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El hombre imagen y semejanza de Dios

Se podría abordar al hombre bajo dos aspectos: el de su naturaleza y el de su


destino, pero es preciso separarlo como si tuviesen algún valor por sí solos. La
naturaleza y el destino no son dos realidades que se superponen sino, más
bien, la expresión dinámica del ​misterio único de su ser. Naturaleza y destino
no pueden definirse más que lo uno por lo otro. El ​destino es la realización
perfecta de su naturaleza. Y la naturaleza es el límite dentro del cual cumple su
destino. Pero el afirmar que estos dos aspectos son inseparables es una visión
total, que uno es complemento del otro, no debe llevarnos al extremo contrario
de fundir lo que es distinto. Unión y complemento sólo son posibles entre
términos que tengan cada uno su propia entidad. Nuestro destino sólo es
realizable en función de la naturaleza que Dios nos ha dado preciosamente
para cumplirlo.

La fe puede darnos una respuesta plenamente satisfactoria en lo tocante a la


dignidad del hombre. Nos presenta, en primer lugar, al hombre histórico cuyo
origen y naturaleza condicionan su destino: Dios ha intervenido en su vida y ha
establecido relaciones con él por iniciativa propia. Así, en el plano de la realidad
histórica de la persona humana hallamos un nuevo elemento, un nuevo ámbito
de perfección que trasciende su capacidad natural puesto que lo invita a entrar
en comunión con la ​Santísima Trinidad​.

La revelación nos ha dado a conocer un hecho que excede todos los límites de
la filosofía; la dignificación sobrenatural de la persona humana, perdida por la
caída original, pero restaurada por Jesucristo, que apareció en la historia
humana como Palabra del Padre y como Redentor del mundo. Al fin del orden
natural humano, que sería la perfección del hombre en posesión de la verdad y
del bien natural, se añade un orden sobrenatural con principios, medios y fines
propios. Esta vida sobrenatural es trascendente, pero encuentra su apoyo en
las facultades del hombre.

Hemos sido creados para participar de la naturaleza divina. No se trata


únicamente que nuestras facultades espirituales de inteligencia y voluntad
establecen semejanza de nuestras almas con Dios, sino que por encima de
esta realidad se nos ha dado un don sobrenatural que nos hace de la misma
naturaleza de Dios. Por la gracia santificante participamos de la vida divina; ella
es el germen de nuestra inmortalidad gloriosa. Es el comienzo misterioso de
esta vida sobrenatural, de la cual la Sagrada Escritura nos dice que es ya la
vida divina en nosotros y comienzo de la eterna realidad. Por eso, según ​Santo
Tomás de Aquino​, “la gracias no es otra cosa que un comienzo de la gloria en
nosotros” . La Iglesia nos recuerda esta verdad en la hermosa oración del
Ofertorio de la Misa: “Oh Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza
humana y más maravillosamente la reformaste, haznos, por el misterio de esta
agua y vino, participar de la divinidad de Aquél que se dignó hacerse
participante de nuestra humanidad, ​Jesucristo​, tu Hijo Señor Nuestro”.
En nuestra vida presente no llegaremos jamás a entender plenamente lo que
significa esa participación de la Divinidad. Es una verdadera generación, un
nacimiento espiritual que imita la generación natural. Como nos dice
expresamente San Juan, la gracia no nos da únicamente el derecho a
llamarnos hijos de Dios, sino que nos hace tales en realidad: “Mirad que tal
amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y los somos” Y
la consecuencia inevitable de esta filiación divina adoptiva la expresa S. Pablo
cuando exclama: “Si hijos, también herederos”.

El hombre creado a imagen de Dios

Mediante la detenida observación de una obra de arte, los críticos especialistas


descubren al autor. Más aún, no sólo distinguen uno de otro, sino que reconocen en
sus características algunas de las cualidades y disposiciones personales del artista.
Esto se debe a que el autor plasma en la obra que produce algo propio, íntimo e
individual; deja en ella, por decirlo así, su propia marca. De todos los artistas, sin
lugar a dudas, “Dios el más excelente, y así cada detalle de su obra creadora revela
la mano divina: “La gloria de Dios cuentan los cielos y la obra de sus manos
pregona el firmamento”. Pero, entre todas las infinitas obras que constituyen
conjuntamente el universo material, sólo una representa al Autor de su ​creación en
una forma más perfecta; ésta es el hombre, que como arcilla fue por Sus manos
moldeado y fabricado. Sin un conocimiento suficiente de las creaturas no podemos,
sin embargo, ver la huella que Dios ha dejado en ellas.

El conocimiento extensivo nos lo proporciona inicialmente la contemplación vulgar y


pre-científica del mundo. Por medio de él conocemos la variedad de seres que
constituye el universo sensible, sus maravillas, el orden que reina, la magnificencia.
Éste queda completado por el estudio científico de la naturaleza, el cual ha
demostrado que el universo es inmensamente mayor y más maravilloso de lo que la
inteligencia humana puede abarcar. El conocimiento intensivo nos los proporciona
principalmente la reflexión filosófica, la cual afianza las grandes verdades que
iluminan directamente la conexión de las cosas del mundo con Dios. “El ​espíritu
humano puede determinar hasta cierto punto, en virtud de su naturaleza, la esencia
de la materia, de la planta y del animal, pero no su esencia propia; ésta es
determinada solamente por Dios mismo en su Revelación”.

Por eso si nos preguntamos ¿qué es el hombre? Encontraremos que la respuesta


nos la da Dios mismo ya en las primeras páginas de la ​Revelación​: el hombre es
imagen de ​Dios​. “Sin la explicación del hombre desde arriba, desde la Revelación,
ninguna explicación realizada desde abajo, desde el mito, la poesía, la ciencia o
incluso la metafísica, puede conducir a la meta, que debe, por así decirse, darse a sí
misma; todas estas explicaciones o quedan encalladas en los estratos inferiores de
la existencia material, o brillan un instante para volver a ensombrecer en la
polícroma vida profunda de nuestra irredenta vida psíquica, o flotan en el aire
enrarecido de un idealismo insustancial” . En último término sólo podemos decir qué
es el hombre, si tenemos en cuenta lo que éste es delante de Dios. Su origen divino
determina su presencia actual y su futuro; el problema de su origen es el problema
de su ​Salvación​.
Esta afirmación, el hombre es imagen de ​Dios​, encierra grandes dificultades y
conduce directamente al ​misterio​. Pero el misterio no es absurdo y el cristiano
tiene la mejor clave para acercarse a él. La doctrina de la “imagen de Dios” en
el hombre es una enseñanza general de la teología católica. Tiene sus
fundamentos en los textos de la ​Biblia​, tanto en el ​Antiguo Testamento como en
el ​Nuevo Testamento​. En la iglesia primitiva tratan de ella los ​Padres de la
Iglesia y se sirven para su interpretación del pensamiento filosófico antiguo. Y
aunque no existe uniformidad en la especulación ​patrística​, pasa como una
propiedad segura a través de la escolástica a la teología moderna. En sus
comunicaciones oficiales, la Iglesia hace con frecuencia referencia a ella.

La doctrina de la Imagen de Dios en los Santos Padres


La doctrina de la “imagen de Dios” no es uniforme en la Iglesia primitiva; su estudio constituirá
un vasto y denso capítulo de ​Patrología​. Dentro de los límites necesarios del presente estudio
no nos es posible exponerla ni siquiera en sus líneas principales. Para el propósito de este
escrito bástenos dar aquí algunos rasgos característicos que pongan en evidencia tal oscilación.

Todas las filosofías no materialistas han hablado de Dios y cada una a su manera, de la
divinización del hombre. En ​Platón y sus discípulos, aún en los discípulos de ​Aristóteles​, pero de
un modo muy especial en el neo-platonismo –que amalgama dentro de sí las distintas corrientes
del pensamiento griego-, encontramos una aspiración a la salvación mediante la deificación del
hombre.

La imagen es considerada habitualmente como dada al hombre en el punto de partida de su


existencia. No es una divinización en sí misma, sino un poder, una posibilidad de divinización.
Como meta de toda existencia humana se persigue una asimilación a Dios que se realiza
mediante la contemplación y para la cual la “catarsis” es una condición indispensable.

Los Santos Padres, en contacto con la Filosofía, recogieron estas ideas y las desarrollaron
encontrando para ello apoyo en la Sagrada Escritura. Dios ha hecho al hombre a su imagen, nos
dice el ​Génesis​. Y San Pablo llama a Cristo imagen de Dios. Tales son los dos puntos
principales de inserción escriturística de este tema, el cual inspirará a través de toda la patrística
grandes tratados de antropología cristiana. Antes que los Padres y aún antes que ​San Pablo​,
Filón de Alejandría ya se ocupó de esta “imagen” del Génesis y como no se conocía a Cristo, él
calificó al ​Logos​ como imagen de Dios .

San Ireneo es uno de los primeros Padres que hace la distinción entre imagen y semejanza. La
Imagen se refiere al orden natural, cuerpo y ​alma​. La semejanza la da el ​espíritu​. En el alma es
la inteligencia y el libre arbitrio aquello que lleva el sello divino . Según San Ireneo, la pedagogía
divina supone un progreso en la vida que las Tres Personas confieren al hombre. Las etapas
son: existir, progresar y llegar a la gloria viendo a Dios. Es siguiendo este orden que el hombre
creado y modelado se orienta hacia la perfección y se conforma poco a poco a la imagen y
semejanza del Dios increado. Para que esto se realice, el Hijo único de Dios se hizo verdadero
hombre a fin de que por la semejanza con el Hijo, el hombre sea amado por el Padre.

En los siglos precedentes se decía que el hombre había sido creado a imagen de Dios, pero no
se podía demostrar, puesto que el Verbo era aún invisible y la semejanza había desaparecido.
Pero cuando el Verbo de Dios se hizo carne, Él restauró la imagen en toda verdad, haciendo al
hombre semejante al Padre invisible a través del Verbo visible. Este fue, pues, el motivo por el
cual, el Verbo de Dios se hizo hombre, el Hijo de Dios del hombre, a fin de que el hombre
entrando en comunión con el Verbo y recibiendo la adopción divina, se convirtiera en Hijo de
Dios.
Después de San Ireneo, son muchos los autores cristianos que adoptaron la distinción entre
imagen y semejanza, pero no todos de la misma forma. Algunos, despreciando la naturaleza
llaman “imago” a la semejanza divina que nos confiere el bautismo y “similitudo” a la perfección
de la semejanza a la cual llegamos por el auxilio de la gracia unida a nuestros propios
esfuerzos. Otros, colocan la “imago” en la misma naturaleza y la “similitudo” es la que concede
el espíritu y que debe perfeccionarse poco a poco, sin alcanzar jamás un límite.

Según ​Clemente de Alejandría​, todos los hombres son la imagen de Dios, pero la semejanza
supone en ellos un estado de justicia y gracia mediante el cual agradan a Dios. El destino del
hombre consiste en la obligación de realizar en sí mismo esta semejanza y esto mediante la
observancia de los preceptos divinos. Para él la imagen es la realidad natural y la semejanza la
realidad sobrenatural . En Orígenes, esta distinción no es constante. Algunos se sus textos
dicen que el hombre ha sido creado desde el principio a imagen y semejanza de Dios. En otros
pasajes, inspirados en San Pablo, la imagen es presentada como la meta del progreso
espiritual, es decir, lo que ordinariamente se expresa con el término “similitudo” . Pero, con
propiedad, sólo Cristo puede ser llamado imagen de Dios. En Él la imagen se identifica con la
filiación, ya que Él posee la divinidad y las virtudes que esta lleva consigo de un modo
substancial.

El hombre es sólo “según la imagen” o “imagen de la imagen”, según Orígenes, imagen mediata
de Dios e inmediata del Logos que es el intermediario entre Dios y él. Tertuliano, que con
insistencia particular da testimonio de su profunda convicción de la unidad del ser humano,
basándose en el pensamiento de San Ireneo, distingue “imago” y “similitudo”, y enseña que
mediante el bautismo se recupera la semejanza que el hombre tuvo con Dios en su estado
primitivo. Por otro lado, se nota en él el influjo de la antropología estoica que quiere ver esta
semejanza en la libertad de la voluntad y que utiliza imago y similitudo como sinónimos para
expresar esta libertad. “El hombre puede ser considerado como la imagen de Dios en razón de
la naturaleza de su alma. Así es como ​San Atanasio interpreta el texto del Génesis. Esta
cualidad confiere al alma el privilegio de contemplar en sí misma, como en un espejo, al Verbo
imagen del Padre. El pecado priva al alma de esta contemplación del Verbo, a la cual no se
puede llegar más que por la gracia de Dios. Pero aún en el caso de haberla perdido, no queda
privada de la facultad de elevarse a Dios. Pero aún en el caso de haberla perdido, no queda
privada de la facultad de elevarse a Dios por la contemplación de las cosas visibles. Todo ha
sido creado por Dios en tan perfecta armonía que cuanto hay en el mundo puede servirnos de
camino hacia Él, tal es su clemencia”.

San Atanasio no hace distinción alguna, como sus predecesores, entre imagen y semejanza. El
hombre no posee la imagen propiamente dicha sino participa de la imagen que es en sí misma
una persona idéntica a Dios. Tampoco hay en él la idea de un progreso hacia la semejanza; la
semejanza no es superior a la imagen. El santo, describe con complacencia el bienestar del
estado original. El hombre primitivo debía haber perseverado en aquella familiaridad divina que
constituía su perfecta felicidad y conservar así su participación de la Imagen. La caída por el
pecado es un oscurecimiento de la participación divina pero sin destrucción de la perfección
inicial y la redención es la restauración del estado primitivo. En esta perspectiva, la perfección
existe desde un comienzo y si se pierde no hay más que restituir, sin que esta restitución
signifique de algún modo de un mejoramiento en el alma.

El pensamiento de Gregorio de Nisa es uno de los más originales y audaces. La


doctrina de la imagen encuentra en su antropología aplicaciones muy diversas. En
su “Discurso Catequístico”, después de enumerar todos los dones que Dios desde el
origen había concedido al hombre; vida, razón, sabiduría, todos los bienes que
convienen a Dios mismo y, entre otros, la eternidad, los junta todos en una sola
expresión: el hombre es a la imagen de Dios. La imagen no sólo designa el conjunto
de cualidades que hacen al hombre semejante a Dios, sino que expresa todo lo
divino que debe transmitirse al hombre para que él pueda llamarse realmente
“hecho a la imagen de Dios”.- En un pasaje de su tratado “La creación del hombre”,
después de afirmar que la diferencia entre Creador y creatura consiste únicamente
en el hecho de que una es increada y la otra recibe la existencia por una creación,
explica que decir que el hombre es imagen de Dios significa que Dios ha hecho a la
naturaleza humana participante de todo bien. De este modo, si Dios es la plenitud
del Bien y si el hombre es a su imagen, sólo en el hecho de estar colmado de todos
los bienes será semejante la imagen al arquetipo. Para San Gregorio de Nisa. Esta
semejanza divina no existe en el cuerpo. Como filósofo neoplatónico se inclina hacia
un espiritualismo acentuado.

Si bien la problemática de la ​escatología y de la resurrección le preocupan, él estima


poco el cuerpo. Es sólo el alma la que propiamente es imagen de Dios, pero esta
nobleza recae de alguna manera sobre el cuerpo en cuanto que éste es instrumento
del alma y por eso se puede decir que el cuerpo es imagen de imagen o espejo de
espejo-. Si bien, el santo subraya generalmente la humildad de esta situación
subalterna del cuerpo, no deja de reconocer en algunas ocasiones su grandeza: es
la cima que puede alcanzar la materia y el hombre ha sido creado precisamente
cuerpo y alma a fin de que en él el mundo material tenga acceso a los bienes del
espíritu.

Finalmente, San Agustín, siguiendo la línea trazada por la tradición, distingue los
dos términos de imagen y semejanza. No acepta la teoría de San Ireneo, según la
cual la imagen expresa la condición natural del hombre y la semejanza de su
condición sobrenatural. Para San Agustín la semejanza no incluye la imagen, pero
la imagen incluye la semejanza. La idea de la imagen de Dios se refiere también a la
realidad corporal, es decir, la imagen designa al hombre en su totalidad. En su
“Comentario literal sobre el Génesis” se inclina a creer que la imagen de Dios ha
sido perdida por el pecado de Adán, pero posteriormente corrige su opinión. Por el
pecado la imagen de Dios ha sido solamente mancillada en nuestra alma, ha sido
desgastada, pero es susceptible de una restauración. Esta imagen de Dios es una
prerrogativa de la naturaleza humana, de modo que no se podría destruir esta
imagen sin destruir la naturaleza del hombre. Así, el alma es imagen de Dios en
virtud de su naturaleza, la cual imagen se hace más brillante o más perfecta por la
elevación al orden sobrenatural.

Santo Tomás cuando trata de ella contempla al hombre como fin o meta de toda
actividad creadora de Dios. No son los tratados exclusivamente filosóficos los que
constituyen el punto máximo de su antropología; el Santo coloca la cumbre del
hombre en el privilegio de ser imagen de Dios. El hombre, por razón de esta su
semejanza con Dios se encuentra en una relación especial con la Divinidad como
con un principio ejemplar de su ser espiritual y esto le confiere una sublime
grandeza.

No hace falta resaltar la trascendencia de esta verdad para la vida espiritual, pues
es propio de la imagen tender naturalmente a conformarse con su prototipo
ejemplar, de este modo el esfuerzo espiritual de la criatura racional en esta vida
será conseguir la perfección de la imagen de Dios que existe en ella desde su
creación.
Nos permitimos compartir además

TERCERA PARTE

LA VIDA EN CRISTO

PRIMERA SECCIÓN

LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:

LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO PRIMERO

LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

ARTÍCULO 1

EL HOMBRE , IMAGEN DE DIOS

1701​ “Cristo, [...] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (​GS​ 22,
1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (​Col​ 1,15; cf ​2 Co​ 4, 4), el hombre ha sido creado
“a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina
alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y
ennoblecida con la gracia de Dios (​GS​ 22).

1702​ La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las
personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. ​Capítulo segundo)​ .

1703​. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (​GS​ 14), la persona humana es la “única
criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(​GS​ 24, 3). Desde su concepción
está destinada a la bienaventuranza eterna.”

1704​ La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es
capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es
capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la
búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf ​GS​ 15, 2).

1705​ En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el


hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (​GS​ 17).
1706​ Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer [...] el
bien y a evitar el mal”(​GS​ 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la
conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral
proclama la dignidad de la persona humana.

1707​ “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la
historia”(​GS​ 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien,
pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto
al error.

«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana,
singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el
bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». (​GS​ 13, 2)

1708​ Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el
Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado.

1709​ “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole
la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de
practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la
caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la
gloria del cielo.

Resumen

1710​ ​“Cristo [​ ...]​ manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la


grandeza de su vocación” (​GS​ 22, 1).

1711​ ​Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana está


desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina
​ S​ 15, 2).
hacia su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. (cf G

1712​ ​La verdadera [​ ...]​ libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen divina” (​GS
17).

1713​ El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa “a hacer ​[...]​ el bien y a evitar el
​ S​ 16). Esta ley resuena en su conciencia.
mal” (G

1714​ ​El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto al error e
inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.

1715​ ​El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral,
desarrollada y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria del cielo.

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