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Este se fue acercando poco a poco al arado, y una vez allí empezó a saborear
los bordes del yugo para sentir al menos el gusto del sudor de los bueyes y así
engañar a su estómago. Comenzó suavemente pero era tanta el hambre que
tenía que no se percató que su iba metiendo su cabeza dentro del yugo. El
hambriento lobo al percatarse de que había quedado atrapado por el yugo
comenzó a desesperarse porque no podía salir así que empezó a correr en
todas las direcciones. Mientras corría arrastraba el arado por todo el surco que
habían hecho los bueyes.
Un rato más tarde llego el labrador acompañado de sus bueyes y al ver lo que
estaba ocurriendo le gritó al lobo:
– ¡Maldito lobo! Que distinto sería todo si no tuvieses esas malas ideas de
acosar a los animales que nos ayudan en el campo a trabajar. Yo sería un
hombre muy dichoso si araras mis campos con la misma fuerza y rapidez con
la que corres ahora desesperado para liberarte de ese yugo tan pesado.