso a Cecelia—. Recuerdas el
calor, ¿hmm? Piensa en cómo se siente y te deja sin aliento. Lento, Cecelia.
—Hasta que esté temblando, sudando y gritando tu nombre —terminó ella
por él.

Antony rio en voz baja.

—Exacto, así.

Finalmente, sus músculos internos comenzaron a liberarse. Sus uñas


rasguñaron a lo largo de su piel, mientras ella lanzaba sus caderas hacia arriba,
en una manera provocadora. Fue suficiente para hacer que un gruñido escapara
de su pecho. Estaba tan jodidamente apretada que no podía soportarlo.

Tomó todo dentro de él no comenzar a moverse hasta que estuviera


viniéndose y marcándola como suya. Nadie más, jamás, va a tener a esta mujer
como él ahora mismo. Nadie jamás la sentirá debajo suyo, tendrá su sabor en su
boca, o sabrá cómo luce solo en su piel.

Nadie, excepto él.

Quería asegurarse de que ella nunca siquiera pensara en alguien más luego
de esta noche.

—Cristo... no hagas eso —advirtió Antony.

—Pero...

—No hasta que estés lista.

Las manos de Cecelia bajaron por su cuello y pecho.

—Estoy lista. Muévete, por favor... Dios, necesito que te muevas, Antony.

—¿Sí?

—Sì.

—Cazzo Cristo —dijo Antony—. Gracias, jodido Dios.

Ella era el paraíso a su alrededor cuando comenzó un ritmo lento que, estaba
seguro de que la llevaría a lo alto de nuevo, mientras que a él lo volvería loco. Su
cuerpo era un edén glorioso que se sentía mucho como su propio infierno
personal, intentando vencerlos con sus deseos.

Con cada empuje de sus caderas, las piernas de Cecelia se tensaban en su


cintura. Sus talones se clavaban a la parte baja de su espalda mientras ella se las
arreglaba para encontrar su propio ritmo y coincidir al suyo. Encontró cada
empuje, su aliento atascándose con fuerza mientras se arqueaba fuera de la cama,
exponiendo su cuello hacia él.
Antony tomó esa oportunidad para morder y chupar su piel sensible allí,
seguramente dejando más de sus marcas allí.

—Más —dijo Cecelia, su voz un gemido en su oído.

Antony acunó su mentón y la hizo mirarlo. Sus ojos estaban brillantes de


nuevo, sus pupilas dilatadas con éxtasis mientras la follaba un poco más rápido.
El sudor salpicaba su piel y su maquillaje se embarró bajo sus manos. Cecelia
chupó la punta de su pulgar en su boca, y lo mordió con una sonrisita sexy.

—Sabes a mí —dijo ella.

Antony tragó con fuerza, la presión construyéndose en la base de su


columna, prometiendo liberación.

—Vas a saber a mí por todas partes, cuando termine contigo.

—Mejor.

Antony besó un camino hacia abajo por la columna de Cecelia y dejó que sus
dedos bailaran sobre su magnífico trasero, bajo las suaves sábanas. Sus risitas
cansadas y sin aliento se amortiguaron en la almohada, mientras ella despertaba
por sus toques burlones.

—Buongiorno, mia bellisima6 —murmuró Antony contra su piel.

—Buen día.

—¿Cómo te sientes?

—Celestial.

Antony rio.

—¿Sí?

—Sí. Y si no me sigues tocando, gritaré.

Oh, él estaba más que dispuesto a alimentar esa necesidad.

6 Buongiorno, mia bellisima: buenos días, mi bellísima en italiano.


—¿He creado un monstruo?

—Uno terrible —respondió ella con dulzura.

—Perfetto7.

Ella ya estaba húmeda, caliente y necesitada cuando sus dedos hallaron su


sexo. Lentamente, trabajó su coño con sus dedos, hasta que estaba temblando,
murmurando su nombre en la almohada, y sus manos hicieron puños en las
sábanas.

Mientras se corría, Antony se acomodó tras ella y se deslizó a casa con un


único empuje, que lo envió en espiral hacia el éxtasis instantáneo. Ella tenía que
estar delicada y sensible, así que en lugar de ir fuerte y rápido, la tomó suave y
lento.

—Cristo, no hay nada más hermoso que tú debajo de mí, Cecelia.

Cecelia le lanzó una mirada sobre su hombro. Tenía sus marcas dispersas
sobre toda su piel. Desde sus huellas, a sus besos, e incluso el enrojecimiento de
sus labios, por su barba incipiente y dientes. No había una parte de ella que no
fue reclamada por Antony Marcello.

—No soy un cristal delicado, Antony —dijo ella, retrocediendo hacia su


entrepierna.

Antony gimió.

—No me provoques.

—No me romperé —presionó Cecelia.

—Jódeme.

—Esa es la idea.

¿A dónde fue su esposa inocente?

—Dime si...

—Lo haré —interrumpió ella suavemente—. Siempre.

Antony encontró sus manos con las de ella, y las llevó abajo por su cuerpo.
Extendió sus dedos sobre sus labios carnosos, así podría sentir su polla
golpeando en su interior y cómo sus jugos empapaban su longitud.

7 Perfetto: perfecto, en italiano.


—Tócate —exigió él mientras sus empujes se volvían más duros, sacando los
más dulces gemidos de sus labios—. Tócate, Tesoro. Siénteme en tu interior, lo
húmeda que estás por mí, y lo mucho que tu cuerpo ama cuando te follo. Siente.

—Oh, Dios.

—Toca, Cecelia. Conoce tu cuerpo. Quiero que también tú lo conozcas.

Sintió sus dedos acariciar su coño, esparciendo su humedad a lo largo de su


coño y subiendo a su clítoris. Al momento en que ella tocó ese nudo palpitante,
Cecelia se sacudió en la cama y sus paredes temblaron alrededor de su polla.

—Eso... ahí —murmuró ella.

—Sí, ahí. Tan bueno, Cecelia. El sexo es más que procreación. Es placer. Es
necesidad. Es conexión. Sigue tocándote. Quiero oír todos los sonidos que haces
mientras te follo y te tocas.

Ella lo hizo, y fue jodidamente encantador.

Antony se tomó su tiempo para amarla, y permitirle conocer su propio


cuerpo y las cosas que le gustaban. Cada bofetada de piel contra piel lo envió
girando más alto. Todos sus pequeños ruidos y sonidos lo llevaron directo a la
cima. Mientras ella se derrumbaba a su alrededor, por segunda vez, él también
se había ido, vaciando su corrida tan profundo como podía en ella.

—Más. —La escuchó ordenar a través del zumbido en sus oídos.

Sí, un monstruo.

Sin embargo, ella era suya.


PARTE III: LA COSA NOSTRA
CAPÍTULO 9
Mayo, 1986

Antony bajó a Cecelia. El gran vestíbulo estaba vacío, así como el resto de la
casa.

Bueno, más como una mansión.

Cecelia hizo un pequeño baile, lanzando los brazos al aire mientras gritaba
de alegría. El sonido rebotó contra las paredes y e hizo eco. Antony solo se echó
a reír.

—Tamaño Marcello —dijo Cecelia, girándose para mirar a su esposo.

—Sí, tamaño Marcello.

A él le había tomado dos años construir su casa. Hacerlo casi lo dejó en la


jodida quiebra, pero Antony encontró que no había casa que le hiciera justicia a
Cecelia. Y Dios sabía que él jodidamente buscó. Nada se ajustaba a ella. Nada era
lo suficientemente bueno para su pequeña reina.

Así que sí, le construyó el palacio que ella quería.

Ellos vivieron en una pequeña casa cerca de sus padres por la mayor parte
de dos años mientras la tierra se rompía, los cimientos se vertieron, y las alas se
construyeron. Cecelia hacía tres viajes a la semana al parque Tuxedo solo para
verificar el progreso.

Ella la quería algo grande, así que tuvo que esperar por ello.

—Todavía tienes mucho trabajo que hacer —advirtió Antony.

Cecelia giró en un círculo, irradiando felicidad.

—No me importa.

—Cecelia…

—No me importa, Antony.

—Bella, la casa está vacía. Ni siquiera tenemos cama.

—Las paredes están hechas y pintadas. La calefacción funciona. Las luces


están encendidas. No me importa, Antony.
Antony sonrió, negando con la cabeza.

—Estás loca.

—Tú también lo estás.

—Locamente enamorado de ti.

—Precisamente —concordó Cecelia.

Ella se giró para mirarlo de nuevo, levantando una ceja de una manera
sugestiva que prometía que a él le iba a gustar lo que vendría a continuación.
Moviendo un dedo hacia él, la sonrisa de Cecelia se ensanchó.

—Ven aquí —demandó ella.

Antony hizo lo que quería, agachándose para capturar la boca de ella con la
suya.

Alejándose del beso justo antes de que pudiera volverse realmente bueno,
Cecelia arqueó una ceja.

—Hay una piscina, ¿verdad?

—Sabes que sí. Escogiste los malditos azulejos para ella. De interior y
climatizada.

—Me construiste una casa —susurró.

—Lo hice. Feliz cumpleaños, Tesoro.

Cecelia se inclinó y le mordió la barbilla provocadoramente.

—Es hora de trabajar en llenarla, Antony.

Julio, 1986

Antony mantuvo la mano de Cecelia metida en su codo mientras llevaban a


sus invitados a través de su casa. Ellos aún no habían tenido una fiesta de
inauguración para la casa, pero Cecelia insistió en invitar a una pareja que
consideraba amigos en común para una cena.
Él no conocía a Jean y a Lissa muy bien, pero Cecelia aparentemente sí. Lissa
era una amiga de la secundaria privada a la que la esposa de Antony había
asistido, mientras que Jean era el esposo de la mujer. Parecían lo suficientemente
agradables al principio, pero eso no duró mucho.

Había decidido en esa cena que los dos en cuestión no eran realmente amigos
en absoluto. Los comentarios sarcásticos y la constante necesidad de competir
con las cosas que Cecelia y Antony tenían era molesta y mezquina.

¿Quién necesitaba jodidos amigos cuando tenías enemigos así?

Cecilia se sacudió todo, pero Antony estaba haciendo inventario. Entre más
comentarios se hacían, más herida parecía estar su esposa. Antony no podía
soportar ver a Cecelia herida por nada y ciertamente no por un grupo de
insignificantes y celosos amigos.

Era por eso Antony no tenía amigos, honestamente. Los que tenía estaban
conectados con la Cosa Nostra y habían estado en su vida por más tiempo del
que le importaba recordar. Cecelia quería amigos normales. Eso, o ella estaba de
alguna manera tratando de desconectarse de una parte de su vida de la famiglia.
Antony no sabía cómo decírselo a su pequeña y dulce esposa, pero eso nunca
sería posible.

Ambos nacieron de la Cosa Nostra.

Mejor aceptar esa mierda y seguir adelante.

—Hermosa, pero es una lástima —murmuró Lissa, ojeando una pintura en


particular en la pared.

Cecelia tenía un gusto por el arte y a Antony no le importaba alimentar los


caprichos de su esposa. Ella había trabajado jodidamente duro para terminar la
escuela y entre su trabajo en la galería de arte y su carrera a medio tiempo en
decoración de hogares, siempre estaba ocupada.

Él estaba orgulloso de ella.

—¿Disculpa? —preguntó Cecelia.

Antony deslizó su mano al costado de la de su esposa y la apretó. En la mayor


parte, Cecelia era una mujer correcta en todos los aspectos. Tenía clase, entendía
el respeto, y estaba al lado de él como la formidable e inmovible ancla que
necesitaba. La mujer de pie frente a Cecelia podía aprender mucho de la esposa
de Antony, en lo que a él concernía.
—Oh, solo estaba pensando… —Lissa se fue apagando, sonriendo de una
manera que parecía un poco repugnante para el gusto de Antony.

—¿Qué, Lissa? —preguntó Cecelia, la molestia mostrándose en su tono.

Antony supuso que su esposa había tomado casi todo lo que podía de su
amiga.

—Solo estoy tratando de averiguar si este es un paso hacia adelante o hacia


atrás para ti, Cecelia. Quiero decir, vamos, eres una Catrolli, cariño. ¿Acaso papi
se rehusó a construirte la casa que querías porque te casaste? Quiero decir, sé que
te casaste con los Marcello, pero ciertamente no son de sangre Catrolli.

¿Que se casó?

¿Qué mierda?

Antony no podía ni siquiera hablar porque estaba tan jodidamente aturdido.

Esta mujer tenía bolas.

Cecelia, por otra parte, soltó una carcajada que él nunca había escuchado. Se
giró hacia su esposo, de puntillas para presionar un beso en sus labios sellados.

—Antony, ¿podrías escoltar a la salida a nuestros invitados, por favor? Estoy


cansada.

Antony podía claramente ver el dolor en guerra en la mirada de su esposa y


eso solo lo enojó con algo feroz. Si había una cosa que no podía soportar, era el
dolor de Cecelia. Eso era simplemente inaceptable y la persona que lo causara
seguramente lamentaría haberlo hecho.

—Seguro, Tesoro.

—Pero…

Antony interrumpió lo que sea que Lissa iba a decir con un gesto de su mano.

—Síganme.

Llevó a la pareja al frente de la mansión Marcello, esperando pacientemente


y callado a que los dos recogieran sus pertenencias y se pusieran los zapatos.
Antes de que pudieran salir, él bloqueó la puerta principal con su metro noventa
de altura y contextura, sabiendo jodidamente bien que estas dos personas tenían
una buena idea de quién exactamente era él y el tipo de cosas en las que estaba
involucrado.
Después de todo, si conocían a la familia Catrolli, entonces también conocían
a los Marcello.

Antony supuso que era momento de dejarles saber lo sucio que un Marcello
podía jugar.

—Antes de que se vayan, hay un par de cosas que deberían tener en cuenta
—dijo Antony con un tono seco y aburrido.

—¿Oh? —preguntó Lissa.

—Sì. Entre Cecelia y yo, confía en que ella es la buena de nosotros dos. Ella
es la respetuosa. Girará la mejilla y sonreirá cuando la hagas enojar. Yo, sin
embargo, no lo haré.

—Disculpa…

—Cállate la boca y escucha —dijo Antony tranquilamente, sonriendo todo el


tiempo—. Ciertamente soportamos lo suficiente de tus tonterías esta noche, así
que creo que es tiempo de que aguantes algunas de las mías. Aunque ella no lo
demostró, molestaste a mi esposa. Eso es inaceptable para mí y deberías saber
que no puedo ser responsable de mis actos con respecto a aquellos quienes
lastiman a Cecelia Marcello en cualquier forma.

»Cuando construí esta casa, lo hice con el conocimiento de que debía haber
ciertas características añadidas. Para mi negocio, ya entenderás. Necesitaba unos
cuantos específicos cambios, como un sótano con paredes tan gruesas que los
gritos de una persona no podrían ser escuchados.

Antony no pestañeó con el miedo drenando el color del rostro de la mujer o


el conmocionado silencio apoderándose de su esposo. Girándose, Antony abrió
la puerta principal y se apartó a un costado, dándoles a los dos el permiso para
dejar su casa. Rápidamente, el par corrieron hacia la libertad ofrecida y al natural
instinto que los conducía lejos de un asesino.

Porque sí, no importaba qué especie seas, incluso los humanos sabían
cuándo un depredador los tenía en la mira.

Antony era un hombre tranquilo. Los hombres tranquilos eran un poco más
peligrosos que el resto. Ciertamente esperaba que estos dos también se dieran
cuenta ahora.

—Oh, y una cosa más —dijo Antony, hacia los dos mientras estaba de pie en
la puerta mirándolos congelarse en su entrada principal—. Si alguna vez tienen
el placer de volver a entrar en la casa de mi bella esposa, les sugiero que
mantengan su actitud y sus celos bajo control y bien ocultos, o todos
aprenderemos qué tan fuerte tienen que gritar antes de que Cecelia pueda
escuchar. Que tengan una noche maravillosa.

Antony cerró la puerta de golpe.

Diciembre de 1986

Antony contó el dinero, cada billete golpeando la mesa uno tras otro en
rápida sucesión. El teléfono de su escritorio sonó, pero lo ignoró por el momento.
Cuando el último billete llegó a la mesa, la llamada se detuvo. Antony contó el
dinero por segunda vez solo para asegurarse de que no había se saltado nada.

El teléfono volvió a sonar.

Maldiciendo, Antony señaló al idiota que estaba en su puerta.

—Jodidamente no te muevas, cafone8. Todavía no hemos malditamente a


terminado.

Johnathan se echó a reír desde su lugar en el sofá.

—No irá a ningún lado, Tony.

Antony contestó la llamada y dio la espalda a la habitación.

—Ciao, habla Marcello.

—¿Antony?

El sonido de la voz de su esposa, suave y cansada, hizo que Antony se


preocupara instantáneamente. No era como si Cecelia lo llamara cuando estaba
lejos de la casa. Tenía negocios en toda la ciudad y trabajaba con su equipo para
la familia criminal Catrolli en varios restaurantes, por lo que variaba el día a día.

—Cecelia, estoy un poco ocupado en este momento.

—Sé que se supone que no debo llamarte al trabajo.

—No me importa, pero estoy manejando algo. ¿Dónde estás, en la casa o en


la de tus padres?

8 Cafone: imbécil, en italiano.


—En la nuestra, pero…

—Te llamaré en un momento, está bien.

—Antony…

—Más tarde, Tesoro.

Antony colgó el teléfono y se volvió hacia el asociado que había reducido sus
cuotas semanales a su Capo en casi ochocientos dólares. Esa mierda no se podía
aceptar. Antony amaba las calles. A veces eran largas y jodidas horas, el estrés
era alto y su equipo podía ser un montón de pequeños imbéciles, pero ser un
Capo como su padre le había dado una sensación de logro.

Una cosa era tener un botón en la famiglia, era completamente diferente tener
una posición.

—¿Dónde está el resto? —preguntó Antony al tonto que se estaba andando


las uñas y evitaba mirar a su Capo.

El chico no respondió.

John suspiró, mirando al chico de veinte años.

—¿Cuánto?

—Ocho —respondió Antony.

—Mierda.

—Sí. ¿Lo robaste o no lo hiciste? —preguntó Antony.

—No lo hice.

Antony asintió una vez.

—Lo supuse.

Antony abrió el cajón de su escritorio y el chico se estremeció, haciendo reír


a su Capo. El miedo era el motivador perfecto cuando se trataba de correr por las
calles. Cualquier Capo con un poco de sentido común lo sabía. La mejor manera
de controlar a los hombres que no podías vigilar veinticuatro/siete era asegurarte
de que supieran lo que sucedería cuando cometieran un error,
independientemente de si estabas allí para presenciarlo o no.

En los negocios, Antony era volátil. La violencia venía como una segunda
naturaleza. Siempre había sido un poco despiadado con su trabajo y su equipo.
No recibía mierda y nada menos que la perfección y la obediencia eran aceptables
para él.
Este chico también lo sabía.

Antony sacó el cuchillo de su escritorio y se levantó de su asiento, cruzando


la habitación hasta que estuvo frente al soldado.

—Tu mano, dámela.

—Pero…

Antony agarró la mano del chico y clavó la punta de la hoja directamente en


su palma hasta que sangraba y dolía. Gritando de sorpresa y dolor, el chico
intentó alejarse, pero Antony se mantuvo firme, presionando el cuchillo contra la
mano del hombre y cerrando los dedos con fuerza.

—Agarra a esto por mí, ¿quieres?

—¿Q-qué? —tartamudeó el chico, mirando de un lado a otro entre Antony y


su propia mano sangrando rápidamente.

—Deja de hacer que me repita. Es completamente innecesario y absurdo.


Tienes cuatro horas para hacer esos ochocientos y entregármelos. Mientras lo
haces, asegúrate de mantener esto contigo. No lo olvides en ningún lado ni lo
dejes caer una vez. Solo sostenlo.

—¿Por qué?

Antony se encogió de hombros.

—Si no vuelves aquí con mi dinero, lo usaré para matarte. Mejor sabes lo que
viene, ¿verdad? Te veré en cuatro horas y si no, ya verás lo pasará. Lárgate.

El tipo estaba fuera de la oficina antes de que Antony parpadeara.

John se rio desde su lugar en el sofá una vez que el chico se fue.

—Estoy tan contento de no tener que lidiar con tontos como ese.

—Un pequeño jefe malcriado, eso es lo que eres.

—Vaffanculo9, Tony —murmuró John, enseñándole a Antony el dedo


medio—. En lugar de tratar con tipos como él, tengo que lidiar con imbéciles
como tú.

—Te gusta.

John sonrió de lado.

9 Vaffanculo: vete a la mierda o jódete en italiano.


—Sí lo hace.

Antony volvió a tomar asiento, poniendo sus talones en la parte superior de


su escritorio.

—¿Cómo va la planificación de la boda?

—Kate es una jodida tirana loca, pero eso no es nada nuevo.

—¿Y el jefe?

—Vinnie la deja hacer lo que sea que jodidamente quiera. Yo solo tengo que
aparecer, ya sabes.

—Cecelia planeó la nuestra en tres meses. ¿Qué demonios está haciendo Kate
que necesita un año o más de tiempo para hacerlo? —preguntó Antony.

John se encogió de hombros.

—Superando a su hermana.

Antony bufó.

—Eso es imposible, y lo sabes.

—Dos mujeres diferentes, hombre.

Sin que John tuviera que decirlo directamente, Antony podía verlo escrito en
el rostro de su amigo. El arrepentimiento era una carga pesada y el deber era un
monstruo imposible de enterrar.

—¿Vale la pena? —preguntó Antony en voz baja.

—¿Qué vale la pena, Tony?

—Ser el jefe, supongo. ¿Vale la pena todo esto?

John soltó un suspiro lento.

—Si Kate no me mata de alguna manera primero, sí, valdrá la pena.

Antony se rio entre dientes.

—Vamos, eso nunca va a suceder.

—Todavía me queda una noche de bodas, Tony.

—Punto tomado, John.

John inclinó la cabeza en dirección al teléfono de la oficina de Antony.

—Vuelve a llamar a tu esposa.


Antony sabía que debería hacerlo. Agarró el teléfono, pero un golpe en la
puerta abierta de la oficina lo detuvo. Otro miembro de su equipo se había
detenido para dejar las cuotas semanales a su Capo.

—Más tarde —dijo Antony a John.

Los negocios primero.

Siempre.
CAPÍTULO 10
Abril, 1987

—Grovatti está teniendo unos cuantos problemas con algunos Capos en la


familia —informó Vinnie a sus hombres mientras se lamía el pulgar y contaba los
billetes—. Quiero que todos se mantengan alejados de esa mierda, no
necesitamos estar en ningún tipo de guerra con otra familia. Ciertamente no
ahora. Dejen que su jefe lo maneje

Antony se inclinó más cerca de John.

—¿Desde cuándo tu padre ha tenido problemas?

John hizo un sonido despectivo.

—Meses. Los Calabrese están planeando tomar su asiento. Misma mierda,


día diferente. Mi padre lo manejará, o no lo hará. A esperar que pase, supongo.

Antony no quería admitirlo ante su amigo, pero Carl Calabrese senior era un
cabrón desagradable cuando quería serlo. Por otra parte, tal vez a John
simplemente no le importaba si el asiento de su padre como Don de la familia
Grovatti era usurpado por un Capo.

Era difícil de decir.

Eso, y no importaba para la familia Catrolli.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Antony.

—¿Qué hay de mí? —John se rio por lo bajo—. He hecho todo lo que mi
jodido padre quiere. Estoy por encima de su mierda. Él puede limpiar su propio
desastre, tengo que proteger a mi propia familia, ¿sabes?

—Sí, lo entiendo —respondió Antony.

—¿Dónde está Cecelia esta noche?

—En casa.

Sola, Antony se contuvo de agregar.

—Has estado mucho fuera últimamente —señaló John.

—Trabajo.
—Demasiado, tal vez.

—Cuida tu casa y yo cuidaré de la mía, John.

—Solo digo, Tony.

Cristo.

Antony se frotó la frente, molesto. Compró dos restaurantes más el año


pasado y compró acciones en una nueva empresa de inversión y desarrollo. La
compañía era una curva de aprendizaje, mientras que los restaurantes tomaban
más tiempo del que Antony tenía para dar. Todavía estaba trabajando en el
objetivo de poseer la mitad de Nueva York de una manera u otra, después de
todo.

Luego, estaba Cosa Nostra. La famiglia no pedía tiempo, simplemente


tomaba si Antony quisiera dárselo o no. Ser un Capo significaba que Antony
estaba disponible para el jefe, sus hombres y otros Capos que eran mayores que
él sin importar qué. No hacía diferencia si acababa de llegar a casa después de
haber estado afuera durante media semana y el teléfono sonaba en el momento
en que entraba por la puerta. Si era Cosa Nostra, tenía que irse.

Cecelia no lo decía, pero debía ser difícil para ella.

Mierda.

Antony deseaba tener tiempo para preguntar.

El matrimonio era duro. Estaba aprendiendo que una persona tenía que
trabajar solo para que funcionara. Ni siquiera tenía el maldito tiempo para
hacerlo funcionar.

—Sí, necesito encontrar algunos tipos que sean lo suficientemente confiables


como para hacerse cargo de algo de mi mierda —murmuró Antony a John.

Todo el tiempo, Vinnie seguía hablando sobre el tributo, dinero en efectivo


y las tonterías habituales. Antony normalmente prestaría atención a su jefe, las
reglas eran las que eran por una razón, pero esta noche no estaba de humor para
nada de eso.

—Podría ser capaz de ayudar con eso —respondió John—. No puedes


manejar todo, Antony. Cede un poco de control. Siéntate, disfruta de lo que tienes
y haz que te paguen.

—Me gusta trabajar.

John se rio entre dientes.


—Bueno, entonces supongo que necesitas encontrar un equilibrio

—¿Cuánto tiempo se supone que tomará eso?

—Estás preguntando al hombre equivocado. Todavía no he encontrado el


mío. Entre Kate, mi familia y Lina estando… —John se interrumpió bruscamente
ante la mención del nombre de su amante, lanzando a Antony una mirada de
disculpa—. No importa, lo siento por eso

Antony suspiró.

—Todavía con ella, ¿eh?

—La amo —dijo John simplemente—. Amas a Cecelia. Para mí, no es


diferente.

—¿No lo es?

—No para mí. La amo como tú amas a Cecelia. Tengo que manejar mi
negocio en lo que a ella respecta. No puedo simplemente darle la espalda,
especialmente ahora.

La confusión de Antony aumentó más.

—¿Qué tiene de importante ahora?

—Nada —dijo John rápidamente.

—John. —Antony se enfrentó a su amigo y dio la espalda al resto de la


habitación como para bloquear a los hombres de su conversación. Sabía que era
solo una sugerencia de privacidad, pero Antony bajó la voz cuando preguntó de
nuevo—: ¿Qué es tan importante ahora?

La mirada avellana de John no se encontró con la de Antony.

—Has dejado clara tu posición con respecto a cómo te sientes sobre mis
elecciones con Lina, Tony, así que déjalo en paz. Además, cuanto menos sepas,
mejor.

—¿Está pasando algo?

—Nada malo.

—¿Algo bueno? —preguntó Antony más tranquilo.

—Algo realmente bueno —dijo John con una pequeña sonrisa—. Algo
sorprendente, fue estúpido de mi parte dejar que sucediera. Pero todavía no se
lo puedo decir a nadie
Agosto, 1987

—La noche antes de la boda de Paulie nos emborrachamos —dijo John,


cortando la parte superior de una gruesa caja de cartón—. La noche anterior a la
tuya nos emborrachamos.

Antony ayudó a su amigo a abrir la parte superior de las otras cuatro cajas y
sacar la basura que ocultaba las armas debajo.

—¿Tu punto?

—Por qué diablos estamos trabajando la noche anterior a la mía, ¿eh?

—John…

—Ni siquiera me gusta la jodida mujer y, a diferencia de ustedes dos, tengo


todas las razones para querer emborracharme, pero en cambio, estoy trabajando.

—¡Antony!

—Mierda —siseó Antony, empujando los rellenos nuevamente dentro de las


cajas rápidamente mientras Cecelia bajaba las escaleras del ático—. Hola, bella.
¿Necesitas algo?

Cecelia se llevó las manos a las caderas y examinó las cajas frente a las cuales
se encontraban Antony y John.

—¿Cuántos más de esos vas a meter aquí?

—Un par más —respondió Antony.

—¿Qué hay adentro?

—Nada…

—Antony.

—…importante —terminó.

Los bonitos labios rosados de Cecelia se fruncieron de frustración.


—¿Por qué no pueden ir... a otro lado?

Porque los otros almacenes estaban llenos de mierda, Vinnie aún no podía
deshacerse de eso porque estaba etiquetado como caliente y llamaría la atención
a la venta en las calles. Nadie quería que los policías encontraran un camino que
los llevara a ellos. Antony tenía el ático más grande. Esto funcionaba.

—Cecelia, retrocede —dijo Antony con firmeza.

Ella no se movió.

—Antony.

—Tesoro, solo mira para otro lado.

—Esta es mi casa, Antony

—Mía también.

Cecelia frunció el ceño y cortó a Antony directamente hasta el maldito hueso.


No había nada que odiara más que molestarla. A diferencia de la mayoría de las
mujeres, comprarle cosas bonitas no hacía feliz a Cecelia Marcello. No es que a
ella no le gustaran las joyas y demás, pero no compensaba sus tardes, la falta de
presencia en la casa y el silencio en el medio.

A decir verdad, él se había ido mucho últimamente.

La Cosa Nostra es primero. La famiglia era una bastarda exigente.

Antony no sabía cómo explicarle eso a su esposa.

—Los haremos desaparecer en un par de semanas —dijo John.

—Más o menos —agregó Antony

Cecelia todavía no parecía muy contenta.

—Está bien, lo que sea.

Con eso, su esposa giró sobre sus talones y desapareció por las escaleras.

John tarareó por lo bajo.

—Parece más malhumorada de lo normal últimamente. No es como si


Cecelia cuestionara tus asuntos de esa manera.

Tenía un punto. Cecelia generalmente daba la mejilla a los negocios turbios


que la rodeaban. Antony siempre lo apreció.

Antony suspiró.
—Ella está embarazada.

—¿Qué?

—Jodidamente no tartamudeé, hombre.

—¿En serio?

—Sí —Antony se encogió de hombros—. Todavía no me lo ha dicho

El ceño de John se frunció.

—¿Cómo diablos sabes entonces?

—Solo conozco a mi esposa. Está embarazada. Probablemente asustada.


Todavía no hemos terminado de decorar todas las habitaciones de esta casa
porque es demasiado grande para llenar y hemos vivido aquí un año. Sabe que
hay armas en su ático y drogas en el sótano. No estamos viviendo una maldita
vida de ensueño. Es real y no estoy aquí todas las mañanas para despertar junto
a ella. Esto va a ser un gran cambio.

—Guau.

—Algún día lo entenderás.

John se aclaró la garganta, riendo débilmente.

—Sí... algún día.

Antony se giró hacia su amigo, curioso.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Nada, Tony. No significa nada. Vamos a terminar esta mierda, ¿sí?

—Sí. Tal vez entonces podamos empezar a emborracharte.

John resopló.

—Asegúrate de que también esté bien y borracho mañana.

Antony deseaba que su amigo estuviera bromeando, pero sabía que no lo


estaba.
—John está fuera —informó Antony a su esposa—. Probablemente no
debería haberlo dejado beber tanto, pero no lo culpo.

Cecelia no actuó como si lo hubiera escuchado decir algo. En su lugar, seguía


lavando platos en su cocina apta para una reina.

—¿Cecelia?

—¿Qué, Antony?

—Lo siento por lo de... antes.

Cecelia dejó caer el trapo de la vajilla y se volvió hacia su esposo con dolor
arruinando sus hermosos rasgos.

—¿Fue tan difícil para ti decirlo?

—¿Eh?

—Justo ahí. Una disculpa, Antony. ¿Fue tan difícil?

Antony levantó un hombro.

—No.

—Bien, entonces hazlo más a menudo. Usa palabras o algo así. Cualquier
cosa menos silencio y regalos que no quiero ni necesito. No quiero excusas para
lo que estés haciendo, pero también necesitas usar tus palabras conmigo. Solo...
¿entiendes lo que estoy diciendo en este momento?

Antony no sabía qué decir.

»¿No te acuerdas de lo que te dije?

—¿Cuándo?

—En nuestra noche de bodas —dijo ella, claramente enojada.

Y claramente su confusión no era lo que ella estaba buscando.

Cecelia le agitó la mano como si lo desestimara.

»No importa. Déjame en paz un rato, por favor. Estoy cansada y quiero
terminar esto para poder ir a la cama.

No, Antony no pensaba hacerlo.

—Cecelia, no hagas eso. Entiendo que no estoy lo suficientemente cerca


últimamente y que estoy pasando más horas lejos de casa de lo que estoy contigo,
pero no puedo evitarlo. Sabías quién era antes de casarnos. Sabías que esto era
parte del trato, Tesoro.

Cecelia suspiró fuertemente.

—Lo sé. Yo solo...

—¿Qué?

—Te necesito aquí más, Antony.

—Cuándo me lo ibas a decir, ¿eh?

Cecelia se movió en sus pies, luciendo más incómoda a cada segundo.

—¿Qué cosa?

—Sabes qué. Puede que no esté aquí todo el maldito tiempo, pero noto
mierda cuando lo estoy, Cecelia. Como el hecho de que no has cocinado huevos
en un mes y cómo has estado durmiendo hasta las diez en lugar de estar despierta
hasta el amanecer como siempre. Porque sí, cuando no estoy aquí por la mañana
para despertarte, te llamo para saludarte. No contestas. Me preocupé y vine a
comprobarte una o dos veces. Estás exhausta, no te sientes bien, y cuando estoy
en casa, tienes poco o ningún interés en mí.

—¡Eso no es cierto!

—Sí, lo es —argumentó Antony—. ¿Cuándo fue la última vez que follamos,


Cecelia?

—Yo…

—Un tiempo —intervino él bruscamente—. ¿Por qué no me vas a decir que


estás embarazada?

—¡Por qué aborté hace ocho meses, pero estabas demasiado ocupado con
todo lo demás, excepto conmigo como para notarlo!

El corazón de Antony se detuvo.

—¿Abortaste?

—No estaba muy avanzada y aparentemente no es raro para el primer


embarazo —dijo Cecelia como si estuviera rompiendo pan y no dando las
noticias desgarradoras—. Quería esperar hasta que pasara un cierto punto en este
para decirte.

—Cecelia, yo…
—No lo hagas —interrumpió su esposa—. No quiero escuchar tus disculpas,
Antony. Solo quiero que te des cuenta de que hay más en nuestra vida que el
trabajo, la mafia, las drogas que crees que no sé que están en el sótano, y las armas
en mi maldito ático. Hay más para nosotros, ¿de acuerdo? Lo hay.

Antes de que Antony pudiera decir otra cosa, Cecelia dejó su lugar en el
fregadero y los platos sucios que todavía se necesitan limpiar, empujó más allá
de su cuerpo aturdido en la entrada, y desapareció por el pasillo.

Intentaron tener hijos desde que se casaron. De hecho, en realidad nunca


impidieron activamente nada. Tanto Antony como Cecelia eran católicos devotos
e intentar prevenir un embarazo de alguna manera era en contra de la voluntad
de Dios. Los niños eran regalos, tesoros para ser cuidados, amados y adorados.

Quería tener hijos. Lo que no quería era que su esposa sufriera a través del
proceso de finalmente tener uno.

Le tomó demasiado tiempo despertar de su estupor y seguir a su esposa. En


el momento en que lo hizo, Antony no tenía ni puta idea de dónde había
desaparecido en su gran casa, pero fue a su dormitorio primero. La puerta estaba
cerrada y también estaba bloqueada, Antony pensó que eligió el lugar correcto.
Golpeó en la madera, apoyando su hombro contra la puerta.

—Cecelia, déjame entrar.

El silencio le respondió.

»Cecelia, déjame entrar.

Nada.

Antony golpeó sus nudillos en la madera una vez más.

—Cecelia, déjame entrar o romperé la puerta.

Todavía nada.

Antony dio un paso atrás de la puerta y luego pateó por debajo de la perilla
de la puerta con su bota. Bajo la fuerza de su golpe, la puerta se agrietó y cedió.
Cecelia estaba en el centro de la habitación con los brazos cruzados y una
expresión severa.

—¡Iba a abrirla!

Se encogió de hombros.

—Tardaste demasiado. Pregunté tres veces.


—No, lo exigiste y yo estaba en el baño.

Oh, bueno...

—¿Lo siento? —ofreció Antony.

Cecelia bufó.

—Me gusta mucho nuestra casa y preferiría que no la rompieras a pedazos.

—Lo siento —dijo Antony otra vez, más sincero la segunda vez—. Realmente
siento… sobre todo, Tesoro. Voy a resolver algo para que pueda estar aquí contigo
más seguido.

—Hay más que eso también —dijo ella.

—También estamos nosotros. Lo sé.

—Entiendo que no puedes evitarlo, pero intenta.

Antony estuvo de acuerdo.

—¿Trataste de contarme sobre... perder el embarazo?

—Sí —dijo su esposa—. Te llamé en el trabajo, me interrumpiste y me dijiste


que devolverías la llamada. No lo hiciste. Y luego no apareciste en casa hasta tres
días después.

—¿En diciembre?

—Un par de semanas antes de Navidad.

Antony se sentía como un imbécil.

—¿Alguien más lo sabe?

—Aparte de nuestro sacerdote que dijo que era la voluntad de Dios y el


médico que me dijo que ya pasaría, no.

Antony se estremeció. Cecelia no era de las que usaba tal vehemencia con
respecto a su religión o a la iglesia. Ella tenía a Dios por encima de todas las cosas
en su vida, incluso Antony hasta cierto punto. Antony respetaba a su esposa por
eso, porque él entendía que así era Cecelia.

—Cecelia…

—¿Por qué quitarme eso? —preguntó en voz baja, la humedad llenando sus
ojos—. ¿Por qué?

—No lo sé y no voy a tener las respuestas correctas para ti.


—No quería respuestas de ti, te quería aquí.

Sí, lo estaba entendiendo ahora.

—No debiste haber pasado por eso sola, Cecelia. Esta... esta mierda no
volverá a suceder.

—En realidad, probablemente lo hará. Tenías razón, sé que esto es parte de


nuestra vida. Lo sabía antes de casarme contigo y te dije que estaba de acuerdo
con eso mientras me siguieras amando de la manera en que lo haces. Vas a ir y
venir. Por favor, recuérdame más a menudo, Antony.

—Puedo hacer eso. Para que lo sepas, nunca te olvido, de todos modos. Pero
también puedo hacerte consciente.

—Bien —susurró—. Eso es todo lo que estoy pidiendo.

—Así que, un bebé, ¿eh?

Cecelia sonrió. Era genuina y real. Calentó su alma fría hasta el fondo.

—Un bebé. Previsto para abril.

Un bebé.
CAPÍTULO 11
Octubre, 1987

Antony adoraba ver a Cecelia cuando estaba embelesada con algo. No le


importaba mucho lo que ella estuviera disfrutando, siempre y cuando él pudiera
verla en el proceso. A Cecelia le encantaba la ópera; Antony podría vivir sin eso.
Sin embargo, no podía fingir que no sabía cuánto le gustaba a su esposa.

—Hermoso, ¿verdad? —preguntó Cecelia a su lado.

Antony no alejó la mirada de su esposa ni por un segundo.

—Mucho.

Cecelia lo miró de lado, con las pestañas abanicando sus mejillas mientras
sonreía de manera sexy.

—Ni siquiera estás prestando atención, ¿verdad?

—Lo estoy. A lo más importante de la habitación, Tesoro.

—Eres lengua fina para tu propio bien, Antony Marcello.

—Eso he oído.

Cecelia se rio.

—¿Qué más has oído?

—Que los Marcello somos un grupo sucio.

—Bueno, solo uno, de todos modos.

—Feliz aniversario, Cecelia.

Ella sonrió.

Era cegadora y perfecta.

Igual que ella.

Antony nunca más tomaría ventaja de tener una esposa y amante como
Cecelia.

—Feliz aniversario.
Antony inclinó la cabeza hacia las cortinas de la cabina privada. Su mente no
ni remotamente cerca de la ópera y dada la forma en que su esposa lo miraba,
tampoco lo estaba la de ella.

—Nos vamos de aquí, ¿sí?

—No.

—¿No?

Cecelia negó con la cabeza.

—No, pero puedes venir aquí.

Su oferta era descarada y sugerente. La polla de Antony se engrosó con solo


pensarlo.

—Puede que no te guste lo que te haga si me levanto de esta silla, y estamos


en un lugar público, esposa.

—Tiraste a arrancar la cabeza del servidor cuando me miró muy fijamente


más temprano; el pobre chico no ha vuelto desde entonces, así que no nos van a
interrumpir, y sabes que siempre me ha encantado lo que me haces. Ven aquí,
Antony.

No necesitaba que se lo dijeran por segunda vez.

Antony se puso de pie, cruzó el pequeño espacio entre él y Cecelia en dos


pasos cortos, y sacó a su esposa de su silla, esperando que no se lo esperara.
Cecelia lanzó un grito ahogado por su beso castigador. Pasando su mano por el
costado de su vestido de seda, Antony subió la tela hacia sus caderas, empujó su
trasero con la otra mano, y la obligó a estar contra su cuerpo para que ella pudiera
sentir la longitud de su erección presionando su cremallera.

—¿Sientes eso, Cecelia? Eso es lo que tus malditas bromas me hacen. Más
vale que estés lista y dispuesta para hacer el bien aquí y ahora.

—¿Y qué planeas hacer? —preguntó ella en un susurro.

Antony sonrió, sabiendo muy bien que parecía malvado.

—Por qué no hacemos un pequeño espectáculo mientras vemos el


espectáculo, ¿hmm?

Cecelia suspiró como si sus palabras hubieran sido la única cosa que quería
oír.

—Eso es terriblemente malo.


—No me amas cuando soy bueno.

—No sabes cómo ser bueno, Antony Marcello.

—Te casaste conmigo, Cecelia.

—Lo hice.

Antony hizo girar a Cecelia, de modo que su espalda estaba bien apretada
contra su pecho. Los alejó de las lujosas sillas de cuero en el balcón privado,
manteniendo un firme agarre alrededor de la sección media de su esposa
mientras se acercaban a la pared divisoria que daba al teatro de la ópera. Colocó
las manos de Cecelia en la barandilla.

—No las muevas —murmuró él.

—Tan malo —dijo ella.

Antony se rio oscuramente.

—Me pregunto qué tan ruidosa tendrías que ser antes de que alguien nos
notara, Cecelia.

—Jesús, detente.

—Supongo que vamos a averiguarlo.

—Oh, mi...

Las palabras de Cecelia se cortaron con una tranquila toma de aire cuando
las manos de Antony se deslizaron bajo su vestido de seda, usando una mano
para palmar la redondez de su trasero mientras la otra viajaba entre sus muslos,
separando aún más sus piernas. Con los dedos, rozó la línea de sus bragas,
sintiendo la humedad de su esposa que ya estaba empapando la delgada tela.

—Maldito infierno —dijo Antony en un gemido—. Ya estás mojada. No creí


que esto te excitara.

—La verdad es que sí.

—Lo recordaré la próxima vez. Dios sabe que follarte durante todo esto hará
que esas malditas presentaciones sean más soportables para mí.

Cecelia le contestó con una risa que se derritió en un gemido bajo cuando sus
dedos se deslizaron bajo sus bragas y acariciaron su coño empapado. Extendió
los labios carnosos de su sexo mientras su otra mano empujaba su falda hacia
arriba, exponiendo su trasero cubierto de encaje. Cecelia arqueó su espalda en
respuesta, haciendo que su trasero se estrellara contra su dura polla.
—Sigue así, Cecelia —dijo Antony, su advertencia de tono.

—¿Qué harás, Ant...?

Él empujó dos dedos en su sexo sin aviso, sintiendo su coño apretarse


alrededor de sus dedos mientras sus jugos se untaban en la palma de su mano.
Inclinándose sobre su espalda, Antony folló a su esposa con sus dedos y usó su
otra mano para sostener la mandíbula de ella y mantener sus ojos en el
espectáculo de abajo. Se empapó de cada escalofrío de sus paredes alrededor de
sus dedos y de todos los silenciosos gemidos que trataba de contener mientras él
trabajaba su sexo con un ritmo implacable.

La espalda de Cecelia estaba tensa y sus manos sobre la barandilla de madera


de la pared divisoria temblaban. Ella solo parecía mojarse más cuanto más fuerte
la follaban sus dedos. Su mirada barrió a la multitud que estaba abajo, pero nadie
parecía darse cuenta de la pareja que estaba en el balcón. Antony vio a Cecelia
agarrarse más fuerte a la madera, con los ojos cerrados.

—Abre los ojos y mira el espectáculo, esposa —exigió Antony.

Cecelia gimió.

—No puedo... tan, tan bueno.

—Mira —dijo otra vez—, o me detengo.

—Dios, no.

—Mira.

Gimió, y Antony sonrió con una sonrisa de satisfacción.

—Maldición, te sientes tan bien a mi alrededor —dijo él, susurrándole las


palabras al oído. Besando el punto debajo de la oreja, le acarició el rostro, el cuello
y le mordió suavemente la piel—. Tan apretada, Cecelia. Te encanta esto.
Imagínate cómo se sentirá cuando mi polla esté en ti, ¿hmm?

Eso fue todo lo que se necesitó.

Cecelia se rompió a su alrededor, su cabeza cayendo mientras un grito de


felicidad se escapaba de entre sus apretados dientes. Antony continuó
empujando sus dedos a través de su orgasmo, sintiendo su coño ordeñando sus
dedos.

Mientras Cecelia intentaba recuperarse de su estado, Antony aprovechó la


oportunidad para quitarle la mano de entre los muslos, trabajar sus propios
pantalones y bóxeres alrededor de sus caderas, y liberar su erección con su mano.
Su polla estaba jodidamente adolorida en su mano. La vena de la parte inferior
de su eje latía, igualando el latido de su corazón. Necesitaba ser enterrado en lo
más profundo de su esposa, llevarlos a ambos al olvido.

Ni siquiera le importaba dónde estaban ahora.

La necesidad siempre tuvo prioridad para Antony en lo que respecta a


Cecelia.

Enganchando su pulgar alrededor de la parte superior de las bragas de


Cecelia, tiró de la tela hacia abajo hasta que estaba alrededor de sus rodillas
temblorosas. Sin detenerse ni un segundo, se ubicó detrás de ella, pasó su polla a
lo largo de su abertura, y entró de golpe.

—¡Antony!

—Eso es lo que me gusta oír —dijo, volviéndole a meter su polla tan fuerte
como pudo.

Cecelia giró para mirar a su esposo, pero Antony obligó la cabeza de ella a
mirar fijamente al escenario del teatro y a la gente de abajo.

—Mira, te lo dije.

—Pero...

—Quiero verte disfrutar de algo mientras te follo, Cecelia. Quiero sentirte


venir sobre mi polla con una multitud seis metros más abajo, completamente
inconscientes del hecho de que me dejas follarte encima de ellos. Haz silencio,
mira el espectáculo, y déjame follarte, Tesoro, o para ser honesto ante Jesús,
podría morir.

—Cristo... sí, está bien —murmuró ella mientras él se deslizaba y volvía a


entrar con más fuerza la segunda vez.

Antony se deleitaba en el calor del coño de su esposa que abrazaba su polla.


Ella siempre lo envolvía tan bien y él se complacía en el hecho de que las folladas
de ellos nunca dejaban de cegarlo, dejarlosin aliento y revuelto en la cabeza y el
corazón. Como un disparo de lujuria directo a su torrente sanguíneo, Antony se
perdió dentro de Cecelia.

No había nada mejor que esto.

Retirando la polla de su coño hasta que pudo ver la cabeza de su polla,


tarareó de satisfacción al ver a su miembro cubierto por la resbaladiza excitación
de Cecelia. El tenue aroma de su sexo flotaba por el balcón, prometiendo dejar el
espacio oliendo a ellos y a su follada una vez que se hubieran ido.
—Maldición, te amo —dijo Antony en voz baja.

—Fóllame —rogó su esposa.

Oh, no podía negarle lo suyo.

Especialmente cuando lo pedía tan amablemente.

Las manos de Cecelia se deslizaron sobre la barandilla cuando él se empujó


dentro de ella nuevamente, sin sostenerse de nada, Antony la atrapó con bastante
facilidad. Él entrelazó sus dedos en la madera lisa, manteniendo a su esposa
firmemente en su lugar mientras la follaba con fuerza por detrás. Los tacones de
Cecelia la dejaban a la altura adecuada para que su miembro golpeara cada punto
sensible que sabía que estaba dentro de su sexo húmedo. Ella retrocedía contra
él con cada empuje, sus rizos caían y rebotaban sobre sus hombros.

Los suaves sonidos de sus respiraciones se convirtieron en gritos susurrados.


Sin embargo, ella no quitó los ojos del escenario. Antony siseó cuando las uñas
de su esposa le rozaron los dedos y las palmas, pero a él le encantó de todos
modos.

Su ritmo era brutal, sucio y rápido. Unos golpes de piel y el sonido de su


sangre vibrando de necesidad corrieron a sus tímpanos, ahogando casi todo lo
demás. Antony vio el perfil de su esposa retorcido de placer mientras ella estaba
embelesada con el espectáculo frente a ella. Todos los músculos de su cuerpo se
sentían como si estuvieran retorciéndose como bombillas listas para romperse.

—Imagina lo que pensarían, Cecelia —dijo Antony, inclinándose sobre ella


para besar un camino sobre la piel sedosa de su cuello. Solo con su voz, el coño
de su esposa se cerró a su alrededor, prometiendo que su liberación sería tan
rápida y dura como la última vez. Le mordisqueó la oreja, la lamió y probó su
sudor salado en la lengua—. Imagina, Tesoro. La verdadera mafioso principessa que
eres, tan limpia y bonita por fuera, no es más que una mentira. Estás muy sucia
por dentro.

Ella estaba tan jodidamente cerca de venirse que era ridículo.

Antony no estaba lejos. Una presión se acumulaba en su ingle con cada


flexión de sus caderas. Su control vaciló, amenazando con enviarlo al límite antes
que ella.

Cecelia golpeó sus manos contra la madera, tragando un grito.

—Solo contigo.

Antony sonrió.
—Solo conmigo.

Ella se atragantó con el aire antes de murmurar:

—Oh.

Fue la única advertencia que Antony recibió antes de que el orgasmo de su


esposa lo ahogara en nada más que sensación y éxtasis. Dejó que las pulsaciones
de su sexo lo llevaran al final. Todos sus nervios se sentían como si estuvieran
ardiendo, mientras que el resto de su cuerpo parecía adormecido.

—Tan malo. —Escuchó decir a Cecelia en el fondo de su corazón acelerado.

—Ni siquiera pienses en decirle esto a nuestro sacerdote, Cecelia.

Su esposa solo se rio.

Mierda.

Diciembre, 1987

—¿Cómo está el bambino? —preguntó Vinnie, extendiendo la mano para


presionarla contra el estómago redondeado de Cecelia.

Cecelia suspiró, dejando que su padre adulara su embarazo como lo había


estado haciendo durante los últimos meses. Desde el momento en que Vinnie
supo que vendría su primer nieto, Antony y Cecelia eran oro para el hombre.
Antony no fingió entender, pero su jefe no estaba en su trasero veinticuatro/siete,
así que decidió no cuestionarlo.

—Va a ser un niño —dijo Vinnie a Cecelia.

Cecelia miró a Antony por encima del hombro de Vinnie.

—Un niño, ¿eh?

—Sí, un pequeño principe para mí.

Liliana golpeó las manos de su esposo lejos del estómago de su hija.

—Detente, la estás incomodando.

—Nos estás haciendo sentir incómodos a todos —murmuró Kate.


Antony tuvo que obligarse a no empujar a la perra contra la pared. Cada
paso hacia adelante que Cecelia y Antony daban, Kate tenía que insertar de
alguna manera su presencia no deseada en sus logros.

Su hijo no sería una de esas cosas. Antony podría garantizarlo.

—Pronto tendrás tus propios bambinos —dijo Vinnie a Kate, volviendo a


poner la mano sobre el estómago de Cecelia—. Y los echaré a perder con mimos
también.

—Apuesto a que sí —murmuró Kate, mirando a John al lado de Antony.

—Me gustaría un niño —dijo Antony, ignorando a Kate.

Cecelia puso los ojos en blanco.

—Va a ser una niña.

—No lo sabes, Tesoro.

—Ya lo dije.

Antony asintió de manera exagerada.

—Ajá. Lo entiendo.

Vinnie, Liliana y Cecelia continuaron conversando sobre el bebé mientras


Antony y Johnathan avanzaban por el pasillo hacia la cocina. La Navidad
siempre era una gran celebración en una familia italiana. Habían pasado la mitad
del día en la iglesia y ahora Antony estaba prácticamente muerto de hambre. Su
estómago se iba a comer solo si no lo llenaba con comida pronto.

—¿Qué te consiguió Cecelia este año? —preguntó John.

Antony sonrió.

—Cuchillo hecho a medida con mis iniciales grabadas en la empuñadura.


Plata sólida. Es bonito.

—Te ha dado uno por cada Navidad desde que se casaron, ¿verdad?

—Y de aniversario —respondió Antony.

Se había convertido en una tradición entre él y su esposa. Él tenía una


pequeña colección agradable ahora. Cómo Cecelia seguía encontrando nuevos
que continuaban impresionándolo, Antony no estaba seguro. Sin embargo,
estaba agradecido.

—¿Dónde mierda los guardas?


—En una caja. Tengo que encontrar un lugar para mostrarlos. En un lugar
donde se puedan ver, pero no tocar.

Nadie más que él tocaba sus cuchillos. No los que Cecelia le daba, de todos
modos.

—No esperaba verte aquí esta noche —dijo Antony.

John se encogió de hombros.

—Hice la cosa familiar esta mañana y Vinnie me invitó para venir aquí, así
que por qué no, ¿verdad?

¿Cosa familiar?

Antony miró a su amigo y se detuvo. La confusión se asentó en su estómago


como un peso muerto.

Johnathan tenía muy poco que ver con su familia ahora que estaba
completamente integrado en la familia criminal Catrolli. Mezclar negocios con
otras familias era algo arriesgado, incluso si estaban relacionados. Vinnie había
dejado en claro que se mantendrían alejados de la familia Grovatti hasta que el
caos con los Capos se desvaneciera. John no era alguien que rompiera esas reglas
considerando que era el subjefe de Vinnie y que no se vería bien.

—¿Cosa familiar? —preguntó Antony.

John tosió, ocultando su miserablemente mentira.

—Ya sabes, iglesia y esa mierda.

—¿Con tu padre, quieres decir?

—Sí, claro... mi padre.

Su amigo yacía entre dientes.

¿Qué estaba escondiendo John?

—John…

—¡Vamos a comer! —Antony oyó gritar a Vinnie.

—El jefe llama —dijo John, dejando a Antony en silencio y aturdido detrás
de él.
CAPÍTULO 12
Febrero, 1988

Los besos de Cecelia que salpicaban el pecho desnudo de Antony no cedían


mientras sonaba el teléfono.

—Cristo, bella, ve más despacio por un minuto. Tengo que atender eso. Podría
ser importante.

—Nop —dijo su esposa, dejando salir la palabra mientras abría sus


pantalones.

El aire de Antony se cortó cuando sus pantalones fueron empujados hacia


abajo junto con sus bóxeres y la boca de su esposa tomó su polla entre sus suaves
labios. La boca caliente y húmeda de Cecelia envolvió la longitud de su erección
con concentración ardiente, quitándole su capacidad de pensar o hablar. Lo único
que Antony podía hacer era empuñar su cabello sedoso y dejar que su esposa
hiciera lo que quisiera.

Lo que aparentemente era chupar su polla.

Antony no fingía entender el embarazo. No actuó como si supiera por qué


su esposa pasaba de cero a sesenta con su deseo de sexo. Él simplemente
disfrutaba de los resultados de eso y de todas las otras veces cuando ella era un
desastre hormonal, él le dio lo que fuera que quería o necesitaba para hacerla
feliz.

Para él, era un intercambio justo.

—Oh, mi jodido Dios —gimió Antony mientras las mejillas de Cecelia se


ahuecaban y sus dientes raspaban a lo largo de la vena pulsante en la parte
inferior de su eje.

El teléfono seguía sonando.

Joder, eso era probablemente importante.

O algo…

A Antony no le importaba.

El teléfono dejó de sonar.


Se centró en la sensación de los labios de su esposa apretándose alrededor
de su polla y la forma en que su lengua rodeaba la cabeza de su polla cada vez
que llegaba a la punta. La mano de Cecelia se deslizó bajo su eje y palmeó sus
bolas, haciendo que la presión en la base de su espalda se elevara a un punto
insoportable.

Antony tenía de poco a ningún control cuando su esposa lo chupaba. Había


algo en ver a Cecelia de rodillas, tomándolo como lo hacía, que realmente lo
atrapaba. Para el mundo exterior, Cecelia probablemente parecía servil y dulce.
Lo era, en cierto modo. Sobre todo, era independiente, feroz como la mierda, y a
veces un poco loca. La esposa perfecta para él. Así, sin embargo, ella era solo suya.

Cecelia sonrió alrededor de su polla, mirando hacia él a través de sus


pestañas gruesas.

—Maldita sea, te ves muy bien así, Tesoro.

Cuando el teléfono empezó a sonar de nuevo, Antony apretó los ojos y deseó
que pudiera ignorarlo. No podía.

—Jodidamente no te detengas —dijo él a su esposa, buscando el teléfono


colgado en la pared junto al mostrador. Lo contestó en el tercer timbre—. Sí,
mierda, ¿ciao? Habla Marcello.

Contestar el teléfono fue una mala idea. Especialmente teniendo en cuenta


que su esposa pareció tomar eso como un desafío personal para romper su
control mientras hablaba. Cecelia lo tomaba más profundo en su garganta hasta
que todo su eje había desaparecido entre sus labios rosados y un destello
malvado brillaba en sus ojos.

—¿Antony? —preguntó John al otro lado.

Joder.

Infierno.

Sí, infierno. Ahí es donde Antony iba a ir.

Directo al jodido infierno.

—¿Qué? —preguntó Antony, murmurando la palabra contra su palma


mientras empuñaba el cabello de su Cecelia con la otra mano.

—¿Estás bien?

—Ocupado en este momento.

—Bueno, desocúpate. Algo pasó.


El corazón de Antony cayó hasta su estómago.

—¿Qué pasó?

Cecelia pareció captar la repentina ansiedad de Antony. Ella no dijo nada


cuando liberó su miembro, besó su muslo interno, y le recolocó los pantalones de
nuevo antes de volver a abotonarlos y subir el cierre. Antony ahuecó el lado de
su rostro en sus manos mientras ella se paraba con preocupación oscureciendo
sus rasgos.

—John, ¿qué pasó? —preguntó Antony de nuevo.

—Kate estaba visitando a su madre hoy...

Antony rodó los ojos, ya frustrado. Cualquier cosa que incluyera el nombre
de Kate podría ser una mierda. Cómo Johnathan aguantaba a su nueva esposa,
Antony no estaba seguro. Su amigo tenía el respeto de Antony multiplicado por
diez a causa de eso, sin embargo.

—¿Causó algún tipo de mierda que necesitas limpiar de nuevo? —preguntó


Antony—. Porque si me llamaste e interrumpiste mi tiempo con mi esposa por
esas tonterías, no voy a estar complacido, John.

—No —murmuró John—. Algo sucedió cuando ella estaba allí. Yo quería ser
el que te llamara, no nadie más.

—Deja de jugar y dime.

—Había un montón de tipos allí. Ya sabes cómo es Vinnie. Tiene cenas todo
el tiempo con Andino y los Capos mayores.

—John, ¿qué demonios…?

—Andino colapsó sobre la mesa, Antony. Ni siquiera le dieron vuelta sobre


su espalda cuando ya estaba muerto.

La mente de Antony se apagó. Su corazón podría haber dejado de latir.

No era posible. Andino era un hombre sano en cuanto a eso. Por su edad y
linaje, tenía un corazón fuerte y una actitud a juego.

—Pero... no, John, hablé con Andino esta mañana. Sabía que iba a ir a la casa
del jefe. Estaba bien. Kate debe haberse equivocado y…

—Tony, basta. Escúchame, hombre. No se equivocó. Yo también hablé con


Vinnie. Lo siento mucho, pero no quería que lo escucharas de otra persona. Kate
me llamó de la casa de sus padres hace unos minutos. Después de que colguemos,
iré a buscarte. También tienes que decírselo a tu hermano. Solo... lo siento mucho.
Antony colgó la llamada, sin querer oír más.

—¿Qué sucede? —preguntó Cecelia.

—Nada —dijo Antony rápidamente.

Él no quería pensar en eso. Pensar en eso lo haría real. Antony pensó que era
mejor si pudiera simplemente apagar todos los sentimientos y fingir que no
estaba sucediendo.

No su abuelo.

¿No era suficientemente malo que no le quedara prácticamente nadie ahora?

—Antony, respira —espetó Cecelia, agarrándole el rostro y obligándolo a


mirarla—. Respira, bello.

No podía.

—¿Qué pasó? —preguntó ella.

Así era la vida.

No había garantía.

Antony podía preguntarse por qué y pedir respuestas todo lo que quisiera,
pero Dios no tenía que dar una razón. Suponía que eso es lo que más odiaba de
su elegida deidad.

Dar y tomar.

Antony extendió la mano hacia el estómago hinchado de su esposa, sintiendo


que su hijo se movía bajo la palma de su mano.

—¿Antony?

—Si el bebé es un niño, lo llamaremos Dante, ¿de acuerdo?

—¿Dante?

—Por Andino. Ese es su segundo nombre, y era el nombre de su padre.


Dante, ¿sí?

Cecelia limpió la humedad que escapó de las esquinas de los ojos de Antony.

—Está bien, lo llamaremos Dante si es un niño.


Abril, 1988

Dante Antony Marcello vino al mundo tranquilamente en medio de la noche


con poco alboroto. Lloró durante los primeros dos minutos de su vida en la tierra
y luego su padre lo sostuvo, y el niño se quedó quieto, observando a Antony con
ojos brumosos, satisfecho.

Antony conocía el amor. Por supuesto, conocía el amor. Su familia, su esposa


y su vida. Antony amaba todas esas cosas. En diferentes grados y de diferentes
maneras, seguro, pero los amaba.

Con Dante no era lo mismo.

Fue instantáneo. Como paz en el alma de Antony, orgullo en su corazón y


vida en sus brazos.

Justo allí…

En sus brazos.

Vida.

Él hizo eso.

—Oh, mio bambino10 —susurró Antony a su hijo, absorbiendo todas las


facciones del recién nacido por lo que se sentía que era la millonésima vez. Dante
se parecía a su padre, pero con una buena dosis de su madre también—. Tan
perfecto, hijo mío. Eres tan perfecto.

Y amado.

Era tan amado.

Cecelia pensó que el bebé sería una niña. De hecho, había estado tan segura
del género que compró muy poca ropa de niño para Dante. Incluso la guardería
del niño había sido pintada de amarillo pálido, aunque Antony iba a corregir ese
problema. Dante volvería a casa a una habitación apta para un pequeño Italiano
Principe. Completo con cuatro paredes azules.

10 Mio bambino: mi niño, en italiano.


Antony se recordó a sí mismo agradecer a Paulie por hacer eso.

—Maldita sea, es un niño guapo, hombre —dijo John, viniendo a estar al lado
de Antony—. Se parece a ti.

—Y a Cecelia.

—Sí, pero... no podrías negar a este chico, Antony.

Antony sonrió, orgulloso como el infierno.

—Lo sé.

—Cuando se lo entregues a tu esposa durante cinco minutos, deberíamos ir


a celebrar con un cigarro y una botella de vino.

Antony se rio.

—Sí, si lo entrego.

—Vas a tener que hacerlo en algún momento. Necesita comer.

Lo suficientemente cierto...

—Sé su padrino —dijo Antony a John.

—¿Sí?

—Sí, John. Sé el Padrino de mi hijo.

—Sería un honor.

John tendió la mano para acariciar la cabecita de Dante, una sonrisa jugando
en sus labios. La tristeza que persistía en su mirada, sin embargo, no escapó de
la atención de Antony.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada —murmuró John.

Eso parecía ser un mantra para su amigo últimamente.

Otoño, 1989
—¿Vacaciones? —preguntó Cecelia, balanceando a un inquieto Dante en su
cadera.

—Sí, algo así.

—¿Algo así?

—Algo así —repitió Antony.

La mirada de Cecelia se entrecerró antes de que ella pusiera a Dante de pie


en el suelo. Instantáneamente, el niño de casi dos años, se disparó hacia los brazos
abiertos de su padre.

—¡Papà!

Antony cargó a su hijo sin dudar y dijo:

—Algo así, Cecelia. Haremos lo que quieras, pero hay algunas cosas que
quiero revisar en Italia. Andino tenía una propiedad de la familia ahí y ahora es
mía. Además de eso, tenía algunos negocios. Así que sí, algo así, ¿está bien?

—Trabajo, entonces. Estarás trabajando.

—Leche —dijo Dante, golpeando la mejilla de su padre con su manita.

—Auch, mierda, Dante, no lo hagas.

—Mierda —repitió su hijo.

—Cristo, no digas eso —reprendió Antony—. Malas palabras, Dante. Malas.


No, dije. No, hijo.

—¡No, no, no!

—Exactamente, no.

—Mierda no —dijo Dante, sonriendo.

Antony no pudo evitarlo. Se rio. Ahora que su chico se había dado


finalmente cuenta cómo hablar y hacerles señas a las demás personas, el mal
lenguaje de Dante no podía ser detenido. Era una batalla perdida.

Cecelia, por otro lado, no encontró nada divertido en esta situación.

—Cómo se supone que voy a explicar que él esté maldiciendo cuando vamos
a la iglesia, ¿eh?

Antony se encogió de hombros.

—Lo que demonios quieras, Cecelia. Es un niño. Él no conoce nada más.


—Ayudaría si tú dejaras de llevarlo a todos lados contigo.

Nop, eso no iba a suceder.

—Le gusta pasar sus días conmigo —dijo Antony.

—¿Y qué es lo que él ve, de todas formas? —preguntó Cecelia.

Su futuro, claramente.

Antony eligió no decir eso.

—¿Vas a ir a este viaje a Italia conmigo, o no? —preguntó Antony.

La mano de Cecelia cayó sobre su sección media ligeramente redondeada.


Su segundo hijo había aparecido casi tan pronto como Cecelia dejó de amamantar
a Dante. La concepción de su primer hijo había llevado años. ¿El segundo? No
tanto.

Sin embargo, Antony entendió la vacilación de su esposa. Este embarazo no


había sido fácil. Pasaba la mayor parte del tiempo enferma, cansada y en la cama.
Esa fue una de las principales razones por las que quería alejar a Cecelia por un
tiempo y darle tiempo libre de la vida antes de que su bebé apareciera.

Antony estaba esperando a otro chico. Las chicas lo asustaban mucho. Chicos
podía manejarlos. Chicas... probablemente no.

—Unas vacaciones serían buenas para ti —dijo él en voz baja.

—No sé si debería volar en este momento, Antony.

—No darás a luz hasta mediados de enero.

—¿Qué pasa con el trabajo aquí?

—Es un viaje de dos semanas. Lo tendré todo manejado.

Cecelia todavía no parecía convencida.

—Pero…

—Es Italia, Cecelia. Italia. Nuestras familias vinieron de Sicilia y ninguno de


nosotros ha estado nunca ahí. Quiero dejar que mi hijo vea dónde se hicieron sus
raíces por primera vez.

Miró a Dante en los brazos de Antony.

—It-li —balbuceó Dante—. Ita-li.

—Está bien —dijo Cecelia, riendo—. Algo así como vacaciones.


—¡Señorita, disculpe, pero no puede regresar ahí! —gritó un hombre en
italiano.

—Pero mi hijo —lloró Cecelia—. ¡Necesito estar con mi hijo!

Antony sostenía a Dante, letárgico y febril, acunado en sus brazos, deseando


que la sensación de pesadez en su pecho desapareciera para poder respirar. El
miedo era un jodido asesino. Estaba chupando la vida de su maldita alma. Cada
súplica de su esposa que resonaba por los pasillos del monótono hospital del
pueblo lo cortaba hasta los huesos y le quitaba la capacidad de funcionar.

Quería asegurarle a Cecelia que todo estaría bien. Quería abrazar a su esposa
y disculparse por exigirle que hiciera este viaje con él. Quería fingir que su hijo
no estaba cerca de la muerte y que todo no era culpa de Antony.

¿Qué pasaría ahora?

¿Qué podría hacer este hospital en un pequeño pueblo siciliano con poca o
ninguna atención médica digna de la situación por su hijo?

¿Qué?

Su culpa.

Hasta la última parte de esto era culpa de Antony.

—¡Déjenme ver a mi hijo! —gritó Cecelia—. ¡Por favor!

Dante apenas se movió en los brazos de su padre cuando Antony fue


conducido por el pasillo. La piel de su hijo estaba llena de manchas rojas,
hinchadas y dolorosas. Desde su diminuto y pálido cuello, sobre sus brazos,
sobre su espalda y hasta debajo del pañal que llevaba. Las enfermeras le quitaron
la ropa al niño y explicaron que necesitaban ver qué tan lejos ya había viajado el
virus a través del pequeño cuerpo de Dante.

En todos lados.

Estaba en todas partes.

Se les escapó tan rápido.


Todo ha sido casi erradicado, Antony recordó que Cecelia dijo una vez.

¿Por qué darle piquetes de agujas innecesarias?

¿Por qué hacerle pasar el dolor, Antony?

No culpó a su esposa en absoluto por esto.

Cecelia no podría haberlo sabido. Nadie les había advertido cuando visitaron
las aldeas que el virus se estaba extendiendo.

—No podemos correr el riesgo de que esté expuesta al virus, señorita. No en


su condición.

—Pero mi bebé...

La voz de Cecelia fue ahogada por su propio grito desesperado.

—Siento lo de su esposa —dijo la enfermera.

Antony asintió con la cabeza. Él también lo sentía.

—Gracias.

—Ella no debería estar expuesta más de lo que ya lo ha estado. Debido a su


embarazo, es arriesgado. Podría causar terminación o muerte fetal. Lo he visto
suceder. Es horrible.

—Entiendo. Ella también lo hará.

Eventualmente.

—Por aquí. —Dirigió la enfermera a Antony en italiano.

—Sì —susurró Antony.

Dentro de una habitación pequeña, la enfermera señaló una cama de hospital


con marco de metal con un colchón hundido cubierto por una sábana
aparentemente limpia. En lugar de colocar a su hijo en la cama, Antony se subió
y se acostó, acurrucando a Dante a su lado.

—Puede darle demasiado calor al niño.

—Entonces me quitaré la ropa —respondió Antony secamente.

Sabía que la enfermera solo estaba tratando de ser útil, pero en realidad, solo
quería que se fueran. Ya habían dicho que Dante necesitaba superar su fiebre
antes de que pudieran hacer mucho más. ¿Qué medicamento se le podía dar?
Ahora, no era más que un juego de espera.
—Traeré paños fríos. Tendremos que evitar que la fiebre aumente. Es
peligroso, el niño puede convulsionar durante la noche.

Antony siguió pasando las manos por los rizos suaves y sudados de Dante.

Estaba muy caliente. La temperatura de su cuerpo solo elevaría la de su hijo.

¿Cómo se suponía que iba a dejarlo?

Antony se levantó de la cama y se quitó la ropa. En el hospital hacía frío como


el infierno, lo suficiente como para hacerlo temblar, pero el pequeño Dante estaba
ardiendo con cada segundo que pasaba.

—Tráigalos —exigió Antony, volviendo a la cama con su hijo y acercándolo


nuevamente—. Los paños fríos, tráigalos.

Cualquier cosa.

Haría cualquier cosa por su hijo.


CAPÍTULO 13
Diciembre, 1989

Dante chupó la galleta de arrurruz, ignorando felizmente la conversación


sucediendo a su alrededor. Antony deseaba poder ser tan ignorante como su
niño, por el momento. En lugar de eso, tenía que sentarse callado y respetuoso
mientras un doctor explicaba el probable resultado de la situación de Dante.

—¿Completamente? —preguntó Cecelia.

El doctor asintió, dándole una mirada triste al niño sentado sobre el regazo
de su padre.

—Lo más probable es que sí. Ya que se le permitió al virus rubéola


expandirse por sus regiones bajas, sin ninguna clase de intervención para
detenerlo y evitar la infección en sus testículos, hay una gran probabilidad de que
será estéril.

—Pero es solo un niño —dijo Antony, confundido—. Él no... no funciona


como un hombre adulto, ¿verdad? ¿Cómo puede que algo que sucedió a esta
edad afectarlo luego de la pubertad cuando entre a la adultez?

—Es la naturaleza del virus —explicó el doctor.

Antony odiaba la poca información que se le dio. Vinieron a un especialista


porque se suponía que era el mejor doctor para las circunstancias. En lugar de
eso, Antony pensaba que el hombre era un maldito incompetente.

—Por supuesto, podemos hacer pruebas para estar seguros, cuando alcance
la pubertad y de nuevo, cuando sea adulto. Si es encontrado estéril, hay una
oportunidad de que, cuando se vuelva mayor, su fertilidad pueda regresar, pero
es raro. Increíblemente raro.

—Estéril —repitió Cecelia suavemente.

Ella se culpaba a sí misma, él lo sabía. Porque ella creía que ciertas vacunas
eran inútiles, Dante había ido sin una y le costó caro. Aun así, Antony no culpaba
a su esposa por un error inocente en su juicio. Solo deseaba que también ella
pudiera dejar de culparse.

—Tesoro...

—¿Cómo le diremos eso? —preguntó ella a su esposo.


Antony no tenía una respuesta.

—No lo sé, Cecelia.

—Necesito saber cómo se supone que le diremos esto, Antony.

Su sufrimiento era claro. Él prácticamente podía sentirlo a un paso de


distancia.

—No lo sé —repitió él.

—Yo tampoco —susurró Cecelia.

¿A quién culparía Dante?

Enero, 1990

—Éntralo —ordenó Antony, empujando la puerta del almacén hacia arriba,


el resto de lo que faltaba.

Observó mientras el camión de bienes robados desaparecía dentro del


edificio, antes de que cerrara la puerta de metal igual de rápido. A veces, el dinero
de la Cosa Nostra era hecho al traficar, mafia, lavado de dinero, u otras cosas...
pero usualmente, era todo de las estrategias. Robar un gran camión de comercio
lleno de cualquier cosa y todo valía un precio decente en las calles; era un gran
golpe.

—Bien hecho. —Antony felicitó a los cuatro miembros de su equipo que se


las había arreglado sacar adelante el robo—. Esto va a pagar bien, chicos.

—Esa es la idea, Skip.

Antony sonrió.

—Ábranlo y veamos qué hay adentro. Tenemos mucho trabajo que hacer.
Esta mierda necesita estar en las calles y venderse para mañana. Tenemos que
irnos y tener el dinero en las manos antes de mañana en la noche. ¿Está claro?

—Como el cristal. —Vino un acuerdo colectivo.

—Entonces jodidamente pónganse a trabajar.


Antony no era idiota cuando se trataba de eso. No hacía que todo su equipo
hiciera el trabajo mientras él se sentaba atrás, no hacía jodidamente nada y
recolectaba el dinero. No, cuanto más rápidos estuvieran los bienes en las calles
y se vendieran, era menos probable que los policías descubrieran a dónde se
fueron.

—¿Dónde está el teléfono en este maldito agujero? —preguntó Antony, a


nadie en particular.

Uno de los chicos más jóvenes se asomó desde la parte trasera del camión.

—No funciona, Skip.

Maldición.

—¿Cuándo pasó eso?

El chico se encogió de hombros.

—No lo sé. Quizás alguien olvidó pagar la factura o algo.

Antony hizo un ademán con su mano, ordenándole regresar dentro del


camión. Esto no era bueno. Iba a estar atascado dentro de este almacén por la
mayor parte de la noche, descargando las cosas y preparándolas para las calles.

Nunca permanecía fuera de casa sin antes decirle a Cecelia. No era que
tuviese que hacerlo, pero le prometió a su esposa que lo haría, si era capaz.
Sumándole el hecho de que ella estaba cerca de su fecha de parto de su segundo
hijo, y Antony estaba nervioso. Por otro lado, no podía dejar a su equipo, porque
si Vinnie descubría que Antony dejó a sus muchachos en el aire, con un plan y
sin supervisarlos, seguramente lo haría pagar como el infierno.

También estaba el hecho de que tenía que ir al tributo a las siete de la mañana
en el restaurante favorito del Don. De ninguna manera sería aceptable que
Antony se perdiera el homenaje, jamás.

Eso le haría ganarse una bala, sin hacer preguntas.

La Cosa Nostra tenía que ser primero.

—Cazzo —maldijo Antony.

En lugar de preocuparse al respecto, Antony se quitó su saco y trepó en el


camión con sus chicos. Otro par de manos haría que todo terminara más rápido.
Cuanto más rápido acabaran, más pronto podría ir a casa con Cecelia y Dante.

—Apresúrense —ladró Antony dentro del remolque del camión.


—Entendido, Skip —respondieron.

Era bien pasadas las seis de la mañana antes de que Antony observara los
bienes descargados y sin categorizar ser cargados dentro de la parte trasera de
varios vehículos. Desempacaron la mayoría las cosas para asegurarse de que
nadie tuviera pruebas de dónde venían los artículos. Removieron cualquier
etiqueta de identificación, y luego clasificaron las mierdas en pilas de similitud y
preferencia de dónde serían mejor vendidas en las calles. No era la primera vez
que tenían una carga como esta, llena de bolsos, joyería, zapatos y ropa.

Revisando su reloj, Antony maldijo en voz baja. Aún tenía un tributo al cual
asistir antes de poder ir a casa, pero, al menos, podía encontrar un maldito
teléfono y llamar a Cecelia de camino.

Incluso así, algo lo carcomía. Antony palmeó su nuca, suspirando


bruscamente. La sensación pesada en su estómago solo se había vuelto peor en
el transcurso de la noche y entrando en la madrugada. Aún no se iba.

—¡Giovanni! —gritó Antony.

El miembro más joven de su equipo, quien estaba sacando la matrícula en la


parte trasera del camión, asomó su cabeza alrededor de la puerta.

—¿Sí, Skip? —preguntó el chico.

A Antony le agradaba Giovanni. Era de pies rápidos, ingenioso como el


infierno, y seguía las malditas reglas. Eso era más de lo que Antony podía decir
del resto de su equipo. Todos eran buenos muchachos, claro; pero Giovanni
entendía que, si quería llegar más lejos que las calles, necesitaba escuchar
malditamente bien. No hablar, escuchar.

—Necesito ir al tributo en treinta minutos y necesito que vayas a mi casa y


revises a Cecelia —dijo Antony.

Giovanni se encogió de hombros.

—Claro, Skip.

—Ahora, si no te importa.

El chico se levantó y se sacudió las piernas del pantalón.

—¿Ella está enferma, o algo así?

—No, dará a luz y solo quiero asegurarme de que está bien. Intentaré llamar
cuando llegue al restaurante, pero quiero que alguien vaya y la vea físicamente.
Dante la mantiene corriendo sin parar y ella no sabe cómo quejarse, ya sabes.
—Muy bien, Skip.

Con un último adiós a su equipo y una advertencia de que los llamaría más
tarde para ver cómo les iba con los productos, Antony salió del almacén. Hizo un
buen tiempo viajando al restaurante, dado que superó diez veces el límite de
velocidad y logró llegar cinco minutos antes. Todos los demás ya estaban allí y
esperando cuando Antony entró en la sección privada del restaurante.

—Muy cerca del límite, Marcello —dijo Vinnie—. Estaba a punto de enviar
un par de cafones11 a buscarte.

—Lo siento, jefe —respondió Antony, ignorando las miradas curiosas


aterrizando sobre él—. Conseguimos una carga anoche y terminamos de
prepararla hace treinta minutos.

El Don unió las manos y señalo las sillas.

—Perfecto, más dinero. Siéntate, entonces. Come.

—En realidad, primero tengo que hacer una llamada telefónica.

—No, tienes que sentarte, dejarme desayunar y luego darme tu tributo.


Entonces, tal vez puedas hacer esa llamada.

Antony sintió que apretaba la mandíbula. Era su única muestra de irritación.


Lo que un jefe quería, lo conseguía. Así es como funcionaba en la Cosa Nostra.
Probablemente no ayudaría si Antony le explicara a Vinnie que se trataba de
Cecelia porque conociendo a su jefe, al hombre simplemente no le importaría.

Era un tributo, después de todo. Eso significaba dinero.

Si había algo que Vinnie amaba, era el dinero.

Bajando su cuerpo sobre una silla, Antony intentó forzar su repentina


ansiedad a alejarse. Paulie se sentó al lado de él mientras Johnathan se hacía en
el otro.

—¿Pasa algo? —preguntó Paulie.

Antony se encogió de hombros, la presión en su pecho aumentó.

—No.

—¿De qué se trata la llamada telefónica? —preguntó John.

—Solo quería checar a Cecelia.

11 Cafone: imbécil en italiano.


John asintió.

—Ella va a dar a luz, ¿no?

—En un par de días, pero... solo quería comprobarla. Envié a un chico a


Tuxedo Park, de todos modos.

Probablemente le tomaría a Giovanni otros veinte minutos más o menos


antes de que llegara a la casa Marcello. Antony trató de consolarse con el hecho
de que alguien estaría allí para hacerle saber a su esposa dónde demonios estaba
él.

—Estoy seguro de que está bien, Tony —murmuró John.

Entonces, ¿por qué no se sentía así?

—Sí —concordó Antony.

—¿Qué había en el camión, Marcello? —preguntó Vinnie, poniéndose


huevos revueltos en la boca.

—Mierda al por menor —respondió él a su jefe.

—¿De alta gama o falsa?

—Alta gama.

—Bien hecho.

—Gracias —murmuró Antony.

Debajo de la mesa, la rodilla de Antony rebotó. Golpeteó con los dedos una
y otra vez el respaldo de la silla de John mientras trataba de relajarse en su
asiento. Nada funcionó. Nada parecía ayudarlo a calmar la furiosa inundación
de preocupación que lo inundaba.

Algo tenía que estar mal.

Antony nunca se había sentido así.

—¿Cómo está mi ahijado? —preguntó John.

Riendo, Antony sonrió.

—Ocupado como el infierno.

—Me imagino. Amo a ese maldito niño. Me recuerda a ti.


John necesitaba a sus propios hijos, en lo que respecta a Antony. Era bueno
con los pequeños monstruos y se entregaba a su ahijado cada vez que tenía
oportunidad.

—Cuándo vas a tener uno propio, ¿eh?

John arqueó una ceja.

—Si puedo evitarlo, con Kate, nunca.

Antony no esperaba esa respuesta.

—¿Nunca?

—Tony, ella me arrojó café caliente esta mañana antes de que me fuera de la
casa.

Santa mierda.

—¿Por qué? —preguntó Antony.

—Porque no me quise acostar con ella anoche. Cómo follas a una mujer que
odias, ¿eh?

Ay.

»Y no tengo ningún interés en estar borracho o drogado veinticuatro siete


para poder lidiar con su loco trasero y no estoy tan desesperado por mojar mi
polla —agregó John.

—Lo siento.

John descartó la disculpa.

—No importa, pero no le daré a esa mujer un hijo para que desquite su furia.
Si no estoy allí para detenerla cuando está en uno de sus ataques, ¿quién ocupará
ese lugar? No será mi hijo o hija. Tengo todo lo que necesito, de todos modos.

—Pero querías hijos, John.

—Como dije, todo lo que necesito.

•••

El Tributo no terminó hasta pasadas las doce de la tarde. El momento


después de que Vinnie deseara a su Capos un buen día, Antony no perdió el
tiempo deslizándose al piso principal del restaurante y buscando los teléfonos
públicos cubriendo la pared.
John y Paulie estaban a su lado mientras marcaba el número de su casa.
Parecían darse cuenta de su loca ansiedad durante toda la reunión, aunque
hicieron todo lo posible para tranquilizar a Antony, probablemente todo estaba
bien.

Nadie contestaba en la casa Marcello.

Antony colgó el teléfono de golpe, deslizó la moneda desde la parte inferior


y volvió a marcar. Nadie respondió por segunda vez.

John obligó a su amigo a apartarse y agarró una moneda. Marcó el número


de su propia casa y se apoyó contra el teléfono público mientras llamaba,
frotándose la frente y haciendo una mueca.

—Sí, Kate, oye.

Antony podía escuchar el molesto zumbido de la voz de su cuñada, pero no


pudo distinguir qué era lo que Kate dijo en respuesta. Probablemente era algo
que Antony no quería saber, de todos modos.

John apretó los dientes y frunció el ceño.

—Sí, lo sé. Estaré allí esta noche. De todos modos, ¿tuviste noticias de tu
hermana hoy o anoche por casualidad? —La llamada quedó en silencio y John
apretó el auricular—. ¿A qué coño te refieres con que te llamó y no respondiste?

—Justo lo que dije, John —respondió Kate tan fuerte que incluso Antony
escuchó—. No tengo tiempo para escuchar sus quejas de mierda. Ella es la
embarazada por segunda vez. Me importa una mierda si está cansada o le duele
la espalda, está bien. No me importa.

Antony le arrebató el teléfono a Johnathan antes de que su amigo pudiera


hacer algo. No podía calmar su ira incluso si lo intentara. La ira se derramó como
veneno caliente en su sangre, amenazando con llevarlo bajo la corriente con su
promesa de violencia.

Siempre le había gustado un poco de derramamiento de sangre.

—Eres una maldita puta rencorosa —gruñó Antony al receptor—. Cecelia no


sabe cómo quejarse, Kate, y ya ni siquiera te llama porque lo único que sabes
hacer es quejarte de lo injusta que es tu pobre vida. Vete al infierno, cagna12. Y
aléjate de mi casa o no dudaré en patearte como la perra que eres.

12 Cagna: puta, en italiano


CAPÍTULO 14
Antony colgó de golpe el teléfono antes de girar su espalda hacia la
habitación.

—Antony…

—Necesito ir a casa —dijo Antony, cortando lo que sea que fuera que
estuviera a punto de decir John—. Cecelia no llama a Kate a menos que
absolutamente lo necesite.

—Ella dijo que Cecelia llamó en algún momento durante esta mañana
después de que me fui. Ella estaba bien esta mañana, Antony. Si llamó, ella estaba
bien.

Antony revisó su reloj, su corazón hundiéndose.

—Tengo que ir a casa, ahora.

Ni siquiera importándole no haberse despedido apropiadamente de su jefe


y que probablemente necesitaba checar rápidamente a sus chicos, Antony
prácticamente corrió afuera del restaurante. Él se estacionó un poco alejado por
la calle porque todos los lugares más cercanos al lugar de reunión habían estado
ocupados por otros Capos y comensales.

—¡Skip!

Antony ignoró el llamado mientras se acercó a su Benz y deslizó la llave por


la puerta para desbloquear el maldito vehículo. Sus manos estaban temblando,
lo que provocó que dejara caer las putas llaves en un charco. Se inclinó para
recogerlas igual de rápido, ignorando cómo sus dedos congelados se
entumecieron de solo hacerlo.

—¡Skip, espera!

Finalmente, registrando que él conocía a quien pertenecía esa voz. Antony


se giró, viendo a Giovanni corriendo por la acera.

—No hay ni un jodido lugar para estacionarse por aquí.

Antony miró al chico, inseguro y perturbado. No porque estaba allí o porque


lo había encontrado, sino porque había una horrible mancha oscura en la camisa
azul de Giovanni. Se había oscurecido a un marrón rojizo, pero sin duda, Antony
sabía de qué era esa mancha. Dios sabía que él había tenido suficientes de esas a
lo largo de los años.

Sangre.

—Gio…

—Lamento no haber llegado antes, pero tuve que esperar a que...

—Giovanni, ¿dónde está mi esposa? —preguntó Antony, su voz más débil


de lo que había escuchado antes.

—Skip...

—¿Dónde está?

—Ella está bien —dijo Giovanni rápidamente—. O lo estaba cuando la dejé.

—¿La dejaste? —rugió Antony.

—¡Tenía que esperar a la ambulancia! Ella está bien ahora. Se desmayó


cuando llegué allí. Pateé tu puerta, por cierto. Probablemente necesites arreglar
eso, pero está bien.

El corazón de Antony encontró su garganta. Se alojó allí como un tapón,


quitándole la capacidad de respirar.

—Cristo.

—Ella está bien —repitió el chico—. Pero perdió mucha sangre.

Antony sintió que todo su cuerpo se alejó flotando por un segundo. Escuchó
al chico decir en qué hospital estaba Cecelia y que Liliana había llegado poco
antes de la ambulancia para llevar a Dante. Cecelia debe haber tratado de llamar,
o lo hizo, porque el teléfono estaba descolgado y sonaba un tono de marcado,
explicó Giovanni.

La angustia de Antony solo creció cuanto más tiempo hablaba el chico.

—No puedo conducir —dijo Antony, seguro de eso.

—¿Qué?

Antony puso sus llaves en la palma del chico.

—Conduce mi Benz. Llévame al hospital. Yo no puedo.

Giovanni no preguntó por qué. Era bastante obvio. Las manos de Antony
temblaban tanto que apenas podía sostener las llaves.
—Llévame con mi esposa.

El chico asintió.

—Claro, Skip.

Cecelia parpadeó al despertarse en la cama del hospital, murmurando algo


que Antony no pudo entender. Su esposa estaba más pálida de lo que la había
visto antes y sabía que las mantas envueltas apretadamente alrededor de su
cuerpo ocultaban las vendas por las que él estaba demasiado aterrorizado para
preguntarle a las enfermeras.

Todo su día estaba manchado con el sabor del miedo.

—Hola, Tesoro —susurró Antony cuando la mirada confusa de Cecelia cayó


sobre él.

Al instante, Cecelia comenzó a llorar.

Sin siquiera considerar que podría lastimarla, Antony cruzó el espacio entre
él y su esposa, deslizándose en su cama para abrazarla con fuerza. Cecelia hizo
una mueca, el dolor nubló sus rasgos, pero no le pidió que se moviera.

—Ay, eso duele —sollozó ella.

—Lo siento, lo siento.

—No te vayas.

—No lo haré —prometió él.

—Traté de llamar.

—Traté de salir de... mierda, pero no pude.

—Está bien —murmuró ella.

Realmente no lo estaba.

La Cosa Nostra le había costado mucho hoy. Perderse el nacimiento de su


segundo hijo, por un lado. Y luego casi perder a su esposa, por el otro.
—El bebé está bien —dijo Antony, queriendo que Cecelia supiera eso, antes
que nada—. Está en las cunas con los otros diez recién nacidos y tiene los
pulmones más ruidosos de todos. Aparentemente, él ya tiene una actitud.
Tendremos algunos problemas con eso.

—¿Él?

—Otro chico.

Cecelia se rio débilmente.

—Dios no me va a dar chicas, Antony.

Bueno, ahora no les estaría dando más hijos.

—¿Es hermoso? —preguntó en voz baja.

—Se parece a Dante, pero un poco más como tú —dijo Antony, besando la
mejilla manchada de lágrimas de su esposa—. También con más cabello.

—Explica la acidez estomacal. —Cecelia se sorbió la nariz, escondiendo su


rostro contra el pecho de Antony cuando dijo—: Simplemente... comenzó a llegar.
Había rojo por todas partes. Y dolor, mucho dolor.

Antony mordisqueó su mejilla interior, preguntándose cómo debería decirle


a su esposa lo que los médicos le habían explicado antes mientras ella aún estaba
bajo la anestesia. Pensó que la honestidad contundente era mejor porque eso era
lo que hacía él, quién era. Cecelia siempre la apreciaba y era lo que más le gustaba
de él.

—Hubo una ruptura donde se unía la placenta y rasgó el revestimiento del


útero. Por eso comenzó el sangrado y te puso de parto.

Cecelia contuvo el aliento.

—¿Qué no me estás diciendo?

—Tuvieron que quitarlo, Tesoro.

—¿Todo?

Ella no parecía entender.

El corazón de Antony se rompió un poco más.

—Tus órganos reproductivos. Tomaron la decisión de tomar el útero debido


a la gravedad del rasgado...

—Detente —dijo Cecelia, su voz amortiguada en su camisa.


—Lo siento, cariño —respondió Antony.

—Quería más.

—Lo sé.

—Nosotros no...

—Son perfectos —interrumpió Antony suavemente.

Envolvió sus brazos alrededor de su esposa y sostuvo su cuerpo tembloroso


y lloroso más cerca.

—Son tan perfectos, Cecelia. Dos niños sanos. Los malcriarás y amarás hasta
la muerte, pase lo que pase. Ya lo haces. Los niños de mama, ¿verdad?

Cecelia asintió con la cabeza.

—¿Cómo está Dante?

—Con tu madre ahora mismo.

—Ella no es una muy buena niñera. Toma demasiado vino.

Antony estuvo de acuerdo.

—Paulie y su esposa irán a buscarlo más tarde y se lo llevarán hasta que


lleguemos a casa.

—¿Me traerás el bebé?

—Quieren que descanses primero.

—No, lo quiero conmigo, no en las malditas cunero vigilado por las


enfermeras.

Antony rio.

—Muy bien, iré a buscarte a tu pequeño principe Marcello.

Antony observó cómo su esposa se enamoraba instantáneamente de su hijo


menor. La palidez en sus mejillas se iluminó con un tono rosa mientras sonreía,
sus ojos se iluminaban, y ella acunaba al bebé envuelto en su pecho.
—Hola, mio bambino —susurró Cecelia, trazando los dedos sobre las
facciones del niño dormido—. Míralo, Antony.

—Lo he hecho. Por horas.

Antony conocía cada centímetro del rostro de su bebé sin siquiera verlo.
Sabía que la nariz del niño coincidía con la de su madre, pero tenía el cabello
oscuro de Antony y la forma de los labios de su padre. Sabía que los labios del
niño se retorcían a un lado mientras dormía y parecía gustarle chuparse el
costado de la mano.

Cecelia alzó la mirada.

—¿Oh?

—Estuviste fuera por un tiempo y no tenía nada mejor que hacer.

—¿Ha venido alguien?

—Todos vinieron y lo vieron. Los envié a todos a casa. Necesitas descansar,


Tesoro.

Cecelia abrazó al bebé fuertemente.

—Aún no.

—Vas a malcriarlo, Cecelia.

—¿Y?

Antony solo se rio.

—Malcríalo todo lo que quieras.

—Planeo hacerlo.

Cecelia se movió en la cama, haciendo espacio. Ella palmeó el delgado


colchón con la palma de la mano y Antony lo tomó como su señal de unirse a
ella. Una vez estuvieron lado a lado en la cama y el bebé estaba entre ellos,
cómodo y contento, él aprovechó el momento de paz y tranquilidad para admirar
a su hijo y su esposa.

Cecilia era demasiado increíble para Antony. Le ha dado realmente todo.

—Lo hiciste bien —dijo él a su esposa.

—Casi morí, quieres decir.

—Lo hiciste bien. Gracias.


Cecelia suspiró, corriendo la punta de su dedo por la pendiente de la nariz
del bebé.

—Alguien vino a ayudarme, ¿no es así?

Antony asintió.

—Uno de los míos, de mi equipo.

—Creo que… —Cecelia frunció el ceño antes de decir—. Creo que te llamó
Skip.

—Probablemente.

—¿Cuál es su nombre?

—Giovanni —dijo Antony.

—Es joven, ¿no es así?

—Diecisiete años, en realidad.

Cecelia frunció el ceño.

—Eso es joven para estar en las calles, Antony.

—Yo tenía quince años.

—Todavía muy joven.

Antony pasó una mirada entre su esposa y su hijo.

—Los nuestros serán jóvenes cuando empiecen también. Así es como va,
Cecelia.

—Eso es diferente.

—¿Cómo así? —preguntó.

—Lo que sea que les haga feliz me hace feliz —explicó Cecelia, todavía
embelesada por la vista de su hijo—. Y si eso es la Cosa Nostra, entonces es lo
que es. Mi trabajo como madre no es juzgarlos, es amarlos y apoyarlos. Ese otro
joven, sin embargo, no es mi hijo. Solo me pregunto, eso es todo.

—Es un buen chico. Y es malditamente bueno en lo que hace.

—Él me salvó la vida —respondió Cecelia—. Y la de nuestro bebé.

—Lo hizo.

—¿Podemos nombrarlo Giovanni entonces?


Antony sonrió. A él le gustaba mucho ese nombre.

—Sí, lo llamaremos Gio.

Marzo, 1990

Giovanni David Marcello gritó con todos sus pulmones al sacerdote mientras
el agua sagrada fue salpicada en su pequeña frente. Para un bebé de ocho
semanas de edad que debería dormir dieciocho horas al día, Giovanni estaba
activo y alerta. También era ruidoso al extremo, mantenía a su madre y a su padre
despiertos por la noche, y no era nada como su hermano mayor. Giovanni no
chuparía nada a menos que fuera una botella o el dedo de su madre, tenía que
ser mecido para que se durmiera, y Dios lo ayude si podía escuchar algo
sucediendo a su alrededor.

Sí, problemas.

Antony ya lo sabía.

Su hijo menor iba a ser un demonio.

De alguna manera Antony solo lo sabía.

—Shhh, bambino —dijo Paulie al bebé en sus brazos—. No seas ruidoso en la


iglesia. Es una regla, ya sabes. Tienes tanto de eso que aprender aún, pequeño.
Podrías seguir las más importantes.

Antony se rio en voz baja mientras el sacerdote continuaba con el Bautizo.

—Paulie, si eso funcionara, Cecelia y yo no estaríamos tan exhaustos como


lo estamos.

—Bueno, por lo menos es lindo.

—Lo es.

Giovanni finalmente se calló, pero Antony tenía la sensación de que no


duraría mucho tiempo. A su pequeño principe le gustaba el caos y el ruido. La
mayoría de los recién nacidos preferían el silencio y la tranquilidad. Pero no Gio.
Mientras los Marcello solían ir a la iglesia del jefe para la mayoría de los
servicios de los Domingos, fue la exigencia de Antony que sus hijos fueran
Bautizados en su iglesia. Aquí fue donde sus padres se habían casado y donde su
bisabuelo asistió a su primer servicio después de bajar de un bote desde Sicilia.
Antony también había sido Bautizado dentro de estas paredes.

Este era su lugar.

No de la Cosa Nostra.

Suyo.

Antony sintió que los dedos de Cecelia se entrelazaban con los suyos
mientras Giovanni estaba siendo bendecido. Una vez más, a la vista del hombre
que le salpicó agua antes, el bebé empezó a chillar con toda la fuerza de sus
pulmones. Antony no se preocupó en retener su risa cansada esa vez.

Cecelia sonrió. Ella lo estaba haciendo mejor, aunque no había sido capaz de
dejar el hospital por dos semanas. Mas de una vez se había sacado sus puntos
tratando de hacer mierda que no se suponía que tenía que hacer. Antony
apreciaba la tenacidad y la independencia de su esposa. Cecelia era dura, fuerte,
y aterradora en formas que muchas personas no sabían y no podían ver. A veces
él necesitaba decirle que se calmara y dejara que otros manejen las cosas.

Incluso si a ella no le gustaba.

—Estamos en demasiados problemas con él —dijo Cecelia en un susurro.

—Lo estamos.

Sin embargo, Antony apostaría que eso sería toda clase de diversión.

Pero probablemente no.


PARTE IV: LA UCCISIONE
CAPÍTULO 15
Enero, 1994

—Maldita sea, ¿cuántos autos tienes, Tony? —preguntó Johnathan.

Antony se encogió de hombros porque en realidad, no lo sabía.

—Una flota, supongo.

—¿Una jodida flota?

Bueno, más que unos pocos no podían ser considerados exactamente


vehículos personales, ¿verdad?

—Tengo los de papá después de que murió y Andino tenía un par de autos
agradables que me dejó —explicó Antony.

John miró alrededor del garaje de cuatro puertas lleno de vehículos.

—¿Y qué, nunca te has librado de los tuyos?

—No. ¿Por qué iba a hacerlo? Funcionan bien.

—Esta es una maldita colección, Tony.

—Síp.

—¿Siquiera los has conducido todos? —preguntó John.

—De vez en cuando.

Diferentes ocasiones exigieron diferentes autos, después de todo. El mercado


seguía sacando los mejores. Antony debía tenerlos. Cecelia nunca dijo nada.

—¡Papà!

Antony atrapó su hijo mayor en vuelo de con la mano. Apenas logró


despeinar los rizos oscuros de Dante antes de que el niño acelerara pasando con
Giovanni justo en los talones de su hermano mayor.

—¡Dami mi arma, Dante! ¡Dami ahora!

Un Dante de seis años se giró en sus talones con su pistola de agua de plástico
en la mano y apuntó directamente a su hermano menor.

—¡Bang, bang, Gio! ¡Estás muerto! ¿Me oyes? ¡Muerto!


—¡Dante Antony Marcello! —gritó Antony a su hijo.

El niño se convirtió en piedra al instante, mirando a su padre con grandes


ojos y agua llenando su mirada. Rara vez Antony tenía que gritar para ganar la
atención de sus hijos. La crianza y la disciplina no necesitaban implicar gritos y
azotes. Honestamente no era tan eficaz, en opinión de Antony.

Toda esa mierda lo que hacía era enseñarle al niño a temer a sus padres, no
a respetarlos.

—¿Sí? —preguntó Dante con voz tranquila.

—Qué le acabas de decir a tu hermano, ¿eh? —exigió Antony.

Giovanni se escondió detrás de las piernas de Johnathan, probablemente


sabiendo que alguien estaba en problemas y no queriendo que fuera él. Gio era
astuto de esa manera. El chico podría causar problemas y salir de ellos con la
misma rapidez. Antony no estaba muy seguro de dónde sacó su pequeño talento,
pero esperaba que la suerte llevara a su hijo a través de la vida.

—Disparé el arma, Papà —dijo Dante.

—No, después de eso.

—Nada.

—No me mientas, Dante.

Dante frunció el ceño.

—Solo estábamos jugando.

—Dame la pistola de agua, Dante.

—Pero, no…

Antony arrebató la pistola de agua de las manos de su hijo antes de que el


niño pudiera esconderla. Luego procedió a devolvérsela a Giovanni.

—Gio, ¿cuáles son las reglas, chico?

—No lastimar a la familia —murmuró Giovanni, sosteniendo su pistola de


agua tan apretada como pudo.

—¿Por qué es eso? —preguntó Antony.

—La familia es primero —dijo su hijo.

—¿Dante?
Dante frunció más el ceño.

—Dios es segundo.

—Gracias. Discúlpate con tu hermano.

—Lo siento, Gio.

—Está bien —susurró Gio—. ¿Podemos irnos, Papà?

Antony agitó su mano.

—Vayan.

Una vez que los chicos estaban fuera de vista, Johnathan se rio junto a su
amigo.

—Los estás criando bien, Tony.

—Lo intento —dijo Antony.

Antony se puso de pie para ayudar a su esposa a servir la mesa llena de


invitados, pero Cecelia lo ahuyentó. Sentándose de nuevo, tomó el plato de
comida que su esposa ofreció y luego comenzó a preparar a sus dos hijos a cada
lado de él para los suyos.

Giovanni inmediatamente sacó un pedazo de pan del lado del plato para
meterlo en su boca. Antony no logró atrapar la comida antes de que
desapareciera.

—Lo siento —murmuró Gio con la boca llena, sabiendo que estaba en mierda
solo por la mirada en el rostro de su padre.

—No comas antes de que demos las gracias —dijo Antony.

—Lo siento.

—Deja de hablar con la boca llena.

—Lo siento.

—Por Dios, Gio.


—¡Antony! —reprendió Cecelia—. Nada de jurar en la mesa.

Antony evitó la mirada divertida de sus hijos sobre él ahora.

—Lo siento, Tesoro.

Los invitados sentados alrededor de la mesa se rieron en el espectáculo. No


era a menudo que Cecelia y Antony recibieran gente después de los servicios
dominicales, pero Vinnie pidió a los Marcello que lo hicieran esta semana. No
queriendo un montón de gente en su casa, pero incapaz de negarse a su jefe sin
parecer grosero, Antony hizo lo que le dijeron.

Cecelia se encargó de la comida.

Antony se mantuvo fuera de su loco camino.

Entre los padres de Cecelia, Paulie y su esposa, Johnathan y Kate, y un par


de Capos que trajeron a sus parejas, la mesa estaba llena. Aunque a Antony no le
gustaba ser asfixiado por la gente, no le importaba ver felices y alimentados a los
demás en su mesa.

Tal vez deberían hacer esto más a menudo.

—Deja que el niño coma —dijo Vinnie a tres asientos de él—. Es un principe
en crecimiento y necesita su comida, Marcello.

Antony se obligó a permanecer en silencio, pero sabía que su hijo no pondría


otra cosa en su boca hasta que su padre diera las gracias. Vinnie no estaba
acostumbrado a no ser la cabeza de la mesa o romper el pan en la casa de otra
persona cuando no tenía el control. Más que nada, Antony despreciaba que le
dijeran cómo manejar a sus chicos, pero lo dejó pasar.

Una vez que se sirvió la mesa, Antony unió las manos con sus hijos, inclinó
la cabeza, y dio las gracias. Después, la conversación fluyó fácilmente mientras
la comida se consumía. Era algo acerca de los italianos y su comida, Antony sabía.
No solo la comida, sino la reunión de amigos y familiares. Una manera de
mantenerse conectado con aquellos que te importaban y los que se preocupaban
por ti.

—¿Alguna vez vamos a conseguir otro pequeño principe o principessa para la


familia? —preguntó Vinnie, dirigiendo su pregunta hacia a Kate y Johnathan.

Antony se aclaró la garganta en silencio, sintiéndose muy incómodo por su


amigo ante la pregunta. Años de matrimonio, y Johnathan y Kate todavía no
tenían hijos propios. En realidad, los dos apenas se toleraban el uno al otro por
lo que Antony entendía, pero jugaban un maldito buen juego cuando otros
estaban por aquí para los demás.

Kate conocía su lugar. John conocía el suyo.

De alguna manera, lo hicieron funcionar.

—Tal vez —murmuró John antes de llenar su boca con pan con mantequilla.

—Bueno, él tendría que estar en casa más seguido para que eso pase —dijo
Kate con una risa ligera que se sentía cualquier cosa menos divertida—. ¿Y por
qué debería regresar a casa cuando tiene su goomah encargándose de todo eso por
él?

La charla en la mesa se detuvo al instante.

Cecelia se atragantó con su vino, agitando su mano delante de su cara


mientras le daba a Antony una mirada aguda. Antony no estaba seguro de qué
decirle a su esposa. Ni siquiera sabía que Kate sabía que John tenía una amante.

—Kate —siseó Johnathan—. No es el momento.

—Es verdad, John. —Kate sonrió y se encogió de hombros, levantando su


copa de vino y arremolinándolo para que el líquido adentro girara—. No te
avergüences de ello. Papi ha tenido una docena o más de putas desde que se casó
con Ma.

Santo dulce Cristo.

El rostro de Vinnie se puso rojo junto con el de su esposa.

—Johnathan, por favor, lleva a tu esposa a otra parte y explícale


comportamiento adecuado en la mesa de otro hombre.

Johnathan se quedó callado, empujó su silla con brusquedad fuera de la


mesa, se disculpó con Cecelia y Antony, y luego salió del comedor. Kate siguió a
su esposo, pero no antes de decir:

—Oh, sé cómo comportarme, papi.

—Mis disculpas —dijo Cecelia, apenas pestañeando cuando las palabras


salieron de su boca.

Vinnie sonrió, pero estaba tenso.

—Kate podría aprender una o dos cosas de ti, Cecelia.

—Seguro.
Antony estaba agradecido de que el resto de los invitados no dijeran nada y
volvieron a comer como si todo estuviera bien.

Dante, como el caballero adecuado que era, comió despacio y con cuidado.
El niño no sabía cómo hacer un desastre. Le recordaba mucho a Antony, en
realidad. Dante era el recto y directo entre él y su hermano, menos ruidoso.
Siguiendo las reglas, en su mayoría.

Giovanni, por otro lado, tenía pasta y salsa regada de un brazo a otro. No le
gustaban los tenedores y no sabía cómo mantenerse limpio.

Cuando estuvo seguro de que su hijo más pequeño había hecho suficiente
desastre y terminó de cubrirse el rostro con la pasta que no había aterrizado en
la mesa, el piso o su cuerpo, Antony levantó a Giovanni de la silla. Excusándose
de la mesa, llevó a su hijo a la cocina.

Giovanni se rio, se retorció e intentó evitar la toalla lo mejor que pudo


mientras su padre le limpiaba el rostro y el cuerpo sucio. Sabiendo que la ropa
del niño era una causa perdida, Antony le quitó la camisa y los pantalones a
Giovanni y arrojó los artículos sucios en el fregadero hasta que tuviera tiempo de
lidiar con ellos más tarde.

—No te muevas —dijo Antony a su hijo.

—Pero…

—Gio, no te muevas. Papà regresará con ropa limpia.

Giovanni asintió ferozmente.

—Bueno. Me quedaré.

—Más te vale.

—Lo haré.

Afortunadamente, a Cecelia le gustaba mantener algunos atuendos para los


niños en el piso de abajo para que no tuvieran que caminar por su gran casa dos
o tres veces al día solo para cambiar a sus hijos cuando estaban hechos un
desastre. Los chicos siempre se ensuciaban. Era jodidamente inevitable.

Especialmente Gio.

Antony tardó veinte minutos en limpiar a Giovanni, conseguirle al niño un


atuendo nuevo y vestirlo de nuevo. Cuando Antony regresó al comedor, la
mayoría de los platos estaban limpios, mientras que Vinnie y Liliana habían
desaparecido en algún lugar. Kate y John tampoco se habían unido a la mesa.
Mientras Cecelia limpiaba los últimos platos, Antony preguntó:

—¿A dónde fue el jefe?

—Hablar con Kate

Antony se encogió.

—Perfecto. ¿Sin postre?

—Creo que nuestro apetito está más que lleno por la noche.

Bajando a un Giovanni limpio Antony suspiró.

—Lo siento, Tesoro.

Cecelia se encogió de hombros.

—Ella tiene que ser el centro de atención. Sabemos eso.

—Era tu cena.

—Oh, bueno.

El Capo más joven, Daniel, sentado junto a su esposa en el otro extremo de


la mesa, sacudió la cabeza. Señaló con el dedo el rostro de su esposa, Valentina,
y lo movió casi burlonamente. Antony se contuvo de decirle al hombre que
respetara un poco a la mujer con la que se casó.

—Si alguna vez haces un truco como ese, Val, te golpearé el trasero hasta
dejarlo negro y azul. Actúa como una perra y serás tratada como tal, ¿entendido?

Cecelia jadeó bruscamente.

La irritación de Antony voló fuera de control.

No en su casa.

No delante de su hijo o esposa.

No con otros mafiosos presentes.

Absolutamente jodidamente no.

Antes de que Antony considerara el hecho de que Cecelia y Giovanni estaban


en la habitación para presenciarlo disciplinando al joven Capo, se estaba
moviendo hacia Daniel. Antony apretó el pelo en la parte posterior de la cabeza
del hombre y aplastó el rostro de Daniel directamente en la parte superior de la
mesa de roble con un crujido repugnante. La sangre y el cartílago de la nariz rota
ahora lucían salpicados a lo largo de la mesa y sobre las servilletas de seda de
Cecelia.

Indiferente y sabiendo muy bien que parecía cruel, Antony levantó a Daniel
y giró el rostro sangrante del hombre en dirección a su esposa que lloraba en
silencio.

—Discúlpate —ordenó Antony.

Daniel tosió con sangre.

—¿Papà? —preguntó Giovanni, con los ojos muy abiertos y confundido.

—Dios mío, Antony —susurró Cecelia.

Antony los ignoró a ambos.

—Daniel, te disculparás con tu esposa por ser un tonto irrespetuoso en mi


casa, o no saldrás de esta casa en lo absoluto.

Daniel tragó audiblemente.

—Me disculpo, Val.

Soltó al hombre.

—A Vinnie no le gustará que sigas así, Tony —dijo Timmie, el Capo mayor
sentado junto a su esposa atónita y sin palabras.

—Si él no hace cumplir las jodidas reglas, yo jodidamente lo haré —


respondió Antony—. Especialmente en esta casa.

—Nada de mal vocabulario en mi comedor —dijo Cecelia, aún inmóvil desde


su lugar al otro lado de la mesa.

Dante entró deslizándose en el comedor con dos autos a control remoto en


las manos. El mayor apenas reaccionó ante el hombre sangrante o la evidente
tensión en la habitación. En cambio, se acercó a su hermano pequeño y le dio a
Giovanni uno de los autos de juguete.

Volviéndose hacia sus hijos, Antony ondeó una la mano hacia el desastre que
había hecho. Esta era otra lección. Una regla más para que los niños aprendan.
Los dos niños estaban casi acostumbrados a las reacciones de su padre, tanto
físicas como de otro tipo, cuando se trataba de otros hombres ahora. Sus dos hijos
pasaban gran parte de su tiempo siguiendo a Antony, lo que también significaba
ver a su padre dirigiendo a su equipo.

Eso no siempre era bonito.


—Dante, Gio —dijo Antony, llamando la atención de sus hijos.

—¿Sí? —preguntaron los dos al mismo tiempo.

—Nunca le falten el respeto a una esposa. No la suya ni la de nadie más.

—¿Nunca? —preguntó Giovanni.

—Jamás —dijo Dante por su padre.

Valentina adulaba a su esposo sangrante, llorando y demás. Antony


sospechaba que Daniel cuidaría su boca a partir de entonces cuando estuviera en
presencia de Antony. Francamente, Daniel debería haberlo sabido mejor. A
Antony nunca le había gustado ese tipo de comportamiento y no le importaba
recordarles las reglas a otros hombres.

Cuando una regla en la Cosa Nostra se rompía, el resto seguramente le


seguiría.

Y entonces, todo simplemente se iría a la mierda.

Cecelia señaló con la mano las servilletas de seda arruinadas, obviamente


nerviosa, pero logrando ocultarlo bien. No importa cuánto lo intente una
persona, las manchas de sangre no salen.

—¿Qué hiciste? —Finalmente, su esposa logró preguntar.

Antony se encogió de hombros.

—Te compraré unas nuevas. De hecho, vuelve a pintar toda la maldita


habitación y compra unas para combinar.

—Bueno… está bien.

Eso fue todo.


CAPÍTULO 16
Febrero, 1994

—Cecelia, ¿podrías venir aquí por un momento? —llamó Antony desde su


oficina.

Antony esperó tan pacientemente como pudo hasta que Cecelia llegó a la
puerta, con un sacudidor en la cadera y Giovanni bajo sus pies. Ese niño era un
niño de mamma de principio a fin.

Giovanni sacó su nuevo artículo favorito de sus jeans y movió su pequeña


navaja dentro y fuera, consciente de que sostenía el cuchillo correctamente. A
Cecelia no le había gustado demasiado ese regalo, pero no dijo una palabra
después de que Antony explicara que su padre le había regalado uno a la edad
de Gio. Dante también tenía uno, aunque Antony descubrió que su hijo mayor
estaba más interesado en lo que su padre estaba haciendo que en lo que él podía
hacer.

No obstante, Gio conocía las reglas. Mientras tuviera cuidado con su cuchillo,
lo conservaría. Si actuaba como un pequeño cafone, lo perdería.

—¿Qué necesitas? —preguntó Cecelia.

—¿Qué te gusta más, Industrias Marcello o Inversiones Marcello?

—Industrias

Sí, Antony lo sabía.

Sus negocios habían crecido desde restaurantes y clubes hasta hogares,


inversiones, desarrollos y propiedades. No había crecimiento si no había riesgo.
Era un juego que Antony empezaba a aprender lentamente.

Pero, quería hacerlo de la manera correcta, lo que también significaba ser


una marca.

—Quiero decir, Inversiones funcionaría, si eso es lo que te gusta— dijo


Cecelia encogiéndose de hombros—. Pero, sinceramente, prefiero Industrias.
Quién sabe en qué vas a profundizar en el futuro, Antony. Inversiones podría no
funcionar en todos los casos, mientras que Industrias cubre un campo amplio.

—Estoy de acuerdo. Solo quería escucharte decirlo también.


Cecelia sonrió.

—Gracias por preguntarme.

—Siempre me dices las cosas como son.

—Claro que sí.

Todos los demás, excepto el jefe de Antony, tenían demasiado miedo hacerlo.
La única razón por la que Vinnie lo hacía era porque el hombre sabía que Antony
respetaba la Cosa Nostra y las reglas de la vida por encima de todo lo demás.

Antony mostró dos diseños que le habían sido entregados más temprano en
el día.

—¿Cuál prefieres?

—¿Por qué no me sorprende que hayas hecho los diseños con Industrias
Marcello en lugar de Inversiones?

Él rio.

—Te lo dije, sabía lo que dirías. ¿Cuál, Cecelia?

Cecelia se mordió el labio.

—No lo sé. Los dos son realmente llamativos. No creo que puedas
equivocarte al elegir cualquiera de ellos

—Me gustar el grande, Papà —dijo Giovanni.

—Gusta —corrigió Antony—. ¿Por qué, Gio?

—Porque es grande.

La lógica de cuatro años en su mejor momento.

Antony miró el diseño más grande.

Aparentemente, también era una lógica de treinta y cinco años.

—Sí, grande será.

Día de San Valentín, 1994


Antony se quedó en las sombras de los árboles que bordeaban el camino de
entrada y observó cómo el auto de su esposa llegaba a la entrada cerrada. Había
puesto el sistema de seguridad hace aproximadamente un año como medida de
precaución. Probablemente no lo necesitaban, pero Dios ayudara a la pobre alma
que lograra atravesarlo.

Se le negó la entrada al auto de Cecelia a través de la puerta, como Antony


le había ordenado al guardia en el frente que hiciera. Él se rio por lo bajo cuando
Cecelia salió de su auto, resoplando de esa manera suya cuando el hombre la hizo
pasar a través de la puerta a pie.

—Esta es mi maldita casa, ¿sabes? —regañó Cecelia al guardia.

—Lo sé, señora.

—Deja de llamarme así. ¿Te parezco de cincuenta años?

—Señora Marcello, el señor Marcello me dio instrucciones de…

—Oh, al diablo tú y Antony.

Antony apenas contuvo su risa cuando Cecelia comenzó a caminar por el


camino de entrada en tacones y vestido. Era una buena caminata de diez minutos
o más desde la puerta de la casa. Probablemente pensó que era cualquier otro día
considerando que pasaba la mitad de su tiempo fuera de casa trabajando en esa
galería de arte que tanto amaba. Probablemente supuso que los niños estaban en
casa. Dante, de la escuela. Giovanni, de donde demonios Antony lo había llevado
durante el día.

Ella estaba equivocada.

Los chicos pasaban el día con sus abuelos. Un descanso para sus padres
mientras Antony invitaba a Cecelia a un Día de San Valentín privado. No podía
hacer estas cosas tan a menudo como quería. No había tiempo suficiente para
eso, lamentablemente.

Parecía que a medida que envejecían, y cuanto más tiempo estaban casados,
más tiempo se les escapaba de las manos. Sin embargo, Cecelia nunca olvidaba
recordarle a Antony a su manera que ella estaba allí. Él no necesitaba los
recordatorios, pero usaba todos y cada uno de ellos para darle a Cecelia su amor
y atención porque si ella lo pedía, claramente lo necesitaba. Él no necesitaba saber
por qué lo hacía, simplemente se lo entregaba.

Cuando Cecelia estaba a unos treinta pasos del lugar oculto de Antony, su
caminata se detuvo abruptamente. Pétalos de flores, tulipanes, su tipo favorito,
habían sido esparcidos por el camino de entrada. Si los seguía como Antony
esperaba, Cecelia descubriría que conducían a algo especial solo para ella.

Ella los siguió.

Sonriendo, Antony metió las manos en los bolsillos y se mantuvo a la sombra


de los árboles mientras se arrastraba detrás de su esposa donde ella no podía
verlo. Los pétalos de tulipán se desviaron del camino de entrada más cerca de la
mansión y entraron en la nieve fangosa de febrero en el suelo. Sabiendo que a
Cecelia le gustaban sus tacones, Antony había despejado un camino para que sus
pies no se pusieran fríos y húmedos mientras lo buscaba a él y a su sorpresa.

Cuando Cecelia se deslizó por el costado de la casa, todavía siguiendo el


rastro, Antony salió de la línea de árboles. Esperó los largos minutos que sabía
que le tomaría llegar a la parte trasera de la casa antes de correr a lo largo del ala
oeste. Al volver por la parte trasera de la casa, Antony encontró a Cecelia donde
se había detenido en la parte trasera del edificio que rodeaba su piscina cubierta.

Ella estaba parada en medio de un enorme cuadrado marcado por cintas.


Más pétalos de tulipán estaban esparcidos alrededor de sus pies.

—¿Qué piensas? —preguntó Antony.

Cecelia giró sobre sus tacones rápidamente, casi cayendo al suelo nevado.

—¡Mio Dio13, me asustaste, Antony!

Antony rio con voz grave.

—¿Dónde creías que estaba?

—En algún lugar, no lo sé… deja de reírte de mí.

Se puso serio y saludó la sección con cintas.

—¿Crees que es un buen lugar?

Cecelia lo miró con curiosidad.

—¿Para qué?

—Bueno, supongo que la mayoría de la gente lo llama casa de huéspedes.


Pero pensé que podríamos llamarlo un retiro para Cecelia que solo las personas
más especiales pueden usar cuando se quedan aquí.

Una amplia sonrisa estalló en su rostro, haciendo crecer la propia de Antony.

13 Mio Dio: Dios mío, en italiano.


—¿Me vas a construir una casa fuera de nuestra casa?

—Te lo dije, un retiro.

—Llama a una casa una casa, Antony.

—Bien. Sí, una casa. Has estado diciendo que querías una casa de huéspedes
junto con la piscina, pero también necesitas algo. Un lugar puedas esconderte de
los chicos durante cinco minutos. O de mí, incluso.

Cecelia extendió la mano y Antony la tomó con la suya, acercando a su


esposa a su pecho. Él se deleitó con su calidez y aroma, amándola más. Siempre
la amaba más cada vez que podía abrazarla.

—Nunca quiero estar lejos de ti —susurró ella.

—Entonces, ¿no hay retiro para Cecelia? Todavía no he comenzado a


trabajar.

—No, no dije eso.

Antony sonrió burlonamente.

—Eso es lo que pensé.

—¿Por qué las cintas? —preguntó Cecelia.

—Abriendo el camino proverbial. Ahora está demasiado congelado como


para meter una maldita pala.

—Ah, ya veo.

—Primavera —prometió Antony—. Y podrás diseñar cada centímetro del


lugar.

La sonrisa de Cecelia solo se amplió.

—Me mimas.

—Lo hago porque te lo mereces. Esposa feliz, vida feliz, ya sabes.

Antes de que pudiera reaccionar, su esposa se inclinó, agarró su mandíbula


en sus manos, y tiró de él para un beso abrasador que al instante tenía su sangre
calentándose y polla engrosándose mientras el deseo se propaga. Las manos de
ella se empuñan en su chaqueta, mientras que las de Antony vagaban bajando
por su espalda hasta que él estaba palmeando su trasero debajo de su chaqueta.

—¿Dónde están los chicos? —preguntó ella sin aliento y ojos brumosos.

—Afuera esta noche.


—No quiero decir esto de mala manera, pero gracias a Dios.

Antony la besó de nuevo, reclamando su boca con golpes duros de su lengua


en la suya mientras el sabor de ella se mezclaba con el de él. Cecelia no rehuyó
de la asperidad de sus labios y dientes sobre ella mientras él empujaba su mitad
inferior en su cuerpo.

Quería que su mujer sintiera lo que le había hecho, lo que le hacía él, todos
los días, todo el día.

—Hace demasiado frío aquí. —La escuchó murmurar contra él.

—Entremos a la casa, Cecelia, rápido.

Les tomó demasiado tiempo entrar. Cecelia no dejaba de tocarlo. Su boca


seguía encontrándolo en el aire frío, deteniendo su caminata a la parte trasera de
la casa. Para cuando él cerró la puerta trasera, Cecelia estaba temblando. Pero sus
manos todavía vagaban sobre él.

Antony le quitó el abrigo a su esposa al mismo tiempo que ella le quitó sus
pantalones. Las palmas frías se deslizaron debajo de bóxer y él se sacudió en la
sensación fría en su eje duro. Antony dolía de adentro hacia afuera mientras ella
lo bombeaba lentamente, su agarre apretándose en los lugares correctos para
hacerlo soltar un gemido en su cuello.

Apoyando a su esposa en una pared, Antony colocó su mano junto a la


cabeza de Cecelia mientras la otra trabajaba su vestido. Mientras ella le hacía una
paja, él fue debajo de sus bragas para encontrarla húmeda y caliente para él.
Cecelia suspiró el sonido más dulce y más suave de todos, su mano en su polla
combinando el ritmo mientras él extendía el sexo de ella y entraba con dos dedos.

Antony no quería perder el tiempo. Tenían tan poco de ello tal y como era.

—Quiero que te corras en mis dedos y boca antes de follarte contra esta
pared, Tesoro. Quiero que grites mi nombre tan fuerte que el sonido se incruste
permanentemente en las malditas paredes.

Cecelia se estremeció, su mano apretando su polla más fuerte.

—¿Sí?

—Ajá. Y luego te quiero desnuda en una manta frente a la chimenea por el


resto de la noche. Vino, chocolate, tú, yo, y nada más que piel. ¿Te suena bien?

—Dios, sí.

—Deja ir mi polla y déjame ir a trabajar, entonces.


En el momento en que su mano soltó su polla palpitante, Antony agarró las
muñecas de Cecelia y le clavó los dos brazos a la pared. No solo quería probar el
coño de su esposa, mientras ella se corría en su lengua, quería probarla toda.
Cecelia se quejó y se retorció bajo la atención de su esposo mientras besaba,
mordía y chupaba su cuello, sus clavículas y bajaba al poco de escote expuesto
en su vestido. Antony tiró del material, rasgándolo y desnudando más de su piel
y pecho para él.

Cecelia tomó una dura respiración.

—¡Me gustaba este vestido!

—Voy a…

—Comprarme uno nuevo. Cállate, Antony, y fóllame.

Antony se rio. Su esposa lo conocía demasiado bien.

Movió las copas de encaje que cubrían sus pechos fuera del camino,
prodigando la misma atención en sus tetas que tuvo su boca y cuello. Trazando
su pezón entre sus dientes, Antony mordió lo suficientemente duro como para
que su esposa sintiera el aguijón de la mordida y dejar su huella atrás.

—Me encanta verme en tu cuerpo —murmuró Antony contra la piel de


Cecelia.

—Estás todo sobre mí, Antony.

Sí, jodidamente seguro que sí.

Cansado de que la ropa los separara, Antony ayudó a su esposa a salir de su


vestido, desenganchó su sostén para dejarlo caer al suelo, y despojarse de su
propia ropa también. De rodillas, Antony enganchó la pierna de Cecelia sobre su
hombro antes de poner un beso suave sobre la capucha de su clítoris.

—Tan hermosa —dijo él—. Siempre, Tesoro.

Los dedos de Cecelia se encontraron agarrando el cabello de su esposo


mientras la boca de él descendía sobre su sexo. Quería que los jugos de Cecelia le
inundaran la boca y ella gritara su nombre. Era la mejor manera de pasar una
maldita noche. Enterrando su lengua en sus pliegues sedosos, Antony encontró
la humedad que estaba buscando. Ella estaba caliente y dulce en su boca y Cecelia
no retuvo un solo sonido mientras su lengua trabajaba desde su hendidura hasta
su clítoris en golpes rápidos y duros. Conocía bien su cuerpo, sabía cómo
trabajarlo de la manera que le gustaba para tenerla temblando, gritando, y
corriéndose rápido.
Manteniendo el ritmo de su lengua, Antony metió dos dedos en su canal
apretado y empapado. Sus músculos internos lo abrazaban fuerte, las caderas de
ella moliéndose en la boca y mano de él mientras curvaba sus dedos para
encontrar el lugar correcto. Lo supo cuando lo encontró. Cecelia gritó, su coño se
apretó a su alrededor, y su clítoris pulsó debajo de su lengua.

—Cristo… ¡Antony!

No le dio tiempo para recuperarse mientras temblaba durante el orgasmo.


Antony estaba de pie en un segundo, girando su esposa hacia la pared, y
posicionándose entre sus muslos. Levantando la pierna de ella lo suficiente como
para encajar su polla a lo largo de su hendidura, Antony flexionó sus caderas una
vez y entró al cielo con un largo golpe.

Ella era la dicha para él. Siempre lo había sido. Le quitaba el aliento cada vez
que tenía el placer de follar a su esposa. Nada se siente igual. Ella era nueva: sus
sonidos, olor y la sensación de ella a su alrededor.

Puro amor. Éxtasis carnal.

Perfección.

Cecelia se desplomó contra la pared mientras la polla de Antony tocaba


fondo en su coño. Él apretó su mano en la parte inferior de la espalda de ella y
usó la otra para fijar sus brazos sobre su cabeza. Ella estaba a la merced de él,
incapaz de moverse, y tan dispuesta a ser usada y amada por él.

Porque él no sabía cómo tomar a Cecelia Marcello sin amor en su corazón.

Tortuosamente lento, Antony bombeó sus caderas, dejando que su esposa


sintiera cada centímetro de su polla extendiéndola abierta y llenándola. Cecelia
trató de empujar su hermoso trasero contra él, pero su agarre sobre ella la
mantuvo en su lugar.

—Deja de provocarme —siseó Cecelia.

—La paciencia es una virtud.

—Y soy una mujer malcriada por tu culpa. Quiero sentirte follándome duro,
Antony.

—Mmm, palabras como esas te conseguirán lo que quieras. Estás tan


jodidamente llena de mí, Cecelia. Remojándome tan bien. Dios, hueles a cielo.

Cecelia gimió. El sonido salió desesperado y dolorido.

—Fóllame.
—Lo que quieras.

— Fóllame.

Antony no retuvo nada mientras se empujaba dentro de su esposa por


detrás. Los brazos de Cecelia se tensaron en sus manos mientras los gritos de ella
rebotaban en las paredes. Los sonidos de su follada hundiéndose directamente
en el corazón de Antony, haciendo su polla lo suficientemente dura como para
partir hormigón.

—Cristo, eso se siente bien —murmuró Cecelia.

—Ha pasado demasiado tiempo. —Antony se forzó a decir entre dientes


apretados—. Amo follarte. Dios, me vuelves loco.

Más que nada, Antony adoraba oír su nombre en la boca de su esposa. Como
si fuera el único hombre para ella. Como si solo él pudiera hacer por ella lo que
ella necesitaba y quería. Cuanto más duro la follaba, cuanto más ásperos se
volvían sus empujes y mientras más contundentemente fijaba su cuerpo a la
pared, más parecía gustarle a Cecelia.

»Sí, mierda, demasiado tiempo —dijo Antony—. No hay nada mejor que tú,
Cecelia.

—Me voy a correr —susurró Cecelia.

Joder, sí.
CAPÍTULO 17
—¿Siempre vamos a ser así, ¿verdad? —preguntó Cecelia en voz baja.

Antony tarareó bajo su aliento, envolviendo su brazo alrededor de la espalda


baja de su esposa mientras ella se estiraba sobre su cuerpo debajo de la sábana.
Su cama improvisada en el piso no era particularmente cómoda, pero funcionaba.

—¿Te refieres a juntos?

—Enamorados —respondió ella.

—Sí. No puedo pensar en un momento en que no haya estado enamorado de


ti.

Cecelia se aclaró la garganta, rehusándose a encontrar su mirada mientras


preguntaba:

—¿Nunca?

—Nop. No desde que te conocí, de todas maneras.

—Entonces, ¿nunca ha habido alguien más para ti?

Antony no entendía lo que su esposa estaba preguntando.

—Estuve con otras mujeres antes de ti, pero tu sabías eso.

—No, quiero decir… después de que nosotros…

—¡Cecelia! ¿Qué demonios?

Su esposa escondió el rostro de su vista, pero Antony podía prácticamente


sentir sus mejillas ardiendo de color rojo.

—Tenía que preguntar, Antony. Tenía que hacerlo.

Dios, ¿por qué?

—¿Alguna vez te hice pensar que había alguien más? —preguntó él.

Cecelia negó con la cabeza.

—¿Por qué me preguntas eso, Tesoro? Nunca ha habido nadie más que tú
desde que nos conocimos. Ni siquiera he pensado en dejarte o tener a alguien
más. No soy… eso no es lo mío, ¿bueno? Tú eres mía. Eres todo lo que necesito y
quiero. Siempre lo has sido, Cecelia.
—Pero…

—¿Qué? —preguntó Antony.

—Johnathan y Kate. En realidad no hablamos acerca de lo que sucedió en esa


cena el mes pasado. Tú sabías que él tenía una amante, ¿no es así?

Antony suspiró ásperamente.

—Sí, pero él sabe que no lo apruebo y nunca he conocido a la mujer.

—Pero tú sabías.

—¿Y?

—¿No habría sido más fácil para ti también? ¿Como lo es con John?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque te amo y él no ama a Kate.

—Mi padre ama a mi madre. O eso dice, de todas maneras.

—No de la manera correcta, obviamente. —Él se encogió de hombros—. Si


lo hiciera, Liliana sería todo lo que Vinnie necesitara. En su lugar, él siempre ha
tenido una prostituta o dos a su lado. Probablemente tengas un hermano o dos
por ahí en alguna parte manteniéndose en silencio.

—Tal vez.

—No creo en la infidelidad, Cecelia. No ayudo a John a mantener secretos y


en realidad, él ya ni siquiera me habla de su amante porque no quiero escucharlo.
Ni siquiera sabía que todavía estaba con alguien, en realidad.

—¿Él la ama? —preguntó Cecelia.

Antony asintió.

—Él dijo que lo hacía hace mucho tiempo. Sospecho que es la misma persona.
La conoce desde hace bastante tiempo por lo que entiendo. Desde que eran
adolescentes, creo.

—Oh.

—¿Estás bien? —preguntó él a su esposa.

—Sí, estoy bien.

—Esos son ellos, Cecelia. No somos nosotros. Siempre te seré fiel. Eres mía.
—Lo sé. ¿De regreso al amor entonces?

Antony sonrió.

—De regreso al amor.

Hasta que la vida nos llegue a ellos, supuso él.

Los labios de Cecelia besaron un camino tentador por el pecho de Antony.


Su mano encontró el cabello de ella, sabiendo malditamente bien a dónde iba ella.
Cuánto más cerca iba a su polla, más duro él se ponía. En su ombligo, la lengua
de Cecelia golpeó y lamió su piel. Ella lo miró a través de los pesados ojos tapados
centelleando con lujuria y amor.

—Dime, Antony, ¿te gustaría follar mi boca?

—Maldita sea. —Luego gimió.

—¿Hmm? Esa no es una respuesta. ¿Quieres que te chupe la polla?

—Para una boca tan hermosa, es muy jodidamente sucia, Cecelia.

—Lo amas.

—Te amo, quieres decir.

Cecelia sonrió.

—¿Lo haces?

—Sí, tú…

Las palabras de Antony fueron interrumpidas por el sonido de su teléfono


fijo. Él maldijo en voz baja y golpeó su cabeza hacia atrás contra la montaña de
sábanas y almohadas.

—A la mierda mi vida —gruñó Antony.

Cecelia se echó a reír, rodando fuera de su esposo.

—Ve. Estaré aquí… no voy a ir a ninguna parte, te lo prometo.

Antony saltó del piso, medio poniéndose el par de pantalones de dormir y


una camiseta que Cecelia había traído con las sábanas.

—Será mejor que no te muevas. No he terminado contigo todavía, Cecelia.

—Espero que no.

Él no llegó al maldito teléfono antes de que dejara de sonar. Pero ni siquiera


tuvo la oportunidad de volver hacia su esposa cuando llamaron de nuevo.
Guiñándole un ojo y sonriéndole a su esposa desde el otro lado de la sala de estar,
Antony atendió la llamada.

—Ciao, habla Marcello.

El silencio respondió su saludo, pero Antony podía escuchar una tranquila y


lenta respiración al otro lado de la línea.

»¿Hola?

Nada.

Antony estuvo a dos segundos de cerrar el teléfono.

»No tengo jodido tiempo para esta mierda…

—Antony.

La palabra fue pronunciada a través de lo que sonó como una bruma total de
dolor. Antony sintió que su propio pecho se contraía por la voz familiar sonando
tan en agonía.

—¿Paulie?

—Ellos solo… e-ellos… ellos solo…

Antony levantó el teléfono inalámbrico, lo encendió, colgó el otro teléfono y


giro su espalda hacia Cecelia antes de dejar la sala de estar. Algo le decía que
tenía que moverse, que tenía que salir de la vista de su esposa porque tal vez ella
no quisiera ver lo que vendría a continuación.

—Paulie, háblame —murmuró Antony.

—Es John —susurró Paulie—. Ellos lo encontraron.

Antony sacudió la cabeza, confundido.

—¿Qué quieres decir con que lo encontraron? Él estaba en casa esta mañana,
¿verdad?

—Vinnie lo hizo, Antony. Vinnie.

—¿Hizo qué?

Antony podía escuchar los sollozos ahogados de su viejo amigo haciendo eco
a través del teléfono.

—Paulie, no entiend…
—Él jodidamente lo mató. Golpearon su cráneo y después dejaron caer su
cuerpo por las escaleras de la casa de su padre. ¡Vinnie lo hizo!

La náusea subió a la boca de Antony, la bilis reprimiendo su garganta y


lengua.

—No —susurró Antony.

—Vinnie…

—No.

El ataúd era tan pesado en el hombro de Antony, que parecía que iba a caer
al suelo y nunca ser visto de nuevo. El sabor de la sal descansaba sobre sus labios
que estaban fruncidos en un ceño del que parecía no poder deshacerse. El
corazón de Antony dolía, y de nuevo, sintió que no podía respirar.

Sonaron las campanas de la iglesia, personas separadas de los portadores del


féretro, Antony incluido, y la lluvia cayó.

Al menos era un clima apropiado para el día.

Al menos Dios había logrado hacer una maldita cosa bien.

Nada más lo estaba.

Antony sentía que le faltaba la mano izquierda.

En la parte delantera del ataúd, todo lo que tenía que hacer era girar la cabeza
y ver a su mano derecha. Paulie llevaba gafas de sol de aviador oscuras, pero su
mano debajo del ataúd, sosteniéndolo al igual que a su lado, estaba blanca y
temblando.

Su jefe había hecho esto.

Su jefe se había llevado a su amigo.

Antony no podía recordar un momento de su vida en el que antes se hubiese


sentido tan mal. Amaba la Cosa Nostra, era, y siempre había sido, toda su vida.
Su terreno fue sacudido, las cosas que pensaba que sabía y en las que creía se
volvieron patas arriba con una simple acción.
La Cosa Nostra le falló.

La Famiglia lo lastimó.

Era, sin duda, una parte de su vida. Se esperaba que Antony aceptara el golpe
a Johnathan Grovatti como negocio y nada más. Estaba destinado a aceptar la
decisión de Vinnie de matar a golpes a Johnathan con un bate de béisbol antes de
dejarlo para que su padre lo encontrara ensangrentado y muerto con la cabeza
destrozada.

A Antony se le dijo que borrara los años de amistad con John.

Se le dijo que la muerte del hombre estaba justificada, que fue honorable.

John era el padrino de Dante. Había sido el padrino de bodas de Antony.

Recordó llorar mucho después de que Paulie llamara. Recordó sentirse roto
y preguntar por qué. Recordó las manos de Cecelia corriendo sobre su
tembloroso cuerpo, levantándolo del suelo mientras sus emociones controlaban
lo que no podía olvidar.

—No puedo respirar —susurró Antony.

Los dolientes estaban demasiado lejos para oírlo, pero sabía que Paulie
podía.

»No puedo respirar —repitió él.

Paulie suspiró temblorosamente.

—Solo un poco más, hombre.

Cuanto más tiempo Antony fingía que nada estaba mal por las apariencias,
más creía que se quedaría así para siempre. Frío, entumecido y separado del
mundo. No tenía otra opción.

El peso proverbial que pesaba sobre el pecho de Antony, apretando su


corazón y pulmones hasta la muerte, solo parecía volverse más pesado con cada
paso que daban hacia el auto fúnebre.

John no había hecho nada malo.

Había sido sobre todo un buen hombre.

Había sido el mejor amigo de Antony.

La muerte de John fue lo primero que la Cosa Nostra le había quitado a


Antony. Había visto sufrir a otros hombres por sus errores a lo largo de los años.
Había enterrado a otros hombres a los que consideraba amigos. John no era lo
mismo.

Antony no sería el mismo después de esto.

Dos palabras todavía golpeaban las entrañas de Antony: por qué.

La mirada de Antony encontró a Kate Grovatti.

Ella. Todo era por ella.

Él me golpeó, mintió ella.

Él me lastimó, dijo ella.

Sus moretones salieron de la nada. Sus gritos eran tan falsos como siempre
lo habían sido. Cómo nadie más podía verlo, Antony no estaba seguro. Podían,
él lo sabía, pero todos miraban para otro lado porque nadie quería que fueran
ellos los siguientes.

Kate estaba podrida hasta sus jodidos huesos.

Ella estaba junto a Cecelia, Liliana, y un imperturbable y fresco Vinnie


Catrolli.

El jefe estaba mirando. Siempre estaba jodidamente mirando a Antony.

—Me pregunto si cree que estás planeando algo —dijo Paulie en voz baja.

—Bien, debería —dijo Antony, todavía llevando el ataúd de su amigo a su


último viaje—. Quiero que me vea venir.

Marzo, 1994

Una semana sangró en dos ante los ojos de Antony. Dos se convirtieron en
tres, y luego en cuatro. No podía dejarlo ir. Lo consumía constantemente. El
asesinato de John estaba matando a Antony porque aún no había hecho algo.

Cualquier cosa.

La nieve estaba tardando más en derretirse ese año de lo que normalmente


tardaba. John había sido colocado en una cripta hasta que llegara el deshielo de
primavera y pudiera ser enterrado adecuadamente. Antony recordó vagamente
empujar el ataúd de John en la ranura, palmeándolo una última vez para
despedirse, pero sintiendo que nunca lo dejó ir.

—Lo extraño —dijo Antony en voz baja—. Dante ha pedido ir allí un par de
veces. ¿Cómo le explicas a un niño que su abuelo mató a su padrino?

—Antony, si Vinnie tiene la más mínima idea de que estás planeando algo
contra él…

Antony silenció a Paulie con una sola mirada.

—Mantente fuera de ello.

—¿Cómo?

—Paulie…

—Cazzo, acabo de perder a John. Y esto es digno de que te lleven también.


No puedo hacer eso, ¿de acuerdo? John era demasiado. Déjalo estar.

Antony tragó fuerte, viendo a sus hijos perseguirse entre sí por el patio
trasero.

—No puedo, Paulie.

—Tony…

—Antony —corrigió bruscamente.

La frente de Paulie se arrugó.

—¿Qué?

—Antony, no Tony. Ya no. Tony vivía para la Cosa Nostra y le dio


jodidamente demasiado.

—La Cosa Nostra no hizo esto.

—Da lo mismo —murmuró Antony.

—Juraste a esto, Antony.

Antony asintió, su mirada encontrando a sus hijos de nuevo.

—Le prometí mi vida. Sé lo que dije cuando tomé el omertà.

—Esto es de por vida.

Lo era.
—Así que voy a construirlo mejor, hacerlo más grande y más fuerte. La Cosa
Nostra es lo nuestro, Paulie. Mis chicos no crecerán como nosotros lo hicimos.
Me aseguraré de ello. Son principes, es lo que se merecen. No pondré a mis chicos
en la famiglia, no en una como ésta. Ellos tendrán el control. Tomarán las
decisiones. Solo ellos.

—¿Qué estás diciendo?

Los años de muertes se acercaban. Antony podía sentirlo en sus huesos.


Nada sería fácil o seguro durante mucho tiempo.

—No vamos a ser la familia Catrolli por mucho más tiempo.

—¡Antony! —siseó Paulie—. ¿Qué hay de tu esposa e hijos? Qué harían si


eres el próximo en aparecer golpeado hasta la muerte, ¿eh?

Desestimó la advertencia de Paulie.

—Tengo otras cosas de las que preocuparme en este momento.

—¿Como qué? —espetó Paulie.

—Lina, la goomah de John. Necesito encontrarla. Ella merece saber lo que le


pasó.
CAPÍTULO 18
Abril, 1994

Antony hojeó las fotografías de una hermosa joven y un hombre familiar. Si


nadie supiera mejor, probablemente mirarían las fotos y pensarían que esta
pareja era cercana, probablemente casados, tal vez por un tiempo.

Las imágenes se extendían por años.

Johnathan y Lina en una playa, cenas y vacaciones compartidas.

Antony lo sabía.

Dios, lo sabía en ese entonces.

Era la sonrisa en el rostro de John, o la forma en que sostenía la mejilla de


Lina en la palma de su mano. En la forma en que los ojos de John nunca dejaron
los de su amante o cómo Lina se acurrucaba perfectamente en el costado de John.

Él había amado a esta mujer.

La amo como tú amas a Cecelia.

—Lamento no haberte escuchado, John —murmuró Antony, hojeando de


nuevo la caja de zapatos con fotos, documentos y chucherías. Se preguntó si había
algo que tal vez hubiera olvidado—. Debería haberte escuchado.

En las fotos, ella lucía encantadora.

Cualquier cosa.

Necesitaba algo para encontrar a esta mujer.

El apartamento de Lina fue destruido hace un mes, dijo el propietario. El


hombre fue lo suficientemente inteligente como para guardar lo que parecía
importante que a la mujer le gustaría conservar si regresaba. La familia de Lina
se había limpiado las manos. De hecho, el padre de la mujer prácticamente
escupió en la cara de Antony antes de que cerrara la puerta.

Supuso que no los culpaba.

No todos los italianos querían tener algo que ver con la mafia.

—¿Había algo más? —preguntó Antony, con la garganta gruesa y sus


palabras ásperas.
El hombre calvo negó con la cabeza.

—Lo siento, eso es todo. El resto tuvo que irse. Sin embargo, es una pena,
porque Lucky tenía muchas cosas. Tal vez ella tomó las fotos de él porque no
había ninguna en el apartamento y sé que tenía varias.

Antony estaba demasiado perdido para escuchar lo que el hombre decía.

—Está bien. ¿Puedo llevar esto conmigo?

—Seguro.

Aturdido y entumecido, Antony atravesó el edificio de apartamentos que


era, para todos los fines, un lugar decente y en una buena parte de la ciudad.
Había estacionado su auto a una cuadra por si alguien lo reconocía. Tenía que
haber una razón por la que Lina se fue, después de todo. Como si la chica supiera
que alguien vendría tras ella.

Una vez que Antony estuvo dentro de su auto, arrojó la caja al asiento del
pasajero. Un trozo de papel doblado que no había notado atrapado entre las
solapas internas de la caja, cayó a la parte superior de la pila. Al acercarse, lo
agarró y lo abrió, leyendo el documento.

Su corazón se hundió.

¿Algo bueno?

Algo sorprendente, incluso si fue estúpido de mi parte dejar que sucediera. Pero
todavía no se lo puedo decir a nadie.

Algún día lo entenderás.

Sí... algún día

Lucky tenía muchas cosas.

Mientras que los momentos parpadeaban uno tras otro como imágenes fijas
de películas en los recuerdos de Antony, solo podía ver tres palabras.

Un nombre, en realidad.

Luciano Johnathan Grovatti.

La fecha en el certificado de nacimiento decía que el niño era un año mayor


que el hijo de Antony, Dante. De hecho, sus cumpleaños tenían solo días de
diferencia.

Antony no podía respirar.


El garabato familiar de John estaba escrito en la esquina inferior izquierda,
indicando que era el padre del niño.

Todo ese tiempo…

Antony desperdició años evitando a la amante de John y su segunda vida.


Lo había ignorado simplemente porque no estaba de acuerdo en lugar de darle a
su amigo a alguien en quien confiar. John tenía tanto que nunca tuvo la
oportunidad de contar.

Como el hecho de que tenía un niño.

—Lo siento —susurró Antony, sin dejar de mirar el nombre—. Lo siento


tanto.

Mayo, 1994

Antony levantó la foto hacia la ventana de plexiglás y la comparó con la


mujer en la camilla de metal con la sabana más abajo de su barbilla. Era un poco
más joven en la imagen y, por supuesto, estaba viva.

Sin duda era ella.

—¿Es ella?

—Lina Bassanelli —confirmó en voz baja Antony—. ¿Qué pasó?

—Estrangulamiento, parece.

—¿A mano o algo más? —preguntó Antony.

—Algo más —respondió el forense. vagamente.

—Un cable entonces.

Ni siquiera era una pregunta.

A Vinnie le gustaban sus cables. Bueno, le gustaba ordenar a otros que los
usaran.

—¿Y su nombre es, señor? —preguntó el hombre a Antony, con el bolígrafo


sobre una libreta.
—Nadie —respondió Antonio encogiéndose de hombros.

Nadie importante.

A pesar de no querer tener nada que ver con Antony, la familia de Lina lo
contactó cuando ella salió de su escondite para pedir ayuda. Dieron lo que
pudieron. Ella no se quedó mucho tiempo, pero fue un error.

Vinnie tenía gente vigilando. Al menos, eso es lo que Antony creía.

Antony pasó todo su tiempo libre revisando morgues por toda la ciudad
buscando una mujer que se ajustara a la descripción de Lina. Lamentablemente,
la había encontrado.

—Señor, necesitamos…

Antony tomó la pluma y el bloc de papel del hombre y garabateó la dirección


de la madre y el padre de Lina.

—Allí, esa es su familia.

Los contactaría en un día más o menos.

La pobre familia no podría permitirse un funeral.

Antony les proporcionaría uno para ellos.

De alguna manera.

Junio, 1994

—Las nominaciones se abrieron la semana pasada —informó Antony al


chico.

Giovanni, el miembro favorito del equipo de Antony que había salvado a su


esposa e hijo hace tantos años, sonrió como un hijo de puta.

—¿Oh?

—Sí, y te nominé.

—Quítate la ropa, tenemos que asegurarnos de que no tienes un micrófono


—dijo Paulie.
Giovanni le lanzó una mirada sucia a Paulie, pero hizo lo que le dijeron, se
quitó la camisa y dejó caer sus pantalones y calzoncillos sin una pizca de
vergüenza.

—Sigue buscando, Paulie. No tengo nada de qué avergonzarme.

—Jódete, cafone —dijo Paulie, riéndose. Le arrojó una toalla al chico—.


Cúbrete lo tuyo, mantén la boca cerrada a menos que te digan que hables y trata
de no mearte encima.

Los recuerdos pasaron por la mente de Antony, amenazando con romper su


fachada fresca y tranquila. Había sido este chico una vez. Había hecho esto
mismo.

—Al menos tú tienes clima cálido —señaló Antony, mirando hacia el cielo
oscuro de junio.

—¿Cuándo fue el tuyo? —peguntó Giovanni.

—En la mitad del puto invierno. Me congeló las bolas.

—Pero recibiste tu botón.

—Prometí toda mi vida por conseguirlo también. —Antony suspiró,


mirando al chico—. ¿Estás listo para esto?

Giovanni sonrió.

—Ya lo sabes, Jefe.

—No soy el jefe aquí, Giovanni.

No aún, de todas formas.

Aún estaba tan oscuro como la brea fuera del almacén familiar. Incluso una
década después, Vinnie era el mismo de siempre. Al hombre le gustaba que las
cosas fueran similares. No disfrutaba el cambio en su vida. Ya siendo un mafioso,
Antony observó una docena de hombres o más ser integrados en este mismo
almacén. Igual que había ido su ceremonia de iniciación todos esos años atrás,
Antony sabía cómo le iría a Giovanni esta noche.

Bueno, parcialmente.

—¿Qué hay de ti, Paulie? —preguntó Antony—. ¿Estás listo para esto?

Paulie ni siquiera dudó.

—Por John, sí.


—Por John entonces.

El interior del almacén estaba en silencio y rodeado en oscuridad. Antony le


dio un empujón a un Giovanni casi totalmente desnudo, empujando al joven al
medio del lugar. Entonces retrocedió y presionó el botón que encendería el
reflector y expondría a Giovanni a la habitación llena de hombres, mientras se
aseguraba de que el hombre no sería capaz de ver a los hombres de la famiglia.

Diablos, incluso oculto en las sombras a través de todo el almacén como


estaban, sentado encima de cajas, cajones y de pie en los rincones, los hombres
de la familia del crimen Catrolli no podían verse entre sí.

Parecía un buen momento para hacer lo que necesitaban hacer, en lo que


respecta a Antony.

Antony caminó a lo largo de la pared este del almacén, manteniendo un ojo


sobre el Don de su familia mientras Vinnie entraba en el círculo para saludar a
Giovanni por su iniciación. El omertà era sagrado para ellos; incluso para
Antony. Era una ceremonia intocable desde hace años. Claro, las palabras
podrían ser dichas diferente. Cada familia tenía su propia forma de decir o hacer
las cosas, pero el significado del omertà, el resultado final, siempre permanecería
igual.

—Solo hay dos formas en las que saldrás de aquí —dijo Vinnie, su voz
haciendo eco a través del silencioso almacén—. Como un mafioso, o muerto.
¿Estás preparado para continuar con esta noche, a pesar de cómo podría terminar
para ti?

Antony sonrió, sabiendo la respuesta de Giovanni.

—Lo estoy.

—Entonces comencemos.

Antony finalmente llegó al punto del almacén en el que quería estar.


Manteniendo su mirada sobre Vinnie mientras el jefe comenzaba a cuestionar al
joven sobre la famiglia y su deseo por el botón, Antony se sacó la chaqueta, sin
querer que le estorbara después.

No había duda o preocupación en la mente de Antony.

Un hombre listo esperaba.

Planeaba.

Esa clase de hombres eran los más peligrosos. Eran hombres silenciosos. Un
hombre que no daba su golpe llevado por solo las emociones, sino que, en lugar
de eso, dejaba que la ira y la necesidad de venganza supurara hasta que lo
comiera vivo.

Pero solo en el interior.

Por fuera, nadie podría siquiera medio notarlo.

Antony era un hombre inteligente.

Vinnie se detuvo en el borde del círculo de luz, Antony se adelantó un paso,


más cerca a su jefe.

—No te muevas, mantente quieto a menos de que te hablen o te pidan que


hables, y responde todas las preguntas que la famiglia te exija, Giovanni —dijo
Vinnie.

Cuando Vinnie desapareció de la vista de los otros hombres, retrocediendo


a la oscuridad como Antony sabía que su jefe haría, era el momento. Antony sacó
el cable enrollado del bolsillo trasero de sus pantalones de vestir, dejando que se
desenrollara, y dio su golpe.

El cable era efectivo. A Vinnie le gustaba, en realidad. Antony pensaba que


era apropiado para la muerte del hombre que habría escogido lo mismo para
alguien más. Una forma que había escogido para alguien más, en realidad. Lina.

Vinnie luchó, pero no hizo ni un sonido. Antony apretó el cable en la


garganta del Don, forzando el cuerpo del hombre hacia el suyo mientras retorcía
el cable alrededor de su puño para un poco más de tensión. Las manos de Vinnie
subieron para golpear a Antony. Sus uñas se enterraron en la mejilla de Antony,
seguramente extrayendo sangre.

Dolía. Dolía como un hijo de puta.

Antony no hizo un sonido. Solo continuó sosteniendo ese cable, contando los
segundos hasta que Vinnie dejara de luchar y su corazón dejara de latir.

Quizás entonces... quizás entonces Antony finalmente sería capaz de respirar


de nuevo. Quizás sería capaz de visitar la tumba de John y disculparse
apropiadamente por las cosas que no se tomó el tiempo de querer saber. Quizás
entonces sentiría como si finalmente hiciera algo bien y digno de la Cosa Nostra.

Antony comenzaría removiendo la cosa que la envenenaba: Vinnie Catrolli.

—Hubiera reventado tu cráneo como lo hiciste con John, Vinnie, pero esto es
mucho más efectivo para mis propósitos —susurró Antony en el oído del hombre
asfixiado—. Verás, lo que hiciste no te hace más que un cobarde. Hiciste que
alguien más golpeara a mi amigo hasta matarlo. Hiciste que alguien tirara su
cuerpo para que su familia lo encontrara. Hiciste que alguien más hiciera todo tu
maldito trabajo sucio. ¿No lo sabes aún, Vinnie? Un buen jefe hace lo suyo.

Antony rio. El sonido fue tan vacío como se sentía su corazón.

—Sí, esto es mejor —continuó Antony, sosteniendo el cable con fuerza y


negándose a soltarlo mientras la pelea de Vinnie comenzaba a cesar—. Es mejor
porque, cuando las luces se enciendan, todos lo verán. Cada uno de ellos sabrá
exactamente de lo que soy capaz. Te mataré con algunos de ellos a menos de diez
pasos, y aun así, no sabrán nada. Si son inteligentes, estarán aterrados de mí y se
resignarán. Si no, me ocuparé de eso también.

Vinnie se sentía demasiado cálido contra Antony, como si su sangre


estuviese corriendo a través de sus venas, completamente nulo de oxígeno
mientras su cuerpo daba una última pelea para sobrevivir. Sería inútil.

Mientras tanto, Antony se enfocó en el joven hombre en medio del círculo de


luz, respondiendo las preguntas que eran lanzadas a él por los hombres en la
famiglia. Giovanni respondió con su humor usual, ganándose rondas de risas.

—Me llamaste sucio una vez —dijo Antony a Vinnie, el fantasma de una
sonrisa tirando de su boca—. Es hora de mostrar lo jodidamente sucio que somos
los Marcello en realidad.

El cuerpo de Vinnie finalmente dejó de luchar.

Antony sostuvo el cable por sesenta largos segundos más, antes de dejar que
el cuerpo cayera al suelo de cemento... solo para estar seguro.
CAPÍTULO 19
Como la iniciación de Antony, la del joven Giovanni tomó demasiado
tiempo.

Cuando llegó el momento de que el jefe volviera a salir a la luz para cortar al
hombre, hacerle decir las reglas y su juramento, Antony fue el que salió al círculo.
Murmullos confusos pasaron por el almacén. Antony continuó caminando hacia
adelante hasta que estuvo de pie cara a cara con un sonriente Giovanni.

Te conseguiré el botón, chico.

Antony le había hecho esa promesa hacía mucho tiempo. Él iba a cumplir esa
promesa literalmente esta noche.

—¿Tu mano? —pidió Antony.

Giovanni extendió la mano con la palma hacia arriba. Antony seguía


esperando que cualquier hombre hecho en el almacén se diera cuenta de que algo
andaba muy mal, encontrara el interruptor de la luz y expusiera lo que había
sucedido. Nadie lo hizo.

—No hay necesidad de un arma, Giovanni. No es necesario que una bala te


muestre lo que sucederá si no puedes hablar y terminar tu juramento de manera
honesta y completa —dijo Antony en voz baja—. Sabes lo que pasará.

—Me matarás.

—Lo haré. —Antony sacó una navaja de bolsillo, la que su padre le había
regalado hacía tantos años. Seguía siendo la favorita de su colección. Cortó una
rebanada larga de diez centímetros en la palma de Giovanni, pero no quitó la
navaja—. Agárrate a esto, Gio. Deja que tu corte sangre alrededor de la cuchilla.
Deja que el dolor te recuerde la cicatriz que tendrás a partir de esta noche y lo
que significa. Su significado: esta cosa nuestra es tan importante que a veces
olvidamos por qué es y por qué es así. Lo más importante es garantizar que siga
siendo nuestra. Espero que hagas eso también.

Giovanni asintió, pero se quedó callado, agarrándose con fuerza al cuchillo


como le habían ordenado. No se inmutó y Antony sabía que tenía que doler como
el infierno.

—Las reglas —dijo Antony—. Dímelas.


Con calma, con una voz clara y segura de sus deseos, Giovanni recitó las
reglas más fundamentales de Cosa Nostra. Antony había roto una de ellas esa
noche.

Nunca le quites la vida a otro hombre hecho.

No se arrepentía.

No podía.

—¿Vienes a esta cosa nuestra voluntariamente? —preguntó Antony.

—Sí —respondió Giovanni.

—Entonces, di el juramento.

Antony escuchó mientras pronunciaban las palabras, unas que sabía de


memoria, unas que sabía que el resto de los hombres del almacén también sabían.
Una sensación sólida y firme se había asentado sobre su corazón, calmando sus
nervios finalmente.

—Enciendan las luces —exigió Antony cuando Giovanni terminó.

Cuando el almacén se iluminó, Antony no movió un solo músculo. Dos


golpes, disparos, resonaron en el almacén. No necesitaba darse vuelta para saber
qué sucedió.

Paulie había hecho su trabajo. Tanto el nuevo subjefe como el consigliere de


Vinnie habían sido asesinados.

Era la manera de la mafia, después de todo.

Gritos enojados y confundidos rebotaron en el almacén. Los hombres podían


ver el cuerpo de Vinnie. Podían ver a Paulie con armas apuntadas y esperando.
No era necesario ser un genio para darse cuenta de lo que había sucedido.

Esta noche, el almacén se iría, quemado hasta los cimientos. Por la mañana,
se descubriría el cuerpo de Vinnie al igual que los cadáveres de sus hombres.

Antes de que los hombres de la familia criminal Catrolli se fueran,


entenderían dos cosas.

Uno, tenían un nuevo jefe.

Y dos, los Catrolli no existían.

Solo los Marcello.

Antony ni siquiera alejó la mirada de Giovanni.


—Bienvenido a la famiglia.

—Gracias Jefe.

Sentado en el sofá, Antony miró fijamente a la pared mientras la luz del día
se filtraba a través de las grandes ventanas de su hogar. Después de haber llegado
a la mansión Marcello, encontró un lugar donde sentarse y no se movió.

En su mayoría porque necesitaba pensar.

Nada sería lo mismo, no que algo lo hubiera sido desde el asesinato de


Johnathan. Ahora, iba a ser completamente diferente. Antony no era
simplemente un hombre hecho, él era el jefe. Ser el Don nunca había sido una de
sus metas. Nunca había cruzado su mente hasta que no tuvo otra opción.

Matar a Vinnie significaba asegurarse que él no enfrentaría las consecuencias


más adelante. La única forma de hacer eso era mantener el puesto más alto.
Antony lo tomó.

El sonido de pisadas a través del pasillo hacia la cocina atrajo la atención de


Antony hacia esa dirección. Levantándose del sofá. Antony fue a donde se estaba
preparando café. Cecelia tarareaba detrás de la encimera de la cocina, sin saber
lo que su esposo había hecho la noche anterior.

La vida de ella ahora sería diferente también.

Antony sospechaba que ella podría manejarlo. Ser la esposa del jefe, la reina
de la mafia. Cecelia Marcello estaba hecha para eso.

Saber que su esposo mató a su padre sería completamente distinto.

—Cecelia —dijo Antony en voz baja.

Ella no lo escuchó.

—Cecelia.

Su esposa se giró sobre sus talones, sorpresa abriendo más sus lindos ojos
verdes. Rápidamente se volvieron preocupados.

—¿Antony?
—Lamento no haber llamado anoche, Tesoro.

Cecelia movió su mano en el aire.

—Está bien. Los chicos me mantienen ocupada.

Siempre lo hacían.

—¿Qué te sucedió en la mejilla? —preguntó Cecelia, inclinándose sobre la


encimera de la isla para acunar el rostro de su esposo. Acariciando la
desagradable cicatriz con su pulgar.

—Nada importante.

—Bueno, parece doler, Antony.

—Estoy bien.

—¿Esa es sangre en tu camisa? —preguntó Cecelia.

Antony suspiró, bajando la mirada a la mancha rojiza en su pecho.

—Sí, lo es. ¿Los chicos están durmiendo?

—Jugaron mucho anoche —dijo ella como explicación.

—Me imagino que sí. Vas a necesitar tener un par de guardaespaldas contigo
por un tiempo, ¿está bien?

—¿Por qué? —preguntó ella.

Antony se encogió de hombros.

—Solo porque sí.

Porque ella era la esposa de un jefe. Ella siempre sería un blanco. Porque
limpiar a su Cosa Nostra significaría limpiar a las familias de la Cosa Nostra en
Nueva York. Si eso significaba que la familia Grovatti tenía que ser aniquilada,
que así fuera.

Había demasiadas razones para ser nombradas.

—Necesito tu seguridad —dijo Antony en voz baja, imaginándose que eso


era lo mejor para decir—. Te amo, así que necesito que estés a salvo, Cecelia.

—¿Por cuánto tiempo? —preguntó Cecelia.

La honestidad era lo mejor.

—Para siempre.
Cecelia se quedó quieta, la taza de café que estaba levantando a su boca
quedó congelada también.

—¿Disculpa?

El teléfono de la cocina comenzó a sonar, interrumpiendo su conversación.


Bien podría haber sido la historia de su vida. Alguien siempre interrumpiendo.
Alguien siempre lo haría. Antony quería preparar a su esposa para la llamada.
Pensó que sería mejor si no lo hiciera.

Mirando el reloj en la pared, Antony notó la hora. A Liliana le gustaba


caminar por la mañana a la misma hora todos los días. Habría encontrado el
cuerpo de su esposo al final de su camino de entrada hace treinta minutos más o
menos.

Esta vez, sabía de qué se trataba la llamada.

Era Cecelia quien no lo sabía.

—Contesta el teléfono, Tesoro —dijo Antony.

—¿Antony?

—Contesta.

Con el ceño fruncido, Cecelia levantó el teléfono inalámbrico y respondió la


llamada.

—Casa Marcello, habla Cecelia.

Al instante, la sangre se escurrió del bonito rostro de su esposa. Antony


podía escuchar los gritos desesperados de su suegra al otro lado de la llamada,
sus palabras apenas inteligibles a través de sus sollozos. Antony no se movió ni
apartó la vista de Cecelia.

No le tomó mucho tiempo a su esposa juntar dos y dos. Ella volvió a ver su
rasguño, su ropa sucia y la mancha de sangre. Probablemente estaba notando lo
cansado que lucía y sus comentarios sobre los guardaespaldas.

Ella lo sabía.

—Mamá —dijo Cecelia, su voz caída y ronca.

La histeria de Liliana continuó.

La mirada de Cecelia revoloteó sobre los rasgos de piedra de Antony. El


dolor parpadeó en sus ojos. Las lágrimas parpadearon en sus ojos, amenazando
con caer. Ese era su único arrepentimiento. Lastimar a Cecelia era una carga
difícil de soportar. A ella no le había gustado su padre, pero Vinnie seguía siendo
su padre. La había creado. O la mitad de ella, de todos modos.

Antony sacó un trozo de papel doblado, lo abrió y lo colocó en el mostrador


a plena vista de la mirada de su esposa. Era el certificado de nacimiento del
pequeño Luciano. Aún no podía encontrar al chico. No sabía dónde buscar ni
dónde lo había escondido Lina.

Cecelia no tocó el papel, pero lo miró. Sin decir una palabra, Cecelia colgó el
teléfono de su madre todavía llorando.

—Mi padre —dijo Cecelia, sacudiendo su cabeza.

Las lágrimas finalmente comenzaron a caer.

—Lo siento.

—¿Tú... lo hiciste?

—Sí —murmuró Antony.

—Dios, ¿por qué?

Antony tocó el certificado de nacimiento con un dedo.

—Por él.

—Pero…

—Vinnie también mató a su madre. La amante de John. La mató. Este


pequeño niño está por ahí, Cecelia. El hijo de John está ahí fuera.

—Luciano.

—Lucky —dijo Antony—. Como el mafioso de la vieja escuela, Lucky.

—Lucky —repitió su esposa.

—Reza para que este niño pueda ser dueño de su nombre hasta que lo
encuentre.

La mirada de Cecelia se levantó para encontrarse con la de Antony.

—¿Encontrarlo?

—Necesito traer a este chico a casa, Cecelia. Se lo debo a John y necesitaba


que fuera seguro. Así que sí, Vinnie tenía que irse.

Su esposa parecía que iba a enfermarse.

Era difícil darse cuenta de que su esposo era un monstruo.


Antony no culpaba a Cecelia por sus sentimientos.

—Encuéntralo —dijo su esposa.

—Eso es lo que dije.

—No, Antony, encuentra a este niño.

•••

La paciencia de Antony se desgastó terriblemente, mientras se quedaba


callado en la esquina, observando a familiares y amigos llorando por el hombre
que mató hace solo tres semanas. La policía se había negado a liberar el cuerpo
por más tiempo, pero finalmente, simplemente no tuvieron elección. Sin nada
que hacer, el cadáver de Vinnie fue liberado a su familia con el permiso para un
entierro.

Cecelia abrió su casa a familiares y amigos después de los servicios


funerarios. Supuso que todo esto era parte del show, después de todo.
Necesitaban mantener las apariencias.

Sospechaba que la mayoría sabía, o si no, tenían un buen indicio de que fue
él quien le quitó la vida a Vinnie.

Antony le ofreció a Paulie un asentimiento mientras el hombre se apoyaba


en la pared junto a su viejo amigo.

—¿Cómo estás? —preguntó Paulie.

—Mejor —admitió Antony.

—¿Cecelia?

—Me habla.

Paulie se rió.

—Eso es más que la semana pasada.

—Dante la hizo sentir culpable, creo. Preguntó por qué estaba enojada
conmigo, así que mintió y le dijo que no. Ella ha estado hablando conmigo por el
bien de los chicos desde entonces.

—Ella…

—Estará enojada durante mucho tiempo —interrumpió Antony con un


encogimiento de hombros—. Y con razón.

—Va a mejorar.
—¿Cuándo?

—En un tiempo —respondió Paulie.

—¿Cómo están los hombres? —preguntó Antony.

Paulie levantó una ceja, mirando intencionalmente a la habitación.

—Echa un vistazo, Jefe.

—Hmm, pero eres más cercano a ellos ahora que yo. Es tu trabajo como mi
consigliere saber estas cosas, ¿verdad?

—Están... conformes.

Antony asintió.

—Vamos a mantenerlos de esa manera.

—¿Y Kate? —preguntó Paulie.

Bueno, Antony aún no se había decidido acerca de eso.

—Cecelia nunca me perdonaría. Ella la odia, sé que sí, pero... no lo sé, es


familia, Paulie.

—Entiendo —dijo su amigo en voz baja.

Antony miró a través de la habitación, encontrando a Kate inmediatamente.

La perra lo estaba mirando fijamente.

—Y ella también lo sabe —agregó Antony.

Sonriendo y esperando que Kate tomara la amenaza silenciosa como una


promesa, Antony hizo el signo de un arma con los dedos y apuntó directamente
a Kate, apretando el gatillo. Ella se estremeció.

Era solo cuestión de tiempo.

—Ella lo sabe.

—Perdóname padre porque he pecado —murmuró Antony.


La respiración tranquila y rítmica del Padre Peter calmó a Antony de una
manera que no podía entender. La iglesia siempre había sido su refugio, el lugar
para calmar su agitación interior. Desde el otro lado del confesionario, el Padre
Peter permaneció en silencio hasta que Antony estuviera listo para continuar.

—Ha pasado… —Antony se encogió—, mucho tiempo desde mi última


confesión.

—Diez años —dijo el Padre Peter.

Antony se rio sombríamente.

—¿Ha pasado tanto tiempo?

—Te confesaste una semana antes de tu boda con Cecelia. Querías empezar
de cero con ella, si no recuerdo mal.

—Tiene razón, como siempre.

—Bueno, lo intento.

Antony dejó salir su respiración, sintiendo una presión del peso sobre sus
hombros. Por un tiempo después del asesinato de Vinnie, había desaparecido.
Ahora estaba de vuelta. Antony necesitaba que se fuera de nuevo.

—¿Qué te preocupa, Antony? —preguntó el padre Peter.

—Cosas.

—Cuéntame. Sabes que esto siempre ha sido una zona segura. Nunca te
juzgo, no me corresponde hacerlo.

—Le fallé a un amigo.

—¿Oh?

Antony asintió a pesar de que el sacerdote no podía verlo.

—Lo juzgué por sus decisiones e ignoré cosas que no quería ver. Al final, le
fallé por eso. No fui un buen amigo para él, no como debería haber sido.

—El arrepentimiento es una pesada carga que los humanos llevamos


alrededor de nuestras gargantas como una soga. Y nunca lo manejamos tan bien
como creemos que lo hacemos.

¿No era esa la verdad?


—Y lastimé a mi esposa —añadió Antony después de un momento, sabiendo
que eso era otra cosa que le molestaba—. El perdón no viene fácil para una mujer
como Cecelia Marcello.

El Padre Peter se rio.

—Antony, el perdón viene demasiado fácil para una mujer como Cecelia.
Sabes esto.

—Entonces, ¿por qué no lo ha hecho?

—¿Se lo has pedido?

—No —susurró Antony.

—¿De quién es la culpa?

—Mía.

Padre Peter dio un golpe ligero en la partición que los separaba.

—Tu penitencia es tu conciencia, Antony. No necesito darte más.

Sin otra palabra, Antony se puso de pie y abrió las cortinas confesionales
para irse. Encontró a su esposa e hijos esperando en el otro lado. La confesión
rara vez se llevaba a cabo después de los servicios dominicales, pero el sacerdote
había hecho una excepción. Antony asumió que Cecelia llevaría a sus chicos al
auto y lo esperaría.

Debería haberlo sabido mejor.

Cecelia soltó la mano de Dante para poder alcanzar la de Antony. Él la tomó.

—Vámonos a casa —dijo su esposa—. Tenemos una cena para servir, ¿hmm?

—La tenemos.

Mientras caminaban hacia la parte posterior de la iglesia, Dante tiró de la


mano libre de su padre.

—¿Qué sucede, hombrecito? —preguntó Antony.

—¿Lucian va a venir pronto?

Antony casi tropieza.

—¿Perdón?

Cecelia apretó la mano de su esposo fuertemente.

—Pronto, Dante.
—Genial.

Antony le dio una mirada a Cecelia.

—¿Lucian?

—Son muy pequeños para entender todavía. Lo llamaremos Lucian.

—Todavía no lo he encontrado —dijo Antony.

—Lo harás.
CAPÍTULO 20
Marzo, 1996

—Oh, Dios mío —gimió Cecelia—. No contestes ese maldito teléfono,


Antony.

Antony empujó a su esposa a la cama y se inclinó para agarrar el teléfono


que sonaba de la mesita de noche. Antes de hacerlo, Cecelia se dio la vuelta y se
lo arrebató, manteniéndolo fuera de su alcance.

—No lo hagas, Antony —advirtió ella.

—Tesoro, dame el teléfono.

Cecelia hizo un puchero.

—No.

—Cecelia.

—Esto sucede cada vez, lo juro. Cada vez que recibimos una llamada
telefónica y estamos en medio del sexo, algo malo ha sucedido. Esta vez no,
Antony. Eres el jefe, no tienes que contestar el teléfono. Tienen que responder a
ti. No lo contrario.

—Eso no es cierto —dijo Antony—. Algo malo no siempre ha sucedido


cuando nos interrumpen.

—Es muy cierto. Piénsalo bien, bello.

Antony lo hizo. Ella tenía un punto.

Aun así... podría ser importante.

—Dame el teléfono, Cecelia.

—No.

Maldita sea.

Antony retiró el teléfono de la mano de su esposa y salió de la cama para que


no pudiera quitárselo, y de alguna manera logró esquivar la almohada que ella
le arrojó al mismo tiempo.

—Tú... imbécil —murmuró Cecelia.


—Pero tuyo.

—Buena cosa.

Antony contestó la llamada y le guiñó un ojo a su esposa al mismo tiempo.

—Habla el Jefe.

—Jefe, es posible que desee ir al lugar Jones —dijo uno de los Capos más
jóvenes de Antony.

—Son las ocho de la noche —dijo Antony—. No tengo que hacer nada.

—Lo siento, no, tiene razón, Jefe. Solo quise decir...

—¿Pasó algo malo?

—No.

—¿Alguien murió?

—No —respondió el Capo.

—¿Alguien tiene que morir? —preguntó Antony, sonriendo a Cecelia, quien


solo negó con la cabeza.

—Uh, ¿no?

—¿Por qué fue una pregunta y no una declaración?

El Capo farfulló por una respuesta apropiada.

—Tú eres el jefe, jefe.

—Exactamente. Y en este momento, no me necesitan.

—Pero…

—Vincent, en este momento, no estoy…

—Lo siento, Jefe, perdona mi grosería, pero un par de tipos tienen


información que podrías desear sobre un niño. Eso es todo lo que dijeron. Algo
sobre el restaurante de Jones y un niño.

Antony se congeló en su lugar.

—Un niño; ¿eso fue todo lo que dijeron?

—Sí.

—¿Nada más?

—Lo siento, Jefe —murmuró Vincent.


—Está bien. Que los chicos sepan que estaré allí en veinte.

Antony colgó el teléfono y lo arrojó a la cama, frotándose la frente.

—¿Qué pasó? —preguntó Cecelia, suspirando—. Lo sabía. Algo pasó.

—No, no lo sabías. Esto... podría ser bueno.

¿Podría?

¿De verdad?

Dios, Antony esperaba que sí.

Había pasado los últimos dos años buscando al hijo de Johnathan. Lina había
hecho su trabajo para mantener al niño a salvo porque Antony no solo había
buscado en refugios, pagó a la gente en el sistema de acogida en busca de un John
Doe que podría haber aparecido, además de... morgues, pero nada.

Ni una jodida cosa.

¿Dónde estaba el Lucky de John?

¿Dónde demonios Lina había escondido a Luciano?

—¿Antony? —preguntó Cecelia en voz baja.

—Alguien tiene información sobre un niño —dijo Antony encogiéndose de


hombros.

Los ojos de Cecelia se iluminaron.

Antony se puso a la defensiva de inmediato.

—Cecelia, no lo hagas. No lo sabemos. ¿Dónde demonios ha estado este


chico, de todos modos? ¿Dónde puede esconderse un niño de su edad? ¿Cómo
se supone que cuidaría? ¿Te imaginas a Dante haciendo eso? Porque tienen
prácticamente de la misma edad, ¿está bien? Podría ser un fugitivo o...

—Los niños son resistentes, Antony —intervino Cecelia suavemente—. Son


duros como el infierno. Mira a nuestros muchachos. Tienen que ser duros, tú te
aseguras de que lo sean. ¿Quién puede decir que Lucian no es igual?

—Luciano —corrigió Antony.

—No, en esta casa, él es Lucian.

—Él no está en esta casa todavía.

—Los niños lo conocen como Lucian, Antony.


—Bien, lo que sea. —Antony mordió el interior su mejilla, considerando
todo—. Podría ser él, Cecelia. Hace un par de semanas, los chicos escucharon un
ruido en la parte de atrás del restaurante y encontraron a un niño de su edad
escarbando en los botes de basura buscando comida, probablemente. Estaba
murmurando como loco.

—¿Oh?

—Sí, en italiano.

—Oh —susurró Cecelia.

—¿Quieres venir conmigo? —preguntó Antony.

—No, debería quedarme aquí.

—¿Por qué?

Todo de lo que Cecelia hablaba era traer a Lucian a casa y mantenerlo a


salvo. Estaba la cuestión de criar al niño como suyo, porque ese era su plan, pero
la Cosa Nostra no se llevaba muy bien con la adopción. Antony se apresuraría a
señalar a cualquiera que cuestionara su elección de aceptar a Lucian que el niño
se consideraba familia. Él vino de un hombre hecho en la famiglia, incluso si ese
hombre ya había fallecido.

—Va a necesitar algo a lo que volver a casa, Antony —explicó Cecelia—. Una
cama, algo cálido, tal vez su... bueno, ya sabes.

Antony frunció el ceño.

—No realmente.

—Sus hermanos también.

Dante y Giovanni se habían quedado en casa de Paulie por la noche para


darles un descanso a Cecelia y Antony.

—Hazles saber a tus ejecutores que te vas antes de que te vayas para que
puedan seguirte, ¿de acuerdo?

Cecelia asintió.

—Podría ser él, ¿sí?

Antony tomó la camisa que colgaba del poste de la cama.

—Podría ser él.


Se parecía a Johnathan.

Fue lo primero que Antony notó de los ojos color avellana que lo miraban.

Los ojos de John

Lucian se había empujado hasta el borde del asiento trasero, por lo que
estaba presionado contra la puerta. Antony sospechaba que el niño había pasado
tanto tiempo en espacio abierto que estar confinado lo ponía nervioso e inquieto.

—¿Galleta? —preguntó Antony, extendiendo los dulces para que el niño los
tomara de nuevo.

Lucian todavía no confiaba en él porque no tomaba la comida. Aunque debe


haber encontrado algo en Antony en lo que confiaba porque fue con él. Lo dejó
abrazarlo. Permitió que Antony lo metiera en el auto y lo cubriera con una manta.

El niño estaba sucio, necesitaba un corte de cabello, su ropa estaba


desgastada, hecha jirones y un desastre... pero, Dios, estaba vivo.

—¿Por qué Lucian? —preguntó el niño de nueve años.

Bueno, mañana tendría nueve años, Antony lo sabía.

—A mi esposa le gusta cómo suena —respondió Antony—. A mí también.

—A Mamma le gustaba Luciano.

—Creo que a tu padre le gustaba más.

—¿Por qué?

Antony se rio entre dientes.

—Una persona favorita de Johnathan, eso es todo.

—¿Quien?

—Haces muchas preguntas para un chico tan callado.

Lucian bajó la mirada.

—Lo siento, señor.


—Nada de eso. Es Antony o... —Antony se calló, inseguro de que decirle al
chico que podía llamarlo papá sería demasiado. Probablemente lo sería. Es mejor
dejar que el niño decida eso por sí mismo—. Es Antony, Lucian. Y puedes
preguntar todo lo que quieras. ¿De qué otra forma aprenderás si no preguntas?
Es bueno hablar y preguntar, pero es mejor escuchar, ¿no? Siempre escucha,
Lucian. Escuchar te llevará más lejos, confía en mí.

—De acuerdo.

—¿Galleta? —ofreció Antony de nuevo.

El ejecutor que conducía el coche le dio a Antony una mirada al espejo,


riendo en silencio.

Era la décima vez que le ofrecía las galletas a Lucian.

Cada vez lo rechazaba.

Lucian tomó las galletas.

Septiembre, 1997

—¡Antony!

Antony asomó la cabeza por encima de la barbacoa, frunciendo el ceño a su


hermano enojado mientras el hombre acechaba al otro lado del patio.

—¿Qué, Ross?

—Ese maldito mocoso de...

—Más vale que las próximas palabras que salgan de tu boca sean sobre el
hijo de otro o te cortaré la maldita lengua.

La mirada de Ross se estrechó.

—Creo que sé de dónde sacó su mierda. Eso, o simplemente no puede


evitarlo. ¿Quién sabe?

—¿Quién?

—Lucian.
La confusión de Antony subió un par de peldaños. Lucian era un niño
tranquilo, especialmente cuando había otras personas alrededor. Decía muy
poco, tendía a jugar solo, a menos que Dante o Giovanni lo obligaran a salir de
uno de sus escondites, y rara vez se metía en problemas como sus dos hermanos.
Era muy inteligente para ser un chico que también pasó dos años de su vida
viviendo en la calle. Solo le tomó un tutor privado y un par de meses de paciencia
y Lucian estaba listo para comenzar la escuela en su propio año y grupo de edad.

—No sé de qué hablas, Ross, pero ya basta. Tu opinión sobre mi hijo no tiene
ninguna importancia para Cecelia y para mí.

—¡Golpeó a mi hijo en la boca!

Antony dejó caer el pincel que estaba usando para untar los filetes con salsa.

—¿Qué?

—Ya me escuchaste. Le dio un puñetazo a Denny en la boca, Antony. Vamos.


Eso es ridículo.

No, no necesariamente, pero no tenía mucho sentido.

—Lucian nunca ha sido violento, Ross.

—Denny tiene la boca ensangrentada y Dante dijo que la culpa es de Lucian.

Apuntando a la barbacoa, Antony dijo:

—Encárgate de esto, ¿quieres?

—Lo que sea, arregla a tu hijo.

—Oye, cuidado.

Ross suspiró.

—Lo siento, hombre. Es solo que... eso no es normal, ¿está bien? No lo es.

—Yo me encargo.

Antony hizo una rápida inspección del patio trasero pero no pudo encontrar
a Lucian en ninguna parte. Lo más probable es que estuviera en uno de sus
escondites dentro de la casa. Tenía muchos de esos. A Lucian le gustaba cualquier
lugar pequeño, apretado y oscuro. Los armarios eran sus favoritos en particular,
pero a veces también se metía debajo de una cama o detrás de un sofá.

Un terapeuta dijo que esa era la manera en que el niño se acostumbraba a su


nuevo entorno al hacerse sentir no tan pequeño en un lugar tan grande. A Cecelia
y a Antony no les gustaba que Lucian sintiera que necesitaba esconderse de su
familia y del mundo, pero lo dejaban en paz. Eventualmente, Lucian vendría a
ellos cuando estuviera listo.

Ellos ya lo estaban, pero ahora todo estaba en el pequeño Lucky.

Antony buscó en el ala de la mansión en la que Lucian solía jugar. A los niños
se les permitía vagar libremente por toda la casa, excepto en el sótano y el ático.
Esos estaban fuera de los límites por razones de seguridad. Después de revisar
cada armario, baño, debajo de las camas y detrás de cada sofá, Antony se perdió.

Aparentemente, Lucian también.

Caminando por el pasillo del segundo piso para revisar el dormitorio de


Lucian otra vez, Antony notó que la puerta de su oficina estaba abierta al pasar.
No debería haber estado así. Por un lado, su colección de cuchillos estaba
expuesta allí y, por otro, siempre estaba cerrada cuando los invitados estaban en
la casa.

Antony encontró a Lucian escondido bajo su gran escritorio de roble. En la


mano del niño de nueve años y medio había una familiar navaja roja. Lucian la
abría y la cerraba una y otra vez, admirando la brillante hoja y el mango rojo
rayado.

—Mi padre me dio eso, sabes —dijo Antony en voz baja—. Tenía unos cuatro
años, o un poco más.

Lucian no actuó como si Antony lo hubiera sorprendido.

—¿Lo hizo?

—Sí.

—Eso es un poco joven.

—En otro tiempo, supongo. También les di la suya a Dante y a Gio cuando
eran jóvenes. Se trata de enseñarles a usarla correctamente.

—O no usarlo en absoluto —murmuró Lucian.

—Eso también.

—¿Estoy en problemas ahora? —preguntó Lucian en voz baja.

—¿Por golpear a tu primo?

—No es realmente mi primo.

Antony suspiró.
—Eres nuestro niño, así que sí, lo es.

—Adoptado.

—Lucian, sigues siendo nuestro niño.

Lucian no miraba a Antony.

—Lo sé.

—¿Qué pasó?

—Le lanzó una piedra a Gio.

—¿Oh?

Lucian se encogió de hombros, asintiendo.

—Sí, y Gio no es rápido todo el tiempo porque está muy ocupado mirando
hacia arriba en lugar de a su alrededor como Dante y yo. Y la roca lo golpeó, así
que golpeé a Denny. Tampoco lo lamento. Espero que le duela.

Antony tuvo que contener su sonrisa.

—¿Por qué, topino?

—Porque lastimó a Gio —susurró Lucian.

—¿Y?

—No se hace daño a la familia.

Los estás criando bien, Tony.

—Bien hecho, pero no deberías haber herido a Denny. Creo que vas a tener
que disculparte por eso, Lucian.

—Si primero le pide perdón a Gio —ofreció Lucian.

—Me aseguraré de que lo haga.

—Está bien.

—¿Quieres volver a salir? —preguntó Antony.

Lucian no se movió.

—Aún no. Me gusta estar aquí.

—¿Sí?

—Sí.
—No sabía que pasabas tiempo en mi oficina.

—Me recuerda a ti —dijo Lucian en voz baja.

Jumm.

Bueno, entonces...

Antony aclaró su garganta de las emociones engrosándola y amenazando


con mantenerlo callado. Levantando la mano, sacó una manzana del escritorio
que Cecelia había dejado allí antes.

—Aquí, topino, déjame mostrarte cómo funciona esta cosa y luego puedes
quedártela. De todos modos, ya no la necesito.

Lucian entregó la navaja.

—¿Me la vas a dar?

—Bueno, sí. Mi padre me la dio. Debería dársela a uno de mis niños también.

—Oh.

—¿No la quieres? —preguntó Antony.

—Sí, la quiero.

—¿Qué pasa, Lucian?

—Eres como mi padre, ¿verdad?

—Sí —murmuró Antonio.

—Pero... como si fueras el papà de Gio y Dante, quiero decir. ¿También eres
así para mí?

—Si me preguntas si te amo de la misma manera que los amo a ellos,


entonces sí, Lucian. Desde el momento en que supe que existías.

Era la verdad.

—Oh —dijo Lucian de nuevo, mirando la navaja que Antony estaba usando
para pelar la manzana.

—Pregúntame lo que quieras, Lucian.

—A veces es mejor escuchar, papà.

Antony casi se corta al oír el sonido de Lucian reconociéndolo finalmente


como su padre. Atrapó el deslizar lo suficientemente rápido y siguió pelando la
fruta.
—Tienes razón, hijo. Lo es.
EPÍLOGO
Antony paseaba a lo largo de su oficina, la frustración corriendo
desenfrenada a través de su sangre.

Lucian era el bueno. Antony lo sabía desde el principio. Entre los


tres principes Marcello, Lucian había sido el más fácil de criar de todos sus
hermanos. Giovanni tenía problemas, algunos que asustaban a su padre. Dante
era testarudo como la mierda, y eso enloquecía a Antony sin fin.

Lucian, sin embargo, era el más fácil.

Esto no tenía sentido.

—¿Estás absolutamente seguro? —preguntó Antony.

—Sí, jefe. Le pidió a uno de los chicos que hiciera un rastreo. Supongo que
Lenny estaba un poco sorprendido por ello porque por lo general Lucian nunca
pide nada. Se encarga de la mierda él mismo o va con uno de sus hermanos, pero
tal vez…

—Esto era algo que no quería que supieran y que no podía hacer por sí
mismo —interrumpió Antony, suspirando—. Muy bien, entonces. Quiero lo que
sea que tu hombre encuentre enviado a mí en un archivo y no dejes que Lucian
lo sepa. Si pregunta, di que no has encontrado una mierda sobre... Jordyn Reese,
¿verdad?

—Eso dicen los documentos —respondió el hombre de Antony.

—Bien, envíamelo. Los leeré.

Lucian no estaría muy impresionado de que Antony se enterara de su


pequeño secreto, pero tendría que aguantarse y lidiar con él. Antony tenía
algunas peculiaridades y una de ellas era saber cada pequeño detalle que podía
sobre las vidas personales de sus hijos en lo que respecta a las mujeres. Bueno,
las mujeres que podrían ser invitadas a integrarse a la familia de alguna manera.

Aparentemente, una mujer había llamado la atención de Lucian, pero él lo


estaba ocultando a su madre y a su padre por cualquier razón.

—Entendido, jefe.
Antony colgó el teléfono y se frotó la cabeza ante el dolor tensional que
comenzó a golpear en la base de su cráneo. Encendiendo su teléfono de nuevo,
dijo,

—Llamar a Paulie.

La llamada solo sonó dos veces antes de que su viejo amigo contestara.

—Hola, Jefe.

—Buenas noches, Paulie.

—¿Qué sucede?

—Lucian me está ocultando algo. No me gusta.

Paulie tosió.

—Necesito un trago, creo.

—Yo también.

—¿Qué tipo de cosa? —preguntó Paulie.

—Una mujer. Está involucrada con esa maldita pandilla de motociclistas con
las que tenemos problemas.

—Mierda. —En el otro extremo de la llamada, Antony podía oír a Paulie


dejando caer cubitos de hielo en un vaso—. Eso hace las cosas difíciles, ¿eh?

—¿Cómo conoce a esta chica? —preguntó Antony, más a sí mismo que su


amigo—. En serio, ¿dónde la habrá conocido? Esto es ridículo.

—¿Por qué?

—¡Tengo una docena y una razón al por qué, Paulie!

—¿Cómo así? —Su amigo presionó.

—Ella no es italiana si su apellido es cualquier indicación.

—Maldita sea, ambos sabemos que realmente no te importa eso mientras él


sea feliz.

Suficiente cierto.

—Ella está involucrada con estos motociclistas —dijo Antony de nuevo.

—¿Y?

—¡Y!
—Detente, hombre —dijo Paulie en voz baja—. ¿Qué sucede en realidad?

—Me lo está ocultando —dijo Antony quejándose, infeliz y molesto.

Toda la maldita situación le molestaba de maneras que no podía explicar.

—Lucian no me oculta cosas, Paulie. Nunca lo ha hecho. No me gusta.

Y no le gustaba que una mujer fuera la causa.

—Tal vez piensa que no lo aprobarás o algo así —sugirió Paulie.

—¿Qué hay que aprobar? ¡Ni siquiera conoce a esta mujer! —Antony levantó
los brazos, harto de todo—. Si él está... si él está interesado en ella, que dudo que
los sentimientos sean realmente válidos porque él no la conoce, entonces es un
enamoramiento.

—¿Cecelia fue un enamoramiento? —preguntó Paulie.

La pregunta se planteó tan tranquilamente que Antony casi no la escucha.

Excepto que lo hizo.

—Sabes que no era, Paulie.

—No conocías a Cecelia. Sabías de ella, pero ni siquiera la conociste hasta esa
noche en la mansión Catrolli. Y desde ese jodido momento, ya estabas loco por
esa chica, Antony. Niégalo.

—No puedo.

—Exactamente, así que cállate.

Antony dejó ese comentario pasar.

—Escucha, esto es difícil para…

—Imagina como se siente Lucian —intervino Paulie suavemente—. Es un


hombre de veintisiete años, Antony. Déjalo respirar. Que descubra lo que quiere.

—Te odio en este momento —dijo Antony a su amigo.

—Que así sea.

Paulie colgó el teléfono antes de que Antony lo permitiera.

Antony también dejó esa mierda pasar.

Girándose en sus talones, Antony se congeló. Cecelia estaba en la puerta de


su oficina con los brazos cruzados, sus cejas fruncidas y una expresión que le
decía que sabía algo.
—Tesoro.

—¿Qué hiciste?

Antony se encogió de hombros.

—Nada.

—Te metiste en algo de nuevo, ¿no?

—No —dijo Antony en voz baja.

—Mentiroso.

—Déjalo estar, Cecelia.

—¿Quién hizo qué esta vez y por qué sentiste la necesidad de meterte? —
preguntó su esposa.

—No sé de estás hablando.

—Eres un terrible mentiroso.

—Eres hermosa.

—Tu lengua no me hará olvidar que estás escondiendo algo.

Antony frunció el ceño.

—Lucian está investigando antecedentes en una chica involucrada con una


pandilla de motociclistas. Intentó hacerlo por lo bajo para que no me enterara.
¿Por qué haría eso? No estoy seguro, pero obviamente él no quiere que lo sepa.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Cecelia.

—Bueno, para empezar…

—Nada —interrumpió su esposa con firmeza—. No hay problema, Antony


Marcello. Siempre hemos hecho un esfuerzo consciente en nuestros hijos para
hacerles saber que la felicidad es lo más importante, no importa lo que quieran o
necesiten para lograrlo. Si esta chica, quienquiera que sea, hace feliz a Lucian o
él piensa que ella podría hacerlo feliz, da un paso atrás y deja que él la tenga.

—No estoy tratando de mantenerlo alejado de nada —argumentó Antony.

—Lo estás.

—No lo estoy.

—Lo estás.
—¡No lo estoy Cecelia! —explotó Antony en un duro aliento, apretando sus
dientes en el proceso. Odiaba levantar la voz, especialmente a su esposa—. No lo
estoy, ¿bueno? Pero esto se siente como John para mí de alguna manera, Tesoro.
Esto se siente como él. No quiero que Lucian acabe como su padre.

—No sabes que lo hará.

—Lo está escondiendo —gruñó Antony—. Esto apesta a John.

—Tal vez solo está tratando de averiguar lo que siente.

Antony miró a su esposa.

—Yo no tuve que averiguar nada cuando se trataba de ti.

—Él no es nosotros, Antony. Pero como siempre hemos dicho, todavía es un


Marcello hecho y derecho. Va entenderlo lo suficientemente rápido.

—¿Eso crees?

—Lo sé —dijo Cecelia, guiñando el ojo—. Siempre tengo razón.

Bueno, Antony siempre la deja que tenga la razón.

No le importaba.

»Ven a la cama —exigió su esposa—. Lidia con esto mañana.

—Esto es importante, Cecelia.

—Yo soy importante, Antony.

Lo era.

»Vamos —dijo Cecelia con un asiento.

Antony la siguió. Siempre lo haría por Cecelia Marcello.

Fin
SOBRE LA AUTORA

Bethany-Kris es una autora canadiense, amante de


mucho, y madre de cuatro hijos pequeños, un gato y
tres perros. Una pequeña ciudad en el este de Canadá,
donde nació y se crio, es lo que siempre ha llamado
hogar. Con sus chicos a sus pies, el gato acurrucado, los
perros ladrando y un esposo al cual llama por encima
del hombro, casi siempre está escribiendo algo...
cuando puede encontrar la hora.

Puedes encontrar a Bethany en:

Su sitio web: www.bethanykris.com

En Facebook: www.facebook.com/bethanykriswrites

En su blog: www.bethanykris.blogspot.ca

O en Twitter: @BethanyKris

Puedes registrarte para recibir boletines mensuales de Bethany aquí:


http://eepurl.com/bf9lzD

También podría gustarte