Está en la página 1de 238

el psiquia

tra,su
loco y el
psicoaná
lisis
maud
4 a edición
Traducción de:
C a r l o s E d u ard o S a l t z m a n

Revisión técnica de:


M ir ia m C h o rn e
El psiquiatra,
su "loco"
y el psicoanálisis
por

Maud Mannoni

siglo
ventiuno
editores
M EXICO
ESPAÑA
ARGENTINA
C O LO M BIA
>*a
sig lo veintiuno editores, sa
CERlflS DEL A G U A 248. M E X IC O 20. D-F.

sig lo veintiuno de españa editores, sa


C / PL A 2 A 5. M A D R ID 33. E SP A Ñ A

sig lo veintiuno argentina editores, sa

sig lo veintiuno de Colom bia, ltda


A V . 3o. 17-73 PttIMER PISO. B O G O T A . D.E. C O LO M B IA

p r im e r a e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1976
c u a r ta e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1981
© s i g l o x x i e d ito re s, s.a.
IS B N 9 6 8 -2 3 -0 6 1 2-4

p r im e r a e d ic ió n e n fra n c é s, 1970
© é d it io n s du se u il, p a r ís
títu lo o r ig in a l: le p sy c h ia tr e , s o n ,lf o u " et la p s y c h a n a ly s e

d e r e c h o s r e s e r v a d o s c o n fo r m e a la ley
im p r e s o y h e c h o e n m é x ic o / p r in t e d a n d m a d e in m e x ic o
A grad ecim ien to s 7
P r ó lo g o 9

PRIMERA PARTE
LO CU RA E IN S T IT U C IÓ N P S IQ U IÁ T R IC A 15

1. La segregación psiqu iátrica 17


2. L a locu ra com o status 35
3. L o c u ra y psiqu iatría 51

SEGUNDA PARTE
IN S T IT U C IÓ N P S IQ U IÁ T R IC A Y P S IC O A N Á L IS IS 67

4. In stitu ción psicoanalítica e institución asilar 69


I 69
I I E l discurso paran oico 87
5. E l esqu izofrén ico en tre su fa m ilia y el asilo 101
6. L a institución com o re fu gio contra la angustia 121
I 121
II U n caso de an orexia m ental 129

TERCERA PARTE
P S IC O A N Á L IS IS Y A N T IP S IQ U IA T R lA 155
7. A n tip s iq u ia tría y psicoanálisis 155
I C o n fro n ta ció n teórica 155
I I C o n fro n ta ció n c lín ica 174
8. El psicoanálisis d id á ctico y el psicoanálisis corno institución 185
I L o h istórico 185
I I E l proceso ana lítico 193
I I í E l psicoanálisis, el análisis d id á ctico y la institución 202
I V Psicoanálisis, enseñanza y selección 204

C on clu sión 211


A p é n d ic e 221
1 C a rta de una en ferm era 221
I I Escuela ex perim en tal de B on neu il-su r-M arn e 222
I I I U n congreso en M ilá n 230

In d ice a n a lítico 235


Ín d ice d e nom bres propios 243
Ín d ice de casos citados 245
B ib lio g ra fía 247
A Jaeques Lacan
M P A D E C IM IE N T O S

I '■ debo mi agradecimiento a Héléne Chaigneau, médica-jefe del


i :i Ks en el hospital psiquiátrico de Ville-Evrard. A l abrirme genero-
i..miente las puertas de su servicio, Héléne Chaigneau me proporcionó
el marco en el que pudo realizarse esta investigación.
Del mismo modo, tengo una deuda de reconocimiento con la clí­
nica médica de V ille-dAvray.
A Ronald Laing, la expresión de mi gratitud¡ así como a los hués­
pedes del Kingsley Hall.
L a Sociedad Británica de Psicoanálisis (y muy especialmente el
doctor W innicott), la Sociedad Belga de Psicoanálisis y la Escuela
I'reudiana de Bélgica me han recibido en diversos momentos de mi
investigación; sus críticas fueron sumamente valiosas.
Algunos capítulos de este libro han sido expuestos en el Instituto
de Psiquiatría y en el Instituto de Sociología de la Universidad Libre
de Bruselas bajo los auspicios de los profesores P. Sivadon y S. De-
coster. Algunas partes de esta obra provienen del informe introduc­
torio presentado al Congreso Internacional de M ilán (diciembre
de 1969) organizado por un grupo de psicoanalistas italianos y que
tenía por tema ‘ 'Psicoanálisis-Psiquiatría-Antipsiquiatría” .
Colette Audry ha tenido la amabilidad de revisar el manuscrito.
Este libro debe su articulación teórica a las enseñanzas de Jaeques
Lacan, a quien rindo aquí homenaje.
M i agradecimiento también a todos los que me han aportado su
ayuda (Congreso Internacional sobre las Psicosis, París, octubre
de 1967, trabajos publicados en Enfance aliénée, texto publicado
a su vez en Recherches, septiembre de 1967; Enfance aliénée I I , en
Recherches, diciembre de 1968).
Todos estos trabajos permitieron que mi investigación se realizara.
En cuanto a la apertura clínica de este trabajo, la debo a los
analizandos mismos.

Ville-Evrard, enero de 1968 - París, enero de 1970.


PRÓ LO G O

El movimiento actual de antipsiquiatría ataca nuestras posiciones


ideológicas tradicionales. A l cuestionar el status que la sociedad le
ha dado a la locura, impugna al mismo tiempo la concepción con­
servadora que se halla en la base de la creación de instituciones
“ alienantes” , y conmueve así los fundamentos sobre los que reposan
la práctica psiquiátrica y el poder médico.
L a antipsíquiatría ha nacido, precisamente, de una protesta con­
tra la medicalización de lo no-médico, como movimiento que se
opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de mo­
nopolio del saber médico. (E l psiquiatra tradicional dispone de un
saber concebido de acuerdo con el modelo del saber médico: sabe
lo que es la “ enfermedad” de sus pacientes. Se considera, en cambio,
que el paciente nada sabe de ello.)
Cuanto más se interesa el psiquiatra por e¡ aspecto reglamentario
y administrativo de su función, en mayor medida se ve llevado a
defender este monopolio de su saber. “ El psiquiatra de niños debe
ser capaz [. . .] de saber lo que puede movilizarse o no en las acti­
tudes profundas de los progenitores [ . . .] no debería delegar este tra­
bajo esencial en técnicos de otras disciplinas.” 1
Ahora bien, los estudios médicos, tal como la sociedad los orga­
niza, ¿son aptos para conferirle un saber de este tipo al psiquiatra
tradicional? Las instituciones interesadas no se plantean este inte­
rrogante. Hasta ahora, preguntas de esta clase sólo se han formulado
y elaborado, desde el punto de vista de la teoría y de la práctica,
fuera de las organizaciones oficiales (en las investigaciones de los
psicoanalistas, por ejem plo).
L a actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del ana­
lista. El analista, por el contrario, presta atención a la verdad que
se desprende del discurso psicótico. L a aplicación, en nombre de un
saber instituido, de medidas intempestivas de “ cura” no logra otra
cosa que aplastar aquello que demanda hablar en el lenguaje de la

1 L ’exercise de la psychiatrie ¡n/antile et la ¡o rm a tio n des psychiatres


d’enfants, Presse M ed íca le, suplem ento 1969, n v 5, en ero de 1969.
locura, y al mismo tiempo lo fija en un delirio, con lo que aliena
aun más al sujeto.
Los antipsiquiatras (sobre todos los ingleses, los estadounidenses
y los italianos) han sido influidos por el psicoanálisis, pero no son
psicoanalistas. Son psiquiatras reformadores que quieren modificar
radicalmente la actitud de aquel a quien se llama médico ante aque­
llos a los que se llama enfermos mentales.
Del abandono de los prejuicios científicos esperan hacer surgir un
campo en el que será posible volver a interrogar al saber (abando­
nado) en un contexto diferente. L a conmoción introducida por la
antipsiquiatría en la institución que acoge al loco coloca a la locura
en situación de ser captada de modo diferente y lleva al psiquiatra
(anti-) a replantear su relación con el saber y la verdad.
El movimiento de los jóvenes psiquiatras franceses (inspirado por
el aporte del psicoanálisis y por el de las investigaciones institucio­
nales) participa del mismo deseo de “ revolucionar” la psiquiatría,
al menos en cuanto su práctica siga estando marcada por toda una
tradición de cuidados “ médicos” y por una vocación social cuya
perspectiva es la adaptación.
L a provocación antipsiquiátrica suscita cierto escándalo. Pero
parece bien que el movimiento trate de perpetuar el escándalo como
tal, para que así no se deje conducir, como el psicoanálisis, al sis­
tema normativo de los organismos que distribuyen la cura.
L o que la antipsiquiatría (L a in g) trata de preservar como en un
análisis, pero sin formularlo tan claramente, es una forma de saber
nunca dado que se revela en el lenguaje del “ paciente” al modo de un
acontecimiento repetible que se devela en las fallas del discurso.
Trata de crear condiciones que permitan que lo que tiene que decir
la locura se enuncie sin constricciones. Entonces, desde el campo
del deseo y del goce, habrán de surgir en el sujeto los obstáculos que
se opondrán a la aparición del sinsentido que tiene sentido. (Aquello
a lo que el sujeto se encuentra enfrentado es la búsqueda de un
significante perdido allá donde el deseo está en juego.)
Las experiencias aritipsiquiátricas extranjeras (en particular las de
Laing y Cooper en Inglaterra) han mostrado su eficacia, a pesar
de la resistencia inevitable de las tradiciones y las costumbres. N o
sólo deben mucho a la “ experiencia analítica” , a la que imitan por su
reserva ante toda tentación de intervención y la paciencia con que
escuchan el discurso, sino que las novedades clínicas cuya aparición
promueven encuentran su justificación teórica en la teoría psicoana­
lítica misma. En todo caso, es posible el acuerdo y la cooperación
entre las actitudes antipsiquiátricas y las investigaciones analíticas,
mientras que ello es manifiestamente imposible entre los usos psi­
quiátricos tradicionales y la actitud analítica.
En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha
efectuado un esfuerzo muy marcado en el plano de la reorganiza­
ción de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido
sustraer no solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso
de los fundamentos no científicos del sistema que se halla en vigor en
e l dispensario, en el e m p , en e l hospital.
Estudios aún no publicados2 tienen por objeto el análisis de lo
que se pone en juego cuando se pide una consulta y el modo en que
la respuesta inoportuna que se da dentro del sistema tradicional
puede sofocar una verdad, alterar el sentido de esa demanda.
El establecimiento de “ legajos médicos” , si bien puede tener al­
guna utilidad administrativa, contribuye con frecuencia a falsear
la aprehensión dinámica de una situación. L a creencia del público
en el “ texto” psicológico orienta la entrevista en el sentido del vere­
dicto allí precisamente donde lo que hay que desenredar no se en­
cuentra tanto en el supuesto paciente, sino más bien en su familia.
Los psiquiatras y los psicoanalistas franceses pueden, pues, hallarse
interesados por algunos de los aportes de la antipsiquiatría. N o obs­
tante, no se sienten “ antipsiquiatristas” ni ,!antimédicos” . Si se
oponen a cierto “ espíritu médico” , ello ocurre solamente en la me­
dida en que se invoca ese espíritu para mantener la segregación
institucional. El médico que personifica aquí la razón ante aquel
que encarna tan bien la locura que no resta otra cosa que expul­
sarlo de la sociedad, se sirve de su saber para prestar ayuda a esos
enfermos, pero ese saber lo ayuda aun más a justificar esa actitud
tradicional. En ello, además — y es sobre todo la nueva escuela ita­
liana la que ha insistido en este punto— obedece quizás a necesi­
dades sociales o administrativas, pero sobre todo conciba con los
temores y los prejuicios de la mayoría de la población.

* L a adm inistración fia puesto fin a ciertas investigaciones a doptan do ''por


razones p o lítica s) m edidas de exclusión con tra ciertos analistas cuyo valor
clín ico era re con ocido, p o r o tra parte, en fo rm a unánime. L os niños debieron
p a ga r entonces las consecuencias de la p a rtid a de equipos enteros de espe­
cialistas, com o ocu rrió en el caso de los consultorios externos m édico -p ed a gó ­
gicos d e T h iais, pero tam bién en el H ó p ita l des Enfants M a la d es, do n d e se
desm em bró un equ ipo con absoluto desprecio d e la in vestigación co lectiva
q u e se efectuaba. En otras partes, se trata d e m edidas in dividu ales que se
a d o p tan contra uno u o tro analista de con o cid a reputación. Siem pre se invoca
un regla m en to adm in istra tivo para ocu ltar lo a rb itra rio de la m ed id a de
represión . D e esta m anera, en Francia, se está vien do cada vez más am enazada
p o r la censura cierta fo rm a de in vestigación sobre e l reta rd o m ental y la psicosis.
El motivo por e! cual las investigaciones y las innovaciones teó­
ricas o clínicas son tan difíciles de promover se encuentra, en última
instancia, en esos prejuicios existentes tanto a nivel policial como
administrativo, e incluso político. N o es posible estimular oficial­
mente esas investigaciones o innovaciones, porque implican cuestio­
nar las realizaciones administrativas mismas. Desde el punto de vista
administrativo, sólo los límites presupuestarios frenan la creación de
organismos institucionales, y sin estos límites se crearían infinita­
mente nuevos centros de cura, pero siempre según las mismas opcio­
nes conservadoras.
El problema, sin embargo, no es específicamente político (la ac­
titud frente a la “ enfermedad mental” participa del mismo conserva-
dorismo en Cuba o en P e k ín ). L o que se cuestiona es la mentalidad
colectiva ante la locura.
El problema social — y político— del retardo mental y la psicosis
ha permitido la creación de toda una organización médica y admi­
nistrativa cuyos esfuerzos y cuya devoción no pueden negarse. Pero el
problema de la investigación desinteresada se plantea de un modo
totalmente diferente. Quizá sea inevitable que la investigación teórica
entre en conflicto con la administración, pero si bien es natural que
no se subvierta ni se desacredite lo ya existente ante cada progreso
que se alcanza en la comprensión teórica de lo que son el retardo
y la psicosis, es n<¡fesario al mismo tiempo poder exigir que no se
esterilice la investigación teórica sacrificándola en beneficio del
perfeccionamiento de las estructuras sociales y administrativas. La
preocupación por la “ rentabilidad” no debería imposibilitar la inves­
tigación desinteresada.
En E l niño retardado y su madre denuncié la magnitud de una
segregación que golpea a un número cada vez mayor de niños (según
el grado de industrialización del p a ís). Cuanto más aumentan las
exigencias profesionales, menos lugar hay para el disminuido en nuestra
sociedad, y cuando se le propone, es en el taller para disminuidos, con
tarifa regresiva en proporción al grado de disminución.3
L a sociedad se remite con toda buena conciencia al médico para
que éste señale cuáles son los sujetos que deben excluirse por medio
de un diagnóstico cuando no es posible integrarlos a cualquier precio

3 T o d o se com bin a en nuestra sociedad (e n fo rm a n otoria la enseñanza


y la prensa) pa ra qu e el p rob lem a del reta rd o m en ta l (c o m o hasta h ace p o co
e l de la esqu izofren ia ) siga sustraído a tod o cuestionam iento. Parecería que no
se p u ed e discutir la n o ció n d e deb ilidad au téntica sin am enazar con subvertir
e l a p a ra to m éd ico-ad m in istrativo tradicional.
a la “ normalidad” , pero no se interroga antes sobre las significaciones
que tienen, esas locuras o esos retardos.
M i libro no propone ningún remedio. N o obstante, los efectos de
una actitud teórica nueva no son despreciables: cuestiona el saber
recibido, plantea nuevos interrogantes sobre la verdad y puede, con
el tiempo, contribuir a la modificación de las rutinas más consolidadas.
U na cierta forma de saber objetivado ha dejado en la sombra todo
lo que en el psiquiatra (y en el pedagogo) se sustrae a los efectos
producidos en él por la presencia de la locura.
A l entrar mi investigación en el estudio del retardo mental tal como
éste se presenta en la fantasía de la madre, no pretendía en modo
alguno hacer que la madre se sienta responsable de la disminución,
sino solamente iluminar los efectos que tiene, al nivel del niño, cierto
mecanismo de ocultamiento que funciona en la madre. Intentaba
mostrar corno una enfermedad, así sea orgánica, puede cumplir en
el otro (progenitor o terapeuta) una tu ición, otorgar un status, que
provoca una alienación suplementaria en el “ disminuido” . Se crea de
esta manera una situación en la que los progenitores, los reeducadores
y los médicos, lejos de intentar comprender al niño como sujeto movido
por el deseo, lo integran como objeto de cura en sistemas diversos
de recuperación, despojándolo de toda palabra personal.
En este libro, trato en el fondo sobre el mismo problema, pero no
se trata ya solamente de la madre y del hijo. Se trata de la actitud
inconsciente colectiva de los “ bienpensantes” ante el “ anormal” .
Muestro los efectos de esa actitud, sin tener “ solución” que proponer.
N o basta con cuestionar la actitud defensiva de una sociedad que
excluye con excesiva facilidad al niño o al adulto “ anormales” . Es
preciso analizar también la actitud inversa, surgida del desconoci­
miento de aquella defensa. En este segundo caso, el retardado o el loco
se convierte en objeto de un verdadero culto religioso. Se halla en
peligro de verse “ recuperado” por instituciones caritativas, compartido
como objeto de ciencia y de cura por una multitud de especialistas,
mientras que civilmente su suerte corre el riesgo de verse definitiva­
mente sellada por la gracia de un certificado de invalidez.
El m ito de la norma (nivel intelectual, etc.) y el peso de los
prejuicios científicos desempeñan el papel de factores de alienación
social, no sólo para el enfermo mental sino también para quienes
lo curan y para sus padres.
Habría que volver a plantear, sobre bases teóricas diferentes de las
que por lo general se usan, la noción misma de institución (para re­
tardados o psicóticos). Y no es posible repensar la institución sin
comenzar por cuestionar el origen mismo de su existencia.*
E l “ paciente” sirve con frecuencia de pantalla para lo que el que
cura no quiere ni saber ni oír, porque ello señala de inmediato
las motivaciones profundas de las relaciones jerárquicas instituidas,
así como la función de un determinado orden vigente. L a acción del
terapeuta evidencia desde el primer momento y sobre todo su natu­
raleza defensiva. A l tocarla tropieza uno con los efectos de resistencia
del terapeuta, que en su relación con el paciente se esfuerza (incons­
cientemente) por sustraerse a todo riesgo de que surja una verdad.6
D e esta manera las reeducaciones, las orientaciones, las curas de todo
tipo, tienen por función contener ante todo la angustia del personal.
N o negaremos por cierto que el nivel en que se hallan en la actua­
lidad nuestros conocimientos teóricos y nuestros medios técnicos no
nos permite considerar a estas cuestiones como definitivamente ce­
rradas y resueltas.

* V éa n se los trabajos d e J. A y m r ; H . Ch aign eau , J. O u ry y F. Tosqu elles,


E l d esarrollo de sus ideas se encuentra en diferentes textos in dividu ales o
co lectivo s de E n fa n ce aliénée, setiem bre de 1967, E n fa n ce aliénée 11, d iciem b re
d e 1968, en R ech erch es. V éa se tam bién B ronislaw M a lin ow sk i, U n e th éorie
s c ie n tifiq u e de la c u ltu r e , p. 19, colección Points, cd. du Seuil, 1970. [H a y
ed ición en esp añ ol: U n a te o ría c ie n tífica de la c u ltu ra , Buenos A ires, Sud­
a m erica n a , 1948]
6 Las consultas externas m édico-peda gógicas asumen el lu ga r de las fam ilias
d e los psicóticos cu a n d o establecen una o rgan ización de d escon ocim ie n to de
los problem as institucionales o cuando le reproch an al analista no a d a p ta r
a l niño a su in ad ap tación . ( ! ) .
I I' I M I . lt A PARTE

I <>< l IRA E INSTITUCIÓN PSIQUIÁTRICA

¡Entonces porque uno es un internado se le


tocan timbres, se lo lleva de aquí para allá!
L e cuento historias de locos. ¿Q ué otra cosa
quiere usted que le cuente?
L a u r e n t (u n in ternado)
Cuando un paciente acude al médico, presenta una queja, y ésta se
transforma en demanda de curación. L a demanda puede enmascarar
un deseo de hacer fracasar al médico, o la aspiración de lograr que
él le confiera un status privilegiado, el de inválido, por ejemplo. Es
propio de la función del médico establecer, después de examinar al
paciente, un diagnóstico, un pronóstico y un tratamiento, que pone
en juego una mirada clínica y un oído atento. La posición del médico
supone que el facultativo sabrá responder a la demanda del paciente,
es decir, comprender los engaños y las trampas que aquella demanda
oculta (esto vale tanto para la psiquiatría como para la medicina en
general). Lo que se denomina medicina psicosomática no es otra cosa
que el desciframiento de lo que el enfermo da a entender con su
síntoma. Se trata de una palabra que remite a una mirada, a ciertas
voces: desde el lugar de ese cuerpo dolorido el sujeto interroga al
saber médico, exige la revelación de la naturaleza de un mal escondido,
enmascarado. Hay una distancia que es difícil definir entre el saber
objetivado de un mal objetivable, que la ciencia sabe cómo atacar,
y lo que ese cuerpo sufriente (ese cuerpo que encuentra los límites
de su goce en el sufrimiento) puede darle a entender al médico y
revelarle al sujeto como verdad (verdad que huye). A l nivel del
dolor se sitúa en una forma de encuentro entre el médico y el enfermo
que le otorga, más allá de lo que se acostumbra a describir en térmi­
nos de relaciones interpersonales, un cierto privilegio a algo que es del
orden de la estructura del sujeto que habla, es decir de ese sujeto
deseante cuya verdad puede manifestarse en un lugar diferente de
aquel donde la buscamos. Esta verdad, censurada por la conciencia,
surge en el síntoma o en las distorsiones del discurso. El Otro se halla
siempre implicado en lo que el sujeto se esfuerza por formular a través
de su queja. Es que el sujeto que habla se ha constituido efectivamente
como sujeto a partir del lugar del Otro,2 y su palabra es ante todo

1 E l texto de este capítu lo aparecerá en una obra co lectiva que pu blicará


Pantheon Books, N u e v a Y o rk .
2 L a c a n : “ T o d a palabra, en tanto que el sujeto está im plicado en ella, es
discurso del O tro , p a rte d e l O tro ” . “ L e D ésir et son In terp réta tio n ” , en B u lle tin
palabra del Otro.3 H e aquí por qué (en la orientación actual de la
medicina) el médico, a través de lo que se dice, trata de identificar,
ante todo, las marcas que le permiten reconstruir una estructura y que
Se hallan ocultas en cada palabra perdida al nivel del cuerpo sufriente,
como lo veremos en esta breve observación relatada por Frangoise
D o lto :1
“ — M e duele la cabeza — decía un hijo único de 3 años. (L o habían
traído porque era imposible seguir teniéndolo en la guardería infantil,
donde no cesaba de quejarse de su dolor de cabeza; parecía enfermo,
pasivo y dolorido. Por otra parte, sufría de insomnio, estado del cual
su médico no encontraba causa orgánica.) Conmigo repitió su
soliloquio. L e pregunté:
— ¿Quién lo dice?
Y él continuó repitiendo con un tono quejumbroso: — M e duele
la cabeza.
— ¿Dóndé? Muéstrame; ¿dónde te duele la cabeza?
Pregunta que nunca se le había formulado.
— Aquí (y se señaló el muslo cerca de la ingle).
— Y ahí, ¿está la cabeza de quién?
— De mamá” .
La queja somática del niño, nos remite aquí a otra queja, la de la
madre. Mediante sus jaquecas está mostrada la verdad de lo que
se hallaba encubierto en las relaciones de la pareja progenitora. El
niño, sin saberlo, se hacía cargo del síntoma materno. Había logrado
convertirse así en el síntoma de su madre, ilustrando en el lugar mismo
de su dolor la frase materna: “ M ire usted lo que la vida ha hecho
de m í” . En este caso, la demanda de cura para el niño nos remitía,
en realidad, a una demanda de cura para la madre, demanda que se
apoyaba en un deseo inconsciente de hacer fracasar la medicina (para
conservar intacto el placer de mantener un deseo insatisfecho). A este
esquema (la queja que se lleva al médico) volvemos a encontrarlo
bajo una forma idéntica en psiquiatría con la diferencia de que la

de psychologie, p u f , 5 d e en ero de 1958. [H a y edición en españ ol: Las


fo rm a cio n es del in con scien te, Buenos A ires, N u e v a V isió n , 1970]
3 L a c a n : “ D escifra n do esa palabra en contró Freud !a lengua prim era de
los símbolos, v iv a en el su frim iento del hom bre de la civilización (je r o g lífic o s
de la histeria, blasones d e la fo b ia , e t c . ) ” , “ L a P a ro le et le L a n g a ge” , en
£ c rits , ed. du Seuil, 1967. [H a y edición en español: Escritos /, M é x ic o ,
Siglo X X I , 1971]
4 Frangoise D o lto , p r e fa c io a L e p re m ie r rendez-vous avec le psychanalyste,
M a u d M an n on i, G o n th ier, 1965. [H a y edición en españ ol: L a p rim era en tre­
vista con el psicoanalista, Buenos A ires, G ran ica, 1973.]
solicitud de curación que plantean el paciente, quienes con él viven,
o la sociedad, se halla siempre encubierta por imperativos ético-
morales. L a noción de “ enfermedad mental” , quiéralo o no el psi­
quiatra, remite a criterios de adaptación social: curarse significa
“ entrar de nuevo en las filas de los bienpensantes” . La sociedad exige
que el orden no sea perturbado: el acto psiquiátrico lo tiene en cuenta
cuando el médico redacta un certificado según el cual a un individuo
debe considerárselo como “ peligroso para sí mismo y los demás” ,
certificado que implicará el aislamiento del sujeto, su separación de la
sociedad. Cuando a un individuo se lo “ reconoce como loco” , la socie­
dad, por intermedio del psiquiatra, lo ubica en la categoría de los
“ enfermos mentales” , para apartarlo. De esta manera, cierta tradición
médica ha hecho del psiquiatra un personaje que detenta una especie
de autoridad moral y policial. Administrativamente, tiene intereses
compartidos con la policía, puede tener que rendirle cuentas, como
ocurre en el caso de las internaciones de oficio (internaciones efec­
tuadas por decisión de la justicia). Este rechazo que hace la sociedad
del “ enfermo mental” obligará a este último a integrarse a un nuevo
nivel o status. El hospital psiquiátrico 5 contribuye a modelarlo, a fijarlo
en una especie de anonimato hecho de resignación.
— Joven todavía — me decía un internado voluntario— , he apren­
dido la vida del asilo, a soportar a los otros, puesto que aceptan
soportarme.
El paciente vive a veces la hospitalización como una sanción
merecida, En el asilo, el adulto se identifica con ese niño o ese adoles­
cente que fue, al que se amenaza con encerrar en el “ hogar” de niños
desvalidos. En ese hogai-prisión ha terminado por aterrizar; lo ha
encontrado en el hospital psiquiátrico, en el cual el psiquiatra es
su guardián.
L a usurpación que el poder judicial hizo sobre el poder médico ha
contribuido a falsear el abordaje científico del problema de la “ en­
fermedad mental” . L a ciencia médica, si ha llegado a establecer diag­
nósticos descriptivos, se ha visto, desde hace tiempo, reducida en
psiquiatría a utilizar estos diagnósticos de un modo meramente repre­
sivo en el plano de la práctica. El psiquiatra oscila entre un punto de
vista médico que no es nada fácil definir (a los casos psiquiátricos sólo
se los ha llamado enfermedades mentales metafóricamente) y un punto

5 "H o s p ita l psiqu iátrico” es la denom inación m ediante la cual se designa


en nuestros día s lo qu e antes se llam aba “ asilo” — pero, com o m e lo h acía
n otar un in tern ad o (p a ra n o ic o ), “ eso da m e jo r conciencia, es más lin d o
[ ,,. ] para nosotros, eso no cam bia nada, la realidad d e nuestra condición sigue
siendo la m ism a” .
de vista educativo en el cual tampoco se siente cómodo. A l acto psi­
quiátrico se lo experimenta dolorosamente, a menudo como una forma
de coerción educativa, que recuerda las sanciones de la infancia. Así,
las demandas del enfermo en el asilo se formulan en términos que
recuerdan extrañamente los de las prisiones. En las situaciones límite
el permiso de salida se asimila a una especie de levantamiento de la
pena (o de eliminación del individuo de la nómina carcelaria); hasta
tal punto se halla presente en el enfermo el criterio de “ buena
conducta” .
De esta manera el personaje médico releva a la autoridad fami­
liar y a la policial, lo que influirá en el estilo de las demandas que
hacen los pacientes a los terapeutas. L a hospitalización crea una si­
tuación particular, imprime a la enfermedad del asilado una figura
diferente de la que reviste la enfermedad mental fuera del asilo. En
el siglo xvm Dupont de Nemours había llamado ya la atención'
sobre el hecho de que ninguna enfermedad hospitalaria podía per­
manecer pura: “ Se requeriría -—decía— un médico de hospital
muy hábil para que pudiese escapar al peligro de la experiencia
falsa que parece resultar de las enfermedades artificiales a las que
debe proporcionar sus cuidados en los hospitales” . Esta observación
del siglo xvni, que no es válida ya para el tratamiento de las enfer­
medades somáticas, lo es todavía, en nuestros días, para las enferme­
dades psiquiátricas. El medio cerrado del hospital psiquiátrico crea,
es cosa sabida, una enfermedad “ institucional” que se agrega a la
enfermedad inicial deformándola o fijándola de un modo anormal.
El medio hospitalario se asemeja a las estructuras de una vida fami­
liar coercitiva y favorece el desarrollo de una nueva enfermedad,
específica de la institución misma. El elemento oculto (trasferencia)
que el psicoanálisis ha descubierto en la relación médico-enfermo,
existe también en la relación del enfermo con la institución. La
palabra que le llega al médico sufre los efectos de otra palabra cuyo
vehículo es la institución. El “ enfermo” se ve arrastrado por cierto
lenguaje institucional, habla desde un lugar en el cual se desarro­
llan en grados diversos, conflictos persecutorios propios de la vida en
un medio cerrado (conflictos entre los terapeutas, conflictos entre
los terapeutas y los pacientes, conflictos de los enfermos éntre ellos).
Entre los diferentes personajes de la institución se opera todo un
juego de identificación proyectiva, sin que el sujeto pueda, por lo
general, asumir en una palabra personal los efectos de esta situación.
11 D u p o n t de N em ou rs, Id ees sur les secours d d o n n e r á París en 1 786, citado
por M ic h e l F ou cau lt, en Naissance de la clin iq u e , p u f , 1963. [H a y ed. en
esp añ ol: E l n a c im ie n to de la clín ica , M éx ic o , S iglo X X I , 1966.]
Las estructuras de la institución, en la medida en que no permiten
(|ue las emociones se traduzcan en una especie de reorganización
dialéctica, fijan al sujeto en defensas de carácter estereotipado. En­
tonces se presenta con la vestidura de la locura que le ha propor­
cionado la psiquiatría clásica. Incapaz de ubicarse en la angustia
que lo ahoga, el “ enfermo mental” busca las claves de su identidad
rn los criterios de objetivación diagnóstica. De allí resulta entonces
rse “ maníaco” , ese “ esquizofrénico” , pura verdad del saber psi­
quiátrico.
Es verdad, se dice entonres el psiquiatra, X es un maniaco. Olvida
que precisamente a partir de esa comprobación tacha a X como
sujeto hablante y que, porque no se lo oye, X va a fijarse desde
entonces dentro de los límites nosográficos, límites que se convier-
iivi en las fronteras de su identidad.
Bajo la forma de un acceso de angustia, Jean apareció un día
ron una sintomatología variada, y a sus confesiones las puntuaba con
''i);nos de interrogación:
—Entonces, dígame, lo que digo, ¿es realmente esquizofrenia o
r» paranoia? — Después, en busca de otro estilo y de otras confesio­
nes, agregó— : Hay quien afirma que hablo como la hipocon­
dría (sic).
[ean muestra, de este modo, cómo está dispuesto a oscilar entre
rl status de sujeto hablante y el status científico de representante
i Iií una enfermedad objetivada.
“ ¿Cuándo se pondrán de acuerdo sobre mi enfermedad?” , es el
j; i ito que se le escapa.
I.a continuación de la entrevista nos permitió poner de relieve que
rate deseo de saber lo remitía, también, al drama que oponía en su
I ibellón, la palabra del enfermo a la del médico. Jean, presa de esta
I Iincordia, buscaba reparar un daño imaginario, estaba dispuesto a
minvertirse en puro objeto para no escapar al deseo de dos antago­
nistas. Su angustia era la repetición de la que había vivido en exceso
durante su infancia. N o contento con haber encontrado ya una solu­
ción en la locura, estaba dispuesto a hacer todavía más para no
correr el riesgo del rechazo.
En la relación médico-enfermo (terapeuta-paciente) se supone
• |iir el otro sabe lo que es la enfermedad.' El resultado de la “ en­
fermedad mental” depende de que se le dé o no al sujeto la posibi­

1 " L a fu n ción d e la relación con e l sujeto que se supone sabe, revela lo que
IUn Hit id os la «tra s fe re n c ia ». En la m edida en qu e más que nunca la cien cia
lirur; la palabra, en m ayor m ed id a se m an tiene ese m ito del su jeto qu e se
lidad de traducir en palabras su desorden (debiendo proporcionar
el médico, a veces, con una palabra, el significante que le falta al
discurso del en ferm o). Si éste recibe como única respuesta a su an­
gustia el silencio de un médico que sabe lo que tiene y no tiene
necesidad de oír lo que el paciente le dice, a éste no le queda otro
recurso que desaparecer como sujeto hablante en el seno de una cla­
sificación nosográfica. En esta relación médico-enfermo, enfermo-
institución, se actualiza en el sujeto (pero también en el que cura)
algo oscuro que tiene que ver con el deseo inconsciente. Con mayor
frecuencia de la que suele admitirse, ocurre que es el que cura, el
médico, quien bloquea inconscientemente el movimiento dialéctico
que se insinúa en el paciente. El modo en que las cosas se fijan en
el enfermo debería llevarnos a poner el signo de interrogación en el
médico (y en las diversas relaciones que existen en la institución
entre los que curan). Las relaciones del psicoanálisis con la medi­
cina parecen complejas. En cierto sentido, el análisis es completa­
mente extraño a la medicina; pero en otro, rescata un elemento
esencial y con frecuencia oculto de la práctica médica, lo privilegia,
lo purifica y lo explota con miras a la curación.

E L LLA M A D O «E N F E R M O M ENTAL»

A la queja del pariente, la psiquiatría responde mediante un diag­


nóstico, pero, a diferencia de lo que ocurre en medicina, este diagnós­
tico no le abre ninguna perspectiva nueva al enfermo. Tan cierto es
esto que el psiquiatra no juzga por lo general útil comunicárselo;
en efecto, ¿qué haría el enfermo con un diagnóstico? El diagnóstico
está destinado a otros. El hecho de formular un diagnóstico psiquiá­
trico desaloja entonces al enfermo de su posición de sujeto, lo somete
a un sistema de leyes y de reglas que escapan a su comprensión e
inaugura así un proceso que desembocará lógicamente en medidas
de segregación. Puede decirse que en ese momento el psiquiatra se ha
hecho cargo de la queja del enfermo. Responde: — Sí, tiene usted
algo de lo que tiene razón en quejarse, ratificando así la opinión
de los demás.
Las quejas de la sociedad o las de quienes están cerca del “ enfer­
mo” desencadenan, de hecho, un proceso análogo. Y no obstante,

supone sabe, y esto es lo q u e perm ite la existencia del fenóm eno de la trasfe-
ren cia en tanto que éste rem ite a lo más p rim itivo , a lo más a rra ig a d o d e l
deseo de saber.” En L a ca n , Psychanalyse et M éd e c in e .
deberían ser tratadas de otro modo. Por lo general, una vez que el
<>lro ha presentado una queja con respecto a una persona propuesta
t tniio paciente, el psiquiatra juzgará si esta queja traída por el Otro
se halla o no bien fundada, mediante el procedimiento de un exa­
men que se limita sólo a esa persona. Volvemos a encontrarnos aquí
con un problema que ha sido ya planteado por el psicoanálisis de
niños: a la queja la llevan los progenitores; pero a menudo el niño,
lejos de estar “ enfermo” en sí mismo, es más bien el síntoma de
¡iquel que ha presentado la qu eja. . . L a psiquiatría clásica se pro­
hibía plantearse este género de cuestiones, por el hecho de que defi­
nía médicamente la locura como existente en el interior de la persona
examinada. Esta creencia en una locura alojada en el individuo es
compartida por los enfermos y sus familias: -—L a locura ha entrado
en mi hijo — me dijo un padre— , él se descarga con su masturba­
ción; a m i juicio sería necesario castrarlo, con eso se suprimiría la
causa y se haría salir la locura.
— Guando se describe con precisión la demencia — observa Jac­
ques— se pierde su apoyo, la demencia no está ya afuera, sino que
ella lo habita a uno, y esto contamina el pensamiento que se hace
demencial. Antes de la demencia hubo una razón para vivir; des­
pués, una violación de los sentidos interrumpió esa razón de vivir.
La vida se detuvo, se produjo el vacío, la oscuridad, y en esa oscu­
ridad la visión lúcida del demente. El demente crea el mal y la
muerte, y es porque él los crea que la muerte se aleja de él. En
la creación demencial, se da este don único que no se asume más
que en la locura.
Jacques se ha entregado a la locura del mismo modo que algunos
se consagran a la vida religiosa. N o quiere que se cuestione su
vocación, como, por otra parte, tampoco lo quiere Georges.
-— El único objetivo de los terapeutas es curar, pero si esto no les
conviene a los enfermos, sería por lo menos necesario tener en cuenta
su punto de vista.
Georges no aprueba ni las curas con medicamentos ni los objeti­
vos psicoterapéuticos. L a locura ha entrado en él a la edad de 7
años. Gracias a ella se vio promovido a un destino excepcional. L a
sociedad, al exigirle su adaptación, es decir su mediocridad, ha veni­
do a arruinar todo eso, Arthur no comprende tampoco más que
Georges las exigencias que le plantea la sociedad:
— M i inadaptación se materializa por el hecho de que no puedo
permanecer más de medio día en el mismo trabajo. Se me reprocha
mi falta de productividad. El mal que está dentro de mí es la sexua­
lidad. N o tengo el gusto por la comunicación que se me exige. Por
otra parte, es posible que cierta cultura literaria demasiado elevada
para m i nivel social me impida hablar con cualquiera.
— Su enfermedad es de nacimiento — puntualiza la madre— , no
hay nada que hacerle,, créame.
N o obstante, cada paciente, en su locura, nos remite a una abe­
rración que se sitúa en otra parte y no en ellos mismos. U n deseo
oscuro de expiar una falta, suya o de los suyos, lo lleva, a poco que
las circunstancias se presten para ello, a permanecer en el personaje
que se ha construido, y es este personaje el que termina por poseerlo.
En su papel de loco, los enfermos dan que hablar a los progenitores
(que se quejan de ellos) y a los adultos que los toman a cargo.
Cuanto más se sienten aplastados bajo el peso del desprecio de los
suyos, más se jactan, orgullosamente, de su locura. L a “ enfermedad
mental” antes que la mediocridad y la estupidez, es la respuesta que
dan cuando se les propone “ ese trabajito poco fatigoso” que podría
permitirles una “ reinsertación social” . En su negativa a plegarse a
las normas adaptadoras, revelan al mismo tiempo el absurdo de la
situación que se les ha impuesto. La sociedad, si no ha creado su “ en­
fermedad mental” , ha actuado de modo que se “ conserve” en el
hospital psiquiátrico. Aquí, ella se despliega como en el escenario
de un teatro. En él se representan el miedo, la angustia, el rechazo.
Unos tiran los hilos del poder que buscan ejercer; a los terapeutas
les asignan una locura permitida. Los otros se han convertido en ele­
mentos de un espectáculo (forman parte del mobiliario, dicen los
enfermeros). Son la miseria, el horror, la decadencia, son todo eso
en su silencio o en sus gritos.

E L LLA M A D O PS IQ U IA TR A

Los estudios de medicina le entregan al estudiante un saber psiquiá­


trico sobre la “ enfermedad mental” . Este saber, tal como se lo tras­
mite en su forma tradicional, no deja casi lugar para que surja una
verdad. Se concibe la enseñanza de modo que coloque tanto al
que enseña como al estudiante al abrigo de toda interpelación del
inconsciente; el lenguaje común es un lenguaje que recibe el nom­
bre de científico, es decir, un lenguaje que está a salvo de lo ines­
perado.
— En un comienzo — me decía una estudiante— me producía
cierto efecto esa palabra loca que decía la verdad. Soñaba con ella.
Ahora he progresado, ya no me hace nada. Cuando un alienado
habla, llego rápidamente a clasificarlo en alguna categoría nosográ-
fica. El saber sobre la enfermedad es algo que lo protege a uno.
Esta confesión (ingenua) de la confortación que había encon­
trado en su ser, respondía a la angustia manifestada por una de sus
camaradas.
— Es duro el hospital. M e pongo en el lugar de los que sufren.
Veo todo lo que les falta. Si escucho y respondo a los llamados,
termino por verme devorada por los enfermos. N o tengo tiempo de
hacer mi trabajo porque las enfermeras, en respuesta a mi actitud,
se desentienden de sus funciones. M e encuentro así sola y desbor­
dada. Será necesario que aprenda a ser como los compañeros, que
aprenda a ensordecer, a circular como una autómata, sin mirar mu­
cho, sin oír mucho, para evitarme problemas.
— N o estamos preparados para el hospital psiquiátrico — me dijo
otra— . Distribuyo los medicamentos, pero trato de no hablar mucho
con los enfermos. M e pongo demasiado en su lugar, y entonces siento
deseos de huir.
A l comienzo de los estudios de medicina, el estudiante está abierto
.1 todas las experiencias. Son sus maestros quienes les inculcan los
prejuicios científicos.
— Durante mi práctica en Perray Vaucluse, hablaba con niñas
consideradas ineducables. M e dijeron que perdía el tiempo, que
hacía perder el tiempo a los demás, y que en última instancia per­
turbaba el servicio.
■— El retardo, la psicosis, es lo mismo cuando una todavía no ha
aprendido lo que representan como incurabilidad. Cuando no se sabe,
ür tiene siempre tendencia a hablar, a decirse que también los dese-
■líos son seres vivos.
- L a formación médica •— me decía otro— es aprender a blindarse
contra toda sensibilidad inútil.
El conocimiento viene a ocupar aquí precisamente un puesto cuya
li mción es la de impedir toda relación con la verdad como causa.
K1 estudio del problema del retardo, como el de los problemas de la
pjícosis, del hombre primitivo y del niño, sólo pueden emprenderse
>11 los estigmas que se le atribuyen al otro son considerados ante
tudo como reflejos de una verdad que uno sitúa en sí mismo.8 Para
iliandonar el terreno descriptivo que excluye al sujeto hablante, es
m i osario acceder a un saber que incluya al otro como sujeto ha-
hlnnte, y llegar para ello a reconocer el punto en el que se ha ope-
rudo la división de este sujeto entre el saber y la verdad. El estudio
i|iif se llevara a cabo sobre este punto de ruptura se abriría a res-

H l acan señala que en la ciencia, el saber es el o b je to de una com unicación.


IW i.the que no ocu rre lo mismo en un psicoanálisis.
|.h. -.t,i■. •m<- c-.t.ín actualmente suspendidas, respuestas vinculadas a
l,> punible aparición de criterios científicos.9
El psiquiatra, como el etnógrafo, tiene que vérselas, en su campo
de estudio, con un orden significante, sea el del padre, el de la
muerte, el del trueno o el de los milagros; algo se ordena según
relaciones antinómicas que aparecen como otras tantas leyes del len­
guaje. L o que le importa al etnógrafo (y al psiquiatra) es poder
desentrañar lo que está actuando en la estructura lógica del mito
(m ito individual del neurótico o mito colectivo). En psicoanálisis (y
esto vale para el psiquiatra), lo que nos importa es poder interrogar
los efectos de la demanda en un sujeto en su relación con el deseo.
A las nociones de reeducación emocional del paciente (que está de
moda en ciertos círculos psicoanalíticos) oponemos una lógica del
inconsciente y el estudio de lo que opera al nivel del deseo. D e este
estudio depende que el sujeto llegue a una palabra personal. Esto
lleva al psiquiatra a situarse en otro polo que el de la identificación
con el representante del orden moral, es decir, rechazar el papel que
la sociedad le asigna. En el “ mito de la enfermedad mental” , Thomas
Szasz denuncia la situación imposible que se le ha creado a la psi­
qu iatría:10 “ En la actualidad — nos dice— la Iglesia ya no es la
única proveedora de valores morales, también la psiquiatría cumple
esta función. El médico trata de promover la moralidad [ . . .]. La
noción de «enfermedad mental» ha persistido más allá de su función
útil, como un mito. Constituye, en realidad, una herencia de los
mitos religiosos en general y en particular de la creencia en la bru­
jería” . En cierta tradición psiquiátrica, nos encontramos ante una
forma de complicidad del psiquiatra, no ya con la razón sino con el
mundo al que se llama “ sano de espíritu” . Es esta complicidad la que
lo lleva a cooperar con las fuerzas que tienden a expulsar al enfer­
mo mental de ese mundo razonable. En esa forma de cooperación,
se hace sordo a la queja del paciente, tan preocupado está por las
que le llegan del mundo en el cual dicho paciente se mueve.

L A LLA M A D A LOCURA

A l fenómeno de la locura no puede separárselo del problema del


lenguaje, de un lenguaje atravesado por los efectos de la verdad.

9 L a ca n , “ L a S cien ce e t la V é r ité ” , en É crits, éd. du Seuil, 1966 [H a y ed.


en esp,: E scrito s, M é x ic o , S iglo X X I , 2 vols.J: “ E l sujeto del psicoanálisis
es el m ismo que el sujeto de la cien cia ” .
10 Th om as Szasz, en “ T h e m yth o f m ental illness” , en T h e A m e ric a n psycho-
log ist, vo l. 15, n" 2, feb rero de 1960. [H a y edición en español: E l m ito de la
en ferm edad m ental, Buenos A ires, A m o rrortu , 1973.]
En lo que el loco nos dice da a conocer cosas de sí, sin llegar siem­
pre a reconocer lo que de él habla en lo dicho. En el delirio de
influencia, puede negarse a considerar lo que dice como cosa que
le pertenece, con lo que este desconocimiento es también un modo
dr reconocer uno de los términos antinómicos negados. A las voces
que lo persiguen, a los gestos que lo amenazan, al sentimiento de
irrealidad que lo rodea, a estos fenómenos que lo poseen y que trata
de descifrar, los expresa incluso cuando, mudo, nos ofrece su inte­
rrogación y su pánico. L o que intenta alcanzar a través de la muerte
(la suya o la del otro) es su ser mismo. Si la locura nos interpela es
porque evoca ese otro en nosotros, al cual nos vemos tentados a
exiliar en el esquizofrénico, como quien se deshace de un objeto tabú.
El problema de la locura es inseparable de la pregunta que el hom­
bre formula sobre su identidad. Precisamente en lo que se dice que
es, en lo que. privilegia como imagen ideal de sí mismo, allí es
donde el hombre se presenta ante nosotros como loco o como sano.
— Siempre se me ha considerado Cristo. Juro que soy inocente. N o
busque las razones de mi internación. N o busque en los legajos quién
soy. Escúcheme, soy un huérfano rechazado por la sociedad. N o he
conocido más que desgracias. He llevado una vida de niña, olvi­
dando que era muchacho. Desde la edad de siete años he perdido
el goce. Algún otro, una niña, se apoderó del goce de mi sexo. Á la
felicidad no la he conocido nunca. Nací para la desgracia. Siempre
he sido atacado y juzgado. Los médicos no comprenden nada de mi
caso. M e ofrecen el asilo mientras que lo que yo pido es ser el astro
del flamenco. Encuéntrenme una sociedad en la que pueda cantar
y tocar la guitarra. M i destino es excepcional. N o puedo tolerar
la mediocridad. Sé muy bien que dicen que soy loco cuando me
sitúo como ser excepcional. Pero es mi verdad. N o tienen derecho
a pretender otra verdad. Esto sería como un crimen contra la
humanidad.
Georges, a quien se !e ha robado su goce y su pensamiento, plantea
en términos imposibles las condiciones de su salida del asilo.
Ostensiblemente, no quiere trabajar. Promovido a un destino ex­
cepcional, espera que las puertas del asilo, como las puertas de una
prisión, se abran y se le brinde una reparación.
— El gobierno se dará cuenta de su error y me asignará una indem­
nización que me permitirá salir de Francia y volver a mi país. Allá,
entre mis hermanos de color, bailaré flamenco.
Georges, dentro de su locura (paranoico), tiene un conocimiento
agudo del absurdo de la situación que se le ha creado. Pone de ma­
nifiesto el ridículo de nuestros criterios adaptadores, la ineficacia de
la “ cura” del asilo y me brinda, finalmente, el apoyo de su expe­
riencia :
— Diez años de experiencia me permiten decirle que en el asilo
se tiene una actitud especial. El asilo tiene sus costumbres y su len­
guaje. Es muy importante, porque aquí toda cabeza de pájaro es
tragada por una cabeza de buey.
Es en relación al hospital psiquiátrico que Georges se ha cons­
truido un personaje del cual no quiere separarse:
— L o que es terrible es que a Jos 18 años entre en el asilo un mu­
chacho sano de espíritu. N o es posible describir el horror de lo
que esto representa. Entre los gritos y la miseria, se termina por
no oír nada. Algunos se hacen como paredes. Pierden la palabra.
Tod o el mundo está condenado aquí a perder la palabra.
N o son ni el psiquiatra ni la sociedad los que crean la locura,
pero son responsables del modo en que ella se fija en el asilo. Georges
ha planteado un problema aún irresuelto: el de la creación de un
estado ideal en el que estarían excluidos la enfermedad, el trabajo
y la muerte. A este sueño ya lo había formulado Saint-Just en el
siglo x v n i: “ El hombre — decía— no está hecho ni para el trabajo,
ni para el hospital, ni para el hospicio, todo eso es horroroso” .11
Iloy, como ayer, oscilamos entre las dos alternativas de esta elec­
ción: o conservarlo en la familia o trasferirlo al asilo. N o es preciso
ya insistir en la nocividad del medio familiar, pero el asilo tampoco
es una solución. ¿Q ué hacer? ¿Cambiar la sociedad, soñar en cons­
truir otra, en la cual los locos encontrarían un lugar más justo?
El fin del siglo xvm (1786) dio nacimiento a dos sueños:12 el de
una medicina nacionalizada y organizada de acuerdo con el modelo
del clero, y el de una sociedad sin enfermedades, sin violencias, sin
conflictos. La misión del médico debía ser política, y su tarea consis­
tía en liberar al hombre condenando a los malos gobiernos. El ob­
jetivo del médico era el de la felicidad: había que volver a llevar
al corazón de los ciudadanos la paz, la salud del espíritu y del cuer­
po. En un estado sano, ya no habría necesidad de hospitales. La
experiencia nos ha mostrado que el problema de la desaparición
de la represión social no coincide necesariamente con el problema de
la desaparición de las exigencias del superyó y de sus efectos devas­
tadores. El cambio de las estructuras sociales no puede tener efecto
radical sobre el problema de la represión tal como éste se nos plantea

11 Saint-Just en Buchez y R o u x , H re p a rlem en taire, t. X X X v, p . 296, c ita d o


por M ic h e l F o u ca u lt en Naissance de la c lin iq u e , op. cit.
12 D esa rro llad o p o r M ic h e l F o u ca u lt en Naissance de la clin iq u e , op. cit.
en la dinámica del inconsciente. Se trata de dos hechos de naturaleza
diferente, que es importante no confundir. “ L a historia del hombre
-nos dice Freud— es la historia de su represión.” 13 Nos recuerda
que no sólo la felicidad no está incluida en los planes del Creador,
sino que además al hombre le es mucho más fácil experimentar el
sufrimiento.
“ El sufrimiento — dice— nos viene de nuestro cuerpo, condenado
.1la disolución, del mundo exterior, que quiere enviarnos sus fuerzas
destructoras, y finalmente de nuestras relaciones con los hombres. El
sufrimiento proveniente de estos últimos es peor que los otros.” 14
Freud nos muestra de qué modo el principio del placer nos impide
siempre llegar al g o c e ;15 existe siempre una distancia entre el pla­
cer y la realidad, y el destino del hombre está ligado por ende a
cierta desgracia del ser (desgracia original cuya fuente puede en­
contrarse en la premaduración que caracteriza a la descendencia
del hombre). Esta desgracia, inherente al nacimiento, puede ser
radicalmente negada, y expresarse por último en la rebelión del loco
y su delirio. El loco puede negarse a elegirse10 hombre en un mun­
do que rechaza; sabemos que cuando critica el desorden del mundo
es a sí mismo a quien golpea y excluye.
Frank (8 años) sólo tiene a su disposición un discurso impersonal,
el lenguaje de la prohibición de los padres, lenguaje que prohíbe
en el plano del hacer, del decir y del ser. Frank no tiene nada que
decirme, ya está hablado. En el juego testimonia su drama. Busca
un objeto minúsculo que sólo tiene por nombre su color. Después de
haber encontrado un rojo, un verde, un azul, él le da un calificati­
vo: es “ el más bello de los colores” . Regresa feliz a la pieza, y des­
pués, siguiendo un ceremonial siempre idéntico, deja el objeto que
pierde para reclamarlo y no reencontrarlo. El objeto primero se torna
de una misma crisis de angustia de fragmentación, me agrede y se
inaccesible para siempre, perdido para siempre, y Frank, con sus
alaridos, hace saber que no lo admite. Todas las veces, en el curso
agrede al mismo tiempo: se ha perdido, perdido. Entre dos accesos
de llanto, dice enseguida: — T ú no quieres, madame Mannoni.

13 S. Freud, C iv iliz a tio n and its discontents, H o g a rth Press. [H a y ed. en


esp.: E l m alestar en la c u ltu ra , B ib lioteca N u ev a.]
14 O p . cit.
18 L a c a n : S em in ario de m arzo de 1960.
10 L a c a n : “ L a estructura fu n dam en tal de la locu ra está inscripta en la
naturaleza d el h om bre, en una discordancia p rim o rd ia l entre el yo y el ser
i|ne ex ig e del h om bre qu e e lija ser h om bre” , en Psychogénése des névroses
ft psychoses, D esclée de B rou w er, 1950.
Esta frase puede decirla desde el momento en que no está com­
pletamente alienado en una identificación con ese objeto perdido,
objeto al que no puede admitir como perdido. Repetitivamente
■expresa que no lo cree. En su ira impotente, proclama la imposibi­
lidad de referirse a un apoyo que podría proporcionarle un orden
simbólico (puesto que en tom o a este apoyo se establece toda la
relación con el otro). Convertirse en deseante es para Frank verse
conducido por un mandamiento hacia un deseo de muerte. En su
crisis, devela una situación imposible de la que nada quiere saber,
y cuyo sentido, sobre todo, no quiere que se le revele. L o que re­
clama es la huida, la huida de un lugar que se ha trasformado en
maldito,
— Este niño no tendría que haber nacido — me dice la madre— ,
porque en mi familia mueren todos.
Asfixiado al nacer, Frank ha tenido una primera infancia jalo­
nada por hospitalizaciones. Aun hoy vive bajo el terror de una
separación, separación que siente como mutilación corporal, esto
es, como agresión mortal. El niño no puede simbolizar la ausencia
de la madre; cuando juega a perderla, se pierde con ella. Frank
nunca pudo recibir de su madre las palabras que habrían podido
calmar su angustia.
— Esas palabras no podía dárselas, puesto que tampoco las he
recibido. El afecto, no sé lo que es.
— Un chico pudre? le traga el dinero, no trae más que complica­
ciones — agrega el padre.
Un hijo, ¿qué es un hijo? Ésta era la pregunta que se les planteó
a los padres.
— Es lo que no puede imaginarse — responde la madre ( ! ) .
Frank es, para ambos progenitores, lo impensable (de la escena
prim aria). A partir de eso no hay para él ningún devenir dialecti-
zable al nivel simbólico. Fruto imaginario de un goce (edípico)
culpable, aun antes de su venida al mundo Frank estaba condenado
a no ser.” En su locura, el niño pone de manifiesto el sinsentido

17 L a c a n : “ El m ito d e E d ip o lo dice bien : el goce está corrom pido. E l goce


p len o , el del rey d e T eb as, n o tiene descendencia. N o cubre más que la podre­
du m bre qu e explota al fin a l en la peste. Sí, el rey E d ip o ha realizado e l acto
s e x u a l. . . En fin , no es más qu e un m ito en tre otros d e la m ito log ía griega.
P e ro si hay otros modos de realizar el a cto sexual, encuentran en general su
sanción en el in fiern o. T o d o s , en efe cto, im plican qu e se alcanza un cierto saber
q u e la verdad no p u ed e tolerar. C u a n do E d ip to revela el en igm a, la
verd a d se lanza al abism o. P u ede decirse, entonces, que el goce es una cuestión
q iie se plantea en nom bre d e la verda d, y q\te se plan tea, com o toda cuestión,
d es d e el lu ga r d el O tro , es d ecir, en m odo algu n o desde lo in corpóreo donde
rn el que está aprisionado. Él es la verdad que les falta a sus dos
progenitores, verdad de la que nada quieren saber.
Los médicos, ante este niño destructor, tendieron a identificarse
ron sus progenitores y a rechazar lo que resulta insoportable para
rl hospital. Drogado y aislado repetidas veces, a Frank se lo ha
devuelto finalmente a su familia, acompañado del veredicto: invá­
lido 100% .
•—Nos arrancará los ojos a todos — decían los enfermeros.
Ninguno de los terapeutas se puso jamás en el lugar de este niño
presa del pánico, presa del pánico porque no ha podido jamás en­
contrar en su relación con el otro, un tercer término que pudiera
servirle de referente. En su relación con la madre, es una boca que
itli mentar, excremento que asquea, no puede encontrar lugar en la
dialéctica materna más que a nivel de objeto parcial. Es a ese nivel
que se poseen mutuamente, hasta el punto de no ser más que uno:
(mlamente la violencia puede venir a romper el círculo en el que
nr ha encerrado su ser.
El diagnóstico de psicosis, si corresponde aplicarlo en este caso,
marca al mismo tiempo los límites y la falsedad del saber psiquiá­
trico, Desde el instante en que se formula un diagnóstico, Frank se
i nnvierte en la enfermedad, y además, en la enfermedad de los
padres. El niño tiene conciencia del pánico que engendra en el otro,
jjoza por momentos de su poder. Por todos los lugares donde pasa
<n un caso que el adulto se dispone a recibir. Tiene suerte de haber
«•capado a la segregación (frecuenta la escuela comunal del pue­
blo). Pero en la escuela, en la parroquia, funciona un sistema para
m ibir la enfermedad mental que tienen en su casa el señor y la
u r'iora X . En ese sistema, Frank está atrapado; por poco que se dé
i imita de ello, ocupa en su pueblo un lugar, el que la imaginería
I ii >|miar reserva a la locura. Se sabe que está en tratamiento en
l'iti i», se espera la curación . . . o el fracaso. Esta espera de los adul-
tnn pesa fuertemente sobre el médico o el analista que tiene a su
i myn a un niño. Se le pide que cambie a un niño, es decir que
I" torne apto para entrar en un mundo que justamente ha aban­
donado por desesperación. L a convicción profunda de este tipo de
nmos es que está amenazado de destrucción total, y en ella no hace
in/n que unirse a la confesión inconsciente de sus progenitores: me-
|oi no hubiera nacido.

Ii'i «m ilicos creían que se inscribía el discurso de la verdad, sino desde el cu erp o
lim in verd a d ero lu ga r del O tro ” . É cole n órm ale supérieure, en L cttre s de l ’éc o le
h n it U * n n e , feb rero de 1967.
A la pregunta: ¿qué es la locura? Freud ha respondido demos­
trando que no es necesario oponer la locura a la normalidad. L o que
se descubre en la locura está ya en cierto modo en el inconsciente de
cada uno y los locos no han hecho más que fracasar en una lucha
que es la misma para todos y que todos debemos librar permanen­
temente. Esto explica la actitud de la sociedad y de los psiquiatras
hacia los locos: esta actitud forma parte de la lucha contra la locura
que libra .sin cesar — con un éxito precario—- toda la humanidad.
Pero la respuesta de Freud no hace más que revelar una ignorancia
irreductible: ¿por qué algunos fracasan y otros no? Sabemos que
Freud sólo ha podido contestar esta pregunta invocando los factores
cuantitativos que actuarían, o inclusive el terreno constitucional. . . ,
es decir que reconocía no saber nada sobre este punto.
Si la psiquiatría ha de tener alguna eficacia, ello será al precio
de una trasformación que va a exigirle, al menos por un tiempo,
merecer el nombre de antipsiquiatría,1S Si la crisis de locura es una
lucha interior análoga a la que cada uno de nosotros entabla de
modo más silencioso, sea cual fuere su naturaleza, nos es preciso
aprender a considerar esa crisis, cuando se da en el exterior de
nuestra persona, como a la vez nuestra y no nuestra, y a interro­
garnos no ya sobre las medidas que debemos adoptar con toda
premura para que nuestro equilibrio mental (y el de la sociedad a
la cual está ligado) no corra el peligro de perturbarse, sino sobre
aquellas otras que siria necesario adoptar (o no adoptar) para que
el sujeto de la crisis pueda, de algún modo, ganar esa lucha.
Debemos tomar conciencia de que la sociedad ha previsto siem­
pre, de diversos modos, lugares donde colocar a sus locos, de que
siempre les ha propuesto modelos de locura con los que pueden
identificarse para satisfacerla, de que todo esto no es más que una
parte de las instituciones mediante las cuales esa sociedad se protege
contra su inconsciente. Es posible concebir otros métodos de pro­
tección menos crueles y menos ruinosos. Encontramos en la situación
del asilo, como en la situación colonial,19 la nostalgia de una vida
en un mundo sin hombres, como si el hombre intentara realizar en
ella algún sueño perdido 20 de su infancia.

18 D a v id C o o p er, P sy ch ia trie et A n ti-p s y c h ia trie , éd. du Senil, 1970. [H a y


edición en español; P s iq u ia tría y antip siqu ia tría , Buenos A ires, Paidós, 1974.]
19 O. M a n n o n i, P ro s p e ro and C a lib an, Praeger, N u ev a Y o rk , 1956,
20 T e x t o de las serias reflex ion es de D e F o e : “ H e o íd o hablar de u*i hom bre
q u e presa de un desagrado extra ordin ario p o r la conversación insoportable de
algunos d e sus prójim os, cuya sociedad no pod ía evita r, d ecid ió bruscamente
no h ab lar más. D u ran te va rios aííos m an tuvo su resolución de la m an era má*
El mundo de hoy admite mal a los soñadores y a los “ artistas” im­
productivos. N o tienen otra elección que la del asilo, único lugar en
el que la locura es permitida (permitida en el seno de estructuras
que la fijan, la locura se metamorfosea allí en monumento para el
psiquiatra).
Pero, ¿qué es lo que nos lleva a nosotros, ios que curamos, a re­
unimos con ellos dentro de esos muros? Solamente si respondemos a
esta pregunta podremos plantearnos otra que Freud dejara sin res­
puesta: ¿qué es la locura?

rigurosa: n i las lágrim as ni los ruegos de sus am igos, ni aun de su m u jer y de


■u hijos, pu d ieron in du cirlo a ro m p er su silencio. Según parece fue la m ala
Minducta de éstos para con él lo que provo có aquel silencio, porqu e le hablaban
11 m len gu aje p rovo ca d o r, frecuentem ente produ cían en su casa m ovim ientos
puro convenientes y lo obligaban a réplicas descorteses; y a d o p tó este m edio
•> vrro de castigarse, p o r haberse d eja d o provo ca r, y de castigarlos p o r haberlo
j'i m ocado. M a s esta severidad era in justificable, arruinó a su fa m ilia y destruyó
•<> hogar. Su m u jer no pudo soportarla, y después de haber ensayado todos los
U rdios de ro m p er ese silencio ríg id o , com enzó ella p o r abandon arlo y term inó
|Ntr perder la cabeza cayendo en la m elan colía y resultándole im posible fija r
Í n a canción. Sus h ijos partieron ca d a uno p o r su lado, y no q u ed ó más qu e una
VnU hija, q u e am aba a su padre p o r encim a de todo. Ésta cuidó de él, le habló
itK'ilínnte signos y viv ió con él, por así d e c ir en el m utism o, durante cerca de
10 iifíos. H a sta qu e, estando en .cierta ocasión muy en ferm o y con intensa
lur, en su d elirio o perdien do la cabeza ro m p ió su silencio sin saber cuándo
\ h.tbló, aunque d e m anera in coh erente en un com ienzo. M ás tarde se repuso
•I» mi en ferm edad y habló a m enudo, pero poco con su h ija y m u y raram ente
• mu algún otro. N o obstante, la v id a in terio r de este h om bre estaba lejos de
•i i «llene¡osa. L e ía sin interrupción, y escribió muchas cosas excelentes que
MH'in «TÍan ser conocidas p o r el p ú b lico ; y en su aislam iento, se lo o ía claram ente
i f . » r a m enudo” . D e esta “ locu ra” o d e este sueño surgió R ob in s on Crusoe.
Durante siglos, médicos y filósofos han reflexionado sobre el pro-
IkWJH* ilc la “ locura” sin llegar a saber con exactitud qué cosa es.
liu supuesto que nadie escapaba a ella, se ha hablado de una
I....... i" necesaria, esto es, de la necesidad de cada uno de tener la
"lili m i" de todo el mundo.
I i li'oría psiquiátrica se ha esforzado en vano por desenredar ese
muid i|iic constituye la psicosis. Los mitos y las creencias del pasado
y ili l |insente han sumado al disfraz con que se malviste el “ loco”
|hhii rugañarnos, la antigua vestimenta del “ loco” o su uniforme del
Milu I I disfraz con que el “ loco” se protege no es ajeno a la natu-
i«li .1 ile la “ locura” , pero el vestido que nosotros le agregamos, el
•lililí* t|ue le otorgamos, constituye una pantalla que nos impide
>I ,11 <pmj al conocimiento sobre la naturaleza oculta de la “ locura” .
11, mle la infancia, el individuo se encuentra atrapado por una cierta
mhImImíi relativa a la “ locura” . L a referencia a la amenaza que el
luí ti" rncarna está presente, no sólo en las historias que se cuentan
mui' también en los artículos de la prensa cotidiana que se refieren
ni .miliiente inmediato del niño.
I I vagabundo, asesino de Catherine (8 años), salió de un asilo
|H!i|iiiá!rico.” 1
Elt u líneas, bajo formas diversas, alimentan nuestra lectura de la
(trcniu. En las publicaciones infantiles, las revistas semanales ilustradas
iíWMiiíten, a través de su cortejo de violencia, de luchas, de gritos
I ilr llantos, sus tipos de héroes y sus imágenes de locos, de retardados
t ili anormales. El “ loco” , en oposición al sabio, es el que “ no sabe
I" ijne hace” , muerde y desgarra “ cuando le fallan los nervios” .2
•ni imagen, aun entre los no creyentes, se superpone a la del diablo,
V i tliablo del que los niños nos dicen “ que no viene de ninguna parte,
i|i»- '.urge de todas, de sí mismo sobre todo” .8

1 l ia n c e -S o ir , 7 de m ayo de 1968.
" I \térix, éd. Dargau d.
1 H o lló : “ L e D ia b le chez Pen fa n t” , en Études carm elitaines, n e f, m ayo
•lo 1945.
El niño apela al diablo cuando no logra encontrar las palabras que
le permitirían alcanzar al Otro, cuando fracasan sus intentos de
expresar la tensión en que se encuentra. Si los brujos forman parte
del mundo social, el diablo representa el peligro de lo no social, la
entrada en un universo sin leyes. A través de esa pesadilla terrorífica
que lo habita, lo que el niño se siente en peligro de perder es su ser
mismo. L a angustia que lo asalta amenaza destruir todo lo que vive.
Este peligro mortífero surge en el momento en que, en una fantasía
omnipotente (y en respuesta al universo frustrante en que se h a lla ), le
parece poder por fin “ poseer” el objeto idealmente bueno, durante
tanto tiempo codiciado. Pero el objeto deja de ser ideal desde que
se lo posee, y entonces estalla la crisis de angustia de fragmentación,
particularmente aguda y “ pura” en el infante psicótico.
Justo en el momento en que Frank trasgredía la prohibición materna
( “ no hagas eso” ) , para llegar a modelar, con grafísmos o con tierra,
una obra maestra que él mismo definía como “ la más bella de todas
las más bellas” , sucedía infamablemente un accidente (provocado por
él mismo) que destruía o estropeaba la producción. Se lanzaba enton­
ces aullando sobre mí, sobre su madre, arañando, mordiendo y gri­
tando en su desesperación: "é l ha destruido, él ha destruido” . A ese
éi (que es el yo {Je) del niño “ hablado” por la m adre), Frank terminó
por dibujarlo con los rasgos de un diablo rojo, con boca enorme,
rodeado de garabatps.
A este dibujo era necesario destruirlo, como para borrar toda huella
de lo que había podido poseer al niño, desgarrarlo. En una crisis de
asma terminaba momentáneamente su furor y se expresaba su derrota
— derrota que era la representación, en una escena, de la trampa
en que se hallaba.
Durante las sesiones, y sin constricciones, puesto que se trasformaba
en deseante, era detenido como por un manojo de palabras contra­
dictorias: “ haz esto, no hagas aquello” , “ obras bien, pero obras mal” .
Los efectos del mal habían venido a inscribirse en su carne, entre­
cortándole su respiración y, cuando podía respirar, era en su ser que
se sentía perdido, y lo que ofrecía era su “ locura” , es decir, la equiva­
lencia de lo que expresaba en sus dibujos bajo los rasgos de un diablo
dañino.
El estado de “ locura” alternaba con un deseo de rescate: — Él no
es más malo, es bueno, no va a gritar nunca más, él se tranquiliza . . ,
ah, mamá, no vas a dejarme . . ,
L a estereotipia de la respuesta “ loca” del niño ante todo intento
de separación, no puede dejar de llamar nuestra atención.
La solución adoptada por Frank le permitía a la madre justificar
su empresa “ sobreprotectora” ; — Vea usted — decía ella (a través del
síntoma de su hijo)-—, no puede pasarse sin mí, le llegará el m al
si se lo aleja.
El deseo de fuga de Frank se veía contradicho cada vez por la
angustia que experimentaba ante la posibilidad de que fuera a reali­
zarse la aspiración inconsciente de la madre (que él muriera) o la suya
propia (que ella m uriera). Incapaz de poder dialectizar su problema,
no encontraba otra salida a su malestar que perpetuar a través de su
síntoma una especie de perennidad de una “ simbiosis” madre-hijo,
simbiosis que reposaba sobre la imagen órfica de la fragmentación
del cuerpo.
Hemos visto en el primer capítulo el lugar que ocupaba la enfer­
medad de Frank en su pueblo. Sus crisis formaban parte integrante
de lo que el profano espera de un “ loco” .
Cuando en el edificio en que vivo aparece en las escaleras algún
niño que grita, siempre hay un alma caritativa que se presta para
conducirlo a mi casa, como se llevaría un perro perdido a la Sociedad
Protectora de Animales.
A los niños gritones, a los pálidos, a los “ raros” , a los “ nerviosos” ,
se los reconoce de antemano, se los marca como los que deben ser
“ clientes” de la señora Mannoni. Se espera lo peor * y por consiguiente
se recoge lo peor . . . basta en efecto una palabra. .. tiene por efecto
mágico darle al niño la idea de lo que podría hacer “ además” para
distinguirse.
El niño psicótico sabe representar su “ locura” para llegar a los que
ama o a los que detesta. Su conducta es una réplica a la palabra
del ambiente, ambiente al que se siente ligado pero del que quiere
deshacerse: rechazado por él, se afirma como rechazante, maneja
los hilos de un juego en el que como “ enfermo” va a dar pruebas
de su poder.

L A LOCU RA COM O D ESTIN O P E R S O N A L

L a etiqueta de “ loco” con que el niño psicótico se sabe disfrazado, le


roba su identidad y le otorga cierto tipo de irresponsabilidad a su
gesto y a su palabra. Como “ loco” , se sabe perdonado, pero también

* L o “ p e o r” es la ejecu ción m ism a de las palabras adultas; así fu e posible


in terpretar los distintos accidentes: lanzarse b a jo las ruedas de un au tom óvil,
d efeca r en las escaleras, orin ar sobre la a lfo m b ra (a n te los ojos d el adu lto
q u e lo a co m p a ñ a ) . . .
excluido y remitido a la más total de las soledades. L a respuesta
psicótica la ha elaborado con otro; después encontrará en el ambiente
una especie de aprobación en cuanto a la gravedad de su “ estado” ,
más tarde “ se ajustará” al personaje en el que ha elegido alienarse.
Educado por las palabras de los adultos preocupados por el caso
singular de un niño que se ha convertido en su único tema de conver­
sación, el “ enfermo” no tiene otra salida que la de borrarse totalmente
como sujeto, para convertirse en la enfermedad 5 y su referencia es
desde entonces a la vez médica y moral; el paciente (niño o adulto) se
ha convertido en el producto que se ha desviado de una norma. Tiene,
además, sobre su estado, la opinión de los terapeutas y de sus padres;
son las palabras de los otros las que terminan por convertirse en su
única palabra:
— M e veo obligado — me dice Arthur— a estar aquí, en el asilo.
Afuera es peor, debo trabajar por pequeños salarios puesto que hay
un desacuerdo entre mis empleadores y yo. Afuera sería imposible, me
vería insultado. Es m ejor el asilo, aunque me obliguen a llevar el
uniforme de prisionero. El mundo ha cambiado, estoy aterrorizado
con el progreso. El mundo, afuera, va a toda velocidad, todo galopa.
Aquí está uno protegido, afuera es peligroso.
— ¿L a curación?, me parece difícil ante la estupidez del mundo.
Ante los elementos y la realidad de la sociedad actual, más vale no
hablar de curación. N o es posible, piénselo usted, ¡ curarse cuando la
rabia está suelta afuera! No, no quiero curarme.
El "no quiero curarme” es un eco, no solamente de la palabra
materna “ no lo vuelvan a mandar” , “ no agreguen un drama a mis
desgracias” , sino también de las palabras de sus camaradas de sala.
— ¿Curar? — le repite su vecino de cama— , es reparar el error.
M e ponen ante una elección: o ser soldado y hacerme matar, o per­
manecer aquí y salvar la vida. Elijo la vida, aunque tampoco sea
la solución.
Tanto en un caso como en otro, se ha infringido una regla, su
“ mal” individual lo ha llevado a otra sociedad donde lo permitido y
lo prohibido se rigen por otras reglas, de tal manera que no puede de­
cirse si es más permitido o más autoritario que la sociedad “ razonable” .
M uy a menudo — aunque no siempre con éxito— , el tratamiento
de los “ locos” consiste en adaptarlos a esta nueva sociedad modificando
allí las reglas de lo permitido y de lo prohibido. Algunos, por otra
parte, estarían dispuestos a pensar que esta solución sería satisfactoria

5 V éa s e capítu lo I.
si las sociedades (de “ asilo” ) así constituidas fuesen más presentables,
si los “ locos” fuesen allí felices.
La cosa no es tan rara: algunos encuentran, en efecto, en esos
lugares, una especie de felicidad y no tienen otro temor que el da
fiíilir algún día,
Otros han terminado por “ elegir” el hospital, cediendo así contra
sil voluntad a la propuesta dada por un medio ambiente que los
«consejaba “ por su bien” .
— Cuando un enfermo — me dice Georges— ha sido llevado salvaje­
mente al hospital sin razón valedera, se encuentra perdido. L a labor-
Irrapia es una invención imbécil: si yo quisiera trabajar, estaría
.ifuera. M i opción es una vida de impedido, seguir mi vocación.
( -orro el riesgo de terminar mi vida aquí, esto es una prisión y me
«irrito perseguido.
A esta elección de la locura como respuesta a todo un contexto
pagado y presente, el individuo puede recurrir, incluso en los mo­
mentos de tensión, cuando no ha logrado hacerse entender mediante
Id palabra.
Parece, pues, que la “ enfermedad mental” se utiliza como estrategia *
que permite obtener lo que de otra manera se niega, o para develar
I" insostenible de una situación.
Esta idea de una respuesta “ loca” , que responde como un eco a una
pnlabra siempre “ lateral” emitida por la familia o por los miembros
riel hospital, ha sido desarrollada por John Perceval en 1830 y por
NI orag Coate 7 en 1964.
En sus autobiografías, estos autores muestran el desgarramiento que
i n rierto momento se ha introducido en relación con la realidad
'■xtcrior, explican cómo lo fantástico ha venido a llenar el vacío dejado
|inr esta pérdida de realidad.
I lacen de la situación institucional en la que se han visto apresados
un .inálisis despiadadamente lúcido, y describen la relación rnédico-
iiferino como una lucha en el curso de la cual uno u otro interlo-
ulnr se encuentra siempre en situación de ser anulado. N o hay
niiH’una posibilidad de coexistencia, afirman los autores.
K| decir y el hacer que “ se desvían” de lo normal son castigados
un iliante los medicamentos o las duchas. Los que curan, al oponerse
il proceso delirante, comprometen las posibilidades de remisión espon-
lAnea, Los autores reclaman para los “ pacientes” el respeto a su delirio.

* Th om as S ch e ff, B ein g m en la lly ilt, W eid en feld & N icolson , 1966.


1 C rego ry Bateson, P e rc c c a l’s n a rra tive (1 8 3 0 ), S tan ford U n iv . Press, 1961;
Mmng C o a te, B eyond a ll reason, Constable, L ondres, 1964.
— L o que es preciso explicar — nos dice Perceval— es el fracaso de
los que, habiendo partido para el “ viaje” (de la locu ra), no retornan,
¿Qué es lo que encuentran, en la familia o en la institución, como
respuesta inadecuada, que les impide ser salvados mediante una
experiencia alucinatoria organizada ? 8
L a experiencia de lo vivido, de lo que estos esquizofrénicos dan
cuenta en su autobiografía, aparece, en cierto momento, en la pers­
pectiva de una experiencia mística salvadora, asimilada a una cere­
monia de iniciación (el retorno a una vida normal se hará a través
de una forma de muerte y de renacimiento), De ello resultará, según
los autores, el beneficio de un conocimiento que no poseerán jamás
los que no han cumplido este “ viaje” .
El “ momento fecundo” del delirio se da a la manera de una re­
construcción, pero hay en ella algo que se nos escapa.

LA LO CU RA COM O S T A T U S

En la relación de la enfermedad, hallamos dos tiempos: un tiempo


primero que se parece superficialmente a los mecanismos neuróticos,
y otro tiempo que es la transgresión de un límite y la entrada en la
psicosis, reconocida como tal por los psiquiatras.
El modo en que los terapeutas van a entrar en ese momento en el
mundo persecutorio o alucinado del paciente se da como un momento
capital que puede comprometer en lo sucesivo todo retorno a la
“ normalidad” . En ese momento el “ loco” va a recibir de los otros
un status, sin que tengamos, por lo demás, conocimiento de la natura­
leza oculta de la locura. E¡ peligro reside en que el sujeto se borre
totalmente detrás del uniforme del asilado, y se trasforme para el otro
en una pura vestimenta de "loco” .
El drama de la psicosis se revela en el modo patético en que el
sujeto se encuentra apresado por los efectos de una simbólica falseada.
M uy a menudo la suerte está echada con anterioridad al nacimiento:
dos generaciones antes se ha tejido ya la red en la que el niño por
nacer va a encontrarse apresado y conducido hacia la psicosis.
El análisis nos enseña que si bien el “ mito familiar” del paciente
es a menudo conocido por el sujeto, lo que permanece totalmente
inconsciente es la identificación narcisista debido a la cual se sitúa
en aquel mito. Esto es lo que se desprende del ejemplo siguiente,
comunicado por O. Mannoni,

9 G re go ry BaCeson, P e rc e v a l1s narratw e, Stanford U n iv . Press, 1961,


Se trata del análisis de un psicótico.
Este análisis se había desarrollado, al comienzo, sobre el tema:
" f Cuál es mi enfermedad?”
El paciente, estudiante de medicina, exigía un diagnóstico.
Lo que buscaba, a todo precio, era que otro le dijese: "Pues sí,
rl cierto, estás loco” .
’l'odo cambió el día en que trajo a !a entrevista lo siguiente:
-M i madre me decía: “ Voy a volverme loca” . Un día hice la
promesa de volverme loco en su lugar.
Se presentó a la primera consulta como un caso de disociación
esquizofrénica. Podría habérsele dado una respuesta en el sentido de
In que realmente deseaba. Mas fue porque no se le respondió que
pudo surgir detrás de la eventual “ elección psicótica” del paciente,
r| peso que ejercía un cierto determinismo. Este determinismo está
lil'.ido a lo que estaba en juego desde un comienzo en el complejo
littniliar,B ese conjunto de actitudes y de palabras que es propio de
mui familia determinada.
El “ complejo” es una actitud que el sujeto va a repetir frente a
' irrtas situaciones. De este modo, el individuo, con un margen de
liln-rtad cada vez más reducido, va a “ optar” (con respecto a una
ni nación en la que se lo ha colocado) entre la pregunta neurótica
v la respuesta psicótica o perversa.
Al escribir “ optar” , pongo aquí el acento en una forma de juego
mil la locura (que no ha sido todavía estudiada), esto es, en un cierto
jil.iier en pasar por loco frente al otro.
I .o que yo estudio ( para mantener una apertura, aunque sea en m£
minina), es todo lo que deriva de la identificación con el modelo
ilH psicótico en el cuadro de la locura. La máscara de la locura
' lit que me refiero es, en verdad, nuestra visión del loco. En su
inlnción consigo mismo, el loco no lleva máscara alguna. Somos nos-
•»•*<*s quienes le asignamos una vestimenta y es él quien se aparece
»ntr la mirada del otro vestido de determinada manera.10
I’h. Lidz y sus colaboradores han subrayado que la esquizofrenia,
I. "i de ser considerada como un proceso que priva de la razón a un
' in11viduo, debería ser entendida como un destino con el que se vería
i ilim itado el hombre en sus esfuerzos por buscar un modo de vida
iiilónomo (es posible, por cierto, encontrar esta vida “ autónoma” en
1 1 ¡ihíIo . . . con la esperanza de escapar allí de otras formas de cons-

" Jucques L a ca n , “ Com plexes fam iliau x dans la fo rm atio n de I’in d ivid u ” en
i K n tyclopéd ie fran^aise sur la vie m entale, t. vni.
111 M dz y colaboradores, S ch izo p h ren ia and th e fa m ily , In t. U n iv . Press,
N i i n » Y o rk , 1965.
tricción, con lo que se opta por un status en lugar de otro) .
El status de “ loco” por el que se “ opta” a fin de escapar de otro
status — el casamiento— , o de otros problemas, ha sido puesto de
relieve con gran agudeza por Pirandello 11 en I I berretto a sonagli.
L a escena trascurre en Sicilia.
Béatrice está “ loca de celos” , que no es lo mismo que estar loca. H a
logrado provocar un escándalo, acusando a su marido de tener
relaciones con la mujer de Ciampa.
Ciampa3 víctima inocente del escándalo, exige explicaciones: su
situación se ha tornado imposible.
Se le pide que perdone.
—-No es más que un error, una locura— , le dicen.
— Sea, es una locura, pero entonces que a Béatrice la declaren
loca, que vaya a pasar tres meses al asilo. Es fácil hacerse la loca:
no tiene más que decirles la verdad a todos en la cara. ¿Quiere tener
siempre razón ? N o hay signo más grande de locura . . .
L a solución de Ciampa es la única posible. Béatrice sedeja pues
llevar al asilo, gritando como una lo c a . . .
El interés de la pieza reside en el hecho de que en ella se ve cómo
se tejen perfectamente las redes en las que se va a encontrar Béatrice
presa y vencida, desvaneciéndose como sujeto, para sólo subsistir bajo
el puro rótulo de la locura. (Esta situación, en lo que tiene de
ejemplar, se vuelve a encontrar todos los días en cierto estilo de admi­
sión al hospital psiquiátrico.)
En psiquiatría existe una tendencia demasiado grande a olvidar
los efectos que puede tener sobre un individuo un puñado de palabras
en la actualización, la precipitación o la resolución de una actuación.
Béatrice ™ Yo, en una casa de locos, ¿lo oyes, mamá?
Assunta: Pero es para arreglarlo todo, hija mía, ¿comprendes?
Spano: Para arreglarlo to d o . . . En efecto, es una solución exce­
lente. Piense usted un poco en su marido, señora. ..
Béatrice: ¿Ustedes querrían que pasara por loca ante los ojos
de todos?
Ciampa: Exactamente, como ante los ojos de todos ha deshonrado
usted a tres personas, haciendo pasar a uno por adúltero, a la otra
por una ramera, y a m í por un cornudo. N o basta con decir: “ Estaba
loca” . Es necesario demostrarlo, demostrarlo dejándose encerrar.
Béatrice: A ustedes es a quienes hay que encerrar.

11 P iran d ello , I I b e rre tto a sonagli (1 9 1 7 ), M o n d a d o rí, 1954.


12 L u lg i P iran d ello , T h é á tr e V I I , L e B o n n et de fo u , trad. de M . A . Com -
nene y B. G rém ieu x, éd. G a llim a rd , 1956. (E l tex to qu e se lee en esta edición
castellana es tina versión de la traducción citada. [7 \ ])
Ciatnfia: No, señora, a usted. Por su propio bien . . . por otra parte,
,iqué se imagina usted? Hacerse el loco, pues es tan simple como decir
Imen día. Y o le enseñaré. N o tiene usted más que gritar la verdad a
» •’í es. Cuando se le dice a la gente la verdad en la cara, todos creen
tjtip se ha vuelto uno loco.
Beatrice: ¡A h !, ¿entonces usted sabe que tengo razón, que tenía
rircón al actuar como lo he hecho?
(hampa: Volvamos esa hoja, señora. Está escrito que no existe en
rl mundo peor loco que el que cree tener razón. Vamos, dése usted
Na satisfacción de estar loca durante tres meses. ¡A h !, ¡si yo pudiera,
II yo pudiera! . . . ¡A h !, encajarse hasta las orejas un bonete de loco
v rnrrer por las calles y las casas lanzándoles al rostro a todos sus
vwdades . . . Usted, usted podrá hacerlo, ¡ qué oportunidad! 13
|Es como vivir cien años más! Comience en seguida, comience a
l'fltar.
lU atrice: ¿Que comience a gritar?
(Hampa: Sí, grítele sus verdades a su hermano. Grítele las suyas
al comisario. Y a mí también, a mí también. Y o no le autorizo más
ijm* a una loca a que me grite en la cara que soy un cornudo.
Iíéatrice: Entonces, cornu d o..* se lo grito en la cara: cornudo,
mi nudo. .,
Spano: Nos va usted a hacer creer que está verdaderamente loca.
Iíéatrice: Pero sí, lo estoy. Es por eso que le grito a usted también
"l omudo, cornudo” . Los dos, cornudos, un par de cornudos.

(Hampa: Está totalmente loca. Está perfectamente probado. Es


admirable. N o queda más que encerrarla.

Pirandello nos recuerda así que es perfectamente posible hacerse


• I loco sin serlo (y encontrarse no obstante en el asilo).

La “ locura” puede adoptar el aspecto de un disfraz o de una


«rlimaña. Lo que nos fascina, entonces, es la maestría con que se
(Imrmpeña el papel. El equívoco se plantea en cuanto a la entrada
" no en la “ enfermedad mental” . Sus perturbaciones tienen por
momentos un cierto aire de irrealidad que nos deja perplejos
Estas personas atraen por su modo de decir la verdad, la aspereza
"Mi que condenan al mundo queriendo tener razón frente a todos

,s La traducción exacta sería: “ Si pudiera hacerlo yo, me gustaría. Allí


«llán todos los tragos amargos, las injusticias, las infamias, las violencias que
fina es preciso soportar y que nos descomponen el estómago porque no podemos
Mínimos de ellas, porque no podemos abrir las válvulas de la locura” .
y contra todos. En su indignación (y en el placer que experimentamos
al oírlos) , hay una parte perdida de nosotros mismos que intentamos
reencontrar.

Francine, de 11 años, ha sido llevada por la policía al hospital


psiquiátrico de una pequeña ciudad de provincia. Habia lanzado
los muebles por la ventana, y después declarado con calma ante
su madre: — Envenenaré a Glaudine (su hermana) y lo haré de tal
manera que te condenarán a ti.
Rehusó después acostarse y sus alaridos provocaron un tumulto
entre los vecinos. U n a coalición de adultos motivó su “ embarque”
para el hospital.
Mantenida en observación durante ocho días, se convirtió en la
admiración de todos por su calma, su encanto y su alegría, hasta el
punto que el médico jefe hizo llamar a la madre para decirle (delante
de la niña) que la loca era la madre y no Francine, situación de la
que Francirie podía dar pruebas fehacientemente.
En su conflicto con la madre, la niña se había servido de las
amenazas de su propio padre: ■—M e mataré y creerán que fuiste tú— ,
amenazas que el padre puso en práctica (cuando la niña tenía tres
años). L a madre había sido efectivamente arrestada y sólo logró ser
absuelta porque el suicidio del marido fracasó; una vez salido del
coma, había confesado la escena urdida (y su tentativa de trasformar
en asesina a su esposa).
La niña, que presenció el drama, había pasado luego todo el período
del proceso con la familia del padre, muy adversa a la madre.
Francine había crecido identificada con el padre (paranoico)
“ agresor” y desde entonces se había dejado amar como objeto odiado.
En momentos de tensión (provocados por una crisis de celos), re­
encontraba la conducta del padre y salía de una situación en la que
volvía “ locos” a los otros, como víctima a la que se debía hacer justicia.
Francine, a pesar de que representaba su “ locura” , tenía en otros
momentos alucinaciones visuales que la poseían hasta el punto de
sumirla en episodios depresivos agudos. N o es posible prever si acabará
-— como su padre— por entrar en la “ enfermedad mental” . Mientras
espera, la locura la fascina y ella la representa en una identificación
inconsciente con el padre. Si uno le propone esta asociación, ella
responde: “ N o tiene ninguna relación” .

Joelle, de 20 años, hace un episodio confusional-depresivo con


fenómenos alucinatorios, que desemboca en una tentativa de suicidio.l
En la clínica privada en la que se halla hospitalizada, se habla de
nasferirla al asilo.
Intervengo a pedido de su médico y se decide su envío al campo,
¡i una clínica que podríamos denominar “ antipsiquiátrica” . A llí pasa
i los meses con los caballos en la caballeriza, en un estado de suciedad
muy grande. N o ve al médico y rechaza toda ayuda “ curativa” .
Durante dos meses, Joelle se alimenta de leche, de frutas, se hace
el caballo, duerme en la caballeriza. Cuando expira este período, pide
volver a París, regresa a su habitación y va a ver nuevamente a su
analista que sólo la acepta a regañadientes. Éste me llama por teléfono
Imra decirme que no aprecia en nada la “ cura” campestre que se ha
llevado a cabo. Joelle, según me dice, está totalmente desorientada
ni cuanto al tiempo y al espacio, y es indiferente a todo lo que guarda
relación con su cuerpo.
Ese cuerpo, “ que no le pertenece” , según lo confiesa la misma
II ir lie, está sucio. L a joven es impresentable en sociedad, totalmente
Inepta para reasumir una actividad profesional. En efecto, Joelle
vil a pasar por un período de desorganización muy grande, en el
i|iic va a incluirse también cierta forma de intemperancia sexual. Para
«sombro de todos (y particularmente de su analista) se recupera muy
rápidamente y saldrá de su episodio psicótico para reasumir sus
(unciones de enfermera.
¿Le habría permitido el asilo comportarse del mismo modo?
Esta joven, ¿no se habría visto fijada en una enfermedad mental
|ierfectamente rotulable, y en cuanto tal no habría sido juzgada como
enferma grave por los psiquiatras?
La casi ausencia de cuidados ha sido indudablemente un elemento
■le gran peso en el modo como ha podido, a través de una desorga­
nización permitida, reencontrar la salud.
I ,a descompensación psicótica había sido la respuesta a un fracaso
sentimental: había entrado en una conducta de enceguecimiento,
lureando evitar el sufrimiento mediante la “ locura” .
lista conducta era la reproducción inconsciente de lo que le había
ocurrido a su misma edad a su hermana mayor, quien, ella sí, logró
desarrollar con éxito una carrera de esquizofrénica.
Tanto Francine como Joelle encontraron a su disposición un modelo
ile la “ locura” , del que hicieron uso ante el primer golpe duro,
lialiando en la expresión loca una solución para una desgracia vivida.
I ie la expresión loca . . . a la “ enfermedad mental” , el paso se da con
Iut ilidad, sobre todo si el ambiente hace su aporte.
M e traen a Sidonie,14 de 17 años, anoréxica, después de dos años
de permanencia en un hospital psiquiátrico.
Bulímica a los 9 años, hizo a esa edad su primera cura de aisla­
miento para “ adelgazar” . Su madre estaba siempre en el origen de
todas las decisiones médicas, volviendo locos a los especialistas e indu­
ciendo las intervenciones.
Tras una primera entrevista con Sidonie, su madre me llamó por
teléfono para decirme “ que no podía vivir más así” : se reclamaba la
hospitalización de su hija para salvaguardar los “ nervios” de la madre.
— Y a no soy más Sidonie, soy un caso — me dice la niña— . M i
madre le habla del caso todo el tiempo a todo el mundo. Cuando yo
era demasiado gorda, ella me decía: “ Comer es un crimen, te sobre­
vendrá una desgracia” . Ahora tengo miedo de volver a tener ganas de
comer demasiado. Tengo miedo de algún accidente mortal a través
del alimento. Cuando era chica, ponían llave a las alacenas y me
decían: “ te vamos a exhibir en la feria” . M e han dicho una y otra vez
tantas cosas malas. Y a lo ve, ahora no comer más es una venganza.
H e tenido que aguantarlos a todos. Quiero probar que puedo cumplir.
Quiero que me dejen en libertad de hacer lo que quiero con mi
cuerpo. Si para conseguirlo es preciso que me haga pasar por loca,
tanto peor; ésa será, en todo caso, mi libertad.
Sidonie corre el riesgo de entrar en la “ enfermedad mental” y de
fijarse en ella si sp le quita toda posibilidad de hacer lo que ella
quiere de su cuerpo (es decir si se le quita toda posibilidad de
simbolización).

Emmanuelle, de 16 años, se encontraba en una clínica de lujo


desde hacía 6 meses. Fui llamada en consulta. Cuando la vi, se
deshizo en lágrimas y reclamó que se la dejara salir de allí.
La hospitalización la había fijado en una presentación de esquizo­
frenia. Y o era para ella Ja especialista que venía del exterior, no
ligada al establecimiento, y ése fue el motivo por el cual pudo
hablarme. L a atmósfera afelpada de la clínica había hecho de ella
una muerta en vida, la sombra de sí misma.
El drama de Emmanuelle era el de haber venido al mundo como
la reemplazante de un bebé muerto, y de haber ocupado así ante
la madre ven lugar que no le daba otra alternativa que la muerte real
o la muerte simbólica (del cuerpo), y desde entonces, la acechaba
el peligro de la psicosis.

14 V éa se ca p ítu lo 6.
Todo ocurría como si no pudiese recibir otro mensaje de la palabra
materna: “ Estoy acabada y tú, hijita mía, eres como yo” . Precisa­
mente, la entrada de Emmanuelle en el hospital en el curso de un
episodio de postración fue hecha repitiendo las palabras de la madre,
asumidas por cuenta propia: “ Estoy acabada, mamá, estoy acabada” .
La prolongación de la permanencia en la clínica psiquiátrica no
habría podido hacer otra cosa que incitar a la muchacha a cumplir
una carrera de internada: habría satisfecho así el deseo inconsciente
de su madre, el de ser amada en tanto que muerta.

A lo largo de los siglos, se han dado las explicaciones más diversas


en cuanto a la naturaleza de la locura. El disfraz de la locura parti­
cipa estrechamente del status con el cual el loco se sabe ridiculamente
revestido y desempeña a veces el papel de una pantalla, que deja
escapar el conocimiento que podríamos alcanzar.
A veces los psiquiatras le erigen un monumento, a veces llegan
a dudar de su existencia.
Decir que la enfermedad mental no existe (que en un mundo
mejor no habría hospitales ni psiquiatras), es la formulación de una
aspiración ya planteada, según hemos visto, en el siglo xvm.
Esta aspiración está fundada en una creencia que haría de la
felicidad un fin en sí mismo (y el remedio de todos los males).

LOCURA Y " L IB E R T A R "

Los mismos psicoanalistas no siempre han podido eludir esta creen­


cia. Por eso las teorías de Abraham sobre el objeto ideal han
sido explotadas con excesiva frecuencia en el sentido de una relación
del sujeto con su ambiente. Diversos autores han procedido de este
modo a una reducción de la experiencia analítica, trasladada a
conceptos de adaptación social, con lo que el psicoanálisis se utiliza,
según esa óptica, como medicación que es al mismo tiempo panacea
social. El movimiento de antipsiquiatria ha tenido el mérito de
rebelarse contra esta manera de plantear el problema de la “ enfer­
medad mental” o de la neurosis. Se ha reivindicado — a menudo con
razón— el “ derecho a la locura” , tan esencial como el “ derecho a la
salud” . Se le ha reprochado a Freud no haber dejado en su doctrina
lugar suficiente para la liberación. “ Liberad el sexo, quitad el tabú
del incesto y liberaréis al hombre” , se ha proclamado con autoridad.
Estas posiciones pertenecen, no obstante, a toda una ideología de la
felicidad que privilegia el orden de lo imaginario, ideología que no está
al abrigo de todas las formas de mistificación.
El problema de la locura no puede ser resuelto por una reivindi­
cación (generosa) de la libertad y de la no-constricción. El problema
del Edipo no puede tampoco, evidentemente, reducirse sólo a la
cuestión de la tolerancia de un incesto real en una revolución de ias
costumbres también “ generosa” . L a articulación significante del Edipo
debe comprenderse del modo en que de hecho opera para el sujeto
(organizado por el juego del significante) a propósito de la ley de
prohibición del incesto que se encuentra en la base de la crisis formativa
de la castración.15 Rechazar esta noción significa arriesgarse a ya no
poder comprender nada del hecho psicótico mismo, como tendremos
ocasión de desarrollarlo enseguida.
A llí están los mitos para recordarnos10 que el orden del mundo
reposa sobre un sacrificio inicial.
En la India, la repetición del sacrificio inicial garantiza el orden
universal; en L a Biblia, Jehová descarta la reiteración del diluvio
y mantiene la armonía de los ritmos cósmicos en respuesta al sacrificio
de Noé.
Del mismo modo, a partir del simbolismo de la castración en el
complejo de Edipo, el deseo se introduce en un orden humano. Dicho
más precisamente, lo que se introduce es una estructura en la cual se
abandona la situación dual ( imaginaria: una relación yo-tú no media­
tizada) por una estructura ternaria (simbólica) que introduce una
referencia a un tercero, y con ello una referencia a un pasado con
todo lo que im plicáron lo tradición que se anula a través del pacto
simbólico, la deuda y la falta.
Ése es el origen del cual surge el drama existencial del deseo, con los
efectos que en él se anudan al nivel del lenguaje.1* L a estructura
simbólica le permite a cada uno saber quién es, introduce un tema,

16 E l problem a de la castración se clasifica (c o m o nos lo m uestra L a c a n )


en la ca tego ría de la deu da sim bólica. E l o b jeto de la castración es un o b jeto
im aginario. Im p o rta d istin gu ir la castración de la frustración (e l o b je to es
re a l) y de la priva ción (e l o b je to es sim b ólic o).
E l psicótico saca la castración del dom in io sim bólico, y ella reap arece (c o m o
lo mostram os en el ca p ítu lo 5 ) en lo real b ajo la fo rm a de la alucinación.
A spirar, com o lo p rop o n en algunos, a una edu cación que haya elim in a do
el prob lem a de la castración, es em itir una aspiración qu e no tiene en cuenta
la ex igen cia estructural en la q u e se h alla preso el individu o.
10 O rtigues, L e discours et le sym bole> A u b ier, 1962.
17 E l esqu izofrén ico es a lgu ien en cuyo proceso p rim a rio rigen las palabras»
N o existe en este caso lo im aginario.
En el pa ra n oico existe lo im aginario, p ero e l sujeto no tiene lu ga r para
re cib irlo p orq u e está a n u lado (n o h ay o tro esc en a rio ). Pa ra el alu cinado, los
efectos im aginarios d el len gu a je no se traducen en la im aginación, sino en la
alucinación.
rl del contrato, la promesa o la alianza, que están en la base misma
lie la fundación de toda sociedad.
En lo que se falsee a nivel simbólico reecontraremos todo el drama
(leí ser que habla, drama de un ser que no podrá asumir en su nombre
d decir y el obrar, sea porque se ha perdido totalmente como sujeto
on la palabra del Otro, sea porque ha renunciado a una palabra
personal al resultar vanos sus esfuerzos por modificar lo que lo rodea
mediante su decir.
La gravedad de los desórdenes psicóticos del niño está ligada al
modo cómo se haya visto enfrentado, demasiado temprano en su vida,
con una palabra mortífera. En consecuencia, se habrá hecho sordo
y ciego a lo que pasa en torno de él, y proyectado sobre el mundo
rxterior su propia rabia impotente.
No se puede comprender nada de la psicosis si no se ubica el modo
ru que el sujeto (desde antes de su nacimiento) se ha visto apresado
por cierto haz de palabras paternas. Son estas palabras las que
imprimen su marca al nivel del cuerpo, de modo tal que a veces
ii1 hace imposible para siempre acceder a un cuerpo simbólico.
Si el niño expresa en su locura la verdad que le falta a uno de
«us dos progenitores, también el adulto revela en las distorsiones
ili:I lenguaje aquello por lo cual ha sido alienado.

r.l. LUGAR ASIGNADO A LA LOCURA

I I hecho de situar el problema de la psicosis a su nivel estructural


(apartándonos de toda fascinación imaginaria) no nos impide destacar
.imultáneamente cierto juego con la locura que está estrechamente
vinculado a la concepción del medio con respecto a la locura, a la
imagen que ese medio se forja de ella.
La “ enfermedad mental” se halla sostenida por toda una imaginería
popular que la representa de variadas maneras, según las épocas y los
países, y que propone un modelo de la “ enfermedad mental” . (L a
Imagen del “ loco” remite tanto al maníaco como al esquizofrénico, o
al paranoico. M i estudio se dedica más especialmente a esa categoría
mnl definida a la que se le aplica la etiqueta de “ esquizofrenias” ) . 18
La locura ha ocupado el lugar de la brujería. Veremos 10 que las
rxplicaciones populares sobre la locura nos remiten a ideas de tabúes

18 E l hecho d e qu e este trabajo se h aya cen trado p rin cip alm en te en la


«q u iz o fre n ia , in d ica sus lim ites (c o m o lo verem os en el capítu lo 4, que trata
i Ir un caso d e p a ra n o ia ).
i» V éa se ca p ítu lo 5.
trasgredidos o de desórdenes sexuales. Revelan la idea de falta, de
castigo, de sacrificios a cumplir.
El “ loco” tiene una función en la familia, como si eí sacrificio de
uno solo fuera a permitir el equilibrio de todos.
L a literatura y el teatro proponen papeles20 de locos, y allí se ve
cómo obtener los beneficios secundarios de la “ enfermedad” .
Todo esto constituye el contexto en el cual se halla presa la enfer­
medad mental y complica su abordaje, en especial si se encuentra
ubicada en un lugar privilegiado, considerado como espacio de
curación, tierra de la verdad.21 Se desprende entonces de la locura
una especie de “ sujeto absoluto” al cual el psiquiatra le concede el
status de objeto puro. Cuando se lo reconoce al hombre como loco,
simultáneamente se lo juzga irresponsable.
“ El asilo — como lo recuerda Foucault— ha encadenado al hombre
y su verdad al loco. Desde ese día, el hombre tiene acceso a sí mismo
como ser verdadero, pero ese ser verdadero no se le otorga más que
bajo la forma de la alienación,” 22
Desde el día en que se le ha asignado un status a la locura, se le ha
propuesto al hombre una elección y desde entonces se halla atrapado
en una alternativa (o la vida peligrosa de afuera, o la vida sin riesgo
del a s ilo }.
L a fascinación que ejerce la locura (y el papel del loco), las
identificaciones inconscientes que impulsan al sujeto a evitar, como
su modelo, determinada dificultad buscando refugio en el asilo, todó
esto no basta por sí mismo para crear la “ enfermedad mental” . Pero
existe todo un contexto social (fundado en una determinada represen­
tación de la locura) que favorece en las personas jóvenes la entrada
en una carrera de “ enfermo mental” , desde el instante en que los
apresa el circuito de la hospitalización.
Desde que se emite un diagnóstico de psicosis, la presión de la
familia y de la sociedad impulsa al médico a adoptar ciertas medidas,
en el punto preciso en que quizás el único acto médico válido seria
oponer un rechazo a la queja familiar y prestar oídos a lo que dice un
paciente que corre el peligro de desaparecer como sujeto bajo el ropaje
de la locura, para convertirse para siempre en el objeto del cual se
habla, del que se goza, y del que se dispone.

20 O . M a n n o n i, “ L e T h é á tr e et le fo lie ” , en M é d e c in e de F ra n ce , n9 149,
1964. [H a y edición en esp añ ol: L a o tra escena, Buenos Airea. A m orrortu ,
1972.]
21 M ic h o l F ou cau lt, H is to ire de la fo lie , P lo n , 1961. [H a y edición en es-'
p a ñ o l: H is io ria de la lo c u ra en la ¿p oca clásica, M é x ic o , F o n d o de Cultura.
E co n óm ica , 1967.]
22 Ib id ,
I n época clásica (como nos lo ha mostrado Foucaultx) ha rechazado,
Imjo el efecto del mismo miedo, a los enfermos mentales, a los aso-
i mies, a los perversos, a los delincuentes y a los rebeldes. Las estruc-
I uras de la internación se han desarrollado a partir de este “ gran
111 icelo” . Los seres privados de razón han venido a ocupar el lugar que
ilrjaron vacío los leprosos, y su lugar en la sociedad ha cambiado a
«ii vez en comparación con el que ocupaban en los tiempos más
II ittiguos.
l'oucault muestra igualmente cómo la locura, después de haber sido
rrrhazada de la sociedad razonable, ha sido recibida en el mundo
i irntífico. El conocimiento de la locura que pudo adquirirse a partir
i Irt este hecho ha conducido a denunciarla más bien que a reconocerla.
A partir de una crisis colectiva ( que podría analizarse como una
lupccie de retorno de lo reprim ido) surgieron no solamente las
medidas administrativas de internación, sino también toda una
"i l.isificación natural” de las enfermedades mentales. A fines del
nglo xvnr, antes del nacimiento de la psiquiatría, la población no
•listinguía los efectos del pecado y del peligro real, confundiendo ambas
i mus en una locura temida y rechazada. L a población temía verse
• initaminada por las emanaciones de la locura y del vicio, como si
ili-l otro lado de los muros del encierro la amenazara un oscuro
l'iiligro.
l'.ste pánico de mediados del siglo xvm les proporcionó más tarde
pt los juristas y a los médicos un derecho de tutela sobre los asilos.
Hl la sinrazón ha podido salir del aislamiento en que se intentó
muntenerla y volver a encontrar un lugar en la sociedad que la había
rxt luido, fue no obstante para verse presa, en ella, de un status que
M manifiesta todavía en nuestros días por la internación de los
"'■iilermos mentales” .
La palabra de la locura, cuando ha querido hacerse oír, ha trope-
violentamente contra todos los cómplices de la represión, y todos
leu portavoces del buen sentido. Hoy, cuando la locura habla, se
i nfrcnta con la institución de la locura.

1 M ich el F ou cau lt, H is to ire de ¡a jo tie , o f , cit.


— Usted es muy valiente puesto que viene a ver a los locos — m é l
dice Bernard— ; es peligroso. Lea m i legajo, va a encontrar allí
material interesante para su tesis.
Y después, reasumiéndose, agrega:
— Todos se pusieron de acuerdo para llevarme al hospital. Eso me
golpeó, pero me las arreglé. Aquí, si me llega un golpe fuerte (es
decir, el delirio) no me importa. En casa, los molesto.
El asilo se ha convertido en el lugar en el que la locura se hace ver
y oír; la vida concreta del loco (desde la asistencia médica hasta los
criterios de curación) se define allí por la idea imperante de lo que
es el alienado. Esta idea le marca al médico su práctica, y al loco su
conducta.
Las instituciones fijan, en efecto, el marco de la actividad médica:
el peso del aparato administrativo anula prácticamente toda posibi­
lidad de innovación. En la situación en que se le ha creado, el tera*:
peuta se ve llevado a objetivar lo que oye y lo que ve en versionew
a las que se les pone la etiqueta de científica. Juzga y aprecia lo quftfl
en el comportamiento de su semejante se aparta de una norma. C onj
mucha frecuencia se evoca la “ enfermedad mental” para justifican
esta conducta. L a ciencia psiquiátrica ha terminado, sin quererlo
verdaderamente, por hacer del “ enfermo mental” un ciudadano sin¡|
derechos, librado al arbitrio del cuerpo médico. En el contexto social
actual, desde el momento en que a alguien se lo diagnostica como
enfermo m ental2 se lo priva de todo valor social y sólo se lo trata en
términos de poder (de violencia), N o tiene, por así decirlo, base algunn
en la cual apoyarse ante el poder casi absoluto del médico. Cuando
quiere oponerse al terapeuta, no puede hacerlo más que recurriemli
a conductas anormales.
Mas el médico no está libre tampoco, es prisionero de la repri
sentación colectiva del loco, concebido como ser peligroso. En tanl
que el psiquiatra se encarga sea de librar a una familia intoleranl
de un pariente que le infunde temor, en ocasiones sin motivo, so*
de colaborar con una policía que no puede soportar el desordej
Entra al servicio de una sociedad que se ha defendido contra ol
enfermo mental y al que procura excluir. La relación establecida C0|
la enfermedad mental es una relación que lleva a la objetivació
del loco, objetivación en la cual se lo abandona. El problema no n
tanto el de la enfermedad cuanto el de la relación establecida i iift
la enfermedad por el médico y la sociedad que juzga. N o se traW

2 F ra n co Basaglia, L ’ in itilu tio n en n é ga tion , éd. du Seui], 1970 [H a y ed¡L¡í|i


en español: L a in stitu ción negada, Barcelona, Barra!, 1970,]
ilo decir que la enfermedad mental no existe, sino que el modo como
ella evoluciona guarda relación con el tipo de aproximación que se
i",tablece para acceder a ella.

I I. SABER SOBRE L A LOCU RA Y S U MARCO IN S T IT U C IO N A L

M decir y el obrar de la locura han sido registrados por una ciencia


medica que orienta su investigación en el sentido de un saber sobre la
tucura. Una tradición docente ha hecho del enfermo mental la reserva
necesaria del saber psiquiátrico. Convertido en objeto de la ciencia, el
luco ha perdido su decir de verdad. Y en la relación instituida con el
Inicótico, el terapeuta, si abandona la posición que le ha reservado
In psiquiatría clásica, se ve llevado de nuevo a esa posición por el
enfermo mismo,3 que sabrá mostrarle con pertinencia la vanidad
de sus pretensiones humanitarias.
1.1 “ enfermo mental” , en el marco que se le ha creado, termina por
"im partir los puntos de vista de cierto “ racismo psiquiátrico” : la
" segregación” está lejos de ser, en efecto, herencia exclusiva del
pllquiatra:
Las relaciones que aquí se hacen son malas — me dice Vincent— ,
mué ejemplares observé allí! Viejos, inocentes, tipos que deliran, un
|iil><! de 18 años que anoche ha estado dando alaridos hasta las cinco
ilfl la mañana. L a locura, cuando delira, no es linda de ver. Dos
Hijos grandotes le arreglaron las cuentas al chiquito. Después
>< durmió, apelilló como un ángel; había uno creído que no esperaba
más que eso para sentirse bien , . . aquí, son todos degradados, excepto
|iw alcohólicos . . .
I ,a locura rechazada denuncia no obstante el sistema en el que
■i baila inserta:
A los médicos — me dice Gilíes— les cuesta mucho compren­
de! me . . . yo quiero salir de la etiqueta de “ loco” , y otros se aferran
ii l.i etiqueta. Ningún otro que no sea yo me puede ayudar,- el mejor
|i neólogo” soy yo mismo. Sería necesario que tomara contacto con
tul inteligencia para comprender dónde está mi lugar y saber en qué
Hirco me encuentro.

I ,il el asilo, el decir del paciente es por lo general menos oído que
llt ubrar. El medicamento viene siempre a proteger al terapeuta contra

II O. M a n n o n i, "S c h reb er ais S ch reiber” , en C U fs p o u r ¡’ im a gin a ire , éd.


U Nniiil, 1969.
lo que el enfermo puede trasmitir como angustia (de muerte) y deseo
(sexual) de agresión.* El espectro de la represión se ve así, todavía
en nuestros días, mezclado en mayor o menor medida con la cura,
todo ello dentro de la más pura tradición médica heredada de la época
clásica. Y no obstante, a partir de Freud se ha perfilado otro movi­
miento, abierto a la aparición de una cierta verdad. Pero en un lugar
en el que se domina a la locura, ella no habla más y se reviste de un
aspecto particular, característico de ese medio que la protege o encierra»
— Si digo “ voy tirando” — me dice Robert— , dirán “ ése va bien” y
ya no podré circular más por el asilo. El enfermo tiene celos del otro
enfermo, si otro mejora se siente mal. Es preciso ocultar que uno
m ejora. . . ¿ Y en qué se convertiría uno si no pudiera ya entretener
más a los médicos?
L a convicción de poder, gracias al delirio, alimentar las tesis mé­
dicas, constituye de parte del “ enfermo” una confesión que no debemos,
desdeñar. A l mito del poder médico que ejerce el terapeuta, se opona
el mito de una “ enfermedad mental” “ excepcional” , capaz de sostener
el interés del médico. Sobre los conflictos que opondrán al “ enfermo”!
y al médico van a jugar elementos de sobredeterminación. A l mono­
polio del poder médico, se opondrá el de la “ enfermedad” , la con-]
ciencia en el sujeto de la fascinación que ejerce su “ enfermedad” . I
L a alienación del “ enfermo” se ve así redoblada por los efectos de
Ja institucionalizaron de la “ enfermedad” en un marco determinado,
marco que (como lo hemos visto más arriba) deja muy poco juego¡
a la expresión dinámica de los conflictos. Todos se ven llevados a un
ritual (adm itido) de reclamaciones relativas a cierta realidad hospiJ
talaría (la mala alimentación, las condiciones materiales precarias!
o a un ritual delirante (de temas conocidos). La adaptación o no
adaptación del “ enfermo” tropieza con cierta forma de reglamentación
que prevé los efectos más diversos de la hospitalización. Tanto si el
“ enfermo” se rebela, como si no lo hace, su comportamiento se piensa
en términos psiquiátricos y encuentra su sanción en el marco de la
atención psiquiátrica. T od a veleidad de rebelión se ve as! rápidamente
esterilizada y ninguna “ adaptación” — puesto que muy a menudo no
es más que una adaptación a la patología del asilo— le da al “ enfermo!
los medios de asumirse fuera de los muros. El universo claustral lo
quita sentido a toda búsqueda de autonomía, porque esa búsqueda
se ve siempre “ reinterpretada” en función de la patología del paciente.
El aislamiento en que el hospital se halla con respecto a los vivos, ere*

4 Sol R a b in ovitch , U n é c rit qu otid ien á V h ó p ita l p sy chiatrique, tesis d


m e dicin a, París, 1968. ™
un espacio en el que todo se vive sólo en relación con la entrada y la
salida; el tiempo que separa a una de la otra es un tiempo vacío y
muerto que escande y orienta el estilo de vida monótono y nebuloso
lie cada uno de los pacientes del asilo.
De este modo el psiquiatra, en la escucha que puede prestarle a la
locura, depende directamente del sistema mismo de internación.
El modo en que la locura se despliega es función del marco en que
su la recibe. Y como lo hemos subrayado ya, en el asilo más que en
ningún otro lugar, todo se halla concebido para que la locura deje
«le hablar.

¿REFORM AR E L A S ILO ?

I itke y Pinel, si bien pusieron en evidencia el papel no médico del


médico, con el fin de poder así renunciar mejor a los métodos médicos
( inoperantes) de su época, medicalizaron no obstante lo “ no médico”
li iciendo del personaje del médico una figura mítica imponente, que
detenta el poder de dominar la locura. El médico que trabaja en el
asilo, al otorgarse en un momento dado de la historia un poder médico
Administrativo absoluto, se convirtió al mismo tiempo en sostén de
cit-rto orden burgués y de cierta ideología burguesa. Si en el mundo
interior al loco se lo declara de buen grado irresponsable, en el interior
ilrl recinto del asilo se le hace una especie de proceso moral. Esta
Bi litud subsiste todavía en nuestros días: quienes curan, aun cuando
I" nieguen, tienen tendencia a apreciar la mejoría de un paciente
«•ii función de criterios esencialmente normativos. El auge que ha
v,'izado la laborterapia ha estado ligado, expresamente o no, al deseo
del que cura de ver “ rehabilitarse” al paciente.
El discurso del psiquiatra sobre la Institución es un discurso que
0Htde el comienzo admite al hospital psiquiátrico como tal. El esfuerzo
psiquiátrico tiene por propósito, entonces, el de hacer que esa insti­
tución sea visible, tratar de hacer de su funcionamiento el instrumento
|principal de la curación.6 AI permitir que circule una palabra, los
psiquiatras esperan encontrar en los efectos institucionales 8 el equi-
\alenté de un acto psicoanalítico, acto que permitiría que se operara
ni el paciente una estructuración a partir de malentendidos imagi­
narios. Se trata, para ello, de señalar al nivel de la institución misma

r' M. C h aign eau , J. Oury, F. Tosqu elles, etcétera.


0 Efectos sobre los pacientes d e las reglas d e la institución, así com o de las
ii tivi iones .con el personal que cura, con los otros enferm os, etcétera.
las repeticiones que escanden cierto discurso y de comprender cómo
los acontecimientos de este discurso van a producir, de algún modo,
una institucionalización, es decir a funcionar como marco dentro del
cual podrán tener lugar ritos simbólicos.
Estos esfuerzos chocan no obstante con todo un contexto asilar
(que este libro denuncia) que hace del psiquiatra, aunque nadie lo
quiera, el cómplice de una sociedad segregacionísta y policial. El
médico se halla, por su función misma, en complicidad con el aparato
administrativo y judicial. Es, en el mejor de los casos, un internado
complaciente, un internado que se esfuerza por hacer soportable a los
terapeutas y a los pacientes una vida de reclusos.
T od o lo que se inscribe dentro del marco del asilo, permite la
supervivencia de éste, pero no su reforma. T od o cambio supondría
perturbar gravemente las estructuras tradicionales de los hospitales
psiquiátricos (los psiquiatras reclaman unidades de 25 camas implan­
tadas en un medio social de vida normal, mientras que se amontonan
a los enfermos, lejos de todo tipo de vida normal, en cantidades que
superan la centena). Esta perturbación de las estructuras del asilo
exigiría cuestionar principios que se hallan sólidamente arraigados.
¿Por qué el asilo?, es la pregunta que uno se sentiría tentado
de formular.
¿ Y por qué los que curan favorecen su mantenimiento?
El esfuerza teórico notable que ha cumplido en Francia un equipo
psiquiátrico de vangiyirdia ha llegado no obstante (en sus aplicaciones
prácticas en el asilo) a una especie de impasse. Las innovacionc» |
psiquiátricas ’ no introducen de hecho ninguna ruptura radical con
una tradición de internación. A l internado se le impone el requisito
previo de aceptarse (o negarse) como “ enfermo” , de modo que U
partir de ello sus actividades, su decir y su obrar se reubican en ¡ I
discurso de la institución. El que cura toma su lugar en este discurso
(sus racionalizaciones científicas pueden cubrir una necesidad da
justificarse en su función de persona que cura), que se centu
en el “ enfermo” y su “ enfermedad” , un “ enfermo” que term ina.. 1
como el psiquiatra, por adaptarse al asilo y a la imagen de Itfl
“ enfermedad” tal como el otro la forja.
La realidad del hospital no tiene nada que envidiarle a ningúlB
universo claustral. Hacer de esa realidad un instrumento terapéutico
constituye un esfuerzo meritorio, pero es preciso no obstante n q
minimizar todo lo que tiene de engañoso. Los “ cuidados" (la socio.

7 C re a r m ediante el recurso d e los clubes, etcétera, posibilic' des técnicas d f l


sim bolización en el recin to mismo del asilo. V éa se E n fa n ce aliénée I I rflj
R ech e rch es , diciem bre d e 1968. ®
la laborterapia, las reuniones de clubes, etc.) se inscriben
#ii un contexto hospitalario que se aproxima al de las prisiones. L a
•milM)'üedad cura-castigo es bien visible en este caso, y a ella volveré
ni i'i adelante. Lo que diferencia al psiquiatra actual del psiquiatra
i|i I iÍ^Io xix es que el primero ya no se siente nada cómodo en el papel

iti utiardián en el que el aparato social trata de confinarlo: ha tomado


m i" inicia de la contradicción que lo aprisiona.
I'.l mérito de los representantes de la psicoterapia institucional en
I i iiin ia consiste en haber mostrado precisamente la distancia que
ip|i<li- entre una práctica carcelaria y el ideal hospitalario. Su pre-
n|i.idón se reduce, no obstante, a poder crear en un sistema de asilo
denuncian, un “ colectivo de cuidados terapéuticos” con el fin
-It ii informar el lugar carcelario en un lugar en el que se h able.. .*
i i', posiciones estadounidense (Bateson) e inglesa (Cooper) se
|H<>|i'nien demostrar la insuficiencia de una perspectiva que opone
Iti "i iira” al régimen de internación. Denuncian que bajo la noción de
B iin i" se ocultan prácticas punitivas. N o descartan las posibilidades
» i nración” en el asilo, pero según ellos el problema no se sitúa allí.
Bimintc en la instauración de una verdadera despsiquiatrización,
ili «|iin[uiatrización que debe emprenderse a partir de una reinterro-
■ti lón sobre el saber psiquiátrico. Muestran de qué modo el saber
■ lu í la enfermedad viene a ocultar toda una relación con la verdad,
■Jando en la sombra lo que en el psiquiatra se sustrae a los efectos
■ li' i'ii él produce la locura. Tratan así de promover el estallido de
Kuliliiriones que durante la mayor parte del tiempo, a causa del
• n l i vio en el que se encuentran ubicadas, desempeñan el papel

’ I i s fc io riza c ió n (p roy ecto psiqu iátrico qu e se propon e reem plazar el


■ i t i i i i i tradicional d e la internación p o r un conju n to de m edidas psicosociales)
• « l i l i tener dos aspectos.
M uhorda la en ferm edad m ental ten iendo en cuenta el m edio d el enferm o,
A ) iii l.im ilia, de quienes lo rodean, d e sus em pleadores, avanza en el sentido
■ lililí «preh en sión más verdadera de la naturaleza d el problem a, y pu ede en
l i i n i unos desatar, fuera del hospital, situaciones patógenas.
H l V i n >i lleva la in terroga ción psiqu iátrica tradicion al a un m ed io en el que
I f |*ri turbaciones existentes se encuentran a m enudo compensadas, am orti-
■> " l > n sim plem ente toleradas p o r los demás, si en ese m ed io surgen pre-
Htlliririnnes de preven ció n y d e descubrim iento, ellas no pu eden ten er sino
J r l m futlAgenos. D e todo ello no puede resultar otra cosa que la agravación
■ I * <11* i! o existente.
. l'iH nii ii parte, los pensionistas de los hospitales psiquiátricos no se hallan
|l ItMyiii parte d e las veces en estado d e en tra r en un sistema de sectorización.
I (Arrn Útil — que consistiría en m o d ific a r los p reju icios y las ignorancias del
■■•tli' mu ¡al, en h acerle reencon trar los m edios de com pensación y tolerancia
p * RM p iu lid o — esta tarea la psiquiatría, ta l com o existe, no pu ede en m odo
. * *' iili/arla.
de pantalla y, en el m ejor de los casos, dejan a los pacientes y a los
terapeutas fijados en la comodidad de una comprensión mutua, es.
decir separados por un malentendido fundamental.

LA IM P U G N A C IÓ N DEL SABER

Para los italianos (Franco Basaglia) el problema no reside en la


humanización de los hospitales, ni tampoco en el hecho de que
el hospital liberalizado termine por crear una microsociedad que no
logre comunicarse cor» el medio social (con lo que los “ enfermos”
técnicamente curados se resignarán a la hospitalización y quedarán
exiliados en una carrera hospitalaria de !a que no podrán ya salir)..!
L o que cuestionan es el modo en que, en el contexto social de hoy, se
concibe y se trata la “ enfermedad mental” , y denuncian los compro­
misos ideológicos que se hallan en la base de todo proyecto psiquiá­
trico, directamente responsables de los criterios seudocientíficos sobre
los que se funda la psiquiatría. El “ yo no soy loco” constituye cierta­
mente una respuesta que todavía se adopta frente a la locura.
Si bien el psicoanálisis contribuye al esclarecimiento de la psiquiatría,
no la ha revolucionado, no obstante, tanto como se habría podido
esperar. El discurso de los psiquiatras es, con gran frecuencia y como
ya se ha visto, sólo un discurso de rcinterpretación de los hechos que
se sitúa en una perspectiva de autojustificación, más bien que en un
cuestionamiento de la psiquiatría y del psiquiatra. Las estructuras que:
se le proponen al alienado son estructuras de c u r a , no se le deja otra
posibilidad que la de fijarse en cierta presentación: la historia de sus
desgracias. Delirio que se “ conserva” intacto aun si se lo “ corta” ,
delirio que se codifica detrás de una red singular de intercambios
convencionales. El sistema de adaptaciones secundarias" que termina
por crearse a lo largo dé los años, se pone en evidencia en el modo
en que el internado se adapta pasivamente a su posición de recluso,
y hasta en el papel prestigioso que desempeña como antiguo (papel
de “ duro” por lo general, un “ duro” que se ha modelado a partir
de la imagen del “ ambiente” ). El lenguaje de los internados, su
vestimenta, la solidaridad de los terapeutas, la complicidad que reina;
a través de las disputas, todo esto forma, parte de un “ sistema” que
evoca cualquier otro sistema de concentración en el cual los individuos:
se encuentran unidos por los vínculos de una servidumbre común.

3 E. Gofíman, Asiles, éd. de Minuit, 1968. [H ay edición ;en españo


In te rn a d o s, Buenos A íres, A m o rro rtu , 1970,]
Todas estas prácticas y creencias que guardan relación con el
hospital psiquiátrico giran en torno de la búsqu da de un a v a l médico,
m cuya situación el término “ médico” recubre ni más ni menos que
una apelación al ejercicio de la fuerza. L a quimioterapia que en este
contexto se emplea no carece de utilidad, pero su intención es
disciplinaria. . . N o es raro, por otra parte, oír que el “ enfermo”
asimila la “ cura” con medicamentos por medios coercitivos, y si la
idea de tener que entrar en el asilo para beneficiarse en él con los
Cuidados que proporcionan es una idea que les permite a algunos
conservar ciertas ilusiones, otros perciben claramente el engaño,
fistos asimilan la “ cura” al “ tratamiento” de un régimen penitenciario.
La ambigüedad de la práctica psiquiátrica es un hecho histórico que
merece ser recordado. El status moderno de la locura, como lo ha
señalado Foucault, no es el resultado de un progreso de los conoci­
mientos, sino el resultado de una situación que el hombre común de
lines de la Edad M edia creó para reconocer mejor al loco y separarse
de él. A partir de las medidas que se han adoptado para separar al
alienado de la población, se ha recuperado al loco como materia
de estudio científico. De aquí proviene la marca de esa dualidad
cura-castigo en la que se ha visto encerrado desde su origen el
hospital psiquiátrico.
“ N o es por cierto con alegría en el corazón que se sueña con aislar
a un alienado — nos dice Casimir Pinel— , mas la necesidad es ley.
La calamidad se halla en la locura y no en la medida. Curar si es
posible, prevenir desviaciones peligrosas, eso es el deber impuesto por
las leyes de la humanidad y de la preservación social.” 10
Puesta así la locura al abrigo de un mundo que no la quiere más,
debe, para adaptarse al marco que se le ha hecho, callarse o expresarse
cu el interior de ritos convencionales. El supuesto enfermo es el garante
de la función del que cura, su razón de ser en el plano profesional.
La idea de una no-segregación de los enfermos y los terapeutas11
choca, aun en el seno de excelentes clínicas privadas, con la oposición
de estos últimos. Que un enfermo pueda unirse al personal de la cocina
para efectuar allí (en lugar de una laborterapia ficticia) un trabajo
real, es una idea que crea un malestar innegable y termina a menudo
por encontrar una forma más o menos velada de rechazo, rechazo que

70 C asim ir Pin el, “ D e l’ isolem ent des aliénés” , en J o u rn a l de m éd ecine


m entale, t. r, 1861. p- 181, citado p o r R o b ert Castel en su p r e fa c io al libro de
G o ffm a n , Asiles, éd. de M in u it, 1968.
31 L a n o-segregación de los en ferm os y los que curan, no se ha realiza do en
Francia, p o r lo que yo sé, más qu e en un solo lu gar: la clín ica de L a Borde en
í'o u r C h evern y.
se racionaliza recurriendo a principios educativos y morales. El argu-*!
mentó clave es finalmente “ médico” : “ Somos — me dirán— una
institución médica, lo normal en ella es no mezclar a los enfermos;
y al personal de servicio” .
La segregación aparece de hecho como el reflejo de prejuicios,
sociales. Si en el asilo los ritos y costumbres (a los que se atienen los
enfermos) velan para que se mantenga la separación de los papeles
de enfermo y de persona que cura, en la clínica privada lo que per­
petúa una especie de barrera de casta o de clases es la adhesión a
tradiciones esclavistas. Proponer que un “ enfermo” ocupe un lugar
diferente a aquel que se supone debe ocupar, es decir, el lugar de
cliente de hotel de lujo, es romper una regla de juego. Ocupar una
función de sirviente sólo es posible en el asilo donde el “ enfermo” está
asimilado al estado de indígena colonizado . . . he ahí por qué en ese
lugar los efectos de este trabajo de sirviente son nulos. .. porque
se inscriben en un sistema colonial alienante. Si la ocupación de un
puesto de sirviente puede tener en clínicas privadas efectos benéficos,
ello ocurre a causa del carácter subversivo que la demanda implica: es
decir, la denuncia de un orden alienante. T od o ocurre como si la fun­
ción de un establecimiento de cura psiquiátrica fuese la de mantener
el desorden mental “ en reposo” en el seno de un orden de cura. H e
aquí por qué las recaídas al salir de la clínica son tan numerosas,
debido a que el médico no ha sabido (o querido) cuestionar, para
sacarlo de allí, el lugar que el sujeto ocupa en su síntoma.

A l considerar la “ enfermedad mental” como una entidad especí­


fica 12 que debe descubrirse en los síntomas, se impone la necesidad
de inventar mitos para explicar la “ patología mental” . Freud nos ha
mostrado que la historia se hace en sentido inverso a la evolución, pero
no obstante se ha continuado Recurriendo a veces a la botánica
(clasificación nosográfica según postulados naturalistas), a veces a la
evolución (en esta perspectiva, se supone que el hombre sigue el
curso de un desarrollo, constituyendo sus regresiones la enfermedad
como ta l).13 Para los primeros, la evolución es un proceso mudo en el

12 MicheJ Foucault, M a la d ie m ental# et p sychologie, p u f , 1954.


13 M ic h e l Foucault, ib id, “ En el h orizon te de todos estos análisis h ay sin
d u d a temas explicativos que se sitúan p o r sí mismos en las fronteras del m ito :
el m ito, ante todo, de una cierta sustancia psicológica (lib id o en F reu d, “ fu erza
p síqu ica” en J a n e t) qu e sería co m o el m aterial bru to de la evolu ción y que, al
progresar en el curso d el desarrollo in divid u a l y social, sufriría com o una
reca íd a y retorn aría, p o r el h ech o de la en ferm edad, a su estado anterior, y el
m ito tam bién d e una iden tida d entre el en ferm o, el p rim itivo y el niño, m ito
>|Uc la medicina cree poder encontrar leyes. Para Freud, en una vuelta
.1 la historia, se está a la escucha de lo que tiene sentido en un discurso.

I I. P U N T O DE V IS TA A N A LÍT IC O

l.n Historiales clínicos, vemos cómo Freud, lejos de tratar el pasado


como un regreso a un lugar perdido, lo hace aparecer como un recurso
que permite una reaparición de lo simbólico mediante el juego de
sustituciones imaginarias.
Vemos cómo en el centro de esa irrupción imaginaria se alojan la
angustia y las conductas de defensa que el sujeto erige. Estas con­
ductas, expresadas o no mediante palabras, son conducidas por Freud
n su valor de lenguaje, invitan a la lectura y al desciframiento del
lenguaje del inconsciente. Se demuestra así que la teoría de la regresión
(tan a menudo presente como mito en las explicaciones médicas) sólo
tiene interés si puede manifestarse su eficiencia, es decir mostrar de
qué modo pone en funcionamiento alguna especie de articulación
significativa a la que puede aferrarse el sujeto para no perderse en el
vacío. En la práctica vemos can excesiva frecuencia cuáles son los
fines a cuyo servicio están las ideas de regresión: permite asimilar
el psicótico al niño, es decir formular un juicio segregativo que va a
pesar fuertemente sobre la orientación que se le dé al paciente. El
efecto de la nosografía sobre el psiquiatra lo lleva a éste a privilegiar
la “ enfermedad” a expensas del “ enfermo” , de un “ enfermo” al que
no se tiene ya necesidad de oír desde el momento en que ha sido co­
rrectamente clasificado. El efecto que tiene la nosografía sobre el
paciente no es tampoco desdeñable:
— La vida — me dice Jean-Marie— es la enfermedad por una parte,
y la salud por otra. N o merezco eso. Habría sido feliz si hubiera sido
menos conocido en la psiquiatría.
Aunque agrega, con amargura:
— Si salgo, estoy perdido. L a psiquiatría me es necesaria.
Algunos hacen un uso de la psiquiatría que no deja de recordar
la relación que mantienen los toxicómanos con la droga. Aun después
de “ curado” , el enfermo trata de conservar alguna “ enfermedad” , para
no correr el riesgo de que “ la psiquiatría” lo abandone. L o que apresa
a estos sujetos es nuestra institución de la locura; tienen su modo de

p o r el cual se asegura la conciencia escandalizada frente a la en ferm eda d m ental


y se a firm a la co n cien cia en cerrada en sus preju icios culturales” .
psiquiatrizar su problema y su “ enfermedad psiquiátrica” permanece
a partir de allí alienada en el marco de la internación misma.
A l estudiar la locura dentro del marco que le hemos dado, ponemos
en crisis a la psiquiatría, a las ciencias a las que ella se remite y a la
sociedad a la cual ella da un representante: el psiquiatra (como lo
muestra Basaglia). En su estudio sobre la relación institucional,
Basaglia ha mostrado cómo el “ enfermo” hospitalizado en un hospital
psiquiátrico se convierte automáticamente en un ciudadano carente
de derechos, sometido a las arbitrariedades de los médicos y los
enfermeros que pueden hacer de él lo que quieran, sin posibilidad
de apelación. En la dimensión institucional, la reciprocidad, dice, no
existe y su ausencia no se oculta en modo alguno. A llí es donde
se ve sin velos ni hipocresía a aquellos a quienes la ciencia psiquiátrica
ha querido “ tratar” , allí se pone en evidencia que lo que está en juego
no es tanto la “ enfermedad” , sino la falta de valor contractual de un
“ enfermo” que no tiene otra alternativa para oponerse (como ya lo
hemos señalado) que la de entregarse a un comportamiento anormal.
Estas cuestiones han sido estudiadas en Francia por Oury y Tosquelles,
ambos deseosos de introducir una reforma en la base misma de las
estructuras tradicionales.

L A A N T IP S IQ U IA T R IA

L a impasse que acabamos de señalar ha suscitado en el extranjero


el desarrollo del movimiento de antipsiquiatría, que cuestiona el saber
psiquiátrico y la relación con el loco. Como se ha visto, los antipsi­
quiatras se esfuerzan por poner en suspenso el proyecto psiquiátrico
mismo, con el fin de repensar la organización de las instituciones a
partir de un triple esclarecimiento: económico, político y psicoanalí-
tico. L o que se cuestiona en los diferentes trabajos “ psiquátricos” de
vanguardia aparecidos durante estos últimos diez años14 es el modo
en que toda investigación se ve esterilizada por una conceptualización
formal y por supuestos metodológicos que desempeñan el papel de
una pantalla en el plano de la clínica: en nuestra relación con
el psicótico tenemos un modo de sustraernos a la trasferencia que mere­
cería alguna profundización, y cuyos efectos se traducen por el rechazo
de cierta verdad y por la objetivación de cierto saber. Estos efectos
vienen a obstruir en nosotros lo que el psicótico querría mantener
abierto a nuestra escucha.

14 V éa se el estudio de co n ju n to d e Pierre Fedida, en C r itiq u e , octubre d e 1968.


I \ «E L A C IÓ N C O N LA LOCURA

'‘I pn la neurosis el sujeto escotomiza una parte de su realidad psíquica,


pin la psicosis el sujeto introduce una ruptura con la realidad exterior 15;
ilrsile el vacío en que se encuentra atrapado apela a lo fantástico
hnra que éste venga a llenar el hueco que ha quedado abierto. Eso
fantástico es lo que nos fascina, despierta lo que está en juego en
nuestras propias fantasías. Nuestras intervenciones apresuradas, nues-
h.is interpretaciones prematuras, surgen de nuestra angustia frente
|| malestar que en nosotros suscita el vacío en el que el otro se mueve.
I ?l relación del loco con el otro está marcada por una búsqueda de
Hlenificación erótica con la imagen del otro , 16 imagen que se capta
v hc suspende en el reflejo de un juego infinito de espejos. Ello es lo
í|ue provoca las tensiones agresivas bajo la forma pasional de amor,
i Ir odio y de exclusión, con sus efectos al nivel del que cura, que se ha
inrnado vulnerable por el carácter de inestabilidad que rige la relación
puramente imaginaria con el otro en la que se encuentra inmerso. Una
‘..ila de terapia regida exclusivamente por las relaciones imaginarias
que mantienen entre sí los miembros de esa unidad (sin recurso posible
r\ un tercer elemento) corre el riesgo de reflejar en la realidad institu-
<ional esa forma particular de vivencia psicótica, vivencia que está
rscandida por las colisiones, las rupturas, el estallido de las situaciones,
abierta la disolución de las identidades y la superposición de las
imágenes. Es el orden simbólico el que, como lo hemos señalado ya
varias veces, permite una nueva irrupción de lo imaginario: pero
rn el psicótico (lo hemos visto ya también) la deficiencia de lo simbó­
lico crea un vacío, un hueco. El proceso que entonces se desencadena

35 Sigm und Freud.


18 Jacques L a ca n , Sem inario del 18 de en ero de 1956: “ A sí ocu rre que
rn toda relación con el otro, existirá para el sujeto la am bigü edad de qu e se
trata de a lgu n a m anera de elegir, es él o y o [m o i], d e que en tod a relación con el
otro, incluso la relación erótica, habrá algún eco que se produ cirá de esa
relación d e exclusión qu e se establece a p a rtir del m om ento en que el ser hu­
mano es un sujeto que, en el pla n o im agin ario, está constituido de un m odo
tal que el otro está siempre listo pa ra vo lv e r a asumir ese lu gar de dom in io en
relación con él, m ientras qu e en él hay un yo [m o i] que es siem pre en parte a lgo
que en cierta m anera le es extrañ o, qu e es una especie de dom in ador, im plan ­
tado en él p o r en cim a d e l co n ju n to d e sus tendencias, de sus com portam ientos,
de sus funciones . . . la síntesis del yo [m oi] no se h ace nunca, se trata de a lgo que
sería m e jo r lla m a r función de dom in io, Y ese dom in ador, ¿d ón d e está? ¿E n
el in terio r? ¿ E n el ex terio r? Está siem pre al m ism o tiem p o en el in terio r y en el
exterior, y p o r e llo es qu e todo eq u ilib rio pu ram ente im aginario con el o tro
se v e siem pre g o lp e a d o p o r una especie de inestabilidad fu n dam en tal” .
es del orden de un “ cataclismo imaginario” 17 que lleva al sujeto a
elaborar un delirio “ que ama como a sí mismo” . 18 L o que se da a oír
en el discurso psicótico es una referencia brutal a la muerte, al sexo,
a la libertad, referencias que en nosotros existen, pero de un modo1
encubierto, presentadas bajo la forma de enigmas por descifrar.
Si consideramos al lenguaje como solidario de la verdad , 19 no po­
demos dejar de planteamos la cuestión de lo que buscamos eliminar
en nosotros cuando rechazamos el lenguaje del psicótico. L o que
rechazamos es una verdad que nos importuna. Nuestro rechazo remite
al psicótico a un mundo privado, seccionado del nuestro. En nuestra
cultura los seres tienen dificultades cada vez mayores para hacer
entrar lo verdadero en su decir y cuando se ponen a decir la verdad
de nuestra sociedad y de nosotros mismos, todo ocurre como si en las
estructuras que nosotros les ofrecemos no hubiese para ellos otra cosa
que la locura.
“ El mundo contemporáneo — nos dice Foucault— hace posible la
esquizofrenia, no porque sus acontecimientos lo hagan inhumano
y abstracto sino porque nuestra cultura ha hecho del mundo una
lectura tal que el hombre mismo no puede reconocerse en él.” 20
Aunque estemos lejos de sostener la idea de que el malestar social
es la única causa de la “ enfermedad mental” , no podemos desconocer
el modo en que este malestar obra como un elemento sobredetermi-
nante, al mismo tieoapo en el proceso que conduce al hombre al asilo
y en el proceso que a la salida del asilo lo mantiene en el estado
de “ disminuido” o de inválido. El psicoanálisis no puede conciliarse
ya con una psiquiatría que cada vez se organiza más con un sentido

17 L a ca n , S em in ario d el 4 de ju n io d e 1956: “ L o que hay d e tangible en


fen óm en o mismo de tod o lo que se desarrolla en la psicosis, es qu e se trata
d e qu e el sujeto a borda un significan te co m o tal, se trata de la puesta en ju ego
d e un proceso qu e desde entonces se estructura en relación con él, lo que
constituye ordin ariam en te las relaciones del sujeto hum ano en relación con el
significan te, la puesta en ju e g o d e un proceso que com pren de ese algo, prim era
eta p a que hem os lla m a do cata clism o im a g in a rio , es decir, que no es posible
a rren d a r nada más de esa relación m ortal qu e es, en sí misma, la relación con
e l o tro , al o tro pequ eñ o im a gin a rio que está en el sujeto m is m o ; después el
d espliegu e de una fu erza separada de la relación significad a de la puesta en
ju e g o de todo el a p a ra to significan te com o tal, es d ec ir de estos fenóm enos
d e disociación, de despedazam ien to, de la puesta en ju e g o del significan te en
tanto que palabra, que p a la b ra jacu latoria, que p alabra insignificante, o palabra
dem asiado significante, ca rga d a de in sign ifican cia, desconocida, esa descom ­
posición del discurso in te rio r qu e m arca tod a la estructura de la psicosis” .
:a Sigm u nd Freud.
39 La ca n , S em in ario d e l 22 d e feb rero de 1957.
20 M ic h e l Fou cau lt, M a la d ie m entale et p sychologie, p u f, 1954.
lid codificación administrativa. Se elaboran apresuradamente medidas
ilr “ asistencia” a los alienados, medidas que, por más originales (y
necesarias} que sean, permanecen lejos de toda reforma de estructura
• I' la psiquiatría, Y toda reforma verdadera debería pasar por un
i ucstionamiento fundamental de nuestra relación con el alienado.
|-'n la actualidad, psiquiatras y psicoanalistas se hacen cómplices de la
mentira de ciertas “ curas” en las que se encuentran apresados un
número cada vez más grande de seres. Se fabrican con premura
n i ipeutas y psicólogos sin detenerse jamás en la verdad de que la
psicología no debe su nacimiento a otra cosa que a la segregación. 21
i litando estalla la mentira de las “ curas” , la locura adopta un aspecto
diferente, 22 no se ofrece ya como puro objeto de ciencia sino como
IrMimonio abierto de su propia contradicción. Si el psicótico no puede
n'Ktaurar siempre el sentido de aquello que testimonia, su discurso
produce en nosotros “ efectos de verdad” , efectos que buscamos
precisamente sofocar mediante la introducción de medidas (sociales,
(idministrativas) o mediante la elaboración de un saber en el que
Intentamos centrar lo que es preciso mantener excluido de la estruc-
Iura. tínicamente el trastrocamiento total de la enseñanza médica (y
ile las ciencias anexas) puede llevar al hombre a modificar su relación
i mi 1a locura. Mas cómo mantener la apertura necesaria para que
' •■te trastrocamiento se produzca cuando conocemos no solamente el
peso que ejerce la herencia secular de prejuicios científicos que parece
■-tsi imposible desarraigar, sino también el deseo del hombre de tomar
rl saber trasparente al discurso 23 a cualquier precio, para lo cual
«illura los diversos niveles donde debería conservar una brecha para
que surja el saber dejando a! objeto de ese saber disponible a los
i lectos de verdad que en él produce el discurso del otro, en nuestro
uso el discurso del psicótico.

81 M ic h e l Fou cau lt.


ía R . D. L a in g , “ M eta n oia , some experíences at K in gsle y H a ll” , en
fU ch erckes, diciem bre de 1968,
aa Y v e s B ertherat, “ Freu d a vec L a c a n ” , en E sp rit, diciem bre d e 1967.
M i . l 'N D A P A R T E

Los que curan tienen miras muy cortas, no


piensan más que en curar. ¿ Y si eso no
le conviene a la persona?

G eorges P a y o t (u n internado)
|n«r Bleger 1 propone llamar situación psicoanalítica a la totalidad
df los fenómenos que sobrevienen en el curso de la relación analítica
■iilrc el psicoanalista y su paciente. Distingue en ella los fenómenos
MUr constituyen el proceso, de los que constituyen el encuadre,z es
0 |[ ir que este autor estudia el decir y el obrar del paciente en relación
i On variables y con constantes. Sitúa al proceso (variable) como lo que
llene lugar en un encuadre (constante). A este encuadre, Bleger lo
('*1 lidia como institución. Muestra, mediante ejemplos clínicos, cómo
In institución familiar más primitiva del paciente (por consiguiente, la
un lifrrenciación primitiva de las etapas más precoces de la persona­
lidad) reaparece en el encuadre analítico. Este autor esclarece así la
ftunpulsión a la repetición que revela esa indiferenciación: el encuadre
mino institución es así el depositario de la parte psicótica de la perso­
nalidad del sujeto, es decir, para Bleger, el campo en el que se proyecta
lu |iarte indiferenciada de los lazos simbióticos más primitivos.
I . Jaques,3 en el curso de un trabajo similar, ha mostrado el modo
(nnio el sujeto utiliza el encuadre como defensa contra la ansiedad,
f Mil sobreviene siempre donde hay movimiento respecto de algo
• instante. A partir de la relativa inmovilidad o permanencia del
rm uadre se destaca un movimiento que, sobre un fondo de sobre-
iti tunninación simbólica, se encuentra estrechamente ligado con el yo
i m/JoraZ del paciente. En lenguaje lacaniano, diríamos que el espacio

1 José B leger, “ Psycho-analysis o f the Psycho-analytical fra m e” , en In t e r -


Itiu a tio n a l J o u rn a l o f Psychoanalysis, vol. 48, n5 4, 1967. [H a y edición en
M|)aAo1: Sim biosis y am bigüedad, Buenos A ires, Paidós, 1967.]
1 El en cu adre está constituido p o r las reglas que se establecen en el con-
H «ln analítico {h oras de sesión, pagos, e t c .). Constituye la p erm a n en cia que
Im i!e q u edar al a b rig o de lo inesperado.
' E. Jaques, "S o c ia l systems as a d efen ce against persecutory and depres-
•Ivn ¡m xiety” , en N e w d ire clion s in psychoanalysis, T a visto ck , 1955. [H a y
" lliió n en español: N uevas direccion es en psicoanálisis, Buenos A ires, Pai-
« i , 1972.]
imaginario (que corresponde al yo [m oi] del sujeto) es así el lugar rit
el que se desarrollan los síntomas, reactualizando la ¡mago que sigu^
permaneciendo en el inconsciente del sujeto.4

E L ENCUADRE Y EL PROCESO EN LA SITU A C IO N A N A L ÍT IC A

En la situación psicoanalítica (como en una institución) se da, puew


algo que es propio de la estructura: se produce siempre una interacción
entre el individuo y la institución, interacción que lleva al individuo
modelado por la institución a encontrarse luego convertido en t*l
agente principal del mantenimiento conservador de la institución*S
Y esto es así, como lo destacan los analistas argentinos, porque lo quo
se encuentra fundamentalmente en juego en la institución, es algo,
que está situado en el límite de la imagen del cuerpo. T od a ruptura,*]
del encuadre (sea éste el de la institución psicoanalítica o el de la
institución social que el sujeto integra) trae consigo una desgarradura
que se abre sobre una realidad que puede ser sentida como catastrófica
por el sujeto. Y lo que en ese momento aparece, es el modo en que el
paciente (psicótico) superpone su propio encuadre (y su mundo de
fantasías) ante la institución psicoanalítica o social. Si el encuadre
de la institución se rompe, el paciente se encuentra solo con su mundo
de fantasías, se le quita el depositario del que tiene necesidad par®|
poder proyectar en*él sus angustias. Precisamente cuando ese encuadre
institucional llega a faltarle, siente que tenía, para él, cierta impor­
tancia.

L A F A N T A S ÍA

Bleger funda su análisis sobre una teoría de la fantasía concebida


como no verbal, y de aquí proviene el acento que pone sobre una
suerte de simbiosis madre-hijo o psicoanalista-paciente, que le hace
valorizar los comportamientos, allí donde lo que para nosotros se halla
en cuestión es un decir o su puesta en acto en un obrar. L a lingüística
nos confirma, en efecto, que si bien el bebe se encuentra durante un

4 Lacan, “ L ’agressivité en psychanalyse” , en ficrits , p. 10ÍJ.


5 O tto Fenichel, T h e psychoanalytical th eory o f neurosis, N u eva Y o rk ,
N o rto n , 1945. [H a y ed ic ió n en español; T e o r ía p sicoa va lítica de las neu­
rosis, Buenos Aires, Paidós, 1957.]
ü R u ptu ra que pu ede sobrevenir en ocasión de las vacaciones o de una
en ferm edad del analista.
¡i.|nliipa
tt.|in sordo al sentido de las palabras, se halla no obstante desde
inás precoz abierto a la oposición de las sonoridades y a todo
W" h ig o de oposición fonemática al que nosotros nos hemos vuelto
verdad que percibió Freud (antes que los lingüistas) y cuya
Bii|i'tti:incia subrayó desde muy temprano. En sus cartas a Fliess
(Bl •(>:)), habla particularmente de la combinación inconsciente de
■ " . r . vividas y oídas cuyo sentido, nos dice, recién puede ser compren­
dido mucho más tarde. Freud hace con ello alusión al fragmento
■floro incomprendido que alimenta la fantasía. Volveré más adelante
M ire la importancia de esta observación.
i o que les falta a los trabajos clásicos sobre la fantasía, trabajos

Bhrr los que se basa Bleger, es la referencia a la noción de un yo [ego]


■l'irnilar. Si bien la categoría de lo imaginario se halla implícitamente
fílmente en los diferentes análisis de Bleger, es preciso reconocer que
lni está verdaderamente articulada, y a ello se debe la apelación
il|> ciertos autores a nociones vagas de atmósfera para situar uno de
|fll elementos constitutivos del pape! del psicoanalista.
I I análisis de lo que se halla en juego en la relación del proceso
■"ii el epcuadre se aclara si se introduce en él la dimensión imaginaría,
dimensión que se halla siempre presente sobre un fondo de sobre-
duerminación simbólica. L a coexistencia de lo simbólico, lo imaginario
i ln real rige la relación del sujeto con su semejante; su desorganización
lili «luce los efectos más curiosos, como lo veremos en las curas de
IDI psicóticos. 7
Uleger sugiere que la situación psicoanalítica con un paciente psi-
*tilico se halla señalada por el encuentro de dos encuadres: uno de
i líos — el propuesto por el analista— es aceptado conscientemente por
il paciente; el otro — el del paciente— constituye el telón de fondo
•tlrncioso de su mundo fantasmático. Es este último el que se presenta,
ni estado puro, como la más perfecta compulsión a la repetición

L o sim b ólico representa para La ca n “ ese cam po en cuyo in terio r se in-


■i rhi toda com prensión y que ejerce esa in flu encia tan m anifiestam ente per­
turbadora sobre todo lo que sea relación hum ana” . (In flu e n c ia perturbadora
mi la m ed id a en qu e la ausencia del p la n o sim bólico p ro vo ca la puesta en
JnPHo de fenóm enos d e disociación.)
A lo im a gin a rio La ca n nos lo muestra tal com o se encuentra rean im ado
Jmr este orden sim bólico (la presencia de lo sim bólico restablece el o rd e n ).
Según nos dice, p o r la pu erta de en trada de lo sim bólico llegam os a pe-
iirtrar esa relación d el hom bre con su cuerpo, que caracteriza el cam po
inducido e irred u ctib le de lo que en el hom bre se llam a lo im aginario. Y esa
I unción im a gin a ria se capta en la experiencia analítica siem pre en el lím ite
■Ir alguna particip ación sim bólica (S em in a rio del 16 de n oviem bre de 195 5).
(como lo hemos indicado más arriba). Para Rodrigué ,8 las reacciones
psicóticas durante la sesión analítica (o en la institución) son no
solamente imprevisibles, sino difíciles de comprender, hasta tal punto
están ligadas en su forma a un fenómeno silencioso por excelencia,
L a explosión de violencia de un paciente psicotico se produce por lo
general, nos dice, cuando se modifica algo relacionado con el encuadre
del análista o de la institución. T od o encuadre, subrayan W . y M.
Baranger,’1 es, y no acepta ninguna ambigüedad. L o que Melanie Klein
ha descrito como trasferencia psicótica (estados de displacer de la fase
esquizoparanoide, fantasías de reparación de la posición depresiva) se
proyecta así en el encuadre porque la ambigüedad de la situación
analítica, nos lo recuerdan los distintos autores, sólo desempeña un
papel al nivel del proceso* J
Esta tesis vuelve a encontrarse en los trabajos de Reider 10 (sobre¡
las instituciones, y en particular las instituciones psicoanalíticas) que
muestran cómo, en la situación psiconalítica, es el encuadre el que
se encuentra cargado, y cómo la trasferencia relativa al encuadre-
remite a sentimientos de omnipotencia infantil, a la aspiración fanta­
seada de volver a encontrar esa omnipotencia perdida compartiendo
los privilegios de una gran institución, con lo que se llega de ese modo
al desarrollo de una especie de hipertrofia del yo [moi]. Este desarrollo
del yo, como lo subrayan los diferentes autores citados, sólo es posible
en una institución a condición de que el no-yo 11 permanezca en

8 E. R o d rig u é y G. T . R o d rig u é, E l co n te x to del proceso a n a lític o , B u en o
A ires, Paidós, 1966. ^ J
M W . B aranger y M . B aran ger, “ L a situación a n a lítica com o cam p o diná­
m ico ” , en R ev ista U ru g u a y a de Psicoanálisis, n° 4, 1961-1962; “ El insight
en la situación a n alítica” , en R evista Uruguaya de Psicoanálisis, n* 6. Tam*
bién en Problem a s del ca m p o p sicoa n a lítico, Buenos A ires, Ed. K a rg ie-
m an, 1969. . « . » ■ » #
10 N . R e id e r, “ A type o f transference at institutions en B u lle tm M e n n tn g
C lin ic 17, 1953. .
11 B leger, siguiendo a los analistas anglosajones, desarrolla la n ocion de
un no-yo [eg o] “ en ferm o ” (e l m undo de las fan tasías) qu e opone al yo [mol
“ sano” . D e fin e el en cu adre com o un espacio co rp o ra l no diferen cia do. En los
lím ites de ese encuadre, surge lo que defin e com o m eta-com portam iento, q u e
equ iva le al no-yo [eg o]. En otros mom entos, in troduce tam bién la noción oscura
d el m eta-yo \ego\. ,
Esta form alización hace referencia, p o r una parte, a una teoría en la cua
se considera el len gu aje com o elem en to del co m p o rta m ien to ; por otra,
una teoría kleiniana d e la fantasía.
Estos autores confun den el problem a de la erotización del o b jeto co n el
de la prim era aparición del o b jeto com o o b jeto im aginario.
L o que ellos olvid a n es todo lo que guarda relación con la nocion de
fa lta de o b je to , cen tral en la organ ización de la experiencia analítica. Esta I
..... u.i medida inerte. A l no-yo se le describe como representante de
tyhit (¡estalt única, situada en una zona de sombra. A partir de esa zona
*1* fombra se construiría el yo, y existiría una escisión continua entre
P liarte psicótica y la parte neurótica de la personalidad del sujeto.
llloger cita el caso de un paciente que adhiere al encuadre de la
411.Hn'ión analítica hasta el momento en que experimenta la necesidad
■lt rn uperar su sueño de omnipotencia, “ su” encuadre. Explica cómo
*1 contrato había sido respetado durante un primer período, hasta
din en que el paciente, hasta entonces tan puntual, comenzó a faltar
É I r, sesiones y a deberle dinero a su analista. Esa deuda, y !a imposi-
Jad de saldarla, lo humilló. L a ruptura del contrato (encuadre)
(kilo aparecer un vacío, el del mundo de la omnipotencia infantil,
Munido que se suponía que el analista le devolvería, del mismo modo
•ni un había supuesto que le devolvería el mundo de objetos perdidos
tlf* »u primera infancia. Sólo a propósito de la ruptura del contrato
(Mivuadre) pudo comprenderse hasta qué punto el encuadre (y el
M p fto del contrato) habían sido los depositarios de un mundo mágico
lid» D e p e n d e n c ia infantil; lo que estaba en juego en la trasferencia
Mrótica sólo pudo comprenderse después, gracias a una ruptura del
»»*nnato. A partir de entonces apareció el “ encuadre” del paciente,
» n< nridre que se había mantenido oculto en las sombras y que surgió
A)*k° ante la angustia de volverse loco si el análisis lo ponía en
i 4hi.ii ión de hablar de lo que hasta entonces no había podido jamás
Miliar en su decir (su discurso interior). Así, nos dice Bleger. todo
nnbio en la inercia del encuadre moviliza las defensas o hace surgir
In» Mementos psicóticos de la personalidad del paciente. En el caso
flindo, la deuda hizo aparecer el deseo agresivo de suprimir al analista
m i ( uito que otro, condición necesaria para reencontrar cierta forma

I..... mi ha sido desarrollada por Lacan en una teoría de la relación de o b jeto


filM iT ollada com o una ló gica del significante.
Si para La ca n el recién nacido está en un prim er m om ento en una rela-
t lmi con el m undo qu e no puede distin gu ir de sí mismo, sale de esa relación
*1 iloscubrir la falta. A l l í es donde nace la identificación liga da a la dife-
i»‘in ui que es tam bién ausencia. L a relación entre fantasia, significan te y
ÉUfloncia, cond u ce a La ca n a h ab lar de una palabra vacía (discurso de lo
Miiiinitiario) opuesta a la palabra llena (a rticu la d a con lo sim b ó lic o ).
Nt» hemos tra ta d o de discutir {p a r a refu tarlas) las nociones d e n o-yo [eg o],
ptu.yo [eg o], m eta -com p orta m ien to y m eta-len gu aje, introducidas por Bleger.
Í li mos reten ido lo qu e d en tro de su teoría es susceptible de ser retom ado en
•un» articulación d el significan te, tod o lo qu e pu ede v o lv e r a interpretarse
in im n in os de im a g in a rio , sim bólico y re a l; de a llí la atención que le pres-
Viliion al estudio de B le g er sobre el en cu adre y el proceso (estu dio expuesto
mu referencia a lo q u e en L a ca n se d efin e en térm inos de sim bólico e
lHt»|ilnario).
de omnipotencia infantil, omnipotencia fundada en una suerte de
rivalidad especular, rivalidad que no deja lugar más que a uno u otro
miembro de las partes de la relación psicoanalítica. L o que está
en juego en las explosiones agresivas que sobrevienen durante las
sesiones de análisis o en ciertos momentos de la vida en una institución I
no es estudiado en profundidad en ningún momento por los distintos
autores. Aunque registran con precisión y pertinencia el momento de su
aparición, se justificaría que para explicarlas efectuaran un examen
más profundo. Si bien es cierto que la explosión agresiva está ligada!
a la menor ruptura del encuadre (contrato propuesto por el analista;
y esto es particularmente perceptible en el asilo, cuando se introduce!
en él el psicoanálisis) esa explosión remite también a un modo suma*]
mente particular que tiene el psicótico de establecer su relación con
el otro .12 El analista debe ser el apoyo posible de una agresión y evitar!
convertirse en objeto de una intención agresiva. Dicho de otro modo,
debe privilegiar la articulación simbólica y no dejarse enclaustrar con
el paciente en e! campo de lo imaginario. Si bien los autores mencio­
nados insisten con toda razón en la necesidad de que el análisis se
base en el encuadre (a fin de sacar a luz lo que hay de más arcaico,
de más indiferenciado en lo que hace a la imagen del cuerpo del
paciente), también es cierto que convertir el análisis en una empresa
llamada de des-sirnbiotizacióri en la relación analista-paciente es
falsear y pervertir su perspectiva misma.
Si bien es ciefto que el paciente no sólo siente como persecutoria
toda interpretación de sus gestos y actitudes corporales, sino que al
efectuarla incluso corre el riesgo de inducir a una forma de acting
out 13 psicótico, es sin embargo discutible decir que ello ocurre as!
porque la interpretación habría apuntado “ no ya al yo [ego] sino a su
meta-yo [ego]” . Esta explicación descriptiva no valora lo que se halla en
juego en la situación, en el plano dinámico. Pero aquí volvemos a la
insuficiencia de las formulaciones teóricas clásicas sobre las fantasías,]
fantasías descritas como no verbales. Mas justamente porque la fan­
tasía es una combinación inconsciente de cosas vividas y oídas, ocurre
que toda interpretación debe necesariamente referirse a lo que
el paciente aporta por sí mismo en su decir; en caso contrario, si

T o d a id en tifica ció n erótica, nos recu erda La ca n , se efectúa p o r la vía


de la relación narcisista. Se trata de una captación d el otro p o r la im agen en
una relación de captu ra erótica. Este fen óm en o se encuentra en la base de
toda tensión agresiva. L a síntesis del yo, nos dice L a ca n adem ás, no se hace
jamás. T o d o eq u ilib rio puram ente im a gin a rio con el o tro adolece de una
inestabilidad fu n dam en tal (S em in ario dei 18 de enero de 1956).
33 Acting out — actuar en una fantasía.
M|io rdcmos al descubrimiento salvaje de la fantasía, corremos el riesgo
•li |ui-t ipitar un episodio delirante. Precisamente porque la fantasía
•r iilirnenta de fragmentos sonoros no comprendidos, no debemos ir
felál rápido de lo que el paciente está en condiciones de aceptar. T oda
IIiid pretación precipitada habrá de percibirse como una violación,
•miim una intrusión, y se inscribirá por ende en un marco de relaciones
(orisrcutorias o paranoicas.

DIM ENSIO N IM AG IN A RIA

Mnn es difícil dar cuenta de todo esto si se omite, en la experiencia


'••MÜtica, la dimensión de lo imaginario. Como lo hemos dicho
•»menormente, este campo de lo imaginario, del mismo modo que
In irlerencia al yo especular, está ausente en las formulaciones clásicas,
Aparte de algunas referencias generales a las fragmentaciones ansió-
grihis de los estadios precoces y al modo en que el sujeto se esfuerza
pw»r momentos por recobrar su integridad (y la del otro). Si bien po-
•I' inos suscribir las observaciones de Bleger y las de los analistas
Argentinos sóbre la importancia que debe asignarse al análisis del
enmadre del paciente (análisis que debe conducirse dentro del en­
madre del análisis o de la institución, encuadre que no debería ser
ni ambiguo, ni alterado, ni remplazado) así corno a la atención que
tlfbr concederse a lo que surge en toda brecha del encuadre porque
• '*!■) concierne a todo lo relacionado con la dependencia más primitiva
ílrl paciente con respecto a otro, no podemos sin embargo hacer de la
Ilinación analítica (o institucional) la vivencia singular de una fusión
Ini11 kitiva con el cuerpo materno. Los analistas argentinos ponen el
m cnto en el restablecimiento de esa simbiosis originaria con el fin
«Ir cambiar algo en ella a través de un trabajo posterior de des-
mi ubiotización.
lin esta perspectiva, los “ cuidados” que se prestan en la institución
«r basan en el mito de una regresión necesaria para el “ bien” de un
pnciente al que se lo trata como a un injans, mito que nos conduce
•i udoptar medidas pedagógicas y nos aleja del análisis.
lis difícil dar cuenta de lo que ocurre en la institución psicoanalítica
(o social) si, en lo concerniente a la fantasía, no podemos apelar como
!>i liemos subrayado anteriormente al campo imaginario, campo que
*r origina en las primeras experiencias de la alucinación primitiva .14

11 Las prim eras experiencias del bebé se sostienen en la necesidad irisa-


iliíecha. D e a llí se o rigin a el cam po de lo im aginario que va a servir de
•poyo al sujeto. Este im aginario está estrecham ente liga d o a l p rin cip io del
plltcer. El deseo se presenta en esta etapa com o fragm en tado.
En esta etapa, la indiferenciación primitiva abarca al sujeto y a|
objeto. T od a investigación del objeto perdido se convierte, al misml
tiempo, en una tentativa por recuperarse en tanto que sujeto. Pero Q
esta etapa, sujeto y objeto están condenados a perderse para siempi
por la imago 1B que queda marcada por el signo de su paso. En torn
a esta pérdida primitiva van a ordenarse los primeros fenómeflj
psíquicos y a trazarse el destino del hombre que, más allá de lo qu
para él sigue perdido para siempre, va a comenzar una búsqueda sí
fin en persecución de signos que anuncien, enmascarándolo, lo que ti
día le fue robado.
El “ había una vez” es el paraíso perdido de las alucinación
nostálgicas, y es también la ¡alta en torno a la cual va a ordenan
el deseo.
L o imaginario primitivo, pre-especular, 16 funciona como una huella
a través de estas huellas el sujeto llega a reconocerse. Entre las etapa
del autoerotismo y del narcisismo se sitúa lo que Lacan ha descrit
bajo el nombre de fase del espejo . 17 En ella la descendencia tlr
hombre experimenta una tensión, dividida como está entre la prem»
duración orgánica y la imagen del cuerpo en su forma acabadi

L A E TA PA ESPECULAR

L a captura especula? de su imagen, imagen con la cual se identifuj


va al mismo tiempo a arrebatarlo a su ser y a mantenerlo en \

G u ando se produ ce la alucinación, está sólo en ju e g o el proceso primar


P ara que la necesidad se satisfaga, es preciso qu e haya intervención de (
proceso secundario som etido al prin cip io de la realidad. Freud ha pue|
el acen to en el hecho d e qu e la realid ad se construye en el hom bre siemjí
sobre el fo n d o de la alucinación.
,s L a ca n , “ L ’agressivité en psychanalyse” , en É c rits , p. 104.
10 L o im a gin a rio precoz, pre-especular, está liga d o al p rin cip io del plat
y Freu d ha m ostrado (e n la in terpretación d e los sueños) que la inscripcj
de los deseos precoces se hace en la reca rga de las prim eras huellas p#
ceptivas.
L a alu cinación es un regreso a estas prim eras percepciones. Sólo despu
q u e se ha instalado el y o [e g o ] especular se torna posible la carga erótica y
deb ilitan las cargas libidin ales de la etapa precedente (e l m o vim ien to de ide
tifica ció n del estadio d el espejo debe ligarse a l narcisism o sec u n d a rio ).
17 L a reacción d el n iñ o frente al espejo no se encuentra de m odo idi
tico en el m undo anim al. S ólo en los seres humanos se advierte este instal
de intenso jú b ilo . S egún L a ca n , la ocu rrencia de la im agen especular sigl
fica para el n iño la recu peración de una im agen d el cuerpo en su totalidi
En ese m om ento existe en el sujeto una ten den cia a encerrarse en sí miai
qu e fa cilita la intrusión de los otros. i
*i(iiililirio de rechazo y de amor, equilibrio que está en el origen de la
H o n d ó n fundamental del yo imaginario. Volvemos a encontrar
forma de oscilación en ciertas psicosis.
¿ l lirnndo el sujeto, en la etapa de la imagen especular, va a ser lle-
,i identificarse con su otro imaginario, sólo podrá hacerlo al
■ t rio de una reorganización estructural, reorganización que señala
H miimo tiempo el fin de una fase depresiva.
I n la etapa de la imagen especular, el sujeto, en su búsqueda del
Hi|rln, no encuentra ya la imagen del objeto sino “ sombras de objetos”
........... su propia imagen. Estas sombras aparecen allí como una
■m lnlla en la búsqueda del sujeto por el camino del deseo. La
Hluutura im aginaria 18 es la única que permite dar cuenta de las
■huilones agresivas que rigen las relaciones del yo [mot\ con el otro (ten-
tinmvi de las que he hablado a propósito de los incidentes que sobrevie-
tii ii ,il producirse la ruptura del encuadre en la situación analítica),
i Ri ni, al mostrar cómo la ¡mago del semejante está ligada a la estruc-
lili.i <leí cuerpo propio, muestra al mismo tiempo cómo la instauración
I otro se hace en tanto que depositario de representaciones de
■lljrtos parciales. El camino del deseo pasará, durante esta etapa,
|Kn i*l otro yo, y si el sujeto no permanece ya perdido en una pora
f*l n ión de fascinación con otro (un otro que le hurtaría su imagen)
Hln n' debe a que de entrada funciona un tercer elemento, las marcas
Humill antes de las oposiciones fonemáticas que, desde un comienzo,
■ im i presentes entre el niño y la madre, y que son las únicas que le
R liu ile n al niño la “ buena” identificación especular. El júbilo que
•rlinlii (en el enfrentamiento con su imagen en el espejo) la victoria
i|ü| niño sobre el riesgo de su desaparición (de ser tragado) como
l l l j r t n , ese júbilo, no está causado por lo que ve en el espejo (su
Blligcn) sino por el hecho de que lo ve su madre (a la que percibe
i mini i no peligrosa) y esto es lo que permite el nacimiento del yo [i'go]
►*l>n ular. En un primer tiempo (y es éste el del drama pasional), hay
Imposibilidad de dominio imaginario. En un segundo tiempo, ese
dominio se instala como efecto del significante (señales significantes
BtiP provienen del otro, de un otro que proporciona la materia sonora).
IiM representaciones, en esta etapa en la que funciona el proceso
primario, son imágenes fundamentales, y es con estas imagos que el
•si ¡i to se ubica en la circulación significante.
1.1 material arcaico (del que hablan Bleger y los analistas argen­
tino») que irrumpe en un momento dado de una cura y que, como

1.1 Lacan, “ C o m p lexes fanúliau x dans la fo rm atio n de l in dividu "’, en í’L n -


ty tlop éd ie franQaise sur la vU m e n la le , t. vm .
lo hemos visto, lo hace cuando se produce una ruptura en un encuadm
hasta entonces inerte, este material arcaico es la trasferencia imaginan'
de imagos al analista, trasferencia que, por un accidente de la reprc'
sión, ha excluido del control del yo [m oi] una determinada función,
ha dado su forma a un cierto tipo de identificación . 19 Para Lacan
la imago (como el encuadre para Bleger) subsiste como permanente
Se reactualiza en el análisis en un plano de sobredeterminación
simbólica.20

LA D IM E N S IÓ N SIM B O LICA

El sujeto recibe siempre sus señales significantes en tanto que sujeto


fragmentado. El esquizofrénico, en su búsqueda de curación, se aferrü
a veces desesperadamente a. vocablos que no están mediatizados pop
ningún sentido, sino que aparecen como tentativas de recarga sonora
de su mundo objetal. Se trata, en suma, de un intento por reencontrar,
a la vez que una señal significante, el objeto perdido. A l esquizofrénico]
le falta la dimensión imaginaria, no puede conducir del mismo modo
que el neurótico su búsqueda del objeto perdido; como no ha podido
dominar la imagen especular (cosa que le habría permitido poseer
la imagen del otro), busca reencontrarse al nivel de imágenes de
cuerpos despedazados y de sonoridades vocales que aparecen como
señales significantes “ uñarías” 21 al nivel más elemental, pero que

19 Lacan, É c rits , p. 107.


20 L a ca n , op. c it., p. 108. La ca n cita el caso de una jo v e n afecta d a de asta»!
sia-abasia. L a im agen subyacente era la de su padre, a cuyo respecto bastó quel
el analista le h iciera observar que le h abía fa lta d o su apoyo, para que 3a
jo v e n se encontrara cu rada de su síntpma, sin que se viera a fectada, no obs*|
tante, la pasión m ó rb id a v iv id a en la trasferencia.
21 L a m a dre inscribe en un doble registro e l llan to m ediante el cual el
bebé p id e qu e se lo a lim e n te ; responde a é l m ediante un o b jeto que lo satis-j
fa ce y m ediante una escansión sonora. L a s prim eras jacu latorias del bebé]
responden com o un eco a las oposiciones fonem áticas que constituyen para él
la respuesta al otro, lo q u e L a ca n describe com o iden tifica ción significantdl
unaria. A llí se elabora (e n torno a la escansión de una p érd id a y de un
re e n c u e n tro ), b ajo una fo rm a m eta fórica, un sig n ifica n te, to d o rastro del
o b jeto se h a p erd id o en e l significante. E l o b je to no pu ede ser ya recuperada 1
más qu e de un m o d o m e to n ím ico p o r la v ía significante.
Esta prim era m a rca sign ifican te constituye p ara e l sujeto un dom in io do
la im a gen qu e señala el n ivel de una represión prim itiva .
L a s id en tificacion es significan tes tienen cierta relación con las trascripcio-l
nes sucesivas qu e m en cion a Freu d en su carta a Fliess (5 2 ). H a b la de un
prim er registro de las p ercepcion es incapaz d e tornarse consciente^ d e una
n< ni que emita su palabra, no ya en nombre de su yo [ego] especular
fllin ru nombre de los otros. T od o análisis está marcado por el modo en
tfiir, ron una cierta repetición significante, el sujeto llegará a poder o
mwtenerse (más allá de la demanda) en el campo del deseo. Y se
fepaíorma en deseante al precio de abolirse como sujeto, de ser “ el
p*ponente de una función, que lo sublima aun antes de que la
* t * r m ” 22
I n verdad que Freud ha mostrado es precisamente el modo en
l|lir en un análisis el sujeto se ve llamado a renacer para saber lo
titjr quiere sobre su deseo. El precio a pagar para su trasformación
...... jeto, lo paga con una forma de castración, castración que desem-
na el papel de vector del deseo.
I os analistas desconocen esta verdad en la medida en que tras-
fíiiman el fin del análisis en una especie de ortopedia del yo [ m o i ] . El
»*li|rlivo de la cura se centra para ellos en la necesidad de recuperar un
n |m o i] fuerte “ adulto” . .. allí precisamente donde Freud ha centrado
• n ni desgarramiento en cuanto tal el sentido del drama analítico.

i i ENCUADRE Y E L PROCESO E N L A SITU A C IO N A SILA R

Vmo volvamos a nuestro estudio sobre la institución.


I lemos aclarado ya los accidentes que sobrevienen cuando se
|»io<luce una ruptura del encuadre, y hemos visto de qué modo puede
lllfgir, de estos accidentes mismos, una verdad.
I as rupturas que amenazan la estabilidad de la institución tienen
|i"i base un material arcaico en el que se origina la naturaleza de la

*• gunda trascripción qu e es la del inconsciente, y d e una tercera trascripción


■■|'i ("sentada p o r el preconsciente.
Pura La ca n se tra ta , a este respecto, de tres tiem pos:
la id en tifica ció n u ñ a ría ;
las representaciones sustitutas, y
el sem antem a a cep ta d o p o r el discurso común.
II re Lid u tiliza las nociones de tra d u cción y de tra scrip ción. L a trascripción
rum íem e a los registros de las percepcion es en las sucesivas etapas de la
vIiIh. Y , nos d ice F reu d, la tra d u c c ió n d e los m ateriales psíquicos se sitúa
mi c] lím ite de dos etapas. Freu d vin cu la la particu larid ad d e ciertas psico-
imurosis con una ausencia de tradu cción , con lo que no p u ede producirse
ningún registro nuevo. G u ando el m a terial psíquico no p u ede traducirse ya
• ii un registro qu e corresponde a la etapa siguiente, se produ ce una rep re -
•iiSu. Esta represión tien e lu ga r b a jo e l efecto d el displacer.
ftsta n oción de represión en tanto qu e ausencia de traducción tal com o
la elaboró F reu d en 1896, debía lleva rlo más tarde a la noción de repu dio
¡hítclusión] (presen te en las psicosis).
La ca n , “ R em arqu es sur le rapp ort de D a n ie l L a ga ch e” , en É c rits , p. 683.
agresividad en el hombre y la relación que mantiene con su yo y si
objetos. 23 “ En esta relación erótica en la que el individuo humano s
fija a una imagen que lo aliena a si mismo se halla la energía y
forma en la que se origina esta organización pasional que él deni
minará su yo.” 24 De este modo, el yo está señalado, desde un comienzo
por la tensión agresiva (tensión correlativa de la estructura narcisista,
según L a c a n ), y constituye “ el centro de todas las resistencias a la cui
de los síntomas” .25
N o obstante, los analistas clásicos se basan precisamente sobre es)
yo para llevar al sujeto . . . a la curación. A l actuar de este modi
se alinean con la concepción utilitaria del mundo moderno en cuanl
al empleo técnico de un yo al que se exacerba para poder emplearlo
cada vez mejor con fines de adaptación. Esto es olvidar con quí
desgarramiento de su ser paga el hombre moderno el precio de la
adaptación: la paga al precio de la locura y de la delincuencia .
Cuando hablamos de la institución psicoanalítica, no podemi
tomar en consideración únicamente el encuadre. Frente al encuadi
(como lo hemos visto al comienzo de este capítulo), en el encuad
(inerte) tiene lugar el proceso que se caracteriza por ser ante todo
movimiento. Son los acontecimientos que se repiten en el discurso (el
la sesión o fuera de ella) los que van a llevar a una especie de institu-
cionalización.
El proceso analítico (que es también la introducción de una fantasía
desde el comienzo dé la cura) se desarrolla en el tiempo a través do
una oscilación continua entre la recurrencia al pasado y la proyecciól
al futuro.
“ El proceso 2“ tiene lugar en el encuadre de la sesión y en 1:
rupturas que sobrevienen. La apertura del proceso está señalada poi
la introducción del contrato analítico al que Jas dos partes debe)
someterse, El proceso analítico, con su contrato, su meta, su desarrollo
y su cierre, Crea una institución.”
Los autores kleiníanos ponen el acento sobre la importancia que
debe acordarse a la posición depresiva que se presenta como un trabajo
de duelo, duelo de la omipotencia mágica de la infancia. Los analisti
(y muy especialmente Grinberg) estudian en diferentes trabajos el

23 L a ca n , Écrits, p. 113.
24 Lá ca n , Sem inario 1955-1956,
25 La ca n , Ecrits, p. 118.
23 L eó n G rin berg, M a rie I-anger, D a v id Liberarían, E m ilio y Geneviévc
T . R o d rig u é, “ T h e psychoanalytic process” , en International Journal of Psy­
choanalysis, vol, 48, n° 4. [H a y edición en esp añ o l : El contexto del procese
psicoanalílico, Buenos A ires, Paidós.]
Minln 'Mi que el analista debe sufrir a veces la influencia parásita de
I" M-ntimientos del paciente, y cómo es él quien, en respuesta a este
■dianítismo, obstaculiza (en beneficio de su propio bienestar) el trabajo-
■i' •lucio.
Ivi mérito de Melanie Klein (y luego de Bion y de M elita Schmide-
(*i|') haber insistido en el modo en que el sujeto utiliza la institución
■Icoanalítica (y la institución social) como defensa contra el surgi-
M ínto de la ansiedad paranoide y depresiva. Los individuos pueden
|J» estii modo introducir sus objetos persecutorios internos en la vida
ili' l¡i institución.27 Conocemos los efectos de fragmentación que de
* lio resultan posteriormente en el plano de la identificación. Jaques
«ul ii uya que esto no significa, no obstante, que la institución se tras-
limnr por ello mismo en psic.ótica. Sin embargo, podemos esperar
Q|i mitrar en ella todas las formas de manifestaciones de irrealidad, de
' ¡hlting, de sospecha y de hostilidad que son características de toda
‘ lilii en grupo, características utilizadas por los individuos para defen­
dí1me contra la ansiedad psicótica.
I ;is estructuras de las instituciones desarrollan sistemas de papeles y
•I» posiciones a través de un conjunto de reglas, de convenciones
ili prohibiciones. Este sistema rige las relaciones de los individuos
m ire sí.
lili una institución (como lo hemos visto más arriba) tiene lugar
mi discurso. A partir de malentendidos se estructura algo y a través
ili l nintoma llega a poder hablar una verdad. Esta verdad que surge
i • i'l fruto de un encuentro decisivo.26 En el desarrollo del proceso
Hliditico asistimos a ritos simbólicos.
liemos visto que la institución psiconalítica y la institución social se
fOimtruyen, en lineas generales, según un esquema que les es común.
I Irntro del encuadre y en relación mu él (encuadre de la institución
que enmascara el del paciente) tiene lugar un discurso. El movimiento
(Himno del proceso analítico está ligado a la inercia del encuadre. Esta
l(ii icia — parálisis— existe en toda institución. El sujeto, modelado
|mi la institución en la que se halla inmerso, obra a su vez sobre ella
{iiiiii acrecentar su parálisis. El sujeto se alimenta de esta parálisis
I' ii ■i funcionar en otra parte, al abrigo de la angustia que no dejaría
fln suscitar en él todo movimiento del encuadre.

'' Jaques, “ S ocia l systems as a d efen ce against persecutory and depres-


.nixiety” , en N e w d ire ction s in psychoanalysis, T a vistock, 1955.
" Nassif, C ongreso de la escuela freu díana, Estrasburgo, octubre de 1968.
U N A IN S T IT U C IÓ N EN U N A IN S T IT U C IO N

El interrogante que trataré de abordar ahora es el siguiente: ¿ I


posible introducir la institución psieoanalítica en la institución asilar,)
cuáles son los efectos de una sobre la otra?
“ Podemos — dice Ginette Raimbault— considerar que las instituí
ciones =s son organismos creados por las fuerzas normativas de I»
sociedad contra el surgimiento de derivados del inconsciente r»
pudíados,* a expensas de los cuales pudo ser preservada esa notmto
lidad.” “ ¿Qué es, entonces — se interroga— lo que debemos hacerf
¿Crear instituciones específicas para los esquizofrénicos, por
elaboradas que sean las concepciones estructurales y simbólicas de cs«|
instituciones, o debemos volver a cuestionar el conjunto de las estrul
turas de la sociedad, de modo tal que se eliminen las fuerzas represivil
y reaccionarias de la normalidad en beneficio de las nuevas estructufl
que tengan mayor apertura a la expansión incoercible del discutí
humano y a su articulación?”
La autora formula este interrogante como un eco de la observad®
de Cooper , 30 quien, comparando al hospital psiquiátrico con ni
campo de concentración, comprueba: “ En el hospital psiquiátrin
se cuidan con diligencia los cuerpos, pero se asesina la personalidad I
los individuos” . Observación a la cual Oury 31 se ha preocupé
en responder mediante el siguiente análisis de la institución y <ln
terapeuta en ella; “ La institución es un sistema de defensa, cufl
característica es una tentación sádica de aprehensión de los o trl
Estos intercambios esencialmente metonímicos obedecen a un reglj
mentó, pero son recortados de acuerdo con la dimensión metafórifl
del contrato. Es allí donde reside la articulación con el Otro que p a l
en acción, por una parte, un masoquismo funcional y que por la ollil
plantea el problema del origen de la institución’*. Más adelanta
J. Oury continúa: “ L o colectivo constituye un conjunto que sobni
determina los acontecimientos que allí ocurren y presiona sobre ell®

20 G in ette R a im b a u lt, C on greso sobre las psicosis, octubre d e 1967:


psychanalyste et rin stitu tio n '’ , en E n fa n ce aliénée I I , R ech erch es, d iciv fl
bre de 1968.
* E l térm ino francés es reje ton , cuya tradu cción es retoño. D eriva d o d
b otán ica, acentúa la idea de que el inconsciente presiona hacia la c o n c ie it fl
p o r ]a im a gen de a lgo que vu elve a b rota r después d e que buscó suprimirli
En francés /o rd o s suele traducirse tam bién com o forclu ido ( N . del R . I
50 D a v id C o o p cr, C on greso sobre las psicosis, París, octubre de 1967. 1
31 J. O u ry , C o n greso sobre la psicosis, París, octubre d e 1967: «Q uelqiffJ
problém es théoriques d e psychothérapie in stitu tion n elle» en E n fa n ce aliéntí
R ech e rch es, septiem bre de 1967. ™
■fetn presión es una forma de alienación social. Es preciso, pues, ana-
B ilí esta máquina ( y su estrategia) para librarse de esta alienación,
Pili filo, el análisis puro tiende a parecerse, en cuanto a su eficacia, a
Im oraciones antibelicistas” . “ En un colectivo — agrega luego Oury—
Ut irasferencias son múltiples. A l parecer existe una dialéctica entre
In ritructura del colectivo y el estilo de las demandas, de las pulsio-
ii" que obra sobre los modos en que se manifiestan los sujetos y su
•rllculación con el significante.”
I nsquelles, al estudiar la relación del análisis individual con el
Institucional, declara, por su parte: 32 “ Apenas alcanzamos a en-
iii ver los diversos conceptos de la interpretación en la trasferencia,
fUatldo ya el conjunto de la institución lee el discurso, al mismo
Bttnpo en palabras y en actos. N o es posible negar ni facilitar la
■Vnlución de la neurosis de trasferencia institucional mediante la so-
k u t íó n del deseo de los educadores.”
"La esencia de la psicoterapia institucional — observa Ginette
HMlmbault— ** consiste en introducir mediaciones cuya función es
nl'iii' la relación binaria estereotipada (de la que habla Cooper en
«i libro Psiquiatría y antipsiquiatría ) 34 hacia algo diferente de la
N|ireularidad imaginaria, es decir hacia la dimensión simbólica.”
I I interés de todos estos trabajos reside en la búsqueda de una
•Hiecie de estrategia de “ cura” (mediante clubes, reuniones, etc.). La
feffncupación que anima a los autores es la de llegar a introducir
|iMiil)ilidades técnicas para que el discurso que se da en la institu­
ía n no permanezca encerrado en una situación imaginaria sin salida
l pura que pueda, en consecuencia, producir efectos significantes.
Illlidian estos autores a la institución como un lenguaje que es pre­
finí descifrar, según las leyes de la lingüística. En esta cartografía
«tfl inconsciente, representada por la institución (el significante del
mli i tivo y el de cada uno de los sujetos), se encuentra algo que es
i ¡so saber utilizar para trasformar un universo represivo en un
IhMiir en el que se hable y donde, debido a que circula una palabra,
Muñían entreverse las perspectivas de la cura.
I i'nemos, no obstante, derecho a preguntarnos si tiene sentido el
nwilisis de las relaciones inter-racionales, frente a la realidad peni-
llttriaria del asilo.
1,1 médico que se halla colocado en una estructura asilar clásica
•ni puede sino sentirse impotente en su papel de persona que cura.

| Tosquellcs, C ongreso sobre las psicosis, París, octubre de 1967.


•" (íin e tte R a im b a u lt, loe. cit.
' • D a vid C o o p er, P sy ch ia trie et A n li-p sy ch ia trte , éd. du Seuil, 1970, [H a y
►illt liin en español: op. cit.]
Toda persona, quienquiera que sea, que se introduce en el asilo J
sindicada por el paciente como cómplice de ¡as fuerzas de fepresiólj
social. El discurso que se produce es ante to d o el producto de la alii-
nación sufrida, se inscribe en una estrategia estereotipada, como ol
estereotipada la estrategia del médico que trata de codificar los sig>
nificanteSj en un lugar que los usos administrativos han tornad'
carcelario.
H e intentado, en cuanto psicoanalista, introducirme en el asillí
(pasando en él, es cierto, un período reducido de vacaciones). No
me extenderé sobre el problema, ya tratado en otra parte,3S referid"
a la dificultad con que se tropieza cuando se pretende introducá
una institución psicoanalítica en una institución social. Esta supenj
posición de los dos encuadres sólo puede lograrse con buen éxito si
encuadre de la institución psicoanalítica (necesariamente inertcl
puede introducirse en un medio institucional lo suficientemente fie
xible como para tolerar las brechas que el paciente se esforzará pm
introducir en el encuadre institucional. N o se puede liberar una palii-
bia en la institución psicoanalítica sin que ello produzca consecuen­
cias en el exterior, es decir en la institución social en la que se halli
encerrada la institución psicoanalítica misma.
El paciente psicótico¡ que en la situación analítica aporta de tnt
modo velado, enmascarado, su propio encuadre, no puede dejal
de intentar el enfrentamiento entre el encuadre de la institución psi­
coanalítica y el de íá institución social. Para que este enfrentamieillj
no sea riesgoso, es importante que el encuadre de la institución psicih
analítica y social se mantenga estable, al abrigo de efectos emocini
nales y de los diversos ataques persecutorios.
A partir de esa permanencia podrá instituirse (en la sesión y rn
Ja institución) un movimiento dialéctico, y generarse un discurso coj
sus efectos de sentido no sólo con el analista, sino incluso con todí
el personal de la institución, en la que cada uno es, a su modo, uní
pieza más de un vasto juego de ajedrez.
Pero las estructuras rígidas del asilo presentan un encuadre aun
más inerte que el propio encuadre analítico. Las trasgresiones dnl
encuadre analítico (asimilado por el paciente al encuadre asilar^
corren entonces el riesgo de producirse en el asilo, que se conviert#
de este modo en el lugar del acting out. El trabajo analítico se torna
entonces imposible en una situación en la cual la constante se revel^
como una constante punitiva. N o existe ningún tipo de contrato!

35 M a iid M a n n o n i, L ’en fant, sa " m aladie” et les autres, éd, du Seuil, 1967,
[H a y edición en español.]
h t'U enfermo se presenta como el signo de un callejón sin salida cuyo
Hnlido ha de buscarse en otra parte, particularmente en la sociedad.
I I analista hace muy pronto el papel del acusado — y, como se lo
mlmila a la condición de representante de una sociedad represiva,
■ encuentra de entrada condenado a la impotencia. N o puede hacer
ni más ni menos que lo que los psiquiatras han hecho siempre. Si
mu es psiquiatra, lo sindica como tal un paciente marcado por el uni-
■i o segregado en el que se halla inmerso.
I.a introducción de la institución psicoanalítica en el asilo es la
Jflltoducción de una ambigüedad en cuanto al encuadre asilar, y eso
fl&ln logra exacerbar la desconfianza del paranoico. El médico jefe,
lin médicos internos, las enfermeras, todos forman parte integrante
■ti I sistema médico-administrativo tradicional. A l psicoanalista, por
i minto proviene del exterior, se lo percibe como a una interrogación
QUP, mediante un juego de reflexión especular, introduce una mirada
t una escucha en el mundo de un paciente que está habituado a
leferencias conocidas, referencias en cuyo seno despliega una estra-
Ipfiia idéntica a la que utilizan en las prisiones los delincuentes. La
«punción y la subsistencia del che vuoi? no puede mantenerse
■ I'iiinte largo tiempo como enigma (principalmente en el caso de
lim paranoicos).
I.a relación con el encuadre institucional me pone a prueba, por-
ijlie en función de ese encuadre se me pide que me defina. Se trata
•I" saber si puedo ser utilizada (contra los médicos, para una salida,
■nutra fulano, etc.) y el paciente se interroga con toda conciencia
«i <1ne el poder que ejerzo dentro de la institución. Por otra parte, lo
i|iie a partir de la aclaración de este punto me torna peligrosa es pre-
i llámente el hecho de que no estoy investida de ningún poder:
|inique si no tengo un poder visible, se me asigna un poder oculto,
temible. El mundo fantástico del paciente no halla depositario frente
• líl ambigüedad de m i status.
ijQué es lo que ofrezco?
¿La curación? El paciente no la pide.
I .e ofrezco hablar. . . y agrego, ingenuamente, que “ eso le hará
olrn” , pero, ¡ es precisamente sobre ese bien que le deseo que comienza
D interrogarse y angustiarse!
I’or otra parte, en cuanto a hablar, ha desaprendido a hablar.
Algunos, es cierto, aguardan en la sala de espera, puntuales. A
menudo no tienen nada que decir, sólo la reedición de un relato
i'itcreotipado, esto es, la variación de un tema delirante: me lo ofre-
• i n porque su disposición hacia mí es positiva y desean ayudarme a
hacer este libro que han escuchado que quiero escribir.
Están, pues, dispuestos a proporcionarme historias y también i'M
critos codificados a! modo de legajas médicos.
En su mayoría, se niegan a un encuentro privilegiado; en últimí
instancia, e! ello habla mejor en otras partes que en el gabinete dd
analista.
Esperada por algunos, rechazada por otros, comprendo que lo qufl
Se dice está modelado por el asilo y por las estructuras en las
estoy, con ellos, apresada. N o hay lugar para que surja una verdad
L o imprevisto no aparece. Las reglas deben ser respetadas, y estat
reglas hacen referencia al encuadre de cada paciente y al de la i: «•
titución asilar. Cada falta que cometo a las costumbres establecidnf
se ve sancionada mediante una agresión, agresión inducida por (fl
hecho de que me he puesto en función de agente provocador (existí!*
ritos que deben respetarse: no se entra impunemente a mirar tela
visión en la sala común de un pabellón en el que nadie nos conocí*
nunca se hacen “ agresiones” , no importa dónde ni cómo, que no i <>*
rrespondan siempre a una falta cometida por el “ agredido” ).
La situación analítica es la introducción de una brecha en la rigí*
dez del encuadre institucional. El paciente trata de hacer surgir ni
la situación analítica misma ese encuadre rígido (horas fijas, etc.)
que constituye su protección, Pero un detalle mínimo que modifiqw»
este encuadre induce reacciones de violencia fuera de la sesión, en ¡a
institución asilar. El encuadre que proporciona seguridad es el til»
la institución asilar, tiunque se lo cuestione. Y modelado por la ins­
titución asilar, el paciente termina por tornarse hostil a todo cambio
se hace conservador en los gustos y las costumbres del lugar en d
cual se halla, quiéralo o no, insertado. T od o se encuentra debida»
mente organizado para que se fijen para siempre las funciones djl
verdugos y de víctimas.
Si el paciente asimila al “ sistema” asilar el personal que lo atieM
de, a mí, en cuanto psicoanalista, me sindica como la experta (pafJ
ticularmente por parte de los paranoicos). A partir de ello, el discurstt1
sólo podrá funcionar con una inercia dialéctica suplementaria.
- ¿Para qué sirve usted, si no está aquí ni para juzgar ni par#;
obtener, mi salida?
— Entonces está usted encargada de espiarme.
N o me es posible desempeñarme con libertad en un lugar en el qw
todo está reglamentado, determinado al minuto, previsto.
La ambigüedad de mi posición no puede provocar otra cosa qw
rechazo.
T od a irrupción de los terapeutas en el encuadre de vida propm
del paciente es vivida por éste de modo persecutorio. Las reunionci
| *!’ toleran si pueden inscribirse en un ritual establecido (fechas
H li), rtc.j y se teme que haya arreglos de cuentas posteriores a la
■Unión . ..
Lm cosas, ocurren de un modo radicalmente diferente si, en un
■lili en el que los terapeutas están reunidos, irrumpen los pacien-
M lín este caso, debido a que son ellos los provocadores, la angustia
mi'iuitoria es mucho menor. Si los terapeutas soportaran que se
E n interpelara, podría aparecer en el decir algo verdadero. Mas en
k|Hli|UÍer caso la ambigüedad de la situación no se soportaría mucho
l» >I>11 y pronto cada uno volvería a entrar en su universo propio,
li rute modo la segregación actúa muy bien como antídoto de ¡a
KtKllItia.
I i ansiedad psicótica, ya lo hemos visto, sobreviene donde se pro-
|(l<1 i’l movimiento, contra lo que es constante,
‘ u bien la situación analítica se halla esterilizada (es decir, en los
hmli<is resulta una especie de pedagogía reaseguradora, alejada de
■ lii perspectiva analítica auténtica), se la soporta no obstante, por-
|tíí en la medida en que desempeña dicho papel, se halla inscrita
Mi mía estrategia, conocida.
I *i* otra manera, no hay lugar para la introducción de una insti-
ftlrlún psicoanalítica en una institución asilar.36 En un lugar de
ii|in carcelario, nada tiene que hacer una institución que se proponga
jpurtir una palabra.

I I I . D IS C U R S O P A R A N O I C O

^ l'linTO COLOS DE SESIONES

H discurso del enfermo y el de su familia. Georges Payot, 30 años,


lili 1nado desde hace 10.

1*1¡turra sesión

Irlllr a Francia a los 8 años. M i situación es peligrosa, siempre lo


ni nulo. Huérfano desde la cuna, mi madre murió al nacer yo, y mi
i nlie un año después, de pena. Fui recogido por una tía que tenía
>i(ii*i ilegítimos. Ella fue una falsa tutora. M i verdadera tutora era
mi iibuela de Martinica.

Ifl Lo:; efectos de las reuniones de grupos m erecerían cierto análisis: no es


ni =|íle después de las sesiones se produ zcan “ arreglos de cuentas” . Esto sitúa
■- 1 1 i * el en cu adre en. el que está lla m a do a tener lu gar un discurso “ libre” .
L a señora Loné era la hermana de mi madre, tuvo hijos con til
mecánico de automóviles, el señor Soutier. Se ha acostado con mu
chos individuos. Pero esto es algo accesorio, se pierde uno a vec^
del tema, que es más fascinante y más interesante que todas es#
cosas.
Veo en usted una persona agradable, calma, eso es delicado. Sien
pre me han tratado los médicos internos varones, nunca he teñid
ocasión de tener la presencia de una mujer.
M i tía me dijo: “ ¿Quieres venir a Francia?” . Le respondí: “ Sí11
M e parece que estuve demasiado complaciente. Cuando abandom
a la abuela, continuaba llamándome. Murió a los 80 años.
Por el lado de mi padre, tengo la familia Passabé, que no ha hecln
nada por mí. Esa tía tiene una panadería, siempre me ha desilu
sionado, hasta ahora no he tenido por ese lado más que mala suerli'
M e he visto sorprendido por muchas pequeñas cosas que han sobn
venido, que entrarían en el dominio de lo religioso. Quiero comenza
por ser franco: todo empezó en 1957. Y o soy nativo de Martinic
Existía entonces el problema argelino, eso me desorientó; los árabcl
al ver mi cerebro, establecieron un titular político. Se sirvieron (
m í como si hubiera sido su cerebro, y esto me perjudicó.
A los 7 años, oía ya voces. U n a voz me impulsaba a hacer el ma
Tuve un placer sexual con una niña de allí. Perdí enseguida tod
satisfacción. Después de eso llegué a París, al orfanato de Saifll'
Gonzague.

Segunda sesión

He estado complicado con usted la última vez. Si tenemos otras corn


versaciones, podré establecerle las cosas de un modo más científicc
Siempre he estado solo, porque era hijo único. A mi tía la llamab
mamá, y consideraba a mis primos como hermanos. Si hubiesen sidl
mis hermanos habrían estado en el hospital conmigo. Si hubiese teñid
un hermano, habría podido tomarlo por confidente. M i tía es un
mujer quimérica, es autoritaria.
Caí enfermo con el problema argelino. Había hecho la misma ton
tería que ellos (placer sexual). M e adoptaron como hermano de razj
M i sangre es mongol. Los argelinos me han perjudicado en todo li
que he querido realizar. H e tenido ideas racistas. Corrieron rumoro
sobre mí en la región parisiense, cuando me sentí perseguido.
Estaba en mi trabajo y rodé por tierra orinándome en los calzo*
cilios, esto le pareció extraño a los policías. M e dirigí a Ville-Evrarc
tenía un aspecto metafísico. N o tenía libre el cerebro. N o me sientn
ftir|in ahora, nunca me sentí bien. Siempre tuve una infancia mártir,
fcli (la me hacía sentir su desprecio. H e llevado una vida de lobo;
Mili uve mi certificado de estudios. M e llamo Payot. Desciendo de la
iliiMstía de los Galos. Según este título, tengo sangre noble. Traté
■I* lí'producir en la Martinica. En la Martinica fui recogido por los
Rlongoles y amamantado a pecho con leche comprada, eso me permi­
tió vivir.
pUando vi que eso no caminaba, pedí interpretar un canto fla­
menco. Se me dijo: los artistas son mal vistos. N o es posible seguir
tyftn carrera de artista, y eso me desorientó. Después adquirí vicios,
*•! virio de fumar. Aquí no hago más que fumar y dormir. Habría
•|ii< rido vender mi certificado de estudios para tener una guitarra.
Ptwwmos celadores que tocan instrumentos, pero jamás me he inte-
trnido en eso, prefiero la soledad.

I ncera sesión

(Intimidado, molesto, Georges, a través de todo un lenguaje corporal,


lleude a mostrar que está emocionado.]
I o que sería importante, para mí, es hacer el amor con una mujer.
Nn sé si usted se da cuenta, pero nunca he podido alejar de mí las
t|(iiiHéras animales. Esta mañana pedí ver al jefe de pabellón, quería
<|iir me diese mis ropas de civil. Quería embellecerme para usted.
Nn tenía valor para hablarle hoy vestido con el traje con que me pre-
•■tilo a usted. Este traje de enfermo es envilecedor.
I Itimamente, le he enviado a m i tía una carta malísima. Era im*
pintante esta carta, era una carta que hacía ruido, le confiaba mis
(Di lctos, eso debió hacerla llorar. Le decía que era quimérica, tengo
Hitado de que me abandone. Y a he llorado aquí más de una vez,
(li’iilpre he soñado con harenes de mujeres. Querría volver a mi país
i" ) razones de costumbre y de aclimatación. Un niño como yo no
limita aclimatarse a las cuatro estaciones. Allá no hay más que dos.
Mi- siento molesto delante de usted, no quiero hablar más.

Cuarta sesión

Mi tía me escribe que usted va a verla. H e insultado a mi tía en


mui carta. Querría que se resolviera mi situación, después de diez
ii mu', de esfuerzos no he obtenido ningún resultado. N o veo por qué
I I gobierno querría agravar mi caso. Quiero salir de aquí y volver a
lili país. Aquí lo consideran a uno como un impedido.
M e siento perseguido, no he hecho ningún mal, y no obstante M
aquí que me envían un experto (el psicoanalista). Quiero mi liliw»
tad. Con la revolución actual (acontecimientos de mayo) es preciB
que los enfermos continúen. Tengo ganas de ir a holgazanear en n fl
país. Busco el placer. Soy débil en amor, tengo complejos que me tic1*
favorecen, es preciso alejar las quimeras animales. N o obstante, Cri»lt|
ha dicho: “ Creced y multiplicáos” . N o quiero provocarle desagrada
ni molestarla, pero cuando se es nativo de un país como el mío, l|
costumbre es la procreación. M i tío corría tras las mujeres. Murif
arruinado con 40 hijos a su cargo. Tenemos, pues, un jefe carib®
Si en mi rliesus hay un origen árabe, no es vergüenza ser norafrican®

Quinta sesión: entrevista con la tía y su marido

Entre nosotros — me dice la tía— la enfermedad psiquiátrica es con


siderada como una tara. Georges no ha podido adaptarse jamás
trabajo. En otra época cantaba, pero pronto tuvo la impresión (|n
que se le impedía seguir cantando. Había comenzado muy bien (■
diseño industrial, pero cayó enfermo a los 19 años, en tercer año. H
L a gente no se recupera más de su enfermedad. Era muy divecj
tido, un muchacho asombroso, querido por todos. Tu vo una crilfl
de reumatismo articular y lo trataron con cortisona. Desde ese día f l
puso más nervioso. Contrajo un soplo al corazón. U na tarde se pumj
a sudar, había sido atacado por los norafricanos. Unos días despuB
tuvo una descompostura en su trabajo. Lo pusieron en el hospit®
con los nerviosos. A llí comenzó el escándalo. N o ha comprendida
lo que le ocurrió. Quisimos sacarlo, pero nos metieron miedo dicióM
donos: “ ¿Quieren entonces que Ies estrangule a los hijos?” . Los m edj
eos dijeron que se trataba de un -shock de la pubertad: podría sala
cuando se arreglara esc shock. Pudo finalmente salir, pero se volvif I
raro, quería tener relaciones sexuales conmigo y con mi marido, 9
modo que se le volvió a llevar entonces al hospital, y allí los médicMI
dijeron que se trataba de esquizofrenia catatónica.
Todos los hombres de la familia han muerto, son todos cardíaco!
Y o me ocupé de Georges cuando nació, con mi madre. Ella hubiell
querido conservarlo consigo, pero su tío dijo; “ Es preciso que vay|
a instruirse a Francia” , A los 7 años me embarqué, pues, con i;l
Tenía él 14 años cuando yo me casé. Hasta los 14, todo el munllrt
comentaba su cortesía, una cortesía de niña, era verdaderamen®
maravilloso. Es el m ejor de todos mis niños. Su enfermedad nos dcjl
estupefactos. U n enfermo del pabellón me ha dicho: “ Su enfermedaS
es su temor a la homosexualidad, se ha sentido atraído por los honj|
Ü, ) tk-spués se sintió perseguido” . Quizá tenga razón ese enfermo,
M»mnente se halla en mejor situación que el médico para com-
Huli i la enfermedad.

■ 11 - me guarda rencor por haber visto a su tía. Tiene dolor de


náuseas y se niega a la entrevista.]

B l l l f i m sesión

£>ltlime
tii Ui una semana cargada en este hospital de locos. Todo el mun-
miedo. En mi pabellón los hay que lloran, no tienen segu-
M«<l, oíros querrían casarse. M i caso es el de poder salir. N o me
♦«> nulo con el médico interno, me envía al aire libre en vez de
B iiiiam e. M i readaptación será difícil. Cuando oigo discutir a los
llll’i, me doy cuenta de que las cosas de familia me impiden vivir.
B I llii dice constantemente no. Iré a verla por sorpresa, romperé
lltlii, y después volveré. Estoy embromado y vivo en un mundo de
toili’ agriada. N o puedo tomarle el gusto a la readaptación. Sería
■ n iiirio que me compraran una guitarra especial, porque soy zurdo.
Btiiui una mujer-empresario, que sería una madre para mí. M i
■ tlie era música, de ella lo heredo. Tengo un nombre, pero no
Bt»in Soy un enfermo mental. Es m i enfermedad, porque es la ver-
)if i/e lo que siento. Soy un epiléptico mental, con traumatismo
liliiMnn. Los locos son los seres más investigados del mundo.

■fiirn sesión

p unió a un enfermo se lo ha puesto salvajemente en el hospital


M lm in valedera, se encuentra perdido. M e ofrecen la laborterapia,
■Indecente. Si yo quisiera trabajar, estaría afuera. V iv o como un
»i|n dido.
I'rir qué razón no volvería a rehacer mi vida? Ésa es la otra op-
l»n Si yo pudiera encontrar a alguien que me ayudara, podría ser.
I ’ltcd no puede comprenderme, porque usted es una mujer. El
■ f í o industrial ha sido un fracaso. L o que me gustaba era cantar,
m i' mi tía no quería un cantor. En el canto, soy perfecto. H e oído
IWii' mucho ya el lamento de los marinos. M e puse a llorar. Un hom-
• ■ i|Ue llora a los 30 años, eso muestra que está tocado. Soy un mu-
iltm lio difícil de comprender.
Novena sesión

Siempre me han considerado Cristo. _


Soy inocente. Se lo pido, no siga buscando las razones de mi ini™
nación. Soy inocente, se lo juro. ¿Por qué ha sido usted enviada d
la policía de costumbres? ¿Q ué he hecho, Dios mío, para atriifl
sobre mí a una experta? Si es preciso que lo sigan a uno en M|
actos, se suprime la vida individual. Entiéndame, señora, entienda ni
amargura, entienda m i cólera. Soy un disminuido, un rechazado, ■
huérfano. Siempre he llevado una vida de niña, olvidando que 09
muchacho. Perdí la capacidad de gozar desde los 7 años, algún otif
(la niña) se apoderó del gozo de mi sexo. Lo que yo habría querín
conocer es la felicidad. Dejemos aquí la sesión. Señora, soy inocentj
se lo juro.

Décima sesión

¿ N o ha observado usted que en el asilo se tiene una actitud especiji


ordenada por el asilo? El asilo tiene su lenguaje, sus costumbres. W
historia de los 7 años, eso no habría sido nada si no hubiese existitB
mi tía. A l placer sexual con Annette Lictorius, lo tuve, después mi d
se llevó mi capacidad de gozar. Tengo miedo de mi tía. Después (fl
gozo, perdí mi belleza, perdí mi nariz negroide. Regresé a la c «
totalmente loco. En $ 1 camino tenía miedo de que los negros me I fl
charan. Al llegar a la casa convertido en un estúpido, encuentro I
mis primos blancos. L a idea de juego prohibido me atraviesa el esm
ritu, y me repito para calmarme: no te amo, no te amo. Eso ocu™
una vez. Después no he conocido más que sufrimiento y una deud
a pagar durante toda la vida. Dios mío, qué bella es usted, seño*
Llevo su sonrisa en mi corazón. A llí está usted, en la inocencia misttff
del peligro que la amenaza, ¡ Ah, Señora! Usted y yo, cómo podríainü
comprendernos si tuviésemos la misma piel, si fuésemos uno. ¡ Al>
señora!, ¡cuánto querría no perder su imagen! ¡A y ! Señora, tena
miedo, tengo mucho miedo de que roben su imagen. Usted y f l
somos tabúes; usted y yo somos el cebo, el alimento.

Undécima sesión

Y a estoy cansado del locutorio. Soy un muchacho de color, no v»


por qué no habría de tener derecho a mi parte. Se burlan de mi c ¡ «
Francia tendría que ayudar a la Martinica. Los que curan tieiHj
miradas muy cortas, no piensan más que en curar. ¿ Y si eso no k
conviene a la persona?
B N h soy ni ladrón ni asesino. N o tengo la marca de una mujer.
I .....i'l riesgo de terminar mi vida aquí. U na chica me ha deshon-
Btlii y me ha abandonado. Todas mis desgracias provienen de ella,
■ h .i como un moribundo. M e han robado el goce. Soy un indesea-
1 !• l'.l acto sexual me persigue. U n blanco me ha golpeado, tengo
■CMidad de decir que no. Señora, no quiero verla más, se lo digo
■ i lamente, con calma, no me provoque. Sé que usted adivina mis
|Hlinimientos. Este conocimiento me ha venido de golpe como un
WAinpago. Señora, desaparezca.

Ulodécima sesión

que hablarle con cortesía no sirve para nada. Usted me llama,


Mii' persigue, me hostiga. ¿Con qué derecho? ¿Por qué somos todos
felii.i usted perros de policía? Éste no es un hospital. Es una prisión.
Ittpcl aconseja a los que cura. Escuche entonces los consejos de los
luí ion curados. Aquí hay cosas que tendrían que abolirse. Se está
flttrnnte treinta años en una habitación para diez. Nos imponen con-
i ||i Iones de vida envilecedoras. Nos ponen en peligro. Guando me
(Unuñan, golpeo. L o que pido es que me dejen tranquilo. N o quiero
WfU más.

fii'i irnotercera sesión

IIID tenido actuaciones agresivas con enfermos del pabellón.]


M r hablan de la crueldad mental que acumulo. M i tía está celosa
i mi, contribuye a mis desgracias. El hombre es el testículo de la
innji't. M i suerte estaba echada antes de mi nacimiento. Estoy de-
1 mil- de usted con una ropa de prisionero, sin dinero, no puedo ni
ili|MÍcra ofrecerle una rosa. Estoy desprovisto. N o quiero su caridad.
Hlulnmo que se me haga justicia. Reclamo que se me devuelva mi
liquidad. ¿Para qué sirve este locutorio, si no para su propio placer?
I Ulrd me roba mi gozo y me rechaza como a un perro.

Ilh írnocuarta sesión

II furioso y golpea los muebles.]


No quiero que usted me inventaríe más. Exijo que haga algo por mí.
|Un largo silencio.]
Hrñora, disculpe mi cólera. Usted es buena, bonita, frágil como una
mi i , y yo, no soy nada, soy la basura, el huérfano pisoteado, escar-
Decido, robado, asesinado. ¡A h , señora! Si usted su p iera... N o mil
vuelva a ver.

Decimoquinta sesión

He roto con mi tía. Tengo que excluirme de su amor. M i nombre n


de origen corso. Su nombre es Mannoni, hemos sido hechos par»
encontrarnos. Aunque hagan saltar mi nombre, corso seré, con >n\
harén de mujeres. Que se determine mi nombre, que se lo determinÉj
científicamente, y enseguida podré establecer un harén.

Decimosexta sesión

Usted me hace cagar, me hace sudar, es una basura, una puerca, lin
perro de policía, usted es una puta, una ladrona puta, una ladronll
puta de perro de policía, ¿Qué es lo que quiere que haga cuáfflln
se me calienta la verga? Basura, tres veces basura, de su locutorio
quiero saber más. ¿ L o que busca usted entonces es la masacre? Ni*
puedo más, ¿me oye? ¿ M e oye usted, pequeña gran boluda? ¿Qi'
se precisa entonces para que lo oigan a uno ?

B. CO M EN TA RIO

Este texto es el testimonio que aportó Georges sobre su estadll


Georges encarna la verdad de un dolor, pero es impotente pafl
restituirle el sentido, como si ese dolor no pudiese ser compartido cii#
el discurso de los otros. Y o desearía mantener la apertura del relat^
restituir la dinámica de una situación antes que correr el riesgo jfl
reducirla mediante el análisis a un discurso separado de su contexto
Mis entrevistas con Georges se escalonaron desde mayo de 196H
hasta octubre del mismo año. Se vieron interrumpidas por los “ acOJÉ
tecimientos de mayo” , acontecimientos en los que Georges no partí»
cipó, Se sintió sensibilizado tan sólo por el aspecto negativo de lt
situación (huelgas del personal asistencial, represión gubernamental
contra los extranjeros en ju n io). En esa época lo encontré erranll
en el parque, demasiado preocupado por su tía para poder, me decl(|
preocuparse por la revolución. Conservó con posterioridad únicameiw
los efectos del apartheid. Estaba inquieto por la idea de convertilB
en víctima de una política racista. Inquieto ante la idea de que ■
nombre pudiera ser entregado por el médico-jefe a la policía.
El punto de partida de nuestras entrevistas coincidió también cnl
una perturbación en el encuadre institucional, perturbación i|"
provocó estados de pánico en los pacientes. Como los últimos sólo
participaban desde lejos en los movimientos de huelga de los tera­
peutas, la “ liberalización” de éstos produjo como corolario el agra-
i uniento de los “ efectos de concentración” que perjudican a los
pacientes hasta el punto de que uno de ellos me hizo un día esta
Inervación: “ Si los que curan se liberan, tanto mejor, pero ¿por qué
II olvidan de los pacientes?” Los pacientes percibieron el riesgo de
t[Ur la institución asilar estallara y lo hicieron con una angustia perse -
mlnria en la que estaba presente el temor de abandono y de rechazo.
í'.l hecho de que Georges me hubiera caracterizado como experta
« n.ila el carácter de intrusión que se confirió a mi intervención, inter­
di lición que participaba de los temores que él alimentaba entonces
'"ii respecto a las persecuciones ejercidas por el gobierno contra
|u> extranjeros.
] lesde el momento en que yo deseaba ver a Georges, éste corría el
i i i '»|.;o — según la lógica de su delirio interpretativo — de que yo lo sin-
llli 11ra como indeseable. A I solicitar ver a la tía de Georges (contra
Im» deseos de este últim o), le agregué un hilo más a la trama persecu-
i’ irm que se tejía en tomo de él.
Actuaba en complicidad con la autoridad policial y también con la
liiinilia. Y o trataba, a sus ojos, de penetrar en el secreto de su deten-
.... i (es decir, las amenazas de agresión sexual de que fueron objeto
< t lío y la t ía ).
t i pareja del tío y la tía remitían a Georges, en una visión especular,
* lula situación de escena primaria, situación fantástica en la que
lleorges permanecía como suspendido y fascinado, para sustrarse a ella
• 11 ivés de la violencia que nacía de una angustia superyoica terro-
nllca.
Sil relación conmigo, como su relación con la pareja de sus progeni-
Iwd, estaba marcada por la aparición de esa fantasía originaria, fan-
|Ulu que signaba su imposible identificación primaria (identificación
lllt|>OBÍble a causa de su repudio inicial del significante de! p ad re). Los
pi lomajes edípicos ocupan su lugar, pero en el juego de permutaciones
i|iir se efectúa, aparece una especie de lugar vacío .37 Este lugar
"linanece enigmático, abierto a la angustia que el deseo suscita,
r ii (¡tie aparece como rechazado es todo lo que guarda relación con
•I lulo y con el padre. Este vacío que va acompañado de una insatis-
tm i ión sexual, adquiere en ciertos momentos el relieve de un llamado,

H N o hay e je en torno a] cual orden ar los significantes. H a y angustia desde


4" iiirgc una posibilidad de sim bolización. I.as palabras principales circulan
■mti rsfuerzo de suplencia de significaciones perdidas. D el va cío en el cual
|| Halla atrapado el su jeto, surge el d elirio in terp retativo al cu a l pu ede aferrarse.
llamado que se hace pedazos en una escena ( “ su” escena) de des­
trucción.
En su búsqueda en torno al vacío del padre, Georges oscila entre
la identificación narcisista y las imágenes de la escena primaria.
Vincula la situación traumática con su estado de huérfano. (A partir
del vacío del padre, a partir de un nombre que según espera “ sea
determinado científicamente” , crea en el plano imaginario una rela­
ción delirante. L o que busca es el acceso, que se le ha tornado impo­
sible, una verdad simbólica.)
En la tercera sesión Georges introduce el encuadre en el que habrán
de fijarse nuestras relaciones. Introduce una imagen idealmente bella,
imagen cautivante a la que se lanza pero en la que se pierde como
sujeto, encontrándose desde ese momento excluido, rechazado de su ser.
Se instala así la trama de una tensión agresiva, que lo deja a Georges
condenado a oscilar sin cesar entre dos exclusiones, la suya o la mía,
N o hay ya ningún tercero que funcione entre él y yo. N o es posible
introducir ningún orden, la única ley es la de una amenaza de
devoración antropomórfíca. Somos, uno respecto del otro, ese resto
de alimento que debe ser ingerido.
Cada vez que Georges intenta captarse como deseante, se ve remi­
tido a una forma de disolución de identidades. Él es otro, cautivado
por una imagen materna (narcisista y rival) y su masculinklad no
puede sostenerse más que de ese modo.
El encuadre de nuestras conversaciones se situaba en un ritual
de llamado. Si los otros enfermos venían a la entrevista fijada, Georges,
por su parte, me ponía en situación de llamarlo a su pabellón. Allí,
mi demanda le era trasmitida por intermedio del médico interno o del
enfermero, y ¡a respuesta favorable de Georges dependía en gran
parte de la cortesía con la que el enfermero le trasmitía el mensaje.
Se establecía así todo un juego telefónico, en cuyo trascurso Georges
trasformaba mi demanda en un llamado desesperado; esto le permitía
superar su agresividad y acudir a m í “ que tenía hasta tal punto
necesidad de él” . L a relación que así se estableció era una relación
erótica. L a cosa se deterioró el día en que tuve que ver a otro enfermo
de su pabellón. A partir de entonces Georges “ eligió” los pacientes que
me remitía en su lu g a r. .. T od o esto no aparece para nada en el
discurso pronunciado en el gabinete por el analista, pero constituye no
obstante el telón de fondo de ese discurso. Otro punto que me parece
importante es mi propia trasferencia materna hacia Georges. Y o lo
soportaba demasiado bien cuando era insoportable (violento). Mas
el ritual del asilo exige que el que cura tenga-miedo de las amenazas
que profieren los enfermos (la única jugada que les queda es la de
|'i«ler manejar los múltiples terrores e imponer mediante ese proce­
dimiento una forma de respeto). En pocas palabras, era m i llamado
<1 que lo ponía a Georges en peligro (había ocurrido lo mismo ante-
liormente, cuando uno u otro enfermero o médico interno se había
interesado por é l ) .
Georges no puede responder a ese llamado • en ese momento algo
ni produce al nivel del otro imaginario: surge, para llenar el vacío
rn el que corre el riesgo de quedar atrapado, una especie de inflación
Imaginaria.
Georges ha organizado su vida en torno a un daño sufrido en el
plano imaginario. Su reivindicación constituye en cuanto tal un núcleo
de inercia dialéctica.
He aquí el encuadre en el que se sitúa Georges:
1. Es un enfermo impedido.
2. Su tía es una tutora falsa.
3. Georges no habla jamás de su tío que es blanco ni de los hijos
Illancos que su tía tuvo con él cuando Georgestenia 14años.
Este tema (el de un daño sufrido) reaparece enel sistema delirante
ruando Georges evoca una situación de escena primaria: después
(le las relaciones sexuales, pierde su goce, su nariz negroide. Amena­
zado por los negros, vuelve a encontrar a sus primos blancos y se dice
'*no te quiero” (el gran ausente es aquí el tío). “ Esa cosa — agrega—
ocurrió una vez (como la escena primaria de la que había n a cid o );
después, he tenido una deuda que debía pagar durante toda mi vida.”
(El problema de la muerte real del padre no ha sido eatectizado por
Georges a nivel simbólico, no vive el problema de la deuda a ese
nivel.)
4. En la situación trasferencial asumo (como lo hemos visto más
arriba) el papel de reemplazante de la tía (imagen cautivante de la
fantasía). El tema no te quiero (dirigido a un hombre) vuelve a
aparecer bajo la forma de queja persecutoria ( “ un blanco me ha
golpeado” ) .
5. Hemos visto por otra parte el pedido de Georges de que le sea
impuesto un nombre, y a otro nivel su identificación con Cristo.
De un modo bastante ejemplar, hemos planteado aquí el modo en
que Georges “ nada quiere saber de la amenaza de castración, en el sen­
tido de lo reprimido ” .38 Georges ha excluido del orden simbólico todo
lo que guarda relación con la castración, que reaparece en lo real (bajo
la forma de la pérdida de su nariz negroide, etc . ) .39 Lo que él rechaza
reaparece en lo real bajo forma alucinatoria.
36 Sigm tm d F reu d, E l H o m b re de los L ob os.
39 Ibíd.
L a búsqueda de fusión amorosa de Georges se ordena en torno del
vacío simbólico. En esta búsqueda lo que quiere encontrar es un objeto!
idéntico a él mismo ( “ sería preciso que fuéramos de la misma piel” ,!
dice). A l rechazarla homosexualidad, se encuentra, en relación con
el sexo, en una posición de contradicción radical.
Permanece atrapado en una posición imaginaria en la que lo cautiva
la imago materna; a partir de esta posición se sitúa en el triángula!
edípico, lo que implica un proceso de identificación imposible, puesto!
que supone siempre, bajo el modo de una pura dialéctica im agin aria
la destrucción de uno u otro miembro de la pareja (con lo cual so
encuentra suspendido en el espejo).
A los 14 años (a raíz del casamiento de la tía con un blanco) su
plantea por primera vez para Georges la pregunta que hasta entonce»!
no había tenido respuesta: ¿qué cosa es ser padre? (L o que ha cobrado
importancia para Georges son los hijos blancos de esta unión; los hijo)
negros de la unión precedente no han significado nada para él.) Y en
ese momento se hace la conexión entre la idea de paternidad y la idea
de duda (los 14 años marcan la fecha en que termina su conducta!
ejemplar y donde aparecen por primera vez los reproches de mala
conducta formulados en relación con la tía).
N o fueron evidentemente ni el matrimonio de la tía ni su embara/o
lo que tuvo alguna relación con el desencadenamiento ulterior de Ij
psicosis; la entrada de Georges en la psicosis sólo puede comprender.wi
a través del estudio'de su encuentro con el significante como tal.'0';
L a referencia al padre es lo que en Georges debe quedar como cil
un vacío, y coloca en su lugar la idea de procreación, su identificación
con Cristo, pero le está prohibido llegar a la asunción del deseo situát»
dose en el interior de un significante (padre, fa lo ). Entonces pone en
juego lo que Lacan ha descrito con el nombre de “ cataclismo imaglil
navio” y aparecen también aquí sus reivindicaciones, su violencia o su
tentativa de reconstruir otro mundo.
El problema que subsiste por entero es el de las interferencias mí»
dicas y del asilo en el estado de Georges. Su “ enfermedad” no fuoj
después de todo, en su comienzo, más que un simple desmayo que lo
condujo al hospital general. A llí tuvo la desgracia de perder el control
y se encontró después entre los nerviosos, sin que nadie pudiese decir;
exactamente por qué. A llí comenzó la psiquiatrización de su caso. Se I»
colocó la etiqueta de esquizofrénico catatónico; su discurso, despuél
de 1 0 años de internación, se asemeja extrañamente al del paranoicos

40 Jacques La ca n , S em in ario del 4 d e ju lio de 1956: “ L a en trada en


psicosis es el en cu en tro d e l sujeto en condiciones electivas con el significantjfl
com o tal” .
1 ,i Inadaptado al trabajo? Sí, lo es, y no tiene problema en recono-
m i Io , pero también ésa es su verdad, la verdad de lo que siente,
V rso es lo que los psiquiatras llaman con el nombre de “ enfermedad
iiipiital".
Georges formula claramente la pregunta de saber si su estado justi-
liru la prisión perpetua. Hacemos nuestra esta pregunta.
La realidad del asilo no facilita en modo alguno el establecimiento
>|n relaciones “ normales” . Desde el instante en que Georges me sindica
rumo mujer, recibe a cambio la claridad de su pobreza, su decadencia,
» ii miseria moral y material, su negritud. H a tenido la impresión
(In que se le iba a despojar de lo que le quedaba como defensa y ha
piulido que se le hiciera justicia.
( ¡eorges me ha significado que la ambigüedad de mi status lo ponía
ni peligro y revelaba lo que él mismo definía como de naturaleza
persecutoria. Su condición de colonizado, excluía toda posibilidad de
iuntrato, y por ende toda posibilidad de ingreso en la institución
|micoanalítica. L o que reivindicó Georges fue el derecho a la rebelión,
i al hacerlo deja escapar un decir de verdad 11 remitiéndonos con ello
i Un problema ético así como a los efectos que sobre la alienación
ninital produce la alienación social. N o es por cierto casual que este
problema se haya planteado a propósito de un negro.

41 E l psicótico, at descartar las opiniones convenidas, p lan tea el problem a


il* la verda d pa ra todos, que nos asusta com o e l riesgo qu e siem pre hemos
Ilutado d e ocultarnos.
I ulro a la herrería y observo cómo Joe se ocupa de su máquina. Se
|ii opone perforar cuatro agujeros, en algo que no sirve para nada, algo
■(i H’ está hecho para no servir. Nadie más que él es capaz de realizar
M» obra de arte. Joe toma por testigo a un enfermo y lo convierte
n < su ayudante, un ayudante que no debe tocar nada. Le muestra la
finalidad de la máquina, que amenaza con partirse en dos. N o es mu-
t'liu lo que se precisa para eso, una falla en el mecanismo y toda la
Huma corre el riesgo de desmoronarse, arrastrando al hombre bajo
<il peso. Para hacer los agujeros es preciso aceitar la mecha, alimen-
IHi la. En este encuentro entre la mecha y la materia no pasa nada,
l-.hn materia es bella, frágil, no hay que maltratarla. Es como una
n(ivración, todo debe desarrollarse minuciosamente, en el momento
previsto, sin gestos bruscos. Con pasión, Joe crea el objeto idealmente
Inicuo (en una perspectiva de omnipotencia: yo, yo puedo, yo lo
liiiní). Esto le permite luchar contra la autodestrucción, que está
muy próxima, inducida por la exigencia de un superyó intratable (no
lugas, tú no puedes). Joe no ve ni oye lo que ocurre a su alrededor,
rnt.i volcado por entero en su asunto. Aparece Doudou, un poco celoso
lid ceremonia] establecido, ceremonial que convierte a Joe en el
verdadero dueño del lugar. Y a hay mucha gente alrededor de esta
iii.ii|uina y se aproxima Rudolf, el celador. Doudou está allí como un
pMorbo y por lo tanto va a enviarlo de nuevo a sus propios asuntos.
-No haces nada aquí, Doudou; ve a trabajar . . .
Esta es la chispa que enciende la hoguera.
Doudou, irritado en su orgullo de varón, interpela al celador en
'il virilidad y toma por testigo a la tierra entera de que siempre
(•i lia reducido a él, a Doudou, al estado de víctima. Es como si fuera
preciso vengar el honor frente a la mujer que soy yo. M e toma enton-
i mi por testigo de lo que hace el hospital, personificado en el celador.
Iuniste en que se sepa que es abominable. En efecto, siempre hay alguno
abominable, pero no es el caso de ese celador. Yo, confusa, no sé muy
lilfin dónde meterme y no entro verdaderamente en el juego. L e digo
.i I loudou que desarrollar todo eso le permite no trabajar. Agrego que
M enardeció en el instante preciso en que el celador le hacía
una observación. Joe interviene, con el ojo puesto en su máquin.i,
y dice:
— Vamos, Doudou. no te calientes así, estás muy excitado, Doudou
Nadie quiere molestarte, vamos, cálmate.
Palabras probablemente más justas que las mías, ron las que Doudou*
vuelve a su máquina. Pero yo permanezco allí, testigo de lo que le hunl
hecho, y esto le pesa todavía. A esta señora que está de visita i-«
preciso darle una función. Doudou prosigue con sus invectivas. Otm
enfermo que no se ocupa de nada ya no soporta visiblemente la tensión,
y se retira. A su regreso me eclipso, consciente del espectáculo quit
durante un instante se ha creado para rni mirada y mis oídos. Recorro
los otros talleres. Nada muy especial; me detengo en el taller de car*
pintiría y me intereso por el trabajo de uno de los enfermos. Son la|
1.1 y 30, la hora de la sopa. Llega el supervisor y me señala:
— Y a ve, bonito trabajo nos da usted, todo está revolucionado; y
bueno, así tiene que ser.
El celador Rudolf, con un aire un tanto decaído, desaminado, sr
aproxima y dice que no puede más. Los enfermos de hoy no son como
los de antes, el ambiente no es el mismo, ya no se lo trata con cortesía,
Comienzo a explicar el incidente del taller, su origen, esa observación
hecha ante un tercero.
— Pero no — responde el supervisor— todas las veces que hay alguien
de visita pasa lo mismo.
¿Se trata de una invitación para que no vuelva a poner los pie»
en el taller? Esa es la pregunta que me hago. En ese preciso momentoj
llega Doudou, muy calmo ya y al parecer muy al corriente de lo que
se estaba tratando:
— L a culpa no es de la señora, no, no; y además el señor Rudolf,
no hay mejor celador que él . . . Y tiene un aire como si además nos
dijera: “ Vamos, vamos, no tienen por qué discutir.” E xit Doudou. I
M e retiro caminando junto con el señor Rudolf; — N o es vida, ocho
horas por día con obreros que no hacen nada. M i mejor obrero no
fabrica nada. ¿Para qué me pagan? N o hay rendimiento y se precisa
rendimiento porque nos hemos convertido en una sociedad.
Le hago notar que el rendimiento es precisamente lo que no le
piden los médicos. Llevo ¡a conversación en el sentido del interés
“ terapéutico” que tiene para Joe hacer lo que hace y en cuanto a
Doudou, por Dios, no es malo, es un delirante. En todo lo que dice
r.o hay ninguna intención de herir realmente a nadie . , .
— L a nueva psiquiatría no es como la antigua —-dice Rudolf— ¡I
en la nueva uno tiene que pagar con su propio persona.
I ,i- faltan referencias para comprender su función, su función en
■ Iti circo al que lo lleva el enfermo. Se discute, el ambiente no es bueno.
V íi! final, para qué sirve pensar, pensar demasiado trae problemas.
Mire, tenga el caso de Roger. Ése es feliz: un pedazo de pan, sol,
■ Ntá contento.
Sí, pero Roger está internado; en cualquier caso es una felicidad
ilimitada.
Eso es cierto — coincide el celador.
Kn esa vida con el enfermo, el adulto está expuesto en el plano de la
Identificación. El señor Rudolf no desea convertirse en delirante, pero
11 esquizofrénico feliz, ¿quién sabe, no será ése un estado que lo tienta?
I.« cierto, él es celador, pero, ¿qué quiere decir eso? En cuanto a la
demanda o queja que me formulara, ¿no se trata acaso de un modo
80 tratar de ocupar también él ese lugar privilegiado que es el del
enfermo (lugar que se ve así cuando no está uno en é l)?
I'n efecto, “ todo es para los enfermos” ; ellos, los celadores, ¿en qué
«c irasforman en esta situación?
1 ¿Cómo vivir en el sistema hospitalario sin dejar en él la propia
(ilcl? Esta es la pregunta directa que me formula.
Y esa pregunta, ¿ no es acaso el problema de cada uno de nosotros,
■ liando nos arriesgamos a dejarnos interpelar por la locura?

I'.dmond, de 29 años, está en Ville-Evrard desde hace siete. Tras


Ingresar en pleno rapto esquizofrénico, se “ estabilizó” (es un “ hebe-
Imiico estructurado” ). Alto, delgado, con la mirada triste, me explica
nuc cuando se entra en el hospital psiquiátrico, allí se queda uno.
" l.o s que salen” son “ falsos enfermos” (los alcohólicos), el resto son
Incurables y enfermos de nacimiento. Están también los “ impotentes” .
, Kn qué categoría clasificarlo? Esa es la pregunta que en realidad
«i1 plantea. Y por otra parte, ¿pará que serviría? El mal está hecho.
¿Qué mal?
El de haberse dejado vivir en el hospital durante siete años. Uno no
ii' repone nunca de haberse adaptado a la resignación. L a “ curación”
musiste en eso, Pero el trabajo supone que uno se desea trabajando.
"Trabajar sin trabajar, desear sin desear, he aquí mi problema” , me
•lite. N o puede ir más lejos. Es preciso sobre todo que no se ponga
n pensar, porque no ve solución alguna.
Si la cabeza y las manos se ponen en acción, las partes sexuales
corren el riesgo de fatigarse. Por otra parte, ¿dónde están sus manos,
*iis pies? Siente que vacilan, que corren el peligro de desprenderse.
Su médula espinal es totalmente fláccida. N o tiene reflejos. Es un
cuerpo disociado el que ofrece a m i mirada, y me muestra con ello el
desorden que nace de su encuentro con un cuerpo que vive como
dividido. Desorden, si ese cuerpo debiera captarse como deseo. Por lo
tanto, Edmond elegirá permanecer fuera del tiempo, fuera de toda
captación del espacio; allí se encuentra al abrigo de las palabras, la)
suyas y las de los demás. L o que le ocurre, le había sido predicho desde
siempre.
"Eres fuerte y tonto, serás peón” , le repetía su padre.
— N i siquiera peón, no puedo — me dice Edmond.
Mediante la enfermedad, cree poder escapar al oráculo paterno,]
El asilo se convierte en refugio, lugar al que se quiere ir y que se desea
abandonar al mismo tiempo.
— La enfermedad remite, hay que esperar un tiempo suficiente .. . 1
Dice estas palabras sin ^ran convicción, como si se le escaparan. Un
único refrán vuelve a su cabeza: “ trabajar sin trabajar, desear sin
desear” . V' después, bruscamente, se pone a correr para escapar a una
orden. Una voz le dice: “ Enderézate, rápido, más rápido” . Esta voz es
la de su padre, son estas mismas órdenes las que en el regimiento!
lo fijaron en una estatua de piedra.
— M e dieron entonces de baja, por depresión sexual — me dice
Edmond con aire soñador.
“ Atornillado e insultado” , en estos términos puede resumirse su
educación. La familia lo rechaza: es necesario preservar a la hermana,
menor de su influencia morbosa. Edmond es “ el” enfermo de la familia!
y, como tal, debe irían tenérselo excluido.
Resignado, Edmond deambula como un autómata. El único pedido]
de ayuda se lee en la tristeza de su mirada. Con las palabras no quiere
saber nada. Edmond no tiene palabras a su disposición, por lo I l l e n o s !
las que le permitirían decir lo q u e siente. N o es más que un títere
desarticulado, que obedece mecánicamnte las órdenes que se han
convertido en las únicas leyes de su palabra.
Frente a un mundo que sentía como hostil, Edmond comenzó a
abandonar la lucha mucho antes de su internación, retirándose comon
sujeto de su palabra. Las palabras de las que se sirve son las palabras
de los otros, que expresan las ideas de los otros, de las que no se sien tai
para nada propietario. En sus quejas y en su resignación deja ver su
locura, la da a conocer, pero sin llegar no obstante a reconocer lo que
de él habla en ella. Una verdad lo atraviesa, pero Eúnond permanece
extraño a ella. Si nos conmueven su soledad y su tristeza es sobre todol
porque se trata de las nuestras.
Desde el lugar de tu exilio, ¿no es acaso el testigo de nuestro fracaso
en hacernos oír? Y toda palabra, ¿no remite acaso siempre a esa otra
palabra que nos callamos, constitutiva de nuestro aislamiento?
Martin, de 27 años ( “ hebefrénico” , convertido en “ catatónico”
tlrsde su internación a los 16 años;, es el eco en estado puro. Dibuja
»in cesar cabezas de mujer con dientes enormes. Y la madre lo devora
con los ojos.
— Pertenece a su madre — me dice el padre.
— Nunca ha sido como los otros — agrega la madre.
— Nunca se lo ha dejado ser como los otros — corrige el padre.
A los 14 años su madre lo acompañaba a la escuela, a pesar de su
i'posición, para protegerlo de la gente mala. Martín se sentía ridículo,
protestaba, pero ella r.o oía nunca lo que él decía.
— Hablaba poco — dice la madre.
— N o le quedaba lugar para hablar •—replica el padre— , tú hablas
todo el tiempo.
Indiferente, soberbia, la madre domina al marido, quien, aplastado,
aparece como en retirada. Las palabras de los demás no la afectan,
lilla sigue con su idea.
•—Es normal acompañarlo a la escuela a los 14 años cumplidos.
Y reinícia sus quejas: su Martín hablaba poco, tenía necesidad de
su protección.
Un día, sin embargo, cansado de no poder hacerse oír, Martín
r.omenzó a romper platos y a amenazar a su madre. El consabido
llamado a la policía le significó el asilo a los 16 años. Martín renuncia
definitivamente a toda palabra, puesto que su esfuerzo para modificar
su entorno con palabras ha resultado vano.
Se retira también de su cuerpo. “ Se hace encima” , murmura la
madre. Acurrucado, casi en posición fetal, Martín dibuja bocas de
m ujer. . .
Martín se ha instalado en la negación de toda agresividad interior,
negando todo lo que de él podría existir como pavor y como odio.
También rechaza el mundo exterior. Martín tiene por momentos la
apariencia de uno de esos grandes angelotes de las fuentes, pero con
las tiñas desmesuradamente largas y negras, con los dedos amarillos
de tanto fumar. Con la mirada maliciosa, espera que el tiempo pase,
indiferente a todo, Si la madre aparece, trata de mezclar sus piernas
con las de ella, acurrucado sobre su falda, le ofrece su cuerpo para
que goce. “ T e comería, cuánto te quiero, mi chiquito [...]■” A Martín
se lo invita, en la realidad, a llenar el vacío imaginario de la madre. En
la situación que así se ha creado, no puede ser un sujeto que habla.
Martín ha sido golpeado, desde muy joven, en su derecho a estar allí
(como sujeto autónomo). Su cuerpo, escindido en partes “ que no se
reconocían” vino precozmente a testimoniar lo extraño de su ser.
“ M artín es un niño grande” , es la frase que surge espontáneamente.
Evitemos situar los problemas en el marco al que suele denominarse
de la regresión. Aquí está en juego una cosa muy distinta. Martín, en'
el curso de su historia, fue construyéndose progresivamente un universo'
de invulnerabilidad 1 que afectó gravemente a la madre. L a explosión
de violencia del hijo y su intervención le permitieron invertir la sitúa*
ción: la madre se aseguró de allí en adelante para siempre la sumisión
de su niño.
Los poderes públicos y la policía, sin saberlo, y como debía espe­
rarse, le hicieron el juego a la familia, y la “ cura” vino a ocupar su
lugar en una perspectiva represiva {para el h ijo ), sancionando la
rebelión de Martín. Esta rebelión, recordémoslo, sobrevino en el acmé
de una crisis en la que, mediante la palabra, el adolescente no había
logrado hacerse oír. Sólo quedaba la violencia. ¿ Era preciso interpretar
como un acto homicida y suicida esa violencia, o bien era un intento
de hacerse reconocer como separado del otro? Martín no tenía otra
alternativa que elegir entre una dependencia total (y el abandono de
toda libertad) y la explosión de violencia que lo condujo a su
“ rechazo” de la familia y a su “ recuperación digestiva” por parte del
hospital. H a ido a ocupar en él un lugar, precisamente aquel que había
querido evitar en el momento de su rebelión.2
El hospital no ofrece ninguna otra elección que la de incrustarse
en él como enfermo crónico, al abrigo del mundo exterior, O volver

1 V éa se B. Bettelheirn, L a forteresse vide, G a llim a rd , 1969. [H a y edición


en españ ol: L a fo rta le za nacía, Barcelona, L a ia , 1973.] D . W . "Winnicott,
C on greso sobre la psicosis. París, 21 d e octubre d e 1967, núm ero especial
de R echerches, diciem bre de 1968.
2 D a v id C o o p er, en su lib ro P sychiatvie et A n ti-p s y c h ia trie , éd. du Seui¡|
1970 [h ay edición en español, op. c i t .], hace las observaciones siguientes a
p ropósito de casos an álogos: “ Podem os fo rm u la r esto en los térm inos sugeridos
p o r C la u d e Lévi-Strauss en Tristes T ra p iq u e s , 1955 [h ay edición en español:
T ristes T ró p ic o s , Buenos A ires, Eudeba, 1970]. « H a y sociedades qu e se tragan a
las personas, es d ecir sociedades de antropófagos, y sociedades qu e vom itan a las
personas — sociedades a n trop o ém ica s». Se ve, pues, una transición, p o r una
p arte, entre la m anera en que en la E d a d M e d ia la persona d el n iñ o era
tra ga d a p o r la com u n idad, un m o d o de aceptación asim ilante qu e se asem ejaba
a l canibalism o ritu a l q u e practican las sociedades prim itivas, en el cu al el
ritu a l le perm ite a las personas a cepta r lo in aceptable — en p a rticu la r la
m u erte— una transición q u e p o r la o tra p a rte tiene la sociedad m oderna antro-
p o ém ica qu e rechaza de sí a todos aquellos a quienes no pu ede o b lig a r a
a ceptar las reglas in gen iosam en te inventadas p o r su ju ego. Sobre esta base,
esta sociedad exclu ye los hechos, las teorías, las actitudes y las personas
— -personas de la clase q u e no conviene, de la raza que no conviene, d e la
escuela que no con vien e, d e la fa m ilia que no conviene, de la sexualidad que
n o conviene, de la m entalidad que no conviene. En el hospital psiquiátrico
tra dicion al de hoy, a pesar de qu e se proclam e el progreso, a pesar del pro-
M< In nada familiar, infierno del cual el paciente ha intentado precisa-
wrritc huir, señalando con su rebelión el desorden de! que era víctima
|»ide su primera infancia o desde su adolescencia.
La “ normalidad” de ciertas anamnesis corresponde a un período de
Satisfacción para la familia: el enfermo obraba y se expresaba en una
pnfpectiva que era la de sus progenitores. Mas en el momento en
j[Uc buscó abandonar el lugar de objeto pensado por la familia, en ese
momento ésta se queja de la existencia de problemas , 3 de la maldad
tli I sujeto. L o que se denomina “ comienzo de la enfermedad” carac-
Iniza en realidad la tentativa de autonomía del sujeto¡ esto es, su
Búsqueda desesperada para adquirir una identidad propia.

I’or haber “ perdido su identidad” en el momento en que intentaba


. "¡locería, Laurent (42 años), se vio llevado a la edad de 24 al hospital
psiquiátrico por la policía. Una tarde se puso a apilar los muebles
ilr la casa, y escribió en un cartel estas palabras: Busco mi identidad.
escena tuvo por primer efecto enloquecer a progenitores y
Im'dicos. “ Está loco” , le dijeron a la madre, “ va a matarla. Déjelo
mío en la casa, la ambulancia vendrá a buscarlo mañana por la
mañana” .
El desorden del mobiliario fue lo que Laurent tuso necesidad de
hueer ver. Una vez solo, ordenó los muebles y se ac ostó. N o obstante,
w encontró a la mañana siguiente en Sainte-Anne. A partir de aquel
illa pasó varias veres a las vías de hecho, con su madre, durante los
pn misos. Laurent se ha convertido en un enfermo crónico de los hospi­
tales psiquiátricos.
¿Esquizofrénico o histérico? Esta es la pregunta que se ha planteado
•Irsde hace tiempo. Los años pasados en el asilo han hecho de Laurent
Un “ hebefrénico catatónico” . Sus episodios delirantes buscan controlar
flf un modo mágico las diferentes partes de su cuerpo, dice que vela
■un su asistente, el doctor X , para percibir los efectos de la trasfor-
lii.n ión de sus órganos. Si controla los efectos, puede encontrarse al
«l>i igo de un perseguidor. Cuando sus mecanismos de defensa frar.iFnn
tr encuentra en peligro de ser aniquilado, a merced de sus funciones

Itrso del que se ja cta , la sociedad gan a p o r ambos lados y en los dos mundos.
A la persona a la que «v o m it a » su fa m ilia y la sociedad, la «tra g a s el hospital
r tmtonces se la d ig iere y se la m eiab oliza hasta que se le q u ita su existencia
ilr persona iden tífica b le. Esto, según pienso, debe ser considerado com o
violencia".
' Véase L a in g y Esterson. S a n ily , madness and the fa m ily . T a visto ck . [H a y
i lición en españ ol: C o rd u ra , lo c u ra y fa m ilia , M éx ico , Fon do de C u ltu ra
Económica, 1967.]
destructivas. Es siempre en el apogeo de sus crisis de culpabilidad
cuando Laurent designa el órgano interno que corre el peligro il>
destrucción o alienación. D e este modo remplaza por una alucinación
lo que el histérico hace hablar con su cuerpo.
D e la infancia de Laurent, la madre nada tiene que decirme. Todo
parece haber sido perfecto hasta un accidente de trabajo que ■
produjo a la edad de 23 años. A este accidente atribuye también
Laurent el origen de sus problemas. “ M e cayó un cable en la espaldi
y el profesor dijo que todo venía de allí” . Laurent no da nunca gn
opinión personal. N o tiene nada que decir, no es necesario sobre todo
que eso cambie. Quiere significar de una vez por todas que “ su pur.ttt
de vista personal” se ha perdido para siempre en Villc-Evrard. Allí 1■
pusieron, y allí está: “ hace 2 0 años que me he visto forzado por mí
bien a permanecer bajo el techo que eligió mi madre” , pero que no
se le pida, sobre todo, ninguna readaptación: “ Han querido readaM
tarme mediante la cestería, hay que ser tonto para que le guste a uno
el taller, a mí me gusta el reposo” . En otros momentos cuenta que lis
perdido la memoria, con lo que dice claramente que le es precisa
continuar viviendo como objeto. “ Son los médicos y mi madre quiensj
deciden y piensan por mí.” Como sujeto que experimenta deseo, l.au*
renta se ha anulado realmente, se ha elegido loco.
En su relación con el lenguaje ha conservado una palabra personal,
pero la usa para decir que no vale la pena usarla. ¿N o está acaso
establecido que son*los otros quienes deciden por él? Sus larga!
permanencias en el hospital psiquiátrico han hecho de Laurent un
hombre identificado con un psicótico. En el asilo ha encontrado lai
referencias de su identidad.
En ciertas formas de psicosis, el niño ha sido precozmente afectado
en su derecho a existir, y su lenguaje aparece empobrecido o ausente.
Cuando se pone de manifiesto un contenido persecutorio, la agresió*
de los progenitores se ejerce — por el contrario— sobre el hacer y el
decir: inspección del ano, cuerpo expuesto a las miradas médicas*
palabra sin cesar cuestionada y contradicha. Entonces el brote delirante
o la descompensación psicótica intervienen en forma más tardía, en
la adolescencia o hacia los 18-20 años. El varón se encuentra gene­
ralmente en crisis con el progenitor del mismo sexo, y pone en actos las
quejas maternas relativas a un padre excluido, escarnecido, un padrl
que ha defraudado (porque sean cuales fueren su mérito o su éxito
social, no puede sino defraudar a una madre que busca un deseo
insatisfecho). L a explosión de violencia que va a marcar al hijo com í
ser peligroso para sí mismo y para los demás, no es muy a menudo
más que la expresión de un terror negado con respecto al progenitor
‘ 1*1 mismo sexo, terror que lo conduce a una posición paranoide o a
lin episodio persecutorio; por cuyo hecho le resultará prohibida toda
elección heterosexual. Sólo se perturba el sistema de defensa tras el
■ uní se protegen estos sujetos cuando se llega a tocar la angustia
l'i’rsecutoria que los liga al progenitor patógeno, así como a la seve­
ridad superyoica. Si Laurent ha pasado sin transición del estadio de
hiño sobreprotegido «1 de obrero en rebelión, puede decirse que sólo
Mimo individuo peligroso ha encontrado finalmente un lugar de
elección en el deseo de una madre a la que todos los hombres
l'ifraudan. ¿Qué sería más normal sino que su hijo se convirtiese
en homicida, en cuanto a su destino con respecto a ella? “ M oriré
tm día por su mano” , le repite ella a quien quiera oírla.
— Que me den miedo, éste es el sentido de más de una de sus
nociones. Se trama un juego en el que su interrogación sobre la hora de
■n propia muerte está permanentemente en suspenso. Ella la hace
másente, de continuo: “ Sobre todo no vuelvan a enviarlo con permiso.
I tos doctores no se dan cuenta. Es aquí (en el asilo) donde está bien,
IIit-‘ se quede aquí.” Esta frase puede perfectamente querer también
uncir: “ Deseo recibir a mi hijo, pero observen lo que va a hacerme” .
! i única salida que este hijo tiene es, finalmente, la de hacerse el
muerto, ya que estar vivo equivaldría a m a ta r...

Marcel, de 19 años, está hospitalizado por cuarta vez. El punto de


partida de su enfermedad fue un fracaso escolar en el secundario.
!'rimero de su clase hasta esa fecha, fracasó en el examen de ingreso
it la Escuela Normal de Maestros, cumpliendo con ello una predicción
paterna: “ Este hijo de alcohólica [la madre lo es] no llegará a nada” .
Marcel, niño retraído y dulce, comienza a agredir a su padre, se torna
provocador. N o obstante, se siente mal y pide consultar a un psico-
imalista por “ su timidez . . Se lo niegan. Tres meses después a Marcel
li> salvan cuando está a punto de ahogarse.
— Es pura comedia — dice el padre.
Los padres lo soportan cada vez menos; Marcel termina por dormir
en el palier, hasta el día en que padre e hijo se pelean. L a madre teme
i|ue el padre mate al hijo y es éste quien es enviado a Sainte-Anne.
Allí se encierra en una actitud pasivamente hostil.
— N o ha pasado nada en absoluto — dice— me han obligado a venir.
Cuando lo veo, algunos años más tarde, está en vísperas de salir de
una nueva hospitalización. Se lo considera “ estabilizado” . Marcel no
liene nada que decirme. Aspira a “ reincorporarse” a su medio. T od o
va bien. Nunca se ha sentido deprimido. Su familia es comprensiva.
Que sobre todo no le exijan que piense. Durante su enfermedad ha
tenido ideas extrañas, pero no vale la pena hablar de ello. Más val)■
no recordar nada. Sonriente, cortés, Maree! me hace comprender qii»'
es m ejor detenerse allí.
Lo que no puede entrar en el decir de este joven es el odio familia*
en el cual se halla inmerso. N o hay palabras para describir el horrotj
del infierno por el cual pasó. Padre acusador y rígido, madre “ abatí*
dónica” que busca refugio en la bebida. Esta mujer se ha visiu
marcada por cuatro embarazos en menos de cuatro años y por tb
duelo no hecho de sus familiares (una hermana muerta en un Iav;t.
dero, la madre muerta de amargura y después, muerte del hermano
y del padre).
— Necesito que se me trate con amabilidad — dice.
Pero cuando la domina la bebida, emite palabras dementes, amcJ
naza amputarle el sexo a su marido, “ palabras que matan” , dice ést»<
— Eah. palabras — replica la madre— . T ú algún día te matarás dt
verdad. ¿Quién matará al otro? ¿El padre o el hijo?
Estos seres cargados de culpa, se enfrentan en el odio.
— U n hombre no encuentra lugar sobre la tierra — dice el padr{®
— N o me kan ayudado a ser madre — replica la mujer.
Marcel ha buscado refugio en defensas autistas. L a crisis ha sobre*,
venido en un momento en que el fracaso le había hecho perder toda
referencia sobre lo que era. Esta búsqueda de una imagen de sí mismo
se veía acompañada de un desmoronamiento de los valores éticos. Al
amenazar al padre, se golpeaba a sí mismo.
En el momento de separamos, el padre me hace esta confesión:
— Nuestro hijo va mejor, está resignado, totalmente resignado; asi
va por buen camino, es realmente fantástico.
Esta forma de resignación hecha de desesperanza es, por cierto, lo
que como analistas soportamos peor. En el delirio, el enfermo hace o!f
algo de su ser, aunque al debatirse en el fondo de esa rebelión no s# 1
reconozca en ella. En el estada en que se llama “ resignación” (léasí
“ curación” ) , se ha retirado del mundo de los vivos: — M i vida — mí
decía uno de ellos— ha pasado. Ahora ya no hay nada. Ahora estoy
curado, pero mi vida era antes. Y a no tengo necesidad de sufrir. Ht
sido. Ahora la cosa ha terminado, y está bien así.
E l “ resignado-curado” ya no es más un asistente. Es un condenad^
a vivir, ha fijado su libertad de una vez por todas, en los límite!!
mismos del asilo. N o tiene más deseos. Busca el estado de no-deseo!
Más allá de su discurso chato, frío, vacío, es la muerte (la nuestra) lo
que el psicótico nos hace presente. La locura, bajo su máscara mál
impenetrable, nos remite, entonces, a lo que en nosotros es alienable,
pero también a lo que en nosotros subsiste como nudo “ in-analizable’a
■ rite nudo el que nos preocupa, cuando nuestra interrogación se
ilu í|je al otro.

I h locura nos interpela en aquello que en nuestro ser se nos escapa.


I i.i mirada que se nos ofrece es también el reflejo de lo que en aquel
*ri mantenemos en suspenso, miseria que captamos, mirada que nos
llm 6 ver, y allí está el otro que huye, se vacía o se rebela ante lo
■Ur siente como un goce del cual se halla excluido. En ese vacío
ili’ palabras, bajo la mirada que lo envuelve, se siente objeto mani-
|iul.ido. Nosotros le “ robamos” su ser, y denuncia la violación que lo
trecha. “ L e he consentido una entrevista y me ha proporcionado
l'lm i'r, pero como con el alcohol, es preciso no abusar. U na segunda
•Hl revista sería la violación del sexo, de los ojos, de la boca, de las
"li jas. Es preciso que no se me fastidie más.” Desde el lugar de un
" iilicio Rene clama una verdad de la que se siente desposeído como
■nji to en el momento mismo en que la dice. “ El drama con la palabra
(Mide en que la palabra se queda en la boca. Cuando se habla, se
i|urda allí, no pasa.” A los 5 años, Rene visitó con su padre a su madre
inti rnada, y habría querido decir: “ N o la dejes allí, es demasiado
In i roroso” . Las palabras que le salieron fueron otras, y la madre murió
*111, loca. “L a enfermedad la fue apresando” , poco a poco. René, antes
ili* los 1 2 años, desarrolla un delirio místico idéntico al de su madre.
M.ís tarde, a su vez, va a fijarse en el asilo.
-Es preciso — me dice— hallar el placer como se puede. En Ville-
I vrard no le fastidia a uno la preocupación por vivir.
René se siente libre en el delirio o la pasión, pero el enfrentarse con
>I litro lo remite siempre a un lugar de puro objeto. Cuando se instaura
mi diálogo, introduce de modo repetitivo la exclusión. Cuando niño, lo
• ii lidió más la internación de su madre que la locura de ésta; a la
’ iliiil de 7 años había captado ya todo el horror de lo que más tarde
Humaría el lado “ destructivo de la bondad que cura” .
Ahora ha renunciado al deseo de ser, no quiere arriesgarse más a ser
alienable: alienado ya es. Su vida ha sido. Ahora se aísla más en el
lir io de un pedazo de sí mismo (ojo, voz, excremento). Desde este
luí;.ir se hace apoyo del otro, separado, en cuanto sujeto, de toda pa-
I ilira personal y de todo deseo.

I icques, de 39 años, está también en el asilo desde la edad de 18.


-No estoy hecho para afuera. En el hospital estoy bien. V iv o una
'lila de pequeño artista.
¿Su enfermedad?
— N o es enfermedad, son tonteras de chico que salieron mal. Ahora
está calmo, hasta está bien. N o hay nada ya.
L a madre, está de acuerdo. En Ville-Evrard está bien. Es la familia
la que lo trastornó, reconoce. Por otra parte, su marido está enfermOi
Y a no se sabe quién, si el hijo o el padre, comenzó a delirar primero.
L o que es seguro, es que el hijo se hizo cargo del delirio de filiación
del padre. L a madre me habla de su hijo en términos de posesión
-—M i madre se apropió de mi hijo. Había querido un hijo. Yo
se lo di.
Ahogado por la papilla, atosigado por distintos cuidados, Jacquei
reivindicó muy pronto la nada. Más allá de la satisfacción de su«
necesidades, apuntaba, por encima del otro, al campo de la ausencia.
D e este campo había podido surgir el deseo. Mas todo deseo se vio
aplastado bajo el efecto de una solicitud cuyo eje se hallaba única»
mente en la necesidad. En la adolescencia, Jacques se esforzó por
seguir los consejos de un profesor en lo concerniente a su orientación
profesional. Esto desagradó a la familia y, según parece, allí se sitúan
las primeras cóleras del padre. A los 16 años, Jacques es el padre loco
y permanece repartido entre la aspiración de salvar el mundo y la de
ser envenenado. Su desgracia consistió en que se lo sindicara como
loco. Desde entonces oscilará entre períodos de delirio (interrumpidos
por el tratamiento) y períodos de remisión.
L a enfermedad del hijo había sido prevista por la bisabuela materna,
aun antes de su llegada al mundo. De este modo, al nacer, Jacqueíl
vino a ocupar un lugar que le estaba reservado en el mito familiaffl
Según las mujeres, la línea de los varones está podrida. Está bien que
Jacques no tenga descendencia. Los momentos delirantes del padre
coinciden a menudo con la “ remisión” del hijo. N o es nada fácil en­
contrarlos “ bien” al mismo tiempo.
— Tengo hermanos desparejos que vienen de óvulos en cortocircuito
de mi madre — me explica el padre (en libertad).
— Y o era muy joven cuando me di cuenta del estado de mi padro
— comenta Jacques (internado).
En cuanto a la madre, aspira a que el hijo repose de por vida. Sólo
algunas rebeliones vienen a entrecortar el estado de no-deseo en qus
se ha instalado. Y en el momento de la rebelión, reclama la muerte.
— Cuando estoy excitado preciso 300 gotas de Largactyl por la
mañana, al mediodía y la tarde, y a medianoche el caldo de cicutai
— N o habría tenido que nacer — me dice la madre— ; la deseen*
dencia está podrida.
Marcada por la internación de su propio padre (afectado de pará­
lisis gen eral), la soledad de su madre y el odio de la abuela hacia loi
Imiribres de la familia, la madre de Jaeques está firmemente persua-
iliiln de que el destino no podía reservarle otra cosa que un marido
lllfcrmo. N o había previsto descendencia, la abuela no la quería. Sor­
prendida por su embarazo, no sitúa al hijo en una prolongación de sí
minina, sino que lo ofrece como objeto de reparación y consuelo a sus
i« i endientes. Jaeques, al nacer, no tenía futuro propio, su función
fue la de venir a expiar la falta de los hombres de la familia y al mismo
llrinpo encarnar su fin; se trataba de poner término a todo lo que
IMidiera crearse como cosa viva.

Pura la madre de Charles (31 años), internado desde los 20, la suerte
■«tuba echada aun antes de su llegada al mundo. Hijos no quería, “ no
ulaba previsto en el programa” . Había tomado un marido para tener
mi comercio, “ un retardado de 1 0 0 años que chicaneaba ya en el
vientre de su madre” . Guando Charles tenía 3 años, se enteró de que
tu esposo sufría de una antigua sífilis. Cortó toda relación sexual e
Itlxo de Charles su objeto de amor exclusivo. Y a que está condenado,
i lia va a consagrarle su vida (por más que los médicos le digan que
ir' equivoca, sólo ella conoce la ve rd a d ). El hijo, educado en el des­
precio al padre, se torna fóbico, y a los 2 0 años comienza su carrera
tln internado de los hospitales psiquiátricos. ¿Esquizofrenia o neurosis
luitérica? Esta es la pregunta que se plantea. A los 31 años, Charles
manifiesta un contenido psicótico: palabras que ha recogido en todos
In» rincones del asilo. Los locos más diversos hablan por su boca. Da
lii impresión de construir historias para permitirse el goce de una crisis
ilil angustia. Se ofrece, todo traspirado, a la mirada del otro, y los ojos
■Iiik irbitados, los pómulos salientes, la boca desdentada, son los ele-
mrntos del espectáculo que nos ofrece.
Detrás de esta máscara trágica, Charles nos permite ver y oír cosas
nuestras más que suyas: aquí son posibles todas las proyecciones.
La delgadez de Charles es inquietante, se alimenta proco y se acusa.
I iene la apariencia de hallarse en duelo por un objeto perdido y de
hitber perdido al mismo tiempo todo amor por sí mismo. Para la m i­
nuta del otro se quiere objeto de horror, sus autoacusaciones son en
" ¿ilidad acusaciones dirigidas contra su padre. N o puede asumir el
|«'Ko de los reproches (que, en realidad, son los de la m adre). En
I I plano de la identificación, Charles ha tenido dificultades. L a pre­
cinta sobre quién es (pregunta histérica) ha sido respondida, desgra-
i indamente, dentro del recinto del hospital psiquiátrico. “ Soy el
nquizofrénico del hospital” , me dijo. Para aplacar su angustia, se le
ilice que se toma por el loco que no es. N o asume, en cualquier caso,
ninguna palabra personal. Se “ pega” al rol que ha elegido. Está
dispuesto a morir del goce que le ofrece el otro a través de su ideulilh [
cación con una infinidad de cuerpos fragmentados . . .

Algo similar le ocurre a Laurent (cuyo caso hemos evocado antrl), I


También él ha recibido en el asilo la respuesta a la pregunta sobre m
identidad. M e ofrece “ un contenido psicótico” . Cuando le digo:
— Son las palabras de otros, juega usted a ser el loco que no w |
M e da esta respuesta:
— Pero si usted viene para eso, para gozar con lo que uno suelta f
¿Q ué quiere usted que yo le diga? Hablarle de mi abuelo, ¿es que y( I
le pido noticias sobre el suyo y sobre cómo hace usted el amor con MI I
marido? Entonces porque uno es un internado, le tocan timbres,
llevan de un lado al otro. Le cuento historias de locos. ¿Qué otret
cosas quiere usted que le cuente? N o le gusta a usted que le diga que n i
peligroso, que soy Hitler, Tarzán. No, ustedes quieren oír otra músiiw I
L o que quieren es “ lo íntimo” . Pero dígame, ¿con qué derecho? ¿Ni
es asqueante esto, este doble régimen, uno para los enfermos, el otft
para los médicos? Esa escribe, ésa escribe, ésa se hace la difícil. A mli
palabras de loco, la señorita no las quiere. Ella quiere cosas verdadera!
Muy bien, un consejo: no vuelva a verme,
Laurent (cf. pp.107-109) accesible a un psicoanálisis a los 20 añ(l
ya no lo es ciertamente a los 42- Su dignidad de hombré la ha ífllfe
quistado en el hospital psiquiátrico, rechazando el status de colonizara
L a consideración que reclama es el respeto a su “ locura” .
“ Las personas de bien han forjado el mito del mal” , nos dice Saitfl
en San Genet, comediante o mártir, “ de este modo, negativo j«v
esencia, el malo es un poseído cuyo destino, sea cual fuere, sed
siempre el de dañar, tiene la libertad de hacer mal; para él, lo peor (J
siempre seguro” .
En la historia de la psiquiatría, no se ha reconocido a la locura mil
que para desconocerla mejor. Fue necesario esperar hasta Freud par*
que se planteara la pregunta (siempre a b ierta): ¿cómo, en medi"
de una situación determinada, tornar desalienante la alienación? En
la pareja médico-enfermo, la pregunta sobre el sujeto de la alienad®
se plantea en el médico, y en la relación que se instituye van a ami
darse y desanudarse todas las alienaciones.4 De este modo, en la peti-
pectiva freudiana, al delirio se lo considera como un proceso restan
rador de curación. El médico no se preocupa tanto por “ cortat*
prematuramente una evolución delirante, sino más bien por con!»

4 M ic h e l Fou cau lt, H is to ire de la fo lie , Plon, 1961.


hlliti! en su apoyo . 5 A l curar “ psiquiátricamente” un delirio a los 18
¿no se corre el riesgo de fijar al enfermo en una carrera de
nt'fmo mental? Esta es la pregunta que a veces se siente uno tentado
•l« plantear.8
I I resignado-curado, fijado detrás de una máscara de indiferencia,
Urcc, efectivamente, interrogar al psiquiatra sobre lo que la medicina
C i Itecho de su ser. ¿Este estado de no-deseo que caracteriza a cierta
bilma de “ remisión” , no es, acaso, una respuesta que se da, en la forma
M i absurda, a nuestra angustia? A l sustraer a este resignado-curado
iln loda perspectiva conflictiva, ¿no le quitamos al mismo tiempo
imlii posibilidad de ser para otro? Y su “ bienestar” , ¿no aparece en­
tumes hecho a la medida de nuestro rechazo de la verdad?
El loco “ curado” que hace carrera en el asilo se asemeja mucho
i üll prisionero que hubiera renunciado a la fuga, pero que reclamara
NI) centinela para poder vivir y morir como pura negación.

|(l su estudio sobre las relaciones existentes entre el sueño y las


Milnmedades mentales, 7 Freud hace suyas las posiciones de Radestock,
i|iiirn describía la locura como la exageración de un fenómeno normal
v periódico: el sueño. Y agrega: “ La disociación de la personalidad
iiiie sueña, en la que nuestro propio saber se reparte entre dos sujetos
lie los cuales uno, el extraño, se supone que corregirá al verdadero yo
H 0 t], equivale enteramente a la división de la personalidad que
hallamos en la paranoia alucinatoria” .
Más adelante, al citar una vez más a Radestock, Freud llama la
•(«•lición del lector sobre dos puntos:
a) “ El fondo de los delirios es muy a menudo esa posesión preten­
dían de bienes y la realización imaginaria de deseos, y su no realización
wmtituye una de las causas psíquicas de la locura.”
b) “ Existe una nocturnal insanity. los sujetos son normales durante
(| ilia, pero por la noche presentan alucinaciones, accesos de furor.”
A lo largo de toda su obra, Freud muestra la posición conflictiva
tío! hombre en su relación con el deseo, así como el lugar que ocupa
► I poce en la organización de las neurosis y las psicosis. Nos recuerda
jiie existe, en el fondo de nosotros mismos, una división fundamental
>ii torno a la cual se estructura toda nuestra orientación en relación
fin el mundo del deseo.8

II Véanse los trabajos de R o n a ld D . L a in g y D a vid C o o p er, Ta vistock, 1964.


" Véanse los trabajos de la Ph ila d elp h ia A ssociation, Londres.
' Sigm und F reu d, L a in te rp reta ció n de los sueños.
11 listo es lo que L a c a n retom a cuando estudia “ el ob je to tal com o lo estruc-
ii'a la relación narcisista y das D in g en tanto que solam ente lo ro d ea la red
Más allá del deseo (sometido al principio de repetición) aparece h
cosa, de la que sólo podemos tener conocimiento por medio de la ley,

:
Esta cosa es el objeto bueno kleiniano, que en la fantasía puede muy II y
bien aparecer también como fundamentalmente malo. Y el sujeti
desarrolla sus síntomas porque no puede situarse en relación con ellos.
En la relación madre-hijo , 8 todo lo que guarda relación con las Jlfo*
ciones de dependencia y frustración, sólo es, en realidad, la manifes­
tación de la relación fundamental del sujeto con la cosa, y Freud no»
muestra que lo que para el principio del placer constituye el soberano
bien, el único, esto es, la madre, es igualmente un bien prohibida,
Recuerda cómo el incesto (madre-hijo) desempeña, en cuanto prohi
bición, un papel central en las neurosis y en las psicosis. E¡ incest
está vinculado a un orden, el que va a permitir la aparición de la
cultura (y por ende del lenguaje). Freud, al insistir sobre el Edipi
nos muestra que no puede articularse nada sobre la sexualidad en
hombre, si ésta no pasa por una ley de simbolización. Si, en el neul
tico, el conflicto de orden produce la represión y el compromiso, en
psicótico lo que se establece es un repudio ( V erw erfung). L o que
repudia de lo simbólico, reaparece en el mundo exterior (lo real) bajo
forma de alucinación. D e ello se deriva una especie de disgregación
en cadena denominada delirio.
Pero es en E l malestar en la cultura donde desarrolla Freud la idea
de que aquel que se lanza en el camino de un goce sin límites o sin
freno encuentra obrtáculos para su realización, como si en la base, 4B
la organización social, estuviese establecido que el goce es un M al.T
El discurso de Sade nos muestra cómo una vez franqueados cierto!
límites en la relación con el otro, el cuerpo del prójimo se fragmenta
"
de las pulsiones” . D as D in g es el o b je to p erd id o. L a ca n señala la importancia
de las ideas klcinianas “ según las cuales la sublim ación es una solución imagl*
naria de una necesidad de reparación sim bólica relativa al cuerpo de la m adlf
(sien do el cu erpo m ístico de la m adre lo que esta doctrin a pone en lu gar de U
c o s a )” . Sem inario 1959-1960.
9 La ca n * Sem inario 1959-1960.
10 L a ca n : “ E l g o ce es un m al. Es un m al porq u e im p lica el m al del prójimo*
L o q u e se plan tea co m o el verd a d ero problem a de m i am or, es la presencia djfc
esta m aldad profu n da qu e h abita en nupstro p ró jim o pero que, p o r o tia parir,
tam bién h abita en m í. P orqu e, ¿h a y a lgo que m e es más próx im o que Isr
corazón m ío que es e l d e mi goce* al que no m e a trevo a acercarm e? Porqul
desde que me acerco surge esa insondable agresividad ante la cual retrocedo,
esa agresividad que v u elvo contra m í m ismo y qu e va a eje rc e r su peso jMpJ
lu gar de la p ropia ley desaparecida, im p id ién d om e fran q u ea r cierta fron teft
en el lím ite de la cosa.” S em in ario 1959-1960.
11 La ca n , Sem inario 1959-1960. Estos temas han sido desarrollados por
La ca n en su Sem inario, consagrado a l p roblem a de la ética en el psicoa n álisfl
présteme usted la parte de su cuerpo que puede satisfacerme por un
listante y goce, si así le place, de la parte del mío que pueda serle
<i|ii adablc” . Es la articulación misma de lo que volvemos a hallar en
11 lantasía bajo la noción de objeto parcial. Sade nos muestra después
i|lir la víctima sobrevive siempre a todos los malos tratos que se le
Infligen, ya que la relación con el otro exige, para mantenerse,
i l carácter indestructible del otro. L o que aparece es la armadura de
defensas del sujeto que se inhibe de llegar al goce.
I'jn el dominio del Bien, lo que surge es que el bien se determina sólo
■ n función de poder privar de él al otro. En esta situación, el privador
iiparece en una función imaginaria como el otro imaginario que volve­
mos a encontrar en la etapa de la imagen especular.
Lo que se llama 12 defender su Bien, consiste en defendemos a nos-
ntros mismos de gozar de él. L a dimensión del bien es, por consiguiente,
l'i que se levanta como defensa en el camino del deseo.
,¡Qué es, entonces, el deseo?
La demanda, debido a que se articula con el significante, es siempre
ileraanda de otra cosa, y el deseo aparece como soporte de lo que
i|iiiere decir la demanda más allá de lo que formula.
I.a realización del deseo no se entrevé más que en una perspectiva
tle juicio final, 13 como lo muestran la experiencia analítica y el límite
ton que tropieza en el punto en que se plantea la problemática del
deseo.
El drama humano (del deseo vinculado a la ley y a la castración),
i uando 110 puede representarse a nivel simbólico, se produce en lo real
■il nivel de las amenazas o de las órdenes de muerte o de asesinato.
Ksto es lo que aparece abierto en el discurso psicótico.
En la psicosis, la posición conflictiva del hombre en relación con ei
deseo se traduce en los efectos de horror y prohibición con que
ie enfrenta el paciente si asume el riesgo de ser deseante. El incesto
y los “ desbordes sexuales” forman parte integrante del cortejo mítico
que traen los pacientes. Dicen haber roto una prohibición o haber sido
obligados a violarla, y al horror que viven lo traducen en un espec­
táculo cuyo objetivo es afectarnos. Su angustia se evidencia en su
postura, en las palabras que trasmiten, palabras desprovistas de toda
emoción y que no se inscriben en ningún movimiento de significación.
L a posición del psicótico frente al deseo guarda cierta relación con
el modo en que es llamado a ocupar una función en la constelación
familiar, y ya hemos demostrado el papel que desempeña en la diná­

12 Lacan, S em in ario 1959-1960.


>3 Ib td .
mica familiar esa ocupación de un lugar: “ basta con un loco” que
expíe para preservar el equilibrio del conjunto de los hermanos y de
los progenitores. En los casos que aquí se examinan, vemos que si bien
es el enfermo quien se instala en el no-deseo, ello corrsponde en
realidad a la aspiración profunda de su familia.
Si Jacques (internado) tiene un padre delirante (en libertad),
Laurent conquista en el asilo su libertad de hombre; tiene (al igual
que los otros) una /unción en el mito familiar. Las familias (por lo
general los progenitores de los catatónicos) vienen al asilo para llorar
a sus “ muertos en vida” y declamar su pena, o bien expresan (los
progenitores de los paranoides), en su negativa a venir, que han hecho]
el duelo de su hijo vivo. En todos los casos, tener uno en el asilo va a
permitirle vivir al resto de la familia. El diagnóstico médico es lo que
le da al sujeto su consagración de enfermo mental (cada paciente
conoce el diagnóstico que se 1c ha adjudicado), su calidad de ser
peligroso, impuro y prohibido. (¿ N o sería posible extirparle los tes­
tículos?, pregunta una madre; la línea de ios varones está podrida,
dice otra.) Se “ tiene” la herencia o “ no se la tiene” . L a falta está en
el ascendiente (cuya tara se expía) o en el sujeto (que expía sus
vicios). El hospital y el aparato médico en su conjunto son utilizados'
por la familia en una perspectiva “ mágica” ; es un maleficio que va
a conjurarse. En realidad, al paciente se lo somete a ceremonias
de purificación con el fin de apartar de él toda violencia futuraj
(Así ha ocurrido qiié Laurent fuera llevado al asilo a pesar de que la
crisis había pasado.) Se construye una teoría para “ preservar” a uno
de los miembros de la familia (Edmond) o a uno de los progenitores
(M arcel) de la muerte o del peligro del contagio.
Freud ha abordado estos temas en Tótem y tabú, donde esclarece
la correlación existente entre los ceremoniales primitivos y las enfer- I
medades mentales. En ambos casos se instaura un sistema, cuyo objeto
es alejar venganzas y castigos. Freud destaca a este respecto que si el
salvaje mata al rey cuando la naturaleza lo decepciona, es el mismo
mecanismo el que reproduce el paranoico cuando hace responsable
a su perseguidor (promovido a la jerarquía de un padre) de las
desgracias imaginarias que le acontecen.
Con referencia a estas posiciones, los psiquiatras ingleses Laing y
Cooper han propuesto un sistema muy particular de “ cura” de los
psicóticos: en oposición a la psiquiatría clásica reclaman lugares en los
que podría permitirse al enfermo llevar a buen término su delirio con
la ayuda del médico como apoyo y “ guía” de su locura; y esto supone
que el médico pueda aceptar en sí mismo los movimientos de tipo
tabú, cargados de horror y de angustia, expresados en el delirante, y
Imt'da ocupar un lugar en el proceso (ocupar un lugar significa aquí
i[ cptar que el delirio del otro desempeña para él, el médico, el pape!
ili revelador de lo que rechaza en sí m ism o). Si en las tribus primitivas
ri el chamán quien le proporciona al paciente el mito, otorgándole
iiii el sistema de referencia que ha perdido, en el psicoanálisis es el
Analizando quien lo elabora progresivamente. Tanto si al mito
>'• lo recibe como si se lo produce, a través de él el paciente debe
manejarse con una estructura y con los efectos que en él produce toda
i .irencia de significante. El que cura (chamán o médico) forma parte
integrante de la escena, interviene en el drama que se representa.
IIrente a los tenias delirantes que propone el paciente, el médico puede
ncupar un lugar en el delirio (al aceptar convertirse en su apoyo
lince posible una “ desalienación” ) o bien, como el chamán, puede
proponer otro mito; mas para que el mito tenga valor curativo es
preciso que haya participación en el universo psicótico. En la relación
con el psicótico, “ el que cura” se sustrae por lo general a la trasferencia
( es decir, a todo lo que el paciente trasmite y que tiene que ver con la
muerte, con el sexo y con el cuerpo). El medicamento está allí para
proteger al médico, es la respuesta que ofrece al síntoma; así puede
ignorar lo que en el otro trata de hablar (y que 110 es otra cosa que
el retorno de lo reprimido en nosotros).
En el asilo todos los terapeutas, quiéranlo o no, forman parte inte­
grante de un sistema que ha aislado al loco (como en el medioevo se
trataba de aislar la lepra o el vicio). El enfermo mental que reposa
“ bajo el techo que la familia le ha elegido” reproduce allí su drama, es
decir su modo de situarse con respecto a los objetos ‘buenos” y“ malos” ,
su modo de vivir su división, su fragmentación, su exclusión, con las
personas que lo rodean. L a sociedad paga para mantener alejado
de los suyos al “ enfermo mental” ; éste crea como respuesta un universo
de exclusión en el que dice hallarse bien. A llí vive “ la felicidad de un
fugaz instante” , felicidad que para nosotros sabe a muerte.
Volvamos una vez más al estudio de los problemas que quedaron en
iiinpenso en el capítulo 4, problemas que se refieren a la relación
lmtástica que mantiene el “ paciente” con la institución psicoanalítica
o n:n la institución social, e intentemos aprehender lo que subsiste
"uno un interrogante en el corazón mismo de la fantasía, interrogante
ipii- sufre los efectos de las inversiones dialécticas producidas en el
furso de una cura, y que se tornan posibles cuando se insiste no tanto
l>U el objeto (im aginario) del deseo, sino en el significante del deseo
(en sus avatares).
Abordaré después el relato de una “ cura” (de una anoréxica),
"i ura” que en ciertos aspectos se asemeja extrañamente a una expe­
riencia que podría denominarse antipsiquiátrica.

A, IN S T IT U C IO N E S Y ANSIEDADES PSICO TICAS

t lliott Jaques 1 ha mostrado, a través del análisis de materiales clínicos,


ilno las instituciones son utilizadas, por todos los que en ellas parti-
■ i|ian, como defensa contra el surgimiento de ansiedades paranoides
v depresivas (descritas, por otra parte, por Melanie K le in ). Las mani-
11*litaciones de irrealidad, de splitting, de hostilidad, de suspicacia, son
ili'splazadas o proyectadas por cada individuo en diferentes engranajes
d(l la organización institucional. L a institución no se tom a por esto,
|iiicótica, pero se crea en ella un campo patológico, reflejo de la perso­
nalidad de los individuos que la componen, del mismo modo que los
individuos son el reflejo o el producto del sistema alienante en el que
ir hallan aprisionados.

1 E11:o t Jaques, “ Social systrms as a d efen ce against persecutor/ and depres-


llvtf íinxiety*’ , en N e w c iite d io n s in psychoanalysis ¡ T a visto ck , 1955.
Según José Bleger,2 el individuo integra en su inconsciente la injffl
tución como un esquema corporal, busca en la institución un soporli,
un apoyo, una inserción social, es decir una clave de su identidad, um
respuesta a la pregunta sobre lo que es. Cuanto más inmadura es l.i
personalidad, más se incorpora a la institución, a la que vive como
parte de sí misma. El hecho de que la institución tenga su vida propia
no impide que los individuos proyecten en ella su propia realidad (■
través del marco de su fantasía) y que cristalicen así en ella mecíW
nismos de defensa contra las ansiedades psicóticas, actuando procesu»
de reparación.
N o siempre resulta fácil discriminar entre lo que corresponde a.
un sistema social alienante y lo que, en esa alienación, busca d
individuo como protección contra la angustia. Bleger insiste sobre
el modo en que los individuos alienados, sometidos a institucioni >
alienadas, refuerzan, en un circuito de resistencia al cambio, la pato­
logía del campo institucional en el que se hallan inmersos. L a ind
titución coercitiva y represiva sería así concebida a imagen de lut
fuerzas represivas que están presentes en cada uno de nosotros: ■
este nive!, la institución se emparenta con el grupo prim ario, en o]
que predominan las identificaciones proyectivas masivas, y su fun­
cionamiento es el de la institución familiar.
L a institución parece ofrecerle de este modo al hombre las posi­
bilidades o bien de *in enriquecimiento personal, o bien del empo­
brecimiento más radical.
Lo que se denomina adaptación, subraya también Bleger, es
hecho de someterse a una estereotipia institucional.3 Esta estereoti*
pia, que constituye la marca de la mayoría de las instituciones, f l
lo que torna posible una estructura altamente jerarquizada, en la quti
van disminuyendo las relaciones interpersonales hasta que se llega I
diversas formas de hospitalismo en las que el individuo pierde tod»
palabra personal (ya que a la palabra, por un acuerdo tácito, se l.i
concibe como un privilegio jerárquico y por ende la institución
se la niega de entrada al enferm o).

2 José B leger, P s ico h ig ie n e y p sicología in s titu cion a l, Buenos A ires, PaidóC


1967.
3 B leger o pon e lo que den om in a g ru p o p rim a rio (e n el que existe una am
bigü edad de roles y d e status) a i g ru p o estereotipado (e n el q u e se instali
co m o fo rm ación re a c tiv a un form ulism o qu e conduce a una fa lta de cat
m u n ica ció n ).
Las instituciones, según B leger, tienden a m od ela r a sus m iem bros en Ullá
especie de estereotipia contagiosa, lo qu e lleva a un em pob recim ien to de l;u
relacion es interpersonales.
Imprimirle movilidad a la organización de una institución es pro-
| " .1■' la liberación de las angustias psicóticas que se encuentran en
plln Bleger ilustra esta observación señalando cómo el paciente mues-
li i una resistencia al cambio, como si buscara fronteras rígidas para
fMitroiar mejor lo que en él pone en peligro el dinamismo y el mo­
limiento de un mundo que cambia.
De este modo., el asilo refleja en su organización la alienación de
Hm pacientes; pacientes a los que por otra parte cabe considerar (jun­
tamente con los delincuentes) como los síntomas de una sociedad
|ipi turbada. Entonces aparecen las instituciones, tan pronto como
•Irpositarias de las proyecciones y angustias psicóticas de sus miem-
FIDS, tan pronto como los instrumentos represivos de una sociedad
WHregadora.
, Pertenece el hombre a la institución o la institución al hombre?
I «le es el problema que plantea Bleger, quien denuncia a la vez
MI1' mito psicológico (sostén de la psiquiatría) que hace del hombre
mi ser aislado desde su nacimiento, llamado a conquistar gradual­
mente su relación con el mundo exterior, siendo entonces considerada
li integración en una institución social como el paso logrado del ser
■mlvaje” al ser “ social" (paso que se supondría que el alienado no
lili dado, por cuyo motivo se elige una institución que lo “ reeduque” ) .

II, EL ESTADIO DEL ESPE JO 4

I Aran abordó este mismo tipo de problemas desde 1930 proponiendo


un estudio estructural (con el que se situaría el problema a un nivel
Malmente distinto de aquel en que lo encierra la sociología), Plan-
Ifft como un hecho de estructura la entrada de la criatura humana
■Éde su nacimiento en un sistema simbólico, el del lenguaje. E l
niño, entonces, se ve influido por los efectos de este lenguaje que
In rodea (a veces desde antes de su nacimiento, sin que por ello sea
"irnos decisivo para su destino, como lo ha mostrado Freud en E l
lumbre de las ratas). La cuestión, aquí, no es tanto el paso de una
iinpa individual a una etapa a la que se denomina social, sino el
pncuentro del sujeto con un orden simbólico.
Recordemos que Lacan vincula el primer momento de la instau-
■ ición de una estructura con la fa s e d e l e s p e j o ; 5 por lo tanto, nos

* Lacan, en É crits. [H a y edic. en esp ,: E scritos, M é x ic o , S iglo x x i, 2 vols.


I'l? l y 197(> respectivam ente.]
8 Lacan muestra cóm o en la etapa del estadio del espejo, se produ ce un
tutlieniTO del cuerpo del niño y del cu erpo del o tro (la m adre que lo m ir a ).
I i imagen dé! otro va. a garantizarle la realidad de su cuerpo entero e inde­
encontramos aquí aproximadamente con el final de la etapa f l
indiferenciación primitiva de Bleger: en este punto es donde punli
captarse la separación que se produce entre lo imaginario y lo w'ffl
bólico.
Retomando las observaciones de YVallon sobre la conducta de llt
niños de 4 a 5 meses cuando se encuentran en presencia de un
espejo (el niño cree encontrarse al mismo tiempo donde se sicnl
estar y donde se ve en el espejo), Lacan muestra cómo el júbilo iW
niño ante la aparición de su imagen está ligada a una identificaciótii
es decir, marca una “ transformación producida en el sujeto cuan®
asume una imagen” . Esta identificación es alienación en la medidl
en que la captación en la imagen no corresponde todavía al ser n'íl
del niño, que sigue condenado a la dependencia con respecto ti
adulto y a la impotencia motriz.
En este momento hace surgir Lacan de la instancia im agin a»
del yo [moi], un yo [Je], y estudia la relación que mantiene este y»
[Je] con una imagen exterior a él. Las identificaciones imaginar^
pertenecen al yo [m oi]. El yo [Je] se constituye en relación con ut
verdad de orden simbólico; y Lacan muestra cómo la identificad®
especular misma (ausente en la psicosis) sólo tiene lugar si Ullí
palabra le ha posibilitado al sujeto el reconocimiento de su imagefl
Así, pues, se requiere un trasfondo simbólico, sin el cual el oriln
imaginario, debido a la irrupción de una imagen de sí, introdu#
una apertura. A l otro (al tercero semejante) que entra así en el jucji*.
el sujeto lo reconoce al mismo tiempo que a sí mismo, y este reconqffl
miento imposible es el que signa el hecho psicótico en el que el sujeli-
no puede hacer otra cosa que permanecer en la alternativa: o I»
presencia o la desaparición de una u otra; es decir o la vida I
la muerte.
A l término de la identificación imaginaria encontramos, pues, Mi
yo [m oi] alienado en la imagen de otro y (distinto del sujeto) pin

pendiente. L o q u e le p erm ite al niño este recon ocim ien to de su cu erpo distifll#
del cu erpo d el o tro “ es ese m o vim ien to en qu e el niño se vu elve hacia quiri
lo sostiene para buscar su asentim iento” (S e m in a rio del 28 de noviem bre d*
1 9 6 2 ). E l n iñ o va, pues, a recon ocer en el yo [e g o ] especular (ca rg a d o por I*
lib id o m a tern a ) su yo [m o i] id ea l (o b je to del narcisismo p r im a rio ).
En el psicótico, la situación es totalm ente d ife ren te: “ L o que el esprfi1
le d ev u e lve in defin ida m en te, es él en cuanto que «lu g a r de la ca stra ció n », y#
esta im agen no puede h acer o tra cosa qu e huirle de m odo tam bién indefinido
L o qu e se re fle ja en el espejo en cuanto qu e ego especular (convirtién dose II
o tr o en agen te de ca stra ció n ) le cierra para siem pre al psicótico toda posilu
lidad y toda v ía de id en tifica ció n ( . . . ) . T o d a relación im agin aria con (I
o tro, p o r más qu e se apoye en el ego especular, se torna im p osib le.” (Pien
A u la g n ie r, L a psychanalyse, ii9 8 ) ,
■ l IN S TITU C IÓ N CO M O REFUGIO CONTRA LA A NG USTIA ¡2 5

iinli i del objeto parcial (de este último nos ocuparemos en el aná-
■ tilt I , L a función simbólica es la que va a crear las condiciones
■nlanias de una posibilidad de palabra y de acceso del sujeto al yo
■ />'] de una verdad.
I Lii instauración de estas nociones separa el hecho sociológico de la
B«|)tación estructural del problema; y en una institución son hechos
M í rstructura los que encontramos, ya que los individuos se encuen-
I |i in continuamente atrapados por vínculos imaginarios que condu-
41 n ya sea a la violencia o a la parálisis del campo patológico en el
R||iii< tienen lugar las tensiones.

( I.A IN D IF E R E N C IA C IÓ N P R IM IT IV A DE BLEGER,0 LO IM AG INARIO Y


1.0 SIMBÓLICO

•(domemos nuestro tema a partir de las referencias que acabamos


(!'■ exponer. El estudio del campo patológico (en la institución psi-
m.inalítica o social) ha llevado a Bleger a describir bajo el nombre
lli' relación simbiótica lo que, según él, se establece a partir de las
formas de identificación más primitivas. Cuando Bleger evoca este
rilado de indiferenciación primitiva, presente a veces en cierto tipo
•I'1 trasferencia, pone el acento sobre lo que Lacan describe como
perteneciente de modo específico a la pura dimensión imaginaria.
lin realidad, la indiferenciación en la que el sujeto se encuentra
linilamente con su objeto significa — según Lacan— para el sujeto:
intento de reconquistarse a través de la representación del objeto
imdido .7 Porque, después de la pérdida del objeto, lo que io susti-
Miye es una imagen. En el curso de su vida, el individuo tiene que
vérselas con sustitutos de imágenes. En consecuencia, el sujeto está
un relación no tanto con un objeto sino con el signo de su pérdida,
tic su huella. Lu que se recarga (nos lo recuerda Freud en La inler-
pretmión de tos sueños), no son más que huellas: en estas huellas
vírne a alojarse el deseo, en ellas imprime su marca.
Lo que Blejer ha descrito como mecanismos de defensa (y proyec­
ción) que aparecen en la trasferencia llamada simbiótica, se halla
' ii estrecha relación Con el modo en que el sujeto (en la etapa del
i'l'o especular) trata de aclarar su deseo. En la medida en que el yo
[ego] especular vacila, busca en su semejante una imagen de suplencia
Ideal, con todo lo que esto significa de respuesta agresiva cuando la

tí B leger, Sim biosis y am bigüedad , Buenos A ires, Paidós, 1967.


7 Véase el capitulo 4 de este libro.
relación con el otro se sitúa solamente en la estructura imaginar¡(|
Los fenómenos de defensa que así se producen forman el cuadro qnf
va de la histeria a! autismo, pasando por la obsesión, la hipocon*
dría, etc. Lo que fracasa a! nivel del deseo es el acceso a toda forni»
de simbolización.
En esta relación simbiótica se halla en juego algo que pertenecí
al orden del proceso primario y que indica la presencia del dése»,
L a situación de ambigüedad que se instala es una situación de par.i
sitismo que lleva, a dos personas a ya no poder dejarse pero a la Vff
a no entenderse. Si se separan están perdidas; una tiene necesidad
de la otra y no le perdona el sentir esa necesidad.

D. L A GRATIFICACIÓN OCEANICA Y EL S IG N IFIC A N TE

Si bien es cierto que los analistas deben su interés por el estudio tln
los casos graves de psicosis a las investigaciones de M elanie Klein
sobre las etapas más precoces del desarrollo infantil, es cierto tam­
bién que los problemas técnicos planteados por la cura han aparecido
de modo diferente en los casos en que ésta es ambulatoria y en Ion
casos de hospitalización.
Searles8 expone de qué manera, en una institución, el terapeuta
puede verse llevado a participar en el universo psicótico del enfer­
mo, a tal punto de Mentirse amenazado en su propia identidad. Acon­
seja ofrecer al “ enfermo” una gratificación oceánica, a la que otroi
han llamado (en son de crítica) el gran baño ferencziano.9 Se tratu
de compartir, en la angustia, la soledad subjetiva del paciente, hasta
el punto de regresar con él a una dependencia mutua a la que sr
denomina simbiótica, dependencia que según se plantea no ha podido
desarrollarse hasta su desenlace en las relaciones arcaicas con una
madre amada-odiada, a la que se vivía como peligrosa.
Esta posición de Searles, si bien tiene el mérito de sustraer al ana­
lista de la actitud psiquiátrica (oposición entre un terapeuta “ sano"
y un paciente “ enfermo” ), adolece no obstante de una falta de
rigor en su articulación teórica. Una cosa es ser interpelado por la
“ locura” del otro, y otra diferente hacer de la “ locura” del otro
la única guía en una situación necesariamente dual, sin posibili­
dad de apertura hacia una articulación simbólica, precisamente cuan-

s Harold F. Searles, T h e nonhum an e-nvironm ent , Int. Univ. Press, 1960 ¡


C o lle c te d papers on schizop hren ia and rela ted subjeets, Int. Univ. Press, 1965,
[H ay edición en español: C o n flic to p sicótico y realid ad, Buenos Aires, Proteo.]
9 Edith Jacobson, P s y ch ó tic con flicts and rea lity, Int. U niv. Press, 1967,
H i i sólo ésta podría llevar al enfermo a salir del atolladero en que
■juntamente con el otro) se halla atrapado.
Ks importante precisar estas nociones, tanto si sé trata de orientar
l'llliii cura individual, como de establecer una organización institu-
ilonal (cuando lo que se busca es circunscribir sus efectos alienantes,
I* decir al efecto alienante de una pura situación imaginaria).
Searles intenta restablecer de modo correctivo, en la institución,
mil especie de “ buenas” relaciones entre padres e hijos, sin preocu-
jlni'ae por lo que se halla en juego en un deseo psicótico que, bajo
I ¡u forma más destructiva, llega, en lo que Freud ha definido como
regresión tópica, a la alucinación.
Kl estudio más profundo de la fantasía (según los criterios laca-
11i.inos} nos muestra que la aparición de ésta exige en realidad dos
niveles de funcionamiento del deseo. Es útil precisar estas nociones
(ii'tque guardan una estrecha relación con el escucha que es preciso
introducir frente a la demanda formulada por el paciente.
Si se responde a la demanda al nivel más ingenuo, se corre el
ili’sgo de desconocer lo que, en el orden del deseo, se empeña por
li,icerse reconocer, y se reproduce así el tipo de respuesta materna
l|Ue ha sido responsable de lo que en el sujeto imposibilita todo
Receso al deseo. N o es posible confundir impunemente, es decir sin
producir efectos lamentables, los significantes de la demanda y el
tfijeto hacia el que la demanda parece orientarse. Porque el lugar
ile este objeto en la fantasía funciona (ya lo veremos) como señuelo,
al nivel del deseo secundario. L o que es preciso sacar a luz en un
análisis es una pregunta que está presente en la fantasía pero que,
para precisarse, requiere que se mantenga cierta apertura. Una res­
puesta demasiado rápida a la demanda ahoga lo que hay de deseo
ni ella.

E, L A D EM ANDA, E L DESEO Y E L OBJETO EN LA F A N T A S ÍA

I )e este modo, la instauración de la fantasía exige dos niveles de


funcionamiento del deseo.
En la primera etapa, la del llamado, el sujeto se eclipsa detrás
ele la representación del objeto: es allí donde se sitúan las articula­
ciones primeras de la demanda, ligadas a las heridas recibidas por
el narcisismo primario.
Pero el sujeto se encuentra ya allí en si camino de las huellas pri­
mitivas, buscando desesperadamente un objeto que nunca logra
alcanzar porque de lo que se trata es del momento originario co»m
tal, momento que apunta a la fusión del ser y de la cosa.
A partir de la represión prim itiva del deseo, el objeto se fija crt
una fantasía: el sujeto se encuentra en ese momento frente a un
objeto sustituto involucrado en el significante de las primeras deman­
das. Lo que surge entonces es la instauración de deseos secundarios,
el sujeto, creyendo realizar su deseo, se encuentra atrapado por un»
imagen ilusoria, porque aquello con lo que trata no es más que una
trasmutación significante en la búsqueda del objeto perdido. Y eso
es lo que lleva al neurótico a confundir incesantemente los signiji-
cantes de la demanda con el objeto al que esa demanda paree»
apuntar.
En el funcionamiento imaginario, el objeto sustituto indica en re­
alidad una falta, la falta primaria del deseo primario. En cuanto
tal, es doblemente deseado.
El lugar del objeto en la fantasía funciona como señuelo, al nivel
del deseo secundario. De este modo, el deseo es llamado a fraccio*.
narse sin cesar, y cuando el objeto de la demanda se satisface, se
opera una detención en el movimiento del sujeto; la fantasía surge
en el instante en que desaparece el deseo, para volver a poner al
sujeto en el camino del deseo del objeto sustituto.
El sujeto marcado por el significante se encuentra al mismo tiempo
separado y encadenado al objeto de la fantasía; en su búsqueda
engañosa se ve llevdtlo a poner en el otro el objeto de la fantasía,
haciendo del otro el sostén y el apoyo de una carencia fundamental.
Es en el lugar del otro que el sujeto en análisis articula el “ ¿Qué
es lo que quieres de mí?” , que se trasforma en un “ ¿Qué es lo que
quiero?” . Estas preguntas del inconsciente son precisamente las que
recubren los significantes primeros del deseo. Esto es lo que un aná­
lisis debe llegar a develar y sólo .puede llegar a hacerlo a través de|
ese largo camino del discurso insensato.

F. CU RA DE LOS PSICÓ TICO S Y REFERENCIAS ESTR U C TU R ALE S

Como ya hemos visto, el problema, para el psicótico, se sitúa en el


acceso imposible al deseo. La respuesta del Otro lo ha remitido a no
poderse sostener más que a nivel de la demanda. Es ésta la que, en la
cura, se plantea con insistencia repetitiva desde el comienzo. La elec­
ción que se le ofrece al analista es la de, por una parte, desempeñar
el papel de la “ madre buena” sofocando mediante criterios norma­
tivos o caritativos todo lo que en el otro ha quedado fijado en una
Impasse (a menos que nunca haya podido distinguir lo que, en su
Humado, pertenecía al registro de la demanda, de la necesidad o del
( l» M O ) .
ha otra elección que se le ofrece al analista es la de sustraerse a
U fascinación imaginaria que ejerce en él la locura del otro, y llegar
Jmr medio de la palabra (situándose en un cierto lugar del discurso
sintomático) a lo que los efectos de sentido puedan representar como
nunca significante, en un recuestionamiento de la posición del sujeto.
Pero es en el encuadre de la institución (psicoanalítica o social)
■lotide va a ejecutarse la compulsión de repetición perfecta10 que
11<me de manifiesto lo que Bleger llama la indiferenciación primitiva
itn las etapas más precoces de la organización de la personalidad.
El encuadre, depositario del mundo fantástico del paciente, debe
innvertirse, pues, en objeto de análisis, para permitir que se desaten
I"» vínculos “ psicóticos" establecidos por el paciente con la institu­
ción psicoanalítica o social. El análisis del encuadre consiste en
■("velar lo que, en la imagen del cuerpo del paciente, ha permane-
i ido fragmentado. Esta operación de develarniento, cargada de an­
gustia, sólo es posible en una situación en la que el encuadre de la
institución psicoanalítica (o social) conserva su carácter permanente,
nn ambiguo. L a inercia del encuadre institucional interviene enton­
ces como protección contra la angustia.

II, U N C A S O D E A N O R E X IA M ENTAL

A. E L RELATO

Me propongo estudiar aquí un episodio de la cura analítica de una


adolescente de 17 años que sufría desde hacía dos años de una añore-
xia grave, rebelde a todas las tentativas psiquiátricas llevadas a cabo
rti ocasión de sus cinco hospitalizaciones sucesivas.
Una y otra vez, aislada y alimentada por la fuerza, Sidonie vuelve
siempre a casa de sus padres en buen estado físico, pero rebelde y
rcivindicativa. Apenas instalada en el medio familiar, recomienza
su huelga de hambre, o intenta destruirse físicamente mediante una
ingestión desmesurada de vinagre, aspirinas y limones. Afectados sus
riñones, emprende el camino al hospital general, que la envía al hos­

10 José B leger, “ Psychoanalysis o f the psych oan alytic fram e” , en In te rn a ­


tion a l J o u rn a l o f Psychoanalysis, v o l. 48, 4, 1967.
pital psiquiátrico, y vuelve a comenzar de este modo el círculo infer>
nal. Dulzura, persuasión, severidad, “ todo se ha intentado” , me diccnJ
Considerada una vez tras otra como histérica y psicótica, Sidonie hi
logrado agotar la paciencia de los adultos {y del cuerpo médico)
Se le mantiene reservado un lugar en el hospital psiquiátrico. Y a nft
se espera que sane: se la considera como una enferma crónica, futui.i
delirante.
Perdido por perdido, le dicen a la familia, vayan ustedes a ver s
un psicoanalista.

I . L a primera entrevista

Recibo a una pareja bastante joven (madre ansiosa, padre inten­


sado, apasionado por la investigación m édica: su hija constituye “ un
caso” con el que la medicina fracasa, de lo cual se siente manifies­
tamente satisfecho). Sidonie, pequeña y frágil, tiene el aspecto tic*
una muñeca de porcelana de Sajonia. Largos cabellos rubios le caen
hasta la cintura, pero su rostro demacrado es el de una mujer an­
ciana. Unicamente sus ojos tienen vida. Con la postura de una joro­
bada, vacilante, Sidonie parece estar a punto de quebrarse, tiene el
aspecto patético de alguien que ha escapado de uno de esos campos
de concentración qug eran antesala de la muerte. La adolescente erra
como un fantasma entre sus progenitores, prestos a sostenerla ante
el menor desfallecimiento.
— Está a punto de desvanecerse — me dice la madre.
— Casi no se la traemos — me dice el padre.
— Y tú, ¿cómo te sientes? — le digo a Sidonie.
L a respuesta es un gemido, eco del discurso de los progenitores.
-—Eso es como te sienten tus padres, pero tú, tu tienes sin duda
una idea. T u cuerpo es tuyo. Eres tú la que sabe si se siente bien
o no se siente bien.
— ¿Y o ? Y o estoy muy bien. El espectáculo lo hacen ellos.
— Y tú, ¿qué es lo que quieres de mí?
— Y o quiero venir a verla.
— ¿Para hacer qué?
— Para hablar. ■
L a madre: ¿Pero nos dirá usted lo que esprecisohacer?
— ¿ L o que es preciso hacer?
La madre: Si se queda en casa, yo nopodré vivir así. Es pre­
ciso hacer algo, Siento que voy a caer en una depresión.
( I N S T IT U C IÓ N C O M O R E F U G IO C O N T R A L A A N G U S T IA J3J

r Yo (a S id o n ie): ¿Qué se puede hacer? ¿Eres tú la que está


I enferma o es tu madre?
[ El padre: M i mujer ya no da más. Tem o que la hospitalicen.
Yo (a Sidonie) : Es cierto que esto es un espectáculo, todos están
dentro. ¿Qué propones tú?
Los padres (a c o ro ): Corre el peligro de caerse desmayada en
U calle. N o se la puede dejar sin vigilancia en la casa. Querríamos
iftlir de vacaciones, p e ro . . . está Sidonie, no hay solución.
Yo (a Sidonie): Bien, ¿tienes algo que decir?
Sidonie: Una chica me ha dicho que lo único que puede ayudar­
me es el psicoanálisis. Y o quiero quedarme sola en el departamento.
Me arreglaré perfectamente.
La madre: El doctor X ha dicho que no hay ninguna esperanza
con esta enfermedad. Histérica, psicótica y perversa. Todo eso junto,
eí incurable.
El padre: Si ella quiere ver a la psicoanalista, podríamos inten­
tarlo. (Volviéndose hacia m í) : ¿Asume usted la responsabilidad de
que Sidonie no se caerá desmayada en la calle?
Yo: Y o no asumo la responsabilidad de nada en absoluto, salvo
la de comportarme como analista. El doctor Y ha decidido que Si­
tióme podía permanecer dos meses alimentándose tal como lo hace
ahora. Él decidirá de aquí a dos meses si se la hospitaliza o no. M ien­
tras tanto, es Sidonie la que debe decir si se hace cargo de su cuerpo,
y asume la responsabilidad de traer su cuerpo hasta mi casa en las
lloras y los días que fijemos.
Sidonie: Y o deseo tener paz, estar sola. Prometo cumplir puntual­
mente con las entrevistas, no provocar un incendio, no suicidarme,
no producir ningún escándalo entre los vecinos.
E l padre (llevándome aparte): Vea usted, no se ve, pero Sidonie
nunca ha sido como los demás. Es retardada, es una niña, es preciso
resignarse a esa idea, seguirá siendo una niña.
Sidonie (agresiva): ¿Qué es lo que están complotando?
Yo: T u padre me ha hecho conocer una etiqueta más sobre ti:
eres retardada, no eres como los demás, y se pregunta si es posible
dejarte sola sin que hagas saltar todo por los aires.
E l padre (asustado): Pero no había por qué decirle ese secreto
«obre su retardo, esto le va a provocar otro complejo.
Yo: Sidonie sabe que se dice que es loca, retardada, histérica, per­
versa e incurable. N o veo por qué, de golpe, hay que hacer tanto
misterio.
Lo que no sabe es que está gobernada por todos esos veredictos ilí
las personas mayores, que en ellos cree sin creer, y que esto la perjudica
L a madre: ¿Cree usted que podemos salir de vacaciones? Quiulí
podríamos pedirle a un primo lejano que se alojara en casa. EsU
riamos más tranquilos, es un hombre de edad con quien Sidonie u
lleva bien.
Yo (a Sidonie): ¿Q ué piensas tú?
Sidonie: Estoy de acuerdo.
Se decide, en consecuencia, una prueba de cura analítica de spíi
semanas, Sidonie, libre de toda constricción, vivirá como le parezca
según su propio ritmo. L o que permanece fijo son los días y las llo­
ras de las entrevistas que tendrá conmigo. ■
Convenimos en que el primo irá a pasar la noche a la casa. Uru
persona de servicio se hará presente, por otra parte, durante seín
horas diarias. Los progenitores pueden telefonearme todos los día»,
si así lo desean.
Les pido que le entreguen a Sidonie el dinero que servirá para lal
compras domésticas y para el análisis.
L a pareja se va muy conmovida. Sidonie, por el contrario, parece
brillar de satisfacción. H a obtenido lo que venía implícitamente ;i
pedir, es decir, el develarniento de una situación: la locura son lo»
otros, y no ella.
¿Basta con esto? Y ella, Sidonie, ¿qué es lo que quiere?

II. La cura ambulatoria

Este período de seis semanas corresponde a las vacaciones de los


progenitores. Sidonie se levanta hacia las 2 de la tarde, se alimenta
con un litro de leche por día, prepara la cena de su primo. Tres
veces por semana viene a verme, puntual, a la hora de las entre­
vistas.
A l comienzo, Sidonie está muy cómoda. Jovial, me explica los fra­
casos médicos (no han sabido qué hacer, yo era la más fuerte). En
los mismos términos reconocerá más tarde:
— En la familia, es mamá la que tira de los hilos y la que manda '
a mi padre.
De sus hospitalizaciones, Sidonie guarda el recuerdo de un com­
bate contra el cuerpo profesional. Relata el ritual del hospital y el
modo como ella nunca cesó de enfrentarlo.
Sidonie se pone en situación de víctima;
I - de su madre que, en un período en que ella era bulímica, le
flu ía: "serás desgraciada toda tu vida, caerás en la desgracia” ;
■ - del sistema escolar, en el que se aburre;
k ■ del cuerpo médico, que obedece las órdenes de su madre. El
ilm tor me ha dicho: “ Dentro de seis semanas volveremos a encon­
gamos. T u cama está reservada en el hospital psiquiátrico” .
Si no existiera más que papá — agrega Sidonie— todo sería per-
liK'lo. Él me comprende. M e da lástima que tenga una mala mujer,
M1 deja manejar, peor para él.
I íi instalación del primo se realiza con un cierto ceremonial. Sido-
nir se preocupa por prepararle pequeños platos especiales y por ba­
tirle compañía. Ella es exigente en cuanto al respeto de las horas
<le comida, y no le gusta que no coma alguno de los platos.
I *—Una diría que es su madre — me dice la mucama toda enter­
necida (esta mujer es traída por Sidonie para que me hable de ella).
( M ena como si no hubiera hecho más que eso durante toda su vida.
V después los gastos, anota todo, no es gastadora; es desconfiada con
tus comerciantes; en resumen, una verdadera ama de casa.
¿Qué piensan de ella los demás?, es la pregunta que subyace en
l.ií sesiones.
Sidonie, muy dueña de sí, me expone al comenzar lo que se dice
ile ella:
— M i primo trata de no molestarme, está tenso. El tío X haría
i iialquier cosa por curarme. M i primo habla de mí en la oficina, con
los amigos. A la hora de la cena me dice: “ Hemos hablado de tu
raso” , N o aprueba el psicoanálisis y le parece que usted está loca
por dejarme tanta libertad. Siempre han decidido por mí. A lo largo
¡leí día le hablan a todos de m í; por cualquier lado que vaya, mi
mfermedad me sigue. El doctor X les ha dicho a mis padres: “ N o
«i" curará nunca, pasará su vida entre el hospital y la casa. Le reser­
varemos una cama vitalicia” . El doctor X no me entendía. Tenía su
propia idea sobre la enfermedad. Y o era un caso. Y o no me consi­
dero enferma. Tengo los pies bien en la tierra. M i primo está cada
vrz peor. N o puede verme más así como estoy, H a hablado
(le mí por teléfono y ha dicho que yo no puedo salir. M e consideran
nnormal. Bajo esa etiqueta me siento tranquila, pero en otro sentido
no estoy tranquila, la cosa oscila y yo en el medio.
A medida que la finalización de las vacaciones anuncia el regreso
de sus progenitores, Sidonie pierde su aíre jovial y retoma la máscara
(le una mujer vieja.
En la casa, Ies hace pasar al primo y a la mucama una vida
nal. l.s la madre demoníaca que persigue a unos, que acusa a M u »
Se torna avara y le niega alimento al primo.
M e hago semejante a mi madre, no puedo comprar ya nada W
es su!¡cíente con que le compre pan. Lo que quiero hacer, niiiiífll
puedo hacerlo. T od o placer me está prohibido.
^Sidonie deja de alimentarse y no duerme más. Trata de robar muii
níferos. El fin de las vacaciones de sus progenitores es también ||L
fecha prevista por el psiquiatra para el regreso de Sidonie al hospiliiL|
A l hacérselo notar, tropiezo con una indiferencia cortés:
— N o tiene nada que ver —-dice.
Sidonie parece dominada cada vez más por un destino. Lo qiiv
ha de llegar, llegará; nadie puede hacer nada. La libertad que se lt[
dejó le ha provocado culpa: reclama una hospitalización. A esta lirtaa
pitalización me resigno (a fin de evitarle el hospital psiquiátrico, qu»
la acecha).
Les sugiero a los progenitores (a través del pediatra, a quien]
Sidonie ha ido a ver) una clínica privada en la que podría continua!
el análisis en un encuadre de despsiquiatrización indispensable p.<i«
que pueda continuarse la cura. El propósito que persigo es el Jli
obtener de la clínica una no-intervención total en el plano del síntoma®
que Sidonie pued^ tener la libertad de rechazar el alimento. Mi
preocupación es la de arrancar a esta adolescente de los veredictdj
de condenación que Ja llevan a ocupar, en intervalos regulares,
lugar que la familia 1c ha asignado en el hospital psiquiátrico, i
Le comunico a Sidonie las condiciones en las que se hará su entrada
en la clínica.
— Tendrás que tomar a Cargo tu cuerpo. Buscas, por todos lo*
medios, que vuelvan a meterte adentro. Después dices: él es el malo
es horroroso. Son siempre los demás ¡os que obran mal. Tú, tú nuncl¡|
tienes nada que ver con todo lo que pasa contigo. Estás allí comí)
en el cine: vean ustedes, senoras y señores, lo que han hecho de mi.
- En cuanto a los alimentos — me responde Sidonie—» es precisa
que yo no sepa lo que son, me clan remordimientos. U na fuerza me
dice: N o debes comer, te sobrevendrá una desgracia” . La obesidad
es un crimen que para mí es mortal. Mi madre decía: “ N o drbrt|M
comer, se tocas alguna cosa serás desgraciada toda tu vida. T e exhibí
birán en la feria. I engo voces que me habitan, quiero probarles al
mundo que puedo soportar hasta el límite extremo del comiendo,
de la muerte. Es preciso que me deje llegar hasta allí, hacer lo qua
)'0 quiero. Nunca me han dejado hacer esta experiencia y siempro
W i' volver a comenzar. Tengo que desenredar esta cuestión de mis
Es la primera vez que le hablo a alguien de mi secreto.
1 Ul se termina la primera parte de la cura.
Hlclonie, en la libertad que se le ha dejado, ha tejido ella misma la
l> I '|UC la aprisiona. A la animación del comienzo le ha seguido un
• "I ) en el que se encontraba como poseída por un destino inexorable
l (¡iir rio podía escapar. Si por mi parte he actuado de modo tal que
nlunic no ingresara al hospital psiquiátrico, ella, en cambio, se ha
Mittl.ido al cumplimiento de las predicciones del psiquiatra. Su meta-
fcrfosis en asilada, en el corto espacio de cuatro días, resultó espec-
Bjtlnr.
Sidonie, identificada con un psiquiatra, comenzó a exigir un régimen
» (Iló g ic o severo. Atacó, por otra parte, el encuadre de la situación
t liliIítica (olvido de dinero, pedido de cambio de horario, que le
i** lineé).
I V después, está la confesión de un nudo delirante: pende sobre ella
lltiii condena a la muerte de su ser. Su aspiración es la de morir en su
Hn'fpo para que su ser escape a la muerte.
Sidonie advierte que no comparto el veredicto de condenación
llununciado por los médicos y la familia — pero teme que yo no siga
iicndo la más fuerte— y esto será lo que constantemente va a poner
' lueba. (L o que se pone a prueba es la omnipotencia mágica, la mía
f tu suya, al nivel más primitivo. Al nivel simbólico, nada de lo que
i' (tcnece al registro de la castración es articulable. La castración sólo
ilude ser vivida al nivel de lo real; bajo la forma de muerte.)

III. La hospitalización

1] l’críodo hipomaníaco

lirsde el regreso de sus progenitores, Sidonie ha reunido todos los


lementos de un “ legajo” que debería llevar al pediatra a aconsejar
U n a hospitalización. Es ciertamente Sidonie quien provoca la com­
plicidad del médico con la familia. A l obtener de los progenitores
v del pediatra una libertad total de maniobra (es decir, la elección de
In clínica y en esa clínica la elección de orientar el estilo de vida
ni que deberá atenerse), conservaba yo la entera responsabilidad de la
M ir a (con lo que hacía fracasar la aspiración inconsciente de Sidonie:
l.i de obedecer las órdenes que exigían su retorno al asilo). Pero
mtlíá también yo de mi estricto rol de analista, manifestando m i deseo.
A este deseo, lo había incluso formulado claramente; yo recha/aSH
el sistema psiquiátrico clásico que en este caso no habría ll<-vnM
a otra cosa que al fracaso. Sidonie deseaba llegar hasta el ’uüilii ■
mismo de la muerte (d el cuerpo), pues entonces que llegase a él, I
A l entrar en la clínica, Sidonie lleva su encuadre, un encuadra ill
‘ ‘cura” muy particular, en el cual se inscriben los ritos que d e b rrfl
conjurar las amenazas de muerte.
Ella entra en la clínica para expiar.
E l encuadre de la clínica ofrece un mínimo de exigencia: horn <l»
levantarse, trabajo en el taller, horas de presencia en el comedor { H
el que ella seguía en libertad de no com er),
Se establece un trabajo en equipo entre el personal respontuilil»
de atenderla, el médico y yo misma. Se especifican claramente liii
responsabilidades de cada uno.
En un comienzo me he preocupado porque se respetara una línM
de conducta, pero enseguida me puse al servicio del equipo, que es «I
único que adopta todas las decisiones sobre la vida en la institución. 8
M e preocupo por permanecer en la función de analista, conscienli
de haber usurpado ya bastantes papeles y entrado más de lo ip
hubiera querido en el juego de Sidonie.
Y lo que Sidonie trata de verificar es ciertamente algo vinculad#
con mi omnipotencia mágica .11 En cierto modo, tiene la impresiAll
de que yo dirijo a «todos, a sus progenitores, la clínica, los médico*.
En pocas palabras, es preciso que yo sea más diabólica (y fálica) c¡iif
su madre. Si yo soy “ mágica” , entonces Sidonie también lo es.
Pero, ¿quién predominará? ¿ Y o o el destino?
L a cura de Sidonie se emprende exactamente sobre esta base. 1
M e traslado a la clínica tres veces por semana, pero Sidonil
mantiene el juego trasferencial con toda la institución.
Sidonie trata de establecer referencias seguras.
— ¿Quién manda en la clínica?
Después de todo un juego entre el personal médico y yo mismi,
Sidonie adquiere la convicción de que en ese lugar el que manda <■>
el doctor Z. Después de haberlo tratado en un comienzo como a un
lacayo, lo convierte en el testigo médico de sus síntomas.

11 N o ta del d o c to r J .-P , B o u h o u r : Su deseo de verificar si poseía efectivw


mente usted esa omnipotencia mágica, en realidad si adoptaba usted e] lu gaf
de su madre negando toda castración, se manifestó un día en que no hábil
venido usted, y en el que ella evocó una decisión urgente que, a su juicio,
exigía su intervención. Nos colocó en la situación de llamarla o de decidir
nosotros mismos, pero con lo que esto suponía de afectar nuestro status fan*
tástico. La elección de la segunda solución fue muy positiva.
[ I'n una primera etapa, trata a las enfermeras con el mismo desprecio.
H tvuclta en su orgullo Sidonie se construye un lugar, propio de una
plr)'i. Su situación es verdaderamente excepcional. Ha obtenido el
HÉplazamiento de su analista, una no intervención médica y una
llplrrnncia con respecto a su anorexia, como no había encontrado
Iprnils todavía en ninguna parte.
r * - Pero esto — le dice una pensionista— no se ha visto jamás aquí.
La libertad de que goza no le basta. Precisa siempre más. Sidonie
|P niega a ir a los talleres, pide que se le deje salir a la ciudad, distri­
buye el alimento que le está destinado. Hace de su síntoma una apuesta
fíultra los demás y seduce al grupo de jóvenes del establecimiento.
Kn ocho días, Sidonie, la1típica enferma del asilo, se ha transformado
jm adolescente jovial y en promotora de actividades y diversiones, tanto
111.15 jovial cuanto percibe muy bien la “ rabia” del personal que soporta
difícilmente la falta de “ cuidados” . Mediante su enfermedad, Sidonie
n’.iliza su aspiración de ser la más fuerte.12
f Este período de euforia no sobrevino desde el primer momento y es
Interesante recordar cómo hizo Sidonie la entrada en la clínica.
r Acompañada por su padre fue, con la ecónoma, objeto de un
irgateo:
— Rebaje usted el precio — pidió el padre— puesto que no come.
■—De ningún modo — respondió la ecónoma— pagará el precio^
ilc todo el mundo, por el régimen de todo el mundo.
12 N o ta d el d o c to r J .-P . B o u h o u r: Desde el momento en que se hizo carga
•Ir su reinado, vivió de agua gaseosa cortada con agua natural “ para que sea
inás liviana” , de una decena de limones y de ponches elaborados con vinagre
y mostaza. La libertad de vivir en ese régimen muestra que la clínica (teniendo
rn cuenta las reacciones inconscientes del equipo) intentó dejarla representar
mi comedia, convirtiéndonos todos en los testigos que la veíamos pero que no
respondíamos a su provocación y nos negábamos a ser actores tal como lo
habían sido los integrantes de su medio familiar. Ella me contaba sus hazañas:
lodo iba mejor, quería trabajar, pronto saldría, se sentía perfectamente bien;
provocaciones que, en este estadio, eran cebos para que yo formulara el
diagnóstico de locura a partir de la discordancia del cuerpo que veía y las
rosas que ella decía. De este modo, creo que pudo experimentarse como !■ gar
de surgimiento de los roles persecutorios, en el sentido kleiniano, que habría
querido hacernos representar. Se le permitió representar. Se le permitió reprc-
tentar su locura para que pudiese reconocer que ella era el teatro de la misma.
Mama usted a este período “ hipomaníaco” . Este período, en efecto eufórico,
se caracterizó por lina especie de enloquecimiento de los mecanismos proyec-
tivos que, al no encontrar más apoyo para enviar hacia afuera la persecución, se
vaciaron por completo, en cierta forma, y le permitieron intentar realizar y
vivir algunos de sus “ deseos delirantes” : “ se vive sin comer, se trabaja y todo
va bien” , de las que hacía la condición suficiente de su salud. En todo esto
olvida solamente la existencia de su cuerpo que muere literalmente y desconoce
la alienación de sus deseos.
Veremos posteriormente el destino que les reservará Sidonie ¡t LuJ
palabras del padre: “ Esto cuesta demasiado caro” .
A la mañana siguiente, la encuentro extendida en el suelo, coa
inconsciente. Le digo:
— T e acepto tanto muerta como viva.
Tam bién a estas palabras Sidonie les reservará un destino (cornil
después verem os). Pero por el momento, como si fuera un muñen!
de resorte que sale de su caja, de un salto se acuesta en la cama: I
— Y o no quiero morir. ,
Por la tarde tiene un sueño: sus padres se divorcian y ella va a vivíi
sola con su padre.
A la mañana siguiente Sidonie se instala en su papel de vedette, en
en el cual hostiga al personal médico y seduce a los jóvenes. Así, en el
comedor, pide una comida y la ofrece a un invitado ocasional. Despué»
de unos quince días de sobrellevar este régimen, el personal comienza!
a sentirse un poco desbordado. Sidonie hace todo lo que le viene a l.i
cabeza.
L a directora interviene un día para prohibirle que otra persona coma
en su lugar. Sidonie pierde su regla de juego a la que se atiene por
encima de todo. Puesto que no puede ya desempeñar de modo erótico
su síntoma, va a retirarse y a recluirse de toda posibilidad de inter­
cambio.
D e aquí en adelante intentará erotizar sus perturbaciones de otro
modo.

b] Período depresivo

Desde el instante en que se pone en práctica la regla de la institución


que restringe su libertad, Sidonie-trama su fuga (fuga de la clínica,
fuga del análisis) y busca aliados en sus progenitores (¿no había dicho
el padre que eso costaba demasiado caro?), \para volver al hospital
psiquiátrico! L a clínica, inicialmente idealizada (idealizada hasta el
punto que el padre me dice: ' ‘N o es preciso tampoco que se crea
de vacaciones” ) , se transforma en el perseguidor del que es preciso
salvarse.
Pero su juego con el alimento (hacerle pagar caro al padre platos
que ofrecía a otros) se basaba en una proyección de pulsiones des­
tructivas. Esto es lo que la prohibición vino a cortar y de allí en
adelante Sidonie ejecutará contra sí misma su empresa de demolición.
Reclama alimentación intensiva y por perfusión, las voces le dicen
“ te están asesinando” , otras la amenazan: “ te arrepentirás” .
B r o t a d a , perdida, Sidonie reclama la tortura, un hospital donde
B n »ca malo con ella. Reivindica “ cuidados psiquiátricos” .
I l'l alimento le produce miedo, quiere salvarse del alimento, pero lo
Hiu (rata de obtener es su salida de la institución.
1)1 discurso contra la clínica lo mantiene con su padre. Desde un
iJHimcnzo ella ha sentido su oposición “ porque eso costaba caro” . El
hlflu'i' que obtenía con ello (hacerle pagar) trata de hacérselo ahora
I b l donar regresando al hospital psiquiátrico.
»- Todo placer -— me dice— se paga con la muerte.
I Sidonie se encuentra en la antecámara de la locura. L o que se está
•M inando es, me dice, un asesinato del alma (¡n o puede sospecharse
rqtir haya leído a Schreber!).
r ,'Qué es lo que ha pasado?
In un primer tiempo, Sidonie lia integrado la institución hasta el
I Mirto de hacerla una sola cosa con ella. Se sintió mágicamente todo­
poderosa (como lo era su analista) y más fuerte que sus progenitores.
Al encuadre de la institución, ella lo ignoraba. Únicamente el suyo
imitaba. La simple observación de la direc tora le produjo una ruptura
•>h su enruadre que no fue ya apto para seguir siendo el depositario
ilr su mundo fantástico.
No quiso reconocer otra regla de juego que la suya. Someterse a la
R g la de la institución es ser testigo de la destrucción de su omnipo-
|lumia mágica (y de la m ía).
-—Usted me abandona — me dice en ese mismo momento.
I Sidonie está buscando referencias, ya no sabe quién es, y sesiente
habitada por las amenazas maternas.
A la institución que ha agredido de todos los modos posibles, la
«¡ente bruscamente como peligrosa (del mismo modo que al alimento)
y Sidonie reclama entonces la fuga. (L a fuga al hospital psiquiátrico,
donde de acuerdo con su familia se le reserva una cam a).
La culpabilidad de Sidonie habría sido menor si hubiese podido
encontrar exigencias de trabajo en la Institución. Como el encuadre
institucional no era lo suficientemente represivo, Sidonie va a ejercer
contra sí misma su propia represión.
Se presenta una ocasión: la muerte de un primo lejano. Sidonie
pide que se le deje participar en el entierro. Es la ocasión que apro­
vecha el padre para retirarla de la clínica colocando al médico ante
un hecho consumado.
El sepelio es una fiesta familiar. En ella vuelve a encontrar Sidonie
un lugar de reina. Los progenitores me la traen ocho días después; han
decidido que el análisis siga efectuándose fuera de la clínica (con la
aspiración, en realidad, de verla reintegrarse al hospital psiquiátrico).
M e encuentro ante una pareja cerrada y ante una niña que c»l(
visiblemente, al final del camino. El trio está decidido. N o se sabe mu
bien quién ha manejado los hilos. La dirección de la cura porten»!
siempre a la familia. Se le ponen condiciones al analista. N o li«J
ninguna esperanza de hacerse oír. L o que tengo delante de mí ea in
trío alienado.
Doy mi opinión sobre los siguentes hechos:
1. Que la familia ha roto un contrato y que es preciso volver íl If
clínica inmediatamente. Seguiré a Sidonie allí y no a otra parte.
2. Que todos actúan bajo el imperio de un veredicto de incui*
bilidad y que yo me rehúso a hacerme cómplice de ese veredicto, i
Soy breve y pongo en la puerta a todos.
Tras una noche de reflexión, el padre decide volver a llevar a su lni ■
a la clínica. En ese momento, ella tiene cinco de presión. D u ra fl
cuarenta y ocho horas, todos se preguntaron si moriría o no.

c] L a muerte y el renacimiento

L a misma Sidonie calificó después su regreso a la clínica en csl#


form a: es una derrota. Por primera vez la familia cedió ante irnpenu
tivos que no eran los suyos. Podrían haber consultado en algún olí
lugar, pero no lo hicieron.
Lo que pudo aclararse es el modo en que el padre de Sidonie, idrn
tiflcado con su hija, no pudo funcionar nunca como padre.
La partida se jugaba entre la madre y la hija. Mediante el recunK
del síntoma, la hija dominaba a la madre. L a cuestión consistía tj(
saber quién impondría la ley, si la madre o la hija. N o había lugw
para un tercer elemento.
A su regreso a la clínica, Sidonie es tratada mediante perfusiói
L a veo todos los días durante un mes.
N o siente su cuerpo. L o abandona al médico.15 Habla con añoranza
del entierro: — Era tan bello, como si hubiese sido m i fiesta. Hubiei
querido que me hubiesen dejado llegar hasta la muerte, pero sil
morir no obstante.

13 N o ta del d o c to r J .-P . B o u h o u r : Volvió a entrar en la clínica en peligra


de muerte por inanición y colapso; no era ya posible, biológicamente, dejarla
continuar con su comedia. La reanimación era necesaria, pero se planteaba ri
condiciones psicológicas muy diferentes de la primera vez, puesto que ya Había
sido representado el prim er acto. Ahora los roles estaban bien definidos: po
una parte el analista, por otra el médico y la institución, estos dos últimos en
■ l i>: Eso es lo que se hizo. El doctor Z dice que no habría podido ir
Hk* lejos sin que hubieses muerto de verdad. Esa es la razón por la cual
bajo perfusión. Es la razón por la cual te ha pedido que te
mientes.
L Sidonie: ¿Cómo ha podido saber él que yo iba a morir?
Kf>; Y tú} ¿cómo es que no sientes lo que reclama tu cuerpo?
I Sidonie: Creía que podría detener la muerte a tiempo. L o que uno
Mtea y lo quiere el cuerpo, no es lo mismo.
lo ; Y tú, ¿qué es lo que tú quieres?
K Sidonie: Y o quiero morir para saber quién soy.
Se inventa entonces un mito, mito que va a ocuparla durante más
•l*i un mes, y que va a desempeñar el papel, no de regresión sino de
fti urso para reencontrar las fronteras de su identidad.
r El mito es un viaje a la muerte. La-falsa-Sidonie-en-su-cuerpo-de-
Nrjn-que-da-miedo desciende al infierno. En ese mismo instante, nace
iltfo, no todavía algo vivo, pero sí algo que va a convertirse en vivo, en
¡iipipo de bebé, de niña, de mujer, Se trama un juego complicado
putre la hechicera y el recién nacido: el derecho a la vida le había sido
o «lindo por un juicio anterior a su nacimiento.
K ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
L Preguntas que surgen, aunque hay voces que amenazan a Sidonie
•lt muerte porque se alimenta.
Infectivamente, Sidonie se deja alimentar por las enfermeras. Las
lineo comidas (papilla de bebé) se inscriben en un ritual de expiación

piperas de convertirse en partes activas. Y o diría que se trataba de una si'tua-


iiHn psícodramática en la que las intervenciones del paciente, del mismo modo
ntit1 las del equipo que curaba, debían convertirse en objetos de análisis,
finalmente, se vio a las puertas de la muerte, de lo que surgió una fantasía
tln renacimiento.
Ibamos a representar con Sidonie esta fantasía durante todo el tiempo de su
(«rmanencia, mientras que usted recuperaba el lugar de la analista permanc-
||nndo neutral. L e hablábamos de su cuerpo tal como lo veíamos, a la vez
guíñente y renaciendo al salir de la muerte; co„a que equivalía, tanto según
ÍUOPtras palabras como según nuestros cuidados, a lo siguiente: “ Este cuerpo,
hftfa vivir, precisa alimentarse como un bebé: he aquí, pues, cinco comidas por
•llii, papillas, alimentos en muy pequeños trozos” . M uy débil y apenas cons­
iente, nos respondió preguntándonos lo que se hacía con sus pañales. To d o
pto habría sido una grotesca comedia si hubiésemos creído que era realmente
••HA recién nacida, pero se la representaba en torno a sus fantasías de muerte,
|| concretaba en palabras y en conductas en esa metamorfosis psicodramática
r lólo tenía interés porque estaba usted allí como analista para descifrarla. En
*tlr sentido, la colaboración “ institución-analista” es fecunda, no pudiendo
lindie actuar y permanecer en su rol sin que el otro desempeñe el suyo.
(plegarias, genuflexiones, encantamientos, para conjurar las amenaü^B
de muerte que se hacen cada vez más precisas a medida que ella vi '
tornándose deseante).
Ha)' allí una paradoja: lo que formula conscientemente, bajo II I
forma de diversas exigencias, es una demanda de muerte que subynQI I
a un nivel inconsciente. Esa demanda de muerte gira en torno a Id
aspiración de que desaparezca su cuerpo, para que el deseo, como luí I
subsista.
En otros momentos, intervienen mecanismos de anulación qUI
condenan a la demanda a no ser ya lo que entonces se encuenffl I
anulado, esto es, los significantes de la demanda: lo que Sidon"
conserva son las órdenes que la destruyen.
De este modo, se siente presa de una oscilación sin término, corfli
partida entre el deseo de destruir al otro y el de conservarlo. Esto v* |
acompañado de un intenso sentimiento de culpabilidad, que la llevi
a destruirse para que pueda subsistir el deseo.
A l aprobar al comienzo de su estadía su aspiración a la destrucción I
de su cuerpo, ( “ T e acepto tanto muerta como viva” ), p riv ile g ié# !
conservación del deseo, deseo prohibido por un superyó matern»
arcaico. Pero dejé intacta la fascinación que ejercía sobre Sidonn
cierto juego ron la muerte (la suya y la de otro) ; y ha sido necesajjj
que ella experimentara el efecto que sobre los otros tenía su muerta
para medir allí el deseo de los demás de verla viva.
— ¿En qué consiste estar vivo?
Sidonie formula esta pregunta en un momento en que en la clinia
se había planteado claramente el riesgo de su muerte real. Con f l
cuerpo que se le escapa, Sidonie fantasea la entrada en otra vida, un
vida en ia que no habría cuerpo.
— Ese es mi problema — me dice— , no quiero ni engordar ni adfll
gazar, ni ser varón ni mujer, ni tener más menstruaciones.
— ¿Qué dirán mis padres si entro en un cuerpo de muchacha? jQ I
la pregunta que formula de inmediato.
Sidonie entrevé bien que en tanto que muchacha deseante pucill
nacer de esa muerte que ha rozado; pero el obstáculo con que tropifll I
entonces, es lo que en la madre no ha podido asumirse como ■ [
sexuado, lo que en el padre no admite que se trasforme en ser sexuado
para otro. Esta pregunta tan simple: “ ¿En qué consiste estar vivo?",
es la interrogación del deseo como tal, en un caso en el que la palabrt
no tiene nada que hacer. Sidonie se siente implicada allí (al nivel A l
lo que allí aparece como represión primitiva) no como sujeto, sin#
como significante (y lo que es preciso anular son, precisamente, cierto»
I í!«nificantes). Su desarrollo tiene la dimensión de un drama. El rnal-
f entendido en su relación con el otro es radical.
I — Todo el mundo está contento porque me he curado —-me dice
un día llorando— . N o se dan cuenta de que eso no es lo importante.
■ No comprenden que lo que cuenta son mis ganas. Y son mis ganas
|u que las voces matan. Espian para matarlas. ¿De qué sirve que viva,
ti estoy condenada a la muerte de mis ganas? M i enfermedad no es
|l alimento, es que voy en camino de volverme loca.
K ¿Cómo situar mejor el malentendido radical que reside en la rela-
I rlón del anoréxico con su madre? La madre no le da al niño lo que
desea, pero lo atiborra de lo que precisa. L o que de esto resulta es la
tunsformación del deseo del niño, para quien el único medio de subsis­
tir como deseante es negarse a comer,
i La anorexia, en este contexto, no es una “ enfermedad” , sino el
imico modo que tiene el individuo de llegar a nacer como sujeto
deseante fuera del deseo de la madre.
El “ yo no quiero comer” sobrentiende el “ yo quiero” del deseo que
tinta de surgir.
Como consecuencia de un accidente, desaparezco durante varios días.
Hidonie sabe que me he accidentado y lo siente como un abandono.
I Recurre a sus síntomas y rechaza todo alimento. El médico, muy
terca todavía de la prueba que para él ha constituido el riesgo real
«Ir la muerte de Siclonie, ordena que se la alimente mediante sonda
| Irosa que sólo se hace una vez). Se da cuenta, por otra parte, de que
| te ha dejado “ tragar” por la adolescente.14
1 Se ha erigido todo un escenario para Sidonie, ella es quien distribuye
|o> papeles de víctima y de verdugo.

11 N o ta del d o c to r J .-P . B o u h o u r : El episodio de la sonda me deja todavía


||nrplejo. Tengo la impresión de haber sido manipulado porque yo no quería
i rrrrio obligado a actuar con ella sádicamente, aun cuando me lo pidiese,
i ilirdecía a un imperativo vital, era preciso alimentarla; y a impresiones entre
tai cuales se contaba el sentimiento de que, habiendo decidido tornarle perfec­
tible el vínculo entre su cuerpo y su existencia fantástica de alimentación, yo
Ro podía fingir nuevamente que ignoraba su cuerpo, como lo habíamos hecho
u primera vez. En fin, elegí la sonda en lugar de las perfusiones, como ella
tu pedía para que se alimentara con la boca y no con la piel. Esto lo hice para
(iiTmanecer, de alguna manera, en la dimensión del psicodrama. Sé que usted
itn ha aprobado esta maniobra. Debo decir que ante la urgencia de la decisión
pie fue difícil reflexionar largamente en todas las significaciones posibles, y
iripondí a la situación de “ acción” que imperaba en el momento. L a colocación
ilr la sonda, que efectuó una enfermera, se llevó a cabo con la mayor calma,
lili ninguna oposición de parte de Sidonie, y sin violencia por la nuestra. En
*Kiiida, lloró prolongada y silenciosamente y después declaró bruscamente que
¡ludíamos quitársela y que iba a comer, cosa que hizo.
L a intervención con la sonda (objetable) se sitúa en un momentt
en el que el médico ha sido positivamente cargado, por haber sida
quien la deseó viviente ( diagnosticando a tiempo que ella se moría)*
Sidonie ha establecido ahora algo que pertenece al orden de la prova»
cación, y en donde puede verse una compulsión de repetición, bajo
el signo del principio del placer (la agresión oral venía a repetir l»«*
efectos de una supuesta violación a los 7 años). Sidonie buscó U
agresión médica y el dolor erotizado.
En el instante en que pierdo mi poder mágico por un accidenlr,
Sidonie hace surgir el del médico.
De esa intervención no me hablará nunca, salvo en una trasposición
delirante:
— Durante su ausencia, me aplicaron el “ shock” . Ese me traslaítj
a otra piel. Las ondas eléctricas continuaron paseándose por todfl
mi cuerpo.
En realidad, Sidonie ha “ elegido” el tratamiento que el médic#
administra a otros pacientes de su piso (electroshocks). Desde 0|H
entonces, oscila entre dos identificaciones: con los enfermos del pino,
por los que se interesa (para suprimirlos), y con las enfermeras (pitlw
ayudarles),
En las representaciones que efectúa es la más loca o la más cuerda
(es preciso que se distinga corno un ser excepcional en un sentido 0
en el o tr o ).

Las enfermeras tenían que alimentarla observando un ceremonial obsesiva


de anulación muy complicado: era preciso anunciarle su comida cinco minutlW
antes, y ella se acostaba en la semioscuridad en actitud yacente. A l llegar U
enfermera, se levantaba para orinar y había que esperar todavía cinco minuto»
Después volvía a ponerse horizontal, cérraba los ojos y tragaba pasivamente pol
bocaditos pequeños; los alimentos tenían que estar mezclados y resultar irrett»
nocibles. Poco a poco, el alimento fue perdiendo su carga y las relacion es*
organizaron en dos direcciones principales. En la primera, apareció uní
búsqueda de identificación con las enfermeras: deseo de ocuparse de otro*
enfermos, pedidos de hacer las tareas de limpieza, de lavar las jeringas, valorf»
zación de la profesión. El equipo favoreció esta identificación confiándole un
cierto número de tareas. L a segunda dirección se manifestó por una oposiciAn
a mí, que encarnaba el personaje autoritario de la institución. Asumí de irnif
buen grado este rol que se traducía en exigencias de horarios precisos, (til
trabajo en el taller, que no le agradaba, en la limitación de las visitas.
Ella respondió presentándome con una agresividad meliflua todo un cuaderw
de quejas y de requerimientos que discutimos punto por punto durante taiili)
tiempo como fue preciso. Ella no tenía ninguna otra posibilidad más que ,1#
de pasar por mi ley, pero a través de un diálogo. Creo que durante este pfr
ríodo, admitió que yo era el amo en la clínica y que usted era la analista, y qui
ninguna relación de dependencia me ligaba a usted.
* De este modo se manifiesta un contenido delirante, que no tocaré
jmiiás, para privilegiar solamente lo que, en orden del deseo, trata
Do precisarse.
Se le proponen a Sidonie dos tipos de actividades:
11) el trabajo obligatorio en el taller con horario fijo ;
h) el trabajo “ libre” (y en realidad excepcional) de ayuda al perso­
nal que cura.
l odo el problema del conflicto anoréxico va a trasponerse al trabajo
«lilígatorio. A l médico le plantea Sidonie sus reivindicaciones, sus
lUi'jas. Prepara para él un cuaderno de quejas, como lo hiciera antes
|n ejemplo de su madre) para sus síntomas somáticos.
En el trabajo “ libre” , Sidonie se muestra eficaz y responsable.
B —Si pierdo mi enfermedad — me confiesa Sidonie— no sé en verdad
gano al final. Estoy en un atolladero, porque no sé con qué voy a
Reentrarme. M e parece que será preciso que conserve una enfer­
medad, una que no me produzca demasiadas molestias.
Algunos días después (cinco semanas después del día en que su
l«dre la trajo de regreso a la clínica, moribunda) Sidonie me declara:
—M e he acordado de lo que me había dicho usted hace dos meses:
podría salir de esta clínica de locos para irme a un lugar en el
i|iie habría caballos, a partir del momento en que me asumiera a mí
misma yo sola. Pues bien, lo haremos dentro de ocho días. N o quiero
|Nwmr Navidad aquí.
Había sido también un día de Navidad aquel en que Sidonie decidió
•’lcrificar su cuerpo. Y un día de Pascua, había renunciado a Dios.
No me sentí con derecho a negarle esa partida, que todos juzgaron
prematura.
Quince días antes, Sidonie daba todavía la impresión de ser una
«liui delirante (delirante con algunos, elegía su tema según su inter-
Kirutor) y no se alimentaba más que con papillas.
I’.l día e n que decide partir, abandona sus síntomas, se mezcla c o n
jóvenes, come con ellos. Y a no se queja. Sidonie es “ normal” , o
i||){iimos más bien que representa serlo,15

1,1 N o ta del d o c to r J .-P , B o u h o u r: A m i ju icio, com enzó un tercer períod o


d día en que ella le recordó a usted su prom esa de hacerle aband on ar la
illiiica a p a rtir del m om ento en que se asumiera enteram ente sola. R ecuerdo
fie a posteriori lam en tó usted esta prom esa. A p a rtir de ese instante, ella se
M lam orfoseó hasta el punto de que una m añana no la recon ocí: estaba
inmblc; m e puse contentísim o, y cu ando pienso en e llo ten go tod av ía la
'Htnresión de h aber sido engañado. L a prom esa que usted le hizo le d io la posi­
bilidad de re to m a r el tim ón, de asegurarse que usted n uevam en te era quien
tolda la ley (c o m o su m a d r e ); no h abía entonces ningún riesgo en com portarse
♦loablemente con m igo , puesto qu e yo ya no constituía para ella p elig ro alguno ;
En el plano del análisis, está todo por hacerse (pero Sidonie h|
integrado la prosecución del análisis en su plan de evasión, s¡ku#
viniendo a verm e).
Bajo la apariencia de la histeria, Sidonie realiza en realidad 1|£
destino que oscila entre el mandato velado del obsesivo y el mandutM
manifiesto 16 del psicótico.
“ El asesinato de almas” del que se queja, sitúa “ la antecámara di*
la locura” en la que por momentos se encuentra. U n veredicto impljtt
cable le ha marcado los límites dentro de los cuales puede desarrolláis
su vida: una cama en el hospital psiquiátrico, una vida entre la caM
y el hospital, según la predicción médica; una condena a muerte d»
toda demanda, según la resolución materna.
Sidonie, cuando dirige su interrogación al deseo del Otro, recibe bu
retribución una respuesta que la aliena. Cuando trata de captan*
en la imagen que la mirada del Otro le devuelve, sólo puede subsistí!
al puro nivel o de la imagen del objeto o de su representación signili
cante (de allí esa relación tan particular con un cuerpo que sigtyl
siendo para ella absolutamente extraño).

B , C O M ENTARIO

El drama de Sidonie es el drama de su reencuentro con el deseo. E)U


debe enfrentarse con el deseo del padre (deseo que se sustraiga al de*
seo sexual de otro hombre, al precio de permanecer “ retardada")
y con el deseo de la madre (que sólo puede aceptar perderla —en
tanto que sujeto a un querer— al precio de recuperarla como objeto
de cuidados). Cuando Sidonie plantea en el lugar del Otro la in térra
gación sobre lo que quiere, recibe en cambio un mensaje que la en
cierra y la sustrae al deseo. A partir de entonces, Sidonie se afirma) .*

sus dolencias agresivas no tenían tam poco ya ningún interés, ya qu e yo mismft


n o lo tenía. E l síntom a v o lv ió a recaer sobre el alim en to, pero esta vez i*n
sentido inverso, porq u e en unos pocos días su alim entación lleg ó a ser normal
y d ecid ió alim entarse sola, cosa qu e estaba m uy lejos d e lograrse unos dím
antes. C o m e r era el m e d io de a firm a r su potencia, saliendo en la fecha previsu
p o r una palabra a n terior al m om ento en que com enzó a existir la ley de In
clín ica. R ecu erd o m u y bien h ab er ex p erim en tad o la im presión d e que se rué
escapaba. V i a llí el aspecto n ega tivo de su partida. P o r otra parte, e(|
im posible fa lta r a la p a la b ra em peñada y el hecho de q u e fuese a C . . . en»
estim ulante. P ero en cu an to a ella , en aquel m om ento, este nuevo v ia je Ir
p a recía tan id ílico co m o el q u e había efectuado a la casa de su prim o despuít
de su prim era salida d e la clínica.
16 J. Lacan, S em in ario 1967-1968 (B o le tín de P s ic o lo g ía ), p u f .
f mino deseante mediante el rechazo, y es allí donde realiza su encuentro
Ion la muerte (la suya o la muerte deseada de una madre amada-
lull.ida). El eje en torno al cual ha girado la curaesel problema de
illiu muerte que se podría recibir de otro.
Un el reencuentro de Sidonie con su semejante, lo que privilegia es
In muerte, más allá de ese semejante: con este significante fatal
n( opera algo que pertenece al orden de la identificación. El día en
i|U(‘ no es ya posible la exhibición con la muerte,Sidonie trata
ilp presentarse bajo ía máscara de la locura.
Desde la primera entrevista, Sidonie se ofrece como testigo: testigo
■le la verdad de la pareja. N o tiene otras referencias que las de una
nilinipotencia que la mantiene excluida del orden simbólico. Sidonie
H el fruto de una unión sexual en la que se ha negado el aporte del
padre romo ser sexuado, cosa que ha puesto a la hija en situación
de no poder encontrar, a su vez, un lugar como ser sexuado. “ En casa,
In» hombres no cuentan, por otra parte están siempre ausentes.”
('liando Sidonie trata de contar para sí misma, hace surgir del
registro imaginario el deseo de muerte; y cuando intenta nombrarse,
desaparece como sujeto. Por la vía dei duelo (de una relación narci-
tista con un cuerpo que abandona) trata de restituirse lo perdido
ile ella que va a poder nacer en el estado de deseante, es decir en el
estado de sujeto capaz de luchar para vivir.
En el origen de este mito de la muerte, se plantea algo que pertenece
ni orden de la escena primaria; y allí se trama para Sidonie un vínculo
piltre lo que ella quiere y la muerte, la del otro y la suya propia. Pero
t’l problema de la muerte del otro (de la m adre), si bien aparece
develado en el sueño, por otra parte aparece solamente bajo forma
llegada. Y la posición de Sidonie frente al significante falo es idéntica
¡1 su posición frente al significante mortal, hay algo allí que se en-
ruentra repudiado ( jardos) o negado. Sidonie trata de captarse como
«t-r asexuado a fin de escapar al deseo del padre y al espanto que para
(illa constituía el reconocimiento de la castración de la madre (de una
madre cargada de omnipotencia m ágica).
El síntoma, la annrexia, es vivido, por consiguiente, en primer término
como mandato mudo. Sidonie no sabe que las voces le ordenan no
comer. El develarniento de esle no-sabido se hace en el curso de !a rela­
ción analítica. Reaparece en el lenguaje lo que hasta entonces perma­
necía negado por el sujeto y sustraído a toda articulación simbólica.
"Una fuerza me dice: no debes comer, te ocurrirá un accidente. T e
arriesgas a la desgracia. L a bulimia, la obesidad, son un crimen que
para mí es mortal.” En otros momentos, las voces se tornan insistentes
y dicen “ te asesinan, te arrepentirás” .
D e este modo se halla planteado a dos niveles lo que en la demandl
del sujeto buscaba hacerse reconocer.
Por una parte, lo que Lacan denomina “ la antecámara de la lo
cura” ,17 es decir esa floración imaginaria que surge en el punlu
de ruptura con la realidad exterior: las palabras de mandato, de morti­
ficación en las que Sidonie nos sumerge. En la relación analítica, 01
eso mismo lo que me he esforzado por mantener entre paréntesis, pain
privilegiar solamente lo que, más allá, trataba de hacerse reconocer
en una articulación simbólica.
Por otra parte, encontramos un juego con la muerte planteado como
mito, es decir como recurso, para que reaparezcan en el presente ¡ni
significantes de las demandas antiguas: de allí las identificaciones cari
el terapeuta que han surgido en forma alternada con las ideal
delirantes.
Si yo no iiubiese permanecido sólo a la escucha de la floración de lo
fantástico, habría “ psiquiatrizado” , es decir, fijado un delirio que *
toda costa era preciso dejar correr y tratar como a un procesó
restitutivo de curación.
En realidad., las palabras de mandato que sin que ella lo sepa
gobiernan a Sidonie nos remiten a los oráculos, a los juramentos, a luí
votos, en resumen, a todo un aparato del destino.18 Sabemos (por el
mito de Edipo) que el oráculo es precisamente eso de lo que el sujeto
busca escapar, y es tratando de alejarse que el sujeto lo realiza en ¡ni
hechos, como lo vemos en la neurosis obsesiva; en la psicosis y, coma
consecuencia de una identificación inconsciente, el sujeto se niega a
tener en cuenta el oráculo: pero es evidente que el inconsciente sí ¡o
tiene en cuenta.
El mito familiar es por lo general algo que el sujeto conoce: ¡0
inconsciente es la identificación narcisista.
Sidonie, a lo largo de su cura, testimonia con el discurso de loj
otros 1,1 el modo en que se la conduce, ignorando al mismo tiempo lo
que la dirige (ignorándolo de cierto modo, ya que ve que obedece fl
las órdenes, pero dice que es por azar. A la orden no la conocí
como orden),

17 J. L a ca n , Sem inario del 16 d e n oviem bre d e 1955. a


28 O . M a n n o n i, L e m ythe fa m ilia l, cartelera d e la escuela freu diana, di­
ciem bre de 1964.
19 J. L a ca n , S em in ario d el B d e feb rero de 1956: “ E l psicótico es un tcstigq
a b ie rto ; mas precisam ente en este sentido es que parece fija d o , in m o vilizad o cu
una posición que lo im p osib ilita de restaurar auténticam ente el sentido d e lo
q u e testim onia, y de co m p a rtir lo que testim onia con el discurso de los otros".
I Dos discursos la han marcado:
a) las predicciones de ¡a madre: te condenarán;
I b) las predicciones médicas; pasará su vida entre la familia y
rl asilo.
[ Atrapada en el discurso colectivo que la aprisiona, Sidonie establece
i'in su medio vínculos simbióticos. N o puede abandonar a los que en
fmilidad detesta. Y asistimos a una labilidad muy grande del juego
idmtificatorio. Sidonie se presenta con manifestaciones que cambian
tina y otra vez: histérica, obsesiva, delirante o perversa.
Trata de fijar el deseo, pero en otro movimiento, y llega a no
li'tierlo más: reaparece entonces lo que en las palabras maternas vino
.1 matar hasta las demandas maternas. D e este modo se plantea
|cira Sidonie la dialéctica insoluble del deseo, que se expresa bajo la
forma de un rechazo de sí misma como ser sexuado (rechazo señalado
por esta pregunta: “ ¿Qué dirán mis padres si entro en un cuerpo de
muchacha?” ) ; se capta aquí la relación entre el deseo y la marca
ilc la castración que surgió ante todo en el lugar del Otro. Hemos visto
i timo, a lo largo de la cura, Sidonie ha establecido lo que se decía
ile ella, apareciendo como testigo y víctima al mismo tiempo de un
drama que la desbordaba, A la muerte la planteaba como un signifi­
cante a interrogar “ para saber quién soy” , con !o que indicaba con
claridad que no se debía confundir, en los “ cuidados” que se le prodi­
gaban, lo que pertenecía al orden de la necesidad y lo que correspondía
deseo.
Al dejarse guiar por ella, permanecía uno, hasta cierto punto, en el
registro más seguro, al menos en la medida en que la relación
de Sidonie con su cuerpo era hasta tal punto inexistente que se habría
dejado morir sin desearlo para nada. Aquí se situaba el límite (y el
término) de una experiencia de libertad que no podía ser llevada
más lejos sin implicar la privación de la libertad por la muerte real,
muerte deseada al nivel imaginario, pero que en una articulación
simbólica era demanda de nacimiento a partir de la introducción
de un significante.
El hecho de haberle permitido al sujeto llegar hasta el límite
extremo de la resistencia física, constituyó, sin duda, un factor deter­
minante de su “ curación” , curación hasta ahora muy relativa, porque
si bien se trata de la desaparición del síntoma, permanece todavía
intacta la manera en que Sidonie realiza, sin saberlo, el lugar que le
está reservado por los oráculos que constituyen el aparato de su destino.
“ Si pierdo mi enfermedad, no sé qué gano” , reconoce entonces
Sidonie, quien en otro momento agrega: “ preciso una enfermedad” .
L o que ella no pudo reconocer es la función de la enfermedad colín
significante del deseo. L a enfermedad cumple una función de oculta
miento en la relación de Sidonie con el significante falo, por una p artí
y con el problema del incesto, tal como se plantea en el padre, puf
la otra.
Lo que debe permanecer, al fin de cuentas, repudiado, es el probleftfl
de la castración corno tai (de allí la negación que hace Sidonie de n||
cuerpo sexuado).
En el interior del juego trasferencial, hemos visto cómo ella ni*1
había situado en el registro de la omnipotencia mágica. A partir Clfl
allí reaparecieron los significantes de las demandas más antiguas
también a partir de allí se articula lo que puede llamarse con el nom»
bre de identificación primaria). A llí debe situarse lo que no habí.'
podido simbolizarse de la castración, reaparecido en lo real bajo U
forma de una demanda real de muerte (demanda en la que se repela
el vínculo más primitivo con la madre, el de la etapa especular en I*
que — como consecuencia de un accidente en la relación m ad re-h ijoJ
el cuerpo del niño bajo la mirada del otro puede, en el plano fantái
tico, aprehenderse como lugar de castración en medio del terral
más tota l).20
En el juego trasferencial de Sidonie durante su estada en la clínic®
tal como se desarrollaría después, lo que se proyectó en el encuadif
institucional fue la im agen del cuerpo fragmentado. La adolesceiltB
hacía de la rutina y de la regla de la institución a la vez, un elementó
de permanencia reaseguradora y un elemento del caos más total. 1
Le fue preciso, en primer lugar, trastrocar todos los ritmos pai.t
entrar luego en una especie de proceso de reparación (a través de la
ruptura, el rechazo y la agresión). Sólo en un segundo tiempo la insfl
tucíón se convirtió en instrumento de protección (contra la a
psicótica). El tipo de relación que se estableció con elpersona
curaba fue del orden de una ‘Velación simbiótica” . Sidonie sólo evitó
el peligro de entrar en un estereotipo institucional porque se le dio
la oportunidad de un cambio de papel, con la posibilidad de pasar del
estado de paciente al de persona que cura.
Allí situamos lo que en la institución puede actuar al nivel máf
radical como factor desalienante. Esto tiene máxima importancia en
ciertos tipos de estados apremiantes, en los que el sujeto se deja llevar
a todas las formas de abandono.

2(1 Piera A u la g n ie r, “ R em arqu es sur la structure psych otiqu e” , en L a psychn*


nalyse, vo l. 8 , p u f .
f Si la institución le permitió a Sidonie efectuar en un encuadre de
B guridad una de las “ regresiones” más masivas, también le permitió
>|in a partir de esa regresión 21 cumplida en la permanencia del en-
f'ii.ulre se efectuara también un control de las angustias psicóticas.
l»o que se planteó como proceso de repetición desde la entrada de
Bitlonie en la institución, fue la búsqueda de que se actuaran las
illuputas de los adultos a su respecto.
Nidonie se había introducido en el deseo del Otro como sujeto arnado-
ihIi.ido. A quien ella buscaba darle también un objeto que odiar. En la
twsferencia le fue preciso, por ende, destruir lo personal de las de­
mandas al nivel de la necesidad (en un contexto de sin sentido radical)
liara que poco a poco surgiera algo que se pareciese al deseo. Para lo
■nal Sidonie interrogaba a la muerte bajo la máscara de loca, plan-
ii'iindo allí claramente su pregunta sobre la verdad y el saber; “ testigo
.ibierto” de su propia contradicción, incapaz de restituir el sentido del
ilratna en el que, con otro, se había perdido.

R egresión que, repitám oslo, no es un regreso hacia atrás sino un recvrso


|mra que reaparezcan los significantes de las dem andas que se h allan proscriptas.
i I',ROERA P A R T E

Es preciso cambiar el juego


y no las piezas del juego.
“ L a Cié des champs” ,

A ndré Bretó n
Abordaré ahora los problemas que intenta responder la antipsiquiatría
i 1 1 modo como el psicoanálisis puede, por su parte, responder a la
¿tilstna interpelación.

I C O N F R O N T A C IÓ N T E O R IC A

|CIHr k b e r

Kl 14 de julio de 1902,' Daniel Paul Schreber, doctor en leyes, ex


¡¡residente de la Suprema Corte del reino de Sajonia, apeló la sentencia
• |iie, en mérito a su cond:ción de alienado, lo había puesto bajo tutela
fn marzo de 1900.
El juez, influido por el informe del experto, el doctor Weber, había
■ ¡timado, en ese momento, que la enfermedad mental del paciente
lo volvía inepto para dirigir sus asuntos. L a corte había compartido
psta opinión: a su juicio, un delirante que padecía alucinaciones, es
tlecir, que estaba “ sometido a influencias externas no controlables” ,
no estaba en condiciones de ocuparse con idoneidad de la administra­
ción de sus bienes.
Daniel Schreber, ayudado por su abogado, recusó estos argumentos.
No veía por qué una paranoia diagnosticada por los psiquiatras le
impediría asumir con responsabilidad la dirección de sus asuntos.
El delirio (problema médico) es una cosa, y la capacidad civil (pro­
blema jurídico), es otra.
De esta manera, se demandó la anulación de la sentencia que dis­
ponía la tutela; la demanda se apoyaba en documentos redactados
por el mismo Schreber y publicados después con el título de Memorias
de m i enfermedad nerviosa. El demandante discutía en ellos no sola­
mente las decisiones administrativas que se habían adoptado contra él
iino también las conclusiones del experto médico.

1 D a n iel P au l Schreber, M e m o ir s o ¡ my nervous illness, p o r Id a M a ca lp in e,


3a\vson y Sons L td ,, Londres, 1955.
1. Daniel Paul Schreber rechazaba la idea de haber estado o de i-sltf
mentalmente enfermo. Podía reconocer que en rigor su sistema nervÍM [I
había sufrido un estado mórbido; pero este estado le había permiliil»
acceder al conocimiento de Dios, de un Dios que continuaba m»nl»i|
testándosele permanentemente por medio de sus milagros y por lili
lenguaje.
2. Si psiquiátricamente se lo consideraba como enfermo, había q l f l
probar jurídicamente que esa enfermedad era incompatible con ti
ejercicio de sus derechos y funciones civiles.
A lo largo de su alegato, Daniel Schreber se esforzó por demostMfl.
que sus facultades intelectuales habian permanecido intactas, que ttl
conducta seguía siendo razonable a pesar de ciertas excentricidad!1!
Hizo notar que su gusto por los adornos femeninos nunca hablo
demandado gastos que pudiesen llevarlo a la ruina. Se trataba, cuant#
más, de un rasgo de comportamiento que los demás podían considetO
“ extravagante” .
El deseo de publicar sus memorias implicaba, por otra parte, u f l
riesgo financiero limitado, y sus escritos no ofendían a nadie.
La corte estudió, en apelación, estos diferentes argumentos. Estiml
que el demandante estaba lo c o . . . , pero que esto no bastaba par*
ponerlo bajo tutela.
Los considerandos de esta sentencia constituyen un verdadero docu*
mentó. En ellos estáti planteadas (a lo largo de casi 100 páginas) l.n
bases jurídicas de la relación de la enfermedad mental con el statlí
social. A llí se describe a la “ enfermedad mental” como a un estala
que no necesariamente exige una medida de internación o de tutel.i
“ Las vociferaciones compulsivas que sobrevienen contra la volunta}t
del paciente no son m otivo suficiente como para disponer la tutel.'
Puede exigir la intervención de la policía en el caso de que se ven
perturbada la paz del vecindario; pero esto no puede justificar I»
disposición de la tutela, ya que ésta no tendrá efecto sobre es¡il.
vociferaciones.”
L a corte de Dresde planteaba así un problema de orden adminis­
trativo y jurídico que, debido a su complejidad, no puede dejar dH
suscitar aún en nuestros días las más vivas discusiones.
Era el juez quien, en Alemania, decidía qué hacer con la locura,
El psiquiatra daba un consejo; no tenía el poder de decidir con res­
pecto a la segregación del paciente. Lo mismo ocurrió en Francia en
tendía constituir un régimen especial de “ protección” para los enferme#
mentales. D e ese modo, el alienado se encontraba, al menos parcial*
1804. L a ley de 1838 introdujo un estatuto de la internación que pre-
.....te, sustraído al poder judicial, remitiéndose su suerte a una decisión
Minlica adoptada bajo la autoridad del prefecto. Se tomaban así
■In las medidas de salvaguardia que reemplazaban las decisiones
■luí juez.
I .a “ atención médica” del alienado había relevado así a la sanción
Jurídica. Mas no por ello se solucionó el problema. Cabe incluso
peguntarse si Daniel Paul Schreber habría sido tratado, bajo el
llam en francés y de parte de su administración, con la misma tole-
Inncia de que dio prueba la Corte de Dresde respecto de la enfer­
medad mental.
El juez no puso en duda en ningún momento que el diagnóstico
inr'dico estuviese bien fundado, pero considera que, en cierto sentido, la
alienación formaba parte de los derechos del individuo. Estos eran los
derechos que la Corte de Apelaciones trataba de proteger. Desde
' I momento en que la tutela no tenía efecto alguno sobre el curso de la
nifermedad, la misma le parecía inútil (y con ella, la intervención).
En cuanto al problema moral planteado por la publicación de las
memorias (que cuestionaban la honorabilidad de diferentes persona­
lidades), la Corte estimó que se trataba de un falso problema. Nadie
pudría, decía, sentirse ofendido por el lenguaje virulento del deman­
dante, puesto que este lenguaje no era el suyo: “ N o hace más que
Htpetir lo que le decían las voces de los espíritus durante los años en
t|iie padecía graves alucinaciones” .
! Así estaba planteado el problema de la “ enfermedad mental” , esa
provocación intolerable a las personas que gozan de buena salud. Era
liieciso que se la permitieran, en la medida en que se trataba de pn
I ibras y no de actos que ponían en peligro la vida de los demás. Las
voces de los espíritus podían decir verdades que indispusieran al horn­
e e común. N o se podía, no obstante, obligar a hacerse “ curar” a aquel
íjtic se había hecho eco de esas voces.

M OBLIGACIÓN DE L A A T E N C IO N MEDICA

1.a antipsiquiatría objeta la obligación de la atención médica y sostiene


i|ue la norma de adaptación que pesa actualmente sobre los enfermos
mentales introduce en realidad el riesgo de encerrarlos en otra forma
de sistema represivo, quizás más arbitraria todavía que una decisión
ile la justicia, a la que siempre es posible apelar.
La Corte de Dresde, al anular la tutela dispuesta con respecto a
Daniel Paul Schreber, convenía no obstante en que estaba loco. A l
dejársele en libertad, Schreber había recibido el derecho de estar loco.
El límite de esta libertad había sido trazado, no obstante, al proliiliii
sele poner en peligro mediante sus actos la vida de los demás (o la sn> i
p ro p ia).
Probablemente le habría sido más difícil a un médico tomar la dlH
cisión que adoptaba la Corte, precisamente porque aquél se siiril*
siempre inclinado a “ curar” lo que sin embargo a menudo sabe ipi*
es incurable. Es un hecho que la sociedad coloca al psiquiatra íKi
una posición ambigua: está al servicio de un paciente cuyos derecliw
debe defender pero se encuentra dualmente colocado en la posiciAlH
de auxiliar de la policía en un proceso de internación que constituyó
un proceso de obligación de aceptar la cura. Henri Ey ha dado cuenl»
de este malestar que padece la psiquiatría durante las jornadas )!■
vadas a cabo los días 5 y 6 de marzo de 1966 ! {la ley de 19<>M
introdujo después modificaciones a la de 1 8 3 8 ) .
“ Los psiquiatras [...] si reclaman que no haya ley especial |., |
demandan que los problemas prácticos y jurídicos planteados por i’!
caso del sujeto [,,,] que a causa de sus reacciones puede hacer corjn
un peligro a sí mismo y a los demás, que estos problemas reales — peí"
relativamente raros, al menos bajo su forma irreductible— sean regla
dos, tanto en lo que concierne a su oposición como en lo que concierne
a su «peligrosidad», con arreglo al derecho común y al código de Ii
salud, sin que un monumento jurídico aplaste directa o indireetamenttl
a la masa de los enfermos mentales con la amenaza que sólo pe*t
«legítimamente» sobre una pequeña parte de ellos.”
Cuando aspiran a que se retorne a un procedimiento de derecho
común, ciertos psiquiatras esperan sustraer el “ poder médico” a la»
presiones sociales abusivas que sobre él se ejercen.
Es imprescindible recordar aquí que el discuro sobre el saber
psiquiátrico no es un discurso científico; se trata de un conjunto
de hipótesis y de instrumentos de trabajo. Nada más peligroso, enton
ces, que asignarles a las conclusiones médicas el carácter inapelable
de una sentencia. L a palabra médica se encuentra por lo general
utilizada, deformada, trasformada, por las creencias míticas de cada
uno. El médico mismo no se halla inmune a estas creencias comunes;
es por ello que cae tan a menudo en la trampa que se le tiende bajo
el pretexto de la “ cura” , con lo que corre el riesgo de asumir, bajo
la cobertura médica, el papel “ policíaco" que la sociedad trata do
hacerle desempeñar, para protegerse de su temor a la locura. Todo
esto hace que el desorden de la palabra sea “ curado” con procedí»)

2 C ita d o p o r H . B eaudoitin y J.-L. Beandotim , en I.e m altide m en ta l dant


la c ité t 1967.
"'Mitos médicos, es decir que se reprime aquello que busca afirmarse
ni un decir provocador.
f Ahora bien, desde el momento en que se le da un aval médico
l|i»li|UÍátrico) al malestar de vivir, se entra en un malentendido que
turre el riesgo de fijar la perturbación, sin haber desmontado los
jMortes que la provocan. Cuando la medicina toma a su cargo siste-
ni.il icamente a la población en reclamo de lo que se llama “ higiene
nih ,tal” se hace presente un peligro: el de aumentar la descolocación
ilrl “ enfermo” y de su familia, el de pervertir el acto terapéutico mismo
(ilesvirtuado en sus propósitos, desde el momento en que se somete
ii Imperativos sociales).
La dimensión política del problema de las perturbaciones mentales
le encuentra demasiado a menudo sofocada o negada por la intensifi-
i u ión de estos programas de “ atención médica” .

HACIA E L C U E S TIO N A M IE N TO

l a antipsiquiatría, al inscribirse en un proyecto político, apunta a


l'i desmistificación del papel que la sociedad le hace desempeñar
n la psiquiatría. Esta desmistificación puede afectar los fundamentos
ideológicos del saber psiquiátrico. Puede volver a plantear la cues-
lión de si se halla bien fundada la “ vocación social” de la psiquiatría
contemporánea, vocación contra la cual los psicoanalistas mismos
previenen a veces.
La posición del psiquiatra ante el problema social se aborda, pues,
de modo contradictorio en las diferentes tendencias del movimiento
psiquiátrico actual. Mas desde ahora el estudio del problema de la
locura siempre se sitúa frente a la sociedad: en relación con ella
o en oposición a ella.
La antipsiquiatría ha elegido defender al loco contra la sociedad.
Se empeña en crear lugares de recepción de la locura, lugares con­
cebidos a la vez como refugio contra una sociedad opresiva y como
desafío respecto de las estructuras médico-administrativas que desco­
nocen la verdad y el poder de cuestionamiento que se desprenden
del discurso de la locura. A l psiquiatra, cuando tiene por único
objetivo la curación de la locura, se le escapa una verdad alienada.
La antipsiquiatría, cuando invita a cuestionar en forma radical todas
las instituciones psiquiátricas, quiere ser ante todo un lugar en el
que sea posible volver a interrogar a la enfermedad mental, según
criterios diferentes de los que se le han tomado en préstamo a ii >A
ideología o a ciertas concepciones cientificistas.3
“ En la medida en que la psiquiatría representa los intereses 0 f l
pretendidos intereses de los hombres sanos, nos es preciso adinl#
la evidencia de que en realidad la violencia en la psiquiatría es, <■
rectamente, la violencia de la psiquiatría.” 4 Cooper sitúa est;i vlw
lencia en el corazón mismo de toda red de atención médica:
equipo que cura, al domesticar la locura obra ■— nos dice— roflfl
mistificación de la libertad” .5

EL C U E S T tO N A M IE N T O DE L A IN S T IT U C IÓ N PS IQ U IA TR IC A

¿De qué manera describe la antipsiquiatría, más allá del probicm»


político, el funcionamiento de la institución? Cooper reprocha pfl
particular a la estructura social de los hospitales psiquiátricos qii'
reproduzcan la misma estructura de las familias de los psicóticos. ■
Debido a que se lleva a vivir juntos a pacientes a quienes se con
sidera psicóticos, puede percibirse ya el surgimiento de una relación
erótica y narcisista que va a convertirse en la base de todas las ten
siones agresivas.
Algunos, no obstante, se han esforzado por estudiar la estrategia*
de esa “ asunción” do la relación interpersonal por la “ máquina"
comunitaria, es decir lo que funciona como elemento de sobredetn
minación en las relaciones de los terapeutas y los pacientes. J. Outy
ve en ello un sistema cerrado, algo similar a un lenguaje que seria
necesario llegar a descifrar. De este desciframiento depende, según
él, la condición misma de una desalienación, que se podrá instaurar
o no. Es preciso, dice, “ curar” a la colectividad antes de cualquier
intento de establecer “ una cura” individual.

s P ierre F edida, C ritiq u e , octubre de 1 96 8; " ¿ N o es entonces la antipsi­


q u ia tría el lu ga r de una in terro ga ció n p o r la cual se desarraigan hábitos de
pensar y de co m p ren d er las «en ferm ed a d es m en ta les», hábitos qu e son inhe­
rentes a un status d e o b jetivid a d d e la cien cia naturalista, a una concepción
«r a c io n a l» (d e D escartes a H e g e l) d e la su bjetivid ad , o, fin alm en te ( y de modo
c o m p le m e n ta r io ), a una id eo lo gía burguesa de los otros y de la re a lid a d ?"
4 D a vid C o o p er, P sy ch iu trie et A n ti-p s y c h ia trie , éd. du Seuil, 1970. [Hay
ed ición en español.]
5 P ierre F ed id a , loe. cit.
0 J, O u ry , “ Q u elqu cs problém es théoriques d e psychotérapie in stitu tionn elle” ,
E n fa n ce a liin é e , en R ec h e rc h e s , setiem bre de 1967. H . C h aign eau , "P ris e en
ch a rge institutionnelle des snjets reputes schizophrénes” , en C o n fro n ta tio n i
psy ch ia lriq u es, nff 2, diciem b re de 1968.
J l'il funcionamiento de la institución no puede captarse más que
^ P n r un fondo infinitamente complejo de sistemas que se inscriben
H n i I conjunto de lo colectivo.. . N o se trata de un simple sistema
red que forme la textura de la institución, sino, más bien, de un
K)|}jimto de mecanismos estructurados que responden a leyes propias
P 4n un tipo de Gestalt en movimiento.
"K1 sujeto que allí llega se encuentra frente a configuraciones que
■ constituyen dialécticamente para él sin que tenga una conciencia
I l n.i de ello. N o hay allí milagro, ni ilusión de una creatividad abso­
lu ta , sino simplemente obediencia a ciertas leyes que se emparentan
‘ ■ni las que rigen el dominio de la cibernética... Se comprende,
B l r » que, en estas condiciones, lo que allí actúa pueda leerse en una
mxís institucional como sí tuviera necesariamente un efecto psico-
t _ Irapéutico.”
Rjte papel psicoterapéutico que la institución puede verse llevada
* ‘ lesempeñar se halla en el centro de las reflexiones propuestas por
I m sostenedores de la psicoterapia institucional,
Tratan de elaborar para el psicótico — pero también para el tera-
I" uta— una especie de sociedad de prótesis, de sociedad que a la
H r ¿ esté incluida en el mundo llamado normal y separada de él por
mi efecto de segregación que es inherente a la estructura social mis-
fnn, La no segregación de los terapeutas y los pacientes — tal como
bxíste en L a Borde— 7 si bien resuelve el problema de la recepción
H lr los pacientes llamados psicóticos, no toma una posición real con
(Mpecto a las exigencias del mundo exterior. Se crea entonces una
toi ¡edad en la cual se vive bien y hacia la cual se querrá volver
unte la primera dificultad con el mundo exterior.
Lo mismo ocurre en las comunidades inglesas auspiciadas por la
J’liiladelphia Association8 en Londres: la vida en común, si bien

T. E l castillo de L a B orde en C o u r C h evern y (L o i r et C h e r ) es una clín ica


|H¡quiátrka de psicoterap ia institucional. Su d irector y fu n d a d or es el d o ctor
I, Oury. Esta clín ica es un éxito del qu e se en orgu llece la (n u e v a ) psiqu iatría
Iritncesa. Es tam bién un lu ga r en el qu e pu eden tra b a ja r juntos e l estudiante,
r| enferm ero, el psiqu iatra; encuentran a llí la posibilidad de perm an ecer p o r
liptíodos que va n de tres días a va rios meses.
I.a B orde es el cen tro de todo un m o vim ien to francés de renovación-
riWolución de la psiqu iatría. A este eq u ip o se le deben las publicaciones de
Ktcherches, la R ev u e dé P sy ch oth éra pie In s titu tio n n e lle , etcétera.
* A socia ción fu n dada en Londres en 1965. 20, F itzro y Square, L o n d o n W .
I A gru p a a psiquiatras, universitarios, trabajadores sociales.
L a asociación tiene por propósito p rom ove r la in vestigación de la en ferm edad
mental (y en pa rticu la r la esq u izofren ia ) tanto en el plan o c lín ic o (crea ción
ile lugares de recepción antipsiqu iátricos) com o en el pla n o te ó ric o (sem inarios
y cursos).
es soportada adentro, ensancha el abismo que separa al paciente di
una sociedad que lo rechaza. L a “ comunidad” transforma a un “ en­
fermo” en un cuestionador permanente más bien que en un “ ada¡i'
tado” .
¿Está realmente allí la solución del problema de la alienación?
Ésta es la pregunta que se plantea la antipsiquiatría. Les reprocha
a los psiquiatras contemporáneos “ obrar” sobre el paciente, ya sea
por la vía parcial de la quimioterapia (a menudo intensiva), ya
sea por la inclusión de las dinámicas grupales. En este contexio
de cura obligatoria, el “ poder” psiquiátrico-analítico participa, quié­
ralo o no, de la represión. La antipsiquiatría no cree en el “ fermeni"
revolucionario” de las innovaciones psiquiátricas, incluso de las más
atrevidas. Estas innovaciones participan, según ella, de una filosof 1:1
médica en la que continúa definiéndose al loco con relación al Vf
loco, V
H e aquí por qué la antipsiquiatría rechaza toda idea de reforma
institucional: reivindica la necesidad de un cuestionamiento radical
de las estructuras económicas y políticas que han llevado al naci­
miento de las instituciones alienantes.

L A SALU D M E N T A L

L a antipsiquiatría cSnsidera que el problema planteado por la en­


fermedad mental en cuanto provocación intolerable al hombre co­
mún, constituye la base sobre la eual debe fundarse toda investiga­
ción relativa a la locura.
¡ Cabe preguntarse si las posiciones adoptadas por la Corte dr
Dresde — que estimaba que si las voces de los espíritus decían verda­
des perturbadoras, no había en ello razón suficiente para encerrar
y “ curar” a aquel que se hacía eco de esas voces— no constituían
la mejor prefiguración del movimiento antipsiquiátrico actual!
Pues, efectivamente, la psiquiatría de nuestros días se halla toda­
vía dividida en términos de esta opción: “ curación” o “ locura per­
mitida” .
Lejos de dejar la palabra a la locura, otro movimiento psiquiá­
trico del que hemos hablado anteriormente D y que se desarrolla e n

Su o b je tiv o es e l de lleg a r, con la ayuda de investigadores extranjeros, .1


p ro m o ve r un verdadero m o vim ien to antipsiqu iátrico (c o n la creación d e ^ho­
gares” ) en E u ropa y los Estados U n id os.
B V éa s e p . 57.
francia, busca integrar la locura utilizando medios técnicos “ mo-
tlimos” , en lo que está llamado a convertirse en “ el conjunto insti­
tucional de sector” . Bajo la denominación de “ psiquiatría comunita­
ria” , estos especialistas (psiquiatras con formación analítica) aspiran
(i instalar en la ciudad un equipo que haría del psiquiatra el “ me-
iliador activo entre la sociedad y el individuo enfermo” ,10 produ­
ciéndose la intervención psiquiátrica tanto al nivel del medio fami­
liar como al nivel de las estructuras socioculturales.
Este proyecto apunta a que todo un equipo médico-social tome a
*u cargo la salud mental de un sector de la población. Tras la de-
isrción de las perturbaciones mentales que sería el resultado de una
encuesta psicosociológica sistemática, se llegaría, según lo desean
lllgunos, a fichar a todos los anormales, alcohólicos y locos suscep-
libles de ser “ captados” por la red de cuidados prevista. Se trata,
pues, de implementar una verdadera policía de adaptación. En el
mismo proyecto se reclaman la “ psiquiatrización” de toda una serie
(Ir problemas de la primera infancia, con la creación de un sector
psiquiátrico autónomo.
Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo por el equipo de
lil señora Aubry en el Hópital des Enfants Malades han mostrado
Imsta qué punto la mera introducción de una forma de despsiquia-
Irización (llevada a cabo gracias a una intervención psicoanalítica
BOrrecta) permite evitar un gran número de curas psiquiátrico-aná-
l!ticas.u
Toda “ medicalizactón” de un malestar de vivir introduce el riesgo
de crear, lo hemos dicho ya, nuevas perturbaciones psiquiátricas,
antes que eliminar las ya existentes. Y , cuando se trata de enferme­
dad mental, su “ detección” es siempre patógena.
Ahora bien, el psicoanalista (como el antipsiquiatra) es cons­
iente de la gravedad del problema que plantea la psiquiatrización,
pero desde el momento en que se compromete con una acción en el
urctor público, abdica su punto de vista de analista. Cuando hace
carrera en ese sector, se transforma en superpsiquiatra y reserva sus
rualidades de analista sólo para su práctica privada. Se hace res­

10 D . J. G eah ch an , “ Psychanalyse, psychotérapie, psychiatrie” , en L 'ln c o n s -


tíent, n’ 7, ju lio de 1968, p u f . V éa se P. G. R a ca m ier, L e psychanalyste sans
iliran, éd. Payot, 1970 [hay edic. en esp.]. O ch o psiquiatras exponen, en papel
«Ir adm inistradores, su concepción de una “ zon ificación ” de la “ salud m ental1'
11 Es preciso que pueda m odificarse a lgo en la posición de los progenitores
fon respecto a la “ en ferm edad” de su h ijo, antes de qu e el síntom a de éste,
«I fijarse, ahogu e d efin itiva m en te la pregu n ta abierta al n ivel de los p rogen i­
tores (p regu n ta qu e rem ite a to d o lo q u e en la p ropia p roblem á tica edípica.
<le los progenitores ha perm an ecido en lo no sim b o liza b le).
ponsable en parte de la base no científica que se le ha dado ;i la
instauración de las estructuras médico-administrativas actuales. Itl
aporte revolucionario de Freud, en lugar de esclarecer las reformll
actuales, ha sido más bien “ recuperado” por toda una política dt
cura psiquiátrica que tiene bases esencialmente pedagogizantes.
H ay derecho a preguntarse si lo que está en el origen del malr-n
tendido que en la actualidad plantea la psiquiatría no es preciw-
mente la preocupación de curar las “ enfermedades nerviosas” .,!1 I n
psiquiatría se preocupa hoy ante todo por darle a la salud menlul
el status que se le otorga a la protección de la salud física.
Se trata de descubrir la anormalidad allí donde otrora se descu­
bría la tuberculosis y las enfermedades venéreas.
Pero al privilegiar lo médico, el terapeuta se ha pasado a las film
de las fuerzas represivas. L a toma de posición social de los diferenlM
movimientos psiquiátricos modernos no hacen más que enmascarar
esta verdad.
L a psiquiatría comunitaria deja intacta y abierta la cuestión di
la “ cura” que se dispensa del mismo modo que en medicina (el “ cil>
fermo” y su familia son sometidos a menudo a una plétora (le
exámenes y cuidados que van desde la quimioterapia al psicoanáliltl
pasando por lo socioturapia, las dinámicas de grupo, etc.). Un sabrt
tecnocrático de la “ enfermedad mental” 18 ha venido a sofocar lo
que, a través de la locura, trataba de hablar.
L a psiquiatría institucional espera simplemente que la curación
provenga de las instituciones mismas; sueña con una ciudad idftil
donde la locura podría tener su lugar (una “ locura” médicamerit»
curada).

12 O . M a n n o n i, F re u d , col. “ Ecrivains d e tou jou rs” , éd. du Seuil, 19RI1


[H a y edición en españ ol: F re u d , el d escub rim iento del inconsciente, Buen'»'
A ires, G a lern a , 1971.] “ E l hecho d e que el psicoanálisis haya ten id o su orinen
o ficia l en la preocu p ación por « c u r a r » ciertas enferm edades «n ervio sa s» cuhit
tod av ía con su sombra to d o lo que, desde entonces, h a re vela d o ser. Porqm
este h ech o im p lica ba q u e !a «salud m e n ta l» (fa stidiosa alianza de palabrail
se asem ejaba a la salud física, qu e d eb ía dársela p o r sentada y que el paplj
d el psicoanalista era e l de v o lv e r a lleva r a ella a aquellos qu e p o r alfíiH*
a cciden te se h ab ían perdido. V e r las cosas de este m odo, es sim plem ente enroltl
a l analista entre las diversas potencias represivas. [... ] el hom bre está expuent*
a alienarse tanto en las barreras protectoras de la «s a lu d » com o en |fi»
vagabundeos de la « lo c u r a » / ’
13 P ierre F ed id a , C ritiq u e , octubre de 1968. “ L a ilusión de cierto huroamntní
p siq u iá trico contem poráneo consiste en sustituir, con el p retex to de un poshi
vism o « c ie n t ífic o » ren ova do, la conciencia h istórica y p o lític a d e la loctint
y de sus form as de represión p o r un saber id eo ló g ico y tecn ocrático de ]«
en ferm edad m ental, d e la sociedad y de la cu ltu ra” .
Para la antipsiquiatría, por el contrario, la curación es un proceso
normal que no exige ninguna terapéutica. Basta con dejar que este
proceso se desarrolle en libertad. El verdadero límite pasa, pues, entre
la psiquiatría y la antipsiquiatría.
La antipsiquiatría viene, por cuanto hemos dicho, a negar la no-
■i Sn de “ enfermedad mental” . Dejaremos de lado un activismo puro
■le] que no siempre está exenta y que transformaría a los psiquiatras
ni superasistentes sociales: este aspecto carece de interés teórico por­
tille es independiente de la concepción que este movimiento tiene
(Ir la naturaleza de la locura.

t.OCURA Y SOCIEDAD

,iCómo entienden estos movimientos la naturaleza de la locura?


Para los institucionalistas, existe un encuadre (las instituciones,
(i decir el lenguaje, la ley, las relaciones interpersonales, la estruc-
lura familiar) que es indispensable para la constitución de la per-
innalidad. Sobre este encuadre, en el que el paciente se halla “ pre-
« ' ”, es preciso obrar: de allí la importancia que se le otorga a la
introducción, en el interior del hospital, de toda una serie de reu­
niones (por medio de los clubes y de diversas asociaciones) ; de allí
también la atención que se les da a los terapeutas que serían los
ínstenos de la locura, la cual requiere, desde la entrada misma en la
institución, condiciones precisas de recepción.
La antipsiquiatría adopta una posición exactamente inversa. M e­
diante el procedimiento de despojar al sujeto de todo encuadre, le
ría la posibilidad de reencontrarse, mediante un proceso concebido
romo interior y espontáneo (en realidad, se trata de un grupo, y
por ende también ele un encuadre, etc.).
La pregunta que podría enunciarse bajo el encabezamiento de
i.«cura y Sociedad recibe, pues, respuestas muy diversas:
— para la psiquiatría comunitaria, la locura es antisocial,
— para la psiquiatría institucional, la creación de una microso-
riedad tiene valor terapéutico;
— para la antipsiquiatría la locura es una protesta válida, aunque
frustrada, contra la sociedad.
La orientación revolucionaria de la antipsiquiatría participa, no
alistante, de una utopia.1'1 Creer que con la libertad no habrá más

14 Q u e encontram os ya en los escritos de Saint-Just.


locura, es falso. Hay, pues, una cierta ingenuidad en pensar que l|
revolución permitirá abrir los asilos al igual que Jas prisiones, j
Todas las locuras no están vinculadas a las mismas estructural
de la sociedad. El problema puede ser social pero no político, en r|
sentido de que el llamado a la revolución permitiría resolver Im
cuestiones planteadas por la locura.15 Los países revolucionarios luid
adoptado a menudo con respecto a la “ enfermedad mental” una .’)(■
titud por lo menos conservadora y segregadora, como si los homlitn
tuviesen necesidad de designar sus hechiceros y sus locos para |hi
nerse ellos mismos al abriga del peligro.
En Francia, el problema que plantean el retardo y la locura ostl
vinculado a las estructuras de una sociedad mecanizada que esli
dispuesta a defenderse contra la asimilación de los que no satisfagan
sus criterios de rendimiento.18 Sería preciso dedicarse a desperfn
cionar la sociedad, es decir a reencontrar las formas arcaicas segl'llt
las cuales el retardado o loco tenía su lugar en la aldea.
También es cuestionada, finalmente, la familia moderna y !.*■
formas específicas de inseguridad que están ligadas a la reducción "
de la institución familiar en nuestra sociedad destribalizada.

LA I.GCURA Y EL CAM PO DEL LEN G U A JE


(i>A l.O A LTO , LACAÍj,)

Las cuestiones relativas a la naturaleza de la locura siguen sieadt


oscuras y confusas. Cuando partiendo del problema de las psicotfl

15 L a politización d e l m o vim ien to psiquiátrico y psicoan alítico tien e sentido


en la m edida en que perm ite abrir los interrogantes qu e la id eolog ía burguttú
ha tra tad o de rep u d ia r ( f o r c l o r e ) .
L a obra p o lítica qu e deberían em pren der psicoanalistas y psiquiatras con
sistiría en un trabajo de reflexión teórica (basada en una realidad c lín ica ]J
q u e p erm ita develar los elem entos que en los preju icios burgueses y bu
actitudes conservadoras m antienen una situación de hecho que no permito
salida alguna.
L a desaparición d el m edio artesanal torna cada v e z más d ifíc il coloco!
b a jo la au torid ad de un patrón a un dism inuido poseedor de una in teligeim fl
qu e lo exclu ye de la escuela, pero habilidoso con sus manos. En lugar <!»
in trod u cirlo en el m ed io norm al a los t4 años, la adm inistración presiona paí't
m antenerlo en un m edio especializado, en el que la form ación se orienta i
m enudo en el sentido de una pura adquisición de autom atism os que parec&i
plan ificados para robots de fábrica.
17 Los a n tropólogos han renunciado a considerar nuestra fam ilia conyu ga
com o un retorn o a la fam ilia “ b io lóg ica ” . Es una red ucción de la familll)
co m p le ja de la antigüedad y de las poblaciones “ p rim itiva s". Su naturaleíA,
Mi el niño se trata de precisar la influencia que sobre él ejerce su
familia, se advierte que no será ni defendiendo a los padres contra
I r. extravagancias de un hijo (Lebovici) ni normalizando la familia
hjtra que ejerza una buena influencia (O u ry), ni eliminando toda
Influencia educativa (L a in g ), como se llegará a resolver o a com­
prender los problemas de la psicosis en el niño.
[ Para Lacan, el problema que tiene que abordar el niño, el pro­
venía en que ha fracasado el psicótico, se plantea de cierta manera
■I) la relación del niño con la palabra de sus progenitores.
El centro de la interrogación de Lacan son las relaciones del su-
llíto con el lenguaje. Plantea que el lenguaje preexiste a la aparición
tlrl sujeto y, podríamos decirlo así, lo engendra. Por ejemplo, el
niño ocupa un lugar en el discurso de sus progenitores antes de su
fluci miento, tiene ya un nombre, se “ hablará” de él del mismo modo
•|ue se le prodigarán cuidados, y la carencia de cuidados a la que
n veces se le ha asignado tanta importancia (las frustraciones) está
Irjos de tener tanto efecto como la naturaleza y los accidentes del
•hscurso en el cual se halla inmerso. El medio propiamente humano
no es biológico ni social, es lingüístico.
Esta atención puesta en la palabra de los progenitores ocupa un
lugar central en los principales trabajos estadounidenses; pero debido
¡i la falta de conocimientos lingüísticos, las investigaciones se reab­
ran en base a datos empíricos, cosa que limita ipso fad o su alcance.
Los trabajos del grupo de Palo A lt o 18 han influido profunda­
mente a una nueva generación de psiquiatras, psicólogos y sociólo­
gos estadounidenses, cansados de una literatura analítica de inspi-
ración biologizante o médica.
El psicoanálisis clásico, al confinarse en el estudio de la teoría
de los procesos intrapsíquicos, se había esclerosado en cierta forma.
Al centrar la atención en una “ enfermedad” situada “ dentro” del
individuo, se había llegado a desdeñar la dinámica de una situación
IíiI como podía aparecer en el discurso del “ paciente” (y más allá
ile éste).

romo destaca Lacan (t . vir, E n cy clo p é d ie franqaise sur la uie m e n ta le ), se


eoinprende m e jo r p o r su relación con las instituciones antiguas que por “ ía
hipótesis de una fa m ilia elem en tal que no es posible en contrar en parte algu n a” .
18 Paul W a tzla w ick , Janet H elm ick B eavin y D o n D . Jaekson, P ragm atics o f
human c o m m u n ic a tio n , N u ev a Y o rk , N o rto n , 1967. [ I í a y ed. en esp.: T e o r ía
¡Ir la com u n ic a c ió n hum ana, Buenos Aires, T ie m p o C on tem porá n eo, 1974.]
Las investigaciones d el gru po de P a lo A lt o han in spirado trabajos muy
pertinentes sobre la te oría de los juegos. En ellas se analizan los efectos inter-
prrsonales y sociales de actitudes inconscientes que se rem ontan a la infancia.
(E ric Berne, G a m espeople play, Pen gu in Books, 1964.)
El grupo de Palo A lto (que en esto coincide con Lacan) c,oni|*l
d eia al paciente no como un ser aislado, sino como el lugar de
tas relaciones, modificando las nociones, hasta entonces en uso, if f I
lativas al entorno. Los autores que integran este grupo sustituyen li»
criterios psicosociológicos tradicionales por criterios lógicos a poní
de que recurren, en su método de trabajo, a la encuesta psicosoci#*
lógica. Los investigadores de Palo Alto emplean modelos derivada!
de la electrónica para explicar en términos espaciales los probH
mas de la comunicación.
L a noción de f e e d b a c k , el estudio del sujeto como lugar de inpul
(concepto de b la c k b o x ) y la teoría de Carnap sobre #1
y o u tp u t
lenguaje han posibilitado el desarrollo de una investigación que
lleva a los psiquiatras a interrogar desde una nueva perspectiva (i
las teorías científicas que habían proporcionado hasta entonces Ítí;
apoyo al progreso clínico.
Anthony W ilden 19 ha creido ver en este movimiento anglosajón
una especie de convergencia con las posiciones de Lacan. Según n<i<
dice, los teóricos de la comunicación deberían estar dispuestos &
interpretar las cosas en la perspectiva lacaniana de las categoría»
del significante, lo simbólico, lo imaginario y lo real.
En efecto, es precisamente en torno a este eje (y a su ausencia}j
donde se ordena lo ju e separa a la investigación estadounidense d fl
la investigación francesa. Porque la utilización de las mistnas reff■
rendas logicomatemáticas {Frege, Boole, Godel, Russell, etc.) lia
desembocado, en los Estados Unidos, en un proceso distinto del
de los franceses. V aldría la pena profundizar en el sentido de estol
desarrollos respectivos.
Para los autores anglosajones, la lógica se sitúa al nivel de la
palabra dicha, y consideran al lenguaje, reducido a la comunica,
ción, como una variedad de comportamiento. Esto los mantiene en
una perspectiva conductista. Postulan la existencia de un código
no formulado, que permitiría que la comunicación funcionara co-

18 A n th o n y W ild e n , T h e language o f the self, N u e v a Y o rk , John HopkinfJ


1968, Este lib ro sitúa la ob ra d e L a ca n en el m o vim ien to del pensamiento
m odern o. D estin a do a los lectores de habla inglesa, no tiene equ ivalen te.
En Q u 'es t-e e que le s lru ctu ra lism e (é d . du S tu il, 19Gb), Francois W a h l y
M u sta p h a Safouan exponen ca d a uno de ellos un aspecto esencial d e la teorU
lacaniana. [H a y edición en esp añ ol: Q u é es el estru ctu ra lism o?, Buenos A ireí,
L o sa d a , 1 9 7 1 .)]
En A . W ild e n se en cu en tra más bien una explicación de textos qu e le resul­
tará sum am ente valiosa a l lector de La ca n .
tur■ un cálculo cuyas reglas serían observadas en toda comunicación
librada, y transgredidas en toda comunicación perturbada.
Se postula, por consiguiente, que un orden análogo al nivel es-
lilictural de la lógica domina la conciencia humana y determina
d conocimiento que el hombre adquiere de su universo. En esta
perspectiva, conciben la neurosis y la psicosis como efectos de
una situación creada por una contradicción lógica del discurso
Vil el cual el sujeto se halla preso. Estudian la respuesta “ loca”
nano reacción a un contexto “ comunicacional” que el sujeto no
jiucde soportar. El análisis de la situación consiste ante todo en un
análisis de un sistema de paradojas. La terapia, concebida como
ntrategia, tiene por meta la creación de nuevas paradojas, por ejem­
plo “ prescribir el síntoma” .
La debilidad de esta teoría (por otra parte plena de interés) se
halla en la concepción que los autores tienen del lenguaje.
Al privilegiar desde un comienzo el comportamiento, entendiendo
que el lenguaje no sería más que uno de los aspectos del mismo,
no encuentran lo que está en juego en el discurso. De allí que su
investigación tenga por eje las reglas de la comunicación (desde
un puntapié hasta el sonar de una campanilla) en un registro que no
licne en cuenta la función simbólica inherente a todo discurso.
El sistema lógico utilizado por el grupo de Palo A lto funciona al
nivel de una realidad perceptiva (las palabras dichas) que no remite
■i nada no dicho; en ningún momento se interroga al discurso pre­
sente en el inconsciente. El método experimental utilizado desemboca
en una simplificación (reducción) de los desarrollos teóricos, sim­
plificación cuyos efectos no carecen de peligro.
Al colocar el acento sobre la paradoja manteniéndose exclusiva­
mente en el nivel consciente, se corre el riesgo de desconocer la im­
portancia de la brecha que separa al discurso consciente del discurso,
inconsciente.
Lacan estudia, por el contrario, el lenguaje en la relación del
sujeto con el significante. Desarrolla una lógica del significante que
Be articula en la teoría del deseo: al estudiar el discurso inconsciente
que replica el discurso consciente, pone el acento en el papel que
le corresponden a la alternancia de la presencia y de la ausencia en el
mundo del niño. E l objeto que el niño es llevado a descubrir es un
objeto fallante, un objeto ausente.
E l discurso, en esta perspectiva, sólo puede articularse porque
existen brechas que han de ser llenadas. Está ligado a una ausencia.
L a teoría anglosajona, preocupada solamente por los datos de una
realidad experimental, oscila entre la referencia a criterios lógicos
y el recurso a la encuesta psicosociológica. El discurso de estos auln.
res privilegia el orden al que llamamos imaginario, pero desconou'
la verdad que se desprende de lo simbólico.
Examinemos ahora la influencia de los trabajos de Palo Alto ' II
los grupos psiquiátricos anglosajones más célebres:
El grupo de Gregory Bateson 20 (a quien los autores del grupo dn
Palo Alto dedican su obra) se ha hecho célebre por su teoría <:rl
double bind. Los autores descubren en el discurso del paciente y de su
familia el modo en que el “ futuro esquizofrénico” se ve aprisionado
en medio de órdenes contradictorias, colocado en una permanenti1
situación conflictiva de trasgresión.
L a noción de double bind corresponde a condiciones en las que el
aprendizaje está ligado a un marco de aparente libertad, libertad
mistificante que sólo existe para poner mejor de manifiesto la gra>
vedad de la falta cometida por e! sujeto. A partir de ello, todo
ocurre como si la aspiración inconsciente de uno de sus dos proge­
nitores fuera ver que él niño trasgrede la orden recibida, para qur
el adulto pueda desenmascarar mejor su falta.
Sin embargo, los autores no se preocupan por profundizar la
problemática inconsciente de los progenitores. Se atienen sobre todci
a un material cuya fuente son encuestas y que ha sido seleccionado
de acuerdo con los datos de la psicosociología. Este material sólo traía
de aproximarnos a Ta experiencia vivida referida a lo que está en
juego en la familia del esquizofrénico.21
Laing y Esterson 22 han retomado esta teoría de Bateson. Rechazan
la idea de. una patología familiar que. pueda entenderse como entidad
conceptual y la reemplazan por la noción de nexus fam ilia l: una es­
tructura en la que el Individuo debe captarse a sí mismo. Muestran
de qué manera, a partir del doble discurso del niño y de los progeni­
tores, se desenvuelve una especie de juego dialéctico que cuestiona
la posición del sujeto.
Dominan el mundo anglosajón otras dos tesis relativas a la natura»
leza de la locura: la de Théodore Lidz y la de Lymann Wynne.23

■■’ G. Bateson, D . Jackson, J. H a ie y y J. W ea k la n d , “ T o w a r d a th e o iy oí


Schizoph ren ia,’ l en B e h a vio ra l Science, I , 1956.
21 P ierre F ed id a , “ Psychose et P a re n té” , C r itiq u e , octubre de 1968. Hemos
u tiliza d o a m enudo este estudio m u y com pleto, el prim ero en lengua francesa
consagrado a la antipsiquiatría.
12 L a in g y Esterson, Sa nity, madness and the fa m ily , Tavistocfc, 1964.
23 T . L id z , S. F leck y A . R . C orn elison , Schizop hrertia and the fa m ily , Nueva
Y o rk , In t. U n iv . Press, 1966.
El grupo de Lid/. se remite a los trabajos de Talcott Parsons y utiliza
fnneeptos psicoanalíticos para interpretar lo que se ordena en la
estructura familiar (aunque sin embargo se ignora todo lo que guarda
relación con el Edipo y la castración). Lo que perciben adecuada­
mente es lo referente a los deseos incestuosos y de muerte relativos a los
progenitores. Describen dos tipos de familias esquizógenas:
f a) aquellas en las que domina una figura patológica central (el
padre o la madre) y
b) aquellas en las que el padre o la madre eligen a un hijo para
oponerlo al otro cónyuge.
Los autores ponen en evidencia el modo en que el niño, futuro
esquizofrénico, resulta ser el soporte de lo que en los progenitores
ha quedado en lo no simbolizable.
La dimensión histórica, por otra parte (como lo hace notar
Fedida),24 se halla ausente en estos trabajos esencialmente centrados
en un esquema umficador de tipo psicosocial.
El grupo de Wynne estudia “ la familia como un sistema y el desa­
rrollo de la esquizofrenia como la resultante necesaria de un modo
de organización dinámica de la constelación familiar” . Los autores
muestran cómo el niño no tiene entonces otra elección que la de
amoldarse al sistema familiar, puesto que toda apertura hacia el exte­
rior choca contra la prohibición de sus progenitores. A este respecto
escribe Wynne: “ Las familias en las que un descendiente se convierte
en esquizofrénico en un período tardío de su adolescencia o al co­
mienzo de la madurez se han sentido por lo general gravemente
amenazadas, a la vez individual y colectivamente, por ciertas expe­
riencias humanas . , . que producen un impacto destructivo tales
como la separación, la soledad, el deseo sexual, la cólera, la ternura.
Vseudo-mutuality y pseudo-hostility son modos de sentirse en rela­
ción que logran lo que las defensas y otras funciones del ego no
pudieron realizar jamás en una o varias de las personas implicadas:
protegen contra la intervención o el descubrimiento de una conciencia
y de un reconocimiento de sí mismo” .25
Los autores describen la pseudo-mutuality y la pseudo-hostility
como actitudes del tipo reactivo que le permiten al sujeto continuar
viviendo con una persona amada-odiada en el seno de su familia.
Cuando pierde el apoyo de la familia, el sujeto se encuentra indefenso,
en peligro de “ descompensarse” rápidamente.

24 F ie rre Fedida , loe. cit.


25 L. W yn n e y M a rg a re t Singer, “ T h in k in g disorders and fam ily transac-
tions” , en A m e rica n psychiatric cusociaton, m ayo de 1964, citado p o r Fedida.
Cabe reprochar a estos trabajos su carácter descriptivo. N o s i r i p i
esta claro cómo pueden utilizarse en la dinámica de una c u r t í
elementos así obtenidos. La preocupación de la mayor parte dr , » 9
investigadores no está, por otra parte, relacionada con la cura aniillüfl
(que según ellos interpretan tiende solamente a la adaptación) n i
con una profilaxis mental o un llamado a la revolución.2® ]
Estas orientaciones centran más la atención sobre los roles till» •
adoptan en la realidad que sobre el modo en que el lenguaje ......
al sujeto. En la mayor parte de las investigaciones psicosociolói/líA
la relación progenitores-hijos se interpreta en función de un decir n *
no remite a ninguna lectura de algo no dicho, de un decir sepamiln
de toda referencia a la estructura inconsciente de los progenitnnB
N o se obtiene, pues, de estos aportes una estructura de la omití*
zacion inconsciente de la psicosis: se da solamente una visión dialéctíA '
e o que ocurre en una familia de esquizofrénicos (particularnmil»
en Jules H en ry). 7 Y estos datos muy esclarecedores p e r m a n «d
alejados de lo que es puesto en juego, como hecho de estructm .
en los desarrollos freudianos.
El mérito de todos estos trabajos reside en que liberan a la injt
quiatria de una clasificación de tipo botánico, pero estos autor]
corren el riesgo de reemplazarla por otra forma dq c la s ific a d !
o de ideología.
N o se trata tanto^del comportamiento del psicótico (así como tnrn>
del neurótico) como de su palabra. La Traumdeutung, lo \u
recordado Lacan, descifra el inconsciente como un lenguaje Y Frentl
en. la época en que todavía reinaba la “ filología” , se anticipó, par»
construir una teoría del inconsciente, a la lingüística de Saussure. 1
i' reud solo concibió por un momento el inconsciente como recen,
taculo de pulsiones y de instintos con el propósito — que se reveló
después estéril— de convertirlo en vínculo de unión de ia biología
y de la psicología. En realidad, el inconsciente es el sujeto de Li
palabra. Si esto aparece encubierto en el neurótico o en el h o m b l
normal a causa del control del yo [m oi], se evidencia en cambio, direo
ámente en el psicotico. El yo [moi], como sabemos, tiene su fuente
en lo imaginario, lo que se advierte cuando se considera la fase
ael espejo.
Sobre estas bases teóricas — que no desarrollaremos aquí— , hemoi
demostrado que es imposible aislar el síntoma del niño enfermo no

lu c¡ón L m u n d iá r ÍÓn “ * PSÍqUÍatrÍa> Se« ún C o o P er> * « » P ««r P « la revo-


27 Jules H en ry , C u ltu r e against m an, Ta vistock, 1966. [H a y edición en
esp a ñ o l: L a c u ltu ra c o n tra e l h om b re, M éx ic o , S iglo X X I , 19671, ||
■ i » di- su propio discurso, sino tampoco del discurso que lo constituye,
■ iirur, esencialmente, el discurso de sus progenitores. El síntoma
■ l uifio llena, en el discurso familiar, el vacío que crea en él una
l.id que no se dice. De este modo, el síntoma les es necesario
^H|iiirnes han de protegerse contra el conocimiento de la verdad en
HjlMtión. Cuando se quiere tratar el síntoma, se rechaza al niño.
■ l itas comprobaciones son válidas también para el análisis de los
( blnltos y, en particular para el abordaje de la psicosis (donde son,
L 11 embargo, sistemáticamente desconocidas).
lín la relación con el psicótico, se tiende a olvidar un punto
^ ■ in iul: el sujeto, ante un llamado al que no puede ya responder,28
lliiii o surgir una floración de modos de ser23 que constituye el soporte
l 'l ' cierto lenguaje en cuanto tal. L o que se articula en el delirio
I ....stituye verdaderamente el eros del psicótico. Tiende tanto más
[ * l,i forma de la palabra, al juego con los vocablos, en la medida
[ tu que la palabra, de hecho, ha desaparecido. Esta floración imagi­
naria, “ antecámara de la locura” , requiere que se la entienda: en-
■ ubre lo que, en el sujeto, trata desesperadamente de hacerse reconocer
una articulación simbólica.
Al reprimir un delirio, se lo fija irremediablemente, o más bien se
I» cierra al sujeto la vía por la cual sólo la no intervención (por cuanto
l'iinscrva intacta la posibilidad de un reconocimieno del sujeto en su
iiutenticidad simbólica) puede dejar libre el camino a un proceso
l' íti: utivo de curación.
Aquí radica el interés que presentan los lugares de curación que
permiten, sin agresión mediante medicamentos, el desarrollo de un
•Irlirio (las investigaciones clínicas de Laing son, en este sentido,
altamente interesantes).
“ Cuando un tipo delira, el médico siente miedo; y sin embargo hay
tjue dejarlo delirar, ésta es la mejor cura.” Así se expresaba reciente­
mente un internado en Ville-Evrard.
Aceptamos intelectualmente esta posición. En la práctica, aplicamos
la quimioterapia obligadamente. El mérito de la experiencia inglesa
r,onsiste en haber tomado, en la realidad clínica, literalmente la frase
ile Freud: “ El delirio es un proceso restitutivo de curación” .80

28 T em a s desarrollados p o r La ca n en el S em in ario del 16 de noviem bre


de 1955.
20Ibíd.
30 Sin em bargo, e l problem a qu e plan tea la paran oia no ha sido abordado
rn los trabajos antipsiquiátricos. E sta laguna tiene su im p o rta n cia ; señala los
limiten de la ex perien cia inglesa.
Si bien la tentativa inglesa tropieza con sus propios límites y mil
posiciones teóricas son por otra parte discutibles, no por ello es menta
valiosa al nivel de una investigación clínica que vuelve a cuestión in
la relación del hombre con la locura. Trataré ahora de examinAf
precisamente este problema.

n. C O N F R O N T A C IO N C L IN IC A

LA S COM UNIDADES IN G L E S A S DE A N TII'SIQ U IATFU A

Ronald D. Laing (como lo hemos visto anteriormente) ha dedicad"


principalmente sus esfuerzos a la investigación clínica en materia df,
psicosis (y en particular de lo que se denomina esquizofrenia).
Es miembro fundador de la Vhiladelphia Association, organismo quf
ha creado en Londres tres “ liomes” (hogares), lugares a los que Sfl
considera antipsiquiátricos y cada uno de los cuales recoge a una
decena de “ enfermos mentales” (de edades comprendidas entre I"'
17 y los 35 años) sin que se practique en ellos una vigilancia médic»
particular.
Estas casas pretenden ser lugares de recepción de la locura. M
“ enfermo” entra en ellas para desarrollar una crisis que no seria
tolerada en ningún ¿>tro medio. En su búsqueda de un término ade­
cuado para definir esa crisis por la que pasa el paciente,31 Laing
propone el de metano'ia (en el sentido de conversión, de transfor»
m ación).
Considera al delirio (y a todas las manifestaciones que aparecen
en la esquizofrenia aguda) como un viaje (en esto asimila la crisii
psicótica a los efectos psicodélicos), viaje que puede revelarse conro
bueno o malo según sea el marco en el que se ve llevado a desarrúfl
liarse. Si al proceso se lo considera como patológico (y por ello ligado
a la necesidad de los “ cuidados” médicos), se corre el riesgo de que
su desenlace adopte un aspecto psicótico definitivo, y el proceso se
transforme en crónico en el medio psiquiátrico. Según la experienciíl
de Laing, es necesario (y esto tiene importancia capital) esforzara#
por seguir y asistir el movimiento de un episodio esquizofrénico agudo.'
en lugar de detenerlo. N o existe, agrega Laing, nada que sea más tabú
en nuestra sociedad que ciertas demandas regresivas. Por lo general,

31 E n fa n ce aliénée I I , R ech erch es, diciem b re de 1968. R . D . L a in g , M í*


ta n oia , som e experien ces al. K in g sley H a ll. Jacques Schotte, P résen ta tion cíe i
tra vaux du Congrés.
fítá prohibido todo cambio en la personalidad de un sujeto. En efecto,
tiri cambio en la persona exige un cambio en la relación de esta
I persona con los demás, de lo cual resulta que los demás practican al
iispecto una estrategia de exclusión, destinada a prevenir todo riesgo
tle cambio.
La recepción, en estas comunidades inglesas, consiste (según lo que
yo he podido percibir en el cuno de una estadía sumamente breve) en
una reconstrucción emparentada con el psicodrama.
El paciente se encuentra allí en el mito de la regresión (m ito lain-
Ruiano que por lo general conoce el enfermo, que viene para “ re-
Kresar” ) ; el paciente, en el curso de la actuación de “ su” escena, lo
utilizará como recurso a través del despliegue de sus demandas (en
los cuales agotará sus iras).
El paciente precisa un público, como testigo y sostén de su delirio
(tic sus alucinaciones, de sus síntomas). En este medio a la vez
turrado y abierto a los visitantes se desarrollan a veces juegos y ritos
■■xtraños, “ Dame tu angustia” es el tema que se sentiría uno tentado
ii proponer para ilustrar uno de estos “ juegos de la verdad” que se
improvisan a veces, juegos en cuyo curso se trata, ante testigos, de
"enloquecer” al compañero. T od o espectador se compromete a sufrir
lanibién él la prueba que consiste en arrancarle al otro lo insoportable
ili' la angustia. En cierta forma, lo que se exige es el grito del otro,
m cuanto tal.
Toda solución individual32 se encuentra orquestada permanente­
mente por un público. El mensaje que trata de hacerse oír es el de un
sujeto en su referencia al registro de la verdad. L a mirada del otro
Constituye la organización del mundo de cada uno. A partir de allí
tiene lugar una experiencia privilegiada; experiencia que tiene
lelación con la castración, con el objeto del deseo y con el espejismo
del deseo.
Se pone constantemente en juego una dramatización de la angustia
de castración, referida a un campo en el que la muerte y la vida se
hallan estrechamente ligadas, y con esa dramatización se perfilan
limenazas que guardan relación con todo lo que permanece prisionero
de lo prohibido.
La entrada de un nuevo “ paciente” en Kingsley H all exige el
«cuerdo previo del grupo (de los pacientes) en su conjunto.

52 E l m ecanism o d e “ redención1’ , cuando se traduce en el curso de la resi­


ten cia en el hogar, no d eja d e gu a rd ar relación con una iden tificación ideal
ton el o b jeto de desecho deja d o p o r la ven gan za divina.
Los miembros del grupo se pronuncian mediante el acuerdo i]ii*
acabamos de indicar solare su tolerancia con respecto a una intrusión
en su juego. Lo que el paciente va a adquirir mediante el dominio (Ifl
las sucesivas crisis, a través de las cuales termina por producirse un.
“ conversión” o “ redención” , es un cierto saber, no solamente sobro la
locura, sino sobre el hombre.
Esto no deja de evocar ciertos ritos de posesión de las sociedad»
africanas en los que, a través de un ritual de expiación, vemos prod.
cirse el cambio que va a permitirle al individuo abandonar el status «I*1
“ enfermo” para ocupar el de “ terapeuta” .
En un estudio sobre la posesión en los w olof y los lebu,3S Andl’ÜI
Zempleni relata la conversión de un enfermo en terapeuta. L a historia,
tal como se la ha encontrado reconstruida por la paciente (Khady)
que se ha convertido en curandera, se ordena, en su origen, a partir
de un mito que va a gobernarla.31
En el interior de este mito, se esboza la evolución de una niiin
insoportable, en rebeldía contra el padre, hasta el momento en que no
inscribirá, en tanto que terapeuta, en la línea paterna de descendencia
En el caso de Khady, pero también en el de M ary que se veril
después, me ha parecido interesante el corte que parece instauran#
en el caso del placer que produce la enfermedad al dominio adquirido
sobre ésta.
En la monografía africana, la historia de la “ conversión” se no»
presenta según un desarrollo que sigue la biografía de la paciento
y que se emparenta con el destino. El mito se inscribe desde un CO»
mienzo en el “ marco” de las estructuras sociales.
Mary, la enferma de Laing, muestra a través de la prueba de la
locura no solamente lo que busca “ re-encontrar” sino lo que está en
juego en ese intento; también en este caso se plantea el mito en el
origen, pero el mito está inscripto en la institución.
Laing relata3G la historia de esta enfermera-jefe rígida, organizada,
consagrada totalmente a su trabajo, que experimentó el sentimiento

33 A ndrás Zem p len i, C o llo q u e C N R S sur tes cuites de possession, octubre


de 1968 (in é d it o ).
L e agradezco a l a u to r que roe haya com u n icado su estu dio no publicado
sobre los cultos d e posesión. A la lectu ra d e este estudio debo e l conocim iento
del caso de K h a d y.
84 Se trata d e un m ito gem elo, característico de la re ligió n de los rabf
V éa se n ota 37.
35 R . D . L a in g , “ M e ta n o ía ” , en E n fa n ce aliénée I I , R ech erch es, diciem bre
de 1968. (H a y ed. en e s p .).
I ile que un día se había perdido en cierta etapa de su vida. Le pareció
Btiecesario volver allá donde se había perdido, con el fin de poder
Reencontrarse nuevamente, y llegar así a vivir de un modo que no
I (líese falso. Pocos días después de su ingreso en Kingsley Hall, comenzó
I * “regresar” por la noche (se tornó incontinente y encoprética) , con-
Birrvando no obstante su trabajo durante el día. Enseguida solicitó a
I !»s autoridades una licencia por enfermedad, que le fue otorgada.
I lírsde ese día, regresó en forma total y se hizo alimentar con biberón.
B 'V cubrió de heces, adelgazó, dejó de hablar, pronto no le fue posible
mantenerse en pie. Se puso débil en extremo, tuvo una hemorragia
| uterina y fue preciso trasladarla al hospital,
f Según sus propias manifestaciones ulteriores, regresó a una época
I miterior a su nacimiento: quería regresar a un momento anterior
II Inclusive al de su encarnación. Abandonó su cuerpo al médico (doctor
llcrke]. Y este cuerpo llegó hasta el límite de la muerte física,

( En la historia de Khady, las perturbaciones se dan en orden crono­


lógico. Vemos a su padre ocuparse durante la primera infancia de la
I niña, en “ reparar” (mediante ofrendas a los dioses) los daños cau-
I Indos por su hija a los vecinos, y en curarla de toda una serie de
malestares. El padre re-bautiza incluso a su hija, dándole el nombre
tic la vecina perjudicada, a fin de apaciguar al rab de esta última.
Los rituales apuntan siempre a establecer una alianza con los espíritus
ancestrales (exteriores),
A los 16 años, Khady se casa y aumentan sus somatizaciones sin que
(1 padre pueda hacer nada al respecto. El síntoma de la hija es, en
manto tal, el sacrificio que exigen los espíritus ancestrales (parálisis,
r mutismo, anorexia). L a madre de Khady va a entregar a los espíritus
«i vida para que su hija no muera, mas esto no los conforma, quieren
manifiestamente entenderse con Khady; es decir, en todo aquello que
le refiere a su propia castración. El apogeo de las perturbaciones y el
delirio se presenta a ios 25 años: también entonces se produce
el comienzo de la iniciación a su estado de curandera.
En la paciente de Laing, ocurre igualmente que en el apogeo de sus
perturbaciones se esboza una posibilidad de entrar en otro status (se
transforma en una pintora de talento). Mediante una larga marcha
¡i través de lo insensato, termina por reencontrar la “ causa” de
un deseo.
La entrada en la locura se realiza, como ya vimos, a través de la
;morexia, la encopresis y la incontinencia. Fue necesario que M ary
íe viera dominada por la máquina (del significante) como trozo
j carnal separada de su cuerpo. En el límite de la muerte física, hizo ver
que su deseo era deseo del cuerpo del otro. Se dio un juego psicodM I
mático salvaje entre ella y el médico; lo que ella requería era a la v4|
la angustia del otro.
Dos intervenciones parecen haber tenido un efecto particulanno|l^|
decisivo. En primer lugar la prohibición que un día se le comunicó tfe
defecar en cualquier parte. Se le asignó (en beneficio de los denifc !
pensionistas) un área olfativa. Dentro de esa área, se le dio plert»
derecho a jugar con sus excrementos, a embadurnar con ellos lu
paredes.
La otra intervención (que tuvo sin duda relación con su vocación I
de pintora) fue tina simple observación de Laing. Ante el aspecto il*
los muros manchados con excrementos, le dijo: “ Es bello, pero Oj
tiene color". Desde ese instante, la mujer recurrió a la pintura t
ejecutó hermosos murales. A partir de allí se elaboró en el sujeto un I
deseo de pintar.
N o es exagerado decir que en un primer nivel, fue realmente pl ¡
excremento en cuanto tal el que desempeñó el papel de causa dH
deseo 80 y esto en un momento crucial en el que lo que estaba n I
juego, para el sujeto, era el poder constituirse por primera vez en fl
significante.
El excremento desempeñó en la paciente un papel importante cu
una suerte de proceso de subjetivación. En relación con él apareció
en primer lugar la demanda más primitiva: que se vaya a buscai
manualmente ella sus excrementos (estando aquí estrechamente unicLi
la demanda al otro y la demanda del o t r o ); y después, a través de un
rechazo (primera intervención) que se le opuso, pero en otra paru
y no en el lugar donde se situó la segunda intervención (la de Laing),
hubo creación y expresión en la pintura de aquello que, perteneciente
al registro de los deseos imposibles, trataba de entrar en el decir. Existe
un vínculo innegable entre la. relación establecida por la paciente con
ese objeto perdido excremencial y la producción artística.
En un primer tiempo, esta mujer joven había perdido su identidad
confundida con el abandono del objeto excremencial. A partir de esta
pérdida pudo nacer el deseo, para introducir enseguida cierta cohe*
rencia al nivel de la constitución del sujeto.
La existencia de un hermano menor esquizofrénico no fue ajena
a la llegada de la enfermera a Kingsley Hall. Todo ocurrió como si
hubiera querido iniciarse en la “ enfermedad” como “ enferma" para
lograr así una posibilidad de salvar al hermano.

3S Lacan, “ El excrem en to no desempeña el papel de efecto de lo q u e slti


mos com o deseo anal, es su causa” . Sem inario d el 19 d e ju lio de 1963.
B l.as etapas de la “ curación” de la paciente, escandidas por un ritual
||)r demandas regresivas autorizadas y por episodios delirantes, fueron
I «tímidas por el grupo en su conjunto. El delirio de la joven fue en
drrta medida cuidado tiernamente por todos como si fuese su bien
I fii.is preciado. Pudo así surgir de este viaje por lo insensato un acto
M r creación.
' Si la enferma de Laing alcanzó el límite de la muerte física, en el
de Khady la muerte está igualmente presente: le arrebata a su
limdre y sus hijos. En el apogeo de su delirio, vemos a Khady oscilar
entre el rechazo y la obediencia a las órdenes de los espíritus ances­
trales.
[ Accede al status de terapeuta en un movimiento en el que se esfuerza
por escapar a la magia. Accede a él a través de una serie de ritos
« icrificiales, en cuyo curso paga el derecho a la herencia paterna ( se
realiza así algo que pertenece al orden de una identificación signifi-
i.inte, más allá de las luchas imaginarias).
En una época en que su ambivalencia con respecto al padre era
todavía manifiesta, un curandero le hizo esta observación: “ Las
mujeres no deben poseer conocimiento” .
“ Y o heredé esc conocimiento de mis antepasados” , replicó Khady.
Esta declaración tuvo por efecto convertirse en palabra de partici­
pación, palabra que hizo que Khady pasara del estado de enferma
>il de curandera. Recibió entonces, como parte de la herencia paterna,
una piedra, una cabeza de buitre, instrumentos del culto (necesarios
para su función) ; era preciso, no obstante, que ganara todavía una
lucha y arrancara el “ cuerpo de Sajinne” , antes de llegar a conquistar
un poder total.

Los huéspedes de Kingsley H all adquieren el dominio de la locura


a través de todo un juego con la muerte y la angustia. Hay, no obs­
tante, víctimas expiatorias: víctimas que se hacen echar del “ hogar”
según el mismo proceso repetitivo que los llevó a excluirse de sus
familias. El que, por el contrario, tiene la gracia de salir del infierno
de la locura lo hace de manera creadora, resultado que es difícilmente
posible en el hospital psiquiátrico.
L o que me impresionó durante mi breve estada fue el modo en que
los “ enfermos” habían adquirido, a través de su experiencia personal,
una verdadera competencia de terapeutas. El acceso al conocimiento
a través del dominio del mal tiene sin duda, como trasfondo, cierta
relación con los ritos de posesión.
También en la historia de Khady es la víctima de los males la que,
mediante una serie de regresiones, adquiere el dominio del mal. Las
“ iniciaciones” en el mundo de los “ tuur” y los “ rab” 37 están v in w
ladas a sanciones, a reparaciones exigidas por los espíritu ancestral'*
Coinciden con reordenamientos en las estructuras familiares y tril);ilni
(y por consiguiente, en este país, religiosas).
U na parte de la vida de la ex enferma se ordenó en torno ii l«
búsqueda de una identidad, de la búsqueda de un lugar en las lín* •
de descendencia a las que pertenecía, y ello a través de una oscilación
continua entre el rechazo de las tradiciones familiares y la sumístfifl
a los espíritus ancestrales. A través de una resistencia a la instan* I»
paterna, llegó finalmente a hacerse cargo de su herencia de curandcM
L o que se toma manifiesto a través de toda una sintomatolop.U
histérica (parálisis, mutismo, anorexia), es el modo como un peina
miento que por momentos podría llamarse delirante es apoyado |»m
las creencias del medio, que favorecen el delirio. El pensamiento it*
la enferma encuentra su apoyo en las creencias del grupo (noteniQl
que contrariamente a lo que ocurre en la tradición occidental, no ■
busca aquí en ningún momento perseguir al espíritu, causa del mal; ■
trata siempre de esforzarse por establecer con él una alianza, y esto |
través de un ritual del que participa todo el grupo). El sistema de I-
enferma es así a la vez delirio individual y creencias comunes. Esta­
mos de este modo en presencia de lo que sería una neurosis obsesivl
que lograra buen éxito: una curación de la histeria a través de i|H

37 “ T u u r y rab son espíritus ancestrales. En el sentido prim itivo , et Unir »


un gen io qu e dom ina las aguas y el suelo, que establece una alianza trasmisiM*
de generación en generación con el antepasado fu n d a d or de una progenie, pof I
regla general uterina, la cual se co n vierte de este m o d o en el doble del Uitijfl
invisible qu e form an los descendientes del tuur.
N o obstante, a los o jo s de tos adeptos del cu lto, que lo consideran com o JjAN
espíritu ancestral, id en tifica d o desde larga data, el tuur tom a sus rasgos taulQ
de la im a gin ería de Jos genios com o d e las figuras ancestrales propiam éflB
dichas. Su nom bre va p reced id o de la palabra m aam que significa abuelo A
antepasado. Sus atributos son conocidos p o r tod o el sector social (lín ea ® l
descendencia, barrio o p o b la d o ) al qu e está liga d o y qu e le rin den culto regulíft
L a fron tera que separa a los tuur de los rab (r a b : a n im a l) es m óvil. I "
tu ur son rab y el h om en a je q u e se rin de asiduamente al rab iden tifica do v i l
eleva al ran go de tuur. L a diferen cia reside en e l gra d o de a n tigüedad de ii) 1
alianza con los hombres. P ero el rab no es solam ente un espíritu ancestnl
sim ilar al tuur. Es tam bién parte constituyente de la persona, el doble (genie]",
co m p a ñ ero ) d el n it visible, A veces se actualiza, y a veces perm anece cor»&
virtu a lid a d de la persona. Si se actu aliza (p o r la en ferm ed a d ) su nominación
(m ed ia n te tos rituales denom inados n dóp y sam p) im p lica su integración en M
universo de los espíritus reconocidos p o r la co lectivid a d . Este universo es In
du plicación de la sociedad o ficia l. L os rab y los tuur tienen pues un nombro,
un sexo, una etnia, una religió n , una profesión, una personalidad . . ( A . Zem
pleni, ib íd .)
Bel ¡rio admitido por los otros (delirio que en nuestros países la habría
enndenado al asilo).
I .o que cuenta, por otra parte, en esta experiencia es no tanto una
hipotética curación como el acceso de Khady a una audiencia y a un
a.iber.
| El conocimiento ha surgido en el momento en que el deseo pudo
ti(limar la función del conocimiento, hasta entonces aprisionado en
la fantasía.
La raíz de este conocimiento se encontraba sin duda en el cuerpo
míriente; fue preciso que este cuerpo se introdujera en toda una
dialéctica significante (se separara de los hijos nacidos muertos, se
alienara en diferentes partes) antes de poder situarse en el campo
del deseo. Y la noción de sacrificio, de mutilación, ha desempeñado
¡illí el papel de vector, para asegurar la presencia del otro en la red
del deseo.38 (Volvemos a encontrar la presencia de estos mismos meca­
nismos en la enferma de Laing, que en una primera etapa debía
destruirse en su cuerpo.)
Khady nace a su función de curandera a través de una experiencia
rn la realización de su deseo. Guando ella pudo lanzarse lo suficiente­
mente Jejos por esc camino, logró también reintegrar el deseo a su
causa. I
Este viaje por la “ enfermedad” , que tiene como apoyo la creencia
del grupo, no está tan lejos de lo que me parece ser uno de los resortes
esenciales puestos en movimiento en Kingsley Hall. El paciente, a
través de una serie de experiencias, alcanza no ya una salud, sino un
saber que le permite desempeñar en su momento el papel de guía de
aquellos que se encuentran librados a “ la cólera de los espíritus” .
La locura, como lo hemos visto, no es un mal que haya que expulsar;
se trata de concertar una alianza “ con los espíritus” , de llevarlos, sin
despertar la angustia, a la trampa del deseo,

38 A . Z em plen i m e hizo n ota r qu e el c o rte puesto en evid en cia en este


capítu lo (m u erte-en ferm eda d y renacim iento-acceso al p o d er de cu ra r) se
vu elve a en con tra r en la b io gra fía de todos los tipos de curanderos. En los
m arabouts (S e n e g a l) este elem en to está presente b a jo la form a de retiros
ascéticos denom inados “ xalw a ” , qu e consagran la carrera del curandero (en
lagar de co n d icion arla desde el com ien zo, com o la en ferm edad y el rito
terapéutico en el cu lto de los r a b ).
Las inversiones dialécticas qu e se operan son, según Zem p len i, innegables
en todas las curas animistas. Estas curas se basan en técnicas de nom inación
e integración, en oposición a las curas islámicas que se operan por pu rificación
y expulsión.
El en ferm o (postu lan te al p a p el d e cu ran dero) recibe súbitamente en las
curas animistas, el p o d er de dom in ar las fuerzas oscuras (n o nom inadas) que
lo atorm entaban.
Está lejos de mi intención, no obstante, la idea de reducir la psícoM»
a algún viaje metafísico. Si he registrado las experiencias inglesa
africanas, lo he hecho para subrayar la originalidad de una busque
que le da a la locura la posibilidad de hablar.

RECIBIR LA PSICOSIS

L o que así habla es una palabra que se le presenta como tal al sujéui,
pero no es él. El paciente llega a perderse como sujeto al buscaj.ifl
como objeto en su relación con el otro.30 La palabra que entonce»
surge no es ya la suya, es eí tú (que habla en una situación en la quo
el otro como tal no puede ya ser reconocido por el paciente) .10
En estas condiciones se produce la reducción de la situación a unii
pura relación imaginaria. En la relación afectiva que así se crea, et
otro se trasforma en el ser de puro deseo, pero también en el ser
de destrucción: de allí el lugar que ocupa la aparición de la agresi­
vidad en el rampo en que se despliega la locura.
Lacan sitúa ia entrada en la psicosis aproximadamente en un
momento en que, desde el campo del otro, viene el llamado de un signi­
ficante esencial que no se puede recibir.41 Surgen de lo imaginario
palabras que se imponen al sujeto, y a estas palabras se aferra; ellas
lo vuelven a vincular^con una “ humanización” que está perdiendo
En este registro pueden situarse las tentativas de “ redención” (que
vemos en los casos de que informa L a in g). Estas tentativas aparecen
para proteger al sujeto en su narcisismo amenazado.
L o que se despliega en este momento en la escena, como absor­
ción de imágenes aterrorizantes, es algo que en realidad sólo puedo
captarse en tanto que relación del sujeto con respecto al significante.
Siempre en el momento en que la relación con el otro imaginario se
trasforma en una relación mortal, el sujeto introduce una reconsti-J
tución de todo el sistema significante como tal, desprendida de la
relación significada (y esto va acompañado por una descomposición

30 L a ca n , S em in ario d e l 27 de ju n io de 1956: “ Sería necesario hacer con>


p ren d er qu e en esta relación es él el o b je to ; al fin de cuentas, es por buscars#
co m o o b je to , que se pierde com o su jeto” .
40 L a ca n , Sem inario del 27 de ju n io de 1956: “ ¿ P o r qué ocurre q u e para
e] p rop io sujeto e llo habla, es d ec ir que e llo se presenta com o una palabra, y
qu e esa palabra es ello ? ¿ e llo no es é l? H em os intentado cen trar esta pregunta
a l nivel del tú, [ . . .] El tú es un significante, una puntuación, algo para lo cual
el o tro está fija d o en un pu nto de la sign ificación ” .
41 La ca n , Sem inario del 4 de ju lio d e 1956.
I ilcl discurso interior). Lo que el sujeto trata de reconstituir es lo que
ii<« pudo ser asimilado en el momento del choque con el significante.
Porque nunca lo repetiremos suficientemente: en el momento en que
• I psicótico se ve llamado a tener que concordar con sus significantes,
|n ese momento hace, en condiciones determinadas, un esfuerzo que
ilrsemboca en el desarrollo de una psicosis.42
Esta psicosis no tiene tanta necesidad de ser “ curada” (en el sentido
•Ir una detención) como de ser recibida. L o que el paciente busca
í ' un testigo y un soporte de esa palabra ajena que se le impone.

42 L a ca n , S em in ario del 4 de ju lio de 1956: “ [•..] todos ustedes están, y yo


con ustedes, insertos en ese significan te m ayor qu e se lla m a Papá N o el [...]
Papá N o e l, eso siem pre concuerda [ . . .] y d iría más, no solam ente que siem pre
concuerda sino que concuerda bien Y bien, e l psicótico tiene sobre nos­
otros la desventaja, p ero también el p rivilegio , de hallarse en una relación que
le plan tea de o tro m odo. N o está totalm ente a daptado, no ha surgido del
•ignificante. Se encuentra colocad o un poco de tr a v é s ; ha surgido a p a rtir del
momento en que se lo conm ina a ponerse de acuerdo con esos significantes,
debe hacerse un esfuerzo de retrospección considerable qu e cu lm in a en el desa­
rrollo de una psicosis.”
Veremos ahora, para terminar, de qué manera en el interior del aná­
lisis mismo se plantea, a través de los aspectos didácticos, el problema
de la institución.

I. L O H IS T Ó R IC O

EL A N Á LIS rS ORIGINARIO

Este es, nos ¡o recuerda O. Mannoni,2 “ el análisis de Freud ante


Ftiess, en el curso de los últimos años del siglo xix” . Describirlo llevaría
a distinguir dos tipos de saber, el adquirido por Freud con sus maestros
(Charcot y Breuer) y fundado sobre la observación clínica; y esa otra
forma de saber, más difícilmente comunicable, lograda no tanto por
el deseo consciente sino más bien por los avatares del deseo incons­
ciente. Mannoni ve aquí el doble origen del análisis, tanto en su
técnica como en sus ritos de iniciación.
Estos dos saberes se sostienen mutuamente, se completan, pero
pueden también, en ciertos momentos, entrar en conflicto recíproco.
El saber adquirida sufre una modificación que guarda relación con
el modo en que se sitúa como objeto en el campo del deseo.
“A lgo proveniente de las profundidades abismales de mi propia
neurosis se ha propuesto a que avance aun más en la comprensión
de las neurosis y tú, ignoro por qué, te hallas implicado en esto.
La imposibilidad de escribir que me afecta, parece tener por objetivo
perturbar nuestras relaciones [...] ¿ T e ha pasado algo análogo a ti?” *

1 A p a rec id o en el B u lle tin ({'In fo r m a tio n du syndicat des T H P S , nv 4,


a bril-m ayo du 1969.
ñ O. M an n on i, " L ’analyse o rigin elle” , en Cléfs p o u r l ’im a g in a ire, éd. du
Senil. I9t>9. [H a y edición en esp añ ol: L a otra escena. Claves para lo im a gin a rio ,
Buenos A ires, A m o rrortti, 1972.]
3 Freud, C arta 66.
L a amistad de Freud con Fliess perturba a los analistas, y cuando
hablan de ella, lo hacen siempre con cierta reticencia. La mayor parle
del tiempo reducen a una graii dimensión imaginaria la ‘'transfe-,
rencia” de Freud con Fliess.
Se ha dicho * que Freud, gracias a que descubrió a través de Fliess
la universalidad del tema del “ padre” , pudo abstenerse de desempeñar
el papel del padre autócrata con sus enfermos, aplastados ya por la
autocracia. Se sabe fehacientemente que Freud. en un sueño relatado
a Fliess, se dio cuenta de su aspiración irracional: la de culpar a todos
los padres por las neurosis de sus hijos.
N o obstante, la cuestión no reside enteramente allí. L o que importa
no es tanto que Fliess haya podido desempeñar con respecto a Freud
el papel de padre, de madre, de confidente sobrestimado, sino qun
haya sido, desde un comienzo y ante todo, como en un análisis, el
apoyo de las dudas de Freud y también de su saber, el pivote en torno
al cual se ordenaron (a través del discurso sintomático que desde
1894 desarrolló Freud ante Fliess) sus descubrimientos más grandes.
Freud llamaba a Fliess “ mi otro yo” , le confiaba lo que todavía
no estaba suficientemente maduro como para ser comunicado a los
demás. En el centra de todas sus creaciones se encontraban los efectos
de su relación irracional con Fliess.
“ ¿Para quién habré de escribir ahora? Si desde el momento en que
una de mis interpreta ciones te desagrada estás dispuesto a declarar
que el que «lee los pensamientos» no percibe nada y no hace más que
proyectar en el otro sus propios pensamientos. Dejarás de ser realmente
mi público y, como los otros, considerarás al conjunto de mi técnica
como carente de valor.”
Freud mantenía una relación imaginaria con Fliess, pero en ella
existía desde el comienzo el esbozo de otro movimiento, movimiento
por el cual Freud había enviado un mensaje más allá de Fliess, para
que, más allá del otro imaginario, desde el campo en que se ha hecho
posible una articulación simbólica (el campo que Lacan llama “ el
lugar del O tro” ) , le fuera acordado un sentido.
Esta verdad que estalla entre Freud y Fliess marca los diferentes
momentos de sus descubrimientos. Freud descubre el peso de las
imagos de los progenitores, el papel desempeñado por el Edipo, la
importancia de la sexualidad en el niño, plantea el tema de la muerte
del padre en el origen de la entrada en un orden simbólico, y sabemos

4 Erik H . Erikson, Ir u ig h t and R esponsability, N o rto n , 19(i4.


6 F reu d , C arta 146.
I <|Ue sólo después de haber terminado con la interpretación de los
lui'ños, Freud pudo poner fin a su amistad con Fliess, y soportar final­
mente el peso de la angustia y de la soledad,
| De lo que, en el corazón mismo de esa relación, pudo servir de
ftcceso al conocimiento humano (al precio de mil tormentos, de luchas
V de sufrimientos somáticos), no sabemos gran cosa a no ser por esta
i'liservación de Freud: “ He tenido éxito allí donde el paranoico
Iracasa” .' De hecho hay, al parecer, una relación entre el conocimiento
|inranoico, el saber fundado en el deseo inconsciente, y la creación del
■ibjeto (psicoanalítico) que es también plena conciencia del objeto
perdido: siempre el descubrimiento surge en el momento en que la
investigación se oculta. ¿Cómo se instaura entonces una relación
analítica ?
| Si Freud le pidió a Breuer que lo instruyera, a Fliess (como lo
H'ruerda O. M annoni) le pidió un saber que éste no poseía. A l objeto
'Ib su investigación (el psicoanálisis) Freud lo situó en una relación
fantaseada con e) deseo del O tro; bajo esta forma le llegó al nivel del
Inconsciente algo del orden del conocimiento, y le llegó a través de la
mpiración a ser reconocido.
A partir de este deseo (la pasión de una investigación) Freud
articula lo que se transformará en la experiencia analítica. Lo plantea
.il mismo tiempo como una interrogación y como llave para todo
(cceso al saber y a la verdad.
Este modo de abordar la experiencia analítica, tan presente ya en
I is relaciones de Freud con Fliess, está muy alejado de toda reducción
II lina realidad, reducción que conduciría al psicoanálisis a esa forma
tic separación médico-enfermo que prevalece en psiquiatría, y sobre la
nial se funda toda la nosografía clásica. En esta perspectiva, el anadi­
ando estaría sometido al juicio de su analista-psiquiatra, en una
vinculación regida por una relación con la norma, allí donde Freud
subrayaba con mucha precisión que la experiencia moral no debe
ntar ligada al solo reconocimiento de la función del superyó, sino que
Ir resume ante todo en ese imperativo que se plantea en el origen
ild análisis: “ W o es war solí ich vverden” . Ese Y o [7c] que debe adve­
nir es también el Y o [Je] que se interroga sobre lo que quiere.
En su fascinación por las formalidades institucionales, los analistas
lian perdido de vista el origen de la experiencia freudiana, experiencia
n i cuyo curso Freud h a b ía ocupado en un principio y ante todo la

6 Jones, F re u d , Ufe and u 'o rk , Londres 1953-1957, H o g a rth Press. [H a y


tdición en español: V id a y O b ra de S ig m u n d F re u d , Ed. N o v a , Buenos A ires.]
posición de “ enfermo” (repitámoslo: Freud mantuvo con Fliess mi
discurso sintomático, y el segundo ocupó en esa relación el lu|(#l
de un médico idealizado. A través de esa relación y de la queja dr I»
trasferencia se tejió el saber de Freud sobre el psicoanálisis). Frctld
no ocupó la posición de “ enfermo” solamente con Fliess; antes d|
conocerlo, se había identificado con los enfermos histéricos de Charcol
(encontramos las huellas de este hecho en sus cartas a M artha). 1
Freud adquirió el conocimiento de la neurosis gracias a esa facultad
que tenía de ponerse en el lugar del “ enfermo” : era el ignorante qiw
esperaba del otro un determinado saber. En cierta forma, pucdt
decirse que su análisis se confundió con el de sus pacientes: “ Kmi
paciente va descaradamente bien. A través de un rodeo sorprendente,
ha logrado demostrarme a mí mismo la realidad de mi doctrina, y
proporcionándome la explicación, que hasta ahora se me había eso*
pado, de mi propia fobia a los trenes” .
Freud, gracias a Fliess, y a través de sus pacientes, se analizó “ coitt#
si hubiera sido otro” ; su saber se veía constantemente modificado |"
los efectos de la situación trasferencial. Sólo lo comprendió despní'
una vez pasado el momento en que, según la predicción de Flictt
Freud debía morir (1907) y (como lo recuerda O. Mannoni) li»
necesario esperar el fin del análisis del hombre de las ratas para que «
reuniesen los dos saberes, el que provenía de las concepcinuri
de Charcot y de Bfeuer y el que tenía su origen en la experiencia
de la trasferencia con Fliess.
De este modo, repitámoslo, el saber teórico freudiano sufrió un*
mutación como consecuencia del encuentro con Fliess, y en 190?.
después de la ruptura con Fliess, Freud pudo repetir para otros |J|
situación que había vivido primeramente con respecto a sí nnsmth
Los analistas han perdido de vista toda esta verdad. La formación
analítica ha tenido como eje no tanto la identificación del candidato
con el “ paciente” / como los desempeños que debe realizar en relaciÍB
con el objetivo fantaseado del “ convertirse en psicoanalista” . 1íl||
olvidado hasta qué punto es el analizando el que hace su análisis: han
puesto el acento en la única vertiente del analista que se supone “ haej
un analista, en una tradición de tipo totalmente “ clerical” . Según .cuín
perspectiva, el analista ya no es el “ sujeto que se supone sabe” , siwfl
aquel que sabe para el “ bien” de su paciente, de un paciente qui
tiene el status de alumno.

7 C o n “ un en ferm o” con o sin en ferm edad, com o lo destaca O . Mannofll


II. A N Á LIS IS DIDÁCTICO E N E L M O V IM IE N T O

"A decir verdad, no tengo nada que contarte y si escribo es porque


[ tengo necesidad de compañía y de que me animes [ . . 8 Esta nece-
lidad de colocar en alguna parte un interlocutor a quien le entrega
l« más íntimo de su ser, es una exigencia que Freud va a mantener
ikirante cerca de quince años. Fliess constituye la dirección de cierto
ilíscurso, es el lugar a partir del cual se funda una respuesta; cuando
l''reud coloca allí su pregunta, recibe de vuelta los efectos de sentido
ile su propio mensaje, y esto constituye la marca por la cual Freud se
ve llevado a hacer obra de creación.
I Freud ocupa los cinco años que siguen a la ruptura con Fliess en
li,llalizar este período de su vida; pero ya no experimenta más la nece-
lidad de entregarse. De este segundo movimiento en su propio análisis,
lio conocemos nada, salvo la confidencia que le hace a Ferenczi: “ No
idamente ha señalado usted, sino que lo ha comprendido también,
ijue ya no tengo ninguna necesidad de revelar completamente mi
personalidad y ha vinculado usted correctamente este hecho con su
pitusa traumática. Desde el asunto con Fliess, que me ha visto usted
recientemente ocupado en superar, esta necesidad ha sido suprimida” ."
En esa época (después de la pérdida de Fliess) aborda Freud el
problema de la sublimación y se interesa, además, por lo que está
en juego en la psicosis paranoica. (Hemos recordado ya aquella otra
confidencia a Fercnczi: “ He tenido éxito allí donde el paranoico
fracasa” .) L a doctrina de Freud, su investigación, se confunde siempre
estrechamente con su propio psicoanálisis.
Pero de aquí en adelante Freud va a expresarse únicamente en su
obra; allí es donde continuará su análisis.
Ahora bien, desde 1902 Freud agrupa en torno de él a discípulos
ileseosos de iniciarse en sus descubrimientos. Muchos psiquiatras,
influidos por el fracaso de otras formas de tratamiento de las enfer­
medades mentales, lo consideran como un jefe. L a hostilidad del
público y la del cuerpo médico en su conjunto a las ideas de Freud,
refuerzan la solidaridad de los alumnos para con un maestro indis-
cutido, que ha de defenderse permanentemente de los ataques que
le han de llegar desde el exterior.
“ L a iniciación al psicoanálisis” tiene lugar bajo la forma de inter­
cambio “ didáctico” : el momento de una comida, de un paseo con los

8 F reu d,C a rla 74 .


9 Jones, F re u d , Lije and ivork, op. cit.
huéspedes de paso, de reuniones de trabajo regular con los nuMuW
y los estudiantes que residen en Viena.
Desde el comienzo, Freud subraya las dificultades del trabaja t|)
común, las tensiones que surgen, las luchas por el predominio. ÍW
crea todo un clima que él mismo juzga desfavorable y que lo 1Im *
a menudo a mantenerse a distancia del grupo.10
Si bien Freud estima que la mejor preparación para el oficio il*
analista consiste en entrar uno mismo en análisis, está lejos de eiÍRll
en dogma esta verdad, y durante muchos años lo vemos iniciar |
médicos en el análisis, al margen de toda formación analítica clásir*
Los ritos de iniciación parecen haber estado marcados por la dolití
experiencia de Freud (el saber recibido de Charcot a través de mi
objeto comt'in: el “ enfermo” , y el saber elaborado en el campo de |.i
trasferencia). Freud se preocupa no tanto por institucionalizar «1
psicoanálisis como por mantener la doctrina a salvo de toda explit
tación incorrecta.
Habría podido fundar un Grupo de Investigaciones a imagen de im
grupo de matemáticos, pero prefirió crear con sus discípulos (y *
través de rupturas sucesivas) una Sociedad de psicoanálisis (1910)
Desde ese día se institucionalizó el psicoanálisis: éste se convirtió fl»
la condición de acceso a la institución (social) de los psicoanalista!
y está estrechamente, ligado a ella. Las etapas de! análisis del candidato
pronto fueron codificadas, y sus "progresos” marcaron su ava ni'
en Ja institución social.
Freud, por otra parte, no esperaba mucho del análisis didáctica,
L o consideraba como un método de selección y de enseñanza.11 El
análisis era para é! un proceso ínrompleto, que exigía ser renovado
indefinidamente.
El reconocimiento que hace Freud en 1914 12 de que son las difi­
cultades surgidas a propósito de la enseñanza clel psicoanálisis lili
responsables de las disenciones y de las decisiones, este reconocimiento
conserva su validez aun si se lo aplica a nuestros días. En efecto, en

10 Freud, O n tke h isio ry a j th e psychcan alylic m ov em en t, c o lle c le d papen


/, H o g a rth Press.
M . Balint, “ O n the psych oan alytic tra in in g system” , en In te rn a tio n a l Journal
o ¡ psychoanalysis, vot, 29, 1948,
51 Lu isa X . A lv a re z d e T o le d o , L . G rin berg, M a r ie L a n ger, contribución^!
de Buenos A ires a Psychoanalysis in th e A m erica s, N u e v a Y o rk , In t. TJniv,
Press, 1966. [H a y edic. en esp. Psicoanálisis en las A m éricas. Ed. Paidóst
1968. Bs, As.]
13 H erb ert S. Strean, “ Som e psych ological aspects o f psychoanalytical trai»
rnng1’ . en T h e psychoanalyst review , 1965-1966, yol. 52, n* 4.
torno a la formación de los analistas se cristalizan desde 1910 todas
las tensiones y los desacuerdos más graves. A partir de la impasse del
iinálisis didáctico se creó la primera Institución de Psicoanálisis, con
li) cuerpo de didactas. A propósito del análisis didáctico los analistas
Munidos en congreso en Amsterdam en 1965 reconocieron su fracaso,
lin que, por otra parte, la institución psicoanalitica (como cuerpo
(ricial) fuese cuestionada ni siquiera por un instante. Y sin embargo
no faltan los críticos del sistema. Bernfeld 13 escribía: “ Las escuelas
lie psicoanálisis están fundadas en el siguiente p rin cipio: la existencia
ile instrumentos de medición relativamente simples y objetivos que les
permitan evaluar si el candidato ha alcanzado de modo satisfactorio
ias condiciones requeridas. En ausencia de estos criterios objetivos, la
ndmisión, la promoción y las designaciones estarán influidas por
factores irracionales. Los docentes se convierten entonces en personajes
importantes, la mayor parte de los estudiantes sienten la sensación
lie ganarse sus favores, confirmándolos así en el ejercicio de su auto­
ridad y de su poder. Si bien la formación analítica es larga, la Escuela,
aun siendo una escuela para adultos, desarrolla en sus estudiantes, al
menos temporariamente, rasgos infantiles y pueriles” .
La particularidad de las escuelas de psicoanálisis consiste en que
poco a poco han ido asemejándose a un modelo de enseñanza médica
universitaria. Sus miembros se sienten celosos de las prerrogativas que
se adquieren en el interior del círculo de los iniciados. L a notoriedad
adquirida afuera del círculo constituye a veces un obstáculo para el
desarrollo de la carrera en el seno del grupo. Las luchas de prestigio
son aun más agudas en los países donde la Sociedad de Picoanálisis
vive separada de toda relación exterior, de toda realización hospitalaria
satisfactoria. Un juego complicado de intrigas constituye el telón de
fondo en el que se proyectan las querellas ideológicas, las dimensiones
teóricas que constituyen a menucio el pretexto “ confesable” de arreglos
de cuentas que lo son mucho menos.
El candidato a analista se halla así aprisionado en este nudo de
tensiones y rivalidades, y su análisis resulta marcado por los efectos
de rebote de estas querellas de cofradía, sobre todo si su analista no
soporta que cuestione o que agreda el marco institucional al que
pertenece. Si no se puede reasumir en su análisis los efectos de estas
tensiones, le resta la posibilidad de esperar, endureciéndose, el día que
marcará su propia entrada oficial en la comunidad. El análisis no
puede entonces dejar de deformarse por la preocupación del candidato

13 S. B ern feld, “ O n psychoanalytic edu cation ” , en P sy ch o a n a ly tic q u a rlerly ,


vol. 31, 1962.
en asegurarse una carrera (carrera tanto más aleatoria en tanto so
desarrolla, en gran parte, en una situación de arbitrariedad).
Si bien la honestidad de Freud es la base sobre la que se funda su
relación con el psicoanálisis y con la investigación, esta preocupación
por la verdad y por la autenticidad no la encontramos siempre en el
seno de quienes lo rodeaban ni de sus sucesores. El “ sistema” institu­
cional que atrapa al candidato lo lleva a realizar performances teórica»
que a menudo están muy lejos de toda experiencia clínica. Y la expe­
riencia clínica también se encuentra falseada por las condiciones de
formación impuestas a los candidatos.
El Instituto Psicoanalítico de Nueva York castiga al candidato que
ha sido “ abandonado” .. . por su paciente. El mito de la norma pesa
en los criterios de selección impuestos y arrastra consigo su cortejo de
mentiras, de mala fe. U n esquema de cura-tipo es el molde que se le
ofrece al estudiante. Se sospecha de toda originalidad, se llama
‘‘adaptación’.’ a la sumisión a una estereotipia institucional. El can­
didato a analista es apresado en el cepo del formalismo. Bertram Lewin
y Ilelen Ross u han mostrado de qué manera los ideales burocrático»
de las instituciones psicoanalíticas estadounidenses han puesto en pe­
ligro el análisis didático hasta el punto de tornarlo casi imposible. La
misma Anna Freud 15 concluye su informe sobre la formación de los
analistas afirmando que ningún candidato puede tenerle verdadera­
mente confianza a su analista. Cuando se lee la üturatura analítica
relativa al problema del análisis didáctico, se percibe que el análisis
se ha convertido, en última instancia, en un pretexto: se lo sacrifica
deliberadamente en beneficio del didáctico, es decir, en beneficio de un
cuerpo constituido de didactas. El objetivo de una formación ya no
tiene nada que ver con la investigación de una relación con la verdad
a través de un discurso sintomático con el analista. Para el candidato
que se preocupa por “ llegar” , el objetivo primero de la formación es
entrar en la comunidad de los analistas. Sólo después de haber logrado
esa entrada algunos candidatos se deciden a hacer, junto con otro, un
tramo de análisis, en el que podrán llegar a ocupar el lugar de enfermo.
En el análisis didáctico el lugar que importa (realmente) ocupar es el
de alum no; alumno a menudo ya totalmente fascinado por la imagen
del analista “ jefe” , que algún día será llamado a encarnar, cuando
le llegue su turno.

M B. L e w in y H . Ross, “ Psychoanalytic ed u ca tion ” , en T h e U n ite d States,


N u e v a Y o rk , N o rto n y G o., 1960.
15 Anna Freud, “ Problems o f the training analysis” , en M a x E itin g o n , in
A íe m o ria m , Jerusalén, Israeli psychoanalytic socicty, 1950.
Gitelson 18 señala la interferencia del “ sistema” de las instituciones
psicoanalíticas con el análisis de los candidatos: observa la máscara que
constituyen los rasgos “ normales” de un candidato, menos libre de lo
que suele creerse de desempeñar el papel de neurótico. Las estructuras
institucionales están hechas de tal manera que la “ anormalidad” es
pasible de una penalidad que amenaza ensombrecer el porvenir
del candidato.
En los hechos, el analista interviene de manera decisiva como juez en
diferentes etapas del curso del candidato. Este no puede dejar de crear
una situación que de ningún modo favorece (es lo menos que puede
decirse) la sinceridad. Lo que entonces domina es la competencia.
Los analistas se interrogan desde hace cincuenta años sobre la con­
veniencia del análisis “ didáctico” .17 ¿No hay posibilidad de volver en
algún momento a un análisis “ personal” ? ¡ Algunos institutos co­
mienzan por él, otros terminan en él! L a perplejidad de los autores
que han abordado esta cuestión es total.
El psicoanálisis mismo, a través de todos estos problemas, corre el
riesgo de desaparecer de la formación de los candidatos si es que ha
podido alguna vez existir válidamente en el sistema educativo repre­
sivo de las instituciones y escuelas psicoanalíticas. Si el psicoanálisis
desaparece, el cuerpo de élite de los didactas entiende que, no obstante,
puede perpetuar sus privilegios. Precisamente porque este cuerpo existe
es el primero en resistir todo cambio estructural de las instituciones.
Las escisiones no han engendrado nunca nada nuevo en el plano del
sistema institucional. Cada grupúsculo que se constituye se estructura
de acuerdo con el mismo modelo de la sociedad de la que se ha
separado.

II . EL PR O C E S O A N A L IT IC O

O RD EN AM IEN TO DE ALG U N A S N O C IO NE S CJ-AVE: PSIC O AN Á LISIS


ESTAD O U NIDENSE Y E N S E Ñ A N Z A L.ACANIANA

Freud, en 1913,18 compara la situación analítica con el ajedrez: con


esta comparación pone el acento en el encuadre de un terreno en el
que tiene lugar el juego y en un p r o c e s o , es decir, en el movimiento
(libre) que en este terreno se despliega.

16 M a x w e ll G itelson, “ T h era p c u tic problem s in the analysia o f the «n o r m a l»


can didate” , en In te rn a lio nal J o u rn a l o f Psychoanalysis, v o l. 35, 1954.
17 Phyllis Greenacre, “ Problem s o f training analysis” , en T h e analytic
quarterly, vol. X X X V , n9 4, 1966.
18 Freud, " O n b eg in in g the treatm ent” (1 9 1 3 ), “ R ec ollec tio n , repecition
and w ork in g ih ro u g h '’ ( 191 4 ), en C o lle ete d papers, I I ,
L a libertad de movimiento del analizando es, en realidad, ilusorilg
y Freud nos muestra de qué manera desde el comienzo del análm*
el paciente muestra a través de sus primeros síntomas, de sus primero*
actos, de sus primeras resistencias, las leyes que gobiernan su neuroai»
Se requieren ciertas condiciones para que lo que se despliega en rl
campo patológico, que es el del análisis, se torne operativo.
El paciente, desde el comienzo de la cura, va a reproducir en Mil
actos lo que ha tachado de su memoria. Freud coloca esta compulsión
a la repetición en el origen de toda situación analítica.
A l hilo conductor de todo análisis lo resume, por otra parir,
mediante esta fórmula: “ wo es war, solí ich werden” . Es decir, quo
que está planteado en el comienzo del análisis, vuelve a encontramc
al final en la aparición de un yo []e\ El sujeto avanza llevado por un
solo interrogante: ¿qué es lo que ello quiere de mí? (de mi ello). Allí
donde ello residía, en un discurso mentiroso, debe promoverse el yo
\]e] de una verdad.
A l aludir al ajedrez, Freud deja entender que si bien es posib!*'
aprender en los libros cómo desplazar las piezas al comienzo y al finnl
del juego, no hay instrucciones eficaces que permitan gobernar la etap»
intermedia. Y deja entender también que la dirección de esa parí'
intermedia pertenece quizás tanto al analista como al analizando.
Lo que sigue en el texto muestra que si bien Freud hace referencia
a una estrategia, éstaj-emite no a una lucha entre dos personas (el tera*
peuta y el paciente), sino a una estructura que es la del inconsciemi'
(de uno y o t r o ). Las leyes a las que Freud se refiere son las leyes del
lenguaje, que aprisiona al sujeto desde antes de su entrada en rl
mundo (presiden su destino), esas leyes que lo rigen sin que él lo sepa
y gobiernan su neurosis.
Freud está así a la escucha de un decir. Pero advierte que el paciento
puede curar de una fobla o de una compulsión obsesiva sin haber
encontrado no obstante las palabras que han dejado su marca al nivel
del cuerpo. Una vez que ha desaparecido el síntoma, la cura debe ser
dirigida, entonces, hacia la búsqueda de las palabras (significantes)
que han gobernado su neurosis. Y esta búsqueda se efectúa a través de
la resistencia. En este segundo movimiento eí sujeto aprende a reco­
nocer lo que de él hablaba allá (a nivel del síntoma) ; esta segunda
operación es la que merece el nombre de psicoanálisis y lo distingue
de la sugestión.
El otro eje en torno al cual se ordena el texto de Freud es el de la
relación con la realidad. En un ejemplo, muestra cómo una paciente
con tendencia a la fuga reproduce con el analista su síntoma antes
de darle tiempo a establecer una interpretación. E l síntoma (en su
insistencia repetitiva) era la realidad de la paciente, realidad sometida
■i] principio del placer y no al principio de realidad. ¿ Qué quiere
I decir esto?
En la literatura analítica (ya lo veremos más adelante), la relación
I con la realidad aparece como algo muy simple, como si bastara con
locarla. Ahora bien, Freud nos muestra continuamente que toda re­
lación con la realidad se construye sobre un fondo de alucinación
y apunta a la representación de un objeto a r ecuperar (según el prin­
cipio del placer). Sólo es posible poner en juego lo que es del resorte
del proceso secundario {sometido al principio de la realidad) si a
Iravés de los significantes se toma el camino de la facilitación. En el
transcurso del análisis, a través de una insistencia repetitiva, se precisa
la siguiente: la realidad es lo que en la experiencia del hombre
vuelve siempre al mismo lugar (L acan ). T a l ocurre, por ejemplo, con
el papel que desempeñan los astros en el sistema delirante de Schreber.
Allí se vuelve a encontrar la articulación lógica al nivel inconsciente.
Planteamos, así, en principio (siguiendo a Lacan), que la realidad
es lo que para el hombre sigue siendo precario en su acceso;
lólo es percibida en forma tamizada. La fantasía es el marco de su
te.alidad.
El hombre, en virtud del principio de placer, está a la búsqueda de
signos, y la elección de la neurosis se hace alrededor de la organización
ile la búsqueda del objeto perdido, del objeto original.19
Todo psicoanálisis es, según la enseñanza lacaniana, la introducción
de una fantasía desde el comienzo mismo de la cura.
Hemos recordado estos principios para fijar ciertas referencias con
respecto a las cuales se establecen nuestras condiciones de escucha.
Antes de abordar lo que está en juego en el análisis, recordaré breve­
mente los principios que sirven de apoyo al psicoanálisis estadouni­
dense:20 esto nos permitirá situar mejor después el sistema dentro del
cual se establece un psicoanálisis en uno y otro caso.

19 I.acan, S em in ario del 18 d e n oviem bre de 1959, “ L a experiencia especí­


fica d e l histérico se organ iza en ta n to que e l o b jeto p rim ero es o b jeto d e insa­
tisfacción, mientras qu e, p o r tina distinción que Freud fue el prim ero en ver
y que no hay m o tivo para abandonar, en la neurosis obsesiva se trata d e un
o bjeto qu e a p o rta literalm ente dem asiado placer. En cuanto al paranoico,
Freud nos dice que no cree en él. N o cree en ese p rim er extraño al cual el
sujeto debe rem itirse ante todo. Podem os ver con qué fa cilid a d se establece
aquí el vín cu lo con nuestra perspectiva, según la cual lo q u e constituye e l
resorte de la p aran oia es esencialm ente el rechazo de cierto apoyo en el orden
simbólico, de ese a p o yo específico en torno al cual se prod u ce la división en
dos vertientes d e esa relación con el N eb en m en sch ” .
30 D a v id R a p p a p o rt, “A h istorical survey o f psychoanalytic ego psych ology” ,
en P sy ck o lo gica l issues, vo l. X, 1959, In t. U n iv . Press.
En 1937, el principio de realidad de Freud, descrito por di n
términos de proceso secundario fue trasformado por los anaJirl *•
estadounidenses en el concepto de adaptación. Elaboraron con rlOH
propósito una teoría que guardaba relación con e] yo [m oi] autónomo
1. Para Hartmann, Kris y Loewenstein, el yo [moi] no se desarrolla
a partir del ello sino a partir de una etapa indiferenciada (posnaial)
2. Este yo [m oi] autónomo que existiría ya en la etapa indiferencintUM
se inclina, ante toda emergencia del conflicto, hacia la adaptación.
3. Kris introduce la noción de regresión al servicio del yo [mnt]
4. Hartmann, Kris y Loewenstein tratan de incluir en su teoría i Ir
la adaptación el papel que desempeñan las relaciones sociales, »l
espíritu de una investigación psicosociológica.
Los partidarios de esta ego psychology han reducido el principio fifi
placer, es decir el proceso primario, a un conjunto de fuerzas in'litv
tivas casi biológicas; y del principio de realidad, han hecho el principia
de la adaptación a la realidad, mientras que si se siguen los textos il.
Freud, se descubre que es la imposibilidad de separarse de una realicl;nl
gratificante lo que acompaña al principio del placer, y que el principia
de realidad es la capacidad de soportar la frustración real, EslJi
capacidad se adquiere mediante la simbolización, como lo ha mostrad"
Freud en Más allá del principio del placer. De esta manera, los ana­
listas estadounidenses han sustituido el principio de realidad frfeudiatio
por la adaptación cojno meta, y han instalado como agente u órgaii"
de esta adaptación a un yo [m oi] autónomo cuya noción puetlj
encontrarse en Freud, pero lo han hecho olvidando que para Freurl
el yo [m oi] figura también en el orden imaginario, por ejemplo conm
objeto del narcisismo.
Las investigaciones relativas a la ego psychology coinciden con <1
nacimiento de una nueva generación de candidatos a psicoanalistas,
de origen esencialmente médico (candidatos “ normales” con neurosiü
de carácter e “ inanalizables” ) . Se sacrifica entonces la noción freudia*
na: “ wo es war, solí ich werden” . Y a no se trata de promover el yo
[Je] de una palabra, sino de esforzarse por asegurar la instauración de
un “ yo [m oi] autónomo” con buena salud. Se cambia el rótulo de
neurótico que lleva un sujeto “ enfermo” que se inicia en el psicoanálisis
medíante una queja, por el rótulo de adaptado que se le aplica :il
futuro profesor de psicoanálisis.
¿Qué es lo que se espera que un sujeto lleve al análisis didáctico?
L a historia de una biografía familiar, la versión de las etapas de una
enfermedad, elementos uno y otro de un legajo médico ( o del Instituto
de Psicoanálisis). ¿Con esta historia que llevo, habré de aprender con
mi yo [m oi] sano a percibir sus accidentes neuróticos? ¿Transforman»
'lome en mi propio psiquiatra durante mi propio psicoanálisis, hasta
i|»c’ alcance la “ fase inedia” de la cura, fase en la que finalmente
h'tidré acceso no sólo a los seminarios del Instituto, sino también al
1trabajo clínico? ¿Acaso el análisis didáctico apunta a un conocimiento
“objetivo” de la transferencia? El análisis didáctico ¿será también la
aplicación de un manual de psicoanálisis, bajo la forma de trabajos
prácticos?
Freud, mediante su referencia a ia teoría del juego, hablaba de los
movimientos que corresponden al comienzo y al final, y agregaba que
l.l variedad infinita de movimientos que se desenvuelven a partir de la
apertura desafiaba toda descripción. El campo en el que situaba
rl juego era el de la fantasía.
El campo de la ego psychology es el de la realidad, el de una realidad
ingenua (la “ buena” realidad es exterior). Este psicoanálisis, lejos de
rastrear al sujeto allí donde no está, y de donde puede justamente
surgir una palabra verdadera, lo cerca al nivel que se presenta, es decir
al nivel del puro registro imaginario. El sujeto, protegido tras las
defensas de su "yo [moi] fuerte” , aprende a desconocerse un poco más.
El bienestar que adquiere en su ser es pagado al precio de una dupli­
cación de su desconocimiento.
Para nosotros, la dirección de una cura se ordena no en torno al
eje dpi yo [m oi] autónomo (es decir, en la dimensión única del señuelo
imaginario) sino en torno al status de un sujeto dividido (división en
la que Lacaii nos enseña a reconocer, en el análisis del discurso,
la superposición de un sujeto de la enunciación y de un sujeto de lo
enunciado). En el fondo, el sujeto aparece como inasible; debido a que
constituye el soporte de un sistema significante, algo llega, por la vía
del discurso, a abrirse paso y a hacerse reconocer en la conciencia, a
través de un proceso repetitivo debido a que la realidad, en la expe­
riencia del hombre, aparece como lo que vuelve siempre al mismo
lugar.21
Existe una relación estrecha entre el fenómeno de repetición y el
problema de la estructura del deseo. Siguiendo los meandros de esta
relación, asediando lo que en ella está en juego, se accederá a la forma
del deseo del obsesiva (a sus mecanismos de anulación), a la forma del
deseo del histérico (a sus identificaciones imaginarias), a la forma
del deseo del psicótico (a las órdenes que le llegan como leyes de la
palabra).
Una vez establecidos estos puntos de referencia, ellos nos remiten:
por un lado, a un psicoanálisis que tiende a la adaptación, tratándose

21 Lácan, Seminario de! 18 de noviembre de 1959.


entonces de una ideología; por el otro, a un psicoanálisis que prelnid*!
definirse con relación a criterios científicos, y que para hacerlo
ordena alrededor del estudio del discurso del inconsciente.

LO QUE SE ORDENA E N E L PROCESO A N A L ÍT IC O

1. El sujeto entra en análisis mediante una demanda (demanda tl«


curación o demanda de cura “ para hacerse analista” ; veremos posliv
nórmente la incidencia de estas dos posiciones respectivas) articulada
a través de una queja. Esta demanda vehiculiza la expresión de necc>
sidades, pero deja entrever lo que puede hallarse allí, lo que en ella
puede haber quedado atrapado del sujeto de la palabra.
El ego psychoanalysis confunde el registro de la necesidad con el dd
deseo, y como no tiene, a su disposición los registros de lo imaginariu
y de lo simbólico, se equivoca sobre la realidad, a la que cosifica.

2. El analizando toma la form a22 de su demanda al lenguaje;


necesita pasar por el código del Otro para darle sentido a lo que tienr
que decir. Pero lo que dice como sujeto del inconsciente, no sabe, noi
enseña Freud, con qué lo dice: ello habla en él, a través de él, sin qun
sea por tanto el yo [je] de una palabra o de un querer. Sólo poco U
poco, a través de la pregunta sobre lo que es, puede llegar a captar
lo que ello quiere de el, y el yo [Je] quiero es ciertamente aquello que
en el curso del proceso analítico tiene que reencontrar a través de lo
que continuamente se ha perdido, tragado por el señuelo de la nece­
sidad.
E¡ yo [Je] quiero (que surge como efecto del significante) se opona
al yo [:moiJ quiere (que se aproxima a él quiere de una identificación
im aginaria).

3. El deseo se sitúa en el intervalo que separa el lenguaje de la


demanda del lenguaje articulado.
El deseo puede definirse como un regreso del sujeto sobre sí mismo
en un punto en el que se fija frente a una fantasía. L o que trata de
centrar es un objeto. N o obstante, no se trata tanto de una relación
objetal, ni de una necesidad, sino de algo que, en relación con el
objeto, va a situar al sujeto como tal, entre la pura significación
y lo que es del orden significante,21 a situarlo como sujeto en tanto ser

22 L a ca n , S em in ario d e] 28 de en ero de 19,r-9.


zs La ca n , S em in ario d e l 14 d e en ero de 1959.
imitado (marcado por la castración) ; el analizando debe situar el
ili sro en cierto punto del discurso del Otro. A través de todo un camino
que lo sustrae a la trampa de la pura relación imaginaria con el otro,
rl analizando llega a constituirse como sujeto hablante a partir de un
liifiar donde la articulación de la palabra se le ha hecho posible.
Como no establece dos niveles en el discurso del sujeto, el psico­
análisis estadounidense se desarrolla en una pura situación dual
¡forzosamente pedagogizante), de donde surge la creencia de que el
fin del análisis consiste, para el analizando, en el intercambio de su
yo [m oi] con el del analista (es decir en una forma de alienación).

I Una de las últimas respuestas del analizando, al final ele su análisis,


va a articularse en la mujer en torno a la penis neid [envidia del pene],
y en el hombre en torno a la castración, situadas entonces una y otra
ni una relación con la realidad en la que se marca el límite del ser
humano y la zozobra que 1o espera en la encrucijada de ese mismo
fumino en el que, en la trasferencia, habrá agotado sus demandas y la
vanidad de sus dones. Esa zozobra que lo asalta al término del análisis
«■ desemparenta con la soledad que espera al hombre frente a la
muerte. Está más acá de la angustia porque la angustia, cuando
«parece, viene romo defensa y protección a cerrar lo que en el nivel
inconsciente trata de abrirse a una verdad y a un saber sobre lo
verdadero (saber que la neurosis tiene generalmente por función
ocultar). L o que el sujeto conquista en la trasferencia, a través de la
renuncia a los bienes, es la asunción del conocimiento por el desvío
de la ambivalencia, la culpabilidad y lo prohibido. L o que agota son
mis síntomas de defensa (los objetos kleinianos buenos y malos) ; y por
ello el sujeto surgido del análisis va a poder hacer acto de creación
■i través de un proceso de sublimación (definido por Lacan como
la solución imaginaria de una necesidad de reparación simbólica que
guarda relación con el cuerpo de la madre).
El fin de un análisis se caracteriza, lo ha mostrado Freud, por !a
introducción de un “ segundo” movimiento, movimiento en el cual
el analizando retoma lo que hasta entonces había aportado a! análisis.
Una frase clave resume a veces en su brevedad el drama de un destino,
drama revivido en la transferencia (entonces se desanuda lo que al
nivel inconsciente estaba aprisionado en un veredicto de condena a
muerte, una profecía de exclusión, una predicción de enfermedad
mortal). El sujeto reestructurado por el lenguaje aprende a reconocer
y a nombrar aquello en lo que se había perdido.
C A M i’O PATOLÓGICO Y TR A N S F E R E N C IA

Los sostenedores de la ego psychology ven en el análisis una situación


dual y la describen en términos de relaciones interpersonal es.
Para nosotros, el tercero presente-ausente está allí desde un comícit*
zo, desde que el sujeto entra en análisis. Este tercero presente-ausenl*
es lo que surge como verdad entre el analista y el analizando, y
también la reproducción de una estructura^ la del triángulo edípicOi
El campo del análisis es, como ya hemos visto, un campo patológico*
campo que sólo escapa a la parálisis en la medida en que las defensa*
del paciente no se cristalicen en las resistencias del analista creando alr
un bastión de protección mutua (este bastión existe en todos los aná­
lisis que “ no caminan” ).
La complicidad analista-paciente, en las situaciones de resistencia
y de respuesta a la resistencia, ha sido particularmente estudiada por
los analistas argentinos, especialmente por Pichón Riviére que h.i
definido esta situación como parasitismo del paciente con respecto
al analista, situación que condena a la impotencia a este último.
El analizando conduce entonces el juego vía otras personas (perso*
ñas que rodean al analista, familia, amigos, médicos) — y este juego
termina a veces en una demanda de internación efectuada por un
trvrmo, demanda que el analista habría podido circunscribir si hubiese
podido comprender fnucho antes el modo en que participaba en un
proceso de alienación. A su vez, el paciente puede sentirse parasitado M

24 C u an do el análisis d id á ctico no h a d eja d o lu ga r al análisis (es decir, a


cierta dram atización v iv id a en la tran sferencia) el analista efectuará su propio
análisis con su p rim er p a cien te. Este m o d o de lle v a r a cabo su p rop io análisi»
a través d el de su pacien te, no pone al analista al a b rig o de accidentes que
se produ cen en lo real y qu e surgen en lu ga r de lo que habría debido ser
a rticu lado a un n ivel sim bólico en el análisis lla m a do didáctico. A n te la impa*
sibilidad de lleg ar a d ec ir a lgo relacion a do con una v ive n cia corporal, el ana­
lista in terpela do por la pregu n ta plan teada por sil pacien te corre el riesgo Hr
retom arla por cuenta prop ia respondiendo a ella m ediante accidentes suicidas,
som atizad on es y diversas actuaciones (p a ga n d o así a través del riesgo real di*
m uerte el derech o a la adqu isición de cierta m a estría ). L os analistas de estf
tip o son por lo general sumamente dotados. En la m ayoría de los casos, el
análisis d id á ctico sin análisis se abre sobre una salida menos optim ista : lejos di»
realizarse com o analista, el can didato se consagra al circu ito a d m in itra tivo tícl
p o d er (c a lc a d o sobre el “ po d er” del patrón en m e d ic in a ). Su com petencia
escolar le sirve para qu e en su p ráctica analítica se encuentre generalm ente
d efen d id o contra todo riesgo de in terpelación del inconsciente. L a orientación
de su in vestigación seguirá, asimismo, el sentido de un tra b a jo puram ente
a cadém ico. El can didato hará, no obstante, im a carrera brillan te de super*
psiquiatra-analista.
por el analista que pierde su carácter de ambigüedad,2S para conver­
tirse en un perseguidor o en un héroe idealizado. Se crea así una
•lituación (la que, según hemos visto, los argentinos califican como
simbiótica) que engendra un bastión muy resistente, bastión en el que
se produce el naufragio del análisis.
Tod a una parte de la vida del analizando se encuentra en esos
momentos como tragada por el análisis; el paciente (en situación de
amor o de persecución) actúa como si fuera manipulado; puede así, en
un estado casi alucinatorio, vivir fuera de la sesión lo que durante su
transcurso no pudo ser llevado al decir (entonces todo lo perteneciente
a la fantasía fundamental del sujeto que no ha podido emerger en
el decir, es actuado mediante una sucesión de acting outs). Este modo
t|ue tiene el paciente de llevar su análisis es algo que al analista le
resulta desagradable soportar; y cuánto, más culpa experimenta éste,
más entra en estado de defensa.
La superación de la situación patógena sólo puede tener lugar a
través de la capacidad de dominar lo que los kleinianos llaman un
splitting más allá de la posición depresiva.
Se inicia entonces un proceso de reparación, que tiene por función
permitir que se instaure nuevamente un movimiento dialéctico (con su
corolario; los trastrocamientos sucesivos de los elementos de un
proceso).
El sujeto, inmerso desde un comienzo en una identificación agresiva
o fragmentadora, es conducido enseguida hacia otro objeto (de deseo)
y sale de la alternativa en la que estaba atrapado mediante una
maestría que se instala como efecto de significante. Allí se introduce,
como en un relámpago, el deseo de conocimiento.
El término de un análisis es el límite con el que tropieza el paciente,
límite que es el mismo en el que se sitúa la problemática del deseo.
Así como tantos analistas consideran la finalización de un análisis
como sinónimo de aptitud para la felicidad, nosotros veríamos que lo
que el sujeto debe promover es más bien la aceptación, a partir de una
experiencia de desconcierto absoluto, de un destino en el cual se
acepta como lugar de una falta. A llí es, y no en otra parte, donde
se ve llevado a hacer la experiencia de su deseo.
Las dos doctrinas psicoanalistas (la ego psychology de Hartmann
y el psicoanálisis freudiano centrado en los efectos del significante
en la estructuración del deseo) se abren hacia una ética. En la primera,

25 M a d . y W ü ly B aran ger (M o n t e v id e o ), "In s ig h t in the psychoanalytic


situation” , en Psychoanalysis i b th e A m erica s, N u ev a Y o r k , 1966, Int. U n iv .
Press.
lo que prevalece es la relación con una norma moral, la nuestra, i|Ut
tratamos de imponer al candidato a psicoanalista; en la segunda, tu
que está en juego es del orden de una reorganización del ser, se 11 i■■
de la relación del sujeto con la verdad. Esta verdad, como ya lo hemat
visto, está estrechamente ligada a la aparición de un yo [Je] en cit'iU
articulación simbólica : articulación que es de un orden distinto al <li>
una pura y simple sumisión a un superyó.
T od a la concepción del análisis se halla influida por la eleccií n
teórica de la que se parte. Tanto los criterios de selección, como «I
objetivo mismo hacia el que apunta el análisis están en función
de aquello que desde un comienzo se encuentra privilegiado en el deseo
del analista. L a continuación del juego depende de lo que el anali­
zando va a hacer de ese deseo.

III. E L P S IC O A N A L IS IS , E L A N A L IS IS D ID A C T IC O
Y L A IN S T IT U C IÓ N

A l final de un análisis, el sujeto es llevado a retomar los elementm


que estuvieron en juego en las motivaciones presentadas al comienzo
de la cura. Pero los retoma a partir de una posición que ha cambiado
radicalmente.
— ¿En qué me he convertido con todo esto?
— ¿Dónde estaba, pues, ese yo [Je] de la queja del comienzo?
— ¿Quién estaba enfermo?
L a pregunta nos remite en todos los casos a otro, que era el sujeto
de un discurso del que el paciente, a través de su queja, se hacía eco.
L o que se ordena en el curso de un análisis es la ubicación de loa
diferentes actores del drama y también la ubicación de los elementos
de un discurso que se le escapaba al sujeto. L a condición para qun
la pregunta planteada al comienzo del análisis se mantenga como
interrogación última del final, es la de que el analista haya podido
aceptar ser el apoyo de una apertura necesaria (esto no excluye los
casos en los que el analizando, a pesar del analista, lleva el análisis
hasta ese punto).
Responder al discurso sintomático con una promesa de curación
sólo puede llevar a otro discurso sintomático. Si ahora, en lugar del
síntoma, el analizando aporta, como única motivación, su deseo de
un análisis didáctico, ¿qué es lo que va a ocurrir, por poco que el
analista responda a ese deseo? Quedará la posibilidad de que por esa
misma razón se establezca otro discurso sintomático . . . y en este caso,
el analizando hará su análisis como un paciente que sufre.
l’l sistema institucional en que se halla inmerso el candidato pue-
U (como ya hemos visto) tornarlo desconfiado y quitarle (por las
|in esidades de su carrera) todo deseo de rivalizar con el neurótico.
Mu identificación, al comienzo, se dirigirá hacia la imagen del Patrón
ijiji' se propone ser un día. Situación antianalítica que, para manté­
ame, exige la complicidad de un didacta apresado en su propia
trmoñación de omnipotencia, ensoñación en la que, al igual que la
Bwdre de un cura, él “ hace” un analista.
La bibliografía analítica es bastante abundante al respecto, de
Inodo que no nos extenderemos más en este tema.
liemos visto anteriormente cómo habíamos llegado a una situación
■A la que subsisten el “ didáctico” y los didactas, aunque el psicoaná-
Ihis hubiera desaparecido.
Debería hacerse un estudio sobre los candidatos rechazados por
Lis instituciones psicoanalíticas. L a experiencia que de esto tengo (y
■pie se asemeja a otras experiencias realizadas en el extranjero) me
¡"‘imite afirmar que se trata muy a menudo de sujetos bien dotados,
linceros, que le han llevado su neurosis a la institución (cuerpo so-
rial) sin que el analista haya comprendido nada de esta situación.
Aprisionado el analista en el formalismo de un sistema, lamentaba el
fracaso de un alumno, cuando la riqueza de la neurosis del paciente
li.íbría. podido llevar al didacta (si hubiera sabido apreciarlo) a ba~
ícr recorrer al analizando el camino del análisis hasta su término, es
decir incluyendo en él el deseo del analizando de ser analista. A este
deseo algunos lo asumen, mas no a cualquier precio. Este “ a cual­
quier precio” es para ellos el sistema de una sociedad de psicoanálisis
n la que, ro n o sin razón, se juzga absurda, y que rechazan delibe-
mdamente, logrando realizar con éxito, fuera de los moldes tradk 'o-
imlesj una carrera de analista, tanto más válida cuanto que es
pública y se desarrolla al margen de las intrigas de una sociedad
cerrada como lo son las sociedades psicoanalíticas.
Guando se produjo una escisión en una de las sociedades de Pa­
rís, le hice a un colega esta observación:
— ¿N o cree usted que deberíamos pensar en los efectos que tienen
(obre los candidatos nuestras querellas? Algunos de ellos están pro­
fundamente afectados.
— N o son por cierto mis alumnos ■— me respondió mi honorable
colega, que añadió— : Mis alumnos son psiquiatras, gente asentada,
incapaces de una emotividad como ésa.
Así, pues, yo me había equivocado al suponer que el honorable
colega pudiese tener candidatos aunque sea un poco neuróticos. No,
los suyos eran normales, y psiquiatras, por añadidura. ..
Debemos tener la honestidad de plantear así el problema del anjl
lisis didáctico. Si el ser didacta consiste en poner en acto de cid
modo la fantasía de honorabilidad o de potencia del didacta, ya til»
hay lugar posible para el análisis.

IV . P S IC O A N A L IS IS , E N S E Ñ A N Z A Y S E L E C C IÓ N

Si bien la comprobación del fracaso de la formación didáctica fue en


cierta forma el tema en torno al cual giró el Congreso de Amsterda®
(1965), en el precongreso de 1967 (Copenhague) se tuvo la preofil
ción de plantear exigencias de los analistas no sólo en el plano de I*
selección (el criterio ideal del “ buen analista” ) sino también cun
respecto a una exigencia que pretende ser científica en cuanto a|
objetivo mismo del análisis.
¿Q ué es lo que ha de promoverse en un análisis?
Paula H eim ann20 (Londres) señala como principales los dalcn
siguientes:
1. El candidato a analista debe ser capaz de “ empatia” . Esta ap­
titud consiste, nos dice, en que un sujeto pueda ponerse en el lugar
del objeto, es decir que debe ser “ capaz de ponerse en los zapatos ¡lol
otro” , obteniendo así el máximo del conocimiento interno del objetn
Esto supone una capacidad de identificación proyectiva.
2. A su vez el psicoanalista (didacta) debe ser capaz de efectuar
en la sesión de análisis “ el trabajo de una persona excepcional". Para
llegar a este fin, le es preciso llegar a un work ego.
3. Citando a Gitelson, Paula Heimann comprueba que los psico»
analistas, en el mundo entero, atraviesan actualmente una crisis dr
identidad (se hallan en plena crisis de adolescencia, con lo que elln
implica de peligro de retom o de lo reprim ido). Los psicoanalista»
practican el culto del héroe, encantamientos rituales, forman pandi­
llas y se enfrentan.
4. Refiriéndose a ¡os trabajos de Freud sobre el narcisismo, esta
autora distingue un narcisismo terciario, el de la edad madura. Esto
narcisismo es útil para el trabajo creador y debe ser estimulado. No
tiene los inconvenientes del narcisismo secundario (con sus efectos
agresivos inesperados) ni del narcisismo primario (narcisismo ingenuo
del niño de pecho).

26 Pau la H eim an n , “ T h e eva lu a tion o f applicants fo r psyrhoanatytic trai»


n in g ” , en In te rn a tio n a l J o u rn a l o f Psychoanalysis, n® 49, par. 4.
I 5. La autora, citando a Solías — quien dice: “ Lo que debemos es-
Pperar de un candidato es que tenga buen corazón” — , termina su
informe con una doble aspiración en cuanto a las metas a que debe
upuntar el analista:
a) desarrollo psíquico (crecimiento psicológico del sujeto), y
b) adquisición de nuevos yo [ego] que le permitan al analista
ponerse a la altura de los descubrimientos freudianos.
Este resumen, casi caricaturesco por su forma, es no obstante el
reflejo de un trabajo importante, realizado con una bibliografía com­
puesta de cuarenta y tres obras y artículos sobre el análisis didáctico.
Gomo respuesta a la pregunta subyacente: ¿es una ciencia el psico­
análisis?, se nos presenta con seriedad (en los cinco puntos que aca­
bamos de resumir), referencias que remiten a nociones tan vagas
como las de una norma de “ empatia” y de “ buen corazón” , o bien
referencias anecdóticas relativas a las disputas de los analistas (su
permanencia en la crisis de adolescencia), para terminar de un modo
perentorio refiriéndose a las necesidades “ urgentes” del momento:
1. Revalorizar el narcisismo (a condición que sea terciario); y
2- Apelar a la norma: el analista debe ser adulto y estar a la
búsqueda de nuevos ego.
El yo [moi] del analista se transforma en la norma de una realidad
que el analizando debe alcanzar (e! analista se vive a sí mismo como
un personaje excepcional, aun cuando diga enseguida que no es nada
de eso y que “ es como todo el mundo” ) .
En ningún momento se pone el acento en otra dimensión: ¡ la del
analizando! T od o ocurre como si el analizando no tuviese ningún
camino que recorrer en cierta dimensión del ser. El analizando es el
objeto fabricado con miras a un tener, tener que le permitirá fun­
cionar de un modo “ autónomo” .
A l leer este texto uno se siente aprisionado en el universo morali-
zador del adiestramiento de la adquisición de automatismos. Por
lo tanto, no sentimos ninguna sorpresa cuando algunas páginas más
adelante, en la misma revista, nos enteramos de que los analistas
utilizan actualmente la psicotécnica para la selección de candidatos:
investigación psicotécnica para unos (Columbia University), selección
psicotécnica para otros (Topeka Institute).
A esto hemos llegado: en la época del “ auge” de! psicoanálisis, en
los hechos, los psicoanalistas tienden a defeccionar. El enorme aparato
burocrático de la internacional ha “ funcionalizado” el psicoanálisis
hasta el punto de tomarlo inodoro e incoloro. Los autores, aunque
reivindiquen un psicoanálisis científico, son en realidad los primeros
en frenar todo esfuerzo científico, que inmediatamente pravtHH
sospechas.
L a excelente comunicación de Brian B ird 27 (Cleveland) (Irla-
entrever la raíz del malestar que en el presente pesa sobre el psim-
análisis. Este malestar es esencialmente estadounidense, y la aplasnuilt
superioridad numérica de los estadounidenses en el aparato interna
cional es una de las causas de esa especie de descomposición en cadcnn
que sufre el psicoanálisis.
Los criterios científicos de la Internacional son, como se sabe, los ili>
Chicago; no hay otros. T a l es el precio que debe pagarse por Ulll
etiqueta de “ reconocimiento” . Esta etiqueta es la que algunos sueñan
hoy con imponer en Francia; se sueña con un mundo regido por lu
Seguridad Social, en el que “ el derecho al psicoanálisis para tod'n
los ciudadanos” se concedería contra reem bolso... a través de !m
Institutos de Psicoanálisis cuya marca seria la de Chicago (de lo qu»
parece desprenderse que aparentemente los criterios científicos fnin*
ceses no tienen derecho de ciudadanía en este dom inio).
Este polémico llamado de atención es necesario para subrayar (jn
esto aparece entre líneas a todo ¡o largo del notable texto de Brí;m
Bird) que en la actualidad lo que asume el lugar del criterio científico
son las implicaciones pasionales y las intrigas de todo tipo.
Se reivindica al psicoanálisis como ciencia. Pero en los hechos im
hay lugar para la ciencia. La organización de las instituciones, de U
enseñanza, los criterios de selección y de formación, son puramente
políticos. Ciertas normas (la necesidad de ser médico en el Instituto
de Nueva Y ork) nada tienen que ver con las exigencias analíticas. Sólo
deben su existencia al peso de ciertos intereses locales (por ejemplo
a la defensa de los privilegios de los médicos analistas estadounidense*
en la época del éxodo a los Estados Unidos de los analistas judim
europeos).
Brian Bird distingue con pertinencia dos etapas en el psicoanálisis:
1. E l período anterior a 1940 (particularmente el período do
1920-1930), donde no había problema de selección (sino la inte­
rrogación, en el análisis, de lo que en él ocurría con el deseo de ser
analista).
Este período, nos dice el autor, produjo los mejores teóricos ■ fueron
también los más neuróticos y los “ niños terribles” de las sociedades
psicoanalíticas.
A esos años (en especial en los Estados Unidos) los analistas los
pasaron en cierto aislamiento: tenían la preocupación por la investiga*
27 Brian Bird, “ O n ca n dida te selection and íts rclatioii to analysis” , en
In te rn a tio n a l J o u rn a l o j Psychoanalysis, vo l. 49, 1968, par. 4
i ión y el deseo de contribuir al desarrollo del psicoanálisis como
íiencia.
2, Luego vino la guerra: los analistas estadounidenses descubrieron
r| mundo. E l ejército tenía necesidad de psicoanalistas para sus trau­
matizados de guerra. Atrapados por la acción, los analistas, de regreso
n sus casas, se sintieron cada vez más renuentes a ejercer puramente
una práctica de consultorio privado. Se difundió la moda de la media
jornada analítica, con la idea de que la otra mitad del tiempo libre
de dedicaría a todo, excepto al análisis. L a vida del analista no tiene
rn efecto nada de demasiado excitante, y el cúmulo de actividades
Id devuelve al análisis su sabor.
M uy curiosamente, el tipo de los candidatos a análisis cambió en
forma radical (y esto coincide con la obligación de ser médico impuesta
ni candidato). A los analistas extravagantes de los años 1920, les
sucedieron candidatos “ normales” con neurosis de carácter; si bien se
deplora el surgimiento epidémico de esta “ normalidad” nada se hace
para detenerlo, sino al contrario. ( Y no obstante, señala Bird, se
reconoce que este tipo de candidatos es inanalizable.) El psicoanálisis
se ha transformado de científico en curativo: la mira del candidato es
la de obtener mediante el análisis una promoción en su carrera
de médico.
Una vez analizado, se trasformará en superpsiquiatra, con la ga­
rantía de responsabilidades hospitalarias y de una cátedra en la fa­
cultad de medicina. Bird vincula de un modo pertinente la eclosión
de la ego psychology con el nacimiento de una generación médica
de candidatos “ normales” . Agrega que la “ normalidad” si bien predis­
pone al candidato para una brillante carrera académica, no lo
predispone en absoluto (por el contrario) a trasformarse en m ejor
psicoanalista. Inclusive estos candidatos están a menudo perdidos
de antemano para toda investigación desinteresada.
Los psicoanalistas interesados por el psicoanálisis llamado científico
son cada vez más raros. N o se ha tendido un puente, nos dice Brian
Bird, entre los psicoanalistas puros de antes y los hombres de acción
de hoy, preocupados más por la práctica médica que por la investi­
gación analítica. T a l es, al menos, la situación en los Estados Unidos.
En cuanto a la selección (en adelante tan estrechamente ligada a la
carrera médica) el autor se muestra escéptico en cuanto a sus resul­
tados.
Hágase lo que se hiciere, parece decir, se corre el riesgo de bordear
permanentemente el problema. N o se presenta ningún criterio serio
que pueda orientar a los analistas en una selección basada o bien en un
examen psiquiátrico clásico (en cuyo caso el analista quedaría desdi­
bujado detrás del psiquiatra) o bien en tests, o sea entrevistas indi­
viduales o colectivas, o en cartas de recomendación. Lo que predomina
es la arbitrariedad.
Brian Bird no se deja engañar en ningún momento por el “ carácter
científico” de los criterios invocados por sus colegas. Subraya que l.i
moda actual de la empatia es en realidad un “ like me criterium " que
lo hace tanto más cuestionable. En efecto, los analistas han llegad"
a esto: a valorar en el candidato lo que en él los refleja en cuanlo
analistas.
¿Es preciso que se introduzca una ruptura entre el psicoanálisis
y la psiquiatría? En este texto la pregunta es planteada entre líneas
El autor, en la misma sobriedad de su exposición, nos aclara inequívo­
camente con respecto a los efectos (los daños) de la introducción
de la medicina y de la beneficencia social provocados por la evolución
del pensamiento analítico.
En esta situación, el psicoanálisis como ciencia está llamado a des­
aparecer. Si sobrevive, ello sólo será al precio de no integrarse al
aparato administrativo del Estado. Viviendo al margen de todo reco»
nocimiento, en un lugar en que se lo considerará maldito como la
peste, llegará a recuperar el verdor de los comienzos de la era freudiana
(y a escapar a la era menopáusica que hoy lo aqueja).
Hemos visto que el problema de la enseñanza del psicoanálisis (y de
su trasmisión) es un problema que, desde la época de Freud, fue causa
de rupturas y escisiones. L o que está en juego en este problema es la
existencia misma del psicoanálisis: convertido en una educación del
ego o bien restituido a su condición de ciencia por el estudio de su rela­
ción con el lenguaje.
El hecho de que las divergencias teóricas no hayan servido a menudo
más que para enmascarar conflictos de prestigio o de ambición, como
todo el mundo sabe, no impide que el único modo que concebimos
de salir de la impasse sea acentuando la profundización teórica.
Finalmente, el cuestionamiento de las estructuras de las sociedades
psicoanalíticas es inseparable del cuestionamiento del sistema (político)
en que estas sociedades (como toda institución) se hallan inmersas.
L a interrogación se traslada entonces al modo como la administración
vigente ha podido “ recuperar” , “ metabolizar” el psicoanálisis haciendo
con ello el juego a una ideología dominante preocupada por mantener
un discurso académico que proteja el orden establecido.28

28 E l discurso de L a ca n se opon e en F ran cia al discurso académ ico estable­


cido. Se in tenta entonces ex clu irlo de las sociedades psicoanalíticas o d e la
u niversidad. L a pasión qu e en e llo se pone sólo se igu ala a la qu e se ejerce
sobre cada uno de nosotros al n ivel de la censura.
Si le he concedido tanto espacio a la experiencia estadounidense ello
se debe a que el psicoanálisis francés está actualmente en situación
lie desarrollarse y al mismo tiempo de degradarse siguiendo el modelo
estadounidense.
C O N C L U S IÓ N

La verdad es una perra a la que se manda


a la perrera; es necesario que se la persiga a
golpes de látigo. (E l loco, en E l Rey Lear)
Sh a k e s p e a r e
En este libro hemos seguido una doble marcha: por una parte, el
estudio de la “ enfermedad” en si misma; por otra, el estudio de la rela­
ción que la sociedad establece con ella.
En esta última relación se halla implicado no sólo el “ enfermo”
i on su “ enfermedad” , sino también el médico y por ello mismo la
sociedad que juzga y define la “ enfermedad” . El riesgo de objetiva­
ción 1 (es decir el riesgo de que el paciente sea tratado como objeto)
no está ligado a la condición objetiva de “ enfermo” ; a la objetivación
puede considerársela como un proceso que se desarrolla en. el interior
de la relación entre “ enfermo” y terapeuta, y por ello, en el inte­
rior de la relación entre el “ enfermo” y la sociedad que delega en
el médico la cura y la tutela del “ enfermo” .
N o es posible cuestionar el nivel de objetivación en el que ha sido
abandonado el “ enfermo” , sin cuestionar al mismo tiempo a la psi­
quiatría, a las ciencias en las que se apoya, y a la sociedad en la persona
de su representante: el psiquiatra.
N o se niega la realidad de la locura; lo que se cuestiona es su
asimilación a la categoría de una enfermedad (m ental). Esta asimi­
lación lleva al psiquiatra a situar en la persona un desorden, que sin
duda debe buscarse en otra parte-, especialmente, al nivel de los acci­
dentes simbólicos que han marcado el discurso familiar que preside
el nacimiento del sujeto.
Las consecuencias y manifestaciones del “ desorden” que la locura
devela deben considerarse no tanto como el resultado de la evolución
directa de una “ enfermedad” , sino como el efecto de la relación
establecida por el psiquiatra (y la sociedad) con el loco.
L a locura, acogida en un contexto correcto, puede constituir una
experiencia positiva; pero no puede adquirir este carácter positivo en
una situación médica tradicional. Porque en la situación médica
tradicional (como lo subraya la Philadelphia Association) , cuando un
individuo viola las reglas no escritas de su medio familiar, se encuentra
ante la siguiente alternativa: o castigos o atención médica. Y la

1 Franco Basaglia, L ’in s titu tio n en né ga iion , éd. du Seuil, 1970.


“ atención médica” apunta a un regreso del sujeto al estado anterior
a las violaciones del código de reglas familiares. La “ atención medie.i”
enmascara de este modo la experienc ia positiva que puede constituir»
en tanto que tal, la violación de la regla (y el episodio de descom­
pensación psicótica que esta violación im plica). En particular, todo
“ apaciguamiento” intempestivo de una crisis corre el riesgo de aportar
a la objetivación del “ enfermo” (cuyo drama consiste precisamente*
en haber sido tratado siempre como o b je to ).
Lo que he intentado cuestionar no es tanto la naturaleza de la locura
o sus causas sino el modo en que se la aprehende en el contexto social
actual.
A veces debemos cuestionar la representación colectiva del loco,
concebido como ser peligroso; a veces, las estructuras de la familia y de
la sociedad (y se trata entonces de un proceso que la psiquiatría hace
a la sociedad . . .).
El psicoanálisis, en la relación que instituye con el loco, se enfrenta
con problemas 2 que no son extraños a los que se le plantean a la
psiquiatría; se ve, por otra parte, cómo esos problemas se reflejan en
el mundo universitario.
Si he abordado en este libro la cuestión de la formación de lot
analistas, ello ha sido porque se cometería un error en disociar del
malestar universitario la crisis que existe en el mundo psicoanalítico.
Si el adulto sólo puede aceptar la universidad mientras ésta siga
siendo como un can*po vacío basado en un lenguaje asegurador, las

2 En una situación m édica tradicion al, cada “ terapeuta” se encuentra


p ro teg id o por el puesto jerá rq u ic o que ocupa. El “ pacien te” sólo cum ple la
fu n ción de actuar corno ga ran te del status del terapeuta.
A I visitar la escuela exp erim en tal d e Bonncuil, lu gar llam ado de antipsi-
q u iatría, un director d e prácticas en cargad o de la form ación de psicólogos nos
expresó su pesar por no p o d er confiarnos sus psicólogos. “ N o h ay lu gar para
un especialista entre u stedes!” En efecto, este universitario se sintió escanda­
liza d o por una situación en la que psicólogos, internos, cocineros y “ locos” se
ocupaban en conju n to tanto de lim p iar las verduras com o d e preparar una
com ida.
¿ P o r qu é escandalizarse? ¿ N o correspondería acaso h acerlo ante una
form ación universitaria qu e ob liga al psicólogo a dirigirse a su lugar de trabajo
sólo si está p rovisto d e sus instrum entos de m edición y de su h áb ito de
p sicólo go práctico d ip lo m a d o ? P sicólo go que se siente desam parado si se lo
p riv a d e su ración de tests, psicólogo m udo si es “ no analizado” . C u a n to más
p ro fu n d a es la form ación u niversitaria, en m ayor m edida instituye una jera rq u ía
d el saber al servicio de un m on op o lio y de una id eo lo gía de casta. Para obtener
un título, el estudiante debe o cu ltar las verdades qu e el profesor no soporta.
En algunos casos, los fracasos de los estudiantes en la “ disertación ” en psico­
lo g ía son, ni más ni menos, sanciones p o r delitos de opinión. T o d o estudiante
antitest es sospechoso.
estructuras de las sociedades psicoanalíticas participan de la misma
dosis de conformismo. Los ritos que presiden la trasmisión del saber
parecen apuntar, tanto en un caso como en el otro, solamente aJ
mantenimiento de los prejuicios establecidos. Estos prejuicios son los
que, en la psiquiatría, orientan toda nuestra relación con la locura.
SÍ Freud inventó el psicoanálisis desarticulando la situación psi­
quiátrica, no constituye por cierto un progreso para el psicoanálisis
aproximarse en nuestros días a aquella misma situación inicial (y así
ocurre, por cierto, en el terreno de los servicios públicos).
Paradoja de nuestra época: en el momento en que el psicoanálisis
está en vías de perder su originalidad radical, a la que debe su
eficacia, es puesto al servicio de todos. El psicoanálisis sufre en nuestros
días una mutación tecnocrática que lo liga al poder que lo instaura.
Diversos centros de “ atención médica” a la manera de ciertas
fábricas forman en la actualidad su propio personal de analistas,
analistas de “ calificación limitada” para “ uso exclusivo de los centros
públicos ( . . . ) ” Esta formación de una categoría menor le asigna por
fuerza al análisis el sentido de una pedagogía normativa.3
El proselitismo practicado con la detección de las perturbaciones
denominadas psicológicas constituye, en relación con nuestro tema,
el principal peligro de nuestra época: este rastreo que en ciertas
escuelas se efectúa desde el jardín de infantes, culmina en consejos
que recomiendan una reeducación, allí precisamente donde la edu­
cación brilla por su ausencia.
Todo nuestro sistema médico-administrativo está basado en el
desconocimiento de criterios científicos; de manera tal que el psico­
análisis, como tiende a aplicarse en los servicios públicos, corre
el riesgo de no poder subsistir más que bajo la forma degradada
de una psicotécnica. (Se desconoce entonces el peligro que le hace
correr al niño cierta forma de monopolio de la “ atención médica”
cuando se “ psiquiatriza” precozmente su “ caso” .)

3 En algunas facultades se fo rm a actualm ente una categoría de psicotera-


peutas de apoyo. Se prepara en ellas — en form a sim ilar a los psicólogos de
fábrica, a “ terapeutas de ap o yo ” . . . al po d er establecido. D e ese m odo, se
intenta fo rm a r profesionales dóciles qu e no cuestionarán las estructuras actuales
d e las instituciones para débiles o psicóticos.
Los psicólogos tienen plena conciencia del co n d icion a m ien to de que son
o b jeto y d el escándalo qu e constituye el carácter perim ido de su form ación
universitaria (fo rm a c ió n partidista, preocupada p o r im p ed ir el su rgim iento de
toda verdad p e r tu r b a d o ra ). Los m uy escasos ayudantes qu e se distinguen por
una real capacidad {ca p a cid a d q u e supera am pliam ente a la d e profesores
a fam ados) son acusados de d em agogia y corren el riesgo de verse bloqueados
en su carrera.
Todas estas cuestiones han sido abordadas espontáneamente por lo»
estudiantes de medicina y de psicología en mayo de 1968 (estudíame*
de primero y segundo año no influidos at'm por ios efectos de la forma
ción universitaria). El problema de una renovación de la psiquiatTÍi
se halla vinculada para ellos, con el cuestionamiento de la íornm
del régimen.
L a politización de la acción estudiantil permitió que se develara uillt
verdad susceptible de prometer un progreso científico. El movimiento
de politización surgido a los quince días propuso reformas, con la espiv
ranza de poner fin a la protesta. Ésta había permitido que se constitn
yera un movimiento masivo de desmitificación del personaje médico'
y de su poder. L a despolitización les hizo el juego a los que im
renuncian a la conservación de los privilegios. La conservación de luí
privilegios implica en el médico una especie de creencia mística rn
su “ misión” , misión que haría de él, con pleno derecho, el heredero
de una función sagrada. La demanda social le crea un lugar il
“ personaje” del “ jefe de camarilla” (patrón). En cuanto a la respuesta
del médico — su aceptación o no de colocarse en ese lugar (aunqufr
fuera en el plano im aginario)— dependerá del tipo de relación
terapéutica que va a establecer con el “ enfermo” , principalmente en
el psicoanálisis. Antes aún de la iniciación de los estudios médicos, el
estudiante corre el riesgo de alienarse en la fascinación que ejerco
sobre él el status del jefe de camarilla (el peligro es idéntico en psico-]
análisis), y esto puccíe pervertir toda su relación con el trabajo.
Sabemos por Freud que la única formación válida para un analista
reposa en su propia capacidad de identificación con el “ enfermo” , y
allí se sitúa el origen de una instauración no segregativa de las rela­
ciones médico-enfermo. Pero los estudios médicos están concebidos
para defender al estudiante contra este tipo de identificación. El hecho
de que todos estos problemas cruciales hayan sido planteados por los
estudiantes en el curso de los acontecimientos de mayo muestra que se
sintieron directamente implicados en estas cuestiones.
Atrapado en el proceso dialéctico del cuestionaniiento, el sujeto
(como ocurre en el análisis) se encontró descentrado en relación con
toda conciencia de sí. Habiendo entrado en otra estructura, su palabra
pudo liberarse a partir de otro lugar. Y los estudiantes, en su impug­
nación de la psiquiatría, propusieron (sin conocerlos) los mismos
temas que habían expuesto en octubre de 1967 en París * Laing,
Cooper y el grupo de la Philadelphia Association: el efecto escanda­

4 Enjance atienes //, en Récherches, diciembre de 1968.


loso había llevado entonces al pi'iblieo (o a las autoridades universi­
tarias) a enmascarar una verdad intolerable.5
La referencia sociológica, léase “ humanitaria” , de ciertos antipsi­
quiatras estadounidenses, no podía ser más objetable; pero la cuestión
110 residía allí. Psiquiatras y psicoanalistas franceses se ocultaron detrás
de objeciones teóricas justas para negarse a prestar oídos a un material
clínico raro (se trataba del reconocimiento, por parte de los antipsi­
quiatras estadotinidenses, del papel que desempeñaba la categoría
del goce en la relación con el “ enfermo mental” ) .
Nadie prestó atención entonces (excepto Lacan, en su discurso de
clausura) al aporte positivo constituido por un testimonio despojado
de todo el aparato convencional que constituye nuestra protección
frente a la locura.
He aquí una cuestión importante: está relacionada con las cues­
tiones más actuales y más candentes que conciernen a la trasmisión
del saber (y al modo en que, en nuestro sistema, el saber debe perma­
necer vaciado de todo poder de trasformación real, cosa que no deja
de tener influencia en la orientación académica que se le da a la
investigación).
En su preocupación por cambiar el sistema médico que !a psi­
quiatría toma como punto de referencia, los estudiantes de mayo y los
antipsiquiatras intentaron plantear su interrogante no tanto con
respecto al “ enfermo” sino ai discurso mutilante en el que aquél se
halla atrapado. De este modo, la cuestión que se planteó fue !a de los
dererhos del individuo. ¿Es preciso continuar defendiendo a la socie­
dad contra la locura, o es la libertad del loco la que exige ser defendida
contra una sociedad que io tolera mal?

Este problema de la libertad ha sido, en el curso de la historia de la


psiquiatría, abordado políticamente en dos direcciones diferentes, y
aún en nuestros días somos tributarios de estas opciones.
1. La sentencia producida por el tribunal de Dresde planteaba con
rigor las relaciones que la soc iedad debía mantener con la locura. El
tribunal defendió aquí los derechos burgueses de la persona (los de un
eminente presidente del Senado) : el defendido no era derrochador y
no hacia correr ningún peligro al patrimonio familiar, cosa que facilitó
la tarea de los jueces.
L o que hay de notable es la comprensión de que dio pruebas e!
tribunal en el modo en que optó, al fin de cuentas, por lo antisocial.
r' A través de reform as en el caso de los estudiantes o del rechazo glo b a l de
la posición de la a n tipriq u ia tría en el Congreso. V éa se también ftm ile C o p -
ferm an , Problem es de la jeunesse, París, ed. M aspero, 19ñ7.
El tribunal decidió que el demandante estaba loco, pero que debí¿H
respetarse su libertad de loco. Los gritos del demandante, si bien
debían importunar al vecindario, se asemejaban al delito de alboroto
nocturno, pero no tenían por qué constituir un motivo de internación.
El juicio de Dresde (y el escrito de .Schreber) constituyen el modelo
de una reivindicación “ anarquizante” , y sin duda ésa es la orientación
en la que se sitúa la antipsiquiatría (cuando no se deja recuperar
por una ideología caritativa).
2. La otra reivindicación de libertad es revolucionaria, pero nc>
puede serlo sin tener una preocupación social: la de reformar la
sociedad en lugar de defender al individuo. En esta perspectiva se
situarían las investigaciones psiquiátricas francesas.
E¡ problema no es simple: ¿debemos dejarle a la locura la libertad
dr hablar (corriendo entonces el riesgo de poner en peligro la sociedad)
o debemos crear una sociedad menos alienante (sofocando entonces
en el individuo lo que busca expresarse como decir de verdad) ?
La alternativa está siempre en nosotros. Nos sentimos tentados a
rechazar nuestra locura, y es esta represión la que nos interpela en el
decir de la locura del otro. Este es el motivo, por cierto, de qué
el mecanismo de censura (y de exclusión) intervenga de un modo
tan brutal.
Estas cuestiones fundamentales, si bien es cierto que lograron ser
planteadas en rnayo dt 1968 (como se plantearon en las revoluciones
del pasado), no tuvieron después ninguna continuidad. Las reformas
introducidas proceden de una preocupación por la reglamentación de
los estudios y la reglamentación de la red de cuidados mediros, pero
no aportan ningún cambio verdadero al espíritu de la psiquiatría. ]
En lugar de vernos ante un examen de lo que es la actitud de la
sociedad c.on respecto a la “ enfermedad mental” , iros encontramos ante
opciones administrativas que tienden a la defensa del monopolio de
los cuidados médicos y que corren el riesgo de causar sobre todo una
agravación de la situación imperante en lo que concierne a la psiquia-
trización de los problemas de la infancia. Entramos en la era de la
“ atención psiquiátrica obligatoria” a un ritmo tal, que no sería extraño
que aparezca una “ enfermedad psiquiátrica” provocada por el abuso
de los diagnósticos v consultas de higiene mental, que se superponga
al malestar de vivir inicial del paciente.
La inadaptación puede, en ciertos rasos, ser un factor de salud. El
hecho de que el decir verdadero en nuestra sociedad sólo puede-
expresarse en la delincuencia o en la locura, pone en evidencia lo que
funciona mal en nuestro sistema.
Cítenlos, en particular, el caso de la formación de “ psicoanalistas
de niños” , cada vez más ajenos a toda práctica del análisis de adultos,
lo que orienta muy a mentido las curas en torno al síntoma “ niño” , sin
que haya aclarado el lugar ocupado por el niño en la problemática
de la pareja de sus progenitores. El psicoanálisis y la reeducación
vienen entonces a perpetuar una aberración que se sitúa en otra parte
y no al nivel del niño. A l ocuparse únicamente del niño, se lo rechaza
corno sujeto.
— M i hijo — me dice una madre (habla de su hijo delincuente, de
25 años)— me ha costado una fortuna. Materialmente hemos hecho
todo lo que hemos podido por é l: psicoanálisis desde los 4 años, re­
educaciones, escuelas especializadas, no le hemos escatimado nada.
Si se lo hubiese puesto en medio de campesinos elementales y sin
instrucción, los resultados no habrían sido peores. Y , ¿quién sabe?,
quizás habría escapado a la droga y a la influencia del medio.
- De ese fracaso, toda responsabilidad es mía — continuó la
madre— . He utilizado el psicoanálisis para tenor la conciencia tran­
quila. H e hecho trampa. Enviaba a curar a un niño que tenía todas
las razones para rebelarse contra el infierno que le estaba creando. M i
marido ha sido un santo. Somos, ante los ojos de los demás, una
pareja perfecta. Sin embargo, nadie ha sospechado jamás el infierno
cotidiano que yo fabricaba . . .
— ¿ L o que trata usted de subrayar es el fracaso del psicoanálisis?
— No, el del sistema. Hemos tenido lodos (contra este chico) una
complicidad de policías . ..
Estas cosas son las que debieran invitarnos a realizar un estudio
sistemático de los fracasos de las curas que se llevan a cabo. Ünica-
mente este trabajo podría aclarar lo que lia sido desconocido o falseado
en el curso del proceso analítico.
En este cuso ejemplar, no sólo se cuestiona a la familia, sino también
a la sociedad. Su sistema de “ cuidados” contribuyó a la fabricación
de un delincuente, puro producto de un universo kafkiano que jamás
se cuestionó.
El trabajo clínico del psicoanalista puede inscribirse, en nuestros
días, en un sistema médico-administrativo que participa de la alie­
nación social. So “ psicoterapiza” en cadena a niños que no saben por
qué se los lleva al dispensario. Los padres se hallan, por lo general,
colocados fuera del juego. Los analistas, mujeres en su mayor parte,
tienen la tendencia inconsciente a “ raptar” el hijo al padre “ malo”
reemplazando a menudo al padre (a quien se juzga demasiado débil,
demasiado fuerte, demasiado ausente, en resumen, demasiado cual-
quicr cosa - es un indiferente— ■). Sería preciso deslindar en su inicio
toda indicación de psicoterapia de servicio público de la demaniU
social en la que desde el comienzo se ve atrapada y pervertida U
demanda de consulta.
El encuadre en el que el psicoanálisis ha sido llevado a desplegar»»
compromete durante la mayor parte del tiempo las condiciones necM
sarias para su existencia misma. Esto es más sensible aún en el dominio
de las psicosis infantiles. Porque el niño es objeto de un monopolio do
“ cuidados” que, en los hechos, excluye al psicoanálisis, porque cst<
último sólo es tolerado si se lo somete a un sistema que lo aliena.
Guando una sociedad sueña con establecer una organización di’
“ cuidados” , funda esta organización en un sistema de protección qu#
significa ante todo rechazo de la locura.
De un modo paradojal, “ el orden de los que curan” promueve an(
la “ violencia” en nombre de la adaptación.
I. CARTA DE U N A ENFERM ERA

Sé que es absolutamente inútil quejarse de las estructuras hospitalarias


puesto que he elegido participar en esa aberración.
En el servicio hay un enfermo que antes pintaba mucho y como es
un muchacho encerrado en sí mismo, el único medio de aproximación
eran sus dibujos. Un día me llamó para comunicarme que había ini­
ciado una gestión para obtener el material necesario a fin de montar
un taller de pintura.
AI día siguiente hablé con el “ staff” . Se me dijo que esa solicitud
no era válida puesto que se trata de una “ relación dual . . Desde
entonces, todas las tardes este enfermo vuelve a acostarse totalmente
borracho y el médico interno no ha intentado hablar con él.
Hay un joven, a la vez débil mental y psicótico, que no emite más
que sonidos . . . U n verdadero animalito atemorizado. Muchos otros
alcohólicos, además del resto . . .
A veces me pregunto cuál es el objetivo que me llevó a trabajar
en psiquiatría., , ¿Por m í o por ellos? Creo realmente que era por
ellos, pero dado como ocurren las cosas, uno se cuestiona a sí mismo
porque es tan poco lo que verdaderamente se hace por ellos. Entonces,
¿es válido este juego? ¿Hacer como si no existieran? ¿Pasar al hos­
pital general? ¿N o sería acaso la misma comedia y en cierto sentido
peor? Sería incapaz de someterme al rendimiento automático y siento
horror por la jerarquía.
Entonces, ¿por qué la elección de este oficio de enfermera, en primer
lugar? Elección muy egoísta porque quería hacer algo para los otros
a fin de encontrarme menos encerrada en mi silencio, Y en ese sueño
de una noche en el que vuelvo a encontrar a un enfermo mental que
emplea palabras para otros y que lame la sangre y el pus de un herido
que está acostado sobre una camilla no puedo dejar de relacionar las
nociones de reparación, de sacrificio, de chivo emisario. L o que está
debajo del truco del sacrificio, de la cabeza de turco, es aquella
educación religiosa de la infancia.
Aquí) lo que se vuelve a cuestionar es toda la sociedad . . . Y nu
quiero más ser enfermera.
M e siento bruscamente perdida, ya no sé cómo ver las cosas.
Evoluciono en el absurdo.
M a r i e - F r a n c i»

II. ESCUELA E X P E R IM E N T A L D E B O N N E U IL - S U R -M A R N E i

El 12 de setiembre de 1969 2 fundamos, con la ayuda de amigos y en el


marco de la ley de 1901, un Centro de Estudios y de Investigación!"!
Pedagógicas y Psicoanalíticas, que se dio como misión principal lu
creación de una escuela experimental abierta a cierto tipo de niño»
con dificultades, en una perspectiva de no segregación. Para realizar
nuestra experiencia de vida comunitaria no quisimos que los niños
fueran más de quince.
El señor y la señora Guérin tomaron bajo su responsabilidad la
carga financiera qxie representaba la adquisición de una casa y su
amoblamiento. Asumieron también el compromiso de los honorarios
de la dirección de la Escuela, cuya creación hicieron posible.
El consejo de administración está compuesto por la familia Guérin
y por el padre de un niño inscripto en la escuela. Los consejeros
técnicos de la asociación son el doctor Lefort y yo misma. Desde el
#

1 Este lu gar denu nciado p o r los italianos {Espresso del 21-12-1969) como
lu ga r a ristocrá tico es en re alid ad un C en tro de Form ación (d e des-form ación)
que se inscribe en un m o vim ien to popu lar de cuestionam iento de las institu­
ciones, m o vim ien to que in ició en Francia en 1920 C , F rein et y en la U R S S
M akaren ko. L a adm in istración u tilizó en aqu ella época todo su p o d er para
b loq u ea r lo que in tentaba abrirse a los efectos de la verd a d . F rein et y M a k a ­
renko chocaron durante tod a su vid a con la incom prensión y la h ostilidad de
los maestros establecidos. S ólo fu eron reconocidos después d e su muerte. La
re form a in trod u cida en nuestros días p o r los analistas que cuestionan las
estructuras tradicionales de las instituciones es igu alm ente m al tolerada.
2 12 de septiem bre d e 1969. D ecla ración en la p refectu ra de po licía . Centro
de Estudios y de In vestigacion es Ped agógicas y Psicoanalíticas. O b je tiv o s :
p ro m o ve r in vestigaciones pedagógicas y psicoanalíticas relacionadas con los
p roblem a planteados por el reta rd o y la psicosis en el n iño ; crear una escuela
ex perim en tal para p ro p o rc io n a r una oportu n idad de recepción a cierto tipo de
niños con d ific u lta d es ; fa v o re c e r los contactos con los niños “ normales” m e­
diante actividades de esparcim iento en una perspectiva de no segregación ;
c o m p leta r la form ación d e los educadores, psicólogos e internos ofreciéndoles
posibilidades d e realizar perm anencias en la in stitu ción ; p rom ove r seminarios,
conferen cias y congresos, así com o via jes de estudio e in tercam b io con los
colegas extranjeros (docen tes y p siq u ia tra s). Sede socia l: 63, R u é Pasteur,
Bonneuil-sur-M arne.
comienzo colaboraron con nosotros el doctor J. Ayme y el señor Pierre
Fedida. L a doctora F. Dolto se ha unido a nosotros y podremos así
beneficiarnos con su experiencia.
El equipo que trabaja en Bonneuil se compone de tres personas de
tiempo completo (de los cuales dos reciben un salario) y de trece
colaboradores, en su mayoría psicólogos de La Sorbona.8
Los asistentes sólo son aceptados si aceptan a su vez abandonar sus
instrumentos de medida para integrarse, exponiéndose con ello, a un
estilo de vida. Trabajan como asistentes generales, o bien ocupan una
función específica en actividades creadas por ellos: cerámica, pintura,
teatro3 títeres, expresión corporal, mímica, cuentos de hadas, canciones
populares, música.4 El equipo se reúne todos los sábados para analizar
el trabajo efectuado al nivel de la institución. En efecto, lo que debe
funcionar como instrumento terapéutico es la organización insti­
tucional.

E L ORIGEN DE LA IN S T IT U C IO N

Muchas personas conocieron el trabajo que algunos de nosotros lle­


vamos a cabo en el consultorio externo médico-pedagógico de Thiais.
L a ruptura entre el equipo de analistas, médicos y educadores, por
una parte y la administración, por la otra, se produjo debido a dos
motivos precisos:
1. El problema de la reorganización institucional se planteó con
agudeza el día que tomamos conciencia de que era inútil introducir
en un establecimiento psicoterapias individuales, cuando el sistema

s G atherine Bautruche, Jean-Jacques Bouqnier, A g a th e B iancherij M ich elin e


F odor, Fran^oise Fort, A n n ie Grossor, Boris K o ltirin e , M arie-Fran ^ oisc L a v a !,
A n n ie Lo h éa c, G u y S ap riel, N in e tte Succab, F loren ce Stevenin, G atherine
W aysfeld.
4 Q uizás haya a lg o de provo ca ció n en la solicitud q u e elevam os con el fin
de que la Educación. N a cio n al recon ozca a la escuela, puesto que planteam os
desde el com ien zo fel prin cip io de la ausencia de escolaridad, L o qu e con ello
querem os cuestionar es el m odo com o se h a utilizado la escolaridad o bliga toria
com o dom esticación pa ra que los individuos no se pusiesen un d ía a pensar
fu era de las norm as admitidas.
Nu estra preocup ación no consiste en enseñarles la gram ática a los niños de
la escuela experim en tal, sino en perm itirles ante todo vivir, y después ser
creadores, según su p rop io genio, Son siem pre ellos los qu e en un m om ento dado
form ulan la exigen cia de una escolaridad. En este dom in io es preciso vo lver
a pensarlo tod o en fo rm a radical. L a educación especializada, tal com o se le
enseña, es un absurdo.
represivo en el que se hallan atrapados adultos y niños provoca depre­
siones en los educadores y actuaciones agresivas en los niños. 1 i
jerarquización del personal, el encasiliamiento de las actividades, la nú
inserción de los niños en una realidad cotidiana, provocaban un
bloqueo en el circuito de intercambios. Y allí estaban los trabajiu
de G. Lévi-Strauss para recordarnos que cuando se produce un bloqueo
asi, el grupo degenera y en él los individuos se mueren literalmente
por no poder encontrarse en una situación que les permita srr
creadores.
L a administración apeló a la Protección de la Infancia para impedir
que se instalara en su establecimiento la subversión. El equipo renunció
en bloque, pero se hizo todo lo posible para silenciar el escándalo do
una reunión colectiva. Desde entonces se amplió el externado médico-
pedagógico de Thiass, se lo dotó de nuevos locales, pero ya no sfl
aceptan psicóticos en él. Y allí precisamente se juega, en nuestros
días, una carta fundamental: a los psicóticos o bien se los internn
y entonces en el asilo se transforman en “ monumentos para psiquia­
tras” , o bien se trata de lograr que salgan de su estado; la empresa
es larga, y no puede tener éxito más que a través de un radical cuestio-
namiento de la institución.
2. El otro motivo a partir del cual se llevó a cabo nuestra ruptura
fue nuestra posición en cuanto a la orientación profesional. Estábamos
persuadidos de que el aprendizaje con un patrón valia, para todo tipo
de niños, mucho m á f que un internado especializado, única solución
que se ofrecía después de la edad fatídica de los 14 años. Los hechos
nos dieron la razón. Pero la administración juzgó inadmisible esta
posición no segregativa.
Este ejemplo de Thiais sólo merece ser citado porque puede multi­
plicarse por cien o por m il dado que con él se cuestiona lina concepción
conservadora de los problemas de la salud mental.
Si hemos contribuido al surgimiento de Bonneuil fue para que
pudiera existir un lugar que podría denominarse antipsiquiátrico en el
que los niños volvieron a aprender a vivir en lugar de verse destruidos
por una demanda de adaptación (que muy a menudo no es otra cosa
que adaptación a una estereotipia institucional).
Si bien asumimos una actitud antipsiquiátrica no hacemos nuestra,
sin embargo, la teoría que la sustenta. Nuestras referencias teóricas
son referencias estructurales. El oí den humano, es decir un orden
simbólico, se instala en tom o a ciertas leyes (prohibición del parasi­
tismo, prohibición del incesto), y también en torno a estas leyes el niño
aprisionado por esa máquina significante llega a reencontrar una
palabra personal y a situarse de modo diferente en relación con su
deseo y el deseo del Otro. Retomaremos esto, enseguida, a través
de ejemplos vividos en la institución.

EL F U N C IO N A M IE N T O DE L A IN S T IT U C IO N

El nacimiento de una institución 5 ha significado para nosotros


lo siguiente: el nacimiento de una cosa (de un trabajo) instituida
por los niños mismos, que se trasforman con los adultos en guardianes
de las reglas que se elaboran para que la vida en común sea posible.
L a cosa instituida es el Consejo de Cooperativa elegido por los
niños, que aprenden a administrar un presupuesto (el de la alimen­
tación) que disponen del programa del día y eligen a los responsables
de las diferentes actividades (seguimos aquí a Freinet, pero también
a Makarenko).
La vida en Bonneuil, con niños llamados psicóticos, pero también
con débiles mentales y ron anoréxicos escolares, se organiza en tomo
a dos ejes: la cocina y las compras (el establecimiento de un presu­
puesto y una contabilidad) y las relaciones con el exterior (inter­
cambio con otros niños, otras escuelas) a través de la pintura, un dia­
rio que hay que imprimir (se sepa o no leer y escribir), y el registro de
mensajes (con el fin de que no se privilegie únicamente la escritura).
Junto a estas actividades básicas, existen actividades anexas:
1. Las charlas de la mañana, reuniones en las que los niños hablan
de su casa, de sus proyectos, de lo que no funciona bien.
2. Las reuniones del Consejo dos veces por semana (dos niños
asumen la presidencia y la vicepresidencia), reuniones en cuyo curso
se reconsidera todo lo que se ha dicho y se ha hecho; tanto en los
diversas talleres, como en la calle cuando ha habido alguna inter­
vención policial.8 Se reconsidera allí todo lo que puede haber afectado
la reputación de Bonneuil, todo lo que se ha infringido y que guarda
relación con las reglas establecidas. Se trata, mediante estas reuniones,
de hacer entrar en una articulación simbólica todo lo que se fijaba
como quejas y reivindicaciones propias del orden imaginario. En ellas

5 F, Tosqu elles, J. O u ry.


6 H em os tratado de edu car a esta p o licía , provo ca n d o tina reunión con el
com isario qu e deb ía in form ar después a sus hombres del sentido d e nuestra p o ­
sición a ntisegregativa. L a p o licía h a term inado p o r renu n ciar a buscar a los
niños q u e se fu gan a las casas vecinas. P roporcion a nuestro núm ero d e teléfon o
y somos nosotros quienes nos esforzam os no tanto p o r recu perar al n iñ o cuanto
p o r “ edu car” al vecin o qu ejoso e in trod u cirlo en las nociones “ antipsiquiátricas” .
se analiza todo lo que obliga 7 (obligación de respetar el derecho a vivir
del vecino, obligación de dar y de recibir en el orden de los inter­
cambios) . Se tropieza con el inconsciente del grupo, con el inconscienli’
individual, con todo lo que ello supone a veces como presión de partn
de un superyó amenazante y vengativo. Esta ley inconsciente del grupo
estructura lo que nosotros instituimos.
Del mismo modo como el niño debe poder reconocer en la madir
la palabra del padre, asimismo, en una institución, lo que es preciso
esclarecer es todo lo que irrumpe a través de conversaciones de tipo
dual 8 ( conversaciones en cuyo curso hay siempre uno que se halla
excluido), L o que se debe esclarecer es todo lo relacionado con In
ley de existencia del grupo. Las reuniones sirven para poner en esce­
na todo lo que se desprende como demandas formuladas en el grupo,
A l velar por el intercambio de informaciones (informaciones que
se refieren tanto a los proyectos de construcción, como al problema
de las fugas), la institución lucha contra la muerte. Se hace pues
continuamente referencia a lo que pasa en el exterior: el sistema de
corresponsales, los intercambios de regalos, son elementos esencialel
para la vida del grupo.
3. Las otras actividades conciernen principalmente a la expresión
corporal, movilizan lo que se encuentra a veces bloqueado por una
relación del niño con una parte de su cuerpo a la que considera un
objeto extraño. Juegan con lo que puede decirse en el ritmo pero
que no logra entrar en la palabra. Se tiene en cuenta también lo que
pueden fabricar las manos, en la relación muy particular que el niño
establece con la tierra. Se realizan tareas creativas solitarias y colec­
tivamente. Y se crea con tanta más voluntad cuanto que se ha ad­
quirido el derecho a negarse a hacerlo. Lo que no puede decirse con
la tierra se dice a veces a través de la pintura. L o que nos preocupa
es abrirles a los niños al máximo una gama extensa de posibilida­
des de creación artística.
L a vida en los talleres incluye también el establecimiento de un
campo de lenguaje.3 Una palabra puede nacer de un campo de len­
guaje pero nunca de una cacofonía.

7 G in ette M ich au d.
6 G in ette M ich a u d , “ T r a n s fe r í et échange en thérapeu tiqu e institu tionnelle” ,
en R e v u e de Psy ch o lh éra p ie In s titu tio n n e lle , : r 1, Frangois Tosqu elles, “ In tro-
du ction au problém e d u tran sferí en psychothérapie institutionnelle” , en R evu e
de P sy chothérapie I n s titu tfo n n n e lle , n9 1.
9 F . Tosqu elles, S tru c tu re et R é é d u ca tio n th é ra p e u tiq u e , éd. U niversitaires,
París, 1967.
En cada grupo hay un responsable de las reglas instituidas. Se
permiten todas las fugas individuales, siempre que se asegure la per­
manencia del trabajo colectivo. Lo único que está prohibido es im­
pedir que el vecino trabaje o “ viva” . Los que huyen vuelven por sí
mismos o son traídos de vuelta por la policía. M u y pronto este sín­
toma, al igual que los otros, desaparece, porque el niño descubre que
es una moneda sin valor en la institución.
T od o niño que trabaja con sus manos es un niño que ha pasado
por períodos de rechazo y de evasión plenamente autorizados. Todas
estas crisis se reconsideran siempre en el consejo y son comentadas
por lo niños, que son sucesivamente jueces y terapeutas:
— ¡A h ! — le decía Rémy a Charles— , si pudieras expresar tu
cólera con palabras, me fastidiarías menos y te fastidiarías menos
a ti mismo.
De este modo, lo que se dice y lo que se crea en los talleres se
considera siempre en los Consejos, para que la casa viva de los apor­
tes de cada uno.
Tenemos por una parte objetos que intervienen como mediaciones
en las relaciones de los individuos entre sí, y por otra parte el sujeto,
sujeto que según la enseñanza de Lacan es un sujeto vacío, que sólo
se define como lugar de relaciones. N o sabemos quién es el sujeto,
as! como no sabemos lo que es un electrón, pero sabemos cómo se
comporta en medio de ciertas relaciones. Para que podamos captar
lo que ocurre, nos es preciso delimitar un campo, y en este campo
hacer funcionar un dice que no con sus efectos referenciales.
Ocurre que un niño le dice a un adulto:
— N o haces respetar la ley de la que eres guardián.
Dice una verdad, porque con frecuencia es a partir de ese mo­
mento que ya no hay palabra posible.
Si el niño se vuelve atento a un cuerpo de reglas, ello ocurre por­
que ese cuerpo de reglas constituye el mínimo sin el cual la relación
de los seres humanos entre sí está condenada a morir.
Y ahora vamos a hablar de lo que se dice al nivel de los niños
en la institución establecida. A partir de ello se comprenderá lo
que se deriva de la experiencia, en tanto que ética.

L A V IV E N C IA DE L A IN S T IT U C IO N

En un comienzo los niños nos preguntaban:


— ¿Ésta es una escuela de locos?
Después de dos meses de funcionamiento, se les pudo devolver la
pregunta bajo la siguiente forma:
— ¿Quién tiene aquí necesidad de un loco para sentirse bien?
Observamos que todo escándalo (irrupción en las casas vecinni,
conflictos en el mercado, exhibiciones ante transeúntes) tenía conm
soporte a un niño que, mediante sus palabras, manejaba a otro par.i
hacerlo funcionar como loco. Esto fue tratado en el Consejo en mu­
chas oportunidades.
Tuvimos como huésped de tránsito a un niño muy afectado, ¡i
quien sus camaradas designaban como “ la bestia humana” . Debimt>'¡
separamos de él momentáneamente, por el bien de él y no de lo»
otros. Su función en el grupo era la de permanecer, en cuanto desi’
cho, como excluido, como paria. A partir de allí los otros niños pu­
dieron efectuar progresos espectaculares, sobre todo en la adquisición
del lenguaje.
Una niña alegre y jovial hasta entonces, se tornó depresiva, y des­
pués insoportable, el día en que se dio cuenta de que había perdido
a su “ loco” . Éste era un chico a quien ella vestía como a un doma­
dor de circo, obligándolo a actuar las fantasías de ella. El dia en que
su protegido la abandonó para convertirse en discípulo de un mucha*
cho de mayor edad, hizo su aparición un mecanismo de duelo vivido
bajo formas agresivas. L a niña trató de negar todo lo que podin
tener relación con una dimensión de falta de ser. Exhibió su desnu­
dez en una especie de tentativa desesperada de afirmarse como la
más fálica del grupo. A l perder a su camarada, había perdido la fun­
ción de ocultación qfte él cumplía junto a ella. L a “ locura” del chico
servía para enmascarar la angustia de ella frente a su cuerpo di'
niña. Dominar al niño, era asegurarse la posesión de su ser varón
y afirmarse a partir de ello como sujeto invulnerable, no marcado
por la castración.
L a depresión, expresada en crisis de agresividad, tuvo su corolario
de estabilidad en el trabajo, particularmente en la imprenta.
Otro niño — llamémosle Jacques— le plantea al grupo dos tipos
de preguntas:
— N o quiero tener hijos más tarde, porque es demasiado asqueroso
nacer así. N o quiera el nombre de mi padre (firm a sus obras con un
nombre de terminación rusa que recuerda el nombre de su abuelo
materno) .
Este chico fuera del establecimiento tiene un amigo cuyo padre
no le ha dado su nombre y el amigo le dice: ¿Cómo vivir con esos
padres?
Jacques responde inventando un dios que sitúa en la línea de des­
cendencia materna de su amigo. Erige un altar a los espíritus ances­
trales. Y de este modo nace en Bonneuil una nueva religión; a veces
se celebra misa al aire libre. T od o visitante se ve obligado entonces
a someterse al rito que se ha establecido. Esto no significa que le
permitamos a este niño hacer la ley. Los límites impuestos son los
que definimos al principio: el tabú antropofágico y el tabú del incesto.
Consideramos que en una institución debe reinar la prohibición
sexual entre los muchachos y las chicas. Les decimos a los varones:
— Pueden copular con todas las muchachas de París y de Bonneuil,
pero éstas de aquí es como si fuesen sus hermanas.
Y les recordamos que el hombre recibe una mujer de otro hombre,
a condición de que a cambio entregue a otro hombre la hija que
tendrá con esa mujer. Este intercambio de mujeres es lo que le per­
mite a la sociedad una continuidad en el tiempo, y se funda en la
regla de la prohibición del incesto.
■— En una casa es el padre el que posee a la m adre: tú debes bus­
car en otra parte. Es preciso poder perderla para ganar después una
muchacha.
— Y o me quedo para copular con las chicas de aquí — nos respon­
de jaeques— ; en otra parte la ley está mal hecha.
Y desaparece para ofrecer en el jardín sus quejas a su dios, un dios
que porque se sitúa fuera de la ley puede satisfacer los deseos más
perversos.
— Si te vas lo vamos a sentir como una pérdida, porque te apre­
ciamos mucho, pero no puedes quedarte al precio de dejar de some­
ternos a la ley de los humanos.
Jaeques renunció a las cópulas con que amenazaba. Después ocu­
rrió otro hecho. La llegada de un nuevo interno, llamémosle Pierre.
El niño, considerado como peligroso, se halla en realidad acosado
por la angustia. El universo carcelario en el que ha vivido hasta en­
tonces hacc que se sienta horrorizado cuando se le ofrece ía libertad.
Pierre tiene necesidad de afecto; lo que aprecia en el otro, es que no
se le tenga miedo. N o hay nada que le produzca más terror que la
intención asesina que se le asigna. Cuando eso ocurre desaparece,
huye buscando abrigo junto a un calefactor, en la escalera de un
H .L.M . muy próximo.
Jaeques le ha tomado odio a Pierre. Lo que le da rabia es el
afecto que el otro necesita para vivir.
— A un loco así se lo encierra, nada de piedad para loslocos. Por
otra parte, hay que elegir entre él o yo.
Jaeques nos pone nuevamente en la alternativa: o la vida o la
muerte de uno u otro.
— N o es posible — se le responde— comprar la vida al precio de
la muerte de otro. Entre los humanos no puedes hacer esetrato.
Y se le recuerda a Jacques que en esa casa, el señor Guérin es el
guardián de las leyes; aceptamos que Jacques se convierta en el ayu­
dante del señor Guérin, pero no que haga la ley en su lugar.
Los chicos asumen por turno la defensa de Fierre.
— Los psiquíatras son unos boludos — observa Rene— ; ponen eti­
quetas y después, ¡h op ! estás listo para el furgón celular. Pero
Jacques no quiere saber nada de eso, dice que todos los anormalei
deben ser exterminados.
Explicamos que Bonneuil constituye para Fierre la última opor­
tunidad, queremos evitarle el hospital psiquiátrico y le volvemos ;i
decir a Jacques la pena que experimentamos ante la idea de tener
que separarnos de él. A l borde de las lágrimas, Jacques nos responde:
— Son ustedes los que me mandan de regreso, yo querría quedarme
aqui.
Una vez más se ha sellado un pacto, y todo pacto pasa por la
mediación de la palabra.
Hemos querido presentar aqu! el funcionamiento de una institu­
ción concebida para escapar a una duplicación de la alienación.
El mito de la norma, el peso de los prejuicios científicos funcionan
como otra forma de alienación social, no solamente para aquel a
quien se llama “ enfermo” sino también para los terapeutas y para
los progenitores. Debemos preocuparnos por analizar las razones por
las cuales permanecemos a veces sordos al mensaje del otro, buscando
el modo de desembarazarnos de la verdad de ese mensaje mediante la
exclusión del sujeto.
El problema de la segregación no es un problema puramente polí­
tico. En el corazón de cada uno de nosotros hay lugar para el rechazo
de la locura, es decir para el rechazo de lo que nosotros reprimimos. J
Nadie más racista que los propios niños. Sólo un orden simbólico
permite evitar la constitución de una comunidad de justicieros y el
envío sacrificial de uno de los suyos al asilo.
5 de diciembre de 1969.
(Extracto de un informe para los padres.)

III. U N CONGRESO EN M IL A N

13-14 de diciembre de 1969

Invitada a Milán para inaugurar un congreso internacional que tenía


por tema “ Psicoanálisis - Psiquiatría - Antipsiquiatría” , expuse en la
oportunidad un cuestionamiento radical de las ideas admitidas en
el psicoanálisis.
Algunos estudiantes me reprocharon apoyarme en una psicología
burguesa para hacer el proceso de la ideología que la sostiene.
Se ule opuso la política como medio de refutar todo lo que no
podía traducirse en lenguaje marxista revolucionario. Según los ora­
dores, hubiera debido preocuparme más por el sujeto proletario
que, en la nueva sociedad, reemplazará al sujeto del inconsciente.
Un psicoanalista llegó incluso a explicar cómo la revolución podía
constituir el antídoto de ¡a angustia de castración y de muerte. En
una sociedad feliz en la que los individuos construyen el socialismo,
no hay angustia. Y a no se hablará de adaptación, sino de integración
a la colectividad. En la nueva sociedad, los “ enfermos mentales”
serán invitados a trabajar media jornada en la fábrica, y el “ tera­
peuta” tendrá entonces por misión convercerlos del daño que su
“ enfermedad” le provoca a la comunidad.10 Los niños psicóticos
deberán sufrir un condicionamiento moral semejante para llegar a
gozar de los beneficios de una colectividad feliz.
Una sociedad revolucionaria proletaria deberá favorecer así la
reconciliación del sujeto consigo mismo, así como la reconciliación
del individuo en su relación con el grupo al que está ligado por un
vínculo del que estaría excluido todo riesgo de identificación inter­
agresiva de tipo amo-esclavo.
L o que nos proponían de esta manera los estudiantes “ revolucio­
narios” es la fantasía del retorno a la Unidad. T od a la relación
sujeto-objeto se encontraba fijada para ellos en el orden imaginario
y no tenía otra función que ¡a de enmascarar la verdad de la pre­
gunta sin respuesta de Freud: ¿Quién soy yo?
Esta pregunta, se nos ha respondido, no es una pregunta que se
plantee en la sociedad revolucionaria proletaria, porque la sociedad
tiene por función en este caso aportar precisamente la respuesta pro­
tegiendo al sujeto de la angustia a la que lo expone la sociedad ca­
pitalista, pero también del psicoanálisis.
Ahora bien, todos los replanteos de la posición del sujeto (del
inconsciente), y por lo tanto toda empresa auténticamente subversiva,
parten de la articulación entre verdad y saber.
Los sostenedores del psicoanálisis revolucionario oponen a esta
tesis la del sujeto proletario, de ese sujeto no marcado por la castra­

10 I.acan no u tiliza la noción de tra b a jo com o prem isa en la dia lética ana­
lítica. M uestra cóm o el obsesivo usa el trabajo para m antenerse en su condición
de esclavo. Para el psicótico, su relación con el tra b a jo está ligada, al m o d o en
que carece d e todo a p o yo en el orden sim bólico. L a in troducción del tra b a jo
pu ede p o r consigu iente ju g a r com o elem en to de a lien ación o liberación según
la fu nción qu e ocu pe en la dia léctica del deseo*
ción, al abrigo de la angustia de muerte. En efecto, la abolición del
individualismo en una colectividad feliz debería culminar en la supre­
sión de toda interrogación angustiante.
Si bien en este libro he destacado el aporte positivo de la politiza­
ción del movimiento estudiantil que permitió, en mayo de 1968/'
el develarniento de una verdad, garantía del mantenimiento de posi­
ciones científicas liberadas de todo prejuicio, temo que actualmente,
con la ayuda de lós analistas (los mismos que anteriormente fueron
los defensores del yo fu e rte 12), nos hallemos en vías de sofocar la
verdad insostenible que el análisis tiene por función mantener en es­
tado de perpetuo develarniento.
Que los analistas puedan proponer lo político, en lugar de un cues-
tíonamiento de su insuficiencia en su disciplina, me parece una posi­
ción insostenible, puesto que tiene por corolario la renuncia del
analista a su oficio (oficio que no obstante continúa ejerciendo “ para
ganarse la vida” ) . Si se plantea entonces una elección debe ser la
del compromiso inmediato en la acción revolucionaria, pero no un
compromiso que tenga por efecto producir una detención en toda
la investigación científica mediante la recuperación del discurso ana­
lítico en lo “ político” .
La función de lo político en estas Jornadas de M ilán ha sido pre­
cisamente la de imposibilitar toda discusión al nivel de una praxis,
la de imposibilitar toda confrontación al nivel de cómo debe con­
ducirse una cura, Lo? sostenedores del análisis del yo fuerte evitan
el cuestionamiento de una teoría analítica decadente introduciendo
en su lugar un discurso de políticos.13
U n discurso de carácter científico puede tener lugar bajo cual­
quier régimen. Si tiene efectos subversivos, puede ser o no aceptado
del mismo modo que puede ser recuperado por una ideología de
clase que intente tornar inofensivos sus efectos. El discurso lacan iano
no tiene la pretensión de venir a ocupar el lugar de una acción revo­
lucionaria, pero tiene, en el ámbito que le es propio, su propia cohe­
rencia. Revestir el discurso del analista con un discurso político, es
pervertirlo y tornarlo inoperante (mediante una operación cuyo
objetivo es encerrar lo que en el saber debe permanecer abierto a
los efectos de la verdad).

11 V éa se tam bién M a u d M a n n o n i, ‘ U n e psych iatríe rén ovéc” , en la


Q u in za in e litté ra ire , nv 52, m ayo de 1968. “ U n signe d e santé” , en L e N o u v e l
O bserv a te u r, en edición especial, nv 183 bis, 20 de m ayo de 1968.
12 In vo ca n d o , en otras circunstancias, abusivam ente a Lñcan,
13 Discurso estereotip ad o y va cío, p rodu cto inofensivo de un len gu a je
p u blicitario.
Se me preguntó cuáles serían mis posiciones de analista en una
sociedad revolucionaria proletaria.
N o lo sé. Inventaré lo que corresponde hacer en ese momento.14
M i combate seguirá siendo el mismo: un combate contra la manipu­
lación del individuo, manipulación que es violencia, sea cual fuere
la ideología que la sustente.
U na posición analítica correcta abre el camino a efectos subver­
sivos tanto más reales en la medida en que el paciente no ha sido
manipulado en un comienzo para que obre así. L a historia del psi­
coanálisis está allí para mostrarnos el fracaso de toda empresa mora-
lizadora que apuntando al yo [m oi] del sujeto, se oponga al surgi­
miento del yo [je] de una palabra personal.15
El psicoanálisis, en tanto que discurso científico, no está ligado a
condiciones politicas. Su papel no consiste en privilegiar a una clase
social sino en permitir que el “ paciente” se desprenda de los obstácu­
los interiores que encuentra en su acceso al deseo y a la verdad
(obstáculos que se presentan bajo un aspecto diferente en la neurosis
obsesiva, la histeria o la psicosis). L a validez de las referencias cien­
tíficas de que el psicoanalista dispone seguirá siendo siempre una
cuestión abierta, que se planteará en los mismos términos en una
sociedad proletaria o en una sociedad burguesa.
En cambio, el psicoanálisis como institución está sujeto a sufrir
serios trastrocamientos, tanto en la organización de las sociedades
psicoanalíticas como en su utilización por organismos de “ atención
médica” , demasiado a menudo organizados unos y otras como si su
fin fuese el de ocultar lo que en ellos pudiese funcionar válidamente.

14 C o in cid ien d o así con la posición ado p tad a p o r F a ch in elli en e l curso d e


su excelen te in form e.
15 Esta fo rm a d e posición no tien de en m o d o algu no a ] a p o liticis m o del
analista. A p u n ta a m a rca r el cam po restrin gido que le corresponde, cam po qu e
no debe ser reab ierto p o r la acción p o lítica sino qu e tien e que p erm itir su
existencia.
acción, 143, 207, 216, 232. anorm al, véase tam bién n orm alidad,
a cting out, 74, 84, 201. 163, 175, 193, 230.
acto, 55. ansiedad, crisis d e ansiedad, véase
actuaciones, 42, 93, 200, 224. angustia.
a daptación , 14, 19, 23, 38, 47, 54, 56, antipsiquiatría, 9-11, 32, 45, 47, 62,
58-59, 80, 90, 99, 122, 162, 163, 121, 155, 157-159, 162-Í65, 214,
172, 192, 196, 224, 231. 217, 224, 230.
normas adaptativas, 10, 23, 27, 157. a prendizaje, 224.
agresividad, agresión, hostilidad, etc., asilo, 19, 27-28, 32-35, .9, 40-43,
29-30, 54, 63, 74, 77, 79-81, 84- 45, 50-52, 53-57, 59-60, 83-86,
87. 93, 96, 105, 108-109, 116, 92, 98-101, 104, 105, 108-113,
1" . 144, ICO, 171, 182, 228. 119, 123.
alienación, 38, 49-50, 54, 59, 62, 77, autismo, véase mutism o.
80, 83, 110-111, 114, 119, 122-
124, 127, 137, 140, 146, 156-157, bu lim ia, 46, 133, 147.
162, 164, 199, 200, 230.
m ental, 30 99, 108, 114. cam po p a toló gic o, véase también
social, 13, 93, 99, 122, 219, 230. transferencia, 121, 125, 194, 200.
alim ento, véase también anorexia, 46, castración, 48, 79, 117, 124, 135,
96, 132, 134, 138-139, 143-144, 147-150, 171, 175, 177, 199,
146, 177. 225. 228, 231-232.
celos, 42, 44, 54, 101.
alu cinación , 44, 48, 76, 108, 115,
127, 157, 195. ciencia, 13, 21, 25-26, 52-53, 58, 62,
65, 158, 164, 206, 208, 232-233.
a m bigü edad, situación de, 85, 87, 99,
Í22, 201. clasificación, 51, 65-66, 103, 172.
c o lectivo (d e “ cuidados” ) , 57, 83,
a m bivalencia, 179, 199.
161.
am or, 77, 98, 113, 116, 126, 147, 151,
com unidades antipsiquiátricas, 161-
171, 201.
162, 174.
analista, fo rm ación del, 189-193, 200-
conductas, com portam ientos, desórde­
208, 214-216, 219.
nes dn las, 37, 44, 52, 54, 61-62,
analizando, 119, 187, 188, 194, 198- 70, 72, 98, 156,
202, 205. conductas d e defensa, véase d e­
angustia, pánico, 14, 21-22, 24-25, 27, fensa.
30-31, 36, 54, 61, 63, 70, 73, 81, co n flicto, 20, 44, 54, 115-117, 196.
85-87, 95, 1 13-117, 121-122, conocim iento, véase tam bién saber,
126, 129, 175, 179, 199, 228- 25, 40, 47, 51, 169, 179-181,
229, 231. 187, 201.
angustia dep resiva, véase depresión, conocim iento paranoico, 187.
80, 121. contrato, 49, 69, 73-74, 80, 84, 99,
angustia persecutoria, véase perse­ 140, 230,
cución, 80, 86-87, 95. cosa, (das d it tg ), 115-116, 128.
anorexia m ental, 46, 121, 139-151, creencias, 26, 35, 47, 59, 158, 180-
177, 180. 181, 216.
crisis, d e angustia, psicótica, etc., 30, deseo ( w unsch ) , registro del, lugnr
32, 36-37, 44-, 48, 51, 90, 106- d el, etc., 10, 13, 17-18, 21-21,
108, 110, 174. 26, 48, 75-77, 79, 83, 95, 101,
cu erpo, 17-18, 29-30, 45, 46, 49, 71, 111, 112, 115-117, 125-128, 137,
74, 77, 105, 107, 119, 124, 129- 142-143, 145-146, 149-150, 151,
130, 134-136, 137, 140-143, 146- 169, 175, 177-181, 197-199, 225,
147, 150, 177-178, 194, 226. deseo de m uerte, 30, 142, 147, 171,
cu erpo fragm en ta d o, 37, 64, 75, deseo sexual, 54, 147, 171.
78, 103-104, 114, 116, 129, 150. no deseo, 110, 112, 115, 118.
im agen del cu erpo, 70, 74, 76, 129. despsiquiatrización, 57, 134, 163, 218-
cu erpo parcial, 108, 111. 219.
yo (m o i) corpora l, 69. destino, véase tam bién oráculo, des­
cu erpo de la m adre, 75, 116, 123, tino fa m ilia r, 23, 27, 29, 37, 41,
199.
76, 114, 123, 134-135, 136, 14ii,
esquem a corporal, 122. 176, 201.
estructura del cuerpo p r o p io , 77.
destrucción, 29, 33, 36, 98, 101, 108,
cuidados, atención m édica, du alidad
111, 138, 142, 171, 182.
cuidados-castigo, 56-59, 157-158,
deuda, real y sim bólica, 48, 73, 92,
213-214-. 97.
cu lpa bilida d, 142, 199, 201.
diablo, 36.
cura, conducción y dirección de una,
diagnóstico, 12, 17, 19-22, 31, 41,
79-80, 121, 127, 128-129, 140,
50, 52, 98, 118, 155, 157, 229
147, 148, 172, 181, 194, 202,
dialéctica, 21-22, 30-31, 37, 83, 84,
219, 232.
97-98, 121, 170, 172, 181, 201.
cura am bu latoria, 126, 132-135.
discurso, 9-10, 17, 22, 55-56, 58, 61,
cu ración, 17, 18, 23, 31, 38, 50, 57,
64-65, 81-82, 84, 87, 94, 96, 98,
61, 78, 80, 85, 103, 110, 149,
110, 130, 148-149, 167-169, 173,
180.
197-199, 232-233.
curanderos, 176, 177, 179-181.
discurso sintom ático, 129, 186-188,
192, 202.
defensa, mecanism os de, 21, 69, 73,
doble vín cu lo ( double b i n d ) , teoría
81-82, 99, 107-109, 117, 121-122,
del, 170.
125, 171, 197, 199, 200.
dolor, 17-18, 94.
defensas autistas, 110, 126.
dom in io, de la angustia, d e la locura,
mecanism os obsesivos d e anulación,
etc., 43, 54-55, 63, 77-78, 101, 133,
142, 144, 197.
144, 155, 176, 179, 200-201.
delin cu en te, 51, 80, 123, 219.
d elirio , 10, 27, 29, 39, 52, 53-54, 58, dram a, dram atización, etc., 21, 29,
38, 40, 44, 46, 48, 77, 79, 117
64, 75, 85, 95-97, 102, 107, 110-
119, 141-143, 146, 149, 151, 199.
112, 116, 135, 144-145, 148-149,
du elo, tra b a jo d e du elo, du elo no
155, 173-174, 180.
d elirio, proceso restitu tivo d e cura­ hecho, etc., 80, 110, 113, 118,
ción, .1 4 , 148, 173. 147, 228.
dem anda, ora l, etc., 20, 26, 79, 83,
96, 103, 117, 126-127, 142, 148- edip o, 30, 48, 95, 98, 116, 148, 163,
149, 174, 178, 198. 171, 186, 200.
dependencia, 73-74, 106, 116, 124, educación, 19-20, 48, 60, 83, 104,
126 . 167, 208, 222-224.
ego-psych ology, 196-193, 200, 201,
depresión, véase tam bién posición de­
presiva, 44, 104, 130, 138, 224, 207-208.
2 + 1. ello, 182, 196-198.
descom pensación psicótica, 40-45, 108, encopresia, 177.
171, 214. encuadre, a n alítico, 69-75, 77, 79-81,
85, 96-97, 129, 135-136, 139, 101-103, 106-107, 118, 130, 133-
150. 134, 138, 139, 146, 179.
en ferm edad, 9-13, 19-24, 28, 31, 37- hospitalización, véase tam bién inter­
38, 40, 50, 56, 60-61, 90-91, 98, n ación, 19-20, 30, 44, 46, 50, 54,
107, 111-112, 130, 131, 133, 137, 90, 98, 109, 126, 129-131, 134,
143, 145, 149, 163, 167, 178, 135.
213, huellas, 36, 76, 78, 125, 127.
en ferm edad m ental, 12, 19, 21, 24-
26, 31, 39, 43,47, 50, 53-54, 57, iden tidad, disolución de iden tidad,
60-61, 64, 90, 99, 115, 155-156, 21, 27, 37, 63, 96, 107-108, 114,
163-166, 213, 218. 122, 126, 141, 180.
en ferm edad física, 18, 20, 164. id en tifica ción , co n flicto id en tifica to-
en ferm o, 10, 19-21, 22-23, 37-39, 56, rio, desconocim iento im aginario
61, 72, 88, 103-104, 106-107, d el y o ( m o i ) , etc,, 26, 32, 41, 44,
114, 118-119, 156, 158, 180, 230. 63, 73-74, 76-78, 81, 95, 97, 103,
ennresis, 177-178. 113, 124, 144, 147-150, 179,
escena prim aria, 30, 96, 97, 147. 197.
espíritus ancestrales, 177-180, 228. ju e g o id en tifica torio, 41, 44-, 149.
esquizofrenia, 21, 27, 40, 41, 46, 48- iden tifica ción narcisista, 40, 76, 96,
49, 64, 78, 82, 90, 98, 103, 107, 148.
113, 161, 170-171, 174, 178. iden tifica ció n con e l o b jeto per­
estadio d el espejo, 63, 76-77, 123-124, d id o , 30.
150, 172. referencias iden tificatorias, 108,
estrategia, 39, 83-87, 160, 169, 175, 110 .
194. ideologías, 9, 47, 55, 58, 159-160,
estructura, 17, 21, 48, 77, 169, 194, 164-166, 172, 191, 198, 208,
197, 200, 224-226. 214, 218, 231, 232.
excrem entos, 31, 178. im agen especular, 77, 78, 117, 124.
im aginario, qu e debe distinguirse de
fa lo , 95, 98, 147, 161. lo real y d e lo sim bólico, 21, 47-
fa lta , 73, 76, 128, 169, 201, 228. 49, 55, 61, 63-64, 71-78, 96-98,
fa m ilia , m edio, discurso fa m ilia r, 124-125, 127, 147, 168-170, 182,
véase tam bién institución fa m i­ 186, 197.
cataclism o im agin ario, 64, 98.
liar, 11, 20, 23, 28, 30, 40, 41,
espacio im agin ario, 69-70.
44, 50, 52, 57, 88, 90, 95, 101,
sustituciones im aginarias, 61.
104, 106-107, 109, 112-113, 117-
119, 129, 132-134, 137, 159, 160, im ago, 70, 76, 77-78,
164, 166, 167, 170-171, 173, 180, incesto, véase tam bién deseo, 47, 116-
219. 117, 150, 171, 224, 229.
inconsciente, 13, 29, 32, 61, 79, 148,
fantasía, 13, 36, 63, 70, 72, 74-75,
169, 172, 198, 226,
80, 116-117, 121, 127-128, 141,
com binaciones inconscientes, 74,
142, 181, 195, 197, 228, 231.
in diferen ciación prim itiva , 69, 76,
fantasía origin a ria , 95, 201.
124-125, 129.
frustración, 36, 48, 116, 167, 196.
in iciación , ritos de, 40, 177, 180, 185.
institución, 10, 13, 20, 22, 32, 40,
go ce, 10, 17, 27, 29-30, 50, 88, 92, 52-53, 55-57, 62, 63, 69-70, 72-
105, 111, 113-114, 115-117, 217. 75, 79-85, 121-123, 125, 126,
138-139, 150, 161, 163, 165, 185,
h isteria, 107, 113, 126, 130, 146, 222-240.
149, 180, 188, 197, institución asilar psiqu iátrica, 15,
h ospital p siq u iá trico, 19, 24-25, 28, 62, 67, 69, 79, 82, 84-87, 95,
39, 42, 44, 52, 56, 58-59, 82, 99, 123, 160-161.
institución social, 70, 75, 81, 84, m u erte d el padre, 87, 97, 110, 106,
121, 125, 129, 190. fascin ación de la m uerte, 109-110,
institución psicoan alítica, 69-72., 75, deseo d e m uerte, 37, 106, 109, 135,
80-82, 84, 86-87, 99, 121, 125, 149, 171.
129. mutism o, 27, 32-33, 176-177, 180.

Juez, ju risdicción, 19, 51, 56, 61, 92, nacim iento, renacim iento, 40, 79, 140,
93, 99, 141, 155, 157, 217. 149, 177, 181.
narcisismo, véase tam bién relación
narcisista, 76, 124, 127, 182,
la bortera pia , 39, 55-57, 59, 91, 108.
196, 204-205.
len gu a je, 18, 26, 29, 48, 61, 64, 73,
necesidad, que debe distinguirse de
83, 108, 116, 123, 147, 156, 165,
la dem anda y d el deseo, 75, 112,
167-169, 172-173, 194, 198, 226.
129, 149-151, 198.
ley, 36, 96, 116-117, 140, 161, 224- neurosis, 41, 47, 63, 73, 78, 115,
226, 227-229. 128, 169, 172, 194-195, 196.
libertad , liberación, 46-47, 64, 90, 95, nexo fa m ilia r, 170.
106, 110, 118, 123, 134-135, 137, nom bre, nom bre del padre, 94, 98,
138, 149, 157-158, 160, 165, 170, 167, 228.
194, 217, 229. norm alidad, véase tam bién anorm al,
lingüística, lingüistas, 70, 83, 167, 13, 32, 39, 82, 99, 107, 133, 20
172. nosografía, clasificación, 21-22, 24,
locu ra, locos, 9-10, 13, 15, 19, 21-24, 60, 187.
26, 43, 45-47, 49-55, 57, 62-63,
64-65, 80, 104, 107-111, 113-
ob jeto, o b jeto parcial, 31, 36, 47, 72-
115, 118, 129, 131-132, 157-166,
73, 76-77, 78, 111, 117, 125.
174, 213-214, 217-218.
o b jeto d e desto, 113, 121, 175,201.
lla m a do, 104, 127-129, 173, 182.
o b jeto ideal, 36, 47, 96, 101.
ritu a l de llam ado, 96-97.
o b jeto p erdido, 30, 72-73, 76, 78,
9 113, 1 15-116, 125, 178, 187, 195.
m adre, véase también cu erpo de la o b je to , relación de, 72-73, 125.
m adre, 12, 30-31, 36-37, 46, 70, o bjetos buenos y malos, persecuto­
75, 77-78, 88, 96, 105-106, 108, rios, 81, 116, 119, 199.
109-113, 116, 126, 128, 130, 140, o b jeto en la fantasía, 116, 127-128,
143, 146-147, 150. 195.
m a gia, 37, 73, 107, 118, 136, 144, objetos sustitutos, 128.
179. objetos m ediadores, 226.
m an íaca, crisis, 21, 49. obsesiones, síntomas obsesivos, neu­
m áscara, de la locu ra, 42-43, 47. rosis obsesiva, 126, 146, 149,
m e tá fo ra patern a, véase n om bre del 180, 195, 197.
padre, od io, 63, 105, 110, 113, 126, 147,
m etan oia, 174, 176. 151, 171, 229.
m irada, observación, 17, 102, 103- o m n ipoten cia, sentim iento de, 36, 72-
104, 108, 111, 113, 150. 74, 80, 101, 135, 139, 147, 203.
mitos, 21, 26, 30, 35, 48, 54, 60, 75, oráculo, apa ra to d el destino, 148-149.
114, 117, 119, 141, 147-148, 176.
órdenes, mandatos, velados d el obse­
m ito fa m ilia r 40, 112, 118, 148. sivo y m anifiestos del psicótico,
m uerte, 23, 26-27, 28, 40, 47, 54, 64, 30, 104, 117, 131, 134, 135, 142,
87, 90, 106, 109-111, 112, 118- 146, 148, 179, 197.
119, 124, 130, 135-136, 139, otro, lugar d el otro, lu gar del có d igo ,
140-142, 143, 146-148, 149-150, 17-18, 22, 30, 36, 49, 82, 106,
151, 175-182, 199, 200, 226, 123, 128, 142, 146-147, 148, 186,
231-232. 198-199.
o tr o im aginario y o tro real, 27, 30, p royección, im aginaria, agresiva, 49,
63, 74, 76-77, 96-97, 117, 124- 72, 113, 121-122, 137, 150.
126, 151, 182, 187-188, 198 ,219. psicoanálisis, véase tam bién form ación
deseo del otro, 146, 151, 182, 225. psicoanalítíca, 22-23, 26, 47, 58,
64, 69, 70-72, 75, 109, 117, 129,
padre, véase tam bién n om bre del 131, 153, 163, 187-188, 202,
padre, 26, 44, 87-88, 95, 98, 204, 206-207, 219-220, 230-233.
104-105, 108-113, 118, 130-131, psicología-sociología, 65, 123, 163,
138, 140, 146-147, 150, 177, 179, 168, 170-172, 196, 205, 214-215,
' 36, 226, 228. 217, 222-223, 231.
palabra, 13, 17-18, 20-22, 26, 28, 35- psicosis-psicótico, véase tam bién des­
39, 41-42, 47, 49, 51, 55, 64, com pensación psicótica, 11, 25,
73, 79, 87, ¡0 4 , 106-108, 110- 31, 35-37, 40-41, 45-50, 61, 62,
113, 122, 124, 129, 138, 141, 64, 115, 118, 220.
142, 167, 168, 169, 172, 182, psiquiatría-psiquiatra, 17, 19-21, 26,
183, 196, 224, 226, 233. 32, 42, 51, 55, 58, 61-65, 85,
palabra m aterna, 38, 47, 149, 226. 98, 102, 114, 156, 158, 159, 163,
palabra, no lo dich o , lo q u e h a sido 213, 214-218.
d ich o o ca lla do, 61, 133, 149. psiqu iatría com unitaria, 162, 164.
paran oia, p aran oico, 21, 27, 44, 49, psiqu iatría institucional, 57, 83,
75, 85, 86-99, 115, 118, 173, 161, 164-165.
187, 189. 195. pulsiones ( t r i e b ) , 83, 116, 172.
pasión, 63, 77-78, 80, 101, 187, 208.
ped agogía , 13, 75, 87, 164, 199, 215,
qu eja , 17-18, 22-23, 26, 50, 97, 103,
222-223.
107-108, 145, 225.
p elig ro , 36, 40, 51, 92-93, 118, 158,
166, 214, 215, 218, 229.
penis neid, en vid ia d e l pene, 199. read ap tarión , 91, 108.
persecución, reacciones persecutorias, real, registro d e lo re a l que debe dis­
o b jeto de persecución, véase ta m ­ tinguirse d e lo im a gin a rio y de
bién angustia persecutoria, 74, lo sim bólico, 51, 71, 73, 97,
84, 87, 88, 95, 97, 99, 107-108, 116-117, 135, 168.
118, 137-138, 201. realidad, exclusión de, negación de,
perverso, 41, 51, 149. 39, 63, 76, 194-197.
realid ad psíquica, 63.
p o d e r ju dicia l, p o licia l, m édico, etc.,
rechazo ( r e j e t ) , 21, 24, 29, 31, 37,
9, 37, 52, 54, 56, 85, 156, 158,
51, 53, 77, 92, 95, 104, 106,
200, 216.
179, 220.
p o lítica , 12, 28, 62, 159, 166, 208,
reeducación 14, 26, 123, 215, 219.
217, 230-233.
reglas del ju ego , 60, 106, 138-139.
posición p a ra n o id e esquizoide, 72, regresión, 61, 75, 106, 126, 150,
107. 174, 196.
posición depresiva, 72, 77, 80, 201.
relación, dual, interpersonal, de deseo,
posición persecu toria, véase perse­ etc., 31, 63, 73-74, 116, 122,
cución.
150, 160, 171, 198, 226-227.
predicciones, profecías, 104, 109, 112, relación erótica, 63, 80, 96, 160.
133, 146, 149, 199. relación sexual, 63, 80, 96, 160.
proceso, 63-64, 193, 197. relación narcisista, 74, 80, 115, 147,
proh ibición, véase tam bién tabú, 29, 160.
36, 38, 81, 92, 116-117, 138, relación m ortal, 64, 106, 182, 227.
142, 171, 175, 178, 199, 227, repetición, com pulsión de, 56, 79,
229. 111, 116, 128, 144, 151, 194-195,
provo ca ció n , 157, 159, 162. 197.
represión ( re ¡o u le m e n t) y retorn o de síntom a, sentido del, tratam ien to del,
lo reprim ido, 51, 78-79, 97, 116, disfraz sintom ático, 17-18, 21,
119, 128, 142, 164, 218. 37, 60, 70, 78, 80-81, 116, 119,
represión (r é p re s s io n ), fuerzas re p re­ 123, 137-138, 140, 143, 145, 147,
sivas, 11, 19, 28, 54, 82, 83-85, 149, 169, 172-173, 177, 180,
94, 106, 122, 139, 157-159, 193, 194, 202, 219, 227.
224. situación y posición, véase tam bién
rep u d io forclusión (v e r w e r fu n g ), 79, angustia, persecución,
95, 116, 147, 150, 166. situación psicoanalítica, 69-70, 71-
resistencia, d e l paciente, d e l analista, 73, 74-75, 77, 83, 86, 97, 193-
14, 80, 194, 200. 194.
reta rdo, d eb ilida d, 11, 12, 25, 166, sociedad, 19, 22, 27, 32, 38, 231.
222, 225. sociedad segregadora, 51-52, 56,
revolu ción , de m ayo, rebelión, 10, 106, 119, 123, 218.
29, 51, 58, 99, 102, 103, 106, sociedad psicoan alítica, 190-191,
109, 111-112, 162, 164, 165, 203, 206, 208, 215.
172, 216, 218, 230-233. sujeto, presa del deseo, lu ga r del
ritos, ritu al, 56, 175, 177-179, 180, sujeto, relación del sujeto con el
215. otro, 10, 17, 20, 22, 32, 38, 40,
ritu a l hospitalario, 54, 59-60, 96. 42, 47-50, 61, 63-64, 70-71, 75-
ritos de posesión, 176, 179. 77, 81-83, 104, 108, 117, 124-
128, 142-143, 147, 167-169, 172-
saber, y no saber, 9-11, 13, 21, 24-25, 173, 178, 182, 196-199, 227,
30-31, 35, 53, 57-58, «2 , 65, 231.
147, 152, 158, 181, 185-190, 199, superyó, 109, 202, 226.
208, 215, 217, 231-232.
salud m enta], 26, 28, 47, 61, 137, tabú, véase tam bién p roh ib id o , 47,
157, 162-163, 181, 218, 224. 49, 92, 119, 174, 229.
segregación, 17, 22, 31, 53, 59-60, 65, trabajo, 23, 27-28, 38-39, 59-60, 90-
85, 87, 156, 161, T66, 222-224. 91, 99-102, 139, 225, 227.
selección, 190, 202, 204-207. transferencia, situación de la, etapas
ser, estar, y tener, etc., 2 9 -3 !, 36, de la, 20-22, 62, 72-73, 78, 83,
105, 110-111, 115, 173, 202, 205. 96-119, 125, 136, 150-151, 186-
sexo, 27, 45, 64, 93, 95, 104, 109- 188, 197, 200, 226.
111, 116, 119, 142, 147, 150,
186, 229.
universidad, 208, 214, 216-217.
significante, 22, 64, 73, 77-78, 83,
95, 98, 119-121, 127-128, 141-
143, 146-150, 169, 177-178, 182-va cio, sentim iento de, 39, 61, 63, 95,
183, 194, 198, 97-98, 105, 110-111.
a rticu lación significan te, 41, 61, 73, verda d, 9, 14, 17, 24-27, 30-31, 43,
117. 50, 53, 57, 62-65, 81, 86, 94,
efe c to d el significante, 77, 83, 201. 96, 99, 104, 124, 147, 151, 157
m arcas significantes, 77-78, 128. 159, 162, 170, 175, 187, 194,
signos, 76, 125, 195. 202, 211, 217-218, 230-231.
simbiosis, vínculos sim bióticos, 37, 69, v ia je , asim ilado a los efectos psico-
74-75, 125-126, 149, 201. délicos, 40, 141, 174, 179, 181.
sim bólico, dim ensión de lo , fu n ción violen cia, 28, 31, 35, 52, 72, 86, 95-
de lo, sim bolización, 30, 40, 46- 96, 98, 106, 108, 118, 125, 160,
49, 56, 61, 63, 69-74, 78, 81, 220, 233.
8 3, 95-98, 116-117, 123, 126, viven cia psicótica, 40, 63.
135, 147-148, 149, 168-169, 173, voz, 17, 27, 88, 104, 134, 141, 143,
196, 225. 147, 157, 162.
y o ( J e ) qu e deb e distinguirse d e] yo 115, 124, 172, 196, 198, 205,
( m o i ) , 36, 124-125, 187, 194, 196, 233.
198, 202, 233. yo ( m o i ) au tónom o, 196-197.
y o ( e g o ) especular, 71, 74, 76-77, y o ( m o i ) ideal, 124.
79, 124-125. y o ( m o i ) fu erte, 79, 197, 232.
y o ( m o i), 63, 70, 72-73, 77-78, 79, yo (m o i) sano, 72, 197.
A b ra h a m , K ., 47.
A lv a re z d e T o le d o , L . C ., 190.
A u la g n ie r, P., 124, 150.
A u b ry , J., 163.
A ym e, J., 14, 223.

Balint, M ., 190.
Baranger, M . y W ., 72, 201.
Basaglia, F., 52, 58, 62, 213.
Bateson, G ., 39-40, 57, 170.
Bautruche, C ., 223.
Beaudoin, H . y J. L ., 158.
Berk, J., 177.
Berne, É.s 167.
B ern fcld, S., 191.
B crtherat, Y . , 65.
B ettelh eim , B., 106.
Biancheri, A ., 223.
Bion, W ., 81.
B ird , B., 206-208.
Bleger, J., 69-75, 77, 122-123, 125,
129
B o o le, 168.
Bouhour, J. P ., 136-138, 140-141,
143-146.
Bou gu ier, J. J., 223.
Bretón, A ., 153.
Breuer, J., 185, 187.

C arnap, R ., 168.
Castel, R ., 59.
C haigneau , H ., 14, 60, 160.
C h a rcot, 185, 188, 190.
G oat, M ., 39.
C o o p er, D ., 10, 57, 82-83, 106, 160,
172.
C o p ferm a n , E., 217.
Cornelison, A . R ., 170.

D e Foe, 32.
D o lto , F., 18, 35, 223.
D u pon t de N em ou rs, 20.
Escuela ex perim en tal de Bonneuil-sur-
M a rn e, 222-230.
Erikson, E. H ., 186.
Esterson, 107.
Ey, H ., 170.

F a ch in elli, E ., 233.
F edida , P., 62, 160, 170-171, 223.
Fenich el, O ., 70.
Feren czi, S., 189.
Fleck, E., 170.
Fliess, W ., 78, 185-189.
F ed or, M w 223.
F o rt, F., 223.
Fou cau lt, M ., 20, 28, 50-51, 60-61,
65, 114.
Frege, 168.
Freinet, C., 222, 225.
F reu d, A ., 192.
F reu d, S., 29-33, 60-61, 63-64, 71, 76,
78-79, 97, 114-1 16, 123, 127,
172-173, 185-192, 193-197, 215-
216, 231.

G eahchan, D . J., 163.


G itelson, M ., 193, 204.
G odel, 168.
G o ffm a n , E., 58-59.
G reenacre, P., 193.
G rin berg, L ., 80.
Grosser, A ., 223.
G u érin , R . M . y Y ., 222, 230.

H a ley, J., 170.


H a rtm a n n , P., 196, 201,
H eim an n , P., 204.
H elm ick Beavin, J., 167.
H en ry, J., 172.

Jackson, D o n D ., 167, 170.


Jaques, E., 69, 81, 121.
Jacobson, E., 126.
Jones, E., 187, 189.
K in g s le y H a ll, 65, 174-179, 181. R a b in ov itc h , S., 54.
K le in , M ., 72, 81, 116, 126, 201. R a ca m ie r, P. C ., 163.
K o ltirin e , B., 223. Radestock, 115.
K ris , E.} 196. R aim b au lt, G ., 82-83.
R a p p a p o rt, D ., 195.
L a B orde, 59, 161. R eid er, N ., 72.
Lacan, J., 11, 29-31, 41, 63-64, 70-71, R o d rig u é, C . y G. T ., 72, 80.
73-74, 76-80, 98, 115-117, 123- Ross, H ., 192.
125, 148, 166-169, 172-173, 178, Russell, 168.
182-183, 195, 197-198, 208, 217,
231-232. Sade, 116.
L a in g , R . D ., 10, 65, 107, 115, 118, Safouan, M ., 168*
170, 173-179, 181-182, 216. Saint-Just, A . de, 28, IC 5.
L a in g y C o o p er, 115, 118, 216. S apriel, G ., 223.
L a in g y Esterson, 107, 170. Sartre, J. P., 114.
L a n g er, M ., 80, 190. Saussure, F. de, 172.
L a v a l, M . F., 223. S cheff, T h ., 39.
L e b o v ic i, S., 167. S chm ideberg, M ., 81.
L e fo rt, R ., 223. Schotte, J., 174.
L e w in , B., 192. Schreber, D . P., 155-157, 218.
Lib erm a n , D ., 80. Searles, H ., 126-127.
Loew enstein, R ., 196. Shakespeare, 211.
Lo h éa c, A ., 223. Singer, M ., 171.
Lévi-Strauss, C ., 106, 224. Solms, W ., 205.
L id z , T h ., 41, 170. Steven in, F., 223.
Strean, H ., 190.
M a ca lp in e, I., 155. Succab, N ., 223.
M a lin ow ski, B., 14. Szasz, T h ., 26.
M a k a ren k o A ., 222, 225.
M a n n o n i, M ., 18, 84,*232 .
Tosqu elles, F., 14, 55, 62, 83, 225-
M a n n o n i, O ., 32, 40, 50, 53, 148,
226.
164, 185, 187-188.
T u k e , 55.
M ich a u d , G ., 226.

V illc -E v ra rd , 108, 111-112, 173.


Nassif, J., 81.
N iñ os enferm os, H o sp ita l de, 11, 163.
W a h l, F., 168.
O rtigu es, E., 48. W a llo n , II., 124.
O u ry, J., 14, 55, 82-83, 160, 161, W a tzla w ick , P., 167.
167, 225. W a y sfcld , C ., 223.
W ea k la n d , J,, 170.
P a lo A lt o , 167. W eb cr, D r., 155.
Parsons, T ., 171. W ild cn , A ., 168.
P erceva l, J., 39. W in n ico tt, D . W ., 106.
P ich o n -R iv iére, E ., 200. W yn n e, H ., 170-171.
P in el, C ., 55, 59.
Pira n d ello , L ., 42-43. Z em p len i, A ., 176-181.
ÍN D IC E D E C A S O S C IT A D O S

(* casos seguidos p o r la a u to ra )

* A rth u r, 23, 38. * Joe, 101-102.


B éatrice, 42-4-3. * Jean M a rie , 61.
* Bernard, 52. * J oelle, 44-45.
* Charles, 113. K h a d y , 176-181.
* Charles (n iñ o ), 227. * L a u r e n t , 107-109, 114, 118.
C ia m pa , 42-43. * M a r c e l , 109-110, 118.
D ou d ou , 101-102. * M a rtin , 105-106.
* Edm ond, 103-104, 118. M a ry , 176-179.
* Em m anuelle, 46-47. * P ierre, 229-230.
* Frank, 29-31, 36-37. * R ém y, 227.
* F rancin e, 44-45. * R en e, 111.
* Georges, 23, 27-28, 67, 87-99. * R o b ert, 53.
* G ilíes, 53. Robinson, 32-33.
H o m b re de las ratas, 123, 188. * R u d o lp h , 101-102.
H o m b re d e los lobos, 97. Schreber, 155-157, 195, 218.
«J a c q u e s , 23, 111-113, 118. * Sidonie, 46, 129-151.
* Jacques (n iñ o ), 228-230. * V in c e n t , 53.
a ra íysis” ’ t; r , . b erg - h f; an8cr> M „ “ T erm in a tio n o f train ing
U n iv ersltv P r S r ^ m lh ‘ A m m c a s ’ N u ev a Y o rk , In tern ation al
Paidósj 1968] {Psicoanálisis en las A m e rita s , Buenos A ires,

A l 'bre d ¿ yi% B d ‘ é' J '5 “ P éd ia trie” cn E nfance « ‘ U ñ é * I I , Recherch.es, diciem -

A 5 ™ 1 ¿ t & b r e deenÍ967 eXPOSé * “ V n A K M '' “ R e c h e t'


A u la g m e r ^ P ., “ Rem arqu es sur la structure psychotiqu e” , en L a Psychanalyse,

^ X ie m b r fr T a ls / ^ Bertherat” ’ en E ^ ance alítni‘ " , Recherches,


A y S S n ^ / í / 0 p U* j!eS\ F l ‘ j - ° ins Í UX P s^ch ot’ 1?ues en In stitu tio n ” , en E nfa nce
alténée I I , R echerches, diciem b re d e 1968.

’¡V > “ In sígh t in the psychoanalytical situation” , en Psychoana­


lysis in the A m e rita s , N u ev a Y o rk , In tern a tion a l U n iversity Press, 1966

Farís’LeSeui1,197°-
[¡'sicoanálisis en las A m értcas, Buenos A ires, Paidós 19681

" ír ¿ r [La insiituci6n


Bateson, G., P e rc e v a l's n a rra tive, S tan ford U n iversity Press, 1961
« S Jal;kSOn' P ' f H a !c y> J > W eakland, J „ “ T o w a r d a theory o f
schizophrem a , en S e h a m ou ra l Science, I, 1956.
caudouin, H . y Beaudouin J. L ., L e m alade m en ta l dans la cité, París,
L íb r a m e E, le Francois, 1967. ’ ’
Bcrne, E., Gam es peo p le play, N u ev a Y o rk , Penguin Books, 1964 (Ju egos en
que pa rticip a m os , 7 ed., M é x ico , D ia n a , 197 4).
Bertherat, Y ., “ Freu d a vec L a ca n ” , en E sp rit, diciem bre de 1967.
S i . t “ J f° r le ™SS‘ vide’ Paris’ G allim a rd , 1969. (L a fortaleza vacía,

T * * ! f ndl da tc se’ ection and its relation to analysis” , en In te rn a tio n a l


J o u rn a l o f Psychoanalysis, n ' 49, pa rte 4.
B lc jer, J., P s ico h ig ie n e y p sicología in stitu tio n a l, Buenos A ires , Paidós 1967.
Sim biosis y am bigü eda d, Buenos A ires, Paidós, 1967.
"Psychoanalysis o f the psychoanalytic fra m e” , en In te rn a tio n a l J o u rn a l o f
Psychoanalysis, vo l, 48, n ’ 4, 1967.

C h aign eau , I-I “ Prise en ch a rge in stitu tionelle des s u jetj réputés schizophre-
nes en C o n fro n ta b a n ; p schiatnques, n ' 2, d iciem bre d e 1968.
U oate, M ., B eyond a lt reason, Londres, Constable, 1964.
C o o p e r D ., Psych ‘a t r i l et a n ti-psyck iatrie, París, L e Seuil, 1970 (P s iq u ia tría
y ant\‘ psiq u ia tría , 3 ed., Buenos A ires, Paidós, 197 4).
— “ A h en a tion m entale et a lién ation so cia le", en E n fa n ce a liín ie I I , R e th e r -
ches, d iciem bre de 1968.
C o p ferm a n , E,, P ro b lé m e s de la jeunesse, París, M aspero, 1967.
D o lto , F., “ L e D ia b le chez l ’ en fan t5’ , en Etudes carm elitaines v, París, p u f ,
1945.
— P refa cio del lib ro de M a u d M a n n o n i, L e p re m ie r rendez-vous avec le
psyckoanalyste, París, G o n th ier, 1965. [L a p rim e ra entrevista co n el
psycoanalista, 2 ed., Buenos A ires, G ran ica, 1975.]
— “ C lin iq u e psych oan alytiqu e” , en E n fa n c e aliénée I I , R ech erch es, d iciem b re
de 1968.
D u m ézil, G ., “ P e tit propos préa lab le a l’ étude clin ique des psychoscs in fa n ­
tiles” , en E n ja n ce a lién é e, R ech e rch es, setiem bre de 1967,
Erikson, E. H ., In s ig h l a n d responsability, N o rto n , 1964.
Faure, J., “ D e l ’a rriéra tion á l’ a lién ation ” , en E n fa n c e aliénée, R ech erch es,
setiem bre de 1967.
F au re, J. y O rtigues, E., “ A p p ro ch e de la fo lie ” , en E n fa n ce aliénée I I ,
R echerches, diciem bre de 19(58.
F edida , P., “ Psychose et p a ren té” , en C r itiq u e s octubre de 1968,
F en ich el, O ,, T h e psychoanaly tical th eory o f neurosis, N u e v a Y o rk , N o rto n ,
1945 [T e o r ía psicoa natítica de las neurosis, Buenos A ires, Paidós, 1964].
F ou cau lt, M ,, M a la d ie rnentale et p sychologie, París, P U F , 1954.
— H is to ire de la f o lie , París, Plon, 1961 [H is to ria de la locu ra , M éx ic o , Fon do
de C u ltu ra E con óm ica, 1967].
■— Naissance de la c lin iq u e , París, p u f , 1963. [E l n a cim ien to de la c lín ic a ,
M é x ico , S iglo X X I , 1966].
F reu d, A n n a , “ Problcm s o f the psychoanalytic society” , en M a x E itin g o n in
m e m o ria m , Jerusalén, Jsraeli Psychoanalytic S ociety, 1950.
F reu d, S., C iv iliz a tio n and its discontents, H o ga rth press [O b ra s com p letas,
M a d rid , B iblioteca N u ev a , 1973, 3 vol.].
— L e ttre s a Fliess, p u f . (ed . esp. c i t , ) ,
— O n Che h istory o f psychoanalytic m ov em en t, G ollccted Papers I, H o g a rth
Press, (ed . esp. c i t . ) .
— O n b eg in n in g the trifa tm e n t, 1913. (ed . esp. c i t , ) ,
— R e c o lle c tio n , re p e titio n and w ork in g th ro u g h , 1914, C o llected Papers I I .
(e d . esp. c it. ) .
— U in te rp ré ta tio n des reves, p u f , (e d . esp. c it.)
— C in q psychoanalyses, p u f . (e d . esp. c it . )
G eah chan , D . J ., “ Psychoanalyse, psychothérapie, psychiatrie” , en L ’In c o n s -
c ie n t, n9 7, ju lio de 1968, París, p u f , 1968.
G itelson , M ., “ T h e ra p e u tic problem a in the analysis o f the «n o r m a l» can di-
da tc” ^ en In te rn a tio n a l J o u rn a l o f Psy ch o analysis, París, 1954.
G o ffm a n , E., Asiles, p refa cio de R o b ert Castel, M in u it, 1960, [In tern a d os,
Buenos A ires, A m o rrortu , 1961.]
G reen a cre, Ph., “ Problem s o f tra ín in g analysis” , en Psychoanalytic Q u a rte rly
vo l. xxxv, n® 4, 1966.
G rin b erg, L ., L a n g er, M ., L ib erm a n , D . y R o d rig u é, E. y G ., “ T h e psych o­
a n a lytic process” , en In te r n a tio n a l J o u rn a l o f Psychoanalysis, nc 48, part. 4 V
1967.
H eim an n , P.„ “ T h e eva h ia tio n o f applicants fo r psychoanalytic tra in in g” , en
In te rn a tio n a l J ou rn a l o f Psychoanalysis, 49, part. 4,
H en ry , J.} C u ltu re against m an, T a visto ck , 1966.
Jaques, E., “ Social systems as a defence against persecutory and depressive
a nxiety” , en N e w d ire ctio n s in psychoanalysis, T a visto ck , 1955. [N u ev a s
d ireccion es en psicoanálisis, Buenos A ires, Paidós.]
Jones, E., F re u d life and w ork, L ondres, H o g a rth Press. [V id a y o b ra de
S ig m u n d F re u d , Buenos A ires, N o v a , 1959-62 3 vols.]
Jacobson, E., Psy ch o tic c o n flicts and rea lity , In tern a tion a l U n ív ersity Press,
1967. [C o n f lic t o p s ic ó tico y realidad, Buenos A ires, Proteo, 1970.]
L a ca n , Jacques, “ Les com plexes fa m ilia u x dans la form ation de r in d iv id u ” ,
en E n c y p lo p é d ie francaise sur la vie m entale, v o l. 8.
— “ propos sur la causalité psychique” , en E v o lu tio n p sy ch ia triqu e , en ero de
1947.
L a in g , R. D ., " M e ta n o ía ” , en E n fa n ce aliénée I I , R ech e rch es, d iciem bre
de 1968.
L a in g y Esterson, Sa nity, madness and the fa m ily , T a visto ck , 1964. [C o rd u ra ,
locu ra y fa m ilia , M éx ic o , F o n d o d e C u ltu ra Econ óm ica, 1967.]
L e fo rt, R , y R ., “ C o n tribu tion á l’étu de de la psychose in fa n tile a vcc une
référence a l’ O E d ip e ” , en E n fa n c e aliénée, R ech e rch es, setiem bre de 1967.
L e w in , B. y R ose, H ., Psychoanalytic ed ucation, N o rto n , 1960.
L id z , T h . y otros, S ch izo p h ren ia and the fa m ily , N u e v a Y o rk , In tern a tion a l
Press, 1966.
L évi-Strauss, C ., Tristes tro p iqu e s, París, Plon, 1955. [T ristes tróp icos, Buenos
A ires, Eu deba, 1970.]
M a ca lp in e, I,, D a n ie l P a u l S c h re b e r, M e m o irs o f m y n crvous illness, Londres,
D aw son y Sons, 1955.
M alin ow sk i, B., U n e th é o rie scien tifiq u e de la c u ltu r e , París, L e Senil, 1970.
M a n n o n i, M ., L ’enfant a rrié ré et sa m ere, París, L e Seuil, 1964. [E l n iñ o
re tróg ra d o m e n ta l y su m ad re, M éx ic o , Pax.]
— L e p re m ie r rendez-vous avec le psychoanalyste, París, G onth ier, 1965. (ed .
esp. c it .)
— U e n fa n l, sa tm a la d ie » et les autres, París, L e Seu il, 1967. [E l n iño, <ju
en ferm e d a d » y los otros, Buenos A ires, 1976.]
— P rospero and C a lib a n , N u ev a Y o rk , P raeger, 1956.
— "J e sais bien . . . m ais qu an d m ém e” , en C lefs p o u r V im a gin a ire, París,
Seuil, 1969.
— “ Ita rd et son sauvage” , en C lefs p o u r V im a gin a ire, (ed . c i t . ) .
— “ L ’ analyse o rig in e lle ” , en C lefs p o u r l ’im a gin a ire , (ed. c i t . ) .
— “ Schreber ais S chreiber” , en C lefs p o u r l ’ im a gin a ire (e d . c i t . ) .
— F re u d , París, Seuil, 1968.
— Psychogénése des névroses et des psychoses, D esclée de B rou w er, 1950.
— S é m in a ire 1955-1956 sur D a n ie l S ch re b er (in é d it o ).
— Sém in aire 1956-1957, “ L a re la tio n d ’ o b jet et les structures freudiennes” ,
e n D u lle tin de Psy ch o log ie , p u f .
— Sém in aire 1957-1958, “ Les form ations de l’ inconscient” , en D u lle tin de
P sy ch o log ie, p u f .
— Sém in aire 1958-1958, “ L e désir et son in te rp r e ta r o n ” , (in é d it o ).
— Sém in aire 1959-1960, “ E th iqu e de la psychoanalyse” , (in é d it o ).
— Sém in aire 1962-1963, “ L ’ angoisse” , (in é d it o ).
— “ T a b le ro n d e: psychoanalyse et m ed icin e’ ’ , en C ahiers du C o lle ge de
M e d ic in e , nw 12, a. 7, Expansión scientifique,
— L a p a ro le et le langage, en E c rits , Seuil, 1966. [M é x ic o , S iglo X X I , 1972,
1975.]
— L a psychanalysc et son cnseignem ent, en E c rits (e d . c i t . ) ,
— “ L ’agressivitc en psychoanalyse” , en E c rits (e d . c i t . ) .
-— “ R em arqu es sur le rapport de D a n ie l L a g a c h e ” , en E c rits (e d . c i t . ) .
— “ D ’ une question prélim in aire á tout traitem en t possible de la psychose” , en
E crits, (ed . c i t . ) ,
— “ Sém in aire a l'école n órm ale supérieure, 1967-1968"’ , en L e ttre s fr e u -
diennes.
— “ S ém in aire du 16 n ovem b re 1969” , en L e ttre s Jreudiennes.
M a th is, P. “ D e la pulsión d e m o rt dans son ra p p ort au désir d e la m ere” ,
en E n fa n ce aliénée, R ec h e rc h e s , setiem bre de 1967.
M a rtin , P., “ A p p ro c h e ana lytiq u e de la raison de la fo lie ’5, en E n fa n c e
aliénée, R ech e rch es, setiem bre d e 1967.
M ich a u d , O ., “ P o ém e a n ti-p éd a go giq u e . . . ou á propos d'u n e expérien ce de
grou p e ch ez des enfants débiles et psychotiques” , en E n fa n ce aliénée,
R echerches, setiem bre d e 1967.
M o n d za in , M . L ., “ A propos d e la pa ra n oia ” , en E n fa n ce aliénée, R ech e rch es,
setiem bre d e 1967.
O rtigues, E., L e discours e t le sym hole, París, A u b ier, 1962.
— “ N o t e sur l’ a ppa reil psychique” , en E n fa n ce aliénée, R ech e rch es, setiem ­
bre de 1967.
O tiry, F., “ G a b rie l l’ a rch an ge” , en E n fa n ce aliénée I I , R ech e rch es, diciem bre
de 1968.
— “ Q u elqu es probl^mes théoriques d e psych oth érapie in stitu tionn elle” , en
E n fa n ce aliénée, R ech e rch es, setiem bre de 1967.
O u ry , F., D o lto , F .; Tosqu elles, F .; “ L ’en fa n t, la psychose et l’ In stitu tion ” ,
en E n fa n c e aliénée I I , R ec h e rc h e s , diciem bre d e 1968.
Pin el, C ., “ D e Tisolem ent des aliénés” , en J o u rn a l de M é d e c in e M e n ta le ,
vo l. I , 1861.
P iran d ello , L ., L e bon net de fo u , T h é á tre V I I , París, G a llim a rd , 1956. [H a y
ed. esp.].
R a ca m ier, P. C ., L e psyckoanalyste sans d iv á n, París, Payot, 1970.
R a im b au lt, G ., “ Le psychanalyste e t l ’institu tion” , en E n fa n ce aliénée I I ,
R ech e rch es, diciem bre d e 1968.
R a p p a p o rt, ü ., “ A h istorical survey o f psychoanalytic ego psych ology” , en
P sy ck o lo gica l issues, v o l. I, In tern a tion a l U n iversity Press, 1959.
R e id e r, N ., “ A type o f transference at institutions” , Bull. M en n in g C lin ic,
n* 17, 1953.
R a b in ov itc h , S., U n é c r ít q u o tid ie n á l ’ h ó p ita l p sy chiatrique, tesis de m ed i­
cina, París, 1968.
R o d rig u é, E. y R o d rig u é, G ., E l c o n te x to d el proceso a n a lítico . Buenos A ires,
Paidós, 1966.
R u fcn a ch t, Ph., H ilan d’ une exp érien ce en I M P , tesis de m edicin a, París, 1969.
S abourin, D ., R éflexio n s sur deux m ois d’ observation en m ilie u p sy ch ia triqu e,
tesis de m e dicin a, París, 1968.
S afouan M ., y M a n n o n i, M . “ Psychanalyse et p éd a g o g ie” , en E n fa n ce aliénée,
R echerches, setiem bre d e 1967.
Safouan, M . y W a h l, F., Q u ’est-ce qu e le structura lism e, París, L e Seuil,
1968. [Q u é es el e s tru c tu ra lis m o ; E l estructuralism o en psicoanálisis, Bue­
nos Aires, Losada, 1975.]
Saint-Just, I lis t o ir e parlem e n ta ire , en Buchez et R o u x, vol. 35.
S ch efí, T h ., lie in g m c n ta lly i l l , W ein d en feld & N icolson , 1966.
S artre, J.-P., S t. G en é t, com ed ien et m a rty r, París, G a llim a rd , 1952. [S a in t
G e n e t, com ed ia n te y m á r tir, Buenos A ires, Losada, 1967.]
S chenfeld, G ., “ G u ideposts fo r the go o d society” , en P sychoanaly tic R ev iew ,
1968.
Searles, H . F., T h e n o n h u m a n e n v iro n m e n t, In tern a tion a l U n iv ersity Press,
1960.
— C o lle c te d papers on schizop hren ia and related subjeets, In tern a tion a l U n i­
versity Press, 1965.
Sichel, J.-P., “ D elire, p aran oia et suicide chez l’en fa n t” , en E nfa nce aliénée,
R ech e rch es, setiem bre d e 1967.
Szasz, T h ., “ T h e inyth o f m ental illness” , en T h e a m erica n P sychologist, vol.
6b, nv 1, octubre de 1964. [E l m ito de la en ferm edad m ental, Buenos A ires,
A m o rrortu , 1973.]
S chotte, J “ Présentation des tra va u x au C on gres des psychoses” , en E n fa n ce
aliénée I I , R ech e rch es, diciem b re de 1968.
Stern, A . L ., “ E nfant «p a s com m e les a u tres» et d én i de la castration ” , en
E n fa n ce aliénée, R ech e rch es, setiem bre d e 1967.
T o sta in , R ., “ Problcm es théoriqu es et cliniques poses p a r la cure des psychoses” ,
en E n fa n ce aliénée I I , R echerches, diciem bre de 1968,
Tosq u elles, F., “ Esquisse d ’ une problém atiqu e analytiqu e dans les soins á
do n n er aux enfants psychopathcs en institu tion” , en E n fa n ce aliénée, R e -
cherches, setiem bre de 1967.
— “ P ed a g o g ie e t psychothérapie institutionnelles” , en R e v u e de P sy ch oth é-
ra p ie In s titu tio n n e lle , nv 2, 3.
— S tru c tu re et rééd ucation th éra p e u tiq u e , París, Ed. U n iversita irc, 1967.
— “ N o tes sur le traitem en t des psychoses in fantiles” , en C o n fro n ta tion s Psy chia-
triq u es, nv 3, 1969.
V ásqu ez, A . y ü u ry , F., V ers une péd agogie in s titu tio n n e lle , París, M aspero,
1967.
W atzla w ick , P . ; B eavin , J. H . ; Jackson, D . D ., P ra g m a tics o f hum an c o m m u n i-
c a tio n , W . W .j N o rto n & G om pan y, 1967. [T e o r ía de la c o m u n ica ción
hu m a n a , 2 ed., Buenos A ires, T ie m p o C on tem porán eo, 1976.]
W ild e n , A ., T h e language o f the self. T h e fu n c tio n o f language in psycho­
analysis by Jacques L a ca n , B altim ore, T h e Johns H opkin s Press, 1968.
W in n ico tt, D. W ., “ L a S chiozophrenie in fan tile en term es d ‘échec d ’adapta-
tion ” , en E n fa n ce aliénée I I , R echerches, d iciem bre de 1968.
W yn n e, L ., S in ger, M ., “ T h in k in g disordcrs and fa m ily transactions” , en
A m e ric a n p sych ia tric association, m ayo de 1964.
Z em p len i, A ., C o llo q u e C .N .R .S . sur les cuites de possession, octubre de
1968 (in é d it o ),
— “ L a dim ensión thérapeu tique du cu ite des rab, N d o p , T u u ru e t Sam p,
rites de possesion chez les L e b o h et les W o lo f” , en P sy ch o p a th olog ie
A fric a in e , I I I , 1966.
p a p e l e d ic io n e s c r e m a d e fá b r ic a d e p a p e l s a n ¡uan, s.a.
im p r e s o e n o ffse t c e m o n t, s.a.
a j u s c o 9 6 - m é x ic o 13, d.f.
d o s m il e je m p la r e s y s o b r a n t e s
10 d e n o v ie m b r e d e 1981

También podría gustarte