Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La revelación nos ha dado a conocer un hecho que excede todos los límites de
la filosofía; la dignificación sobrenatural de la persona humana, perdida por la
caída original, pero restaurada por Jesucristo, que apareció en la historia
humana como Palabra del Padre y como Redentor del mundo. Al fin del orden
natural humano, que sería la perfección del hombre en posesión de la verdad y
del bien natural, se añade un orden sobrenatural con principios, medios y fines
propios. Esta vida sobrenatural es trascendente, pero encuentra su apoyo en
las facultades del hombre.
Todas las filosofías no materialistas han hablado de Dios y cada una a su manera, de la
divinización del hombre. En Platón y sus discípulos, aún en los discípulos de Aristóteles, pero de
un modo muy especial en el neo-platonismo –que amalgama dentro de sí las distintas corrientes
del pensamiento griego-, encontramos una aspiración a la salvación mediante la deificación del
hombre.
Los Santos Padres, en contacto con la Filosofía, recogieron estas ideas y las desarrollaron
encontrando para ello apoyo en la Sagrada Escritura. Dios ha hecho al hombre a su imagen, nos
dice el Génesis. Y San Pablo llama a Cristo imagen de Dios. Tales son los dos puntos
principales de inserción escriturística de este tema, el cual inspirará a través de toda la patrística
grandes tratados de antropología cristiana. Antes que los Padres y aún antes que San Pablo,
Filón de Alejandría ya se ocupó de esta “imagen” del Génesis y como no se conocía a Cristo, él
calificó al Logos como imagen de Dios .
San Ireneo es uno de los primeros Padres que hace la distinción entre imagen y semejanza. La
Imagen se refiere al orden natural, cuerpo y alma. La semejanza la da el espíritu. En el alma es
la inteligencia y el libre arbitrio aquello que lleva el sello divino . Según San Ireneo, la pedagogía
divina supone un progreso en la vida que las Tres Personas confieren al hombre. Las etapas
son: existir, progresar y llegar a la gloria viendo a Dios. Es siguiendo este orden que el hombre
creado y modelado se orienta hacia la perfección y se conforma poco a poco a la imagen y
semejanza del Dios increado. Para que esto se realice, el Hijo único de Dios se hizo verdadero
hombre a fin de que por la semejanza con el Hijo, el hombre sea amado por el Padre.
En los siglos precedentes se decía que el hombre había sido creado a imagen de Dios, pero no
se podía demostrar, puesto que el Verbo era aún invisible y la semejanza había desaparecido.
Pero cuando el Verbo de Dios se hizo carne, Él restauró la imagen en toda verdad, haciendo al
hombre semejante al Padre invisible a través del Verbo visible. Este fue, pues, el motivo por el
cual, el Verbo de Dios se hizo hombre, el Hijo de Dios del hombre, a fin de que el hombre
entrando en comunión con el Verbo y recibiendo la adopción divina, se convirtiera en Hijo de
Dios.
Después de San Ireneo, son muchos los autores cristianos que adoptaron la distinción entre
imagen y semejanza, pero no todos de la misma forma. Algunos, despreciando la naturaleza
llaman “imago” a la semejanza divina que nos confiere el bautismo y “similitudo” a la perfección
de la semejanza a la cual llegamos por el auxilio de la gracia unida a nuestros propios
esfuerzos. Otros, colocan la “imago” en la misma naturaleza y la “similitudo” es la que concede
el espíritu y que debe perfeccionarse poco a poco, sin alcanzar jamás un límite.
Según Clemente de Alejandría, todos los hombres son la imagen de Dios, pero la semejanza
supone en ellos un estado de justicia y gracia mediante el cual agradan a Dios. El destino del
hombre consiste en la obligación de realizar en sí mismo esta semejanza y esto mediante la
observancia de los preceptos divinos. Para él la imagen es la realidad natural y la semejanza la
realidad sobrenatural . En Orígenes, esta distinción no es constante. Algunos se sus textos
dicen que el hombre ha sido creado desde el principio a imagen y semejanza de Dios. En otros
pasajes, inspirados en San Pablo, la imagen es presentada como la meta del progreso
espiritual, es decir, lo que ordinariamente se expresa con el término “similitudo” . Pero, con
propiedad, sólo Cristo puede ser llamado imagen de Dios. En Él la imagen se identifica con la
filiación, ya que Él posee la divinidad y las virtudes que esta lleva consigo de un modo
substancial.
El hombre es sólo “según la imagen” o “imagen de la imagen”, según Orígenes, imagen mediata
de Dios e inmediata del Logos que es el intermediario entre Dios y él. Tertuliano, que con
insistencia particular da testimonio de su profunda convicción de la unidad del ser humano,
basándose en el pensamiento de San Ireneo, distingue “imago” y “similitudo”, y enseña que
mediante el bautismo se recupera la semejanza que el hombre tuvo con Dios en su estado
primitivo. Por otro lado, se nota en él el influjo de la antropología estoica que quiere ver esta
semejanza en la libertad de la voluntad y que utiliza imago y similitudo como sinónimos para
expresar esta libertad. “El hombre puede ser considerado como la imagen de Dios en razón de
la naturaleza de su alma. Así es como San Atanasio interpreta el texto del Génesis. Esta
cualidad confiere al alma el privilegio de contemplar en sí misma, como en un espejo, al Verbo
imagen del Padre. El pecado priva al alma de esta contemplación del Verbo, a la cual no se
puede llegar más que por la gracia de Dios. Pero aún en el caso de haberla perdido, no queda
privada de la facultad de elevarse a Dios. Pero aún en el caso de haberla perdido, no queda
privada de la facultad de elevarse a Dios por la contemplación de las cosas visibles. Todo ha
sido creado por Dios en tan perfecta armonía que cuanto hay en el mundo puede servirnos de
camino hacia Él, tal es su clemencia”.
San Atanasio no hace distinción alguna, como sus predecesores, entre imagen y semejanza. El
hombre no posee la imagen propiamente dicha sino participa de la imagen que es en sí misma
una persona idéntica a Dios. Tampoco hay en él la idea de un progreso hacia la semejanza; la
semejanza no es superior a la imagen. El santo, describe con complacencia el bienestar del
estado original. El hombre primitivo debía haber perseverado en aquella familiaridad divina que
constituía su perfecta felicidad y conservar así su participación de la Imagen. La caída por el
pecado es un oscurecimiento de la participación divina pero sin destrucción de la perfección
inicial y la redención es la restauración del estado primitivo. En esta perspectiva, la perfección
existe desde un comienzo y si se pierde no hay más que restituir, sin que esta restitución
signifique de algún modo de un mejoramiento en el alma.
Finalmente, San Agustín, siguiendo la línea trazada por la tradición, distingue los
dos términos de imagen y semejanza. No acepta la teoría de San Ireneo, según la
cual la imagen expresa la condición natural del hombre y la semejanza de su
condición sobrenatural. Para San Agustín la semejanza no incluye la imagen, pero
la imagen incluye la semejanza. La idea de la imagen de Dios se refiere también a la
realidad corporal, es decir, la imagen designa al hombre en su totalidad. En su
“Comentario literal sobre el Génesis” se inclina a creer que la imagen de Dios ha
sido perdida por el pecado de Adán, pero posteriormente corrige su opinión. Por el
pecado la imagen de Dios ha sido solamente mancillada en nuestra alma, ha sido
desgastada, pero es susceptible de una restauración. Esta imagen de Dios es una
prerrogativa de la naturaleza humana, de modo que no se podría destruir esta
imagen sin destruir la naturaleza del hombre. Así, el alma es imagen de Dios en
virtud de su naturaleza, la cual imagen se hace más brillante o más perfecta por la
elevación al orden sobrenatural.
Santo Tomás cuando trata de ella contempla al hombre como fin o meta de toda
actividad creadora de Dios. No son los tratados exclusivamente filosóficos los que
constituyen el punto máximo de su antropología; el Santo coloca la cumbre del
hombre en el privilegio de ser imagen de Dios. El hombre, por razón de esta su
semejanza con Dios se encuentra en una relación especial con la Divinidad como
con un principio ejemplar de su ser espiritual y esto le confiere una sublime
grandeza.
No hace falta resaltar la trascendencia de esta verdad para la vida espiritual, pues
es propio de la imagen tender naturalmente a conformarse con su prototipo
ejemplar, de este modo el esfuerzo espiritual de la criatura racional en esta vida
será conseguir la perfección de la imagen de Dios que existe en ella desde su
creación.
Nos permitimos compartir además
TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
CAPÍTULO PRIMERO
ARTÍCULO 1
1701 “Cristo, [...] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22,
1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado
“a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina
alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y
ennoblecida con la gracia de Dios (GS 22).
1702 La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las
personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf. Capítulo segundo) .
1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única
criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción
está destinada a la bienaventuranza eterna.”
1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es
capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es
capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la
búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15, 2).
1707 “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la
historia”(GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien,
pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto
al error.
«De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana,
singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el
bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». (GS 13, 2)
1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el
Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado.
1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole
la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de
practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la
caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la
gloria del cielo.
Resumen
1712 La verdadera [ ...] libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen divina” (GS
17).
1713 El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa “a hacer [...] el bien y a evitar el
S 16). Esta ley resuena en su conciencia.
mal” (G
1714 El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto al error e
inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.
1715 El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral,
desarrollada y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria del cielo.