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Mannoni Maud El Psiquiatra Su Loco Y El Psicoanalisis PDF
Mannoni Maud El Psiquiatra Su Loco Y El Psicoanalisis PDF
tra,su
loco y el
psicoaná
lisis
maud
4 a edición
Traducción de:
C a r l o s E d u ard o S a l t z m a n
Maud Mannoni
siglo
ventiuno
editores
M EXICO
ESPAÑA
ARGENTINA
C O LO M BIA
>*a
sig lo veintiuno editores, sa
CERlflS DEL A G U A 248. M E X IC O 20. D-F.
p r im e r a e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1976
c u a r ta e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1981
© s i g l o x x i e d ito re s, s.a.
IS B N 9 6 8 -2 3 -0 6 1 2-4
p r im e r a e d ic ió n e n fra n c é s, 1970
© é d it io n s du se u il, p a r ís
títu lo o r ig in a l: le p sy c h ia tr e , s o n ,lf o u " et la p s y c h a n a ly s e
d e r e c h o s r e s e r v a d o s c o n fo r m e a la ley
im p r e s o y h e c h o e n m é x ic o / p r in t e d a n d m a d e in m e x ic o
A grad ecim ien to s 7
P r ó lo g o 9
PRIMERA PARTE
LO CU RA E IN S T IT U C IÓ N P S IQ U IÁ T R IC A 15
SEGUNDA PARTE
IN S T IT U C IÓ N P S IQ U IÁ T R IC A Y P S IC O A N Á L IS IS 67
TERCERA PARTE
P S IC O A N Á L IS IS Y A N T IP S IQ U IA T R lA 155
7. A n tip s iq u ia tría y psicoanálisis 155
I C o n fro n ta ció n teórica 155
I I C o n fro n ta ció n c lín ica 174
8. El psicoanálisis d id á ctico y el psicoanálisis corno institución 185
I L o h istórico 185
I I E l proceso ana lítico 193
I I í E l psicoanálisis, el análisis d id á ctico y la institución 202
I V Psicoanálisis, enseñanza y selección 204
1 " L a fu n ción d e la relación con e l sujeto que se supone sabe, revela lo que
IUn Hit id os la «tra s fe re n c ia ». En la m edida en qu e más que nunca la cien cia
lirur; la palabra, en m ayor m ed id a se m an tiene ese m ito del su jeto qu e se
lidad de traducir en palabras su desorden (debiendo proporcionar
el médico, a veces, con una palabra, el significante que le falta al
discurso del en ferm o). Si éste recibe como única respuesta a su an
gustia el silencio de un médico que sabe lo que tiene y no tiene
necesidad de oír lo que el paciente le dice, a éste no le queda otro
recurso que desaparecer como sujeto hablante en el seno de una cla
sificación nosográfica. En esta relación médico-enfermo, enfermo-
institución, se actualiza en el sujeto (pero también en el que cura)
algo oscuro que tiene que ver con el deseo inconsciente. Con mayor
frecuencia de la que suele admitirse, ocurre que es el que cura, el
médico, quien bloquea inconscientemente el movimiento dialéctico
que se insinúa en el paciente. El modo en que las cosas se fijan en
el enfermo debería llevarnos a poner el signo de interrogación en el
médico (y en las diversas relaciones que existen en la institución
entre los que curan). Las relaciones del psicoanálisis con la medi
cina parecen complejas. En cierto sentido, el análisis es completa
mente extraño a la medicina; pero en otro, rescata un elemento
esencial y con frecuencia oculto de la práctica médica, lo privilegia,
lo purifica y lo explota con miras a la curación.
E L LLA M A D O «E N F E R M O M ENTAL»
supone sabe, y esto es lo q u e perm ite la existencia del fenóm eno de la trasfe-
ren cia en tanto que éste rem ite a lo más p rim itivo , a lo más a rra ig a d o d e l
deseo de saber.” En L a ca n , Psychanalyse et M éd e c in e .
deberían ser tratadas de otro modo. Por lo general, una vez que el
<>lro ha presentado una queja con respecto a una persona propuesta
t tniio paciente, el psiquiatra juzgará si esta queja traída por el Otro
se halla o no bien fundada, mediante el procedimiento de un exa
men que se limita sólo a esa persona. Volvemos a encontrarnos aquí
con un problema que ha sido ya planteado por el psicoanálisis de
niños: a la queja la llevan los progenitores; pero a menudo el niño,
lejos de estar “ enfermo” en sí mismo, es más bien el síntoma de
¡iquel que ha presentado la qu eja. . . L a psiquiatría clásica se pro
hibía plantearse este género de cuestiones, por el hecho de que defi
nía médicamente la locura como existente en el interior de la persona
examinada. Esta creencia en una locura alojada en el individuo es
compartida por los enfermos y sus familias: -—L a locura ha entrado
en mi hijo — me dijo un padre— , él se descarga con su masturba
ción; a m i juicio sería necesario castrarlo, con eso se suprimiría la
causa y se haría salir la locura.
— Guando se describe con precisión la demencia — observa Jac
ques— se pierde su apoyo, la demencia no está ya afuera, sino que
ella lo habita a uno, y esto contamina el pensamiento que se hace
demencial. Antes de la demencia hubo una razón para vivir; des
pués, una violación de los sentidos interrumpió esa razón de vivir.
La vida se detuvo, se produjo el vacío, la oscuridad, y en esa oscu
ridad la visión lúcida del demente. El demente crea el mal y la
muerte, y es porque él los crea que la muerte se aleja de él. En
la creación demencial, se da este don único que no se asume más
que en la locura.
Jacques se ha entregado a la locura del mismo modo que algunos
se consagran a la vida religiosa. N o quiere que se cuestione su
vocación, como, por otra parte, tampoco lo quiere Georges.
-— El único objetivo de los terapeutas es curar, pero si esto no les
conviene a los enfermos, sería por lo menos necesario tener en cuenta
su punto de vista.
Georges no aprueba ni las curas con medicamentos ni los objeti
vos psicoterapéuticos. L a locura ha entrado en él a la edad de 7
años. Gracias a ella se vio promovido a un destino excepcional. L a
sociedad, al exigirle su adaptación, es decir su mediocridad, ha veni
do a arruinar todo eso, Arthur no comprende tampoco más que
Georges las exigencias que le plantea la sociedad:
— M i inadaptación se materializa por el hecho de que no puedo
permanecer más de medio día en el mismo trabajo. Se me reprocha
mi falta de productividad. El mal que está dentro de mí es la sexua
lidad. N o tengo el gusto por la comunicación que se me exige. Por
otra parte, es posible que cierta cultura literaria demasiado elevada
para m i nivel social me impida hablar con cualquiera.
— Su enfermedad es de nacimiento — puntualiza la madre— , no
hay nada que hacerle,, créame.
N o obstante, cada paciente, en su locura, nos remite a una abe
rración que se sitúa en otra parte y no en ellos mismos. U n deseo
oscuro de expiar una falta, suya o de los suyos, lo lleva, a poco que
las circunstancias se presten para ello, a permanecer en el personaje
que se ha construido, y es este personaje el que termina por poseerlo.
En su papel de loco, los enfermos dan que hablar a los progenitores
(que se quejan de ellos) y a los adultos que los toman a cargo.
Cuanto más se sienten aplastados bajo el peso del desprecio de los
suyos, más se jactan, orgullosamente, de su locura. L a “ enfermedad
mental” antes que la mediocridad y la estupidez, es la respuesta que
dan cuando se les propone “ ese trabajito poco fatigoso” que podría
permitirles una “ reinsertación social” . En su negativa a plegarse a
las normas adaptadoras, revelan al mismo tiempo el absurdo de la
situación que se les ha impuesto. La sociedad, si no ha creado su “ en
fermedad mental” , ha actuado de modo que se “ conserve” en el
hospital psiquiátrico. Aquí, ella se despliega como en el escenario
de un teatro. En él se representan el miedo, la angustia, el rechazo.
Unos tiran los hilos del poder que buscan ejercer; a los terapeutas
les asignan una locura permitida. Los otros se han convertido en ele
mentos de un espectáculo (forman parte del mobiliario, dicen los
enfermeros). Son la miseria, el horror, la decadencia, son todo eso
en su silencio o en sus gritos.
E L LLA M A D O PS IQ U IA TR A
L A LLA M A D A LOCURA
Ii'i «m ilicos creían que se inscribía el discurso de la verdad, sino desde el cu erp o
lim in verd a d ero lu ga r del O tro ” . É cole n órm ale supérieure, en L cttre s de l ’éc o le
h n it U * n n e , feb rero de 1967.
A la pregunta: ¿qué es la locura? Freud ha respondido demos
trando que no es necesario oponer la locura a la normalidad. L o que
se descubre en la locura está ya en cierto modo en el inconsciente de
cada uno y los locos no han hecho más que fracasar en una lucha
que es la misma para todos y que todos debemos librar permanen
temente. Esto explica la actitud de la sociedad y de los psiquiatras
hacia los locos: esta actitud forma parte de la lucha contra la locura
que libra .sin cesar — con un éxito precario—- toda la humanidad.
Pero la respuesta de Freud no hace más que revelar una ignorancia
irreductible: ¿por qué algunos fracasan y otros no? Sabemos que
Freud sólo ha podido contestar esta pregunta invocando los factores
cuantitativos que actuarían, o inclusive el terreno constitucional. . . ,
es decir que reconocía no saber nada sobre este punto.
Si la psiquiatría ha de tener alguna eficacia, ello será al precio
de una trasformación que va a exigirle, al menos por un tiempo,
merecer el nombre de antipsiquiatría,1S Si la crisis de locura es una
lucha interior análoga a la que cada uno de nosotros entabla de
modo más silencioso, sea cual fuere su naturaleza, nos es preciso
aprender a considerar esa crisis, cuando se da en el exterior de
nuestra persona, como a la vez nuestra y no nuestra, y a interro
garnos no ya sobre las medidas que debemos adoptar con toda
premura para que nuestro equilibrio mental (y el de la sociedad a
la cual está ligado) no corra el peligro de perturbarse, sino sobre
aquellas otras que siria necesario adoptar (o no adoptar) para que
el sujeto de la crisis pueda, de algún modo, ganar esa lucha.
Debemos tomar conciencia de que la sociedad ha previsto siem
pre, de diversos modos, lugares donde colocar a sus locos, de que
siempre les ha propuesto modelos de locura con los que pueden
identificarse para satisfacerla, de que todo esto no es más que una
parte de las instituciones mediante las cuales esa sociedad se protege
contra su inconsciente. Es posible concebir otros métodos de pro
tección menos crueles y menos ruinosos. Encontramos en la situación
del asilo, como en la situación colonial,19 la nostalgia de una vida
en un mundo sin hombres, como si el hombre intentara realizar en
ella algún sueño perdido 20 de su infancia.
1 l ia n c e -S o ir , 7 de m ayo de 1968.
" I \térix, éd. Dargau d.
1 H o lló : “ L e D ia b le chez Pen fa n t” , en Études carm elitaines, n e f, m ayo
•lo 1945.
El niño apela al diablo cuando no logra encontrar las palabras que
le permitirían alcanzar al Otro, cuando fracasan sus intentos de
expresar la tensión en que se encuentra. Si los brujos forman parte
del mundo social, el diablo representa el peligro de lo no social, la
entrada en un universo sin leyes. A través de esa pesadilla terrorífica
que lo habita, lo que el niño se siente en peligro de perder es su ser
mismo. L a angustia que lo asalta amenaza destruir todo lo que vive.
Este peligro mortífero surge en el momento en que, en una fantasía
omnipotente (y en respuesta al universo frustrante en que se h a lla ), le
parece poder por fin “ poseer” el objeto idealmente bueno, durante
tanto tiempo codiciado. Pero el objeto deja de ser ideal desde que
se lo posee, y entonces estalla la crisis de angustia de fragmentación,
particularmente aguda y “ pura” en el infante psicótico.
Justo en el momento en que Frank trasgredía la prohibición materna
( “ no hagas eso” ) , para llegar a modelar, con grafísmos o con tierra,
una obra maestra que él mismo definía como “ la más bella de todas
las más bellas” , sucedía infamablemente un accidente (provocado por
él mismo) que destruía o estropeaba la producción. Se lanzaba enton
ces aullando sobre mí, sobre su madre, arañando, mordiendo y gri
tando en su desesperación: "é l ha destruido, él ha destruido” . A ese
éi (que es el yo {Je) del niño “ hablado” por la m adre), Frank terminó
por dibujarlo con los rasgos de un diablo rojo, con boca enorme,
rodeado de garabatps.
A este dibujo era necesario destruirlo, como para borrar toda huella
de lo que había podido poseer al niño, desgarrarlo. En una crisis de
asma terminaba momentáneamente su furor y se expresaba su derrota
— derrota que era la representación, en una escena, de la trampa
en que se hallaba.
Durante las sesiones, y sin constricciones, puesto que se trasformaba
en deseante, era detenido como por un manojo de palabras contra
dictorias: “ haz esto, no hagas aquello” , “ obras bien, pero obras mal” .
Los efectos del mal habían venido a inscribirse en su carne, entre
cortándole su respiración y, cuando podía respirar, era en su ser que
se sentía perdido, y lo que ofrecía era su “ locura” , es decir, la equiva
lencia de lo que expresaba en sus dibujos bajo los rasgos de un diablo
dañino.
El estado de “ locura” alternaba con un deseo de rescate: — Él no
es más malo, es bueno, no va a gritar nunca más, él se tranquiliza . . ,
ah, mamá, no vas a dejarme . . ,
L a estereotipia de la respuesta “ loca” del niño ante todo intento
de separación, no puede dejar de llamar nuestra atención.
La solución adoptada por Frank le permitía a la madre justificar
su empresa “ sobreprotectora” ; — Vea usted — decía ella (a través del
síntoma de su hijo)-—, no puede pasarse sin mí, le llegará el m al
si se lo aleja.
El deseo de fuga de Frank se veía contradicho cada vez por la
angustia que experimentaba ante la posibilidad de que fuera a reali
zarse la aspiración inconsciente de la madre (que él muriera) o la suya
propia (que ella m uriera). Incapaz de poder dialectizar su problema,
no encontraba otra salida a su malestar que perpetuar a través de su
síntoma una especie de perennidad de una “ simbiosis” madre-hijo,
simbiosis que reposaba sobre la imagen órfica de la fragmentación
del cuerpo.
Hemos visto en el primer capítulo el lugar que ocupaba la enfer
medad de Frank en su pueblo. Sus crisis formaban parte integrante
de lo que el profano espera de un “ loco” .
Cuando en el edificio en que vivo aparece en las escaleras algún
niño que grita, siempre hay un alma caritativa que se presta para
conducirlo a mi casa, como se llevaría un perro perdido a la Sociedad
Protectora de Animales.
A los niños gritones, a los pálidos, a los “ raros” , a los “ nerviosos” ,
se los reconoce de antemano, se los marca como los que deben ser
“ clientes” de la señora Mannoni. Se espera lo peor * y por consiguiente
se recoge lo peor . . . basta en efecto una palabra. .. tiene por efecto
mágico darle al niño la idea de lo que podría hacer “ además” para
distinguirse.
El niño psicótico sabe representar su “ locura” para llegar a los que
ama o a los que detesta. Su conducta es una réplica a la palabra
del ambiente, ambiente al que se siente ligado pero del que quiere
deshacerse: rechazado por él, se afirma como rechazante, maneja
los hilos de un juego en el que como “ enfermo” va a dar pruebas
de su poder.
5 V éa s e capítu lo I.
si las sociedades (de “ asilo” ) así constituidas fuesen más presentables,
si los “ locos” fuesen allí felices.
La cosa no es tan rara: algunos encuentran, en efecto, en esos
lugares, una especie de felicidad y no tienen otro temor que el da
fiíilir algún día,
Otros han terminado por “ elegir” el hospital, cediendo así contra
sil voluntad a la propuesta dada por un medio ambiente que los
«consejaba “ por su bien” .
— Cuando un enfermo — me dice Georges— ha sido llevado salvaje
mente al hospital sin razón valedera, se encuentra perdido. L a labor-
Irrapia es una invención imbécil: si yo quisiera trabajar, estaría
.ifuera. M i opción es una vida de impedido, seguir mi vocación.
( -orro el riesgo de terminar mi vida aquí, esto es una prisión y me
«irrito perseguido.
A esta elección de la locura como respuesta a todo un contexto
pagado y presente, el individuo puede recurrir, incluso en los mo
mentos de tensión, cuando no ha logrado hacerse entender mediante
Id palabra.
Parece, pues, que la “ enfermedad mental” se utiliza como estrategia *
que permite obtener lo que de otra manera se niega, o para develar
I" insostenible de una situación.
Esta idea de una respuesta “ loca” , que responde como un eco a una
pnlabra siempre “ lateral” emitida por la familia o por los miembros
riel hospital, ha sido desarrollada por John Perceval en 1830 y por
NI orag Coate 7 en 1964.
En sus autobiografías, estos autores muestran el desgarramiento que
i n rierto momento se ha introducido en relación con la realidad
'■xtcrior, explican cómo lo fantástico ha venido a llenar el vacío dejado
|inr esta pérdida de realidad.
I lacen de la situación institucional en la que se han visto apresados
un .inálisis despiadadamente lúcido, y describen la relación rnédico-
iiferino como una lucha en el curso de la cual uno u otro interlo-
ulnr se encuentra siempre en situación de ser anulado. N o hay
niiH’una posibilidad de coexistencia, afirman los autores.
K| decir y el hacer que “ se desvían” de lo normal son castigados
un iliante los medicamentos o las duchas. Los que curan, al oponerse
il proceso delirante, comprometen las posibilidades de remisión espon-
lAnea, Los autores reclaman para los “ pacientes” el respeto a su delirio.
LA LO CU RA COM O S T A T U S
" Jucques L a ca n , “ Com plexes fam iliau x dans la fo rm atio n de I’in d ivid u ” en
i K n tyclopéd ie fran^aise sur la vie m entale, t. vni.
111 M dz y colaboradores, S ch izo p h ren ia and th e fa m ily , In t. U n iv . Press,
N i i n » Y o rk , 1965.
tricción, con lo que se opta por un status en lugar de otro) .
El status de “ loco” por el que se “ opta” a fin de escapar de otro
status — el casamiento— , o de otros problemas, ha sido puesto de
relieve con gran agudeza por Pirandello 11 en I I berretto a sonagli.
L a escena trascurre en Sicilia.
Béatrice está “ loca de celos” , que no es lo mismo que estar loca. H a
logrado provocar un escándalo, acusando a su marido de tener
relaciones con la mujer de Ciampa.
Ciampa3 víctima inocente del escándalo, exige explicaciones: su
situación se ha tornado imposible.
Se le pide que perdone.
—-No es más que un error, una locura— , le dicen.
— Sea, es una locura, pero entonces que a Béatrice la declaren
loca, que vaya a pasar tres meses al asilo. Es fácil hacerse la loca:
no tiene más que decirles la verdad a todos en la cara. ¿Quiere tener
siempre razón ? N o hay signo más grande de locura . . .
L a solución de Ciampa es la única posible. Béatrice sedeja pues
llevar al asilo, gritando como una lo c a . . .
El interés de la pieza reside en el hecho de que en ella se ve cómo
se tejen perfectamente las redes en las que se va a encontrar Béatrice
presa y vencida, desvaneciéndose como sujeto, para sólo subsistir bajo
el puro rótulo de la locura. (Esta situación, en lo que tiene de
ejemplar, se vuelve a encontrar todos los días en cierto estilo de admi
sión al hospital psiquiátrico.)
En psiquiatría existe una tendencia demasiado grande a olvidar
los efectos que puede tener sobre un individuo un puñado de palabras
en la actualización, la precipitación o la resolución de una actuación.
Béatrice ™ Yo, en una casa de locos, ¿lo oyes, mamá?
Assunta: Pero es para arreglarlo todo, hija mía, ¿comprendes?
Spano: Para arreglarlo to d o . . . En efecto, es una solución exce
lente. Piense usted un poco en su marido, señora. ..
Béatrice: ¿Ustedes querrían que pasara por loca ante los ojos
de todos?
Ciampa: Exactamente, como ante los ojos de todos ha deshonrado
usted a tres personas, haciendo pasar a uno por adúltero, a la otra
por una ramera, y a m í por un cornudo. N o basta con decir: “ Estaba
loca” . Es necesario demostrarlo, demostrarlo dejándose encerrar.
Béatrice: A ustedes es a quienes hay que encerrar.
14 V éa se ca p ítu lo 6.
Todo ocurría como si no pudiese recibir otro mensaje de la palabra
materna: “ Estoy acabada y tú, hijita mía, eres como yo” . Precisa
mente, la entrada de Emmanuelle en el hospital en el curso de un
episodio de postración fue hecha repitiendo las palabras de la madre,
asumidas por cuenta propia: “ Estoy acabada, mamá, estoy acabada” .
La prolongación de la permanencia en la clínica psiquiátrica no
habría podido hacer otra cosa que incitar a la muchacha a cumplir
una carrera de internada: habría satisfecho así el deseo inconsciente
de su madre, el de ser amada en tanto que muerta.
20 O . M a n n o n i, “ L e T h é á tr e et le fo lie ” , en M é d e c in e de F ra n ce , n9 149,
1964. [H a y edición en esp añ ol: L a o tra escena, Buenos Airea. A m orrortu ,
1972.]
21 M ic h o l F ou cau lt, H is to ire de la fo lie , P lo n , 1961. [H a y edición en es-'
p a ñ o l: H is io ria de la lo c u ra en la ¿p oca clásica, M é x ic o , F o n d o de Cultura.
E co n óm ica , 1967.]
22 Ib id ,
I n época clásica (como nos lo ha mostrado Foucaultx) ha rechazado,
Imjo el efecto del mismo miedo, a los enfermos mentales, a los aso-
i mies, a los perversos, a los delincuentes y a los rebeldes. Las estruc-
I uras de la internación se han desarrollado a partir de este “ gran
111 icelo” . Los seres privados de razón han venido a ocupar el lugar que
ilrjaron vacío los leprosos, y su lugar en la sociedad ha cambiado a
«ii vez en comparación con el que ocupaban en los tiempos más
II ittiguos.
l'oucault muestra igualmente cómo la locura, después de haber sido
rrrhazada de la sociedad razonable, ha sido recibida en el mundo
i irntífico. El conocimiento de la locura que pudo adquirirse a partir
i Irt este hecho ha conducido a denunciarla más bien que a reconocerla.
A partir de una crisis colectiva ( que podría analizarse como una
lupccie de retorno de lo reprim ido) surgieron no solamente las
medidas administrativas de internación, sino también toda una
"i l.isificación natural” de las enfermedades mentales. A fines del
nglo xvnr, antes del nacimiento de la psiquiatría, la población no
•listinguía los efectos del pecado y del peligro real, confundiendo ambas
i mus en una locura temida y rechazada. L a población temía verse
• initaminada por las emanaciones de la locura y del vicio, como si
ili-l otro lado de los muros del encierro la amenazara un oscuro
l'iiligro.
l'.ste pánico de mediados del siglo xvm les proporcionó más tarde
pt los juristas y a los médicos un derecho de tutela sobre los asilos.
Hl la sinrazón ha podido salir del aislamiento en que se intentó
muntenerla y volver a encontrar un lugar en la sociedad que la había
rxt luido, fue no obstante para verse presa, en ella, de un status que
M manifiesta todavía en nuestros días por la internación de los
"'■iilermos mentales” .
La palabra de la locura, cuando ha querido hacerse oír, ha trope-
violentamente contra todos los cómplices de la represión, y todos
leu portavoces del buen sentido. Hoy, cuando la locura habla, se
i nfrcnta con la institución de la locura.
I ,il el asilo, el decir del paciente es por lo general menos oído que
llt ubrar. El medicamento viene siempre a proteger al terapeuta contra
¿REFORM AR E L A S ILO ?
LA IM P U G N A C IÓ N DEL SABER
I I. P U N T O DE V IS TA A N A LÍT IC O
L A A N T IP S IQ U IA T R IA
G eorges P a y o t (u n internado)
|n«r Bleger 1 propone llamar situación psicoanalítica a la totalidad
df los fenómenos que sobrevienen en el curso de la relación analítica
■iilrc el psicoanalista y su paciente. Distingue en ella los fenómenos
MUr constituyen el proceso, de los que constituyen el encuadre,z es
0 |[ ir que este autor estudia el decir y el obrar del paciente en relación
i On variables y con constantes. Sitúa al proceso (variable) como lo que
llene lugar en un encuadre (constante). A este encuadre, Bleger lo
('*1 lidia como institución. Muestra, mediante ejemplos clínicos, cómo
In institución familiar más primitiva del paciente (por consiguiente, la
un lifrrenciación primitiva de las etapas más precoces de la persona
lidad) reaparece en el encuadre analítico. Este autor esclarece así la
ftunpulsión a la repetición que revela esa indiferenciación: el encuadre
mino institución es así el depositario de la parte psicótica de la perso
nalidad del sujeto, es decir, para Bleger, el campo en el que se proyecta
lu |iarte indiferenciada de los lazos simbióticos más primitivos.
I . Jaques,3 en el curso de un trabajo similar, ha mostrado el modo
(nnio el sujeto utiliza el encuadre como defensa contra la ansiedad,
f Mil sobreviene siempre donde hay movimiento respecto de algo
• instante. A partir de la relativa inmovilidad o permanencia del
rm uadre se destaca un movimiento que, sobre un fondo de sobre-
iti tunninación simbólica, se encuentra estrechamente ligado con el yo
i m/JoraZ del paciente. En lenguaje lacaniano, diríamos que el espacio
L A F A N T A S ÍA
L A E TA PA ESPECULAR
LA D IM E N S IÓ N SIM B O LICA
23 L a ca n , Écrits, p. 113.
24 Lá ca n , Sem inario 1955-1956,
25 La ca n , Ecrits, p. 118.
23 L eó n G rin berg, M a rie I-anger, D a v id Liberarían, E m ilio y Geneviévc
T . R o d rig u é, “ T h e psychoanalytic process” , en International Journal of Psy
choanalysis, vol, 48, n° 4. [H a y edición en esp añ o l : El contexto del procese
psicoanalílico, Buenos A ires, Paidós.]
Minln 'Mi que el analista debe sufrir a veces la influencia parásita de
I" M-ntimientos del paciente, y cómo es él quien, en respuesta a este
■dianítismo, obstaculiza (en beneficio de su propio bienestar) el trabajo-
■i' •lucio.
Ivi mérito de Melanie Klein (y luego de Bion y de M elita Schmide-
(*i|') haber insistido en el modo en que el sujeto utiliza la institución
■Icoanalítica (y la institución social) como defensa contra el surgi-
M ínto de la ansiedad paranoide y depresiva. Los individuos pueden
|J» estii modo introducir sus objetos persecutorios internos en la vida
ili' l¡i institución.27 Conocemos los efectos de fragmentación que de
* lio resultan posteriormente en el plano de la identificación. Jaques
«ul ii uya que esto no significa, no obstante, que la institución se tras-
limnr por ello mismo en psic.ótica. Sin embargo, podemos esperar
Q|i mitrar en ella todas las formas de manifestaciones de irrealidad, de
' ¡hlting, de sospecha y de hostilidad que son características de toda
‘ lilii en grupo, características utilizadas por los individuos para defen
dí1me contra la ansiedad psicótica.
I ;is estructuras de las instituciones desarrollan sistemas de papeles y
•I» posiciones a través de un conjunto de reglas, de convenciones
ili prohibiciones. Este sistema rige las relaciones de los individuos
m ire sí.
lili una institución (como lo hemos visto más arriba) tiene lugar
mi discurso. A partir de malentendidos se estructura algo y a través
ili l nintoma llega a poder hablar una verdad. Esta verdad que surge
i • i'l fruto de un encuentro decisivo.26 En el desarrollo del proceso
Hliditico asistimos a ritos simbólicos.
liemos visto que la institución psiconalítica y la institución social se
fOimtruyen, en lineas generales, según un esquema que les es común.
I Irntro del encuadre y en relación mu él (encuadre de la institución
que enmascara el del paciente) tiene lugar un discurso. El movimiento
(Himno del proceso analítico está ligado a la inercia del encuadre. Esta
l(ii icia — parálisis— existe en toda institución. El sujeto, modelado
|mi la institución en la que se halla inmerso, obra a su vez sobre ella
{iiiiii acrecentar su parálisis. El sujeto se alimenta de esta parálisis
I' ii ■i funcionar en otra parte, al abrigo de la angustia que no dejaría
fln suscitar en él todo movimiento del encuadre.
35 M a iid M a n n o n i, L ’en fant, sa " m aladie” et les autres, éd, du Seuil, 1967,
[H a y edición en español.]
h t'U enfermo se presenta como el signo de un callejón sin salida cuyo
Hnlido ha de buscarse en otra parte, particularmente en la sociedad.
I I analista hace muy pronto el papel del acusado — y, como se lo
mlmila a la condición de representante de una sociedad represiva,
■ encuentra de entrada condenado a la impotencia. N o puede hacer
ni más ni menos que lo que los psiquiatras han hecho siempre. Si
mu es psiquiatra, lo sindica como tal un paciente marcado por el uni-
■i o segregado en el que se halla inmerso.
I.a introducción de la institución psicoanalítica en el asilo es la
Jflltoducción de una ambigüedad en cuanto al encuadre asilar, y eso
fl&ln logra exacerbar la desconfianza del paranoico. El médico jefe,
lin médicos internos, las enfermeras, todos forman parte integrante
■ti I sistema médico-administrativo tradicional. A l psicoanalista, por
i minto proviene del exterior, se lo percibe como a una interrogación
QUP, mediante un juego de reflexión especular, introduce una mirada
t una escucha en el mundo de un paciente que está habituado a
leferencias conocidas, referencias en cuyo seno despliega una estra-
Ipfiia idéntica a la que utilizan en las prisiones los delincuentes. La
«punción y la subsistencia del che vuoi? no puede mantenerse
■ I'iiinte largo tiempo como enigma (principalmente en el caso de
lim paranoicos).
I.a relación con el encuadre institucional me pone a prueba, por-
ijlie en función de ese encuadre se me pide que me defina. Se trata
•I" saber si puedo ser utilizada (contra los médicos, para una salida,
■nutra fulano, etc.) y el paciente se interroga con toda conciencia
«i <1ne el poder que ejerzo dentro de la institución. Por otra parte, lo
i|iie a partir de la aclaración de este punto me torna peligrosa es pre-
i llámente el hecho de que no estoy investida de ningún poder:
|inique si no tengo un poder visible, se me asigna un poder oculto,
temible. El mundo fantástico del paciente no halla depositario frente
• líl ambigüedad de m i status.
ijQué es lo que ofrezco?
¿La curación? El paciente no la pide.
I .e ofrezco hablar. . . y agrego, ingenuamente, que “ eso le hará
olrn” , pero, ¡ es precisamente sobre ese bien que le deseo que comienza
D interrogarse y angustiarse!
I’or otra parte, en cuanto a hablar, ha desaprendido a hablar.
Algunos, es cierto, aguardan en la sala de espera, puntuales. A
menudo no tienen nada que decir, sólo la reedición de un relato
i'itcreotipado, esto es, la variación de un tema delirante: me lo ofre-
• i n porque su disposición hacia mí es positiva y desean ayudarme a
hacer este libro que han escuchado que quiero escribir.
Están, pues, dispuestos a proporcionarme historias y también i'M
critos codificados a! modo de legajas médicos.
En su mayoría, se niegan a un encuentro privilegiado; en últimí
instancia, e! ello habla mejor en otras partes que en el gabinete dd
analista.
Esperada por algunos, rechazada por otros, comprendo que lo qufl
Se dice está modelado por el asilo y por las estructuras en las
estoy, con ellos, apresada. N o hay lugar para que surja una verdad
L o imprevisto no aparece. Las reglas deben ser respetadas, y estat
reglas hacen referencia al encuadre de cada paciente y al de la i: «•
titución asilar. Cada falta que cometo a las costumbres establecidnf
se ve sancionada mediante una agresión, agresión inducida por (fl
hecho de que me he puesto en función de agente provocador (existí!*
ritos que deben respetarse: no se entra impunemente a mirar tela
visión en la sala común de un pabellón en el que nadie nos conocí*
nunca se hacen “ agresiones” , no importa dónde ni cómo, que no i <>*
rrespondan siempre a una falta cometida por el “ agredido” ).
La situación analítica es la introducción de una brecha en la rigí*
dez del encuadre institucional. El paciente trata de hacer surgir ni
la situación analítica misma ese encuadre rígido (horas fijas, etc.)
que constituye su protección, Pero un detalle mínimo que modifiqw»
este encuadre induce reacciones de violencia fuera de la sesión, en ¡a
institución asilar. El encuadre que proporciona seguridad es el til»
la institución asilar, tiunque se lo cuestione. Y modelado por la ins
titución asilar, el paciente termina por tornarse hostil a todo cambio
se hace conservador en los gustos y las costumbres del lugar en d
cual se halla, quiéralo o no, insertado. T od o se encuentra debida»
mente organizado para que se fijen para siempre las funciones djl
verdugos y de víctimas.
Si el paciente asimila al “ sistema” asilar el personal que lo atieM
de, a mí, en cuanto psicoanalista, me sindica como la experta (pafJ
ticularmente por parte de los paranoicos). A partir de ello, el discurstt1
sólo podrá funcionar con una inercia dialéctica suplementaria.
- ¿Para qué sirve usted, si no está aquí ni para juzgar ni par#;
obtener, mi salida?
— Entonces está usted encargada de espiarme.
N o me es posible desempeñarme con libertad en un lugar en el qw
todo está reglamentado, determinado al minuto, previsto.
La ambigüedad de mi posición no puede provocar otra cosa qw
rechazo.
T od a irrupción de los terapeutas en el encuadre de vida propm
del paciente es vivida por éste de modo persecutorio. Las reunionci
| *!’ toleran si pueden inscribirse en un ritual establecido (fechas
H li), rtc.j y se teme que haya arreglos de cuentas posteriores a la
■Unión . ..
Lm cosas, ocurren de un modo radicalmente diferente si, en un
■lili en el que los terapeutas están reunidos, irrumpen los pacien-
M lín este caso, debido a que son ellos los provocadores, la angustia
mi'iuitoria es mucho menor. Si los terapeutas soportaran que se
E n interpelara, podría aparecer en el decir algo verdadero. Mas en
k|Hli|UÍer caso la ambigüedad de la situación no se soportaría mucho
l» >I>11 y pronto cada uno volvería a entrar en su universo propio,
li rute modo la segregación actúa muy bien como antídoto de ¡a
KtKllItia.
I i ansiedad psicótica, ya lo hemos visto, sobreviene donde se pro-
|(l<1 i’l movimiento, contra lo que es constante,
‘ u bien la situación analítica se halla esterilizada (es decir, en los
hmli<is resulta una especie de pedagogía reaseguradora, alejada de
■ lii perspectiva analítica auténtica), se la soporta no obstante, por-
|tíí en la medida en que desempeña dicho papel, se halla inscrita
Mi mía estrategia, conocida.
I *i* otra manera, no hay lugar para la introducción de una insti-
ftlrlún psicoanalítica en una institución asilar.36 En un lugar de
ii|in carcelario, nada tiene que hacer una institución que se proponga
jpurtir una palabra.
I I I . D IS C U R S O P A R A N O I C O
1*1¡turra sesión
Segunda sesión
I ncera sesión
Cuarta sesión
B l l l f i m sesión
£>ltlime
tii Ui una semana cargada en este hospital de locos. Todo el mun-
miedo. En mi pabellón los hay que lloran, no tienen segu-
M«<l, oíros querrían casarse. M i caso es el de poder salir. N o me
♦«> nulo con el médico interno, me envía al aire libre en vez de
B iiiiam e. M i readaptación será difícil. Cuando oigo discutir a los
llll’i, me doy cuenta de que las cosas de familia me impiden vivir.
B I llii dice constantemente no. Iré a verla por sorpresa, romperé
lltlii, y después volveré. Estoy embromado y vivo en un mundo de
toili’ agriada. N o puedo tomarle el gusto a la readaptación. Sería
■ n iiirio que me compraran una guitarra especial, porque soy zurdo.
Btiiui una mujer-empresario, que sería una madre para mí. M i
■ tlie era música, de ella lo heredo. Tengo un nombre, pero no
Bt»in Soy un enfermo mental. Es m i enfermedad, porque es la ver-
)if i/e lo que siento. Soy un epiléptico mental, con traumatismo
liliiMnn. Los locos son los seres más investigados del mundo.
■fiirn sesión
Décima sesión
Undécima sesión
Ulodécima sesión
Decimoquinta sesión
Decimosexta sesión
Usted me hace cagar, me hace sudar, es una basura, una puerca, lin
perro de policía, usted es una puta, una ladrona puta, una ladronll
puta de perro de policía, ¿Qué es lo que quiere que haga cuáfflln
se me calienta la verga? Basura, tres veces basura, de su locutorio
quiero saber más. ¿ L o que busca usted entonces es la masacre? Ni*
puedo más, ¿me oye? ¿ M e oye usted, pequeña gran boluda? ¿Qi'
se precisa entonces para que lo oigan a uno ?
B. CO M EN TA RIO
Itrso del que se ja cta , la sociedad gan a p o r ambos lados y en los dos mundos.
A la persona a la que «v o m it a » su fa m ilia y la sociedad, la «tra g a s el hospital
r tmtonces se la d ig iere y se la m eiab oliza hasta que se le q u ita su existencia
ilr persona iden tífica b le. Esto, según pienso, debe ser considerado com o
violencia".
' Véase L a in g y Esterson. S a n ily , madness and the fa m ily . T a visto ck . [H a y
i lición en españ ol: C o rd u ra , lo c u ra y fa m ilia , M éx ico , Fon do de C u ltu ra
Económica, 1967.]
destructivas. Es siempre en el apogeo de sus crisis de culpabilidad
cuando Laurent designa el órgano interno que corre el peligro il>
destrucción o alienación. D e este modo remplaza por una alucinación
lo que el histérico hace hablar con su cuerpo.
D e la infancia de Laurent, la madre nada tiene que decirme. Todo
parece haber sido perfecto hasta un accidente de trabajo que ■
produjo a la edad de 23 años. A este accidente atribuye también
Laurent el origen de sus problemas. “ M e cayó un cable en la espaldi
y el profesor dijo que todo venía de allí” . Laurent no da nunca gn
opinión personal. N o tiene nada que decir, no es necesario sobre todo
que eso cambie. Quiere significar de una vez por todas que “ su pur.ttt
de vista personal” se ha perdido para siempre en Villc-Evrard. Allí 1■
pusieron, y allí está: “ hace 2 0 años que me he visto forzado por mí
bien a permanecer bajo el techo que eligió mi madre” , pero que no
se le pida, sobre todo, ninguna readaptación: “ Han querido readaM
tarme mediante la cestería, hay que ser tonto para que le guste a uno
el taller, a mí me gusta el reposo” . En otros momentos cuenta que lis
perdido la memoria, con lo que dice claramente que le es precisa
continuar viviendo como objeto. “ Son los médicos y mi madre quiensj
deciden y piensan por mí.” Como sujeto que experimenta deseo, l.au*
renta se ha anulado realmente, se ha elegido loco.
En su relación con el lenguaje ha conservado una palabra personal,
pero la usa para decir que no vale la pena usarla. ¿N o está acaso
establecido que son*los otros quienes deciden por él? Sus larga!
permanencias en el hospital psiquiátrico han hecho de Laurent un
hombre identificado con un psicótico. En el asilo ha encontrado lai
referencias de su identidad.
En ciertas formas de psicosis, el niño ha sido precozmente afectado
en su derecho a existir, y su lenguaje aparece empobrecido o ausente.
Cuando se pone de manifiesto un contenido persecutorio, la agresió*
de los progenitores se ejerce — por el contrario— sobre el hacer y el
decir: inspección del ano, cuerpo expuesto a las miradas médicas*
palabra sin cesar cuestionada y contradicha. Entonces el brote delirante
o la descompensación psicótica intervienen en forma más tardía, en
la adolescencia o hacia los 18-20 años. El varón se encuentra gene
ralmente en crisis con el progenitor del mismo sexo, y pone en actos las
quejas maternas relativas a un padre excluido, escarnecido, un padrl
que ha defraudado (porque sean cuales fueren su mérito o su éxito
social, no puede sino defraudar a una madre que busca un deseo
insatisfecho). L a explosión de violencia que va a marcar al hijo com í
ser peligroso para sí mismo y para los demás, no es muy a menudo
más que la expresión de un terror negado con respecto al progenitor
‘ 1*1 mismo sexo, terror que lo conduce a una posición paranoide o a
lin episodio persecutorio; por cuyo hecho le resultará prohibida toda
elección heterosexual. Sólo se perturba el sistema de defensa tras el
■ uní se protegen estos sujetos cuando se llega a tocar la angustia
l'i’rsecutoria que los liga al progenitor patógeno, así como a la seve
ridad superyoica. Si Laurent ha pasado sin transición del estadio de
hiño sobreprotegido «1 de obrero en rebelión, puede decirse que sólo
Mimo individuo peligroso ha encontrado finalmente un lugar de
elección en el deseo de una madre a la que todos los hombres
l'ifraudan. ¿Qué sería más normal sino que su hijo se convirtiese
en homicida, en cuanto a su destino con respecto a ella? “ M oriré
tm día por su mano” , le repite ella a quien quiera oírla.
— Que me den miedo, éste es el sentido de más de una de sus
nociones. Se trama un juego en el que su interrogación sobre la hora de
■n propia muerte está permanentemente en suspenso. Ella la hace
másente, de continuo: “ Sobre todo no vuelvan a enviarlo con permiso.
I tos doctores no se dan cuenta. Es aquí (en el asilo) donde está bien,
IIit-‘ se quede aquí.” Esta frase puede perfectamente querer también
uncir: “ Deseo recibir a mi hijo, pero observen lo que va a hacerme” .
! i única salida que este hijo tiene es, finalmente, la de hacerse el
muerto, ya que estar vivo equivaldría a m a ta r...
Pura la madre de Charles (31 años), internado desde los 20, la suerte
■«tuba echada aun antes de su llegada al mundo. Hijos no quería, “ no
ulaba previsto en el programa” . Había tomado un marido para tener
mi comercio, “ un retardado de 1 0 0 años que chicaneaba ya en el
vientre de su madre” . Guando Charles tenía 3 años, se enteró de que
tu esposo sufría de una antigua sífilis. Cortó toda relación sexual e
Itlxo de Charles su objeto de amor exclusivo. Y a que está condenado,
i lia va a consagrarle su vida (por más que los médicos le digan que
ir' equivoca, sólo ella conoce la ve rd a d ). El hijo, educado en el des
precio al padre, se torna fóbico, y a los 2 0 años comienza su carrera
tln internado de los hospitales psiquiátricos. ¿Esquizofrenia o neurosis
luitérica? Esta es la pregunta que se plantea. A los 31 años, Charles
manifiesta un contenido psicótico: palabras que ha recogido en todos
In» rincones del asilo. Los locos más diversos hablan por su boca. Da
lii impresión de construir historias para permitirse el goce de una crisis
ilil angustia. Se ofrece, todo traspirado, a la mirada del otro, y los ojos
■Iiik irbitados, los pómulos salientes, la boca desdentada, son los ele-
mrntos del espectáculo que nos ofrece.
Detrás de esta máscara trágica, Charles nos permite ver y oír cosas
nuestras más que suyas: aquí son posibles todas las proyecciones.
La delgadez de Charles es inquietante, se alimenta proco y se acusa.
I iene la apariencia de hallarse en duelo por un objeto perdido y de
hitber perdido al mismo tiempo todo amor por sí mismo. Para la m i
nuta del otro se quiere objeto de horror, sus autoacusaciones son en
" ¿ilidad acusaciones dirigidas contra su padre. N o puede asumir el
|«'Ko de los reproches (que, en realidad, son los de la m adre). En
I I plano de la identificación, Charles ha tenido dificultades. L a pre
cinta sobre quién es (pregunta histérica) ha sido respondida, desgra-
i indamente, dentro del recinto del hospital psiquiátrico. “ Soy el
nquizofrénico del hospital” , me dijo. Para aplacar su angustia, se le
ilice que se toma por el loco que no es. N o asume, en cualquier caso,
ninguna palabra personal. Se “ pega” al rol que ha elegido. Está
dispuesto a morir del goce que le ofrece el otro a través de su ideulilh [
cación con una infinidad de cuerpos fragmentados . . .
:
Esta cosa es el objeto bueno kleiniano, que en la fantasía puede muy II y
bien aparecer también como fundamentalmente malo. Y el sujeti
desarrolla sus síntomas porque no puede situarse en relación con ellos.
En la relación madre-hijo , 8 todo lo que guarda relación con las Jlfo*
ciones de dependencia y frustración, sólo es, en realidad, la manifes
tación de la relación fundamental del sujeto con la cosa, y Freud no»
muestra que lo que para el principio del placer constituye el soberano
bien, el único, esto es, la madre, es igualmente un bien prohibida,
Recuerda cómo el incesto (madre-hijo) desempeña, en cuanto prohi
bición, un papel central en las neurosis y en las psicosis. E¡ incest
está vinculado a un orden, el que va a permitir la aparición de la
cultura (y por ende del lenguaje). Freud, al insistir sobre el Edipi
nos muestra que no puede articularse nada sobre la sexualidad en
hombre, si ésta no pasa por una ley de simbolización. Si, en el neul
tico, el conflicto de orden produce la represión y el compromiso, en
psicótico lo que se establece es un repudio ( V erw erfung). L o que
repudia de lo simbólico, reaparece en el mundo exterior (lo real) bajo
forma de alucinación. D e ello se deriva una especie de disgregación
en cadena denominada delirio.
Pero es en E l malestar en la cultura donde desarrolla Freud la idea
de que aquel que se lanza en el camino de un goce sin límites o sin
freno encuentra obrtáculos para su realización, como si en la base, 4B
la organización social, estuviese establecido que el goce es un M al.T
El discurso de Sade nos muestra cómo una vez franqueados cierto!
límites en la relación con el otro, el cuerpo del prójimo se fragmenta
"
de las pulsiones” . D as D in g es el o b je to p erd id o. L a ca n señala la importancia
de las ideas klcinianas “ según las cuales la sublim ación es una solución imagl*
naria de una necesidad de reparación sim bólica relativa al cuerpo de la m adlf
(sien do el cu erpo m ístico de la m adre lo que esta doctrin a pone en lu gar de U
c o s a )” . Sem inario 1959-1960.
9 La ca n * Sem inario 1959-1960.
10 L a ca n : “ E l g o ce es un m al. Es un m al porq u e im p lica el m al del prójimo*
L o q u e se plan tea co m o el verd a d ero problem a de m i am or, es la presencia djfc
esta m aldad profu n da qu e h abita en nupstro p ró jim o pero que, p o r o tia parir,
tam bién h abita en m í. P orqu e, ¿h a y a lgo que m e es más próx im o que Isr
corazón m ío que es e l d e mi goce* al que no m e a trevo a acercarm e? Porqul
desde que me acerco surge esa insondable agresividad ante la cual retrocedo,
esa agresividad que v u elvo contra m í m ismo y qu e va a eje rc e r su peso jMpJ
lu gar de la p ropia ley desaparecida, im p id ién d om e fran q u ea r cierta fron teft
en el lím ite de la cosa.” S em in ario 1959-1960.
11 La ca n , Sem inario 1959-1960. Estos temas han sido desarrollados por
La ca n en su Sem inario, consagrado a l p roblem a de la ética en el psicoa n álisfl
présteme usted la parte de su cuerpo que puede satisfacerme por un
listante y goce, si así le place, de la parte del mío que pueda serle
<i|ii adablc” . Es la articulación misma de lo que volvemos a hallar en
11 lantasía bajo la noción de objeto parcial. Sade nos muestra después
i|lir la víctima sobrevive siempre a todos los malos tratos que se le
Infligen, ya que la relación con el otro exige, para mantenerse,
i l carácter indestructible del otro. L o que aparece es la armadura de
defensas del sujeto que se inhibe de llegar al goce.
I'jn el dominio del Bien, lo que surge es que el bien se determina sólo
■ n función de poder privar de él al otro. En esta situación, el privador
iiparece en una función imaginaria como el otro imaginario que volve
mos a encontrar en la etapa de la imagen especular.
Lo que se llama 12 defender su Bien, consiste en defendemos a nos-
ntros mismos de gozar de él. L a dimensión del bien es, por consiguiente,
l'i que se levanta como defensa en el camino del deseo.
,¡Qué es, entonces, el deseo?
La demanda, debido a que se articula con el significante, es siempre
ileraanda de otra cosa, y el deseo aparece como soporte de lo que
i|iiiere decir la demanda más allá de lo que formula.
I.a realización del deseo no se entrevé más que en una perspectiva
tle juicio final, 13 como lo muestran la experiencia analítica y el límite
ton que tropieza en el punto en que se plantea la problemática del
deseo.
El drama humano (del deseo vinculado a la ley y a la castración),
i uando 110 puede representarse a nivel simbólico, se produce en lo real
■il nivel de las amenazas o de las órdenes de muerte o de asesinato.
Ksto es lo que aparece abierto en el discurso psicótico.
En la psicosis, la posición conflictiva del hombre en relación con ei
deseo se traduce en los efectos de horror y prohibición con que
ie enfrenta el paciente si asume el riesgo de ser deseante. El incesto
y los “ desbordes sexuales” forman parte integrante del cortejo mítico
que traen los pacientes. Dicen haber roto una prohibición o haber sido
obligados a violarla, y al horror que viven lo traducen en un espec
táculo cuyo objetivo es afectarnos. Su angustia se evidencia en su
postura, en las palabras que trasmiten, palabras desprovistas de toda
emoción y que no se inscriben en ningún movimiento de significación.
L a posición del psicótico frente al deseo guarda cierta relación con
el modo en que es llamado a ocupar una función en la constelación
familiar, y ya hemos demostrado el papel que desempeña en la diná
pendiente. L o q u e le p erm ite al niño este recon ocim ien to de su cu erpo distifll#
del cu erpo d el o tro “ es ese m o vim ien to en qu e el niño se vu elve hacia quiri
lo sostiene para buscar su asentim iento” (S e m in a rio del 28 de noviem bre d*
1 9 6 2 ). E l n iñ o va, pues, a recon ocer en el yo [e g o ] especular (ca rg a d o por I*
lib id o m a tern a ) su yo [m o i] id ea l (o b je to del narcisismo p r im a rio ).
En el psicótico, la situación es totalm ente d ife ren te: “ L o que el esprfi1
le d ev u e lve in defin ida m en te, es él en cuanto que «lu g a r de la ca stra ció n », y#
esta im agen no puede h acer o tra cosa qu e huirle de m odo tam bién indefinido
L o qu e se re fle ja en el espejo en cuanto qu e ego especular (convirtién dose II
o tr o en agen te de ca stra ció n ) le cierra para siem pre al psicótico toda posilu
lidad y toda v ía de id en tifica ció n ( . . . ) . T o d a relación im agin aria con (I
o tro, p o r más qu e se apoye en el ego especular, se torna im p osib le.” (Pien
A u la g n ie r, L a psychanalyse, ii9 8 ) ,
■ l IN S TITU C IÓ N CO M O REFUGIO CONTRA LA A NG USTIA ¡2 5
iinli i del objeto parcial (de este último nos ocuparemos en el aná-
■ tilt I , L a función simbólica es la que va a crear las condiciones
■nlanias de una posibilidad de palabra y de acceso del sujeto al yo
■ />'] de una verdad.
I Lii instauración de estas nociones separa el hecho sociológico de la
B«|)tación estructural del problema; y en una institución son hechos
M í rstructura los que encontramos, ya que los individuos se encuen-
I |i in continuamente atrapados por vínculos imaginarios que condu-
41 n ya sea a la violencia o a la parálisis del campo patológico en el
R||iii< tienen lugar las tensiones.
Si bien es cierto que los analistas deben su interés por el estudio tln
los casos graves de psicosis a las investigaciones de M elanie Klein
sobre las etapas más precoces del desarrollo infantil, es cierto tam
bién que los problemas técnicos planteados por la cura han aparecido
de modo diferente en los casos en que ésta es ambulatoria y en Ion
casos de hospitalización.
Searles8 expone de qué manera, en una institución, el terapeuta
puede verse llevado a participar en el universo psicótico del enfer
mo, a tal punto de Mentirse amenazado en su propia identidad. Acon
seja ofrecer al “ enfermo” una gratificación oceánica, a la que otroi
han llamado (en son de crítica) el gran baño ferencziano.9 Se tratu
de compartir, en la angustia, la soledad subjetiva del paciente, hasta
el punto de regresar con él a una dependencia mutua a la que sr
denomina simbiótica, dependencia que según se plantea no ha podido
desarrollarse hasta su desenlace en las relaciones arcaicas con una
madre amada-odiada, a la que se vivía como peligrosa.
Esta posición de Searles, si bien tiene el mérito de sustraer al ana
lista de la actitud psiquiátrica (oposición entre un terapeuta “ sano"
y un paciente “ enfermo” ), adolece no obstante de una falta de
rigor en su articulación teórica. Una cosa es ser interpelado por la
“ locura” del otro, y otra diferente hacer de la “ locura” del otro
la única guía en una situación necesariamente dual, sin posibili
dad de apertura hacia una articulación simbólica, precisamente cuan-
II, U N C A S O D E A N O R E X IA M ENTAL
A. E L RELATO
I . L a primera entrevista
III. La hospitalización
1] l’críodo hipomaníaco
b] Período depresivo
c] L a muerte y el renacimiento
B , C O M ENTARIO
A ndré Bretó n
Abordaré ahora los problemas que intenta responder la antipsiquiatría
i 1 1 modo como el psicoanálisis puede, por su parte, responder a la
¿tilstna interpelación.
I C O N F R O N T A C IÓ N T E O R IC A
|CIHr k b e r
M OBLIGACIÓN DE L A A T E N C IO N MEDICA
HACIA E L C U E S TIO N A M IE N TO
EL C U E S T tO N A M IE N T O DE L A IN S T IT U C IÓ N PS IQ U IA TR IC A
L A SALU D M E N T A L
t.OCURA Y SOCIEDAD
n. C O N F R O N T A C IO N C L IN IC A
RECIBIR LA PSICOSIS
L o que así habla es una palabra que se le presenta como tal al sujéui,
pero no es él. El paciente llega a perderse como sujeto al buscaj.ifl
como objeto en su relación con el otro.30 La palabra que entonce»
surge no es ya la suya, es eí tú (que habla en una situación en la quo
el otro como tal no puede ya ser reconocido por el paciente) .10
En estas condiciones se produce la reducción de la situación a unii
pura relación imaginaria. En la relación afectiva que así se crea, et
otro se trasforma en el ser de puro deseo, pero también en el ser
de destrucción: de allí el lugar que ocupa la aparición de la agresi
vidad en el rampo en que se despliega la locura.
Lacan sitúa ia entrada en la psicosis aproximadamente en un
momento en que, desde el campo del otro, viene el llamado de un signi
ficante esencial que no se puede recibir.41 Surgen de lo imaginario
palabras que se imponen al sujeto, y a estas palabras se aferra; ellas
lo vuelven a vincular^con una “ humanización” que está perdiendo
En este registro pueden situarse las tentativas de “ redención” (que
vemos en los casos de que informa L a in g). Estas tentativas aparecen
para proteger al sujeto en su narcisismo amenazado.
L o que se despliega en este momento en la escena, como absor
ción de imágenes aterrorizantes, es algo que en realidad sólo puedo
captarse en tanto que relación del sujeto con respecto al significante.
Siempre en el momento en que la relación con el otro imaginario se
trasforma en una relación mortal, el sujeto introduce una reconsti-J
tución de todo el sistema significante como tal, desprendida de la
relación significada (y esto va acompañado por una descomposición
I. L O H IS T Ó R IC O
EL A N Á LIS rS ORIGINARIO
II . EL PR O C E S O A N A L IT IC O
III. E L P S IC O A N A L IS IS , E L A N A L IS IS D ID A C T IC O
Y L A IN S T IT U C IÓ N
IV . P S IC O A N A L IS IS , E N S E Ñ A N Z A Y S E L E C C IÓ N
II. ESCUELA E X P E R IM E N T A L D E B O N N E U IL - S U R -M A R N E i
1 Este lu gar denu nciado p o r los italianos {Espresso del 21-12-1969) como
lu ga r a ristocrá tico es en re alid ad un C en tro de Form ación (d e des-form ación)
que se inscribe en un m o vim ien to popu lar de cuestionam iento de las institu
ciones, m o vim ien to que in ició en Francia en 1920 C , F rein et y en la U R S S
M akaren ko. L a adm in istración u tilizó en aqu ella época todo su p o d er para
b loq u ea r lo que in tentaba abrirse a los efectos de la verd a d . F rein et y M a k a
renko chocaron durante tod a su vid a con la incom prensión y la h ostilidad de
los maestros establecidos. S ólo fu eron reconocidos después d e su muerte. La
re form a in trod u cida en nuestros días p o r los analistas que cuestionan las
estructuras tradicionales de las instituciones es igu alm ente m al tolerada.
2 12 de septiem bre d e 1969. D ecla ración en la p refectu ra de po licía . Centro
de Estudios y de In vestigacion es Ped agógicas y Psicoanalíticas. O b je tiv o s :
p ro m o ve r in vestigaciones pedagógicas y psicoanalíticas relacionadas con los
p roblem a planteados por el reta rd o y la psicosis en el n iño ; crear una escuela
ex perim en tal para p ro p o rc io n a r una oportu n idad de recepción a cierto tipo de
niños con d ific u lta d es ; fa v o re c e r los contactos con los niños “ normales” m e
diante actividades de esparcim iento en una perspectiva de no segregación ;
c o m p leta r la form ación d e los educadores, psicólogos e internos ofreciéndoles
posibilidades d e realizar perm anencias en la in stitu ción ; p rom ove r seminarios,
conferen cias y congresos, así com o via jes de estudio e in tercam b io con los
colegas extranjeros (docen tes y p siq u ia tra s). Sede socia l: 63, R u é Pasteur,
Bonneuil-sur-M arne.
comienzo colaboraron con nosotros el doctor J. Ayme y el señor Pierre
Fedida. L a doctora F. Dolto se ha unido a nosotros y podremos así
beneficiarnos con su experiencia.
El equipo que trabaja en Bonneuil se compone de tres personas de
tiempo completo (de los cuales dos reciben un salario) y de trece
colaboradores, en su mayoría psicólogos de La Sorbona.8
Los asistentes sólo son aceptados si aceptan a su vez abandonar sus
instrumentos de medida para integrarse, exponiéndose con ello, a un
estilo de vida. Trabajan como asistentes generales, o bien ocupan una
función específica en actividades creadas por ellos: cerámica, pintura,
teatro3 títeres, expresión corporal, mímica, cuentos de hadas, canciones
populares, música.4 El equipo se reúne todos los sábados para analizar
el trabajo efectuado al nivel de la institución. En efecto, lo que debe
funcionar como instrumento terapéutico es la organización insti
tucional.
E L ORIGEN DE LA IN S T IT U C IO N
EL F U N C IO N A M IE N T O DE L A IN S T IT U C IO N
7 G in ette M ich au d.
6 G in ette M ich a u d , “ T r a n s fe r í et échange en thérapeu tiqu e institu tionnelle” ,
en R e v u e de Psy ch o lh éra p ie In s titu tio n n e lle , : r 1, Frangois Tosqu elles, “ In tro-
du ction au problém e d u tran sferí en psychothérapie institutionnelle” , en R evu e
de P sy chothérapie I n s titu tfo n n n e lle , n9 1.
9 F . Tosqu elles, S tru c tu re et R é é d u ca tio n th é ra p e u tiq u e , éd. U niversitaires,
París, 1967.
En cada grupo hay un responsable de las reglas instituidas. Se
permiten todas las fugas individuales, siempre que se asegure la per
manencia del trabajo colectivo. Lo único que está prohibido es im
pedir que el vecino trabaje o “ viva” . Los que huyen vuelven por sí
mismos o son traídos de vuelta por la policía. M u y pronto este sín
toma, al igual que los otros, desaparece, porque el niño descubre que
es una moneda sin valor en la institución.
T od o niño que trabaja con sus manos es un niño que ha pasado
por períodos de rechazo y de evasión plenamente autorizados. Todas
estas crisis se reconsideran siempre en el consejo y son comentadas
por lo niños, que son sucesivamente jueces y terapeutas:
— ¡A h ! — le decía Rémy a Charles— , si pudieras expresar tu
cólera con palabras, me fastidiarías menos y te fastidiarías menos
a ti mismo.
De este modo, lo que se dice y lo que se crea en los talleres se
considera siempre en los Consejos, para que la casa viva de los apor
tes de cada uno.
Tenemos por una parte objetos que intervienen como mediaciones
en las relaciones de los individuos entre sí, y por otra parte el sujeto,
sujeto que según la enseñanza de Lacan es un sujeto vacío, que sólo
se define como lugar de relaciones. N o sabemos quién es el sujeto,
as! como no sabemos lo que es un electrón, pero sabemos cómo se
comporta en medio de ciertas relaciones. Para que podamos captar
lo que ocurre, nos es preciso delimitar un campo, y en este campo
hacer funcionar un dice que no con sus efectos referenciales.
Ocurre que un niño le dice a un adulto:
— N o haces respetar la ley de la que eres guardián.
Dice una verdad, porque con frecuencia es a partir de ese mo
mento que ya no hay palabra posible.
Si el niño se vuelve atento a un cuerpo de reglas, ello ocurre por
que ese cuerpo de reglas constituye el mínimo sin el cual la relación
de los seres humanos entre sí está condenada a morir.
Y ahora vamos a hablar de lo que se dice al nivel de los niños
en la institución establecida. A partir de ello se comprenderá lo
que se deriva de la experiencia, en tanto que ética.
L A V IV E N C IA DE L A IN S T IT U C IO N
III. U N CONGRESO EN M IL A N
10 I.acan no u tiliza la noción de tra b a jo com o prem isa en la dia lética ana
lítica. M uestra cóm o el obsesivo usa el trabajo para m antenerse en su condición
de esclavo. Para el psicótico, su relación con el tra b a jo está ligada, al m o d o en
que carece d e todo a p o yo en el orden sim bólico. L a in troducción del tra b a jo
pu ede p o r consigu iente ju g a r com o elem en to de a lien ación o liberación según
la fu nción qu e ocu pe en la dia léctica del deseo*
ción, al abrigo de la angustia de muerte. En efecto, la abolición del
individualismo en una colectividad feliz debería culminar en la supre
sión de toda interrogación angustiante.
Si bien en este libro he destacado el aporte positivo de la politiza
ción del movimiento estudiantil que permitió, en mayo de 1968/'
el develarniento de una verdad, garantía del mantenimiento de posi
ciones científicas liberadas de todo prejuicio, temo que actualmente,
con la ayuda de lós analistas (los mismos que anteriormente fueron
los defensores del yo fu e rte 12), nos hallemos en vías de sofocar la
verdad insostenible que el análisis tiene por función mantener en es
tado de perpetuo develarniento.
Que los analistas puedan proponer lo político, en lugar de un cues-
tíonamiento de su insuficiencia en su disciplina, me parece una posi
ción insostenible, puesto que tiene por corolario la renuncia del
analista a su oficio (oficio que no obstante continúa ejerciendo “ para
ganarse la vida” ) . Si se plantea entonces una elección debe ser la
del compromiso inmediato en la acción revolucionaria, pero no un
compromiso que tenga por efecto producir una detención en toda
la investigación científica mediante la recuperación del discurso ana
lítico en lo “ político” .
La función de lo político en estas Jornadas de M ilán ha sido pre
cisamente la de imposibilitar toda discusión al nivel de una praxis,
la de imposibilitar toda confrontación al nivel de cómo debe con
ducirse una cura, Lo? sostenedores del análisis del yo fuerte evitan
el cuestionamiento de una teoría analítica decadente introduciendo
en su lugar un discurso de políticos.13
U n discurso de carácter científico puede tener lugar bajo cual
quier régimen. Si tiene efectos subversivos, puede ser o no aceptado
del mismo modo que puede ser recuperado por una ideología de
clase que intente tornar inofensivos sus efectos. El discurso lacan iano
no tiene la pretensión de venir a ocupar el lugar de una acción revo
lucionaria, pero tiene, en el ámbito que le es propio, su propia cohe
rencia. Revestir el discurso del analista con un discurso político, es
pervertirlo y tornarlo inoperante (mediante una operación cuyo
objetivo es encerrar lo que en el saber debe permanecer abierto a
los efectos de la verdad).
Juez, ju risdicción, 19, 51, 56, 61, 92, nacim iento, renacim iento, 40, 79, 140,
93, 99, 141, 155, 157, 217. 149, 177, 181.
narcisismo, véase tam bién relación
narcisista, 76, 124, 127, 182,
la bortera pia , 39, 55-57, 59, 91, 108.
196, 204-205.
len gu a je, 18, 26, 29, 48, 61, 64, 73,
necesidad, que debe distinguirse de
83, 108, 116, 123, 147, 156, 165,
la dem anda y d el deseo, 75, 112,
167-169, 172-173, 194, 198, 226.
129, 149-151, 198.
ley, 36, 96, 116-117, 140, 161, 224- neurosis, 41, 47, 63, 73, 78, 115,
226, 227-229. 128, 169, 172, 194-195, 196.
libertad , liberación, 46-47, 64, 90, 95, nexo fa m ilia r, 170.
106, 110, 118, 123, 134-135, 137, nom bre, nom bre del padre, 94, 98,
138, 149, 157-158, 160, 165, 170, 167, 228.
194, 217, 229. norm alidad, véase tam bién anorm al,
lingüística, lingüistas, 70, 83, 167, 13, 32, 39, 82, 99, 107, 133, 20
172. nosografía, clasificación, 21-22, 24,
locu ra, locos, 9-10, 13, 15, 19, 21-24, 60, 187.
26, 43, 45-47, 49-55, 57, 62-63,
64-65, 80, 104, 107-111, 113-
ob jeto, o b jeto parcial, 31, 36, 47, 72-
115, 118, 129, 131-132, 157-166,
73, 76-77, 78, 111, 117, 125.
174, 213-214, 217-218.
o b jeto d e desto, 113, 121, 175,201.
lla m a do, 104, 127-129, 173, 182.
o b jeto ideal, 36, 47, 96, 101.
ritu a l de llam ado, 96-97.
o b jeto p erdido, 30, 72-73, 76, 78,
9 113, 1 15-116, 125, 178, 187, 195.
m adre, véase también cu erpo de la o b je to , relación de, 72-73, 125.
m adre, 12, 30-31, 36-37, 46, 70, o bjetos buenos y malos, persecuto
75, 77-78, 88, 96, 105-106, 108, rios, 81, 116, 119, 199.
109-113, 116, 126, 128, 130, 140, o b jeto en la fantasía, 116, 127-128,
143, 146-147, 150. 195.
m a gia, 37, 73, 107, 118, 136, 144, objetos sustitutos, 128.
179. objetos m ediadores, 226.
m an íaca, crisis, 21, 49. obsesiones, síntomas obsesivos, neu
m áscara, de la locu ra, 42-43, 47. rosis obsesiva, 126, 146, 149,
m e tá fo ra patern a, véase n om bre del 180, 195, 197.
padre, od io, 63, 105, 110, 113, 126, 147,
m etan oia, 174, 176. 151, 171, 229.
m irada, observación, 17, 102, 103- o m n ipoten cia, sentim iento de, 36, 72-
104, 108, 111, 113, 150. 74, 80, 101, 135, 139, 147, 203.
mitos, 21, 26, 30, 35, 48, 54, 60, 75, oráculo, apa ra to d el destino, 148-149.
114, 117, 119, 141, 147-148, 176.
órdenes, mandatos, velados d el obse
m ito fa m ilia r 40, 112, 118, 148. sivo y m anifiestos del psicótico,
m uerte, 23, 26-27, 28, 40, 47, 54, 64, 30, 104, 117, 131, 134, 135, 142,
87, 90, 106, 109-111, 112, 118- 146, 148, 179, 197.
119, 124, 130, 135-136, 139, otro, lugar d el otro, lu gar del có d igo ,
140-142, 143, 146-148, 149-150, 17-18, 22, 30, 36, 49, 82, 106,
151, 175-182, 199, 200, 226, 123, 128, 142, 146-147, 148, 186,
231-232. 198-199.
o tr o im aginario y o tro real, 27, 30, p royección, im aginaria, agresiva, 49,
63, 74, 76-77, 96-97, 117, 124- 72, 113, 121-122, 137, 150.
126, 151, 182, 187-188, 198 ,219. psicoanálisis, véase tam bién form ación
deseo del otro, 146, 151, 182, 225. psicoanalítíca, 22-23, 26, 47, 58,
64, 69, 70-72, 75, 109, 117, 129,
padre, véase tam bién n om bre del 131, 153, 163, 187-188, 202,
padre, 26, 44, 87-88, 95, 98, 204, 206-207, 219-220, 230-233.
104-105, 108-113, 118, 130-131, psicología-sociología, 65, 123, 163,
138, 140, 146-147, 150, 177, 179, 168, 170-172, 196, 205, 214-215,
' 36, 226, 228. 217, 222-223, 231.
palabra, 13, 17-18, 20-22, 26, 28, 35- psicosis-psicótico, véase tam bién des
39, 41-42, 47, 49, 51, 55, 64, com pensación psicótica, 11, 25,
73, 79, 87, ¡0 4 , 106-108, 110- 31, 35-37, 40-41, 45-50, 61, 62,
113, 122, 124, 129, 138, 141, 64, 115, 118, 220.
142, 167, 168, 169, 172, 182, psiquiatría-psiquiatra, 17, 19-21, 26,
183, 196, 224, 226, 233. 32, 42, 51, 55, 58, 61-65, 85,
palabra m aterna, 38, 47, 149, 226. 98, 102, 114, 156, 158, 159, 163,
palabra, no lo dich o , lo q u e h a sido 213, 214-218.
d ich o o ca lla do, 61, 133, 149. psiqu iatría com unitaria, 162, 164.
paran oia, p aran oico, 21, 27, 44, 49, psiqu iatría institucional, 57, 83,
75, 85, 86-99, 115, 118, 173, 161, 164-165.
187, 189. 195. pulsiones ( t r i e b ) , 83, 116, 172.
pasión, 63, 77-78, 80, 101, 187, 208.
ped agogía , 13, 75, 87, 164, 199, 215,
qu eja , 17-18, 22-23, 26, 50, 97, 103,
222-223.
107-108, 145, 225.
p elig ro , 36, 40, 51, 92-93, 118, 158,
166, 214, 215, 218, 229.
penis neid, en vid ia d e l pene, 199. read ap tarión , 91, 108.
persecución, reacciones persecutorias, real, registro d e lo re a l que debe dis
o b jeto de persecución, véase ta m tinguirse d e lo im a gin a rio y de
bién angustia persecutoria, 74, lo sim bólico, 51, 71, 73, 97,
84, 87, 88, 95, 97, 99, 107-108, 116-117, 135, 168.
118, 137-138, 201. realidad, exclusión de, negación de,
perverso, 41, 51, 149. 39, 63, 76, 194-197.
realid ad psíquica, 63.
p o d e r ju dicia l, p o licia l, m édico, etc.,
rechazo ( r e j e t ) , 21, 24, 29, 31, 37,
9, 37, 52, 54, 56, 85, 156, 158,
51, 53, 77, 92, 95, 104, 106,
200, 216.
179, 220.
p o lítica , 12, 28, 62, 159, 166, 208,
reeducación 14, 26, 123, 215, 219.
217, 230-233.
reglas del ju ego , 60, 106, 138-139.
posición p a ra n o id e esquizoide, 72, regresión, 61, 75, 106, 126, 150,
107. 174, 196.
posición depresiva, 72, 77, 80, 201.
relación, dual, interpersonal, de deseo,
posición persecu toria, véase perse etc., 31, 63, 73-74, 116, 122,
cución.
150, 160, 171, 198, 226-227.
predicciones, profecías, 104, 109, 112, relación erótica, 63, 80, 96, 160.
133, 146, 149, 199. relación sexual, 63, 80, 96, 160.
proceso, 63-64, 193, 197. relación narcisista, 74, 80, 115, 147,
proh ibición, véase tam bién tabú, 29, 160.
36, 38, 81, 92, 116-117, 138, relación m ortal, 64, 106, 182, 227.
142, 171, 175, 178, 199, 227, repetición, com pulsión de, 56, 79,
229. 111, 116, 128, 144, 151, 194-195,
provo ca ció n , 157, 159, 162. 197.
represión ( re ¡o u le m e n t) y retorn o de síntom a, sentido del, tratam ien to del,
lo reprim ido, 51, 78-79, 97, 116, disfraz sintom ático, 17-18, 21,
119, 128, 142, 164, 218. 37, 60, 70, 78, 80-81, 116, 119,
represión (r é p re s s io n ), fuerzas re p re 123, 137-138, 140, 143, 145, 147,
sivas, 11, 19, 28, 54, 82, 83-85, 149, 169, 172-173, 177, 180,
94, 106, 122, 139, 157-159, 193, 194, 202, 219, 227.
224. situación y posición, véase tam bién
rep u d io forclusión (v e r w e r fu n g ), 79, angustia, persecución,
95, 116, 147, 150, 166. situación psicoanalítica, 69-70, 71-
resistencia, d e l paciente, d e l analista, 73, 74-75, 77, 83, 86, 97, 193-
14, 80, 194, 200. 194.
reta rdo, d eb ilida d, 11, 12, 25, 166, sociedad, 19, 22, 27, 32, 38, 231.
222, 225. sociedad segregadora, 51-52, 56,
revolu ción , de m ayo, rebelión, 10, 106, 119, 123, 218.
29, 51, 58, 99, 102, 103, 106, sociedad psicoan alítica, 190-191,
109, 111-112, 162, 164, 165, 203, 206, 208, 215.
172, 216, 218, 230-233. sujeto, presa del deseo, lu ga r del
ritos, ritu al, 56, 175, 177-179, 180, sujeto, relación del sujeto con el
215. otro, 10, 17, 20, 22, 32, 38, 40,
ritu a l hospitalario, 54, 59-60, 96. 42, 47-50, 61, 63-64, 70-71, 75-
ritos de posesión, 176, 179. 77, 81-83, 104, 108, 117, 124-
128, 142-143, 147, 167-169, 172-
saber, y no saber, 9-11, 13, 21, 24-25, 173, 178, 182, 196-199, 227,
30-31, 35, 53, 57-58, «2 , 65, 231.
147, 152, 158, 181, 185-190, 199, superyó, 109, 202, 226.
208, 215, 217, 231-232.
salud m enta], 26, 28, 47, 61, 137, tabú, véase tam bién p roh ib id o , 47,
157, 162-163, 181, 218, 224. 49, 92, 119, 174, 229.
segregación, 17, 22, 31, 53, 59-60, 65, trabajo, 23, 27-28, 38-39, 59-60, 90-
85, 87, 156, 161, T66, 222-224. 91, 99-102, 139, 225, 227.
selección, 190, 202, 204-207. transferencia, situación de la, etapas
ser, estar, y tener, etc., 2 9 -3 !, 36, de la, 20-22, 62, 72-73, 78, 83,
105, 110-111, 115, 173, 202, 205. 96-119, 125, 136, 150-151, 186-
sexo, 27, 45, 64, 93, 95, 104, 109- 188, 197, 200, 226.
111, 116, 119, 142, 147, 150,
186, 229.
universidad, 208, 214, 216-217.
significante, 22, 64, 73, 77-78, 83,
95, 98, 119-121, 127-128, 141-
143, 146-150, 169, 177-178, 182-va cio, sentim iento de, 39, 61, 63, 95,
183, 194, 198, 97-98, 105, 110-111.
a rticu lación significan te, 41, 61, 73, verda d, 9, 14, 17, 24-27, 30-31, 43,
117. 50, 53, 57, 62-65, 81, 86, 94,
efe c to d el significante, 77, 83, 201. 96, 99, 104, 124, 147, 151, 157
m arcas significantes, 77-78, 128. 159, 162, 170, 175, 187, 194,
signos, 76, 125, 195. 202, 211, 217-218, 230-231.
simbiosis, vínculos sim bióticos, 37, 69, v ia je , asim ilado a los efectos psico-
74-75, 125-126, 149, 201. délicos, 40, 141, 174, 179, 181.
sim bólico, dim ensión de lo , fu n ción violen cia, 28, 31, 35, 52, 72, 86, 95-
de lo, sim bolización, 30, 40, 46- 96, 98, 106, 108, 118, 125, 160,
49, 56, 61, 63, 69-74, 78, 81, 220, 233.
8 3, 95-98, 116-117, 123, 126, viven cia psicótica, 40, 63.
135, 147-148, 149, 168-169, 173, voz, 17, 27, 88, 104, 134, 141, 143,
196, 225. 147, 157, 162.
y o ( J e ) qu e deb e distinguirse d e] yo 115, 124, 172, 196, 198, 205,
( m o i ) , 36, 124-125, 187, 194, 196, 233.
198, 202, 233. yo ( m o i ) au tónom o, 196-197.
y o ( e g o ) especular, 71, 74, 76-77, y o ( m o i ) ideal, 124.
79, 124-125. y o ( m o i ) fu erte, 79, 197, 232.
y o ( m o i), 63, 70, 72-73, 77-78, 79, yo (m o i) sano, 72, 197.
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78-79, 97, 114-1 16, 123, 127,
172-173, 185-192, 193-197, 215-
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im p r e s o e n o ffse t c e m o n t, s.a.
a j u s c o 9 6 - m é x ic o 13, d.f.
d o s m il e je m p la r e s y s o b r a n t e s
10 d e n o v ie m b r e d e 1981