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LOS NIÑOS Y LOS PARQUES

Agosto 14 de 2006, El Tiempo. Bogotá.

Mientras exista el consumo de drogas, el medio ambiente colombiano estará


condenado

Andrés Hurtado García. Columnista de EL TIEMPO.

Nuestras selvas, páramos, bosques de cordillera y Parques Nacionales no tienen más


que unos años de vida.
¡Que se muere... se muere!
"¡Díganme la verdad, doctores!" Era una madre ante una junta de especialistas.
"Señora, su niño tiene cáncer extendido por todo el sistema digestivo y los ganglios;
apenas alcanza a durar dos meses".
La señora sabía que los galenos tenían razón, pero no por eso descuidó a su hijo.
Acudió a todas las medicinas tradicionales, a las alopáticas, a los brujos de la radio y
de cuchitril. Su hijo tomó los más extraños brebajes, le ordenaron desde orines de
sapo con azúcar al gusto hasta lágrimas de cocodrilo al curry.
La madre desesperada acudió a los sacerdotes de todas las religiones. Ella no
recordaba que lo único cierto es que nacimos para morir y que nos toca a todos, allí
incluidos los hijos únicos. El niño murió, como era natural y debía ser, y la señora
todavía paga deudas de médicos, brujos, charlatanes y avivatos. Pero tiene la
conciencia tranquila, aunque adolorida. Hizo todo, todo hasta lo imposible.
¿Quieren saber la verdad, colombianos? La lucha está perdida. Mientras no se acabe la
maldita fumadera, esnifadera e inyectadera de los viciosos en los países más allá de
nuestras fronteras, señaladamente USA y Europa, todo lo que hagamos es amor puro
por nuestra tierra, amor admirable, amor heroico, pero nada más.
El niño se muere. Nuestras selvas, páramos, bosques de cordillera y esos rinconcitos
de cielo que son nuestros Parques Nacionales no tienen más que unos años de vida.
Pero, eso sí, haremos todo lo posible e imposible para que ello no suceda. Pero
sucederá. Pero hacer hasta lo imposible no quiere decir propiamente fumigar los
Parques Nacionales. Eso es canibalismo.
Lo anterior es axiomático y no tiene vuelta de ojo. Y menos la tiene si los que deben
representar la lucha más limpia por los recursos son oportunistas y prefieren el poder
al honor y a la elegancia ética, y pelan el cobre como simples logreros.
Ejemplos tenemos muchos. Recuerdo a un ciudadano que trabajaba por la Sierra
Nevada de Santa Marta y sus indígenas y cuando comenzaron a fumigar la marihuana
salió furioso a protestar y a lanzar palos y piedras contra los pobres aviones. Todos
admiramos y aplaudimos su valentía.
Tiempo después, este ciudadano fue, como era lógico, nombrado ministro del Medio
Ambiente. Y durante su mandato se asperjó glifosato en las selvas y páramos del país.
No dije Parques Nacionales. El ciudadano debió renunciar a su cargo, por dignidad.
En el homenaje que le hicieron las academias al famoso biólogo el Mono Hernández,
pregunté al ministro de marras cómo era posible que hubiera protestado contra el
glifosato en la Sierra y ahora como ministro lo aceptara. Me contestó que yo no
entendía de gobierno. (Pero, sí de ética y de elegancia, ministro, pensé.)
-Entonces, cuando deje de ser ministro, ¿qué va a pensar del glifosato?
-Eso no lo sé ahora -me contestó.
Hasta aquí esta dolorosa y terrible anécdota. Hace poco vi que daba declaraciones en
la TV diciendo que todos los estudios dicen que el glifosato es nocivo. Obviamente ya
no es ministro, no debe obedecer a su presidente. Así, más rápido se nos muere el
niñito de cáncer.
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LOS BOSQUES Y LOS PÁRAMOS

Los excrementos de un gato


Andrés Hurtado García. Columnista de EL TIEMPO.
Julio 17 de 2006

Estamos destruyendo en nombre del progreso nuestra casa de habitación. ¿Estaremos


locos?
¿Cuántos Parques Nacionales Naturales, bosques de niebla y páramos tenemos que ver
quemarse -casi impotentes nosotros- para que a los colombianos nos duela nuestra
tierra, porque es románticamente muy bella y económicamente muy valiosa?
¿Cuántos? ¿Todos?

Por estos días en que ardían los frailejonales del Parque de los Nevados en la zona de
la Laguna del Otún, yo estaba en Armenia y sentí emoción cuando dos taxistas me
hablaban dolidos y tristes del incendio del páramo. Estas mismas emociones tenemos
que sentirlas, muy hondo en el alma, todos los colombianos y sobre todo los que
tienen por el mango la sartén, los que hacen las leyes y disponen de los dineros y
reparten los presupuestos.

Ya pueden todos los taxistas del país, y los camioneros, y los médicos y los muchachos,
y los carniceros, y los abogados, y los arquitectos, y los mendigos, ya podemos todos
nosotros dolernos y lanzar ayes lastimeros cuando vemos destruirse nuestras reservas
naturales, nuestros Parques Nacionales, nuestros páramos y nacederos de agua, si los
que tienen voluntad política no se conmueven y actúan en consecuencia.

Al país no lo salvamos nosotros los de la calle y del montón con la colaboración del
Estado, sino el Estado con la colaboración decidida de todos los colombianos. ¿Qué
ganamos todos con llorar, hablar y escribir si los que hicieron y aprobaron la
sospechosa Ley Forestal fueron los de arriba?
Todos no podemos ir a apagar un incendio en un páramo... pero si los honorables
padres de la Patria están convencidos de la importancia de los bosques, los páramos y
los parques, entonces habrá voluntad política y habrá dinero para helicópteros y
avionetas antiincendios, para monitoreo de las áreas silvestres, para equipos rápidos y
efectivos para solucionar las catástrofes, y castigos ejemplares para los pirómanos.

En este momento, la gran polémica en Madrid (España) se centra en si se debe o no


construir una carretera por los Pantanos de San Juan, dado que encontraron en la zona
unos excrementos que parecen ser de lince ibérico. Este animalito está en grave
peligro de extinción y hacer la carretera implica destruir su hábitat natural.

La discusión está planteada; un laboratorio dijo que los excrementos pertenecen a un


gato común y silvestre, mientras otros niegan la validez de los análisis y piden nuevas
pruebas. Hemos llegado ya a un momento de la humanidad en que las consideraciones
ambientales son prioritarias y anteriores a muchos aspectos del mero desarrollo
material.

Pero volvamos al Parque de los Nevados. El Nevado de Santa Isabel, vecino de la zona
del incendio, con sus ¿nieves perpetuas¿ era hasta hace dos años una sola masa de
nieve en la cumbre.
Ahora se fraccionó. Para recorrer su cima se debe pisar un buen trecho, roca y tierra.

Nos decían que en el año 2020 ya no tendrá nieve. Aseguro que ello ocurrirá mucho
antes. ¿Nada es eterno en el mundo¿, ni ¿las nieves perpetuas¿. ¿Culpables? El
calentamiento global, la tala de bosques... el hombre, nosotros, en suma. Estamos
destruyendo en nombre del progreso nuestra casa de habitación. ¿Estaremos locos?

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